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Un Hombre Honrado Ivonne Recinos (Cuando cayó el disparo, la llave del agua y entonces pudo oír el retumbo de la bala desperdigado en el anlbiente neblinoso . Con las manos jabonosas aún , escuchó el llanto desganado, se echó agua, se escurrió las manos y secándoselas con el delantal empezó a correr. Atravesó el patio con las dalias y las varitas de San José florecidas y dobladas por la lluvia. No percibió el olor mañanero de la hierbabuena y el tomillo. Entró al corredor justo frente al dormitorio principal. Se acercó despacio y seguía el llanto , más que llanto, gimoteo. ) Sintió de nuevo el mismo olor a sangre y a las botas enlodadas y llenas de estiércol del corral. Continuó escuchando el llanto de la mujer después de años, aún lloraba. Abrió los ojos ysiguió lavando. Miró el patio. La llovizna no paraba y las ramas del guayabo le parecieron más pesadas. "De guayaba era la jalea que mi madrina me regalaba. Me la comía atragantándomela, como para no parar el gusto ni un ratito. Qué sabroso el olor de la guayaba. Tenés los pechos como guayabas maduras , ni duros ni blandos. Las piernas y las rodillas , lisitas como piedras de río. Me lo dijo muchas veces, acurrucado junto a mi cama, allá en el cuartito del otro pat io, mientras metía la mano por debajo de mi camisón . Me dejé la primera vez y tuve miedo; las otras veces pues también. Aprendí a apurar el momento , atragantándome el gusto sin pararlo ni un ratito. Él salía siempre solo a todas horas. Jugaba a los dados en la barbería de Moya. Le gustaba el palenque, tenía buenos gallos y apostaba, perdía y ganaba, igual que en las cartas, pero total , si era su dinero; lo ganaba trabajando desde temprano. Miraba el ordeño , las vacas, los cercos. Recorría los potreros. Compraba y vendía ganado en las ferias. Estaba pendiente de la caña para el trapiche, también de los naranjales . Era un buen hombre, honrado, trabaja- dor , asu familia no le faltaba nada; lo único eran las mujeres y los celos que sentía por su mujer , y la pobre , si ni salía sola a ninguna parte, ni al mercado siquiera, ni a 43

Ivone R- Un Hombre Honrado

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Ivonne Recinos es una escritora guatemalteca. Su cuento Un hombre honrado obtuvo el premio “Francisco de Victoria” en 1994

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Page 1: Ivone R- Un Hombre Honrado

Un Hombre Honrado Ivonne Recinos

(Cuando cayó el disparo, la llave del agua y entonces pudo oír el retumbo de la bala

desperdigado en el anlbiente neblinoso. Con las manos jabonosas aún, escuchó el

llanto desganado, se echó agua, se escurrió las manos y secándoselas con el delantal

empezó a correr. Atravesó el patio con las dalias y las varitas de San José florecidas y

dobladas por la lluvia. No percibió el olor mañanero de la hierbabuena y el tomillo.

Entró al corredor justo frente al dormitorio principal. Se acercó despacio y seguía el

llanto, más que llanto, gimoteo. )

Sintió de nuevo el mismo olor a sangre y a las botas enlodadas y llenas de estiércol del

corral. Continuó escuchando el llanto de la mujer después de años, aún lloraba. Abrió

los ojos ysiguió lavando. Miró el patio. La llovizna no paraba y las ramas del guayabo

le parecieron más pesadas.

"De guayaba era la jalea que mi madrina me regalaba. Me la comía atragantándomela,

como para no parar el gusto ni un ratito. Qué sabroso el olor de la guayaba. Tenés los

pechos como guayabas maduras, ni duros ni blandos. Las piernas y las rodillas, lisitas

como piedras de río. Me lo dijo muchas veces, acurrucado junto a mi cama, allá en el

cuartito del otro patio, mientras metía la mano por debajo de mi camisón. Me dejé la

primera vez y tuve miedo; las otras veces pues también. Aprendí a apurar el momento,

atragantándome el gusto sin pararlo ni un ratito. Él salía siempre solo a todas horas.

