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Si escuchan a los climatólogos —y a pesar de la implacable cam- paña para desacreditar su traba- jo, deberían escucharlos—, hace ya mucho que habría que haber hecho algo respecto a las emisio- nes de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernade- ro. Aseguran que, si seguimos co- mo hasta ahora, nos enfrenta- mos a una subida de las tempera- turas mundiales que será poco menos que apocalíptica. Y para evitar ese Apocalipsis tenemos que acostumbrar a la economía a dejar de usar combustibles fósi- les, sobre todo carbón. ¿Pero es posible realizar re- cortes drásticos en las emisiones de gases de efecto invernadero sin destruir la economía? Al igual que el debate sobre el cam- bio climático, el debate sobre la economía climática tiene un as- pecto muy distinto visto desde dentro, en comparación con el aspecto que suele tener en los medios de comunicación popula- res. El lector ocasional podría te- ner la impresión de que hay du- das reales sobre si las emisiones pueden reducirse sin infligir un daño grave a la economía. De he- cho, una vez que uno filtra las interferencias generadas por los grupos de presión, descubre que los economistas medioambienta- les en general coinciden en que con un programa basado en el mercado para hacer frente a la amenaza del cambio climático —uno que limite las emisiones poniéndoles un precio— se pue- den obtener grandes resultados con un coste módico, aunque no despreciable. Sin embargo, hay mucho menos consenso en cuan- to a la rapidez con la que debería- mos actuar, si los esfuerzos de conservación importantes de- ben ponerse en marcha casi de inmediato o intensificarse gra- dualmente a lo largo de muchas décadas. En los párrafos siguientes pre- sentaré un breve informe sobre la economía del cambio climáti- co, o más exactamente, la econo- mía de la reducción del cambio climático. Trataré de exponer los asuntos sobre los que hay un acuerdo amplio, así como aque- llos que siguen siendo objeto de importantes disputas. Pero pri- mero, una introducción a la eco- nomía básica de la protección medioambiental. ECONOMÍA MEDIOAMBIENTAL 101 Si hay una única verdad funda- mental en la economía, es esta: las transacciones entre personas mayores de edad generan benefi- cios mutuos. Si el precio consen- suado de un artilugio es de 10 dólares y compro uno, debe de ser porque ese artilugio vale más de 10 dólares para mí. Si uno ven- de un artilugio a ese precio, debe de ser porque fabricarlo le cues- ta menos de 10 dólares. Por tan- to, comprar y vender en el mer- cado de los artilugios redunda en beneficio tanto de los compra- dores como de los vendedores. Es más, un análisis pormenoriza- do demuestra que si hay una competencia real en el mercado de los artilugios, de tal modo que el precio termine por hacer coin- cidir el número de artilugios que la gente quiere comprar con el de artilugios que otra gente quie- re vender, la consecuencia es que los beneficios de producto- res y consumidores se maximi- zan. Los mercados libres son efi- cientes (lo que en jerga económi- ca, al contrario que en el lengua- je coloquial, significa que nadie puede mejorar su situación sin empeorar la situación de otro). Pero la eficiencia no lo es to- do. En concreto, no hay razón para suponer que los mercados libres generarán un resultado que consideraremos justo o equi- tativo. De modo que el argumen- to de la eficiencia del mercado no dice nada sobre si debería- mos tener, por ejemplo, alguna forma de seguro sanitario garan- tizado, ayuda a los pobres y de- más. Pero la lógica de la econo- mía básica dice que deberíamos tratar de alcanzar objetivos so- ciales mediante intervenciones posmercado. Es decir, debería- mos dejar que los mercados cum- plan su función, haciendo un uso eficiente de los recursos del país, y luego emplear los impuestos y las transferencias para ayudar a aquellos a quienes el mercado pasa por alto. Pero, ¿y si un acuerdo entre personas mayores de edad supo- ne un coste para personas que no forman parte del intercam- bio? ¿Qué pasa si alguien fabrica un artilugio y yo lo compro, con beneficios para ambos, pero el proceso de producir ese artilu- gio conlleva verter residuos tóxi- cos en el agua potable de otras personas? Cuando hay “efectos externos negativos” —costes que los agentes económicos impo- nen a otros sin pagar un precio por sus acciones— se esfuma cualquier suposición de que la economía de mercado, si se la deja a su aire, hará lo que debe. Entonces, ¿qué hacemos? La eco- nomía medioambiental trata de dar respuesta a esa pregunta. Un modo de hacer frente a los efectos externos negativos es dic- tar normas que prohíban o al me- nos limiten los comportamien- tos que impongan costes espe- cialmente altos a otros. Eso es lo que hicimos durante la primera gran oleada de legislación medio- ambiental a principios de los años setenta: se exigió que los coches cumpliesen unas normas sobre las emisiones de los com- puestos que provocan la niebla tóxica, se exigió a las fábricas que limitasen el volumen de resi- duos que vertían a los ríos, y así sucesivamente. Y ese método dio sus frutos; el aire y el agua de Estados Unidos se volvieron mu- cho más limpios durante las dé- cadas siguientes. Pero aunque la regulación di- recta de las actividades contami- nantes tiene sentido en algunos casos, es enormemente defectuo- sa en otros, porque no deja nin- gún margen para la flexibilidad o la creatividad. Pensemos en el mayor problema medioambien- tal de los años ochenta: la lluvia ácida. Resultó que las emisiones de dióxido de azufre de las cen- trales eléctricas tendían a combi- narse con el agua siguiendo la dirección del viento y a generar ácido sulfúrico, que destruía la flora (y la fauna). En 1977, el Go- bierno hizo su primer intento de abordar el problema y recomen- dó que todas las centrales nue- vas alimentadas con carbón tu- viesen depuradoras que elimina- sen el dióxido de azufre de sus emisiones. Imponer una norma estricta a todas las centrales era problemático, porque moderni- zar algunas centrales más anti- guas habría resultado extrema- damente caro. Sin embargo, al regular únicamente las centra- les nuevas, el Gobierno desapro- vechó la oportunidad de lograr un control de la contaminación bastante barato en centrales que eran, de hecho, fáciles de moder- nizar. Salvo mediante una adqui- sición federal de facto del sector eléctrico, con funcionarios fede- rales dictando instrucciones es- pecíficas para cada central, ¿có- mo podía resolverse este dile- ma? Entra en escena Arthur Cecil Pigou, un catedrático británico de principios del siglo XX cuyo libro de 1920, The economics of welfare (La economía del bienes- Cómo construir una economía ‘verde’ Sabemos cómo frenar el calentamiento de la Tierra, y los costes son asumibles. Hace falta voluntad política, según expone el premio Nobel de Economía de 2008. PAUL KRUGMAN Hace mucho que habría que haber hecho algo sobre las emisiones de CO 2 La economía debe acostumbrarse a no usar combustibles fósiles Poniendo precio a las emisiones se pueden obtener grandes resultados 4 NEGOCIOS EL PAÍS, DOMINGO 25 DE ABRIL DE 2010 »primer plano

J Cómo construir una economía verde · La Ley del Aire Limpio de 1990 in-trodujo un sistema de tope y trueque por el que las centrales eléctricaspodían comprar y ven-der el derecho

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  • Si escuchan a los climatólogos—y a pesar de la implacable cam-paña para desacreditar su traba-jo, deberían escucharlos—, haceya mucho que habría que haberhecho algo respecto a las emisio-nes de dióxido de carbono yotros gases de efecto invernade-ro. Aseguran que, si seguimos co-mo hasta ahora, nos enfrenta-mos a una subida de las tempera-turas mundiales que será pocomenos que apocalíptica. Y paraevitar ese Apocalipsis tenemosque acostumbrar a la economíaa dejar de usar combustibles fósi-les, sobre todo carbón.

    ¿Pero es posible realizar re-cortes drásticos en las emisionesde gases de efecto invernaderosin destruir la economía? Aligual que el debate sobre el cam-bio climático, el debate sobre laeconomía climática tiene un as-pecto muy distinto visto desdedentro, en comparación con el

    aspecto que suele tener en losmedios de comunicación popula-res. El lector ocasional podría te-ner la impresión de que hay du-das reales sobre si las emisionespueden reducirse sin infligir undaño grave a la economía. De he-cho, una vez que uno filtra lasinterferencias generadas por losgrupos de presión, descubre quelos economistasmedioambienta-les en general coinciden en quecon un programa basado en elmercado para hacer frente a laamenaza del cambio climático—uno que limite las emisionesponiéndoles un precio— se pue-den obtener grandes resultadoscon un coste módico, aunque no

    despreciable. Sin embargo, haymuchomenos consenso en cuan-to a la rapidez con la que debería-mos actuar, si los esfuerzos deconservación importantes de-ben ponerse en marcha casi deinmediato o intensificarse gra-dualmente a lo largo de muchasdécadas.

    En los párrafos siguientes pre-sentaré un breve informe sobrela economía del cambio climáti-co, o más exactamente, la econo-mía de la reducción del cambioclimático. Trataré de exponerlos asuntos sobre los que hay unacuerdo amplio, así como aque-llos que siguen siendo objeto deimportantes disputas. Pero pri-mero, una introducción a la eco-nomía básica de la protecciónmedioambiental.

    ECONOMÍAMEDIOAMBIENTAL 101Si hay una única verdad funda-mental en la economía, es esta:las transacciones entre personasmayores de edad generan benefi-cios mutuos. Si el precio consen-suado de un artilugio es de 10dólares y compro uno, debe deser porque ese artilugio valemásde 10 dólares paramí. Si uno ven-de un artilugio a ese precio, debede ser porque fabricarlo le cues-ta menos de 10 dólares. Por tan-to, comprar y vender en el mer-cado de los artilugios redundaen beneficio tanto de los compra-dores como de los vendedores.Esmás, un análisis pormenoriza-do demuestra que si hay unacompetencia real en el mercadode los artilugios, de talmodo queel precio termine por hacer coin-cidir el número de artilugios quela gente quiere comprar con elde artilugios que otra gente quie-re vender, la consecuencia esque los beneficios de producto-res y consumidores se maximi-zan. Los mercados libres son efi-cientes (lo que en jerga económi-ca, al contrario que en el lengua-je coloquial, significa que nadiepuede mejorar su situación sinempeorar la situación de otro).

    Pero la eficiencia no lo es to-do. En concreto, no hay razónpara suponer que los mercadoslibres generarán un resultadoque consideraremos justo o equi-tativo. De modo que el argumen-to de la eficiencia del mercadono dice nada sobre si debería-mos tener, por ejemplo, algunaforma de seguro sanitario garan-tizado, ayuda a los pobres y de-más. Pero la lógica de la econo-mía básica dice que deberíamostratar de alcanzar objetivos so-ciales mediante intervencionesposmercado. Es decir, debería-mos dejar que losmercados cum-plan su función, haciendo un uso

    eficiente de los recursos del país,y luego emplear los impuestos ylas transferencias para ayudar aaquellos a quienes el mercadopasa por alto.

    Pero, ¿y si un acuerdo entrepersonas mayores de edad supo-ne un coste para personas queno forman parte del intercam-bio? ¿Qué pasa si alguien fabricaun artilugio y yo lo compro, conbeneficios para ambos, pero elproceso de producir ese artilu-gio conlleva verter residuos tóxi-cos en el agua potable de otraspersonas? Cuando hay “efectosexternos negativos” —costes quelos agentes económicos impo-nen a otros sin pagar un preciopor sus acciones— se esfumacualquier suposición de que laeconomía de mercado, si se ladeja a su aire, hará lo que debe.Entonces, ¿qué hacemos? La eco-nomía medioambiental trata dedar respuesta a esa pregunta.

