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1 Robert Jordan LA RUEDA DEL TIEMPO LIBRO 1 - EL OJO DEL MUNDO

jordan, robert - la rueda del tiempo 1 - el ojo del mundo.… contemporánea... · LA RUEDA DEL TIEMPO LIBRO 1 - EL OJO DEL MUNDO . 2 PRÓLOGO El Monte del Dragón ... -Señor de

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    Robert Jordan

    LA RUEDA DEL TIEMPO

    LIBRO 1 - EL OJO DEL MUNDO

  • 2

    PRLOGO

    El Monte del Dragn

    El palacio todava se agitaba en ocasiones mientras la tierra retumbaba en la memoria; cruja como si quisiera negar lo acontecido. Haces de luz, filtrados a travs de las hendiduras de la pared, hacan resplandecer las motas de polvo suspendidas en el aire. Las paredes, el suelo y los techos conservaban las marcas del paso del fuego. Amplias manchas negras cruzaban las pinturas y oropeles arrasados de lo que en otro tiempo eran abigarrados murales; el holln cubra frisos desmenuzados de hombres y animales que parecan haber tratado de escapar antes de que la locura cesara. Los cadveres yacan por doquier; hombres, mujeres y nios alcanzados en la huida por los rayos que se haban abatido sobre cada corredor, abrasados por el fuego que les haba seguido los pasos o atrapados en las piedras del palacio que se haban abalanzado sobre ellos como organismos vivos antes del retorno de la calma. Como curioso contrapunto, brillantes tapices y pinturas, todos obras maestras, pendan inclumes excepto en los puntos en que las paredes los haban empujado al pandearse. Los lujosos muebles labrados con incrustaciones de oro y marfil, salvo los que fueron derribados por la protuberancia del suelo, permanecan intactos. El gran descarriador de la mente haba golpeado en la esencia sin importarle los objetos que la rodeaban.

    Lews Therin Telamon vagaba por el palacio, manteniendo hbilmente el equilibrio cuando la tierra se levantaba.

    -Ilyena! Amor mo, dnde ests?

    El borde de su capa gris claro se arrastraba por la sangre mientras caminaba por encima del cuerpo de una mujer de cabellos rubios cuya belleza estaba desfigurada por el horror de sus ltimos momentos; la incredulidad haba quedado plasmada en sus ojos, todava abiertos.

    -Dnde ests, esposa ma? -segua implorante-. Dnde se han escondido todos?

    Sus ojos toparon con su propia imagen reflejada en un espejo que colgaba torcido sobre el mrmol cuarteado. Su atuendo, de color gris, escarlata y dorado, antao majestuoso, cuya tela primorosamente bordada haba sido trada por los mercaderes de allende el Mar del Mundo, se hallaba ahora ajada y sucia, cargada con la misma capa de polvo que le cubra los cabellos y la piel. Por un instante toc el smbolo que luca su capa, un crculo mitad blanco y mitad negro, con los colores separados por una lnea irregular. Aquel smbolo tena algn significado. Sin embargo, el emblema bordado no logr retener largo tiempo su atencin. Contemplaba su propio reflejo con igual asombro. Un hombre alto, de mediana edad, apuesto en otro tiempo, pero que tena ms cabellos blancos que castaos y un rostro marcado por el esfuerzo y la preocupacin; sus ojos oscuros haban visto ya demasiado. Lews Therin comenz a rer entre dientes, despus ech la cabeza hacia atrs; su risa reson por las salas deshabitadas.

    -Ilyena, amor mo! Ven a m, esposa ma. Debes ver esto.

    Tras l, el aire se ondulaba, reluca, se solidificaba para conformar el contorno de un hombre que mir en torno a s con la boca contrada en un rictus de disgusto. De menor estatura que Lews Therin, vesta por completo de negro con excepcin de un lazo blanco que rodeaba su garganta y el adorno plateado en la solapa de sus botas. Avanz con cautela, recogiendo su capa con fastidio para evitar que rozara a los muertos. El suelo experiment un leve temblor, pero su atencin estaba concentrada en el hombre que rea de cara al espejo.

    -Seor de la Maana -dijo-, he venido a buscarte.

    La risa par en seco, como si nunca hubiera existido, y Lews Therin se volvi sin mostrar asombro alguno.

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    -Ah, un husped. Tenis buena voz, forastero? Pronto llegar el momento de cantar y aqu sois todos bien acogidos para tomar parte en ello. Ilyena, amor mo, tenemos una visita. Ilyena, dnde ests?

    Los ojos del hombre de negro se abrieron con desmesura para posarse sobre el cadver de la mujer de pelo dorado y volver a fijarse de nuevo en Lews Therin.

