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| 13 Introducción: cuerpos anómalos MAX S. HERING T ORRES* ALGUNOS ANTECEDENTES En la historiografía clásica del siglo XIX, el cuerpo humano no repre- sentó realmente un objeto de estudio, más bien se entendió como una categoría implícita y de carácter a-histórico. Dicho terreno de inves- tigación sólo empezó a aparecer progresivamente a partir de media- dos del siglo XX, a manera de ejemplo, en los estudios sobre el poder (Kantorowicz 1957) y la muerte (Ariès ([1975] 2000). Tal vez, uno de los primeros y más destacados aportes a la historia del cuerpo, según el historiador suizo Philipp Sarasin, provino de las publicaciones del teórico francés Michel Foucault ([1961] 1979); [1976] 2000) durante los años sesenta y setenta, incluyendo sus cátedras dictadas en el Co- llège de France (1992; 2000), en las cuales expuso sus reflexiones sobre la historia, el poder, lo anormal y la construcción del sujeto. Según Foucault, las técnicas del poder centradas en el cuerpo se originaron en los siglos XVII y XVIII. Si bien algunos investigadores no han de- jado de controvertir sus planteamientos, para otros la tesis del poder disciplinario ha sido un incentivo de investigación. La tecnología disci- plinaria se apropió del cuerpo e intentó mejorar su utilidad a través del ejercicio, la vigilancia, la seriación y el adiestramiento. A la postre, se trataba de técnicas de racionalización de la economía estricta de un po- * Profesor Asistente del Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Correo electrónico: [email protected]

Introducción - Bienvenidos · orden político al determinar la percepción en antinomias. Por ejemplo, a través de los ejes diferenciales en espacios tales como la sexualidad, la

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Introducción: cuerpos anómalos

Max S. Hering TorreS*

Algunos Antecedentes En la historiografía clásica del siglo XIX, el cuerpo humano no repre-sentó realmente un objeto de estudio, más bien se entendió como una categoría implícita y de carácter a-histórico. Dicho terreno de inves-tigación sólo empezó a aparecer progresivamente a partir de media-dos del siglo XX, a manera de ejemplo, en los estudios sobre el poder (Kantorowicz 1957) y la muerte (Ariès ([1975] 2000). Tal vez, uno de los primeros y más destacados aportes a la historia del cuerpo, según el historiador suizo Philipp Sarasin, provino de las publicaciones del teórico francés Michel Foucault ([1961] 1979); [1976] 2000) durante los años sesenta y setenta, incluyendo sus cátedras dictadas en el Co-llège de France (1992; 2000), en las cuales expuso sus reflexiones sobre la historia, el poder, lo anormal y la construcción del sujeto. Según Foucault, las técnicas del poder centradas en el cuerpo se originaron en los siglos XVII y XVIII. Si bien algunos investigadores no han de-jado de controvertir sus planteamientos, para otros la tesis del poder disciplinario ha sido un incentivo de investigación. La tecnología disci-plinaria se apropió del cuerpo e intentó mejorar su utilidad a través del ejercicio, la vigilancia, la seriación y el adiestramiento. A la postre, se trataba de técnicas de racionalización de la economía estricta de un po-

* Profesor Asistente del Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Correo electrónico: [email protected]

