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INSTITUTO UNIVERSITARIO INTERNACIONAL DE TOLUCA DOCTORADO EN EDUCACIÓN Tecnologías de Información y Comunicación. Docente: Dr. Octavio Islas Carmona Trabajo final Experiencia docente: De la retrospección a la introspección, un viaje entre el desconocimiento y el re-conocimiento de una profesión . Por: Iveth Guadalupe Rangel Esquivel

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INSTITUTO UNIVERSITARIO INTERNACIONAL DE TOLUCA

DOCTORADO EN EDUCACIÓN

Tecnologías de Información y Comunicación.

Docente:Dr. Octavio Islas Carmona

Trabajo final

Experiencia docente:De la retrospección a la introspección, un viaje entre

el desconocimiento y el re-conocimiento de una profesión.

Por:Iveth Guadalupe Rangel Esquivel

Toluca, México, octubre 17 de 2014.

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De la retrospección a la introspección, un viaje entreel desconocimiento y el re-conocimiento de una profesión

Escribir, más que transmitir un conocimiento, es acceder a ese conocimiento. El acto de escribir-nos permite aprehender una realidad que hasta

el momento se nos presentaba en forma incompleta, velada, fugitiva o caótica. Muchas cosas las comprendemos sólo cuando las escribimos

Julio Ramón Ribeyro

Llevar a cabo un ejercicio retrospectivo, sobre las experiencias vividas como parte

de la comunidad académica de la Universidad Autónoma del Estado de México –

UAEM-, en diversos espacios; es como ingresar a un tobogán de espirales

constantes, en las que se entremezclan un sinfín de imágenes, sensaciones y

recuerdos que han definido gran parte del desarrollo y desempeño de mi actividad

como profesora de nivel superior y como personal académico administrativo en la

Administración Central. Este proceso de re-creación no ha estado circunscrito a lo

profesional, por el contrario, mantiene un estrecho vínculo con mi historia personal

ya que, derivado del interactuar diario, he encontrado pocos pero, grandes y

entrañables amigos, tanto en profesores como en estudiantes.

Al cuestionarme qué puedo o qué quiero compartir de lo que he vivido en 19 años

de actividad docente, el primer recuerdo que viene a mi mente es la forma

circunstancial en que ingresé a la docencia en la UAEM: una tarde antes de

presentar mi examen recepcional para licenciarme en Letras Latinoamericanas,

recibí la llamada de la entonces coordinadora de la licenciatura en Lengua Inglesa,

la Mtra. Claudia Martínez, quien me preguntó si estaba titulada; le comenté que

presentaría mi examen al siguiente día –viernes- y entonces me invitó a dar clases

en la Facultad de Lenguas. Sentí que me petrificaba, nunca había contemplado la

posibilidad de dar clases y menos en licenciatura y, ni por asomo, en la

Universidad; para evitar dar una respuesta negativa, le contesté que no tenía

experiencia y no sabría qué hacer.

Su respuesta me angustió más que su propuesta: tres profesores de la Facultad

de Humanidades, a quienes habían solicitado que propusieran algún egresado de

Letras Latinoamericanas para integrarse en la plantilla docente de Lengua Inglesa,

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habían mencionado mi nombre, Claudia no me conocía, me dijo que tenía mucho

interés por hacerlo. No supe qué decir, estaba muda de la sorpresa.

Antes de que pudiera decir algo, la Mtra. Claudia me dijo que no aceptaba un no

por respuesta, que me esperaba el lunes en Lenguas, con mi documentación para

conocerme, entrevistarme y platicar sobre lo que me inquietaba. Durante el fin de

semana, familiares y amigos me felicitaban por ser tan “afortunada de entrar a la

Universidad a trabajar”, mientras yo no tenía la menor idea de qué hacer o por

dónde empezar. La entrevista no fue tal, en realidad recibí una cálida bienvenida

por parte de Claudia, además de una breve, pero muy precisa, inducción a la parte

administrativa de la UAEM, destacando la importancia de ser muy puntual y

cumplida con los tiempos y actividades que la propia Institución señala para

quienes realizan la actividad docente.

