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    Jelin, Elizabeth. Exclusin, memorias y luchas polticas. En libro: Cultura, poltica ysociedad Perspectivas latinoamericanas. Daniel Mato. CLACSO, Consejo Latinoamericano deCiencias Sociales, Ciudad Autnoma de Buenos Aires, Argentina. 2005. pp. 219-239.Acceso al texto completo:http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/grupos/mato/Jelin.rtf

    www.clacso.org

    RED DE BIBLIOTECAS VIRTUALES DE CIENCIAS SOCIALES DE AMERICA LATINA Y ELCARIBE, DE LA RED DE CENTROS MIEMBROS DE CLACSOhttp://www.clacso.org.ar/[email protected]

    Elizabeth Jelin*

    Exclusin, memorias

    y luchas polticas

    El dilema de la exclusin

    Vivimos en una era de cambio rpido y permanente, donde la innovacin tecnolgica trae aparejadasobsolescencias instantneas y sensaciones de evanescencia. Al mismo tiempo, las estructuras polticas yeconmicas, as como los patrones culturales, muestran fuertes continuidades, que a veces se manifiestancomo rigideces y cristalizaciones. O sea, coexisten e interactan el cambio rpido y la inercia.

    Para los seres humanos que viven estos procesos, el cambio rpido puede provocar situaciones dedesarraigo, producidas ya sea por desplazamientos y migraciones (a veces impuestos por situaciones deviolencia poltica o de carencia econmica) o por disrupciones ligadas a transformaciones econmicas ypolticas que se dan en un mismo lugar en el que se ha nacido y crecido. Estos procesos de desarraigo,paradjicamente, llevan tambin a una bsqueda renovada de races, de un sentido de pertenencia, decomunidad. Pertenecer a una comunidad es una necesidad humana, es un derecho humano. Para citar auna autora ya clsica,

    La privacin fundamental de los derechos humanos se manifiesta por sobre todo en la privacin de un lugar en el

    mundo, (un espacio poltico) que torna significativas las opiniones y efectivas las acciones. [] Tomamos

    conciencia del derecho a tener derechos [] y del derecho a pertenecer a algn tipo de comunidad organizada, slo

    cuando aparecieron millones de personas que haban perdido esos derechos y que no podan reconquistarlos

    debido a la nueva situacin global. [] El hombre, segn parece, puede perder todos los as llamados Derechos del

    Hombre sin perder su cualidad humana esencial, su dignidad humana. Slo la prdida de la comunidad poltica lo

    expulsa de la humanidad (Arendt, 1949, citada por Young-Bruehl, 1982: 257).

    Es en este contexto, y desde la perspectiva de la bsqueda de comunidad y de pertenencia, que lasnotas que siguen adquieren su sentido. Se insertan en una visin general que apunta a contribuir a lavigencia de una tica compartida de los derechos humanos, a reconocer la condicin humana y aestablecer estructuras institucionales que la garanticen.

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    La meta de establecer culturas ciudadanas, sin embargo, no implica que exista un camino lineal ysencillo para llegar a ese fin, ya que las sociedades confrontan permanentemente la tensin entre losprincipios de la igualdad y de la diferencia. Desde la promulgacin de la Declaracin Universal de losDerechos Humanos en 1948, se ha ido reconociendo en el mundo el principio de la igualdad entre los sereshumanos (igualdad de dignidad, igualdad de oportunidades, igualdad frente a la ley). El reconocimiento delas diferencias tnicas, culturales, de opciones y estilos de vida, entre otras, aunque igualmente

    significativo, es ms reciente. Cuando trabajamos sobre el acceso a bienes culturales, estamos en elcampo de la igualdad; cuando demandamos respeto por la diversidad, estamos en el campo delreconocimiento de un principio no jerrquico de diferencias.

    Una mirada desde Amrica Latina

    De todas las regiones del mundo, Amrica Latina tiene la peor distribucin del ingreso. La desigualdadeconmica y la polarizacin social estn creciendo a pesar de los procesos de democratizacin polticaocurridos en la dcada de los ochenta, y a pesar de las indicaciones de crecimiento econmico en algunospases aunque de naturaleza desigual y discontinua.

    La pobreza y la desigualdad son producto de la mala distribucin de los recursos. Usualmente, lapobreza se refiere a la escasez o ausencia de recursos econmicos que permitan la satisfaccin de

    necesidades y el acceso a los medios requeridos para el desarrollo de la actividad humana. En un mundopredominantemente urbano e interconectado, sin embargo, la pobreza es un fenmeno peculiar. En efecto,la pobreza econmica a menudo se acompaa con una riqueza cultural, de imgenes y de medios cosaque ocurre en muchos barrios pobres de las ciudades del mundo. Hay grupos humanos que experimentanprivaciones severas y al mismo tiempo saben que existen otras maneras de vivir, ya que tienen acceso aimgenes de los patrones culturales del mundo en los cuales se sienten, simultneamente, incluidos yexcluidos.

    Aunque relacionada con la pobreza, la exclusin es un fenmeno diferente. Se refiere a la ausencia dereconocimiento social y poltico como parte de una comunidad1. En la situacin lmite, implica un proceso denegacin de la condicin humana a un grupo o categora de poblacin, justificando as la aniquilacin y elgenocidio.

    Tanto la pobreza como la exclusin plantean un desafo a los ideales de la ciudadana, los derechoshumanos y la participacin en la sociedad y en el estado. Dada la situacin actual del mundo yespecialmente de nuestra regin, comprender las cuestiones de la exclusin es, sin ninguna duda, urgentey prioritario.

