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Jesús El Rostro Humano de Dios (Mambre) - Vicente Borragán Mata

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Jesús

Vicente Borragán Mata

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Introducción

¿Tiene algún sentido hablar hoy de Jesús? ¿Qué importancia puede tener para la vidade la humanidad la existencia de un carpintero, que nació en Belén hace dos mil años yque murió en Jerusalén clavado en una cruz? ¿Qué incidencia puede tener su vida ennuestra historia? ¿Qué poder de convocatoria puede tener en un mundo que haconquistado los espacios y que domina todas las fuerzas de la naturaleza? ¿Qué podráaportarnos que no hayamos investigado, que no sepamos, que no seamos capaces dehacer? Se diría que, en el momento del crepúsculo de los dioses y de la mayoría deedad del hombre, todos los interrogantes que nos hagamos sobre su figura están fuera delugar. Y, sin embargo, en medio de todas las voces que llenan nuestro mundo se sigueoyendo el rumor de que él ha vencido a la muerte. Eso es lo que no puede dejarnos fríoso indiferentes. El Resucitado ha llenado de esperanza la marcha de esta caravana humanay nos ha abierto de par en par las puertas de un reino que no tiene fin ni confín.

Hace ya muchos siglos que su recuerdo debería haber caído en el olvido. Pero en elcaso de Jesús no han funcionado las leyes de la lógica ni las del deterioro. ¿Por qué no hadesaparecido su recuerdo de la historia? ¿Por qué, a pesar de tantos ataques, nadie hasido capaz de reducirle al silencio? ¿Qué misterioso atractivo emana de esa figura? Lasvoces de los falsos profetas del fin del cristianismo se han apagado para siempre, pero suvoz sigue resonando en el mundo entero. Su figura ha sido creada y recreada mil veces alo largo de la historia. De él se han ocupado teólogos y filósofos, historiadores ynovelistas, pintores y escultores, poetas y escritores, políticos y científicos. Unos le hancontemplado con ojos de admiración, otros de rechazo; unos le han visto con la luz de lafe, otros con la de la razón; unos le han tratado desde la cercanía, otros desde ladistancia; unos le han amado hasta morir, otros le han perseguido a muerte. Muchos hanpretendido ocupar su lugar, pero ninguno lo ha conseguido. Dos mil años de historia nohan podido apagar su voz ni borrar su recuerdo. Sus discípulos esparcieron su memoriapor doquier y proclamaron ante el mundo entero que había resucitado y que él era elMesías anunciado, el Hijo de Dios, el Señor y el Salvador de los hombres. Lo anunciaronen los pueblos y en las ciudades, a los hombres libres y a los esclavos. Y muchos dieroncrédito a su testimonio y le aceptaron como su Señor.

¿Quién es ese sencillo judío, llamado Yeshúa, que vivió como un artesano o como unpredicador itinerante, tan parecido en todo a cada uno de nosotros? ¿Quién es esehombre, cuya voz ha sonado más fuerte que la de todos los poderosos de la tierra?¿Quién es ese hombre, alrededor del cual se han reñido las más duras batallas de lahistoria? ¿Quién es ese hombre que se ha convertido en la piedra angular de lahumanidad, de tal manera que arrancarlo de la historia sería conmoverla hasta sus

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cimientos? ¿Quién es ese hombre que se presenta como el Camino, la Verdad y la Vida?Si Jesús no hubiera existido, se pregunta Paulo Coelho en el prólogo de un libro de

Juan Arias, ¿cómo sería hoy nuestro mundo? ¿Cómo hubiese sido el arte, la música, lapoesía, la pintura, la escultura, la literatura? ¿Qué visión tendríamos del mundo, delhombre, del amor, de la justicia, del más allá? Sin Jesús y la Iglesia, ¿qué música hubieracompuesto Bach? ¿Qué hubieran pintado Miguel Ángel, Rafael, Zurbano, Murillo yVelázquez? ¿Qué hubieran escrito san Agustín, Orígenes, san Jerónimo, santo Tomás deAquino, san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús? ¿En qué Dios o en qué diosescreeríamos? ¿Qué religión o qué religiones se hubieran implantado? ¿Qué quedaría sitodo esto desapareciese ahora como por encanto?[1].

La historia de la investigación en torno a la figura de Jesús ha sido muy movida. Sobretodo a partir del siglo XVIII, las aguas han bajado muy turbias. Los críticos racionalistashan tratado por todos los medios de llegar a la figura histórica de Jesús, tal como pudoser en los días de su paso por la tierra, una vez eliminados todos los elementossobrenaturales que se le atribuyen en los evangelios. Pero los resultados de esainvestigación han sido desoladores. Jesús fue presentado como un gran hombre, como ungran profeta, como un artista de la palabra, como un predicador de apocalipsis, como unmaestro, como un reformador social, como un fariseo iluminado, como un judíomarginal, como un exorcista o como un mago. Pero, ¿con cuál de esas imágenes podríaser identificado? Después de tantos ensayos nadie ha llegado a resolver el enigma queenvuelve su figura. ¿Y si en verdad fuera el Hijo de Dios, como aseguran los evangelios?

Me apasionan los esfuerzos hechos por los historiadores para tratar de descubrir aJesús, tal como se manifestó en los días de su paso por la tierra, pero jamás podríarenunciar al Jesús confesado como Hijo de Dios, como Señor y Salvador. Me encantaríaconocer su vida y su acción hasta en los más mínimos detalles, pero por nada del mundorenunciaría a contemplarle con los ojos de aquellos que le vieron resucitado y pudieronmeter las manos en la llaga de su costado. No quisiera perderme ni al uno ni al otro,porque el uno y el otro son el mismo: Dios hecho carne humana.

¿Quién es Jesús? ¿Qué misterio se esconde detrás de esa existencia? ¿Qué tiene deespecial ese carpintero? ¿Podemos dar crédito a lo que los evangelios nos dicen de él?¿Cómo ha llegado la Iglesia a definir su fe en él? ¿Cómo puede afectarnos el hecho deque Jesús sea el Hijo de Dios, el Señor y el Salvador?

Estas páginas quieren ser mi humilde homenaje a Aquel a quien he conocido desdeniño, a quien he seguido y amado durante toda mi vida, y a quien espero ver algún díapor toda la eternidad.

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1 Nacido de mujer

¿Quién no ha oído hablar de Jesús? Pero, ¿qué sabemos en realidad de él?¿Podríamos responder a estos sencillos interrogantes? ¿Cuándo nació? ¿Cómo fue suniñez y adolescencia? ¿Cómo vivió hasta los treinta años? ¿Cuál fue su formación?¿Sabía leer y escribir? ¿Cuál fue su oficio? ¿Qué sabemos de su familia? ¿Tuvohermanos y hermanas? ¿Se casó o permaneció célibe? ¿Cómo era físicamente? ¿Cuándocomenzó su ministerio público? ¿Cuánto duró? ¿Cuándo murió? ¿Cómo se presentó a losojos de sus contemporáneos? ¿Qué dijo de sí mismo? ¿Quién fue realmente Jesús?

No podemos responder con precisión absoluta a cada una de esas preguntas, porqueno disponemos de documentos que nos permitan seguirle paso a paso a lo largo de suvida. Pero, a través de los que tenemos, llegamos a conocer los rasgos esenciales de supersona y de su mensaje[2].

1. Nacimiento, nombre y formación

¿Por dónde comenzar? Cuando nos presentan a una persona, lo primero que conocemosde él es su nombre. Pero, ¿cuál es el nombre propio del que nos sale al encuentro en laspáginas del Nuevo Testamento? La respuesta es sencilla: Jesús. Ese nombre era bastantecorriente en aquel tiempo. En los escritos de Flavio Josefo, un historiador judío del sigloprimero de nuestra era, aparecen unas veinte personas llamadas Josué o Jesús. Elnombre de Jesús ha llegado hasta nosotros a través del griego Iesous y del latín Iesus.Pero, ¿cómo fue su nombre en arameo, su lengua materna? Todos le conocieron y lellamaron Yeshú o Yeshúa, un nombre muy dulce y evocador, ya que se trata de unaforma abreviada del nombre hebreo Yehoshúa (=Josué), que significa literalmente «Yavésalva», o «Dios salva», o, como dice Filón, «Salvación del Señor». En la vida del pueblode Dios era muy importante conocer el nombre, la familia y el lugar de origen, ya queconociendo esos datos la gente se hacía una idea acerca de la persona con la que estabantratando. En el caso de Jesús, ¿podía haber algo menos evocador que ser de Nazaret yque pertenecer a una familia de pobres artesanos? Pero, ¿podía haber algo másprometedor que «Dios salva» en medio de su pueblo?

En el cristianismo lo más corriente es hablar de Jesucristo. Pero ese nombre es elresultado de la fusión de un nombre y de un título: Jesús es el nombre, Cristo es el título(Christós en griego, Mesías en hebreo, que significa el Ungido). Por eso, cuandohablamos de Jesu-cristo estamos haciendo ya una profesión de fe en Jesús como elUngido del Señor. En el Antiguo Testamento Dios se reveló con el nombre de Yavé, peroel nombre de la Palabra hecha carne fue Jesús. Cada vez que lo pronunciamos estamos

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confesando «que el Dios que salva está con nosotros». En sus diversas formas (Jesús,Cristo o Jesucristo) aparece más de 1.500 veces a lo largo de todo el Nuevo Testamento.

¿Dónde nació Jesús? Puede parecer sorprendente que hagamos esta pregunta, porqueel testimonio del evangelio de san Mateo y de san Lucas parece demasiado solemnecomo para pasarlo por alto: «Jesús nació en Belén en los días del rey Herodes» (Mt 2,1).«Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad deDavid, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarsecon María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se lecumplieron los días del alumbramiento, y dio a su luz a su hijo primogénito, lo envolvióen pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (Lc2,4-7).

Pero algunos investigadores han comenzado a remover la cuestión. En el NuevoTestamento, dicen, Jesús es tenido por el «nazareno», es decir, «el que es o el queproviene de Nazaret». En efecto, todos creían que era de Nazaret: «¿De Nazaret puedesalir algo bueno?», «será llamado nazareno», «es Jesús, el profeta de Nazaret», «fueJesús a su ciudad (Nazaret)». Por tanto, la mención del nacimiento de Jesús en Belénobedecería a una intención teológica por parte de san Mateo y de san Lucas «paramostrar que Jesús era verdaderamente el Mesías anunciado y esperado».

Pero la afirmación de san Mateo y de san Lucas es muy formal: «Jesús nació enBelén». Se trata de dos testimonios independientes el uno del otro. Pero, además, losevangelistas no se sintieron forzados por las antiguas profecías para hacer nacer a Jesúsen Belén. Las opiniones sobre el lugar en el que debería nacer el Mesías estaban muydivididas en el judaísmo, de tal manera que ninguna se imponía sobre las demás. Eracorriente pensar que debía nacer en Belén, pero el R. Akiba saludó como Mesías aSimón bar Kojba o bar Kokeba, que no era descendiente de David ni había nacido enBelén, y nadie se rasgó las vestiduras. Podríamos entender que san Mateo hubiera hechonacer a Jesús en Belén, ya que su gran preocupación fue mostrar a sus lectores que en élse habían realizado las profecías. Pero ese argumento no podría ser aplicado en maneraalguna a san Lucas, que eliminó de su evangelio casi todo aquello que se refería a la ley ya su cumplimiento. No hay ninguna fuente histórica en apoyo de la teoría de unnacimiento de Jesús en Nazaret. No tenemos más fuentes que los relatos de san Mateo yde san Lucas. Por consiguiente, «si nos atenemos a las fuentes y no nos dejamos llevarpor conjeturas personales, queda claro que Jesús nació en Belén y creció en Nazaret»(Benedicto XVI). San Justino, nacido en Palestina hacia el año 100, dice que Jesús nacióen una cueva cerca de Belén[3]; Orígenes y algunos evangelios apócrifos también dantestimonio de ello[4]. Un buen día, en un momento concreto de nuestra historia y en unpunto determinado de nuestra geografía, Aquel que era «Dios de Dios, luz de luz, Diosverdadero de Dios verdadero», rompió todas las barreras, dio un salto prodigioso desdela eternidad al tiempo, y se hizo hombre «por nosotros y por nuestra salvación». LaPalabra que creó el mundo se estableció como el vecino de en frente en medio denosotros y adoptó un nombre como todos los hombres. Así comenzó la etapa más bellade la historia de la humanidad.

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Nadie se percató de su llegada. Octavio César Augusto, el todopoderoso emperadorromano, durmió bien tranquilo aquella noche, y los centinelas del rey Herodes nodetectaron nada especial. Los jefes judíos, que esperaban desde hacía siglos la llegada delMesías, tampoco pudieron imaginar que el esperado hubiera nacido en un pesebre en lapequeña ciudad de Belén. El que venía a salvar al mundo nació en una pobreza extremay en un despojamiento casi absoluto. Ese es el dato que nos hace estremecer. Jesús nonació en un palacio, sino en un pesebre; no nació en Roma, sino en Belén; no llegóhaciendo ostentación de su poder, sino en la humildad más absoluta. Nadie pudoimaginar que el más grande pudiera aparecer en la carne aterida del más humilde de losniños. Así se hizo accesible y cercano, visible y tangible. Aquel niño a quien todos veíanera Dios con nosotros. Así comenzó su andadura en esta tierra la Palabra hecha carne.Nadie pudo sospechar que fuera más que un hombre, nacido de mujer, nacido bajo laley, «uno de tantos».

Sin embargo, sólo tenemos un par de episodios conectados con la presencia de Jesúsen Belén. La pequeña ciudad desapareció en seguida para dejar paso a Nazaret. Por esopodemos entender que Jesús fuera llamado «el Nazareno»: allí se crió, allí pasó sujuventud y su primera edad adulta, allí trabajó como artesano y de allí salió al comenzarsu vida pública. Los apóstoles y los evangelistas no sintieron ninguna necesidad decambiar ese modo popular de hablar.

La mayoría de los autores hablan con la mayor naturalidad de José y de María comode los padres de Jesús. De José no sabemos prácticamente nada, sino que era un hombre«de la casa de David» (Lc 1,27), es decir, un descendiente lejano del gran rey de Israel.María vivía en Nazaret, pero tampoco sabemos nada acerca de su familia. Losevangelistas dicen que María era virgen: «Al sexto mes fue enviado por Dios el ángelGabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombrellamado José» (Lc 1,26-27). El término virgen nos hace pensar en una joven casadera,de unos doce a catorce años. La edad mínima para poder contraer matrimonio era dedoce años para la mujer y de catorce para el hombre. María, por tanto, podía tener entorno a los 15 años cuando nació Jesús. Pero, ¿se puede hablar de José como si fuera supadre biológico? ¿Podemos pasar por encima el relato de la anunciación y de laconcepción virginal de Jesús? (Lc 1,26-38; Mt 1,18-25). José fue el padre legal de Jesús,es decir, su padre ante la ley, no su padre carnal. En la concepción de Jesús no tuvo niarte ni parte, porque fue obra del Espíritu Santo. Ese es el principio de todo. Eso es loque nunca podremos olvidar al hablar de Jesús: su origen divino y su origen humano, ladivinidad y la humanidad unidas inseparablemente en él.

Jesús pasó la mayor parte de su vida perdido en el contexto gris de Nazaret, un puebloque nunca es mencionado en todo el Antiguo Testamento ni en la vasta literatura de losgrandes rabinos de Israel. «¿De Nazaret podía salir algo bueno?» (Jn 1,46). Era unpueblo insignificante, situado en el corazón mismo de Galilea, que no debía superar los200 habitantes. No me parece en absoluto verosímil la afirmación de algunos autores quehablan de una población entre 1.500 y 2.000. El pueblo estaba situado en una pendiente.Las casas eran sencillas, hechas de adobe o de piedra. La mayoría de ellas sólo

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constaban de una estancia pequeña, donde se alojaban la familia y los animales. Lospobres se sentaban y dormían en esteras e iluminaban sus casas con lámparas de aceite.La gente vivía del trigo y de la cebada, de las viñas y de los olivos, de las verduras ylegumbres que producía el campo. En ese medio ambiente se desarrolló casi toda la vidade Jesús. Todo lo que vio durante algo más de 30 años fue muy sencillo y concreto:casas sin ventanas, sólo con una puerta, con el candil siempre encendido, las mujereshaciendo el pan cada día, hilando y remendando sin cesar los vestidos, los hombrestrabajando como campesinos o como pastores.

Jesús fue criado en el seno de una familia modesta, que no destacaba en nada. A losojos de todos era el hijo de unos humildes artesanos. Es probable que nadie supiera queera de la descendencia de David. Nadie pudo imaginar una concepción extraordinaria nisospechar que fuera más que un hombre, «nacido de mujer», «nacido bajo la ley».Hablaba el arameo, la lengua común en Palestina en aquellos días, con el acento especialde los galileos, que los identificaba por todas las partes. Aparentemente, no debiódestacar en nada. Era uno de tantos, el hijo del carpintero (Mc 6,3), un hombrecorriente, abordable como cualquier otro hombre.

Jesús recibió la educación de los niños de aquel tiempo. Seguramente aprendió a leeren la pequeña escuela adosada a la sinagoga, pero probablemente no a escribir, ya queeso era algo propio de los escribas y de gente bien formada. Allí se fue formando en elconocimiento de la Escritura y en la historia maravillosa de su pueblo. Como casi todoslos judíos de su tiempo debía conocer de memoria la ley del Señor, los salmos y grandespárrafos de los libros proféticos y sapienciales. Pero no frecuentó las escuelas de losrabinos, en las que los jóvenes de las mejores familias se preparaban para ejercer loscargos más importantes en la sociedad. Era el hijo de un artesano de un pueblodesconocido, sin estudios ni formación alguna. A los ojos de todos no había nada dignode atención en él.

Según los rabinos, el padre tenía la obligación de enseñar un oficio a su hijo: «Quienno enseña un oficio a su hijo, decían, le está enseñando a robar» [5]. Pero Jesús no fue uncampesino, ni un ganadero, sino un artesano (Mc 6,3). La palabra griega tekton puedesignificar, en su primera acepción, un arquitecto, es decir, el que dirige una obra; pero elsentido más común era el de artesano. Era aplicado al que trabajaba la madera, la piedrao el hierro. Un artesano que viviera y desarrollara su actividad en un ambiente agrícolapodía reparar los arados, los yugos y los carros, y hacer arcas, banquetas, puertas yventanas... El artesano se ocupaba también de la construcción; por tanto, sabía dealbañilería y de todos los utensilios que se empleaban para ese menester. Algunos autorespiensan que a los cinco años Jesús ya fue iniciado en el arte de cepillar una tabla, a losseis sabría ya cómo pulir la madera y rellenar las fisuras con resina o virutas mezcladascon clara de huevo, a los siete ya sabría tallar convenientemente una plancha y hacermuescas, y a los ocho ya podría hacer una mesa o una silla etc. San Justino, nacido aprincipios del siglo II en Nablus, a unos 30 km de Nazaret, dice que había visto «aradosy yugos hechos por Jesús cuando era carpintero». Pero en un pueblo de no más de 200habitantes, ¿habría suficiente trabajo como para vivir de ese oficio? ¿Recibiría encargos

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de otros pueblos o iría él mismo a trabajar a ellos? Muchos especialistas piensan queJesús pudo trabajar en la ciudad de Séforis, situada a unos 5 km de Nazaret, o enTiberíades, donde se necesitaba mucha mano de obra y obreros especializados. No lopodemos probar, pero puede resultar verosímil.

2. La familia

Los evangelios afirman que María concibió a Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo.Pero leyendo los evangelios surgen una serie de interrogantes: ¿Tuvo más hijos la Virgen?¿Tuvo hermanos Jesús? San Marcos habla de sus hermanos y hermanas, y da el nombrede algunos de ellos (Mc 6,3). La mayoría de especialistas no católicos, e incluso algunoscatólicos, aceptan con la mayor naturalidad que se trata de verdaderos hermanos yhermanas de Jesús. El término utilizado en los evangelios es el de adelfós, que significanormalmente hermano en sentido estricto, no primo ni pariente. La cuestión ha sidodiscutida desde hace muchos siglos. ¿Se trata de hermanos de Jesús, nacidos delmatrimonio de José con María? ¿O son hijos de un matrimonio anterior de José y, por,tanto, medio hermanos de Jesús? ¿O hay que entender el término hermano en un sentidomás amplio, como primos o parientes, hijos de un hermano de José o de una hermana deMaría? Ni el hebreo ni el arameo disponían de una palabra para denominar a los primos,sino que empleaban la palabra hermano para designarlos, por lo que, en realidad, todoslos parientes eran hermanos. En el Antiguo Testamento era corriente ese modo de hablar:«Somos hermanos», dice Abrahán a Lot, su sobrino; «Tú eres mi hermano», dice Labána Jacob, que también era su sobrino etc. La palabra hermana aparece 12 veces en el librode Tobías y designa a la hija de un primo. Por tanto, «a no ser que sea precisado por elcontexto, es imposible saber el significado exacto de la palabra hermano y el grado deparentesco o relación». La cuestión que se nos plantea es la siguiente: ¿No se habráconservado en los evangelios la manera de hablar propia del Antiguo Testamento? SanMarcos menciona a cuatro hermanos de Jesús: Santiago, José (o Joset), Simón y Judas(6,3), pero en Mc 15,40 y Mt 27,56 se afirma que Santiago y Joset son hijos de otraMaría, no de la madre de Jesús. Si Jesús hubiera tenido hermanos resultaría bastanteextraño que en el momento de su muerte hubiera confiado su madre a Juan. Y tambiénresulta muy llamativo el hecho de que Jesús sea designado como el hijo de María (Mc6,3), como si fuera realmente el único. A mi modesto parecer no hay ningún dato seguroque nos obligue a pensar que María tuvo otros hijos. Seguramente nadie podrá probarjamás que esos hermanos del Señor sean hijos de María, sino que debe tratarse dealgunos miembros de su familia en general, o de sus primos en particular.

Pero a causa de la presencia de esos hermanos de Jesús la virginidad de María ha sidoatacada duramente. Los evangelios no nos han dejado una enseñanza directa sobre suvirginidad perpetua, pero la concepción virginal de Jesús es atestiguada por san Mateo ysan Lucas con una fórmula que ha sido repetida sin cesar en toda la tradición cristiana:«Fue concebido por obra del Espíritu Santo». Es evidente que esa conclusión no hapodido ser el resultado de una investigación histórica, sino de una revelación de Diossobre el verdadero origen de Jesús. Su concepción virginal es la garantía de que lo

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concebido en el seno de María no procedió «ni del deseo de la carne, ni del deseo delhombre, sino de Dios». Los evangelistas vieron en ella el signo de que Jesús no era unpuro hombre, sino que era verdaderamente Dios encarnado. La liturgia cristiana haconfesado siempre a María como la aeiparthenos, es decir, la siempre virgen

Jesús vivió célibe, sin mujer ni hijos. En los evangelios no hay ni la más mínimaalusión al hecho de que estuviera casado. Seguramente debió llamar mucho la atenciónde los hombres de su tiempo. Fundar una familia y engendrar hijos era considerado comoalgo obligatorio. La palabra de Dios así lo prescribía: «Sed fecundos y multiplicaos»(Gén 1,28). En el judaísmo, un soltero era considerado «como el que derrama sangre».Los rabinos decían: «Siete cosas condena el cielo, y la primera de ellas es al hombre queno tiene mujer». Sin embargo, existe el testimonio del rabí Simeón ben Azzai quien, alser censurado de permanecer soltero, respondió con estas palabras: «Mi alma estáenamorada de la Ley. Que sean otros los que lleven adelante el mundo» [6]. Pero existenalgunos datos bien atestiguados de que en el siglo I se conocía y se vivía el celibato. Lostestimonios de Flavio Josefo y de Filón no dejan lugar a dudas: entre los esenios y losterapeutas (un grupo de ascetas judíos de Egipto), algunos vivían el celibato.

Podemos imaginar a Jesús viviendo en la pequeña casa de Nazaret, vestido con sutúnica blanca, aprendiendo el oficio de carpintero, escuchando la ley de labios de José,conversando con su madre, comiendo su pan y su pescado, acostado sobre su estera ycubierto con su manto. Y así un día y otro día. Aquel niño fue creciendo y haciéndose unhombre como todos los demás. ¿Cómo sería Jesús a los 5, a los 10, a los 15, a los 20 o alos 30 años? Era la Palabra encarnada y estaba allí, callado y humilde. Amaba, reía,soñaba, sufría, gozaba, rezaba, hablaba, vestía, comía y bebía como uno más. No fue unaerolito caído del cielo. Nació en una tierra y en un pueblo concreto. Fue creciendo ymadurando en el olvido de todos, pero aquellos años fueron un tiempo de gracia y desalvación.

3. ¿Cómo era Jesús?

¿Cómo sería Jesús? ¿Cómo sería su aspecto físico? Seguramente los cristianos de losprimeros tiempos sabían perfectamente cómo era, pero ni en los escritos del NuevoTestamento ni en la tradición cristiana primitiva se ha conservado ningún dato sobre suaspecto exterior. «No sabemos si fue alto o bajo, fuerte o débil, rubio o moreno. Nosabemos de qué color fueron sus ojos, ni cómo fueron sus manos. Lo único quepodemos decir es que fue uno de tantos judíos de aquella época».

Pero los hombres no nos hemos resignado a ese desconocimiento y en todos losmomentos hemos tratado de hacernos una imagen de él. En las catacumbas de Romaaparece representado bajo la figura de un joven pastor, con el pelo corto, sin barba,como si fuera un romano más. Pero, a falta de testimonios auténticos, la leyenda se haencargado de ofrecernos una larga serie de informaciones. Según una tradición muyantigua, los apóstoles rogaron a Lucas que pintara el rostro del Señor, pero, ante suincapacidad para hacerlo, todos se habrían puesto a rezar y, tres días después, habríaaparecido sobre la tela el rostro de Aquel a quien ellos habían conocido y tratado. Otra

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leyenda cuenta que Abgar, rey de Edesa, envió una embajada para invitar a Jesús arefugiarse en su reino. Ante su negativa, el rey encargó a un artista que le hiciera unretrato. Pero el pintor, desconcertado por el extraño mirar de aquellos ojos, trabajabainútilmente, hasta que un día aquel modelo sudoroso se secó en el manto del pintor y allíquedó impregnado su rostro. Una leyenda semejante es la que creó la figura de laVerónica, pero en ella no hay más base que el deseo de tener el verdadero icono deJesús. Pero, aun suponiendo que todas esas leyendas fueran verdad, ¿dónde ha quedadoalguna constancia de su aspecto físico?

Entre los escritores eclesiásticos de los primeros siglos se produjo una verdaderapolémica en torno a su figura. Algunos le aplicaron las palabras que el profeta dice delSiervo de Yavé: «Creció como un retoño delante de nosotros, como raíz de tierra árida.No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar.Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como unoante quien se oculta el rostro; despreciable, y no le tuvimos en cuenta» (Is 53,2-3).Según esas palabras, Jesús habría carecido de todo atractivo físico. San Justino ledescribió como «un hombre sin belleza, sin gloria y sujeto al dolor». Pero, por elcontrario, san Agustín popularizó la visión de Jesús como «el más bello de los hijos delos hombres». ¿Se había ya olvidado en las comunidades cristianas cómo era el rostro deJesús?

Existe una carta, atribuida a Publio Léntulo, presentado como el procurador romanoinmediatamente anterior a Poncio Pilato, en la que Jesús es descrito de la siguientemanera: «Es de elevada estatura, distinguido, de rostro venerable. Sus cabellos,ensortijados y rizados, de color muy oscuro y brillante, flotando sobre las espaldas, almodo de los nazarenos. Es gracioso y de encarnación no muy subida. La frente esdespejada y serena; el rostro sin arruga ni mancha. Su nariz y boca son regulares. Labarba abundante y partida al medio. Los ojos de color gris azulado, claros. Cuandoreprende es terrible; cuando amonesta, dulce, amable, alegre, sin perder nunca lagravedad. Jamás se le ha visto reír, pero sí llorar con frecuencia. Se mantiene siempreerguido; sus brazos y sus manos son de aspecto agradable. Habla poco y con modestia.Es el más hermoso de los hijos de los hombres». Pero hoy sabemos con certeza que setrata de una carta escrita en el siglo XIII de nuestra era y, por consiguiente, sin ningúnvalor histórico real para nosotros.

Más cercano a los hechos es el testimonio de Antonino de Piacenza quien, en unaperegrinación que efectuó a Palestina en el año 550, asegura haber visto un cuadro en elque Jesús aparecía «de estatura mediana, hermoso de rostro, cabellos rizados, manoselegantes y dedos afilados». La Carta sinodal de los tres patriarcas orientales, escrita aprincipios del siglo IX, dice: «Fue hermoso de estatura... con las cejas cercanas sobrebellos ojos, nariz fuerte, cabellos rizados; algo inclinado, paciente, de agradable color elrostro... los dedos largos, la voz sonora y el habla suave, lleno de dulzura, manso eindulgente». Si la Sábana de Turín fuera auténtica, en ella tendríamos una descripciónimpresionante de Jesús. Luigi Gedda, después de un estudio profundo de la sábana,propuso los siguientes datos: «Estatura: 1’83; peso: 85 kilos; color de la piel: moreno,

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cabello negro y abundante, ojos oscuros, nariz grande, labios carnosos, barba no larga ydividida en el medio».

Los pequeños detalles que encontramos en los evangelios muestran que Jesús gozó deuna salud magnífica. Muchos días de su vida pública debieron ser agotadores, pero en losevangelios no hay ni el menor rastro de que padeciera alguna enfermedad. Debía serfuerte en su alma y en su cuerpo. Los evangelistas describieron muchas de sus miradas:miradas de dulzura, de cólera, de compasión, de amor, de amistad. Algo debía haber enaquellos ojos para que se percibieran tantos matices en aquellas miradas. De su figuradebía emanar un encanto que atraía a todos: a los niños y a las mujeres, a los enfermos ya los pecadores. Jesús hablaba con frecuencia al aire libre: en las plazas, en los caminos yen el monte. Debía tener una buena voz para que todos pudieran oírle. No podemos sermás concretos.

No sabemos cómo fue su aspecto físico, pero en los evangelios aparecen sin cesar losrasgos de su verdadera humanidad: comía y bebía, tenía hambre y sed, se conmovía y seturbaba, se movía de pueblo en pueblo y de sinagoga en sinagoga, sentía compasión porlos enfermos y por las ovejas descarriadas de Israel, discutía con los escribas y fariseos,lloró ante la tumba de Lázaro, murió en una cruz, como un vulgar esclavo del imperioromano. «En todo caso, su aspecto exterior debía de ser parecido al de cualquier judíode aquella época: vestía como los demás, con su túnica de lana, ceñida por un cinturón, yun turbante a la cabeza; llevaría barba, como era normal en todo judío adulto, y el pelono demasiado largo, a la altura de la nuca». ¿Cómo sería? Nunca lo sabremos conexactitud. Fue más que un hombre, pero fue todo un hombre. «Orgullo de nuestra raza»,dice de él la liturgia.

4. ¿Quién es Jesús?

Cuando nos presentan a un hombre cualquiera nos fijamos en su aspecto exterior, en susmodales y en su manera de expresarse. Nos enteramos de su nombre y de suprocedencia, de lo que es y de lo que hace, de sus estudios y formación. Pero, más alláde esa presentación puramente externa, nos gustaría echar una mirada a su interior parasaber quién es realmente el hombre que tenemos delante y llegar a un conocimientoprofundo de él. Por eso, no es suficiente contemplar al hombre Jesús, sino que hay queseguir descubriendo lo que se esconde detrás de esa figura. No basta con conoceralgunos de sus dichos y hechos, su pasión y su muerte. Hay que mirarle a fondo, entraren su intimidad y llegar a un cara a cara con él.

Jesús vivió la mayor parte de su vida en Nazaret. Gracias al conocimiento del mundojudío podemos reconstruir los rasgos generales de lo que pudo ser su vida en aquelpueblo desconocido. Pero, ¿cómo le verían los que convivieron junto a él? ¿Quépensarían de él? Lo cierto es que nadie pudo imaginar que aquel niño, aquel joven oaquel hombre con quien conversaban todos los días y a quien veían trabajar con susmanos fuera Dios con nosotros.

En su ministerio público Jesús debía parecer como un rabino de su tiempo. Pero todosse percataron de que en sus palabras había un aire nuevo que prendía el corazón.

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Hablaba con autoridad y con poder. Tal vez por eso chocó muy pronto con la clasedirigente de su pueblo. Su postura ante la ley fue un motivo de disgusto continuo para losfariseos. La desconfianza y el descrédito le siguieron por todas las partes: «Es amigo depublicanos, come y bebe con los pecadores, no guarda el reposo del sábado, no tiene encuenta la tradición de los mayores, engaña a la gente con sus milagros, expulsa a losespíritus inmundos por el poder de Satanás»...

Pero, ¿cómo se vería él en su interior? ¿Quién era en realidad? ¿Cuál era sudocumento de identidad?

Jesús sólo pudo hacer su presentación muy lentamente, paso a paso, gesto a gesto,manifestándose y ocultándose al mismo tiempo, porque nadie podía entender por enteroel misterio de su persona. Sólo al final de su vida descorrió un poco el velo tras el que seocultaba su verdadera identidad. Pero rastreando los evangelios podemos descubriralgunos rasgos fundamentales de su persona. La gente le consideró como maestro ycomo profeta, Pedro le confesó como el Mesías o el Ungido de Dios, muchos lesaludaron como el hijo de David, él mismo se presentó como el Hijo del hombre y comoel Siervo sufriente anunciado por el profeta Isaías. Pero Jesús siguió dando pasos haciaadelante e hizo algunas afirmaciones sorprendentes: se presentó como superior a lospatriarcas, a los reyes y a los profetas, al sábado, a la ley y al templo; se atrevió, incluso,a perdonar los pecados y a dirigirse a Dios con una palabra escandalosamente llamativa:abba (un término arameo que significa algo semejante a nuestro papa o papá en labiosde un niño)[7]. ¿Quién podía ser aquel que era más grande que los patriarcas, que losreyes, que los profetas, que el sábado, que la ley y que el mismo templo de Dios? ¿Quiénera aquel que se atrevía a perdonar los pecados y a llamar papá a Dios? ¿Quién era aquelque dominaba a los elementos de la naturaleza y a los espíritus, a la enfermedad y a lamuerte? San Juan lo expresó de una manera provocativa: «Al principio ya existía laPalabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios... Y la Palabra se hizocarne y habitó entre nosotros» (Jn 1,1-14). La Palabra eterna rompió todas las barreras,dio un salto infinito desde la eternidad al tiempo, se metió en nuestra tierra y en nuestranaturaleza humana, y se hizo un hombre como cualquiera de nosotros. En Jesús seunieron para siempre el cielo y la tierra, la divinidad y la humanidad, Dios y el hombre, loeterno y lo contingente. Nadie pudo imaginar que fuera más que un hombre, pero eraDios encarnado aquel con quien se sentaban todos los días a la puerta de la casa, a quienveían caminar por los caminos de Palestina, y a quien clavaron en una cruz como a unvulgar esclavo del imperio romano. Ese es el secreto de todo. La Palabra eterna se hizovisible y audible. Al hacerse carne, Dios nos ha entrado por todos los sentidos.

5. Marco cronológico de la vida de Jesús

Desde que entramos en contacto con los evangelios nos llevamos una sorpresa. Losevangelistas no hicieron una biografía de Jesús, ni mostraron un interés especial porofrecernos fechas exactas en torno a los acontecimientos de su vida. No podemosdeterminar con certeza ni el día, ni el mes, ni el año de su nacimiento ni de su muerte, ni

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sabemos cuánto tiempo duró su ministerio público. Sin embargo, con los datos quetenemos, podemos hacernos una idea bastante aproximada de cada uno de esosmomentos.

¿Cuándo nació? Para responder a ese interrogante tenemos un dato absolutamenteseguro: «Jesús nació durante el reinado de Herodes» [8]. Pero, ¿en qué día, en qué mes yen qué año? Entramos ya en el terreno de la aproximación. Un monje, llamado Dionisioel Exiguo, que vivió en Roma allá por el año 525, fue el primero que intentó hacer, conun cierto éxito, la división de la historia humana en dos partes, es decir, en lo que habíasucedido antes y en lo que había sucedido después de Jesús. Pero sus cálculos no fuerondel todo exactos. Dionisio, después de compulsar todos los datos que tenía a sudisposición, llegó a la conclusión de que Herodes había muerto en el año 753 de lafundación de Roma. Pero ahora sabemos con certeza que murió entre el 15 de marzo yel 15 de abril del año 750. Por consiguiente, se equivocó al menos en tres años. La eracristiana lleva un margen de retraso superior a los cuatro años, ya que Jesús debió nacerun año o dos antes de la muerte de Herodes (Mt 2,16). San Lucas parece confirmar esedato cuando dice que Jesús tenía como unos treinta años al principio de su ministeriopúblico, en el año 15 del emperador romano Tiberio (Lc 3,1.23). La determinaciónexacta de ese año depende del cómputo que Lucas utilizara, pero el margen de oscilaciónes mínimo: corresponde, con toda seguridad, a los años 26-29 de nuestra era. En esemomento Jesús tenía unos treinta años, es decir, entre 25 y 35. Por consiguiente, la fechadel nacimiento de Jesús debe colocarse hacia el año 6 o 5 antes de nuestra era. Esimposible precisar más.

Los escritores eclesiásticos de los primeros siglos no nos han trasmitido la fechaexacta de su nacimiento. Las iglesias orientales lo celebraron junto con la fiesta de laEpifanía, el día 6 de enero. Pero en Roma se optó por la fecha del 25 de diciembre apartir del año 274, porque ese día se celebraba el dies natalis Solis invicti, es decir, el«día del nacimiento del Sol invicto», la victoria de la luz sobre la noche más larga delaño. Esa fecha fue la que se impuso en todas las iglesias a partir del año 356.

¿Cuándo comenzó su ministerio público? ¿Cuánto tiempo duró? ¿Cuándo murió? Losevangelios nos ofrecen algunos indicios muy significativos para responder a esosinterrogantes. Jesús murió un viernes (Mt 27,62; Mc 15,42; Lc 23,54; Jn 19,31), vísperade un sábado en el que cayó la fiesta judía de la pascua. Según los cálculosastronómicos, la pascua cayó en sábado los años 27, 30 y 33 de nuestra era. Jesús pudomorir en uno de esos años.

El comienzo del ministerio público hay que situarlo, como afirma san Lucas, el año 15del emperador Tiberio, que corresponde a los años 26-29 de nuestra era. Los evangeliossinópticos parecen limitar su duración a un año escaso. Pero el evangelio de Juanmenciona explícitamente tres fiestas de pascua durante su vida pública[9]. Eso parecesuponer que su ministerio duró por lo menos dos años y algunos meses.

Por tanto, conjugando las diferentes posibilidades de interpretación que ofrecen lostextos evangélicos, tendríamos el siguiente resultado: el nacimiento de Jesús habría quesituarlo hacia el año 6 o 5 antes de la era cristiana, el comienzo de su ministerio en los

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últimos meses del año 27, la primera pascua en el año 28, la segunda en el año 29 y latercera, en la que ocurrió la muerte, en el año 30. Jesús debía tener unos 32 o 33 añoscuando comenzó su ministerio y 35 o 36 en el momento de su muerte.

6. El mundo en el que vivió Jesús

Pero Jesús no se hizo un hombre en general, sino que vivió en un momento concreto denuestra historia y en un lugar preciso de nuestra geografía. El conocimiento de lascondiciones en las que nació y vivió, son como la tela de fondo que nos sirven paracomprender su figura y sus enseñanzas. Por eso es tan importante conocer algo de esemundo: su religión, su lengua, sus costumbres, sus deseos y esperanzas, porque así nossentiremos mucho más próximos a él[10].

¿Cómo vivía el pueblo judío? ¿Quién regía sus destinos? ¿Quiénes eran los fariseos,los saduceos, los escribas? ¿Qué importancia tenía en su vida la ley, la sinagoga, eltemplo, los sacerdotes, el sanedrín? ¿Qué creían, qué esperaban los hombres del pueblode Dios? ¿Cómo era el entorno político y económico, social y religioso? ¿En qué mundose movió Jesús?

6.1. La situación histórica

En los días de Jesús, Palestina era un país sometido a los romanos. Eso es algo quenunca deberíamos olvidar. La historia de Roma comenzó unos 750 años antes de la eracristiana. Al principio fue un pequeño estado, pero, poco a poco, comenzó a extender sudominio sobre el mundo. En el año 63 a.C., el general Pompeyo entró en Jerusalén y losromanos ya no abandonaron Palestina. Octavio César Augusto (27 a.C.-14 d.C.) yTiberio (14-37 d.C.) fueron los emperadores durante la vida de Jesús. Octavio fue el granpacificador de aquel gran imperio, que incluía España, Galias, Germania, Asia Menor,Siria, Palestina, Egipto etc. y cuya población ascendía a unos 50 millones. Unas 30legiones, más las tropas auxiliares, garantizaban el orden en todos los países sometidos.El imperio estaba dividido en varias provincias, regidas por un gobernador, que era elencargado de mantener el orden, de vigilar la recaudación de impuestos y de impartirjusticia. La lengua hablada comúnmente era el griego de la koiné (término que significa lalengua común o corriente), bastante distinto del griego literario. Los medios decomunicación eran buenos. La vía marítima era muy importante y el medio más rápido ybarato. El estado desarrolló una buena red de carreteras, utilizadas sobre todo para elavance rápido de las legiones, para el correo imperial y para el comercio. Ese fue elmarco general del mundo en el que apareció Jesús. Pero para comprender bien su figuraes absolutamente necesario ponernos en contacto con el mundo judío en el que nació ydesarrolló su actividad.

Como acabamos de ver, Jesús nació en los últimos años del reinado de Herodes elGrande, que gobernó el país entre los años 37-4 a.C. Era hijo de un idumeo, llamadoAntípatro, y de una princesa árabe. Su reinado tuvo dos etapas muy distintas: una,brillante, en la que dedicó todos sus esfuerzos a la construcción de grandes obras: eltemplo, el palacio y la torre Antonia en la ciudad de Jerusalén, más un montón de obras

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estupendas en Hebrón, Samaría, Cesarea del Mar, Antioquía, Damasco, Atenas, Espartaetc. Los últimos años fueron de una cierta decadencia a causa de los grandes dramasfamiliares, provocados, en gran parte, por su hermana Salomé, y que culminaron con elasesinato de Mariamne, su mujer favorita, y de tres de sus hijos. Murió entre el 15 demarzo y el 15 de abril del año 750 de la fundación de Roma, después de una largaenfermedad. Tenía entonces 70 años. En su testamento, dividió el territorio de Israelentre tres de sus hijos: Arquelao, Herodes Antipas y Filipo.

Arquelao (4 a.C.-6 d.C.) recibió en herencia la región de Judea, de Samaría y deIdumea. Fue un hombre tan cruel como su padre. A petición de los mismos judíos fuedestituido por los romanos, despojado de sus bienes y desterrado a las Galias. Suterritorio fue sometido directamente a la provincia romana de Siria y encomendado a unprocurador. Así comenzó la primera etapa de procuradores romanos en Judea. Esmencionado con su nombre propio en los evangelios (Mt 2,22).

Herodes Antipas (4 a.C.-39 d.C.) recibió en herencia la región de Galilea y casi todala Perea, al este del río Jordán. Es mencionado varias veces en el evangelio. Juan elBautista fue decapitado por él (Mc 6,17-29). Jesús vivió y ejerció su ministerio en susdías. Herodes sintió curiosidad por verle y por presenciar algunos de sus milagros (Lc9,7-9; 13,31-33). Lo encontramos en Jerusalén en el momento del proceso de Jesús (Lc23,7-12). En el año 39 fue destituido por los romanos y desterrado al sur de Francia.

Filipo (4 a.C.-34 d.C.) recibió en herencia los distritos del norte del país.Reconstruyó la antigua ciudad de Paneas, a la que dio el nombre de Cesarea de Felipe(Mt 16,13). Dejó un buen recuerdo entre el pueblo.

Con la destitución de Arquelao, Judea, Samaría e Idumea fueron puestas directamentebajo un procurador o prefecto romano, dependiente del gobernador de la provinciaromana de Siria, que tenía su residencia en Antioquía. Los procuradores llevarondirectamente los asuntos de toda esa región. Palestina era, en realidad, un país ocupado,que tenía que pagar un tributo a Roma. Al procurador pertenecía la administraciónordinaria de la justicia, el cobro de los impuestos y el mantenimiento del orden público.Disponía de cinco cohortes, de 600 soldados cada una, que repartía entre Cesarea delMar, donde tenía su residencia habitual, y Jerusalén, a donde se trasladaba en las grandesfiestas con el fin de mantener el orden. Los romanos respetaron, en general, la vidaíntima de la comunidad judía. La única injerencia se produjo en el nombramiento ydeposición de los sumos sacerdotes. Podrían haberse establecido relaciones pacíficasentre los judíos y los romanos, pero los judíos nunca pudieron soportar a aquellosextranjeros que profanaban la tierra santa con su presencia. De los primerosprocuradores romanos en Judea merece una atención especial Poncio Pilato (26-36 denuestra era). Filón habló de él como de un hombre cruel por naturaleza. No tuvo tactopara tratar con el pueblo judío. Recién llegado a Palestina mandó que sus tropas entraranen Jerusalén con las insignias romanas desplegadas. Al día siguiente, muchos judíospartieron hacia Cesarea, donde permanecieron cinco días y cinco noches protestandoante su palacio. Provocó también una gran indignación del pueblo al tomar dinero deltemplo para financiar la construcción de un acueducto destinado a llevar agua a

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Jerusalén. Fue depuesto de su cargo en el año 36 por haber mandado matar a un grupode samaritanos, convocados en el monte Garizim por un falso mesías. Todo el ministeriopúblico de Jesús coincidió con los días de su mandato. Ante él fue juzgado Jesús y por élfue condenado a la cruz.

6.2. La situación religiosa

La situación religiosa del pueblo judío en tiempos de Jesús es bien conocida, porquetenemos una información muy abundante en la literatura de la época. En los evangeliosno hay ni una sola página donde no se haga alguna alusión a usos y costumbres, fiestas yprácticas religiosas del pueblo de Dios, y donde no aparezcan, de una manera u otra, susrepresentantes más cualificados: los escribas de la ley, los fariseos, los saduceos. Por esoes tan necesario hacer una presentación, aunque sea muy rápida, de todo ese mundo.

Israel tenía una conciencia muy clara de que era el pueblo elegido y el depositario detodas las promesas de Dios en favor de la humanidad. Era tan alta la idea que se hacía deél, que su nombre jamás era pronunciado. Los rabinos utilizaban términos abstractospara hablar de él, tales como el Cielo, la Presencia, la Palabra, el Nombre, el Lugar.Jesús mismo se acomodó a esa práctica. Por eso habló del reino de los cielos, uneufemismo para expresar el reino o el reinado de Dios.

La esperanza en el Mesías que había de venir era muy fuerte en los días de Jesús. Seesperaba con ansia su llegada, porque él habría de realizar todas las promesas hechas enfavor de la casa de Israel. Pero nadie pudo sospechar que fuera más que un hombre,nacido de mujer[11].

Entre Dios e Israel existía un lazo de unión: la Ley. El judío la amaba con pasión. Unjudío podía perder su familia y su casa, sus bienes y su patria, pero siempre le quedaba laLey. Por ella vivía y por ella estaba dispuesto a morir. Conocerla era conocer la voluntadde Dios, amarla era amar al Dios que la había entregado. Por eso, el estudio de la ley eraanterior a todo, incluso a la oración y a las obras de misericordia. Los rabinosconsagraron su vida al aprendizaje y a la enseñanza de la ley, los padres se preocupabanpor enseñársela a sus hijos. A propósito de la ley se produjeron los más grandesenfrentamientos entre Jesús y los fariseos.

La oración ocupaba un lugar muy importante en la vida de los hombres del pueblo deDios. El judío debía orar, por lo menos, tres veces al día: por la mañana, al mediodía ypor la tarde, recitando el Shemá (Dt 6,4-9). Pero no había acontecimiento, individual ofamiliar, gozoso o doloroso, que no fuera acompañado de la oración correspondiente.