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der. Un segundo impulso provino de Gianna Pomata (1983: 113-127) y de Thomas Laqueur (1990) quienes señalaron que no existe “corpo-reidad” sin historia. Análogamente, la filóloga estadounidense Judith Butler amplió las críticas a las “teorías esencialistas” (Canning 1994: 370) sobre el cuerpo femenino y generó un debate alrededor de la cons-trucción cultural del sexo y del género. Butler –apoyada en la teoría del poder de Foucault– partió del hecho de que toda realidad es construida lingüísticamente y, por tanto, la materia –en este caso también el cuer-po– solamente obtiene su importancia y su significado mediante la atri-bución del discurso. Asimismo, argumentó que el sexo no podrá seguir operando como “verdad interior” de las disposiciones y de las identida-des, sino que tiene un significado escenificado de carácter performativo (Butler 2007: 99). La historiadora alemana Maren Lorenz resaltó el logro de Butler al “haber señalado que también las últimas constancias antropológicas se tienen que observar como modelos de pensamientos culturales” (Lorenz 1999: 21). Simultáneamente con las anteriores pro-puestas, se generó una considerable producción historiográfica sobre la historia del cuerpo. Este hecho dificulta presentar una visión comple-ta sobre dichos antecedentes, no solamente debido a las dimensiones cuantitativas, sino a la heterogeneidad y difícil delimitación. Lo anterior se comprueba fácilmente si enumeramos los siguientes binomios temá-ticos y citamos solamente algunos ejemplos: “cuerpo y alma” (Porter 1985; Pedraza 1996, Lorenz 1999), “cuerpo e individualidad” (Le Bre-ton 1995) “cuerpo y medicina” (Jacquart/Tomaste 1985; Duden 1987; Stahnisch/Steger 2005; Sarasin/Tanner 1998; Hödl 2002), “cuerpo y sexualidad” (Laqueur 1990; Borris/Rousseau 2008), “cuerpo y poder” (Frevert 1984; Bielefelder 1999; Foucault 1999; Pedraza 2004); “cuer-po y género” (Corbin 2005; Jordanova 1989; Schmale 2003) “cuerpo y raza” (Hund 1999, 2007; Hering Torres 2006); “cuerpo y monstruosi-dad” (Febel/Maag 1997; Scholz/Holtschoppen 2007) y “cuerpo: poltí-ticas y estéticas” (Pedraza 2007).

En la actualidad, y en palabras de Chris Shilling, se puede cons-tatar: “From being a subject of marginal academic interest, the intel-lectual significance of the body is now such that no study can lay claim to being comprehensive unless it takes at least some account of the embodied preconditions of agency and the physical effects of social structures” (Shilling 2005: 1). En términos generales se puede afirmar

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que el cuerpo se ha convertido en un objeto de estudio por dos razones. Por una parte, el cuerpo es producto de la sociedad y de la cultura; está formado, constituido y permeado a partir de sus normas. Pero por otra parte, el cuerpo no sólo es pasivo, receptor de procesos constitutivos, sino que gracias a su dinámica ha participado en un proceso de inte-racción social, se ha convertido en un objeto de acción y por lo tanto ha determinado las realidades sociales (Schmincke 2007: 11). Por ello, su análisis permite elaborar no sólo categorías teóricas, también admi-te descifrar los valores y las normas sociales. En este sentido se puede retomar a Robert Gugutzer (2006: 10) quien, según Imke Schmincke, afirma que el body turn ha adquirido en las ciencias sociales una enorme importancia, básicamente, por tres motivos: primero, porque representa un objeto de estudio; segundo, porque encarna una categoría teórica y, tercero, porque es un instrumento que facilita el conocimiento.

Ahora bien, si se considera este trasfondo historiográfico –entién-dase sólo como una modesta pincelada– sería desatinado afirmar que la historia del cuerpo representa un nuevo campo de pensamiento históri-co. No obstante, el estudio abordado en la presente colección representa indudablemente una perspectiva innovadora, teniendo en cuenta que sobre el tema –cuerpo y anomalía– persisten una gran variedad de vacíos temáticos. Por tanto, es pertinente ofrecer primero algunas reflexiones generales para introducir al lector en el trasfondo conceptual del pro-yecto editorial y, más adelante, presentar los aportes de esta colección.

cuerpos

El cuerpo no es solamente el conjunto de sistemas orgánicos que consti-tuyen un ser vivo; también es un portador social de codificaciones. De ahí que lo corpóreo adquiere sus significados a través de adscripciones y proyecciones en contextos sociales y culturales. En efecto, no sería atrevido afirmar que la cultura atraviesa y define los cuerpos en nues-tras sociedades. En corolario, el cuerpo se debe entender no solamente como una realidad biológica, sino adicionalmente como construcción discursiva y representación, procesos que crean un “cuerpo semiótico”; el cuerpo, en pocas palabras, es también “una experiencia cultural cons-truida por diferentes tipos de discursos y prácticas” (Borja 2006: 233). Si a estas reflexiones se le suma la perspectiva histórica, el cuerpo se

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puede entender como una variable histórica con múltiples significados correlacionados con el tiempo y el espacio. Es decir, la corporeidad no se constituye como una categoría a-histórica, por el contrario, representa una categoría sumamente dinámica (Sarasin 2001: 12). “El carácter polisémico del cuerpo, su situación de frontera entre naturaleza y cul-tura, determinan que las aproximaciones analíticas a él no pueden ser unívocas” (Garay Ariza/Viveros Vigota 1999: 21).