    El nosotros y los otros en la exclusin

    La historia de la humanidad es la de la sucesin de relaciones sociales y polticas entre sociedades yculturas. Hay guerras y luchas por dominar a otros; hay momentos de mutua comprensin, creatividad yenriquecimiento a travs del contacto cultural. De hecho, se puede ver como la historia de diversasrespuestas a la pregunta: cmo se comportan los grupos sociales hacia otros que no pertenecen a lamisma comunidad? (y cmo deberan comportarse?). Estas preguntas se pueden hacer desde el planointerpersonal hasta el plano de los contactos internacionales e interculturales.

    En todos los casos, hay un yo y un otro/a, un nosotros/as y un ellos/as, una clasificacin delmundo en dos categoras de personas. Esta distincin bsica permea la vida normal. Sin embargo, no haynada en la naturaleza biolgica de la humanidad que ubique a las personas o grupos en tales categorasdiferenciadas. Los pueblos y las culturas definen y construyen esos nosotros y esos otros como parte desus procesos histricos. Es bien sabido que lgicamente es imposible establecer un principio de identidadsin al mismo tiempo establecer un principio de diferencia. Pero quines estn de un lado de la lnea o delotro, y cul es la actitud frente a esos otros, es variable y depende de circunstancias y contingenciashistricas.

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    En el escenario internacional contemporneo, resulta urgente comprender las relaciones con los otros.Los procesos de globalizacin en curso crean oportunidades para el contacto cultural y la creatividad. Almismo tiempo, se crean nuevas formas de intolerancia. El racismo y la xenofobia, las guerras tnicas, elprejuicio y el estigma, la segregacin y la discriminacin basadas en nacionalidad, raza, etnicidad, gnero,edad, clase, condicin fsica, son fenmenos muy extendidos y llevan a niveles de violencia muy altos.Todos ellos constituyen casos de no reconocer a los otros como seres humanos plenos, con los mismos

    derechos que los propios. Son casos en que la diferencia genera intolerancia, odio, y la urgencia deaniquilar al otro. Sin embargo, esas mismas diferencias, puestas en un contexto de tolerancia y apertura, deresponsabilidad y cuidado hacia el otro, ofrecen la oportunidad de explorar nuevos horizontes y deenriquecer las experiencias vitales.

    Histricamente, la esclavizacin sistemtica y la dominacin estuvieron basadas en ideologas de lasuperioridad racial o cultural. Las as llamadas razas o pueblos inferiores podan ser eliminados (como enla solucin final nazi) o podan ser sometidos a condicin de que sirvieran a sus superiores. Slogradualmente (y no de manera universal) se ha ido generando una visin de la igualdad bsica de lahumanidad, codificada en la Declaracin Universal de los Derechos Humanos. Proclamada en el contextode la posguerra, la Declaracin represent un intento de prevenir nuevos horrores, ms que una expresinde consenso universal. Esto est explcito en las Consideraciones de la Declaracin Universal, bienconocidas por todos: Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos

    han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad.El reconocimiento y la identificacin de los derechos humanos universales no implican la uniformidad y

    homogeneidad de la humanidad. El derecho de las colectividades e individuos a elegir su propio modo devida, es decir, el reconocimiento del derecho a la diferencia, es parte del paquete de los derechos humanos.Pero no son estos contradictorios? Cmo puede la universalidad de los derechos coexistir con elpluralismo cultural, de gnero, de grupos que expresan su diversidad? Cmo conciliar o convivir con estascontradicciones y tensiones?

    Estas cuestiones generales han sido, y siguen siendo, el ncleo del debate y de luchas socialesconcretas acerca de la definicin de la ciudadana dentro de los estados-nacin, acerca de los derechoscolectivos de las minoras, acerca de los derechos de los migrantes y acerca del trans- y elmulticulturalismo. Las posiciones cubren el espectro total, desde el relativismo cultural extremo (para el cualtodo vale y no es posible juzgar o evaluar) hasta la bsqueda de races biolgicas universales del

    comportamiento humano basada en supuestos criterios cientficos de la humanidad, posicin que enltima instancia produce jerarquas y promueve la exclusin. En este debate, la propia nocin deetnocentrismo debe ser reanalizada, no slo como concepto analtico sino en sus implicancias polticas ymorales.

    El sentido de pertenencia y la exclusin

    El sentido de pertenencia y la necesidad y capacidad de interaccin son el ncleo de la condicinhumana. Las sociedades humanas estn ancladas en el dilogo y la interaccin con otros, dentro de unespacio comn de significados compartidos. Frente a la pobreza extrema y la exclusin, cmo podemosestar seguros de estar todava en el mbito de lo humano? No es la pobreza extrema una seal dedeshumanizacin?

    En una perspectiva histrica, aqu aparece una primera paradoja: definidos como extraos por lospoderosos, los grupos subordinados (inclusive los esclavos) han sido siempre parte de la comunidad socialy poltica. Histricamente, han ganado acceso al espacio socio-poltico a travs de luchas sociales. Parapoder luchar, sin embargo, se necesita conformar actores colectivos, se necesitan recursos y capacidades.En situaciones de pobreza extrema, estas capacidades y potencialidades estn ausentes. No puede habermovimientos sociales de grupos subordinados si no cuentan con un mnimo de acceso y un mnimo dehumanidad, tanto en el sentido material como en el de pertenencia a una comunidad y en la capacidad dereflexin involucrada en la construccin de identidad. Una primera forma de respuesta de los excluidos es,entonces, la pasividad y la apata, la soledad de la miseria, la ausencia de lazo social entre gente conhambre.

