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Jesús de Nazaret y sus discípulos Aproximación bíblica al discipulado desde los discípulos I N D I C E I- El seguimiento de Jesús, una mirada desde el discípulo II- «Todo comenzó en Galilea»: la inestable Galilea del tiempo de Jesús 1- Un reino con profundas tensiones: 1.1- Jesús, un galileo. 1.2- Tensión “campo - ciudad” y “ricos - pobres”. 1.3- Tensión “judaísmo - paganismo”. 1.4- Tensión “oprimidos (judíos) - opresores (romanos)”. 2- En este país, «¿quién dice la gente que soy yo?»: 2.1- La Galilea de los movimientos mesiánicos y proféticos. 2.2- «¿Quién dice la gente que soy yo?». 2.3- Una pregunta siempre actual. 3- Los momentos del discipulado histórico. III- «¿No es este el hijo del carpintero?»: momento de admiración y preguntas 1- Los signos del Reino: «Lo que Jesús hizo y enseñó» (Hch 1,1). 2- «Lo que Jesús hizo»: 2.1- Jesús sana enfermos y expulsa demonios en nombre propio. 2.2- Jesús come con pecadores y publicanos. 3- «Lo que Jesús enseñó»: 3.1- Jesús enseña con autoridad. 3.2 Jesús maestro o rabí de Israel: el “desafío al honor”. IV- «¡Ven y sígueme!»: momento de vinculación 1- La elección: 1.1- Elección gratuita de Jesús. 1.2- Vinculados a Jesús: carácter discipular de “vivir en Cristo”. 1.3- Vinculados para ser amigos y hermanos de Jesús. 1.4- Vinculados a Jesús para vincular a otros: convivencia y misión. 1.5- De muchedumbre a discípulo: 1.5.1- Adversarios e indiferentes, muchedumbre y discípulos en torno a Jesús. 1.5.2- La muchedumbre o gentío. 1.5.3- Los discípulos y los Doce. 2- La opción y la formación: 2.1- Del discípulo por tradición al discípulo por opción. 2.2- Seguir a Jesús para verlo y escucharlo. 2.3- Compartir estilo y destino de vida del Mesías. 2.4- Llevar a cabo adhesiones vitales. 2.5- Hacerse de “los suyos” o de “su familia”.

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Jesús de Nazaret y sus discípulos Aproximación bíblica al discipulado desde los discípulos

I N D I C E

I- El seguimiento de Jesús, una mirada desde el discípulo

II- «Todo comenzó en Galilea»: la inestable Galilea del tiempo de Jesús

1- Un reino con profundas tensiones: 1.1- Jesús, un galileo.

1.2- Tensión “campo - ciudad” y “ricos - pobres”.

1.3- Tensión “judaísmo - paganismo”.

1.4- Tensión “oprimidos (judíos) - opresores (romanos)”.

2- En este país, «¿quién dice la gente que soy yo?»:

2.1- La Galilea de los movimientos mesiánicos y proféticos.

2.2- «¿Quién dice la gente que soy yo?».

2.3- Una pregunta siempre actual.

3- Los momentos del discipulado histórico.

III- «¿No es este el hijo del carpintero?»: momento de admiración y preguntas

1- Los signos del Reino: «Lo que Jesús hizo y enseñó» (Hch 1,1). 2- «Lo que Jesús hizo»:

2.1- Jesús sana enfermos y expulsa demonios en nombre propio.

2.2- Jesús come con pecadores y publicanos.

3- «Lo que Jesús enseñó»: 3.1- Jesús enseña con autoridad.

3.2 Jesús maestro o rabí de Israel: el “desafío al honor”.

IV- «¡Ven y sígueme!»: momento de vinculación

1- La elección: 1.1- Elección gratuita de Jesús.

1.2- Vinculados a Jesús: carácter discipular de “vivir en Cristo”.

1.3- Vinculados para ser amigos y hermanos de Jesús.

1.4- Vinculados a Jesús para vincular a otros: convivencia y misión.

1.5- De muchedumbre a discípulo:

1.5.1- Adversarios e indiferentes, muchedumbre y discípulos en torno a Jesús.

1.5.2- La muchedumbre o gentío.

1.5.3- Los discípulos y los Doce.

2- La opción y la formación:

2.1- Del discípulo por tradición al discípulo por opción.

2.2- Seguir a Jesús para verlo y escucharlo.

2.3- Compartir estilo y destino de vida del Mesías.

2.4- Llevar a cabo adhesiones vitales.

2.5- Hacerse de “los suyos” o de “su familia”.

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V- «¡Gracias Padre por dar a conocer estas cosas a los pequeños!»: momento de revelación

1- Las “pasiones” del Mesías. 2- Pasión por el Padre. 3- Pasión por el encargo del Padre (el Reino). 4- Pasión por el hombre y su salvación.

VI- «Vayan y hagan discípulos a toda la gente»: momento de misión

1- Metáforas de misión. 2- Tipos de misión:

2.1- Dimensiones evangelizadoras de la Iglesia.

2.2- Evangelizar a judíos y gentiles.

2.3- Primera dirección de la misión: “luz en el monte”.

2.4- Segunda dirección de la misión: “levadura en la masa”.

3- Destinatarios de la misión.

VII- Conclusión

I- El seguimiento de Jesús, una mirada desde el discípulo Varias son las perspectivas para adentrarnos en la fascinante aventura de ser discípulos misioneros

de Jesucristo para que nuestros pueblos en él tengan vida plena1.

Si lo hacemos desde la perspectiva “de Jesús”, el tema tiene -por lo menos- tres pilares o

fundamentos que se necesitan y complementan recíprocamente:

a- La llamada o elección gratuita de parte de Jesús que es, a la vez, elección para formar parte de

los convocados o Iglesia. La respuesta personal es la opción responsable y generosa del

elegido por seguir a Jesús y así ser parte de los suyos.

b- La formación o instrucción para adquirir una forma característica de ser y quehacer “cristiano”

en el mundo, y

c- La misión o el encargo por parte de Jesús y de la Iglesia.

Esta perspectiva, siendo fundamental, no es la única. También podemos reflexionar sobre el

discipulado misionero desde la perspectiva de cómo lo vivieron los discípulos elegidos por el Señor.

Aparecen entonces otros énfasis y otro itinerario vocacional que procuraremos dejar claro en las páginas

que siguen.

Nuestra finalidad es adentrarnos en los Evangelios para considerar -en la medida de lo posible- el

desarrollo histórico y teológico de la vocación de los discípulos. Es decir, miramos el tema desde un grupo

de hombres y mujeres que, elegidos por Jesús, se fueron con él para aprender de él y continuar su misión.

Varias preguntas suscita dicho planteamiento: ¿qué los atrajo de Jesús?, ¿por qué lo siguieron?, ¿bastó sólo

la atracción?, ¿cuál fue su itinerario vocacional y cuáles sus etapas más significativas?, ¿cómo la cultura y

1 Este es el tema de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en la ciudad de

Aparecida, Brasil, del 13 al 31 de mayo de 2007.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 3

la sociedad en la que vivían ayudó y condicionó el seguimiento del Señor?, ¿cuáles fueron sus conflictos

como comunidad del maestro Jesús?

Las fuentes que emplearemos son principalmente dos:

a- Una fuente directa: los Evangelios Sinópticos.

Entre los Sinópticos aceptamos la preeminencia cronológica de Marcos y la existencia e

importancia de la Fuente Q o Documento Q2, una recopilación de dichos y enseñanzas de

Jesús comunes a Mateo y Lucas que no se encuentran en Marcos (por ejemplo, las

bienaventuranzas, el Padre nuestro…). Es bastante probable que este material literario

provenga de la Galilea de antes de la guerra judeo - romana (66 al 70 dC.), por tanto, se

trataría de una recopilación antigua con todo el sabor de la Palestina de Jesús. Dicho

material literario permite un primer criterio para reconocer sentencias y relatos que

provienen del mismo Jesús. Sin embargo, cuando hablamos de los modos de vinculación a

Jesús lo hacemos a partir del evangelio de san Juan.

Interesante es comprobar que mientras más nos alejamos de las fuentes antiguas menos datos

encontramos sobre el discipulado, incluso la misma palabra “discípulo” tiende a

desaparecer. La conclusión es que el tema del discipulado se remonta al mismo Jesús.

b- Una fuente indirecta: los datos de experiencias humanas y los datos aportados por estudios

socio-antropológicos del siglo I.

Nos referimos, por un lado, a aquellas disposiciones vitales y comportamientos sociales que

caben en los seres humanos cuando se enfrentan a situaciones análogas. Si la pena y el gozo

de un hombre del siglo I y de uno del siglo XXI -en cuanto sentimientos de seres humanos-

no difieren mucho uno del otro, esto nos permite inferir cómo vivían los discípulos el

asombro, el miedo, la falta de comprensión, la alegría, la exaltación… Por otro lado, nos

referimos a los aportes de ciencias como la sociología y la antropología cultural, que nos

ofrecen claves de lectura de comprensión del mundo y de relaciones personales y sociales

del Israel del siglo I en cuanto pueblo pre-industrial y agrario de la cuenca del Mediterráneo.

La reconstitución de estos “escenarios” son imprescindibles para descubrir las razones de su

comportamiento y el sentido de palabras y acciones de los protagonistas.

II- «Todo comenzó en Galilea»: la inestable Galilea del tiempo de Jesús

1- Un reino con profundas tensiones

1.1- Jesús, un galileo

En tiempos de Jesús, la Galilea, región del norte del país, era un reino vasallo de Roma gobernado

por la dinastía herodiana3, incorporado al dominio judío por los asmoneos, apenas 104 años antes de

2 Llamada “Q” por J. WEISS en 1890 por la palabra alemana Quelle que significa “Fuente”. Los actuales estudios sobre esta

Fuente distinguen dos estratos que representan diversos momentos de la comunidad cristiana en Palestina: al primer estrato

pertenecen las enseñanzas de Jesús de tipo sapiencial y al segundo, aquellos rasgos que acentúan lo apocalíptico. Una

sencilla y buena introducción a la Fuente Q es la de GUIJARRO, Dichos primitivos de Jesús. Respecto a los Sinópticos, hoy cada

vez más se acepta su “carácter biográfico” al estilo de las grandes biografías greco-romanas; se ha formado una escuela de

estudiosos en torno a este tema (R.A. BURRIDGE y otros).

3 Es decir, gobernado por Herodes el Grande (37 - 4 aC.), Herodes Antipas, hijo menor de Herodes el Grande y Maltace (4 aC. -

39 dC.) y Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande (41 - 44 dC.).

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Cristo, quienes impusieron un fuerte régimen de judaización. La importancia de la Galilea provenía de sus

tierras ricas para el cultivo, las ciudades de cultura grego-romana y las vías del imperio que confluían en

ella o la atravesaban (como la llamada Via Maris), lo que permitía inmejorables vías de comunicación y de

comercio. Los habitantes de este reino, llamado la «Galilea de los paganos» (Is 8,23), eran despreciados por

los de Judea4.

La situación política de Judea, región del sur del país, era diversa, pues -en tiempos del Nuevo

Testamento- la controlaba directamente Roma mediante un gobernador o prefecto que dependía de Siria.

Uno de estos gobernadores fue Poncio Pilatos (26-36 dC.).

Jesús fue galileo, aunque probablemente de antepasados provenientes de Judea que, favorecidos por

la política de judaización de los asmoneos, se habían asentado en la desconocida y despreciada Nazaret5.

Según la tradición apostólica explicitada en el discurso de Pedro al pagano Cornelio y a su familia, todo lo

relativo a Jesús «comenzó en Galilea» (Hch 10,37), y su ministerio público -como lo presentan los

Sinópticos6- tuvo por escenario fundamental aquella convulsionada región septentrional de Palestina.

Desde la mitad del siglo XX, las opiniones sobre la Galilea de Jesús han sido variadas. Dos se

destacan. Para unos fue la región eminentemente rural y pacífica, con pocas diferencias religiosas con

Judea (SANDERS, MEIER). Para otros, la Galilea convulsionada y tensa, con un notable influjo del

helenismo y un fuerte proceso de urbanización, caldo de cultivo para diferentes movimientos religiosos y

mesiánicos (BORG, CROSSAN, HORSLEY)7, por lo que el epíteto de “galileo” llegó a tener connotaciones de

sedicioso político y social.

En realidad, esta última opinión es la que mejor describe la Galilea del tiempo de Jesús.

Antes de señalar aquellas tensiones intensas y transversales de Galilea, determinantes para entender

la enseñanza de Jesús quien vive plenamente inserto en su ambiente, describamos brevemente la situación

de la provincia de Judea en tiempos de los romanos.

La provincia de Judea tenía un status favorable respecto a otras provincias y pueblos conquistados

por los romanos, gracias a los privilegios acordados con el emperador Julio César (100-44 aC.) y

confirmados luego por Augusto (31 aC. - 14 dC.) y Tiberio (14-37 dC). Su status de más libertad, Judea lo

consiguió con Herodes Agripa I a quien el año 38 dC., el emperador Calígula (37-41 dC.) le otorgó el título

de “rey”8; después, fue regida por procuradores romanos. Posterior a la destrucción de Jerusalén y del

Templo por Tito (70 dC.), Palestina fue una provincia romana como cualquiera otra.

Entre los más importantes privilegios de la Judea del tiempo de Jesús hay que destacar:

a- En el gobierno político y la economía: cierta autonomía administrativa de Judea, cuya dirección

recaía en el Sumo Sacerdote quien presidía el Sanedrín, máxima institución de gobierno con

jurisdicción sobre Judea, aunque tenido en cuenta por los judíos del mundo entero, pues de

ellos dependía el culto en el Templo de Jerusalén; según parece y en algunos casos precisos,

el Sanedrín tenía autoridad sobre los judíos que vivían en otras regiones (Hch 9,2).

4 Jn 7,52.

5 Jn 1,46.

6 Una visión diversa tiene Juan.

7 Lc 13,1; Hch 5,37.

8 El país estaba unificado con Herodes el Grande que llevó el título de “rey”. A su muerte y con sus hijos, se dividió en tetrarquías

(“jefe de un cuarto del reino”): Judea, Samaría e Idumea regidas por Arquelao; Galilea y Perea por Herodes Antipas (tiempo de

Jesús), e Iturea y Traconítide por Herodes Filipo II; el emperador romano era Augusto. El año 6 dC., Judea, Samaría e Idumea

pasan a ser provincias romanas. Más tarde, con Herodes Agripa I y por pocos años (41-44 dC.), se volvió a reunificar el país,

hasta que su hijo Herodes Agripa II pierde Galilea occidental, Samaría y Judea, las que de nuevo son subordinadas a la

administración romana.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 5

b- En el gobierno legal: los judíos de Judea tenían autonomía para llevar sus asuntos jurídicos

según la Ley de Moisés y conforme a sus tradiciones, salvaguardando el dominio de Roma;

una excepción era -según un grupo importante de estudiosos- la ejecución de una condena a

muerte, la que necesitaba de la autorización del Prefecto romano.

c- En el gobierno religioso: ningún judío de Judea estaba obligado a dar culto al emperador ni a los

dioses del imperio ni tampoco se permitía en Jerusalén (a excepción de las zonas ocupados

por los romanos) la celebración del culto a dioses extranjeros. En virtud de este privilegio,

toda Judea se alzó contra el emperador Calígula cuando instaló su estatua en el Templo9.

Pasemos ahora a describir las tensiones que aquejaban vivamente a Galilea, el norte del país.

1.2- Tensión “campo - ciudad” y “ricos - pobres”

La primera tensión es entre el “campo” y la “ciudad”. Galilea sufría el proceso de urbanización

iniciado por Alejandro Magno (357-323 aC.), rey de Macedonia. En la Galilea convivían importantes

ciudades con formas de vida y cultura helenística como, por ejemplo, Séforis, de unos 50.000 habitantes,

capital histórica de Galilea, junto a pueblos rurales y despreciados como Nazaret, situado sólo a 5 km. al

sureste de Séforis, de unos 300 habitantes.

Conocidas por los evangelios son las influyentes ciudades no judías que formaban la Decápolis, con

núcleos judíos minoritarios, y los puertos de Tiro y Sidón. En este orden también hay que mencionar las

ciudades de Sebaste, Tiberíades o Tiberias, que sustituía a Séforis como capital de la tetrarquía, de

estructura política helenística, y la importante ciudad portuaria de Cesarea Marítima, edificada por Herodes

el Grande y residencia oficial de reyes herodianos y procuradores romanos, donde también había una

influyente y rica comunidad judía.

No era difícil que los sencillos campesinos de Galilea tuvieran contactos con las grandes ciudades

de cultura helena, sobre todo por razones laborales y comerciales, con todo lo que eso significaba de crisis

religiosa y socio-cultural para ellos y su organización de vida.

Herodes y su dinastía, mediante grandes construcciones, urbanizaban rápidamente las ciudades. Sin

embargo, la urbanización de éstas venía de la mano con su helenización, por lo que los judíos de la Galilea

vivían en constante tensión con las religiones, el estilo de vida, la economía y la política que ciudadanos

paganos (griegos y romanos sobre todo) practicaban en las grandes ciudades.

Por otro lado, la vida del campesinado galileo se hacía cada vez más difícil, entre las varias causas

hay que contar:

a- Que muchas de las tierras de cultivo de las regiones fértiles de Galilea y de la planicie del

Jordán están en manos de familias judías, entre las que se cuentan las familias sacerdotales,

y de ricos hacendados extranjeros, por lo que una gran cantidad de terreno fértil lo controlan

unas pocas manos. Los campesinos judíos, dueños de pequeñas porciones de terreno, no

tienen cómo competir con estos terratenientes, por lo que generalmente terminan trabajando

para ellos. Como la mano de obra agrícola es mucha, tienen que conformarse con la paga

que les den. Los artesanos judíos, con mejor perspectivas de vida, se concentraban en las

grandes ciudades y, sobre todo, en Jerusalén.

9 Quizás un eco de esto sea 2 Tes 2,1-12 (“pequeño apocalipsis”) y Mc 13,14, «el ídolo abominable y devastador instalado

donde no debe estar».

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 6

b- Los impuestos sobre los productos agrícolas (tributum agri) cobrados por Herodes son

excesivos quien, además de necesitar para sus fastuosas construcciones (como Tiberíades) y

la reconstrucción de ciudades (como Séforis), debía cancelar -como reino vasallo- la tasa

convenida con Roma. Existía también un impuesto personal llamado tributum capitis. El

alza de los impuestos era siempre una merma importante en el sueldo de los humildes

campesinos. A estos tributos hay que agregar el cobro -una vez al año- del impuesto para el

Templo, manutención de sacerdotes y del culto. Después de la destrucción del Templo del

70 dC. este impuesto fue reemplazado por el ficus iudaicus, contribución obligatoria

destinada al dios Júpiter Capitolino, lo que provocaba frecuentes rebeliones, siempre

controladas de modo brutal por los romanos; dicho impuesto fue abolido en tiempos del

emperador Nerva (96-98 dC.).

c- La gradual imposición de pagar con dinero y no con productos, quedando de lado el tradicional

sistema de canje o trueque, lo que incomodaba la mentalidad y el sistema de vida de los

campesinos galileos; del sistema de trueque se pasaba progresivamente al sistema

monetario.

d- Los altibajos propios de una agricultura de pequeños campesinos entre los que se contaban

guerras y grandes hambrunas como la del año 46 dC.10. Estas tragedias dejaban a muchas

familias sumidas en la pobreza debido al arriendo y venta de sus campos y al trabajo como

esclavos al servicio de poderosos terratenientes con la finalidad de pagar sus deudas.

No era extraño que los campesinos galileos terminaran vendiendo sus propiedades a los pocos y

ricos terratenientes, convirtiéndose pronto en jornaleros, aunque no siempre con trabajo estable. La

parábola de los trabajadores contratados en una viña refleja bien esta situación11. Por entonces muchos

recordarían la denuncia del profeta Isaías en el siglo VIII aC.: «¡Ay de los que adquieren casas y más casas

y añaden campos a sus campos, hasta no dejar sitio a nadie y quedar como únicos habitantes del país» (Is

5,8). Según esta dinámica de apropiación y concentración de riquezas, la tensión entre el campo y la ciudad

pronto se convierte en una tensión más violenta: entre los pocos ricos que habitan la Galilea (la aristocracia

local) y los muchos pobres y míseros que los evangelios a cada momento describen. Al terminar el siglo I

eran tantos los campesinos que huían por no poder pagar sus deudas que se requirió la intervención de la

autoridad romana para mantenerlos cultivando las tierras.

La apropiación de las tierras por parte de unos pocos, la falta de trabajo y la esclavitud no eran

lacras ajenas en la vida de un galileo rural. Lo que más se resentía era la entidad central de aquella

sociedad: la familia, unidad básica que configuraba la sociedad y sustentaba la producción de bienes y su

consumo. Al venderse la tierra, el trabajo se obtenía por contrato en base a jornal pactado, lo que llevó a las

familias, siempre muy numerosas, a depender de los patrones que fijaban los sueldos conforme a la

disponibilidad de la mano de obra. Para aquella sociedad rural de corte tradicional era muy difícil hacerse a

la idea de que tenían que vivir y subsistir con un sistema socio-económico diverso a sus antepasados y que

ahora debían regirse por un nuevo status: el de “patrón - jornalero”. Los judíos que lograban subsistir y

ganar posición económica eran aquellos que entraban en el sistema, vendiendo sus productos en las

grandes ciudades de entonces. Es decir, cambiaban su status al de “patrones”, lo que para un campesino

con mentalidad rural era muy difícil de comprender y alcanzar.

10 Hch 11,28.

11 Mt 20,1-16.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 7

Otra manera de subsistir en aquel mundo era mediante la formación de corporaciones como, por

ejemplo, la de los pescadores, quienes se agrupaban para hacer frente a los contratos por los derechos de

pesca que debían cancelar a los gobernadores. Gracias a la forma corporativa de actuar podían negociar

mejores precios con quienes se dedicaban a conservar el pescado, secándolo o salándolo, y con quienes lo

comercializaban en aldeas y ciudades.

1.3- Tensión “judaísmo - paganismo”

A la tensión “campo - ciudad” y “ricos - pobres” hay que agregar otra: la tensión entre la “religión

de los judíos” y la “religión de los paganos”. Para un judío, ésta era por definición idólatra y despreciable.

La religión, la familia centrada en el parentesco sanguíneo, la economía y política en el mundo

mediterráneo del siglo I no eran instituciones diversas, sino una misma realidad. La economía hundía sus

raíces en la familia y ésta se regía por la religión (organización en el trato con Dios) y por la política

(organización en el trato social). Tan unido estaba todo que el vocabulario religioso se tomaba tanto del

ámbito familiar (“padre, hermano, virgen, honor, alabanza…”) como político (“rey, reino, alianza, ley…”).

La religión confería unidad a lo familiar, lo económico y lo político, dándole significado trascendente al

abrirlos al mundo de los dioses (paganos) o de Yahveh (Israel).

Tanto en el mundo griego como romano, la religión se estructuraba en dos niveles: una era la

religión oficial o política de la ciudad y del reino, y otra la religión doméstica o familiar que se practicaba

en los hogares. Esta última era más importante que la primera y de mucho más influencia en las cosas

cotidianas de la vida.

En el mundo judío también ocurría lo mismo, pero con una substancial diferencia: mientras que en

el mundo pagano la religión oficial y la doméstica eran diversas, entre los judíos era la misma. Yahveh, el

Dios de Israel que se adoraba en el Templo de Jerusalén, es el mismo Dios de la familia, «el Dios de

Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3,6), el Dios de “nuestros padres” o antepasados que el

padre, en cuanto “sacerdote” del hogar, enseñaba a conocer transmitiendo la fe de Israel. Otra diferencia

importante entre la religión de los judíos y la de los paganos era la prohibición de representar con

estatuillas al Dios de Israel a quien se lo adoraba con ritos establecidos; en el mundo pagano -en cambio- se

conocía una gran proliferación de representaciones de los mismos dioses, de oraciones y de celebraciones

de ritos. Según el tiempo y las circunstancias se enfatizaba el culto a uno u otro dios, conforme se daban las

siegas, el nacimiento de las primeras crías de los animales, la fecundidad de la mujer y el nacimiento de los

hijos y otras necesidades como librarse de pestes, enfermedades y guerras. Por tanto, se adoraba a los

dioses al ritmo de los ciclos naturales y de las penurias y anhelos de la familia y sus miembros.

Debido a la urbanización y vías de comunicación, el mundo judío tenía fácil acceso al conocimiento

de estilos de vida, de formas de gobierno, de economías y religiones que regulaban la vida cotidiana de las

grandes ciudades greco-romanas, sistemas de vida mucho más cautivantes e impositivos que la básica

organización del mundo rural. Ahora bien, la aceptación de tales paradigmas de costumbres, de gobierno

civil y económico es también aceptación de sus dioses y cultos, lo que hacía aún más difícil la convivencia

entre judíos galileos y paganos galileos. La fascinación y el empleo de tales estructuras de vida y relación

social, los refleja san Pablo cuando escribe a propósito de las relaciones legales entre cristianos: «Cuando

alguno de ustedes tiene un conflicto con otro hermano, ¿cómo se atreve a llevar el asunto a un tribunal no

cristiano, en lugar de resolverlo entre creyentes?» (1 Cor 6,1-6).

1.4- Tensión “oprimidos (judíos) - opresores (romanos)”

La más conocida de las tensiones, reflejada con claridad en los evangelios, es entre el pueblo judío

oprimido y Roma en cuanto imperio conquistador.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 8

A pesar de las excepciones ya vistas para la provincia de Judea, donde se concentraban los judíos,

la tensión existía entre conquistados y conquistadores, más aún cuando paganos ocupaban y pisaban la

sagrada tierra de Israel. A esta opresión, el mundo judío respondía con variadas respuestas.

Los zelotas, para quienes sólo Dios es el Señor de Israel, buscaban derrotar por la violencia a los

dominadores romanos. Cada cierto tiempo, algunos de ellos se alzaban en armas sin mucho resultado frente

al poder y la eficacia del aparato militar romano. Algunos de los discípulos de Jesús se los califica de

“zelotas”, pero también se piensa que se trata de un apelativo dado al hombre celoso de la Ley y de las

cosas de Dios, y no a grupos de organizados militantes armados contra Roma, inexistentes -según dichos

estudiosos- en la época de Jesús.

La gran masa de gente judía, sencilla y campesina, mientras la dejaran tranquila con su religión y

tuvieran qué comer, soportaba el dominio romano en virtud de algunos adelantos de los que se servían (red

de caminos, conductos de agua…) y la paz romana que les garantizaban.

Los fariseos daban una respuesta religiosa al tema del domino romano: mientras Israel no sea capaz

de cumplir perfectamente la Ley, Dios los tendrá sometido a los romanos o cualquier otro imperio en

castigo por sus pecados. De aquí la importancia de lograr que todos los judíos tengan a Dios por Señor

mediante el cumplimiento de la Ley, para que algún día, por su “ungido” o “mesías”, Dios libere a Israel

del señorío de los gentiles o no judíos.

Más radical aún es la respuesta de los esenios de Qumrán. Se retiran del mundo para prepararse,

guiados por el Maestro de justicia, a la lucha escatológica entre los hijos de la luz (ellos) y los hijos de las

tinieblas (judíos pecadores y naciones paganas). Ese día, Dios restituirá a Israel la gloria que un día le quitó

por sus impurezas e idolatría.

Finalmente estaban los herodianos o partidarios de Herodes que veían con buenos ojos el dominio

de Roma, pues aprofitaban de ingentes ganancias gracias al cobro de los impuestos. Según algunos

estudiosos, se trata de funcionarios de reyes y príncipes herodianos y miembros de su familia. Según otros,

se trata más bien de un partido judío que favorecía la dinastía herodiana porque veía en ella el germen de

un mesianismo político. Los herodianos aparecen en los Evangelios como enemigos de Jesús tanto en

Galilea como en Jerusalén12.

2- En este país, «¿quién dice la gente que soy yo?»

2.1- La Galilea de los movimientos mesiánicos y proféticos

Si la vida del judío de la Galilea del siglo I se caracterizaba por estas fuertes y transversales

tensiones es evidente que dicha región era “caldo de cultivo” para la aparición de movimientos populares

de carácter mesiánico y profético13.

Los movimientos mesiánicos y proféticos de carácter popular no eran un fenómeno infrecuente en

la Palestina del siglo I antes de Cristo y el siglo I después de Cristo. Sobre todo a raíz de algunas crisis

nacionales como la muerte de Herodes el 4 aC., los empadronamientos o censos en las diversas regiones14,

la guerra judía que origina la destrucción de Jerusalén el año 70 dC., surgían caudillos que pronto

terminaban derrotados por la intervención sin piedad alguna de la autoridad política y militar romana.

12 Mc 3,6; 12,13.

13 Cfr. TREVIJANO, Orígenes del cristianismo, 323-346; VIDAL, Los tres proyectos de Jesús, 30-60.

14 En Lc 2,2 se nos informa «del primer empadronamiento que tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino». Este censo, aunque

con dudas, se acostumbra a fecharlo el año 6 dC.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 9

De muchos de ellos no conocemos su nombre, aunque sí su existencia: en tiempos del procurador

Pilato, un innominado profeta samaritano en el monte Garizim; en la época del procurador Antonio Félix

(52-60 dC.) varios «impostores y seductores» (FLAVIO JOSEFO, del 37-100 dC. más o menos).

De otros sabemos de quien se trata: Teudas, entre el 44 y el 46 dC., que se hacía llamar “el profeta”

y quiso renovar el paso milagroso del Jordán; Judas, el Galileo, y su hijo Menahem15; Judas ben Ezequías;

un judío apodado “el Egipcio”; Saddoq, un fariseo, fundador de la “cuarta filosofía”, llamada así porque

venía después de la de los fariseos, saduceos y esenios, filosofía de la que se originó el grupo judío de los

zelotas; Simón, un esclavo; Atrongeo, un pastor; Juan de Giscala, un jefe zelote proveniente de la región de

Galilea; Simón bar Giora de Gerasa, obedecido como un rey y jefe de la revuelta judía que se inició el 66

dC., y así varios más16.

Casi todos estos buscaban, en nombre de Dios, respuesta a las contenidas ansias de liberación de

gente oprimida y sencilla, sin grandes recursos, de poca o nula influencia y formación, que pacientemente

sufren las tensiones con la esperanza de que algún día Yahveh intervenga y termine con el oprobio de

Israel. La gran mayoría de estos caudillos mesiánicos no provenían de círculos eruditos ni de familias

sumo-sacerdotales ni de eran de descendencia davídica; son personajes de poca monta respaldadas por

gente del pueblo.

Los movimientos populares mesiánicos y proféticos tienen características que los distinguen,

aunque los puede encabezar un mismo caudillo que se aprovechaba de esa esperanza insatisfecha de tantos.

Los movimientos populares mesiánicos los encabeza un líder con un proyecto político que se

autoproclama rey o jefe, provocando la inmediata y violenta reacción militar de los romanos bajo las

órdenes del prefecto de turno.

Los movimientos populares proféticos, en cambio, son de corte salvífico, centrados en la

restauración del pasado ideal del Israel davídico, y lo encabeza un jefe carismático que dice venir de Dios y

hablar en su nombre. Es probable que muchos vieran en Jesús a un jefe carismático enviado por Dios como

profeta para satisfacer los anhelos de liberación.

En esta Galilea Jesús inicia su ministerio. No se dirige a los grandes centros urbanos, sino a los

israelitas de las pequeñas aldeas y poblados rurales, a las bases del pueblo de Dios, es decir, a las “doce

tribus” dispersas para restaurar a Israel como pueblo santo de Dios. Estas bases están mucho mejor

representadas en las aldeas rurales judías que en las grandes urbes de cultura helénica. En estas aldeas se

encuentran las ovejas perdidas de Israel17, es decir, el pueblo oprimido y humillado por el mal y los

poderosos de aquel tiempo.

El Ungido por el Espíritu de Dios ha sido enviado precisamente a estas ovejas a proclamar el año

jubilar del perdón de los pecados y la condonación de las deudas18. Ya está en marcha el Reino de Dios

con su fuerza de liberación y recreación que anhelan los auténticos israelitas y, aunque imperceptible, su

crecimiento es imparable.

15 Para Teudas, ver Hch 5,36, pero con datación equivocada, pues Teudas actuó en tiempos del procurador Cuspio Fado (44-46

dC.); para Judas, ver Hch 5,37.