    Unmodo de hacer frente a losefectos externos negativos es dic-tar normas que prohíban o alme-nos limiten los comportamien-tos que impongan costes espe-

    cialmente altos a otros. Eso es loque hicimos durante la primeragran oleada de legislaciónmedio-ambiental a principios de losaños setenta: se exigió que loscoches cumpliesen unas normassobre las emisiones de los com-puestos que provocan la nieblatóxica, se exigió a las fábricasque limitasen el volumen de resi-duos que vertían a los ríos, y asísucesivamente. Y esemétodo diosus frutos; el aire y el agua deEstados Unidos se volvieron mu-cho más limpios durante las dé-cadas siguientes.

    Pero aunque la regulación di-recta de las actividades contami-nantes tiene sentido en algunoscasos, es enormemente defectuo-sa en otros, porque no deja nin-gún margen para la flexibilidado la creatividad. Pensemos en elmayor problema medioambien-tal de los años ochenta: la lluviaácida. Resultó que las emisionesde dióxido de azufre de las cen-trales eléctricas tendían a combi-narse con el agua siguiendo ladirección del viento y a generarácido sulfúrico, que destruía la

    flora (y la fauna). En 1977, el Go-bierno hizo su primer intento deabordar el problema y recomen-dó que todas las centrales nue-vas alimentadas con carbón tu-viesen depuradoras que elimina-sen el dióxido de azufre de susemisiones. Imponer una normaestricta a todas las centrales eraproblemático, porque moderni-zar algunas centrales más anti-guas habría resultado extrema-damente caro. Sin embargo, alregular únicamente las centra-les nuevas, el Gobierno desapro-vechó la oportunidad de lograrun control de la contaminaciónbastante barato en centrales queeran, de hecho, fáciles demoder-nizar. Salvo mediante una adqui-sición federal de facto del sectoreléctrico, con funcionarios fede-rales dictando instrucciones es-pecíficas para cada central, ¿có-mo podía resolverse este dile-ma?

    Entra en escena Arthur CecilPigou, un catedrático británicode principios del siglo XX cuyolibro de 1920, The economics ofwelfare (La economía del bienes-

    tar), suele considerarse la basede la economía medioambiental.

    Aunque en cierto modo resul-te sorprendente, teniendo encuenta su actual condición de pa-drino de la cienciamedioambien-tal altamente desarrollada desdeun punto de vista económico, Pi-gou no hizo verdaderamente hin-capié en el problema de la conta-minación. Más que centrarse en,por ejemplo, la famosa niebla deLondres (en realidad, niebla tóxi-ca acre, provocada por millonesde fuegos de carbón), abría sudisertación con un ejemplo quedebió de parecer cursi incluso en

    1920, un caso hipotético en elque “las actividades de conserva-ción de la caza menor de un ocu-pante conllevan la invasión delas tierras de un ocupante vecinopor los conejos”. Pero da igual.Lo que Pigou enunciaba era unprincipio: las actividades econó-micas que imponen costes no re-cíprocos a otras personas nosiempre deben prohibirse, perodeben desaconsejarse. Y la for-ma correcta de frenar una activi-dad, en la mayoría de los casos,es ponerle un precio. Por eso, Pi-gou proponía que las personasque generan efectos externos ne-gativos pagasen una cuota quereflejara los costes que imponena otros (lo que ha llegado a cono-cerse como impuesto pigouvia-no). La versión más simple delimpuesto pigouviano es una cuo-ta sobre las aguas residuales:cualquiera que vierta contami-nantes en un río, o los libere enel aire, debe pagar una suma pro-

    porcional a la cantidad vertida.El análisis de Pigou quedó en

    gran parte olvidado durante casiun siglo, mientras los economis-tas dedicaban su tiempo a lucharcontra problemas que parecíanmás acuciantes, como la GranDepresión. Pero con el auge de lanormativa medioambiental, loseconomistas desempolvaron a Pi-gou y empezaron a defender unplanteamiento “basado en elmercado” que ofreciese al sectorprivado incentivos, por medio delos precios, para limitar la conta-minación, en lugar de un reme-dio a base de “órdenes y control”

    que dictase instrucciones especí-ficas en forma de normas.

    La reacción inicial demuchosactivistas medioambientales an-te esta idea fue hostil, en granparte por razones morales. Lesparecía que la contaminación de-bía tratarse como un crimen,más que como algo que uno tie-ne derecho a hacer siempre quepague el dinero suficiente. Con-flictos morales aparte, tambiénhabía un escepticismo considera-ble en cuanto a si los incentivosmercantiles serían realmente efi-caces para reducir la contamina-ción. Incluso, hoy, los impuestospigouvianos tal como se idearonoriginalmente son relativamen-te raros. El ejemplo más prove-choso que he podido encontrares un impuesto holandés sobrelos vertidos de agua que contie-nen materia orgánica.

    La idea que sí ha cuajado, encambio, es una variante que lamayoría de los economistas con-sideran más o menos equivalen-te: un sistema de permisos deemisiones comercializables, tam-bién conocido como tope y true-

    que. Según estemodelo, se conce-de un número limitado de permi-sos para emitir un contaminanteespecífico como el dióxido deazufre. Una empresa que quieragenerar más contaminación dela que se le permite puede ir ycomprar permisos adicionalesde otras partes; una compañíaque tenga más permisos de losque tiene intención de usar pue-de vender los que le sobran. Estoproporciona a todo el mundo unincentivo para reducir la conta-minación, porque los comprado-res no tienen que adquirir tantospermisos si pueden recortar sus

    emisiones, y los vendedores pue-den deshacerse demás permisossi hacen lomismo. De hecho, des-de un punto de vista económico,un sistema de tope y trueque pro-duce los mismos incentivos parareducir la contaminación que unimpuesto pigouviano, ya que,efectivamente, el precio de lospermisos hace las veces de unimpuesto sobre la contamina-ción.

    En la práctica hay un par dediferencias importantes entre eltope y trueque y un impuesto so-bre la contaminación. Una esque los dos sistemas generan ti-pos distintos de incertidumbre.Si el Gobierno establece un im-puesto sobre la contaminación,los contaminadores saben quéprecio tendrán que pagar, peroel Gobierno no sabe cuánta con-taminación generarán. Si el Go-bierno impone un tope, conocela cantidad de contaminación,pero los contaminadores no sa-ben cuál será el precio de las emi-siones. Otra diferencia importan-te tiene que ver con los ingresosdel Gobierno. Un impuesto so-

    bre la contaminación es, bueno,un impuesto, el cual supone uncoste para el sector privadomientras que genera ingresos pa-ra el Gobierno. El sistema de to-pe y trueque es un pocomás com-plicado. Si el Gobierno se limitaa emitir los permisos y recaudarlos ingresos, entonces es exacta-mente igual que un impuesto.Sin embargo, el tope y truequesuele conllevar un intercambiode permisos entre los agentesexistentes, por lo que los posi-bles ingresos van a parar a la in-dustria en lugar de al Gobierno.

    Desde el punto de vista políti-

    co, repartir permisos entre la in-dustria no es del todo malo, por-que brinda un modo de compen-sar parcialmente a algunos delos grupos cuyos intereses sufri-rían si se adoptase una políticadura contra el cambio climático.Esto puede servir para que apro-bar las leyes sea más factible.

    Estas reflexiones políticas pro-bablemente expliquen por qué lasolución al dilema de la lluvia áci-da adoptó la forma del tope ytrueque y por qué los permisospara contaminar se distribuye-ron gratuitamente entre las em-presas eléctricas. Tambiénmere-ce la pena señalar que el proyec-to de ley Waxman-Markey, unsistema de tope y trueque paralos gases de efecto invernaderoque empieza concediendo mu-chos permisos al sector, pero sa-ca a subasta un número crecien-te durante los años siguientes,fue de hecho aprobado por la Cá-mara de Representantes el añopasado; es difícil imaginar un im-puesto generalizado sobre lasemisiones que haga lomismo du-rante muchos años.

    Eso no significa que los im-puestos sobre las emisiones notengan ninguna posibilidad deéxito. Hace poco, algunos senado-res han presentado una propues-ta con una especie de soluciónhíbrida, con tope y trueque paraalgunos sectores de la economíae impuestos sobre el carbono pa-ra otros (principalmente, el pe-tróleo y el gas). La lógica políticaparece ser la de que el sector delpetróleo piensa que los consumi-dores no le culparán por la subi-da de los precios si dichos pre-cios reflejan un impuesto concre-to.

    En cualquier caso, la expe-riencia indica que el control delas emisiones basado en el mer-cado funciona. Nuestra historiareciente en relación con la lluviaácida demuestra lo mismo. LaLey del Aire Limpio de 1990 in-trodujo un sistema de tope ytrueque por el que las centraleseléctricas podían comprar y ven-der el derecho a emitir dióxidode azufre, y dejaba en manos delas empresas individuales la ges-tión de su actividad dentro de losnuevos límites. Como cabía espe-rar, con el paso del tiempo, lasemisiones de dióxido de azufrede las centrales eléctricas se re-dujeron a casi la mitad, a un cos-te mucho más bajo de lo que in-cluso los optimistas esperaban;los precios de la electricidad ba-jaron en vez de subir. El proble-ma de la lluvia ácida no desapare-ció, pero se redujo considerable-mente. Se podría pensar que losresultados demostraban que po-demos hacer frente a los proble-mas medioambientales cuandonos vemos obligados a hacerlo.

    De modo que ahí lo tenemos,¿no? La emisión de dióxido decarbono y otros gases de efectoinvernadero es un efecto externo

    negativo típico (el “mayor fallodel mercado que el mundo haconocido jamás”, en palabras deNicholas Stern, autor de un infor-me sobre el tema para el Gobier-no británico). La economía delos libros de texto y la experien-cia del mundo real nos dicen quedeberíamos tener políticas quedesincentiven las actividadesque generan efectos externos ne-gativos y que, por lo general, esmejor depender de un enfoquebasado en el mercado.

    ¿CLIMA DE DUDA?Éste es un artículo sobre la eco-

    Cómo construiruna economía ‘verde’Sabemos cómo frenar el calentamiento de la Tierra, y los costes son asumibles.Hace falta voluntad política, según expone el premio Nobel de Economía de 2008.

    Un trabajador camina entre una nu-be de humo en una fábrica deChangzhi (China). / Reuters

    PAULKRUGMAN

    Hace mucho quehabría que haberhecho algo sobre lasemisiones de CO2

    La economía debeacostumbrarsea no usarcombustibles fósiles

    Poniendo precioa las emisionesse pueden obtenergrandes resultados

    La incertidumbrees un argumentoa favor de medidasmás fuertes

    El altruismo nopuede resolverel problema delcambio climático

    Hay que dar a todoel mundo un motivoegoísta para generarmenos emisiones

    Pasa a la página 6

    4 NEGOCIOS EL PAÍS, DOMINGO 25 DE ABRIL DE 2010

    »primer planoJ

  • Si escuchan a los climatólogos—y a pesar de la implacable cam-paña para desacreditar su traba-jo, deberían escucharlos—, haceya mucho que habría que haberhecho algo respecto a las emisio-nes de dióxido de carbono yotros gases de efecto invernade-ro. Aseguran que, si seguimos co-mo hasta ahora, nos enfrenta-mos a una subida de las tempera-turas mundiales que será pocomenos que apocalíptica. Y paraevitar ese Apocalipsis tenemosque acostumbrar a la economíaa dejar de usar combustibles fósi-les, sobre todo carbón.

