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Biografía de El Guasón, el villano del cómic

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El Guasón: diseño de una demencia Por: Alfredo Gutiérrez BorreroEspecial para proyectodiseñoPublicado en Revista Proyectodiseño PD No. 57 páginas 19-23Septiembre de [email protected]

A mediados del siglo XIX, Heinrich Heine, ese poeta alemán en quien el Romanticismo encontró su apogeo y su defunción, pensó que quizás la verdadera locura es “la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, tomó la inteligente resolución de volverse loca” y acaso estaba en lo cierto pues una demencia en realidad sobresaliente es imposible sin la complicidad de una inteligencia superior. Cabal prueba de ello es un comediante con diez mil identidades y ninguna verdadera, cuya astucia excepcional es agudizada por su retorcido sentido del humor: Payaso príncipe del crimen, Arlequín del mal, As de los rufianes; aquel a quien el público anglosajón llama “The Joker”, el de la altiva España “el Joker”, el de la hispanohablante América Latina el “Guasón” y el del inmenso Brasil “Coringa”. Es el más famoso villano del comic, uno cuya leyenda adquirió otro matiz lúgubre cuando, el 22 de enero de 2008, poco después de finalizado el rodaje de la película “Batman: el caballero de la noche” o, en inglés, “The Dark Knight” (y mientras participaba en la filmación de “El Imaginarium del Doctor Parnasus”), el actor australiano Heath Andrew Ledger —quien había interpretado grandiosamente al Joker como antagonista del Hombre Murciélago—, apareció muerto en su apartamento del 421 de Broome Street, en el vecindario de SoHo en Manhattan. En apariencia tras un abuso anormal de medicamentos y calmantes de prescripción médica normal.

Guasón o Joker, su historia cuenta el diseño de una demencia. Hijo de la incertidumbreEl nacimiento literario del Joker (a quien conforme a su múltiple impersonalidad llamaré indistintamente a lo largo de este artículo por cualquiera de sus nombres), aconteció, en la primavera de 1940. Fue en el ejemplar No. 1 de la revista Batman (un año atrás —en el No. 27 de mayo de 1939—, el superhéroe que dio nombre a la publicación había comenzado a aparecer en las páginas de Detective Comics). Durante las casi siete décadas transcurridas desde entonces, el cruenta vínculo que el paladín y el villano comparten rivaliza con otros grandes encuentros y desencuentros fabulosos entre la cordura y la locura, o entre la justicia y el

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crimen. Hermanados por un nacimiento compartido e infinidad de batallas libradas entre ambos, Batman y el Guasón verifican el sempiterno conflicto que, en el reino de los arquetipos —y sobre el e imaginario tinglado de los opuestos y complementarios—, enfrentó desde las raíces de la simpatía, por ejemplo, y entre otros muchos, a Sherlock Holmes, a Harry Potter, al Doctor Jekyll, a Bugs Bunny, a Optimus Prime, a Abraham Van Helsing y a los Caballeros Jedi contra los emisarios de la antipatía, sus respectivos archienemigos: el Profesor James Moriarty, Lord Voldemort, Mister Hyde, Elmer Gruñón, Megatrón, Drácula yolos Señores Oscuros del Sith. Una danza entre la maldad y la bondad que nos fascina a todos en virtud de nuestras tensiones, manifiestas u ocultas, pero indefectibles, entre la ambición y el compromiso.

Desde esa primavera de 1940, el Guasón comenzó a generar complicaciones en el mundo real y en el fantástico. La creación del concepto y el desarrollo inicial del personaje ocasionaron una áspera disputa (irresoluta hasta hoy, cuando dos de sus tres protagonistas han fallecido), que enfrentó durante años a las estrellas de la entonces National Comics (más adelante “Detective Comics” y hoy DC Comics). Por un lado, al acreditado padre de Batman, el escritor y artista de comic estadounidense Bob Kane (nacido Robert Kahn, 1915-1998) con apoyo del también escritor de comic —y muchas veces dejado de lado como coautor de Batman— William “Bill” Finger (1914-1974), en contra del gran dibujante de comic, asimismo estadounidense, Jerry Robinson (nacido en 1922 y quien dio apariencia inicial a Batman y a su elenco durante la década de 1940).