Jugaba a los dados en la barbería de Moya. Le gustaba el palenque, tenía buenos

gallos y apostaba, perdía y ganaba, igual que en las cartas, pero total, si era su dinero;

lo ganaba trabajando desde temprano. Miraba el ordeño, las vacas, los cercos. Recorría

los potreros. Compraba y vendía ganado en las ferias. Estaba pendiente de la caña

para el trapiche, también de los naranjales. Era un buen hombre, honrado, trabaja­

dor, asu familia no le faltaba nada; lo único eran las mujeres y los celos que sentía por

su mujer, y la pobre, si ni salía sola a ninguna parte, ni al mercado siquiera, ni a

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visitas, sólo a misas de muerto y alguna que otra fiesta con él, que no la dej aba ver ni

voltear a ver. Dios guarde. Ah, y cuando tomaba se ponía furioso. Dicen que desde que

se casaron le pegaba cuando se emborrachaba. Cuentan que hasta la mamá de ella le

pegó una vez"

Húmeda y frágil , la tranquilidad de la mañana se quiebra por el sollozo que sale del

cuarto; lo escucha mezclado con el cacareo de las gallinas en el patio.

"Las gallinas ponen huevos entre las piedras del cerco y adentro del horno del pan.

Dicen que a una mujer con la que tuvo dos hijos, le compró cien gallinas, le mandó a

hacer los gallineros y le hizo casa allá arriba, arriba por el cementerio. Mi madrina lo

supo y le reclamó. Él le dio un sopapo en la cara. Thvo que quedarse encerrada como

una semana. Sólo yo entraba al cuarto y le ponía pedazos de carne cruda en el golpe

para que no se le pusiera morado. Los hijos supieron que estaba nerviosa y que el

doctor le había mandado reposo y no hablar con nadie. Él llegaba a mi cuarto casi

todos los viernes, no, era en la madrugada del sábado. Olía a cerveza y a cigarro, a

veces ni me hablaba, sólo respiraba como caballo corrido, otras veces me decía qué

partes de mi cuerpo le gustaban más y me apretaba. No sabía si odiarlo, o quererlo, o

respetarlo. A veces pensaba que hacerlo era pecado, pero apuraba el gusto con las

manos, los labios y con todo mi cuerpo. Se dormía, y a las cinco menos cuarto, como

puritito reloj , se levantaba, metía la cabeza entera en la pila, escupía dos, tres, cinco

veces en el patio y salía por el portón sin hacer ruido. Regresaba con las últimas

cubeladas de leche y entraba por la puerta de la lechería, con ese caminado de patrón

que tenía. Mi madrina lo miraba con ojos de rabia desvelada».

El sol empezaba a meterse entre las ramas de los árboles más altos y ya la neblina

desvanecía su aliento a la altura del tejado de la galera en la que están arrimadas unas

a otras las cargas de leña. Sintió, penetrante, el olor mohoso de la leña de encino.

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"Los encinales del cerro, más allá del cementerio, cerca de la laguna, qué rica sombra

daban. Me sentaba a mirar el pueblo desde la loma, recostada en una gran piedra. De

vez en cuando salía una que otra lagarti j a; hasta una culebra salió una vez. Eran del

mismito color de las piedras. Qué sabrosa la tarde. Mi padrino llegó de repente y me

agarró de repente y me agarró de la trenza. Qué susto me pegó. Se sentó cerquita y

empezó a recordarse de cuando era chiquito y venía a la laguna a pescar julines. Eran

re bonitos, duritos y aguados, no tan aguados, más bien duritos, como tus piernas, no,

quizás como tus nalgas, lisos y frío. Y me agarró la cintura y ni sentí cuando me dio

vuelta, ni cuando él se recostó en la piedrona y aparecí encima de su cuerpo tan gran­

de. Lo sentí grande, más grande que cuando lo sentía allá en el cuartito de atrás. Lo

sentí duro, todito duro y caliente, y no era por el sol que se siente más en la subida del

cerro sino por su calentura de adentro. Empecé a temblar, pero no de miedo. Era

como siempre el temblor de no sé qué cosa que me pasa por todo el cuerpo, como si un