La introducción a lo administrativo fue de gran ayuda, a la fecha no he tenido

ningún contratiempo de éste tipo. Sin embargo, algo que definió mi compromiso

con la docencia fue el tiempo y empeño que ella puso en guiarme para que, desde

el primer día de clases, yo actuara como una profesora de licenciatura. Durante

casi un mes del periodo intersemestral, Claudia me enseñó desde el plan de

estudios, las materias y los programas de las que yo impartiría; me prestó sus

apuntes, sus materiales, me platicó sus técnicas y actividades, me explicó cómo

evaluaba y porqué lo hacía de esa manera; cómo elaborar distintos tipos de

exámenes, me ayudó a preparar mi primera clase e incluso me pidió que se la

presentara para identificar problemas de dicción, manejo de pizarrón, uso de

proyectores, manejo de la voz, forma de dirigirme a los estudiantes para “ganarme

su respeto, porque son personas, no máquinas; tienen sensaciones y emociones y

tú debes ser empática” …Finalmente me sugirió llevar siempre una bitácora de

clase en la que apuntara todo lo que se hace y sucede en cada sesión, quizá el

consejo más valioso que he recibido, por lo que cada día me aporta como persona

y como profesora.

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Por si lo anterior fuera poco, una vez iniciado el semestre, hizo un seguimiento

puntual con los grupos, para saber cómo se desarrollaban los cursos y qué

opinaban de mi desempeño; al llegar los primeros parciales, esperó a ver los

resultados obtenidos por mis alumnos para preguntarme si aún dudaba de

dedicarme a la docencia o seguiría participando con ellos. La respuesta: desde

entonces, septiembre de 1995, sigo trabajando en la Universidad, y cada primer

día de clase siento mariposas en el estómago cuando entro al salón y me presento

ante el grupo; como el primer día, llego puntual, con los programas para mis

alumnos, con mis materiales de trabajo, con la mejor disposición y, con el

compromiso de hacer las cosas bien. Inicio cada materia llevando la bitácora de

clase que, a la fecha, me permite identificar errores y aciertos, personales y

profesionales, para esforzarme por ser y hacer mejor mi actividad como maestra.

En mi primera experiencia como profesora de asignatura, aprendí tantas cosas

que, ahora que las veo como en una película, agradezco que existan personas tan

íntegras y comprometidascomo Claudia, personas tan humanas que saben

compartir con los demás sin temor a perder, sin temor a que los más jóvenes les

quiten su lugar; sin mayor interés que lograr el bien común. Ella siempre ha dicho

que si somos buenos maestros, tendremos buenos alumnos y seremos mejores

ciudadanos y, por ende, mejores seres humanos. Recuerdo que me decía:

“enséñales bien, porque ellos serán los maestros de tus hijos y tú puedes ser el

ejemplo que ellos sigan como profesionales”. El tiempo le dio la razón, algunos

alumnos han sido maestros de mis hijos, ¡buenos maestros!

Para mí, lo más importante de la experiencia anterior fue descubrir la importancia

de las emociones, las condiciones y las necesidades particulares en la interacción

con los distintos grupos; el tener en cuenta estos elementos, al momento en que

se trabaja frente a grupo, me ha sido de gran utilidad para adecuar mi trabajo de

acuerdo al espacio, momento y circunstancias propias del grupo.

Poco después de trabajar en la Facultad de Lenguas, a la par, me integré a la

Facultad de Humanidades, también como profesora de asignatura; solicité trabajo

con la seguridad que me daba la experiencia adquirida, un semestre antes. Se me

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dio la oportunidad de dar clases de inglés a un grupo de la licenciatura en Historia

y a uno de Filosofía; las acepté –pese a que yo quería trabajar literatura o teoría

literaria- pensando que sería como en Lenguas, relativamente fácil, ya que, con el

respaldo y la guía de Claudia, siempre tuve a quién acudir cuando tenía dudas o

no sabía qué hacer. Fue un semestre lleno de contrastes, mientras en Lenguas

daba Literatura Iberoamericana, Expresión del Arte e Historia de la Literatura; en

Humanidades, inglés en diferentes licenciaturas.