    ¿Pero es posible realizar re-cortes drásticos en las emisionesde gases de efecto invernaderosin destruir la economía? Aligual que el debate sobre el cam-bio climático, el debate sobre laeconomía climática tiene un as-pecto muy distinto visto desdedentro, en comparación con el

    aspecto que suele tener en losmedios de comunicación popula-res. El lector ocasional podría te-ner la impresión de que hay du-das reales sobre si las emisionespueden reducirse sin infligir undaño grave a la economía. De he-cho, una vez que uno filtra lasinterferencias generadas por losgrupos de presión, descubre quelos economistasmedioambienta-les en general coinciden en quecon un programa basado en elmercado para hacer frente a laamenaza del cambio climático—uno que limite las emisionesponiéndoles un precio— se pue-den obtener grandes resultadoscon un coste módico, aunque no

    despreciable. Sin embargo, haymuchomenos consenso en cuan-to a la rapidez con la que debería-mos actuar, si los esfuerzos deconservación importantes de-ben ponerse en marcha casi deinmediato o intensificarse gra-dualmente a lo largo de muchasdécadas.

    En los párrafos siguientes pre-sentaré un breve informe sobrela economía del cambio climáti-co, o más exactamente, la econo-mía de la reducción del cambioclimático. Trataré de exponerlos asuntos sobre los que hay unacuerdo amplio, así como aque-llos que siguen siendo objeto deimportantes disputas. Pero pri-mero, una introducción a la eco-nomía básica de la protecciónmedioambiental.

    ECONOMÍAMEDIOAMBIENTAL 101Si hay una única verdad funda-mental en la economía, es esta:las transacciones entre personasmayores de edad generan benefi-cios mutuos. Si el precio consen-suado de un artilugio es de 10dólares y compro uno, debe deser porque ese artilugio valemásde 10 dólares paramí. Si uno ven-de un artilugio a ese precio, debede ser porque fabricarlo le cues-ta menos de 10 dólares. Por tan-to, comprar y vender en el mer-cado de los artilugios redundaen beneficio tanto de los compra-dores como de los vendedores.Esmás, un análisis pormenoriza-do demuestra que si hay unacompetencia real en el mercadode los artilugios, de talmodo queel precio termine por hacer coin-cidir el número de artilugios quela gente quiere comprar con elde artilugios que otra gente quie-re vender, la consecuencia esque los beneficios de producto-res y consumidores se maximi-zan. Los mercados libres son efi-cientes (lo que en jerga económi-ca, al contrario que en el lengua-je coloquial, significa que nadiepuede mejorar su situación sinempeorar la situación de otro).

    Pero la eficiencia no lo es to-do. En concreto, no hay razónpara suponer que los mercadoslibres generarán un resultadoque consideraremos justo o equi-tativo. De modo que el argumen-to de la eficiencia del mercadono dice nada sobre si debería-mos tener, por ejemplo, algunaforma de seguro sanitario garan-tizado, ayuda a los pobres y de-más. Pero la lógica de la econo-mía básica dice que deberíamostratar de alcanzar objetivos so-ciales mediante intervencionesposmercado. Es decir, debería-mos dejar que losmercados cum-plan su función, haciendo un uso

    eficiente de los recursos del país,y luego emplear los impuestos ylas transferencias para ayudar aaquellos a quienes el mercadopasa por alto.

    Pero, ¿y si un acuerdo entrepersonas mayores de edad supo-ne un coste para personas queno forman parte del intercam-bio? ¿Qué pasa si alguien fabricaun artilugio y yo lo compro, conbeneficios para ambos, pero elproceso de producir ese artilu-gio conlleva verter residuos tóxi-cos en el agua potable de otraspersonas? Cuando hay “efectosexternos negativos” —costes quelos agentes económicos impo-nen a otros sin pagar un preciopor sus acciones— se esfumacualquier suposición de que laeconomía de mercado, si se ladeja a su aire, hará lo que debe.Entonces, ¿qué hacemos? La eco-nomía medioambiental trata dedar respuesta a esa pregunta.

    Unmodo de hacer frente a losefectos externos negativos es dic-tar normas que prohíban o alme-nos limiten los comportamien-tos que impongan costes espe-

    cialmente altos a otros. Eso es loque hicimos durante la primeragran oleada de legislaciónmedio-ambiental a principios de losaños setenta: se exigió que loscoches cumpliesen unas normassobre las emisiones de los com-puestos que provocan la nieblatóxica, se exigió a las fábricasque limitasen el volumen de resi-duos que vertían a los ríos, y asísucesivamente. Y esemétodo diosus frutos; el aire y el agua deEstados Unidos se volvieron mu-cho más limpios durante las dé-cadas siguientes.

    Pero aunque la regulación di-recta de las actividades contami-nantes tiene sentido en algunoscasos, es enormemente defectuo-sa en otros, porque no deja nin-gún margen para la flexibilidado la creatividad. Pensemos en elmayor problema medioambien-tal de los años ochenta: la lluviaácida. Resultó que las emisionesde dióxido de azufre de las cen-trales eléctricas tendían a combi-narse con el agua siguiendo ladirección del viento y a generarácido sulfúrico, que destruía la

    flora (y la fauna). En 1977, el Go-bierno hizo su primer intento deabordar el problema y recomen-dó que todas las centrales nue-vas alimentadas con carbón tu-viesen depuradoras que elimina-sen el dióxido de azufre de susemisiones. Imponer una normaestricta a todas las centrales eraproblemático, porque moderni-zar algunas centrales más anti-guas habría resultado extrema-damente caro. Sin embargo, alregular únicamente las centra-les nuevas, el Gobierno desapro-vechó la oportunidad de lograrun control de la contaminaciónbastante barato en centrales queeran, de hecho, fáciles demoder-nizar. Salvo mediante una adqui-sición federal de facto del sectoreléctrico, con funcionarios fede-rales dictando instrucciones es-pecíficas para cada central, ¿có-mo podía resolverse este dile-ma?

    Entra en escena Arthur CecilPigou, un catedrático británicode principios del siglo XX cuyolibro de 1920, The economics ofwelfare (La economía del bienes-

    tar), suele considerarse la basede la economía medioambiental.

    Aunque en cierto modo resul-te sorprendente, teniendo encuenta su actual condición de pa-drino de la cienciamedioambien-tal altamente desarrollada desdeun punto de vista económico, Pi-gou no hizo verdaderamente hin-capié en el problema de la conta-minación. Más que centrarse en,por ejemplo, la famosa niebla deLondres (en realidad, niebla tóxi-ca acre, provocada por millonesde fuegos de carbón), abría sudisertación con un ejemplo quedebió de parecer cursi incluso en

    1920, un caso hipotético en elque “las actividades de conserva-ción de la caza menor de un ocu-pante conllevan la invasión delas tierras de un ocupante vecinopor los conejos”. Pero da igual.Lo que Pigou enunciaba era unprincipio: las actividades econó-micas que imponen costes no re-cíprocos a otras personas nosiempre deben prohibirse, perodeben desaconsejarse. Y la for-ma correcta de frenar una activi-dad, en la mayoría de los casos,es ponerle un precio. Por eso, Pi-gou proponía que las personasque generan efectos externos ne-gativos pagasen una cuota quereflejara los costes que imponena otros (lo que ha llegado a cono-cerse como impuesto pigouvia-no). La versión más simple delimpuesto pigouviano es una cuo-ta sobre las aguas residuales:cualquiera que vierta contami-nantes en un río, o los libere enel aire, debe pagar una suma pro-

    porcional a la cantidad vertida.El análisis de Pigou quedó en

    gran parte olvidado durante casiun siglo, mientras los economis-tas dedicaban su tiempo a lucharcontra problemas que parecíanmás acuciantes, como la GranDepresión. Pero con el auge de lanormativa medioambiental, loseconomistas desempolvaron a Pi-gou y empezaron a defender unplanteamiento “basado en elmercado” que ofreciese al sectorprivado incentivos, por medio delos precios, para limitar la conta-minación, en lugar de un reme-dio a base de “órdenes y control”

    que dictase instrucciones especí-ficas en forma de normas.

    La reacción inicial demuchosactivistas medioambientales an-te esta idea fue hostil, en granparte por razones morales. Lesparecía que la contaminación de-bía tratarse como un crimen,más que como algo que uno tie-ne derecho a hacer siempre quepague el dinero suficiente. Con-flictos morales aparte, tambiénhabía un escepticismo considera-ble en cuanto a si los incentivosmercantiles serían realmente efi-caces para reducir la contamina-ción. Incluso, hoy, los impuestospigouvianos tal como se idearonoriginalmente son relativamen-te raros. El ejemplo más prove-choso que he podido encontrares un impuesto holandés sobrelos vertidos de agua que contie-nen materia orgánica.

    La idea que sí ha cuajado, encambio, es una variante que lamayoría de los economistas con-sideran más o menos equivalen-te: un sistema de permisos deemisiones comercializables, tam-bién conocido como tope y true-

    que. Según estemodelo, se conce-de un número limitado de permi-sos para emitir un contaminanteespecífico como el dióxido deazufre. Una empresa que quieragenerar más contaminación dela que se le permite puede ir ycomprar permisos adicionalesde otras partes; una compañíaque tenga más permisos de losque tiene intención de usar pue-de vender los que le sobran. Estoproporciona a todo el mundo unincentivo para reducir la conta-minación, porque los comprado-res no tienen que adquirir tantospermisos si pueden recortar sus

    emisiones, y los vendedores pue-den deshacerse demás permisossi hacen lomismo. De hecho, des-de un punto de vista económico,un sistema de tope y trueque pro-duce los mismos incentivos parareducir la contaminación que unimpuesto pigouviano, ya que,efectivamente, el precio de lospermisos hace las veces de unimpuesto sobre la contamina-ción.

    En la práctica hay un par dediferencias importantes entre eltope y trueque y un impuesto so-bre la contaminación. Una esque los dos sistemas generan ti-pos distintos de incertidumbre.Si el Gobierno establece un im-puesto sobre la contaminación,los contaminadores saben quéprecio tendrán que pagar, peroel Gobierno no sabe cuánta con-taminación generarán. Si el Go-bierno impone un tope, conocela cantidad de contaminación,pero los contaminadores no sa-ben cuál será el precio de las emi-siones. Otra diferencia importan-te tiene que ver con los ingresosdel Gobierno. Un impuesto so-

    bre la contaminación es, bueno,un impuesto, el cual supone uncoste para el sector privadomientras que genera ingresos pa-ra el Gobierno. El sistema de to-pe y trueque es un pocomás com-plicado. Si el Gobierno se limitaa emitir los permisos y recaudarlos ingresos, entonces es exacta-mente igual que un impuesto.Sin embargo, el tope y truequesuele conllevar un intercambiode permisos entre los agentesexistentes, por lo que los posi-bles ingresos van a parar a la in-dustria en lugar de al Gobierno.

    Desde el punto de vista políti-

    co, repartir permisos entre la in-dustria no es del todo malo, por-que brinda un modo de compen-sar parcialmente a algunos delos grupos cuyos intereses sufri-rían si se adoptase una políticadura contra el cambio climático.Esto puede servir para que apro-bar las leyes sea más factible.

    Estas reflexiones políticas pro-bablemente expliquen por qué lasolución al dilema de la lluvia áci-da adoptó la forma del tope ytrueque y por qué los permisospara contaminar se distribuye-ron gratuitamente entre las em-presas eléctricas. Tambiénmere-ce la pena señalar que el proyec-to de ley Waxman-Markey, unsistema de tope y trueque paralos gases de efecto invernaderoque empieza concediendo mu-chos permisos al sector, pero sa-ca a subasta un número crecien-te durante los años siguientes,fue de hecho aprobado por la Cá-mara de Representantes el añopasado; es difícil imaginar un im-puesto generalizado sobre lasemisiones que haga lomismo du-rante muchos años.