La manzana, o mejor la ilustración de la discordia, fue el primer dibujo del Joker por parte de Robinson a partir de una carta de baraja hoy expuesta en el museo judío de Nueva York (recuérdese que Kane y Finger eran judíos como muchísimos de los pioneros del gran cómic norteamericano). Aquí lo indescifrables es la cuestión del origen, ¿fue primero el dibujo? ¿o el concepto? Kane, especialmente, siempre sostuvo lo segundo, Robinson, lo primero. Si somos estrictos, ninguna de la partes, según veremos, tiene razón pues tratándose de pasiones somos todos desequilibrados. Kane (quien negó crédito incluso a Finger sobre la autoría de Batman), asevera que él concibió (con Finger) al Joker a partir de una carta de un comodín de la misma baraja que según Robinson lo inspiró a él. Robinson lo contradice. Como sea, la máscara de risueña distorsión que marcó los rasgos con los que el guasón obtuvo un semblante inicial fue sugerida —y en eso todos parecen concordar— por el rostro con el cual el actor alemán Conrad Veit (1893-1943), apareció en la película de 1928 “The Man Who Laughs” (“El hombre que ríe”). Así, alemanes y judíos se entrelazan en el

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amanecer de la ‘batimitología’ pues dicha obra, una de las películas con las que la Universal Pictures hizo la transición del cine mudo al sonoro (al incluir las incipientes bandas sonoras), fue dirigida por el también alemán, Paul Leni (1885-1929). No obstante, si de autorías se trata, desde el sepulcro podría venir a reclamar la paternidad del Guasón el más destacado de los escritores románticos franceses: Víctor Hugo (1802-1885), poeta, activista, novelista, ensayista y muchas cosas más. Ello por cuanto, la película “El hombre que ríe” adaptó para el cine un drama en prosa de idéntico nombre que, en 1869, el perenne literato legó a la humanidad. El protagonista de aquel drama es el dueño legítimo del gesto burlesco que vía Paul Leni, Conrad Veit, Kane, Finger y Robinson nos ha llegado como el Joker.

Esa horrible sonrisaEl drama de Víctor Hugo orbita en torno a la suerte de Gwynplaine (en galés, “Blanco insignificante”), también conocido como “El hombre que ríe” y llamado en realidad Fernando Clancharlie. Hijo de lord Lineus Clancharlie, noble adversario del rey Jacobo II de Inglaterra ejecutado por rehusarse a besar la mano de aquel monarca, el pequeño Gwynplaine fue desfigurado a los dos años de edad, y según orden real, por el despreciable doctor Hardquanonne quien le practicó la operación Bucca fissa (boca fija) para alterar su aspecto por siempre estampándole una espeluznante sonrisa con la cual, reza el texto “nunca dejará de reírse de su traidor padre”. Allí acaban las coincidencias con Gwynplaine, porque éste, a diferencia del Guasón, es un héroe. Aunque, si evocamos a Eric Draven en “El Cuervo” (película que, por cierto, supuso en 1993, tras lamentable descuido, la muerte —esa sí en plena filmación— de Brandon Lee y ¡oh pavorosa coincidencia! como la de Heath Ledger, a los 28 años de edad) es obvio que incluso cuando son portados por héroes, todos rostro blanquecino y sudoroso, con sonrisa fija nos empuja a ese limbo donde el chillido de pánico se enreda en sollozos ante la risotada del verdugo mientras la musculatura se relaja, sucede un desfallecimiento total, las facultades mentales se aturden, la sangre se congela el corazón cede y los esfínteres liberan contenidos húmedos, pastosos y olorosos. De tal suerte, una sonrisa fija como esa, cada vez más macabra a medida que el presente se torna más esquizofrénico, será el temible distintivo del Joker desde sus inciertos umbrales.