En Lenguas todo iba de maravilla, la mayoría de los alumnos se involucraban

rápidamente con los contenidos y trabajaban conforme a lo esperado. La situación

en Humanidades era distinta, en Filosofía tenía pocos alumnos, todos con

conocimientos avanzados de inglés, lo que hizo que el curso fuera muy ágil,

dinámico y satisfactorio para todos. Sin embargo, por más que hacía no lograba

que el grupo de Historia avanzara conforme a lo programado, lamentablemente

sólo 2 estudiantes, de 25, habían cursado inglés en secundaria y preparatoria; el

resto tenían serias deficiencias, no entendían estructuras gramaticales, carecían

de vocabulario y teníamos que trabajar primero en español y luego en inglés.

En Filosofía me fue muy bien, de 10 alumnos solo uno de ellos estaba falto de

práctica, era un maestro jubilado de la Normal Superior y con muchas ganas de

licenciarse en Filosofía, siempre animoso y con muchos consejos y experiencias

por compartir. El grupo era muy armonioso, lo que generaba un excelente

ambiente de trabajo; se estableció una dinámica de club de conversación sobre

pequeños textos que acordábamos leer para cada sesión, el Mtro. Luis siempre

era el más participativo, disfrutaba estar en la facultad y propiciaba la participación

de todos los compañeros, los jóvenes le tomaron tanto cariño que fue él quien dio

el discurso de su generación al terminar su carrera.

Pese a lo grato de trabajar con Filosofía, me estresaba el grupo de Historia, por

más estrategias y actividades que intenté, al final fue un gran fracaso personal; los

chicos terminaron con un curso muy básico, más en español que en inglés. Sin

duda, tenían muchas ganas de aprender pero, el semestre resultó insuficiente,

optamos por exponer la situación al Coordinador y él logró que un profesor de la

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Facultad de Lenguas les diera un curso especial de nivelación, ello tranquilizó un

poco mi conciencia. En ese momento entendí que tener un conocimiento no

necesariamente te da la capacidad de enseñarlo, me sentí terriblemente frustrada

y decepcionada de mí ya que sabía que le había fallado al grupo.

La experiencia anterior me hizo vivir en carne propia la necesidad de reflexionar

sobre las condiciones particulares de cada grupo, de cada espacio, de cada

alumno y entender que una misma materia jamás podrá impartirse de la misma

manera, en grupos distintos. En este periodo aprendí a diagnosticar a cada grupo

en los primeros días para identificar cómo iniciar, qué enseñar y cómo impartir la

materia; entendí la importancia de los conocimientos previos y cómo determinan,

en gran medida, el avance y los resultados que se obtengan. También decidí

jamás volver a dar una clase de inglés, bajo ninguna circunstancia.

La dinámica Lenguas-Humanidades continuó durante algunos semestres hasta

que, por un cambio de administración, se decidió que el perfil docente de la

Facultad de Lenguas debía ser sólo de licenciados en Lenguas o idioma extranjero

y, de preferencia, ser profesores extranjeros; por tanto, los que no reuníamos los

requisitos tuvimos que buscar otros espacios de oportunidad. Algo que a la fecha

me resulta muy grato del trabajo realizado en la Facultad de Lenguas, es el

reconocimiento que me expresan los ex alumnos, cuando tengo oportunidad de

encontrarlos, eso es muy gratificante y me lleva a reconocer que el esfuerzo por

hacer las cosas lo mejor posible, ha valido la pena.

A partir de nuestra salida de Lenguas empezamos a reubicarnos, Claudia cambió

de Institución educativa por un tiempo pero, dejó una profunda huella en mí,

cuando nos separamos decidí que siempre que tuviera la oportunidad de apoyar a

alguien en el camino lo haría, sin importar quién sea o de dónde venga. A la fecha,

Claudia Martínez, es una de mis maestras favoritas: me educó para ser profesora

en la Universidad, algo que jamás planeé y de lo cual no me arrepiento; me educó

para tener un trabajo hermoso que me llena de satisfacción y me demostró que

siempre vale la pena ser solidarios con los demás.