    Eso no significa que los im-puestos sobre las emisiones notengan ninguna posibilidad deéxito. Hace poco, algunos senado-res han presentado una propues-ta con una especie de soluciónhíbrida, con tope y trueque paraalgunos sectores de la economíae impuestos sobre el carbono pa-ra otros (principalmente, el pe-tróleo y el gas). La lógica políticaparece ser la de que el sector delpetróleo piensa que los consumi-dores no le culparán por la subi-da de los precios si dichos pre-cios reflejan un impuesto concre-to.

    En cualquier caso, la expe-riencia indica que el control delas emisiones basado en el mer-cado funciona. Nuestra historiareciente en relación con la lluviaácida demuestra lo mismo. LaLey del Aire Limpio de 1990 in-trodujo un sistema de tope ytrueque por el que las centraleseléctricas podían comprar y ven-der el derecho a emitir dióxidode azufre, y dejaba en manos delas empresas individuales la ges-tión de su actividad dentro de losnuevos límites. Como cabía espe-rar, con el paso del tiempo, lasemisiones de dióxido de azufrede las centrales eléctricas se re-dujeron a casi la mitad, a un cos-te mucho más bajo de lo que in-cluso los optimistas esperaban;los precios de la electricidad ba-jaron en vez de subir. El proble-ma de la lluvia ácida no desapare-ció, pero se redujo considerable-mente. Se podría pensar que losresultados demostraban que po-demos hacer frente a los proble-mas medioambientales cuandonos vemos obligados a hacerlo.

    De modo que ahí lo tenemos,¿no? La emisión de dióxido decarbono y otros gases de efectoinvernadero es un efecto externo

    negativo típico (el “mayor fallodel mercado que el mundo haconocido jamás”, en palabras deNicholas Stern, autor de un infor-me sobre el tema para el Gobier-no británico). La economía delos libros de texto y la experien-cia del mundo real nos dicen quedeberíamos tener políticas quedesincentiven las actividadesque generan efectos externos ne-gativos y que, por lo general, esmejor depender de un enfoquebasado en el mercado.

    ¿CLIMA DE DUDA?Éste es un artículo sobre la eco-

    Cómo construiruna economía ‘verde’Sabemos cómo frenar el calentamiento de la Tierra, y los costes son asumibles.Hace falta voluntad política, según expone el premio Nobel de Economía de 2008.

    Un trabajador camina entre una nu-be de humo en una fábrica deChangzhi (China). / Reuters

    PAULKRUGMAN

    Hace mucho quehabría que haberhecho algo sobre lasemisiones de CO2

    La economía debeacostumbrarsea no usarcombustibles fósiles

    Poniendo precioa las emisionesse pueden obtenergrandes resultados

    La incertidumbrees un argumentoa favor de medidasmás fuertes

    El altruismo nopuede resolverel problema delcambio climático

    Hay que dar a todoel mundo un motivoegoísta para generarmenos emisiones

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    EL PAÍS, DOMINGO 25 DE ABRIL DE 2010 NEGOCIOS 5

    »primer planoJ

  • nomía del clima, no sobre la cli-matología. Pero antes de abor-dar la economía merece la penaaclarar tres cosas en relacióncon la situación del debate cientí-fico.

    La primera es que, sin duda,el planeta se está calentando. Latemperatura fluctúa y, en conse-cuencia, es bastante fácil encon-trar un año inusualmente cálidoen el pasado reciente, notar queahora hace más frío y afirmar:“¡Ven, el planeta se está enfrian-do, no calentando!”. Pero si seobservan las pruebas como es de-bido—teniendo en cuenta lasme-dias a lo largo de periodos lo bas-tante prolongados como paraanular las fluctuaciones—, la ten-dencia ascendente es inequívo-ca: cada década sucesiva desdela de los setenta ha sidomás cáli-da que la anterior.

    En segundo lugar, los mode-los climáticos predijeron estocon mucha antelación, e inclusoadivinaron la magnitud del au-mento de las temperaturas conbastante aproximación. Mien-tras que es relativamente fácilidear un análisis que haga coinci-dir datos conocidos, es muchomás complicado crear un mode-lo que prediga el futuro con exac-titud. Así que el hecho de que loscreadores de losmodelos predije-sen correctamente hace más de20 años el calentamiento mun-dial futuro les da una enormecredibilidad.

    Pero esa no es la conclusiónque se podría extraer de los mu-chos informes de los medios decomunicación que se han centra-do en asuntos como los mensa-jes de correo electrónico piratea-dos y los científicos que hablande “hacer trampa” para “ocultar”una caída anómala en una seriede datos o expresan el deseo deque los artículos de los escépti-cos del cambio climático quedenexcluidos de las revisiones de in-vestigación. La verdad, sin em-bargo, es que los supuestos es-cándalos se esfuman al analizar-los más de cerca, y solamente re-velan que quienes investigan elclima también son seres huma-nos. Sí, los científicos procuranque sus resultados destaquen, pe-ro no se ha suprimido ningún da-to. Sí, a los científicos no les gus-ta que se publiquen trabajosque, en su opinión, crean delibe-radamente confusión respecto alos problemas. ¿Qué tiene de ex-traño? No hay nada que dé a en-tender que no se deba seguir apo-yando firmemente la investiga-ción sobre el clima.

    Y esto me lleva al tercer pun-to: los modelos basados en estainvestigación indican que si se-guimos añadiendo gases de efec-to invernadero a la atmósfera co-mo hasta ahora, terminaremosenfrentándonos a cambios drásti-cos en el clima. Seamos claros.No estamos hablando de unoscuantos días más de calor en ve-rano y de un poco menos de nie-ve en invierno; estamos hablan-do de acontecimientos enorme-mente perjudiciales, como latransformación del suroeste deEstados Unidos en una zona degran sequía permanente duran-te las próximas décadas.

    Sin embargo, a pesar de la al-ta credibilidad de los creadoresde los modelos climáticos, sigue

    existiendo una tremenda incerti-dumbre en sus previsiones a lar-go plazo. Pero, como veremos enbreve, la incertidumbre es un ar-gumento a favor de medidasmás fuertes, no más débiles. Demodo que el cambio climáticoexige pasar a la acción. ¿Es unprograma de tope y trueque simi-lar almodelo utilizado para redu-cir el dióxido de azufre el siste-ma adecuado?

    La oposición seria al tope ytrueque suele presentarse bajodos formas: el argumento de queuna acciónmás directa —en con-

    creto, una prohibición de las cen-trales eléctricas alimentadas concarbón— sería más efectiva, y elde que un impuesto sobre lasemisiones sería mejor que la co-mercialización de las emisiones.(Dejemos a un lado a quienes re-chazan la ciencia del clima en sutotalidad y se oponen a cual-quier limitación de las emisio-nes de gases de efecto invernade-ro, así como a quienes se oponenal uso de cualquier clase de solu-ción basada en el mercado). Hayargumentos a favor de cada unade esas propuestas, aunque notantos como sus defensorescreen.

    En lo que respecta a la accióndirecta, uno puede argumentarque los economistas aman losmercados de manera insensata yexcesiva, que están demasiadodispuestos a suponer que cam-biar los incentivos económicosde la gente resuelve todos los pro-blemas. En concreto, no es posi-ble ponerle precio a algo a me-nos que se pueda medir con pre-cisión, y eso puede ser complica-do a la par que caro. Por eso, aveces, es mejor limitarse a esta-blecer algunas normas básicassobre lo que la gente puede y nopuede hacer.

    Fíjense en las emisiones de

    los coches, por ejemplo. ¿Podría-mos o deberíamos cobrar a cadapropietario de un coche una cuo-ta proporcional a las emisionesde su tubo de escape? Desde lue-go que no. Habría que instalarcaros equipos de control en cadacoche y también habría que preo-cuparse por el fraude. Casi concerteza, es mejor hacer lo que dehecho hacemos, que es imponernormas sobre las emisiones a to-dos los coches.

    ¿Se puede exponer un razona-miento similar respecto a lasemisiones de gases de efecto in-

    vernadero? Mi reacción inicial,que sospecho que compartiríanla mayoría de los economistas,es que la propia escala y comple-jidad de la situación requiereuna solución basada en elmerca-do, ya sea el tope y trueque o unimpuesto sobre las emisiones.Después de todo, los gases deefecto invernadero son un sub-producto directo o indirecto decasi todo lo producido en una

    economíamoderna, desde las ca-sas en las que vivimos hasta loscoches que conducimos. Para re-ducir las emisiones de esos gasesserá necesario lograr que la gen-te modificase su comportamien-to de muchas maneras diferen-tes, algunas de ellas imposiblesde identificar hasta que tenga-mos un dominio mucho mayorde la tecnología ecológica. Portanto, ¿podemos realmente con-seguir avances significativos di-ciéndole a la gente lo que está ono está concretamente permiti-do? Economía 101 nos dice—pro-

    bablemente con acierto— que elúnico modo de conseguir que lagente cambie de comportamien-to adecuadamente es ponerlesun precio a las emisiones, de talmanera que este coste quede asu vez incorporado en todo lo de-más de una forma que refleje losimpactosmedioambientales fina-les.

    Cuando los compradores va-yan a la frutería, por ejemplo, seencontrarán con que las frutas ylas verduras que vienen de lejostienen precios más altos que laslocales, lo que será en parte unreflejo del coste de los permisosde emisión o impuestos pagadospara enviar esos productos.Cuando las empresas decidancuánto gastarse en aislamiento,tendrán en cuenta los costes dela calefacción y el aire acondicio-nado, que incluyen el precio delos permisos de emisión o los im-puestos pagados por la genera-ción de electricidad. Cuando lasinstalaciones eléctricas tenganque elegir entre distintas fuentesde energía, tendrán que tener encuenta que el consumo de com-bustibles fósiles irá asociado aunos impuestos más altos o unospermisosmás caros. Y así sucesi-vamente. Un sistema basado enel mercado crearía incentivos

    descentralizados para hacer locorrecto, y ésa es la única formade hacerlo.

    Dicho eso, podrían ser necesa-rias algunas normas específicas.James Hansen, el destacado cli-matólogo a quien se le debe atri-buir gran parte del mérito de ha-ber convertido el cambio climáti-co en un problema prioritario,ha defendido enérgicamente quela mayor parte del problema delcambio climático se debe a unasola cosa, la combustión del car-bón, y que hagamos lo que haga-mos tenemos que dejar de que-mar carbón de aquí a 20 años.Mi reacción como economista esque un canon caro disuadiría deusar carbón en cualquier caso.Pero es posible que un sistemabasado en el mercado acabe te-niendo lagunas, y las consecuen-cias serían terribles. Así que yodefendería que se complementa-sen lasmedidas disuasorias basa-das en el mercado con controlesdirectos del uso del carbón comocombustible.

    ¿Y qué hay de la defensa deun impuesto sobre las emisionesen lugar de un sistema de tope ytrueque? No cabe duda de queun impuesto directo tendría mu-chas ventajas frente a leyes co-mo la de Waxman-Markey, queestá llena de excepciones y situa-ciones especiales. Pero esa no esen realidad una comparaciónútil: por supuesto que un impues-to ideal sobre las emisiones tienemejor aspecto que un sistema detope y trueque que la Cámara yaha aprobado con todas sus condi-ciones adicionales. La preguntaes si el impuesto sobre las emisio-nes que realmente podría apli-carse esmejor que el tope y true-que. No hay motivos para creerque lo sería; de hecho, no haymotivos para creer que un im-puesto sobre las emisiones gene-ralizado conseguiría la aproba-ción del Congreso.