El templo fue el centro de la vida de la nación. Hacia él se volvían los deseos y lasansias de todos los judíos, hacia él levantaban sus manos y sus ojos en el momento de laoración. Era el palacio de Dios, su residencia en la tierra, el lugar donde daba audiencia asus elegidos. Los rabinos dijeron que estaba situado en el centro mismo del mundo.Herodes construyó un templo magnífico. En él trabajaron unos 10.000 obreros y milsacerdotes tuvieron que aprender el oficio de albañil. La gran explanada estaba divididaen dos patios: el patio exterior, llamado patio de los gentiles, al que podían acceder todos,y el patio interior, algo más elevado, que estaba rodeado de una balaustrada, en la que se

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indicaba hasta dónde podían llegar los gentiles. Inscripciones en griego y en latín hacíansaber a todos la prohibición de llegar más allá de ese lugar, bajo pena de muerte. En elpatio interior se elevaba el verdadero santuario. Se accedía a él por nueve puertas. Eltemplo tenía un pórtico de 50 metros de alto por 50 metros de ancho, el lugar Santo tenía20 metros de alto por 10 de ancho. Allí estaba el altar de los perfumes, la mesa con lospanes de la proposición y el candelabro con los siete brazos. Separado del santo, por unacortina, estaba el Santo de los Santos, que estaba completamente vacío desde ladesaparición del arca de la alianza. Nadie podía entrar en él bajo ningún pretexto. Sólo elsumo sacerdote tenía acceso a él el día de la fiesta de la Expiación. En sus pórticosenseñó con frecuencia Jesús. El año 70 fue destruido para siempre.

El sumo sacerdote jugaba un papel muy importante en la vida del pueblo de Dios. Erala autoridad suprema, el primer ministro del culto y el presidente del gran Consejo osanedrín. Los sacerdotes estaban repartidos en 24 clases (Lc 1,5), cada una de las cualesaseguraba el servicio del templo durante una semana, por turnos. Ellos eran losencargados de ofrecer los sacrificios del pueblo de Dios. En los días de Jesús, el númerode sacerdotes era de unos ocho mil.

Los levitas también estaban repartidos en diversas secciones, y se ocupaban de lasnecesidades materiales del templo: limpieza, mantenimiento del orden, música, canto,vigilancia... Su número era casi igual que el de los sacerdotes.

La sinagoga fue un elemento esencial en la vida del pueblo de Dios. Sus orígenes sondesconocidos, pero deben remontar a la época del destierro del pueblo de Dios enBabilonia (587-539 a.C.). En tiempos de Jesús no había ningún pueblo, por pequeño quefuera, que no tuviera su sinagoga. Al frente de ella estaba el archisinagogo. Él velaba porsu mantenimiento, dirigía las oraciones y los cantos, y designaba a los que debíandesempeñar algún oficio en las reuniones. Las mujeres no tenían acceso directo a ella,pero podían situarse en las galerías altas. El culto en la sinagoga se celebraba los sábadosy los días de fiesta. El oficio se componía de tres partes: la oración, la lectura de uno ovarios pasajes de la Escritura, y la instrucción o enseñanza. La Ley (el Pentateuco)estaba distribuida de tal manera que cada tres años fuera leída por entero. La lectura delos profetas también era de rigor. La lectura era hecha en hebreo e inmediatamente sehacía la traducción al arameo, la lengua ordinaria del pueblo. Después había una homilía,que podía hacerla cualquier varón adulto, aunque en la práctica solía estar encomendadaa los escribas, si había alguno en la sinagoga. Con frecuencia, alguien se levantaba ysolicitaba espontáneamente ese honor. La reunión terminaba con la bendición sacerdotal(Núm 6,22-27), recitada por el presidente o por algún sacerdote presente. Los asistentesrespondían, diciendo: «¡Amén!».

El sanedrín era el Consejo supremo de la nación judía. Estaba compuesto por setentamiembros, más el sumo sacerdote. A él pertenecían tres grupos de personas: los sumossacerdotes, es decir, los jefes de las grandes familias sacerdotales, los Ancianos, querepresentaban a las clases más elevadas del pueblo, y los escribas o doctores de la ley.Según la tradición de los rabinos, su origen remontaba al mismo Moisés (Núm 11,16-17.24-25). Todos los asuntos religiosos estaban bajo su jurisdicción. Tenía su guardia y

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su policía, podía hacer arrestos, infligir penas y castigos y excluir a los criminales de lacomunidad. Ante él fue juzgado y condenado a muerte Jesús.

Las fiestas fueron un elemento muy importante en la vida del pueblo de Dios. La másimportante de todas era la fiesta de la Pascua, en la que se recordaba y actualizaba laliberación de la esclavitud de Egipto; la fiesta de Pentecostés conmemoraba la entrega dela ley en el Sinaí; la fiesta de los Tabernáculos actualizaba los días de la marcha por eldesierto; la fiesta de la Expiación o Yom Kippur celebraba el día del perdón universal, lareconciliación del pueblo con Dios. Existían también otras fiestas, pero ya de menorimportancia. Los judíos, según la ley, debían subir al templo de Jerusalén tres veces alaño, aunque eso resultaba prácticamente imposible a la mayoría.

El sábado era un día de reposo total, consagrado por entero al Señor. La gente subía ala sinagoga para rezar y escuchar la palabra de Dios, explicada por algún maestro.

Los judíos no formaban un bloque del todo homogéneo en los días de Jesús. Habíapartidos, tanto religiosos como políticos. En el Nuevo Testamento son mencionados, conmucha frecuencia, los fariseos y los saduceos.

Los fariseos eran un grupo religioso, compuesto por hombres rigurosamenteobservantes de la ley de Moisés y de las «tradiciones de los padres», es decir, de losantepasados. En hebreo, su nombre era perushim, término que significa los segregados olos separados. Gozaban de una gran autoridad entre el pueblo por la seriedad de vida dela mayoría de ellos. En los días de Jesús, según la información de Flavio Josefo, debíanser unos seis mil, aunque los simpatizantes eran muy numerosos. Sus orígenesremontaban a la época de la rebelión de los macabeos contra Antíoco IV, en el corazóndel siglo II antes de Cristo, entre aquel grupo de asideos o piadosos que se jugaron lavida por la defensa de la Ley de los padres. Aparecieron ya como un partido organizadoen los días de Juan Hircano (134-104 a.C.). Después de la destrucción del templo, en elaño 70 de nuestra era, asumieron por completo la dirección del pueblo judío. Ellosprotagonizaron grandes disputas con Jesús en torno a la ley y su interpretación.

Los saduceos pertenecían a las grandes familias sacerdotales y aristocráticas. Comogrupo o como partido bien organizado aparecieron también en los días de Juan Hircano(134-104 a.C.). En materia religiosa fueron muy conservadores: negaban la resurrecciónde los muertos y cualquier interpretación de la Escritura que no estuviera contenida en lamisma Ley (Mt 22,23-33; He 23,8). Desaparecieron con la destrucción de Jerusalén enel año 70 de nuestra era.

Los herodianos eran un grupo partidario de Herodes. Su número era muy reducido.Los esenios no son mencionados en el Nuevo Testamento, pero fueron conocidos por

los historiadores romanos y judíos de la época. Hoy los conocemos perfectamentegracias a los descubrimientos del Qumrán. Desaparecieron también con la destrucción deJerusalén en el año 70 de nuestra era.

Los zelotas tampoco son mencionados en los textos evangélicos. Fueron fundados porJudas el Galileo, allá por al año 6 de nuestra era. Era un grupo extremista, que esperabacon ansia el establecimiento del reinado de Dios, pero estaban convencidos de que habíaque colaborar con él utilizando todos los medios que tuvieran a su alcance, incluida la

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violencia. Durante el ministerio de Jesús estuvieron relativamente tranquilos, pero, apartir del año 44 de nuestra era, su presencia en la vida pública fue continua. Lasrebeliones se fueron sucediendo y terminaron por estallar en la guerra de los años 66-70.Desaparecieron con la destrucción de Jerusalén en el año 70.

Los escribas, es decir, los maestros de la ley, eran un grupo que gozaba de muchoprestigio. Enseñaban en el templo y en las sinagogas, explicaban la Escritura y laaplicaban a la vida. En su mayoría eran laicos. Junto con los fariseos fueron el grupo quese opuso con mayor fuerza a Jesús. Sus enseñanzas han sido conservadas en un montónde obras que han llegado hasta nosotros.

La vida matrimonial era un deber. El matrimonio era arreglado por los padres. Laedad normal para los hombres era de 16 a 20, mientras que la niña era ya, a partir de losdoce, una adolescente a quien su padre tenía que desposar. Desde el punto de vistajurídico, el acto esencial que ligaba a los esposos y a sus familias era el noviazgo oqiddusim, que era ya un verdadero contrato de matrimonio: ante la ley eran ya marido ymujer, de tal manera que si el novio moría la mujer era considerada como viuda. Duranteun cierto tiempo, un año o tal vez un poco más, cada uno seguía viviendo en la casa desus padres (Mt 1,18). El matrimonio real o nissuin era celebrado con una gran fiestaentre las familias. El marido podía repudiar a su mujer, pero tenía que darla undocumento, redactado en la debida forma, con objeto de que la mujer pudiera volver acasarse si lo deseaba. La interpretación de la ley (Dt 24,1) fue una fuente de discusióninagotable (Mt 19,1-9; Mc 10,1-12).

El niño nacía en la casa del padre: era lavado, frotado con sal y enrollado en trapos.El padre o la madre le daban el nombre. A los ocho días de su nacimiento eracircuncidado. Si era el primogénito, los padres, de acuerdo con lo prescrito en la ley (Lc2,22-24), debían ofrecer un sacrificio en el templo. Durante los primeros años, la madrese encargaba de los hijos, pero, a partir de los cuatro, el padre se hacía cargo del niño ytenía la obligación de enseñarle la ley y un oficio. Debía conocerla lo mejor posible parapoder honrar al Señor.

Los hombres iban vestidos generalmente con una túnica blanca, que llegaba hasta unpoco por debajo de las rodillas, y usaban un paño blanco sobre la cabeza, atado con unacuerda de pelo de camello. Las mujeres vestían igual que los hombres, con las túnicasmás largas y más finas, y con un velo que las cubría los hombros y la cara. Sobre lasvestiduras se solía echar una capa, que servía para dormir y cubrirse en las noches frías.En la vida de cada día, muchos andaban descalzos, pero, para hacer un camino largo, seusaban sandalias. La mayoría de los habitantes de Israel eran campesinos dedicados a laagricultura, sobre todo en la parte norte del país. En Galilea se cultivaba trigo, cebada,olivos, higueras, viñas, lentejas, guisantes, ajos, cebollas, mostaza; en Judea y en el surabundaban los pastores, dedicados a la cría de cabras y de ovejas. En Galilea setrabajaba la seda, en Judea la lana. La industria del cuero era floreciente a causa del grannúmero de corderos y de ganados que eran sacrificados en el templo para los sacrificios.Muchos se dedicaban a la pesca, tanto en el mar Mediterráneo como en el lago deTiberíades. Lo que se pescaba se comía, se vendía o se salaba; a veces se envolvía en

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una masa de trigo y se asaba. Era una comida exquisita para aquellos tiempos[12].No tenemos una biografía completa de Jesús, pero a través de los testimonios que

poseemos aparece una figura impresionante a la que nadie ha podido suplantar en lahistoria humana. Según san Mateo y san Lucas nació en Belén. Su lengua materna fue elarameo. Pasó su niñez y juventud en Nazaret y ejerció el oficio de artesano. Cuandotenía unos 30 años abandonó su círculo familiar y comenzó una vida de predicadoritinerante, proclamando la llegada del reino de Dios. Estuvo siempre acompañado de ungrupo de discípulos. No sabemos cuánto tiempo duró su misión, pero el conflicto con losfariseos, con los escribas y con las autoridades religiosas no tardó en llegar. Al final fueprendido y colgado en una cruz. Pero Jesús irrumpió de nuevo en la vida de los suyoscomo Resucitado. Y desde ese momento comenzaron a dar testimonio de él. Asínacieron las primeras comunidades cristianas. El mundo no ha creído en una idea, sinoen una persona histórica, que nació en Belén y murió en una cruz en Jerusalén en losdías de Poncio Pilato. Unos le aman y otros pasan de él. Pero nosotros estamosconvencidos de que sólo hay una cosa importante: haberle encontrado a él para laverdadera vida[13].

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2 La vida pública de Jesús

Acabamos de contemplar de una manera muy rápida la figura de Jesús. Pero lo hemoshecho como desde una cierta distancia, como si fuéramos meros espectadores de alguienque pasa a nuestro lado. Pero ahora deberíamos seguirle de pueblo en pueblo y desinagoga en sinagoga, para sorprenderle en sus gestos y en sus enseñanzas, para vercómo era y cómo actuaba, cómo curaba a los enfermos, cómo acogía a los pecadores,cómo se enfrentaba a los escribas y a los fariseos, a los sumos sacerdotes y a losresponsables del pueblo, cómo fue su pasión y su muerte... Sería maravilloso poderseguirle paso a paso, pero sólo podremos contemplarle en algunos de los momentos másimportantes de su vida, los que nos introducen en el corazón de su figura y de sumisión[14].

1. El evangelio de la infancia

Cuando hablamos del evangelio de la infancia de Jesús nos referimos a los dos primeroscapítulos de san Mateo y de san Lucas (Mt 1-2; Lc 1-2). Pero lo que atrajo realmente suatención no fueron los hechos de su infancia, sino su nacimiento. En esos relatos nosofrecen la clave para saber quién es Jesús. Por eso han sido puestos a la cabeza de todo,ya que sin ellos nada tendría sentido.

El que se acerque a leer esos relatos debería tener en cuenta dos cosas muyimportantes. En primer lugar, que los sucesos en torno a la infancia de Jesús no tuvieronnunca la misma solidez que el resto de la tradición evangélica, ya que de otro modo seríaimposible explicar las diferencias que existen entre san Mateo y san Lucas. Por eso,todos los especialistas están de acuerdo en afirmar que esos relatos no formaron parte nidel kerygma ni de la catequesis primitiva, sino que pertenecen al último estadio de lareflexión cristiana en torno a la figura de Jesús. Y, en segundo lugar, que san Mateo y sanLucas redactaron con entera libertad las informaciones que recibieron de la tradición,para llevar a los primeros cristianos hacia una comprensión profunda del mensajecontenido en ellas.

Por eso, no debería sorprendernos demasiado el hecho de que no haya ni un soloepisodio que sea exactamente igual en los dos evangelistas. Cada uno ha seguido supropio camino. ¿Qué ha pasado? ¿Qué explicación podríamos dar? ¿Cómo explicar, porotra parte, que ni san Marcos ni san Juan nos hayan dejado ningún recuerdo de losprimeros pasos de Jesús? ¿Quién fue testigo de esos hechos? ¿De dónde tomaron esainformación los evangelistas? Los relatos que tenemos no dan respuesta a esosinterrogantes, pero nos sumergen en el corazón mismo de su misterio.

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1.1. El evangelio de la infancia en san Mateo

El evangelio de la infancia de san Mateo consta de cinco relatos, a través de los cuales elevangelista trató de responder al interrogante que todos se hacían: ¿Quién era realmenteJesús? ¿De dónde procedía?

La primera respuesta fue el relato de la genealogía de Jesús (Mt 1,1-17). San Mateodebió ver en ella algo muy importante, porque la situó en la primera página de suevangelio. Los semitas antiguos daban una gran importancia a las genealogías, porqueellas expresaban la identidad de un individuo. Aun hoy los beduinos pueden recitar dememoria su árbol genealógico completo. Por eso, no es extraño que las genealogíasaparezcan desde las primeras páginas de la Biblia (Gén 5,1-32; 10,1-32; 1Crón 1,1-8,40).En los archivos del templo de Jerusalén se conservaban los árboles genealógicos de lasgrandes familias judías.

San Mateo presentó la genealogía de Jesús haciendo un camino desde arriba haciaabajo, es decir, descendiendo desde Abrahán hasta Jesús; san Lucas, por el contrario, lohizo ascendiendo desde Jesús hasta Adán; en san Mateo aparecen 42 generaciones, ensan Lucas 77. San Mateo la dividió en tres grupos de catorce generaciones cada uno: deAbrahán a David, 14 generaciones; de David a la cautividad de Babilonia, 14generaciones; de la cautividad de Babilonia a Jesús, 14 generaciones. Pero si Abrahánvivió en torno al año 1800 a.C., entre Abrahán y David, que vivió en torno al año 1000,habría un período de ochocientos años. Por tanto, el número de generaciones debería sermuy superior a las 14 que menciona. Su genealogía no es, pues, un documentopuramente jurídico, sino teológico, a través del cual quiso mostrar que Jesús era elheredero y realizador de todas las promesas hechas al pueblo elegido.

Por otra parte, es impresionante comprobar que ni san Mateo ni san Lucas limpiaronlas manchas que existían en la genealogía de Jesús. Por el contrario, se diría que serecrearon para que aparecieran bien al descubierto. Alguien lo ha expresado de unamanera casi brutal: «Jesús procede de bastardos». En esa lista aparecen Manasés, «quederramó tanta sangre inocente que llenó Jerusalén de punta a cabo», y otros muchosreyes que llenaron de páginas bastante negras la historia del pueblo de Dios. Pero,además, en ella aparecen cuatro mujeres, tres con su nombre propio (Tamar, Rajab yRut), y la cuarta (Betsabé), designada como la mujer de Urías. ¿Qué tenían de particularesas cuatro mujeres? ¿Por qué fueron mencionadas ellas y no otras? No lo sabemos concerteza, pero deben estar ahí por alguna razón muy especial. Para algunos, el rasgocomún a todas ellas sería el de ser pecadoras. De esa manera, san Mateo habría queridosubrayar que Jesús era el Salvador de todos los hombres. Pero la realidad es que esasmujeres no fueron todas pecadoras. Entonces, ¿por qué están presentes en la genealogía?¿Por ser extranjeras, es decir, por no ser judías? Si fuera así, san Mateo habría queridoponer en evidencia el mensaje universal de la salvación. Todo parece apuntar en lamisma dirección: Jesús entró en el mundo y respetó la realidad de esta raza pecadora quevenía a salvar, empezando por su familia y por su pueblo. Asumió la historia del hombrey cargó con todas sus enfermedades y pecados. Eso es lo que san Mateo quiso decirnosen esa página que a nosotros nos parece tan aburrida. Con ella respondía de un modo

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muy claro a la cuestión del origen de Jesús: de Abrahán, de David, de las promesas, delas bendiciones, de los juramentos hechos por Dios. Jesús era el Ungido de Dios. ElMesías había hecho ya acto de presencia en nuestra tierra. Ya no había nadie más aquien esperar. Todo se había cumplido en él.

Pero a través del relato de la concepción virginal de Jesús (1,18-25) san Mateorespondía también de una manera muy concreta a la pregunta sobre su origen: «Loconcebido en ella (en María) era del Espíritu Santo». Así, el de dónde quedabadesvelado para siempre: Jesús procedía de arriba, de lo alto, del cielo, de Dios; no erasólo un hombre entre los hombres, sino In-manu-El, es decir, Dios con nosotros. Esinteresante notar que, al final de la genealogía, san Mateo rompió el esquema que habíamantenido a lo largo de toda ella. Al llegar a José debería haber escrito: «José engendró aJesús», pero, en cambio, dijo: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cualnació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1,16). José no tuvo ni arte ni parte en la concepción deJesús. Su origen había que buscarlo en otra parte: en la fuerza de Dios que hacía unnuevo comienzo en la historia de la creación.

San Mateo no sólo señaló el de dónde, sino también el para qué. Jesús vino «parasalvar al pueblo de sus pecados». Eso es exactamente lo que significa su nombre: Diossalvador, salvación de Dios. Así, el enigma quedaba desvelado. Todos los lectores delevangelio sabían desde el principio lo que era necesario saber: quién era Jesús, y cuál erasu identidad, de dónde venía, cuál era su origen y su misión.

Pero, ¿cómo fue acogido el que era Dios con nosotros? San Juan lo dijo de unamanera muy clara: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». El pueblo de Dios leesperaba desde hacía más de 18 siglos, sus jefes espirituales vivían oteando el horizontepara detectar el más leve indicio o señal que anunciara su llegada. Pero cuando llegó nosupieron reconocer en los humildes rasgos de aquel carpintero a Dios con nosotros. Elepisodio de la adoración de los magos (2,1-12) fue como una profecía de lo que iba asuceder. Por medio de él, san Mateo quiso poner en evidencia una realidadverdaderamente dramática. Mientras los paganos tuvieron que seguir una señal cósmica(una estrella) para estar presentes en la hora decisiva de la humanidad, el pueblo de Israelposeía la palabra profética que le señalaba dónde podía encontrar al Mesías prometido.Pero Israel no dio un solo paso para acercarse a él. Jerusalén y sus jefes permanecieronindiferentes ante el anuncio de su nacimiento. Sin embargo, unos representantes delmundo pagano se pusieron en camino para adorar gozosos al rey Mesías. En elcomportamiento de Jerusalén y de sus habitantes san Mateo contempló desde el principio«la decisión culpable del pueblo elegido de rechazar a Jesús», y la entrada en el reino delos paganos. Pero no solamente no le recibieron, «sino que los poderosos de este mundointentaron matar al Inocente en los inocentes».

Los relatos de la infancia están puestos al servicio de un suceso fundamental: «Laentrada en este mundo del Emmanuel, es decir, de Dios con nosotros, nacido de unaVirgen en Belén de Judá, el Ungido del Señor, el Salvador, la Luz de las naciones, el reyde Israel, el Vencedor del mal y de la muerte». Eso es lo que san Mateo quiso grabar enel corazón de sus lectores[15].

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1.2. El evangelio de la infancia en san Lucas

También san Lucas quiso transmitirnos una serie de hechos que se refieren a la infanciade Jesús, aunque lo hizo de una manera distinta que san Mateo. San Lucas hizo un relatoparalelo de la infancia de Juan y de la de Jesús, de sus mutuas correspondencias ycontraposiciones, pero dejando bien claro desde el principio «quién es quién» en todomomento. Así, mientras los padres de Juan son justos, María es la llena de gracia;mientras Juan será grande delante de Dios, Jesús será simplemente Grande; mientrasJuan será llamado profeta del Altísimo, Jesús será es el Hijo del Altísimo; mientras Juanes concebido de un modo natural, Jesús es concebido por obra del Espíritu Santo; Juanes la voz, Jesús es la Palabra; Juan anunciará la salvación, Jesús será el Salvador etc. Yen medio de ese cuadro aparece en todo su esplendor la figura de la Virgen María.Ninguna mujer se la podrá comparar en grandeza. Ella es la llena de gracia, la guardianafiel de las palabras de Dios y de los misterios de Cristo Jesús, la Hija de Sión y el Arca dela Alianza, la Madre de Dios, el Tabernáculo en el que Dios quiso hacerse hombre yentrar así «en la dolorosa pero maravillosa historia humana».

Por eso, el evangelio de la infancia está en función de un hecho fundamental, en tornoal cual gira todo: la concepción virginal de Jesús, por obra del Espíritu Santo. A través deese relato san Lucas respondió a la cuestión del de dónde de Jesús, de su origen, de suprocedencia.

Los críticos racionalistas han analizado de una manera muy especial ese relato (Lc1,26-38; Mt 1,18-25). Para ellos se trata de una leyenda de inspiración pagana. En lasreligiones y en la historia profana son conocidos relatos de dioses que se unieron conmujeres mortales. Pero, ¿cómo imaginar a san Mateo y a san Lucas tomando deprestado algo de esas leyendas? Por la mentalidad de un judío jamás hubiera pasado elpensamiento de que Yavé, el Dios único, santo y espiritual, hubiera podido tenerrelaciones con una mujer. Por eso, hay que rechazar de la manera más enérgica cualquierinfluencia de los relatos paganos en el evangelio de la infancia de Jesús. Otros críticosrecurren al silencio de san Marcos, de san Juan y de san Pablo, que no mencionanexpresamente la concepción virginal de Jesús. Pero el silencio de Marcos es sospechosoen el mejor sentido de la palabra, ya que el nombre de José no aparece nunca en suevangelio. Jesús es el hijo de María. Por su parte, san Pablo escribió a comunidades a lasque había evangelizado previamente y a las cuales habría hablado en numerosasocasiones en torno a Jesús. Si no hubiera conocido la concepción virginal jamás hubierahablado como lo hizo de la divinidad de Jesús.

Con la concepción virginal de Jesús se produjo un nuevo comienzo, porque Jesús notuvo un origen humano, sino divino. Por José entró a formar parte legalmente de ladescendencia de David, pero su origen verdadero vino de otra parte, vino de arriba, vinodel Espíritu Santo. Por eso es normal que quien no admita la divinidad de Jesús nieguerotundamente su concepción virginal y la explique acudiendo a los motivos más variados.Pero la realidad es que los evangelistas no tuvieron ninguna necesidad de inventar unaconcepción y un nacimiento virginal para el Mesías, ya que la tradición judía desconocíaese tipo de concepción. Se creía que el Mesías nacería como cualquier hombre. Fue el

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hecho real de su concepción y de su nacimiento virginal el que abrió el camino a lainterpretación cristiana. Dios asumió la condición humana en su Hijo, y así se insertóplenamente en medio de sus criaturas. La venida de Jesús, preparada por Dios desdetoda la eternidad, dio cumplimiento a la gran promesa hecha a Abrahán y a los profetas.Como en san Mateo, también en san Lucas todo estaba orientado hacia él: «Será grande,será llamado Hijo del Altísimo, será el rey de Israel, el Santo, el Hijo de Dios, el Mesíasansiosamente esperado, el Señor, el Salvador, la Luz que viene de lo alto, el Oriente queiluminará a todo el mundo».

A través de una serie de hechos, aparentemente insignificantes, san Mateo y sanLucas nos han dado la clave para comprender quién era verdaderamente Jesús. Dios, pordecirlo de algún modo, no quiso permanecer allá arriba en los cielos, revelado sólo en supalabra, sino que quiso ser In-manu-el, es decir, Dios-con-nosotros. La encarnación esun misterio tan escandaloso y chocante que la razón humana no puede admitir: «Que unhombre sea Dios, que diga que es Dios y que se presente como Dios constituye unescándalo que los hombres no están dispuestos a asumir». Pero esa ha sido la realidad: elTrascendente se ha hecho condescendiente, el Altísimo se ha rebajado, el Eterno se hahecho tiempo. Ese es el hecho que el cristianismo ha proclamado desde el primer día:que Dios ha vivido aquí abajo como un hombre cualquiera. Eso es lo decisivo paranosotros.

En el inmenso espacio del universo hay una cosa insignificante, que se llama tierra, yen ella unos seres minúsculos llamados hombres. Su vida dura un ratito nada más... ytodo se acaba. Pero, según los acontecimientos que narran los evangelios, resultaevidente que para Dios esos seres minúsculos, perdidos en la inmensidad del cosmos, sonmás importantes que todos los espacios. Ese Dios inmenso es el que ha entrado ennuestra historia y se ha hecho uno de nosotros. Ese es el hecho que jamás llegaremos acomprender. Ese es el corazón del cristianismo. Esa es la lógica de Dios, ese es su amor.He aquí, nos dicen los evangelios, «un niño como los otros, que llora, tiene hambre yduerme como todos». Y, sin embargo, ese Niño es la Palabra hecha carne. No es sóloalguien en el que Dios habite de una manera muy especial, sino que es Dios connosotros. En él, Dios ha puesto su tienda de campaña en esta tierra. Por tanto, elcristianismo no se mueve en el terreno de las ideas, sino en el de los hechos: Jesús esDios con nosotros. Por eso, todo lo que venga a continuación no será más queacompañar en su camino a Aquel que nos ha salido al encuentro. Él es el centro y elvértice de toda la historia humana. El lector ya sabe el origen y la identidad del que va acomenzar a hablarle.

2. La predicación de Juan el Bautista

El silencio de los evangelistas con respecto a la vida oculta de Jesús en Nazaret esimpresionante. Treinta años de silencio, por sólo tres de vida pública. Pero si venía asalvar al mundo, ¿por qué tantos años de ocultamiento? ¿Por qué tanta paciencia antesde la impaciencia? Aquellos años fueron un tiempo de silencio y de maduración, en losque Dios, como dicen los santos padres, «se fue habituando a vivir entre los hombres y

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los hombres habituándonos a vivir en la cercanía de Dios». Aquel artesano judío, que erael Mesías, el Señor y el Hijo de Dios, se hundió por completo en nuestro mundo yaprendió a conocer a los hombres y a vivir con sus manos encallecidas y su frentesudorosa.

Pero un buen día, allá por el año 27 de nuestra era, el pueblo de Dios se vio sacudidopor la presencia de un hombre llamado Juan. Su figura debía ser impresionante. Despuésde tantos siglos en los que el silencio de los profetas había sido total, el pueblo sintió queen aquel hombre alentaba el Espíritu. Fue como un aldabonazo en los oídos y en elcorazón de todos. San Mateo, san Marcos y san Lucas nos hablan de su ministerio antesde comenzar a exponer la predicación de Jesús[16].

Juan anunciaba un gran mensaje. Proclamaba la necesidad de la conversión delcorazón, urgía a la penitencia, apuntaba con su dedo hacia Dios. Alguien estaba llegandoque haría temblar los cimientos de la tierra. La gente se agolpó en masa para hacersebautizar por él en las aguas del río Jordán. Muchos debieron preguntarse si sería elMesías. Pero Juan lo dejó muy claro: «Él no era el Mesías, ni el profeta, ni la luzverdadera, sino una voz que preparaba el camino a la Palabra, un sonido de esa Palabraque ya estaba en el mundo para hacer resonar la última voluntad de Dios sobre loshombres».

3. El bautismo de Jesús

Juan no podía sospechar que, mientras él invitaba a conversión a su pueblo, un artesanode Nazaret ya se estaba atando las sandalias para comenzar su gran aventura. La noticiade su predicación debió correr como un relámpago por todo el país. ¿Cómo la recibiríaJesús? Quizás la estaba esperando desde hacía varios años. ¡Era la hora! Jesús tomó sumanto, dijo adiós a su madre, abandonó la carpintería y se puso en camino hacia el ríoJordán, donde Juan predicaba y bautizaba. José Luis Cortés comenta de este modo supartida: «Hay demasiada infelicidad, mamá, para que yo me contente con fabricarhamacas para unos pocos..., demasiados ciegos, demasiados pobres, demasiadosafligidos, demasiada gente que necesita escuchar una buena noticia... Te escribiré, vendréa verte de cuando en cuando. Tu Jesús». Aquel carpintero que hacía puertas y ventanas,yugos y arados, estaba a punto de aparecer en público para conmocionar al mundo consu vida y su enseñanza, con su pasión, su muerte y su resurrección.

Pero antes de comenzar a hablar, su vida se abrió con un bautismo de penitencia[17]. Elque era la Palabra hecha carne se acercó al río y esperó su turno como uno más. Lacomunidad cristiana primitiva debió sentir un cierto vértigo al contemplar a Jesúsesperando para entrar en el agua. ¿Cómo el Mayor se hacía bautizar por el menor, elMás Fuerte por el más débil, el Mesías por su precursor? El que venía a bautizar a todosen Espíritu Santo y en fuego, ¿tenía necesidad de hacerse bautizar? Tal vez por eso sanMateo ha intercalado en su evangelio un corto diálogo entre Juan y Jesús. «Juan queríaimpedírselo, diciendo: “Yo tengo necesidad de ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?”».El contraste es vigoroso: tú-yo. Pero la respuesta de Jesús cortó de raíz todas susresistencias: «Deja que todo se realice, deja que la voluntad del Padre se lleve a feliz

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término». «¿Acaso pecó Cristo?», se preguntaba ya en el siglo III el hereje Manés. Untexto del evangelio a los Hebreos muestra también la preocupación de los primeroscristianos: «La madre del Señor y sus hermanos decían: “Juan bautiza para la remisiónde los pecados. Vamos, pues, a recibir nosotros su bautismo”. Pero él mismo respondía:“¿Qué pecado cometí yo, para que vaya a que él me bautice?”»

Jesús bajó al agua, no para confesar sus pecados, sino para cargar con todo el pecadode la humanidad. Pero en ese momento sucedió algo extraordinario: «No bien hubosalido del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu en forma de palomabajaba sobre él» (Mc 1,10). Los cielos se rasgaron y el Espíritu pronunció a sus oídos lapalabra de complacencia del Padre: «Tú eres mi Hijo». «Es una revelación que quita elaliento. Dios mostraba su amor por aquel sencillo galileo que estaba allí, a orillas del ríoJordán. A ese hombre le llama su Hijo amado, en el sentido de único y predilecto»(Wolfgang Trilling). Nunca habíamos oído una cosa semejante en todo el AntiguoTestamento. El Padre mostraba descaradamente su predilección por Jesús: en él teníapuestas sus delicias.

El bautismo de Jesús fue un hecho cuyo alcance se nos escapa casi siempre. El pueblode Dios tenía la convicción de que el Espíritu de Dios se había apagado (1Mac 4,46;9,27; 14,41). A partir de la infidelidad en el Sinaí, Dios lo había limitado a algunaspersonas escogidas: profetas, reyes, sumos sacerdotes. Cuando murió el último de losprofetas el Espíritu de Dios se extinguió. Desde entonces, se creía que Dios hablaba sólopor el eco de su voz, lo que los rabinos llamaban la hija de la palabra (la bat qol), unpobre sustituto de su Espíritu. Pero un tiempo sin Espíritu era un tiempo bajo el silencioy el juicio de Dios. Y eso era algo temible (Am 8,11-12). Por eso se esperaba con ansiael retorno del Espíritu, es decir, que Dios volviera a estar en medio de su pueblo[18].

Ese es el significado más hondo del bautismo de Jesús: el Espíritu extinguido habíaretornado a la tierra, el tiempo del juicio, del silencio y de la lejanía de Dios habíapasado. Había sido inaugurado un tiempo de gracia. Fue el paso de las promesas a larealidad, de la carne al Espíritu, de la ley a la gracia, del precursor al Mesías, de losprofetas al Hijo. ¡Había llegado la hora! Los plazos se habían cumplido, la época de laspromesas se había terminado, los cielos se habían rasgado, el Espíritu había descendido,el precursor dejaba paso al Mesías. Era el momento de cambiar el silencio por la palabra,la carpintería por los caminos, la vida retirada por la vida pública. El bautismo fue la líneadivisoria entre «el carpintero de Nazaret y el profeta de Galilea, anunciador del reino deDios». Todo lo que Jesús diga y haga desde ese momento será dicho y hecho por el Hijodel Dios vivo en el ejercicio de su misión de salvar a todos los hombres. Por eso tenemosque abrir bien los ojos y los oídos, para ver y escuchar lo que él nos diga.

4. Las tentaciones de Jesús

El relato de las tentaciones está íntimamente ligado al bautismo y a la estancia de Jesúsen el desierto. San Marcos se limita a decir que Jesús «permaneció en el desiertocuarenta días y era tentado por Satanás» (1,12-13). Una tradición muy antigua sitúa elepisodio de las tentaciones en Gebel Qarantal, a unos 4 km al noroeste de Jericó.

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El número de cuarenta resuena frecuentemente en el Antiguo Testamento. Con él sedesignaba, en números redondos, un período más o menos amplio: cuarenta días deldiluvio, cuarenta años de marcha por el desierto, cuarenta días de ayuno de Moisés en elSinaí, cuarenta días de camino de Elías por el desierto hasta el monte Horeb etc. etc.

Pero san Mateo y san Lucas nos sólo dicen que Jesús fue tentado, sino que noscuentan tres tentaciones en concreto. Los especialistas de todos los tiempos se hanpreguntado: ¿Estamos ante un relato realmente histórico? ¿Hay que entender los hechostal como son narrados en los evangelios? Unos niegan rotundamente su historicidad,otros la defienden en todos sus detalles, pero algunos adoptan una postura intermedia ymatizada. Seguramente estamos ante un hecho real, pero bajo el cual se oculta unaenseñanza muy profunda acerca del sentido de la misión de Jesús[19].

En la historia de la salvación, la tentación es el itinerario normal de todos los quecaminan hacia Dios. Tentar significa, desde la perspectiva de Dios, «probar o someter aprueba». El desierto es una realidad ambivalente en la Biblia: por una parte es algoterrible, donde se experimenta el hambre y la sed, el calor insoportable y la muerte; porotra, es el lugar donde el Señor entró en alianza con su pueblo, le dio su ley y lemanifestó sus planes. Pues bien, así como Israel fue sometido a prueba después del pasodel mar Rojo, así Jesús lo fue después de su bautismo.

Un elemento esencial de la espiritualidad del desierto fue siempre el ayuno. Jesús,como Moisés, pasó cuarenta días de ayuno. Se trata, como acabo de decir, de un númerosimbólico más que real. En todo caso, era como el primer paso para la sugerencia deltentador, llamado diablo o Satanás, que comenzó a insinuarse de diversas formas: «Sieres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes», «Si eres Hijo de Dios,tírate abajo, porque está escrito: a sus ángeles te encomendará y te llevarán en susmanos, para que no tropiece tu pie en piedra alguna», «Todo esto te daré si te postras yme adoras»... Satanás quiso llevar a Jesús por sendas de éxito y de eficacia. Pero Jesúsno vino para saciar el hambre de los hombres, ni para dominar la tierra entera. El pan esnecesario para la vida del hombre, pero hay algo que lo es todavía más: la palabra deDios, el amor, la esperanza, la vida eterna. El camino de Jesús no pasaba por el poder yla gloria, sino por la cruz. El que nació en un pesebre y vivió pobre entre los pobres nopodía claudicar ante el camino del éxito. El reino de Dios no entraba en plan arrollador, abombo y platillo, sino mansamente, sin ostentación alguna. Satanás fracasó ante Jesús.Era, por decirlo de alguna manera, la primera victoria del Más Fuerte sobre el Fuerte.

5. El reino ha llegado

Después de los sucesos del bautismo y de las tentaciones Jesús regresó a Galilea,abandonó Nazaret y se estableció en Cafarnaún, una pequeña ciudad junto al lago deTiberíades, que podía tener en aquellos momentos en torno a los mil habitantes. De ellahizo el centro de sus correrías durante los años de su vida pública. Jesús se instaló encasa de Simón y Andrés, a quienes había conocido en el entorno de Juan.

Así comenzó su vida pública, recorriendo a lo largo y a lo ancho la provincia deGalilea, moviéndose constantemente de pueblo en pueblo y de sinagoga en sinagoga. Los

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evangelios mencionan algunos de esos pueblos, tales como Nazaret, Corazaín, Betsaida,Caná, Naín, Cesarea de Felipe... Pero nunca son mencionadas ni Séforis ni Tiberíades,donde residía el tetrarca Herodes Antipas, y que eran las dos ciudades más grandes deGalilea. En sus subidas a Jerusalén son mencionadas Jericó, Betania, Betfagé etc. Pareceque nunca bajó hacia el sur del país ni estuvo tampoco en Cesarea del Mar, donde residíael procurador romano Poncio Pilato. Sólo hizo un corto viaje al extranjero, a las regionesvecinas de Tiro y de Sidón.

Jesús no eligió el desierto, sino que se mezcló con el pueblo. Por una parte, aparecíacomo un rabino de su tiempo, por otra parte como un profeta de los antiguos. Pero laimagen de Jesús era diferente de la de los rabinos. No enseñaba sólo en las sinagogas,sino también en las casas, por los caminos y a la orilla del lago. Los que le seguían noeran un grupo de discípulos que estudiaran y aprendieran la ley para convertirse, a suvez, en maestros, sino que era un cortejo insólito: campesinos y pescadores, artesanos yjornaleros, hombres y mujeres, ricos y pobres, pecadores, enfermos y desvalidos. Perolo más desconcertante era su manera de enseñar. Hablaba con autoridad y con enteralibertad, sin acudir a la enseñanza de los rabinos anteriores. El estilo austero de Juan fuecambiado por otro más festivo, las palabras severas por palabras de misericordia.

Así fue como la buena noticia comenzó a resonar por todas las partes: «El tiempo seha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc1,15).

La expresión reino de los cielos (utilizada casi siempre por san Mateo), o reino deDios (utilizada por san Marcos y san Lucas), aparece más de 120 en los evangelios, 90de las cuales en boca de Jesús. Las dos expresiones significan exactamente lo mismo,como se deduce de un estudio de los textos paralelos. La fórmula utilizada por san Mateorefleja el modo de hablar de Palestina. Los judíos no pronunciaban nunca el nombredivino. Cuando se hacía la lectura de la palabra en la sinagoga y en ella aparecía elnombre de Yavé, era sustituido siempre por el término Adonai, que significa Señor o miSeñor. Sólo el sumo sacerdote podía pronunciarlo el día de la fiesta del Yom Kippur oDía de la expiación. Los rabinos utilizaban algunas expresiones de tipo convencional,tales como el Nombre, el Lugar, la Presencia, la Palabra, el Santo, los Cielos... paraacentuar la reverencia que era debida a su nombre. Por eso, la expresión reino de loscielos equivale en su sentido más pleno a reino de Dios. Lo más probable es que Jesússe acomodara a la manera de hablar de su tiempo y que empleara la fórmula reino de loscielos, que san Marcos y san Lucas, san Pablo y san Juan tradujeron por reino de Diospara que fuera mejor comprendida por los lectores de origen no judío. La expresiónexpresa claramente que se trata de un reino que viene de Dios al hombre, del cielo a latierra. Por eso, cuando hablamos del reino de los cielos entramos en el ámbito de la máspura gratuidad, de la gracia sin medida.

Pero, ¿cómo deberíamos entender esa expresión? ¿Se trata del reino o del reinado deDios? La mayoría de los especialistas piensan que la expresión reinado de Dios tiene unsentido mucho más dinámico que reino de Dios: significa que el Señor está ejerciendo yasu soberanía, que sus planes y sus proyectos sobre el hombre ya se están realizando, que

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ya está reinando en esta tierra y en estos hombres, sembrando la paz en lugar de laguerra, el amor en lugar del odio, la vida en lugar de la muerte. La expresión, por tanto,no hace referencia a un lugar, sino a un acontecimiento: el Rey ya está ahí. La expresiónreino de Dios, por el contrario, es algo más vaga y abstracta, ya que evoca la idea de unterritorio o de un espacio en el que se establece la soberanía divina. Por eso, aunque lasdos expresiones estén íntimamente relacionadas, debería preferirse la traducción reinadode Dios como la más adecuada. El reino no es un territorio ni un espacio que pueda serseñalado, sino un acontecimiento, algo que se acerca, que irrumpe y que sucede: es Diosen el ejercicio de su realeza y de su soberanía, Dios que viene como rey. Esa era lanoticia con la que Jesús pretendía agarrar el corazón de los hombres: «Dios está ahí, sureino ha llegado, la vida y el amor han inundado la tierra, un año de gracia es proclamadopara todos los hombres». El Rey se estaba acercando y quería entablar relacionespersonales con los hombres, no sólo desde el cielo lejano, sino desde la cercanía y lainmediatez. Las palabras de Jesús podrían ser traducidas, según algunos, de esta manera:«El reinado de Dios os ha dado alcance, os ha cogido en plena carrera, os ha agarrado enel corazón mismo de vuestra vida». Lo que estaba sucediendo era algo que afectaba alhombre por entero, en su cuerpo y en su alma, en su inteligencia y en su voluntad, en sussentimientos y emociones, en su presente y en su futuro, ahora y por siempre jamás: erala llegada del reino de Dios. Por eso no podía dejar fríos e indiferentes a los hombres,porque en ello les iba la vida. La voz de Jesús no invitaba a las armas, sino a acoger aDios que venía como rey. Era como un gancho que se clavaba en el alma: «Esto es parati, la vida es para ti, la gracia es para ti, el amor es para ti, Dios quiere ser el rey de tuvida». Dios no llegaba con el rostro de la justicia, sino con el del amor y de lamisericordia. Un poder divino estaba a la obra, sin la fuerza de las espadas, peroactuando en los corazones. Un mundo nuevo aparecía sobre los escombros del antiguo:la enfermedad era curada, el pecado perdonado, la muerte reculaba ante la llegada de lavida, el Fuerte dejaba paso al Más Fuerte. Por fin llegaba algo distinto, que embarcaba alos hombres en una aventura jamás soñada. Se trataba de ser o no ser, de vivir o no vivir.¿Qué sería de la tierra si Dios pusiera su trono en medio de ella? ¿Qué podría pasar si enlugar del odio y de la fuerza, de la injusticia, del pecado y de la muerte reinara la justiciay la paz, el amor, la gracia y la vida? La aurora de la salvación había despuntado para loshombres, el reino avanzaba paso a paso, un año de gracia había sido inaugurado ennuestra tierra, los ciegos recuperaban la vista, los sordos el oído, los pobres eranevangelizados. Esa era la gran noticia. Eso era lo que provocaba a los hombres a unaconversión hacia el Rey que estaba llegando con sus manos llenas de amor y de gracia,de perdón y de vida. Eso era lo que urgía a una respuesta inmediata, a cambiar elcorazón y la mente, el modo y el estilo de vida, a nacer de nuevo, a nacer de lo alto, anacer del Espíritu[20].

B. Osborne ofrece las siguientes expresiones como «sustitutos» para el símbolo delreino de Dios: presencia de Dios, amor de Dios, compasión de Dios, misericordia deDios, poder de Dios, perdón de Dios, justicia de Dios, santidad de Dios, bondad de Dios,gracia de Dios... Todo eso está contenido en esa expresión, que sigue siendo bastante

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vaga para nosotros[21].

6. Los milagros de Jesús

Jesús no sólo anunció la llegada del reino de Dios con palabras, sino también a través designos y señales, de exorcismos y de curaciones. Su palabra entraba por los oídos, sussignos por los ojos. No eran sólo palabras, sino palabras poderosas. No se puede pasarpor encima esa parte tan importante de su vida pública, ya que sería mutilar losevangelios y condenarnos a no entender casi nada ni de su actividad ni de su misión.

Los evangelistas resumen así su ministerio: «Recorría toda Galilea, predicando en sussinagogas y curando toda enfermedad y toda dolencia», «El Espíritu de Dios está sobremí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la buena nueva, aproclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a losoprimidos y proclamar un año de gracia del Señor», «Id y anunciad a Juan lo que oís ylo que veis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen,los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva», «Pasó haciendo el bieny curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» [22].

El evangelio de san Marcos está compuesto de 661 versículos, de los cuales 209 estándedicados a narrar algunos milagros de Jesús. Pero esos relatos no han sido introducidoscomo un cuerpo extraño en el evangelio, sino que están íntimamente vinculados a suenseñanza, de tal manera que «su predicación y sus milagros forman un tejido único, alservicio del reino de los cielos». «Sin ellos, ni los evangelios serían los evangelios, niJesús sería Jesús». Quien los rechace o los niegue debería rechazar todo el evangelio.Los milagros fueron «los signos sensibles y visibles» que Jesús ofreció para mostrar queel reino de Dios había llegado y que el reino de Satanás había concluido. La presencia delreino, en efecto, se dejó sentir en gestos de amor y de liberación, dando vista a losciegos, habla a los mundos, limpieza a los leprosos, vida a los muertos[23].

La idea que la mayoría de nosotros se hace del milagro es que se trata de un hechoque no tiene una explicación natural, es decir, que estamos ante algo que está porencima de las fuerzas y de las posibilidades del hombre. Milagro es un término queprocede del latín miraculum, que significa «algo admirable, algo que causa admiración».Los términos más utilizados en la Biblia para designarlo son signo y prodigio, fuerza ypoder. Pero lo que prevalece en la noción del milagro en la Biblia no es su aspectoprodigioso, sino «la invitación apremiante que hace a todos para captar la presencia deDios en él, porque, de lo contrario, el milagro sería como una película muda, que nadieentendería ni tendría sentido alguno». Por eso, la reacción del hombre ante el milagrodebería ser esta: ¿Quién está detrás de ese hecho? ¿Quién lo ha realizado? ¿Qué querrádecirnos? De la esencia misma del milagro es que sea significativo, es decir, que seasigno de una presencia, de alguien que está detrás del hecho. Si el milagro no abre losojos de los que lo ven, entonces produce el efecto contrario, es decir, los cierra. Portanto, en los milagros siempre aparece una finalidad muy concreta: revelar a los hombresla cercanía de Dios.