En principio, empero, el personaje, durante las edades de oro y plata del comic (décadas de 1940 y 1950) fue mucho menos perturbador. Incluso, el Joker estuvo a punto de morir en su segunda aparición. Originariamente pensando como asesino masivo y agresivo jugador de cartas, la intervención inquisitorial de la Comics Code Authority (CCA), entidad

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censora del gobierno, obligó a que sus chistes se tornasen menos desalmados y sus crímenes menos sanguinarios y más hilarantes; no obstante su estilo ya estaba dado y cada dibujante que se hacía cargo sólo lo modificaba sin apartarse de él: piel blanca, labios rojo rubí y ese infaltable vestido púrpura que lo convierte en maligno y ridículo sacerdote del mal.

En 1964, el personaje desapareció de las revistas a consecuencia de las antipatías del editor de DC Comics Julius “Julie” Schwartz (1915-2004). Sin embargo, debutaría en las series televisivas de la ABC representado, durante 18 episodios por el autor estadounidense, de padres cubanos, Cesar Romero (1907-1994). Su reputación terrorífica cayó muy bajo al pelear contra ese Batman panzón (Adam West) y ese con Robin cursi (Burt Ward)… ¡Paff!, ¡Pum!, ¡Crash! ¡Santos Caracoles mercachifles, Batman! ¿recuerdan? Romero entonces asumió la misma apariencia del comic exceptuando su bigote, que el actor rechazó afeitarse, apenas disimulado con un maquillaje blanco. Transmutar el agua de Ciudad Gótica en gelatina y otras proezas por el estilo más propias de un adversario del Chapulín Colorado, fueron a la sazón sus fechorías. La recreación del malPor suerte, las mandíbulas temblarían de nuevo y en inspiraciones profundas, contraerían espasmódicamente la musculatura torácica mientras el diafragma agitaba la cabeza de lado a lado, se entreabría la boca y se desplazaban las comisuras labiales nerviosamente hacia atrás y arriba. Con el labio superior también alzado ligeramente, el villano a carcajadas volvió. Protagonizó una reinterpretación triunfal en 1973 (Batman No. 257) cuando, en las “Cinco formas de venganza del Joker”, el personaje fue asumido por una dupla estadounidense, la del escritor y editor Dennis O'Neil (n. 1939) con el dibujante Neal Adams (n. 1941).

Con ellos, el Guasón abandonó las picardías ñoñas y gradualmente tomó el abismo de la psicopatía por el que se despeña hasta hoy. La prosa de O’Neil lo mostró como un sangriento homicida, en tanto la pluma de Adams delineó a un pandillero de huesos largos, con un sombrero fedora y un largo gabán. El estallido de innovación continuó en la más afamada e influyente novela gráfica de Batman en todos los tiempos, Batman: The Dark Knight Return de autoría del polifacético guionista y dibujante Frank Miller (n. en 1957 en Vermont EE. UU.). El Guason de Miller resultó más musculoso y, pese a ser casi afeminado (el contorno rojizo de su boca se debía al uso consuetudinario del labial), mucho más imponente y asustador.

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Un par de años después, es publicada otra novela gráfica, “La Broma Mortal” (“The Killing Joke”), esta vez fruto del talento de una pareja de ingleses, el escritor Alan Moore (n. 1953) y el dibujante Brian Bolland (n. 1951). La trama explora el origen y el perfil psicológico del Joker. Moore y Bolland humanizaron al Guasón, mostrando que un mal día puede trocar a un manso comediante en asesino psicópata. En el argumento, un humilde actor pierde a su mujer embarazada y se ve implicado en un asalto a una fábrica de químicos en la que había trabajado. Perseguido por Batman su expresión es alterada por una inmersión accidental en sustancias químicas y gracias a Bolland adquiere, ahora permutado en Joker, una estética malévola y una humana plasticidad anatómica que acentúan la crudeza poética de su sonrisa homicida. En esta misma obra, el Guasón deja paralítica de un balazo a Barbará (hasta entonces Batichica), la hija del comisionado de policía James Gordon y secuestra a su padre con el fin de desquiciarlo. Cuando Batman acude al rescate tiene lugar uno de los diálogos más afamados en la historia del comic. En su más celebrada línea, el Joker le dice al Hombre Murciélago: “si he de tener un pasado, prefiero que sea de opción múltiple”.