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    Sabemos, sin embargo, que rebeldas y resistencias, pequeos boicots cotidianos, son prcticascomunes de los grupos subalternos, bien documentadas en la historia. Inmersos en relaciones de poderasimtricas, los grupos subordinados desarrollan formas ocultas de accin, creando y defendiendo unespacio social propio en una trastienda donde expresan su disidencia del discurso de la dominacin. Lasformas son diversas y variables. En estos espacios, en estas trastiendas, en los libretos ocultos (hiddentranscripts),en las formas que no se ven, se construye y expresa un sentido de dignidad y autonoma frente

    a la dominacin. Son las proto-formas de la poltica, las expresiones pre-polticas de los desposedos ( theinfrapolitics of the powerless, en la expresin de Scott, 1992), que otorgan dignidad y comunidad, en elsentido de Arendt. Estas prcticas de resistencia son, en algn sentido, la manifestacin de un mnimo deautonoma y reflexin del sujeto. En la medida en que se trata de prcticas ocultas, resulta difcilreconocerlas y diferenciarlas de la pasividad y la apata, a menos que se encuentren ya en proceso deconvertirse en movimientos colectivos o en patrones de conducta ms explcitos o sea, que ya est encurso el propio proceso de formacin de actores y de movimientos, de reconocimientos mutuos y deespacios pblicos.

    Tanto el movimiento de derechos humanos durante las dictaduras como el movimiento feminista durantelas ltimas tres dcadas surgieron y se desarrollaron, en parte, de esta manera, a partir de prcticas deresistencia. Algo anlogo ocurri con el movimiento obrero en sus inicios, con la lucha anti-esclavista y conlas reivindicaciones de los grupos indgenas. En todos estos casos, los boicots y resistencias ocultos

    confluyeron con propuestas ideolgicas liberadoras, transformndose en movimientos colectivos visibles ycon presencia en el espacio pblico. Muchos otros proto-movimientos quedaron en el camino.

    Durante los perodos dictatoriales de los aos sesenta a los ochenta en el Cono Sur de Amrica Latina,muchas de las manifestaciones ocultas de los grupos polticamente subordinados tenan estascaractersticas de resistencia. Pero dada la prioridad que fue asumiendo la demanda democrtica,fcilmente estas formas de resistencia se fueron convirtiendo en accin poltica. O mejor dicho, eranpolticas desde su inicio. En la situacin autoritaria, la lgica de la dominacin era ms transparente. Nohaba pretensiones de inclusin o de participacin. Estaba claro quines estaban de un lado y del otro, porlo menos en lo referente a la accin poltica. La transparencia de la oposicin poltica ocultaba entonces laotra dimensin de la dominacin: la pobreza y las violaciones econmicas, enmascaradas tambin por elcarcter policlasista de la oposicin.

    En este punto, la transicin a la democracia crea confusin. Se abre el espacio para el discurso

    democrtico, se abre el espacio para la participacin y las elecciones. El discurso democrtico se tornahegemnico. Al mismo tiempo, el poder econmico contradice este discurso democrtico. En realidad, hayun doble discurso: un discurso de la participacin poltica institucional y un no-discurso de la exclusineconmica. O un discurso de la participacin y una realidad de la opresin.

    En estas condiciones, el umbral de humanidad construido histricamente puede entrar en crisis. Losmarginalizados y excluidos no aceptan las reglas formales de la participacin en el espacio pblico-polticodemocrtico, o las aceptan a medias. Su respuesta puede llegar a ser entonces la violencia social. Losexcluidos econmicos no se constituyen en actores: resisten, protestan (a veces), se resignan, viven conotra legalidad; la de la violencia. Sus energas y esfuerzos no se dirigen a la integracin o al reclamo, sino ala actuacin (a veces, expresada como resistencia comunitarista).

    Hay tambin otras violencias de grupos que no estn excluidos econmicamente. Por un lado, estnquienes no aceptan las reglas democrticas por inters personal o grupal (el narcotrfico es el ejemplo ms

    claro, pero tambin las mltiples formas de corrupcin); por otro, la violencia generada por el rechazototalitario del derecho de los otros a participar en la esfera pblica, con intentos de aniquilacin, sea en elterrorismo de estado o en la violencia racista, tendencias que permanecen (o renacen) en algunos gruposaun en regmenes democrticos.

    En efecto, los procesos de pauperizacin y exclusin y sus consecuencias en cuanto a la dificultad deformacin de movimientos sociales que planteen los conflictos en trminos de relaciones y tensionessocietales crean las condiciones para la aparicin del racismo. Los sectores sociales en descenso viven laamenaza de los de abajo (inmigrantes, negros) reforzada por nuevos patrones competitivos entre sectoressubordinados (la flexibilizacin laboral, por ejemplo). Por su parte, las elites definen los problemas entrminos raciales (son los extranjeros los que traen problemas) como enmascaramiento de la dominaciny la exclusin de clase (Wieviorka, 1992).

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    A menudo se interpreta la violencia como recurso final cuando no hay ms posibilidad de apelar a lapalabra como medio de negociacin de conflictos. Pero tambin puede ser vista como discurso, comoforma (extrema) de hablar, como lenguaje para la expresin de conflictos y relaciones sociales, comointento de participar en la definicin del escenario socio-poltico cuando otros discursos no son escuchados.En esos casos, es la voz de un actor colectivo con un sentido de identidad fuerte, que apela a un discursopoltico que (esta vez s) ser escuchado por el poder. De esta forma, el actor gana acceso y lugar en el

    escenario socio-poltico. Lo novedoso es la posibilidad de que, al ser escuchado y reconocido, este discursode la violencia se transforme, para unos y para otros, en el lenguaje del dilogo y la negociacin. Y laposibilidad de que los poderosos aprendan a escuchar otras lenguas, antes de que los mensajes seantraducidos al discurso de la accin violenta.

    Aceptar esta argumentacin tiene implicaciones importantes en trminos de los desafos que debenenfrentar las democracias en formacin: la democratizacin poltica no produce automticamente unfortalecimiento de la sociedad civil, una cultura de la ciudadana y un sentido de responsabilidad social. Dehecho, para asegurar la vitalidad de la sociedad civil es necesario un esfuerzo especial, para que laparticipacin de la poblacin en la comunidad poltica no caiga por debajo de un umbral mnimo queasegura la presencia social. A esta falta de participacin en la comunidad se puede llegar por exclusin opor eleccin de canales alternativos fuera de la ley. Al mismo tiempo y de manera circular, la vitalidad dela sociedad civil se convierte en un reaseguro de la vigencia de la democracia poltica.

