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Juan Luis Galiacho ISABEL Y MIGUEL 50 años de historia de España: amor, escándalo, política y alta sociedad La esfera de los libros

ISABEL Y MIGUEL - esferalibros.com · go del enfermo el doctor Pedro Mata González, director de la Unidad de Ciencias Neurológicas, quien rápidamente mandó hacer las pruebas

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Juan Luis Galiacho

ISABEL Y MIGUEL

50 años de historia de España: amor, escándalo,política y alta sociedad

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I

La soledad de Isabel y Miguel:una historia de amor

«¡Miguel!... ¡Miguel!... ¿Qué te pasa?». Pero Miguel no contestaba e Isabel se arrodilló y empezó a

zarandear por los hombros aquel cuerpo que yacía tumbado en el suelo. Muy nerviosa empezó a gritar:

«¡Ana, Ana, Ana!... ¡tu padre!... ¡Evelyn!... ¡una ambulancia, una am-bulancia!, ¡llamad al doctor!».

La hemorragia cerebral que sufrió Miguel Boyer la noche del 27 de febrero de 2012 revitalizó una historia de amor que comenzó oficial-mente en el verano de 1985, aunque ya hacía tres años que habían empezado los encuentros privados. Nadie apostaba por esta relación, nada fácil desde el principio, que navegó contra todas las mareas y que ahora cumple más de treinta años sin fisuras aparentes. Pero el poder casi omnímodo del exministro socialista ya ha desaparecido. Su enfermedad lo ha confinado en su famosa mansión de Puerta de Hierro. La soledad de Isabel y Miguel hoy es palpable. Se esboza en cada movimiento de la filipina, en su cuerpo, en su rostro, en su apagada sonrisa, en su triste mirada, en su extrema delgadez, dando muestras evidentes del estado de inquietud que rodea a la familia. Entre otras cosas por una rehabilitación, la de Miguel Boyer, dura, económicamente costosa y de resultados muy inciertos. Pero la entrega y empeño de Isabel ante la adversidad ha sido

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total, en el tránsito por un camino difícil y tortuoso, que es lo que le aguarda en el futuro más próximo. Esta reflexión permanente le hace vivir sus horas más amargas en su devenir como persona.

• • •

Era la noche del 27 de febrero del 2012 y hacía poco que habían terminado de cenar. Miguel Boyer se dirigía al dormitorio cuando de improviso explotó su cerebro y cayó al suelo en el pasillo de la mansión de Puerta de Hierro. Isabel se había quedado repasando algunas notas y respondiendo algunos correos, como hacía casi todas las noches.

Todo sucedió como un relámpago. Curiosamente, durante la cena habían estado comentando el mal tiempo que hacía ese día en Madrid, pues el día había amanecido tristón y tormentoso.

Entre la madre, la hija y algunos miembros del servicio arroparon al enfermo, ya que Isabel no quiso que se moviera hasta que no llegasen la ambulancia y el médico. Como es comprensible, los nervios tenían a las dos mujeres, esposa e hija, dubitativas y sin saber qué hacer.

«Ana, llama a tu hermana Tamara».Apenas hora y media después la ambulancia, una UVI móvil Mer-

cedes Benz-Sprinter, con soporte vital avanzado, entraba por la puerta de urgencias de la clínica Ruber Internacional, en la calle Masó número 38, del barrio madrileño de Mirasierra. Y nada más entrar, se hizo car-go del enfermo el doctor Pedro Mata González, director de la Unidad de Ciencias Neurológicas, quien rápidamente mandó hacer las pruebas más perentorias y lo metió en el quirófano.1 No dio tiempo para más, e Isabel y su hija Ana se quedaron atemorizadas y angustiadas, ya que al doctor solo le dio tiempo a decirles: «Es un derrame cerebral».

Y comenzó el vía crucis más largo que Isabel Preysler haya podido sufrir en su vida, tal vez porque en esos momentos se esperaba lo peor. A pesar del trance, tuvieron que resolver los trámites de ingreso y ubicarse

1 El doctor Mata se formó a las órdenes del neurocirujano Gonzalo Bravo Zu-balgoitia, fallecido en julio de 2013, buen amigo de la familia Boyer Preysler.