16 Muchos de estos datos los tenemos gracias a dos obras de FLAVIO JOSEFO (37 - 100 dC., más o menos): Guerra judía o

Historia de la guerra judía, y Antigüedades judías o Historia antigua de los judíos.

17 Mt 10,5-7; 15,24.

18 Es la esperanza judía para el tiempo de la liberación mediante el Ungido de Dios, según se expresa en Lc 4,17-21 (que cita Is

58,6 y 61,1-2) y en el fragmento sobre la resurrección de la comunidad de Qumrán: 4Q521 frag. 2, col. II,1-14: el Señor

«honrará a los piadosos sobre el trono de la realeza eterna, librando a los prisioneros, dando la vista a los ciegos, enderezando

a los torcidos…»; texto en GARCÍA MARTÍNEZ, Textos de Qumrán. Cfr. S. SILVA RETAMALES: «El Gran Jubileo del Año 2000.

Reflexión bíblico-pastoral», La Revista Católica 1125 (2000) 7-15.

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2.2- «¿Quién dice la gente que soy yo?»

En esta Galilea así descrita, después de un tiempo de ministerio y apenas tomada la decisión de

subir a Jerusalén, Jesús pregunta a los suyos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Mc 8,27). La respuesta

de Pedro no se hizo esperar: «¡Tú eres el Mesías!» (8,29).

En este convulsionado reino, ¿qué habrá entendido Pedro?

Probablemente está, como parece demostrarlo luego con su conducta19, imbuido de la ideología de

liberación y dominio catalizada por el concepto de “mesías”. Él debió entender que Jesús es el ungido de

Dios como profeta, sacerdote y rey para someter a los romanos y a los otros pueblos y establecer a Israel

como cabeza de las naciones (“concepción piramidal”). En razón de aquel ambiente y aquellas tensiones y

por la lectura equivocada de ciertas profecías20 era común tal concepción como lo confiesan los dos

discípulos que se dirigen a Emaús: «Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel» (Lc 24,21).

Esta concepción de “mesías” y “reinado” de Dios suscitaba el afán de poder por parte de Pedro y de

los discípulos más cercanos a Jesús. El ungido rey por Dios, de la descendencia davídica, necesita

conquistar Jerusalén como capital de su reino y requiere de ministros fieles para gobernar. Jerusalén, la

ciudad de David a donde se dirigen, la vislumbran como el lugar donde se concretizarán los sueños de

poder. Y mientras se acercan a ella, Santiago y Juan se ofrecen para ministros con el deseo confesado de

ocupar los primeros puestos21, ya que creen inminente -como muchos- esta forma de reinado de Dios22.

La ira de los otros diez no se hace esperar, pues también anhelan lo mismo, sobre todo cuando el honor -

valor fundamental del siglo I- está en relación directa con la posición social que se ocupa.

Es bastante probable que el recurso literario y teológico de Marcos conocido como “secreto

mesiánico” desde el estudio de W. WREDE en 1901 tenga relación directa con la concepción común de

“mesías” y “reino de Dios” en el siglo I. ¿Por qué Jesús manda a los que sana de enfermedades, a los

endemoniados, incluso a sus mismos discípulos que no digan que es el Mesías, el Santo de Dios?, ¿por qué

tienen que callar el favor recibido, sobre todo cuando es público?23.

El “secreto mesiánico” se concentra en la primera parte del evangelio de Marcos (Mc 1,14-8,30),

cuyo tema central es la revelación de Jesús como Mesías mediante enseñanzas y acciones con autoridad.

Para que en aquella convulsionada Galilea no confundan su mesianismo con un empeño socio-político,

instaurador de un reino terreno en el que Dios ejerce su dominio mediante Israel, Jesús pide que no

divulguen la noticia. El “secreto mesiánico”, en cambio, desaparece en la segunda parte de Marcos (8,31-

16,8): el tema central es ahora el tipo de mesianismo que Jesús encarna. Él es Mesías al estilo del Siervo de

Yahveh y su camino es el servicio y la entrega de la propia vida24; no ha venido a arrebatar otras vidas, ni

siquiera la de los odiados enemigos romanos, sino a hacer que Dios reine por su misericordia y perdón,

forma concreta de hacer presente la vida del Padre en quienes reciben al Hijo amado.

2.3- Una pregunta siempre actual

La pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Mc 8,27), recorre tiempos y

circunstancias interpelando a cada generación de hombres y mujeres. Así llega hasta nosotros y espera una

19 Mc 8,32-33.

20 Por ejemplo, Is 2,2-5; Miq 4,1-8; Zac 14.

21 Mc 10,35-41.

22 Lc 19,11.

23 Mc 1,24-25.43-44; 5,40-43.

24 Mc 10,45.

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respuesta personal y fundada. La interpelación de Jesús se transforma entonces en: “¿Quién dices tú que

soy yo?”.

Muchos han contestado dicha pregunta. Y varios lo han hecho estudiando las fuentes con que

contamos para dar una respuesta fundada. Estos estudiosos se han preocupado primero de formular

criterios históricos fiables para acercarse al “Jesús histórico”.

Entre los principales criterios se cuentan25:

- El de disimilitud o discontinuidad (llamado por THEISSEN “de plausibilidad histórica”).

Aquellas palabras o hechos de Jesús que por razones culturales o teológicas no pueden

derivarse del judaísmo de su época ni de la comunidad cristiana primitiva es probable que

provengan del mismo Jesús. Por ejemplo, la oposición de Jesús al ayuno26, cosa que muy

difícilmente la comunidad cristiana hubiera inventado y que la religión judía hubiera

favorecido.

- El de necesidad histórica.

Parte de un hecho indudable: según todas las fuentes bíblicas y las pocas extra bíblicas que

tenemos, Jesús murió violentamente a manos de judíos y romanos; luego, se pregunta: ¿qué

lo llevó a la muerte en cruz como “rey de los judíos”?; los datos que justifiquen dicha

muerte deben ser históricos; de este modo, a partir de la muerte de Jesús, se reconstituye su

vida y su obra y se explican mejor sus controversias con las autoridades religiosas de Israel.

- El de dificultad.

Tienen el carácter de histórico aquellas palabras o acciones de Jesús que, a pesar que

desconcertaban profundamente a la Iglesia primitiva, igual se transmitieron. Por ejemplo, el

hecho de que Jesús no conozca ni el día ni la hora del juicio final27.

- El de testimonio múltiple de fuentes y formas literarias o también llamado de referencias

cruzadas.

Si diversos géneros literarios y varias fuentes independientes entre sí afirman lo mismo

estamos ante un dato histórico. Por ejemplo, el tema del Reino de Dios que se presenta en

diversas formas literarias: parábolas, milagros, controversias…, y lo testimonian diversas

fuentes28, e incluso ecos del tema encontramos en la literatura paulina29.

- El de coherencia o conformidad histórica.

Cuando se tiene una base segura de la historicidad de algunas palabras y acciones de Jesús,

gracias a la verificación de los otros criterios, todo aquello que armonice con esta base de

datos debe considerarse histórico. Por ejemplo, algunos dichos concernientes a la llegada

del Reino de Dios.

25 Cfr. PIÉ-NINOT, La teología fundamental, 352-357; MEIER, Un judío marginal, T. I, 183-209.

26 Mc 2,18-22.

27 Mc 13,32.

28 La Fuente Q, Marcos, Mateo y Lucas, cada uno por su parte, y Juan.

29 Rm 14,17; 1 Cor 4,20; 6,9-10.

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A estos criterios hay que agregar otros de carácter secundario como, por ejemplo, si lo relatado

pertenece a un material literario de trasfondo arameo y se destaca por su viveza narrativa acorde con el

ambiente palestino de entonces, tiene buenas razones para ser considerado auténtico. Con todo, los criterios

empleados deben interpretarse según sus contextos socio-culturales.

Aplicando los criterios mencionados, varios estudiosos del Nuevo Testamento y del siglo I han

aportado descripciones de Jesús que responden a la pregunta: “¿quién dicen ustedes que soy yo?”30. Sin

embargo, no todos los datos que ofrecen son correctos, pues a veces su interpretación está sesgada por

ideologías o conceptos preconcebidos.

Un primer grupo31 afirma que Jesús es un “maestro de sabiduría” al estilo de los filósofos cínicos

que recorrían el país formando escuelas de discípulos. Como maestro, Jesús se caracterizaba -por un lado-

por sus ingeniosas máximas basadas en la experiencia de la vida y en la observación de la naturaleza y -por

otro- por su conducta provocativa al transgredir costumbres religiosas y sociales sancionados por la Ley y

la tradición de los antepasados; máximas y comportamientos de Jesús estaban al servicio de un mensaje

social innovador en favor de los oprimidos. Entre los comportamientos adquieren gran importancia la

expulsión de demonios y la comida con marginados, signo de su intención de transformar el orden

preestablecido.

Otros estudiosos32 describen a Jesús como un “profeta escatológico” inserto en las tradiciones de

Israel, que murió crucificado y creó una escuela de discípulos para que continuaran su obra33. La

expulsión de los vendedores del Templo es el gesto profético de Jesús que anuncia la restauración

escatológica del pueblo de Dios. Jesús, pues, tenía conciencia de ser el último de los profetas, de aquí la

autoridad con la que habla y actúa. Su enseñanza y algunas de sus acciones causaron un profundo conflicto

al interior del judaísmo de la época, lo que al final le costó la vida.

Un tercer grupo34 se inclina por considerar a Jesús como un “carismático espiritual”. Sus

enseñanzas y acciones responden a los parámetros propios de “hombres de Dios” u “hombres santos” de la

tradición carismática israelita. Como ellos, Jesús actúa llevado por el Espíritu de Dios, y su enseñanza no

presenta ideales escatológicos a alcanzar, sino simplemente expone su experiencia de Dios: un Dios

compasivo y cercano a los débiles que los atiende mediante el poder milagroso de quienes envía. Todo lo

que es apocalíptico en Jesús, piensan estos estudiosos, es postpascual. En un hombre así de carismático

como Jesús, la enseñanza tiene menos importancia que sus acciones.

Un cuarto grupo de estudiosos35 afirma que Jesús es más bien un “reformador social”, conclusión

que sacan sobre todo al contextualizar la vida de Jesús en su época. Lo que Jesús intentó fue un cambio

30 Para lo que sigue, la bibliografía es amplia y va en aumento; sobre las tres etapas de la investigación acerca de Jesús [a)- Old

ó First Quest: 1778-1906 y No Quest: 1921-1953; b)- New Quest: 1953-1985, y c)- Third Quest: 1985…], cfr. AGUIRRE: «La

cuestión del marco de la historia de Jesús: historia y principios» en AGUIRRE y RODRÍGUEZ (eds.), La investigación de los

evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles en el siglo XX, 17-35; AGUIRRE: «Jesús, el hombre: investigación histórica» en

AAVV, Jesús de Nazaret. Perspectivas, 16-23; PIÉ-NINOT, La teología fundamental, 340-351 y 384-401; TREVIJANO, Orígenes

del cristianismo, 346-360; SESBOÜÉ, Imágenes deformadas de Jesús, 45ss.; R. AGUIRRE: «Estado actual de los estudios sobre

el Jesús histórico después de Bultmann», Estudios bíblicos 54 (1996) 433-463; S. FREYNE: «La “terza” ricerca sul Gesù storico.

Alcune reflessioni teologiche», Concilium 32 (1997) 60-79; E. VALLAURI: «Volti di Gesù negli studi più recenti», Laurentianum 39

(1998) 293-337; J.P. MEIER: «The Present State of the Third Quest for the Historical Jesus: Loss and Gain», Biblica 80 (1999)

459-487.

31 CROSSAN y Jesus Seminar, un colectivo no confesional de exegetas norteamericanos dedicados, desde 1985, a determinar la

autenticidad histórica de dichos y hechos de Jesús; sus directores son R.W FUNK y J.D. CROSSAN.

32 E.P. SANDERS y otros.

33 La aparición de discípulos en torno al profeta y sobre todo su muerte violenta son garantías de autenticidad de la misión.

34 G. VERMES, J. DUNN, M. BORG.

35 R. HORSLEY, G. THEISSEN, B.J. MALINA.

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social de proporciones y lo que creó fue un movimiento de reforma social, de valores alternativos que

incidían decididamente en las relaciones sociales, en la política y la economía. Su estilo y método son

particulares. No anima la subversión armada, sino una ética radical, el amor a los enemigos, el perdón de

los pecados y de las deudas materiales, el cambio de estructuras. Sus destinatarios eran campesinos

sencillos, por lo que pensaba que las cosas debían cambiar “desde abajo”. Una de las críticas que se hace a

esta visión es que describen a Jesús sobre valorando los movimientos judíos y los factores sociales y, en

cambio, dándole poca importancia a la experiencia espiritual de Jesús.

Un quinto grupo36 habla de Jesús como un “judío marginal”, porque él se aleja -por ejemplo- del

urbanizado mundo greco-romano en cuyas ciudades nunca predica, y porque a él lo marginan, ya sea los

dirigentes religiosos de su pueblo, ya su familia, ya -incluso- sus propios discípulos cuando no lo

comprenden y lo abandonan. Su marginación, que la vive como opción misionera por obediencia al Padre,

está al servicio de los valores del Reino. Jesús no puede asumir lo que vive la sociedad de su tiempo,

porque de hacerlo rechazaría -como sus contemporáneos- a su Padre celestial y su soberanía sobre los

hombres, la historia y el mundo. Entonces, convierte su misma vida en denuncia profética de lo lejos que

todo está de Dios: el culto, las oraciones, ayunos y limosnas, la política y la economía, el comportamiento

de los dirigentes… Opta por una vida itinerante y desprendida en virtud del señorío de su Padre y al

servicio del anuncio del Reino. Como toda su vida cuestionó la estructura religiosa de su tiempo, la manera

de acabar con el problema fue matarlo.

Para un último grupo37, Jesús es un “sanador popular y un exorcista”. Hubo un tiempo en que se

cuestionaba la historicidad de los milagros de Jesús. Hoy es un dato que ya nadie pone en duda: Jesús

realizó curaciones entre sus contemporáneos y estas acciones, avaladas por varios de los criterios de

historicidad mencionados, forman parte de la vida del Jesús histórico. A pesar de que no era extraño

encontrar curadores populares en los pueblos preindustriales de la cuenca del Mediterráneo del siglo I, la

multitud sigue a Jesús por su poder sobrenatural de curar enfermos y vencer demonios. Ahora bien, como

estas posesiones demoníacas, según este grupo de estudiosos, se dan en contextos de crisis profunda a

causa de rupturas del equilibrio socio-político y familiar, se interpretan como intervenciones divinas

favorables cuando toda otra respuesta humana es imposible. Por tanto, las acciones de Jesús de expulsar

demonios en nombre propio son leídas como la respuesta de Dios (el Reino) a situaciones de sufrimiento y

desgracias insalvables. La misma expulsión es una propuesta de equilibrio socio-político e invitación al

compromiso por lograrlo. Como reconocido sanador popular y exorcista, Jesús se convierte en un peligro

para el sistema social y político de entonces.

A lo largo del tiempo se seguirá intentando dar respuesta a la pregunta acerca de la identidad de

Jesús y del sentido de su obra38. Algunas son respuestas valiosas que nos ayudan a conocer mejor a

Jesucristo. Pero son respuestas de otros y elaboradas desde las ciencias socio-históricas y bíblicas. “Mi

propia respuesta”, la que elabore a partir de “mi historia personal” y de “mi realidad actual” no puede

esperar. Jesús, como a sus discípulos, hoy me pregunta: “Tú, ¿quién dices que soy yo?”. Tan importante es

la respuesta y su certeza que de ella depende mi discipulado.

En el caso de los discípulos elegidos por el Nazareno, la respuesta fue posible por vivir -por lo

menos en parte- los cuatro momentos del discipulado histórico.

36 J.P. MEIER y otros.

37 G.H. TWELFTREE, S. DAVIES.

38 Los autores de la Third Quest acerca de Jesús de Nazaret (colectivo ya mencionado antes) intentan variadas identificaciones,

subrayando su situación de campesino judío, sabio, reformador social, profeta y profeta reformador social; inserción en el

mundo hebreo, exorcista, figura marginal y escatológica; filósofo cínico, mago o mago helenista… En esto autores predomina

la figura de un maestro de sabiduría no apocalíptico, que anuncia el reinado de Dios para el presente y no para el futuro, y que

vivía y enseñaba conductas atípicas respecto al mundo judío al que pertenecía. Muchos de estos retratos de Jesús no están

exentos de parcialidad y están sesgados por la ideología de su autor.

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3- Los momentos del discipulado histórico

Llamamos “discipulado histórico” al recorrido humano y espiritual que hicieron los discípulos de

Jesús para llegar a ser de los suyos, es decir, para seguirlo y formar parte de su comunidad. La mirada no es

a cada uno de los discípulos ni principalmente desde la perspectiva de Jesús, sino más bien describimos las

constantes del discipulado que los Evangelios Sinópticos reflejan en relación con dicho recorrido

discipular.

Tenemos acceso a estas “constantes discipulares” gracias a la lectura atenta del material evangélico

comparándolo con otros movimientos de discípulos del siglo I de los que tenemos noticias (Juan Bautista,

rabinos, esenios…). También consideramos dicho material teniendo en cuenta la historia y la cultura en la

que aquellos hombres y mujeres siguen al Señor. Finalmente, para nuestro objetivo, es evidente que el

discipulado hay que plantearlo en el contexto de la vida histórica de Jesús, pues no se entiende sin sus

palabras y obras que condicionaron y transformaron la vida cotidiana y concreta de los suyos.

Teniendo en cuenta estos criterios distinguimos cuatro momentos o tiempos en el discipulado

histórico:

a- El momento de la admiración y las preguntas.

b- El momento de la vinculación a Jesús gracias a la elección divina, la opción humana y la

posterior pertenencia a “los suyos”.

c- El momento de revelación de Jesús a sus elegidos, y

d- El momento de la misión.

Para su época, Jesús suscitó pronto un movimiento considerable de gente en torno a él, reunidos por

la admiración que sentían por su enseñanza y por sus acciones que demostraban una autoridad propia

nunca vista sobre enfermedades y espíritus impuros. Al ser testigos de la obra de Jesús es probable que la

gente percibiera que en él había mucho “de Dios”: de su santidad, su gloria, su misericordia y

compasión…, todo aquello que anhelaba un judío que se esforzaba por conocer a Yahveh y hacer su

voluntad.

Muchos de aquel tiempo, por tanto, leerían esta primera etapa del ministerio de Jesús en Galilea

como visita de Dios a su pueblo: Yahveh, por su profeta, sale al encuentro de su pueblo oprimido. Quienes

ponían atención a sus enseñanzas y eran testigos frecuentes de sus obras, acicateados por la admiración, se

formulaban preguntas que intentaban descifrar el origen de sus palabras y, sobre todo, explicar la sanación

de enfermos y la expulsión de demonios. La conducta de Jesús (palabras y obras) aumentaba la admiración

y suscitaba muchos interrogantes, entre otras razones, porque contravenía las costumbres religiosas y

culturales de entonces al comer con pecadores y marginados, al no darle a la Ley la importancia que tiene,

ni tampoco al ayuno, a las limosnas, al día sábado, y a otras prácticas piadosas de la vida religiosa del

judío.

Pronto se creó en torno a Jesús una muchedumbre que procuraba estar cerca de él cada vez que

podía. De entre esta muchedumbre, particularmente de entre aquellos que se mostraban fascinados por

Jesús y buscaban con sinceridad respuestas a sus preguntas (Zaqueo y Andrés y su compañero son buenos

ejemplos)39, Jesús va eligiendo a los que quiere para formar la comunidad de “los suyos”. Los invita para

39 Lc 19,1-10; Jn 1,35-42.

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que estén y vivan con él. De ellos, Jesús espera una respuesta pronta y generosa. Varias son las

explicaciones ante las palabras y acciones de Jesús: para unos es uno más de tantos profetas, para otros un

profeta tan o más importante que Elías y Jeremías, y según otros actúa así porque está trastornado o

poseído por espíritus impuros. Mientras unos se abren a la posibilidad de la fe, otros se obstinan de tal

manera que se hacen incapaces de reconocer que Jesús de Nazaret es el Mesías enviado por Dios a quien

hay que escuchar. El seguimiento del Señor necesita el compromiso conciente de una libertad personal que

entregue confiadamente la vida a Jesús. A la elección de Jesús sigue siempre la opción personal por Jesús.

A partir de cierto momento de su ministerio público, Jesús trata a sus discípulos de modo diferente

a como lo hace con la muchedumbre. Se nota, por ejemplo, en su relación pedagógica con ellos: Jesús

revela su identidad y explica su misión a sus discípulos, pero no a la muchedumbre40. En la convivencia

con Jesús, el discípulo toma progresiva conciencia que está ante el Mesías e Hijo de Dios que hace presente

el Reino del Padre celestial. Las parábolas sobre todo, que explica sólo a sus discípulos, consignan las

notas distintivas del reinado de Dios en cuanto Padre. Este es el momento de revelación.

En la misma convivencia con Jesús y en su formación como discípulo, éste aprende a ser

misionero. Los que siguen a Jesús van con él por caminos y aldeas, siendo testigos de qué y cómo Jesús

predica la Buena Nueva. Según parece, ya en vida de Jesús, ellos son enviados a preparar el camino del

Mesías. Entienden que llegará el día en que asumirán la tarea del Maestro, encargo que -a su vez- le viene

del Padre. Extender el encargo de Jesús, por tanto, es realizar el encargo del Padre.

Salta a la vista que estos cuatro momentos (admiración y preguntas, vinculación, revelación y

misión) se dividen así por criterios pedagógicos, pues no son realidades estancas y yuxtapuestas, sino

realidades dinámicas de implicancia humano-espiritual que se necesitan para constituir, todas ellas, al

discípulo misionero. Estos momentos no son cronológicos en el sentido de venir uno después del otro, sino

que se imbrican y necesitan, configurando todos ellos el camino histórico de adhesión del discípulo a Jesús.

III- «¿No es este el hijo del carpintero?»: momento de admiración y preguntas

1- Los signos del Reino: «Lo que Jesús hizo y enseñó» (Hch 1,1)

La primera impresión que tenía un contemporáneo de Jesús le venía por sus acciones, enseñanzas y

relaciones. Actos, palabras y tipo de relaciones sociales revelan en aquel entonces la interioridad del

hombre y constituían su cédula de identidad. En el siglo I, uno es lo que hace, lo que dice y cómo se

relaciona, y por esto será juzgado por Dios y los hombres. El valor de las emociones y de la introspección

es prácticamente nulo.

Por lo mismo, para presentar la persona de Jesús, san Lucas, el evangelista-historiador, escribe

acerca de «todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día en que subió al cielo» (Hch 1.1-

2), lo que también define como «los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros» (Lc 1,1). San

Marcos, por su lado, comienza la proclamación de la Buena Nueva de Jesucristo mostrando quién es, para

lo cual debe describir las relaciones de Jesús con el Antiguo Testamento y Juan Bautista, con Dios y con

Satanás41. Acciones, palabras y relaciones revelan quién es Jesús, quién es su Padre y cuál es su proyecto

para la humanidad. El proyecto es el Reino y toda la vida de Jesús desvela el Reino de su Padre y sus

signos distintivos. Dicho de otro modo: toda la existencia de Jesús es proclamación del acontecimiento

salvífico del Reino de Dios, lo que -según la tradición mesiánica israelita- Jesús lleva a cabo conforme a

los modelos clásicos de profeta y rey.

Entre los signos del Reino hay que destacar:

40 Mc 4,10-12.33-34.

41 Mc 1,2-8; 1,9-11 y 1,12-13.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 16

a- Sanar enfermos y expulsar demonios en nombre propio.

b- Comer con pecadores y recaudadores de impuestos, gente considerada marginal por el sistema

socio-religioso israelita, y

c- Enseñar con autoridad y no como los rabinos de su tiempo.

Según los datos de las diversas fuentes que poseemos, sometidos a los criterios de historicidad

mencionados, estos tres signos son históricos, lo que significa que fueron realizados por Jesús y, si los

conservó la tradición -primero oral, luego literaria- es porque tienen sólido fundamento en la vida de Jesús.

Estos signos del Reino son mensajes en acto, como los actos simbólicos de los profetas, que

visibilizan el misterio del Reino y la vocación del discípulo del Reino. Ante estos signos, los

contemporáneos de Jesús se mueven entre la admiración y el temor. FLAVIO JOSEFO describe a Jesús como

«un hombre excepcional, ya que llevaba a cabo cosas prodigiosas»42.

Un milagro de Pedro refleja bien la sorpresa que suscita Jesús y sus discípulos entre la gente de su

tiempo. Después de sanar a un paralítico, todo el pueblo «se llenó de admiración y asombro por lo que le

había sucedido… Pedro, al ver esto, dijo al pueblo: “Israelitas, ¿por qué se admiran de este suceso?, ¿por

qué nos miran como si nosotros lo hubiéramos hecho caminar por nuestro propio poder o virtud?”» (Hch

3,10.12).

El discipulado comienza por ser testigo de lo que Jesús dice y hace, dejándose sorprender, admirar,

fascinar… por este hombre excepcional, dando luego cabida a las preguntas sobre el origen y el sentido de

su obra y abriéndose -con corazón purificado- a las respuestas que el mismo Jesús ofrece.

Profundizaremos en los signos del Reino buscando la razón de la admiración que suscitaba Jesús en

sus contemporáneos, judíos o no. Comenzamos por lo que Jesús “hizo” y luego nos ocupamos de lo que

“enseñó”, según la síntesis del evangelio de Lucas que nos presenta el mismo autor en su prólogo a los

Hechos de los Apóstoles: «Ya traté en mi primer libro, querido Teófilo, de todo lo que Jesús hizo y enseñó

desde el principio hasta el día en que subió al cielo…» (Hch 1,1-2).

2- «Lo que Jesús hizo»

2.1- Jesús sana enfermos y expulsa demonios en nombre propio

La sanación de enfermedades del cuerpo y del espíritu (como posesiones diabólicas) está

atestiguada en la literatura extrabíblica de la época. Gracias a ella tenemos noticias de reconocidos

sanadores, algunos del tiempo de Jesús. Sabemos, por ejemplo, del rabí galileo Janina ben Dosa, de antes

del año 70 dC., probable contemporáneo de Jesús, y del griego Apolonio de Tiana a quien conocemos por

FILÓSTRATO, su biógrafo, que relata nueve de sus milagros.

Si existían otros sanadores populares y algunos con gran fama, ¿cuál es la razón de la admiración

por Jesús? El judío de aquella sociedad pre-industrial y pre-científica del siglo I contaba con la posibilidad

de acciones extraordinarias que, si eran malas, las atribuían a poderes malignos y, si eran buenas, al Dios

todopoderoso. Si bien es cierto que dichas acciones llamaban la atención, caían -sin embargo- en el ámbito

de lo que era posible en virtud de la estrecha injerencia y continuidad con que se concebía en aquel tiempo

lo natural y lo sobrenatural. En cambio, aquella gente no contaba con que Jesús sanara las enfermedades sin

mencionar o recurrir a Dios, a algún espíritu impuro o a un poder sobre humano. Es decir, ¡Jesús curaba las

42 Antigüedades judías, XVIII 63.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 17

enfermedades en virtud de su propio poder! El asombro, pues, no provenía tanto de la acción maravillosa

cuanto de la fuente de la que provenía dicha acción.

Veamos por qué.

En el tiempo del mundo bíblico (Antiguo y Nuevo Testamento), las enfermedades se atribuyen al

pecado individual o de los antepasados, y a la posesión demoníaca o de espíritus impuros43. Si la causa de

muchas enfermedades es el pecado y los espíritus impuros, la sanación de enfermos se explica por el

perdón de pecados o la expulsión y sometimiento de demonios y espíritus impuros. Y Jesús siempre lo hace

en nombre propio y en un marco determinado: la predicación del señorío de su Padre misericordioso en su

pueblo y en la tierra44.

Antes de describir cómo se viven las enfermedades en la época de Jesús son necesarias tres

precisiones.

La primera es hacer notar la tendencia que siguen los Evangelios Sinópticos respecto a los relatos

de exorcismos. Mientras en Marcos se encuentran muchos de estos relatos, siguiendo el modelo de la

predicación apostólica45, como también varios de ellos en la Fuente Q, las otras fuentes (Mateo y Lucas)

sólo se conforman con repetir lo que trae Marcos y Q, sin añadir ningún relato nuevo, e incluso eliminando

aspectos del exorcismo chocantes para el lector. Juan, el evangelio de redacción más tardía y a diferencia

de los demás, no trae ningún relato de exorcismo. Esta tendencia a la disminución de los relatos y a su

matización es un indicador claro de la historicidad de los exorcismos practicados por Jesús y, por lo

mismo, de la referencia fundamental a él de estas acciones de potestad. Si no hubieran correspondido a su

existencia histórica, simplemente no las habrían mencionado.

La segunda precisión es acerca de la tendencia bíblica a considerar las posesiones demoníacas

como respuestas con carácter de denuncias ante cuadros de extrema tensión en sociedades preindustriales y

en estratos sociales pobres y populares. Estudios de psicología social afirman que en aquellas sociedades

mediterráneas tradicionales, las presiones socio-políticas se denuncian mediante la anulación de la persona

y la aparición de “otro” que actúa y que no puede ser castigado. Si esto es así, la expulsión de demonios

implica también la resolución de los conflictos y tiene importante gravitación socio-política. Por tanto, no

sólo son acciones portentosas pertenecientes al ámbito religioso, sino propuestas de sociedad nueva tanto

para Israel como para sus enconados enemigos del momento, los romanos.

La tercera precisión tiene que ver con el significado y la sensibilidad popular respecto a los

milagros, no así en los círculos más ilustrados. Para la gente sencilla de aquel tiempo, un milagro no es una

contradicción de las leyes naturales, sino una acción portentosa que se integra sin conflicto en su concepto

de mundo y de Dios. Se entienden como intervenciones poderosas de seres no humanos, generalmente

Dios, que manifiestan con absoluta claridad su presencia, su potencia y su querer. El milagro es parte de los

parámetros existenciales de los pueblos mediterráneos del siglo I.

Describamos ahora cómo se viven las enfermedades en el tiempo de Jesús.

Las enfermedades se viven en nuestro tiempo como disfunciones bio-químicas del organismo. En

cambio, en aquella época no son disfunciones bio-químicas, sino disfunciones religiosas. Las

enfermedades son signos claros del abandono, por causa del pecado o posesión demoníaca, del ámbito de

influencia santa y benéfica de Dios, y del sometimiento del enfermo a seres no humanos y malignos que

impiden la relación con Dios y la participación en el pueblo santo de Dios. La consecuencia inmediata para

el enfermo es la pérdida de su status en la comunidad santa de Israel, y la limitación o derogación del

ejercicio de sus derechos sociales (matrimonios, celebraciones familiares...) y cultuales (sacrificios,

43 1 Re 17,18; Mt 12,22; Jn 5,14; 9,2.

44 Mc 1,23-25; 5,11-13.

45 Hch 10,38.

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oraciones en el Templo, en la sinagoga...). Por esto la Ley declara impuro a quien padece ciertas

enfermedades como la lepra, hemorragias, ceguera, sordera, mudez…46.

Según la conciencia religiosa de entonces, el mundo está regido por una cosmogonía de seres no

humanos y humanos en estricta escala jerárquica, donde los seres superiores tienen ingerencia directa, para

bien o para mal, sobre los inferiores. Vestigios de esta escala jerárquica de seres y poderes cósmicos se

encuentran en las cartas paulinas: “ángeles - principados”, “dominación - potestad”, “tronos”, “virtud”,

“príncipe del imperio del aire” y “elementos del mundo”47. El puesto de excelencia en honor y soberanía

en la escala cósmica lo ocupa Yahveh, Dios de Israel, que creó todo y domina sobre todo, tanto sobre seres

humanos como no humanos, visibles como invisibles, poderosos como débiles.