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Por mi parte, tuve la oportunidad de integrarme a más grupos de la facultad de

Humanidades, todos de la licenciatura en Letras Latinoamericanas, Teoría

Literaria, Literatura, Lingüística… mi llegada a Humanidades fue el reencuentro

con mis profesores y una compañera de generación, sólo que ahora como pares;

para la mayoría de los maestros esto no parecía grato, existía cierto recelo

porque, al ser una de las profesoras más jóvenes, los estudiantes buscaban

inscribirse en mis grupos y no con los que tenían más tiempo. Pese a todo, el

Maestro Eugenio Núñez y la Dra. Mihaela Comsa fueron y son mis grandes

pilares, me han brindado amistad, asesorías, materiales, consejos, apoyo, desde

que era estudiante, hasta hoy que son de mis mejores amigos, sin duda a ellos

debo gran parte del buen desempeño docente que siempre tuve en la Facultad.

El trabajo frente a grupo, en Humanidades, me hizo reconocer que necesitaba

saber más de las materias, lo aprendido en licenciatura no era suficiente; me

resultaba imperativo adquirir la capacidad y habilidades para enseñar a mis

alumnos mucho más de lo que yo había aprendido, y hacerlo de una forma

diferente a mis profesores para distinguirme y sobresalir por mis propios méritos;

quería demostrarles a mis maestros que era digna de ocupar un lugar como

docente en la UAEM.

Por esos días recibí la invitación para cursar la Maestría en Estudios Literarios,

una de mis grandes pasiones es la Teoría literaria y esta maestría era totalmente

sobre teorías. No sabía qué hacer ya que trabajaba toda la mañana y mi familia

me apoyaba recogiendo a mis hijos de la guardería, les daban de comer y los

cuidaban hasta que yo regresaba, pasábamos con mis papás gran parte de las

tardes y no quería molestarlos más.

En realidad no sabía cómo decirles que estaba interesada en seguir estudiando,

impulsada por mi deseo de estudiar, los consejos de Eugenio y Mihaela, además

del apoyo de mi esposo y mis hermanas; decidí hablar con mis papás, fue un poco

complicado porque mi papá sólo contaba con estudios hasta 3º. de primaria, hijo

de campesinos, llegó de Michoacán a Toluca y trabajó como obrero en Celanese,

y velador, intendente y “liniero” para la extinta Compañía de Luz, de donde se

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jubiló. Pese a su nivel escolar mi padre amaba la lectura, a él debo mi amor por

las Letras, la Filosofía y las Ciencias Sociales, tenía una biblioteca impresionante y

no había día que no leyera el periódico y un libro, hábitos que me inculcó

pacientemente en cuanto aprendí a leer; sin embargo, él no entendía qué era una

maestría o un doctorado.

Mi madre, apoyo incondicional, siempre nos impulsó a estudiar, así que con ella

bastaba decir “quiero estudiar” para contar con su aprobación; cuando hablé con

ellos, pensaron que la maestría era un curso de unos días, tuve que explicarles

qué son los estudios de posgrado y el tiempo y dedicación que se requiere para

efectuarlos y por qué, si deseaba mantenerme en la docencia, era importante

contar con ese tipo de preparación. La maestría tenía una duración de dos años y

medio, ambos acordaron ayudarme con los niños para que yo no dejara de

trabajar, no podía darme ese lujo, y asistiera a la escuela todas las tardes.

Nunca olvidaré el orgullo en la mirada de mis padres cuando concluí la maestría,

me preguntaron qué seguía de la maestría; lo mismo me preguntaba yo, que lo

que más anhelaba era un trabajo seguro; como profesora de asignatura vivía en

constante incertidumbre y temor de quedarme sin un ingreso seguro.

Pocos meses después de concluir la maestría, y gracias a la recomendación de un

amigo, recibí una gran oportunidad: integrarme como profesora de tiempo

completo a la Administración Central de la UAEM. Esta vez no lo pensé dos veces

y acepté de inmediato, se programó la entrevista en Rectoría y, la persona que me

entrevistó, confirmó mis sospechas cuando me dijo “Maestra a nosotros nos

interesa mucho que usted participe en Humanidades por su perfil pero, los

directivos no la quieren de tiempo completo”… me decepcionó la inmadurez, los

celos o el temor que algunos profesores sienten ante las nuevas generaciones

pero, ésta vez sabía lo que quería y estaba segura de lo que podía hacer, sin

inmutarme le pedí que me colocara donde él considerara que yo podía ser útil y

me diera la oportunidad de demostrar mi capacidad y compromiso institucional a

través de mi trabajo. Me asignó a la Dirección de Desarrollo del Personal

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Académico, DiDePA y me comentó que contaba con todo su apoyo para

superarme dentro de la UAEM.