Para Jesús, los milagros fueron como las credenciales de su misión, los signos o

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señales de la presencia del Rey entre los hombres. En san Juan, por ejemplo, hay unaselección muy cuidada de signos realizados por Jesús, que son como flechas que nosobligan a ir más allá del hecho narrado. En efecto, más allá de la curación del ciego denacimiento está él, que es la luz del mundo; más allá de la resurrección de Lázaro está él,que es la resurrección y la vida. No son los signos lo más importante, sino Aquel que serevela en ellos y por medio de ellos.

Que Jesús hiciera acciones milagrosas es algo que no se puede negar. La tradiciónsobre los milagros pertenece a la roca viva de los evangelios. Si se quiere hablar de Jesús,es imposible no hablar de esos relatos. Pero la verdad es que los milagros se hanconvertido en un quebradero de cabeza para la fe. La ciencia y la razón los han puestoen tela de juicio. Pero los milagros no han de ser contemplados con ojos científicos, sinocon ojos religiosos. Sin un apoyo en la vida y en la obra de Jesús la tradición sobre losmilagros sería imposible. Jesús fue considerado por sus contemporáneos como uncurador y un exorcista de gran prestigio. Sus curaciones aparecen atestiguadas en todaslas fuentes: en san Mateo y san Marcos, en san Lucas y san Juan. En el Talmud se dapor supuesto que Jesús fue condenado por haber practicado la hechicería y haberdescarriado a Israel. Sus enemigos se vieron urgidos a dar una explicación de los hechosque tenían delante.

6.1. Los exorcismos

Es casi imposible para nosotros imaginar la importancia que tenía todo lo relacionado conlos demonios en los días de Jesús. El mundo entero estaba plagado de su presencia:dominaban como déspotas a los hombres y los ocasionaban males físicos y psíquicos,residían principalmente en los lugares desérticos y en las ruinas, y atacaban en días y enocasiones especiales. La gente se defendía contra ellos por medio de amuletos, pero erantemidos por su poder y su maldad. Muchas enfermedades del alma eran consideradascomo provocadas por esas potencias del mal, enemigas de Dios y de los hombres.Satanás tenía su reino bien estructurado, con su ejército y sus soldados, de tal maneraque era imposible enfrentarse a él.

En ese mundo esclavizado por Satanás hizo su aparición Jesús. El Fuerte y el MásFuerte se enfrentaron en la arena humana. Por eso, los relatos de curación de losposeídos por el diablo presentan siempre un aspecto de lucha. Pero las victorias de Jesússobre Satanás fueron la manifestación de que había llegado el tiempo de la salvación y deque su poder había comenzado a palidecer.

Pero los fariseos le acusaron sin cesar de haber pactado con el mismo diablo:«Entonces le fue presentado un endemoniado ciego y mudo. Y le curó, de suerte que elmudo hablaba y veía. Y toda la gente decía atónita: ¿No será éste el Hijo de David? Maslos fariseos, al oírlo, dijeron: Éste no expulsa los demonios más que por Beelzebul,Príncipe de los demonios. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: Todo reino divididocontra sí mismo queda desolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no podrásubsistir. Si Satanás expulsa a Satanás, contra sí mismo está dividido, ¿cómo, pues, va asubsistir su reino? Y si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan

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vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero, si por el Espíritu de Diosexpulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios. ¿O cómo puedeuno entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte? Entoncespodrá saquear su casa» (Mt 12,22-29; Lc 11,14-22; Mc 3,22-27).

Cuando una familia comienza a dividirse en grupos, o un reino en bandos y partidos,se produce una guerra intestina que puede arruinar a la familia o al estado. Entonces, si elreino de Satanás estaba en lucha civil, ¿cómo podría subsistir? Para explicar lascuraciones de Jesús había que mirar en otra dirección, hacia el dedo de Dios o hacia suEspíritu.

Dos poderes estaban frente a frente: el de Satanás y el de Dios, el del mal y el delbien, el de la criatura y el del Creador, el del Fuerte y el del Más Fuerte. La expulsión delos demonios no era sólo un anuncio de la llegada del reino, sino la confirmación de sullegada. El reino ya estaba entre los hombres, el imperio de Satanás estaba en quiebra.Algo nuevo estaba sucediendo en nuestra tierra. En ella se estaba produciendo un cambiode poder. Con el derrocamiento de Satanás se abría paso el reino de Dios. El imperio delFuerte comenzaba a tambalearse, su casa ya había sido saqueada y él había sidodespojado de sus bienes. La guerra había comenzado y la victoria final se estabadecantando ya de parte del reino nuevo. El Fuerte comenzaba a retirarse poco a pocoante la presencia del Más Fuerte. La expulsión de los demonios fue una demostración dela victoria del nuevo reino[24].

6.2. Las curaciones

Se ha dicho, con razón, «que la enfermedad era el pan de cada día en aquellos tiempos».Su tratamiento era un asunto casi exclusivo de los sacerdotes, pero también existíancuranderos que ofrecían todo tipo de recetas. Jesús se encontró un mundo dondeabundaban toda clase de enfermedades y sus entrañas se conmovieron ante elespectáculo que se abría ante sus ojos. Por eso dejó que avanzara hacia él el inmensomar del dolor, «el ejército de los afligidos». Unos eran llevados en camillas, otroscaminaban por sí mismos. Y él pronunciaba una palabra: «Quiero, sé limpio»,«Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa»... El dedo de Dios no sólo estaba con élsólo para expulsar a los demonios, sino también para sanar a los enfermos: cojos sordos,ciegos, paralíticos, leprosos etc. Los evangelios mencionan veintitantos casos decuraciones efectuadas por Jesús, más algunas informaciones generales, donde losevangelistas dicen que los curó a todos. Curó a unos pocos, resucitó a tres muertos,multiplicó en un par de ocasiones los panes para dar de comer a los que lo seguían. Pero,¿por qué fue tan parco en hacer milagros cuando tenía todo el poder en sus manos? ¿Porqué no multiplicó los panes todos los días? ¿Por qué no curó a todos los leprosos? ¿Porqué no dio vista a todos los ciegos? ¿Por qué no curó a todos los sordos ni a todos losparalíticos? ¿Por qué no aprovechó su poder para salvar a Israel del dominio de losromanos? Pero Jesús se negó siempre a hacer una exhibición de su poder. Sus milagrosfueron signos o señales de la presencia del reino de Dios en la tierra, como sus primerosresplandores. Alguien estaba ahí, que dominaba a los elementos de la naturaleza, sometía

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a los espíritus, curaba la enfermedad, perdonaba el pecado y hacía recular a la muerte.Alguien estaba ahí, sembrando una esperanza infinita en el corazón de los hombres: elreino había llegado, el Médico estaba ya entre los enfermos, el Pastor había reunido a surebaño, el Señor de la vida y de la muerte, del perdón y de la gracia estaba con elhombre. Esa fue la función de sus milagros: llevarnos hacia el Rey que llegaba con susmanos llenas de vida.

7. Las parábolas de Jesús

A lo largo de su ministerio Jesús habló de muchos modos. Pero se diría que su formapreferida fue la parábola, de tal manera que el lenguaje parabólico ocupa más de unatercera parte de los evangelios. Profetas, sabios y rabinos ya habían acudido a ese mismoprocedimiento para exponer su pensamiento. Por tanto, no se puede decir que Jesúsfuera el inventor de la parábola. Pero lo cierto es que él la utilizó en una medida muchomayor que ellos y de una forma muy característica.

El evangelio dice «que les hablaba en parábolas», un término que procede del griegopara-ballein y que significa exactamente yuxtaponer, es decir, juntar, arrojar o poner unacosa junto a otra. La parábola, por tanto, es un acercamiento o una aproximación de dosrealidades, una de las cuales es familiar para todos, y por eso sirve para ilustrar unaspecto de la otra realidad, menos conocida. Jesús fue llevando a sus oyentes «de loconocido a lo desconocido, de lo cercano a lo lejano, de lo que entra por los ojos a lo queestá más allá de ellos, del mundo que tocamos con las manos al reino de los cielos» [25].Todas las cosas de la vida le sirvieron para tratar de decir a su pueblo en qué consistía elreino que predicaba: la sal y la luz, el fermento y la levadura, las perlas y los tesoros, loslobos y las ovejas, la puerta y el camino, los árboles buenos o malos, la mies y lossegadores, el médico y los enfermos, la red y la pesca, la semilla y la sementera, el pastory las ovejas...[26].

Las parábolas de Jesús debían comenzar siempre con una pregunta: «¿Qué os parece?¿Con qué compararía yo esta cosa? ¿Qué ejemplo podría poneros para que loentendierais bien? ¿Cómo os lo diría yo?». Después venía la descripción: «Sucede deesta cosa como de esta otra»... Si pudiéramos descubrir la situación, el momento y losoyentes ante quienes Jesús pronunció cada una de ellas, seguramente se clarificaríannotablemente para nosotros. Pero lo cierto es que, a través de las parábolas, Jesús quisohacer comprensible a los suyos la verdad más profunda del reino que proclamaba:parábola del sembrador, de la cizaña, del grano de mostaza y de la levadura, del tesoro yde la perla, de la red y de la semilla que crece por sí sola (Mt 13,3-50). En ellas podemosrastrear lo que es el reino, su llegada, su irrupción y su lento desarrollo. Todos esperabanla llegada del reino como una realidad poderosa y maravillosa, «como un cedromagnífico» plantado en la cima de una montaña. Pero el reino no es como un cedro, sinocomo un grano de mostaza que se convierte en un árbol, donde todos los pájaros vienena cobijarse, como un tesoro que agarra el corazón, como una perla por la cual uno vendetodo lo que tiene, como una red que todo lo arrastra, como un poco de fermento que escapaz de fermentar una masa inmensa. Dios es capaz de hacer de unos comienzos

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modestos un final magnífico.Jesús utilizó algunas de sus parábolas como «armas de combate» para defender la

buena nueva que proclamaba: parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14), paráboladel hijo pródigo, de la oveja perdida y de la dracma perdida (Lc 15,4-32). Dios es comoese padre que deja vivir a su hijo el riesgo de la libertad sin reproche alguno, pero que leacoge con amor a su regreso y le restituye en todos sus derechos; como ese buen pastorque cuida personalmente de todas sus ovejas, y cuando una de ellas se extravía sale abuscarla por todos los caminos hasta que la encuentra y la lleva de nuevo al redil lleno decontento; como esa mujer que ha perdido una dracma de su dote y la busca por toda lacasa hasta encontrarla. Así es el reino que avanza hacia nosotros. Así es Dios: el Dios delo perdido y de lo extraviado. Su alegría es vernos a todos en su casa.

Jesús utilizó también las parábolas para despertar a sus oyentes hacia la realidad delreino que llegaba: parábola del banquete nupcial, del administrador infiel, de las vírgenessabias y necias y la del siervo fiel y prudente. El reino podía llegar de una manerarepentina, como el amo que se fue de casa, como un ladrón en la noche, como el diluvioen los días de Noé, como la catástrofe de Sodoma y Gomorra. Había que estar en estadode máxima alerta para no ser cogidos desprevenidos. No, no era la hora del terror, sinodel amor; no la del castigo, sino de la salvación. Había que actuar con rapidez y decisión,estar en todo momento con las lámparas encendidas, porque el Rey estaba yaavanzando. Era el momento de la decisión y de la vigilancia.

Pero el reino no avanza por la fuerza de los tanques ni de las espadas, sino por mediode una palabra desprovista de todo poder, por el amor que se humilla y se encarna, quellama y solicita, que crece como la hierba del campo, sin que nadie se dé cuenta. ¿Cuántopuede durar ese proceso? ¿Cuánto tiempo llevamos viviendo los hombres sobre la tierra?¿Cuántos años viviremos sobre ella? ¿Cuándo se acabará nuestra historia? ¿Cómo será elfin? Podemos estar todavía en el primer estadio del reino, es decir, en el de la semillarecién sembrada, en el momento en el que el reino comienza a asomarse tímidamente ala superficie de la tierra. Y debemos tener paciencia para aceptar ese proceso, antes deque llegue el final. Y seguir sembrando la palabra en el campo del mundo, corriendo elriesgo de que se la coman los pájaros o de que sea ahogada por los cardos o de que seapisoteada por los que pasan por el camino. Nosotros tiramos la semilla, pero el reino nacey crece por sí solo y poco a poco se va convirtiendo en hierba primero, después enespiga y, finalmente, en grano, antes de que llegue la cosecha

¡La paciencia del reino! Dios no tiene prisas, porque tiene la eternidad en sus manos.En eso juega con una gran ventaja sobre nosotros, que hoy somos y mañana ya noexistimos. Dios tiene el pasado, el presente y el futuro ante sus ojos. En él no haydevenir ni historia. Dios respeta el proceso del crecimiento del reino, desde la sementerahasta la cosecha final. Él sabe cómo llevar esta historia, con amor y con paciencia. ADios no se le ocurrirá jamás separar la cizaña del trigo, ni los peces buenos de los malos,ni nos encomendará nunca esa tarea, porque lo haríamos fatal. El ritmo del reino lomarca él. Vemos tanto mal en el mundo que nos gustaría decirle: «Los hemos visto másrápidos, Señor. ¿A qué esperas? ¿Por qué no intervienes? ¿Por qué toleras el triunfo del

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mal sobre el bien, de la injusticia sobre la justicia, de la guerra sobre la paz, de la muertesobre la vida?»

Pero Dios tiene una noción exacta del tiempo y del espacio. Por eso, a pesar de lo quevemos y experimentamos, podemos vivir esperanzados y abrir los ojos a los signos deese reino que avanza sin hacer mucho ruido, recreando y sanando a los hombres. Pareceque se abre camino con grandes dificultades, pero sigue su marcha serena sin que nadiepueda detenerlo. Dios actúa mansamente, sin dar puñetazos sobre la mesa, y sinimposiciones de ningún tipo. El reino está ya dentro de nosotros como una semilla que vacreciendo y que un día dará una cosecha superabundante. El que se despojó de su rangoy tomó la condición de esclavo, el que nació en un pesebre y murió en un madero novino a imponerse brutalmente a los hombres. El reino avanza lentamente y sin amenazara nadie, cae en el alma del hombre como un susurro apenas perceptible. Se va haciendoen la paciencia y en la esperanza, en el paso de los días y de las noches, en medio deluces y sombras, de alegrías y de tristezas, de éxitos y fracasos, de avances y retrocesosaparentes. En nuestra historia se ha introducido un fermento capaz de transformarlotodo, pero no por la fuerza, sino por el amor. El reino ha inaugurado en esta tierra unaépoca de gracia y de perdón, de salvación y de vida para todos. Sus comienzos nopueden ser más humildes, pero tampoco más prometedores. Su instalación es lenta, perosegura. Nadie puede adelantarlo con un celo intempestivo, ni retrasarlo con su pecado.Lo que hoy es una semilla insignificante mañana será un árbol frondoso, lo que ahora esun poco de levadura mañana será una masa fermentada. El reino se hace presente en lopequeño y en lo insignificante, pero nada ni nadie podrá detenerlo. La hora de Jesús nofue la del triunfo, sino la de la sementera. Sólo hay que esperar la consumación final.

8. Con los humildes de la tierra

El mundo que Jesús tenía delante de sus ojos estaba compuesto por gente muy sencilla,hombres, mujeres y niños, campesinos y jornaleros a sueldo, enfermos y mendigos, queno sabían apenas lo que era comer un trozo de carne ni un pedazo de pan de trigo. Elreino que llegaba no podía olvidar a esos hombres. Por eso, las primeras palabras deJesús fueron para ellos: «Dichosos los pobres, porque de ellos es el reino de Dios;dichosos los que tienen hambre y sed, porque serán saciados; dichosos los que lloran,porque serán consolados...» (Mt 5,3-12; Lc 6,20-23).

Ningún hombre, sea como sea, esté como esté, es excluido del reino. Pero, sin excluira nadie, Jesús se dirigió de una manera preferencial, si se puede hablar así, a los máspobres, como si las predilecciones de Dios fueran hacia ellos. «Hay un hecho que no senos puede escapar: de las 55 veces que san Mateo usa el término reino, en 47 ocasioneslos destinatarios son las muchedumbres, los pobres, los hambrientos, los enfermos, losafligidos, los pecadores, los niños, la gente sencilla. A ellos se dirigió de una manera muyespecial Jesús: a los hambrientos anunció la saciedad, a los apenados la alegría, a losafligidos el consuelo, a los presos libertad...» [27]. Así descubrimos el reino de la gratuidad,donde Dios lo da todo a cambio de nada, donde los que nada tienen lo reciben todo porpura gracia. Así se revela el Dios grande, que reparte a manos llenas su riqueza con los

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pobres, su grandeza con los pequeños, su sabiduría con los sencillos...Jesús anunció la llegada del reino de Dios a aquellos que vivían al margen del río por

donde corren los bienes, la vida. Por eso podían alegrarse; por eso eran felices. SanLucas redactó la primera bienaventuranza en estos términos: «Bienaventurados lospobres, porque vuestro es el reino de Dios» (6,20). ¿Quién se hubiera atrevido aproclamar bienaventurados a los pobres y a los hambrientos, a los afligidos y a losperseguidos? Los pobres son aquellos de los que nadie hace caso, pero en el reino deDios pasan al primer plano y cuentan más que nadie. Porque en ese reino no se entra porméritos o por obras, ni por dinero ni por influencias, sino por gracia. El reino de Diosllegaba precisamente para los pobres, y de tal manera eso es verdad que se puedeafirmar, dice Jon Sobrino, que aunque el reino es universal, «en directo el reino esúnicamente para los pobres». Pero esa proposición resulta tan dura para muchos que laatenúan diciendo que el reino es «preferentemente para los pobres», o «que los pobresson los privilegiados», o «que los pobres son los primeros de la larga fila» [28]. Pero, porgracia de Dios, el reino pertenece a los pobres como una herencia. No lo han ganado nimerecido por sus obras, sino que les ha sido regalado por puro amor. Alguien ha dicho,con mucho acierto, que «proclamar la llegada del reino sólo para los buenos hubiera sidouna maldición implícita para casi todos los hombres de la tierra. Y en ese caso, elevangelio no hubiera sido una buena nueva, sino una mala noticia. La mayoría de loshombres serían excluidos del reino, del perdón y de la gracia, del amor y de la vida».Pero las palabras de Jesús resonarán con toda su fuerza por los siglos de los siglos:«Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos». Esa es lavoluntad de Dios: sobre ellos reinará el creador del universo[29].

Los pecadores fueron también objeto de una solicitud muy especial por parte deJesús. Para ellos había venido y con ellos debía de estar, como está el médico con losenfermos. Se podría decir que ese fue el signo más deslumbrante de la llegada del reino:la acogida de los pecadores. El reino llegaba cargado de amor y de perdón, de gracia y devida. El perdón no era debido ni a obras ni esfuerzos del hombre, sino que era una ofertagratuita de Dios. Por eso, los piadosos y los observantes no podían entender que Jesúsacogiera y perdonara a los pecadores. Para ellos el ideal era convertir la tierra santa enuna especie de templo habitado por Dios, donde sólo vivieran los limpios y los justos, yhacer del pueblo elegido un reino de sacerdotes, donde todos vivieran en un estado depureza cultual. Por tanto, los que vivían fuera de la alianza habían traicionado al Señor yestaban irremediablemente perdidos. Los pecadores manchaban la tierra con supresencia.

Para los piadosos y observantes de la ley sólo existía un principio: «Sed santos,porque yo soy santo». Pero Jesús lo orientó en otra dirección: «Sed compasivos, comovuestro Padre es compasivo». «La santidad separa a los hombres, la compasión lesacerca; la santidad los aleja, el amor les une». Por eso, su cercanía a los pecadores fuealgo inaudito para los hombres de su pueblo, sobre todo para los fariseos. ¿Qué podíanpensar aquellos hombres piadosos? Dios no sólo no podía amar a los pecadores, sino quetenía que odiarlos, porque se habían echado a la espalda sus mandatos y le habían

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despreciado. Pero Jesús se acercó precisamente a ellos. Debía causar un escándaloinimaginable contemplar a Jesús comiendo con los publicanos y los pecadores. Sentarse ala mesa con alguien era prueba de confianza y de amistad. Nadie comía con unocualquiera, sino siempre con los suyos. «Compartir la misma mesa significaba, de unamanera u otra, que se pertenecía al mismo grupo: los gentiles comían con los gentiles, losjudíos con los judíos, los hombres con los hombres, las mujeres con las mujeres, losricos con los ricos, los pobres con los pobres». Pero Jesús vino para los pecadores y lesofreció el perdón de Dios. No eran, en efecto, los sanos los que necesitaban del médico,sino los enfermos. El reino de Dios era gracia y amor, antes que juicio y condenación.Por eso Jesús los acogió como amigos y les concedió un perdón sin condiciones.

También los niños fueron objeto de un amor muy especial por parte de Jesús. Laspredilecciones de Dios se dirigieron hacia esos seres que los hombres juzgan indignos deatención. Dios se complace en ellos porque son lo que son: seres insignificantes. Ese es«el lado débil de Dios». Se ha dicho que ellos son como «los aristócratas del reino».Dios no tiene puestos sus ojos en los grandes personajes, sino en los que no cuentannada ante la mirada de los demás. Los niños no pueden hacer valer sus méritos anteDios, sino su indigencia y pequeñez. Se diría que ser pequeño es la primera condiciónpara entrar en un reino tan grande[30].

Los sencillos también atrajeron la atención de Jesús[31]. La palabra griega népios estraducida de diversas maneras: unos la traducen por pequeños, otros por sencillos, otrospor niños. Pero, en forma de imagen, servía para designar a un hombre simple, es decir,sin preparación y sin conocimientos, en contraste con los sabios e ilustrados. Losdestinatarios de la revelación de los misterios del reino no pertenecían a la clase de lossabios e inteligentes, sino al grupo de los ignorantes y de los incultos, es decir, de los queno conocían la ley en todos sus detalles. Lo que fue ocultado a los sabios fue revelado alos sencillos. Los grandes no llegaron a conocer a Aquel a quien los sencillosreconocieron por pura gracia. Así le ha parecido bien al Señor. Y si a Dios le ha parecidoasí, entonces ya no hay nada que añadir. Por alguna razón que se nos escapa, él haocultado a los ricos y a los poderosos, a los sabios e inteligentes lo que ha revelado a lospobres, a los niños y a los sencillos.

Jesús acogió de una manera muy especial a las mujeres. Sabemos perfectamente quela condición de la mujer no era muy agradable en aquellos días. Sólo vivían para el hogary, fuera de él, prácticamente no existían. No podían salir a la calle sin el velo, no lesestaba permitido hablar en público con ningún hombre, debían permanecer siempreretiradas y calladas, su testimonio no era aceptado como válido ante ningún tribunal. Enuna palabra, no contaban para nada. Un dicho de los rabinos decía: «Quien enseña laTorá (la Ley) a su hija, la enseña el libertinaje». «Antes sean quemadas las palabras de laTorá (la Ley) que confiadas a una mujer». Pero Jesús las trató con una consideración yun respeto tal, que debió llamar la atención de todos. Algunas de ellas formaron parte delgrupo de los que le siguieron, atraídas por su persona. Ellas sirvieron y amaron a Jesús,estuvieron al pie de la cruz y fueron testigos de la resurrección.

Hace ya unos años que fue escrito un libro titulado Jesús en malas compañías, donde

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aparece seguido del cortejo de los pobres y de los desvalidos, de los enfermos, de losmarginados y de los pecadores, en una palabra, de los humildes de esta tierra. El quenació en un pesebre y murió en un madero vino para ellos y estuvo con ellos en todomomento. A ellos les abrió de par en par el reino de los cielos.

9. Jesús y la ley

La Ley era el orgullo del pueblo de Dios. Un judío podía perder la familia y los bienes, eltemplo y la tierra, pero nunca la ley. La llevaba inscrita en su corazón. Por ella estabadispuesto a morir. Conocerla era conocer la voluntad de Dios, amarla era amar a Diosque se la había entregado. En la oración de cada mañana, el judío repetía: «Danoscomprender, captar, entender, aprender, enseñar, guardar, hacer y cumplir todas laspalabras de la Ley con amor. Ilumina nuestros ojos con tu ley». Pues bien, con la llegadade Jesús la ley dejó de ocupar el puesto central en la vida del hombre. La salvación ya noestaba vinculada con la ley, sino con la gracia desbordante del reino que era ofrecidogratuitamente a todos. La ley había sido como un lugarteniente de Dios en la tierra, peroya no era lo decisivo. Dios se había acercado, su reino estaba ahí. La ley había cumplidosu misión y tenía que retirarse.

Eso era algo que debía chocar violentamente a los hombres de su pueblo. Las disputasen torno a la ley se convirtieron en el pan de cada día. Jesús despertó todas las alarmasen los dirigentes del pueblo. Los fariseos no cejaron en su intento de buscar motivos dequé acusarle para hacer callar aquella voz que tanto les molestaba. Su libertad frente a laley (frente al sábado, a los alimentos y la pureza ritual) y frente a las tradiciones de lospadres, les desquiciaba[32]. Su cercanía a los pecadores y a la gente de mala reputación lesresultaba inquietante. A medida que pasaba el tiempo, el abismo que separaba a Jesús delos dirigentes del pueblo se fue haciendo cada vez más hondo. No sabían qué hacer conél. Al fondo comenzaba a vislumbrarse la silueta de una cruz.

10. En previsión del futuro

Desde el principio de su ministerio público, Jesús estuvo acompañado de un grupo dediscípulos. El término discípulo (en griego mathetes) aparece más de 250 veces en elNuevo Testamento. Significa literalmente «el que aprende» o «uno que aprende». En lalengua griega un mathetes era alguien ligado a otro para aprender, es decir, un aprendizen un oficio o un alumno en una escuela. Por tanto, no podía haber discípulo sin unmaestro o un profesor. En el judaísmo era el discípulo el que escogía al maestro, peroJesús escogió personalmente a los suyos «para que estuvieran con él y para enviarlos apredicar» (Mc 3,14). Los Doce formaron un «colegio especial», el círculo íntimo que leacompañó en todos sus movimientos. Los primeros cristianos debían conocer dememoria sus nombres, como si se tratara de la alineación del mejor equipo de fútbol denuestros días: «Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago, el de Zebedeo, ysu hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeoy Tadeo; Simón el cananeo y Judas el Iscariote» [33]. Eran hombres normales y sencillos.No fueron llamados para estudiar la ley y hacer una carrera profesional, sino para

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compartir una misión al lado de Jesús. Ellos fueron testigos de sus palabras y de sushechos, de su pasión, de su muerte y de su resurrección. Jesús les dio poder paraexpulsar a los espíritus malignos y para sanar a los enfermos, para bautizar y perdonarlos pecados, para organizar y presidir las comunidades, y para actualizar su entrega en laeucaristía.

Al llamar a un grupo de discípulos a compartir su propia misión y, al constituir a «losDoce» como símbolos de las doce tribus de Israel, Jesús estaba estableciendosimbólicamente una comunidad renovada de salvación, un nuevo Israel, un nuevocomienzo en la historia del pueblo de Dios.

Por tanto, antes de morir, Jesús tomó precauciones. Sus discípulos serían loscontinuadores de la proclamación del reino. Sobre ellos fundó su Iglesia, como sobre unaroca firme, de tal manera que nada ni nadie podrá derrotarla por los siglos de los siglos.

11. La muerte en el horizonte

El ministerio de Jesús fue bastante breve. Después de pasar un cierto tiempo predicandoen Galilea se dirigió hacia Jerusalén. Pero desde los primeros días pudo intuir su muerteen un futuro no muy lejano. Sus continuos conflictos con los escribas, con los fariseos ycon los jefes del pueblo no podían presagiar nada bueno. Ya desde el momento de laconfesión de Pedro en Cesarea de Felipe «comenzó a enseñar a sus discípulos que elHijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por las ancianos, los sumossacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar a los tres días» [34]. Era elprimer anuncio de lo que había de venir. Pero Jesús volvió sobre el tema: «Partieron deallí e iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, porque iba instruyendo asus discípulos. Les decía: El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; lematarán y a los tres días de haber muerto, resucitará» [35]. Pero, para que sus discípulos lograbaran en su corazón, todavía hubo un tercer anuncio: «Tomó otra vez a los Doce y sepuso a decirles lo que iba a suceder. Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombreserá entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y leentregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y alos tres días resucitará» [36]. Pero además de esos textos hay varias alusiones veladas a sumuerte: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas», «No pueden ayunar los amigosdel novio mientras el novio está presente», «¿Podéis beber el cáliz que yo voy abeber?», «El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar suvida como rescate por todos», «¿Quién es mayor? ¿El que está a la mesa o el que sirve?¿No lo es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como quiensirve»...

Esas predicciones han sido consideradas por muchos especialistas como «profecíasescritas después de haber sucedido las cosas». Pero la realidad es que Jesús pudo contarcon una muerte violenta, porque los cargos que se le imputaban eran muy graves:acusaciones de no observar la ley y de quebrantar el sábado, su cercanía a los pecadoresy a la gente de mala reputación, su falta de respeto por las tradiciones de los padres, suosadía para llamar Abba a Dios y para atreverse a perdonar los pecados... No podía

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hacerse ilusiones sobre su destino final. Sabía que el círculo se iba estrechando en tornoa él y que todo se tornaba turbio a su alrededor. Resultaba inaceptable para quienestenían la responsabilidad de velar por el judaísmo. «Los jefes del pueblo llegaron a laconclusión de que Jesús y el judaísmo eran como la cara y la cruz: si Jesús vivía, eljudaísmo perecería; si el judaísmo quería perdurar, Jesús tenía que perecer».

12. Hacia la pasión y la muerte

Hacia finales del año 29 se abrió un nuevo capítulo en la vida de Jesús. Abandonó laregión de Galilea, donde había predicado la mayor parte del tiempo, y comenzó a darpasos hacia la ciudad santa, «porque no convenía que ningún profeta muriera fuera deJerusalén». Seguramente sabía los riesgos que afrontaba al tomar esa decisión. Pero,durante algún tiempo, siguió enseñando en la región de Judea, sin acercarse todavía a lacapital.

Jerusalén era el bastión del nacionalismo judío y de la fidelidad religiosa másescrupulosa. En ella residían los escribas más eminentes. Todos debían haber oído hablarde Jesús y le esperaban con las armas bien afiladas. La oposición a Jesús, como acabo dedecir, recaía en puntos de mucha gravedad: acogía a los pecadores y comía con ellos,llamaba a Dios Abba, es decir, papá, algo que sonaba del todo irreverente a los oídos delos judíos, se ponía por encima de la ley, no observaba escrupulosamente el sábado.¿Tenía necesidad de ser perfeccionada la ley? ¿No era inmutable como el mismo Diosque la había dado? Ir más allá de la ley para vivir en la gracia era dar un salto hacia lodesconocido. Por tanto, las razones de los dirigentes judíos para oponerse a Jesús erangraves. Anás era el hombre de más prestigio entre los judíos. Había sido sumo sacerdotedesde el año 6 hasta el 15. Caifás, su yerno, le había sucedido en el cargo.

La última semana comenzó de una manera deslumbrante. Jesús, que debíahospedarse en Betania (un pueblo situado a unos tres kilómetros de Jerusalén), en casade Lázaro, Marta y María, hizo una entrada triunfal en la ciudad santa, aclamado por elpueblo. Las alarmas se dispararon y los sucesos comenzaron a precipitarse. Los jefesjudíos conspiraron para darle muerte y Judas se ofreció para la traición. Jesús fue ungidopor María en casa de Simón. Era como un preludio de su sepultura.

12.1. La última cena

Se aproximaba la fiesta de la pascua y Jesús mandó a dos de los suyos que prepararantodo lo necesario para la celebración. La cena se celebró en la casa de algún hombre rico,en una sala del piso segundo donde se recibía a los invitados de honor. Allí sólo había unpequeño grupo, reunido en torno a Jesús. Todos podían meter la mano en el mismoplato. Pero aquella cena adquirió el tono de una intimidad total. Según el rito de la fiestade pascua, antes de llegar a comer el cordero, el paterfamilias bendecía un trozo de pan,lo repartía entre los presentes y los invitaba a masticarlo lentamente, parsimoniosamente,como recreando la situación de amargura vivida por los padres durante los años deesclavitud en Egipto. Pero en esos momentos, Jesús añadió unas palabras que no estabancontenidas en ningún ritual de la fiesta de pascua. Tomó el pan de la aflicción y

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pronunció sobre él unas palabras tremendas. Hasta nosotros han llegado cuatro relatos dela institución de la eucaristía, con algunas diferencias entre sí, pero substancialmenteidénticos: «Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y,dándoselo a los discípulos, dijo: “Tomad, comed, éste es mi cuerpo”. Tomó luego unacopa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: “Bebed de ella todos, porque ésta es misangre de la alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados”» [37].

Si leemos esos relatos por separado, la primera constatación es que no sabemos conabsoluta precisión cuáles fueron las palabras que Jesús pronunció aquella noche. Muchosespecialistas han intentado recuperar el texto original. Al final de análisis muymeticulosos, algunos se han aventurado a rehacer el relato primitivo, que habríacontenido las palabras siguientes: «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó(o habiendo tomado) pan, lo bendijo, lo partió (se lo dio) y dijo: esto es mi cuerpo, quees entregado por muchos; haced esto en memoria mía. Del mismo modo, tomó el cáliz –esta vez después de la cena– y dijo: este cáliz es la alianza (¿nueva?) en mi sangre; hacedesto en memoria mía». En todo caso, esos textos pertenecen al núcleo más primitivo dela tradición evangélica y nos hacen asistir como testigos a lo que sucedió en aquellanoche memorable. Jesús tomó un trozo de pan entre sus manos, lo puso ante los ojos detodos, y dijo: «Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros». El sentido de esas palabrasparece transparente: «Esto, es decir, lo que tengo en mis manos, esto que veis convuestros ojos, este pan es mi cuerpo». En el texto griego aparece el verbo copulativo esy el término soma, que nosotros traducimos por cuerpo, pero puede darse por seguroque el verbo es no debía aparecer en arameo, y que la palabra utilizada por Jesús fuebisrá, que significa carne; de tal manera que las palabras pronunciadas por Jesúsdebieron sonar así: «den bisrí, es decir, he aquí mi carne, esta mi carne (esto soy yo,esta es mi persona)». Y del mismo modo tomó el cáliz, es decir, el vino, y sobre élpronunció unas palabras sencillas: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre», es decir,«lo contenido en este cáliz, el vino que hay en él, es mi sangre (es mi vida, soy yo)derramada por vosotros, por muchos... por la multitud... para la remisión de lospecados». Aquel pan no había cambiado ni de color ni de sabor; aquel vino seguíapareciendo vino y sabía a vino. Pero esa comida y esa bebida debían ser renovadas sincesar: «Haced esto como memorial mío». Jesús no expresó un deseo, sino que dio unaorden: «Haced esto». Quiso que el pan fuera partido y repartido en todo momento. «Losdiscípulos no tenían que recordar lo que Jesús hizo, sino hacer lo que él hizo». Cada vezque recordamos sus palabras las hacemos actuales, las estamos viviendo, él se sigueentregando, nosotros entramos en aquel acontecimiento como si hubiéramos sido testigosde lo que allí sucedió, de tal manera que podríamos jugarnos la vida por lo que hemosvisto y oído... Y así será «hasta que él vuelva». Entonces, su presencia ya no será bajoel velo del pan y del vino, sino en su realidad total[38].

Los especialistas hacen notar las divergencias que existen entre el evangelio de sanJuan, por una parte, y el de san Mateo, san Marcos y san Lucas, por otra, en lo que serefiere a la fecha de la última cena. ¿Fue una cena pascual o una cena de despedida?San Marcos, san Mateo y san Lucas nos ofrecen una fecha precisa: «El primer día de los

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Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, los discípulos dijeron a Jesús: ¿Dóndequieres que vayamos a prepararte la cena pascual?» (Mc 14,12; Mt 26,17-19; Lc 22,7-13). Esa tarde, según la cronología de los evangelios sinópticos, era un jueves. Sinembargo, esa cronología se ve comprometida con un hecho irrefutable: que el proceso yla crucifixión de Jesús habrían tenido lugar durante la fiesta de la Pascua, algoverdaderamente incomprensible en ese día. San Juan, por su parte, no presenta la últimacena de Jesús como una cena pascual y dice que las autoridades judías que llevaron aJesús ante el tribunal de Pilato no entraron en el pretorio «para no contaminarse y podercomer así la pascua» (Jn 18,28). Por tanto, según san Juan, la fiesta de la pascua no diocomienzo hasta la puesta del sol de aquel día. Así, pues, el juicio y la crucifixión debierontener lugar el día antes de la fiesta de pascua, en la parasceve, es decir, en el día de lapreparación.

Por lo demás, el curso de los acontecimientos es el mismo: el jueves por la noche, laúltima cena de Jesús; el viernes, vigilia de la fiesta, el proceso y la ejecución; el sábado,reposo de Jesús en el sepulcro; el domingo, la resurrección. Según la cronología de sanJuan, Jesús murió en el mismo momento en el que se estaban inmolando los corderos enel templo para la celebración de la fiesta. Él era, en verdad, el Cordero degollado «pornosotros y por nuestra salvación».

Al terminar la cena Jesús debió entretenerse largamente con los suyos. Despuésabandonó la sala y cruzó el torrente Cedrón hacia un lugar llamado Getsemaní, un huertocon un molino de aceite, propiedad de alguna familia amiga. Ahí comenzó, propiamentehablando, el relato de la pasión.

12.2. Pasión y muerte de Jesús

La pasión y la muerte de Jesús son conocidas por todos. Con mayor o menor número dedetalles, todos sabemos lo que pasó. Pero, para ver la importancia que estos relatostienen en los evangelios, bastaría hacer una constatación muy sencilla. Tomando comopunto de referencia el evangelio de Marcos, se puede notar que las últimas horas de lavida de Jesús ocupan más de 130 versículos (de los 661 de que consta), es decir, unaquinta parte del evangelio, mientras que los casi tres años de ministerio público sonnarrados en 530 versículos. Pero habría que añadir que, si contamos desde la entradatriunfal de Jesús en Jerusalén, que es como el preludio de la pasión, llegaríamos a la cifrade 253 versículos, es decir, más de un tercio del evangelio. De los 1.070 versículos quecomponen el evangelio de san Mateo, unos 900 están dedicados a narrar el ministerio deJesús, 141 a la pasión y 20 a la resurrección. Pero si nos remontamos también a laentrada triunfal de Jesús en Jerusalén obtendríamos la cifra de 389 versículos para losúltimos días de la vida de Jesús. En san Lucas, la proporción es semejante: de los 1.150versículos que componen su evangelio, unos 180 corresponden a la pasión-resurrecciónde Jesús; pero si nos remontamos a los últimos días, la cifra ascendería a 285 versículos.Esta sencilla constatación nos hace ver la desproporción enorme que existe entre losrelatos de la pasión y los dedicados a la vida pública. Por eso se ha podido decir que losevangelios son «relatos de la pasión con una larga introducción». Los evangelistas

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podrían haber insistido más y más en la predicación de Jesús, pero fijaron su atención enel relato de su pasión. La luz de la resurrección no oscureció el dolor de la pasión, sinoque proyectó resplandores divinos sobre ella.

El relato más antiguo de la pasión de Jesús comenzaba con la agonía y el arresto deJesús en Getsemaní. Judas se presentó con un grupo de gente armada, se acercó a Jesúsy le besó. Era la señal convenida para que no hubiera equivocaciones en medio de laoscuridad. Después, ya no es fácil seguir paso a paso los acontecimientos de aquellanoche. Probablemente fue llevado a casa del ex sumo sacerdote Anás y allí fueinterrogado por algunos de los jefes del pueblo, abofeteado y escarnecido. Allí tuvieronlugar las negaciones de san Pedro. Al amanecer fue llevado a la sala donde se reunía elsanedrín, el senado supremo de la nación judía, compuesto por 70 miembros, más elsumo sacerdote. El sanedrín, después de un proceso muy rápido, llegó a la conclusión deque Jesús era reo de muerte. ¿Por qué lo condenaron? ¿Por qué llegaron a esaconclusión? ¿Qué había hecho para provocar la hostilidad de los responsables del pueblojudío? Tenía que ser algo muy grave. No era motivo suficiente que se hubiera presentadocomo el Mesías, porque muchos se habían exhibido con esa pretensión y no habían sidocondenados. Seguramente no hay más que una respuesta: Jesús hizo y dijo cosas quefueron consideradas como blasfemia, por la implicación que en ellas se contenía de tenerla misma autoridad que Dios. «Porque tú, siendo hombre, te haces como Dios». Para elsanedrín no había otra alternativa: o aceptar esa pretensión o rechazarla como blasfemia.La balanza se inclinó de parte de la blasfemia (Mc 14,64).

Los romanos se habían reservado en todos los pueblos sometidos el ius gladii, esdecir, el derecho de dar muerte a los que habían cometido cualquier clase de crímenes.Por esa razón, Jesús fue llevado ante el procurador Poncio Pilato. Si la acusación deblasfemia era suficiente ante un tribunal judío, el motivo de acusación ante el tribunalromano fue el de agitación y sublevación política: Jesús pretendía ser rey de los judíos.El interrogatorio terminó con la condena a muerte. ¿Fue considerado Jesús tan peligrosopor Pilato como para hacerlo desaparecer? La sentencia fue clara: «Ibis ad crucem», esdecir, «irás a la cruz». Una vez dada la sentencia ya no había posibilidad alguna deapelación. En ese momento debió tener lugar la flagelación como preludio de lacrucifixión, acompañada de las burlas y del escarnio de los soldados romanos.

La flagelación era una forma de tortura previa a la crucifixión. Los evangelistasmencionaron el suplicio, pero no lo describieron. No tenían necesidad de ello, porquetodos sabían lo que era. La simple mención de su nombre era suficiente. Según la leyjudía sólo podían darse cuarenta azotes. Y, para evitar que fuera sobrepasado esenúmero, sólo se daban 39, es decir, «cuarenta menos uno». Pero Jesús no fue flageladopor la autoridad judía, sino por la romana. Y en ella no había límite alguno. Elcondenado, despojado de sus vestiduras, era atado a una columna y golpeado sin piedadcon el flagelo de mango corto, provisto de correas de cuero anchas y sólidas, quellevaban en la extremidad dos bolas de plomo o unos huesecillos. Los golpes caían sobrela espalda y sobre otras partes del cuerpo. Cicerón cuenta el caso de un verdugo que,después de haber azotado a su víctima en la espalda, volvió el látigo y, con el mango, le

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golpeó los ojos, cayendo el reo bañado en sangre. La flagelación provocaba profundasheridas en la piel y en los músculos, y algunos morían a causa de los golpes recibidos.Los efectos de la flagelación fueron descritos por los autores romanos con estos verbos:herir, cortar, desgarrar, romper, machacar, agujerear, barrenar, cavar. Se dice dealgunos mártires cristianos «que se les veía desgarrados por los azotes, hasta el punto devérseles las venas y las arterias más interiores y que aparecían las entrañas y las partesmás íntimas del cuerpo». Sólo así podemos hacernos una idea de lo que fue laflagelación de Jesús. Después de ser flagelado fue entregado a las tropas para sercrucificado.

La crueldad de la crucifixión estaba pensada para aterrorizar a la población y servir deescarmiento para todos. La crucifixión se hacía con la mayor publicidad posible. Era elcastigo más eficaz contra los que se levantaban contra el imperio. La historia nosrecuerda varios casos de crucifixiones multitudinarias. Quintilius Varus crucificó a dos milrebeldes en Jerusalén en el año 4 a.C. Era una forma de tortura atroz. Cicerón, en untrozo oratorio, pero sin exageraciones, llama a la cruz «el suplicio más cruel y feroz», «lacima y el vértice de las penas que pueden infligirse a un condenado a muerte». Tambiénafirmó «que la idea de la cruz tiene que mantenerse alejada no sólo del cuerpo de losciudadanos romanos, sino hasta de sus pensamientos, ojos y oídos». Entre la gente bienni siquiera se debía hablar de una muerte tan degradante. Era algo indigno de unciudadano romano. La crucifixión había pasado a los romanos a través de loscartagineses, pero fue conocida ya por los persas y los fenicios. Era el suplicio reservadoa los esclavos, bandidos y rebeldes. Los ciudadanos romanos no podían ser crucificados,sino sólo decapitados. La crucifixión sólo era utilizada en los casos más graves: deserciónfrente al enemigo, traición de un secreto de estado, incitación a la sublevación.

Los evangelistas no se detuvieron en darnos detalles sobre la crucifixión, porque todossabían lo que era. Seguramente todos habían visto a algún crucificado colgando de lacruz. Para los latinos, la cruz era el «suplicio servil» que degradaba a un hombre libre,para los judíos era como una maldición de Dios: «Maldito el que cuelga de un madero»,decía ya el libro del Deuteronomio. La crucifixión causaba un horror profundo en todos.

La cruz constaba de dos travesaños. Uno era clavado verticalmente en la tierra, elllamado stipes o palus; el otro, el horizontal, el llamado patibulum, era empotrado en elprimero. El condenado tenía que llevar su propia cruz, pero normalmente sólo cargabacon el travesaño o patibulum. El palo vertical estaba ya puesto en algún lugar, en lasafueras de la ciudad. Una cruz completa pesaba más de cien kilos: unos 65-70 el palovertical (el stipes) y unos 30 kilos el trasversal (el patibulum). El crucificado era clavadocon clavos en sus manos y en sus pies, o simplemente atado. Desde ese momentocomenzaba una lenta agonía, entre espasmos musculares y síntomas de ahogo. Lamuerte solía sobrevenir por asfixia, cuando el crucificado ya no tenía fuerzas paralevantarse apoyado en los pies clavados. Sólo quedaba esperar el desenlace.

Jesús murió entre el desprecio de unos y las burlas de otros, pronunciando palabras deperdón. Silencio en sus últimas horas, sólo roto por algunas palabras pronunciadas desdela cruz. Pero, de repente, Jesús lanzó un grito: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has

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desamparado?». Y un poco después pronunció sus últimas palabras: «Todo estácumplido». E inclinando su cabeza, exhaló su espíritu, es decir, se lo entregó al Padre.Sólo algunas de las mujeres que le habían acompañado en su camino contemplaron tododesde una cierta distancia. Entre ellas aparece su madre. Allí estuvo, cerca del Hijoamado que moría para la remisión de los pecados de la humanidad. Para los jefes delpueblo judío sus pretensiones quedaban desautorizadas y desmentidas para siempre. Parala humanidad entera estaba a punto de comenzar el alba de una nueva era.

Al caer de la tarde, un hombre llamado José, natural de Arimatea, pidió su cuerpo aPilato y lo depositó en un sepulcro nuevo, cerrándolo con una losa. ¿Había terminadotodo para siempre? ¿Para siempre?

¿De quién fue la responsabilidad de la muerte de Jesús? ¿De los judíos o de losromanos? ¿O de ambos? ¿Existió alguna razón política para su muerte? ¿O fue más bienuna razón religiosa? ¿Qué pudo hacer para excitar de tal modo a los grupos poderosos deJerusalén? ¿Qué palabras o qué hechos fueron considerados tan graves como paracondenarle a muerte? En el evangelio de san Marcos aparecen una serie de acusacionesen contra de Jesús. Los que atestiguaron contra él ante el sanedrín, el tribunal supremodel pueblo judío, alegaron que había afirmado: «Yo destruiré este templo, construido pormanos humanas, y en tres días construiré otro, no hecho por hombres» (14,58). El sumosacerdote, por su parte, le acusó de blasfemia por proclamarse Mesías, el Hijo delbendito. En el juicio ante el procurador romano, Poncio Pilato le preguntó: «¿Eres tú elrey de los judíos?». Los soldados se mofaron de él, diciendo: «Salve, rey de los judíos».Los cargos contra Jesús fueron apareciendo en un momento u otro: la amenaza dedestruir el templo, la blasfemia, la acusación de ser falso profeta, sus pretensionesmesiánicas (percibidas como una amenaza por los romanos)... La acusación de destruir eltemplo debió jugar un papel mucho más importante de lo que podemos imaginar. Para elpueblo judío el templo era el centro de su vida religiosa. Allí tenía el Señor su morada,allí daba audiencia a sus elegidos, allí le era ofrecido el culto, allí escuchaba sus oracionesy acogía sus sacrificios. Atentar contra el templo era atentar contra el Dios que morabaen él. Eso era lo que las autoridades judías no podían admitir en modo alguno. Jesús, consu acción de purificar el templo, no sólo desafiaba el símbolo más importante de la vidajudía, sino también su propia autoridad. Por eso, había que terminar con él. Era unaamenaza insoportable. Seguramente el episodio del templo fue una de las causas másimportantes de la condena a muerte de Jesús[39].