Al tener en cuenta los sumarios de Marcos se deduce que Jesús sana a muchos enfermos

independiente de la enfermedad de cual se trate48. Además, Jesús derrota a poderosos demonios como

aquel que lleva por nombre «Legión» (Mc 5,9). Conforme a la concepción descrita, Jesús sólo puede

devolver la salud si expulsa al espíritu impuro o perdona el pecado, causas que originan muchas de las

enfermedades. Pero, ¿cómo es posible que haga esto? Es decir, si Satanás y los espíritus impuros son seres

no humanos inferiores a Dios, pero superiores a los seres humanos, “¿cómo puede dominarlos —se

preguntan sus contemporáneos— cuando sabemos de donde viene, y sus hermanos viven con nosotros… y

es uno como nosotros?”. Los espíritus impuros sólo se vencen con la ayuda de Dios o con la asistencia del

mismo Satanás… ¡y de esto último acusan a Jesús!49.

Por tanto, la causa del desconcierto y la admiración no es sólo porque Jesús expulsa demonios para

sanar las enfermedades, lo que también hacía un número no pequeño de curanderos en nombre de Yahveh

o de sus dioses, si son paganos, sino porque Jesús lo hace en nombre propio, y ordena a sus discípulos que

también lo hagan en su nombre50. No es esta la conducta de los hombres de Dios en el Antiguo

Testamento que actúan siempre en nombre de Yahveh como, por ejemplo, el profeta Elías que resucita un

muerto y que hace otros prodigios admirables51.

La conducta de Jesús no hace más que aumentar la perplejidad y la admiración por él y, a la par,

suscita interrogantes como los siguientes: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad! ¡Manda

incluso a los espíritus impuros y éstos lo obedecen!» (Mc 1,27). Y Marcos de inmediato agrega: «Pronto se

extendió su fama por todas partes, en toda la región de Galilea» (1,28).

Sólo al discípulo de Jesús que convive con él y porque tiene acceso al misterio del Padre se le

revela de dónde le viene todo esto: es que Jesús es Profeta, Mesías venido de Dios, Hijo del hombre e Hijo

de Dios52, superior a Satanás y a todos los espíritus impuros, con poder divino propio para perdonar

pecados y expulsar demonios. Por eso las enfermedades y los espíritus impuros desaparecen, significando

así la presencia liberadora del Reino del Padre: «Si yo -dice Jesús- expulso los demonios con el poder de

Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a ustedes» (Lc 11,20).

Este es el sentido original de los milagros de curación y expulsión de demonios realizados por

Jesús: signos potentes y reveladores de la presencia liberadora del “Reino” de Dios y del “Dios” que por

Jesucristo quiere reinar. Por lo mismo, la fe que Jesús exige antes de cada milagro es la confianza absoluta

46 Lv 13-15; Nm 5,1-4.

47 Ef 1,21; 2,2; Col 1,16.

48 Mc 3,7-12; 6,53-56.

49 Mt 9,32-34; 12,22-24; Jn 3,2.

50 Mc 1,25.34; 9,38; Hch 4,7.10.30.

51 1 Re 17,7-24.

52 Jn 9,17.31-33.35.38.

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en la intervención salvífica de Dios53, capaz -por su Ungido- de recrear y redimir cosas y personas

liberándolas de la apropiación de poderosos agentes del mal que amenazan la vida y la participación en los

bienes del pueblo santo de Dios.

Si los milagros son signos manifiestos del Reino de Dios, la curación de enfermedades no vale

tanto por la sanación de un miembro enfermo (mano, ojo, oído…), cuanto por la derrota del pecado y del

mal y por su inmediata consecuencia: la reinserción en el pueblo santo de Dios de la persona sanada,

certificada oportunamente por los sacerdotes54, lo que hacía posible su participación en el culto y en la

vida social de las aldeas. De modo contrario es siempre un marginado, un excluido del pueblo de la alianza

y, por lo mismo, de sus bienes.

Como Jesús es portador del Reino de su Padre y los milagros son inseparables de su Persona y de la

manifestación del Reino, quien es sanado se transforma en signo vivo tanto de la soberanía de Dios

poderoso y misericordioso como de la nueva familia que el Padre, por su Mesías, está inaugurando.

La admiración de la gente, pues, tiene un fundamento: la certeza de que están ante alguien de

condición excepcional, Jesucristo, que suscita desde la curiosidad por conocerlo, pasando por la simpatía y

la admiración por él, hasta dejarlo todo por seguirlo, acompañado de gran temor y sin entender bien las

consecuencias de la opción55. Sólo hay un paso de la admiración a dejarse cautivar por Jesús y su

propuesta, propuesta nunca antes escuchada, vida nunca antes vista.

Cuando se pierde la admiración por Jesús y pasa a ser uno más de tantos, él deja de ser un hombre

excepcional para mí y se diluye más y más el encanto del seguimiento tras aquel que dio su vida por cada

uno. Entonces, hay de nuevo que hacerse como niño, para redescubrir -admirados- la propuesta del Padre

por su Hijo primogénito y excepcional.

2.2- Jesús come con pecadores y publicanos

Entre las acciones de Jesús que mejor visibilizan o escenifican el Reino de Dios y justifican la

admiración creciente de la gente están las comidas abiertas con pecadores y recaudadores de impuestos, es

decir, con marginados por su rebeldía con Dios o por su oficio vinculado directamente al fraude. Según la

Fuente Q, llaman a Jesús -no sin ironía- «amigo de recaudadores de impuestos y pecadores» (Mt 11,19 y Lc

7,34). Jesús realiza estas comidas como signos patentes de la compasión de Dios y de su propuesta de

comunión y fraternidad, esto es, expresión de la voluntad salvífica del Padre que irrumpe —por su Hijo—

en la historia de la humanidad para liberar de la exclusión a israelitas y gentiles56. Por tanto, la mesa

dispuesta para todos es lenguaje del Reino, como las curaciones y expulsiones de demonios.

Las comidas con gente marginada eran frecuentes por parte de Jesús. Los datos de la Fuente Q y de

Marcos son coincidentes. Se trata, pues, de una conducta histórica de Jesús que asombraba por su carga de

denuncia al sistema religioso establecido, como luego veremos. Un sociólogo de hoy catalogaría dicha

conducta con el nombre técnico de “comportamiento desviado”.

La crítica a Jesús por esta conducta no se hace esperar. Los fariseos se quejan ante los discípulos

por el comportamiento de su Maestro57. Jesús, con un dejo de ironía, responde a la acusación

denunciándolos por su doble standar: «Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tienen a

un comilón y a un borracho, amigo de recaudadores de impuestos y pecadores”. Pero la sabiduría ha

53 Mt 15,28; Mc 5,34.36.

54 Mc 1,44. Ver Lv 14,1-32.

55 Lc 9,43b-45.

56 Fuente Q: Mt 8,11-12 y Lc 13,28-29.

57 Mc 2,16.

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quedado acreditada por todos los que son sabios» (Lc 7,34). En sus respuestas, Jesús deja claro que estas

comidas revelan la preocupación de su Padre por los marginados y la oferta de vida nueva para pecadores,

prostitutas y publicanos.

Los banquetes y las comidas en el siglo I no eran tanto actos para asegurar la sobre vivencia de cada

individuo cuanto ritos para poner de manifiesto el rol social y la condición religiosa de los comensales. De

aquí las normas y protocolos estrictos que rigen los banquetes58, pues reproducen a escala reducida el

sistema socio-religioso de Israel con su inflexible organización jerárquica y sus exigencias de pureza ritual.

Se comparte una misma mesa y unos mismos alimentos cuando el nivel social, económico y religioso es el

mismo, de lo contrario no se tiene cabida en aquella mesa y, muchas veces, tampoco en aquel banquete.

Los de menor condición, invitados al banquete, se los ubica en otras mesas, se les sirve comida de inferior

calidad y en menor abundancia. De aquí la importancia de poner mucho cuidado con quién se come, qué se

come, cuándo se come y el lugar asignado para sentarse59.

La cercanía con Dios, determinada por estrictas normas o “mapas de pureza”, exige la lejanía de

todos aquellos que no son de Dios o no se comportan como lo manda la Ley. Así se asegura la pureza de

personas y de sus grupos de pertenencia, haciendo que la dinámica de la sociedad israelita, entendida como

“pueblo santo de Dios Santo”, pueda desarrollarse sin conflictos. Esto, como se ha dicho, se explica porque

comer con éstos y no con aquellos es hacerse partícipe del honor y la condición socio-religiosa de esos

comensales. De aquí la exclusión sistemática de sus mesas que los fariseos hacían de pecadores y

publicanos, pues ellos son justos y puros, y éstos injustos e impuros. Las comidas reforzaban el sistema

socio-religioso no sólo en razón de los comensales, sino también en virtud de los tipos de alimentos (unos

permitidos y otros no), de los vestidos ritualmente puros y del cumplimiento de los días de ayuno60.

Jesús, como ofrece el reinado de un Padre que libera precisamente a pecadores, lo significa siendo

inclusivo en sus comidas, es decir, sentándose a la mesa con todos, para que todos (justos o no) participen

de su enseñanza y de su vida61. De este modo libera a comensales y alimentos de su condición de

“impuros” y relativiza las prácticas relacionadas con los ayunos62. La irrupción del Reino lleva a Jesús a

transgredir comportamientos socio-religiosos establecidos, tenidos por seguro camino de comunión con

Dios por el mundo religioso judío de su tiempo. Por esta razón lo someten a frecuentes controversias por

parte de sus adversarios, sobre todo maestros de la Ley. El Reino de su Padre es para Jesús

sobreabundancia del todo gratuita de bondad y perdón para con los que no tienen cabida en las mesas de

los judíos que se consideraban justos63.

Porque las comidas son indicadores de la intención salvífica de su Padre santo y misericordioso,

Jesús, con su forma de comportarse, introduce una propuesta nueva de entender la sociedad y la relación

entre los hombres. El Reino del Padre crea comunidades de hermanos que, compartiendo el pan, expresan

el señorío salvífico del Padre Dios.

La admiración no sólo por Jesús, sino por el Dios de Jesús a propósito de la comensalidad abierta,

lleva a muchos a seguirlo seducidos y fascinados por su “enseñanza en acto”.

3- «Lo que Jesús enseñó»

58 Eclo 31,12-32,13.

59 Ver Mc 12,39; Mt 23,5-7; Lc 14,7-10.

60 Al respecto ver, Mt 22,11; Lc 18,12.

61 Lc 15,1-2.

62 Mc 2,18-22; 7,17-19.

63 Mc 2,17.

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3.1- Jesús enseña con autoridad

La enseñanza de Jesús presenta algunas notas distintivas que suscitan y acrecientan la admiración

de la muchedumbre. Al comparar su enseñanza con el modo que tiene el rabí judío de ejercer la docencia,

con su contenido y el tipo de relación con sus discípulos, aparece lo original del Maestro galileo, causa de

creciente admiración.

Jesús suscita admiración en la muchedumbre por su método pedagógico, que no es el frecuente

entre los rabinos de su tiempo. Éstos —a la hora de enseñar— prefieren discursos sapienciales y

disquisiciones en base a la Ley y la teología. Jesús, en cambio, prefiere metáforas, parábolas y proverbios,

adecuándose así a la capacidad de comprensión de la gente. Además, a diferencia de los otros rabinos, los

auditorios de Jesús son abiertos, formados por hombres y mujeres, por justos y pecadores, por sanos y

enfermos y -con probabilidad- hasta mujeres de mala vida se acercaban a escucharlo.

Un segundo motivo de admiración es la relación sencilla y horizontal que los discípulos de Jesús

cultivan con él a diferencia de la relación impregnada de reverencia y temor, del todo vertical, de los

discípulos judíos con sus rabinos64.

Un tercer motivo es el hecho de que su palabra esté validada por signos portentosos como la

curación de enfermos y expulsión de demonios que realiza en nombre propio65. Jesús no sólo enseña

“diciendo”, sino también “haciendo” y suscitando relaciones nuevas, poderosos argumentos en aquel

sistema socio-religioso del siglo I66.

Un cuarto motivo de admiración son las frecuentes controversias de Jesús con los rabinos de su

tiempo. Sus discípulos ven que su Maestro, un galileo originario de Nazaret, hijo de un carpintero, de una

aldea sin importancia, discute de igual a igual con reconocidos rabinos preparados en el difícil arte de

conocer la ley mosaica y sus tradiciones. Con estas controversias, la muchedumbre constata -por un lado-

que la sabiduría de Jesús, su autoridad y su ingenio es tal que repetidas veces aquellos reputados escribas

de la Ley no saben qué responder67, y -por otro- sabe perfectamente, pues es dato socio-cultural, que las

disputas públicas a las que someten a Jesús buscan demostrar que no es rabino o maestro en Israel por lo

que no hay que perder el tiempo escuchándolo. Estamos hablando del desafío al honor, típico de aquella

sociedad, en el que profundizaremos más adelante.

Un quinto motivo de admiración es que descubren a Dios no ya mediante la enseñanza de la Ley,

sino mediante la misma vida de Jesús que se convierte en “lugar” de revelación completa y perfecta del

misterio del Padre. Las palabras de Jesús explican sus acciones y éstas confirman sus palabras, y es toda la

persona de Jesús -aceptado por la fe- la que se vuelve camino de conocimiento y comunión con Dios.

Jesús, en cuanto Hijo de Dios hecho hombre, vive lo que proclama, porque es un «hombre recto» que habla

de su experiencia de Dios motivado por una profunda espiritualidad (Mc 12,14).

Jesús, irrupción salvífica y personal de Dios en Israel y la humanidad, es “acontecimiento

teológico” de conocimiento y comunión con Dios que perfecciona (san Mateo) o sustituye (san Juan) las

mediaciones de encuentro con Dios empleadas por el mundo religioso judío. Jesús mismo, pues, es la

principal causa de admiración de la gente, porque nadie les ha revelado de esa forma a Dios (modo) ni

menos a Dios como Padre rico en misericordia y perdón (contenido) que sale a buscar a los catalogados por

el mundo judío como pecadores e injustos (destinatarios).

64 Lc 22,27.

65 Mc 2,12.

66 Mt 7,21.

67 Mt 21,23-27; Mc 12,17.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 22

Mientras los rabinos transmiten diversas imágenes de Dios sustentadas en el Antiguo Testamento e

interpretadas según sus tradiciones, Jesús revela su experiencia de Hijo amado del Padre y, como la gente

experimenta la compasión de Dios, queda cautivada por esta sabiduría de Jesús68. El Dios de Jesús busca

reinar no en cuanto Rey poderoso del cosmos y soberano de las naciones (teología tradicional judía), sino

en cuanto Padre compasivo que perdona e invita a todos, justos y pecadores, a hacerse parte de su proyecto

y a participar de su vida.

Toda la vida de Jesús, lo que hizo, enseñó y las relaciones que manifiesta, son anuncio profético

que corrigen aquellas enseñanzas que ofrecen un Dios más juez y hacedor de signos portentosos que Padre

preocupado por la vida y fraternidad de sus hijos69. Su anuncio acerca del Reino pone en comunión a

“hijos” con “su Padre”, y no a esclavos de la Ley con su Legislador o a un pueblo oprimido con un Dios

taumaturgo, celoso de mostrar su poderío.

Por su forma de revelar a Dios, Jesús se parece mucho más a los grandes profetas de Israel, como

Elías y Eliseo, que a los maestros de la Ley del siglo I. Sin embargo, también se diferencia de aquellos

profetas, porque su misma vida es lugar de revelación y porque enseña con autoridad y sabiduría nunca

antes vista70. Si antes todos eran enseñados y liberados por Dios mediante la Ley, ahora Dios enseña a su

pueblo y lo libera mediante su Hijo: «Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo los

aliviaré. Carguen con mi yugo… y encontrarán descanso para sus vidas» (Mt 5,28-29).

De esta forma, Jesús genera una nueva identidad que se convierte, al mismo tiempo, en proyecto de

vida regido por la soberanía de Dios en cuanto “padre materno” (como un autor describe a Dios). La

existencia histórica de Jesús, sus acciones y enseñanzas, introducen en el ambiente religioso de entonces un

conflicto de imágenes de Dios, lo que en definitiva le costará la vida.

3.2 Jesús maestro o rabí de Israel: el “desafío al honor”

Por los motivos apuntados, la obra de Jesús hace crecer su fama y la admiración por él, hasta el

punto de llamar la atención de reyes como Herodes71. El dato del interés creciente por Jesús se halla

también en fuentes extrabíblicas. El historiador judío FLAVIO JOSEFO da testimonio de la fama de Jesús

diciendo que este «maestro de personas que estaban totalmente dispuestas a prestar buena acogida» a sus

doctrinas, «conquistó a muchos entre los judíos e incluso entre los griegos»72.

La admiración de la muchedumbre por Jesús se expresa en un tipo particular de preguntas. Ya

recordamos algunas de ellas. Varias preguntas no sólo se refieren a su origen y situación social, sino a su

capacidad de obrar portentos: «¿De dónde le vienen a éste… esos poderes milagrosos?» (Mt 13,54), y a sus

estudios: «¿Cómo es posible que este hombre sepa tanto sin haber estudiado?» (Jn 7,15), es decir, ¿cómo es

que sin tener ningún maestro habla como maestro en Israel? Son preguntas que provienen de sus parientes

y vecinos, por tanto, de aquella gente que se supone lo conoce bien. Marcos retrata exactamente la

situación anímica de esta gente cuando escribe que a todos «los tenía desconcertados» (Mc 6,3).

Hay que distinguir bien la función de estas preguntas. No se hacen porque conocidos y parientes de

Jesús no sepan cuál es su oficio o quién es su familia o el status socio-religioso de ésta, sino porque los

desconcierta. Es decir, “¿cómo es posible que siendo uno de nosotros, a quien conocemos bien, pues

68 Mt 11,19; Lc 21,15.

69 Jn 9,16.

70 Mt 5,38.39.

71 Mc 6,14.

72 Antigüedades judías, XVIII 63.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 23

sabemos quién es su familia y cuál es su condición, enseñe lo que le escuchamos y haga los portentos que

vemos?”.

Por lo que conocen acerca de la formación religiosa de Jesús y por la concepción jerárquica supra-

naturalista con que entienden el cosmos y los seres que lo habitan, Jesús no debería de ningún modo

enseñar ni hacer lo que enseña y hace: “¡si es uno de nosotros!”.

El estudio del contexto socio-cultural del siglo I, del que Jesús y sus contemporáneos son deudores,

nos ayudará a descubrir la razón de estas preguntas, frutos de la admiración y del desconcierto.

Es bastante probable que la impresión básica de los contemporáneos de Jesús acerca de él oscilara

entre “profeta” y “maestro”73, esto es, entre hombre de Dios e instructor de la Ley para su pueblo.

“Maestro” es el título que le dan a Jesús otros rabinos, a veces con ironía como cuando buscan tenderle una

trampa74. Como “maestro en Israel” lo tratan los escribas cuando someten a Jesús a intensos

interrogatorios sobre complejas cuestiones legales y cuando reconocen que enseña con verdad el camino de

Dios75. Jesús demuestra ser un avezado “maestro” cuando deja callados y avergonzados con sus respuestas

a sus oponentes. El hecho de vivir rodeado de un grupo relativamente numeroso de discípulos acentúa su

imagen de “maestro en Israel”, aunque también -en menos escala- de “profeta” quienes tenían grupos de

discípulos.

Si Jesús mismo se reconoce “maestro” y así con naturalidad lo llaman sus discípulos, sin embargo,

no se reconoce “profeta”, por lo menos no en forma directa.

El rabinato judío de antes del año 70 dC. no tiene aún la organización que alcanzará a finales del

siglo I, y sólo después del 70, rabí (hebreo) o rabuní (arameo)76 se convierte en título propio. En tiempos

de Jesús tenía el significado genérico de “mi jefe”, “mi señor”, que procedía del sentido literal hebreo: “mi

grande”, es decir, “lo más grande para mí”, y así se decía de aquellos maestros de la Ley. Un dato histórico

de gran probabilidad es que la gente tiene a Jesús por rabí galileo según se entendía y ejercía dicho oficio

antes de su consolidación.

Como tal y por la fuerza profética de su enseñanza, Jesús se volvía un personaje cada vez más

desconcertante e incómodo. Quizás también por esto su fama crece entre la gente en poco tiempo y en

muchos lados77 y, al igual, el tipo de preguntas ya mencionadas.

Por ser maestro en Israel y según las costumbres de entonces, Jesús tuvo que abrirse un espacio

entre los reputados “grandes de la Ley”, demostrando que enseña con autoridad. Esto significa que su

autoridad es mucho mayor que aquellas autoridades o interpretaciones de connotados maestros en las que

fundan su enseñanza los otros maestros de Ley. Jesús es un maestro revestido de honor y autoridad que le

vienen de su condición de Mesías e Hijo de Dios, por lo que hay que escucharlo y seguirlo.

Cuando alguien buscaba un espacio como maestro en Israel (o en cualquier otro oficio de

connotación social) y no se tenían noticias de quién fue su maestro ni dónde aprendió el oficio se desafiaba

su honor y autoridad, esto es, se sometía a juicio público su condición para tal oficio. Jesús, pues, fue

sometido a la prueba en su oficio de rabí por parte de los otros escribas de la Ley. Este aspecto capital de la

validación de oficios con connotaciones socio-religiosas en aquella sociedad del siglo I explica el sentido

de las preguntas de la muchedumbre, parientes y vecinos. La permanente validación del honor y autoridad

como maestro por parte de Jesús, nos permite entender por qué su fama y la admiración de la gente no

dejaban de crecer.

73 Mc 8,28; 10,17.

74 Mc 12,32; Lc 10,25.

75 Mc 10,2; 12,13-14.19.28; Lc 12,13-14.

76 Mc 14,15 y Jn 20,16.

77 Lc 4,14.37.

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El honor, buena fama o reputación es el valor central de las sociedades semitas agrarias y pre-

industriales de la cuenca del Mediterráneo en el siglo I.

Por “honor” se entiende el reconocimiento social que se recibe de la comunidad (clan, aldea…) por

pertenecer a una familia de comportamiento respetable, puesto que sus miembros adecuan su religión, su

conducta (en razón del sexo) y su oficio a lo que se espera de ellos. El honor puede ser asignado o

adquirido. Es honor asignado cuando la persona recibe el reconocimiento de la comunidad en cuanto

miembro de una familia honorable. Cuando la buena reputación de algún miembro proviene de otra fuente

como, por ejemplo, la instrucción o estudios realizados fuera del ámbito familiar, recibe el nombre de

honor adquirido.

El grado de honor asignado o adquirido, conforme a los términos definidos por “honorable” en

aquel sistema social israelita, determina el status socio-religioso de la familia y de cada uno de sus

miembros por el simple hecho de pertenecer a dicha familia. De este status depende la forma de

relacionarse con superiores (Dios, autoridades), con iguales (familiares, paisanos) y con inferiores (siervos,

esclavos, deudores).

Oficios como profetas, sacerdotes, levitas, escribas… en tiempos de Jesús tienen asignado un

altísimo honor. El honor de los escribas se funda en su función de intérpretes de la Ley de Dios y de las

tradiciones de los antepasados. Ellos se ocupan -nada menos- de los fundamentos de Israel como pueblo de

Dios: conocer y dar a conocer la Ley mosaica, esto es, el querer del Dios de Israel. Toda la gente reconocía

y respetaba sin cuestionar el honor adscrito a tal función, sea honor asignado (una reconocida familia de

rabinos) o adquirido (por estudio con algún maestro).

¿Qué ocurría con Jesús? Si el oficio de maestro y el alto honor adscrito a él se recibe por

asignación, ¿hay acaso en su familia varones escribas que le transmitan la Ley y su interpretación?, ¿hay en

su familia ilustres maestros de donde proceda el hábil conocimiento que demuestra de la Ley? La otra

posibilidad es que dicho oficio de maestro y el honor que conlleva lo haya adquirido, pero ¿en qué lugar y

con quién estudió la Ley y sus complejas tradiciones? Al respecto es ilustrativa la defensa de Pablo ante

quienes lo atacan por cuestiones legales, aduciendo que él estudió con Gamaliel, un buen maestro de aquel

entonces78.

Estos mismos supuestos se expresa con palabras de admiración en boca de los judíos: «¡Nadie ha

hablado jamás como lo hace este hombre!» (Jn 7,46). Podríamos reformular el razonamiento de los

contemporáneos de Jesús del modo siguiente: “si Jesús es originario de Nazaret, aldea sin figuración

social79, si su oficio familiar es ser carpintero y su parentela la conocemos bien, ¿cómo puede ser maestro

en Israel demostrando tal autoridad en su enseñanza y sus acciones?, ¿de dónde le viene todo esto?”. No

era, pues, extraño que le preguntaran con frecuencia: «¿Quién eres tú?» (8,25), o bien le reprocharan: «¿Por

quién te tienes a ti mismo?» (8,53).

Jesús, sin ser rabí ni por asignación ni por adquisición, interpreta de tal modo la Ley que su

auditorio crece más y más, auditorio que le reconoce una gran autoridad, superior a la de los maestros de la

Ley de su tiempo80. Según los dirigentes de Israel, su pretensión es una apropiación indebida y grave del

oficio de rabí y del honor que le viene anejo. En aquella sociedad de bienes finitos no se adquiere honor y

autoridad que conllevan el desempeño de un oficio sin quitárselos a las familias o individuos que

desempeñan el mismo oficio, lo que se traduce en pérdida de auditorio o “devaluación” del honor o fama, y

de clientes o de ingresos económicos.

La forma de recuperar el honor perdido (fundamental bien finito) es desafiando sistemáticamente el

honor y la autoridad de Jesús mediante la controversia. Al demostrar ante el público -que hace las veces

78 Hch 22,3.

79 Jn 1,46.

80 Mc 1,22.

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de juez- que Jesús es incapaz de responder cuestiones fundamentales de la Ley queda en evidencia que no

es “maestro” y que está usurpando un oficio para el que no está preparado. Jesús, por tanto, no merece ser

escuchado, y la vergüenza por la usurpación de dicho oficio lo acompañará a él y a su familia mientras

viva.

Ahora bien, sólo quien pasa de “muchedumbre” a “discípulo” de Jesús puede comprender que él es

Maestro por asignación divina.

Los relatos teofánicos del bautismo y la transfiguración, además de revelar fundamentales aspectos

teológicos, explican el origen de Jesús (Hijo de Dios) y su función de Mesías y Maestro en el seno de

Israel, el pueblo de Dios.

Jesús es el Hijo primogénito y amado en la casa del Padre celestial y no un esclavo81. Lo que

enseña no es otra cosa que lo que ha visto hacer a su Padre. Y esto que aprendió de él es lo que comunica

porque su Padre lo envió82. En la convivencia y comunión con su Padre, Jesús adquirió la verdad que

transmite a la muchedumbre y a sus discípulos83. Porque «el Padre y yo somos uno» (Jn 10,30) y «el Padre

está en mí y yo en el Padre» (10,38), Jesús no se está apropiando de ningún oficio de cara al pueblo de

Dios, sino más bien él es el único y definitivo Mesías y Maestro a quien hay que escuchar y seguir. Por eso

no habla como un profeta más (“Yahveh dice que…”) o un maestro más (“la Ley enseña que…”), sino que

enseña en nombre propio, perfeccionando la Ley y los Profetas hasta sus últimas consecuencias84.

Pero este misterio no se revela si no a los que hacen el éxodo de muchedumbre a discípulo, es decir,

a quienes -por iniciativa de Jesús- se vinculan vitalmente a su Persona.

IV- «¡Ven y sígueme!»: momento de vinculación

1- La elección

1.1- Elección gratuita de Jesús

Alguien de la muchedumbre o gentío no pasa por sí mismo de la admiración al seguimiento

comprometido de Jesús. Como don inmerecido, Jesús es quien escoge a los suyos de entre la multitud,

eligiéndolos para que se vinculen a él y así —en la convivencia con él— interioricen sus enseñanzas y

motivaciones, descubran el sentido profundo de sus gestos salvadores y se hagan responsables del encargo

del Padre. Los mejores dispuestos para seguir a Jesús son aquellos descritos como “pobres de Yahveh”

(“auténticos israelitas”)85 y aquellos de entre la muchedumbre que, admirados y anhelantes, se abren a la

posibilidad de que Jesús sea el que viene de parte de Dios como “mesías” o “cristo” a cumplir las promesas

divinas de liberación para Israel y la humanidad. Con todo, el discipulado también requiere de la opción

libre del elegido de participar en la comunidad de los de Jesús.

La escuela discipular de Jesús (elección, formación, encargo…) presenta rasgos comunes y rasgos

originales respecto a las escuelas discipulares de los maestros de la Ley y de otro maestros de aquella

época. Lo original de Jesús es para qué elige a quienes lo siguen.

Antes de profundizar en la finalidad de la elección, enumeremos otros rasgos distintivos de la

elección de Jesús:

81 Jn 8,34-35.

82 Jn 6,45; 7,29; 8,38.54-55.

83 Jn 8,40.

84 Mt 5,21ss: «Han oído que se dijo… Pero yo les digo…».

85 Jn 1,47; ver Rm 9,6.

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a- La autoridad con la que Jesús invita a seguirlo no tiene antecedentes en la historia de Israel: ni

profetas ni reyes ni sabios ni sacerdotes… lo hicieron así. La razón es que en las escenas y

relatos vocacionales del Nuevo Testamento, Jesús aparece en el lugar que le corresponde a

Dios en las narraciones vocacionales del Antiguo Testamento. Jesús ocupa el puesto de

Yahveh, lo que se explica por su autoconciencia de Hijo amado del Padre celestial y de

Mesías del pueblo de Dios.

b- Jesús siempre es quien elige a sus discípulos y acepta o no el ofrecimiento voluntario que le

hacen otros de irse con él86. Pide respuesta inmediata y obediencia incondicional. “Estar

con él” exige radicalidad (dejarlo “todo”) y premura en la respuesta (dejarlo “ahora”).

Llama, además, sin límite de tiempo y sin criterios aparentes, pues no se fija en la condición

religiosa (justos y pecadores) ni social (pobres o ricos) ni en las aptitudes (tiene capacidad o

no) ni si el elegido es varón o mujer. Su libertad es total a la hora de elegir o aceptar al que

quiere.

Esta forma de hacer discípulos era poco habitual en el siglo I. Los rabinos generalmente no

escogían a sus discípulos, que eran sólo varones, sino que éstos escogían al rabí con quien

querían formarse. El rabí se guardaba la libertad de aceptar o rechazar al discípulo, pues le

pedía tiempo y condiciones intelectuales para aprender la Ley y las interpretaciones de

reputados maestros antiguos, además de cierto peculio que garantizara el pago, casi siempre

modesto, del rabino quien -además- debía tener otro oficio para sobrevivir.

Desarmando prejuicios, Jesús no siempre eligió a los de menos recursos económicos de su

sociedad87. La familia de algunos de los apóstoles, como Santiago y Juan, poseían bienes y

tenían influencia en el medio social en el que vivían al igual que -aunque menos, según

parece- el otro par de hermanos, Pedro y Andrés. La elección de estos hermanos por parte

de Jesús, como la del rico Zaqueo, no debió ser excepcional.

c- Los elegidos forman el grupo de “los suyos” o de “sus discípulos” a quienes “hace iglesia” (de

kaléō: “llamar, convocar”), es decir, “comunidad de los convocados”. Les inculca un fuerte

sentido de pertenencia, pero abiertos a que otros se integren a ella, una gran sensibilidad por

las necesidades espirituales y materiales de sus miembros y de quienes los rodean, y un

claro espíritu de misión. Nota distintiva de esta comunidad es la inserción en el medio y lo

incluyente que vive su relación con el mundo y las culturas. Se destaca más aún este rasgo

cuando se comprueba que la tendencia socio-religiosa de muchos grupos del siglo I es

encerrarse en sí mismos y, por esta razón, excluir a quienes no viven como ellos88.

Entre los discípulos de Jesús, se destaca el grupo de los Doce y, al interior de éste, Pedro,

Santiago y Juan. Los Doce, además de su importancia teológica, constituyen la contención

social y afectiva de Jesús en cuanto Hijo del hombre, su espacio de acogida y amistad89. Es

el grupo de apoyo humano en el que Jesús encuentra su arraigo en la realización de su

ministerio de cara a otros grupos sociales y religiosos adversos. Varios otros discípulos,

86 Mc 1,16-20; 2,14; 5,18; Lc 9,57.61.

87 Con todo, ver 1 Cor 1,26-31.

88 Así, por ejemplo, algunos grupos de fariseos y saduceos y los esenios de Qumrán.

89 “Hijo del hombre” es también expresión para designar el propio yo con sus condicionamientos corporales y espirituales.

Entonces, puede traducirse como “este hombre”, es decir, como autodesignación de quien habla (ver 2 Cor 12,2-5). Los Doce

constituyen “la contención” del hombre-Jesús.