Conocía la dinámica de DiDePA como participante en procesos de

profesionalización docente, era una asidua asistente a los cursos de formación

pedagógica y didáctica que ahí se imparten al personal académico de la UAEM y

había cursado un Diplomado en Docencia. Sin embargo, cuando me presenté con

la Directora, me sentí, de nuevo, como cuando empecé a trabajar en la UAEM: sin

idea de qué hacer y cómo, ya que mi formación en Letras Latinoamericanas no

tiene relación con áreas de profesionalización o capacitación docente y el mundo

de la gestión, al que ahora me integraba como personal académico-administrativo,

es del todo desconocido para la mayoría de los docentes, incluida yo en ese

momento.

Cuando la Directora revisó mi currículo decidió que aprovecharía mi formación y

me pidió que asistiera a la subdirectora académica, la Mtra. Andrea Sánchez, en el

manejo de información y documentación, además de integrar materiales didácticos

y textos que fuera necesario elaborar por parte de la Dirección; el trabajo me

gustaba mucho ya que tenía que mantenerme informada y actualizada sobre

diversas cuestiones educativas e institucionales. Nuevamente enfrentaba un

mundo desconocido y, de nuevo, sin conocerme; hubo alguien dispuesta a

guiarme y apoyarme de forma desinteresada e incondicional. Andrea Sánchez,

una mujer de excelencia académica y alto prestigio institucional, me tendió la

mano desde el momento en que nos presentaron, me ofreció su amistad y el

primer día dio instrucciones para que me instalaran en su oficina ya que

trabajaríamos “hombro con hombro”.

Ser parte del área académico administrativa de la Administración Central, me

permitió conocer la otra cara de la institución, la que soporta y ejecuta todos los

procesos institucionales, y me llevó a valorar el trabajo anónimo que desarrollan

muchos universitarios. Integrarme al equipo de DiDePA evidenció, para mí, la

necesidad latente y manifiesta de los profesores universitarios de ser capacitados

en cuestiones didáctico-pedagógicas y disciplinarias, son frecuentes las anécdotas

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de estudiantes que tienen profesores brillantes que, lamentablemente, “no saben

enseñar”. Debo confesar que yo también creía innecesaria éste tipo de

capacitación pero, el conocimiento y la práctica que adquirí en los cursos de

capacitación, me habilitaron para ser y ejercer de diferentes maneras mi práctica

docente, cuestión que se ha visto reflejada en las evaluaciones estudiantiles y por

las que recibí felicitaciones de distintos directores.

Sin saberlo, DiDePA fue el primer paso para que, en la actualidad, me decidiera a

cursar un posgrado en Educación; además de la formación didáctico pedagógica y

del conocimiento de la organización y dinámica institucional, por consejo de

Andrea Sánchez, me di a la tarea de leer a profundidad la Normatividad que rige a

la UAEM: Legislación Universitaria, Reglamentos, Contratos… para que todo el

trabajo que desarrolláramos estuviera siempre en el marco legal de nuestra

institución. Esto ha sido fundamental para mi propio desempeño y para la

orientación de algunos compañeros cuando lo requieren.

El espacio de interacción que se genera en DiDePA es muy interesante ya que, en

un curso de actualización disciplinaria o de capacitación docente, confluyen

profesores de diferentes espacios, de diversas formaciones, con condiciones

laborales distintas… es decir, es un mundo de visiones, reflexiones, intereses,

búsquedas, encantos y desencantos sobre la actividad docente; los diálogos que

se establecen en las aulas, los productos que se obtienen y las opiniones que se

emiten sobre los diversos temas muestran el crisol de vivencias y experiencias

que es la UAEM. Un factor en común que llamó mi atención es el poco

conocimiento sobre la normatividad que nos rige, lo cual considero una falta de

cultura laboral que afecta, por desconocimiento, su desempeño y desarrollo en la

Institución.