    En sntesis, nos encontramos con un panorama de respuestas diversificadas a la exclusin y lamarginalidad econmica que acompaa a la democratizacin: hay apata, hay resistencia, hay formacin denuevas identidades y formas de lucha. La pobreza extrema y la exclusin se convierten en temasprioritarios de la agenda de este fin de siglo, incluyendo las formulaciones de los agentes econmicos ypolticos con poder. Sea desde la indignacin moral, desde la lgica de la eficiencia (en trminos del retornode inversiones en educacin o en salud, por ejemplo)2, o desde el temor al desborde o la amenaza (ellevantamiento de Chiapas y las revueltas en diversas ciudades de la regin son algunos ejemplosrecientes), este tema se est convirtiendo en una prioridad de la agenda nacional, regional e internacional.

    Memoria y lucha poltica

    Los analistas culturales reconocen una explosin de la memoria en el mundo occidental

    contemporneo. Huyssen habla de convulsiones mnemnicas, que coexisten y se refuerzan con lavaloracin de lo efmero, el ritmo rpido, la fragilidad y transitoriedad de los hechos de la vida. Laspersonas, los grupos familiares, las comunidades de diverso tipo o an las naciones, narran sus pasados,para s mismos y para otros y otras que parecen estar dispuestos a visitar esos pasados, a escuchar y mirarsus conos y rastros, a preguntar e indagar. Esta cultura de la memoria es, en parte, una respuesta oreaccin al cambio rpido y a una vida sin anclajes o races 3. La memoria tiene entonces un papelaltamente significativo como mecanismo cultural para fortalecer el sentido de pertenencia y a menudo paraconstruir mayor confianza en s mismos (especialmente cuando se trata de grupos oprimidos, silenciados ydiscriminados).

    La memoria-olvido, la conmemoracin y el recuerdo, se tornan cruciales cuando se vinculan aexperiencias traumticas colectivas de represin y aniquilacin, cuando se trata de profundas catstrofessociales y situaciones de sufrimiento colectivo. Son estas memorias y olvidos los que cobran una

    significacin especial en trminos de los dilemas de la pertenencia a la comunidad poltica. Las exclusiones,los silencios y las inclusiones a las que se refieren hacen a la re-construccin de comunidades que fueronfuertemente fracturadas y fragmentadas en las dictaduras y los terrorismos de estado de la regin.

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    A menudo, los debates acerca de la memoria de perodos represivos y de violencia poltica se planteanen trminos de la necesidad de construir rdenes democrticos en los cuales los derechos de ciudadanaestn garantizados para toda la poblacin, independientemente de su clase, raza, gnero o etnicidad. Lasluchas para definir y nombrar lo que tuvo lugar durante perodos de guerra, violencia poltica o terrorismo deestado, as como los intentos de honrar y recordar a las vctimas e identificar a los responsables, son vistaspor diversos actores sociales (incluyendo intelectuales y analistas del tema) como pasos necesarios para

    asegurar que los horrores del pasado no se puedan repetir (Nunca ms4). El Cono Sur de Amrica Latinaes un caso especialmente significativo; hay muchos otros en el mundo, desde Japn y Camboya a fricadel Sur y Guatemala.

    En verdad, los procesos de democratizacin post-dictaduras militares no son sencillos ni fciles. Unavez instalados los mecanismos democrticos en el nivel de los procedimientos formales, el desafo setraslada a su desarrollo y profundizacin. Las confrontaciones comienzan a darse entonces con relacin alcontenido de la democracia. Los pases de la regin confrontan enormes dificultades en todos los campos:la vigencia de los derechos econmicos y sociales se restringe, hay casos reiterados y casi permanentes deviolencia policial, hay violaciones de los derechos civiles ms elementales, las minoras enfrentandiscriminaciones institucionales sistemticas. Los obstculos de todo tipo para la real vigencia de unestado de derecho estn a la vista. A pesar de todo esto, no cabe duda de que la vida cotidiana en estasfrgiles democracias es significativamente diferente de la vida durante los perodos represivos del pasado

    reciente. Las desapariciones masivas, el asesinato de polticos de oposicin, la tortura, losencarcelamientos arbitrarios y otras formas de abusos son, afortunadamente, fenmenos del pasadoautoritario.

    El pasado reciente es, sin embargo, una parte central del presente. Los esfuerzos por obtener justiciapara las vctimas de violaciones a los derechos humanos han tenido poco xito. A pesar de las protestas delas vctimas y sus defensores, en toda la regin se promulgaron leyes que convalidan amnistas a losvioladores. El conflicto social y poltico sobre cmo procesar el pasado represivo reciente permanece, y amenudo se agudiza. Para los defensores de los derechos humanos, el Nunca ms involucra tanto unesclarecimiento completo de lo acontecido bajo las dictaduras como el correspondiente castigo a losresponsables de las violaciones de derechos. Otros observadores y actores, preocupados ms que nadapor la estabilidad de las instituciones democrticas, estn menos dispuestos a reabrir las experienciasdolorosas de la represin autoritaria y ponen el nfasis en la necesidad de abocarse a la construccin de unfuturo antes que a volver a visitar el pasado. Desde esta postura, se promueven polticas de olvido o dereconciliacin. Finalmente, hay quienes estn dispuestos a visitar el pasado para aplaudir y glorificar elorden y progreso de las dictaduras.