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en una de las dieciocho suites que hay entre las ciento veintiséis habita-ciones que integran la clínica. Afortunadamente, el Ruber Internacional está dotado del mejor servicio médico del que pueda disponer un hospi-tal privado y de un mobiliario esmerado. Como bien conocía la familia, porque había sido en esa misma clínica donde Isabel había dado a luz a Ana, la hija que había tenido de su matrimonio con Miguel Boyer.

En esos momentos Isabel acababa de cumplir los sesenta y un años, Miguel Boyer los setenta y tres, y Ana, iba camino de los veintitrés.

Fue una noche larguísima, pues era una operación muy delicada. El doctor Mata tuvo que realizar una craneotomía y una evacuación del hematoma intraparenquimatoso. Tanto tiempo y tan larga espera dieron lugar a que por la mente de Isabel pasara la película de su vida y espe-cialmente sus primeros años de relaciones con Boyer.

Recordó aquel día en que le conoció en casa de Mona Jiménez (primavera del 82), en una de aquellas famosas «lentejas», donde se reu-nían políticos, empresarios e intelectuales a debatir la situación que vivía España. Miguel Boyer no era todavía el ministro todopoderoso que sería poco después, aunque ya se sabía que era la mano derecha económica de Felipe González. Aquella comida, que presidió él, en la calle Capitán Haya, sirvió para que Isabel se fijara por primera vez en aquel hombre que hablaba mejor que nadie y que tenía un sentido del humor desco-nocido para ella. Y recordó que a la salida solo se dijo a sí misma: «¡Este hombre me gusta!».

Isabel estaba todavía casada con su segundo marido, Carlos Falcó, el marqués de Griñón, con el que había tenido a su hija Tamara, y Miguel estaba casado con la doctora Elena Arnedo, con la que tenía dos hijos, Laura y Miguel.

Fueron los inicios de un romance que todavía dura, pues a partir de aquel día la filipina hizo lo posible por asistir a aquellas reuniones, co-midas o fiestas en las que sabía que se contaba con la presencia de Boyer. Fueron meses en los que el amor se fue fraguando, discretamente, oculto a los ojos de los demás, bajo el paraguas de reuniones aparentemente inocentes entre los dos matrimonios que parecían llevarse especialmente bien. El marqués invitó al matrimonio Boyer a su finca El Rincón, en

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Aldea del Fresno (Madrid), y aquel verano los Boyer invitaron a Isabel y su marido a pasar unos días en Ibiza, donde veraneaban Miguel y su mujer Elena Arnedo junto a sus dos hijos.2 Sin embargo, en el mes de octubre se celebraron las elecciones generales y el PSOE, con Felipe González al frente, barrió en las urnas, con una mayoría absoluta de 202 diputados, la más grande obtenida hasta ahora por cualquier partido. Y eso tuvo una influencia decisiva en las relaciones de ambos, porque Miguel formó parte del primer gobierno socialista como ministro de Economía, Hacienda y Comercio, o sea, como superministro, lo que encendió aún más las ambiciones de la filipina. Desde siempre Isabel había querido estar cerca del poder y la relevancia social. Además, sus relaciones con el marqués de Griñón se habían ido deteriorando y la pareja estaba abocada a la ruptura.

Mientras en el hospital aguardaba alguna noticia por parte del mé-dico, otros pensamientos sobre su vida distraían el tiempo de espera. Por la cabeza de Isabel pasó también, como una ráfaga de viento, la reunión que tuvo con la que ha sido su íntima desde que llegó a España, Carmen Martínez-Bordiú. Porque un día Isabel cogió un avión y se plantó en la capital francesa, donde ya vivía en esas fechas la nieta de Franco, que se había casado con el anticuario Jean Marie Rossi, y juntas se fueron a cenar a uno de los restaurantes preferidos por ambas, La Coupole, situado en el bohemio distrito de Montparnasse.

—Carmen, he venido a verte porque tengo que contarte algo serio. Me

he enamorado.

—¡Qué me dices, Isabelita!