    Para ser justos, Hansen ha ex-puesto un interesante argumen-to moral contra el sistema de to-pe y trueque, uno mucho máselaborado que la vieja idea deque está mal permitir que quie-nes contaminan compren el de-recho a contaminar. Hansen lla-ma la atención sobre el hecho deque en un mundo de tope y true-que, las buenas acciones indivi-duales no contribuyen a los obje-tivos sociales. Si uno opta porconducir un coche híbrido ocomprar una casa con una hue-lla de carbono pequeña, todo loque está haciendo es liberar per-misos de emisiones para otrapersona, lo que significa que unono ha hecho nada para reducir laamenaza del cambio climático.Tiene parte de razón. Pero el al-truismono puede resolver de for-ma efectiva el problema del cam-bio climático. Cualquier solu-ción seria debe depender princi-palmente de la creación de unsistema que le dé a todo el mun-do un motivo egoísta para gene-rarmenos emisiones. Es una lás-tima, pero el altruismo climáticodebe ponerse por detrás de la ta-rea de lograr que dicho sistemafuncione.

    La conclusión, por tanto, esque, aunque el cambio climáticopuede ser un problema muchísi-mo más grave que el de la lluviaácida, la lógica de cómo respon-

    Una mujer riega unas plantas en un acto de promoción de la energía solar en Washington. / Bloomberg

    Se precisanincentivos demercado y controlesdel uso de carbón

    Los cálculos sobreel calentamientohan subidoradicalmente

    Reducir el CO2ralentizarála economía,pero no demasiado

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    6 NEGOCIOS EL PAÍS, DOMINGO 25 DE ABRIL DE 2010

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  • EL PAÍS, DOMINGO 25 DE ABRIL DE 2010 7

  • der ante él es en gran medida lamisma. Lo que necesitamos sonincentivos demercado para redu-cir las emisiones de gases de efec-to invernadero —junto con algu-nos controles directos del usodel carbón—, y el sistema de topey trueque es una forma razona-ble de crear esos incentivos.

    ¿Pero podemos permitirnoshacer eso? Y lo que es igual deimportante, ¿podemos permitir-nos no hacerlo?

    EL PRECIODE LA ACTUACIÓNDel mismo modo que existe unconsenso aproximado entre loscreadores de los modelos climá-ticos en cuanto a la trayectoriaprobable de las temperaturas sino actuamos para recortar lasemisiones de gases de efecto in-vernadero, hay un consensoaproximado entre los creadoresde los modelos económicos encuanto al precio de la actuación.Esa opinión general puede resu-mirse de la manera siguiente: li-mitar las emisiones frenará elcrecimiento económico, pero nodemasiado. La Oficina Presu-puestaria del Congreso, basán-dose en un estudio de modelos,ha llegado a la conclusión deque la ley Waxman-Markey “re-duciría la tasa media anual decrecimiento prevista del produc-to interior bruto entre 2010 y2050 entre 0,03 y 0,09 puntosporcentuales”. Es decir, en elpeor de los casos, reduciría elcrecimiento anual medio del2,4% al 2,31%. Básicamente, laOficina Presupuestaria llega a laconclusión de que unasmedidasfuertes para abordar el cambioclimático harían que la econo-mía estadounidense fuese entreun 1,1% y un 3,4% más pequeñaen 2050 de lo que lo sería sinellas.

    ¿Y qué hay de la economíamundial? En general, los creado-res de los modelos tienden acalcular que las políticas sobrecambio climático reducirían laproducción mundial en un por-centaje algomenor que el corres-pondiente a Estados Unidos. Elprincipal motivo es que las eco-nomías incipientes como Chinausan actualmente la energía deunmodo bastante ineficiente, enparte como consecuencia deunas políticas nacionales quehanmantenido los precios de loscombustibles fósiles muy bajos,y por tanto podrían conseguir ungran ahorro energético a un pre-cio módico. Una revisión recien-te de los cálculos disponibles es-tablece el coste de una políticaclimáticamuy estricta —conside-rablemente más agresiva que lacontemplada en las propuestaslegislativas actuales— en un va-lor situado entre el 1% y el 3% delPIB.

    Esas cifras suelen provenir deun modelo que combina todo ti-po de cálculos procedentes de laingeniería y del mercado. Entreellos están, por ejemplo, loscálculos óptimos de los ingenie-ros sobre cuánto cuesta generarelectricidad de distintas formas,a partir del carbón, el gas, laenergía nuclear y la solar, conunos precios determinados delos recursos. A continuación sehacen cálculos, basados en la ex-periencia histórica, sobre cuánto

    recortarían los consumidores suconsumo de electricidad si suprecio subiese. El mismo proce-so se sigue con otras fuentes deenergía, como el carburante. Y elmodelo supone que todo el mun-do opta por la mejor alternativaen función del contexto económi-co; que los generadores de ener-gía eligen las formas menos ca-ras de producir electricidad,mientras que los consumidoresconservan la energía siempreque el dinero que ahorren alcomprar menos electricidad su-pere el coste de usar menos elec-tricidad en forma de otro gasto ode pérdida de comodidad. Des-pués de todos estos análisis, re-sulta posible predecir cómo losproductores y los consumidoresde energía reaccionarán ante po-líticas que les pongan un precioa las emisiones, y qué coste finaltendrán esas reacciones para laeconomía en su conjunto.

    Naturalmente, hay casos enlos que esta clase de modelo po-dría equivocarse. Muchos de loscálculos subyacentes son necesa-riamente especulativos hastacierto punto; por ejemplo, nadie

    sabe realmente lo que costará laenergía solar una vez que final-mente se convierta en una op-ción a gran escala. También haymotivos para dudar de la suposi-ción de que la gente realmentetoma las decisiones correctas:muchos estudios han descubier-

    to que los consumidores no erancapaces de tomar medidas paraahorrar energía, como mejorarel aislamiento, aun cuando po-drían ahorrar dinero si lo hicie-ran.

    Pero, aunque sea improbableque estosmodelos acierten en to-do, está bien que, en vez de infra-valorarlos, exageren los costeseconómicos de las medidas paraabordar el cambio climático. Esoes lo que la experiencia del pro-grama de tope y trueque para lalluvia ácida indica: los costes re-sultaron estar bastante por deba-jo de las predicciones iniciales. Yen general, lo que los modelosno tienen ni pueden tener encuenta es la creatividad; sin du-da, frente a una economía en laque hay grandes recompensasmonetarias por reducir las emi-siones de gases de efecto inverna-dero, el sector privado encontra-rá formas de limitar las emisio-nes que todavía no están en nin-gún modelo.

    Sin embargo, lo que oímos de-cir a los conservadores que seoponen a la política sobre cam-bio climático es que cualquier in-

    tento de limitar las emisiones se-ría económicamente devastador.La Fundación Heritage, porejemplo, respondió a los cálculosde la Oficina Presupuestaria so-bre la ley Waxman-Markey conun largo texto titulado “La OPCsubestima enormemente los cos-tes del sistema de tope y true-que”. Los efectos reales, según lafundación, serían ruinosos paralas familias y la creación de em-pleo.

    Esta reacción —este pesimis-mo exagerado respecto a la capa-cidad de la economía para sobre-llevar el tope y trueque— chocafrontalmente con la retórica con-servadora. Al fin y al cabo, losconservadores modernos danmuestras de una profunda y casimística confianza en la efectivi-dad de los incentivos mercanti-les (a Ronald Reagan le gustabahablar de la “magia del merca-do”). Creen que el sistema capita-lista puede hacer frente a todotipo de limitaciones, que la tecno-logía, por ejemplo, puede supe-rar fácilmente cualquier restric-ción impuesta al crecimientopor las reservas limitadas de pe-

    tróleo o de otros recursos natura-les. Pero ahora afirman que estemismo sector privado es absolu-tamente incapaz de soportaruna limitación de las emisionesgenerales, aun cuando dicho to-pe funcionaría, desde el puntode vista del sector privado, de for-ma muy similar al suministro deun recurso limitado, como la tie-rra. ¿Por qué no creen que el di-namismo del capitalismo le indu-cirá a encontrar modos de arre-glárselas en unmundo de emisio-nes de carbono reducidas? ¿Porqué piensan que elmercado pier-de su magia en cuanto se invo-can los incentivos mercantilesen favor de la conservación?

    Está claro que los conservado-res abandonan toda su fe en lacapacidad de los mercados paraadaptarse a la política sobre cam-bio climático porque no quierenque el Gobierno intervenga. Supesimismo declarado respecto alcoste de la política climática esesencialmente una estratagemapolíticamás que una opinión eco-nómica razonada. Lo que los de-lata es la marcada tendencia quetienen los conservadores que se

    oponen al tope y trueque a argu-mentar demala fe. El extenso do-cumento de la FundaciónHerita-ge acusa a la Oficina Presupues-taria del Congreso de cometererrores lógicos elementales, pe-ro si uno lee de hecho el informede la oficina, está claro que lafundación lo está malinterpre-tando intencionadamente. Lospolíticos conservadores han sidoaún más descarados. El ComitéNacional Republicano del Con-greso, por ejemplo, publicó va-rios comunicados de prensa ci-tando específicamente un estu-dio del Massachusetts Instituteof Technology (MIT en sus siglasen inglés) como base para afir-mar que el tope y trueque costa-ría 3.100 dólares a cada familia,a pesar de los repetidos intentospor parte de los autores del estu-dio de aclarar que la cifra realrepresentaba aproximadamentesólo una cuarta parte de eso.

    La verdad es que no hay inves-tigaciones creíbles que indiquenque tomar medidas enérgicascontra el cambio climático estéfuera de las posibilidades de laeconomía. Incluso si uno no con-

    fía plenamente en los modelos—y no debería hacerlo—, la histo-ria y la lógica indican que losmo-delos exageran, no subestiman,los costes de la actuación climáti-ca. Podemos permitirnos haceralgo respecto al cambio climáti-co.

    Pero eso no equivale a decirque debamos hacerlo. La actua-ción tendrá costes, y éstos debencompararse con los de la falta deactuación. Sin embargo, antes dellegar a ese punto, permítanmetocar un tema que se volveráesencial si realmente ponemosen marcha la política climática:cómo lograr que el resto delmundo nos acompañe en el es-fuerzo.

    EL SÍNDROMEDE CHINAEstados Unidos sigue siendo lamayor economía del mundo, loque convierte al país en una delas mayores fuentes de gases deefecto invernadero. Pero no es lamayor. China, que quema mu-cho más carbón por dólar delproducto interior bruto que Esta-dos Unidos, lo superó según esecriterio hace unos tres años. Engeneral, los países desarrollados—el club de los ricos del que for-man parte Europa, América delNorte y Japón— son responsa-bles de solamente lamitadmás omenos de las emisiones de efec-to invernadero, y esa es una frac-

    ción que se reducirá con el pasodel tiempo. En resumen, no pue-de haber una solución para elcambio climático a menos que elresto del mundo, y las econo-mías incipientes en particular,participen de forma importante.

    Invariablemente, quienes seresisten a hacer frente al cambioclimático señalan la naturalezamundial de las emisiones comomotivo para no actuar. Limitarlas emisiones de Estados Unidosno servirá de mucho, sostienen,si China y otros no nos acompa-ñan en el esfuerzo. Y subrayan laobstinación de China en las nego-ciaciones de Copenhague comoprueba de que otros países nocooperarán. De hecho, las econo-mías incipientes consideran quetienen derecho a emitir libre-mente sin preocuparse por lasconsecuencias (eso es lo que lospaíses que hoy son ricos pudie-ron hacer durante siglos). No esposible conseguir una coopera-ción mundial en relación con elcambio climático, prosigue el ar-gumento, y eso significa que notiene sentido tomar ninguname-dida en absoluto.