    En todos los casos, pasado un cierto tiempo que permite establecer un mnimo de distancia entre elpasado y el presente, las interpretaciones alternativas (inclusive rivales) de ese pasado reciente y de sumemoria comienzan a ocupar un lugar central en los debates culturales y polticos. Constituyen un temapblico ineludible en la difcil tarea de forjar sociedades democrticas. Esas memorias y esasinterpretaciones son tambin elementos clave en los procesos de (re)construccin de identidadesindividuales y colectivas en sociedades que emergen de perodos de violencia y trauma. A su vez, lasdiversas mentalidades de distintas culturas y sociedades marcan las formas en que se desarrollan estasluchas por las memorias, y esto da lugar a estrategias culturales especficas para incorporar el pasado enlas perspectivas sobre el presente y el futuro.

    La lucha por el sentido del pasado se da en funcin de la lucha poltica presente y los proyectos defuturo. Cuando se plantea de manera colectiva, como memoria histrica o como tradicin, como proceso deconformacin de la cultura y de bsqueda de las races de la identidad, el espacio de la memoria seconvierte en un espacio de lucha poltica. Las rememoraciones colectivas cobran importancia poltica comoinstrumentos para legitimar discursos, como herramientas para establecer comunidades de pertenencia eidentidades colectivas y como justificacin para el accionar de movimientos sociales que promueven yempujan distintos modelos de futuro colectivo.

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    Las fechas y los aniversarios son coyunturas de activacin de la memoria. La esfera pblica es ocupadapor la conmemoracin, el trabajo de la memoria se comparte. Se trata de un trabajo arduo para todos, paralos distintos bandos, para viejos y jvenes, con experiencias vividas muy diversas. Los hechos sereordenan, se desordenan esquemas existentes, aparecen las voces de nuevas y viejas generaciones quepreguntan, relatan, crean espacios intersubjetivos, comparten claves de lo vivido, lo escuchado o lo omitido.

    Estos momentos son hitos o marcas, ocasiones cuando las claves de lo que est ocurriendo en lasubjetividad y en el plano simblico se tornan ms visibles, cuando las memorias de diferentes actoressociales se actualizan y se vuelven presente. Aun en esos momentos, sin embargo, no todos compartenlas mismas memorias. Adems de las diferencias ideolgicas, las diferencias entre cohortes entre quienesvivieron la represin en diferentes etapas de sus vidas personales, entre ellos y los muy jvenes que notienen memorias personales de la represin producen una dinmica particular en la circulacin social delas memorias.

    Tambin estn las marcas en el espacio, los lugares. Cules son los objetos materiales o los lugaresligados con acontecimientos pasados? Monumentos, placas recordatorias y otras marcas son las manerasen que actores oficiales y no oficiales tratan de dar materialidad a las memorias. Hay tambin fuerzassociales que tratan de borrar y de transformar, como si al cambiar la forma y la funcin de un lugar seborrara la memoria.

    Hay controversias y conflictos polticos acerca de monumentos, museos y memoriales en todos lados,desde Berln hasta Bariloche. Se trata de afirmaciones y discursos, de hechos y gestos, una materialidadcon un significado poltico, colectivo y pblico. Estas marcas territorializadas son actos polticos en, por lomenos, dos sentidos: porque la instalacin de las marcas es siempre el resultado de luchas y conflictospolticos, y porque su existencia es un recordatorio fsico de un pasado poltico conflictivo, que puede actuarcomo chispa para reavivar el conflicto sobre su significado en cada nuevo perodo histrico o para cadanueva generacin.

    Las luchas por los monumentos y recordatorios se despliega abiertamente en el escenario poltico actualdel pas y de la regin. Se trata de iniciativas generadas desde los organismos de derechos humanos, conel apoyo de organizaciones sociales diversas (sindicatos, cooperadoras escolares, asociacionesprofesionales, organizaciones estudiantiles). Se promueve todo tipo de actividades: los familiares y amigospublican avisos recordatorios en los diarios, se publican libros, se proponen nombres recordatorios paraplazas o calles. Las organizaciones de la sociedad empujan, promueven, piden. Por supuesto, hayvariaciones importantes en la intensidad y la constancia de estas propuestas, entre pases, entre regiones,entre grupos sociales. Pero cuando se llega al nivel del estado sea el gobierno local y mucho ms en elplano del gobierno nacional por lo general se pone en evidencia una relativa ausencia de voluntad polticao de una poltica activa de la memoria. De hecho, hay muy pocos casos en los que las iniciativas parapreservar lugares de la represin, para rememorar de manera pblica y colectiva el sufrimiento, contaroncon el apoyo o el patrocinio gubernamental. Sin embargo, los actores sociales siguen insistiendo.

    Tomemos un par de ejemplos del destino de lugares y espacios donde ocurri la represin, de loscampos y crceles de las dictaduras. En algunos casos, el memorial fsico est all, como el Parque de laPaz en Santiago, en el predio que haba sido el campo de detencin y tortura de la Villa Grimaldi durante ladictadura. La iniciativa fue de vecinos y activistas de los derechos humanos, que lograron detener ladestruccin de la edificacin y el proyecto de cambiar su sentido (iba a ser un condominio, pequeo barrioprivado). Tambin est lo contrario, los intentos de borrar las marcas, destruir los edificios para no permitir

    la materializacin de la memoria, como la crcel de Montevideo convertida en un moderno centro decompras, quizs el caso ms ilustrativo. De hecho, muchos intentos de transformar sitios de represin ensitios de memoria enfrentan oposicin y destruccin, como las placas y recordatorios que se intentaronponer en el sitio donde funcion el campo de detencin El Atltico, en el centro de Buenos Aires (Jelin yKaufman, 2000).