13. La resurrección

¿Por qué tuvo que terminar todo tan mal? ¿Por qué Jesús no fue reconocido por aquellosmismos a quienes había venido a salvar? ¿Por qué las tinieblas sofocaron a la luz? ¿Porqué el Príncipe de la vida fue colgado como un vulgar asesino?

Seguramente los jefes judíos regresaron a sus casas frotándose las manos. Lapesadilla había acabado. Aquel hombre que había dado vista a los ciegos, limpieza a losleprosos y vida a los muertos, había terminado sus días. Nadie hubiera dado ni uncéntimo por su memoria. Si Jesús no hubiera resucitado, en los documentos de la época

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no habría dejado más que un par de líneas para el recuerdo: «En aquel tiempo fuecrucificado Jesús, un falso profeta de Galilea, que sedujo al pueblo, pero la rápidaintervención de nuestras autoridades puso fin a todo».

La muerte de Jesús fue una experiencia desastrosa para sus discípulos. ¿Qué pasaríapor su cabeza aquella tarde del viernes, el más santo de la historia? ¿Huyeron ya haciaGalilea? ¿Se derrumbó su adhesión a Jesús cuando le vieron muerto en la cruz? ¿Lehabía abandonado Dios? ¿Era un maldito? ¿Qué quedaba de él, sino un cuerpodestrozado y muerto? Pero, ¿por qué volvieron a reunirse en nombre de aquel a quienhabían abandonado? ¿Cómo pudo surgir de la muerte un movimiento que ha tenidoconsecuencias tan profundas en la historia de la humanidad? ¿Cómo pudo formarse algotan grandioso en torno a un artesano galileo que había muerto crucificado? ¿Cómo fueposible cifrar tantas esperanzas en un hombre que había muerto colgado en una cruz?¿Cómo no se dio por perdida su causa, ya que parecía que estaba destinada al fracasomás espantoso? ¿Cómo fue posible que a ese hombre, condenado por los jefes delpueblo judío y ejecutado por los romanos, se le tributaran honores divinos y que fueraadorado como Hijo de Dios? ¿Cómo fue posible que fuera proclamado como Señor ycomo Salvador? ¿De dónde sacaron la fuerza para llevar esa noticia a todas las partes delmundo? Sólo hay una explicación: porque aquella historia de pasión, de fracaso y demuerte, fue iluminada, de repente, por la luz resplandeciente de la resurrección.

Jesús no «tuvo el buen gusto» de quedarse en la tumba. ¿Qué pasó en la mañana depascua, la más radiante de toda la historia humana? El cielo poderoso descendió a latierra y el Espíritu del Padre se abatió con sus alas poderosas sobre aquel cuerpo queyacía muerto, y la vida se apoderó de él. Pero, ¡qué vida! Fue la vida de todas las vidas,la inmortalidad dichosa y sin fin. Alguien de nuestra raza había vencido, por fin, a lamuerte. Ese fue el grito que rasgó todas las tinieblas del mundo: «¡Ha resucitado! ¡Noestá aquí! ¡No busquéis entre los muertos al que vive!». «Muerte, ¿dónde está tuvictoria? ¿Dónde está tu aguijón?». Tú eras como una víbora que picaba al hombre y lomataba: no había remedio contra tu veneno mortal. Pero alguien te ha vencido yderrotado. Se acabó tu reinado. Así comenzaba el reino de la esperanza, porque, ¿qué sepodrá esperar más allá de un triunfo sobre la muerte? (Mt 28,1-15; Mc 16,1-20; Lc 24,1-43; Jn 20,1-21.23).

Esa era la única respuesta a todos los interrogantes: Jesús estaba vivo. Dios lo habíaresucitado. La seguridad de los suyos fue tan absoluta, que se atrevieron a proclamarante la faz del mundo «que Dios mismo había bajado y se había adentrado en el país delsilencio y de la muerte para sacar de él a su Hijo». «Si Jesús estaba despierto era porqueDios lo había despertado; si estaba de pie era porque Dios lo había levantado; si estaballeno de vida era porque Dios le había infundido su propia vida». Por eso, ni el viernes niel sábado fueron el final de la historia humana. En la mañana del domingo la noticiacomenzó a volar de boca en boca: «No está: ha resucitado» [40].

Los términos más utilizados para hablar de la resurrección son el verbo egueirein, quesignifica despertar, resucitar, y anastánai, que significa alzarse o resucitar. La expresiónmás común en los textos sagrados es que Jesús «fue resucitado». Pero los evangelios

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nunca describieron la resurrección. Nadie fue testigo de ella, nadie le vio regresar a lavida. No hablaron del cómo de la resurrección, sino del Resucitado. Entonces, ¿cómollegaron sus discípulos a la convicción de que Jesús estaba vivo? A esa pregunta podíandarse dos respuestas posibles: primera, que el sepulcro en el que había sido puesto sucuerpo estaba vacío; segunda, que después de muerto había sido visto vivo por ellos.

13.1. El sepulcro vacío

La resurrección implicaba que el cuerpo de Jesús había desaparecido del sepulcro. Enefecto, el relato del sepulcro vacío se encuentra en los cuatro evangelios[41]. Losespecialistas piensan que el relato más original es el de san Marcos. Según él, las mujeresse fijaron dónde había sido puesto su cuerpo en la tarde del viernes, y en la mañana deldomingo se dirigieron hacia el sepulcro. Mientras iban de camino, se preguntaban una aotra: «¿Quién nos removerá la piedra?». Pero junto al sepulcro vieron a un joven vestidocon una túnica blanca y se asustaron. Pero él les dijo: «No os asustéis. Buscáis a Jesúsde Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron».

Parece evidente que la intención de ese relato no fue la de poner en evidencia «que elsepulcro había sido hallado vacío», sino la de resaltar «el anuncio de la resurrección», yaque lo decisivo no era que el sepulcro estuviera vacío, sino el hecho de que Jesús habíaresucitado[42]. Y, sin embargo, ese relato no carece de importancia, «porque no se hubierapodido sostener el hecho de la resurrección si no se hubiera podido establecer claramenteel hecho de la tumba vacía». En efecto, si el cuerpo de Jesús se hubiera hallado en latumba cuando los apóstoles comenzaron a predicar, lo único que tenían que haber hecholas autoridades judías era haberlo mostrado a todos. Esa hubiera sido la prueba quepodría haber destruido al cristianismo. Pero los judíos no pudieron mostrar nunca que elcuerpo de Jesús estuviera en la tumba, porque la tumba estaba vacía. Cuando losprimeros cristianos decían que «resucitó de entre los muertos» daban por supuesto quesu cuerpo no estaba en el sepulcro: Jesús lo había abandonado. El hecho del sepulcrovacío «no es una prueba de la resurrección, de la que nadie fue testigo, pero es un signo,un presupuesto, una huella dejada en la historia por ese acontecimiento» [43]. Ese es elhecho que nunca ha podido ser refutado hasta el día de hoy, por más esfuerzos que hanhecho los críticos racionalistas en tratar de demostrar que el cuerpo de Jesús pudo serrobado por sus discípulos, o que fue enterrado en una tumba desconocida, o que fueechado en una fosa común, o que pudo haber sido devorado por perros salvajes, aves derapiña u otras alimañas. Sus explicaciones hacen tal violencia a los datos de losevangelios, que nadie que esté en su sano juicio podrá jamás aceptarlas.

13.2. Los relatos de apariciones

Los evangelistas no terminaron su relato con la crucifixión de Jesús, sino que continuaronnarrando, con la misma sencillez y naturalidad, lo que aconteció al tercer día después desu muerte. Es cierto que esos relatos ya no son tan homogéneos como los anteriores,pero las diferencias que existen entre ellos son «un testimonio a favor de su veracidad, ya

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que si hubieran sido inventados se habrían puesto de acuerdo para redactarlos de lamisma manera». Pero el hecho es que cada uno de ellos contó a su modo lo que sucedióen la mañana de pascua y en los días siguientes.

Todo comenzó la mañana del domingo, el primer día de la semana para los judíos,pasada ya la fiesta de la pascua. No es fácil hacer una reconstrucción de losacontecimientos. Según san Juan, fue María Magdalena, ella sola, la que fue al sepulcroal alborear el día. Pero antes de llegar al sepulcro vio que la piedra que lo cerraba habíasido corrida. Regresó a la ciudad a dar la alarma a Pedro y a los demás discípulos,pensando, tal vez, que el cuerpo de Jesús había sido robado. La noticia debió causar unagran excitación en todos. Las mujeres, dicen los discípulos de Emaús, nos asustaron.¿Qué había ocurrido? Pedro y Juan corrieron hacia el sepulcro, vieron las vendas en lasque había sido envuelto y se volvieron asombrados a la casa donde estaban alojados.Pero, a partir de ese momento, comenzaron los acontecimientos de pascua. MaríaMagdalena volvió al sepulcro y el ángel del Señor la salió al encuentro. La noticia parecedel todo verídica. Si se hubiera tratado de una invención jamás se hubiera puesto comotestigo a una mujer, y mucho menos sola, porque las mujeres no estaban cualificadaspara dar testimonio en ninguna causa. Los discípulos no la creyeron. María ve a unhombre en el huerto y piensa que es el jardinero. «Si lo has quitado, dime dónde lo haspuesto». Una sola palabra como respuesta. «¡María!». María se echó a los pies deJesús...

Eso fue lo decisivo: que Jesús había resucitado y que la muerte había sido vencida.Los evangelios nos han trasmitido el relato de algunas apariciones de Jesús: a las mujeres,a María Magdalena sola, a Pedro, a Santiago, a los Once sin Tomás, a los Once conTomás, a los discípulos a orillas del lago, a los dos discípulos de Emaús... Los escenariosde las apariciones fueron distintos: en Galilea, en Jerusalén, al aire libre, en una casa, enel camino, a orillas del lago... Los testigos reaccionaron de las maneras más variadas:unas veces no conocieron a Jesús, otras dudaron, otras creyeron en que estaban viendoun fantasma. El terror, el miedo, la duda, la inseguridad alternaron con el gozo, la alegríay la adoración.

No es fácil combinar todos los datos que aparecen en esos relatos, pero en ellos hayalgo que se impone a nuestra fe y que enciende nuestra esperanza: Jesús ha resucitado deentre los muertos. Nadie vio lo que pasó, nadie supo ni el modo ni la manera. Por esotuvo que manifestarse y dar signos y señales inequívocas de su presencia y de suidentidad. Sus apariciones llevaron al corazón de los suyos la certeza de que habíavencido a la muerte.

No podemos decir con precisión lo que fue la experiencia pascual de los discípulos.¿Cómo imaginar esas apariciones? ¿Como encuentros reales y objetivos o como visionesde tipo subjetivo? Algunos hablan de «visiones objetivas», donde los discípulos vieroncon los ojos y pudieron oír y tocar al Resucitado; otros prefieren hablar de «visionesespirituales» o de «apariciones luminosas». Cuando se habla de las apariciones el términomás utilizado por los autores bíblicos es el verbo orao, que significa ver; en su formapasiva ophthe, tendría que ser traducido por fue visto o se dejó ver o, dicho con otras

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palabras, «él mismo se presentó viviente» (1Cor 15,3-8; Lc 24,34; He 9,17; 13,31;26,16). Así se pondría en evidencia «la intervención libre y gratuita del Resucitado». Lainiciativa nunca partió de los discípulos, sino de Jesús. No fueron ellos los que vieron,sino él el que se dejó ver, el que se mostró vivo, el que tomó la palabra, el que dio laexplicación de todo. Esa experiencia visiva y auditiva de los discípulos pone demanifiesto que la realidad experimentada fue percibida como algo externo y objetivo. Poreso, la explicación que propone unas visiones subjetivas, como si todo hubiera ocurridoen lo más íntimo de los discípulos, debe ser descartada por completo. Por tanto, lasapariciones no pueden explicarse «desde la fe pascual de los discípulos», sino que setrata exactamente de lo contrario, es decir, que «la fe de los discípulos fue laconsecuencia lógica de las apariciones». No fue la fe la que dio origen a las apariciones,sino las apariciones a la fe pascual. Si redujéramos la resurrección a una experienciasubjetiva, es decir, a algo experimentado sólo en el alma de los discípulos, entonces laconvertiríamos «en algo que habría acontecido en ellos, no en Jesús». Si sólopudiéramos llegar a la experiencia de los discípulos, podríamos pensar que Jesús nohabría resucitado verdaderamente.

En los textos del Nuevo Testamento jamás aparece el término griego hórama, con elcual se designaba las visiones. Habría que añadir, además, que «el término testimonio odar testimonio sólo es utilizado con respecto a lo que se ha visto u oído externamente,pero nunca con respecto a impresiones subjetivas». Los relatos de las apariciones, pues,nos sitúan ante una realidad misteriosa, pero el hecho testimoniado es siempre el mismo.Hay divergencias en los relatos, como ya hemos apuntado, pero la coincidencia es plena:Jesús aparece y desaparece, se identifica, se deja ver, se hace sentir, se hace elencontradizo; sus discípulos experimentan dudas, miedo o perplejidad, alegría o temor,sobresalto o incredulidad; María Magdalena le confunde con el jardinero, Tomás mete lamano en sus llagas, Pablo oye su voz, los discípulos de Emaús le reconocen en lafracción del pan... El Resucitado se aparece como de incógnito y sólo es reconocidocuando él hace un gesto, pronuncia un nombre o parte el pan... Jesús era el mismo, perono era el de antes; se presentaba a ellos lleno de vida, pero no le reconocían; estaba enmedio de los suyos, pero no podían retenerle... Las palabras desfallecen para describir loque pasó. La resurrección de Jesús es el punto de partida de todo[44].

El testimonio escrito más antiguo que tenemos acerca de la resurrección aparece en laprimera carta que san Pablo dirigió a los fieles de Corinto, allá por el año 56, es decir,unos 25 años después de la muerte del Señor, cuando el recuerdo estaba todavía muyfresco: «Porque os trasmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió pornuestros pecados, según las Escrituras, que se apareció a Cefas, y luego a los Doce,después se apareció a más de 500 hermanos a la vez, de los cuales viven todavía lamayor parte y otros murieron. Luego se apareció a Santiago, más tarde a todos losapóstoles. Y, en último término, se me apareció también a mí, como un aborto» (1Cor15,3-8). Así, pues, el contenido del evangelio estaba condensado en cuatro proposicionesemparejadas, cuyo sujeto es único: Cristo murió, fue sepultado, resucitó, se apareció. Laresurrección es el presupuesto de las apariciones a Cefas, a los apóstoles, a Santiago, a

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los 500 hermanos y a él mismo. Eso era lo que todos predicaban y lo que todos los fieleshabían recibido y creído. Los testigos estaban ahí y podían ser consultados. Se ha dicho,con razón, «que cualquier juez al cargo de un proceso se sentiría inmensamente feliz yagradecido si pudiera presentar más de quinientos testigos oculares a favor del que estádefendiendo». El hecho era claro: «Jesús ya no estaba entre los muertos, habíaresucitado, había despertado, se había levantado, estaba vivo». Y porque estaba vivopodía aparecerse y manifestarse, ser visto, tocado y palpado. Eso es lo que san Pablorecibió de la comunidad cristiana de Damasco, a los pocos años de la muerte de Jesús. SiJesús no hubiera resucitado, el cristianismo saltaría hecho pedazos.

13.3. La contraofensiva de la crítica

La resurrección de Jesús ha sido discutida y negada sin cesar. Pero los evangelios noofrecen pruebas históricas de un hecho que, a todas luces, no pertenece al campo de laexperiencia ordinaria. Nos gustaría saber cómo fue, pero lo que nos afecta no es el cómo,sino el hecho mismo de la resurrección. Lo entendamos como lo entendamos, todo sereduce a lo mismo: Jesús ha resucitado y ha vencido a la muerte. Ese fue el mensaje deldía de pascua. Los discípulos no crearon el acontecimiento, sino que fueron sorprendidospor él. Si ese hecho es real y auténtico, entonces en nuestra tierra ha sucedido algo tanrevolucionario que nos obliga a volvernos hacia Aquel que ha vencido a la muerte. Lascosas ya no son como eran, ni podrán ser jamás como eran. La resurrección es eltestimonio de que el Crucificado vive por los siglos de los siglos.

Pero la crítica racionalista, como era previsible, ha atacado sin piedad las aparicionesde Jesús. La resurrección de un muerto es lo más contrario a toda nuestra experiencia.De ahí que se haya tratado de explicar por todos los medios lo que pudo pasar: ¿Fuerobado su cuerpo? ¿Fueron sus discípulos víctimas de una alucinación colectiva? ¿Nohabrá sido todo un montaje, un fraude, una mentira? En efecto, quien no admita laposibilidad de que un muerto pueda resucitar tiene que acudir al engaño o a la ilusiónpara poder dar una explicación de todos esos hechos. «La resurrección de Jesús, dicen,no pudo ser real, porque es sencillamente imposible. No pudo haber experiencias deresurrección, porque nadie ha vencido a la muerte y nadie la vencerá. Ahí se acaba todopara el hombre».

«En el origen de la creencia en la resurrección, dice Guignebert, hay una serie devisiones encadenadas, iniciadas en la mente de Pedro, incapaz de poder aceptar que elMaestro amado hubiera muerto. Fue el entusiasmo el que dio origen al cristianismo, peroel entusiasmo de los discípulos, no el de Jesús». Los apóstoles se engañaron. Esaexplosión de alegría, después de la gran decepción de la muerte del Maestro, fue unaalucinación. ¿Quién vio todo lo que cuentan los evangelios? La realidad debió ser muysencilla: a fuerza de repetirse unos a otros que Jesús no había muerto verdaderamente,llegaron a la convicción de que estaba vivo. Según Renán, fue María Magdalena la queresucitó a Jesús en su corazón y ella lo resucitó en el corazón de los apóstoles. Pero elmismo Renán escribió estas palabras: «Nada dura si no es la verdad... Por el contrario, loque es falso se desmorona. Lo falso nada funda, mientras que el pequeño edificio de la

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verdad es de acero y sube siempre».Pero, ¿alucinaron los apóstoles? Según los psicólogos una alucinación en cadena

resulta muy increíble, sobre todo si consideramos la diversidad de personas que sonmencionadas como testigos de la resurrección: ahí está Pedro, ahí están los Doce, ahíestán las mujeres, ahí está Santiago, el primo hermano del Señor, que no pertenecía algrupo de los Doce, ahí están los discípulos de Emaús, ahí están los 500 hermanos,muchos de los cuales vivían en los días en que fue escrita la primera carta a los corintios,ahí está Pablo, enemigo de Jesús y de todo lo cristiano en su primera etapa. Jesús comió,mostró sus heridas, les pidió que se acercaran, los habló. «Una ilusión no se sienta nicome, no puede ser vista ni palpada. Pero lo que los discípulos de Jesús proclamaron fueque él se les había aparecido, que le habían tocado y palpado, que les había hablado, quese había identificado, que estaban seguros, en una palabra, de haberle visto». La únicahipótesis que puede dar una explicación aceptable de todos esos datos es la resurrección.No es de recibo afirmar, sin prueba de ninguna clase, que los primeros cristianos sehayan engañado a sí mismos. ¿Habrá estado la historia de estos dos mil últimos añosbajo el signo de una alucinación?

Otros prefieren hablar de leyendas. Si los evangelios hubieran sido escritos 200 o 300años después de la muerte de Jesús podría ser plausible esa explicación. Pero el NuevoTestamento fue escrito entre los años 50-100 de nuestra era, cuando todavía vivíanalgunos de los testigos. Además, tendríamos que tener muy en cuenta el papel que lasmujeres jugaron en todo este tema. Ellas fueron los primeros testigos de la resurrección.Todos los relatos coinciden en eso. Si no hubiera sido así jamás hubieran sido escogidascomo testigos, ya que su testimonio no era válido ante ningún tribunal judío. Si laresurrección hubiera sido inventada, los hombres hubieran aparecido en primer lugar,como portadores de un testimonio creíble. Pero son las mujeres las que aparecen siemprecomo los primeros testigos de la resurrección.

Otros, finalmente, proponen que los relatos de la resurrección habrían sidointerpolados, es decir, introducidos posteriormente en los evangelios. Pero resultaimposible aceptar ese punto de vista. Los relatos del sepulcro vacío y las apariciones,fueron escritos por los mismos que redactaron el sermón de la montaña, las parábolas yla curación de tantos enfermos. Si aceptamos todo lo que sucedió hasta la tarde delviernes, deberíamos aceptar lo que sucedió en la mañana del domingo y en los díassiguientes. Nadie podrá probar jamás que los relatos en torno a la resurrección hayansido incorporados en la trama de los evangelios en una época posterior.

«Entre la vida de Jesús y el nacimiento del cristianismo, escribió J. Guiton, hay unagujero. ¿Cómo llenarlo si no es dando crédito a lo que afirman los evangelios?». ¿Seríaposible llenar ese agujero con una serie de alucinaciones, o de una serie de rumores quecorrieron entre los discípulos, o de unos sueños locos, o de un entusiasmo contagioso?

Pero los críticos racionalistas no pueden responder adecuadamente a unas preguntastan sencillas como estas: ¿Por qué se escogió a Jesús? ¿Por qué a un carpintero? ¿Porqué a un crucificado? ¿Por qué no a un gran personaje? ¿Por qué no a alguien quehubiera hecho más creíble lo que se iba a proclamar? ¿Qué pasó para que, de pronto,

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aquel grupo de hombres derrotados salieran a la calle para decir lo que habían visto consus ojos? ¿Cómo ha podido surgir este fenómeno asombroso que es el cristianismo?¿Cómo explicar que tantas civilizaciones e imperios poderosos hayan desaparecido y, sinembargo, esta afirmación cristiana, tan a contracorriente de toda la experiencia humana,haya sobrevivido a todos los ataques que ha sufrido e incluso a la pobreza de los mismoscristianos? ¿Cómo un hombre, muerto como un vulgar esclavo en una cruz, ha podidoser el punto de partida de la religión más importante del mundo? ¿Cómo explicar elorigen del cristianismo sin la resurrección? ¿Cómo es posible que aquel crucificado hayasido convertido en Hijo de Dios? ¿Hay alguien que pueda darnos una respuesta que nossatisfaga de tal manera, que evite que en el futuro volvamos a hacernos esas preguntas?[45].

Según Guignebert, «la credibilidad y la lógica hubieran requerido que el nombre y laobra de Jesús hubieran caído en el olvido, igual que otros muchos que le habíanprecedido». Pero en el caso de Jesús la credibilidad y la lógica han fallado, de tal maneraque «intentar explicar el origen y la expansión del cristianismo sin acudir a la resurrecciónexige un sacrificio mayor de la razón que aceptar el hecho mismo de la resurrección».

La resurrección fue el tema preferido de los apologetas, es decir, de los defensores delcristianismo de los primeros siglos. Pero la teología actual sigue poniendo de manifiesto«que la resurrección de Jesús no es un hecho histórico, homologable con cualquier otrohecho histórico, sino un hecho meta-histórico, teológico, escatológico». ¿Qué querrándecir con eso? Una cosa muy sencilla: que la resurrección es un hecho que escapa porcompleto al control de la ciencia y de la investigación histórica. No, no se trata de negarel hecho de la resurrección, sino de poner de manifiesto que «no es un hecho históricoconstatable, porque nadie fue testigo de ella». Pero se trata de un hecho real, de unhecho verdadero. En ella, el Resucitado cruzó para siempre el umbral de nuestra historiay se manifestó como triunfador sobre la muerte.

La resurrección es la piedra de toque del cristianismo. «La fe cristiana, dice BenedictoXVI, tiene sentido o desfallece en virtud de la verdad del testimonio según el cual Jesúsresucitó de entre los muertos». Si alguien pudiera probar que Jesús no resucitó de entrelos muertos, el cristianismo sería falso de arriba abajo y se convertiría en un montón deescombros. Sin la resurrección sería nada, con la resurrección lo es todo.

13.4. Consecuencias de la resurrección

Las apariciones de Jesús tuvieron, por decirlo de algún modo, una fecha de caducidad.En el libro de los Hechos de los Apóstoles, san Lucas nos habla del último encuentro deJesús con sus discípulos el día de la Ascensión. Después perdió su visibilidad parasiempre. A partir de ese momento, el encuentro con el Señor comenzó a producirse en elbautismo, en la fracción del pan, en la oración, en la lectura de la palabra, en el amor yen el servicio a los más pobres y necesitados, con quienes él se identificó en todomomento. Su presencia en la comunidad ya no entraba por los ojos, sino por todo elcorazón. Algo sucedió que cambió por completo la vida de sus discípulos. No sabemoscómo le vieron ni qué impresión produjo en ellos. Pero lo cierto es que el encuentro con

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el Señor resucitado les hizo unos hombres nuevos. Pasaron de la muerte a la vida, de lastinieblas del viernes santo a la luz de la pascua. Alguien ha dicho que la recuperaciónextraordinaria de los discípulos del crucificado «sólo pudo tener en su origen una bombaatómica del Espíritu», «una especie de misterioso big bang...». La crítica histórica no hahallado todavía una explicación para ese cambio que se produjo en su vida y en la demillones de hombres que se han encontrado con Jesús. Ese es un hecho que jamásdeberíamos olvidar. Es verdad que el cristianismo ha sido vivido muy pobremente en lamayoría de los casos, pero hay tantos ejemplos de vidas transformadas por entero, quese convierten en un interrogante para todos. ¿Por qué viven así? ¿Qué tienen? ¿Por quéaman, por qué se entregan, por qué sufren, por qué perdonan, por qué lo dan todo alservicio de los demás? ¿Qué sienten y qué viven en su corazón? Sólo hay una respuesta:la fuerza de Aquel que ha vencido a la muerte y el poder de su Espíritu.

Sin el hecho de la resurrección ¡cuántas cosas quedarían sin explicar! En primer lugar,la existencia de la Iglesia. Su expansión fue un auténtico milagro. No contó con el apoyode las legiones, ni se impuso por la fuerza de las armas, sino por medio de una palabra.Ninguna explicación humana puede dar respuesta satisfactoria a su avance conquistadorpor el mundo. No era fácil encontrar un auditorio capaz de aceptar que un carpintero deNazaret hubiera vencido a la muerte, y que él fuera la suprema manifestación del podersalvador de Dios. ¿Cómo explicar que tantos hombres se hayan sentido contagiados poraquella locura colectiva?

Habría que explicar también por qué se produjo el abandono del templo, de lacelebración de la pascua y el cambio del sábado al domingo como día de culto a Dios. Elsábado era una institución de origen divino, contra la cual nadie podía atentar. Sólo unacontecimiento extraordinario pudo provocar que aquella comunidad cristiana primitiva,compuesta de judíos, renunciara a la celebración del sábado y que fuera sustituido por el«primer día de la semana», es decir, el domingo. Algo muy importante debió sucederpara que aquellos judíos piadosos volvieran la espalda a la sagrada tradición heredada desus padres. Ese cambio en el día de culto sólo tiene su explicación como recuerdo de laresurrección de Jesús.

13.5. El significado de la resurrección

La resurrección es la respuesta a todos nuestros interrogantes. La vida no termina aquí.La muerte ha sido vencida, alguien la ha derrotado ya, y en esa victoria tenemosdepositada nuestra esperanza. Si la muerte tuviera la última palabra, el hombre seríarealmente un ser «echado al mundo», «destinado a la nada», «una pasión inútil», «unanimal mal hecho, que pregunta por lo que no tiene respuesta, desea lo que no puedeconseguir, y espera lo que no puede alcanzar». Pero más allá de la muerte está Dios, estála vida sin fin. «¿Con qué razón vienen a decirnos que no se puede resucitar? ¿Qué esmás difícil: nacer o resucitar? ¿Es más difícil que exista lo que nunca ha existido o quevuelva a existir lo que ya existió? ¿Es más difícil existir o volver a existir? La costumbrenos hace parecer fácil el existir; la falta de costumbre nos hace parecer imposible elvolver a existir. ¡Qué manera tan ingenua y popular de juzgar!» (B. Pascal). Si no hay

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resurrección todo se acaba y se muere. Pero Jesús ha resucitado y todos hemos sidoasociados a su triunfo. Este cuerpo mortal y corruptible se transformará en inmortal eincorruptible como el del Señor. La fe cristiana reposa sobre esa seguridad: que elhombre no termina a dos metros debajo de la tierra, sino que Dios lo resucitará.¿Cuándo? ¿Cómo? No lo sabemos: el día que él haya decidido, el día de su venida.

Lo que pasó en la humanidad de Jesús ha sido decisivo para cada uno de nosotros.No hay cuerpo sin cabeza, ni cabeza sin cuerpo. Donde está la Cabeza tienen que estartambién los miembros. Si la Cabeza ha resucitado, los miembros también tienen queresucitar. Se diría que ese planteamiento de san Pablo no parece muy lógico, porqueCristo podía haber resucitado sin que nosotros tuviéramos que resucitar. Pero supensamiento no se movió en el terreno de la lógica, sino en el de la fe. Jesús nació, vivió,murió y resucitó por nosotros y por nuestra salvación, y así estableció un vínculoinquebrantable entre su destino y el nuestro, entre su resurrección y la muestra. Jesús haresucitado como el primero de una serie, es decir, que su resurrección ha abierto elcamino por el que seguirán todos los hombres, como la cosecha sigue a las primicias.Como fuimos solidarios en la muerte con Adán, lo seremos en la resurrección con Jesús.Esa es la lógica de la fe cristiana. La humanidad entera está ya colocada bajo el signo dela victoria. En la resurrección de Jesús están cimentados todos los sueños, todos losideales y todas las esperanzas. En algunos iconos de la Iglesia ortodoxa la resurrección deJesús comienza en la región de los muertos. El Resucitado lleva en su mano derecha aAdán y en la izquierda a Eva, y con ellos a toda la humanidad, sacándola de la región dela muerte para conducirla al mundo de la vida. El señor de la muerte, el Diablo, no sepercató que Jesús había entrado como de incógnito en su reino, y allí permaneció uncierto tiempo, hasta que despertó. Según se creía no era posible destruir su reino desdefuera, ya que los cerrojos con los que estaba cerrado sólo podían ser abiertos desdedentro. Eso es lo que hizo Jesús: entró en el reino de la muerte y, desde dentro, abrió loscerrojos, para salir él primero y detrás de él todos los que se encontraban en ese reino delos muertos. Desde ese momento la muerte dejó de ser omnipotente. Se acabó parasiempre su señorío. Esa fue la visión de la resurrección de la Iglesia oriental: una visiónabierta para siempre al triunfo de la vida sobre la muerte. Todo acabará bien paranosotros. Así, nuestra esperanza se transforma en un grito triunfal: «¿Dónde está,muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?». El que se hizo solidario con nosotros en laencarnación, nos ha asociado a su triunfo en su resurrección. Esa es la noticia que harevolucionado toda la historia humana: Jesús está vivo y está a nuestro lado. Eso es loque llena de esperanza nuestro camino, por más oscuro y difícil que sea. En medio detodas nuestras dudas ha sido encendida una luz: Alguien ha resucitado y ha vencido a lamuerte. La noche de pascua fue la más santa que jamás pudo soñar el hombre.

No me resisto a copiar estas palabras de la Homilía sobre la Pascua, de Melitón deSardes:

¿Quién pleiteará contra mí?Yo, dice, soy el Cristo,soy yo quien he destruido la muerte,

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quien ha vencido al enemigo,quien ha pisado el Hades, quien ha atado al Fuertey ha elevado al hombrea lo más alto del cielo.Yo, dice, soy el Cristo.Venid, pues, todas las estirpes de los hombres,inmersas en los pecados,porque yo soy vuestro perdón,yo soy la Pascua de la salvación,yo el cordero inmolado por vosotros,yo vuestro rescate,yo vuestra vida,yo vuestra resurrección,yo vuestra luz,yo vuestra salvación,yo vuestro rey.Yo os conduzco hacia lo más alto del cielo.Yo os mostraré al Padre eterno.Yo os resucitaré con mi derecha...Éste es el que hizo el cielo y la tierra,el que al principio modeló al hombre,el que fue anunciado por la ley y los profetas,el que se encarnó en una virgen,el que fue clavado en un madero, el que fue sepultado en la tierra,el que resucitó de entre los muertos,el que subió a lo más alto del cielo,el que está sentado a la derecha del Padre,el que tiene el poder de juzgary de salvar todas las cosas,él, por medio del cualel Padre obró siempredesde el principio y por todos los siglos.Éste es el Alfa y la Omega, éste es el principio y el fin,principio inexplicable.Éste es el Cristo,éste es el Rey,éste es Jesús,éste es el Estratega,éste es el Señor,

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éste es el que resucitó de entre los muertos,éste es el que está sentado a la derecha del Padre.Él lleva al Padre y es llevado por el Padre.A él la gloria y el poder por los siglos.Amén[46].

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3 Jesús y los evangelios ante la crítica

Al terminar esta aproximación a la figura de Jesús pueden asaltarnos muchosinterrogantes: ¿Será verdad todo lo que los evangelios nos dicen de él? ¿Será realmenteDios hecho carne? ¿Y si todo esto fuera una leyenda magnífica, inventada por la primerageneración cristiana?

Pero el cristianismo no es una idea ni una doctrina, sino un acontecimiento que entróde la manera más imprevista en la historia humana. Los hechos están ahí, atestiguadospor muchas fuentes y documentos, y por una nube de testigos que los han hecho llegarhasta nosotros. Su mensaje ha sido vivido más o menos bien, pero nunca ha dejado deser proclamado. Si ese acontecimiento no hubiera tenido lugar no tendríamos laposibilidad de ponernos en contacto con él. Pero ha sucedido, y por eso estamosobligados a acercarnos a él para evaluar hasta dónde puede llevarnos. No podemosquedarnos en la distancia, negando o ignorando lo que ha pasado, porque eseacontecimiento es de tal magnitud que puede cambiar la historia humana y nuestra vidapor entero. No haríamos un buen negocio quedándonos al margen de ese río por dondefluye la vida, la gracia y el amor[47].

1. ¿Cómo plantear el problema?

Los evangelios dan testimonio de un judío, llamado Jesús, que vivió como un artesano ycomo un predicador itinerante, en todo parecido a cualquiera de nosotros. Pero lo queafirman acerca de él es muy provocativo para la razón humana, ya que aseguran quecalmó las tempestades, venció a los espíritus inmundos, sanó a muchos enfermos yresucitó a algunos muertos. Pero su testimonio no terminó ahí, sino que proclamarontambién que fue concebido por obra del Espíritu Santo, que resucitó de entre losmuertos, que es el Hijo de Dios, el Señor y el Salvador del mundo. Ahí es donde la razónhumana comienza a rebelarse por completo. Por eso es bien comprensible que a lo largode la historia se hayan tomado dos posturas contradictorias ante su figura: una, de duda ode rechazo; otra, de fe y aceptación. Esa es la razón por la que los evangelios se hanconvertido en los libros más discutidos de toda la historia humana. Por eso, desde quenos ponemos en contacto con ellos sentimos la necesidad absoluta de plantear elproblema de su historicidad, es decir, de su realidad histórica, porque si todo lo referentea Jesús no pudiera ser verificado como «un suceso acaecido entre nosotros», ¿quéquedaría del cristianismo? Pero el rasgo más fundamental de la revelación cristiana esprecisamente que se basa en las «cosas que se han verificado entre nosotros» (Lc 1,1).

Los evangelios plantean una serie de problemas a los historiadores, porque no son ni

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una biografía ni un reportaje sobre lo que Jesús hizo y enseñó. No nos dan, por ejemplo,la fecha exacta de su nacimiento, su infancia es completamente desconocida, su juventudha sido pasada por alto. Tenía como unos 30 años cuando comenzó su ministeriopúblico, pero no nos informan sobre su duración: ¿un año y algunos meses (comoparecen sugerir san Mateo, san Marcos y san Lucas), o dos años y algunos meses (comoexige el evangelio de san Juan)? Tampoco podemos precisar ni el día, ni el mes, ni el añode su muerte. Algunos acontecimientos de su vida son difíciles de situar: ¿Arrojó Jesús alos mercaderes del templo al principio de su ministerio (san Juan), el día de su entradatriunfal en Jerusalén (san Mateo, y san Lucas), o el día siguiente (san Marcos)? ¿Seapareció Jesús a sus discípulos sólo en Jerusalén (san Lucas), en Galilea (san Mateo) oen ambos lugares (san Juan)? Por otra parte, la mayoría de los episodios de la vida deJesús son localizados muy vagamente: estando en una casa, en la montaña, de camino,junto al lago etc. Las indicaciones de tiempo son también muy indeterminadas:inmediatamente, entonces, en aquel tiempo, después de esto, por aquellos días... Peroel desconcierto de los historiadores aumenta al fijar su atención sobre las mismaspalabras de Jesús. No hay ni un solo versículo que sea idéntico en los evangelios de sanMateo, de san Marcos y de san Lucas. Se podría esperar, al menos, una coincidencia enlas palabras más importantes, por ejemplo, en las bienaventuranzas, en el Padrenuestro,en la institución de la Eucaristía, pero ni siquiera ahí coinciden totalmente entre ellos...Su manera de redactar llama mucho la atención, ya que mezclan palabras, gestos yhechos reales de la vida de Jesús con un testimonio sobre él. Eso es lo que dificulta llegara los hechos brutos de la historia, es decir, a lo que realmente pasó, a lo que Jesús dijo encada caso concreto.

Además, los evangelios no fueron escritos inmediatamente después de su muerte yresurrección, sino pasados ya unos 40-60 años. Por ello se suscita un problema quepuede resultar angustioso para la fe cristiana. Los hechos y dichos de Jesús fuerontransmitidos primero de boca en boca y después redactados por escrito. Pero, ¿podemosestar seguros de que durante esos años de tradición oral no se habrá deformado sufigura? ¿Cómo llegó todo ese material a manos de los evangelistas? ¿Habrán sido fieles ala realidad misma de Jesús?

En los últimos tiempos la investigación en torno a los evangelios se ha desarrollado entorno a dos expresiones que se han hecho ya clásicas entre nosotros: la distinción entre elJesús de la historia y el Cristo de la fe. ¿Qué quieren expresar los especialistas con esadistinción? Por medio de la expresión el Jesús de la historia designan al hombre Jesús, elque vivió en Palestina, el que predicó por sus caminos, el que murió colgado en unmadero; por medio de la expresión el Cristo de la fe se refieren al Jesús que fueproclamado como Mesías e Hijo de Dios por parte de la primera comunidad cristiana.Pero el problema que plantea esa distinción es verdaderamente dramático: ¿Se trata de lamisma figura o de dos figuras distintas? ¿Existe una verdadera identidad entre elCrucificado y el Resucitado? ¿Hay continuidad o ruptura entre el Jesús de la historia yel Cristo de la fe?

Se ha llegado a esa distinción por una razón bastante sencilla. Porque, a pesar de que

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los evangelios están llenos de recuerdos y de hechos históricos, la realidad es que nopueden ser considerados como escritos históricos en el sentido que hoy damos a lapalabra historia. Su finalidad fue «proclamar la fe en Jesús resucitado, presente en lacomunidad cristiana y en la vida de sus discípulos», y no escribir una historia, tal comopodría hacerlo un historiador moderno. Esa mezcla «de datos y de hechos históricos conla proclamación de Jesús como Señor e Hijo de Dios, concebido virginalmente yresucitado de entre los muertos» es lo que desconcierta a los investigadores modernos.

Por tanto, el problema planteado es muy claro: ¿Merecen o no merecen nuestraconfianza los documentos evangélicos? ¿Reproducen fielmente la figura de Jesús, sushechos y sus palabras? ¿O han sido inventados por una comunidad anónima, lanzada a lacreación de un mito?... Si lo que se refiere a Jesús no pudiera ser verificado como unsuceso acaecido entre nosotros, ¿qué quedaría del cristianismo? Ese es el problema.

2. Historia de la interpretación de los evangelios y de la figura de Jesús

Durante muchos siglos no hubo dudas acerca de la historicidad de los evangelios. Pero elnacimiento del racionalismo y de la crítica bíblica supuso una revolución inimaginable.Desde ese momento, «la razón fue convertida en la norma y en la medida de todo», detal manera que lo que no pudiera ser explicado por medio de ella debía ser atribuido almundo de las leyendas o de las fábulas. Por consiguiente, «si un relato narra unaaparición divina o un hecho en el que se afirma expresa o implícitamente que ha sidorealizado por Dios o por hombres dotados de su poder, tenemos que considerarlo comoalgo que no responde a la realidad histórica, sino a la esfera del mito». Así, pues, paraacercarnos a la realidad de Jesús «tendríamos que liberarnos de todos los dogmas y detodo lo sobrenatural que hay en los evangelios y estudiarlos con una objetividad rigurosa,para llegar al núcleo auténtico de los acontecimientos». Partiendo de ese principio lafigura de Jesús quedó reducida prácticamente a la nada. No era posible la concepciónvirginal, ni la encarnación, ni la resurrección; no eran posibles los milagros ni lascuraciones... ¿Qué nos quedaría entonces de su figura?

Desde hace unos doscientos cincuenta años hemos podido asistir a la marcha de esedebate, en el que se han dejado oír centenares de voces y en el que se ha afrontado eseproblema desde diversos ángulos de vista. ¿Cómo resumir esa larga historia en unaslíneas? Pero, ¿cómo no intentar hacerlo, aunque sea muy brevemente?

2.1. La investigación desde 1770 a 1920:la «Old Quest» o la «Antigua búsqueda»

El primer cambio radical en el estudio de los evangelios y de la figura de Jesús se produjoen el año 1778 con la publicación de una obra póstuma de H. S. Reimarus. En uno desus fragmentos, titulado De la pretensión de Jesús y sus discípulos, expuso supensamiento sobre el nacimiento del cristianismo. Según él, Jesús no quiso ser elfundador de una religión nueva, ni hizo milagros, ni habló para nada de su muerte yresurrección. Sólo quiso ser un Mesías político y luchar por la liberación de su pueblo,sometido en aquellos días a los romanos. Su entrada triunfal en Jerusalén debía ser el

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signo último de la llamada a la rebelión. Pero todo falló. Los romanos le cogieron y lecondenaron a muerte. Jesús no pudo ver realizado su sueño. Sus discípulos se sintierondesilusionados, pero no vencidos, robaron su cuerpo, inventaron la resurrección, leproclamaron Mesías y cambiaron la concepción de un reino material por un reinoespiritual. Así nació el cristianismo, como resultado de un fraude inadmisible.

El retrato que Reimarus ofreció de Jesús fue tan torpe, que su obra fue rechazada.Pero en el aire quedó flotando un interrogante que desde entonces nadie ha podido eludir:¿Quién fue realmente Jesús? Así se abrió la puerta a una investigación totalmente nueva,destinada a recuperar al Jesús histórico y a precisar cuál fue su relación con el Cristo dela fe, proclamado por la Iglesia.

A partir de este momento la crítica racionalista monopolizó prácticamente todos losestudios sobre los evangelios. Las vidas de Jesús se multiplicaron prodigiosamente, en unintento apasionado por tratar de descubrir al Jesús que vivió y murió en Palestina en losdías de Poncio Pilato. Muchos de ellos, como Reimarus, estaban dominados por losprincipios filosóficos de la Ilustración y eran hostiles al cristianismo. Daban por supuestoque el verdadero Jesús aparecería apenas se despojara a los evangelios de todas aquellasleyendas y superestructuras que la predicación y la vida de la Iglesia habían amontonadosobre él. Cientos de especialistas, al estilo de G. B. Paulus, interpretaron todos loshechos de su vida de una manera puramente racional: las curaciones no fueron debidas asus poderes divinos, sino a una pura sugestión por parte de los enfermos o a medicinasespeciales que él poseía; Jesús no caminó sobre las aguas, sino que se paseabatranquilamente por la orilla del mar y sus discípulos fueron víctimas de una ilusión óptica;la transfiguración se debió a un efecto de contraluz sobre la montaña; su concepciónvirginal habría sido tomada de las leyendas egipcias o babilónicas; su resurrección sólofue aparente: Jesús fue enterrado inanimado pero no muerto, y el frío de la losa lereanimó.

Pero otros investigadores abandonaron el terreno de la historia y acudieron al mitopara tratar de explicar el enigma de Jesús. Según ellos, el mito era el elemento clave. Lafigura de Jesús, tal como aparece en los evangelios, habría sido fabricada a partir deelementos tomados del judaísmo, de las religiones griegas y de la experiencia cristiana.Por tanto, esa figura no respondía a una realidad histórica, sino a una creación debida alos discípulos de Jesús. Así se abría el camino a la negación de su misma existencia.

La negación de su existencia fue lanzada por vez primera en el siglo XVIII por F.Volney (1791) y C. Dupuis (1791), cobró impulso en una obra de D. Bauer y llegó alpúblico a través de una polémica desencadenada por A. Drews en su obra El mito deCristo (1909). Drews argumentaba del modo siguiente: «Vosotros negáis que Jesús seaDios, negáis que haya obrado milagros y que haya resucitado. Y tenéis razón. Pero ¿noos dais cuenta con qué precisión Jesús aparece como Dios en los evangelios? ¿No veisque es imposible separar la figura del Jesús hombre del Jesús Dios? ¿No veis que losdocumentos iluminan con la misma luz a los dos? ¿No veis que si aceptáis al hombreJesús tenéis que aceptar al Dios Jesús? Nosotros preferimos seguir otro camino:renunciamos al hombre Jesús, le relegamos a la esfera de lo irreal».

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P. Couchoud siguió por ese camino. En las diversas partes del imperio romano, dice,era fácil deificar o divinizar a una persona particular. Pero eso era imposible en la naciónjudía. Los judíos eran rabiosamente monoteístas y se dejaban despedazar antes deconfesar que el emperador fuera un Dios. Hubiera sido absurdo oponerse hasta elmartirio a la adoración del emperador para caer en la adoración de uno de sus paisanos.¿Cómo concebir que Pablo haya atribuido a un artesano contemporáneo suyo el título deSeñor, aplicado sólo a Yavé? ¿Cómo pudo decir de ese artesano que «quien invoque sunombre se salvará»? ¿Cómo se atrevió a decir que ante él debe doblarse toda rodilla yproclamarle Señor? ¿Un constructor de esteras como era él habría atribuido a uncarpintero ambulante la obra de la creación del mundo, del sol y de la luna, de losanimales y del hombre? ¿Acaso confundió a Jesús con Yavé? No hay más que dossoluciones: o creer que Jesús es realmente Dios (tesis católica) o negar su existencia. Laidea de un Dios encarnado es inadmisible. Por tanto, en los orígenes del cristianismo nohabría un hombre real, ni una serie de hechos realmente sucedidos. En un rincón perdidodel imperio romano, un grupo de hombres revistió con el ropaje del mito a otro hombrellamado Jesús. Pero de él no se puede afirmar nada históricamente cierto. En todo caso,si existió, su historia no tendría ninguna relevancia.

Albert Schweitzer (1875-1965) ridiculizó toda esa investigación en su famosa obraHistoria sobre la investigación de la vida de Jesús (1906), poniendo de manifiesto queel Jesús que habían descubierto los diversos autores se parecía de una manerasospechosa a ellos mismos, como «si hubieran hecho su propio autorretrato». «Cadaépoca y cada teología encontró en la personalidad de Jesús el reflejo de sus propiosideales y cada autor el de sus propios puntos de vista. Jesús quedó reducido a unpersonaje interesante, de una gran altura moral: un maestro para la humanidad, un artistagenial de la palabra, el amigo de los pobres y de los pecadores, un reformador social, elser humano ideal». Pero sucedía que cada nueva interpretación echaba por tierra a lasanteriores y la figura de Jesús se les escapaba entre las manos.

Sin embargo, los estudios de esa época nos llevaron a un mejor conocimiento de losevangelios, de su estilo, de sus autores, del tiempo en que fueron escritos y del medioambiente judío; nos enseñaron a distinguir entre las diversas fuentes que existen en losevangelios e identificaron una muy antigua, a la que designaron con la sigla Q (letra inicialde la palabra alemana quelle, que significa fuente), mostraron que el evangelio de Marcosera el más antiguo de todos y el que sirvió de fuente a san Mateo y a san Lucas...