—Sí, y quiero que seas tú la primera en saberlo, porque ya estoy

decidida a todo.

—¿Y puedo saber quién es el afortunado?

—Miguel Boyer.

—¿Miguel Boyer? ¡El ministro socialista!

—Sí, el mismo.

2 Véase capítulo 2.

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—Pero si está casado.

—¡Y yo también!

—Bueno, eso no es problema, tú ya sabes cómo tienes que actuar.

—Sí, pero tengo mis dudas.

—¿Económicas, sociales, políticas, religiosas?

—De todo un poco, pero ahora lo que más me preocupa es la niña,

Tamara solo tiene dos años.

—Eso tampoco es un problema, cuanto más pequeños son los niños

mejor. Y más si... —y Carmencita se echó a reír— rápidamente le traes un

hermanito.

—No seas bruta, Carmen, que estamos hablando de cosas serias.

—Oye, Isabelita, que tú y yo ya somos expertas en divorcios. Por

cierto, ¿cómo está económicamente?

—No lo sé, pero creo que muy bien.

—Bueno, creo que ahora mismo lo más importante es evitar el escán-

dalo, porque no lo dudes, vais a ser portada de todas las revistas y todos

los periódicos. ¿Dónde os veis?, tenéis que evitar a toda costa salir en los

papeles rosa.

—Pues la verdad es que eso lo tenemos difícil, hasta ahora lo veni-

mos resolviendo porque Miguel tiene muchos amigos y de mucha con-

fianza.

—¿Y por qué no os venís a París?, ya sabes que en París uno se pierde,

que esto no es Madrid.

—Mmm... Puede ser una buena idea… se lo diré a Miguel. ¿No te

parece?

Y por la mente de Isabel pasaron muchas imágenes de aquellos via-jes que los dos hicieron a la capital francesa. Se entretuvo regodéandose en los felices tiempos vividos.

También estuvo presente en esos momentos su madre, Betty Arrastia, el sostén de su vida, el hombro en el que tantas veces había llorado, su mejor confidente, su más leal amiga. Y, asustada como estaba, recordó lo que desde pequeña le había dicho su madre en más de una ocasión: «Hija, algún día te harás mayor y vivirás tu propia vida, pero nunca te

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olvides de Dios. Una persona sin fe, sin principios firmes, es como un barco a la deriva».

Recordando estas palabras no pudo evitar que unas lágrimas aso-maran a sus ojos. Fue quizás el único momento de debilidad que vivió esa noche. Porque su modo de vida encontró la base en esas palabras de su madre: Dios y los principios. Es verdad que la vida le deparó encrucijadas difíciles y que nada le había resultado fácil. Sin embargo, nunca olvidó sus consejos y todavía en aquel momento deseó tenerla al lado, volver la cabeza y mirarla a los ojos, sentirse segura, arropada, tanto que sin pensarlo cogió el teléfono y desde la propia suite de la clínica Ruber marcó el número de su madre que por aquellas fechas estaba en Manila.

—Hola, madre —le dijo entre sollozos.

—Hola, hija, ¿qué te pasa?

—Mamá, mamá, Miguel ha sufrido una embolia cerebral y ahora

mismo lo están operando a vida o muerte.

—¿Qué me dices, Isabelita?

—Sí, mamá, Miguel está muy mal, no sabemos si saldrá vivo del qui-

rófano... ¡Estoy muy asustada!

—No me extraña. Pero, te recuerdo que es en la adversidad donde

hay que mostrarse fuertes, y tú lo eres. Confía en Dios... Miguel también

es un hombre fuerte... ¿Y Ana?, ¿cómo está?

—¿Cómo quieres que esté?, la pobre se ha llevado un susto de miedo,

y todavía está temblando... Ya sabes lo que quiere a su padre y lo unidos

que han estado siempre.

—¿La tienes al lado?

—Sí, está aquí a mi lado.

— Dile que se ponga...

—Abuela…

—¡Ana, hija mía! ¿Cómo estás?

—Abuela, muy mal... mi padre se nos muere...

—No digas eso, niña... Hay que tener fe.

—Abuela, lo he visto muy mal, yo creo que no sale de esta.

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