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    Estos lugares son los espacios fsicos donde ocurri la represin dictatorial. Testigos innegables. Sepuede intentar borrarlos, destruir edificios, pero quedan las marcas en la memoria personalizada de lagente, con sus mltiples sentidos. Qu pasa cuando se malogra la iniciativa de ubicar fsicamente el actodel recuerdo en un monumento, cuando la memoria no puede materializarse en un lugar especfico? Lafuerza o las medidas administrativas no pueden borrar las memorias personalizadas. Los sujetos tienen quebuscar entonces canales alternativos de expresin. Cuando se encuentran bloqueados por otras fuerzas

    sociales, la subjetividad, el deseo y la voluntad de las mujeres y hombres que estn luchando pormaterializar su memoria se ponen claramente de manifiesto de manera pblica, y se renueva su fuerza opotencia. No hay pausa, no hay descanso, porque la memoria no ha sido depositada en ningn lugar;tiene que quedar en las cabezas y corazones de la gente. La cuestin de transformar los sentimientospersonales, nicos e intransferibles, en significados colectivos y pblicos, queda abierta y activa. Lapregunta que cabe aqu es si es posible destruir lo que la gente intenta recordar o perpetuar. No serque el olvido que se quiere imponer con la oposicin/represin policial6 tiene el efecto paradjico demultiplicar las memorias, y de actualizar las preguntas y el debate de lo vivido en el pasado reciente?

    Los dueos de la memoria. La legitimidad de la palabra

    Aqu llegamos a uno de los nudos problemticos del tema, tal como se presenta en las luchas en el

    interior y en los lmites del movimiento de derechos humanos y de los/as portadores/as de la memoria:cmo definir quines tienen legitimidad para narrar y hablar? Hay un dilema o contradiccin central:concebir una diferencia esencial entre quienes vivieron la experiencia en carne propia y los otros implicaun intento de mantener una diferencia de autoridad y de legitimidad. Al mismo tiempo, cualquier estrategiapara extender la aceptacin y el sentimiento compartido con relacin al pasado implica esfumar esos lmitespara facilitar la incorporacin de los otros.

    La distincin entre quienes sufrieron en carne propia y los/as otros/as nos persigue. Los sufrimientos ysus efectos traumticos tienen distintas intensidades, y sin duda cabe diferenciar estas intensidades, ascomo los grados de compromiso y preocupacin por el tema. Hay vctimas directas, estn quienesempatizan y acompaan, quienes tratan de escucharlas y contribuir a su alivio o a la lucha por la justicia.Estn quienes asumen el tema como propio, como eje de su accionar ciudadano, independientemente delas vivencias personales que tuvieron. Y estn quienes se sienten ajenos, y los que estn en el otrobando.

    El dolor y sus marcas corporales impiden a veces que ese dolor sea transmisible; remiten al horror noelaborable subjetivamente. Los otros tambin pueden encontrar un lmite en la posibilidad de comprensinde aquello que entra en el mundo corporal y subjetivo de quien lo padece. Las huellas traumticas puedentambin ser no escuchadas, o negadas por decisin poltica o por falta de una trama social que las quieratransmitir. Esto puede llevar a una glorificacin o a la estigmatizacin de las vctimas, como las nicaspersonas cuyo reclamo es validado o rechazado. En esos casos, la disociacin entre las vctimas y losdems se agudiza.

    La pregunta que surge inmediatamente es si existe algn gnero el testimonio personal o, para estecaso, cualquier otro que pueda definirse como el ms apropiado para rememorar o si en realidad se puedeafirmar que existan tales medios apropiados. Por detrs est la cuestin de saber si existen actoresprivilegiados y con autoridad legtima para hablar, o sea, quines tienen el poder (simblico) de decidir cul

    deber ser el contenido y la forma de expresin de la memoria. Este tema es el de la propiedad o laapropiacin de la memoria.

    Existen estndares para juzgar cules son las rememoraciones y los memoriales adecuados? Pero, yesto es lo ms importante, quin es la autoridad que va a decidir cules son las formas apropiadas derecordar? Quines encarnan la verdadera memoria? Es condicin necesaria haber sido vctima directade la represin? Pueden quienes no vivieron en carne propia una experiencia personal de represinparticipar en el proceso histrico de construccin de una memoria colectiva? En qu rol?

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    En este punto es necesario introducir el rol de la accin estatal. En la medida en que no se desarrollancanales institucionalizados oficiales que reconozcan abiertamente la experiencia reciente de violencia yrepresin, la lucha sobre la verdad y sobre las memorias apropiadas se desarrolla en la arena societal, msque en el escenario propiamente poltico. En ese escenario hay voces cuya legitimidad es pocas vecescuestionada: el discurso de las vctimas directas y sus parientes ms cercanos. Dada la ausencia deparmetros de legitimacin socio-poltica basados en criterios ticos generales (la legitimidad del estado de

    derecho), las disputas acerca de quin puede promover o reclamar qu, acerca de quin puede hablar y ennombre de quin, quedan sin resolver. Este contexto de ausencia estatal favorece el hecho de que elsufrimiento personal (especialmente cuando se lo vivi en carne propia o a partir de vnculos deparentesco sanguneo) se convierta en el determinante bsico de la legitimidad y de la verdad.Paradjicamente, si la legitimidad social para expresar la memoria colectiva es socialmente asignada aaquellos que tuvieron una experiencia personal de sufrimiento corporal, esta autoridad simblica puededeslizarse (consciente o inconscientemente) hacia un reclamo monoplico del sentido y del contenido de lamemoria y de la verdad7. Esto puede combinarse (como ocurri en algunos momentos de la historiareciente) con un predominio del silencio y una ausencia de espacios sociales de circulacin de la memoria(mecanismos necesarios para la elaboracin de las experiencias traumticas), llevando al aislamiento delas vctimas ms directas, que pueden caer en una repeticin ritualizada de su dolor, sin elaboracin social.En el extremo, esta situacin puede llegar a obstruir los mecanismos de ampliacin del compromiso social ylos procesos de transmisin de la memoria, al no dejar lugar para la reinterpretacin y la resignificacin

    en sus propios trminos del sentido de las experiencias transmitidas por parte de los otros a los que sequiere incorporar.