vapor me subiera desde los mismitos pies hasta la cabeza y allí se me arremolinara y

me enredara la mente o los pensamientos, como dice mi madrina. Él no podía parar

y yo tampoco tenía fuerza para hacerlo, me soltaba, toda todita. Él se desnudó y me

lamió el cuerpo y me dijo que por el color le recordaba el agua de canela que tomaba

chiquito. Después, el sol se puso en la montaña y prendió las nubes con un rojo

naranja. Sentí frío y me puse la ropa. Él me miraba y ponía los ojos como cuando

miraba a los toros saltar a las vacas".

La casona <k tres patios queda cerca de la iglesia, las campanas suenan fuerte, como si

sonaran en el mismo patio de adelante. Toda la casa se llena con el repique mañane­

ro. Empezó a tender la ropa, oyó el canto de un gallo y se quedó mirando dos palomas

que, como moIotes de plumas, se habían parado en el alambre del tendero.

"Sonás como paloma, como pura palomita calentura, suavecito, tus gemidos de palo­

ma. Siento tus pechos como palomas, tiemblan como palomas, calientitos son, lisitos,

como las plumas de las palomas. 1\.Is pezones son el pico de las palomas. Las tengo en

mis manos, son mías tus palomas. Qué hombre. Si parece que por ahí anda, que ya va

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entrar, que volverá a agarranne la cintura, las caderas, las nalgas, que me levantará la

falda. Ya son casi las siete. El fuego ya ha de estar. Qué tonta, si ahora hay estufa y

Pedro ya se fue, y ya no hay quién junte el fuego a las seis y media de la mañana, total,

para qué, ya nadie desayuna tan temprano. Ojalá se seque la ropa. Si hace buen sol,

pero con estos días, quién sabe. El invierno se dejó venir. Es tiempo de que las vacas

den leche rala. La gente no entiende que la leche no es igual todo el tiempo, cuando

las vacas comen zacate tierno se les arrala la leche, en el invierno siempre pasa, ni

modo que cuando hay zacate se les va a dar de comer tuza. Cuánto sabía de eso, y no

sólo de eso, de todo sabía."

El día, desanimado por la timidez de un sol de invierno, no acababa de instalarse en la

casa. El patio de atrás estaba oscuro, sólo la ropa tendida daba albor de mañana; el de

adelante, metido entre olores de flores y monte, se adonnilaba al compás del llanto

encerrado. Estaba de pie, recostada en un pilar cerca de la puerta que comunica los

dos patios, oyó ruiditos entre las tejas y pensó en el tacuazín que llegaba siempre en la

madrugada a comerse los pollos.

"Los tacuazines viven en el charco. Cuánta malanga crece en la orilla del charco.

Está pegadito al sitio del café. Huele a hojas podridas. Por allí se sale a la otra calle. Se

puede ir al hospital siguiendo recto la calle que topa con el tapial. A veces él entraba

por allí, quizá cuando venía de la casa de la enfennera, aquella chaparra, que se pintó

el pelo y que hasta mi madrina decía que tenía planta de puta. Venía a comprar queso

en las tardes. La descarada. No vino más cuando resultó embarazada y fue cuando se

lo contaron a mi madrina. Ella mandó a decir conmigo que mejor se desaparezca

porque le va a ir muy mal. La enfennera no hizo caso y cuando nació el muchachito

le mandó a contar a mi madrina. Se puso furiosa, quebró todos los trastos de la platera,

los sacó y lo tiró al suelo y sobre la mesa, todos se rompieron, hasta aquel jarrito tan

bonito que decía había sido de su abuelita. No le importó quebrarlo todo. Tanta era su

cólera. Él no apareció en todo el día, ni en la noche, hasta el otro día, algo temprano,

como a las ocho, entró por la otra puerta, venía apurado. Mi madrina lo miró atravesar

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el patio. Se metió en el cuartito de los chunches. Oímos todo el ruido que hacía y lo

vimos salir con la silla de montar a cuestas. La puso en el corredor. Regresó. Entró en

la cocina y no se de dónde le salió a mi madrina aquello. Por tus hijos grandes debería

de darte pena andar metiéndote con esas cualquieras. Y que tengan hijos. Quizás ni

tuyos. Pensé que le iba a meter un sopapo, que le iba a quebrar los dientes, pero no.