    Para quienes piensan que to-mar medidas es esencial, la pre-gunta correcta es cómo conven-cer a China y a otros países emer-gentes de que participen en lalimitación de las emisiones. Laszanahorias, o incentivos positi-vos, son una respuesta. Imagi-nen que se establecen sistemasde tope y trueque en China y Es-tados Unidos (pero permitiendoel trueque internacional de lospermisos, demanera que las em-presas chinas y estadounidensespuedan comprar y vender los de-rechos de emisiones). Al estable-cer topes generales a niveles pen-sados para garantizar que Chinanos venda un número considera-ble de permisos, estaríamos dehecho pagando a China para querecortase sus emisiones. Dadoque las pruebas indican que elcoste de recortar las emisionessería más bajo en China que enEstados Unidos, esto podría serun trato ventajoso para todos.

    ¿Pero qué pasa si los chinos(o los indios, o los brasileños, et-cétera) no quieren participar endicho sistema? Entonces hacenfalta tanto varas como zanaho-rias. En concreto, hacen faltaaranceles sobre el carbono.

    Un arancel sobre el carbonosería un impuesto sobre los pro-ductos importados proporcionalal carbón emitido al fabricar di-chos productos. Supongamosque China se niega a reducir lasemisiones, mientras que EstadosUnidos adopta unas políticasque establecen un precio de 100dólares por cada tonelada deemisiones de carbono. Si Esta-dos Unidos impusiese ese aran-cel sobre el carbono, cualquierenvío de productos chinos a Esta-dos Unidos cuya producción con-llevase la emisión de una tonela-da de carbono estaría gravadocon un impuesto de 100 dólaresque se añadirían a cualquierotro impuesto. Esos aranceles, sifuesen impuestos por los actores

    Manifestantes, durante la Cumbredel Clima de Copenhague, en di-ciembre pasado. / Reuters

    Evitar la catástrofees más importanteque mantener losmercados abiertos

    Un clima máscálido haríaque el mundofuese más pobre

    Las pérdidaspodrían llegar al 5%del PIB mundial,o incluso más

    No habrá soluciónsin la participaciónde las economíasemergentes

    Si los chinos noquieren participar,harán falta el paloy la zanahoria

    EE UU y la UEpodrían plantearseimponer arancelesal carbono

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    8 NEGOCIOS EL PAÍS, DOMINGO 25 DE ABRIL DE 2010

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  • der ante él es en gran medida lamisma. Lo que necesitamos sonincentivos demercado para redu-cir las emisiones de gases de efec-to invernadero —junto con algu-nos controles directos del usodel carbón—, y el sistema de topey trueque es una forma razona-ble de crear esos incentivos.

    ¿Pero podemos permitirnoshacer eso? Y lo que es igual deimportante, ¿podemos permitir-nos no hacerlo?

    EL PRECIODE LA ACTUACIÓNDel mismo modo que existe unconsenso aproximado entre loscreadores de los modelos climá-ticos en cuanto a la trayectoriaprobable de las temperaturas sino actuamos para recortar lasemisiones de gases de efecto in-vernadero, hay un consensoaproximado entre los creadoresde los modelos económicos encuanto al precio de la actuación.Esa opinión general puede resu-mirse de la manera siguiente: li-mitar las emisiones frenará elcrecimiento económico, pero nodemasiado. La Oficina Presu-puestaria del Congreso, basán-dose en un estudio de modelos,ha llegado a la conclusión deque la ley Waxman-Markey “re-duciría la tasa media anual decrecimiento prevista del produc-to interior bruto entre 2010 y2050 entre 0,03 y 0,09 puntosporcentuales”. Es decir, en elpeor de los casos, reduciría elcrecimiento anual medio del2,4% al 2,31%. Básicamente, laOficina Presupuestaria llega a laconclusión de que unasmedidasfuertes para abordar el cambioclimático harían que la econo-mía estadounidense fuese entreun 1,1% y un 3,4% más pequeñaen 2050 de lo que lo sería sinellas.

    ¿Y qué hay de la economíamundial? En general, los creado-res de los modelos tienden acalcular que las políticas sobrecambio climático reducirían laproducción mundial en un por-centaje algomenor que el corres-pondiente a Estados Unidos. Elprincipal motivo es que las eco-nomías incipientes como Chinausan actualmente la energía deunmodo bastante ineficiente, enparte como consecuencia deunas políticas nacionales quehanmantenido los precios de loscombustibles fósiles muy bajos,y por tanto podrían conseguir ungran ahorro energético a un pre-cio módico. Una revisión recien-te de los cálculos disponibles es-tablece el coste de una políticaclimáticamuy estricta —conside-rablemente más agresiva que lacontemplada en las propuestaslegislativas actuales— en un va-lor situado entre el 1% y el 3% delPIB.

    Esas cifras suelen provenir deun modelo que combina todo ti-po de cálculos procedentes de laingeniería y del mercado. Entreellos están, por ejemplo, loscálculos óptimos de los ingenie-ros sobre cuánto cuesta generarelectricidad de distintas formas,a partir del carbón, el gas, laenergía nuclear y la solar, conunos precios determinados delos recursos. A continuación sehacen cálculos, basados en la ex-periencia histórica, sobre cuánto

    recortarían los consumidores suconsumo de electricidad si suprecio subiese. El mismo proce-so se sigue con otras fuentes deenergía, como el carburante. Y elmodelo supone que todo el mun-do opta por la mejor alternativaen función del contexto económi-co; que los generadores de ener-gía eligen las formas menos ca-ras de producir electricidad,mientras que los consumidoresconservan la energía siempreque el dinero que ahorren alcomprar menos electricidad su-pere el coste de usar menos elec-tricidad en forma de otro gasto ode pérdida de comodidad. Des-pués de todos estos análisis, re-sulta posible predecir cómo losproductores y los consumidoresde energía reaccionarán ante po-líticas que les pongan un precioa las emisiones, y qué coste finaltendrán esas reacciones para laeconomía en su conjunto.

    Naturalmente, hay casos enlos que esta clase de modelo po-dría equivocarse. Muchos de loscálculos subyacentes son necesa-riamente especulativos hastacierto punto; por ejemplo, nadie

    sabe realmente lo que costará laenergía solar una vez que final-mente se convierta en una op-ción a gran escala. También haymotivos para dudar de la suposi-ción de que la gente realmentetoma las decisiones correctas:muchos estudios han descubier-

    to que los consumidores no erancapaces de tomar medidas paraahorrar energía, como mejorarel aislamiento, aun cuando po-drían ahorrar dinero si lo hicie-ran.

    Pero, aunque sea improbableque estosmodelos acierten en to-do, está bien que, en vez de infra-valorarlos, exageren los costeseconómicos de las medidas paraabordar el cambio climático. Esoes lo que la experiencia del pro-grama de tope y trueque para lalluvia ácida indica: los costes re-sultaron estar bastante por deba-jo de las predicciones iniciales. Yen general, lo que los modelosno tienen ni pueden tener encuenta es la creatividad; sin du-da, frente a una economía en laque hay grandes recompensasmonetarias por reducir las emi-siones de gases de efecto inverna-dero, el sector privado encontra-rá formas de limitar las emisio-nes que todavía no están en nin-gún modelo.

    Sin embargo, lo que oímos de-cir a los conservadores que seoponen a la política sobre cam-bio climático es que cualquier in-

    tento de limitar las emisiones se-ría económicamente devastador.La Fundación Heritage, porejemplo, respondió a los cálculosde la Oficina Presupuestaria so-bre la ley Waxman-Markey conun largo texto titulado “La OPCsubestima enormemente los cos-tes del sistema de tope y true-que”. Los efectos reales, según lafundación, serían ruinosos paralas familias y la creación de em-pleo.

    Esta reacción —este pesimis-mo exagerado respecto a la capa-cidad de la economía para sobre-llevar el tope y trueque— chocafrontalmente con la retórica con-servadora. Al fin y al cabo, losconservadores modernos danmuestras de una profunda y casimística confianza en la efectivi-dad de los incentivos mercanti-les (a Ronald Reagan le gustabahablar de la “magia del merca-do”). Creen que el sistema capita-lista puede hacer frente a todotipo de limitaciones, que la tecno-logía, por ejemplo, puede supe-rar fácilmente cualquier restric-ción impuesta al crecimientopor las reservas limitadas de pe-

    tróleo o de otros recursos natura-les. Pero ahora afirman que estemismo sector privado es absolu-tamente incapaz de soportaruna limitación de las emisionesgenerales, aun cuando dicho to-pe funcionaría, desde el puntode vista del sector privado, de for-ma muy similar al suministro deun recurso limitado, como la tie-rra. ¿Por qué no creen que el di-namismo del capitalismo le indu-cirá a encontrar modos de arre-glárselas en unmundo de emisio-nes de carbono reducidas? ¿Porqué piensan que elmercado pier-de su magia en cuanto se invo-can los incentivos mercantilesen favor de la conservación?

    Está claro que los conservado-res abandonan toda su fe en lacapacidad de los mercados paraadaptarse a la política sobre cam-bio climático porque no quierenque el Gobierno intervenga. Supesimismo declarado respecto alcoste de la política climática esesencialmente una estratagemapolíticamás que una opinión eco-nómica razonada. Lo que los de-lata es la marcada tendencia quetienen los conservadores que se

    oponen al tope y trueque a argu-mentar demala fe. El extenso do-cumento de la FundaciónHerita-ge acusa a la Oficina Presupues-taria del Congreso de cometererrores lógicos elementales, pe-ro si uno lee de hecho el informede la oficina, está claro que lafundación lo está malinterpre-tando intencionadamente. Lospolíticos conservadores han sidoaún más descarados. El ComitéNacional Republicano del Con-greso, por ejemplo, publicó va-rios comunicados de prensa ci-tando específicamente un estu-dio del Massachusetts Instituteof Technology (MIT en sus siglasen inglés) como base para afir-mar que el tope y trueque costa-ría 3.100 dólares a cada familia,a pesar de los repetidos intentospor parte de los autores del estu-dio de aclarar que la cifra realrepresentaba aproximadamentesólo una cuarta parte de eso.

    La verdad es que no hay inves-tigaciones creíbles que indiquenque tomar medidas enérgicascontra el cambio climático estéfuera de las posibilidades de laeconomía. Incluso si uno no con-

    fía plenamente en los modelos—y no debería hacerlo—, la histo-ria y la lógica indican que losmo-delos exageran, no subestiman,los costes de la actuación climáti-ca. Podemos permitirnos haceralgo respecto al cambio climáti-co.

    Pero eso no equivale a decirque debamos hacerlo. La actua-ción tendrá costes, y éstos debencompararse con los de la falta deactuación. Sin embargo, antes dellegar a ese punto, permítanmetocar un tema que se volveráesencial si realmente ponemosen marcha la política climática:cómo lograr que el resto delmundo nos acompañe en el es-fuerzo.

    EL SÍNDROMEDE CHINAEstados Unidos sigue siendo lamayor economía del mundo, loque convierte al país en una delas mayores fuentes de gases deefecto invernadero. Pero no es lamayor. China, que quema mu-cho más carbón por dólar delproducto interior bruto que Esta-dos Unidos, lo superó según esecriterio hace unos tres años. Engeneral, los países desarrollados—el club de los ricos del que for-man parte Europa, América delNorte y Japón— son responsa-bles de solamente lamitadmás omenos de las emisiones de efec-to invernadero, y esa es una frac-

    ción que se reducirá con el pasodel tiempo. En resumen, no pue-de haber una solución para elcambio climático a menos que elresto del mundo, y las econo-mías incipientes en particular,participen de forma importante.