Entender qué es una Institución educativa, cómo funciona, los innumerables

factores que inciden en su desarrollo, la complejidad de la propia estructura

organizacional, el peso de las políticas públicas en la toma de decisiones, las

tradiciones, las ideologías, los intereses… lo más importante, para mí, de todo lo

que aprendí en DiDePA, gracias a mi amiga Andrea Sánchez, fue adquirir un

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compromiso institucional a partir del conocimiento y reconocimiento de la

Institución a la que pertenezco, siempre con ética y responsabilidad de nuestras

acciones.

Los rectorados en la UAEM tienen una duración de cuatro años, por tanto, cada

cambio de Rector conlleva modificaciones en la estructura organizacional de las

dependencias. Un cambio de Rector, implicó para mí un nuevo espacio laboral,

aprovechando la coyuntura de cambio de directores, se solicitó mi apoyo en la

Coordinación General de Estudios Superiores –CGES- ya que se estaba

integrando el Reglamento del Programa de Evaluación Docente y esperaban que

fuera yo quien coordinara la redacción y estilo del documento final.

Nuevo espacio, nuevos compañero, de nuevo ignorancia y nuevos conocimientos

pero, trabajando “hombro a hombro” con Andrea Sánchez, quien también fue

invitada a colaborar en el mismo proyecto. La CGES, hoy nombrada Dirección de

Estudios Profesionales -DEP-; era una dependencia muy próxima a la Secretaría

de Docencia –SD- de la UAEM, el trabajo consistía en el desarrollo de programas

y proyectos que fortalecen las actividades que la SD realiza para el desempeño de

los espacios educativos en que se ofertan programas de educación superior. En

gran parte el trabajo debe efectuarse en equipo ya que involucra a toda la UAEM,

tanto en lo físico como en lo documental; no solo se lleva a cabo con personal de

la CGES, por lo general participan directivos y profesores de cada espacio,

comisionados para participar en los proyectos.

Gran parte de lo que se vive en el microespacio que es el salón de clase, es lo

mismo que se vive a nivel meso en las actividades que se programan a través de

las distintas direcciones y dependencias de la SD. Las actualizaciones de

programas educativos, de instrumentos como la encuesta de Evaluación

estudiantil, la actualización del PROED requieren la participación de profesores de

todos los espacios dela UAEM, por tanto cada reunión y cada toma de decisiones

se basa en necesidades propias de cada espacio; todas las necesidades,

sugerencias y expectativas son tomadas en cuenta a nivel macro y ello debe verse

reflejado en una serie de documentos que evidencien la inclusión institucional.

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El trabajo desarrollado en la CGES me permitió conocer distintas realidades de la

misma organización y, por tanto, comprender cómo, en las instituciones

educativas, lo niveles micro, meso y maso, se contienen y reflejan entre sí, de ahí

la importancia del trabajo en equipo e incluyente; algo que al decirlo parece obvio

y evidente no lo es tanto, requiere sumar intereses, flexibilizar expectativas, ceder

ante otras necesidades y tener la capacidad de integrar las partes en un todo que

aporte beneficios a los sectores involucrados.

El conocimiento de la institución, la experiencia adquirida a través de los años, el

compromiso y las metas institucionales, por encima de las personales; la

honestidad y el trabajo arduo fueron las características que se conjugaron en el

equipo que integró la Dra. Medina, directora de la CGES, y por medio del cual dio

inicio a uno de los cambios más significativos en los últimos años en la UAEM: la

transición del modelo educativo, de lo rígido a lo flexible, del uso de las TIC como

herramientas fundamentales del trabajo docente, de la evaluación constante y

permanente de los procesos… todo lo que fue necesario para llevar a la UAEM del

siglo XX al siglo XXI.

Lo que aprendí durante esta experiencia es la importancia del trabajo en equipo,

del reconocimiento a las aportaciones de los otros, del respeto por la diversidad de

maneras de trabajar… fue una época muy productiva y de trabajo muy arduo que

aportó grandes beneficios y satisfacciones a los involucrados directa o

indirectamente. No podría afirmar que la UAEM cambió, es una Institución con

tradiciones centenarias, anquilosadas por la costumbre; sin embargo, ha habido

cambios significativos y con la constante integración de jóvenes profesores de

asignatura, los esquemas poco a poco van cambiando.