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entre los que no faltaban mujeres, contribuyen con sus bienes, constituyendo su grupo de

apoyo estratégico90. Para estos discípulos y discípulas, Jesús ejerce un liderazgo

carismático y ejemplar y, por lo mismo, incuestionable.

d- Jesús llama a un seguimiento entendido en sentido físico de lo que casi no existen testimonios

entre los rabinos del siglo I, pues, con raras excepciones, son maestros sedentarios. Sin

embargo, tanto Marcos como la Fuente Q nos indican que esta exigencia de Jesús sólo la

vivieron los discípulos que formaban parte del grupo de los Doce y unos cuantos más,

varios de éstos de manera eventual. Sin duda que los adeptos sedentarios de Jesús eran

muchos más que los discípulos itinerantes. La conclusión es la señalada al hablar de los

Doce: Jesús escoge a algunos para que vayan físicamente detrás de él no sólo como

expresión de discipulado, sino también como estrategia misionera. Ellos son hechos

“apóstoles” en cuanto enviados a predicar replicando el modelo discipular.

Gracias a la itinerancia con Jesús, el discípulo comparte el estilo de vida en orden a la misión y

se prepara para asumir también su destino, afrontando la persecución y la hostilidad por el

anuncio del Reino, las que vienen -muchas veces- por la ruptura con la familia91. La

fidelidad en la prueba abre al discípulo a la participación en el destino gozoso de los

bienaventurados: «Bienaventurados los perseguidos por hacer la voluntad de Dios…

Bienaventurados serán ustedes cuando los injurien y los persigan, y digan contra ustedes

toda clase de calumnias por causa mía…» (Mt 5,10-12).

e- El rasgo original de la escuela discipular de Jesús es su finalidad, dándole un carácter del todo

peculiar a la naturaleza del discipulado cristiano.

Jesús elige al discípulo para vincularlo íntimamente a su Persona, tal como se indica en las

fórmulas de seguimiento como, por ejemplo, “ven y sígueme”. Mientras los rabinos judíos y

filósofos griegos aceptan discípulos para que “aprendan” o “se instruyan” en el

conocimiento y práctica de la Ley, en las doctrinas y virtudes92, Jesús los elige para que lo

sigan y vivan en comunión con él. Esta relación de pertenencia y convivencia es lugar

pedagógico donde el discípulo interioriza motivaciones y misión y se prepara a correr la

suerte del Maestro por su misma razón, el rescate de todos.

Lo esencial del seguimiento del Señor, aunque la expresión parezca tautológica, es su carácter

discipular.

1.2- Vinculados a Jesús: carácter discipular de “vivir en Cristo”

Para ser discípulo de Jesús no basta la admiración por él, por intensa que sea. Tampoco la búsqueda

de respuestas a las preguntas acerca del origen de su persona, de su sabiduría o del poder de obrar milagros.

Ni siquiera la percepción, aunque sea bastante acertada, de lo que mueve a Jesús a ser “maestro” en Israel y

“salvador” de su pueblo. Si no existe una relación vincular creciente con su Persona simplemente no hay

discipulado auténtico. A esto le llamamos el carácter discipular de vivir en Cristo. Ahora bien, el camino

de esta vinculación para los discípulos del siglo I se preparaba con una genuina espiritualidad, bebida en la

fuente del Antiguo Testamento, con la admiración y la fascinación por Jesús de Nazaret y la capacidad de

abrirse a su invitación y seguirlo.

90 Lc 8,1-3.

91 Lc 12,8-12.49-53.

92 Como SÓCRATES que le dice a PLATÓN: «Sígueme ahora… y aprende. Y él fue desde aquel momento oyente de Sócrates».

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La vinculación de los suyos con Jesús, por obra de Jesús, finalidad de la elección, resalta más aún si

la comparamos con las formas de relaciones discipulares del complejo mundo del judaísmo de aquella

época. Para esto, tanto el Nuevo Testamento como los manuscritos de Qumrán o Mar Muerto nos ofrecen

una valiosa información.

Juan Bautista tenía discípulos que, según parece, subsistieron por largo tiempo93. A sus discípulos

les enseñaba la inminente intervención salvífica de Dios por su Ungido. El anhelo sincero de este juicio

próximo exigía el reconocimiento público de los pecados mediante un rito de inmersión o bautismo, largos

tiempos de ayuno y de oración, y el compromiso de cambiar de vida para conducirse en todo conforme a

Dios. Los discípulos de Juan se saben poseedores de una doctrina diversa a la de los fariseos con quienes

entablan fuertes debates94.

Por su parte, los maestros de la Ley o rabinos vinculaban a sus discípulos con intrincadas

cuestiones legales, las que enseñaban con toda minuciosidad y según la tradición más fiel y rigurosa, pero

no eran pocos los que lo hacían en dinámico proceso de interpretación actualizante. El aprendizaje no sólo

incluía el conocimiento de la Tôrāh o Ley (llamada Pentateuco en griego), sino también la práctica de

dicha Ley95. Como Yahveh da vida a su pueblo y lo hace santo por las leyes mosaicas, la enseñanza de la

Ley y su cumplimiento es la finalidad de las escuelas rabínicas.

Como “instrucción” o “enseñanza” se dice lāmad en hebreo, los discípulos de los rabinos reciben el

nombre de talmîd, término de la misma raíz que lāmad y que significa “aprendiz” o “estudiante” de las

Santas Escrituras. Esta, pues, es su finalidad: aprender la Ley, único Maestro o Didáskalos en Israel y -por

lo mismo- única “ciencia”. Para esto, muchos discípulos convivían y servían a su maestro todo el tiempo

que fuese necesario; como ocurrirá con los discípulos de Jesús que “estaban con él”. Con el tiempo, la

progresiva utilización de textos escritos hizo cada vez menos necesaria la convivencia con el maestro

elegido, y sólo bastará aquello de “el maestro dijo” (magister dixit).

Por tanto, la convivencia con el rabí en el mundo judío no importaba por ella misma, sino porque

era el modo de aprender la Ley de Dios. No ocurrirá así con Jesús, pues la vinculación con él es

imprescindible, puesto que “el maestro” ya no es la Ley (judaísmo), sino el mismo Jesús (cristianismo),

quien por ser Hijo y Mesías es la única y definitiva fuente de amor de Dios y salvación.

Los maestros o rabinos de corriente farisea, que se concentraban en Jerusalén, interpretaban y

enseñaban la Ley a la luz de la tradición oral de los antepasados según las diversas escuelas vigentes. Dos

de las más famosas eran la de Hillel, del tiempo de Herodes el Grande y de Arquelao, abuelo de Gamaliel

con quien Pablo estudió, y la escuela de un contemporáneo de Jesús, Shammai, ambas casi siempre

contrapuestas. Los maestros o rabinos de corriente saducea, al igual que los samaritanos para quienes la

Ley mosaica se sintetizaba en 613 mandamientos, prescindían de las tradiciones orales, razón por lo que

interpretaban literalmente la Tôrāh o Pentateuco. Sin embargo, todos buscaban en las Escrituras y en su

interpretación la voluntad de Dios, rigiendo por ella sus vidas y las instituciones de Israel.

La tradición judía llegó a consignar en la Mišnāh, después del siglo I dC., «cuarenta y ocho»

cualidades que se requerían para adquirir el conocimiento de la Ley, y describió metafóricamente los tipos

de discípulos que se sientan frente a los sabios a estudiarla: «Aquel que es como una esponja o como un

embudo o como un colador o como un cedazo. La esponja absorbe todo; el embudo, coge por una parte y

lo saca por otra; el colador dejar pasar el vino y retiene las heces; el cedazo, deja pasar la harina y recoge la

más selecta»96.

93 Mc 2,18; Hch 18,25; 19,3.

94 Jn 3,25.

95 Cfr. TREVIJANO, Orígenes del cristianismo, 153-180.

96 Mišnāh: «Abôt», 5,15; 6,5.

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Los esenios de Qumrán, por su parte, tenían un Maestro de justicia, considerado el profeta del fin

de los tiempos, conocedor por revelación divina de las Escrituras para lo que ha recibido el don de la

comprensión exacta. Él interpreta los acontecimientos presentes y les enseña cómo disponerse a combatir

la batalla escatológica de los últimos días, tiempo que la comunidad creía inminente y al que se preparaba

con responsabilidad. El “mesías” que viene (sobre todo “sacerdotal”), que recibía los títulos de “Mesías de

Aarón y de Israel”97, “Príncipe de la congregación”, “Intérprete de la Ley”, “Profeta escatológico”, llevará

a cabo la batalla entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, inaugurando así los “días del Mesías”,

aún no “el mundo venidero”. De este combate, se habla en un manual llamado Regla de la Guerra98. Las

prescripciones precisas de la congregación, los exigentes ritos de pureza del cuerpo y de los alimentos, y el

estricto calendario de fiestas religiosas los preservaban incontaminados en la espera del “Príncipe de la

congregación” que, a la cabeza de los hijos de la luz, santificará a Israel y conquistará a todos los pueblos

para Dios.

A diferencia de todos estos maestros, Jesús no vincula a sus discípulos a algo (la Ley y sus

tradiciones) o a una tarea (una ética, una batalla escatológica), sino a Alguien, que es su propia Persona.

Es decir, no ofrece instrucción ni siquiera un quehacer, sino la autoconciencia de sí mismo: su origen, sus

relaciones y su misión, es decir, se ofrece él mismo. Así busca suscitar la entrega del elegido a él en orden a

la comunión de vida.

De aquí que las condiciones básicas para ser discípulos de Jesús sean la oferta libre y la fidelidad

gozosa de una vida entregada en comunión y -con esto- la obediencia propia de aquel que, sumergido en

Cristo por el bautismo, adquiere la condición de hijo de Dios; esta es propiamente la obediencia que otorga

la libertad de los hijos de Dios. Mientras los discípulos de los rabinos se preparan en el futuro inmediato

para ser rabí, los de Jesús siempre serán “discípulos” en comunión íntima con su Persona99. Su tarea en

cuanto discípulo es testimoniar a Jesús y el Reino, continuamente interiorizado en la propia existencia por

la convivencia con él.

Jesús manifiesta en las fórmulas de seguimiento su clara intención de elegir a alguien para

vincularlo a él: «Sígueme» (Mc 2,14), «ven y sígueme» (10,21), «vengan detrás de mí» (1,17)… Elige,

pues, con el propósito de «que estén con él» (3,14). Lo mismo ocurre cuando Jesús o Marcos utilizan el

verbo griego pros-kaléomai: «Subió después a la montaña, llamó para sí a los que él quiso y se acercaron a

él» (3,13). El verbo “llamar”, con preposición direccional (pros-), significa “llamar para sí, convocar en

torno a uno”.

Marcos emplea dicho verbo para indicar variados propósitos en Jesús: reúne en torno a sí a los

suyos para compartir su preocupación por la falta de alimentos de la gente o para hablarles del servicio

cuando anhelan poder o del valor de la donación de sí mismos cuando se trata de dar a Dios un culto

sincero; también lo emplea para decirnos que Jesús convoca a sus adversarios para discutir con ellos o para

enseñarle a la muchedumbre100. Cuando se emplea este verbo para hacer discípulos es prioritaria la

exigencia de un nuevo modo de ser, de comportarse y de compartir. Sólo siendo “para Cristo” se aprende a

ser cristiano.

97 El “Mesías de Aarón” es el Sumo sacerdote del tiempo final (Dt 33,8-11) y el “Mesías de Israel” (Nm 24,15-17) es el ungido

davídico, de carácter político y guerrero y de menos importancia que el primero; cfr. Regla de la comunidad 9,9-11, texto en

GARCÍA MARTÍNEZ, Textos de Qumrán. Cfr. TREVIJANO, Orígenes del cristianismo, 317-318 y 337-338, donde afirma que «la

forma más temprana de la aspiración mesiánica qumránica parece haber sido la expectación del Sacerdote Mesías. Es

probable que en el período hasmoneo este mesianismo sacerdotal confluyese con la promesa davídica tradicional» (338).

98 También llamado Guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas; texto en GARCÍA MARTÍNEZ, Textos de Qumrán.

99 Mt 23,8.

100 Ver pros-kaléomai en: Mc 3,23; 7,14; 8,1.34; 10,42; 12,43;

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El verbo, en estos casos, y las fórmulas de seguimiento indican que la finalidad de Jesús es suscitar

la adhesión a su Persona y no la realización de una tarea o misión o la imposición de una ética o moral o el

aprendizaje de la Ley. Esta es la razón por lo que -respecto a la relación discipular- “seguir, acompañar”

(akolouthéō) es más importante en los Evangelios Sinópticos que manthánō, aunque este verbo en el

mundo israelita no sólo signifique “aprender, memorizar, estudiar”, sino también asimilar la sabiduría del

maestro e imitar su vida.

Que el verbo “seguir” defina mejor que “aprender” el discipulado que inaugura Jesús, revela que él

no es sólo “Maestro” de una escuela para discípulos, sino el Señor resucitado con quien siempre y en todo

lugar se puede vivir en comunión. Con todo, “seguir a Jesús” es también “aprender acerca de Cristo” y

“conocer su yugo” para cargarlo, es decir, aceptar sus normas101.

El seguimiento de Jesús en los Evangelios Sinópticos con el empleo del verbo griego akolouthéō,

tiene su antecedente en la teología del seguimiento de Yahveh por parte del pueblo de Israel, según la

entiende el Antiguo Testamento.

En la literatura del Antiguo Testamento, el verbo “seguir” (akolouthéō en los LXX) es el que mejor

define el tipo de relación que Israel está llamado a cultivar con su Dios. No ocurre así en el mundo griego,

para quienes la relación con los dioses se define con el verbo hépomai, que significa “hacerse semejante a

los dioses, actuar como ellos”. Mientras Israel se va tras Yahveh, los griegos imitan a sus dioses para

conseguir protección y favorecerse con sus poderes. Israel debe “seguir a Yahveh” porque a él le pertenece

en virtud de la alianza102. Es Yahveh y no otros dioses quien ha salido al encuentro de las tribus israelitas

haciéndolas “su pueblo” y él se ha hecho para Israel “su Dios liberador”. Como los ídolos no lo han

liberado ni son “sus señores” o baales, Israel no puede “seguir” o “andar tras” estos amantes103. El

seguimiento de Yahveh en virtud de la alianza está marcado por la pertenencia, la exclusividad y la

fidelidad.

En los relatos vocacionales del Nuevo Testamento es obvio el tema del seguimiento, pero como es

Jesús quien llama, ocupando el lugar de Dios, la vinculación del elegido es con Jesús a quien le debe

pertenencia, exclusividad y radical fidelidad.

Se destaca más aún la vinculación personal con Jesús cuando se consideran dos datos presentes en

algunos relatos o escenas vocacionales:

a- Jesús llama al elegido entre muchos por su “nombre propio”, y el nombre es el “cuerpo”, el

“tiempo”, la “historia personal y familiar”…: a esta persona y a toda la persona, Jesús la

invita a vivir en comunión con él104, y

b- Jesús lo llama “mirándolo con amor” o “con atención”, expresando así el querer íntimo de su

“corazón”, órgano de donde -según el mundo antiguo- sale todo lo que el ser humano piensa

y sienta105, y que los ojos y el rostro se encargan de transparentar106 y la boca de

manifestar107.

101 Ef 4,20 y Mt 11,29-30.

102 Dt 13,5; Jr 2,2-3.

103 Jue 2,12; Os 2,4-15.18-22; Jr 11,13.

104 Mc 1,16.19; 3,16-19.

105 Mt 12,35; 15,19; Lc 6,45.

106 Mt 6,22-23; 2 Pe 2,14; 1 Jn 2,16; Eclo 13,25-26a.

107 Lc 6,45.

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Hacerse discípulo es seguir a Jesús formando parte “de los que van tras él” para “estar con él”.

Jesús llama al discípulo para que lo vea y escuche. Jesús mismo es la finalidad y el contenido del

discipulado por lo que hacerse discípulo no es otra cosa que convivir con él. El discipulado cristiano, por

tanto, se plantea desde el principio como una comunión de existencias entre Jesús y el elegido: porque

Jesús resucitó, el discipulado se define como camino o proceso creciente de convivencia y pertenencia

mutua.

Esto explica, entre otras razones, la desazón de los discípulos cuando mataron a Jesús y lo

perdieron. No bastaba su legado, sus enseñanzas, su recuerdo…, sin él ni siquiera era importante el

movimiento que suscitó. Ellos necesitaban su Persona. Las apariciones del Resucitado les devuelve la

razón de ser discípulos: ¡nuevamente pueden vivir vinculados a él, porque él está vivo! El kērygma es el

anuncio gozoso de que Jesús de Nazaret ha resucitado y a todos les ofrece la posibilidad de vivir

vinculados a él.

Los temas teológicos del “éxodo” y de la “alianza”, propios del Antiguo Testamento, nos permiten

comprender la vinculación con Jesús como itinerario o proceso de liberación en vista a la convivencia y

pertenencia mutua.

Porque es “éxodo”, es camino liberador que recorrer (seguimiento o itinerario), camino de

desvinculación de ídolos y del servicio a los diversos amos que se apoderan de nuestra vida (cual nuevos

“egipcios” o “babilonios”), para alcanzar la vinculación o comunión con el Misterio Trinitario (la vida en

alianza). Este éxodo cristiano se vive con fe y en conversión permanente, y tiene a la vez su fuente y meta

en el amor re-creador del Padre, manifestado y ofrecido por su Hijo y actualizado en cada hombre y mujer

por el Santo Espíritu que procede de ambos.

El evangelista Juan manifestará con un vocabulario del campo semántico de la familiaridad

interpersonal el éxodo hacia la vinculación íntima con Jesús: vivir el éxodo o la liberación del “mundo”

para hacerse “amigos” y “hermanos” de Jesús.

1.3- Vinculados para ser amigos y hermanos de Jesús

La finalidad de la vinculación con Jesucristo, según Juan, es la comunión fiel con él o la

permanencia fiel en él. Esta vinculación de comunión se expresa con vocablos pertenecientes al campo

semántico de la familiaridad interpersonal: vincularse con Jesús es realizar el éxodo de “siervo” a “amigo”

y a “hermano” de Jesús.

Con el término “siervo”, Jesús describe el grado mínimo de vinculación a él, grado que no tiene

nada de ofensivo, pues todo discípulo es “siervo” de su respectivo maestro. En cambio, con los términos

“amigo” y “hermano”, Jesús no sólo manifiesta la originalidad de su propuesta, sino también el ideal a

alcanzar en la vinculación con él. El rechazo a la vinculación con Jesús lo representan, según Juan,

aquellos que él llama “los judíos”.

“Los judíos”, a diferencia de los “auténticos israelitas” y en palabras de Jesús, son aquellos que

habiendo sido testigos de sus obras, las «que ningún otro ha hecho (…), siguen odiándonos a mí y a mi

Padre» (Jn 15,24). El referente son los dirigentes de Israel y aquellos del pueblo que rechazan a Jesús como

Mesías, infunden miedo en la gente y crean un ámbito dominado por la incredulidad y la maldad, ámbito

que en el cuarto evangelio también recibe el nombre de “mundo”. Hacerse discípulo es seguir a Jesús para

salir de “este mundo” que no reconoció al Mesías108, transformándose en sus amigos y hermanos, quienes

108 Jn 1,10.

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sí lo reconocen y viven en comunión con él109. Quien ama “este mundo” se desvincula de Jesús y se

opone al que ha venido precisamente a vencer al mundo110.

Jesús emplea el par “siervo - amigo” en el contexto de la metáfora de la vid y los sarmientos (Jn

15,1-17) cuya finalidad es explicar la naturaleza de la vinculación del discípulo (el sarmiento) con Jesús (la

Vid).

El “siervo” es quien trabaja como esclavo111 y, sin libertad alguna, vive sometido a la voluntad del

amo, haciendo lo que éste le ordena. Como el amo no pide ni espera del siervo una relación personal de

amistad no le da a conocer su mundo íntimo ni el de su familia ni tampoco le comparte sus proyectos. «El

siervo no conoce lo que hace su amo» (Jn 15,15), porque no tiene entrada a “la casa” de su amo: ni a la

casa donde habita, ni menos a la “casa” de su vida. Salvando lo obvio, esta categoría de “siervo” en Juan

bien podría definir la de “muchedumbre” en Marcos.

El “amigo”, en cambio, conoce lo que hace y quiere su amigo, es decir, ingresa y transita por “su

casa” y “conoce su familia”. Jesús hace del creyente un amigo al revelarle la intimidad de su diálogo

familiar con el Padre celestial: «En adelante, ya no los llamaré siervos… sino amigos, porque les he dado a

conocer todo lo que oí a mi Padre» (Jn 15,15). Jesús le confía al amigo lo que su Padre le comunicó, es

decir, le abre la intimidad del “hogar familiar”, mientras «el esclavo no permanece para siempre en la casa»

de su señor (8,35).

Esta amistad entre Jesús y el creyente no se funda en una relación de igualdad ni en la propia

iniciativa. Como los amigos de Jesús tienen acceso a la revelación del Padre, requiere que el mismo Jesús,

en cuanto Palabra del Padre, los elija: «No me eligieron ustedes a mí, fui yo quien los elegí a ustedes» (Jn

15,16). Jesús es la única Palabra capaz de “decir” o “expresar” a Dios”112, pues a él Dios «le manifiesta

todas sus obras, y le manifestará todavía cosas mayores» (5,20). Sin embargo, el hombre no hubiera

conocido al Padre si no “hace carne” su Palabra, es decir, si Jesucristo -su Hijo- no se hace uno de nosotros

para realizar la obra que el Padre le encargó llevar a término. La Palabra “dice” y “expresa” al Padre,

porque es Palabra que procede de él y porque es Palabra que se hace uno de nosotros, dos condiciones

imprescindibles para garantizan la veracidad de la revelación y el acceso a la misma.

Por esto mismo, la única forma de “conocer a Dios” es aceptar y escuchar la “Palabra de Dios

encarnada” que es la única y plena verdad acerca de Dios. Dicho de otro modo, la Palabra de vida y de

verdad «que existía desde el principio», hoy puede ser escuchada, vista, tocada…, «pues la vida se

manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio» (1 Jn 1,1-4).

La relación de diálogo con el Padre se sustenta en esta particular relación de amistad con Jesús en

cuanto Palabra e Hijo de Dios. Y unidos a un Amigo así, como el sarmiento a su vid, sus amigos obtienen

del Padre lo que pidan en nombre del Hijo. Jesús pide a sus amigos unión íntima con él113, lealtad

inquebrantable, obediencia a su palabra y -sobre todo- el fruto en abundancia del amor, pues la amistad con

Jesús se valida y acrecienta por el amor a los otros: «Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les

mando… y lo que les mando es que se amen los unos a los otros» (Jn 15,14.17).

La vinculación de amistad con el Señor se completa, según el cuarto evangelio, con la vinculación

de fraternidad con él.

Jesús llama a los suyos “sus hermanos” sólo una vez que ha resucitado. A María Magdalena le

ordena: «Anda, ve y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es el Padre de ustedes, a mi Dios, que

109 Jn 15,18-20.

110 Jn 16,33.

111 Jn 8,33.

112 Jn 1,1-2.

113 Jn 15,5.

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es también el Dios de ustedes» (Jn 20,17). Antes, en la cruz, adelantaba esta realidad entregándole a su

propia Madre al discípulo amado con estas palabras: «“Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Después dijo al

discípulo: “Ahí tienes a tu madre”» (19,26-27).

Jesús crucificado y resucitado hace partícipe a los suyos de su madre y de su misma vida, aquella

que le viene del Padre y que es fuente de filiación y fraternidad: «Yo estoy en mi Padre, ustedes en mí y yo

en ustedes» (Jn 14,20). La vida del Padre celestial hace que Jesús y los suyos sean “hijos” del Padre,

aunque Jesús lo sea por naturaleza y sus discípulos por participación114. Al hacernos partícipes de su vida

divina, el Padre nos transforma en “hermanos” de su Hijo y, por lo mismo, hermanos unos de otros. El

distintivo del hijo que ama al Padre es que «ame también a su hermano» (1 Jn 4,21). De lo contrario, si

alguno afirma que ama al Padre, pero odia a sus hermanos es un mentiroso y un homicida115.

La finalidad de la vinculación con Jesús -según Juan- es vivir en alianza de amistad y fraternidad

con el Señor resucitado. La vinculación de amistad con el Resucitado abre al discípulo al conocimiento de

la intimidad del Padre y al diálogo con él, a la vinculación de fraternidad, al gozo de la comunión de

filiación con Dios y a la fraternidad con los que son de Jesús. Siempre el amor de comunión -según el

cuarto evangelio- es la nota distintiva en ambas relaciones, contenido fundamental del mensaje del Hijo

que responde a la identidad de su Padre (1 Jn 4,8: «Dios es amor») y a la razón de su vida y misión.

1.4- Vinculados a Jesús para vincular a otros: convivencia y misión

El Señor resucitado envía a los que se vinculan a su persona a anunciarlo, para que también otros

vivan en relación de amistad y fraternidad con él. Este encargo se llama apostolado o misión, y su

contenido se expresa mediante fórmulas de envío como: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos»

(Mt 28,19), o metáforas centradas en oficios conocidos en aquel tiempo como el de “pescador”, “pastor” y

“cosechador” de la mies a punto para la siega.

Jesús hace partícipe de su misión a quien elige, pero no como algo diverso al hecho de vivir

vinculado a él y a su comunidad, como si vivir en comunión con él y los suyos sea una cosa, y testimoniar

su Buena Nueva una decisión que dependa del arbitrio del discípulo. Jesús no tiene una escuela para

discípulos y otra diversa para misioneros: al formar a los suyos como discípulos, los forma ya como

misioneros; este contenido está, pues, incluido en aquel. Como Jesús es testigo del misterio del Padre, “los

suyos” se hacen -por el mismo hecho de vincularse al Hijo- testigos de la intimidad y obra del Padre. Quien

es de Cristo no puede si no ser su testigo.

La misión no es una tarea opcional, extraña a la vocación o llamado, sino parte integrante de la

misma: ¡es un aspecto substancial del discipulado! La conciencia clara de la vocación cristiana reclama la

misión como testimonio acerca de Jesús y de su vida plena, es decir, la llamada a ser discípulo de Jesús

requiere la misión de hacer discípulos de Jesús a hombres y mujeres116.

La finalidad de la misión es replicar la experiencia del discipulado. Cuando moría el maestro, los

discípulos generalmente se dispersaban117, en cambio, los de Jesús continúan su obra, y lo hacen

replicando el modelo de Jesús: evangelizan con una finalidad claramente discipular, haciendo que otros

sean discípulos de Jesús y del Reino118. No buscan hacerlos “sus discípulos”, de cada uno de los que les

114 Jn 10,30: «El Padre y yo somos uno».

115 1 Jn 3,15.17; 4,20.

116 Documento de síntesis, nº 182; Documento de Aparecida, nº 144.

117 Hch 5,36-39.

118 Mt 28,19; Hch 14,21.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 34

predica el evangelio, situación que los primeros misioneros vivieron en carne propia por la adhesión

equivocada de sus evangelizados119.

Respecto al contenido de la misión, los tipos de misión y sus destinatarios hablaremos más

adelante. Aquí sólo nos interesaba destacar que el elegido es llamado por Jesús para vincularlo a él y,

conviviendo con él, es formado como su discípulo en el seno de los suyos y comunicador de su propuesta.

1.5- De muchedumbre a discípulo

1.5.1- Adversarios e indiferentes, muchedumbre y discípulos en torno a Jesús

Por la admiración que Jesús suscita genera un movimiento permanente de gente en torno a él con

una adhesión dispar. Luego, el mismo Jesús, al elegir de entre la muchedumbre a los suyos y vincularlos

íntimamente a su Persona, traza fronteras teológicas y eclesiales que llamamos círculos concéntricos en

torno al Mesías, que no sólo son de adherentes, sino también de adversarios. En cada círculo los miembros

no comparten una misma motivación para seguirlo ni responden con igual generosidad. Distinguimos dos

grandes círculos, conformados cada uno por dos círculos más.

El primero es el gran círculo de los “de afuera”120 y a él pertenecen, por un lado, los que rechazan

a Jesús y buscan su muerte (dirigentes de Israel) junto con un número indeterminado de indiferente a

quienes Jesús no les preocupa mayormente y, por otro, aquella gente que lo sigue y forma parte de lo que

llamamos “muchedumbre” o “gentío”, quienes se interesan por Jesús. El segundo gran círculo es el de los

“de adentro” y a él pertenecen, por un lado, los que -por iniciativa de Jesús- han dado el paso de

“muchedumbre” a “discípulo” y se vinculan a su Persona y, por otro, en lo más interno del círculo, los

Doce, con Pedro, Santiago y Juan a la cabeza.

Los círculos van de lo más externo a lo más íntimo, del rechazo total de Jesús a su aceptación

radical. El salto cualitativo de estado121 se da al pasar del primer gran círculo al segundo, esto es, de

muchedumbre o gentío a discípulo o los suyos. En cambio, el paso de “discípulo” a “Doce” no constituye

una transición cualitativa y ni siquiera tiene por finalidad la perfección en el seguimiento del Señor o el

radicalismo ético o social, sino la participación en un ministerio o función de servicio en favor de la

vocación fundamental del pueblo de Israel, su comunión con Dios y la participación de sus bienes. Los

Doce, pues, no son un grupo de primer rango en cuanto tienen “más acceso” al Reino. Esto quiere decir que

cualquiera de los de Jesús es tan “discípulo” como uno del grupo de los Doce. La diferencia está en que, en

cuanto “Doce”, tienen un carácter teológicamente simbólico respecto a las doce tribus de Israel: son

“apóstoles” o enviados a proclamar que Dios por su Ungido da cumplimiento a las promesas divinas de

restauración y liberación del pueblo de su propiedad.

Por tanto, en sentido amplio, todos los que siguen a Jesús son substancialmente discípulos por la

misma razón (la vinculación a Jesús), aunque no todos tienen la misma función122. La diferencia radical se

da entre el primer gran círculo y el segundo, pues en ese paso se juega la vinculación con Jesús y los

motivos del seguimiento. Con los que elige de entre la muchedumbre y optan por su Persona y su misión

(primer gran círculo), Jesús constituirá la familia de sus discípulos o los suyos (segundo gran círculo).

119 1 Cor 1,12; 3,4.

120 Cfr. más adelante.

121 Mt 12,30: «El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama».

122 Pablo lo dice así: «Y Dios ha asignado a cada uno un lugar en la Iglesia: primero están los apóstoles, después los profetas, a

continuación los encargados de enseñar… ¿Son todos apóstoles?, ¿son todos profetas?, ¿todos enseñan?...» (1 Cor 12,27-

30).

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 35

1.5.2- La muchedumbre o gentío

Si dejamos de lado a los adversarios de Jesús que buscan su muerte123, en el primer gran círculo,

en los “de afuera”, tenemos a la “muchedumbre” o al “gentío” que en el Nuevo Testamento recibe variados

nombres (ochlós, plēthos, polloí, pántes…).

En el evangelio de Marcos, el vocablo “muchedumbre” o “turba, multitud, tumulto” tiene

connotaciones negativas124. Algunos ejemplos: la “muchedumbre” es quien impide al paralítico, llevado

entre cuatro, llegar hasta Jesús; tanta es la “muchedumbre” que Jesús debe alejarse de ella para que no lo

aplasten, y ni siquiera lo dejan comer125. Sin embargo, también la “muchedumbre” manifiesta una

disposición positiva (aunque pasiva) para con Jesús: su sola presencia y admiración por Jesús lo protege

cuando los dirigentes buscan matarlo126.

La “muchedumbre” o “gentío” está compuesta en su mayoría por galileos de extracto campesino y

de condición social pobre, que acuden a Jesús cautivados por sus palabras y por las acciones que realiza.

Para la gran mayoría de esta gente, el centro de interés está puesto en la satisfacción de sus necesidades

individuales o familiares: buscan un rey o líder que los dirija, que les enseñe y los libere de sus

enfermedades y de los espíritus impuros, porque están como ovejas sin pastor127. Así lo indican los

sumarios de Marcos128. En más de una oportunidad Jesús les enrostra su intención desviada129. Un rabí

del siglo I definiría a esta muchedumbre como gente o pueblo de la tierra (am ha-arets en hebreo),

expresión técnica para designar a la masa de gente sin recursos en lo económico, ignorante de la Ley en lo

religioso y de mínima influencia social130.