    Invariablemente, quienes seresisten a hacer frente al cambioclimático señalan la naturalezamundial de las emisiones comomotivo para no actuar. Limitarlas emisiones de Estados Unidosno servirá de mucho, sostienen,si China y otros no nos acompa-ñan en el esfuerzo. Y subrayan laobstinación de China en las nego-ciaciones de Copenhague comoprueba de que otros países nocooperarán. De hecho, las econo-mías incipientes consideran quetienen derecho a emitir libre-mente sin preocuparse por lasconsecuencias (eso es lo que lospaíses que hoy son ricos pudie-ron hacer durante siglos). No esposible conseguir una coopera-ción mundial en relación con elcambio climático, prosigue el ar-gumento, y eso significa que notiene sentido tomar ninguname-dida en absoluto.

    Para quienes piensan que to-mar medidas es esencial, la pre-gunta correcta es cómo conven-cer a China y a otros países emer-gentes de que participen en lalimitación de las emisiones. Laszanahorias, o incentivos positi-vos, son una respuesta. Imagi-nen que se establecen sistemasde tope y trueque en China y Es-tados Unidos (pero permitiendoel trueque internacional de lospermisos, demanera que las em-presas chinas y estadounidensespuedan comprar y vender los de-rechos de emisiones). Al estable-cer topes generales a niveles pen-sados para garantizar que Chinanos venda un número considera-ble de permisos, estaríamos dehecho pagando a China para querecortase sus emisiones. Dadoque las pruebas indican que elcoste de recortar las emisionessería más bajo en China que enEstados Unidos, esto podría serun trato ventajoso para todos.

    ¿Pero qué pasa si los chinos(o los indios, o los brasileños, et-cétera) no quieren participar endicho sistema? Entonces hacenfalta tanto varas como zanaho-rias. En concreto, hacen faltaaranceles sobre el carbono.

    Un arancel sobre el carbonosería un impuesto sobre los pro-ductos importados proporcionalal carbón emitido al fabricar di-chos productos. Supongamosque China se niega a reducir lasemisiones, mientras que EstadosUnidos adopta unas políticasque establecen un precio de 100dólares por cada tonelada deemisiones de carbono. Si Esta-dos Unidos impusiese ese aran-cel sobre el carbono, cualquierenvío de productos chinos a Esta-dos Unidos cuya producción con-llevase la emisión de una tonela-da de carbono estaría gravadocon un impuesto de 100 dólaresque se añadirían a cualquierotro impuesto. Esos aranceles, sifuesen impuestos por los actores

    Manifestantes, durante la Cumbredel Clima de Copenhague, en di-ciembre pasado. / Reuters

    Evitar la catástrofees más importanteque mantener losmercados abiertos

    Un clima máscálido haríaque el mundofuese más pobre

    Las pérdidaspodrían llegar al 5%del PIB mundial,o incluso más

    No habrá soluciónsin la participaciónde las economíasemergentes

    Si los chinos noquieren participar,harán falta el paloy la zanahoria

    EE UU y la UEpodrían plantearseimponer arancelesal carbono

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  • más importantes —pro-bablemente Estados Unidos y laUnión Europea—, ofrecerían alos países que no cooperan unincentivo considerable para quese replanteasen su postura.

    A la objeción de que una polí-tica así sería proteccionista, unaviolación de los principios del li-bre comercio, una posible res-puesta es: ¿y qué? Mantener losmercados mundiales abiertos esimportante, pero evitar una ca-tástrofe planetaria es muchomás importante. Sin embargo, sepuede argumentar de todos mo-dos que los aranceles sobre elcarbono entran dentro de lasnormas de las relaciones comer-ciales normales. Siempre que elarancel impuesto al contenidode carbono de las importacionessea comparable al precio de lospermisos de carbono nacionales,la consecuencia es cobrar a losconsumidores un coste que refle-ja el carbono emitido en lo quecompran, independientementede dónde se fabrique. Eso debe-ría ser legal según las normasdel comercio internacional. Dehecho, hasta la OrganizaciónMundial del Comercio, que se en-carga de supervisar las políticascomerciales, ha publicado un es-tudio que indica que los arance-les sobre el carbono serían acep-tables.

    Huelga decir que las negocia-ciones reales para lograr que secoopere y se actúe a escala mun-dial contra el cambio climáticoserían mucho más complejas ytendenciosas de lo que esta expo-sición da a entender. Pero el pro-blema no es tan inabordable co-mo se suele afirmar. Si EstadosUnidos y Europa decidiesen to-mar medidas sobre política cli-mática, casi seguro que serían ca-paces de engatusar y presionaral resto del mundo para que seuna al esfuerzo. Podemos hacer-lo.

    EL PRECIO DE LAFALTADE ACTUACIÓNEn los debates públicos, los es-cépticos del cambio climáticohan ganado terreno claramentedurante los dos últimos años,aun cuando últimamente se havisto que es probable que 2010sea el año más caluroso de losregistrados. Pero los propioscreadores de losmodelos climáti-cos se sienten cada vezmás pesi-mistas. Lo que antes eran las peo-res situaciones posibles se hanconvertido en previsiones de par-tida, y algunas organizacioneshan duplicado sus prediccionessobre el aumento de la tempera-tura en el transcurso del sigloXXI. Tras este nuevo pesimismose oculta una preocupación cadavezmayor por los efectos de aco-plamiento (por ejemplo, la libera-ción de metano, un importantegas de efecto invernadero, desdelos lechos marinos y la tundra, amedida que el planeta se calien-ta).

    En estos momentos, las previ-siones sobre el cambio climáti-co, suponiendo que sigamos co-mo hasta ahora, se agrupan entorno al cálculo de que en 2100las temperaturas medias seránunos cinco grados centígradosmás altas de lo que lo eran en2000. Eso es mucho (equivale a

    la diferencia de las temperaturasmedias de Nueva York y el cen-tro del Estado de Misisipi). Uncambio tan grande sería enorme-mente perjudicial. Y los proble-mas no terminarían aquí: lastemperaturas seguirían subien-do.

    Además, los cambios en latemperatura media no serán nimucho menos la única altera-ción. Los patrones de precipita-ción cambiarán, y algunas regio-nes se volverán mucho más hú-medas, y otras, mucho más se-cas. Muchos creadores de mode-los también predicen tormentas

    más intensas. El nivel de los océa-nos subirá, y el impacto se veráintensificado por esas tormen-tas: la inundación costera, queya es una fuente importante dedesastres naturales, se volveríamucho más frecuente y grave. Ypodría haber cambios drásticosen el clima de algunas regiones amedida que las corrientes oceá-nicas se modifiquen. Siempremerece la pena tener en cuentaque Londres tiene la misma lati-tud que Labrador; sin la corrien-te del Golfo, Europa Occidentalapenas sería habitable.

    Aunque un clima más cálidopodría tener algunas ventajas,parece casi seguro que un tras-torno de esta magnitud haríaque Estados Unidos, y el mundoen su conjunto, fuese más pobrede lo que lo sería en otras cir-cunstancias. ¿Cuánto más po-bre? Si la nuestra fuese una socie-dad preindustrial y principal-mente agrícola, el cambio climá-tico radical sería evidentementecatastrófico. Pero tenemos unaeconomía avanzada, del tipo quehistóricamente ha demostradotener gran capacidad para adap-tarse a circunstancias cambian-tes. Si esto suena parecido a miargumento sobre que los costesde los límites de las emisiones

    serían soportables, así debe ser:la misma flexibilidad que debe-ría permitirnos soportar unosprecios del carbono mucho másaltos también debería ayudarnosa hacer frente a una temperatu-ra media algo más alta.

    Pero hay al menos dos moti-vos para tomarse con precau-ción las valoraciones positivasde las consecuencias del cambioclimático. Uno es que, como aca-bo de señalar, no se trata sólo detener un clima más cálido: mu-chos de los costes del cambio cli-mático es probable que se debana las sequías, las inundaciones y

    las tormentas fuertes. El otro esque, mientras que las economíasmodernas pueden ser enorme-mente adaptables, a los ecosiste-mas puede que no les suceda lomismo. La última vez que la Tie-rra experimentó un calentamien-to cuyo ritmo era similar al queahora esperamos fue durante elmáximo térmico del Paleoceno-Eoceno, hace unos 55 millonesde años, cuando las temperatu-

    ras aumentaron unos seis gra-dos centígrados en el transcursode unos 20.000 años (lo cual esun ritmo mucho más lento queel del calentamiento actual). Esasubida estuvo unida a extincio-nes masivas, lo cual, por decirlosuavemente, probablemente nosería bueno para el nivel de vida.

    De modo que, ¿cómo pode-mos ponerle un precio a los efec-tos del calentamiento global?Los cálculos más citados, comolos delModelo Dinámico Integra-do de Clima y Economía, conoci-do como DICE por sus siglas eninglés y empleado por William

    Nordhaus, de Yale, y sus compa-ñeros, dependen de unas elabora-das conjeturas para atribuir unvalor a los efectos negativos delcalentamiento global para algu-nos sectores cruciales, especial-mente la agricultura y la protec-ción costera, y luego tratar dedejar cierto margen para otrasposibles repercusiones. Nord-haus ha sostenido que un aumen-to de la temperatura mundial de2,5 grados centígrados —que eraantes la previsión aceptada para2100— reduciría el productomundial bruto en algo menosdel 2%. ¿Pero qué pasaría si, co-mo indica un número cada vezmayor de modelos, el aumentoreal de la temperatura fuese eldoble? Nadie sabe realmente có-mo hacer esa extrapolación.Acierte o no, el modelo de Nord-haus calcula que las pérdidas de-bidas a un aumento de cinco gra-dos serían de alrededor del 5%del producto bruto mundial. Sinembargo, muchos críticos hansostenido que el coste sería mu-cho más alto.

    A pesar de la incertidumbre,resulta tentador hacer una com-paración directa entre las pérdi-das calculadas y los cálculos delo que costarían las políticas cli-máticas: el cambio climático re-

    ducirá el producto mundial bru-to en un 5%; detenerlo costará el2%, así que, adelante. Desgracia-damente, los cálculos no son tansencillos por al menos cuatromotivos.

    Primero, ya se está cociendoun considerable calentamientoglobal como consecuencia de lasemisiones del pasado y porque,incluso con unas medidas fuer-tes contra el cambio climático, lomás probable es que la cantidadde dióxido de carbono en la at-mósfera siga aumentando duran-te muchos años. Por tanto, inclu-so si los países de todo el mundoconsiguen frenar el cambio cli-mático, seguiremos teniendoque pagar por nuestra falta deactuación inicial. Como conse-cuencia, los cálculos de las pérdi-das de Nordhaus pueden supe-rar a los beneficios de la actua-ción.

    Segundo, los costes económi-cos de los límites de las emisio-nes empezarían a producirse encuanto la política entrase en vi-gor y, según la mayoría de laspropuestas, serían considerablesdentro de unos 20 años. Por otraparte, si no actuamos, los gran-des costes probablemente llega-rían a finales de este siglo (aun-que algunas cosas, como la trans-formación del suroeste de Esta-dos Unidos en una zona desérti-ca, podrían llegar mucho antes).Así que la forma de compararesos costes depende de cómo sevaloren los costes en el futurolejano en relación con los costesque se presentarán mucho an-tes.

    Tercero, y yendo en direccióncontraria, si no tomamos medi-das, el calentamiento global nose detendrá en 2100: las tempera-turas, y las pérdidas, seguirán au-mentando. De modo que si unole da importancia al futuro muy,muy lejano, las razones para ac-tuar son más sólidas de lo queincluso los cálculos para 2100dan a entender.