Pero algo falló en todo ese movimiento: el dogma fue reemplazado por lospresupuestos filosóficos. Los críticos trataron de liberar al Jesús histórico de las garrasde la comunidad cristiana primitiva, pero se encerraron en un círculo del que no fueroncapaces de salir. Porque parece claro que la existencia de Jesús, atestiguada por losdocumentos del Nuevo Testamento y por testimonios profanos, no puede ser puestaseriamente en duda. Pero esos documentos que atestiguan a favor de su humanidad real,dan testimonio también de su carácter sobrenatural. Si se admite su valor para probar larealidad de su existencia, ¿por qué se les niega su valor cuando hablan de él como Señory como Hijo de Dios? Si se eliminan los elementos sobrenaturales la imagen de Jesús

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queda reducida a algo incoherente e irreal.

2.2. Del entusiasmo al escepticismo: El «Método de la Historia de las formas» (1920-1950)

La crítica de los evangelios no paró. El año 1896, Martin Kähler publicó una obra enalemán, titulada El pretendido Jesús histórico y el Cristo histórico y bíblico, en la queintrodujo en el debate un elemento totalmente novedoso, al que ya hemos hecho alusión:la distinción entre Jesús y Cristo, y entre histórico y bíblico. Jesús designaba al hombrede Nazaret, que vivió y murió bajo Poncio Pilato; Cristo, por el contrario, al Señorproclamado por la comunidad cristiana; con el adjetivo histórico designó los hechosbrutos de la historia de Jesús, es decir, lo que realmente había sucedido; con el de bíblicocalificó el significado profundo y permanente de esos hechos para la fe. Pero, según él,lo que los evangelios nos han trasmitido no es el Jesús histórico, sino el Cristoproclamado, de tal manera que del Jesús histórico «apenas sabemos nada», ni nosinteresa demasiado saberlo, ya que lo decisivo para la fe es el Cristo predicado por laIglesia. Y, de repente, la investigación acerca del Jesús histórico fue frenada en seco ycentró su atención en el Cristo proclamado por la comunidad cristiana de los primerosdías. Así comenzó a abrirse paso lo que se ha conocido como la teología del kerygma.

Apenas finalizada la primera guerra mundial, tres especialistas alemanes propusieronuna nueva forma de acercamiento a la figura de Jesús y a los evangelios, conocida comoel Método de la Historia de las formas. El principal exponente de ese método fue R.Bultmann en su obra titulada Historia de la tradición sinóptica.

¿Qué proceso siguió en su investigación de los evangelios? ¿Qué pasos fue dando?Bultmann fijó su atención en el «período de la tradición oral», es decir, en esos 30-60

años en los que los hechos recogidos en los evangelios fueron trasmitidos de boca aboca, de unos a otros, antes de ser puestos por escrito. ¿Qué sucedió durante esos años?¿Cómo se trasmitieron todas las cosas referentes a Jesús? ¿En qué ambientes nacieronesos pequeños relatos que aparecen en los evangelios?

Bultmann hizo un estudio comparativo de los evangelios con las literaturas llamadaspopulares o menores y, en concreto, con la literatura helenística y la de los rabinos deIsrael. En ese estudio puso en evidencia algunos de sus rasgos más característicos: lapresentación de los personajes es, en general, anónima, es decir, que no sonmencionados por sus nombres (en escena aparece un hombre o un individuo, pero no senos dice de quién se trata); las indicaciones de tiempo y de lugar son muy vagas(entonces, por aquel tiempo, en una casa, en una ciudad, pero tampoco se nos dicedónde sucedieron esos acontecimientos); esa literatura popular tenía como finalidad llevara los lectores «por el camino de la virtud y del bien». Para ello inventaba sucesos onarraba relatos milagrosos, pero sin ninguna preocupación por lo que había sucedidorealmente. Finalmente, los que redactaron esas literaturas no fueron verdaderos autores,sino simples recopiladores de los datos que recibieron de la tradición. Por tanto, notrasmitieron un mensaje propio, sino el de la comunidad de la que dependían.

La aplicación de esas características fue hecha inmediatamente a los evangelios. Los

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documentos evangélicos son literatura menor: la presentación de los personajes es casisiempre anónima, vaga e imprecisa; su desinterés por la cronología y la topografía, esdecir, por indicar el momento y el lugar en el que sucedieron los hechos que narran, saltaa la vista; están formados por pequeños fragmentos que circularon al principioaisladamente y que fueron recogidos después en colecciones más amplias. Ahora bien:esos pequeños fragmentos, esas pequeñas unidades fueron creadas por la primitivacomunidad cristiana para dar respuesta a los problemas que iban apareciendo en la vidade cada día (en el culto, en la predicación, en la catequesis, en la misión). En unapalabra: toda la materia que aparece en los evangelios fue «creada, elaborada ydesarrollada por la primitiva comunidad». Y, por tanto, «cada relato o cada sucesonarrado en ellos no tuvo su medio vital (su Sitz im Lebem) en la vida real de Jesús, sinoen las diversas situaciones y necesidades de la comunidad». Los evangelistas no fueronlos verdaderos autores de los evangelios, sino los recopiladores, es decir, los que seencargaron de recoger y de reunir todo ese material creado y transformado por lacomunidad. Por consiguiente, los evangelios no sólo no nos pondrían en contacto directocon Jesús, sino que serían como una pantalla o como un muro que nos impediríanacercarnos a él. Se imponía, por tanto, una conclusión muy clara: «del Jesús histórico,real, físico, de aquel que vivió y murió en Palestina en los días de Poncio Pilato, apenassabríamos nada». En efecto, ¿qué nos quedaría si eliminamos todos esos relatos creadospor la comunidad cristiana primitiva? Lo único que se podría decir con seguridad es quefue un hombre de Galilea, que se creyó profeta, que habló y actuó en ese sentido(aunque no sepamos ni lo que hizo ni lo que dijo) y que murió de un modo lamentable enuna cruz. Todo lo demás, es decir, su misión, su figura divina, sus milagros, suresurrección... serían una pura invención de la comunidad primitiva.

Así, la investigación renunciaba definitivamente al Jesús de la historia para refugiarseexclusivamente en el Cristo proclamado. Entre el Jesús histórico y el Cristoproclamado se había producido una «ruptura radical». Por tanto, la tarea del historiadorno consistía ya en «perseguir el fantasma de ese profeta judío», sino en llegar al Cristoproclamado.

2.3. La «New Quest» o «Nueva búsqueda» del Jesús histórico

La Historia de las Formas puso en evidencia los fallos de la investigación anterior en suintento por llegar al Jesús histórico. Pero entonces, ¿con qué nos quedamos?¿Tendremos que tomar partido por la historia o por el kerygma, por el Jesús histórico opor el Cristo proclamado? ¿Tendremos que renunciar a uno para quedarnos con el otro?¿Y con cuál de los dos nos quedaríamos?

La reacción contra el escepticismo de Bultmann comenzó en el círculo de sus mismosdiscípulos. El año 1953, E. Käsemann abrió el debate en una conferencia presentada enla reunión anual de los antiguos estudiantes de Marburg, en la que proclamóabiertamente: «Vuelta al Jesús histórico». En ella denunciaba el peligro de convertir aJesús en un puro mito, sin ningún fundamento en la realidad. Käsemann puso enevidencia que la vida de Jesús tenía una importancia decisiva para la fe, porque la Iglesia

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primitiva jamás tuvo la intención de «que el mito ocupase el puesto de la historia». ¿Paraqué recordar tantos episodios, tantas palabras, tantos acontecimientos, tantos personajes,tantos lugares, si nada de eso era verdaderamente relevante para la proclamación deJesús el Cristo? Es cierto que los evangelios no son una biografía verdadera y completasobre Jesús, pero contienen el recuerdo histórico de su paso por esta tierra. De esamanera, Käseman trató de poner en evidencia la continuidad entre Jesús y Cristo,salvando el lado histórico de Jesús e impidiendo que se convirtiera en una abstracción.Así se establecía un equilibrio entre las dos posturas anteriores de la crítica: ni sólohistoria, ni sólo proclamación, sino historia y proclamación, Jesús y Cristo, es decir Jesu-cristo. De eso se trataba precisamente: de buscar una vía media entre el antiguo afán porhallar sólo al Jesús de la historia y la postura completamente contraria del Método de laHistoria de las Formas.

Así comenzó lo que ha sido llamada una Nueva búsqueda del Jesús histórico. Losevangelios, en efecto, nos urgen sin cesar a volver hacia Jesús, porque en él sucedió algoúnico e irrepetible: un hombre apareció y quienes recibieron su mensaje creyeron quehabían encontrado a Dios. Detrás de cada palabra de Jesús hay un desafío a la fe. Poreso, «el estudio del Jesús histórico no es una tarea más, sino la tarea central del NuevoTestamento». No se podía abandonar la gran afirmación hecha en el evangelio de sanJuan: «Y el Verbo se hizo carne... y puso su morada en medio de nosotros». Ese ha sidoel camino que ha seguido un puñado de grandes especialistas.

Pero la reacción contra críticos de la Historia de las Formas llegó también por otroscaminos. R. Bultmann había considerado a los evangelistas como meros recopiladoresdel material que habían recibido de la primitiva comunidad cristiana. Pero muchosespecialistas comenzaron a poner en evidencia cómo cada uno de ellos habíaseleccionado, dispuesto y organizado el material que habían recibido y cómo lo habíanadaptado a sus destinatarios y a sus necesidades, lo que significaba que no fueron sólomeros recopiladores, sino verdaderos autores. Así nació lo que se conoce como elmétodo de la Historia de la Redacción, cuyos orígenes se remontan hacia los años1955-1965. Fue un golpe de gracia a uno de los postulados del método de la Historia delas Formas.

La Escuela Escandinava, por su parte, estudió y analizó el medio ambiente en el quese trasmitían los dichos y los hechos de los grandes rabinos, y puso en evidencia «que laley principal de la tradición no es la de crear, sino la de trasmitir fielmente lo que se harecibido de los antepasados». Por tanto, «el problema de la Iglesia primitiva no fue el decrear dichos nuevos, sino el de seleccionar entre los numerosos existentes los queservían para sus fines». Así caía por tierra otro de los postulados del Método de laHistoria de las Formas.

2.4. La «Third Quest» o «Tercera búsqueda» en torno al Jesús histórico

La crítica en torno a los evangelios no ha conocido reposo. Pero en los últimos años seha producido un desplazamiento desde Europa a América del Norte. El rostro másreciente de la investigación es la llamada Third Quest o Tercera búsqueda. El interés

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histórico vuelve a dominar en esta tercera etapa. Con la ayuda de las ciencias socialesmuchos especialistas han tratado de poner en evidencia la estructura de la familia, elambiente religioso, el clima social y los grupos religiosos y políticos en los días de Jesús.Las fuentes antiguas, tales como el historiador judío Flavio Josefo, los documentos delQumrán, los escritores apocalípticos y los evangelios apócrifos han sido utilizadosampliamente para acercarse más y más a su figura. Esta Tercera Búsqueda se inició en elaño 1980 y sus representantes más destacados han sido los miembros del famoso JesusSeminar, fundado en 1985 por R. W. Funk y J. D. Crossan. Ese Seminario estácompuesto por un grupo de investigadores norteamericanos, cuyo propósito es el de«establecer cuáles son los dichos y hechos del Jesús histórico y calificar con el mayorrigor científico posible su historicidad, desde el mayor grado de seguridad hasta el gradomenor de probabilidad». Algunos de los miembros del Seminario atribuyen a losevangelios apócrifos una autoridad tan grande como a la de los evangelios canónicos,sobre todo al evangelio de Tomás, al de Pedro y al evangelio secreto de Marcos.

Los componentes del Seminario se reúnen dos veces al año y se esfuerzan pordescubrir «al Jesús verdadero» que yace oculto detrás de los evangelios y del dogma dela Iglesia. Su método consiste en intentar aislar los elementos más antiguos de la tradiciónsobre Jesús. Las decisiones sobre la autenticidad de sus dichos y hechos son tomadas porvotación mayoritaria. ¿Podemos saber, según su opinión, qué palabras fueronpronunciadas o no por Jesús? En un encuentro internacional, celebrado hace algunosaños, se reunieron un grupo de expertos para intentar reconstruir sus palabras auténticas.Después de haber trabajado durante cinco años no llegaron a ponerse de acuerdo. ¿Quéhicieron entonces? Poner a votación cada sentencia de Jesús para que cada uno de ellos,según los estudios que había realizado, decidiera si la consideraba auténtica o no. Votaroncon bolas de cuatro colores. La roja significaba: «Esto lo dijo Jesús»; la rosa: «Jesús dijoalgo parecido»; la gris: «Esto no lo dijo Jesús»; y la negra: «Esto no lo dijo Jesús ypertenece a una tradición posterior». El resultado de aquella votación en colores ha sidopublicado en un libro titulado Los cinco evangelios. ¿Qué dijo realmente Jesús?[48]. Nohe tenido oportunidad de hacerme con él, pero entre las palabras señaladas con colornegro («Esto no lo dijo Jesús y pertenece a una tradición posterior») aparecen laspalabras de la institución de la eucaristía. Del evangelio de san Juan no figura ni una solafrase considerada como histórica. Sin embargo, del evangelio de san Lucas sonconsideradas como originales las bienaventuranzas de los pobres, la de los hambrientos ylas de los que lloran, el amor a los enemigos, la parábola del buen samaritano. Pero hanrechazado «más de un ochenta y dos por ciento de las expresiones que se atribuyen aJesús en los evangelios», es decir, que no las consideran auténticas. Apenas tendríamoscerteza de una docena de frases que pudieran haber sido pronunciadas por él[49].

A pesar de que esta nueva etapa ha aportado algunos conocimientos puntuales sobreel judaísmo del siglo primero, la imagen de Jesús que emerge de sus estudios es muydistinta: unos le presentan como un mago, otros como un carismático, otros como unexorcista, otros como un profeta social, otros como un sabio o maestro, otros como unprofeta escatológico, otros como un fariseo iluminado, o como un judío marginal, o

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como un itinerante cínico, o como un judío piadoso...Pero, a fin de cuentas, en Jesús nosencontramos con un hombre más. «Ni siquiera podríamos decir que fuera un hombresingularmente bueno y grande».

Entonces, ¿merece mucho crédito esa investigación que ve en Jesús rasgos tandistintos y contradictorios? ¿No es cuestionable un método que llega a conclusiones tandiametralmente opuestas? Porque cuando un grupo de especialistas, usando el mismométodo e investigando sobre el mismo material, llegan a proponer una figura tan distinta,podemos dudar seriamente del camino que han seguido. Algo está fallando en esainvestigación. O tienen que revisar el método que utilizan o los presupuestos de los queparten. Porque la realidad es que ninguna de esas figuras de Jesús puede dar respuesta atantos interrogantes como suscitan sus conclusiones. ¿Por qué fue condenado? ¿Cómo seexplica que el judaísmo del siglo primero, tan tolerante con todo tipo de grupos ymovimientos, se haya mostrado tan terriblemente severo con Jesús? ¿Cómo es posibleque un grupo de judíos haya llegado a confesarle como Señor y como Salvador? ¿Cómoes posible todo eso? La realidad es que ninguna de las figuras que han propuesto sobreJesús puede dar una respuesta medianamente aceptable. Tal vez por eso, esta TerceraBúsqueda ha caído en un cierto descrédito. De hecho, un buen número de investigadoresapenas toma en serio el trabajo realizado por los miembros del Jesus Seminar, «que haproducido muchos titulares, pero no ha añadido mucho a nuestro conocimiento del Jesúshistórico».

Al final de este rápido repaso, ¿estamos más cerca de responder a la pregunta sobrequién es Jesús? Después de unos doscientos cincuenta años de historia y de esas tresbúsquedas, hechas desde diversos ángulos y puntos de vista, ¿estamos en condiciones deresponder a ese interrogante?

Me parece que ninguna búsqueda sobre Jesús debe ser rechazada por principio,porque cualquiera de ellas puede aportar un aspecto nuevo que ilumine mejor su figura.De hecho, hemos aprendido mucho de esas diferentes búsquedas. A pesar de que laprimera estuvo afectada en sus mismas raíces por los prejuicios racionalistas de los quela iniciaron, sin embargo, aportaron, como ya hemos visto, un montón de datos para unmejor acercamiento a los evangelios. La segunda, por su parte, mostró que entre el Jesúsde la historia y el Cristo proclamado no había ruptura, sino continuidad. La tercera nosha conducido a una mejor apreciación del mundo en el que vivió Jesús. Pero la búsquedadel Jesús histórico nunca será suficiente por sí misma, porque jamás podrá seridentificado con el verdadero Jesús. Se ha dicho, con toda la razón del mundo, «que elJesús histórico que nos han presentado tantos investigadores no es más que unareconstrucción hipotética y fragmentaria, elaborada con los medios de investigación anuestro alcance». Pero el Jesús verdadero se les ha escapado de las manos. El Jesúsrecuperado por los especialistas no puede ser objeto de la fe cristiana, que reposa sobre«el Jesús de la historia y el Cristo de la fe», «sobre el Jesús que vivió y murió enPalestina y el Cristo resucitado y glorioso», en una palabra, «en Jesús y en Cristo, esdecir, en Jesu-Cristo». No podemos renunciar en manera alguna al Jesús de la historia,so pena de convertir su figura en una idea o en un mito, pero mucho menos podemos

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renunciar al Resucitado que ha vencido a la muerte y a quien adoramos como Señor ycomo Salvador. Por eso, de lo que se trata es de encontrar, por encima de todo, al Jesúsreal, más que al Jesús histórico del que se ha ocupado casi exclusivamente la exégesiscrítica durante tanto tiempo. ¿Para qué querríamos un Jesús que no fuera realmente elSeñor de la vida y de la muerte? ¿Qué podríamos hacer con él? Una investigaciónpuramente histórica puede aportarnos muchos datos sobre Jesús, pero jamás podráprobar su resurrección de entre los muertos, ni establecer la verdad acerca de sunacimiento virginal ni de sus milagros. Por tanto, el Jesús reconstruido por lainvestigación no es, ni puede ser jamás, el Cristo vivo de la fe cristiana, de la que formaparte esencial e innegociable el misterio de su resurrección y exaltación. Jesús no fue sóloel Maestro que predicó por los caminos de Galilea y Judea, sino también el Señorresucitado, el Sí de Dios a todas sus promesas y juramentos. Por eso, cuando losevangelios narran algunos hechos de su vida no sólo anuncian quién fue, sino quién esaquí y ahora para todos los hombres.

3. Valor histórico de la tradición oral y de los evangelios

Dos siglos largos de investigación nos han permitido «plantear de una manera bastanteaproximada el problema de la historicidad de los evangelios y la posibilidad de unacercamiento histórico a Jesús». Pero, con lo que hemos dicho, no podríamos tenerninguna seguridad de que los evangelios nos trasmiten su verdadera figura. En el airequedarían flotando siempre la duda o la sospecha. La crítica histórica ha puesto enevidencia dos mediaciones o como dos intermediarios que ha habido entre Jesús ynosotros: en primer lugar, la comunidad cristiana primitiva a cuyo cargo corrió su figuraentre los años 30-60, es decir, desde el momento de su muerte hasta la composición delprimer evangelio; en segundo lugar, los evangelistas, ya que al redactar su obraescogieron, actualizaron y retocaron los dichos y hechos de Jesús que recibieron de latradición oral. Esas dos mediaciones pueden plantearnos dos interrogantes muy graves:¿Hasta qué punto la tradición oral primitiva fue fiel a Jesús? ¿En qué medida losevangelistas fueron fieles a esa tradición? ¿Merecen nuestra confianza? ¿Tenemosmotivos para confiar plenamente en ellos?

Sí, los tenemos. Unos son de tipo más bien externo, otros de tipo interno, comovamos a ver a continuación. Los especialistas dan mucho más valor a los criteriosinternos que a los externos, pero me parece que éstos no deben ser subestimados nipasados por alto, pues nos introducen en el ambiente mismo en el que vivió Jesús y en elcorazón de aquella primera comunidad que los puso por escrito. Aunque sea muybrevemente, vale la pena contemplar algunos de esos argumentos que nos acercan a sufigura[50].

3.1. Testimonios sobre el texto de los evangelios

Los evangelios son los documentos escritos más atestiguados de toda la antigüedad.Tenemos un total de 2.610 códices, unos 50 fragmentos de papiro del siglo II, y unos

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1.600 leccionarios. La suma total de testigos del texto evangélico asciende a 4.260.Habría que añadir, además, las diversas traducciones existentes y unas 36.000 citas queaparecen en los santos padres y en los escritores eclesiásticos, lo que nos permitiríareconstruir casi en su totalidad el texto de los evangelios. Pues bien, todos esos testigosfueron apareciendo en menos de 300 años. Pero para comprender mejor la fuerza deeste argumento baste decir que las primeras copias que tenemos de la Ilíada, escrita porHomero hacia el año 800 a.C., son del siglo IV a.C., es decir, que entre el original y laprimera copia que ha llegado hasta nosotros hay un espacio de unos 400 años. De todoslos autores latinos (Cicerón, Julio César, Horacio, Virgilio, Tácito, etc.) sólo se conservanunos 30 manuscritos, que remontan al siglo IV de nuestra era. El único códice completode los discursos de Cicerón es del siglo VIII. Si consideramos como fidedignos todosesos escritos, la fiabilidad de los documentos del Nuevo Testamento debería estar porencima de cualquier sospecha. No sólo tienen más autoridad que la de cualquier obra dela antigüedad clásica, sino que están infinitamente por encima de ellas. En efecto, yadesde el siglo II, los evangelios fueron leídos en todas las iglesias y se les dio la mismaautoridad que a los profetas. «El día del sol (el domingo) hay reunión de todos loshabitantes de las ciudades y pueblos y se leen las Memorias de los Apóstoles y losescritos proféticos... Esas memorias son llamadas evangelios» [51]. La Iglesia rechazó losevangelios apócrifos, porque se alejaban del Jesús presentado en los verdaderosevangelios, en los cuales veía reflejada fielmente su figura.

3.2. La comunidad cristiana primitiva

Los evangelios nos informan de un hecho absolutamente seguro: que Jesús tuvo un grupode discípulos «con quienes formó una comunidad de vida estable». Por tanto, latradición de sus palabras y de sus hechos, recogida en los evangelios, tuvo origen en lostestigos de su vida, muerte y resurrección. Pero, además, su presencia durante los añosde formación y de trasmisión de la tradición hace inverosímil, por no decir imposible, ladeformación, la falsificación o el olvido de su figura. «Si todo hubiera sido inventado lostestigos de la vida de Jesús deberían haber sido llevados al cielo el mismo día de laresurrección» (V. Taylor). Pero la resurrección no fue una bomba atómica que arrasaracon todo lo que había sucedido en vida de Jesús, sino un fogonazo que lo esclareciótodo.

Pero, ¿podemos determinar cuáles fueron las actitudes más íntimas o los reflejos másespontáneos de la comunidad cristiana frente a Jesús y su palabra? Sí, porque unindividuo o una comunidad se revela y se traiciona en los términos que emplea. Puesbien: en el Nuevo Testamento aparecen cerca de mil veces términos como recibir,trasmitir, apóstol, testigo, servicio, predicar, enseñar, evangelizar... Un grupohumano, cuya voluntad es «transmitir lo que ha recibido y dar testimonio de lo que havisto y oído» es evidente que vive bajo el signo de la fidelidad. San Pedro admitió alprimer gentil en la Iglesia, Bernabé fue enviado a Antioquía para comprobar de primeramano la entrada en la Iglesia de los primeros gentiles, el concilio de Jerusalén controló elmovimiento de los judaizantes, que pretendían que todos los convertidos del paganismo

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tenían que hacerse circuncidar... San Pablo también controló la enseñanza en sus iglesias.Allí donde había un error o una desviación intervenía para cortar el mal de raíz y orientara sus fieles. Los críticos de la Historia de las Formas tuvieron que eliminar a los testigosporque molestaban a sus concepciones y teorías. Los errores y las leyendas de losevangelios podían ser atribuidos fácilmente a una masa anónima. Pero, ¿cómo pudierondesaparecer todos los testigos oculares sin dejar rastro?

Los evangelistas también se movieron bajo el signo de la fidelidad. A pesar de lasdivergencias que existen entre ellos, incluso en palabras fundamentales, hay un hechoque inspira una enorme confianza en su respeto y veneración por el mensaje de Jesús.San Mateo, san Marcos y san Lucas presentan la misma marcha de los acontecimientosde su vida: los mismos milagros, las mismas parábolas, el mismo relato sobre su pasión,muerte y resurrección. Jesús es presentado de una manera casi idéntica en los tres. Tantauniformidad y tal uniformidad, en comunidades diversas y en distintos momentos, nopuede ser explicada fácilmente más que admitiendo la autenticidad de las cosas quenarraron y la fidelidad de los que las transmitieron. Por eso, los investigadores deberíanhaber dado un voto de confianza a la ley fundamental de toda tradición que es la de«guardar con esmero los recuerdos dejados por un maestro». San Ireneo decía: «¿Quéhubiera sucedido si los apóstoles no nos hubieran dejado nada escrito? ¿No habría quehaber seguido el orden de la tradición que transmitieron a quienes confiaron lasiglesias?». San Justino, por su parte, habló de los evangelios como de las Memorias delos Apóstoles. En los primeros días, el evangelio tuvo más importancia como tradiciónoral que como documento escrito. Sólo en el siglo II, esos documentos escritoscomenzaron a ser llamados evangelios.

3.3. La figura de Jesús y la de sus apóstoles

Quien se acerque por primera vez a los evangelios ¿cómo verá la figura de Jesús? ¿Lecausará la impresión de haber sido inventada? Jesús aparece como una figuraadmirablemente humana y viva: tiene hambre y sed, se emociona y se irrita, seestremece, llora y abraza a los niños, se mueve de una parte a otra, se le ve seguido desus discípulos y discutiendo abiertamente con los escribas y fariseos, le vemos flagelado,abofeteado, muerto en una cruz y sepultado.

Si esa figura no respondiera a la realidad, ¿quién hubiera podido inventar hechoscomo su nacimiento en un pesebre, su agonía en Getsemaní, la traición de Judas, lasnegaciones de Pedro, el abandono por parte de los suyos, su muerte en una cruz, en unapalabra, su fracaso total? ¿Sería eso lo que podríamos esperar de una comunidad quequisiera crear algo grandioso?

Tampoco sus discípulos fueron idealizados, a pesar de que gozaban de un prestigioenorme en todas las comunidades en el momento en que fueron escritos los evangelios.Sin embargo, son presentados sin «respeto alguno por sus fallos, sus ambiciones y sulentitud exasperante para comprender la figura de Jesús». ¿Cómo concebir, por otraparte, que unos pescadores se hayan lanzado por los caminos del mundo para proclamarque un artesano, muerto en una cruz, era el Dios de los cielos y de la tierra, el Señor y el

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Salvador del mundo? ¿Cómo hubieran podio inventar una figura como la de Jesús, quetuvo la osadía de ponerse por encima de la ley y del sábado, que se atrevió a perdonarlos pecados y llamar Abba a Dios? Crear una figura como la que aparece en losevangelios estaba muy por encima de sus posibilidades. Nadie hubiera sido capaz decrearla, si no hubiera respondido a la realidad.

3.4. El mundo palestino-judío

¿Cómo era el mundo en el que vivió Jesús? ¿Lo conocemos bien? Cuando Renán visitópor primera vez Palestina quedó asombrado: «Yo atravesé en todas las direcciones laprovincia evangélica (Galilea); yo visité Jerusalén, Hebrón y Samaría; casi ningunaciudad o localidad importante de la historia de Jesús se me ha escapado. Toda esahistoria que, a distancia, parece flotar en las nubes de un mundo sin realidad, tomó así uncuerpo y una solidez que me admiraron. La correspondencia perfecta de los textos ylugares, la maravillosa armonía del ideal evangélico con el paisaje que describe comomarco fueron para mí una revelación. Yo tuve ante los ojos un quinto evangelio,lacerado pero aun visible y, en adelante, a través de los relatos de Mateo y de Marcos, enlugar de un ser abstracto, que se diría que no ha existido jamás, he visto una admirablefigura humana vivir y moverse» [52].

En efecto, la arqueología y la geografía han confirmado el cuadro geográfico de losevangelios y la existencia y posición de las ciudades mencionadas: Belén, Betphagé,monte de los Olivos, Betania, Emaús, Nazaret, Cafarnaún, Cesarea, Betsaida, etc. Casitodos los lugares de los evangelios han sido identificados. La flora (el olivo, la vid y lahiguera), la agricultura (el modo de sembrar), el modo de hacer el pan, la vida de familia,el modo de vestir, las costumbres, la lengua, las esperanzas, los partidos políticos yreligiosos son descritos en los evangelios en total acuerdo con las informacionesconocidas por las fuentes extrabíblicas. El templo aparece descrito en su pleno esplendor,el culto era celebrado solemnemente, se pagaban los impuestos, se subía a Jerusalén paracelebrar las fiestas, se observaba escrupulosamente el sábado, el sanedrín aparece en elpleno ejercicio de sus poderes etc. Pero todo eso desapareció en el año 70 con ladestrucción de Jerusalén por los romanos. Por tanto, los evangelios reflejan una sociedadjudía anterior al año 70, anterior incluso al segundo período de procuradores romanos,que comenzó en el año 44. Los evangelistas no crearon un mundo ideal para Jesús, sinoque reflejaron el ambiente concreto en el que se desarrolló su actividad. Si hubieran sidoinventados, ¿podemos imaginar los errores que hubieran cometido?

Las razones que deponen a favor de la historicidad de los evangelios son muchas yválidas. Tomadas una por una pudieran ser más o menos convincentes, peroconsideradas en su conjunto ofrecen una seguridad impresionante. Ni la tradición ni losevangelistas deformaron la figura de Jesús. Los hechos que nos han trasmitido «nosucedieron en un rincón», sino ante los ojos de aquellos que le vieron colgado de unmadero y le contemplaron vivo y resucitado en la mañana de pascua. Esa ha sidosiempre la certeza de la Iglesia. Si algún día se la arrancaran del alma, se convertiría enun montón de escombros.

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4. Los criterios de historicidad

La historicidad de los evangelios está asegurada de una manera general. Pero hay que darun paso más y hacer la última comprobación. ¿Tenemos algún argumento, algunaprueba, algún instrumento o herramienta que nos permita determinar si un gesto, unapalabra, una parábola o un milagro de los narrados en los evangelios remontan al mismoJesús? Por ejemplo: ¿curó Jesús a un leproso?, ¿resucitó a la hija de Jairo?, ¿pronunció laparábola del hijo pródigo?, ¿proclamó las bienaventuranzas? ¿Cómo responder a esascuestiones con la mayor precisión posible? Por eso se ha sentido la necesidad y laurgencia de establecer unos criterios para poder determinar con el mayor grado decerteza posible, «que la tradición recogida en los evangelios responde a la verdadhistórica de la vida y de la actividad de Jesús».

La cuestión de los criterios de historicidad es bastante reciente y está todavía en unaetapa de búsqueda y de tanteos. Por tanto, es comprensible que haya diversasapreciaciones y distintos puntos de vista. De hecho, no hay unanimidad entre losespecialistas ni en cuanto al número de esos criterios, ni en cuanto al nombre que hay quedarlos, ni en cuanto a su valor[53].

Se diría que es una cuestión demasiado complicada para los lectores más sencillos,pero espero que la simple exposición de algunos de esos criterios les haga comprendercómo la crítica más exigente puede llevarnos a contemplar de una manera nueva losevangelios y la figura de Jesús.

El primer criterio utilizado es el de la múltiple atestación o del testimonio múltiple,que la mayoría de los especialistas formulan en estos términos: «Se puede considerarcomo auténtico un dato (un hecho o un dicho, una parábola o un milagro) que estésólidamente atestiguado en todas o casi todas las fuentes de los evangelios (Marcos,documento Q, fuentes comunes a Mateo y a Lucas), y en otros escritos del NuevoTestamento (Hechos de los apóstoles y cartas de Pablo)». Se trata, en efecto, de uncriterio muy utilizado en la historia profana. Cuando tenemos un testimonio convergenteen torno a un hecho o a un acontecimiento procedente de fuentes diversas, y nosospechosas de depender entre sí, merece ser reconocido como auténtico.

Para comprender bien este criterio sería necesario tener en cuenta unas cuantas cosas.San Mateo, san Marcos y san Lucas son conocidos como los evangelios sinópticos (delgriego syn+opsis, que significa visión conjunta o visión de conjunto), porque de un sologolpe de vista puede verse que su contenido es muy semejante (los mismos milagros, lasmismas parábolas, los mismos acontecimientos), y que los hechos son narrados en elmismo orden. En la actualidad se acepta con la mayor naturalidad que san Marcos es elevangelio más primitivo, el que sirvió de ejemplo y de fuente a san Mateo y a san Lucas.De los 661 versículos que componen la totalidad del evangelio de san Marcos, san Mateoincluyó en el suyo unos 600, es decir, un 80%, y san Lucas unos 350. Esa materiacomún a los tres evangelistas es lo que conocemos con el nombre de la triple tradición.Pero hay también unos 220 versículos que son comunes a san Mateo y san Lucas,fundamentalmente dichos de Jesús, que no aparecen en el evangelio de san Marcos, sino

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que deben proceder de un escrito antiguo conocido con el nombre de Documento Q(letra inicial de la palabra alemana Quelle, que significa fuente). Eso es lo que conocemoscon el nombre de la doble tradición. Finalmente, cada evangelio tiene su material propio,que no aparece en los otros: san Marcos tiene en propiedad unos 50 versículos, sanMateo entre 315-330 versículos, y san Lucas entre 500-600 versículos.

Por tanto, la aplicación estricta y rigurosa de este criterio nos llevaría a considerarcomo auténticos todos los hechos y dichos que aparecen en la triple tradición, es decir,los atestiguados en tres fuentes diferentes, y los de la doble tradición, atestiguados endos. Gracias a la aplicación de este criterio podemos reconstruir las líneas fundamentalesde la figura y de la actividad de Jesús: la marcha de su ministerio desde Galilea aJerusalén, su postura ante la ley, su resistencia frente a todo tipo de mesianismo político,su actividad milagrosa, su predicación en parábolas, su pasión, su muerte, su resurrecciónetc. Por tanto, una buena parte de la tradición evangélica estaría en condiciones de gozarde una gran autenticidad.

Sin embargo, este criterio no puede ser considerado como exclusivo, porque se topacon dos grandes limitaciones. En primer lugar, el hecho de que los evangelios dependende una «tradición oral común a ellos» y, por tanto, no podrían ser considerados comotres fuentes distintas. En segundo lugar, este criterio no podría garantizar la autenticidadde muchos hechos o dichos, narrados por uno solo de los evangelistas. Se trata de unbuen criterio, pero debe ser completado e iluminado por otros criterios.

Un segundo criterio para garantizar la autenticidad de la tradición consignada en losevangelios es designado por los especialistas con el nombre de criterio dediscontinuidad (de disconformidad o de ruptura). Según la mayoría, este criterio podríaser formulado de la siguiente manera: «Se puede considerar como auténtico un datoevangélico cuando es contrario a la mentalidad del judaísmo, por una parte, o a lamentalidad de la iglesia cristiana primitiva, por otra». Seguramente, esa formulaciónsuena bastante extraña. Pero cuando descendemos a los detalles se aprecia claramente sualcance y su valor. En los evangelios, en efecto, hay muchos ejemplos de discontinuidado de ruptura con respecto a la mentalidad del mundo judío en el que vivió Jesús. Entrelos casos más sencillos de constatar podríamos enumerar el uso frecuente de la palabraamén (utilizada por Jesús para introducir sus propias palabras, mientras que en el AntiguoTestamento y en el judaísmo era una fórmula de asentimiento a una palabra dicha porDios), de la palabra abba (utilizada siempre por Jesús para dirigirse a Dios, pero quejamás utilizaron los judíos), en la postura de Jesús ante la ley, ante el sábado y laspurificaciones legales, en su actitud ante los publicanos y los pecadores, en su visión delReino de Dios, tan opuesta a la de su medio ambiente, en su concepción del Mesías etc.etc. Pero, además, hay una serie de episodios que suponen una ruptura y unadiscontinuidad con la fe de la iglesia primitiva. ¿Cómo imaginar a Jesús haciéndosebautizar por Juan como si fuera un pecador? ¿Cómo imaginarle tentado por Satanás,como si fuera un hombre más? ¿Cómo aceptar su agonía cruel, su muerte de cruz o suignorancia acerca del fin del mundo, en un momento en el que era adorado en todas lasIglesias como Hijo de Dios? ¿Cómo explicar la incomprensión, los defectos, la traición y

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el abandono de sus discípulos? Si todo eso y muchas cosas más no respondieran a larealidad, ¿cómo podrían haber sido inventadas por la comunidad primitiva? A través deeste criterio llegamos a lo más original de la vida y de la predicación de Jesús. Pero estecriterio también debe ser complementado con otros, especialmente con el criterio deconformidad.

Efectivamente, los especialistas no sólo hablan de un criterio de discontinuidad, sinotambién de un criterio de conformidad. Pero, ¿qué quieren decir cuando hablan de uncriterio de conformidad, de continuidad o de coherencia? Una cosa muy sencilla: queexiste, en primer lugar, una conformidad casi total entre lo que se dice en los relatosevangélicos y el medio ambiente palestino en el que vivió Jesús: partidos políticos yreligiosos, esperanzas, geografía, arqueología, modo de sembrar, de vestir etc. Esaconformidad constituiría un signo de autenticidad, ya que, a juicio de la mayoría, hubierasido imposible inventar y armonizar un conjunto de datos tan considerable y complejo.Pero, en segundo lugar, los especialistas señalan la conformidad que existe entre losdichos y hechos de Jesús con su enseñanza fundamental acerca de la llegada del reino:ese es el caso de las parábolas (sembrador, grano de mostaza, levadura, perla, tesoro,redes, semilla que crece, etc.), de las bienaventuranzas, del Padrenuestro, de los milagros(íntimamente ligados al tema del reino) etc. etc. En ese sentido, el criterio dediscontinuidad y el de conformidad se complementan recíprocamente: la conformidadcon el ambiente en el que vivió Jesús nos permite situarle en su tiempo, ladiscontinuidad le manifiesta como algo único y original. Los dos criterios son válidos einseparables.

Algunos especialistas utilizan lo que designan como criterio de explicación necesaria,que R. Latourelle formula del modo siguiente: «Si frente a un conjunto considerable dehechos o de datos que exigen una explicación convincente, se presenta una explicaciónque ilumina y reagrupa armónicamente todos esos elementos, se puede concluir queestamos en presencia de un dato auténtico (hecho, gesto o palabra de Jesús)». La historiay las ciencias humanas (sociología, psicología, antropología, etc.) utilizan ampliamenteeste criterio. Por ejemplo, cuando se trata de descubrir al autor de un delito, la hipótesisque logra iluminar el mayor número de hechos es la que la justicia mantiene como la másadecuada. Pues algo parecido sucede en el caso de los evangelios. Un gran número dehechos de la vida de Jesús, como su postura frente a la ley, el lenguaje que utilizó, elatractivo que ejerció sobre los discípulos y las multitudes etc. no tienen sentido más queen el caso que admitamos la existencia de una personalidad única. Esa explicación seríamucho más consistente que la de recurrir a la invención de esos hechos por parte de lacomunidad primitiva. Porque, ¿cómo explicar que, desde el principio del cristianismo,Jesús haya sido presentado como el Mesías, el Señor, y el Hijo de Dios? Pretender queesa fe haya surgido por generación espontánea o por creación de una masa anónima noes una verdadera explicación. No, no lo es. Es mucho más coherente pensar que eseacuerdo unánime tenga su razón de ser en la existencia misma de Jesús quien, con sucomportamiento y su manera de hablar, dio pie para que germinara y madurara todo loreferente a su filiación divina y a su señorío universal.

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Los especialistas hablan de otros muchos criterios. Pero con los mencionadospodemos hacernos ya una idea acerca de la veracidad y fiabilidad de los evangelios. Sediría que, en cierto sentido, los criterios de historicidad han traído una cierta calmadespués de la tempestad.

Las conclusiones que pueden deducirse de la aplicación de los criterios de historicidada los evangelios, incluso en su forma más moderada, nos llevarían a recuperar el valorhistórico del medio ambiente en el que vivió Jesús y las grandes líneas de su ministerio:su comienzo en Galilea, el entusiasmo inicial de la gente, el alejamiento posterior, suministerio en Jerusalén, el proceso político y religioso ante las autoridades judías yromanas, la condena a muerte; asimismo nos llevarían a recuperar los sucesos másimportantes de su vida y de su predicación: el bautismo, las tentaciones, latransfiguración, la proclamación del reino, las bienaventuranzas, las parábolas del reino,los milagros, el Padre nuestro, la traición de Judas, la agonía, la crucifixión, la sepultura,la resurrección; recuperaríamos también las extraordinarias implicaciones manifestadasen las antítesis del sermón de la montaña, en la postura frente al sábado y lasprescripciones de la ley, en el uso de la palabra Abba, en el perdón de los pecados y en lainvitación a dejarlo todo para seguirle; finalmente, recuperaríamos todo lo que se refierea la llamada y la misión de los apóstoles: su entusiasmo y sus incomprensiones, sutraición y abandono... La crítica, que parecía destruirlo todo, nos está llevando arecuperar como auténtico casi todo el material contenido en los evangelios.

Pero habría que añadir algo que me parece fundamental. La postura de loshistoriadores debería cambiar por completo. Durante muchos años ha habido unasospecha sistemática contra la autenticidad de los evangelios. Pero la actitud máscientífica y correcta frente a ellos debería partir de un presupuesto tan sencillo comoeste: «Mientras no se demuestre lo contrario, los relatos evangélicos han de ser tenidospor históricamente verdaderos». Por tanto, el peso de la prueba debe recaer sobre losque niegan su valor histórico. Si alguno piensa que los evangelios no le ofrecensuficientes garantías de veracidad deberá aportar pruebas que avalen su sospecha, porqueno son los evangelios los que tienen que ponerse de acuerdo con nosotros, sino nosotroscon ellos. «El historiador no puede construir una historia con nociones preconcebidas yajustarla a su propio gusto, sino que debe dejarla que hable por sí sola» (Philip Schaff).Si partimos de lo que yo creo o de lo que a mí me parece, podemos llegar a conclusionestan extrañas como estas: «que Jesús no fue crucificado, sino que murió estrangulado olapidado», o «que murió en un tumulto», o «que se suicidó», o «que murió de viejo», o«que no murió, por la sencilla razón de que no existió»... Pero la historia es lo que es, nolo que yo creo o lo que a mí me parece; no se construye con ideas, sino condocumentos. Es cierto que no podemos escribir una verdadera biografía de Jesús, perolos datos que nos ofrecen los evangelios estaban ya en circulación mientras vivían lostestigos oculares de su vida. Lo que en ellos se narra no sucedió en un rincón, sino quefue conocido por muchos. Por eso, los discípulos pudieron apelar sin miedo a lo quetodos conocían. No sólo dijeron: «Nosotros somos testigos de estas cosas», sino también«como vosotros sabéis», «como vosotros conocéis».

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Los evangelios ponen ante nuestros ojos al Jesús recordado, tal como quedó grabadoen la memoria de sus discípulos y de la Iglesia. ¿Quién hubiera podido desfigurar tangrotescamente su figura? No es fácil imaginar a un grupo de pescadores inventando unafigura tan por encima de su medio ambiente y de sus esperanzas. Tenemos querecuperar, de una vez para siempre, nuestra confianza en las fuentes que nos hablan deJesús y dejar de ver en ellas un obstáculo o una pantalla que nos impidan el acceso a él.Los evangelios nos urgen a una apertura de todo nuestro ser para poder acoger larevelación que Dios nos ha hecho en el Hijo de su amor. Max Scheler afirmó: «Sólo unotiene acceso al núcleo de la persona de Jesús: el discípulo». A Jesús no es posibleentenderlo sólo con la cabeza, sino con el corazón. Quien quiera saber algo de él debeponerse en su seguimiento. De esos testimonios conservados en los evangelios sedesprenden los rasgos inolvidables de lo que él fue. Por eso, jamás podremos confundirsu voz con ninguna otra voz de nuestro mundo. La lógica hubiera exigido que aquelcrucificado hubiera desaparecido sin dejar rastro alguno. Pero la lógica no funcionó en elcaso de Jesús.

El sí a Jesús está basado en hechos bien fundados y atestiguados; el no se basa enrazones o en ideas, no en pruebas ni en testimonios. Esa es la diferencia: hechos realescontra ideas. Jesús es el acontecimiento supremo que ha cambiado la faz de la historia yque ha llenado de esperanza la marcha de esta gran caravana humana. Esas son suscredenciales: Dios con nosotros, Palabra encarnada, Señor y Salvador.

Por eso, no importa demasiado establecer la fecha exacta en la que fueron escritos losevangelios, porque la tradición de la que dependen merece nuestra confianza. Lasecuencia de los hechos pudo ser la siguiente: hacia el año 50 se hizo una primera versiónen arameo del evangelio de san Mateo y de una colección complementaria de dichos deJesús (conocida con el nombre de documento Q); hacia el año 65-70 habría que situar lacomposición del evangelio de san Marcos, hacia el 75-85 los evangelios de san Mateo yde san Lucas, y hacia el 90-95 el evangelio de san Juan en su estado actual. Por eso,resulta tan difícil explicar que la figura de Jesús haya sido mitificada. Además, losresponsables de esos documentos fueron bien conocidos. Los santos padres y losescritores de la iglesia los identificaron con sus nombres: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.Los testimonios de la Didajé y de san Clemente, de la Carta de Bernabé y de Papías, desan Ignacio y de san Policarpo, de san Justino y de san Ireneo, de Tertuliano y deOrígenes, de san Jerónimo y de san Agustín, etc. son impresionantes y unánimes. Desdeprincipios del siglo II los evangelios eran conocidos, citados y leídos en todas las iglesiasy se los reconocía la misma autoridad que a los profetas. A través de ellos tenemosacceso a ese acontecimiento único que ha cambiado la faz de la tierra.

5. La renuncia imposible

Si Jesús es la Palabra hecha carne, ¿cómo no va a interesarnos? ¿Cómo renunciar a él?Nosotros no creemos ni en mitos ni en leyendas, sino en aquel que nació y vivió enPalestina, murió por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación. Poreso, su figura humana es algo irrenunciable para el cristianismo. La encarnación exige

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que tomemos en serio la realidad humana de Jesús. No se puede negociar ni coquetearcon él. Un Cristo sin conexión alguna con la historia se convertiría pronto en una idea,pero un Jesús sin conexión con el Cristo proclamado se convertiría en un personaje sinninguna incidencia en la vida del hombre. La historia y la fe deben caminar de la mano.Si una se impone sobre la otra o nos quedamos sin Jesús o nos quedamos sin Cristo. Poreso, si la distinción entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe se hiciera como unadisyuntiva, ante la cual estuviéramos obligados a elegir, la situación se tornaría trágica: odesaparecería por entero la figura del Cristo proclamado a favor del Jesús de la historia, oel Jesús de la historia se diluiría por entero ante el Cristo proclamado. Por tanto, no setrata de hallar a cada uno de esos dos Cristos por separado, sino de encontrar al Jesúsreal, es decir, a Jesu-cristo. No hay Jesús sin Cristo, ni Cristo sin Jesús, sino el Cristoúnico y total. Ese es el Jesús al que la Iglesia proclamó desde el principio como vencedordel pecado y de muerte, como Señor y Salvador. ¿Quién hubiera podido inventar sufigura o quién hubiera podido desfigurarla tan grotescamente, si no respondiera a larealidad? ¿Cómo no hubo protestas por parte de los que le conocieron si la imagen quepropusieron los evangelios no hubiera estado de acuerdo con el original? ¿Es posible queel mundo haya creído con la mayor naturalidad en un crucificado? Lo lógico hubiera sidotodo lo contrario. «No debía resultar fácil conseguir un auditorio para hablar de uncrucificado ni para predicar su resurrección de entre los muertos. No era fácil anunciar alos judíos que aquel crucificado del Gólgota era el Mesías esperado, ni anunciar a losgriegos que en él estaba la demostración más asombrosa de la sabiduría de Dios. No erafácil que nadie aceptara que aquel crucificado fuera realmente el Señor y el Salvador delos hombres». Llevar por bandera a un crucificado era exponerse a la burla de todos. Sihubiera sido presentado como un gran personaje, montado victorioso en su carro decombate, hubiera sido aceptable y creíble en todo el mundo. Pero, ¿un crucificado? ¿Uncarpintero muerto en una cruz? ¿Cómo explicar todo eso? Los falsos profetas del fin delcristianismo han ido desapareciendo y sus voces han dejado de oírse. Pero Jesús siguesiendo proclamado como el vencedor de la muerte. La Iglesia ha cometido un montón debarbaridades, ha sido perseguida justa e injustamente, justa e injustamente vilipendiada,pero no ha dejado de proclamar que el carpintero de Nazaret ha vencido a la muerte.¿Quién podrá dar una explicación que sea capaz de satisfacer, de una vez para siempre,todos nuestros interrogantes? Si todo fuera un invento de los hombres, ¿cómo explicaresta «epopeya formidable» que es el cristianismo? Explicarlo de otra manera seríaadmitir un milagro mucho mayor que el que se trata de negar.