    Hay aqu un doble peligro histrico: el olvido y el vaco institucional por un lado; la repeticin ritualizadade la historia trgica del horror por el otro. Ambos obturan las posibilidades de creacin de nuevos sentidosy de incorporacin de nuevos sujetos.

    Para terminar

    Hemos hablado de exclusiones econmicas y exclusiones polticas, de procesos culturales de inclusina travs de la memoria. En estas cuestiones, el eje est en la ampliacin de distintos sentidos denosotros/as, de pertenencias e identificaciones, a travs de las memorias. Dnde y cmo ubicar losvehculos para estas tareas? Dnde ubicar los espacios liminares de expansin de la comunidad desentido del pasado? Cmo incorporar, adems de la dimensin de la identificacin y la pertenencia, lascuestiones ligadas a la responsabilidad institucional, tanto por las exclusiones del presente como por elpasado? (Booth, 1999).

    Se puede partir de sujetos colectivos de diferente amplitud: desde un individuo o grupo hasta en ellmite una humanidad que se concibe a s misma como partcipe y responsable de todo lo humano. En elmedio, y de manera ms concreta, las prcticas de actores sociales especficos y las maneras en que dansentido al pasado y logran transmitir sus preocupaciones a otros sectores sociales. Hay otro planoespecialmente significativo en las dos caras del tema planteado. Se trata de las instituciones estatales. Eldebate sobre el lugar del estado en las polticas de exclusin y pobreza es lgido, y supera este artculo. Lapregunta respecto de cmo el estado y sus instituciones incorporan interpretaciones del pasado en losprocesos de democratizacin es, por contraste, parte de la poltica del silencio. El sistema educativo, elmbito cultural, el aparato judicial, son algunos de los mbitos que pueden llevar adelante una estrategia de

    incorporacin de ese pasado. Que lo hagan, de qu manera y con qu resultados, es siempre parte de losprocesos de lucha social y poltica.

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    Llevar adelante una tarea de investigacin crtica en estos temas no es una labor sencilla, por variasrazones. En primer lugar, se trata de investigar temas y procesos en curso, y esto siempre produceincertidumbres, en la vida cotidiana y en las tareas analticas ligadas a la investigacin. Hay ambigedadesy tensiones, tendencias nunca claras y categoras nunca ntidas. En segundo lugar, se trata deinvestigaciones que se hacen desde adentro, en las cuales los/as investigadores/as combinamos unadoble (o triple) insercin: la de promover el estudio riguroso de procesos histricos y sociales por un lado; la

    del compromiso cvico-ciudadano y el compromiso emocional por el otro. La primera requiere tomardistancia analtica, pero los procesos estudiados no estn elegidos al azar sino sobre la base de uncompromiso tico, poltico y, las ms de las veces, emocional. Lo cual en que los/as investigadores/asresultamos ser protagonistas del proceso, si reconocemos que las actividades de investigacin, losseminarios y publicaciones, son tambin datos del propio proceso que se estudia.

    En el campo de la memoria de la represin y la transicin en el Cono Sur, esta compleja insercin socialde la investigacin en las luchas en curso tiene implicancias en la elaboracin de una agenda de trabajo yen las modalidades institucionales de desarrollarla. La agenda de investigacin es, sin duda, una agenda decompromiso social y poltico. Se construye de manera abierta, en dilogo permanente con los actoressociales que promueven una ampliacin de los derechos humanos y la ciudadana democrtica, actoresque luchan contra la exclusin y la impunidad. Al mismo tiempo, tiene que ser una agenda que garantice laautonoma de la investigacin.

    Pero hay otro plano involucrado, el de los afectos y el compromiso personal. El intento de investigar lashuellas y referentes de la memoria individual y su dimensin colectiva surge del compromiso emocional ytico con un pasado y un presente de los que somos actores/as, con los sentimientos y sufrimientos queesto implica. En la tradicin preconizada por C. Wright Mills, asumir esta tarea supone ubicarse en esepunto de convergencia entre las inquietudes y sentimientos personales y las preocupaciones pblicas.Intentar hacerlo con profundidad implica las ms de las veces vivir el proceso de investigacin con muchacarga emotiva, con sufrimientos propios y ajenos, con vivencias que a menudo se hacen intolerables. Estomuchas veces implica tener que revisar crticamente las propias creencias y sentidos de pertenencia.

    La iniciativa ms ambiciosa con relacin a este punto es el Programa de investigacin y formacin deinvestigadores jvenes sobre Memoria colectiva y represin: Perspectivas comparativas sobre el procesode democratizacin en el Cono Sur de Amrica Latina, patrocinado por el Social Science Research Council,Nueva York. Con un enfoque multidisciplinario y comparativo, este programa se desarrolla en seis pases

    (Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Per y Uruguay)8

    . El programa se basa en tres consideraciones:primero, la necesidad de avanzar en la investigacin emprica sobre un tema que contina siendo muycontrovertido en la regin, para as enriquecer los debates acadmicos y sociales sobre la naturaleza de lamemoria, su papel en la constitucin de identidades colectivas y las consecuencias de las luchas socialesalrededor de la memoria para las prcticas sociales y polticas en sociedades post-dictadura. La segundaconsideracin parte de reconocer la necesidad de formar una nueva generacin de investigadoresacadmicos que puedan articular nuevas perspectivas sobre el tema. Por ltimo, el programa apunta aldesarrollo de una red ms permanente de investigadores preocupados por el tema de la memoria en laregin. El eje de las investigaciones de los/as becarios/as de 1999 fue Lugares y fechas deconmemoracin.Para el ao 2000, el eje desarrollado en los trabajos de los/as becarios/as fueActores einstituciones, lo cual implica el estudio de las maneras en que actores e instituciones incorporan lasmemorias del pasado en sus prcticas. El nfasis est puesto en prcticas y en disputas en la esferapblica, con el convencimiento de que las emociones y la subjetividad de los actores tambin estn

    presentes en este mbito.Otros programas de este y otro tipo estn en curso en la regin. Lo que creemos importante sealar y

    destacar es la necesidad de incorporar a la investigacin una visin comparativa y relacional, quesimultneamente permita analizar fenmenos sociales socialmente urgentes en distintas escalas.