En 2005, además de la elección del nuevo Rector, se llevaron a cabo elecciones

de director en la Facultad de Humanidades, siendo electa la Dra. Rosario Pérez,

amiga y compañera de generación; quien, sin avisarme, solicitó al Rector se

autorizara mi cambio de espacio laboral a la Facultad para apoyarla en su gestión

a partir de 2006, él accedió y ella me invitó a colaborar en su administración con la

creación y habilitación del departamento de titulación.

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Me emocionó la idea de integrarme de tiempo completo a un organismo

académico, desde mi ingreso había ejercido la docencia como profesor de

asignatura, así que esto era algo diferente en el camino.

En esta ocasión la llegada a Humanidades no fue tan descortés como cuando me

inicié como profesora de asignatura, además, me integré como tiempo completo

para desempeñarme como parte del personal administrativo, por tanto no

resultaba una “amenaza”; pese a todo no faltó un momento sumamente

desagradable cuando una profesora me gritó a mitad del patio “luego me dice qué

hay que hacer para obtener un tiempo completo”, lejos de molestarme sentí

mucha tristeza por ella, había sido mi profesora y era evidente que le molestaba la

diferencia en las condiciones laborales de ambas.

Ejercer la docencia siempre es una experiencia gratificante, la convivencia con

adultos de distintas edades -la mayoría de ellos jóvenes- y motivaciones para

estudiar, sus percepciones de la vida, sus sueños, sus luchas, sus anhelos… todo

expresado con libertad y motivado por las distintas lecturas e investigaciones que

realizan como parte de su formación profesional son un campo fértil que, como

profesores, tenemos la oportunidad de sembrar y cosechar. Para mí, resulta

apasionante ver las diferencias de sentido que damos los seres humanos al

mismo fenómeno, derivadas de nuestros procesos significativos y de nuestras

emociones; por tanto, estar frente a un grupo de estudiantes y, como tiempo

completo, asesorar sus trabajos, tener sesiones de tutoría, asistir a reuniones de

academia y escuchar sus demandas y propuestas, entre otras cosas, me resulta

enriquecedor como docente y como ser humano.

El espacio de Humanidades tiene una complejidad muy particular: en él conviven

cinco licenciaturas que, en ocasiones, tienen puntos de encuentro e integración

pero, en otras ocasiones, resultan totalmente opuestas; en todas las áreas la

discusión fundamentada y argumentada es una práctica cotidiana, algo que pocas

veces se ve en otros espacios donde el trabajo se lleva a cabo de manera más

individual o los equipos se integran bajo una misma línea de desarrollo. Entre los

humanistas las cosas no son sencillas, todos tienen teorías, supuestos,

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argumentos… para que de una discusión surja un debate y llegue, incluso, a una

agresión o una molestia entre los participantes.

Mi estancia en la Facultad de Humanidades me llevó a valorar la prudencia y a ser

más rígida sobre el respeto a los argumentos, conocimientos, posturas, ideas,

visiones de mundo… de aquellos con quienes debo convivir por distintas razones;

esto lo he llevado al punto de ser parte de las reglas en el salón de clase,

cualquier falta de respeto a alguno de los integrantes, significa baja automática y

definitiva del curso, la exigencia es el respeto al otro, en todo momento.

He dicho que la UAEM, como toda institución, es un crisol de formas de ser y

hacer, por tanto es fundamental saber en qué momento no cabe la discusión o

reconocer cuándo se es desconocedor del tema o cuándo, la pasión por lo que

hacemos, nubla nuestra visión y cierra nuestros oídos a otras opiniones.

Gracias a la dinámica antes descrita, aprendí que reconocer al otro, en todo su

valor, nos permite reconocernos a nosotros mismos por lo que somos, sabemos y

hacemos; el espacio educativo debe ser un generador de opiniones, de valores,

de emociones y nunca un destructor o agresor de aquellos que son distintos, léase

profesores, estudiantes o cualquier otra persona. Para mí algo fundamental en

toda enseñanza debe ser el respeto y la inclusión, no la tolerancia, la inclusión.