Seguramente un grupo no pequeño de entre la “muchedumbre” lo sigue por la fascinación que

provoca en aquel tenso contexto socio-político de Galilea un líder mesiánico y carismático como Jesús,

buscando quien los libere del dominio de los romanos. Debido a este ambiente y por las motivaciones de

estos grupos, Jesús fácilmente pasaba ante las autoridades romanas y judías por un revolucionario que

sublevaba a las masas, lo que había que investigar con detenimiento131.

La adhesión de la muchedumbre a Jesús es generalmente temporal y sentimental, de fe débil e

inconstante, con un comportamiento veleidoso y caprichoso132. Se quedan con las gestas maravillosas de

Jesús sin dar el paso a la adhesión fiel a su Persona y enseñanza. Mientras la fe sea así de interesada, la

fidelidad y la conversión de vida son casi nulas. Por esto, la muchedumbre aún pertenece a los descritos

como “de afuera”.

Sin embargo, no es posible pensar que todos en la “muchedumbre” buscaban a Jesús sólo por el

interés de curarse de sus enfermedades o liberarse del poder político del momento. Los Evangelios

123 Entre los adversarios se cuentan grupos de fariseos y herodianos (Mc 3,6), jefes de los sacerdotes, generalmente de tendencia

saducea, ancianos y maestros de la Ley, es decir, aquellos que componían el Sanedrín y eran la dirigencia religiosa y política

de Israel en la medida que los romanos se lo permitían (14,53.63-64).

124 Se traduce con el término griego ochlós, que aparece 38 veces en Marcos.

125 Mc 2,4; 3,9-10.20; 5,24.31.

126 Mc 11,18; 12,12.

127 Jn 6,15; Mc 6,34.

128 Mc 3,7-12; 6,53-56.

129 Jn 6,26.

130 Ver Jn 7,49.

131 Mc 3,22: vienen maestros de la Ley desde Jerusalén para investigar el “caso Jesús”.

132 Mt 11,16-17.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 36

Sinópticos dan testimonio de la admiración y simpatía de muchos por Jesús, del cerco de protección que

ejercen a su favor y de la sincera espera de algunos de ellos en el cumplimiento de las promesas de Dios

como, por ejemplo, Simeón, hombre justo y piadoso, y Ana, mujer anciana y profetisa133. Ellos y varios

otros pertenecen a la categoría espiritual de los pobres de Yahveh que ansiaban el cumplimiento de las

promesas divinas contenidas en el Antiguo Testamento, esto es, «el consuelo de Israel» o «la liberación de

Jerusalén» (Lc 2,25.38).

Con todo, nada de esto los hace discípulos de Jesús Mesías, por lo menos no en sentido estricto,

aunque entre éstos estaban los mejores preparados para hacerse de “los suyos”.

La muchedumbre tuvo un crecimiento explosivo, propio de los movimientos de masas, debido -

entre otras razones- a la excitación colectiva por la intensa expectativa mesiánica de la época y al

paradigma “patrón - cliente”, típico de una sociedad campesina tradicional acostumbrada al trueque y a no

recibir un favor sin devolverlo oportunamente. Según este paradigma, los favorecidos con los milagros se

convierten en clientes endeudados que “pagaban” su servicio ayudando a Jesús y los suyos con

alojamiento, dinero, comida…, si es que su situación se los permitía, pero sobre todo propagando “su

nombre” como poderoso benefactor, es decir, dando a conocer el favor recibido y aumentando con ello la

fama de Jesús y de su grupo.

Por esta razón, es probable que entre la muchedumbre, particularmente entre los israelitas de la

región de Galilea, se transmitieran los milagros de curaciones y de exorcismos de Jesús. No es extraño que

tanto los favorecidos con los milagros como, en virtud de la estructura social, la familia y aldea del

favorecido mantuvieran fielmente -por exigencia de la tradición oral de esos pueblos- el recuerdo de la obra

portentosa realizada por Jesús, la que luego tomaba la forma de “tradición popular”.

La muchedumbre o gentío se mantiene hasta prácticamente la muerte de Jesús como lo indica el

relato de su bulliciosa entrada en Jerusalén134. Sin embargo, si dependiera sólo de la muchedumbre, el

proyecto de Jesús fracasa. Lo extenderán “misioneramente” los discípulos itinerantes de Jesús, y lo harán

“domésticamente” (en su domus o casa) sus discípulos sedentarios, categorías que pasamos ahora a

considerar.

1.5.3- Los discípulos y los Doce

A- Los discípulos o los suyos

El segundo gran círculo, es decir, los “de adentro”, lo forman “sus discípulos” o “los suyos”,

catalogados como «la secta de los nazarenos» (Hch 24,5), invitados a centrar su vida y su familia en la

persona de Jesucristo más que en sus acciones maravillosas, y a hacerse cargo de su misión más que

satisfacer los intereses individuales y grupales. Se los denomina con el nombre griego de mathētēs

(“discípulo”) y son un grupo distinto a la “muchedumbre”. Además de “los suyos”, los evangelios se

refieren a ellos con otras expresiones tales como “los que van” o “están con él” o los “apóstoles” en cuanto

enviados a predicar la Buena Nueva135.

Según Marcos, discípulos de Jesús son «los que están sentados» alrededor de él escuchando su

palabra para cumplir la voluntad del Padre (Mc 3,34-35). Contrapuestos a éstos -con disposiciones que se

parecen a muchos de la muchedumbre- están los que “se quedan afuera”136. Discípulos de Jesús son los

133 Lc 2,25.36.

134 Mc 11,8-10.

135 Mc 3,13-14; 5,40.

136 En Mc 3,31-35 se definen con claridad en relación con Jesús dos grupos de personas: los que se quedan “afuera” de la casa

donde él está (sus parientes y conocidos; 3,31-32 y 4,11) y los que están “adentro” con él, sentados en círculo de escucha y

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setenta y dos enviados a predicar a aldeas y pueblos137 y también varios otros simpatizantes de su causa

conocidos por sus nombres: Zaqueo; Simón, el leproso; Lázaro; José de Arimatea; Cleofás... como muchos

otros innominados, la mayoría de ellos discípulos sedentarios, puesto que permanecen en sus casas. Estos

formarán una red de evangelización que expandirá la causa de Jesús en aldeas y pueblos donde ellos

habitan.

Lo distintivo del discípulo respecto de la muchedumbre es la renuncia a sí mismo y cargar con la

cruz por Jesús y la buena nueva138. Esta es “la puerta” para el salto cualitativo entre “ser de la

muchedumbre” y “ser de Jesús” y de “su familia”, pues Jesús no pide estas condiciones a la multitud que

eventualmente lo sigue.

Con aquellos de su raza (“israelitas”) y sangre (“parientes”) que esperan en Dios, Jesús constituye

una nueva familia o pueblo del Señor. Estos son los suyos a quienes prepara para que acepten su identidad

y misión. Mientras muchos de su raza (israelitas) y su sangre (parientes) permanecen “afuera de la casa”,

despreciando o no interesándose por uno de su raza o de su sangre, aunque venga de Dios, Jesús declara

que los que están “adentro”, a solas con El, sentados a su alrededor escuchando su Palabra y buscando

hacer la voluntad de Dios, son su nueva familia de fe. Esta comunidad es el nuevo Israel llamado a romper

las fronteras de raza y sangre, pues sus miembros se definen por el seguimiento del Mesías y por el anhelo

de hacer realidad el señorío de Dios, abundante en vida y perdón139.

El lugar propio de esta “nueva familia” o “pueblo de Dios”, siempre según Marcos, es la “casa”

donde se encuentra Jesús rodeado de sus discípulos y adonde acude mucha gente140. En casi todas las

lenguas antiguas, “casa” es la familia, la estirpe, la tribu, que incluía la vivienda y el terreno donde vivía el

extenso grupo familiar141.

La casa donde está Jesús es adonde el discípulo, saliendo del judaísmo y la institución judía, tiene

que “ir y entrar” para “estar con él”. Esta casa sustituye a la «sinagoga de ellos» (Mc 1,39) que es «la

sinagoga de los judíos» (Hch 13,5), capaz de cobijar a un espíritu impuro o a un hombre paralítico142. En

la privacidad de “la casa”, lugar de “su familia” o de su comunidad143, es donde el Mesías derrota a un

demonio y libera a una mujer de su enfermedad, haciendo posible el servicio144. En “la casa” donde él

está se reúnen los que anhelan liberarse de la ignorancia y del mal que los aqueja145, y al proclamar en la

propia casa la compasión que se experimenta del Señor se hace espacio de testimonio de la misericordia de

Dios: «Vete a tu casa con los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido

compasión de ti», le ordena Jesús al endemoniado de Gerasa ya curado de sus potentes demonios (5,19).

También Jesús sana enfermos y expulsa demonios en las sinagogas, pero aquí no es posible la aceptación

diálogo (3,32.34 y 4,10). Dos expresiones del pasaje bíblico las podemos considerar técnicas: “los de afuera” para referirse a

los que no son cristianos (1 Cor 5,12-13; Col 4,5), y “sentarse en torno” para indicar al que se hace discípulo de un determinado

maestro (Lc 19,39; Hch 22,3).

137 Lc 10,1.

138 Mc 8,34-35.

139 Ver las parábolas del Reino: Mc 4,1-33.

140 Como, por ejemplo, en Mc 2,1: Jesús «está en casa» y, con probabilidad, se trata de la casa de Pedro.

141 En griego hay dos términos para casa: oíkos referido a “casa, vivienda, habitación, templo”, aunque a veces también “familia,

parientes, linaje, patria”, y oikía que designa más bien a la “familia” que vive en la casa, las relaciones humanas que existen en

ella, el “hogar”. Marcos emplea cerca de 11 palabras diversas para referirse a la casa y sus partes.

142 Mc 1,23; 3,1.

143 Mc 3,34; 9,28.33.

144 Mc 1,29-31; 7,30; ver Ex 13,3: «Egipto, casa de esclavitud».

145 Mc 2,1; 3,20; 6,10; 7,24-25.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 38

del Mesías, sino sólo su rechazo, al igual cuando la institución judía, representada por algunos de sus

líderes religiosos, está “en casa” con Jesús acechando su conducta146. Cuando Jesús rompa con el

judaísmo (dirigentes y sinagogas) no aparecerán más alguno de sus representantes en la casa donde entre

Jesús147.

Si la enseñanza de Jesús es para todos, la explicación y la formación de los discípulos la hace a

solas, en la privacidad de la “casa”, donde Jesús se “sienta” (posición propia de los rabinos) y, por lo

mismo, “hogar” o “nido” propicio para la fe y la fidelidad148. En los escritos posteriores del Nuevo

Testamento, la casa es para «la familia de Dios» construida sobre Cristo Jesús, la piedra fundamental de la

edificación (Ef 2,19-22), por tanto, figura de la nueva realidad comunitaria propia de la nueva alianza

«siempre que mantengamos la libertad y la esperanza en la cual nos gloriamos» (Heb 3,6).

Discípulo es quien por la fe y la conversión franquea la distancia entre “la casa” de la raza (Israel),

de la sangre (parientes) y sus instituciones (sinagogas, Templo), para pasar a “la casa” de Jesús Mesías y

Maestro, la “nueva sinagoga” donde se congrega la nueva familia de Dios. Quien acude a Jesús que saca de

la aldea para devolver la vista (signo de la “fe”), no puede volver a “la aldea” (signo de la comunidad de la

antigua alianza), sino a “la casa”, lugar de nueva humanidad en razón del previo y transformante encuentro

con el Señor149. “Ir a casa” sin algo de Jesús es desfallecer en el camino, como aquellos que «han venido

de lejos» al encuentro con el Mesías (Mc 8,3).

En la casa donde entra y está Jesús es donde el discípulo se hace y forma como tal, puesto que -por

ser y estar con él- accede a la explicación del misterio de Dios y de su Reino contenido en las parábolas y

escenificado en los milagros y comida con los pecadores. En este sentido, “entrar” en su casa es “entrar” en

la Vida que no termina y en el Reino que libera de la ignorancia y de las enfermedades, por lo que nunca un

discípulo acudirá a la sinagoga para permanecer allí con Jesús, sino a la casa donde él se halla. El

seguimiento del Señor requiere de estas radicales rupturas, pues de modo contrario se pertenecerá siempre

a “la casa de Israel”, regido por un jefe de la sinagoga, como Jairo, en cuya casa agoniza y muere su hija, de

doce años, signo del destino de las doce tribus de Israel o pueblo de Dios que rechaza al Mesías150.

Los que llevan a cabo estas rupturas y entran en la casa donde está Jesús se alimentan con la

“levadura” y el “pan” de vida del Mesías y Maestro.

El término “pan” -alimento fundamental en aquella época- tiene fuerte relevancia en Marcos quien

organiza una importante parte de su evangelio con pasajes enlazados con palabras relativas a la “comida” y

al “comer”151.

146 Mc 2,6. Marcos nos informa que Jesús predicaba en las sinagogas de ellos «expulsando los demonios» (1,39), poniendo así en

relación explícita “sinagoga” y “demonios”. Jesús se presenta 5 veces en relación directa con “sinagoga”, y siempre con

connotación negativa, porque en ella hay enfermos (1,21.29.39; 3,1) o allí lo rechazan (6,2); se trata de sinagogas en Galilea a

las cuales Jesús “entra” y “sale” (1,29), en cambio, de “la casa”, nunca se dice explícitamente que “salga” de ella.

147 Después de la constitución de los Doce (Mc 3,13-19), Jesús comienza a reunirse sólo con los suyos en la casa adonde va

(3,20). Marcos 3,20-35 corresponde al quiebre de Jesús con sus parientes (sangre) y el judaísmo (raza). Desde ahora, Jesús

entra a diferentes casas, sin precisiones geográficas (7,17; 9,28): a diferencia de la sinagoga, la casa del discípulo es donde

está Jesús con los Doce y los demás discípulos.

148 Mc 8,26; 9,35; 13,34-35.

149 Mc 8,22-26; ver 2,11: un paralítico sanado de su enfermedad y liberado de sus pecados; 5,19: un pagano endemoniado que

terminó sentado junto a Jesús, vestido y en su sano juicio (5,15); 7,30: la hija de una mujer sirofenicia curada del espíritu

impuro.

150 Mc 5,38-39. Las dos mujeres de Marcos 5,21-43 (la hija de Jairo y la hija de Israel) son signos claros de la condición y el

destino del pueblo de Dios lejos del Ungido: impuras, perdiendo la vida, camino a la muerte… sin vida, liberación y salvación.

151 Mc 6,30-8,21 se conoce como Sección de los panes, pues los pasajes están unidos por palabras pertenecientes al campo

semántico de la “alimentación”: “pan” - “comer” - “comer con manos impuras” - “entra, sale del hombre” - “vientre” - “letrina” -

“pan de los hijos” - “levadura”…

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 39

El “pan” que proviene de Jesús es gratuito y abundante y sacia el hambre de la muchedumbre,

porque es el “pan del Mesías”, “pan” no sólo para «los hijos» o los israelitas (Mc 7,27), sino también para

la comunidad de los gentiles quienes -como el pueblo de Abraham- experimentan la soberanía de Dios

sobre enfermedades y espíritus impuros. El pan compartido, que al comerlo se introduce en uno y se

transforma en uno152, representa la comunión íntima de vidas y destino, por lo mismo, signo de

fraternidad, solidaridad y alegría. Por esto, cada “comida” de Jesús con pecadores y publicanos es don y

participación de los bienes de Dios Padre. El “pan del discípulo” es la enseñanza auténtica acerca de Dios y

su camino153 que el Buen Pastor ofrece para nutrir al cansado rebaño de Dios154. Finalmente, los de

Jesús reciben el pan del Cuerpo y Sangre del Cordero de Dios que sella la alianza del nuevo pueblo con su

Señor155.

La levadura era en aquel tiempo un trozo de masa vieja y ácida que se introducía en la masa recién

hecha para que la fermentara156. La “levadura” de Jesús son las motivaciones y sabiduría nuevas que

conducen al discípulo a la adhesión al Mesías y aceptación del Reino en contraste con la corrupción que

provocan las viejas y equivocadas doctrinas de fariseos y Herodes, fuente permanente de hipocresía157.

Los discípulos, alimentados con la “levadura” y el “pan” del Mesías, son enviados a “dar de comer”

al pueblo de Dios reunido y organizado por el Señor158.

Para los que pasan de muchedumbre a discípulo entrando a “su casa”, Jesús tiene una particular

estrategia pedagógica: mientras que a la muchedumbre les expone el Reino en parábolas, sólo a sus

discípulos les explica el misterio del Reino que la parábola encierra159. Es que los “de afuera”, cegados

por sus intereses personales u oficiales, «por más que miran no ven, y por más que oyen no entienden» (Mc

4,12).

Respondamos a una última inquietud respecto a quiénes se hacen discípulos de Jesús. Planteemos

el tema con una pregunta: ¿quiénes entran en la “casa de Jesús” a alimentarse de “su pan”, sólo los varones

o indistintamente hombres y mujeres?

En virtud de la confluencia de varios criterios de historicidad160, se puede afirmar que fue un

hecho innegable la presencia de mujeres que físicamente seguían al Señor y participaban de su misión, es

decir, se hacían de los suyos dejando la sinagoga e ingresando a “su casa”. Además, a diferencia de sus

colegas rabinos, Jesús incorpora sin problema alguno la figura y las acciones de las mujeres en sus

enseñanzas, sobre todo en sus parábolas161.

Aunque, a excepción de Tabita (Hch 9,36), estas mujeres nunca recibieron el título de “discípulas”

o mathētria, van tras Jesús, escuchan su enseñanza, se benefician de sus dones, colaboran con sus bienes y

comunican a otros el Reino. Sabemos el nombre de varias de ellas: Marta y María, hermanas de Lázaro;

María Magdalena o de Magdala; María, mujer de Alfeo y madre de Santiago y José; Juana, mujer de Cusa,

alto funcionario de Herodes Antipas, y Salomé.

152 Cfr. Ez 3,1ss; Ap 9,8-11.

153 Mc 12,14; cfr. Mt 4,4; Is 55,2.

154 Mc 6,34.

155 Jn 6,35.51.

156 Ver Mt 13,33: la levadura que una mujer “mete” en tres medidas de harina y espera que fermente todo.

157 Mc 8,15 (ver 7,21-23); Mt 16,11-12; Lc 12,1 («Cuídense de la levadura de los fariseos que es la hipocresía»); 1 Cor 5,6-8.

158 Mc 6,41.

159 Mc 4,10-12.33-34.

160 Como el de disimilitud o discontinuidad, el de dificultad y el de testimonio múltiple de fuentes.

161 Lc 13,20-21; 15,8-10.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 40

Varias de estas, con María, la madre de Jesús, están junto a la cruz cuando los discípulos varones

huyen por miedo. Estas mujeres se destacan como grupo particular frente a algunos discípulos varones

siempre itinerantes (los Doce y otros) y los discípulos sedentarios (generalmente familias). Además no

sería raro pensar, dada las condiciones de la vida conyugal, que varias mujeres de los Doce y de otros

discípulos itinerantes siguieran junto a sus maridos tras Jesús, si no de modo permanente, sí de forma

eventual162.

Los rabinos israelitas, como los maestros griegos, no aceptan mujeres como discípulas, pues ellas

están dispensadas de conocer la Ley. Por lo mismo, la bêt-hammidrāsh o escuela para aprender la Tôrāh o

Ley estaba vetada a las mujeres, razón por lo que no se empleaba el substantivo femenino talmidāh o

“discípula”. No faltan sentencias descalificatorias contra mujeres que quieran estudiar la Ley, como aquella

del rabí Eliezer: «Mejor quemar la Tôrāh que enseñarla a una mujer». Esta opción del mundo rabino del

siglo I resalta la originalidad de Jesús al aceptar mujeres como “discípulas” y la libertad con la que vive el

trato con ellas.

En este grupo de discípulos, hombres y mujeres, que conviven con Jesús y reciben “su pan” y

“levadura”, fue donde se guardó y propagó el recuerdo de sus enseñanzas relativas al discipulado

(“tradición discipular”) que reunía material oral como las parábolas del Reino, relatos vocacionales y

sentencias acerca del seguimiento. Así, por un lado, preservaban su identidad de discípulos del Señor Jesús

y, por otro, orientaban la misión que les confió. Tanto estos discípulos itinerantes como los sedentarios

validaban los recuerdos de Jesús en relación estrecha con alguno de los Doce apóstoles.

B- Los Doce

Al interior de este segundo gran círculo nos encontramos también con “los Doce” que, como se

dijo, no son “Doce” para ser más y mejores discípulos de Jesús que el resto de los suyos. Para ser discípulo

no hay que formar parte de los Doce, sino pasar de muchedumbre a la vinculación personal con el Mesías.

El círculo de los Doce no se define como tal en razón de la calidad del discipulado que allí se vive, sino por

su significación simbólica de cara a las doce tribus de Israel y, por lo mismo, su envío o apostolado a

reunirlas como nuevo pueblo de Dios.

Por eso, si en tiempos de Jesús todos están llamados a ser discípulos, no todos están llamados a

formar parte del grupo de los Doce. El centro de referencia es Israel invitado a reconocer y seguir al Mesías

que inaugura el Reino de Dios, y no el grupo itinerante de los Doce que está al servicio del pueblo de Dios

disperso, sin pastores y sin conocimiento de Dios163. Sin embargo, por ser itinerantes e ir físicamente tras

Jesús, estos Doce, junto con aquellos discípulos de la primera hora, están en situación privilegiada de

conocer mejor al Mesías en razón de la convivencia con él y por la estrategia pedagógica adoptada por el

Maestro.

Existen cuatro listas de los Doce y sus divergencias saltan a la vista, lo que hace suponer que las

tradiciones acerca de ellos no fueron originalmente coincidentes164. Si algunos nombres no coinciden, sí

la existencia y la importancia de “doce” en la intención de Jesús, quien como “grupo de los Doce” le

162 Para algunos tampoco sería tan extraña la idea de matrimonios enviados por Jesús a evangelizar a tiempo completo. Esto,

según ellos, explicaría el silencio respecto a la “esposa” en Mc 10,29. El texto de Lc 14,26, de la Fuente Q, se referiría al

discipulado, no a la misión. Quizás también la orden a los discípulos de ir de dos en dos contemple estos casos (Lc 10,1; ver 1

Cor 9,5). Algunos testimonios posteriores de esto: Prisca y Áquila (Hch 18,2-3; Rm 16,3-5;), Andrónico y Junia (Rm 16,7),

Filemón y Apia (Fil 1-2).

163 Mc 6,34 se puede traducir así: «Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y sintió compasión por ellos, porque

estaban como ovejas sin pastor, y entonces comenzó a enseñarles largo rato»; el oficio del pastor es “enseñar a Dios”; ver Os

4,6.

164 Mc 3,16-19; Mt 10,2-4; Lc 6,14-16; Hch 1,13.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 41

confiere un carácter teológicamente simbólico. Se trata de un grupo que históricamente no se prolongará

más allá del ministerio público de Jesús. Al hablar de ellos más bien hay que tener en cuenta lo que

representan en la intención de Jesús más que su actividad histórica como Doce apóstoles.

Los Doce escogidos por Jesús, para quien su ministerio público es inseparable de ellos, significan el

cumplimiento de las promesas de Dios a los doce patriarcas y a sus descendientes, las doce tribus de

Israel. Ellos, pues, constituyen la realización efectiva de la promesa divina: Dios ya está reuniendo y

restaurando a Israel para hacerlo nuevo pueblo en virtud de una nueva alianza165. Se está, por tanto,

cumpliendo el tiempo en que las dispersas doce tribus de Israel son reunidas de los cuatros extremos de la

tierra, conducidas a su tierra y pastoreadas por su Dios en los montes de Israel, mediante su “ungido” o

“mesías”. Dios, como lo prometió, suscita para las ovejas perdidas de Israel «una fuerza salvadora en la

familia de David su siervo, como lo había prometido desde antiguo por medio de sus santos profetas, para

salvarnos de nuestros enemigos y del poder de todos los que nos odian» (Lc 1,69-71). Por este nuevo

pueblo reunido y santificado, Dios bendecirá a todas las naciones de la tierra, según la promesa

abrahámica, y santificará su nombre166.

Jesús, por tanto, al escoger a Doce y al pedirles fe y conversión ante el inminente juicio de Dios, los

constituye en representantes y pilares del nuevo Israel restaurado llamado a aceptar el reinado de su Señor

y la irrupción de su misericordia. Este nuevo Israel, a diferencia del antiguo, no se hace “pueblo de Dios”

en virtud de la raza, de la circuncisión, de la Ley mosaica, del sacrificio de corderos pascuales…, sino por

un vínculo distinto al que tanto judíos como gentiles están llamados a vivir: la fe en Jesús de Nazaret en

cuanto Mesías y Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

De este modo, la elección y reunión de Doce por parte del Mesías no tiene la finalidad de restaurar

las fronteras territoriales del antiguo Israel, sino una intención misionera: anunciar el Reino a todo Israel,

es decir, a todos los hombres y mujeres de Israel167. Los Doce, así, significan y concretizan la propuesta y

obra liberadora de Dios que parte por Israel y luego alcanza a toda la humanidad168. En este “nuevo

Israel” (la Iglesia), los Doce asumirán la función de pilares de la fe y el liderazgo pastoral y misionero,

esto es, serán los “apóstoles” o enviados al servicio de los discípulos y del anuncio del evangelio a todos.

Sin embargo, no son los únicos “apóstoles”, pues muchos “discípulos” (como los setenta y dos de

Lucas 10,1) reciben el encargo de Jesús o de la Iglesia de anunciar a los no creyentes, judíos o gentiles, el

evangelio del Reino. Por tanto y en sentido estricto, no todos los discípulos son “apóstoles”, pero sí todos

los apóstoles son “discípulos”.

Al final de los tiempos, los Doce se sentarán en doce tronos, «para juzgar a las doce tribus de

Israel» (Mt 19,28). Una vez que Israel sea reunido, los Doce, revestidos de autoridad mesiánica,

participarán en el gobierno del Ungido no sólo sobre Israel, sino también sobre la humanidad redimida y

reconciliada con Dios.

Entre aquellos de los Doce asentados en Jerusalén, probablemente con Santiago a la cabeza (43 - 62

dC.), se transmitieron los recuerdos de Jesús relativos a las profecías sobre el sufrimiento del Ungido y los

recuerdos relativos a su pasión, muerte y resurrección. Por la estrecha vinculación de esta comunidad

jerosolimitana con el judaísmo y las Sagradas Escrituras169, dichos acontecimientos ocurridos en

Jerusalén se leyeron como cumplimiento de las profecías de la antigua alianza, particularmente de los

165 Ap 21,12.14.

166 Gn 12,2-3; Is 11,11-12; Ez 34,13-16; 36,17-38.

167 La finalidad, pues, no es étnico-geográfica (intención nacionalista), sino soterio-escatológica (intención misionera).

168 Mt 10,5-10.

169 Hch 11,2; 15,5; Gál 2,11-14.

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oráculos mesiánicos, de los cánticos del Siervo de Yahveh y de la figura del justo sufriente, la que

encontramos en varios Salmos.

2- La opción y la formación

2.1- Del discípulo por tradición al discípulo por opción

Ya se indicó que para ser discípulo de Jesús no basta la admiración por él, las preguntas que suscita

y las respuestas que se buscan y, ni siquiera, en sentido estricto, la elección por parte de Jesús, puesto que si

no hay una opción conciente y libre del elegido que siga a la elección y comprometa la persona tampoco

habrá seguimiento responsable, alegre y testimonial. Para ser de los suyos se requiere la contraparte: el acto

humano -sostenido por la gracia- de optar por una vinculación o relación interpersonal con Jesús

resucitado.

La opción libre es propia del ser humano en cuanto tal. De éste se espera, en todos los ámbitos de la

vida, respuestas responsables, discernidas en conciencia y ejecutadas con libertad. En algunos ámbitos, este

tipo de respuesta no siempre se da e, incluso, no siempre es posible por fuerte influencia de la maldad y de

estructuras personales y sociales que ahogan los anhelos de bondad del hombre o debilitan gravemente el

ejercicio de su libertad. El gran desafío para el discípulo de esta época es pasar del cristianismo por

tradición a un discipulado por opción.

No es que la opción del hombre por Jesús genere el dinamismo cristiano, sino la iniciativa y amor

gratuito del Padre Dios: él «nos amó primero» es la certeza de fe del discípulo amado (1 Jn 4,19). La

experiencia sostenida y transformadora de Dios y de su amor hacen de la opción humana un verdadero don

y no una fatigosa decisión, y un don que mira a modelar una existencia que responda con generosidad a la

gracia y a los desafíos del mundo de hoy.

La opción por Jesús conlleva la decisión por formarse en el seguimiento de su Persona, en la

capacidad de asumir cada vez con más radicalidad su estilo, su destino, su misión. Se trata, en realidad, de

aspectos que se condicionan mutuamente: la opción debe extenderse en formación, y ésta hace cada vez

más lúcida la opción. Ambas miran a adquirir una forma característica de ser y actuar como discípulos en el

hoy y aquí concreto de la vida, haciendo histórico el cristianismo. El discípulo opta y se forma para un

seguimiento encarnado.

La opción y formación del discípulo se juega en varios aspectos. Destacamos los más importantes,

algunos ya mencionados: optar y formarse para…

a- Escuchar y ver a Jesús.

b- Compartir su estilo de vida y destino.

c- Llevar a cabo adhesiones vitales e imprescindibles, y

d- Hacerse de “los suyos”.

2.2- Seguir a Jesús para verlo y escucharlo

La opción fundamental es por una persona, Jesús de Nazaret en cuanto Mesías e Hijo de Dios.

Nunca el cristianismo fue ni será una teología o una ética, sino el don de la misma persona de Jesucristo

que salva: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con

un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación

decisiva»170.

170 BENEDICTO XVI, Deus caritas est, nº 1.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 43

Ya vimos que el llamado de Jesús con verbos como “seguir” o sintagmas como “ir detrás de él”

tienen la finalidad de vincular al elegido con el Señor resucitado. Esta vinculación implica -por parte del

elegido- optar por Jesús y formar su discipulado en vista a la comunión de vidas, en fecunda alianza, y al

encargo misionero.

Jesús no enseña a los suyos recetas para cada momento histórico. En la convivencia con él se

aprehenden su identidad y misión y se interiorizan sus motivaciones que hacen posible la concreción de los

valores alternativos del Reino en culturas y diversas épocas históricas. Sólo de esta forma el cristianismo se

pondrá y anunciará en diálogo con la historia y, por lo mismo, respuestas válidas a los anhelos profundos

de sentido y trascendencia del ser humano.

La opción personal de seguir a Jesús involucra varios aspectos. Destacamos tres:

a- Seguir a Jesús,

b- para escucharlo y verlo, y

c- aprender a ser hijos e hijas del Padre celestial.

a- Seguir a Jesús es hacer propio el itinerario formativo con el que el Nazareno modela la vida de

sus elegidos y los prepara para el anuncio del Reino.

Este itinerario formativo en Marcos se vive al ritmo del itinerario geográfico:

Su revelación pública comienza con el bautismo donde Juan bautiza, al este del río

Jordán, en torno a Betania de Perea bajo el domino de Herodes Antipas, cerca del Mar

Muerto; más tarde, Juan se trasladará a Ainón, cerca de Salín, dependiente de

Escitópolis, ciudad de la Decápolis171.

Luego del encarcelamiento y muerte del Bautista a manos de Herodes Antipas172, Jesús

inicia su ministerio público en las aldeas de Galilea. Desde Cafarnaún, hogar de Pedro

y punto de referencia en su itinerancia misionera173, extiende su anuncio por Galilea,

bajo la jurisdicción de Herodes, y por sus alrededores, territorios paganos en los que no

reinaba Herodes, como -por ejemplo- Tiro y Sidón en Fenicia, pertenecientes a la

tetrarquía de Herodes Filipo II174, y ciudades de la Decápolis175. Jesús se mueve

exclusivamente en las aldeas rurales, evita las grandes ciudades y se cuida de transitar y

vivir en los dominios del violento rey Antipas.

Después de unos tres años de ministerio anunciando el Reino, Jesús abandona Galilea y,

en un recordado viaje en el que pasa por Perea, lugar de los bautismos de Juan, sube

con los suyos a Jerusalén, en la región de Judea, la capital del país ubicada en la zona

montañosa del sur.