    Bibliografa

    Arendt, Hannah 1949 The rights of man: what are they? in Modern Review, Vol. 3, N 1.

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    Booth, W. James 1999 Communities of memory: on identity, memory, and debt in American Political Science

    Review, Vol. 93, N 2, June.

    Filc, Judith 1997 Entre el parentesco y la poltica. Familia y dictadura, 1976-1983 (Buenos Aires: Biblos).

    Huyssen, Andreas 1995 Twilight memories: marking time in a culture of amnesia (London: Routledge).

    Jelin, Elizabeth and Kaufman, Susana G. 2000 Layers of memories. Twenty years after in Argentina in Ashplant, T.

    G.; Dawson, G. and Roper, M. (eds.) The politics of war. Memory and commemoration (London: Routledge).

    Scott, James C. 1992 Domination and the arts of resistance: Hidden transcripts (New Haven: Yale University Press).

    Young-Bruehl, Elisabeth 1982 Hannah Arendt. For love of the world(New Haven: Yale University Press).

    Wieviorka, Michel 1992 El espacio del racismo (Barcelona: Paids).

    Notas

    * Doctora en Sociologa, Universidad de Texas. Investigadora Principal del CONICET. Coordinadora acadmica del

    Programa de investigacin y formacin de investigadores jvenes sobre Memoria colectiva y represin: Perspectivas comparativas

    sobre el proceso de democratizacin en el Cono Sur.

    El presente artculo est incluido en la compilacin de Daniel Mato Estudios latinoamericanos sobre cultura y transformacionessociales en tiempos de globalizacin (Buenos Aires: CLACSO) junio de 2001.

    1 La definicin del alcance de la comunidad o sociedad no es un asunto menor. Dada la creciente interdependencia y los procesos

    de mundializacin, cabe la pregunta sobre cul es la unidad de anlisis apropiada. En realidad, la cuestin es que la distribucin

    y la exclusin pueden ser analizadas en distintas escalas, desde la familia hasta el mundo global.

    2 En este mismo rubro entran los llamados a invertir en las mujeres justificados en trminos de los beneficios que se obtienen,

    especialmente la menor mortalidad infantil. Estas argumentaciones tienen ms eco que aquellas que se justifican en trminos de

    corregir injusticias sociales o ampliar derechos.

    3 Es importante aqu no caer en la contraposicin entre las memorias colectivas comunitarias y la memoria pblica meditica,

    como si las primeras fueran lo bueno y puro contrapuesto a lo exgeno y manipulador. Nuestra vida contempornea est

    traspasada por pertenencias mltiples, inclusive las relacionadas con comunidades virtuales, que son tan endgenas o exgenas

    como el barrio o la plaza comunitaria.

    4 El Nunca ms alude a las consignas utilizadas por los movimientos de derechos humanos en el Cono Sur. Debe recordarse que

    los informes recopilando informacin y listados de violaciones a los derechos humanos, elaborados por organizaciones de

    derechos humanos en Uruguay y en Brasil, y por una comisin oficial (la CONADEP) en Argentina, llevan como ttulo Nunca ms.

    5 Las interpretaciones del pasado son tema de controversias sociales aun cuando haya pasado mucho tiempo desde los

    acontecimientos que se debaten. Esto se hizo claramente evidente cuando se conmemoraron los 500 aos de 1492. Era el

    descubrimiento de Amrica o su conquista? Era el encuentro de diferentes culturas o el comienzo del genocidio de los

    pueblos indgenas? En esa ocasin, diferentes actores dieron sentidos e interpretaciones, e inclusive nombres diversos, a lo que

    se estaba recordando. No hubo ninguna posibilidad de tener una conmemoracin unvoca.

    6 Esto ocurri con algunos intentos de marcar lugares de detencin en Buenos Aires, a travs de placas recordatorias o pinturas

    murales en ocasin del 20 aniversario del golpe militar de 1976. En un caso, el del centro de detencin conocido como El Olimpo,

    la polica impidi el intento colectivo de pintar un mural; en otro, en el predio donde haba estado el centro clandestino El Atltico,

    los recordatorios instalados fueron destruidos por manos annimas durante la noche siguiente a la instalacin.

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    7 Los smbolos del sufrimiento personal tienden a estar corporizados en las mujeres las Madres y las Abuelas en el caso de

    Argentina mientras que los mecanismos institucionales parecen pertenecer ms a menudo al mundo de los hombres. El

    significado de esta dimensin de gnero del tema, y las dificultades para quebrar los estereotipos de gnero con relacin a los

    recursos del poder, requieren sin duda mucha ms atencin analtica. La investigacin futura tambin deber estudiar el impacto

    que la imagen prevaleciente en el movimiento de derechos humanos y en la sociedad en su conjunto de demandas de verdad

    basadas en el sufrimiento, y las imgenes de la familia y los vnculos de parentesco (Filc, 1997), tiene en el proceso deconstruccin de una cultura de la ciudadana y la igualdad. Una cuestin importante es preguntarse en qu medida este

    familismo obtur el planteo de los derechos humanos y la memoria del pasado dictatorial como parte de una historia y una lucha

    en el espacio propiamente poltico en el pas.

    8 Se puede obtener ms informacin sobre este Programa en

    .