Acto seguido el gran malvado saltó a la pantalla grande, en 1989, con la cinta “Batman” dirigida por el californiano Tim Burton (n. 1958). Esta vez el Guasón fue escenificado por un experto en vitalizar papeles de neuróticos, Jack Nicholson (n. 1937) con traje púrpura, cabello verde y su icónico guiño tragicómico emergió en una fiel versión cinematográfica para el estilo del trazo de Brian Bolland. Pero con un inconveniente. Los espectadores sólo vimos a Nicholson disfrazado de Joker.

No al Joker.

Parcial acto final de una manía inagotableEl recorrido continuaría en las series dibujos animados de Batman en 1992 cuyo episodio 2: “Navidad con el Joker”, introdujo de nuevo en la pantalla chica otra versión del Guasón consecuencia combinada de la faena de dos estadounidenses: el escritor y productor Paul Dini (n. 1957), y el animador dibujante Bruce Timm (n. 1961), muy estilizado y con la voz del célebre Luke Skywalker, Mark Hamill (n. 1951), esta vez don Guasón poseía mandíbula cuadrada y una afilada nariz.

El periplo trágico culmina, por ahora, con la consagración y el ocaso de Heath Ledger, cuya versión 2008 para la película de Christopher Nolan, es la más posmoderna del Guasón, evocadora de “El Cuervo” que plasmó Brandon Lee en el filme del australiano Alex Proyas (n. 1963). Afín, además a lo estipulado por el semiólogo italiano Omar Calabrese en su

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libro la “Era Neobarroca”, este Joker de Ledger, que enfrenta y opaca al anglo-galés Batman “a la Christian Bale” (n. 1974) luce excesivo, fragmentado, metamorfoseado, inestable, caótico, disoluto, laberíntico, distorsionado y abyecto. Su sonrisa ya no es producto de un baño tóxico sino resultado de profundos cortes en su piel que amplían sardónicamente las comisuras labiales. Tales cicatrices son denominadas “Sonrisa de Glasgow” en honor y horror de la violenta tradición de las bandas de peleadores callejeros escoceses de marcar así a sus enemigos. El cuadro lo completan un traje que es una colcha de retazos y la conducta de un perfecto anarquista tan perfecto como para incinerar la montaña de billetes que obtiene tras imponerse a las mafias organizadas de Ciudad Gótica.

Ciertamente, así van las cosas a la fecha. Aunque, por supuesto, cabría agregar mucho más. El espacio, empero, apremia y debo dejar en el tintero infinidad de pormenores, como las relaciones amorosas sadomasoquistas del Joker con Harley Quinn, aquella psiquiatra que —pretendiendo curarlo en el asilo Arkham—, acabó también transformada en psicópata y emparejada brutalmente con él; o su labor como embajador de Qurac ante la ONU (una versión ficticia de Irán, en el Universo DC) que devino en formidables choques contra Batman e incluso contra el mismísimo Supermán ante el cual nunca se doblegó; o, asimismo, su repertorio de combate, su agilidad felina, sus gases mortales, la letal flor de su solapa, su vibrador eléctrico de mano y sus habilidades con la navaja; o incluso los dos mil y más asesinatos perpetrados en su carrera, incluido el de Jason Todd, el segundo adolescente que llevó el título de Robin.

Tanto y más confluye al diseño de una demencia que nos fascina y persigue, al diseño de una chifladura que cumple casi setenta años. En últimas, el Guasón es la versión artística de la ‘forclusión’ psicopática en el sentido atribuido a dicho término por el psicoanalista francés, Jacques Lacan (1901-1981) para designar aquella parte del yo, personal o colectivo, expulsada del universo simbólico al dominio de lo inexpresable para propiciar una abyección que, a diferencia de lo acontecido con la represión, no está integrada en el inconsciente sino fuera de él y que, entre carcajadas malignas siempre retorna envuelta en colores y gestos para torturarnos y entablar en diez mil formas batallas alucinatorias contra nuestro Batman interior. Es la conflagración inacabable del deber contra el deseo.

Esa que no se resuelve jamás. [email protected]

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