En 2011, ya con otro Rector y director en funciones, me informan que el Director

de la DEP solicita me reintegre a esa dependencia para apoyarlo con la

elaboración de un proyecto, por lo que comienzo a informar a mis compañeros que

me reintegraré a mi antiguo lugar de trabajo puesto que cuando fui comisionada a

la Facultad de Humanidades, había acordado con el Director de la DEP que en el

momento en que él solicitara mi regreso, me presentaría a la brevedad, por tanto

debía cumplir con la palabra empeñada. Sin embargo, varios compañeros

profesores se manifestaron en contra de ésta decisión, los alumnos se molestaron

mucho con la situación -incluso amenazaron al Director-; a mí, estas actitudes me

parecieron una muestra de reconocimiento al trabajo realizado en ese espacio.

Tuve que señalar que tenía un compromiso que cumplir y por tanto no podía

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permanecer más en la Facultad, lo aceptaron y a partir de ahí se fortalecieron

muchos vínculos de amistad y compañerismo.

Regresar a la DEP, un espacio medular en las funciones de la Secretaría de

Docencia de la UAEM, era como volver a casa después de una larga ausencia; de

2011 a la fecha el trabajo académico administrativo ha sido muy demandante,

mas, como deseo mantenerme activa en la docencia, participo en la Facultad de

Enfermería con materias de lenguaje y didáctica; es una facultad que me ha

impresionado gratamente por el orden, la disciplina, el compromiso, la solidaridad,

el interés y empeño con que cada sector cumple el rol que le corresponde. En este

espacio reforcé la idea de que la disciplina y el compromiso son vitales para el

logro de los objetivos de la institución, de los estudiantes, de los profesores, de

cada sector; sin duda una de mis experiencias más valiosas.

En un afán de vincularme más con la actividad actual, decido cursar un posgrado

relacionado con la Educación e ingresó al IUIT con la convicción de que oferta

excelentes programas de estudio pero, sobre todo, que su fortaleza es tener un

claustro de gran calidad humana y académica y de quienes he aprendido mucho

más de lo esperado.

Durante este último periodo he aprendido que el aprendizaje y la enseñanza son

actividades inacabadas, nunca se deja de aprender y siempre se puede enseñar.

La enseñanza es, a menudo, un proceso reflexivo y de autoevaluación más allá

del desempeño docente, va a lo personal, a nuestro actuar como personas, a

nuestro compromiso como ciudadanos. La docencia me ha brindado la

oportunidad de conocer diversos rostros de la condición humana, desde el interés

sincero por aprender, por superarse como ser humano, no sólo por obtener mayor

remuneración económica sino por elevar la calidad de vida a través del

conocimiento, la reflexión, la investigación.

El camino ha sido largo, aún no acaba. He sido una persona muy afortunada, por

supuesto no todo ha sido agradable mas, lo que afecta la condición humana no

merece la pena ser nombrado, por tanto, esas experiencias que me han lastimado

Page 16: Iveth Rangel -    Web viewAl cuestionarme qué puedo o qué quiero compartir de lo que he vivido en 19 años de actividad docente, el primer recuerdo que viene a mi mente es la

no tienen cabida en este relato, porque he ganado mucho más de lo que podría

haber perdido.

Pocos compañeros son tan afortunados de participar en distintos espacios y de

conocer a tantos seres humanos valiosos, la docencia me lo ha permitido como se

lo ha permitido a cada profesor que profesa la enseñanza siempre que tiene

oportunidad de hacerlo, gracias Claudia, Andrea, Eugenio, Mihaela, gracias a mis

profesores, alumnos y compañeros por todo lo que me han enseñado. Gracias al

destino por la oportunidad de ser docente.

Coincido con Gilles Ferry cuando afirma “Historias de Vida, relatos de experiencia,

…, los docentes trabajando en su tarea de transmisión de saber me parecen de

una riqueza esencial para la representación que los futuros docentes pueden

hacerse de su oficio, de su práctica, de las situaciones con las cuales tienen que

trabajar”.