AnomAlíAs

Se sabe, entonces, que el cuerpo ha representado un objeto del discurso y de la representación. Dicha discursividad ha sido constituida a lo largo del tiempo por antinomias como lo “normal” y lo “anómalo”. Los dis-cursos oficiales le han conferido legitimidad al orden institucional. En consecuencia, por un lado, estos discursos han aportado dispositivos del saber para definir parcialmente las realidades de una sociedad mayorita-ria o de una elite minoritaria y, por el otro, han delimitando y excluido así las realidades divergentes, creando sociedades minoritarias o mayo-ritarias, pero estas últimas sin acceso al poder. De ahí que la norma, ya sea jurídica, cultural o estética, opera como un “eje de diferenciación” que pretende constituir referentes morales, una gramática social y un orden político al determinar la percepción en antinomias. Por ejemplo, a través de los ejes diferenciales en espacios tales como la sexualidad, la salud, la pertenencia, la convicción, la dignidad, la cultura y la fi-sonomía, se construyen antinomias que delimitan entre: “perverso” – “casto”, “sano” – “enfermo”, “propio” – “ajeno”, “verdad” – “mentira”, “digno” – “indigno”, “civilizado” – “primitivo”. Es evidente que la ano-malía se contrasta y se determina a través de la diferencia. Algo es anó-malo únicamente en relación con un término de referencia que no lo es. Anomalía es entonces lo que discrepa de una regla, de una costumbre o de un uso. Pero a pesar de representar una contraposición, en muchos casos también se complementan mutuamente. Sin embargo, la diná-mica entre lo anómalo y lo normal no se determina inequívocamente por presuntas descripciones objetivas sobre la diferencia, sino también por medio de las ideas sobre la diferencia que amalgaman realidad e imaginación, miedo y atracción, curiosidad y rechazo (Hering Torres 2006a: 1126-1229). En pocas palabras y a la inversa: se considera nor-

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mal todo aquello que se rige por la norma, por tanto, anómalo es todo aquello que difiere de la norma y por ende de la normalidad. Según Foucault se debe hacer referencia a Canguilhem, Le Normal et le pa-thologique, para afirmar que “la norma no se define en absoluto como una ley natural, sino por el papel de exigencia y coerción que es capaz de ejercer con respecto a los ámbitos en que se aplica” (2001: 57). No es simplemente, y ni siquiera, un principio de inteligibilidad; es, por excelencia, un elemento a partir del cual puede fundarse y legitimarse cierto ejercicio del poder (2001: 57). La norma, según Foucault, trae aparejados a la vez un principio de calificación, de intervención, de corrección –en pocas palabras– trae consigo un proyecto normativo. A partir de estas reflexiones sobre un proyecto normativo se puede afir-mar: todo lo que no se adapta a la norma, ha sido interpretado como una desviación y, obedeciendo a esta dinámica, se podría denominar como anormalidad –argumento instrumentable para y propenso a jus-tificar las lógicas de exclusión.

cuerpos AnómAlos – cuerpos ideAles: Al haber discernido los conceptos de cuerpo y anomalía tal vez se en-tienda con más claridad el título de la presente colección. Así las cosas, podemos afirmar que el cuerpo anómalo opera por oposición a un cuer-po ideal y por eso un cuerpo es anómalo cuando abandona el espacio de la norma corpórea. Un cuerpo anómalo se constituye en el momento en que el desorden de su propio ser, sea este observable, adjudicado, simbólico o imaginado, trastorna y cuestiona el orden establecido. Di-cho orden, según la época y el espacio, puede estar determinado por la normatividad, el dogmatismo religioso, el poder científico o por los cánones estéticos. En otras palabras: los cuerpos anómalos equivalen a cuerpos que transgreden límites sociales, morales, naturales, culturales o jurídicos. En corolario, para entender el cuerpo desviado, es esencial conocer los cuerpos ideales: los que constituyen y determinan el espacio de la norma.