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4Las credenciales de Jesús

Ahora ya podemos movernos con tranquilidad por los evangelios, sabiendo quepisamos tierra firme. Seguramente se han perdido la mayor parte de las palabras y de losgestos de Jesús, pero a quien no hemos perdido es a él, el Señor resucitado de entre losmuertos. Daríamos no sé qué por conocer todos los detalles de su vida. Pero con los quetenemos estamos satisfechos[54].

Pero, ¿qué ocurrió después de su muerte y resurrección? Los ojos de los discípulosdebieron abrirse de par en par al ver a Jesús resucitado. ¿Quién era realmente el Maestrocon quien habían vivido y a quien habían visto morir colgado de un madero? ¿Cómodirigirse a él? ¿Cómo describirle? ¿Cómo designarle? ¿Cómo hablar de él? ¿Cómoexpresar lo que él era? ¿Qué misterio se encerraba en ese hombre, a quien ni la mismamuerte había podido vencer? ¿Cuál era su verdadera identidad? ¿Qué nombres, quéadjetivos, qué palabras, qué términos podían ser los más apropiados para dirigirse a él?¿Quién era realmente?

Para expresar la realidad más íntima de Jesús, los discípulos debieron acudir desde elprincipio a algunos títulos que conocían por la tradición judía, tales como Mesías, Siervo,Justo, Santo, hijo de David, Hijo del hombre, Maestro y Profeta. Pero a lo largo de losprimeros setenta años la comunidad cristiana le fue aplicando otros, más hermosos yvariados, porque el misterio de su figura no podía ser expresado en un solo nombre.Cada uno lo iluminaba desde un ángulo distinto, pero ninguno le abarcaba en toda suriqueza, ya que la realidad superaba todas las palabras para expresarla.

No hay acuerdo entre los especialistas en cuanto al número de títulos atribuidos aJesús en el Nuevo Testamento, pero se puede hablar de más de 30. Algunos de ellos serefieren a Jesús en sí mismo, otros a su relación con nosotros. Cada título es unarespuesta a la pregunta sobre su identidad, pero sólo contemplándolos en su conjuntopodemos saber quién fue Jesús y lo que él significa para nosotros.

1. ¿De dónde partir?

¿Cómo se designó Jesús en los días de su paso por la tierra? ¿Se aplicó algún título?¿Tuvo conciencia de ser el Profeta que había de venir en los últimos tiempos, de ser elhijo de David, el Siervo de Yavé, el Mesías esperado, el Salvador, el Hijo de Dios?

Como ya dije desde el principio, Jesús nunca pudo hablar abiertamente de sí mismo.Sin embargo, su manera de expresarse dejaba entrever algo que superaba todo loimaginable por parte de sus contemporáneos: se atrevió a perdonar los pecados y a llamara Dios Abba, se presentó como alguien mayor que los patriarcas, que los reyes y que los

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profetas, y tuvo la osadía de perfeccionar la ley que Dios mismo había dado a su pueblo.Su figura rompía todas las categorías. Jesús era más que un profeta, más que el Siervo,más que el Hijo del hombre, más que todos los Mesías al uso. La realidad superaba atodas las figuras conocidas.

Pero, ¿cómo proceder ahora? ¿De dónde partir? ¿Por dónde comenzar? ¿Cómoacercarnos a esos títulos con los que ha sido confesado por la Iglesia desde los primerosdías? ¿Qué títulos escoger a la hora de hablar de Jesús? Porque hablar de todos ellos mellevaría mucho más allá de los límites que yo mismo me he impuesto. Por otra parte,¿cómo enfocar esta cuestión? Los críticos los han estudiado desde ángulos de vista muydiversos, los han analizado con lupa, han investigado sus orígenes y las influencias quehan podido recibir del mundo judío o griego... Lo que sucede es que ese tipo de estudiosnos hacen perder en medio de un bosque de discusiones y opiniones que oscurecen suverdadero significado. Por eso, me gustaría presentar de la manera más sencilla algunosde esos títulos, tratando de descubrir en ellos el verdadero rostro de Jesús. Para ellopodríamos comenzar con los títulos que Jesús se aplicó o que le fueron aplicados yadurante su vida en la tierra: Maestro, Profeta, Mesías, Hijo del hombre, Siervo etc.

2. Jesús, Maestro

Jesús no frecuentó ninguna escuela ni fue discípulo de ningún rabino. Pero el título deMaestro le fue atribuido desde su vida pública. La palabra Maestro aparece más decincuenta veces en los evangelios: en boca de los discípulos y de la gente sencilla, de losescribas y de los fariseos. San Mateo describió su actividad con estas palabras: «RecorríaJesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino,y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt 4,23). Pero los que le oíanquedaban asombrados de su doctrina. No era un maestro como otro cualquiera, nisiquiera mejor que cualquier otro. «Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso aenseñar. Y quedaron asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tieneautoridad, y no como los escribas» (Mc 1,21-22; Mt 7,28-29). «Todos quedaronpasmados, de tal manera que se preguntaban unos a otros: ¿Qué es esto? ¡Una doctrinanueva, expuesta con autoridad! Manda a los espíritus inmundos y le obedecen» (Mc1,27). Él era la última palabra de Dios para los hombres. Por eso había que dar un pasomás y buscar otros calificativos que completaran lo que apenas se podía insinuar en eltítulo de Maestro.

3. Jesús, Profeta

Jesús enseñaba con autoridad, curaba con poder y dominaba a los espíritus inmundos, alos elementos de la naturaleza y a la enfermedad. Y muy pronto la gente comenzó aconsiderarle como un profeta: «Es el profeta Jesús de Nazaret», «Un gran profeta hasurgido entre nosotros y Dios ha visitado a su pueblo»... Algunos pensaban que era Elías,o Jeremías, o alguno de los profetas antiguos.

Pero Jesús tenía una conciencia muy especial de su misión. En los evangelios nuncaaparecen las fórmulas típicas de los profetas: «La palabra de Dios vino sobre mí», o

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«Así habla Yavé», o «Esto dice el Señor»... Por el contrario, Jesús habló con su propiaautoridad: «Habéis oído que se dijo... pero yo os digo», «En verdad, en verdad os digo»,La palabra de Dios no venía sobre él: él era la Palabra. Allí había alguien que era mayorque los reyes y que los profetas, más que la ley y el templo... ¿No sería él el profeta quetenía que venir, el profeta de los últimos tiempos?

Uno de los rasgos más dramáticos de la historia de Israel, como ya dije al hablar delbautismo de Jesús, fue el silencio de los profetas durante algunos siglos. El Espíritu deprofecía «descansaba». Pero en ese silencio se percibía la ausencia de Dios. «Ya novemos nuestros signos ni hay profetas», se lamentaba el pueblo de Dios (Sal 74,9). Laley y los rabinos habían ocupado su lugar, pero sin el fuego característico de su palabra.El pueblo esperaba la llegada de un profeta como Moisés, a quien Dios hablara cara acara, como un amigo lo hace con su amigo: «Yavé, tu Dios, suscitará, de en medio de ti,entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis» (Dt 18,15). La llegada deese profeta estaba asociada al retorno de Elías, que había sido arrebatado en un torbellinoal cielo. Ese profeta era descrito como «predicador de los últimos secretos y restauradorde la revelación dada a Moisés». Su predicación sería como la última llamada de Dios ala penitencia. Por eso, se esperaba con ansia su llegada. Juan el Bautista se presentó conlas credenciales auténticas de un profeta. ¿Sería él «el que había de venir»? Pero Juandesvió la atención de todos hacia Jesús. Él no era el Mesías, sino el precursor, es decir, elque iba delante de él.

Con la aparición de Jesús el Espíritu había retornado a la tierra. Se había acabado elsilencio de Dios. Una época de gracia había sido inaugurada. Por eso había que volverlos ojos hacia ese profeta que había traído la palabra última y definitiva de Dios, más alláde la cual no podía haber otra. A él había que escuchar por encima de todo, ya que supalabra daba cumplimiento a todas las promesas y a todas las esperanzas.

Maestro, sí, pero más que maestro; profeta, sí, pero mucho más que profeta. Jesúsera el verdadero portavoz de Dios, su misma Palabra hecha carne. En él Dios habíaintervenido para llevar a cabo el proyecto de salvación de todos los hombres. De ahí queel título de profeta tampoco fuera suficiente para explicar su figura. Tenía que sercompletada con otros títulos.

4. Jesús, Mesías o Cristo

El término Mesías proviene del hebreo masiah, que significa ungido; el término griegochristós (=Cristo) significa exactamente lo mismo. Mesías y Cristo son, por tanto, dostérminos sinónimos, uno de origen hebreo, otro de origen griego. Ambos se refieren alUngido prometido y esperado. En el Antiguo Testamento eran ungidos los reyes, losprofetas y los sacerdotes, es decir, los que tenían que realizar alguna misión especial afavor del pueblo. Pero, al hablar del Mesías todos entendían al Gran Legado divino quehabría de instaurar el reino de Dios en los últimos días.

La esperanza de la llegada del Mesías-Cristo comenzó a hacerse sentir de una maneramuy especial con la profecía de Natán al rey David (2Sam 7,12-16). Pero fueron losprofetas los que contribuyeron de una manera decisiva en la espera del Ungido del Señor:

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«He aquí que la doncella ha concebido y va a dar un hijo, y le pondrá por nombreEmmanuel (que significa Dios con nosotros)» (Is 7,14). «Porque un niño nos ha nacido,un hijo se nos ha dado, el señorío reposará en su hombro, y se llamará Admirable-Consejero, Dios-Poderoso, Siempre-Padre, Príncipe de la Paz. Grande es su señorío y lapaz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlopor la equidad y la justicia. Desde ahora hasta siempre, el celo de Yavé Sebaot hará eso»(Is 9,5-6). «Reposará sobre él el espíritu de Yavé, espíritu de sabiduría e inteligencia,espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yavé....» (Is 11,2). Elprofeta Miqueas señaló la pequeña ciudad de Belén como lugar de su nacimiento: «Mastú, Belén-Éfrata, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de saliraquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días deantaño» (Miq 5,1). Así fue naciendo la esperanza de un rey nacional que vencería atodos los enemigos. Los acontecimientos de la vida del pueblo de Dios, sometido durantesiglos a los asirios y a los babilonios, a los persas, a los griegos y a los romanos, nohicieron más que aumentar esa esperanza.

En los días de Jesús la expectación había llegado a su culmen. Palestina estabaocupada por los romanos. El pueblo de Dios esperaba al gran Libertador que expulsara alos que «manchaban la tierra con su presencia». Sin embargo, no había una concepciónmuy clara y definida de su figura, de tal manera que se impusiera a todos. Casi todas lasdescripciones que tenemos de él coinciden en presentarlo como un redentor o unlibertador político-nacional que debía establecer el reino o el reinado de Dios en la tierra,un guerrero fuerte y poderoso, cuya primera preocupación sería la de vencer a todos losenemigos de Israel. En los Salmos de Salomón, una obra cercana a la época del NuevoTestamento, se dice entre otras cosas: «Que destruya a los enemigos con vara de hierro ydestruya a los paganos impíos con la palabra de su boca, que sus amenazas hagan huir alos paganos..., reunirá a un pueblo santo que gobernará con equidad»... En los textos deQumrán, en el ambiente de los fariseos y entre los zelotes, su figura aparecía tambiéncon acentos fuertemente nacionalistas: «Traerá la salvación al pueblo, lo librará de lasmanos de los enemigos, purificará a Jerusalén, reunirá al pueblo disperso, traerá la paz einstaurará el reino de Dios en Israel y, a través de Israel, en todos los pueblos». La figurade un Mesías dolorido y sujeto a la muerte, tal como podía vislumbrarse en el Siervo deYavé, quedaba prácticamente fuera de toda expectación. La esperanza de Israel no ibapor ese camino. Lo único cierto es que todos esperaban su llegada, aunque nadie sabíamuy bien cómo sería.

Por eso, la pregunta resulta inevitable para nosotros: ¿Tuvo conciencia Jesús de ser elMesías? ¿Se consideró como aquel que habría de realizar todas las esperanzas del pueblode Dios? La crítica racionalista lo ha negado rotundamente. Pero los evangelios nopueden ser pasados fácilmente por alto. En ellos se nos recuerda el título puesto sobre lacruz: «Jesús nazareno, rey de los judíos». Parece absolutamente seguro que no se puededudar de la credibilidad de esa información. Pero, ¿cómo hubiera podido llegar lacomunidad cristiana a la idea de que Jesús era el Mesías si no hubiera habido algúnindicio en su vida? Es cierto que Jesús nunca se aplicó abiertamente ese título, sino que

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fueron los discípulos o la gente quienes lo consideraron como el Ungido de Dios o, conuna fórmula equivalente, como hijo de David. Jesús sabía perfectamente que el título deMesías era demasiado ambiguo y equívoco para expresar su misión. Sin embargo, nuncalo rechazó ni dijo que no lo fuera, pero siempre manifestó una gran reserva con respectoa él. Cuando Pedro le confesó como Mesías en Cesarea de Felipe: «Tú eres el Cristo, elhijo de Dios vivo», Jesús cambió rápidamente la orientación de aquella confesión yprohibió severamente a sus discípulos que hablasen de ello, porque ese título estabacargado de resonancias políticas y nacionales. Jesús no quiso llamar a engaño a nadie entorno a la finalidad de su misión. El verdadero Mesías tendría que pasar por la pasión yla muerte. Por eso, rechazó un tipo de mesianismo político: «Mi reino no es de estemundo». Por el contrario, según san Marcos, cuando el sumo sacerdote le interrogó:«¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?», Jesús respondió: «Sí, yo soy...» (14,62). Ensan Mateo, sin embargo, la respuesta es mucho más reservada: «Tú lo has dicho»(26,64). Jesús respondió de una forma evasiva: «Eres tú quien lo dice, no yo». Prefiriódesignarse como el Hijo del hombre, un título que se prestaba a menos equívocos paraexpresar el contenido de su misión.

Sólo a la luz de la resurrección, la comunidad cristiana reconoció a Jesús como elMesías prometido por Dios. El discurso de Pedro el día de Pentecostés terminó con estaspalabras: «Sepa con certeza la casa de Israel que Dios le ha hecho Señor (kyrios) yMesías (christós), a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (He 2,36). Así fuecomo el título de Mesías se convirtió en el «título por excelencia» para los cristianos.«Ningún otro ha tenido el honor de entrar a formar parte de su nombre: Jesu-Cristo, esdecir, «Jesús, el Cristo», «Jesús, el Mesías». Con esa profesión se expresaba conabsoluta claridad que Jesús, el hombre de Nazaret, era al mismo tiempo el Cristo enviadopor Dios, el Mesías ungido por el Espíritu, el Salvador del mundo, la plenitud de todoslos tiempos, el Sí de Dios a todas sus promesas, el Amén a todas sus palabras. El Ungidode Dios había llegado. Ya no había que esperar a nadie más. ¿Qué más se podía esperarque un triunfo sobre la muerte?

5. Jesús, Hijo de David

El título de Hijo de David está íntimamente emparentado con el de Mesías. Según lasprofecías de Isaías, el Mesías, el Príncipe de la paz, el Retoño de Jesé, debía ser undescendiente de la dinastía de David, a quien Dios había hecho promesas magníficas.Para los profetas, evocar a David era «afirmar el amor celoso de Dios por su pueblo y sufidelidad a la alianza». Eso es lo que san Mateo puso de manifiesto desde la primera líneade su evangelio: «Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán» (1,1). «ElSeñor Dios le dará el trono de David su padre» (Lc 1,32). Muchos de los que seacercaron a Jesús le saludaron como el hijo de David, y el pueblo entero lo aclamó enesos términos: «Hosanna al hijo de David». La gente debía preguntarse con frecuencia:«¿No será éste el hijo de David?». San Pablo lo confirmó con estas palabras:«Jesucristo, Hijo de Dios, que se hizo hombre de la descendencia de David, según lacarne» (Rom 1,3). Desde el principio se sabía la procedencia davídica de Jesús. En los

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días en que escribió san Pablo la carta a los romanos debían vivir muchos miembros desu familia, tal vez la misma Virgen María.

Jesús no se opuso al uso de ese título, pero tampoco lo favoreció, porque conteníamuchas resonancias políticas. Pero ese título sintetizaba de alguna manera toda laesperanza del pueblo de Dios, evocaba bendiciones y promesas, presencia y acción deDios en la tierra a favor de los hombres, un reinado de paz y de amor, donde todas lascosas volverían a su estado original, donde el lobo y el cordero, el leopardo y el cabritoserían vecinos (Is 11,6-9). La presencia del hijo de David en la tierra sería el comienzode un reinado sin fin de Dios sobre todos los hombres.

Y, sin embargo, ese título no expresaba plenamente el misterio de su persona. PorqueJesús no era sólo el hijo de David, sino también su Señor; no era sólo el rey y el pastordel pueblo de Dios, sino que era Dios mismo que venía a salvar a su pueblo. Por eso, elEspíritu y la esposa aguardaban y clamaban «por el Retoño y el descendiente de David,el Lucero radiante de la mañana» (Ap 22,16). Por eso, había que seguir dando pasos enbúsqueda de la verdadera identidad de Jesús.

6. Jesús, Hijo del hombre

Los evangelios muestran que Jesús tuvo una predilección especial por el título Hijo delhombre, con el cual se designó a sí mismo en más de ochenta ocasiones.

Pero, ¿qué significa esa expresión, tan oscura para nosotros? Desde el punto de vistafilológico la fórmula hijo de hombre corresponde al hebreo ben adam o al arameo barnasha (bar, que significa hijo, y nasha que significa hombre). Según esa etimología, bar-nasha significaría «un individuo de la raza humana», «un hijo de la humanidad», «aquelque pertenece a la especie humana», o simplemente «hombre». Es frecuente ese sentidoen Ezequiel, donde Dios llama al profeta «hijo de hombre», haciéndole tomar concienciade la distancia abismal que le separaba del Santo de Israel. En español podríamostraducir la expresión por un hombre cualquiera, o más sencillamente por hombre, unmiembro de la raza humana.

Pero en el Antiguo Testamento hay una serie de textos donde la expresión Hijo delhombre tiene un sentido misterioso. En el libro de Daniel, por ejemplo, hay una visión enla que aparecen saliendo del mar cuatro fieras enormes y demoledoras: una semejante aun león, otra a un oso, otra a un leopardo, y la cuarta, una bestia muy especial, con diezcuernos y enormes dientes de hierro (Dan 7,2-7). Cada una de esas bestias representabaa uno de los cuatro grandes imperios de la antigüedad: el babilónico, el medo, el persa yel griego. En esa visión, el Anciano de días (Dios) aparece sentado en su trono parajuzgar a las cuatro bestias. Pero en ese momento aparece en escena una figuramisteriosa, semejante a un hombre, que procede del cielo y viene sobre las nubes: «Y heaquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia elAnciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos lospueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que no pasará,y su reino no será destruido nunca» (Dan 7,13-14). Se trata de una figuraverdaderamente misteriosa, entre humana y celestial, que pone de manifiesto su

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pertenencia a la raza humana, pero al mismo tiempo se abre por entero hacia el mundosuperior.

¿Se aplicó Jesús ese título? ¿Se presentó a sí mismo como el Hijo del hombre?Aunque algunos críticos lo ponen en duda, la realidad es que ese título aparece en todaslas tradiciones evangélicas. Si aplicáramos el criterio del testimonio múltiple deberíamosllegar a la conclusión de que Jesús, que se mostró tan reticente frente al título de Mesíase hijo de David, debió designarse a sí mismo con ese título. En los evangelios laexpresión aparece siempre en boca de Jesús. San Pablo nunca le aplicó ese título, niaparece en las confesiones de fe de la primitiva comunidad cristiana, tal vez porqueresultaba ininteligible para los convertidos de origen pagano. Por eso, cuando elcristianismo rompió con los límites de Palestina, el título comenzó a desaparecer. Portanto, si la Iglesia de los primeros días no utilizó ese título, ¿cómo podría haberloinventado ella misma? ¿Por qué aparece sólo en labios de Jesús? Eso es lo que nos llevaa pensar que estamos ante un recuerdo realmente histórico, de tal manera que excluir esehecho crearía más problemas que los que podría resolver.

Jesús se designó a sí mismo con esa expresión ambigua, que revelaba algo, pero queocultaba mucho más. El portador de ese título era de la tierra y del cielo, de allá y de acá,divino y humano, unido a Dios, pero solidarizado totalmente con los hombres. Sinembargo, ese título no despertaba esperanzas nacionales y políticas. Sólo con laresurrección, el misterio del Hijo del hombre quedó desvelado para siempre, lo oculto sehizo manifiesto. Por eso, desde ese momento ya no fue necesario acudir a él. El título deMesías le ganó la partida en toda su extensión. Mientras uno fue creciendo sin cesar, elotro fue declinando casi por completo. Pero nunca deberíamos olvidarlo, porque el títulode Hijo del hombre lo enraíza profundamente en nuestra tierra y en nuestra razahumana: es uno de nosotros, un hijo de hombre.

7. Jesús, Siervo de Yavé

Jesús unió la figura del Hijo del hombre con la del Siervo. Ese título nos sitúa en elcorazón mismo de su identidad. La figura del Siervo es descrita de una manera dramáticaen cuatro poemas o cantos del profeta Isaías[55]. Se trata de un personaje misterioso, aquien Dios eligió desde el vientre de su madre y le llenó de su espíritu para que pudieracumplir una misión nacional e internacional. Pero el profeta anuncia que será ultrajado,tratado como un malhechor y condenado a una muerte ignominiosa por los pecados delos demás. Sólo después de su muerte prosperará y verá descendencia y lasmuchedumbres rescatadas le pertenecerán. Será luz para Israel y para las naciones.

Pero, ¿de quién hablaba el profeta en esos poemas? ¿De él mismo o de algún otro?¿Hablaba de un individuo o de una colectividad? Esa figura es la que aparececonstantemente como entre líneas en los evangelios. Jesús la tuvo siempre presente en elhorizonte de su vida. Pero, ¿se atribuyó Jesús el título de Siervo? Tal vez no lo hizo deuna manera directa, pero en su enseñanza hay cientos de alusiones a la figura del Siervoy a su muerte expiatoria: «el Novio será arrebatado un día», «No conviene que ningúnprofeta muera fuera de Jerusalén», «Tengo que ser bautizado con un bautismo muy

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especial», «El Hijo del hombre será rechazado y condenado a muerte, será maltratado ypuesto entre los malhechores», «Tomad, comed, esto es mi cuerpo que será entregadopor vosotros», «Esta es mi sangre derramada para el perdón de los pecados», «El Hijodel hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate pormuchos, por (a favor) de muchos», «Tomó nuestras enfermedades, curó nuestrasdolencias», «Yo soy el buen pastor, que doy mi vida por las ovejas», «El Padre me ama,porque yo entrego mi vida y la vuelvo a tomar; nadie me la quita, sino que la doy por mímismo», «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», «Me amó, seentregó por mí»... Tendríamos que negar la autenticidad de muchas palabras delevangelio para hacer desaparecer todos los indicios que nos llevan a la convicción de queJesús consideró su ministerio a la luz de los poemas del Siervo de Yavé. Como el Siervo,él tomó sobre sí nuestros delitos, asumió nuestra condición débil y mortal y se hizosolidario de nosotros hasta la muerte. Por eso, el título de Siervo fue uno de los primerosque la comunidad cristiana le aplicó, aunque desapareció relativamente pronto de suhorizonte, absorbido por otros títulos que ponían en evidencia su carácter glorioso. Peroese título jamás debería caer en el olvido. «Seguramente ha sido un éxito de la teologíadel siglo XX haberlo recuperado en toda su fecundidad. Sería muy triste que en unmundo plagado de crucificados no se dijera nada acerca del título que más les asemeja aellos: el de siervo». Los caminos de Dios no pasan por la fuerza ni por el triunfodeslumbrante, sino por la debilidad. Jesús no se hizo hombre, ni nació en un pesebre nimurió en una cruz para montarse después en el carro de los poderosos y de losvencedores. Hizo suya la causa de todos los crucificados de la tierra. Por eso es un Dioscreíble para el hombre.

8. Jesús, Hijo de Dios

Así vamos avanzando poco a poco en busca de la identidad más profunda de Jesús.Pero, ¿quién era en realidad? Era considerado como maestro, como profeta, comoMesías, como el hijo de David, como el Hijo del hombre, como el Siervo de Yavé. Peroninguno de esos títulos era capaz de expresar en una palabra su verdadera identidad. Sufigura hacía saltar todos los esquemas. Pero poco a poco se fue imponiendo un título quemanifestaba su realidad más profunda: el de Hijo de Dios.

La expresión hijo de Dios era aplicada en el Antiguo Testamento al pueblo elegido, alrey como su representante en la tierra, a los profetas, como portavoces de su mensaje, aalgunos mensajeros especiales como los ángeles, a todos los israelitas piadosos y, engrado sumo, al Mesías esperado. Pero de nadie se dijo jamás que fuera hijo de Dios enun sentido ontológico y real. Se trataba siempre de una filiación adoptiva por parte deDios hacia aquellos que estaban vinculados a él de una manera especial.

¿Se consideró Jesús como el Hijo de Dios? La verdad es que nunca pudo hacer antelos hombres de su pueblo, rígidamente monoteístas, una afirmación explícita sobre sudivinidad. Así como nunca dijo: «Yo soy el Mesías», así nunca pudo decir: «Yo soy elHijo de Dios, Dios-Hijo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad», porque hubierahecho estremecer a sus oyentes, que rezaban tres veces cada día: «Escucha, Israel: el

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Señor es nuestro Dios, uno es el Señor». Tuvo que presentarse paso a paso,manifestándose y ocultándose al mismo tiempo, insinuar lo que era, pero sin poderexpresarlo claramente, porque nadie podía entender el misterio de su persona. Pero sinhablar directamente de su divinidad, Jesús se presentó como superior a los patriarcas, alos reyes y a los profetas, al templo, al sábado y a la ley[56]. ¿Quién podía ser ése que eramás grande que el templo, que el sábado y que la ley, que los patriarcas, los reyes y losprofetas? ¿Quién era ése que dominaba a los espíritus y a los elementos de la naturaleza,a la enfermedad y a la muerte? ¿Quién era ése que se atrevía a perdonar los pecados?¿Quién era ése que se presentaba como el camino, la verdad y la vida? ¿Quién era éseque se atrevía a llamar a Dios abba? ¿Quién podía llamarle papá, si no fuera su Hijo?

Desde el día mismo de Pentecostés, sus discípulos comenzaron a proclamarabiertamente que Jesús había resucitado y que Dios le había constituido como Señor ycomo Salvador. Desde ese momento cómo debían resonar las palabras que habíanescuchado de labios de Jesús: «Todo me ha sido dado por mi Padre y nadie conoce alPadre, sino el Hijo, y nadie conoce al Hijo sino el Padre», «El que me ha visto ha vistoal Padre», «Padre, que vean la gloria que tú me has dado», «El Padre ama al Hijo»,«Nadie puede venir a mí, si mi Padre no lo atrae», «Entonces conoceréis y veréis que elPadre está en mí y que yo estoy en el Padre», «Que todos sean uno, como tú, Padre, enmí, y yo en ti», «El Padre y yo somos la misma cosa»... En la vida de Jesús hubo unnivel de experiencia filial verdaderamente impresionante con respecto a Dios. Jesús sedirigió siempre a él llamándole Abba, es decir, papa o papá, empleando la palabra decariño que los hijos utilizaban para dirigirse a sus padres. Jesús no fue simplemente «unHijo, ni siquiera el Hijo de Dios, sino el Hijo del Padre, el Hijo unigénito del Padre».

Pero, además, en los evangelios aparece una fórmula extraordinaria que, puesta enlabios de Jesús, lo dice todo en dos palabras: Yo soy. «Yo soy» fue el nombre con el queDios se reveló a Moisés en la montaña sagrada del Sinaí. Pues bien, Jesús se aplicó a símismo ese nombre y se identificó con él, lo cual equivalía a proclamar su divinidad:«Antes de que Abrahán fuese, Yo soy», «Yo soy, el que te está hablando», «Yo soy, notengáis miedo», «Cuando levantéis en lo alto al Hijo del hombre, reconoceréis que Yosoy», «Os digo estas cosas para que cuando sucedan creáis que Yo soy». «Yo soy el pande vida, yo soy la luz del mundo, yo soy la puerta, yo soy el buen pastor, yo soy laresurrección y la vida, yo soy el camino, la verdad y la vida, yo soy la vid verdadera...».No podía decir de una manera más clara cuál era su verdadera identidad. San Marcoscomenzó su evangelio con estas palabras: «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios». La feen Jesús como Hijo de Dios estaba ya cristalizada a los pocos años de su muerte.

Desde la experiencia de la resurrección, la comunidad cristiana volvió sus ojos haciados escenas grandiosas de la vida de Jesús: el bautismo y la transfiguración. En ambas,resuena el testimonio de su filiación divina: «Tú eres mi Hijo amado, en ti mecomplazco», «Este es mi Hijo amado, escuchadle». El título de Hijo de Dios seconvirtió en una especie de definición de su identidad propia y personal. Eso es lo quedecimos, eso es lo que creemos, esa es nuestra fe: cuando nos encontramos con Jesúsnos topamos cara a cara con el Padre. Jesús es «la única foto verdadera de Dios», la

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única de que disponemos los hombres. Dios adquirió un rostro humano en Jesús; en él sedio a conocer tal como es.

9. Jesús, Señor

Los títulos aplicados a Jesús se fueron acumulando desde los primeros días delcristianismo. Su figura era tan impresionante, que todo parecía poco para hablar de él.Pero hubo un título que se impuso sobre los demás, porque, de una manera u otra, losenglobaba a todos: el título de Señor. ¿Qué expresó la comunidad cristiana primitiva conese título?

La palabra señor (en hebreo adón, en arameo mar, en griego kyrios) aparece cientosde veces en las páginas de la Sagrada Escritura. Sólo en el Nuevo Testamento aparece718 veces. El término evocaba la idea general de dominio y de superioridad, de mando yde pertenencia. Era aplicado al «señor con respecto a sus esclavos, al amo con respecto asus criados, al marido con respecto a su mujer y, en general, a cualquiera que tuviera unrango superior». También era utilizado como fórmula de cortesía para dirigirse a alguien.Fue precisamente la idea de dominio y superioridad, de mando o de pertenencia lo quehizo de esta palabra la más válida para ser aplicada a Dios, ya que él era el Creador detodo cuanto existe. Sólo él es el Señor, fuera del cual no existe nadie más.

Pero, apenas dejamos atrás el Antiguo Testamento, nos llevamos una sorpresa para laque no estábamos preparados. El título de Señor, que parecía una exclusiva absoluta deDios, aparece aplicado también a la figura de Jesús. Pero, ¿cómo fue posible que en unambiente rígidamente monoteísta alguien se atreviera a equiparar a Jesús con Dios?¿Cómo fue posible llegar a la confesión de Jesús como Señor? Porque se trataba de algoinimaginable para nosotros. El nombre de Yavé, con el cual Dios se reveló en el AntiguoTestamento, aparece unas 6.800 veces en los libros inspirados. Pues bien, cuando se hizola traducción del Antiguo Testamento del hebreo al griego, el nombre de Yavé fuetraducido por Kyrios, es decir, Señor. Por tanto, hablar de Jesús como Señor equivalía aconfesarle como Dios. Pero, ¿qué pasaría por el alma de sus discípulos y de los primerosfieles cristianos al hablar de Jesús como del mismo Dios? ¿Cómo pudieron atribuir aJesús, nacido en un pesebre y muerto en una cruz, el Nombre que está por encima detodo nombre?

Los críticos racionalistas piensan que ese título fue tomado de las religiones orientales,en las que se conocía el culto a los reyes y a los grandes héroes como dioses. Tambiénlos emperadores romanos eran honrados como dioses. Por eso, cuando en el lenguaje decada día se empleaba la fórmula Kyrios-Caesar, todos entendían las palabras en susentido religioso más absoluto, es decir, el César es Dios.

Pero cada vez aparece más claramente que cualquier intento por buscar el origen de lafe en Jesús como Señor fuera del ambiente palestino de los primeros días está condenadoal fracaso. La comunidad cristiana de lengua aramea ya expresó su fe en Jesús comoSeñor en una sola palabra: Maranatha (1Cor 16,22), un término que significa «el Señorviene» o, quizás más exactamente, «Ven, Señor; ven, Señor nuestro». La expresióndebió correr como la pólvora de una comunidad a otra. Desde Palestina hasta Roma, los

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cristianos, recordando el modo de hablar de los discípulos del Señor, se dirigían a él conesta palabra: Maranatha, ven Señor. La Didaché, un escrito de finales del siglo primerode nuestra era, nos muestra que esa palabra era utilizada en el contexto de la celebraciónde la eucaristía. Cuando la comunidad se reunía para la fracción del pan no sólo pedía alSeñor su regreso final, sino que se hiciera presente en medio de ella, como el domingo depascua, para consolarla y dirigirla. Esa fe y esa experiencia es la que se plasmó en estaconfesión de fe: Jesús es el Señor. Con ese título los cristianos confesaban que el Señorno era alguien del pasado, sino la realidad más viva de su presente, porque estaba de talmanera vivo que podía entrar en relación con ellos en todos los momentos. «Si vivimos,vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. Así, pues, tanto si vivimoscomo si morimos, somos del Señor. Para eso murió y resucitó Jesús: para ser Señor devivos y de muertos» (Rom 14,8-9).

Pero fue, sobre todo, en las comunidades cristianas nacidas fuera de Palestina, dondeel título de Señor llegó a su pleno desarrollo. Frente a un mundo, lleno de dioses yseñores, el cristianismo proclamó abiertamente que el único Dios era el Dios Padre, yque el único Señor del mundo era Jesús. «Pues aún cuando se les dé el nombre dedioses, bien en el cielo, bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y señores,para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas ypara el cual somos, y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por elcual somos nosotros» (1Cor 8,5-6). «Porque si confiesas con tu boca que Jesús es Señory crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con elcorazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir lasalvación» (Rom 10,9-10).

La confesión del señorío de Jesús no podía ser más clara: todos los dioses y señoreshabían sido ya vencidos por el único Señor, todos le estaban sometidos. Los romanos noentendieron jamás por qué los cristianos se dejaban matar antes que reconocer al Césarcomo señor. Pero para ellos no hubiera tenido ningún sentido la confesión de fe en Jesúscomo Señor, si al lado de él, o por encima de él, se hubiera puesto a otro señor. Jesús, enefecto, no sólo era un señor al lado de los otros, sino el único Señor. La confesión deJesús como Señor adquirió un valor absoluto, pero, al mismo tiempo, se convirtió en unriesgo de muerte. El cristianismo, sin embargo, no reculó ante ninguna amenaza. Nohabía más que un Señor y ese era Jesús.

Pero hay un texto en el que el título de Señor aparece en todo su esplendor. Se tratade un himno antiguo, que san Pablo recogió en la carta a los Filipenses, y que él mismodebió retocar para poner más en evidencia el señorío absoluto de Jesús: «Cristo, a pesarde su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó desu rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuandocomo un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muertede cruz. Por eso Dios lo levanto sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en elabismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2,6-11).

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El himno traza el itinerario de Jesús en una curva gigantesca, descendente yascendente: estaba en el cielo, bajó a la tierra, regresó al cielo. Era de condición divina,pero no se aferró a ella como si se tratara de una presa que le quisieran arrebatar. Peropara entrar en la tierra tuvo que vaciarse o despojarse, porque de otra manera no hubierapodido hacerlo. «Dicho en términos de riqueza, tuvo que desprenderse, es decir,quedarse con las manos vacías; dicho en términos de honor, tuvo que despojarse; dichoen términos de poder, tuvo que renunciar a todo. Sólo así, vaciado de todo, de honor, depoder y de riquezas, entró en esta tierra por la puerta común de todos los mortales,nacido de mujer, nacido bajo la ley, uno de tantos». Así tomó la condición humana,sometiéndose a las limitaciones del tiempo y del espacio, de la debilidad y de lacontingencia, de la impotencia y de la muerte. Pero no de una muerte cualquiera, sino dela muerte de un esclavo, una muerte violenta, una muerte en cruz.

Pero Dios respondió de una manera prodigiosa a la entrega voluntaria de Aquel que sehabía despojado de su rango y había muerto en una cruz. Porque, a partir de su muerte,comenzó el ciclo de regreso hacia el cielo. El Padre lo resucitó de entre los muertos y ledio el Nombre por encima de todo nombre. Dar el nombre significaba, en la mentalidadde los hombres del pueblo de Dios, dar todo lo que uno es y todo lo que uno tiene. Portanto, si Dios ha dado a Jesús su Nombre, eso significa que le ha trasmitido al mismotiempo todo su poderío y toda su soberanía. Y eso quiere decir que Dios le ha dadogloria por encima de toda gloria, poder por encima de todo poder, majestad por encimade toda majestad, rango por encima de todo rango, soberanía por encima de todasoberanía, dominio pleno y universal sobre toda la creación. Todo cuanto existe en elcielo y en la tierra, todos los señores y todas las potencias deben doblar sus rodillas enteél y toda lengua debe proclamar, que «Jesús es el Señor».

San Pablo aplicó el título de Señor a Jesús en más de cien ocasiones, designándolecomo el Señor Jesucristo, el Señor Jesús, el Señor, Nuestro Señor, Nuestro SeñorJesucristo, Jesucristo nuestro Señor, Señor nuestro, Cristo Jesús el Señor. Jesúsaparece situado en la cima de todo: «Por él fueron creadas todas las cosas, las del cielo ylas de la tierra, las visibles y las invisibles, él es el primogénito de toda criatura, elprimogénito de entre los muertos, el primero en todo, en él habita la plenitud de ladivinidad» (Col 1,15-20). Su soberanía es puesta de manifiesto como a través de círculosconcéntricos, que van de lo más a lo menos, de lo general a lo particular, del mundo a laIglesia, de la Iglesia a cada uno de los fieles. De ahí se deducen unas consecuenciasextraordinarias. La creación entera le está sometida, pero como no tiene conciencia de suseñorío, no puede aclamarle como tal. Por eso, la Iglesia se convierte en el lugarprivilegiado donde se acepta, se experimenta y se proclama a Jesús como Señor. Pero esaproclamación lleva consigo un compromiso vital para cada uno de los que creen en él, detal manera que Jesús no es sólo Señor del mundo, ni sólo Señor de su Iglesia, sinotambién mi Señor. Eso es lo que revoluciona por completo nuestra vida. Jesús está enmedio de nosotros, tan vivo y radiante como el día de Pascua, presente en los labios quelo confiesan y en el corazón de los que creen. Sólo desde esa experiencia de cercanía yde intimidad, cada uno de nosotros puede confesar que Jesús vive, que está con

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nosotros, que es el Señor, que es mi Señor.

10. Jesús, Salvador

Pero la comunidad cristiana de todos los tiempos no se ha conformado con proclamar aJesús como Señor, sino que lo ha proclamado también como el Salvador. No podemosseparar al Señor del Salvador, porque el Señor es el Salvador y el Salvador es el Señor.

Salvación es la palabra con mayor atractivo de toda la Biblia. Porque si no hubierasalvación eterna, nuestra vida no tendría sentido alguno. De nada nos serviría un Dioslleno de majestad y de grandeza, de poder y de fuerza, si nos dejara morir como a losanimales. La verdad es que podría habernos destruido desde el primer pecado, pero todolo que ha hecho por nosotros está orientado hacia la salvación. Todo su poder lo hapuesto al servicio de la victoria de la gracia sobre el pecado y de la vida sobre la muerte.Eso es lo que confesó sin cesar el pueblo de Dios: «Nuestro Dios es un Dios que salva».

Esa es la palabra clave para comprender nuestra historia. Ese es el punto de partida,en torno al cual no puede hacerse ninguna concesión. Si el hombre pudiera salvarse a símismo del pecado, de la enfermedad y de la muerte no necesitaría acudir a nadie. Pero lamuerte es el naufragio de toda esperanza, la derrota sin remedio del hombre. Podemosretrasarla unos años, pero no podemos vencerla. Entonces, ¿quién podrá salvarnos?¿Quién podrá darnos la esperanza de una vida sin fin? ¿Alguien podrá romper lascadenas que nos atan? ¿Alguien nos querrá con un amor tal que sea capaz de vencer a lamisma muerte? Sí lo hay. Su nombre es Jesús, un nombre que, como ya hemos visto,significa Yavé salvador, Dios salva, salvación de Dios: «Le pondrás por nombre Jesús,dice san Mateo, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (1,21). Su nacimientofue anunciado a los pastores con estas palabras: «No temáis, pues os anuncio una granalegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, unsalvador, que es el Cristo Señor» (Lc 2,10-11). Jesús mismo definió su misión con estaspalabras: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc19,10). «Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que él meha dado, sino que lo resucite el último día» (Jn 6,39).

Ese es el título que aparece ya desde las primeras cartas de san Pablo: «Esperamosdel cielo como salvador al Señor Jesucristo». Eso es lo que sus discípulos proclamaronante el mundo entero: «No hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en el quepodamos ser salvados» (He 4,12). Jesús no es un salvador entre los salvadores, ni elmejor de los salvadores, ni el más grande entre ellos, sino el único Salvador, fuera delcual no puede haber nadie más. Tenemos contraída una gran deuda con todos aquellosque han trabajado apasionadamente por construir un mundo más sano y mejor. Pero nitodos ellos en conjunto, ni cada uno en particular, nos han dado razones para aceptar eldolor, la enfermedad y la muerte. Sólo Jesús puede salvarnos y darnos una vida sin fin.

Al enviar a su Hijo al mundo, Dios ha dado un paso tan decisivo a favor de nuestrasalvación que ya no puede desdecirse sin perder toda su credibilidad. En Jesús se haatado las manos para siempre; en él se ha solidarizado con nosotros hasta tal punto quese ha hecho uno de nuestra familia. La sangre de Jesús ha sido derramada por todos los

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hombres: por los buenos y por los malos, por los cercanos y por los alejados, por los quele han aceptado y por los que le han rechazado, por los que le conocen y por los queviven sin conocerle, por los que le aman y por los que nunca le amarán, por los quehacen esfuerzos por seguir sus caminos y por los que nadan a contracorriente de esagracia. «Es como si Dios, dice san Bernardo, hubiera vaciado sobre la tierra un sacolleno de su misericordia».

En Jesús, el cielo y la tierra, la divinidad y la humanidad se han unido con un lazo deamor eterno e indestructible. Él es la cabeza de este cuerpo inmenso que formamos lahumanidad. En Jesús se ha realizado lo que parecía imposible. Nuestro pecado ha sidocubierto con un manto de amor. Eso es lo que hizo Jesús por nosotros, cuando todavíaéramos pecadores, antes de cualquier acto de justicia por nuestra parte,independientemente de nuestros méritos y de nuestras obras, por puro amor. En él, lahumanidad sólo tiene una meta: la vida sin fin. Si no hubiera salvación eterna, la aventurahumana estaría abocada al fracaso más rotundo. ¿Qué sería el hombre? Nada. ¿Dedónde procedería? De la nada. ¿A dónde estaría destinado? A la nada más absoluta. Perola historia del hombre es, por encima de todo, una historia de salvación, porque lavoluntad de Dios es que todos los hombres se salven. Porque si Dios está por nosotros,¿quién estará contra nosotros? ¿Quién podrá condenarnos? ¿Quién se levantará paraacusar a los elegidos de Dios? Es Dios quien nos ha justificado, ¿quién nos condenará?¿Lo hará Cristo? El que vino para salvarnos, ¿se va a convertir ahora en nuestroverdugo? El que está a la derecha del Padre para interceder por nosotros, ¿se va a alzarcomo nuestro acusador? Nadie podrá acusarnos de pecado ni condenarnos a una muerteeterna porque estamos en Cristo Jesús. El Padre no ha dejado en nuestras manos elasunto más decisivo de nuestra vida, sino que se lo ha encomendado a su Hijo. Él haasumido la responsabilidad de llevar adelante esta historia de salvación. Su victoria sobrela muerte no se limitó a un triunfo personal, sino que fue el triunfo de toda la razahumana. Así como estuvimos asociados al pecado y a sus consecuencias en Adán, ahoraestamos asociados a Jesús en la gracia y en la vida. Lo que en uno se perdió para todos,en Uno ha sido recuperado superabundantemente para todos. De una masa condenadahemos pasado a ser una masa redimida. La deuda de nuestro pecado quedó clavada parasiempre en la cruz. Si el pecado y la muerte estaban contemplados en el proyecto deDios, también estaba prevista la solución: Jesús, su Hijo, el Salvador universal. Esa es laesperanza que se abre ante todos los hombres. Ese ha sido el milagro del amor: a los queno merecían nada les ha sido regalado todo, lo imposible se ha hecho posible, el pecadoha sido perdonado, la reconciliación se ha realizado. Si hubiera muerto sólo por los justosy por los buenos, la mayoría estaríamos condenados sin remedio. Pero, gracias a Jesús,lo odiable ha sido trocado en amable, los esclavos han sido convertidos en hijos, el amorha sido derramado, la gracia ha corrido por todos los valles de esta tierra, inundándola devida. Ni Dios podrá renunciar jamás a sus derechos ni a su obligación de salvarnos, ninosotros podremos asumir jamás la responsabilidad de salvarnos a nosotros mismos[57].

11. Jesús, Sumo Sacerdote

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Vamos de sorpresa en sorpresa, descubriendo a cada paso nuevos rasgos del rostroadorable de Jesús. Lo hemos contemplado ya como Maestro y Profeta, como Mesías,Hijo del hombre y Siervo, como Hijo de Dios, Señor y Salvador. ¿Qué más se puededecir? Pero los autores sagrados no nos han dejado ni un momento de respiro y nos hansorprendido con un título que nunca hubiéramos podido imaginar. ¿Qué inspiración pudotener el autor de la carta a los Hebreos para atribuirle el título de Sumo Sacerdote que,aparentemente al menos, no entraba en ningún cálculo humano? Jesús no perteneció a latribu de Leví, la tribu sacerdotal de Israel, sino a la de Judá; no era un sacerdote, sino unlaico. Ni él se designó nunca como sacerdote, ni en los evangelios se le atribuyó esetítulo. Pero el sacerdocio de la antigua alianza, tal como lo contemplaba el autor de lacarta a los Hebreos, «no era definitivo y absoluto, sino que debía ser sustituido por unsacerdocio que fuera absoluto y definitivo». La senda por la que avanza la humanidad esuna «ruta sagrada» o una «vía procesional». Por eso necesita de un Sumo Sacerdotecapaz de interceder por los pecados que se producen durante la marcha, para que todospodamos llegar limpios ante la presencia de Dios. Eso es lo que hizo Jesús por nosotros:«Puesto que tenemos un Sumo Sacerdote extraordinario, que ha penetrado en los cielos,Jesús, el Hijo de Dios, permanezcamos firmes en la fe que profesamos. Pues no tenemosun Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, ya que fueprobado en todo a semejanza nuestra, a excepción del pecado. Acerquémonos, pues, conconfianza al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y hallar la gracia del auxiliooportuno» (Heb 4,14-16). «Este, en cambio, posee un sacerdocio inmutable, porquepermanece para siempre. De ahí proviene que pueda salvar perfectamente a aquellos quepor él se acercan a Dios, estando siempre vivo para interceder en su favor. Tal eraprecisamente el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, sin mancha,separado de los pecadores y elevado más alto que los cielos; que no necesita diariamente,como los sumos sacerdotes, ofrecer sacrificios primero por sus propios pecados ydespués por los del pueblo. Esto lo hizo él de una vez para siempre cuando se ofreció así mismo. La ley, en efecto, constituye sumos sacerdotes a hombres débiles; pero lapalabra del juramento posterior a la ley constituye sacerdote al Hijo, hecho perfecto parasiempre» (Heb 7,24-28).