Parada a media cocina, pidió la cantimplora grande. y me subí en el banquito y se la

bajé, llena de polvo. Sentía miedo, por eso se la di sin sacudirla. Él sopló sobre ella. La

destapó y le echó agua de la tinaja del filtro. Caminó hacia la puerta. Me voy al Llano

Grande, regresó en la tarde. Mañana salgo para la frontera. Si querés venite conmigo

a la feria de Santa Catarina. Podés quedarte allí todo el día, con tu comadre. Mi

madrina sólo lo miró cuando él salió, soltó el llanto. "

Cruzó la puerta y pensó en el delantal mojado que llevaba puesto, sintió, también

mojada, la falda de medio luto y parte de la blusa blanca llena de alforzas.

"Lleno de alforza estaba el vestido de mi Primera Comunión. Mi madrina me lo

mandó a hacer con la Mina, la costurera que se quedó viuda de Andrés Contreras, el

corralero aquel que no pudo pagarle a mi padrino la deuda del arrendamiento del

terrenito cerca del cerro. Pasó el tiempo y la deuda era más grande. Mi padrino

empezó a visitar la casa cuando Andrés no estaba, dicen que porque le gustaba la

Mina, el pobrecito Andrés Contreras se ahorcó en un palo de matasano que tenía

sembrado en el patio."

Se quitó el delantal y lo tendió encima de unas redes con mazorcas de maíz, se agachó

y recogió unos granos que se habían desprendido, los metió dentro de una palangana,

regresó al patio de atrás y empezó a tirárselos a las gallinas.

"Dos, cuatro . . . diez gallinas galanas sin contar la peluca, ya pueden vender unas

cinco en el mercado, dejar unas dos para matarlas un domingo que vengan todos a

almorzar y las otras tres para que pongan. Quizás a mi madrina le den ganas de

tomar caldo de gallina; que vaya comiendo aunque sea poco, talvez con un poquito

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de chile, quién quita y se coma hasta una pechuguita. A él le gusta el caldo de gallina.

Aquella vez en la costa, cuando se le fue el tiro y le dio en el pie y quiso quedarse allá

para que lo cuidara la Consuelo, mi madrina le preparó unas gallinas, las más gordas,

en un canasto y se las mandó con Pedro. Decía que porque las gallinas de patio de

casa son más aseadas que las de la costa, que se comen hasta las lombrices que echan

los patojos. Pobres patojos piojosos, enfermos y con lombrices, y dicen que eran hijos

de él. Talvez sí porque me acuerdo que cuando estábamos en la escuela, la Consuelo

era re coqueta. Dicen que desde que a su papá lo metieron preso por aquel lío del

muerto que encontraron en la esquina del mercado, vivía con mi padrino. Él le pagaba

el cuarto y la sacó de trabajar en casa, todo por pagar con algo el favor que le hizo el

viejo al ir a la cárcel en vez suya, aunque el trato dicen que no fue ése sino que mi

padrino les perdonara la deuda que le tenían, él y su mujer, la Upa, de la casita mediagua

en Río Blanco. A mi padrino se le olvidaron la Upa y los patojos cuando vendió el

terreno con todo y casita. Ella vino a suplicarle pero él ni la vio, como era impedida la

pobre, coja y fea, qué iba él a fijarse. La pobre se fue con todo y sus hijos quién sabe

para dónde. Al viejo lo mataron en la cárcel, de un tiro en la espalda, dijeron que

porque quería huirse, quién sabe. A lo mejor sabía mucho, como dicen. Qué triste el

día. No aclara, yeso que ya han de ser las siete y media."

De nuevo parada junto al maíz, puso la palangana encima de una red y escuchó a los

perros ladrar cerca del zaguán, caminó rápido.