A continuación se expondrán unos ejemplos históricos para deve-lar la tensión entre la normalidad y la anormalidad a partir de lo ideal y de su sombra: la “desviación”. En la Antigüedad, particularmente para Platón y Aristóteles, la belleza, la verdad y el bien moral constituían un

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dispositivo intrínseco e inseparable. Para Cicerón1 (106 adC-43 adC) y San Agustín2 (354-430) la belleza corporal fue considerada como un todo armónico de proporciones y colores. A lo largo del Renacimiento, Leonardo da Vinci (1452-1519) retomó dichos conceptos de la belleza y elaboró un estudio del hombre Vitrubio (homo bene figuratus), muy probablemente en 1492. Se trata de un dibujo de las proporciones del cuerpo, realizado para ilustrar los libros de arquitectura de Vitrubio (De Architectura libri decem 33-22 adC). Como se puede observar, Da Vinci realiza un estudio anatómico en el cual se construye la proporcionali-dad del cuerpo reproduciendo el canon clásico y un tipo ideal de belleza regido por la simetría, por una especie de arquitectura e ingeniería pro-yectada e impuesta sobre el cuerpo humano.

Desviaciones de estos ideales conformaban claramente anomalías, tanto físicas, como morales. Tenemos múltiples ejemplos sobre dichas anormalidades, casos tan evidentes como Las maravillas del mundo de Juan de Mandavila (1356), Los monstruos y los prodigios de Ambroise Paré, el “Hombre elefante” en Inglaterra a mediados del siglo XIX, los gemelos siameses Chang y Eng.

Pero es importante rescatar que el cuerpo anómalo no solamente existe a través de la evidencia empírica. Las anomalías corporales tam-bién se construyen a través del poder del discurso y de los imaginarios. De esta manera, el poder ha tenido tal impacto sobre las personas que en muchos casos ha determinado los esquemas perceptivos tanto de individuos como de entes colectivos. De hecho, este poder tuvo tanta pujanza que en ocasiones los imaginarios determinaron las formas de representación, como por ejemplo la representación iconográfica de los monstruos, las antípodas, los apóstatas, los extraños y los criminales de Lombroso en el siglo XIX.

Estas últimas reflexiones son útiles para profundizar en otro ejem-plo: el imaginario medieval y moderno sobre el estigma de la Judensau. Un estigma corporal y moral que nos dice más sobre los valores de una

1 “[…] corporis est quaedam apta figura membrorum cum coloris quadam suavitate eaque dicitur pulcritudo […]” Cicerón (1967: 136 [IV, XIII, 31]), citado en Jacobs 2001, 81.

2 “quid est corporis pulchritudo? Congruentia partium cum quadam coloris suavitate.” Augustinus (1895:8), citado en Jacobs 2001, 81.

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sociedad permeada por prejuicios antijudíos que sobre la cultura judía. Si desglosamos la palabra Juden-Sau, podemos traducir Jude por judío y Sau por cerdo: cerdo judío. Este tópico, fundamentalmente centroeuro-peo, se encuentra no solamente en panfletos, sino también en ilustracio-nes de libros; en vitrales y esculturas de las iglesias3, en ornamentos a la entrada de las parroquias4, en fin, hasta en las entradas de los castillos5 (Shachar 1974: 52-53). Los imaginarios sobre el judío tenían tal inci-dencia sobre su representación que en todos estos espacios se represen-taban como anómalos. Como muestra, podemos tomar un grabado del siglo XVII (ilustración 1). Todos los personajes que aparecen en la re-presentación, excepto Simón de Trento, el niño crucificado, son judíos, porque son portadores del Judenring (anillo judío o círculo judío) en sus vestimentas. Esta directriz se había implementado en el IV Concilio de Letrán (Canon 68), aunque solamente se decretara que los judíos y los sarracenos se debían diferenciar por sus atuendos de los cristianos. En la escena se muestra un judío encima de una jabalina, variedad salvaje del cerdo, que le levanta el rabo al animal para inducir a su correligionario a incurrir en el delito de la coprofagia. A este acto asiste otro judío con cuernos, rabo y garras, y con el busto caído, encarnando un cuerpo híbrido que, a su vez, hace referencia al diablo. Adicionalmente, encon-tramos un tercer judío ubicado debajo de la cerda, tomando su leche. En este sentido, se presenta al judaísmo en una contradicción doctrinal puesto que, según Leviticus 11-12, los cerdos representan la inmundi-cia y la impureza, tanto física como moral. Al judío no solamente se le criminaliza por lo anteriormente descrito, sino adicionalmente por el niño crucificado, que aparece en la parte superior y simboliza los supuestos sacrificios de niños cristianos por parte de los judíos. Los punzones metafóricamente aluden no sólo al deicidio, sino también a la usura y malicia del pueblo de Israel. Por tanto, en estas representa-ciones alegóricas, el cuerpo judío se construye como anómalo, negando proporcionalidad, simetría, belleza e incluso moralidad. Sin embargo,