Los sacrificios del Antiguo Testamento, hechos a base de víctimas animales, noservían para limpiar los pecados. Pero Jesús se ha ofrecido a sí mismo por nuestrospecados y así los ha borrado de una vez para siempre. Él ha entrado ya en el santuarioceleste como Precursor de todos sus hermanos, y allí vive para interceder por nosotros.El velo del templo ha sido desgarrado. Ahora tenemos acceso directo al Padre por mediode él. Él ha compartido con nosotros carne y sangre, raza y familia, camino y destino.Jesús sobrepasa a los ángeles y a los patriarcas, a los profetas y a los sacerdotes. Él esnuestro Sumo Sacerdote, el que va a la cabeza de esta gran caravana humana queformamos los hombres. Por eso podemos avanzar confiadamente: la ruta del cielo estáabierta, él mismo es el camino vivo y nuevo por el que marchamos. Jesús jamás avanzasolo: el Hijo y los hijos, el Sacerdote y sus fieles caminan juntos, formando un solo grupoque se dirige hacia Dios. Gracias a Jesús, la peregrinación de esta caravana humana

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llegará a feliz término.

12. Jesús, único y verdadero Mediador

Los títulos de Sumo Sacerdote y de Mediador están íntimamente unidos. Se diría queson inseparables el uno del otro. Jesús es el que está en medio entre Dios y nosotros, elpontífice o el puente que une las dos orillas que están separadas.

La idea de mediación ha sido esencial en todos los momentos y en todos los campos.Porque Dios es santo e inaccesible no puede darse un contacto de inmediatez entre lacriatura y el Creador. Por eso, en la Biblia se habla de mediaciones y de mediadores ointermediarios que él ha utilizado para revelarse.

El término mediador (en griego mesites) procede del verbo mesiteuein y del adjetivomesos, es decir, el que está en medio, el que se pone en el medio, el que tercia entre dospartes que están en conflicto para conseguir que su relación vuelva a la normalidad. Elmediador es como un intermediario que va de acá para allá, que negocia sin cesar paraconseguir un acuerdo entre las partes implicadas. Su función «es similar al trabajo de unabogado defensor que está entre su defendido y el tribunal» [58].

La vida del pueblo de Dios fue como una espiral de infidelidad. Lo normal hubierasido que Dios lo hubiera rechazado para siempre. Pero Dios no le abandonó, sino quesuscitó sin cesar a esos hombres «que se pusieron en la brecha» para impedir que laruptura se hiciera definitiva. Ellos fueron los precursores del gran Mediador, del único yverdadero Mediador entre Dios y los hombres: Jesús.

El término mesites sólo aparece seis veces en el Nuevo Testamento, de las cualescinco son aplicadas a Jesús, siempre con el sentido de mediador: «No hay más que unDios y no hay más que un mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre quese entregó a sí mismo como rescate por todos», «Él es el mediador de una alianza másexcelente», «Mediador de una alianza nueva» [59]. Según san Pablo, la mediación deCristo es determinante en todas las dimensiones de nuestra vida: hemos sidoreconciliados con Dios por medio de su muerte, estamos justificados y rescatados alprecio de su sangre, gracias a él tenemos acceso al Padre... Por su divinidad y por suhumanidad, Jesús es el mediador perfecto, el único que está realmente en medio entreDios y los hombres: en él nos damos cita y nos juntamos, él hace de puente entre Dios ynosotros. En él se han unido el cielo y la tierra, lo divino y lo humano, el Espíritu y lacarne, de tal manera que, aunque Dios mismo lo quisiera, ya no podría deshacer lo queha hecho de una vez para siempre. Jesús es el que une lo que está separado, acerca loque está distante y reconcilia a los que están enemistados. Su función en el cielo es la deinterceder por nosotros como si no tuviera otra cosa que hacer. Sólo él puede actuar ennombre de Dios y en nombre de los hombres, precisamente porque es el mediador entrelas dos partes.

13. Jesús, Logos, Verbo o Palabra encarnada

El término Logos no parece un título tan adecuado para ser aplicado a Jesús como el deSeñor o el de Mesías... De hecho, sólo aparece en los escritos de san Juan, tres veces en

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el Prólogo de su evangelio: «En el principio la Palabra (lógos) existía, y la Palabra(lógos) estaba con Dios, y la Palabra (lógos) era Dios» (Jn 1,1); otra en la primera carta:«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestrosojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra (lógos) devida...» (1Jn 1,1); otra, finalmente, en el libro del Apocalipsis: «Sus ojos, llama de fuego;sobre su cabeza, muchas diademas; lleva escrito un nombre que sólo él conoce; viste unmanto empapado en sangre y su nombre es: Palabra (lógos) de Dios» (Ap 19,12-13).Pero ese título no aparece ni en san Pablo ni en los evangelios sinópticos. ¿Por quéescogería san Juan este título para Jesús? ¿Dónde pudo inspirarse cuando habló delLogos-Palabra? ¿En la tradición judía o en la filosofía griega? ¿O combinó de algunamanera esas dos tradiciones? ¿Qué resonancias pudo tener para él y para sus lectores?En todo caso, ese término le ofreció unas posibilidades inmensas para expresar laverdadera identidad de la persona y de la misión de Jesús.

Se diría que en la afirmación: «Y la Palabra se hizo carne» llegó a su culmen larevelación de Dios. Ya no se trataba de una palabra hablada, sino de la Palabraencarnada, es decir, hecha una carne humana. Eso es lo que san Juan afirmó de unamanera rotunda: El Logos se hizo carne. Desde el principio de todo principio, antes deque nada existiera, ya existía la Palabra; antes de que las estrellas comenzaran suandadura la Palabra ya estaba junto a Dios en un cara a cara eterno. Todo lo que existe,ha existido y existirá ha recibido de ella su ser. Pues bien, en un momento determinadode nuestra historia y en un punto concreto de nuestra geografía, esa Palabra atravesótodos los umbrales, rompió todas las barreras, dio un salto infinito desde la eternidad altiempo, se metió en nuestra tierra y en nuestra naturaleza humana, y se hizo un puñadode músculos, un hombre como cualquiera de nosotros. En la humanidad de Jesús sejuntaron para siempre el cielo y la tierra, la divinidad y la humanidad, lo eterno y locontingente; el Invisible se hizo visible, el Omnipotente se hizo debilidad, elIncomprensible se hizo conocer, el Inaudible se hizo oír, el Inmenso se hizo limitado, elRico se hizo indigente, el Creador se hizo criatura, el Señor se hizo siervo, el Hijo deDios se hizo el Hijo del hombre[60].

Nadie había visto a Dios hasta que se hizo visible en Jesús. Aquel chiquillo a quientodos conocían y con quien todos jugaban, aquel joven con quien todos hablaban ycuyos servicios utilizaban... era Dios con nosotros. Hablaba como los demás y vestíacomo los demás, pero era Dios hecho hombre. Nadie pudo imaginar que fuera más queun hombre, nacido de mujer, nacido bajo la ley, uno de tantos..., pero era Dios connosotros. Ese es precisamente el rasgo más característico del Logos-Verbo-Palabra: suencarnación. El misterio de Dios en Cristo es el misterio de la encarnación. El que era«Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero» se ha revelado en unacarne humana. Y eso significa que Jesús es la revelación definitiva de Dios, más allá de lacual no puede haber otra. Ese Dios humanizado ya no puede ser, por tanto, el Diostemido y temible, absoluto y lejano, grande y poderoso que se impone brutalmente alhombre, sino el Dios cercano y amoroso. En la encarnación Dios se ha metido hasta lomás hondo del ser humano. Jamás hubiéramos podido imaginar que Dios pudiera hacerse

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un poco de carne como la nuestra. Pero eso es precisamente lo que nos ha sido reveladoen Jesús. En él, Dios se hizo visible, audible, tangible.

La misión que el Padre le asignó fue la de «revelarnos cómo es y cuáles son susplanes y designios con respecto a nosotros, sus pequeñas criaturas». Por tanto, eltérmino Logos no fue utilizado por san Juan sólo para definir la esencia de Jesús, esdecir, lo que él era en sí mismo, sino también para expresar su «misión reveladora» conrespecto a nosotros. En efecto, Jesús es el único que puede hablarnos de Dios, porquedesde toda la eternidad ha estado en su seno. Sólo él puede decirnos cómo es el Dios quecreó el mundo, el que eligió a los patriarcas, el que hizo una alianza con su pueblo y elque habló por los profetas. Ahora lo sabemos todo acerca de Dios, porque la Palabra noslo ha revelado. En ella, Dios ha dado la cara, eliminando todo aquello que le ocultaba anuestra vista.

14. Jesús, Enviado del Padre

La experiencia de la resurrección debió ser asombrosa para la primitiva comunidadcristiana. Desde ese momento no tuvo ojos más que para Jesús, el Enviado del Padre.

Enviar es un verbo que procede del latín in-viare, es decir, estar en camino o poneren camino. Un enviado es alguien que ha sido puesto en camino por otro, es decir, unembajador o un mensajero. El que envía a alguien se hace presente por medio delenviado: es como su representante. Podría ir él mismo, pero, por las razones que sea,prefiere mandar a otro en lugar de ir él personalmente. Acoger al enviado es recibir al quele envía; rechazarle es despreciar al que le envió.

Pues bien, Jesús es descrito, sobre todo en el evangelio de san Juan, como el enviadodel Padre: «Para que crean que tú me enviaste», «Que el mundo conozca que tú me hasenviado», «He venido para hacer la voluntad del que me ha enviado», «Mi doctrina noes mía, sino del que me ha enviado·, «El que me ve, está viendo al que me envió», «Yono he venido por mi cuenta, el que me ha enviado es veraz», «El que cree en mí, nocree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me haenviado», «Yo no he hablado por mi cuenta, el Padre que me envió es quien me haordenado lo que he de decir y cómo he de hablar»... Por tanto, Jesús no vino por sucuenta, sino que fue enviado. Por eso pudo darnos a conocer todo acerca de Dios. Verlea él es ver al Padre, oírle a él es oír al que le envió. Sólo él, Palabra de Dios encarnada,pudo decirnos cómo era el Padre y cuáles eran sus planes y designios con respecto anosotros.

15. Jesús, Camino, Verdad y Vida

Los títulos dados a Jesús se fueron acumulando con el paso del tiempo. Él no era sólo elMaestro y el Profeta de los últimos tiempos, el Mesías y el Siervo, el Señor y elSalvador, el Sumo Sacerdote y la Palabra, sino que era también «el Camino, la Verdad yla Vida» (Jn 14,6).

Probablemente nunca llegaremos a comprender perfectamente el alcance de esas trespalabras pronunciadas por Jesús, pero intuimos que ahí está dicho todo lo que

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necesitamos saber. Jesús no dice: «Yo os muestro el camino, os manifiesto la verdad, oscomunico la vida»; ni siquiera dice: «Yo soy camino, verdad y vida». Lo que dice esesto: «Yo soy el camino, la verdad y la vida», es decir, «Yo soy el camino, fuera del cualno hay sino extravío; yo soy la verdad, fuera de la cual no hay sino engaño; yo soy lavida, fuera de la cual no hay sino muerte». No hay un camino y Jesús lo señala con sudedo, no hay una verdad hacia la cual dirija nuestra atención, no hay una vida hacia lacual debamos acudir. Él es el camino, la verdad y la vida. Y para que no haya dudaalguna, añade: «Nadie va al Padre, sino por mí». El que elija otra senda, se extraviará; elque marche en otra dirección, se equivocará. No puede haber tráfico de influencias,atajos ni veredas. El que no pase por Jesús jamás llegará al Padre. Sólo en él tenemos laseguridad de haber encontrado el camino recto. Hacia la tierra de la promesa sólo se vapor Jesús. Esa es la ley universal y no puede haber excepciones[61].

16. Jesús, Precursor

Jesús no es sólo el camino que conduce al Padre, sino que es también el que va al frentede esta caravana humana: «Por eso Dios, queriendo mostrar más plenamente a losherederos de la Promesa la inmutabilidad de su decisión, interpuso el juramento, paraque, mediante dos cosas inmutables por las cuales es imposible que Dios mienta, nosveamos más poderosamente animados los que buscamos un refugio asiéndonos a laesperanza propuesta, que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma,y que penetra hasta más allá del velo, adonde entró por nosotros como precursor Jesús,hecho, a semejanza de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre» (Heb 6,17-20).

Jesús es el pre-cursor (pródromos), es decir, el que corre delante de todos. El términoera muy conocido en el mundo del deporte. El pródromos era el corredor que, en plenacarrera, daba un tirón y se despegaba del resto de los competidores y entraba el primeroen la meta, consiguiendo así la victoria. Según esta acepción, Jesús sería aquel que,adelantándose a todos, ha ganado la carrera y ha abierto la puerta del Santo de lossantos, permitiendo el acceso a todos los que lleguen detrás de él. En el lenguaje militarera aplicado al explorador, a aquel que iba a la vanguardia del ejército, reconociendo yexplorando el terreno. Pero el término tenía también una aplicación en el mundo de lanavegación. En Alejandría había un navío ligero, un barco de avisos, que era llamado elprecursor y que era el encargado de preceder y guiar a la flota de cargueros. Él era elprimero en entrar en el puerto y, en caso de tempestad, a él correspondía la misión debuscar un lugar seguro para anclar...[62].

Todo eso es lo que dice el título de pre-cursor aplicado a Jesús: es el que abre lamarcha, el corredor que se destaca, el navío que lleva a buen puerto, el que busca unlugar de refugio, el que explora el terreno, el que allana todos los caminos, el que vigilatodos los pasos que hay que dar, el que da seguridad a los caminantes, el que rompe elvelo que nos separa de Dios. Quien le siga llegará con seguridad a la tierra prometida, a lacasa del Padre. «El precursor y los que le siguen, dice san Juan Crisóstomo, estánnecesariamente en el mismo camino: aquel abre la marcha, estos se apresuran detrás deél». Jesús forma con nosotros esta gran caravana que se dirige hacia la casa del Padre. El

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es «el aire que respiramos, la tierra que pisamos, el camino que hacemos, la fuerza quenos sostiene y el puerto en el que encontramos refugio».

17. Los cien rostros de Jesús

Hemos pasado revista a quince títulos de Jesús. Pero en los evangelios le han sidoaplicados otros muchos. ¿Podríamos hacer una lista más o menos completa de todosellos? En todo caso, en ella deberían figurar los siguientes: Enmanuel (Dios connosotros), el Verbo o Palabra, el Señor, el Salvador, el Mesías o Cristo, el Principio, elPrimero y el Último, el Alfa y la Omega, El que es, el que era y el que ha de venir, elPríncipe de la vida, el Camino, la Verdad, la Vida, el Santo, el Justo, el Siervo, el Grande,el Hijo de Dios, la Imagen de Dios, el Primogénito, el Dominador, el Cordero degollado,el Omnipotente, el Fiel, el Veraz, el Rey de reyes y Señor de señores, el Hijo del hombre,el nuevo Adán, el hijo de David, la Luz del mundo, la Puerta, el Buen Pastor, elMediador, el Sumo Sacerdote, el Retoño, el Lucero radiante de la mañana, la Vidverdadera, el Juez de vivos y muertos, la Cabeza, el Abogado, el León de la tribu deJudá, la Puerta, el Esposo, el Pan de vida, la Piedra, la Roca, el Enviado, el Maestro, elProfeta, el Precursor, el Jefe que conduce a la vida... ¿Cuántos se habrán quedado sinenumerar?[63].

Algunos de esos títulos son conocidos por el pueblo cristiano, pero la mayoría hapermanecido en una discreta penumbra. Pero cuando los contemplamos en su conjuntoquedamos como abrumados. Lo mejor sería que ninguno cayera en el olvido, porquecada uno contiene una riqueza que no aparece en los otros. Así, unos títulos ponen enevidencia su poder, otros su majestad; unos su trascendencia, otros su cercanía; unosacentúan su humanidad, otros su divinidad; unos nos llevan a poner los ojos sobre lo queél es en sí mismo, otros en lo que hace por nosotros. Pero ni cada uno en particular, nitodos en conjunto, pueden expresar la identidad total de Jesús. El Apocalipsis dice que elVerbo de Dios «lleva escrito un nombre que nadie, más que él, sabe» (Ap 19,12).

¿Qué figura de Jesús emergería si hiciéramos una síntesis de todo lo que se dice de élen esos títulos? Él es el Camino, la Verdad y la Vida, el Pan vivo bajado del cielo, elBuen Pastor que nos conduce hacia los pastos de la vida eterna, el Cordero degolladoque muriendo por nuestros pecados nos ha rescatado de las garras de la muerte, elPrimogénito de entre los muertos, el Primero en todo, el que está por encima de todoprincipado y potestad, el que existía desde el principio, el Mediador entre Dios ynosotros, el Señor ante quien se dobla toda rodilla en el cielo y en la tierra, el Salvadorque nos ha liberado del pecado y de la muerte, el Precursor que marcha delante denosotros, el Príncipe de la Vida, el Hijo amado, el Hijo único, el Enviado del Padre, elSumo Sacerdote que nos guía procesionalmente hasta el trono de Dios e intercede pornosotros, el general en jefe de esta expedición que avanza hacia la tierra prometida, elexplorador que reconoce el terreno por donde han de pasar los suyos, el que anima a losdesanimados y conforta a los débiles, el pan que nos alimenta, la luz que nos ilumina, elagua que calma nuestra sed, la savia de la que vivimos, la puerta por donde entramos, elque nos amó hasta dar su vida por nosotros, el que nos ha prometido una vida sin fin, el

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Rey de reyes y Señor de señores, cuyo reino jamás tendrá fin...Que todo eso pueda ser dicho de alguien es impresionante. Pero que se diga de un

carpintero, que murió colgado en una cruz como un vulgar esclavo del imperio romano,es sobrecogedor. Es tal la acumulación de cosas que se dicen de él, que sólo pueden serdichas de Dios. ¿Quién hubiera podido inventar esa figura si no respondiera a la realidad?¿Cómo podía ser el Salvador del mundo aquel judío, muerto en una cruz? ¿Cómo podíaser la manifestación suprema del poder y del amor de Dios? ¿Era Dios así? ¿Podía serasí? ¿Cómo dar una explicación que sea capaz de satisfacer todos nuestros interrogantes?Es posible que el lenguaje que utilizamos no sea el más adecuado para hablar de Jesús,pero la fe que profesamos nos dice que en él se han unido el cielo y la tierra, la divinidady la humanidad y que por eso, sólo por eso, es nuestro Señor y nuestro Salvador.

Los hombres están en su derecho de hacer preguntas, pero nosotros no podemospasar por encima, ignorar o negar la figura impresionante de Jesús. A lo largo de lahistoria ha sido atacado violentamente, pero los elogios no han cesado de caer sobre élcomo una cascada. En el libro de Rafael de Andrés, Jesús siempre y más. 1.000opiniones sobre Cristo, han sido recogidas opiniones de algunos grandes personajes(creyentes, agnósticos y ateos), en las que se dicen cosas como estas: «El más bello delos hijos de los hombres, inigualable, incomparable, divino, grandioso, único, el que noha sido ni será superado nunca jamás», «Quien se cruce con Jesús en su vida, ya nopodrá olvidarlo jamás», «El que está enfermo de Jesús ya nunca se curará», «No creoen su resurrección, pero no ocultaré la emoción que siento ante Cristo y su enseñanza.Ante él y ante su historia no experimento más que respeto y veneración», «Si la vida y lamuerte de Sócrates son las de un sabio, la vida y la muerte de Jesús son las de un Dios»,«El que murió, pero vive», «El sentido de mi vida», «Sin él, todo sería un puroabsurdo», «Todo es apasionante en él», «Para mí vivir es Cristo», «De Jesús, todo»,«Como un sol que se levanta», «Lo único y definitivo para mí», «Jesús, mi Diosamado», «Jesús, mi amanecer», «Jesús, dulce descanso» «Jesús, canto feliz», «Jesús,estación término», «Jesús, llama de amor», «Jesús, imprescindible», «Jesús, el Diosbendito», «Cristo, la clave del mundo», «La figura más impresionante de la larga historiade la humanidad», «Nada ni nadie podrá desbancarle del altar de la historia», «Jesús, elhombre con quien hay que cronometrarse», «Nadie podrá igualarle», «Nadie podrádeshacer lo que él ha hecho», «Jesús es el más divino de los hombres», «La gloria de lahumanidad», «El orgullo de la humanidad», «Un abismo de luz ante el cual hay quecerrar los ojos para no precipitarse en él», «el Increado hecho criatura», «La palabra conla cual Dios rompió su silencio», «El Sol que ha iluminado todas nuestras tinieblas», «Laesperanza contra toda esperanza», «El Día de todos los días», «El quicio de la historia»,«El rostro más humano de lo divino y el rostro más divino de lo humano», «La únicafotografía auténtica de Dios» [64].

Jesús es todo eso elevado al infinito. Nietzsche exclamaba extrañado ante el volteo decampanas el día Pascua: «Y todo esto por un judío muerto hace diecinueve siglos». Sí,todo eso por un judío, muerto y resucitado hace veinte siglos. Esa es la diferencia.

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5 Formulando la fe en Jesús

A pesar de todos los intentos por despojar de su valor a los evangelios, nadie ha sidocapaz de reducirlos al silencio. A lo largo de dos mil años no han cesado de dartestimonio de Aquel que ha dividido la historia humana en dos partes, es decir, en lo quesucedió antes y en lo que ha sucedido después de su paso por la tierra. El artículo centralde nuestra fe es estremecedor: Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre; no mitadDios y mitad hombre, sino las dos cosas a la vez, lo uno y lo otro; nada menos que todoun Dios, pero nada menos que todo un hombre.

Pero esa confesión de fe entraña una gran dificultad. Porque, ¿cómo es posible unaunión entre la divinidad y la humanidad, sin que la divinidad anule a la humanidad o lahumanidad destruya a la divinidad? ¿Cómo es posible que Dios y el hombre se unan enun solo ser? Después de confesarlo tantas veces nos parece la cosa más natural delmundo, pero, de una manera u otra, la mayoría de nosotros recortamos su divinidad o suhumanidad, o las dos cosas a la vez. Ese es el reto. ¿Cómo podemos entender esaafirmación fundamental de nuestra fe?[65].

Jesús fue acompañado en todo momento por un grupo de discípulos. Pero el fracasode la cruz puso a prueba su fe y su confianza en él. No podía ser el Mesías de Dios.Habían esperado todo, menos una cruz. La cruz era la muerte de los malditos, la señalmás evidente de que Dios le había abandonado. ¿Cómo pasaron del desencanto a laesperanza? Sólo una experiencia muy fuerte pudo reconducirles hacia Jesús: la realidadde su resurrección. De repente, el Resucitado estaba ante ellos como antes lo habíaestado el Crucificado. La muerte había sido vencida. ¿Cómo le verían desde esemomento? ¿Qué pensarían de él? ¿Cómo hablarían de él? ¿Cómo formularían lo queestaban viviendo?

Seguramente la manera de expresarse de los cristianos de los primeros días fuebastante elemental. No sabrían cómo hacerlo de otra manera. No podían poner laspalabras exactas a lo que creían en su corazón. Los discípulos de Emaús hablan de Jesúscomo de un profeta poderoso en palabras y en obras; en el primer discurso dirigido a losjudíos, Pedro dice: «A Jesús Nazareno, hombre a quien Dios acreditó ante vosotros conmilagros, prodigios y señales»; en el segundo discurso habla de Jesús «como el Siervo, elSanto, el Justo, el Jefe de la vida»... Pero, poco a poco, se fue formando el primerlenguaje teológico para tratar de describir su realidad infinita. La presentación de Jesús nofue homogénea, pero todos se sintieron vinculados por la misma tradición y así lotrasmitieron a las primeras generaciones cristianas. El Espíritu los fue llevando de lamanera más segura hacia la verdad, descubriendo el sentido y el alcance de sus palabras

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y de sus hechos.

1. Los primeros desarrollos de la fe cristiana

Las primeras comunidades cristinas sabían muy bien lo que creían, incluso antes deencontrar las palabras más adecuadas para expresar su fe. Pero, poco a poco, esa fe sefue expresando en los títulos que fueron aplicados a Jesús, en himnos y confesiones quetodos los convertidos conocían y recitaban. Una de esas fórmulas, por citar un ejemplo,podría ser esta: «Si confiesas con la boca que Jesús es el Señor, si crees de corazón queDios lo resucitó de la muerte, serás salvo» (Rom 10,9).

Pero por las cartas de san Pablo y de san Juan podemos constatar que ya desde losprimeros años hubo algunos cristianos a quienes les resultaba muy difícil confesar queJesucristo vino en carne mortal (1Jn 4,2). Desde entonces, ¡cuántos interrogantes fueronsurgiendo a lo largo de los primeros siglos! ¿Quién era, en realidad, Jesús? ¿Era sólo unhombre? ¿Era Dios con nosotros? ¿Cómo conjugar su condición divina y su condiciónhumana? ¿Poseía un alma como la nuestra? ¿Y una voluntad como la nuestra? ¿Era unasola persona o varias personas? ¿Una sola naturaleza o dos naturalezas? ¿Qué seocultaba detrás de todo eso?

La Iglesia fue formulando lentamente su fe en Jesús, «de tal manera que fueronnecesarios casi cinco siglos de historia para hallar una fórmula verbal medianamenteaceptable que expresara su verdadera identidad» (Klaus Berger). Todo ese tiempoestuvo lleno de disputas teológicas, que nos llevaría demasiado espacio seguir paso apaso. Sólo voy a contemplar los momentos más altos y decisivos de su desarrollo. Peroes apasionante rastrear cómo la Iglesia fue formulando su fe en la identidad de Jesús ycómo fue esquivando todos los peligros que la acecharon en el camino. El mundo en elque nos vamos a mover puede resultar bastante extraño para los lectores que no esténfamiliarizados con la filosofía griega, pero vale la pena contemplar el esfuerzo hecho porla Iglesia para entrar en el corazón mismo del misterio de Jesús.

Los pastores y los fieles de la Iglesia sabían perfectamente en quién habían puesto suconfianza. Jesús era el Señor y el Salvador. Para él vivían y por él entregaron su vida. Elnúcleo de la fe cristiana era muy claro: Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.Pero la divinidad de un hombre muerto en una cruz resultaba «increíble para los judíos»y «ridícula a los ojos de los paganos». Para los judíos, la confesión de la divinidad deJesús era un atentado directo contra el monoteísmo bíblico; para los paganos deformación platónica «resultaba inadmisible que Dios hubiera tomado una carne humana yse hubiera sometido al sufrimiento y a la muerte de cruz». Unos, para salvar sudivinidad, eliminaban su humanidad; otros, para salvaguardar su humanidad, negaban sudivinidad. Parecía que no había escapatoria: o Jesús no fue verdadero hombre, sino sólouna apariencia de hombre; o no fue verdadero Dios, sino un hombre adoptado por él.Así aparecieron las dos grandes herejías de los primeros tiempos: el adopcionismo y eldocetismo...

Pablo de Samosata, obispo de Antioquía, fue el primero que expuso abiertamente queJesús fue «un hombre igual que nosotros», sobre el que había descendido el Espíritu

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Santo o el Verbo, y a quien Dios había adoptado como su Hijo predilecto. Reconocía enél al enviado del Padre, pero afirmaba que no podía ser en modo alguno igual al Dios deIsrael. Así se abrió paso el adopcionismo, que negaba de una manera muy clara ladivinidad de Jesús.

Del adopcionismo brotó, como un afluente, una nueva herejía, conocida con elnombre de subordinacionismo, según la cual Jesús «estaba a medio camino entre Dios ylos hombres». Ni era simplemente Dios, ni era simplemente hombre, sino como un sersubordinado a Dios, una especie de Dios de segunda clase, pero que destacaba sobretodos los hombres por su adopción filial. Jesús era como un puente entre latrascendencia divina y la realidad humana. Pero la realidad fue que «tanto eladopcionismo como el subordinacionismo pretendieron salvar el monoteísmo judío,negando la divinidad de Jesús».

La cara opuesta al adopcionismo fue el docetismo. Porque un Dios que fuera dignode ese nombre debía ser eterno e inmutable y, por tanto, resultaba inadmisible quehubiera tomado una carne humana y se hubiera sometido al sufrimiento y a la muerte.Por consiguiente, si Jesús era Dios sólo podía ser un hombre en apariencia. Así nació eldocetismo (término que procede del verbo griego dokeo, que significa parecer oaparentar). Los docetas partían de una filosofía maniquea y dualista, según la cual lamateria y la carne son esencialmente malas; por eso negaban por completo la humanidadde Jesús. Su vida, su pasión y su muerte habrían sido sólo aparentes. Jesús habría tenidoun cuerpo aparente, pero no real. Para salvar su divinidad negaron la realidad de laencarnación.

Esa tendencia debió aflorar muy pronto, ya que en las cartas de san Juan se hace unaalusión directa a los que negaban que Jesús «hubiera aparecido en carne» (1Jn 4,1-3; 2Jn7). Tertuliano resumió en unas líneas las distintas formas que esa herejía presentaba ensu tiempo: «Marción, para poder negar la carne de Cristo, negó también su nacimiento;Apeles admitió la carne, pero negó el nacimiento; finalmente, Valentín admitió ambascosas, tanto la carne como el nacimiento, sólo que los explicó después a su modo.Consideró que no sólo su carne, sino incluso su misma concepción, su gestación, sunacimiento de la Virgen y todo lo demás pertenecían al orden de la apariencia y no al dela realidad» [66]. Por tanto, Jesús no era un hombre como los demás. Parecía un hombre,hablaba como un hombre, se le tenía por un hombre, pero no era uno de nosotros, unoentre nosotros, uno de tantos. A sus ojos Jesús era una pura ilusión. Pero, en ese caso,¿dónde quedaba la salvación del hombre?

Los santos padres (san Ignacio de Antioquía, san Justino, san Ireneo, Tertuliano yOrígenes) tuvieron que defender la fe de la Iglesia contra esas dos herejías, queatentaban contra la identidad misma de Jesús. La comunidad cristiana confesóabiertamente su verdadera humanidad, por una parte, y su verdadera divinidad, por laotra, las dos cosas a la vez y al mismo tiempo, lo uno y lo otro, lo uno sin mengua de lootro, ya que su humanidad y su divinidad estaban inseparablemente unidas en él. No sepodía salvaguardar la divinidad a costa de su humanidad, ni la humanidad a costa de sudivinidad. Apenas se inclinase la balanza hacia una de las dos partes, la figura de Cristo

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quedaba oscurecida y disminuida en algún aspecto. Si nos quedáramos sólo con lahumanidad nos perderíamos el rostro de Dios, y ya no sabríamos cuáles son sus planescon respecto a los hombres; si nos quedáramos sólo con la divinidad, la figura de Jesúsresultaría totalmente irrelevante y sin importancia para nosotros. Por eso, los santospadres hablaron siempre de Jesús y de Cristo, es decir, de Jesu-cristo, Palabra de Dioshecho carne humana. En él, Dios y el hombre se habían hecho inseparables. Por eso lafe no podía refugiarse en su divinidad, olvidando su humanidad, ni quedarse con suhumanidad dejando de lado su divinidad. Para los santos padres lo que estaba en juegoera la salvación del hombre. Por eso, siempre partieron de un principio innegociable: «Loque no ha sido asumido no ha sido salvado». La salvación sólo podía venir desde fuera.Por eso, si Jesús no fuera Dios la salvación no sería posible para nosotros. Nuestra fe ynuestra esperanza serían del todo vanas. Afirmaban, en una sola palabra, «que no sepuede separar lo que Jesús es de lo que hizo; si Jesús hizo por nosotros lo que hizo fueporque era lo que era; si fue nuestro Salvador es porque era nuestro Señor». Por eso nose podía aceptar ni el adopcionismo, ni el subordinacionismo, ni el docetismo. «Jesús esaquel que se encarnó en la Virgen, que fue colgado en el madero, que fue sepultado entierra, que resucitó de entre los muertos y fue elevado a lo alto del cielo» [67]. Jesús esverdadero Dios y verdadero hombre. Pertenece al cielo por su condición de Hijo deDios, y a la tierra por su humanidad. Si Jesús no fuera Dios seguiríamos en nuestrospecados, la deuda no habría sido pagada, la ira de Dios no se habría aplacado. Si nofuera verdadero hombre, su vida «no hubiera sido más que una mentira» (Tertuliano).«Mentira su concepción virginal, mentira su agonía, su pasión, su muerte y suresurrección, mentira la redención entera. Si no fuera hombre no podría ser nuestrohermano y nuestro jefe. Si no fuera nuestro jefe no podría ser nuestro representante. Sujusticia no sería nuestra justicia, su gracia no sería nuestra gracia»,

2. La cristología de los siglos posteriores

La reflexión sobre la figura de Jesús no cesó en ningún momento, lo que provocó unincremento constante de las herejías. En el corazón del siglo III apareció un sacerdote deAlejandría, llamado Arrio (256-336), un predicador de quien se decía «que sus sermoneseran cantados y repetidos por la gente del pueblo». Pero, de repente, Arrio comenzó aproclamar «la singularidad absoluta de Dios» y a afirmar «que su ser íntimo o su esencia(ousía) no podía ser compartida con nada ni con nadie». La consecuencia de eseprincipio era terrible: Dios (el Padre) había creado al Logos (el Hijo) de la nada y, portanto, «hubo un tiempo en el que el Hijo no existió». Con esa afirmación Arrio negabaque Jesús fuera consubstancial al Padre y su misma divinidad. El Hijo «no sería másque una criatura, subordinada e inferior al Padre por naturaleza, por rango, porautoridad y por gloria». Arrio lo llamó Dios, pero se trataba, en realidad, de «un dios-menor». El verdadero Dios era el Padre, fuera del cual no podía haber otro, ya que sicompartiera su naturaleza con otro tendríamos que admitir la existencia de muchos seresdivinos. Por consiguiente, fuera del Padre todo lo que existe ha sido creado, es decir, hasido llamado a la existencia de la nada. Arrio redujo al Hijo a una criatura y lo convirtió

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en «un mediador entre el Dios inefable e inmutable y el mundo de los hombres, mutabley cambiable».

Su doctrina causó un gran escándalo, porque suponía un ataque radical a la fe de laIglesia que profesaba que Jesús era «verdadero Dios y verdadero hombre». No habíatérmino medio: o era Dios o era una criatura. Decir que era una criatura sublime nodaba ninguna solución a la cuestión, porque nadie podría creer en él si no fueraverdaderamente Dios. Y si no era Dios, tampoco podría ser el Salvador de los hombres,es decir, no podría salvarnos del pecado y de la muerte.

2.1. El concilio de Nicea

El concilio de Nicea (325), convocado para tratar esta cuestión, estuvo rodeado decircunstancias muy particulares. En primer lugar, el concilio fue convocado por elemperador Constantino, se celebró en el palacio imperial, y el mismo emperador estuvopresente en los debates. A él asistieron, según la tradición, 318 obispos, aunque la cifrapudo ser un poco inferior. No se han conservado las actas del concilio, pero sí el Símbolode la fe emanado de él. Entre los padres conciliares estaban las figuras más relevantes dela Iglesia en aquel momento. El papa no asistió, debido a su edad avanzada, pero envióun grupo de delegados en representación suya.

Los partidarios de Arrio pensaban que todos los obispos presentes les darían la razón.Pero cuando Eusebio de Nicomedia tomó la palabra para decir que Jesucristo no era másque «una criatura, aunque muy excelsa y eminente, y que no era de naturaleza divina»,los padres conciliares comenzaron a expresar abiertamente su disgusto, porque esadoctrina traicionaba la fe recibida de los apóstoles. La mayoría veía con una claridadabsoluta que si es el Hijo el que nos salva, el que nos comunica la gracia y el que nos dael Espíritu, entonces es absolutamente indispensable que entre el Padre y el Hijo, entreDios y Jesús exista «una unión y una igualdad total desde siempre». Las decisiones delconcilio quedaron plasmadas en esta confesión de fe: «Creo en un solo Dios, Padretodopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible... Creemosen un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, engendrado como unigénito del Padre, o sea,de la substancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero;engendrado, no creado, de la misma naturaleza (omooúsios) del Padre, por medio delcual fueron creadas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra; el cual por nosotros loshombres y por nuestra salvación bajó del cielo y se hizo carne y hombre» (DS 125).

El concilio condenó, en primer lugar, varias proposiciones de Arrio: «Mas a los queafirman que «hubo un tiempo en que no fue», y que «antes de ser engendrado no fue»,y «que fue hecho de la nada», o los que dicen «que es de otra sustancia», o «que el Hijode Dios es cambiable o mudable», los anatematiza la Iglesia católica» (Dz 54). Ensegundo lugar, afirmó en términos muy claros, «que Jesús es consubstancial(omooúsios) al Padre». El término omooúsios pareció a los padres conciliares el másadecuado para declarar la igualdad perfecta del Hijo con el Padre en la Trinidad. Pormedio de ese término quisieron expresar «que el Hijo no era un dios de segundo rango,sino consubstancial al Padre, es decir, de la misma substancia que el Padre». Por tanto,

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el Hijo no podía ser colocado al lado de las criaturas, sino al lado de Dios. Lo que estabaen el fondo del debate era un problema vital para la fe de la Iglesia y para la salvación dela humanidad. Porque si Cristo no fuera verdadero Dios, entonces no habríamos sidosalvados realmente, «porque lo que no es asumido no es salvado; pero lo que está unidoa Dios, es también salvado» [68]. Los padres conciliares no explicaron lo que entendían porel termino omooúsios, pero creyeron que era un término apropiado para expresar la fe dela Iglesia.

Sin embargo, el concilio de Nicea no cerró definitivamente la controversia, sino queabrió el camino a un período movimentado. La profesión de fe del concilio había sidomuy clara: Cristo es perfecto Dios, consubstancial al Padre. Pero, ¿era también hombreperfecto, consubstancial con nosotros? El debate se había centrado en el tema de ladivinidad y la consubstancialidad del Hijo con el Padre, pero había quedado en silencio eldebate sobre el alma humana de Jesús. ¿Tenía un alma como la nuestra?

Parece ser que fue Apolinar, obispo de Laodicea, un discípulo de san Atanasio, quienhacia el año 350 abordó directamente el problema del alma de Jesús. Apolinar nocuestionó «la realidad del cuerpo de Jesús, pero le negó la presencia de un alma humanainteligente y libre, capaz de querer y amar». ¿Por qué llegó a esa conclusión? Por unarazón aparentemente muy sencilla: porque si Jesús hubiera dispuesto de un alma humanalibre podría haber habido en él un conflicto entre la voluntad divina y la humana, con locual hubiera podido poner en peligro la realidad de nuestra redención. Ese era su temor.Para él era imposible que coexistieran al mismo tiempo un alma humana, frágil yaccesible a las tentaciones, y el Verbo divino. «Dos naturalezas perfectas, decía, nopueden formar una única realidad. Si la naturaleza divina de Cristo es perfecta, sunaturaleza humana no puede ser perfecta, para que pueda haber unión entre la divinidady la humanidad. Cristo es hombre, pero no es hombre como nosotros. No es de igualnaturaleza que nosotros. El Logos ha asumido un cuerpo e incluso un alma sensitiva,pero no un alma racional, con libertad y con poder de decisión». Por tanto, Jesús sóloera semejante a nosotros, pero no consubstancial a nosotros. De una manera muy sutilApolinar negó la humanización de Dios en Jesús. Pero si Jesús no hubiera tenido unalma humana, ¿cómo podríamos decir que fue verdaderamente hombre o un hombreverdadero? ¿Cómo explicar sus afectos y sus sufrimientos, su pasión y su muerte? SiJesús no hubiera estado sujeto al sufrimiento y a la muerte, ¿qué hubiera significado laencarnación del Verbo? Para que la salvación fuera total, el Verbo tuvo que asumir latotalidad del hombre, cuerpo y alma. Apolinar fue condenado en el sínodo de Alejandría,celebrado el año 362.

Pero algunos interrogantes seguían en pie: ¿Cómo puede realizarse la unidad entre dosnaturalezas que son perfectas? ¿Cómo se realiza la unión entre lo divino y lo humano?Jesús, ¿es el Hijo de Dios o el hijo de María? ¿Es lo uno y lo otro? ¿Se puede denominara María Madre de Dios?

2.2. El concilio de Éfeso

Nestorio era un monje de Antioquía, que fue consagrado obispo de Constantinopla hacia

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el 428. Pero desde el principio se encontró con una comunidad dividida a propósito de ladesignación de María como Madre de Dios (theotókos, de theós=Dios, ytikto=engendrar, es decir, la que había engendrado a Dios). La mayoría defendía lamaternidad divina de María, pero algunos se atrevieron a decir: «El que llame a MaríaMadre de Dios, sea anatema». Nestorio abordó ese tema en una serie de homilías, en lascuales hizo algunas afirmaciones muy extrañas: «María, dijo, no llevó a la divinidad...,sino a un hombre, instrumento de la divinidad. El Espíritu Santo no hizo de la Virgen alDios-Palabra..., sino que le edificó un templo». Por tanto, él prefería hablar de la Virgencomo Madre de Cristo (chistotókos) más que como Madre de Dios (theotókos). Segúnél, María habría engendrado a un hombre en el que el Verbo de Dios «no hizo más queposarse». Jesús no era, en realidad, más que un «portador de Dios». Como tantas veceshabía sucedido en el pasado, Nestorio retrocedió ante el «escándalo de la encarnación».Le parecía inadmisible decir «que el Verbo de Dios había sido amamantado por la VirgenMaría». Esa mezcla de la divinidad con la humanidad le repugnaba por entero.

Su predicación produjo un gran escándalo entre los fieles. Muchos monjes de laciudad reaccionaron fuertemente contra él y se negaron a recibir la comunión de susmanos. Algunos párrafos de sus sermones fueron enviados al papa Celestino y al obispoCirilo de Alejandría. Así comenzó una correspondencia violenta. Cirilo escribió aNestorio diciéndole que haría muy bien llamando a María Madre de Dios. Nestorio lerespondió con mucha frialdad. Cirilo le escribió de nuevo y le hizo una exposicióndetallada del Símbolo de Nicea, al tiempo que le pedía que se adhiriera a su contenido.Nestorio contestó diciéndole que era él el que no entendía la doctrina de Nicea. Por unaparte y por otra fueron enviados legados e informes a Roma. Nestorio envió el suyo engriego, mientras que Cirilo se preocupó de enviar una traducción latina del suyo. El papaCelestino convocó un sínodo en Roma, en el cual fue condenado Nestorio y amenazadocon la excomunión. Pero Nestorio se dio prisa para conseguir el apoyo de la corteimperial, enviando una buena suma de dinero. Entonces, con el fin de restablecer la paz,el emperador Teodosio II convocó un concilio general en Éfeso (431).

A mediados de junio del año 431, Cirilo, Nestorio y más de doscientos obispos yahabían llegado a Éfeso, mientras los obispos orientales y los legados del papa estabantodavía de viaje. El ambiente estaba muy enrarecido. Muchos obispos orientales eranpartidarios de Nestorio, mientras que los delegados papales y los obispos que estabanpresentes en ese momento eran partidarios de Cirilo. Llegó y pasó la fecha señalada parael comienzo del concilio y muchos obispos aún no habían llegado. Entonces Cirilo urgiópara que el concilio comenzara el día 22 de junio, a pesar de las protestas de un grupo deobispos. El primer día se reunieron unos 150. Nestorio fue exhortado tres veces, según lanorma evangélica, a comparecer ante el Concilio. Él se negó. Ante la asamblea reunida seleyó entonces el Símbolo de Nicea y, a continuación, la segunda carta de Cirilo aNestorio, así como la réplica de éste. La confesión fundamental de la carta de Cirilo erala siguiente: «El Hijo eterno del Padre es aquel que, según la generación carnal, nació dela Virgen María; por ello, María es llamada legítimamente theotókos, es decir, madre deDios». La carta de Cirilo fue aprobada y la contestación de Nestorio fue condenada por

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oponerse al concilio de Nicea. Ese mismo día se promulgó la destitución de Nestorio.Unos días después llegaron los obispos orientales y, en una reunión celebrada el 26 dejunio, condenaron el procedimiento de Cirilo por no ajustarse a los cánones y por loserrores arrianos y apolinaristas que se involucraban en sus anatemas. A principios de juliollegaron los legados de Roma. Tomaron contacto con Cirilo, leyeron el protocolo de lasesión del 22 de junio y confirmaron la condena de Nestorio, que fue excomulgado. Sulenguaje, en efecto, contradecía abiertamente al de la Escritura, en la cual se afirma queCristo tomó la condición de esclavo, se hizo uno de tantos y sufrió la muerte de cruz. Deotra manera, no sería el mediador entre Dios y los hombres y en la eucaristía sólorecibiríamos el cuerpo de un hombre.

El concilio de Éfeso se mantuvo fiel a la tradición de Nicea. En Cristo se da unidadreal de las dos naturalezas: la divina y la humana. El que nació del Padre y el que nacióde María es «uno y el mismo». La divinidad siguió siendo la divinidad y la humanidad lahumanidad. El Logos-Palabra se hizo hombre sin dejar de ser divino, y la humanidad fuedivinizada sin dejar de ser humanidad. En la fe cristiana no adoramos dos realidadesunidas, sino que adoramos «a uno y el mismo». A causa de esa unión puede decirse deMaría que es «Madre de Dios».

2.3. El concilio de Calcedonia

El concilio de Éfeso creó un ambiente de controversias. Un grupo de obispos se reunióde nuevo en Éfeso, declaró nulo el concilio anterior, rehabilitaron a Nestorio yexcomulgaron a Cirilo. Ese concilio ha sido conocido como «el latrocinio de Éfeso», esdecir, «el concilio de ladrones». Pero sus decisiones nunca fueron reconocidas por laIglesia. La única ventaja fue que obligó a convocar un nuevo concilio.

En efecto, para procurar la paz entre las distintas escuelas teológicas, el emperadorMarciano convocó el concilio de Calcedonia el año 451. A él asistieron unos 600 obispos(o 500 según los diversos relatos) y la delegación papal de san León Magno. El conciliono tenía la intención de elaborar una nueva fórmula de fe cristológica, sino la deconfirmar las declaraciones doctrinales de los concilios anteriores. En base a esosdocumentos, Calcedonia formuló una nueva declaración conciliar: «Siguiendo a lossantos padres, todos unánimemente enseñamos que hay que confesar a un solo y elmismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en divinidad y el mismoperfecto en la humanidad, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, de almaracional y cuerpo, el mismo consubstancial con el Padre según la divinidad, yconsubstancial con nosotros según la humanidad, en todo semejante a nosotros exceptoel pecado; el mismo engendrado por el Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad,y él mismo, en lo últimos días, por nosotros y para nuestra salvación engendrado deMaría Virgen, madre de Dios, según la humanidad; que se ha de reconocer a un solo ymismo el Cristo Hijo, Señor, Unigénito, en dos naturalezas sin confusión, sin cambio, sindivisión ni separación, sin que por la unión se suprima la diferencia de las naturalezas,salvando incluso la propiedad de cada naturaleza, y concurriendo (cada una) en unaúnica persona y en una sola hipóstasis, no separado o dividido en dos personas, sino el

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único y mismo Hijo Unigénito Dios Verbo, el Señor Jesucristo, según cuanto en otrotiempo enseñaron de él los profetas y el mismo Jesucristo nos enseñó, y el símbolo de losPadres nos ha trasmitido» (DS 301-302).

La declaración conciliar fue hecha a partir de estos supuestos: «Jesús es perfecto Dios(Nicea) y perfecto hombre (Constantinopla I); Dios y el hombre están tan unidos enJesús que son «uno y el mismo» (Éfeso); aun después de la unión, Cristo sigue siendo«uno y el mismo», pero en dos naturalezas, es decir, que la humanidad de Jesús no dejade ser una humanidad plena. Los cuatro famosos adverbios afirman el modo de la unión:sin confusión (inconfuse), es decir, que no hay trasformación de una naturaleza en otra(contra el apolinarismo, en el que lo divino absorbía lo humano); sin cambio(inmutabiliter), es decir, que no hay conversión de las dos naturalezas en una tercera(así se excluía todo tipo de adopcionismo); sin división y sin separación (indivise einseparabiliter), es decir, que no hay separación ni superposición, ni dualidad de sujetos,ni anulación de las propiedades respectivas. Contra todo tipo de docetismo, el concilioafirmó que Jesús no era un ser a medias, mitad Dios y mitad hombre, sino verdaderoDios y verdadero hombre a la vez, una única persona en dos naturalezas, la naturalezahumana, propia del hombre, y la naturaleza divina, propia de Dios». En eso consiste eldogma esencial de nuestra fe. Eso es lo que nos obliga a pensar a Dios y al hombreconjuntamente, sin confusión, pero sin separación, porque la causa de Dios es la causadel hombre y la causa del hombre es la causa de Dios[69].