"Han de estar tocando y allá atrás no se oye. Bien pueden entrarse y robar que uno no

se da ni cuenta. Sólo los chuchos cuidan, pobrecitos, ya no tienen quién les haga

cariño. Él se los llevaba a los potreros, hasta a la mañana se los llevaba buscando

pasto para el ganado en verano. Una vez me fui con él en el caballo prieto. Llevaba

radio, me lo dejó prendido cuando llegamos. Me quedé sentaba bajo palo de Flor de

Paraíso mientras él corría toda la orilla de la quebrada. Tenía trece años, ya poquito

me faltaba. Me acuerdo que cuando me subió al caballo, no sé por qué yo sí podía

sola, me agarró los pechos. Quién tocaría, ya no hay nadie, se fue, a saber qué quería.

Esta puerta ya no sirve, está picada."

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Page 7: Ivone R- Un Hombre Honrado

Dio la vuelta y caminó desde el zaguán hacia el dormitorio principal. Por fin, el sol

había desaparecido y nuevamente una llovizna persistente se apoderaba con plenitud

del patio. Caminaba despacio.

"A saber si mi madrina ya se despertó, con ese ánimo tan decaído que tiene, sólo llorar

y llorar, todo el día y la noche, si parece que ya no viviera, que sólo llorara o por llorar

viviera. Podía haberse aguantado más, digo yo. Tanto aguantar tantos años de encie­

rro, de saber de las mujeres de mi padrino. Sólo lo mío nunca lo supo. Por qué no se

lo imaginaría. Tal vez como mi padrino, enfrente de ella, ni me miraba siquiera. Por

eso ha de haber sido. Pobre madrina, aguantarle los escándalos hasta con aquella

mujer de la cantina, que le rompió la frente con una botella porque lo descubrió con

su hija, que después se supo que era hija de él. Yo no fui su mujer, digamos, así de fijo,

ni me dejó ningún hijo. Era su ahijada. Desde cuándo me vine a vivir con ellos ya ni

me acuerdo, creo que fue después de que se murió mi hermano, el que se cayó del

caballo cuando iba con mi padrino para la molienda, bueno, pero dicen que mi padri­

no lo puso a espiar a la mujer de Felipe Lima, el que cuidaba el trapiche, para ver a qué

horas se desnudaba en el río y como estaba subido en un palo de manzanarrosa, se

deslizó y se dio en una piedra. Bueno, eso contaron, quién sabe. Pero sí dicen que un

hijo de Felipe no es de él sino de mi padrino. Sólo Dios sabe. Mi madrina le habló a

mi mamá para que yo me viniera a vivir con ellos como hija de casa y mi mamá,

pobrecita, aceptó, era una boca menos en la pobreza. Desde entonces vivo aquí no

como pura sirvienta pero ayudando en el oficio de la casa, más desde que terminé la

escuela. Pobre madrina, aguantar tanto, ya con los hijos grandes, casados, con profe­

sión y trabajo y hacer esto. A lo mejor él le pegó cuando ella le reclamó lo de la

maestra de la escuela del cerro. Era re bonita y pura patoja. Mi padrino se volvió loco

por ella. Pasaba metido en la casa donde vivía, dicen que con una su hermana. Ese

día tenía dos días de no venir y hasta pensamos en un accidente por la llovedera, pero

no. Vinieron a contarle a mi madrina que lo habían visto allá abajo, con ella. Me

acuerdo de la cara que puso, como estirada, no sé si de rabia o de cansada. Él apareció

temprano, las siete han de haber sido. Dicen que entró directo al cuarto, se me hace

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que a sacar dinero. Mi madrina estaba en lo de la venta de la leche y entró detrás de él

y de allí sólo se oyó el disparo. Yo corrí desde la pila, entré al cuarto y sentí el olorón a

sangre y a la suciedad de sus botas. Estaba muerto, tirado en el suelo cerca del ropero

y mi madrina, con cara de loca, tenía todavía la pistola en la mano y lloraba y lloraba,

pero como sin ganas, y todavía sigue llorando. Pobre madrina, está donnida y sigue

llorando, y también pobre mi padrino, tan buen hombre, tan trabajador y honrado."

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