171 Jn 1,28; 3,23.

172 Mt 14,1-12. Para la tradición evangélica, la muerte del Bautista se debe a su condena por el adulterio de Herodes, en cambio

para JOSEFO, al miedo de Herodes a que el movimiento de Juan se transformara en una revuelta sangrienta (Antigüedades

judías, XVIII 118). La separación de su mujer le costó a Herodes una derrota en la guerra con el rey nabateo Aretas IV, padre

de la mujer despechada por preferir a Herodías, esposa de su medio hermano Herodes Filipo I.

173 Mc 1,21-2,1; 9,33; Jn 2,12; 6,17.24.59.

174 Llamado sólo “Filipo” en el Nuevo Testamento y hermano de Herodes Antipas. Cfr. Mc 7,24; 8,27.

175 Mc 5,1.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 44

Finalmente, sucedidos los acontecimientos pascuales y una vez resucitado, pide a los

suyos volver al norte, a Galilea, y esperarlo allí176.

En perspectiva teológica, este itinerario geográfico corresponde al itinerario formativo de un

discípulo como tal:

- el río Jordán y la actividad del Bautista, al período del bautismo de Jesús y la revelación

a Israel de su filiación y misión;

- la región de Galilea de los paganos y sus alrededores, inmediatamente después de la

muerte de Juan, al período de convivencia de Jesús con sus discípulos, a la

revelación del Reino mediante palabras y signos y a la explicación a los suyos del

contenido de parábolas, enseñanzas y acciones;

- la capital Jerusalén y el ministerio de Jesús allí, al período de la pascua como oferta de la

propia vida para salvación de todos, y

- el mandato de retornar a Galilea, al período de la misión o anuncio del Reino, previa

memoria agradecida y resignificación, gracias al don del Espíritu, de lo que Jesús

hizo y enseñó.

b- Se sigue a Jesús para escucharlo y verlo, disposiciones discipulares de importancia capital,

puesto que el Reino acontece por palabras y acciones del Mesías que exigen testigos:

escuchar, ver, tocar, sentir, contar…

En la Escritura, “escuchar” no es sólo “oír”, sino también “obedecer”177. Discípulo es aquel

de “oídos abiertos” que vive pendiente, mediante la escucha, de las palabras de Jesús y de su

proyecto. “Oídos abiertos” es metáfora de la disponibilidad para obedecer los mandatos de

Dios178; en cambio, “tapar” o “cerrar los oídos” es metáfora de la incapacidad de vivir en

diálogo con el Señor y aceptar su revelación179.

El Padre regala el don de iluminar “los ojos del creyente”, metáfora -esta vez- de la capacidad

de contemplar al Hijo, incrementando la adhesión de fe y generando una sostenida

conversión. Este modo de “ver a Jesús” es el argumento que invoca Pablo para validar su

pertenencia a él y la misión recibida: «¿Acaso no soy apóstol? ¿Es que no he visto ya a

Jesús, nuestro Señor?» (1 Cor 9,1). Porque “ha visto”, Pablo es apóstol o enviado.

Escuchar y ver a Jesús es la primera labor de un discípulo, pues así se conoce al Señor y se

entra en comunión de vida con él. Sólo quien lo ha escuchado y visto es quien se transforma

en ministro de la palabra y testigo de su vida180. Es el itinerario vivido por María

Magdalena quien anuncia a los apóstoles: «“¡He visto al Señor!”. Y les contó lo que Jesús le

había dicho» (Jn 20,18)181. Sólo se puede “contar al Señor” cuando “se lo ha visto” para

poder “decirlo” como verdadero testigo.

176 Así en Marcos y Mateo, pero no Lucas.

177 Mientras “escuchar” se dice en griego akoúō, “obedecer” yp-akoúō, esto es, tienen la misma raíz.

178 Is 50,4b-5.

179 Jr 6,10.

180 Lc 1,1-4.

181 Ver 1 Jn 1,1.3; 2 Pe 1,18.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 45

A diferencia de los obcecados de corazón, el discípulo es bienaventurado porque ve y oye.

Mientras aquellos se cierran al misterio del Reino, los discípulos de Jesús, mirando y

escuchando a su Maestro, abren el corazón a dicho misterio182.

La tradición evangélica recogida en los Sinópticos tiene por fundamento a aquellos que

escucharon y vieron al Señor, quienes -por lo mismo- contaron con el status de testigos que

los revistió de autoridad normativa entre los primeros cristianos.

c- Escuchar y ver a Jesús tiene sobre todo una finalidad: ser hijos en y por el Hijo primogénito.

Jesús inculca a los suyos su pasión decisiva y orientadora: el amor infinito por su Padre

celestial y la imagen nueva de Dios como ’Abbá de sus discípulos (“padre, papito”). Ser

discípulo de Jesús es tratar a Dios como ’Abbá viviendo una relación intensamente filial con

él, aspecto que desarrollaremos al hablar del momento de revelación.

2.3- Compartir estilo y destino de vida del Mesías

La convivencia con Jesús apunta a la imitación del Maestro. Y el discípulo lo imita sobre todo en

su estilo de vida, marcado por el servicio al Reino de Dios. También Jesús prepara a los suyos para que lo

imiten asumiendo su destino que también está íntimamente unido a la realización del Reino del Padre.

El estilo de vida y el destino de Jesús son consecuencias de su conciencia de filiación y misión, y

responden -a los ojos de sus contemporáneos- al estilo y destino propio de un profeta carismático de

liderazgo propositivo. Asumir y vivir dicho estilo y destino de vida son rasgos propios de una auténtica

espiritualidad de seguimiento.

Involucran varios aspectos:

a- Itinerancia por Jesús y el Reino.

La vida de Jesús es itinerante, sin domicilio fijo. Jesús vive como hombre desarraigado porque

tiene puesto su corazón en el Padre y en el anuncio de su Reino. Sin embargo, Jesús no

pretendió un movimiento itinerante, de abandono de aldeas y ciudades para refugiarse en el

desierto o lugares despoblados, sino la instauración del Reino en el pueblo de Dios que

habitaba en ellas. Su itinerancia responde a una estrategia misionera: está al servicio de la

reunión y restauración del pueblo elegido de Dios disperso en las aldeas de Galilea y sus

contornos. Él es el Buen Pastor que recorre las aldeas para reunir y alimentar con el pan de

la Buena Nueva al disperso pueblo de Dios. Esta forma de proceder revela la irrupción de

los nuevos valores y razones para creer, esperar y amar propios de la nueva alianza.

Hacer de la itinerancia una estrategia misionera en el siglo I exigía, por lo menos, relativizar la

importancia de la familia como núcleo estructurador de la vida, abandonar el oficio y asumir

una vida de pobreza y celibato, y esto último debió llamar poderosamente la atención en

aquella sociedad183. La opción de vida itinerante por la misión en una sociedad pre-

industrial y agraria, como la del siglo I, trae necesariamente consigo inseguridad y

marginalidad, pobreza e, incluso, indigencia. Sin embargo, nada de esto tiene para Jesús una

motivación ascética o de perfección de vida, sino que encuentra su razón de ser en el envío

182 Mt 13,10-17. Varias son hoy las mediaciones que permiten al discípulo misionero escuchar y ver realmente a su Señor

resucitado. El Documento de Aparecida (nsº 246-265) presenta como lugares de encuentro con Jesucristo: la Palabra de Dios

consignada en la Sagrada Escritura; la Sagrada Liturgia, particularmente la celebración de los sacramentos de la Eucaristía y la

Reconciliación; la oración personal y comunitaria; la comunidad viva; los pobres, afligidos y enfermos; la piedad popular.

183 Mt 19,12; Mc 10,28-29; Lc 9,57-62.

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del Padre, es decir, en la misión de pastorear al pueblo de la nueva alianza, anunciando a

todos el Reino de Dios.

Además de esta finalidad misionera, su itinerancia -dado el origen y el destino de Jesús- es

también signo filial de su camino a Jerusalén, donde cumplirá su éxodo, pues allí volverá a

las manos del Padre de las que salió184. Aún más, si tenemos en cuenta la importancia del

paradigma teológico del éxodo en la antigua alianza, la itinerancia de Jesús es signo

discipular para aquellos que quieren vivir un nuevo éxodo caminando tras el Mesías, nuevo

Moisés, para entrar en el Reino de Dios. Finalmente, dada la situación de los campesinos

del siglo I que perdían con frecuencia sus tierras a manos de funcionarios herodianos y

terratenientes poderosos, la itinerancia por el Reino se transforma en signo profético de la

fuerza liberadora del Reino y de abandono en Dios providente que intervendrá -como la

historia de la salvación lo confirma- en favor de pobres y oprimidos. Así también el Dios

del Reino da contenido a la esperanza de los pobres de Yahveh.

b- Renunciar a sí mismo.

Dos son las condiciones que marcan a fuego el estilo de vida y el destino del que sigue a Jesús:

«Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que

me siga» (Mc 8,34). Renuncia a sí mismo y llevar la cruz son características propias del

discipulado cristiano.

La renuncia o el “negarse a sí mismo” (Mc 8,34: aparneómai heautou) para irse con Jesús es

relativizar y, muchas veces, abandonar las fidelidades que se profesan a personas (entre

ellos, la familia) o a ideales políticos (el “mesianismo nacionalista”) y religiosos (la

“religión doméstica”), realidades que conforman la red básica de la existencia de un judío

del siglo I. La razón es hacer de Jesús la fuente y el referente absoluto de la propia vida.

Quien “se niega a sí mismo” es aquel que renuncia a pensar «como los hombres» y, por aceptar

a Jesucristo, comienza a pensar como Dios (Mc 8,33). Pedro, que toma aparte a Jesús para

reprenderlo porque se dirige a Jerusalén, es modelo eximio en aquel momento de cómo

piensan los hombres. Pedro no quiere persecución ni muerte, sino dominio y triunfo: ¡Pedro

no quiere renunciar, sino poseer, al igual que Satanás!

“Negarse a sí mismo” es “re-negar” de lo de antes, porque frente a Cristo nada ni nadie tiene el

valor de camino, verdad y vida. Cuando el discípulo no reniega de sí mismo, puede terminar

-como Pedro- renegando del Señor (Mc 14,30: aparneómai).

El discípulo, al igual que el Maestro, tiene que hacerse Siervo de Yahveh y estar dispuesto a

cambiar los referentes vitales para afirmar la supremacía del Padre y su encargo.

c- Cargar con la cruz.

La “cruz”, el símbolo más escandaloso del siglo I, es mencionada por Jesús para referirse al

destino que le espera a él y a su discípulo. “Cargar con la cruz” es asumir el rechazo y la

ignominia dispuesto incluso a morir en la cruz por el sentido que Cristo lo hizo: inmolando

la vida para que otros tengan vida.

Sin embargo, la expresión “llevar” o “cargar la cruz” no se refiere al momento de la muerte en

cruz, sino al camino hacia la ejecución, momento de escarnio y burla pública de Jesús. Se

refiere, pues, a la ignominia y los sufrimientos que hay que asumir por seguir el camino de

Jesús. Quien sigue a Jesús tiene que “llevar su cruz cada día” como un condenado a muerte,

184 Lc 9,51; 23,46; ver Jn 16,28: «Salí del Padre y vine al mundo, ahora dejo el mundo para regresar al Padre».

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recibiendo -por ser de Cristo- la burla, el desprecio, el descrédito… y hasta la muerte si

fuera necesario.

Ahora bien, como ya se indicó, “cargar con la cruz” -según la Fuente Q185- se refería

originalmente a sobre llevar el conflicto y la marginación a causa de la ruptura con la

familia por seguir al Señor. Esta ruptura es para integrarse a una nueva familia con su

exigencia fundamental de obediencia y respeto, por sobre todos, al nuevo pater familias, el

Padre celestial186. Así lo expresa Lucas: «Si alguno quiere venir conmigo y no está

dispuesto a renunciar a su padre y a su madre… incluso a sí mismo, no puede ser mi

discípulo. El que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser mi discípulo» (Lc

14,26-27).

La decisión de romper con la familia para seguir a Jesús era para aquellos hombres una

metafórica crucifixión social y religiosa, porque a la renuncia de la familia seguía la

hostilidad de la misma y la muerte (física o espiritual) del miembro considerado y tratado

como traidor. De aquí la necesidad de discernir si “la renuncia a sí mismo” y “llevar la cruz”

por el seguimiento se pueden vivir con fidelidad, porque de modo contrario es como si se

construyera una torre que luego no se puede terminar o se saliera a combatir con diez mil al

que ataca con veinte mil187.

Quien se entrega en fidelidad siempre, hasta cuando el Reino alcance su plenitud, recibirá

como recompensa la participación en la misma función del Hijo del hombre188.

d- Inmolar la vida por Jesús y el Reino.

Cuando a Jesús le advierten que Herodes lo busca para matarlo, afirma que seguirá igual su

viaje a Jerusalén, «porque es impensable que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Lc

13,31-33). Jesús tiene conciencia que como profeta verdadero vive su existencia como “pro-

existencia”, es decir, como comunicación del Padre y existencia donada para vida de

otros189. Por tanto, estilo y destino de vida de Jesús están marcados por la inmolación de

su vida y el amor oblativo al modo del Siervo de Yahveh190.

Jesús pide a sus discípulos que estén dispuestos a perder la vida por él y por el Reino, incluso

hasta la muerte: «El que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y

por la buena nueva, la salvará» (Mc 8,35). La existencia del discípulo, como la del Maestro,

se hace fecunda cuando entrega la vida hasta la muerte física para testimoniar lo absoluto

del Padre y su Reino.

Jesús recurre a dos metáforas para hablar a sus discípulos de una vida inmolada en beneficio de

los otros: «Beber el cáliz que yo voy a beber» y «bautizarse con el bautismo con que yo me

voy a bautizar» (Mc 10,38). Ambas indican que quien anuncia el Reino y lo hace como

Jesús debe estar dispuesto a aceptar el rechazo, el sufrimiento y la muerte con la convicción

de que el mismo Dios hará fecunda la entrega. Estas metáforas están dichas a las puertas de

la Jerusalén de la cruz hacia donde Jesús se dirige con sus asustados discípulos.

185 Ver Lc 14,26-27 // Mt 10,37-38.

186 Mc 3,20-21.31-35.

187 Lc 14,28-32.

188 Mt 19,27-30.

189 Cfr. RATZINGER, Jesús de Nazaret, 409; SCHÜRMANN, El destino de Jesús, 267-354; Documento de Síntesis, nº 97.

190 Is 53,4-6.

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Los aspectos que hemos considerado y que marcan el estilo de vida del cristiano no tienen razón de

ser en sí mismos:

a- La itinerancia física es para testimoniar y anunciar el Reino a todos como soberanía

paterno/materna en el mundo presente del Padre de Jesucristo. La itinerancia física tras

Jesús se transforma para el discípulo de hoy en signo discipular o itinerancia espiritual que

consiste en la conversión permanente para ser mejor hijo y miembro de su familia y para un

anuncio del Reino cada vez más «performativo»191.

b- La renuncia a sí mismo y llevar la cruz es “por mí y el evangelio” dice Jesús, con el propósito

de generar aquellas motivaciones y conductas que hacen posible la vinculación vital con el

Mesías y permiten testimoniarlo como Salvador. Para aprehender la Vida (Jesús) hay que

despojarse de “este mundo” que no reconoció al Mesías y que lo persiguió hasta su muerte

en cruz.

c- La inmolación de la vida no es sólo para alcanzar la vida plena y eterna, que el Padre por su

Hijo ya en germen ofrece en esta tierra, sino también -como se indica en la literatura

paulina- para completar lo que falta a las tribulaciones de Cristo en favor de todos192. Este

estilo de vida es siempre evangélicamente fecundo.

También descubrimos el estilo de vida que Jesús inculca a sus discípulos en acciones con

connotación pública que no se ajustan al sistema socio-religioso vigente, por lo que provocan escándalo y

controversia. Entre éstas se cuentan: comer con publicanos y pecadores, su aparente falta de respeto hacia

prácticas de culto (ayuno, sábado, ritos de pureza, pago de diezmos…) y hacia lugares de culto (Templo),

arrogarse autoridad para perdonar pecados, tocar a gente impura y dejar que lo toquen, incluso

prostitutas…, todas conductas sancionadas por la Ley y las costumbres de Israel. Incluso, muchas de sus

parábolas, manifiestan -por un lado- la tensión entre la religión como se practicaba entonces y las

costumbres que imponía la cultura del siglo I, y -por otro- los valores que el Reino exigía a quien se hacía

discípulo del Reino, contraviniendo costumbres y disposiciones legales.

Debido a estos comportamientos social y religiosamente desadaptados, Jesús era objeto de variados

insultos como identificarlo con “Belcebú” o llamarlo “samaritano”193 o deslizar la ofensa gravísima de

“eunuco” o tildarlo de “comilón y borracho” y “amigo de pecadores”194, estigmas sociales que buscaban

denigrarlo en el conciente religioso de los israelitas. Un hombre así, ¿puede ser enviado de Dios?, ¿puede

sustentar seriamente su pretensión de ser “el mesías” del Dios santo de Israel?

Los discípulos de Jesús pronto socializan el estilo de vida de su Maestro: comen en día sábado, se

juntan con pecadores, tocan enfermos, no ayunan cuando deben hacerlo... También ellos, como su Maestro,

serán perseguidos por contradecir la pureza ritual (confundida con “la santidad”) a la que Dios llama a su

pueblo. Incluso en esto, Maestro y discípulos comparten la vida, convirtiéndose en signos de la presencia

soberana y liberadora del Padre celestial y de su opción preferencial por pecadores y marginados. En el

origen, los discípulos no deben haber entendido que con dicho comportamiento Jesús encarnaba profética y

carismáticamente la novedad del reinado de Dios, es decir, que su conducta escenificaba la soberanía

191 «Esto significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación

que comporta hechos y cambia la vida», BENEDICTO XVI, Spes salvi, nº 2.

192 Col 1,24.

193 Mc 3,22; Jn 8,48.

194 Mt 19,12; Lc 7,34.

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salvífica de Dios como Padre ofrecida a todos, aunque de modo preferente a pobres y pecadores. Después

de Pentecostés, los discípulos accederán a la lectura verdadera no sólo de su enseñanza, sino también del

comportamiento “desadaptado” de Jesús.

2.4- Llevar a cabo adhesiones vitales

Sólo el amor de Jesús hace posible las rupturas para llevar a cabo las adhesiones vitales que él

exige a los que llama a seguirlo. Dos de estas rupturas, cuando se oponen a su camino, son con la Tôrāh o

la Ley mosaica y con la familia.

En el primer caso, Mateo, que tiene por destinatarios a cristianos que vienen del mundo judío,

mitiga la perspectiva y presenta a Jesús como plenitud de la Ley195. De todas formas, ni para Mateo ni

para los otros evangelistas, Jesús no desprecia el papel de la Ley en la vida de su pueblo y -sin duda-

aprecia no sólo a su propia familia, sino la institución familiar como voluntad de Dios y a cada uno de sus

miembros, particularmente la mujer y los niños196. Es difícil pensar que la gran muchedumbre, compuesta

mayoritariamente por judíos, hubiera seguido a Jesús si éste promoviera la ruptura porque sí con la Ley y la

familia.

La renuncia que exigía Jesús es por conflictos graves de intereses dada la imposibilidad de servir a

dos señores.

Por tanto, cuando hablamos de ruptura con la Ley y la familia es en el entendido de que hay

conflictos de fidelidades irreconciliables entre la propuesta de Jesús y las exigencias que impone la Ley

mosaica (mal entendida) y la familia judía o gentil; estas experiencias de rupturas por causa de Cristo no

debían ser pocas en la Palestina del siglo I197. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no siempre que

había una conversión había conflictos de fidelidades, puesto que tampoco era raro que a la conversión del

jefe de hogar siguiera la de toda la familia198. Incluso hay testimonios en el mundo no judío que cuando

marido y mujer, uno cristiano y el otro no, aceptaban vivir juntos y en paz no se rompía la unidad conyugal

ni familiar199.

Estas y otras rupturas son evangélicamente posibles por la certeza de ser elegido y amado por Jesús.

La vinculación con el Señor le permite al discípulo vivir su adhesión al Resucitado como plenitud de la

voluntad de Dios, perfeccionando así la Ley mosaica, y como plenitud de comunión con Dios,

perfeccionando así la unión que proviene de “la sangre” o con los parientes. El modelo es Jesús mismo

que, por el Reino, se enfrenta a sus parientes que dicen que está trastornado y no creen en él. Cuando

adolescente, Jesús ya había confesado que la preocupación filial por las cosas de su Padre celestial

constituye la razón de su vida200.

La ruptura con la familia por el Reino tiene consecuencias existenciales, pues es ruptura con “la

sangre”, con los de mi misma sangre201. Si se tiene en cuenta que -según la mentalidad del siglo I- la vida

está en la sangre, abandonar la familia corresponde a un suicidio social y personal. Dejar la familia es “de-

sangrarse”, esto es, renegar de la “sangre familiar” que me hace de “esta familia” y me vincula a su

historia, a sus antepasados y tradiciones, dándome un status socio-económico en el medio en el que vivo

195 Mt 5,17-19.12.

196 Mc 10,1-16; Lc 2,51; 11,11-13.

197 Lc 12,51-53.

198 Hch 11,14; 16,15.31; 18,8.

199 Ver 1 Cor 7,12-14.

200 Lc 2,48-49.

201 Lc 14,26.

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imprescindible para una sana y próspera vida social. Dejar la familia es perder referencias vitales: la

identidad personal y social que provenía de la familia y no del individuo (personalidad diádica), el honor,

la estabilidad laboral y la seguridad material, y -en muchos casos- la fecundidad y la descendencia.

Esta ruptura -encarnada por figuras proféticas y apocalípticas- es para muchos del siglo I la piedra

de tope en el seguimiento de Jesús: sólo quien rompía con los suyos cuando se oponían a Jesús podía ser su

discípulo202. El abandono de la Ley o la familia desencadenaba de inmediato una virulenta persecución

por parte de judíos piadosos y de los parientes (que debían salvaguardar su honor de “judíos justos”,

cumplidores de la Ley), haciéndose así realidad la palabra de Dios por el profeta Miqueas: «No se fíen del

prójimo…, ten cuidado de lo que hablas…, porque el hijo desprecia al padre, la hija se alza contra su

madre, la nuera contra su suegra. ¡Sus propios parientes se convierten en enemigos!» (Miq 7,1-7). Esta era

la pesada cruz que debía cargar el discípulo de Jesús203.

El hecho de que estas rupturas sean por Jesús y por el evangelio nos indica que se realizan en razón

de una nueva adhesión vital: la persona de Jesús, su misión y su comunidad. La adhesión a él es fuente de

conocimiento del querer Dios que hay que proclamar. La adhesión a los suyos es integración a una familia

subrogada que se genera por la acogida de Jesús, Mesías e Hijo del Padre, y de su escucha atenta y

obediente. El Padre de Jesús es ahora el Padre de esta gran familia y de cada uno de sus miembros.

Por tanto, la propuesta de Jesús es cambiar los referentes vitales, no a vivir sin Ley ni familia. La

aceptación de corazón de estos nuevos referentes es lo que hace “ser de los suyos”, pues otorga una nueva

identidad (hijos e hijas de Dios), sustenta el honor en la santificación del Padre y hace posible la fraternidad

y la fecundidad (tanto casados como solteros) al modo del célibe Jesús.

2.5- Hacerse de “los suyos” o de “su familia”

El mayor signo de la victoria de Jesús sobre el individualismo y la división, después de su muerte,

es la permanencia de sus discípulos como comunidad del Resucitado.

Para el cristiano de antes como para el de hoy, la opción por Jesús implica necesariamente la opción

por pertenecer a esta comunidad. No se puede ser discípulo fuera de la comunidad escatológica de

servidores y testigos fundada por Jesús.

En el Nuevo Testamento, aunque sólo una vez, se emplea el sustantivo griego symmathētēs o

«condiscípulo» (Jn 11,16), para indicar así la conciencia de ser todos por igual “de Jesús”. Hacerse

discípulo de Jesús, por tanto, es hacerse discípulos-con-otros de Jesucristo, formando parte de un mismo

rebaño conducido por un mismo Pastor y alimentados con una misma vida.

Por tanto, la opción del discípulo por Jesús es también opción por la familia de Jesús, por

incorporarse a los que llevan por nombre “cristianos”, a aquellos que han sido hechos en y por Cristo nueva

criatura204, enviados a prolongar en el mundo la misión de Cristo. Se entiende que la formación del

discípulo, la que tiene lugar en el seno de esta nueva comunidad, sea sobre todo formación a “ser de los

suyos” para “ser su testigo”. En realidad no hay opción por Jesús sin la opción por la familia de Jesús, que

no sólo es compromiso de pertenecer a ella, sino también de vivir el peculiar carácter comunitario de la

adhesión a Jesús. La Iglesia en cuanto comunidad de vida y gracia no es una realidad ajena al discipulado,

aún más, éste es radicalmente comunitario.

202 Lc 9,59-62; 18,28-30.

203 Mt 10,34-39 que cita Miq 7,6.

204 Ver Hch 11,26 y 2 Cor 5,17.

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Cuando Jesús llama a los primeros discípulos los “hace cuerpo”: «Los hizo Doce», se lee en el texto

griego del Nuevo Testamento205. Para hacerlos la comunidad escatológica, dedica tiempo y energía,

enseñándoles a no pelearse ni tener envidias, a corregirse fraternalmente y a perdonar, a vencer los temores,

las dudas y a confiar en Dios, a superar las divisiones, a hacerse servidores unos de otros, a plantearse los

acontecimientos desde los caminos de Dios, a rechazar la ira y la violencia206.

Hay valores como el servicio, el respeto mutuo, el no pretender otro lugar que el que corresponde,

el perdón, el sacrificio por el grupo posponiendo el interés individual y la lealtad a toda prueba, propios de

las relaciones de parentesco en una familia sanguínea. Esto indica que la intención de Jesús es formar a los

suyos como verdadera familia de parientes que favorezcan -por un lado- las relaciones de fraternidad y -

por otro- la confianza filial en el Padre celestial y su santificación, realizando su voluntad. Para esto, Jesús

traspasa las fronteras de “la sangre” y estructura su comunidad escatológica en virtud de la fe y del amor, la

hace posible y fecunda por su Misterio pascual y el don del Espíritu y le encarga los valores del Reino

como signos de la presencia real y eficaz de Dios en cuanto Padre de todos.

Quien se vincula a Jesús pasa a integrar esta familia de Jesús como familia sustitutiva de la

sanguínea. Dicho de otro modo: no pertenece a la intención de Jesús la vida en comunión con su discípulo

al margen de la comunión de éste con aquellos otros condiscípulos que participan de la misma vida del

Resucitado y del mismo don del Espíritu.

V- «¡Gracias Padre por dar a conocer estas cosas a los pequeños!»: momento de

revelación

1- Las “pasiones” del Mesías

La revelación de Jesús no es la de un académico que inculca ideas y teorías a alumnos que lo

escuchan atentamente, buscando aprender. La existencia histórica de Jesús con sus relaciones, sus

enseñanzas y gestos públicos y privados (dirigirse a los suyos, mirar, tocar, reírse…) revelan tres

fundamentales realidades que explican su vida: el Padre, el encargo o Reino del Padre, y el hombre y su

felicidad o salvación207. Estas tres realidades, reveladas con tal ardor en la vida histórica de Jesús Mesías

(por eso “pasiones”), movilizan su existencia y lo impulsan en su misión: ¡son la razón de su ser y de su

quehacer en medio de los hombres!

No se trata de revelaciones o “pasiones del Mesías” desconectadas unas de otras, sino íntimamente

unidas, complementarias e interdependientes. La pasión por su Padre lo lleva a asumir su encargo (el

Reino) como Hijo fiel y obediente, encargo que consiste en la donación de su propia vida para dar vida

nueva a los hombres. El Padre es quien aporta la plenitud de sentido para su vida.

Estas pasiones tienen una doble fuente: por su condición de Hijo de hombre, una profunda y

personal experiencia religiosa en sintonía con la historia de salvación del pueblo de Dios, y por su

condición de Hijo de Dios, el conocimiento perfecto de su Padre celestial y la experiencia única de su

amor.

Antes de profundizar en la pasión por el Padre, describamos cómo los discípulos accedieron al

conocimiento de estas pasiones del Mesías.

205 Mc 3,14 que emplea el verbo poiéō: “hacer, causar, efectuar, crear, establecer”.

206 Mc 10,43-45; Mt 8,26; 18,15-17.21-35; 20,24; Lc 9,54-55; 12,4-7.54-57.

207 Al respecto, el «Tomo III: Compañeros y competidores» de MEIER, Un judío marginal; cfr. GUIJARRO: «Seguidores de Jesús y

oyentes de la Palabra» en SILVA, GUIJARRO y AGUIRRE, Kērigma, discipulado y misión, 68-70.

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Jesús revela a Dios mediante su vida y mediante el sentido que le da a su muerte. Frente a su vida,

Marcos, exagerando un poco, nos informa que los discípulos de Jesús poco y nada comprendían de él208.

Frente a la muerte de Jesús, Lucas es detallista al describirnos la situación anímica de los discípulos

después de la sepultura del Maestro209. ¿Por qué los discípulos no se desbandan con la muerte del líder?

Los seguidores de otros líderes es lo primero que han hecho210. La admiración intensa por Jesús les hace

perseverar en una secreta esperanza: fue tan excepcional su paso por este mundo que las cosas no pueden

terminar así. Pero el tiempo y el miedo deshacen cualquier esperanza sustentada sólo en la admiración.

Será la relectura de las promesas mesiánicas contenidas en las Sagradas Escrituras, las apariciones del

Resucitado y el mandato de permanecer en Jerusalén (según Lucas) esperando el don del Espíritu, lo que

los mantendrá unidos y expectantes.

Pentecostés fue el acontecimiento salvífico que re-dimensionó todo según el plan de Dios. La

venida del Espíritu es don divino para crecimiento y unidad de los suyos, para conocimiento pleno de Jesús

por la comprensión íntegra de la Escritura y para testimoniar la Buena Nueva211. Enfrentados a la tarea de

anunciar a Jesucristo a judíos y gentiles, los discípulos re-leen o re-significan la existencia de Jesús, tanto

su vida como su muerte y su misión.

Entonces alcanzan la verdad completa que, por su obstinada incomprensión, no habían logrado: que

toda la vida de Jesús es manifestación del encargo de Dios, su Padre, de hacer presente su Reino en cuanto

Padre, para salvación de todos los hombres. Descubren también que si Jesús vivió por esto, murió también

por esto. Su muerte, pues, se explica por su pasión por el Padre y su encargo, y dicha donación es vida

nueva para quien lo acepta por la fe y el bautismo.

Por tanto, parece bastante claro que los discípulos no accedieron de modo inmediato, apenas se

vinculaban al Jesús histórico, a la comprensión de la revelación o “pasiones del Mesías”. No bastaba verlo

y escucharlo, quizás sí para intuir dichas pasiones, pero no para alcanzar el conocimiento pleno de ellas.

Sin el Misterio Pascual, sin las apariciones del Resucitado ni Pentecostés era imposible. El conocimiento y

la adhesión a la revelación o “pasiones del Mesías” es siempre don del Padre.

2- Pasión por el Padre

Jesús de Nazaret -como Hijo de hombre y en virtud de la “ley de la encarnación”- nutre su

experiencia religiosa de sus contextos vitales. Jesús, hijo de judíos, entre los 6 y los 12 años, educado por

sus padres y el “encargado” de la sinagoga de Nazaret, aprende a memorizar diversos fragmentos de la

Escritura acerca de la historia religiosa de su pueblo. Conoce así que Yahveh, Dios Creador y Redentor,

escogió a Israel de entre todos los pueblos de la tierra haciéndolo su pueblo y haciéndose para él su Dios

(alianza). También, en el seno de su familia, le enseñaron las gestas de Yahveh en favor de Israel, a respetar

y conocer a Dios, a practicar su voluntad (los mandamientos) y vivir acciones cultuales que caracterizan la

religión del pueblo de Dios: la celebración de la cena pascual, la limosna, la oración212 y el ayuno. Por sus

padres, particularmente por boca de José, su padre adoptivo, aprende a “ser pueblo de Dios” y, con ello, el

valor del otro como “prójimo” y la atención a los más desfavorecidos (pobres, extranjeros, viudas y niños).