La verdad es que era un reto explicar el misterio de Jesús, la unión de lo divino con lohumano, de la eternidad con el tiempo. Los santos padres tuvieron que acudir a lascategorías del lenguaje filosófico para tratar de explicar el misterio impresionante de lafigura de Jesús. Pero ese lenguaje resulta bastante difícil de entender para la mayoría delos cristianos.

2.4. El monofisismo

Pero las controversias no terminaron. Eutiques, superior de un convento deConstantinopla, afirmó que la unión del Verbo con la humanidad fue tan grande que «lahumanidad quedó como absorbida», es decir, «que la humanidad se perdió en ladivinidad como una gota de agua en el océano». Por eso, se negó a admitir en Jesús dosnaturalezas, según la definición del concilio de Calcedonia. Se dice que Eutiques repetíasin cesar: «Yo confieso una sola naturaleza». Para él y sus seguidores, en Jesús sólohabía una naturaleza: la divina. De ahí procede la palabra monofisismo (de monos= una,physis= naturaleza) que, con el paso del tiempo, fue aplicada «a cualquier tipo dedoctrina que rebajase la realidad de la humanidad de Jesús». El monofisismo tuvomuchos seguidores, no sólo entre los teólogos, sino también entre el pueblo. Fuecondenado en el concilio de Constantinopla, el año 553: «Si alguno dice que uno es elVerbo de Dios que hizo milagros y otro el Cristo que padeció... sea anatema».

2.5. El tercer concilio de Constantinopla

Después del concilio de Calcedonia todavía quedó pendiente una cuestión fundamental,

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que se refería a la voluntad humana de Jesús. ¿Había en él una o dos voluntades?¿Había una voluntad divina y otra humana? En el momento de la pasión, por ejemplo,¿estuvieron contrapuestas la voluntad divina y la humana, o se realizó la redención sincolaboración de la voluntad humana? Algunos no podían admitir en Cristo dosvoluntades contrapuestas, porque podrían haber entrado en conflicto y haber puesto enpeligro nuestra salvación. Por eso, formularon la siguiente confesión: «Confesamos unasola voluntad de nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios, pues, la carne, animada por elEspíritu, nunca actuó por propio impulso y en oposición a la voluntad de... la Palabra deDios». Así surgió el llamado monotelismo (de monos= uno o único, y thélema=voluntad), es decir, la herejía que afirmaba que en Cristo sólo había una voluntad. Fuepropuesto principalmente por Sergio, patriarca de Constantinopla. Pero el concilio III deConstantinopla (680-681) abordó el problema de una manera solemne, condenando a susrepresentantes y proclamando la existencia de dos voluntades naturales. El Verbo asumióuna naturaleza humana íntegra y perfecta, sin anular la voluntad humana. Si la voluntadhumana de Jesús hubiera sido un instrumento puramente pasivo en manos de la voluntaddivina, entonces no habría asumido la condición humana en su totalidad, algo hubieraquedado fuera de la encarnación y, por consiguiente, de la salvación. Pero en losevangelios no sólo fueron atribuidas a Jesús algunas debilidades físicas, tales como elcansancio, el hambre y la sed, sino también el miedo a la muerte, la angustia, la aflicción,la tentación. Todo eso formó parte «de su condición humana verdadera e íntegra».

De esa manera la Iglesia fue formulando su fe en Jesús a lo largo de los primerossiglos.

3. Una cuestión sin fin

Los santos padres y los escritores eclesiásticos sabían perfectamente de qué hablaban. Loque estaba en juego era la salvación de los hombres. Porque «de la realidad o de lafalsedad de la encarnación de la Palabra dependía la salvación o el fracaso de la aventurahumana». En efecto, lo «que constituye la singularidad de Jesús y lo que le distingue detodos los demás seres humanos es su personalidad divina». La encarnación fue elencuentro de la divinidad con la humanidad. Pero, ¿cómo pudo realizarse ese encuentro?Eso fue lo que trataron de formular, con términos bastante oscuros para los hombres denuestros días, pero que constituyen «una cima muy alta en la historia de nuestra fe». Loque ha sucedido es que los teólogos, los pastores y los predicadores de todos los tiemposno hemos sido capaces de explicar y de actualizar para los hombres de cada época elmensaje contenido en aquellas fórmulas. Por eso pueden dejarnos bastante fríos cuandolas recitamos con nuestros labios.

Pero la historia del acercamiento a Jesús no ha terminado todavía. A lo largo de lossiglos se han levantado miles de voces «a favor de su humanidad en contra de sudivinidad, o a favor de su divinidad en contra de su humanidad».

La piedad popular cristiana se ha mantenido siempre «más cerca de la divinidad quede la humanidad, más cerca de Jesús como Dios que de Jesús como hombre». A lamayoría de los cristianos les resulta más fácil aceptar que Jesús sea Dios que un hombre

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verdadero como nosotros. Pero también la teología ha seguido esa tendencia monofisita,ya condenada por la Iglesia. Algunos teólogos de la Edad media, en efecto, llegaron a laconclusión de que, en virtud de la unión de la divinidad con la humanidad, Jesús habíadispuesto ya durante su vida mortal «de toda la ciencia divina, incluida la visiónbeatífica», con lo cual pasaban por alto el hecho del vaciamiento y del anonadamientodel Verbo al asumir una carne mortal.

Pero como contrapartida, desde el comienzo de la Edad moderna se emprendió unacarrera desenfrenada para recuperar la humanidad de Jesús, pasando por alto sudivinidad. Su imagen ha sido creada y recreada sin cesar, según el gusto de los que sehan acercado a él. Así fueron apareciendo, como ya hemos visto, las imágenes de unJesús socialista, moralista, humanista, «nuestro hermano», «nuestro compañero», «elhombre para los demás», el «Jesús de la liberación humana», el «Jesús rebelde yrevolucionario», «el más grande de los profetas», «el profeta escatológico»... Unos lehan presentado como un mago, otros como un carismático, otros como un exorcista,otros como un sabio o maestro, otros como un fariseo iluminado, otros como un judíomarginal, otros como un itinerante cínico, o como un judío piadoso, o como un intrigantepersonaje mesiánico. Su imagen ha sido adaptada sin cesar. Algunos lo han presentadocomo un homosexual, basándose en su relación con el discípulo amado, y algunasteólogas feministas norteamericanas le han cambiado hasta su género presentando en unacruz la figura de una mujer crucificada: ya no tendríamos a Cristo, sino a una Crista[70].

Si Tertuliano decía: «Ocupémonos de la humanidad del Salvador, porque su divinidadestá segura», nosotros tendríamos que decir ahora: «Volvamos a ocuparnos rápidamentede la divinidad de Jesús, porque su humanidad está, incluso, demasiado segura». Si enotro tiempo corrimos el riesgo de olvidar su humanidad, ahora corremos el de olvidar sudivinidad[71].

Pero la fe cristiana es muy clara: Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. Sifallase la divinidad o la humanidad todo se vendría abajo. En Jesús nos encontramos caraa cara con Dios, porque es Dios con nosotros.

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6 Vivir en Jesús

Así llegamos al final de nuestro acercamiento a la figura de Jesús. Pero hay que dar elúltimo paso. Porque si él es Dios con nosotros, si es el Señor y el Salvador, si es elMesías que ha realizado todas las esperanzas y cumplido todas las promesas, entonces yano podemos vivir sin referencia a él. Su figura tiene que afectarnos de alguna manera.Por eso, nosotros tenemos que aparecer en esta bella historia, aunque sólo sea por unmomento. Porque en teoría, al menos en teoría, podría haber sucedido que Dios sehubiera hecho hombre, que hubiera muerto en una cruz y que hubiera resucitado, sin queeso nos hubiera afectado para nada. Pero el corazón de la fe cristiana profesaprecisamente que todo eso ha sucedido «por nosotros y por nuestra salvación». Ese «pornosotros» (pro nobis) o «por mí» (etiam pro me) está tan incrustado en la entraña de lafe cristiana, que ya no podemos vivir al margen de lo que ha sucedido en nuestra tierra.Si Jesús es el Señor, entonces él es quien manda en nosotros, quien vive en nosotros yquien nos hace vivir. Lo que Jesús es «en sí» y lo que es «para mí» tienen queencontrarse en algún momento. Una vida sin Jesús no sería una verdadera vida, mientrasque una vida con él debería ser la aventura más grandiosa para el hombre. En algúnmomento el Todo tiene que encontrarse con la nada. Por eso, sólo hay una cosa decisivapara nosotros: dejarnos inundar por esa corriente de gracia y vivir de él como unsarmiento vive de la savia que recibe de la cepa madre[72].

1. Vivir de Jesús

Si Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, el Señor y el Salvador de todos los hombres,entonces ya no es suficiente contemplarle desde la distancia, sino que tenemos que darun paso al frente. ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué significa para mí? ¿Qué remueve en míesa figura? ¿Me compromete a algo? ¿Quién se sienta en el altar de mi corazón? ¿Quiénocupa el primer lugar en mis preferencias? ¿Qué es lo que más valoro? ¿Qué es aquello alo que no renunciaría por nada del mundo?

Podría levantar los hombros y responder: «Constato que no me afecta». Pero en lafigura de Jesús hay algo que, lo acepte o no, me concierne hasta lo más profundo de miser: la promesa del amor y de la gracia, de la salvación y de una vida sin fin. Si Jesús hanacido por mí, si se ha hecho hombre por mí, si ha muerto por mis pecados, si haresucitado para mi justificación, eso quiere decir que todos esos acontecimientos sondecisivos para mi vida y que estoy comprometido hasta el fondo.

Jesús es nuestro Señor y nuestro Salvador. En él hemos sido bautizados, de él hemossido revestidos, en él estamos, de su gracia vivimos. Él es el aire que respiramos y el

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ambiente vital donde se desarrolla nuestra vida, por más pobre y humilde que sea.Porque estamos en él nunca estamos solos; porque estamos en él, todo lo suyo nospertenece. Las fórmulas «con Cristo», «en Cristo» o «de Cristo» expresan con la mayorclaridad posible que la vida del cristiano es Cristo Jesús. «Vivo yo, pero no yo, sino quees Cristo quien vive en mí. La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe delHijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál 2,20). Jesús vive su vidaen mí. Es como si otro se hubiera sentado en el trono de mi vida. Soy yo a quien todosven y con quien todos tratan, pero allá en lo más hondo de mi corazón hay alguien queme habita por entero y me da una vida que yo no puedo generar por mí mismo, porqueme sobrepasa infinitamente. Vivo yo, pero con la vida del que es la Vida, vivo de sugracia y de su amor, vivo de lo que él me regala, mi velero es llevado por él. Por eso, siél vive su vida en mí, yo tengo que echarme a un lado para que él haga su obra en mí.Yo no puedo hacer grandes obras, pero él sí puede hacer una obra maravillosa en mí.Los santos padres dijeron que Cristo es el manto que nos cubre, la manta que nos cobija,la vida que nos alimenta. En virtud de esa maravillosa comunión de vida que existe entrela Cabeza y los miembros, todo lo suyo es nuestro: su vida es nuestra vida, su gracia esnuestra gracia, su santidad es nuestra santidad. Somos lo que nunca pudimos llegar a ser,gracias a que estamos en él.

2. Vivir para lo que él vivió

Si Jesús vive su vida en nosotros y si nosotros vivimos de su vida, entonces lo normalsería que viviéramos como él vivió, que actuáramos como él actuó, que tratáramos a loshombres como él los trató y que proclamáramos el reino que él proclamó.

2.1. La causa del reino

El que nació en un pesebre y murió en un madero vino a proclamar la llegada del reinode Dios a la tierra. Ese fue el corazón de su mensaje. Dios quería establecer su reinadoen las entrañas mismas de sus criaturas. Por eso, su llegada no podía dejar indiferente alos hombres. ¿Qué sucedería, en efecto, si Dios fuera realmente el Rey de esta tierra?¿Dónde quedarían el odio, las guerras y las injusticias, el pecado y la muerte? ¿Quésucedería si su reinado penetrara en nosotros? ¿Qué sería si todos los hijos del reinoviviéramos ya como hombres nuevos y renovados? Que Dios reine, que su reino llegue anosotros, que reine sobre todos nosotros, que sea nuestro Rey. Esa debería ser tambiénnuestra única pasión: proclamar un reinado de perdón y de reconciliación, de amor, degracia y de vida sin fin. Dios reina cuando se establece su justicia en la tierra, cuando susderechos son respetados, cuando su soberanía divina es acogida, cuando es aceptadocomo el verdadero rey, cuando todo se rige de acuerdo con su voluntad.

2.2. Amar como él amó

Los que tienen a Dios como Padre tienen a los hombres como hermanos. El amor es elsigno que nos permite reconocer a los hijos del reino. Porque Dios es amor puede amarlo mismo a los débiles que a los fuertes, a los ignorantes que a los sabios, a los pecadores

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que a los justos, a los enemigos que los amigos. Dios nos ama con un amor eterno einfinito, que no tuvo principio ni tendrá fin. Nosotros no podemos imaginar ni la anchurani la longitud, ni la altura ni la profundidad de ese amor. Por eso, también nosotrosdebemos amarnos los unos a los otros. Ese fue el testamento de Jesús: «Como tú teamas tienes que amar a los demás, como te preocupas por ti tienes que preocuparte porlos demás, como te quieres tienes que querer. No puedes dar a los demás sólo las migajasde tu amor, sino amarles como si fueran un pedazo de tu propia carne, como si fueranuna prolongación de ti mismo. Como a ti te gustaría que los demás te quisieran tienes quequererlos a ellos». La esencia del amor cristiano es que se dirige a todos: a los que sonamables y a los que no lo son, a los cercanos y a los lejanos, a los amigos y a losenemigos. Ante el amor desaparecen todas las diferencias raciales y sociales. No importaque uno sea de un pueblo o de otro, de una raza o de otra, de un color o de otro, sano oenfermo, hombre o mujer, sabio o ignorante, bueno o malo, rico o pobre, alto o bajo,justo o pecador. Ya no debería haber dominio de los unos sobre los otros, ni guerras delos unos contra los otros, sino amor y unidad entre todos[73].

La primacía del amor es absoluta. «Con nadie tengáis más deuda que la del amormutuo». Esa es la única deuda que debemos tener y, por consiguiente, la única quetenemos que pagar. El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera (1Cor 13,4-7).En el atardecer de la vida Dios querrá saber de nosotros si esa palabra ha sido la másfundamental de nuestra vida: «¿Amaste?, ¿amaste a los demás?, ¿los amaste de verdad?Los hombres que puse a tu lado, ¿fueron tus hermanos?, ¿los viste como hermanos?,¿los trataste como a hermanos?, ¿los amaste como a hermanos?». Podemos presentarnosante Dios con un montón de obras y de realizaciones, pero si allí no aparece el amor nopodrá reconocernos como a sus hijos.

Si Dios ha establecido con nosotros relaciones filiales, es decir, de padre a hijo,nosotros tenemos que establecer con los demás relaciones fraternales, es decir, dehermano a hermano. Por eso, el amor crea unas relaciones de gratuidad, que no se dejanatrapar por ningún tipo de diferencia. Frente al amor caen todas las barreras que loshombres levantamos en nuestro camino para separarnos, odiarnos y matarnos. Ningunacausa, por sagrada que nos parezca, justifica el odio, el rechazo o la muerte de ningúnhombre.

2.3. Compasión por los enfermos

La pasión de Jesús por el reino estuvo revestida de una com-pasión por los más débiles ynecesitados de los hombres. Jesús dejó avanzar hacia él al ejército amargo de losdoloridos. Unos lo hacían por sí mismos, otros eran llevados en camillas. Por loscaminos por donde pasaba se oía un clamor continuo: «¡Señor, ten piedad! ¡Señor, siquieres, puedes curarme! ¡Señor, que vea!». Su paso por la tierra estuvo vinculado a lacuración y a la sanación de los enfermos. San Mateo resumió su actividad con estaspalabras: «Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando laBuena Nueva del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt4,23). La curación de los enfermos fue uno de los signos más claros de la presencia del

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reino entre nosotros: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojosandan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anunciaa los pobres la Buena Nueva» (Mt 11,4-5). Pero, además, Jesús asoció a sus discípulos asu misión sanadora, concediéndoles poder de curar a los enfermos: «Y llamando a susdoce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para sanartoda enfermedad y toda dolencia» (Mt 10,1). «Id proclamando que el reino de los cielosestá cerca. Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios» [74].El libro de los Hechos narra algunas curaciones realizadas por los apóstoles y hacealusiones a curaciones en general: «Por manos de los apóstoles se realizaban muchasseñales y prodigios en el pueblo... hasta tal punto que incluso sacaban a los enfermos alas plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que al pasar Pedro, siquiera susombra cubriese a alguno de ellos. También acudía la multitud de las ciudades vecinas aJerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos erancurados» [75]. Muchos cristianos de la primera hora debieron gozar del carisma de curacióno de sanación (1Cor 12,28-30).

Esa es una de las tareas más preciosas que la Iglesia ha recibido del Señor. Porquecreemos en su presencia en medio de nosotros, creemos que sigue siendo médico ymedicina para todos. El don de curación no fue sólo una promesa para las primerasgeneraciones, sino también para todas las venideras. ¿Por qué hemos dejado caer en elolvido este carisma? ¿Por qué nuestra palabra no va acompañada de signos? La promesadel Señor es una orden para nosotros: «Sanad enfermos, limpiad leprosos, expulsaddemonios, resucitad muertos». La sanación es una misión que el Señor nos ha confiado.No es sólo algo optativo, sino algo que tenemos que hacer. La proclamación de lapalabra, sin la fuerza de los signos, puede quedarse en meras ideas religiosas. Losmilagros son un signo o una señal del paso de Dios entre nosotros. Su presencia nos abrea la esperanza de un mundo en el que la enfermedad será vencida, el pecado perdonadoy la muerte derrotada para siempre. Si no podemos mostrar en nuestros gestos algunosde los signos de la llegada del reino, entonces, ¿cómo hablar de él?, ¿cómo hacerloentender?, ¿cómo hacerlo desear? Por eso, la sanación, tanto física como espiritual,debería ser un carisma precioso en la vida de la comunidad cristiana.

2.4. Pasión por la justicia

Hace ya algunos años se escribió un libro titulado Jesús en malas compañías, y el autorponía en evidencia el inédito interés de los evangelistas por mostrar a Jesús seguido delos más débiles de la sociedad de su tiempo. El hecho de nacer en un pesebre y de moriren una cruz le situaron, desde el primer momento, del lado de los más pobres, de los sintecho, de los sin fortuna, de los ajusticiados de todos los tiempos. Eso es algo que jamáspodremos olvidar. Sus delicias fueron estar con los más desgraciados de los hijos de loshombres.

Vivir como él vivió nos urge a comprometernos en la causa de los hombres, sobretodo de los más débiles y desfavorecidos. ¿Cómo podemos hablar del Dios de la vidacuando vemos morir a tantos hermanos nuestros sin que levantemos ni un solo dedo por

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ellos? La experiencia de un encuentro con Jesús debería traducirse en un compromisopor la liberación de todos los tormentos que los aquejan. En Jesús, Dios dejó de ser elTodopoderoso para hacerse el Siervo que sufre y se solidariza con todos.

La opción por los pobres sigue siendo el rasgo distintivo de la llegada del reino deDios. Los seguidores de Jesús no deberíamos resignarnos en ningún momento a lainjusticia y a la violación sistemática de sus derechos ni ante el hambre de millones dehombres. El reino se hace presente en la medida en que los pobres son evangelizados yconsolados. No podemos vivir tranquilos mientras haya millones de hombres que muerende hambre y que son humillados y asesinados. Nada de lo que sucede a nuestroshermanos debería resultarnos extraño ni dejarnos fríos e indiferentes, porque lo queafecta a cada uno de ellos nos afecta a todos: sus alegrías son nuestras alegrías y suséxitos son nuestros éxitos, pero su dolor es nuestro dolor y su sufrimiento es nuestrosufrimiento. Tenemos que aprender a colocarnos en el lugar exacto, es decir, allí dondeestán los que sufren, los que tienen hambre y sed, los que padecen violencia y muerte,injusticias y vejaciones. Nuestras entrañas deberían conmoverse ante tanto dolor. Sipermanecemos fríos e insensibles a los gemidos de los doloridos y al clamor de los máspobres... el reino no se hará jamás presente en nuestra tierra. No podemos renunciar alcompromiso de hacer que la tierra sea habitable para todos los hijos de Dios, que reine lapaz y que nadie sea atropellado, que se respete la vida, los derechos y la dignidad detodos, hombres y mujeres, ancianos y niños, de cualquier raza y lugar, color y religión.Se ha dicho que un solo acto de solidaridad hacia ellos, una sola hora de nuestra vidaentregada a su servicio «revela más de Cristo que cualquier reflexión abstracta, carentede amor». Los pobres son el rostro del Señor crucificado.

Por eso, vivir como él vivió nos lleva al corazón mismo del mundo. No nossentiremos plenamente felices mientras muchos de nuestros hermanos sufran toda clasede injusticias, estén perseguidos o sean despreciados o asesinados por los poderosos deeste mundo. No podemos admitir que esta tierra se convierta en una jungla donde elhombre sea un lobo para el hombre, ni donde la ley del más fuerte sea la mejor, si no laúnica[76].

Los que siguen a Jesús son los que han depositado en él su fe y su amor, y los que seidentifican con su forma de ser y de actuar. La enseñanza de Jesús no fue sólo unadoctrina, sino una manera de vivir. Algo ha pasado en nuestra tierra que lo ha trastocadotodo. En Jesús, el cielo y la tierra, la divinidad y la humanidad se han unido con lazos deamor eterno e indestructible. Dios se ha hecho uno con el hombre y el hombre se hahecho uno con Dios. Él se ha hecho solidario de nosotros y nosotros solidarios con él.Pase lo que pase estaremos unidos para siempre. Su destino es nuestro destino. Él es laCabeza de este cuerpo inmenso que formamos la humanidad. Ni la Cabeza sin el cuerpo,ni el cuerpo sin la Cabeza. Es como si en Cristo se hubiera formado una nueva persona.Él nos ha regalado su perdón y su gracia, su amor y su vida; él nos ha justificado anteDios, nos ha convertido en sus hijos y nos ha resucitado para siempre. Aquí se acabanlas palabras para dejar paso al silencio y a la adoración.

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Conclusión

Desde su aparición en la tierra Jesús ha hecho violencia a la historia, hasta convertirseen su «quicio», según Hegel. Todo ha girado en torno a él. Se ha dicho que «en élterminó una historia y comenzó otra» o que «en él terminó la historia y volvió acomenzar». Nosotros le hemos contemplado con nuestros ojos. Pero, ¿cómo será vistodentro de cien mil años o de un millón de años, si el hombre sigue viviendo en la tierra?No lo puedo imaginar. De lo único que estoy seguro es que ni él, ni su palabra, pasaránjamás. Él es el Señor y el Salvador, el que al resucitar de entre los muertos ha abierto unabrecha en la barrera que la muerte había puesto en nuestro camino, y así nos ha dado laesperanza de una vida sin fin. Por tanto, si él es mi Señor y mi Salvador no puedopermanecer como un espectador pasivo, sino que estoy implicado vitalmente en todo loque ha sucedido. Si él es el Señor entonces está solicitando el puesto de preferencia enmi vida entera: en mis pensamientos y en mis deseos, en mis aspiraciones y en misdecisiones, en mi inteligencia y en mi voluntad. Si él es el Señor, entonces no puede serarrojado de ningún rincón de mi existencia. Si mis ojos han contemplado al Resucitadoya no puedo ver el mundo con desesperanza. Su resurrección es anuncio y profecía de loque cada uno de nosotros está destinado a ser. Por eso le esperaremos con las lámparasencendidas «hasta que vuelva». «Maranatha: ¡Ven, Señor Jesús!».

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Índice

JESÚS

Introducción1 Nacido de mujer

1. Nacimiento, nombre y formación 2. La familia 3. ¿Cómo era Jesús? 4. ¿Quién es Jesús? 5. Marco cronológico de la vida de Jesús 6. El mundo en el que vivió Jesús

6.1. La situación histórica

6.2. La situación religiosa2 La vida pública de Jesús

1. El evangelio de la infancia

1.1. El evangelio de la infancia en san Mateo

1.2. El evangelio de la infancia en san Lucas 2. La predicación de Juan el Bautista 3. El bautismo de Jesús 4. Las tentaciones de Jesús 5. El reino ha llegado 6. Los milagros de Jesús

6.1. Los exorcismos

6.2. Las curaciones 7. Las parábolas de Jesús 8. Con los humildes de la tierra 9. Jesús y la ley 10. En previsión del futuro 11. La muerte en el horizonte 12. Hacia la pasión y la muerte

12.1. La última cena

12.2. Pasión y muerte de Jesús 13. La resurrección

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13.1. El sepulcro vacío

13.2. Los relatos de apariciones

13.3. La contraofensiva de la crítica

13.4. Consecuencias de la resurrección

13.5. El significado de la resurrección

3 Jesús y los evangelios ante la crítica 1. ¿Cómo plantear el problema? 2. Historia de la interpretación de los evangelios y de la figura de Jesús

2.1. La investigación desde 1770 a 1920: la «Old Quest» o la «Antigua búsqueda»

2.2. Del entusiasmo al escepticismo: El «Método de la Historia de las formas»(1920-1950)

2.3. La «New Quest» o «Nueva búsqueda» del Jesús histórico

2.4. La «Third Quest» o «Tercera búsqueda» en torno al Jesús histórico 3. Valor histórico de la tradición oral y de los evangelios

3.1. Testimonios sobre el texto de los evangelios

3.2. La comunidad cristiana primitiva

3.3. La figura de Jesús y la de sus apóstoles

3.4. El mundo palestino-judío 4. Los criterios de historicidad 5. La renuncia imposible

4Las credenciales de Jesús 1. ¿De dónde partir? 2. Jesús, Maestro 3. Jesús, Profeta 4. Jesús, Mesías o Cristo 5. Jesús, Hijo de David 6. Jesús, Hijo del hombre 7. Jesús, Siervo de Yavé 8. Jesús, Hijo de Dios 9. Jesús, Señor 10. Jesús, Salvador 11. Jesús, Sumo Sacerdote 12. Jesús, único y verdadero Mediador 13. Jesús, Logos, Verbo o Palabra encarnada 14. Jesús, Enviado del Padre 15. Jesús, Camino, Verdad y Vida 16. Jesús, Precursor 17. Los cien rostros de Jesús

5 Formulando la fe en Jesús 1. Los primeros desarrollos de la fe cristiana 2. La cristología de los siglos posteriores

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2.1. El concilio de Nicea

2.2. El concilio de Éfeso

2.3. El concilio de Calcedonia

2.4. El monofisismo

2.5. El tercer concilio de Constantinopla

3. Una cuestión sin fin6 Vivir en Jesús

1. Vivir de Jesús 2. Vivir para lo que él vivió

2.1. La causa del reino

2.2. Amar como él amó

2.3. Compasión por los enfermos

2.4. Pasión por la justiciaConclusión

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[1]J. ARIAS , Jesús, ese gran desconocido, Maeva, Madrid 2001, 11-17.[2]J. A. PAGOLA, Jesús. Aproximación histórica, PPC, Madrid 2007, 539 pp.; J. L. MARTÍN DESCALZO, Vida y

misterio de Jesús de Nazaret, Sígueme, Salamanca 1990, 1307 pp.; J. A. SAYÉS, Señor y Cristo, Eunsa, Pamplona1995, 552 pp.; J. ESPEJA, Jesucristo. Una propuesta de vida, San Pablo, Madrid 20122, 372 pp.; ID, Creer enJesucristo, BAC, Madrid 1997, 170 pp.; M. GARCÍA CORDERO, Jesús. He aquí el hombre. Semblanzas de Jesús,Edibesa, Madrid 1996, 215 pp.; C. H. DODD, El fundador del cristianismo, Herder, Barcelona 1974, 202 pp.; G.BIFFI, Jesús de Nazaret. Centro del cosmos y de la historia, San Pablo, Madrid 2001, 148 pp.; K. ADAM , Cristo,nuestro hermano, Herder & Cía, Friburgo de Brisgovia (Alemania) 1940, 197 pp.; J. P. MEIER, Un judío marginalI: Las raíces del problema y de la persona, Verbo Divino, Estella 1998, 470 pp.; G. MARCHESI, Jesús de Nazaret,¿quién eres tú? Esbozos cristológicos, San Pablo, Madrid 2007, 610 pp.; F. MARTÍNEZ FRESNEDA, Jesús, hijo yhermano, San Pablo, Madrid 2010, 716 pp.; G. RICIOTTI, Vida de Jesucristo, Edibesa, Madrid 2000, 595 pp.; J.M. LAGRANGE, Vida de Jesucristo según el evangelio, Edibesa, Madrid 1999, 545 pp.; L. DE GRANDMAISON,Jesucristo, Edibesa, Madrid 2000, 643 pp.

[3]SAN JUSTINO, Diálogo, 78.[4]ORÍGENES, Contra Celso, 1,51.[5]bQid, 30b.[6]Talmud de Babilonia, Yebamot, 63b.[7] Mt 12,41-42; Lc 10,24; Mc 2,1-12; 14,36.[8] Mt 2,1; Lc 1,5.[9] Jn 2,13; 6,4; 12,1.[10] B. RAMAZZOTTI, I tempi di Gesù, en Introduzione al Nuovo Testamento, Morcelliana, Brescia 1971, 359-

463; A. GEORGE-P. GRELOT, Introducción crítica al Nuevo Testamento I, Herder, Barcelona 1983, 41-236; A.ROBERT-A. FEUILLET, Introducción a la Biblia II: Nuevo Testamento, Herder, Barcelona 1970, 56-117; J. L.MARTÍN DESCALZO, o.c., 29-69.

[11] Jn 1,19-28; 4,25; Lc 7,19; Jn 6,15; Mc 11,9-10.[12]E. SÁNCHEZ, Descubre la Biblia, Sociedades Bíblicas Unidas 1998, 92-94.[13]J. ESPEJA, Creer en Jesucristo, o.c., 18-27.[14]J. A. SAYÉS, Señor y Cristo, Eunsa, Pamplona, 552 pp.; J. A. PAGOLA, Jesús. Aproximación histórica, PPC,

Madrid 2007, 539 pp.; C. H. DODD, El fundador del cristianismo, Herder, Barcelona 1974, 202 pp.; W. KASPER,Jesús, el Cristo, Sígueme, Salamanca 1976, 349 pp.; F. MARTÍNEZ DÍEZ, Creer en Jesucristo. Vivir en cristiano.Cristología y seguimiento, Verbo Divino, Estella 2005, 973 pp.; J. L. MARTÍN DESCALZO, Vida y misterio de Jesúsde Nazaret, Sígueme, Salamanca 1990, 1307 pp.; G. BORNKAM, Jesús de Nazaret, Sígueme, Salamanca 1975, 231pp.; R. CANTALAMESSA, Jesucristo, el Santo de Dios, Paulinas, Madrid 1991, 184 pp.; R. FABRIS, Jesús de Nazaret.Historia e interpretación, Sígueme, Salamanca 1992, 343 pp.; R. BROWN, El nacimiento del Mesías. Comentarioa los relatos de la Infancia, Cristiandad, Madrid 1982, 622; J. MCDOWELL, El factor de la resurrección, Clie,Tarrasa 1988, 240 pp.; G. MARCHESI, Jesús de Nazaret, ¿quién eres tú? Esbozos cristológicos, San Pablo, Madrid2007, 610 pp.; F. MARTÍNEZ FRESNEDA, Jesús, hijo y hermano, San Pablo, Madrid 2010, 715 pp.; V. MESSORI,Dicen que ha resucitado. Una investigación sobre el sepulcro vacío, Rialp, Madrid 2001, 297 pp.; J. P. MEIER, Unjudío marginal. Nueva visión del Jesús histórico II. Juan y Jesús. El reino de Dios, Verbo Divino, Estella 1999,592 pp.; BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, La Esfera de los Libros, Madrid 2007, 447 pp.; ID, Jesús de Nazaret.Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección, Encuentro, Madrid 2011, 396 pp.; J. GNILKA, Jesús deNazaret. Mensaje e historia, Herder, Barcelona 1993, 399 pp.; G. RICIOTTI, Vida de Jesucristo, Edibesa, Madrid2000, 595 pp.; T. P. RAUSCH, ¿Quién es Jesús? Introducción a la cristología, Mensajero, Bilbao 2006, 302 pp.

[15]A. VÖEGTLE, Selecciones de Teología 33 (1970) 95-106.[16] Mt 3,1-12; Mc 1,2-8; Lc 3,1-18.[17]Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22.[18]J. JEREMIAS, Teología del Nuevo Testamento I, Sígueme, Salamanca 1974, 102-104.[19]Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13.[20]J. L. MARTÍN DESCALZO, o.c., 370-390.[21]K. B. OSBORNE, The Resurrection of Jesus: New Considerations for its Theological Interpretation, Paulist,

Nueva York 1977, 150.

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[22] Mt 4,23; 9,35; 8,16; Mc 1,39; Lc 4,40; 4,18-19; 7,22; He 10,38...[23]J. L. MARTÍN DESCALZO, o.c., 425-487.[24]J. GNILKA, o.c., 145-171.[25]F. F. RAMOS, El reino en parábolas, Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca 1996, 361 pp. ; J.

JEREMIAS, Las parábolas de Jesús, Verbo Divino, Estella 1997, 287 pp.; L. ALGISI, Gesú e le sue parabole,Marietti, Turín 1963, 391 pp.; C. H. DODD, Las parábolas del reino, Cristiandad, Madrid 1974, 283 pp.

[26]I. GOMÁ, El evangelio según San Mateo I (1-13), Marova, Madrid 1965, 669.[27]J. SCHLOSSER, Le Règne de Dieu dans les dits de Jésus II, Gabalda, París 1980, 419-747.[28]J. JEREMIAS, o.c., 139.[29]J. SOBRINO, Jesucristo liberador, Trotta, Madrid 1997, 110-117.[30] Mc 9,33-37; Mt 18,1-5; Lc 9,46-48.[31] Mt 11,15-27; Lc 10,21-22.[32] Mc 2,18-28; Mt 15,1-9; 22,15-45.[33] Mt 10,2-4; Mc 3,16-19; Lc 6,14-16.[34] Mc 8,31-33; Mt 16,21-23; Lc 9,22.[35] Mc 9,30-32; Mt 17,22-23; Lc 9,43-45.[36] Mc 10,32-34; Mt 20,17-19; Lc 18,31-33.[37] Mt 26,26-28; Mc 14,22-24; Lc 22,19-20, 1Cor 11,23-25.[38]J. L. MARTÍN DESCALZO, o.c., 939-977.[39]T. P. RAUSCH, ¿Quién es Jesús? Introducción a la cristología, Mensajero, Bilbao 2006, 141-162.[40]J. A. PAGOLA, o.c., 411-444.[41] Mt 28,1-8; Mc 16,1-8; Lc 24,1-11; Jn 20,1-10.[42]C. H. DODD, El fundador del cristianismo, Herder, Barcelona 1974, 191-202.[43]J. MCDOWELL, El factor de la resurrección, Comisión Bíblica, La Habana 1988, 240 pp.[44]J. A. SAYÉS, Más allá de la muerte, San Pablo, Madrid 2009.[45]V. MESSORI, o.c., 239.[46]MELITÓN DE SARDES, Homilía sobre la Pascua, Eunsa, Pamplona 1975, 210-216.[47]J. A. SAYÉS, Señor y Cristo, Eunsa, Pamplona 1995, 552 pp.; R. LATOURELLE, A Jesús el Cristo por los

evangelios, Sígueme, Salamanca 1982, 249 pp.; S. ZEDDA, I Vangeli e la critica oggi. Dal Cristo della fede alGesù della storia, Editrice Trevigiana, Treviso 1965, 195 pp.; V. MESSORI, Hipótesis sobre Jesús, Mensajero,Bilbao 1978, 231 pp.; J. P. MEIER, Un judío marginal, I: Las raíces del problema y de la persona, Verbo Divino,Estella 1998, 470 pp.; ID, Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico II/I. Juan y Jesús. El reino deDios, Verbo Divino, Estella 1999, 592 pp.; W. KASPER, Jesús, el Cristo, Sígueme, Salamanca 1976, 349 pp.; F.MARTÍNEZ DÍEZ, Creer en Jesucristo. Vivir en cristiano. Cristología y seguimiento, Verbo Divino, Estella 2005, 973pp.; J. ARIAS , Jesús, ese gran desconocido, Maeva, Madrid 2001, 247 pp.; R. FABRIS, Jesús de Nazaret. Historia ainterpretación, Sígueme, Salamanca 1992, 343 pp.; J. CARRÓN, Jesucristo a la luz de la investigación histórica(notas recibidas en un correo electrónico); G. MARCHESI, Jesús de Nazaret, ¿quién eres tú? Esbozos cristológicos,San Pablo, Madrid 2007, 610 pp.; F. MARTÍNEZ FRESNEDA, Jesús, hijo y hermano, San Pablo, Madrid 2010, 716pp.; J. A. PAGOLA, Jesús. Aproximación histórica, PPC, Madrid 2007, 539 pp.; K. BERGER, Jesús, Sal Terrae,Santander 2009, 719 pp.; X. LÉON-DUFOUR, Los evangelios y la historia de Jesús, Estela, Barcelona 1966; J.CABA, De los evangelios al Jesús histórico, BAC, Madrid 1971; W. TRILLING, Jesús y los problemas de suhistoricidad, Herder, Barcelona 1970; J. R. GEISELMANN, Jesús el Cristo: La cuestión del Jesús histórico, Marfil,Alcoy 1971...

[48]R. W. FUNK-R. W. HOOVER-THE JESUS SEMINAR, The five Gospels. What did Jesus really say? The Search forthe Authentic Words of Jesus, Nueva York 1993.

[49]J. ARIAS , o.c., 189-198.[50]S. ZEDDA, o.c., 90-159; R. LATOURELLE, o.c., 131-181.[51]SAN JUSTINO, Apolog. 1,67.[52]E. RENAN, Vie de Jésus, 13ª ed., p. XCVIII.[53]H. K. MCARTHUR, Basic Issues. A survey of recent Gospel Research, Interpretatíon 18 (1964) 39-55; N.

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PERRIN, Redisconvering the Teaching of Jesus, Londres 1967; I. DE LA POTTERIE, Come impostare oggi ilproblema del Gesú storico?, La Civiltà Cattolica 120 (1969) 447-463; R. LATOURELLE, Criteri di antenticità storicadei vangeli, La Civiltà Cattolica 126 (175,1) 529-548; ID, A Jesús el Cristo por los evangelios, Sígueme,Salamanca 1982, 202-226; J. P. MEIER, o.c., 184-199, los divide en criterios primarios y criterios secundarios (odudosos). Entre los primeros enumera los siguientes: criterio de dificultad, criterio de discontinuidad, criterio detestimonio múltiple, criterio de coherencia, criterio de rechazo y ejecución; entre los segundos enumera: criteriode huellas del arameo, criterio del ambiente palestino, criterio de la viveza narrativa, criterio de las tendenciasevolutivas de la tradición sinóptica. Otros utilizan también lo que denominan criterio de explicación necesaria y uncriterio derivado, que denominan el estilo de Jesús.

[54]L. SABOURIN, Los nombres y títulos de Cristo, San Esteban, Salamanca 1964, 375 pp.; F. BLASI BIRBE, Losnombres de Cristo en la Biblia, Eunsa, Pamplona 1993, 219 pp.; O. CULLMANN, Cristología del NuevoTestamento, Sígueme, Salamanca 1998, 455 pp.; C. DUQUOC, Cristología. Ensayo dogmático sobre Jesús deNazaret, el Mesías, Sígueme, Salamanca 1992, 594 pp.; F. MARTÍNEZ DÍEZ, Creer en Jesucristo. Vivir en cristiano.Cristología y seguimiento, Verbo Divino, Estella 2005, 973 pp.; J. A. SAYÉS, Señor y Cristo, Eunsa, Pamplona,552 pp.; M. GARCÍA CORDERO, Teología de la Biblia II. Nuevo Testamento, BAC, Madrid 1972, 684 pp.; B.SESBOÜÉ, Imágenes deformadas de Jesús, Mensajero, Bilbao 1999, 237 pp.; G. MARCHESI, Jesús de Nazaret,¿quién eres tú? Esbozos cristológicos, San Pablo, Madrid 2007, 610 pp.; F. MARTÍNEZ FRESNEDA, Jesús, hijo yhermano, San Pablo, Madrid 2010, 715 pp.; E. BUENO DE LA FUENTE, Los rostros de Cristo en la teologíacontemporánea, BAC, Madrid 1977, 154 pp.; R. DE ANDRÉS , Jesús siempre y más. 1.000 opiniones sobre Cristo,Edibesa, Madrid 1997, 525 pp.; R. CANTALAMESSA, Jesucristo, el Santo de Dios, Paulinas, Madrid 1991, 184 pp.

[55] Is 42,1-4; 49,1-6; 50,4-9; 52,13–53,12.[56] Mt 12,41-42; Lc 10,24.[57]V. BORRAGÁN MATA, ¿Nos salvaremos todos? ¿Se condenará alguno? Gratuidad de la salvación, Edibesa,

Madrid 2004, 209 pp.[58]W. BARCLAY, Palabras griegas del Nuevo Testamento, Casa Bautista de Publicaciones 1977, 155-157.[59] 1Tim 2,5; Heb 8,6; 9,15; 12,24.[60]F. BLASI BIRBE, o.c., 37-38.[61]J. M. BOVER, Comentario al sermón de la cena, BAC, Madrid 1955, 41.[62] C. SPICK, Ankura et pródromos dans Hébr. 6,19-20, Studia Theologica 3 (1949) 185-187.[63] En 1907 F. Diekamp publicó una obra titulada Doctrina Patrum de Incarnatione Verbi, escrita en el siglo

VII. En el capítulo 38 aparece una lista de nombres escriturísticos del Salvador, reunida, al parecer, por el autor dela obra. Aunque sólo sea por curiosidad quiero recordar ahora los títulos aplicados a Jesús en ella: Sabiduría,Verbo (Logos), Hijo de Dios, Dios Verbo, Luz del mundo, Luz verdadera, Resurrección, Camino, Verdad, Vida,Puerta, Pastor, Mesías, Cristo, Señor, Maestro, Palabra, Rey, Justo, Verdadera Viña, Pan de vida, Primero yÚltimo, Viviente y hecho muerto, Alfa y Omega, Principio y Fin, Aquel que es, Aquel que era, Aquel que viene,Fiel, Verdadero, Flecha elegida, Siervo de Dios, Luz de las naciones, Cordero sin malicia, Cordero de Dios,Hombre, Abogado, Expiación, Poder de Dios, Sabiduría de Dios, Medio de expiación, Fuego consumidor,Santificación, Redención, Justicia, Sumo Sacerdote, Judá, Leoncillo, León, David, Santo, Raíz, Retoño, Flor,Yema, Piedra, Roca, Unicornio, Astro, Profeta, General en jefe, Sacerdote, Sacrificio, Altar, Muy amado,Redentor, Altísimo, Gusano, Nombre del Señor, Niño pobre, Sabio indigente, Esposo, Pantera, Jefe, Dueño detodo, Mano, Diestra, Brazo, Nombre de Dios, Mensajero o Ángel, Sol de justicia, Cordero, Nubarrón de justicia,Sol saliente, Hijo del hombre, Ley, Justo Juez, Emmanuel, Mensajero del gran consejo, Maravilloso, Consejero,Dios Fuerte, Maestro, Príncipe de la paz, padre del siglo futuro, Testigo, Salud, Justicia, Gloria del Señor,Majestad de Dios, salud, Alianza del pueblo, Siervo que yo he elegido, Dios de Israel, Salvador, Exultación,Imagen de Dios, Forma, Resplandor, Efigie, Primogénito, Muy amado, Nardo, Saquito de mirra, Flor del llano,Lirio, Manzano, Gacela, Cervatillo, Salomón, Pastor, Racimo de alheña, Palmera, Árbol de vida, Apóstol. Bueno,Hijo muy amado, Niño, Recién nacido, Piedra de tropiezo, Piedra que hace tropezar, Paz, Unigénito, Pan, Brebaje,Fuente, Luz, Ofrenda, Rescate, Heredero, Dulce, Humilde, Maldición, Bendición, Caída y levantamiento,Intercesor, Espíritu, Agua de la vida... He pasado algunos títulos por encima, pero la lista contiene un total de187, que han sido tomados de los profetas, del libro del Cantar de los Cantares y de los escritos del NuevoTestamento. L. SABOURIN, o.c., 344-349.

[64]R. DE ANDRÉS , Jesús siempre y más. 1.000 opiniones sobre Cristo, Edibesa, Madrid 1997, 525 pp.[65]J. A. SAYÉS, Señor y Cristo, Eunsa, Pamplona, 552 pp.; W. KASPER, Jesús, el Cristo, Sígueme, Salamanca

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1976, 349 pp.; O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, BAC, Madrid 2001, 601 pp.; F. MARTÍNEZ DÍEZ, Creer enJesucristo. Vivir en cristiano. Cristología y seguimiento, Verbo Divino, Estella 2005, 973 pp.; B. SESBOÜÉ,Imágenes deformadas de Jesús, Mensajero, Bilbao 1999, 237 pp.; E. BUENO DE LA FUENTE, Los rostros de Cristo enla teología contemporánea, BAC, Madrid 1977, 154 pp.; R. CANTALAMESSA, Jesucristo, el Santo de Dios,Paulinas, Madrid 1991, 184 pp.; G. MARCHESI, Jesús de Nazaret, ¿quién eres tú? Esbozos cristológicos, SanPablo, Madrid 2007, 610 pp.; F. MARTÍNEZ FRESNEDA, Jesús, hijo y hermano, San Pablo, Madrid 2010, 715 pp.;Mysterium salutis III/1, Cristiandad, Madrid 1971, 245-409...

[66]TERTULIANO, CC 2,873.[67]MELITÓN DE SARDES, En torno a la Pascua, 70; cf SAN JUSTINO, Dial. 85,2.[68]GREGORIO NACIANCENO, PG 37, 181.[69]F. MARTÍNEZ DÍEZ, o.c., 323-325; Mysterium salutis III/1, 21-504; B. FORTE, Jesús de Nazaret. Historia de

Dios, Dios de la historia, Madrid 19892, 125-148.[70]E. BUENO, Los rostros de Cristo, BAC, Madrid 1997, 154 pp.; B. SESBOÜÉ, Imágenes deformadas de Jesús,

Mensajero, Bilbao 1999, 237 pp.[71]R. CANTALAMESSA, o.c., 139-176.[72]J. A. SAYÉS, Señor y Cristo, Eunsa, Pamplona 1995, 552 pp.; C. H. DODD, El fundador del cristianismo,

Herder, Barcelona 1974, 202 pp.; F. MARTÍNEZ DÍEZ, Creer en Jesucristo. Vivir en cristiano. Cristología yseguimiento, Verbo Divino, Estella 2005, 973 pp.; R. CANTALAMESSA, Jesucristo, el Santo de Dios, Paulinas,Madrid 1991, 184 pp.; J. M. CASTILLO, El seguimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca 1988, 239 pp.; J. ESPEJA,Creer en Jesucristo, BAC, Madrid 1997, 170 pp.; ID, Jesucristo. Una propuesta de vida, San Pablo, Madrid 20122,372 pp.; A. M. GREELEY, El mito de Jesús, Cristiandad, Madrid 1973, 230 pp.

[73] Jn 13,34-35; 15,12; 1Jn 4,20-21; 3,11; 4,7-8.11-12.[74] Mt 10,7-8; Lc 9,2; 10,9; Mc 6,12-13; 16,17-18.[75] He 5,12.15-16; 8,7 (3,1-10; 9,32-35; 9,36-43; 14,8-10; 28,8).[76]J. M. CASTILLO, o.c., 160-184.

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