3 Catedral de Brandemburgo (c. 1230), de Magdeburgo (XIII), de Metz (XIV), de Uppsala (XIV), Gniezno (XIV), de Colmar (XIV), etc.

4 Parroquia de Remagen, Rheinland, segunda mitad del siglo XII.

5 Castillo de Cadolzburg (siglo XV).

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ilustración 1. Grabado del siglo XVII: Germanisches Nationalmuseum Nürnberg, H.B. 53/1279. Judensau, en: Shachar, Isaiah (1974): The Judensau. A Medieval Anti-Jewish Motif and its History. London: Warburg Institute, Pl. 41, c.

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en tanto su anomalía física era imposible de percibir, debido a su simple inexistencia, era necesario inventarla. Aunque el poder simbólico alu-diera a una ficción, no se puede omitir el hecho de que hacía referencia a unos estereotipos reales que permiten entrever valores, imaginarios y estigmas de la época. Es importante indicar nuevamente que, en este caso, el cuerpo opera como un objeto de estudio, como un instrumento de inteligibilidad y, a partir de esto, como un punto de partida teórico. El grabado sobre la Judensau es sólo una pequeña muestra del extenso campo posible para una historia de los cuerpos anómalos; a continua-ción presentaremos otras posibles historias sobre el cuerpo y la anoma-lía, que conformarán el cuerpo principal de esta colección.

Aportes El historiador italiano Paolo Vignolo, quien abre esta colección, presen-ta un artículo sobre el imaginario del enanismo en la Edad Moderna. El autor propone considerar los imaginarios sobre el enanismo como referente anómalo en el proceso de constitución del sujeto moderno. Para ello, revisa la fusión entre los planteamientos sobre el enanismo y el debate sobre el estatus del indígena; una amalgama conceptual que se extrapoló para uno de los tantos intentos de definición del in-dígena. El término homúnculo –enano– se asoció con la teoría de la generación espontánea, según la cual los americanos no pertenecen a la común descendencia de Adán, sino que fueron paridos directamen-te por la tierra.

La segunda contribución corresponde a un texto del historiador Jaime Borja con el título El cuerpo idealizado: la vida como una pasión (de Cristo). El autor rastrea dicho tema en el Nuevo Reino de Grana-da y reconstruye una historia sobre el cuerpo anómalo a la inversa, es decir, desde la normalidad ideal, puesto que analiza cómo el cristianis-mo partía de la imitación de las virtudes y actitudes de Cristo, cuyo seguimiento estableció una forma idealizada de actividad corporal. La santidad fue valorada en la medida en que se consideraba un acto de perfección porque imitaba lo más cerca posible el modelo crístico. Estos sujetos fueron considerados “normales” en relación a los ideales de la religión, y ascendidos a la categoría de ejemplares para aquellos “cuer-pos anómalos”, el cristiano común, que debían aspirar a la santidad. Se

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resalta la importancia y los efectos de la mortificación corporal como comportamiento ideal para imponer la disciplina de la humildad, cuyo objetivo era crear dos modelos de cuerpo: el aislado y el mortificado. Borja concluye que, si bien las categorías binarias –lo normal y lo anor-mal– representan una contraposición, en este caso se complementan dado que lo normal se construye desde la anormalidad.