Luego, ya adulto, es probable que su primera intuición religiosa extra-familiar esté relacionada con

la figura y la predicación de Juan Bautista a quien seguramente respetaba y admiraba. De hecho, tal profeta

208 Mc 4,13; 6,52; 7,18-19; 8,17.21; 9,32.

209 Lc 24,19-24.

210 Hch 5,36-37.

211 Ver Jn 16,13; Hch 1,8; 2,41; 28,23; 1 Cor 15,3-4.

212 Las Dieciocho bendiciones y el Shemá.

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no dejaba indiferente a nadie, pues aparecía ante sus contemporáneos como un hombre santo por su forma

de vestir, su alimentación, su predicación y su misión de bautizar. Anunciaba el juicio inminente de

Yahveh sobre su pueblo, por lo que pedía la conversión y el reconocimiento público de los pecados.

Sin embargo, esta experiencia religiosa no fue totalizante ni movilizante para Jesús, puesto que al

final casi nada de esto explica el sentido de su vida y de su muerte violenta. Jesús entiende que el proyecto

de Dios para él no es continuar la misión del Bautista.

Ya en Galilea, Jesús se desmarca de tal modo de Juan que entre su misión y la del Precursor hay un

cambio radical de carácter cualitativo, el cambio entre la misión de Juan en el desierto, al sur del país, y la

de Jesús en las aldeas de la «Galilea de los paganos», al norte del país; el cambio entre el precursor y el

Mesías, es decir, entre la Ley y los Profetas, y la actualidad de la Buena Nueva; entre los bautismos rituales

de Juan preparando el ingreso al Israel purificado, y las curaciones de enfermos y expulsión de demonios

de Jesús como signos potentes del Reino; entre el tiempo de la promesa y preparación y el tiempo de

realización del Reino de Dios rico en vida y misericordia213.

La estrategia misionera también cambia: ya no hay que ir a un solo lugar, como con el Bautista,

sino que -a diferencia de éste- Jesús se vuelve itinerante, yendo a aldeas y pueblos donde vive la gente.

Ahora el signo de ingreso en el nuevo pueblo de Dios ya no es el bautismo de penitencia, sino la adhesión

al Mesías y al Reino que él inaugura. A la proclamación de la penitencia y del arrepentimiento por los

pecados, y a la figura ascética de Juan, sigue Jesús con la proclamación de la vida y la misericordia de

Dios, razón por la que representa el Reino mediante banquetes celebrativos y alegres. El mismo Dios se

está regalando a su pueblo: ¡por esto la fiesta!214.

En Jesús de Nazaret hay algo del todo original: su experiencia de amor y sumisión filial al Padre

celestial y el don de su Espíritu que lo hace “ungido” o “mesías”. Ungido con el Espíritu para derrotar a

Satanás y su dominio sobre Israel y la humanidad. Esta vocación de “Mesías” y la misión de que Dios, su

Padre, reine como nuestro Padre es la experiencia religiosa fundante de la existencia y misión de Jesús de

Nazaret.

El relato del bautismo de Jesús, relato de unción, está en estrecha conexión con el relato de la

tentación en el desierto, relato de misión. Ambos relatos constituyen para los discípulos la revelación de la

identidad y encargo de Jesús, por lo que a su Maestro lo perciben como a los grandes hombres de Dios de

la historia de la salvación, quienes tienen la experiencia íntima de ser tomados o separados del pueblo

(elegidos), para ser transformados en mediadores del mensaje y la vida de Dios (ungidos) en favor de Israel

y la humanidad (enviados con un encargo).

La experiencia de la paternidad de Dios que Jesús vive tiene por fuente tanto su conciencia de Hijo

de Dios (filiación) como su historia terrena de verdadero Hijo de hombre ungido por el Espíritu

(encarnación).

En virtud de ambas fuentes, Jesús revela una nueva imagen de Dios no manifestada por los rabinos

de entonces, puesto que ni Moisés ni la Ley podían dar el conocimiento de Dios ni la comunión con él que

el Hijo primogénito les enseña a vivir a sus discípulos. Por lo mismo, Jesús es por sobre todo un maestro

espiritual, más aún, un mistagogo, porque lo que transmite no sólo “se aprende”, sino que “se aprehende”

dejándose seducir y atrapar por el Misterio de la mano de Jesús de Nazaret. Discípulo es aquel que vive en

comunión con el Dios de Jesucristo al modo de Jesucristo. El contenido de su ministerio público (anuncio

del Reino, su oración, la comunidad… sobre todo su muerte en cruz) es testimonio de su experiencia de la

paternidad de Dios, la que transmite a los suyos.

Jesucristo nos revela que su Padre es nuestro Padre, porque nos regala su vida por su Hijo

primogénito. El amor del Padre hecho visible y concreto en Jesús de Nazaret es el acontecimiento salvífico

213 Lc 16,16. Cfr. SILVA RETAMALES, Discípulo de Jesús y discipulado según la obra de san Lucas, 95-109.

214 Dicho cambio se ve en textos como Mc 2,18-22 y Lc 7,31-35.

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SANTIAGO SILVA RETAMALES: Jesús de Nazaret y sus discípulos 54

fundante que suscita enamorados y que genera una forma radicalmente nueva y subversiva de vivir lo de

todos los días.

Jesús nunca enseñó a sus discípulos a llamar a Dios “Yahveh”, “el Dios de mi padre” o de

“nuestros padres”, “el Altísimo”, “el Santo” o “el Santo de Israel”, “el Señor de los ejércitos”, traducido

muchas veces por “Señor todopoderoso”215…, todas fórmulas conocidas y consagradas en la religiosidad

judía. Jesús pide a sus discípulos que a su Dios lo llamen ’Abbá216, término arameo que significa “padre,

papito” y, que con ’immá (“mamá, mamita”), es la primera palabra que aprende un niño judío a pronunciar.

’Abbá pertenece al vocabulario de las relaciones familiares y cotidianas por lo que un judío de aquella

época jamás hubiera empleado un término tan coloquial para invocar a Yahveh, frente a cuyo poder y

santidad, incluso los hombres de Dios, se sentían morir. La novedad en boca de Jesús no está, pues, en la

invención del término, sino en su aplicación a “su Padre” porque es “nuestro ’Abbá”.

Considerando la relación paterno-filial en los pueblos del Mediterráneo del siglo I dC., el hijo

espera del padre el “pan”, palabra que engloba su responsabilidad en cuanto padre, puesto que si -como

colaborador de Dios- ha dado vida a un nuevo ser, tiene que darle seguridad y alimento, es decir, tiene que

cuidar esa vida217. No es lo único. También al padre le corresponde enseñarle a vivir con sentido a su hijo

en el medio socio-religioso en que la familia se desenvuelve, inculcándole las conductas adecuadas (según

el sexo) en las relaciones sociales y la práctica de la “religión doméstica”. En Israel, ésta consistía en la

transmisión de las gestas que Yahveh había obrado en favor de su pueblo218. Al padre le corresponde

también preparar al hijo para el matrimonio y para ganarse la vida con dignidad (oficio).

Por tanto, la tarea propia del padre del siglo I es la protección y sobre vivencia de su hijo, su

educación social y religiosa, la que se llevaba a cabo con gran severidad, su preparación al matrimonio y su

instrucción casi siempre en el mismo oficio del padre. La imitatio patris (“imitación del padre”) es el

objetivo fundamental de la educación del niño. Del hijo, en cambio, el padre espera respeto y sumisión,

disposiciones características de un niño judío para con su progenitor y, en general, para con todos los

mayores219. El bien principal que un hijo judío debe procurar a sus padres es el honor, la fama o el buen

nombre. Lo hace guardándoles en toda ocasión estima y respeto, cumpliendo su voluntad y haciéndose

cargo de ellos en su vejez220.

Jesús, en cuanto Hijo de hombre, además de las notas teológicas propias de su condición filial

divina, asume -en virtud de la ley de la encarnación- las características socio-culturales de la relación

padre-hijo del siglo I: es un Hijo del todo sumiso a la voluntad del Padre, que siempre actúa teniendo en

cuenta los planes e intereses de su Padre y, de este modo, lo honra o -que es lo mismo- “santifica su

nombre” 221. La comunión de Jesús con su Padre es tal, que el Hijo hace suyo todo lo del Padre, le parezca

o no222. Su punto de referencia es siempre y en toda circunstancia el Padre celestial y su voluntad. De aquí

las disposiciones fundamentales que sustentan y expresan dicha relación: confianza absoluta en el Padre,

entrega sin condiciones, diálogo frecuente con él, seguridad y gozo por contar con un Padre así.

215 Ex 3,14; 15,2; Is 5,19.24; 6,3: 28,22; Jr 7,3; Sal 97,9; 99,3.5.9.

216 Mc 14,36; ver Rm 8,15; Gál 4,6, donde la invocación aparece como aclamación bautismal obrada por el don del Espíritu.

217 Mt 6,25-26.

218 Como, por ejemplo, el éxodo, el Sinaí y el don de la Ley, la conquista y el don de la tierra… (Ex 12,26-27; Dt 6,20-25).

219 Eclo 30,1-13; para la imitatio patris ver 30,4.

220 Eclo 3,1-16; Ex 20,12; ver Col 3,20.

221 Lc 2,49; 11,2; Heb 10,5-7.

222 Mt 26,39.

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Ahora bien, sobre este trasfondo socio-cultural de la relación paterno-filial se destaca la

originalidad de la revelación de Jesucristo. Sus parábolas y acciones revelan que su Padre no se define por

su autoridad ni por cuidar de su honra o buen nombre, preocupación fundamental de un padre del siglo I.

Su Padre se define por su infinita capacidad de generar vida y por su gratuita misericordia que perdona sin

límites, acercándose a pecadores y marginados precisamente porque son tales. Este Padre ama sin exigir

nada a cambio, ni siquiera la conversión de la vida, pues su vida y perdón no tienen prerrequisitos: «¡Él nos

amó primero!» (1 Jn 4,19). La conversión será también una gracia divina que se fundamente en la

experiencia del amor del Padre. Por tanto, la autoridad y la honra del Padre de Jesús no está en el dominio

sobre sus hijos y su familia, sino en su capacidad sin límites de dar vida, amor y perdón223. Un buen hijo

es aquel que imita a este Padre.

La vida de Jesús, lo que hace y dice, revela las notas distintivas de su Padre: un Dios que se hace

nuestro Padre por la vida que regala y por la misericordia y el perdón que ofrece. Los rasgos que mejor lo

definen son su cercanía paterno/materna, cercanía cotidiana y preocupada, haciendo así presente -por su

Hijo primogénito- su amor de Padre que recrea y redime sin exigencia previa alguna. Se puede decir que

«la admisión en la esfera del dominio soberano de Dios se llevaba a cabo, para Jesús, bajo el signo de la ley

de la inclusión y del código de la gratuidad más incondicional, sin más razón que la siguiente: Dios rey está

hecho de este modo y se muestra tal en él»224.

Es evidente que esta imagen de Dios que Jesús revela cuestionaba la autoridad patriarcal centrada

en el dominio sobre los hijos y la mujer y, sobre todo, ponía en crisis la teología que transmitía la religión

popular de su tiempo (los fariseos), teología que oscilaba entre el Dios juez e inflexible dador de la Ley y el

Dios poderoso hacedor de portentos y dominador de las naciones, que viene a reinar sobre ellas225.

Si Jesús de Nazaret revela a Dios como Padre rico en vida, misericordia y perdón, la familia que

propicia (“su familia”) no puede si no ser una fraternidad abierta y solidaria. Su reinado como Padre hace

que todos estén llamados a ser familia de Dios, judíos o gentiles, varones o mujeres, ricos o pobres, sabios

o ignorantes… incluso los enemigos, quienes se convierte en hermanos por el perdón sincero226.

3- Pasión por el encargo del Padre (el Reino)

La pasión por el Padre se convierte en Jesús -en perfecta continuidad- en pasión por su encargo:

proclamar el Reino de Dios en cuanto Padre misericordioso que perdona y todo lo llena de su vida227.

Toda la existencia de Jesús de Nazaret está al servicio de transmitirnos y hacernos partícipes su

experiencia de filiación. La revelación y comunicación de esa experiencia filial es el contenido del Reino.

La vida de Jesús, por tanto, todo lo que dijo e hizo está al servicio de la irrupción del señorío de Dios en

cuanto Padre, y él, su Hijo único y amado, intenta en las aldeas rurales de Galilea que las doce tribus

reconozcan y se abran a dicho don. De este modo, por todo su ministerio, el Reino acontece como

transmisión de su relación paterno-filial, modelo y fuente de relación esencial entre los que son de él y su

propio Padre.

Este encargo, objeto de su misión, Jesús lo asume con conciencia y autoridad mesiánica y en

obediencia filial hasta la muerte en cruz y, a partir del acontecimiento pascual, como fuente para quien

223 Lc 15,20.

224 BARBAGLIO, Jesús, hebreo de Galilea, 286.

225 Ver Jn 9,16.

226 Lc 6,27-36.

227 “Reino de Dios” es un nombre de acción, pues indica el ejercicio real del señorío de Dios en cuanto Padre, es decir, su reinado

que, a la luz de las dinastías del Medio Oriente Antiguo, implica un ámbito social, un pueblo sobre el cual se reina y un ámbito

geográfico donde habita dicho pueblo o grupo de gente.

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anhela la soberanía de Dios como Padre, generador de fraternidad e «indulgente con todas las cosas…,

amigo de la vida» (Sab 11,26).

El Antiguo Testamento abunda en confesiones respecto a la misericordia de Dios con su pueblo y

revela concretos gestos paterno-maternos de Dios con su hijo Israel. La esperanza de Israel en la antigua

alianza es que Dios pronto se convierta en Rey para cambiar la situación de opresión y desgracia de tantos

en el país por un estado permanente de justicia, paz y prosperidad228.

La buena noticia de la nueva alianza es que Dios misericordioso comienza a reinar como Padre en y

por su Hijo amado hecho uno de nosotros para manifestarnos el intenso y universal amor de Dios por

todos, particularmente por los enfermos, pecadores y oprimidos. La preocupación de Jesús por los

necesitados y el don de la vida nueva hace presente en medio de la gente una imagen original “del Dios”

del Reino: Dios quiere reinar como ’Abbá o Padre que por el don de su vida divina busca hacerse nuestro

Padre229. Como ya se indicó, el camino de tal revelación es la comunicación de la propia experiencia de

Jesús en cuanto Hijo y la preparación de Israel y, luego, la humanidad para aceptarla y vivirla.

Quizás por esto no existan en Jesús indicios de la teología clásica respecto a Dios en cuanto Rey de

Israel cuando proclama el Reino230.

Siguiendo el Antiguo Testamento, podemos sintetizar en tres aspectos lo que caracteriza a Dios

como rey:

a- Yahveh, como rey o señor único y magnífico, tiene palacio y trono, seres de fuego que lo

sirven, dioses sobre quienes domina y, posteriormente, con la confesión monoteísta, una

corte celestial y el reconocimiento universal de los pueblos. Este es el culto real y

verdadero. Lo que sucede en el Templo de Jerusalén es mera representación del honor que

los poderes celestiales le tributan a Yahveh en los cielos. A Dios-rey no le falta la dignidad

y magnificencia regia, al estilo de las cortes orientales. Israel jamás puede perder la

esperanza en este Dios de trascendencia y soberanía absoluta a pesar de la gravedad de sus

crisis históricas; aún más, si Israel sufre desgracia y opresiones es porque ha profanado su

santo nombre y no ha sido testigo ante los pueblos del esplendor de su realeza y de su

dominio soberano231.

b- Yahveh es un guerrero poderoso que vence a los idólatras (sus enemigos), a los pueblos

enemigos de Israel y el caos de la creación. Dios-rey pone su poder al servicio de la

liberación de su pueblo y de un lugar habitable donde viva su pueblo y el hombre232. Aquí

se sustenta la espera en una intervención definitiva de Dios que restaure este mundo creado

228 Os 11; Is 61,11; 66,13.

229 Mt 6,9.

230 Tal vez sólo Mt 5,35.

231 Ez 36,16-21. El feliz destino de los israelitas que temen a Dios y cumplen sus mandamientos se expresa en la literatura esenia,

Qumrán, del modo siguiente: «Tú serás como un ángel del rostro en la morada santa para la gloria del Dios de los Ejércitos…

Tú estarás alrededor sirviendo en el Templo del reino, compartiendo el lote con los ángeles de la faz y el consejo de la

comunidad… por el tiempo eterno y todos los períodos perpetuos… Te he hecho santo entre tu pueblo… consagrado para el

santo de los santos…», 1Q28b o 1QSb o Colección de bendiciones, 4,24-28. Texto en GARCÍA MARTÍNEZ, Textos de Qumrán.

232 Ambos aspectos unidos literaria y teológicamente en el Deuteroisaías (Is 40-55): Dios es rey redentor y creador que, como

héroe o guerrero victorioso, soberano celeste y pastor del pueblo, precedido de mensajeros e instrumentos de su voluntad, trae

la liberación del pueblo exiliado en Babilonia y para ello pone toda la creación al servicio del nuevo éxodo de su pueblo a la

libertad.

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y haga a Israel partícipe de su soberanía, poniéndolo en el puesto que le corresponde en el

cosmos y en el concierto de las naciones.

c- Yahveh es un juez justo que, por su sabiduría y poder, garantiza la justicia plena en su reino (su

pueblo y ámbito geográfico) para huérfanos, viudas y extranjeros, triada frecuente para

indicar a los más marginados en Israel. Dios-rey administra la justicia y procura la paz y la

prosperidad para quienes lo tienen por soberano. El anhelo de liberación de tantos

oprimidos en Israel se fundaba en la certeza de que Dios establecerá su soberanía actuando

con justicia y cambiando la suerte de los pobres.

Estos aspectos se traducen en títulos clásicos de la teología tradicional sobre la realeza de Dios que

Jesús nunca empleó. Él no habla de Dios como «Rey y Señor todopoderoso» (Is 6,5), «Rey de la gloria…,

héroe poderoso, héroe de las batallas» (Sal 24,8) y varios otros títulos. Por lo mismo, Jesús no insiste en la

soberanía de Dios sobre Israel por el conocimiento y el señorío de su voluntad233 ni en su dominio

universal y perenne sobre los otros pueblos ni sobre el cosmos. Tampoco, según Jesús, Dios tiene una corte

celestial que le tributa alabanzas mientras está sentado en su magnífico trono234 ni une el tema del juicio y

la justicia, propio del reinado de Dios y de su ungido235, a un cruel castigo de los pecadores y a la

santificación de su pueblo por quien vendrá la bendición para todas las naciones paganas236.

El culto en el Templo de Jerusalén en la época de Salomón quizás explique los orígenes de esta

teología israelita sobre la realeza de Dios. La primera función de esta teología fue seguramente justificar y

consolidar religiosa y políticamente la naciente monarquía, al estilo de los pueblos vecinos a Israel. Con el

tiempo adquirió tal fuerza que la destrucción del Templo no significó su desaparición, sino que se

reinterpretó a la luz de los nuevos condicionantes históricos del pueblo de Israel en crisis, convirtiéndose en

artículo de fe primordial en la época del exilio y del postexilio. Ya con el “segundo Templo”237, la

teología real se volvió unir a su dimensión cúltica. Y así llegó hasta Jesús y sus contemporáneos.

Poco y nada hay en Jesús de esta teología real. Según Jesús, Dios sí quiere reinar, pero no

ejerciendo un poderío de dominio y esplendor, sino su paternidad. Dios busca reinar como ’Abbá, por lo

que su soberanía es el dominio de su vida y amor en cuanto Padre, vida y amor que hace realidad por la

revelación de la experiencia filial de su Hijo que, al aceptarla, se convierte en fuente de comunión, perdón

y misericordia, recreando a la humanidad oprimida. Por tanto, cuando Jesús anuncia la llegada del Reino de

Dios, proclama que el Rey que llega tiene por nombre ’Abbá o “Padre”. Ambos aspectos (realeza y

paternidad-filiación), íntimamente imbricados, constituyen una única realidad en la propuesta de Jesús. Es

decir, Dios no puede si no reinar conforme a su identidad de Padre de todos y mediante su Hijo, razón por

la que Jesús pide a todo quien quiera entrar en el Reino fe, como adhesión íntima a él, y conversión de vida

para cumplir la voluntad de Dios en cuanto Padre238.

233 Sal 29,3-10; 96,10-13; 103,19-22. En la literatura esenia, en la Regla de la Guerra, después de que se describen las armas y la

disposición de los hijos de la luz (esenios) para la lucha, se afirma: «Pues la realeza pertenece al Dios de Israel y por los santos

de su pueblo obrará proezas», 1QM 6,6; ver 12,7-9. En un fragmento de la Regla de la Guerra encontrado en la gruta 4 se

afirma: «Para Dios es el reinado, y para su pueblo la salvación», 4Q491, frag. 11, col. II,17; cfr. 4Q521, Sobre la Resurrección,

frag. 2, col. II,7-8. Los textos en GARCÍA MARTÍNEZ, Textos de Qumrán.

234 Sal 47,9; 93,1-2; 95,3; 96,4; 97,7-9; 102,16.

235 Sal 94,14-21; 98,9; 99,4. Al respecto, ver Mt 5,6.10; 6,33.

236 Gn 12,2-3; Sal 10,16; 29,11; 47,3-4; 97,2; 98,1-3; 102,13-14.19-23.

237 Época que va de su reconstrucción (Esdras y Nehemías) hasta su destrucción por los romanos (70 dC.).

238 Mc 1,14-15; Mt 7,21.

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Se entiende que a este Reino de Dios, anunciado e inaugurado por su Hijo y Mesías, estén invitados

sobre todo los carentes de vida, misericordia y perdón, los pobres, pecadores y condenados… todos

aquellos que la sociedad de Jesús no tiene por “hijos” ni “hermanos”.

Por la vinculación con el Hijo, en cuanto revelador de su vida de filiación y de la misericordia de su

Padre, se hace realidad la soberanía de Dios en cuanto padre-materno, poniendo en toda realidad, sea

humana o no, un dinamismo divino de transformación que busca su plenitud escatológica. De este modo, la

realidad que inaugura el Reino queda abierta, en el Hijo y por la acción del Espíritu, a la plenitud en Dios, a

su presencia trinitaria, a su poder y sabiduría, a su fuerza creadora y liberadora, no como realidad por venir

aún desconocida e increada, sino como despliegue creciente en perfección de la vocación profunda del

hombre y de la historia. La verdad del ser sólo se encuentra en su final escatológico y, por lo mismo, «su

entidad auténtica es precisamente la que le viene y asalta en el presente desde ese futuro de su plenitud

final»239. En palabras de BENEDICTO XVI: «La fe en Cristo nunca ha mirado sólo hacia atrás ni sólo hacia

arriba, sino siempre adelante, hacia la hora de la justicia que el Señor había preanunciado repetidamente.

Este mirar hacia delante ha dado la importancia que tiene el presente para el cristianismo»240.

Por esto construir el Reino en este tiempo histórico, siempre en tensión escatológica, es disponer a

este ser humano y su mundo, su tiempo y acontecimientos para la plena soberanía de Dios Padre quien, por

la redención del Hijo y la acción del Espíritu, hace que el “todavía no” se transforme en “ya” definitivo.

Descrito así, el Reino no es un concepto, una doctrina o un programa, sino un acontecimiento de

carácter salvífico, relacional e inclusivo, siempre abierto a múltiples posibilidades, que desde el hoy y aquí

se despliega dinámicamente en perspectiva escatológica bajo los avatares de la historia y del pecado, como

semilla que busca tierra buena entre piedras o espinos para dar sus mejores frutos o trigo que crece en

medio de la cizaña, como lo sabemos por varias parábolas.

Ni Dios ni Jesucristo ni el Espíritu ni el mundo por sí mismos son, en sentido estricto, “Reino de

Dios”. Ésta es una realidad teológicamente complexiva, de sentido salvífico, relacional e inclusivo. El

Reino de Dios en cuanto revelación y aceptación de la experiencia filial del Hijo Jesús no se explica sin su

obediencia hasta la muerte, su resurrección y exaltación junto al Padre (misterio pascual) y sin la acción del

Espíritu que hacen realidad en este mundo la soberanía del perdón y de la vida de Dios en cuanto Padre.

Desde la perspectiva del discípulo misionero, al Reino no “se entra” sin la aceptación en este mundo de

Jesús de Nazaret en cuanto Hijo de Dios y del hombre, por quien Dios se hace Padre salvador de todos. El

Reino de Dios no es tal sin el misterio trinitario puesto como acontecimiento actual y salvífico en el

hombre y en el mundo y, por lo mismo, como fuente de dinamismos transformadores que todo lo pone en

dinamismo de plenitud escatológica

Desde este sentido salvífico, relacional e inclusivo se afirma que «Jesús es el Reino de Dios en

persona: el hombre en el cual Dios está en medio de nosotros y a través del cual podemos tocar a Dios,

acercarnos a Dios»241. A tal punto llegan a fundirse el Reino y la persona de Jesús «que la adhesión a uno

y a otro se entrecruzan»242. Para proclamar y hacer presente el Reino, Jesucristo se hace una familia, la

Iglesia, por lo que el Reino tampoco se puede separar de la Iglesia aunque siempre teniendo en cuenta que

la soberanía divina en el mundo no se restringe a los límites jurídicos e institucionales de esta familia.

El Reino es de inicio oculto, casi invisible, no aparece de forma espectacular, pero «ya está entre

ustedes» (Lc 17,21) y, porque es Reino “de Dios”, ya sea que el hombre duerma o vele siempre brota y

crece; sin embargo, necesita del corazón convertido, tierra buena para la semilla del Reino. Como se trata

239 VIDAL, Jesús el Galileo, 131.

240 BENEDICTO XVI, Spe salvi, nº 41.

241 BENEDICTO XVI: «Discurso a la Curia Romana», 22 de diciembre de 2006.

242 PUIG, Jesús. Una biografía, 356.

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del Reino de Dios en cuanto Padre que comunica la experiencia filial con su Hijo amado su aceptación

transforma las relaciones humanas, ubicándolas en un paradigma diverso de vivencia y convivencia: el de

la fraternidad en virtud del Hijo y, por lo mismo, del amor solidario, del perdón y del servicio mutuo entre

unos y otros. Es Reino que hay que pedir al Padre (Mt 6,10: «Venga tu Reino») porque, si bien es cierto

que tiene ya carácter presencial y real, social y creacional, es también escatológico en cuanto

acontecimiento salvífico que camina a su plenitud.

El carácter escatológico del Reino no significa que, en virtud de la plenitud a la que camina, no

necesite de la colaboración humana. Es cierto que todo está listo para que los frutos del Reino sean el

ciento por uno, por lo que la hoz está pronta para cosecharlos243, pero esos frutos no se producen sin

hacerse tierra buena para la semilla del Reino. Entrar en el Reino es don y tarea, mezcla de responsabilidad

y urgencia humana, de gracia y paciencia divina. Urge optar por el señorío de Dios en cuanto Padre de un

pueblo nuevo de hijos y hermanos que viven en un mundo y una sociedad que caminan a su plenitud. Y la

decisión pertenece al presente, a este tiempo, más aún cuando el Reino sufre violencia y «los violentos

pretenden apoderarse de él» (Mt 11,12).

Dispuesta la existencia como tierra buena para la semilla del Reino, el Padre manifiesta toda su

fuerza real y actual de vida y liberación, de solidaridad e inclusión devolviendo en plenitud impensable lo

que el ser humano había dilapidado con su pecado: el conocimiento y la comunión íntima con él, la

fraternidad y la aceptación de sí mismo244, y el señorío sobre las cosas mediante la aceptación del misterio

de su Hijo.

El Reino del Padre introduce en la existencia del discípulo, en el mundo y en la sociedad valores de

vida del todo nuevos. Si el Reino es “de Dios”, los valores del Reino serán aquellos que brotan de la

naturaleza de Dios, es decir, de su ser de Padre. Las bienaventuranzas (Mt 5,3-13), que encabezan el

“Sermón del monte” (Mt 5-7), son las que mejor revelan los valores alternativos del Reino que los

discípulos tienen que vivir y testimoniar.

Leemos las bienaventuranzas como exigencias de la identidad de Dios revelada en la historia de la

salvación y como valores de “ese Dios” para todos aquellos que aceptan vivir en y por el Hijo la soberanía

de la paternidad divina que Jesucristo hace posible:

- El discípulo debe encarnar el valor de la pobreza (Mt 5,3)245, porque en la vinculación o

comunión íntima de amistad y fraternidad con Jesucristo descubre que su Padre es “el

absoluto”, creador de todo y providente, pues todos los bienes le pertenecen y los reparte a

buenos y malos246. Él mismo, por tanto, se encarga de darle a los suyos el pan de cada

día247, y él mismo es la máxima riqueza del discípulo, quien empleará los medios

materiales (riquezas, dinero, haciendas…) para servicio de los demás.

Entrar de su Reino o ámbito de soberanía paterna no es optar por el dominio y la acumulación de

riquezas, haciendo de los medios “fines absolutos” con la dinámica que ello crea, como lo

atestigua la reflexión del hombre opulento: «Ya sé lo que haré; derribaré mis graneros,

construiré otros más grandes, almacenaré en ellos todas mis cosechas y mis bienes, y me

diré: “Ahora ya tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y

diviértete”» (Lc 12,18-19).

243 Mt 9,37-38; Ap 14,15-16.

244 CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, nº 22.

245 Ver Lc 6,20.24.

246 Mt 6,25-34.

247 Mt 6,11.

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- El discípulo, en la comunión creciente con Jesucristo, descubre que su vida debe estar centrada

en el conocimiento y la práctica de la voluntad de su Padre248, incluso aceptando y, aún

más, alegrándose de sufrir persecuciones por Dios y su querer (Mt 5,10.11-12). Porque el

Padre de Jesucristo es santo y redentor, la comunión con él y la acepción de su proyecto

salvífico terminará siendo -según el proceder misterioso de Dios- un camino de felicidad y

liberación para pobres e insignificantes.

Dios ofrece la victoria al discípulo según los parámetros del Mesías, Siervo de Yahveh, no con

las categorías de los opresores y llenos de sí mismos249.

- El discípulo, por la vinculación con Jesucristo, prepara para su Padre un corazón puro que

destruye los ídolos (Mt 5,8) y hace posible una vida humilde (5,5), porque el Padre de

Jesucristo es el único y verdadero Señor de la historia y de la vida, el único quien merece

todo honor y gloria. El Señor dispersa a los de corazón soberbio y derriba a los poderosos,

haciendo grandes cosas en los de corazón puro y humilde250.

El ideal espiritual que hace posible la alianza en Israel es que Dios sea el único Dios y Salvador

a quien se ame con toda el alma, con todas las fuerzas… con todo el corazón251.

- El discípulo, que vive en comunión con Jesucristo, no rehuye la aflicción ni se desespera por los

sufrimientos, porque sabe que el Padre de Jesucristo es, desde la liberación de Egipto,

«padre de los huérfanos y defensor de las viudas», quien procura un hogar a afligidos e

indefensos (Sal 68,6-7) y se encarga de socorrer al justo sufriente. Dios mismo intervendrá

para consolarlo (Mt 5,4).

El discípulo, restituido por el consuelo divino, conforta a los que también sufren gracias al

consuelo que recibe de Dios. Así lo dice Pablo: «Él es el que nos conforta en todos nuestros

sufrimientos, para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos nosotros

confortar a todos los que sufren» (2 Cor 1,4).

- El discípulo, por la vinculación íntima con Jesucristo, experimenta la misericordia y la paz de

Dios (Mt 5,7.9), porque el Padre de Jesucristo es «un Dios clemente y compasivo, paciente,

rico en misericordia y en fidelidad, que mantiene su amor eternamente» (Ex 34,6-7). Este

Dios bendice con la paz para siempre252, y lo hace mediante su “ungido rey” que llevará

por nombre «Príncipe de la paz» (Is 9,5). El perdón y la paz que el discípulo ofrece lo hace

objeto del amor redentor del Padre, merecedor del nombre de “hijo de Dios”253.

El Reino, en cuanto irrupción de la misericordia del Padre por revelación y participación en la

filiación del Hijo, abre a la consideración del otro desde el don que se recibe, es decir, desde

la misericordia y la paz que nos viene de Dios por Jesucristo. El Reino de Dios es el señorío

de los bienes de Dios que otorgan la paz mesiánica en horizonte de plenitud escatológica.