    Por último, está el importantí-simo problema de la incertidum-bre. No sabemos a ciencia ciertala magnitud del cambio climáti-co, lo cual es inevitable, porquehablamos de alcanzar niveles dedióxido de carbono en la atmósfe-ra que no se han visto en millo-nes de años. La reciente duplica-ción de las cifras previstas para2100 por muchos modelos es ensí misma una muestra del alcan-ce de esa incertidumbre; quiénsabe qué revisiones podrían pro-ducirse en los próximos años.Aparte de eso, nadie sabe real-mente cuánto daño causaría unaumento de las temperaturasdel calibre que ahora se conside-ra probable.

    Podrían pensar que esta incer-tidumbre debilita el argumentoen favor de la actuación, pero enrealidad lo refuerza. Como hasostenido Martin Weitzman, deHarvard, en varios artículos in-fluyentes, si hay una posibilidadsignificativa de que se produzcauna catástrofe absoluta, esa posi-bilidad —más que la cuestión dequé es más probable que suce-da— debería dominar los cálcu-los de los costes frente a los bene-ficios. Y la de la catástrofe absolu-ta sí que parece una posibilidadrealista, aun cuando no sea el re-sultado más probable.

    Un oso polar en la isla de Herald, entre Rusia y Alaska, una zona muy afectada por el cambio climático. / Ap

    La probabilidadde un desastreabsoluto debedominar el análisis

    Tiene que renacerel apoyo político ala actuación contrael cambio climático

    Las emisionesde hoy influiránsobre la atmósferadurante décadas

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  • Weitzman sostiene —y yo es-toy de acuerdo— que este riesgode una catástrofe, más que losdetalles de los cálculos de los cos-tes frente a los beneficios, es elargumento más poderoso a fa-vor de una política climática ri-gurosa. Las previsiones actualessobre el calentamiento global enausencia de medidas para com-batirlo están demasiado cerca delas clases de cifras que se aso-cian a las peores de las perspecti-vas. Sería irresponsable —resul-ta tentador decir que criminal-mente irresponsable— no alejar-se de lo que muy fácilmente po-dría resultar ser el borde de unprecipicio.

    Aun así, eso abre un gran de-bate sobre la velocidad de las ac-tuaciones.

    LA RAMPACONTRA EL ‘BIG BANG’Los economistas que analizanlas políticas climáticas coinci-den en algunos puntos clave.Hay un amplio consenso encuanto a que tenemos que ponerprecio a las emisiones de carbo-no, y que este precio debe termi-nar siendo muy alto, pero quelos efectos económicos negati-vos de esta política tendrán unamagnitud abarcable. En otras pa-labras, podemos y debemos ac-tuar para limitar el cambio cli-mático. Pero hay un debate en-carnizado entre los analistas ex-pertos respecto al ritmo, la rapi-dez con que los precios del car-bono deben subir hasta nivelessignificativos.

    Por una parte están los econo-mistas que llevan muchos añostrabajando en los llamados mo-delos de evaluación integrada,que combinan modelos de cam-bio climático con modelos quedescriben tanto el daño debidoal calentamiento global comolos costes debidos al recorte delas emisiones. En su mayor par-te, el mensaje de estos economis-tas es una especie de versión pa-ra el cambio climático de la fa-mosa plegaria de san Agustín:“Dame castidad y continencia,pero no ahora”. Así, el modeloDICE de Nordhaus afirma que elprecio de las emisiones de carbo-no subirá finalmente hasta másde 200 dólares por tonelada, enla práctica más del cuádrupledel coste del carbón, pero que lamayor parte de ese aumento de-bería llegar a finales de este si-glo, y que la mucho más modes-ta tasa inicial debería ser de 30dólares por tonelada. Nordhausllama “rampa de la política cli-mática” a esta recomendaciónde una política que se intensificapoco a poco durante un largo pe-riodo.

    Por otra parte, hay algunosmás recientemente llegados alcampo que trabajan con mode-los similares, pero que llegan aconclusiones diferentes. El másconocido, Nicholas Stern, un eco-nomista de la London School ofEconomics, defendía en 2006una actuación rápida y agresivapara limitar las emisiones, loque muy probablemente conlle-varía unos precios del carbonomucho más altos. Esta posturaalternativa no parece tener unnombre consensuado, así quepermítanme llamarla “big bangde la política climática”.

    Me resulta más fácil encon-trarles el sentido a los argumen-tos si pienso en las políticas parareducir las emisiones de carbo-no como en una especie de pro-yecto de inversión pública: unopaga un precio ahora y obtieneunos beneficios en forma de unplaneta menos dañado más tar-de. Y cuando digo más tarde, merefiero a mucho más tarde; lasemisiones de hoy influirán sobrela cantidad de carbono en la at-mósfera durante décadas y posi-blemente siglos futuros. Así quesi quieren evaluar si merece lapena hacer una inversión deter-

    minada en la reducción de lasemisiones tienen que calcular eldaño que hará una tonelada adi-cional de carbono en la atmósfe-ra no sólo este año, sino dentrode un siglo o más; y también tie-nen que decidir cuánta impor-tancia le atribuyen a un dañoque tardará mucho tiempo enmaterializarse.

    Los defensores de la políticarampa sostienen que el daño he-cho por una tonelada adicionalde carbono en la atmósfera esbastante bajo con las concentra-ciones actuales; el coste no serárealmente grande hasta que ha-ya mucho más dióxido de carbo-no en el aire, y eso no sucederáhasta finales de este siglo. Y sos-tienen que unos costes tan leja-nos en el tiempo no deberían te-ner una gran influencia sobre lapolítica actual. Señalan los tiposde rendimiento del mercado,que indican que los inversoresdan poca importancia a los bene-ficios o pérdidas que experimen-tarán en un futuro lejano, y argu-mentan que las políticas oficia-les, incluidas las políticas climá-ticas, deberían hacer lo mismo.

    Los defensores del big bangsostienen que el Gobierno de-bería tener mucha más perspec-tiva que los inversores privados.

    Stern, concretamente, defiendeque los responsables políticos de-berían dar la misma importan-cia al bienestar de las generacio-nes futuras que al de las actua-les. Además, los defensores de laacción rápida sostienen que eldaño debido a las emisiones po-dría ser mucho mayor de lo queindican los análisis de la políticarampa, ya sea porque las tempe-raturas globales son más sensi-bles a las emisiones de efecto in-vernadero de lo que se creía, oporque el daño económico debi-do a una gran subida de las tem-peraturas es mucho mayor de lo

    que afirman los cálculos aproxi-mados de los modelos rampa.

    Como economista profesio-nal, este debate me resulta dolo-roso. Hay personas inteligentesy bienintencionadas en ambos la-dos—algunos de ellos, como sue-le ocurrir, viejos amigos ymento-res míos—, y ambos lados se hanapuntado algunos tantos impor-tantes. Desgraciadamente, no po-demos declarar un empate hono-

    rable, porque hay que tomaruna decisión.

    Personalmente, me inclinopor la opinión del big bang. Elargumento moral de Stern a fa-vor de amar a las generacionesno nacidas igual que nos ama-mos a nosotros mismos puederesultar demasiado fuerte, perose puede argumentar convincen-temente que la política públicadebe tener una perspectiva mu-cho más amplia que la de losmercados privados. Y lo que esmás importante, las recomenda-ciones de la política rampa separecen demasiado a la realiza-

    ción de un experimento muyarriesgado con el planeta ente-ro. La política preferida por Nor-dhaus, por ejemplo, estabilizaríala concentración de dióxido decarbono en la atmósfera a un ni-vel que es aproximadamente eldoble de la media preindustrial.Según su modelo, esto sólo ten-dría unas consecuencias mode-radas para el bienestar mundial;¿pero hasta qué punto podemosconfiar en esto? ¿Cómo pode-mos estar seguros de que estaclase de cambios en elmedio am-biente no conduciría a una catás-trofe? No lo bastante seguros, di-ría yo, especialmente porque, co-mo he señalado antes, los crea-dores demodelos climáticos hanelevado radicalmente sus cifrasaproximadas de calentamientofuturo en tan sólo los dos últi-mos años.

    Así que, básicamente, me que-do con el argumento de MartinWeitzman: la probabilidad no in-significante de un desastre abso-luto es la que debe dominarnuestro análisis político. Y esoes un argumento a favor de lasmedidas agresivas para frenarlas emisiones ya.

    LA ATMÓSFERAPOLÍTICA

    Como he mencionado, la Cáma-ra de Representantes de EstadosUnidos ya ha aprobado el proyec-to de ley Waxman-Markey, unalegislación bastante sólida desti-nada a reducir las emisiones degases de efecto invernadero. Noes tan radical como lo que propo-nen los defensores del big bang,pero sus medidas parecen másrápidas que las propuestas por lapolítica rampa. Pero la votaciónde la leyWaxman-Markey que secelebró el pasado junio puso demanifiesto la clara división queexiste en el Congreso. Tan sólo 8republicanos votaron a favor,mientras que 44 demócratas vo-taron en contra. Y todo indicaque no se aprobaría si tuvieseque ser sometido a votación hoy.

    Las perspectivas en el Sena-do, donde hacen falta 60 votospara que se aprueben la mayoríade las leyes, son aún peores. Algu-nos senadores demócratas, re-presentantes de Estados agríco-las y productores de energía,han hecho declaraciones en con-tra del sistema de tope y trueque(la agricultura estadounidensemoderna es una gran consumi-dora de energía). En el pasado,algunos senadores republicanoshan apoyado el tope y trueque.Pero con el partidismo en auge,la mayoría de ellos ha cambiadode tono. El cambio de actitudmás sorprendente ha sido el deJohn McCain, que tuvo un papelprotagonista en la promocióndel tope y trueque y presentó unproyecto de ley similar al deWax-man-Markey en 2003. Hoy, Mc-Cain desprecia la idea en sí lla-mándola “tope e impuesto”, paraconsternación de sus ex ayudan-tes.

    Ah, y un invierno muy neva-do en la Costa Este de EstadosUnidos les ha brindado a los es-cépticos del cambio climáticouna buena oportunidad, auncuando a escala mundial éste hasido uno de los inviernos máscálidos que se han registrado.

    Por tanto, las perspectivas in-mediatas de las actuaciones cli-máticas no parecen prometedo-ras, a pesar del esfuerzo constan-te de tres senadores —Kerry, Lie-berman y Graham— por presen-tar una propuesta negociada.(Tienen previsto presentar unaley a finales de este mes). Pero elproblema no va a desaparecer.Es bastante probable que lastemperaturas récord que elmundo situado fuera de Wa-shington ha conocido en lo quellevamos de año continúen, loque privaría a los escépticos deuno de sus principales argumen-tos. Y en un sentido más gene-ral, dados los vaivenes de la polí-tica estadounidense en los últi-mos años —desde 2005, la creen-cia generalizada ha pasado deldominio republicano permanen-te al dominio demócrata perma-nente y a Dios sabe qué—, tieneque haber una posibilidad realde que renazca el apoyo políticoa la actuación contra el cambioclimático.

    Si lo hace, el análisis económi-co estará preparado. Sabemoscómo limitar las emisiones degases de efecto invernadero. Te-nemos un buen conocimientode los costes, y son asumibles.Todo lo que necesitamos ahoraes la voluntad política. J

    Paul Krugman es profesor de Econo-mía de Princeton y premio Nobel deEconomía en 2008.© New York Times Service.Traducción de News Clips.

    La contaminación cubre la ciudad de México, una de las más pobladas del mundo. / Reuters

    La políticadebe tener muchamás perspectivaque los mercados

    El panoramainmediatono pareceprometedor

    El cambiode actitud mássoprendente es elde John McCain

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