Más adelante encontramos el aporte de Max S. Hering Torres, en el cual se discute el saber médico-teológico para demostrar cómo se construyeron los imaginarios sobre los “cuerpos anómalos” en España y en la Colonia durante los siglos XVI y XVII. Con esta finalidad se enfa-tiza el supuesto peligro de contaminación que representaba la lactancia de las nodrizas neófitas (del Judaísmo y el Islam) en la Península Ibérica y de las nodrizas mestizas, negras y mulatas en la Colonia. Así mismo se hace referencia al cuerpo anómalo del neófito judío, naturalizado a raíz de su “impureza” y su supuesta sintomatología: la menstruación masculina. De esta manera queda comprobado como en la interdepen-dencia de género y de ascendencia religiosa la diferencia se imagina, se naturaliza, se codifica en el cuerpo y se implanta en una economía del poder. En virtud de lo anterior, la economía y el poder son los dos ejes que determina el argumento del siguiente artículo.

Los autores Gerhard Ammerer y Alfred Stefan Weiß, historiadores austriacos, analizan algunas de las penitenciarías o casas de corrección (Arbeits- und Zuchthäuser) en los territorios germano parlantes, especí-ficamente entre 1750 y 1850. Sus reclusos –vagabundos, pobres y de-lincuentes– representaban otro campo de la anomalía en la medida en que encarnaban indudables desviaciones tanto morales como sociales. Es innegable que el incipiente capitalismo del siglo XVIII en Europa propiciaba la categorización social en individuos “útiles” e “inútiles” y operaba como una justificación de la re-socialización del “cuerpo inser-vible”. Sus investigaciones demuestran cómo mediante la fabricación de un imaginario sobre el cuerpo, se elaboraron mecanismos de “vi-gilancia”, inicialmente con fines de lucro y en un segundo plano con objetivos de adiestramiento.

En el artículo “Die weiße Norm”, elaborado por el sociólogo ale-mán Wulf D. Hund, se define el color de piel como un dispositivo que permite la diferenciación entre normalidad y anormalidad. En este sentido, el autor estudia como el ser-blanco (Weißsein) se desarrolló en

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un entramado de poder como norma. Hund sostiene que dicho proceso surgió históricamente en tres fases: la primera como triunfo del colonia-lismo europeo y el desarrollo de la esclavitud transatlántica que consoli-dó nuevos esquemas perceptivos ante el color de la piel; la segunda como una imposición científica de las categorías raciales orientadas hacia un racismo de color (Farbrassismus) a lo largo de la Ilustración; y la tercera como una codificación cultural y social del ser-blanco. Al reconstruir dicho proceso discursivo analiza a su vez la otra cara de la moneda: la naturalización de los colores de piel que difieren del ser-blanco.

Más adelante, el lector encontrará el artículo de Zandra Pedraza Gómez, en el cual se analiza la forma en que se definieron las supuestas incapacidades naturales de las mujeres y los niños a partir de la Ilustra-ción en Europa. Basada en estas reflexiones, la autora esclarece cómo se emplearon algunos de estos principios en Colombia para ordenar la educación de la mujer y del niño en la familia y en la escuela, especial-mente a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Al pre-sentar un análisis comparado sobre la construcción de la anormalidad en las mujeres, y también en los niños, Pedraza subraya que las diferen-cias entre hombre adulto, mujer y niño se traducen en el supuesto uso desigual de la razón y en su cuerpo.

El subsiguiente artículo, elaborado por Diana Obregón Torres, se refiere a las prácticas y los discursos sobre la vacunación antivariólica en Colombia entre 1840 y 1922. Se analiza la vacunación como una intervención en el cuerpo social dirigida a la prevención de la enferme-dad, a la protección de la población y como una técnica de corrección del cuerpo colectivo, entendido éste como cuerpo anómalo dado que en su interior se dan epidemias de viruela. La vacunación deja de ser un acto ilustrado de caridad y se convierte en un mandato estatal en-marcado por un proyecto civilizador que requiere normalizar a la po-blación por medio de la vacuna para disponer de un cuerpo colectivo sano y dispuesto a trabajar. Por tanto, el cuerpo deja de interpretarse como algo individual; se convierte en un conjunto social.

El libro cierra con un trabajo de Peter Becker titulado New Monsters on the Block? On the Return of Biological Explanations of Crime and Vio-lence. En este último capítulo el autor analiza las bases epistemológicas, las estrategias narrativas y las implicaciones políticas de aquellas tenden-cias “científicas” que suelen explicar la violencia en términos corporales.