248 “Justicia” en Mateo es hacer o dar lo que corresponde a la santidad de Dios; de aquí la traducción en Mt 5,6; cfr. Biblia de

América.

249 A esto también apunta la sentencia de Jesús: «Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros», Mt 19,30.

250 Lc 1,48.51-52.

251 Dt 6,4-5; ver Mc 12,28-34.

252 Nm 6,26; Is 54,10.

253 Mt 5,9; 6,12.14-15.

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Los valores del Reino, que son los de las bienaventuranzas, tienen su razón de ser en la identidad

del Dios del Reino revelado en la historia de la salvación: porque el Padre de Jesucristo es Absoluto,

Creador y Providente, el discípulo opta por una vida pobre; porque es Santo y Redentor busca hacer

siempre su voluntad; porque es el único y verdadero Señor revestido de gloria, suscita un corazón puro y

una vida humilde; porque es Padre para pobres y afligidos, no rehuye los sufrimientos, y porque es Dios

rico en misericordia y paz, opta por la misericordia y construye la paz por lo que merece ser llamado “hijo

de Dios”.

4- Pasión por el hombre y su salvación

Cada momento de la vida de Jesús y toda su vida en su conjunto sella la nueva alianza con el Padre

y dispone un nuevo pueblo para él. Este pueblo se hace tal por el amor gratuito del Padre que salva «en

virtud de la redención de Cristo Jesús» (Rm 5,19-26). La salvación ofrecida es la vida nueva de Dios que

hace al hombre creación nueva, partícipe de un Reino en donde no habrá más «muerte, ni llanto, ni dolor,

porque todo lo antiguo ha desaparecido» (Ap 21,1-5). La salvación «consiste en creer y acoger el misterio

del Padre y su amor, que se manifiesta y se da en Jesús mediante el Espíritu»254.

Pero esto, como se indicó, no lo entendieron de inmediato los discípulos, pues la primera lectura

que hicieron de su muerte en cruz fue la de una irremediable derrota de aquél que se autoproclamaba

“mesías”: «Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel y, sin embargo, ya hace tres días que

ocurrió esto» (su muerte en cruz; Lc 24,21). Ellos no habían sido capaces de comprender que en un hombre

como Jesús, radicalmente coherente, el sentido de su muerte está marcado por el sentido que le dio a su

vida255.

¿Cuál fue el sentido de su vida?

Todo aquel que se acercaba al Jesús histórico buscando vida (paz, curación, consuelo, el camino de

Dios…), encontraba lo que buscaba y superando siempre sus expectativas. Para algunos, Jesús era vida

cuando los curaba de su dolor físico y enfermedades, para otros cuando los resucitaba o expulsaba sus

demonios, para otro grupo cuando perdonaba sus pecados… Estas palabras y acciones autoritativas de

aquel que «pasó haciendo el bien… porque Dios estaba con él» (Hch 10,38) son “señales” de que Dios

mismo se ofrece redimiendo, liberándonos así de la incredulidad del mundo, de la oscuridad y del dominio

de los ídolos. Por esto, el encuentro con Jesús y la convivencia con él, no sólo otorgaban un bien, sino que

ponían la vida en una dimensión desconocida de comunión con Dios e integración al pueblo redimido de la

nueva alianza.

Si la existencia de Jesús es fuente inagotable de vida, su muerte no puede ser otra cosa que la

donación plena, en virtud de la obediencia del Hijo al Padre, de aquella misma y fecunda vida que Jesús

ofrecía en caminos y aldeas de Palestina para restituir de modo pleno la comunión con Dios y con el pueblo

de Dios. Para hacer de Dios el único Padre salvador, Jesús entrega en obediencia perfecta su vida de

Mesías e Hijo de Dios.

Si los discípulos que acompañaban a Jesús en Galilea no comprendieron el sentido de su vida,

menos el sentido de su muerte. Marcos, al respecto, no deja pasar momento para destacarlo.

Sin embargo, según se indicó, gracias a una nueva lectura de las promesas divinas contenidas en el

Antiguo Testamento, a las apariciones del Resucitado y al acontecimiento de Pentecostés, los discípulos re-

significan los acontecimientos relativos a la vida histórica de Jesús, incluyendo su muerte y su resurrección.

254 JUAN PABLO II, Redemptoris missio, nº 12.

255 Mc 12,14. FERNÁNDEZ: «La muerte solo puede tener valor antropológico eminente cuando es culminación de la vida, entrega

radical de la libertad ejercida en todo el vivir», “Jesús y la salvación” en AAVV, Jesús de Nazaret. Perspectivas, 253.

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Si han tenido la experiencia de un Jesús que ofrecía la vida a todos, su muerte y resurrección les dio la

convicción de que no sólo daba algo de sí, sino que se daba todo él, para que todo «quien crea en él tenga

vida eterna» (Jn 3,15). Y, como ahora está ya resucitado, su vida donada es para los suyos y por siempre.

Éstos, pues, confiesan convencidos la victoria de la Vida sobre la muerte, de la Verdad sobre la mentira y

de la Gracia sobre el pecado, proclamando que sólo el Señor tiene «palabras que dan vida eterna» (6,68).

Porque el Hijo vivió el encargo de su Padre en obediencia filial y fiel a su voluntad, fruto de la

experiencia de su amor, Dios le concede un puesto y un nombre «que está por encima de todo nombre»,

para que todos reconozcan «que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Fil 2,9-11). Así, como se

indicó, la existencia misma de Jesús como “Señor” y “Salvador” exaltado junto a su Padre queda hecha

para siempre pro-existencia salvífica, es decir, existencia del Resucitado ofrecida para salvación del

mundo. La salvación es un don divino siempre presente y actual y, quien recibe a Cristo, «hoy» llega la

salvación a esa casa (Lc 19,9).

Porque «hoy» la salvación entra en su vida, el discípulo experimenta de inmediato que la

vinculación con Jesucristo, así como el sarmiento en la vid, es fuente de vida, es decir, real participación de

la Vida salida de las entrañas del Padre256. Esta vinculación con Jesús o la salvación en acto es comunión

en la vida divina paterna que confiere identidad nueva: Dios es “mi Padre” y “nuestro Padre”, y el mismo

acontecimiento divino que nos constituye “hijos” nos hace “hermanos”, realidades que se imbrican de tal

modo que no se puede amar a Dios sin amar a los hermanos, ni se puede amar a éstos sin querer al

Padre257.

La segunda e imprescindible consecuencia de la vinculación con este Cristo es que «nos hace

participar de su ser “para todos”», haciendo que sea también nuestro modo de ser; vivir para este Cristo

significa «dejarse moldear en su “ser-para”»258. Solo entonces la vida en Cristo y por Cristo, el hombre

para los demás, genera vida.

Vida divina participada y amor de comunión con Dios y los otros son los componentes esenciales

de la salvación que el Padre ofrece por su Hijo y hace realidad por su Espíritu. Por esto los signos del

Reino son sanar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos, expulsar demonios… y «si gratis lo han

recibido, entréguenlo también gratis (Mt 10,7-8).

¡Es momento de misión!

VI- «Vayan y hagan discípulos a toda la gente»: momento de misión

1- Metáforas de misión

El proceso histórico del discipulado, que pasa por diversas etapas (admiración y preguntas;

elección, opción y formación; revelación), queda incompleto si no asume la misión de Jesús como tarea

propia. La misión o encargo evangelizador es responsabilidad de los que Jesús ha vinculado a sí y que en la

convivencia con él aprenden a realizar. El evangelista Marcos lo expresa del modo siguiente: Jesús,

después de subir a la montaña, «llamó a los que él quiso y se acercaron a él. Designó entonces a Doce…

para que estuvieran con él y enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14). La misión es el encargo de Jesús de hacer

que otros también sean sus discípulos, es decir, que otros también se vinculen a su Persona. Quien vive

como don y con alegría su vinculación con Jesús se transforma en testigo convincente de que sólo esa

vinculación es fuente de esperanza y vida eterna.

256 Jn 14,6; 10,10.

257 1 Jn 4,19-21.

258 BENEDICTO XVI, Spes salvi, nº 28.

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Las metáforas de misión que Jesús emplea sugieren el contenido de dicha misión: «Los haré

pescadores de hombres» (Mc 1,17), «obreros» o «jornaleros de la mies» (Mt 9,38), «pastores» del rebaño

(Mc 6,34), todos oficios conocidos y comunes en su tiempo259.

Jesús hace a sus discípulos pescadores para “sacar” o “arrebatar” a los hombres del dominio de Satanás y

hacerlos hijos de Dios, jornaleros para cosechar la mies que Dios hace crecer con su Palabra y su Gracia, y

pastores para ofrecer aquella enseñanza que al cansado y disperso rebaño de Dios lo haga “pueblo”. Con

estas imágenes, Jesús describe la finalidad de la misión, siempre en relación con la congregación y

liberación del pueblo de Dios disperso y oprimido.

Las dos primeras metáforas (“pescadores” y “jornaleros”) se dejaron de usar; la tercera (“pastores”)

se conservó, pero se entendió como oficio estable y no itinerante como lo era en las primeras generaciones

cristianas260. Las imágenes de la “pesca” y la de “jornalero de la mies” tienen fuertes connotaciones

escatológicas: la misión es urgente (“¡ahora!”), pues el Señor está ya por intervenir de modo definitivo en

la historia. ¡Apenas queda tiempo!

Las tres imágenes se entienden y viven como tareas temporales para este momento de la historia de

la salvación, siempre en perspectiva de crecimiento hacia la plenitud escatológica que anima el Espíritu del

Resucitado.

2- Tipos de misión

2.1- Dimensiones evangelizadoras de la Iglesia

La misión de vincular a todos a Jesús se realiza mediante tres dimensiones evangelizadoras de la

Iglesia:

a- Anunciar la Palabra.

En primer lugar, la predicación del kērigma o primer anuncio de fe a los no creyentes, para

suscitar la adhesión a Jesús (misión). Al kērigma sigue la formación en la fe del creyente

(catequesis). Forma parte del ministerio de la Palabra la reflexión de la fe y la

profundización en el misterio de Jesús (dogma) con sus incidencias en la vida de cada día

(moral).

Estas acciones propias del ministerio de la Palabra tienen por fuente las Sagradas Escrituras.

b- Celebrar la fe.

Esta dimensión de la Iglesia no sólo contempla la celebración de los sacramentos,

especialmente Bautismo y Eucaristía, sino también la vida de oración de los primeros

discípulos (liturgias), la que probablemente se inspiró en las formas sinagogales de

interpretar y orar las Escrituras.

En este ambiente se pusieron por escrito y se utilizaron muchos de los ciclos literarios que más

tarde formarían parte de los evangelios que hoy tenemos.

c- Constituir y acompañar las comunidades.

259 Para estas metáforas de misión cfr. SILVA RETAMALES, Discípulos de Jesús. Relatos e imágenes de vocación y misión en la

Biblia, 103-164.

260 Hch 20,28; 1 Pe 5,1-4.

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Con los que se bautizan y creen en Cristo se constituyen pequeñas comunidades de vida

cristiana261, las que forman una iglesia local. Estas comunidades son grupos de hermanos

con una organización más institucional que carismática (así las comunidades judías de

Jerusalén) o más carismática que institucional (así varias comunidades gentiles de

inspiración paulina).

Entre los rasgos característicos de estas primeras comunidades se cuentan:

- la centralidad en la persona del Señor resucitado;

- una clara identidad y sentido de pertenencia;

- el sentido escatológico de la historia;

- la solidaridad, y

- el ardor misionero.

2.2- Evangelizar a judíos y gentiles

Estas dimensiones evangelizadoras de la Iglesia toman dos direcciones a la hora de realizar la

evangelización, ambas muy iluminadoras para replantear nuestra actual tarea de anunciar a Jesucristo.

Las dos direcciones se distinguen en razón de sus destinatarios, pues los primeros misioneros

pronto entienden que si uno mismo es el Evangelio, sin embargo, no pueden emplear la misma forma de

evangelizar a judíos o a gentiles o no judíos (griegos, romanos…)262.

La primera dirección tiene por destinatarios al mundo judío, a los miembros del pueblo de Dios,

primeros receptores de las promesas de Yahveh a Abraham, y fue llevada a cabo por cristianos que

procedían de dicho mundo, marcados fuertemente -por lo tanto- por el judaísmo de la época. Esta

concepción la representan Pedro y Santiago, y se centra en el testimonio de vida y la argumentación en

base a las Escrituras para convencer a los israelitas de que Jesús es el Mesías de Yahveh, invitándolos a

formar parte del nuevo Pueblo de Dios. También Pablo, un preparado ex-fariseo, es un buen representante

de esta dirección misionera en determinados momentos de su vida apostólica263.

La segunda dirección tiene por destinatario al mundo no judío y fue inicialmente llevada a cabo por

misioneros judíos abiertos a la mentalidad griega con la colaboración de los primeros gentiles convertidos a

Cristo. Esta segunda dirección la representa Pablo y el grupo de sus discípulos, sobre todo judíos que

proceden de ciudades gentiles o bien gentiles que han abrazado la fe. Ella se centra en el anuncio de la

Palabra de salvación, de la que procede la fe, y en la constitución de comunidades carismáticas, insertas

en su medio e intensamente misioneras.

2.3- Primera dirección de la misión: “luz en el monte”

La primera forma de llevar a cabo la evangelización está marcada por la concepción israelita de

salvación, conforme se testimonia en las Sagradas Escrituras, y por el encargo de Jesús de anunciar la

Buena Nueva a Israel, el pueblo de la promesa.

Según el anuncio de los profetas, el tiempo escatológico del reinado de Dios se inicia con la

restauración de Israel como pueblo de su propiedad, tarea que lleva a cabo el Ungido davídico suscitado

261 Hch 1,5: «Unos ciento veinte» en total.

262 Para lo que sigue, cfr. AGUIRRE: «La primera evangelización» en SILVA, GUIJARRO y AGUIRRE, Kērigma, discipulado y misión,

95-141.

263 Hch 28,23-28.

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por Yahveh y que realiza a partir de la simiente santa de Abraham o “resto” de Israel264. Siempre según

los profetas, Dios reinará purificando al resto de Israel y quitando la maldad de esta tierra265. Lo hará

mediante una batalla escatológica contra sus enemigos y los de su pueblo, la que librará mediante su

Ungido. El resultado será un renovado pueblo de Dios que sea para siempre su pueblo y para el cual Dios

sea su único Señor, conforme el ideal expresado en la fórmula de alianza266.

Jesús de Nazaret es el Salvador que cumple estas promesas divinas. Él es quien instaura el Reino de

Dios convocando al resto santo de Israel (los “Doce”, los “discípulos”), iniciando así la batalla escatológica

contra el señorío de Satanás y los suyos sobre los israelitas y los demás pueblos267.

En el origen de llevar adelante esta misión se encuentra el mandato de Jesús a los Doce de ir sólo a

las aldeas de judíos a buscar a «las ovejas perdidas del pueblo de Israel», proclamando que «llega el Reino

de los cielos» y exhortando a la conversión (Mt 10,5-7). Los signos que los Doce deben ofrecer para validar

la autenticidad del mensaje son: la expulsión de espíritus impuros, la curación de enfermos, la resurrección

de muertos y la comunidad de mesa con todos.

Los enviados eran casi siempre bien recibidos por la calidez humana y la hospitalidad de los

habitantes de las aldeas rurales del siglo I.

A los Doce y a los discípulos enviados en misión les corresponde testimoniar entre los israelitas

que son el nuevo Israel conquistado para Dios por la sangre del Cordero. El Reino aceptado por el nuevo

Israel es como el grano de mostaza que llega a ser un gran arbusto donde todos los pájaros del cielo (es

decir, “las naciones”) podrán anidar268. Israel está llamado a testimoniar la soberanía de Dios al modo

como una luz ilumina desde un monte269: todo Israel, salvado por el poder de su Dios, es la luz que

contemplan y el brillo que atrae a los pueblos a adorar al único Dios verdadero, el Dios que refleja su gloria

en Israel santificado. Entonces, cuando esto ocurra, «el Señor reinará sobre toda la tierra, y aquel día el

Señor será el único, y único será su nombre» (Zac 14,9).

Dicho en categorías religiosas de aquel tiempo, el nuevo Israel debe dar testimonio como nación de

su aceptación del Ungido de Yahveh (“religión oficial”), para que todos los pueblos de la tierra,

abandonando los dioses y la sumisión a ellos, conviertan esta nueva fe en su religión.

Dado el pluralismo religioso judío de antes de la destrucción de Jerusalén por los romanos el año 70

dC., las comunidades judeo-cristianas pasaban con probabilidad como un movimiento más del vario pinto

judaísmo de la época. Serán principalmente las comunidades pagano-cristianas las que insistirán en aquella

identidad que las separa y margina del judaísmo.

2.4- Segunda dirección de la misión: “levadura en la masa”

La segunda forma de llevar a cabo la evangelización tiene por centro el anuncio de la fe a los no

israelitas, sobre todo en ambientes urbanos, para constituir incisivas y misioneras comunidades cristianas.

Se predica la palabra de Cristo a los gentiles y, con los que creen, se forman pequeñas “iglesias

domésticas” que se reúnen en casas particulares270. Sus miembros no se desinteresan por el sistema

social urbano en el que viven ni se excluyan de él por abrazar una nueva fe, como lo hacen -por ejemplo-

264 Is 37,31-32; Jr 23,5-6; Miq 2,12-13; 5,6-7.

265 Miq 4,6-7; 7,18-20; Jr 50,20; Zac 3,8-9.

266 Zac 14 (una clara conciencia de esta batalla tienen los esenios de Qumrán según lo expresan en Regla de la Guerra); Jr 31,33.

267 Lc 10,17-20.

268 Mc 4,30-32.

269 Mt 5,14-16.

270 Rm 16,5; 1 Cor 1,2; Col 4,15.

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los esenios de Qumrán o algunas tendencias dentro de los fariseos. Al igual que en las comunidades judeo-

cristianas, la fuerza de estas iglesias domésticas está en su apertura a la acción trinitaria y, para responder a

la coyuntura en que viven, su apertura a las mociones del Espíritu271.

El modelo es la delegación de Jesús a los setenta y dos discípulos enviados de dos en dos a las casas

de judíos y paganos por donde el Señor pensaba pasar272, envío distinto al de los Doce de dirigirse sólo a

las aldeas israelitas273. Al llegar a las casas, según la instrucción misional de Jesús, deben ofrecer la paz

mesiánica y compartir el alimento y la bebida con la familia274. La paz mesiánica es la plenitud de vida y

de relaciones, la felicidad concreta en todos los ámbitos, señal de la actualidad de la soberanía de Dios

sobre cada miembro de la familia. No se trata, pues, del típico saludo exigido por las normas de

hospitalidad. Paz mesiánica y mesa compartida, siempre con carácter inclusivo, son signos potentes de la

actualidad del Reino para judíos y no judíos.

Así como el enviado convive con la familia sin excluirse de la mesa familiar en razón de rígidas

normas alimenticias275 ni excluye a los de la casa de la comunión con Dios desde el momento que les

ofrece la paz, así las familias en razón de su nueva fe y transformadas en iglesia doméstica deben aprender

a convivir con todos allí donde estén, no excluyendo a nadie de la mesa y ofreciendo la paz a todos.

Quedan de este modo derribadas las barreras de la circuncisión y de la pureza o impureza.

Esta misión, llevada a cabo en las ciudades, presenta bastante más dificultades que aquella otra de

los Doce y misioneros itinerantes en las aldeas rurales israelitas. Los misioneros deben saber que son

enviados «como corderos en medio de lobos» (Lc 10,3.17-18). El juicio sobre quienes los rechazan tienen

que dejarlo en manos de Dios, pues no sólo ellos son los rechazados, sino Jesús y su Padre, quienes los

envían. De todos modos, quienes no los reciben, igual se enterarán de que está llegando el Reino de Dios.

Si empleamos categorías religiosas de aquel tiempo, Pablo evangeliza replicando la forma en que se

vive la religión doméstica o familiar, tan común en ciudades romanas y griegas de aquella época. El

resultado del modelo paulino es una especie de religión de familia extensa, puesto que mientras la religión

doméstica en las ciudades de entonces es propia del núcleo familiar sanguíneo dirigido por el jefe de hogar,

en las comunidades paulinas se vive la vinculación con Jesús en una fraternidad más bien pequeña

(familia) pero abierta (extensa), que no se reduce a los miembros de la misma sangre, dirigidas por un

apóstol o discípulo en comunión con el cuerpo apostólico.

Estas iglesias domésticas insertas en las ciudades de entonces, presentan varias notas distintivas:

- dan gran importancia a los carismas del Espíritu Santo;

- procuran una intensa vida de fe guiados por el apóstol, líder espiritual y principio de unidad

sacramental, doctrinal y moral;

- buscan la conversión de sus integrantes;

- son celosos de la unidad interna de la comunidad y combaten con energía la división;

- viven en solidaridad activa entre ellas, sobre todo en tiempos de crisis (persecución, hambres,

pestes…), y

271 Hch 13,1-3; 2 Cor 13,11-13.

272 Lc 10,1. “Setenta y dos”, quizás por el número de las naciones según LXX Gn 10. Se acentúa así en Lucas la universalidad del

envío.

273 Mt 10,5-6; Lc 9,1-6.

274 Lc 10,5.7.

275 Lc 10,8; Heb 13,9.

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- crean una verdadera red de comunidades que, insertas en cada ciudad, explicitan los valores del

Reino, los que testimonian como valores alternativos a los del sistema socio-cultural donde

residen.

Por esta forma de ser y vivir, todo lo llenan de Cristo: familia, política, economía, trabajo… De este

modo, estas comunidades se transforman en fermento de evangelización en medio de su sociedad al modo

como la levadura en la masa276, metáfora que describe muy bien esta dirección que asume la

evangelización del mundo urbano greco-romano.

3- Destinatarios de la misión

Si tomamos el evangelio de san Marcos y nos fijamos cómo Jesús va revelando su misterio de

Mesías e Hijo de Dios, podemos determinar los destinatarios de la misión y las razones de por qué Jesús

procede de esa manera.

Si las promesas de Dios son para Israel, los destinatarios primeros del anuncio del reinado de Dios

son los israelitas en cuanto pueblo elegido por él. El primer milagro de Jesús, según Marcos, es en la

sinagoga de Cafarnaún con un auditorio judío. Continuará su ministerio público dirigiendo su mensaje

sobre todo a los israelitas que habitan Galilea. La reacción de los dirigentes del pueblo de Dios es acusar a

Jesús de estar endemoniado, lo que explicaría su enseñanza distorsionada, su poder de expulsar demonios y

sus conductas desviadas respecto a la Ley y costumbres de Israel como, por ejemplo, comer con pecadores

y entrar en contacto con leprosos.

Luego de este fracaso, Jesús concentra su quehacer evangelizador -siempre en ámbito israelita- en

los que se supone que lo van a aceptar con facilidad, pues lo conocen desde siempre: sus parientes y

paisanos. Al igual que antes, surge la controversia respecto a por qué Jesús enseña como lo hace, cura

enfermos y expulsa demonios cuando en realidad es uno más de ellos. Por tanto, si no es profeta como

piensa mucha gente ni rey como quieren aclamarlo, ¿de dónde tanta sabiduría y poder? Paisanos y parientes

no tienen razones que sustenten su adhesión de fe, y su incredulidad aumenta más y más277.

Jesús sella el rechazo de estos grupos (dirigentes de Israel y parientes) citando al profeta Isaías, cita

a la que luego los misioneros acudirán con frecuencia para indicar que el rechazo de muchos estaba

previsto por Dios: tan cerrado tienen oídos y ojos a la revelación de Dios, que por más que oyen no

escuchan, y por más que miran no ven278.

Tal es el rechazo, por un lado, de dirigentes y muchos judíos y, por otro, de parientes y conocidos

que Jesús parece quedarse sin destinatarios.

Sin embargo, Jesús hace de esta crisis un momento propicio de salvación (kairós) para abrir el

anuncio a todos los hombres y mujeres, conforme al proyecto de Dios de salvar a todos. Si el anuncio del

Reino es para Israel, no es sólo para los de raza israelita (los hijos de Abraham), y si el anuncio es para sus

familiares y conocidos, no es sólo para los de su misma sangre (parientes), porque al Reino no se entra ni

por la raza ni por la consanguinidad, sino por la fe en el Mesías y la conversión de vida.

Jesús llama a todos a vincularse con él: al pueblo de Israel y a los gentiles, a hombres justos que

cumplen los mandamientos como el joven rico, pero también -y sobre todo- a pecadores y publicanos como

Leví y Zaqueo, y a muchos marginados de entonces, entre los que hay que contar enfermos y

endemoniados, niños y mujeres.

276 Lc 13,20-21.

277 Mc 6,1-6.

278 Is 6,9-10 citado en Mc 4,12; ver Hch 28,24-28.

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Respecto a los destinatarios de la misión, Jesús hace saltar las estrictas fronteras establecidas por

una lectura nacionalista de algunas promesas divinas a Israel y le pone a la misión un sello

característicamente “católico” o universal: la integración de todos ya que «no he venido a llamar a los

justos, sino a los pecadores» (Mt 9,13)… y lo son tanto israelitas como gentiles, varones como mujeres,

libres como esclavos.

VII- Conclusión

Hemos procurado hacer el camino del discipulado partiendo de la perspectiva y vivencia de los

discípulos, por lo demás, inseparable de la propuesta del ser y quehacer de Jesús.

Ahora, como conclusión, nos planteamos una pregunta transversal a todas nuestras consideraciones

bíblico-teológicas: ¿cómo se llega a “ser cristiano”?

El camino para serlo o itinerario discipular de carácter histórico lo hemos descrito en cuatro

momentos:

a- La admiración por Jesucristo, lo que implica un vivo interés por su humanidad histórica, por su

manera de ser entre los hombres y su manera de situarse en aquella historia de la Galilea y

Judea del siglo I; él, así, se convierte en objeto de admiración y fuente de un sin número de

preguntas que buscan respuestas.

b- La vinculación con Jesús tiene estructura y dinámica de encuentro personal, por lo que no prima

la investigación para responder las preguntas, sino la convivencia con el Maestro en orden a

la comunión de amistad y a la contemplación del Misterio. El encuentro no lo resuelve el

discípulo: éste es siempre llamado por Jesús, por lo que antes de cualquier respuesta

humana está la experiencia del amor del Padre celestial revelado por el Hijo. El amor divino

toca el ser íntimo del elegido, vitaliza sus posibilidades creativas y hace posible lo que

parece imposible. Esto no significa que el elegido no requiera una opción responsable por

Jesús y por los de Jesús, pues la gracia requiere de actos humanos conscientes y libres.

Como la llamada es a la vez elección a pertenecer a los suyos, a ésta y a la opción por Jesús

sigue la formación en el carácter discipular y comunitario de la vida cristiana que pone en el

mundo al discípulo de una forma original e irrepetible.

c- Jesucristo, camino al Padre y revelador de su Misterio y de su encargo (el Reino), es inaccesible

sin la fe y sin la Iglesia, es decir, sin la comunidad de los suyos que testimonia que Jesús es

el Hijo de Dios y el Señor resucitado. En el encuentro con él en el seno de su comunidad

madura la fe y, por tanto, la interiorización y contemplación del Misterio. En la comunidad

y en dinamismo creciente, obra de la gracia, el discípulo se abre al Misterio, transitando un

camino —como el de los primeros discípulos— hecho también de dudas e incomprensión,

de desesperanza, malentendido y conflicto.

d- Sin que aún los discípulos tuvieran todo resuelto, Jesús los envía, encargándoles hacer lo mismo

que él realizaba por amor al Padre y a los hombres.

¿A qué nos conduce este itinerario discipular vivido por los discípulos históricos de Jesús?

Hagamos la pregunta de otro modo: ¿cuál es la esencia del “ser cristiano”?

La respuesta es aparentemente tautológica: la esencia del ser cristiano es su mismo carácter

discipular, es decir, seguir fiel y creativamente a Jesús, Mesías e Hijo de Dios, fuente de existencia crística.

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Ahora bien, como se trata de seguimiento, la existencia crística nunca deja de ser cristificación, es decir,

progresiva conformación con Jesucristo hasta alcanzar la plenitud del Hombre perfecto.

Como lo recuerdan los Obispos en la V Conferencia General del Episcopado en Aparecida, ciudad

del Brasil, la vocación cristiana es la vida que estamos llamados “a vivir en Cristo” y que —en virtud del

amor de Dios— nos identifica como discípulo “de Cristo”, sin lo cual no podemos ser con total propiedad

“cristianos”279. Nuestra identidad como discípulos del Señor está dada por el hecho de “ir tras él”,

respondiendo fiel y renovadamente a su invitación de «ven y sígueme» (Mc 10,21) o «vengan detrás de mí»

(1,17).

“Seguir a Jesús” en los Evangelios Sinópticos es un hecho físico: es irse con él, caminar tras él,

hacerse itinerante como él por el anuncio del Reino. Pero se trata de esas exigencias que no se agotan, ni

mucho menos, en la realización física del mandato. Quien sigue a Jesús es para vincularse al Nazareno en

cuanto Señor resucitado y adquirir lo de él. Por lo mismo, constitutivo de la vocación cristiana es la fe en el

Señor entendida como adhesión vital, y la conversión personal entendida como transformación radical de la

vida y de los motivos para vivir.

Los Obispos en Aparecida lo expresan del siguiente modo: «La admiración por la persona de Jesús,

su llamada y su mirada de amor buscan suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del

corazón del discípulo, una adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (Jn

10,3). Es un “sí” que compromete radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo, Camino,

Verdad y Vida (14,6)». Y más adelante: «La naturaleza misma del cristianismo consiste, por tanto, en

reconocer la presencia de Jesucristo y seguirlo. Ésa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros

discípulos que, encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de

quien les hablaba, ante el modo cómo los trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida que había en

sus corazones»280.

El encuentro personal con Jesús y su seguimiento fiel miran a la vinculación de “amigo” y

“hermano” con el Resucitado. Ésta es la vinculación que hace que a la vez nuestra existencia sea crística,

porque se vive por y en Cristo (configuración del ser), y cristiforme, porque se vive para o hacia Cristo

(configuración del quehacer). De este modo, el amor del Padre y la obra interior de su Espíritu configura la

existencia del discípulo, gracias al encuentro y al seguimiento, con la vida salvífica del Señor, haciéndola

salvífica y don para el mundo.

De este creciente dinamismo discipular (encuentro y seguimiento, vinculación y configuración)

brota la misión entendida como anuncio de Jesucristo por la luz y fuerza del Espíritu (parresía), pero no

cualquier anuncio, sino el testimonial, como expresión del ser-en-Cristo y el anuncio gozoso, por desborde

del alegría del vivir-para-Cristo. Desde esta perspectiva, ser misionero no es más que ser auténtico

discípulo, siguiendo las huellas del Maestro, viviendo su estilo y actuando por sus motivaciones. Quien

pone una existencia crística en el seno del mundo y de la historia no puede sino cristificarlos.

Con un lenguaje lleno de esperanza, así lo dicen los Obispos en Aparecida: «La alegría que hemos

recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor,

deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades […]. La alegría del

discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La

alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta, sino una certeza que brota de la fe, que

serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor

279 Documento de Aparecida, nº 352.

280 Documento de Aparecida, nsº 136 y 244.

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regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en

la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo»281.

La Virgen María es modelo perfecto de discipulado por su escucha y seguimiento de Dios,

disposiciones que hacen posible en ella la máxima realización de la vida cristiana como «vivir trinitarios de

“hijos en el Hijo”»282. Como toda su vida está orientada a la escucha y obediencia de la Palabra, ella es

imagen acabada de encuentro y seguimiento fiel y fecundo.

En torno a esta Madre, que le confiere alma y ternura a la convivencia de los discípulos de Jesús, se

constituye la Iglesia-familia y de ella, la Iglesia aprende a ser materna. En la «escuela de María»283 es

donde aprendemos a seguir al Señor con gozo y convicción y nos formamos para vivir como Iglesia.

281 Documento de Aparecida, nº 29.

282 Documento de Aparecida, nº 266

283 BENEDICTO XVI, citado en Documento de Aparecida, nº 270.

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284 La bibliografía es sólo indicativa. No se mencionan comentarios a los Sinópticos ni a Juan, ni a otros libros y artículos

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