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La antropología criminal del siglo XIX y también la genética de hoy en día. El autor demuestra cómo las supuestas anomalías cerebrales se han ligado desde el siglo XIX hasta el presente con conductas desviadas, pero a su vez rescata importantes cambios sobre cómo se construyen di-chos nexos. Se trata de una profunda reflexión desde Lombroso y Broca hasta los Pat-Scan modernos de los siglos XX y XXI. El libro cierra gracias a Becker, señalado que la anomalía, en muchos casos, sigue exis-tiendo en nuestros días como una peligrosa construcción que presume –siendo ficción– ser una realidad incuestionable.

reflexiones finAles

Para terminar esta introducción me gustaría sensibilizar al lector y plan-tearle la siguiente pregunta: ¿Cuál es la utilidad de una historia sobre el cuerpo anómalo? En términos generales, discurrir sobre la temática de los “cuerpos anómalos” ayuda a entender cómo a lo largo de la historia el cuerpo estuvo subyugado por los paradigmas de lo “ideal”. Analizar estas desviaciones, en muchos casos imaginadas, ayuda a la compren-sión de cómo la ficción o la realidad de un “cuerpo” escoltó su propia naturalización. Es decir: el cuerpo obedece a una lógica de adscripción semiótica de carácter circular puesto que, durante el proceso de asigna-ción de significado, se inscriben códigos en el cuerpo que previamente han sido construidos como esenciales y naturales. Por eso, al proyectar-los sobre y en el cuerpo, los significados se empiezan a entender como categorías naturales y no como lo que inicialmente eran, simple sig-nificado cultural. En esta lógica, el campo histórico del pensamiento sobre el cuerpo puede ayudar a desnaturalizar y de-construir peligrosas constantes biológicas.

Si tenemos en cuenta que la relación entre norma y desviación se interpreta y se valora en concordancia a la cultura y a su contexto histó-rico, podemos afirmar que analizar lo anómalo nos permite descifrar las estrategias culturales de diferenciación y jerarquización, pero también los intentos de normalización y disciplinamiento. Un estudio sobre los cuerpos anómalos nos ayuda a entender cómo a partir de lo normal y de la normalidad se pretende un ejercicio del poder. La historia del cuerpo anómalo es, en otros términos, una historia de la dominación, no desde arriba o desde abajo, sino desde la relación entre lo anóma-

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lo y la normalidad. Por tal razón, si explicamos los procesos por los cuales se construyen delimitaciones en un sistema binario conformado por antinomias como “lo normal” y “lo anormal”, con más facilidad podremos hacer inteligible cómo se inventa o se tergiversa la otredad. Si adicionalmente se consideran las lógicas de producción del saber, se verifica que lo normal y lo anómalo siempre han conformado las dos caras de una misma moneda. Por tanto, se sugiere leer la discursividad sobre lo anómalo como una finalidad en sí misma, una finalidad que a través de oposiciones binarias, permite la consolidación no solamente de privilegios, sino de la identidad. La relación entre lo normal y lo anómalo demuestra que lo “raro” opera como un parámetro que facilita delimitaciones supuestamente lógicas para racionalizar valorizaciones, categorizaciones y jerarquías en detrimento de la víctima. Así mismo, el sentido de profundizar en este tema, es también el de comprender de manera crítica los supuestos “normales”. A manera de ilustración, las palabras de la socióloga alemana Barbara Duden caen como anillo al dedo. Ella considera equivalente “derivar la corporeidad de la forma social o derivar la forma social de la corporeidad. […] [El] cuerpo y la sociedad productiva parecen originarse del mismo molde” (1987: 17)6. Gracias a este aporte, en la historiografía sobre el tema se ha pregunta-do si existe una congruencia entre los imaginarios sobre el cuerpo y la realidad social. En síntesis, la finalidad de este planteamiento consiste en examinar si la sociedad y sus valores son susceptibles de comprensión desde otro ángulo: desde el análisis histórico del cuerpo anómalo.

Para terminar, es necesario indicar las dificultades analíticas que representa reconstruir la historia sobre el cuerpo anómalo desde su pro-pia perspectiva, es decir: no desde el poder de definición, sino desde su propio ser. Estas voces han sido silenciadas, acalladas y representan discursos subalternos de difícil acceso. Se mostrará en el futuro cómo la historia sobre los cuerpos anómalos cambiará sustancialmente al com-poner esta historia desde el prisma de la supuesta anomalía y no de la apócrifa normalidad.

6 Traducción del autor.

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