    -Que Shai'tan os tome para s; acaso la corrupcin os atenaza hasta tal punto el entendimiento?

    -Ese nombre. Shai... -Lews Therin se estremeci y alz una mano como para protegerse de algo-. No debis pronunciar ese nombre. Es peligroso.

    -Veo que al menos recordis esto. Es peligroso para vos, imbcil, no para m. Qu ms os viene a la memoria? Recordad, idiota cegado por la Luz! No permitir que esto acabe sin que vos recobris la conciencia! Recordad!

    . Durante un instante Lews Therin contempl su mano levantada, fascinado por las manchas de suciedad. Entonces se restreg la mano en su capa, an ms mugrienta, y volvi a dedicar su atencin al otro hombre.

    -Quin sois? Qu queris?

    El individuo ataviado de negro se irgui con arrogancia.

    -Antes me llamaban Elan Morin Tedronai, pero ahora...

    -Traidor de la Esperanza. -Fue un susurro salido de boca de Lews Therin. El recuerdo despuntaba en l, pero gir la cabeza, negndose a abrazarlo.

    -De modo que recordis algunas cosas. S, Traidor de la Esperanza. As me bautizaron los hombres, como a vos os pusieron el nombre de Dragn, con la diferencia de que yo he adoptado el apelativo. Me lo otorgaron como un insulto y, sin embargo, yo los obligar a arrodillarse y rendirle adoracin. Qu vais a hacer vos con vuestro nombre? A partir de hoy, os llamarn Verdugo de la Humanidad. Qu postura vais a adoptar?

    Lews Therin arrug la frente y abarc con la mirada la sala en ruinas.

    -Ilyena debera estar aqu para dar la bienvenida a un husped murmur distrado antes de levantar la voz-. Ilyena, dnde ests?

    El suelo se estremeci y agit el cuerpo de la mujer de cabello rubio como si formulara una respuesta a su llamada. Sus ojos no la percibieron.

    -Reparad en vos -dijo despreciativo Elan Morin con una mueca-. En otro tiempo fuisteis el primero entre los Siervos. Hubo una poca en que invocasteis los Nueve Cetros del Dominio. Miraos ahora! Un desgraciado que mueve a compasin. Pero eso no me basta. Vos me vencisteis en las Puertas de Paaran Disen; sin embargo, ahora soy yo el ms grande. No os dejar morir sin que os deis cuenta. Cuando fallezcis, vuestro ltimo pensamiento ser la plena conciencia de vuestra derrota, de vuestro total aniquilamiento. Suponiendo que os conceda la suerte de morir.

    -No entiendo por qu tarda tanto Ilyena. Me reir cuando vea que no le he presentado a nuestro invitado. Espero que os guste conversar porque a ella le encanta. Os prevengo, Ilyena os har tantas preguntas que lo ms probable es que terminaris por contarle todo cuanto sabis.

    Elan Morin arroj hacia atrs su capa negra y dobl las manos.

    -Es una lstima para vos que no est presente ninguna de vuestras hermanas -musit-. Nunca he sido muy diestro con las curaciones, y ahora me sirvo de un poder distinto. Pero ni siquiera una de ellas podra proporcionaros unos minutos de lucidez, en caso de que vos mismo no la destruyerais antes. Lo que yo soy capaz de hacer ser igualmente vlido para mis propsitos. -Su sbita sonrisa era cruel-. Aun as, me temo que los remedios de Shai'tan son distintos de cuantos conocis. Que la salud retorne a ti, Lews Therin!

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    Extendi una mano y la luz se convirti en penumbra, como si una sombra hubiera ocultado el sol.

    El dolor se adue de Lews Therin y no logr contener los gritos que parecan salidos de sus entraas. El fuego invadi su mdula mientras el cido recorra sus venas. Cay de espaldas, aplastado sobre el suelo de mrmol; su cabeza golpe la piedra y rebot. El corazn le lata de forma vertiginosa, como si fuera a salrsele del pecho, y cada pulsacin traa consigo una nueva oleada de ardor. Presa de convulsiones, se revolva indefenso con el crneo convertido en una esfera de puro sufrimiento que pareca que fuera a estallar en cualquier momento. Sus roncos gemidos resonaban por todo el palacio.

    Poco a poco, con una lentitud extrema, el dolor disminuy. Tras su retirada, que pareci durar mil aos, l se agit espasmdicamente e inhal con avidez el aire a travs de una garganta seca. Se le antoj que poda haber transcurrido otro milenio antes de recobrar la capacidad de incorporarse, con los msculos doloridos, ayudado de manos y pies. Sus ojos se posaron sobre la mujer de cabellera dorada, y el grito que brot de su interior rest intensidad a los sonidos exhalados antes. Tambaleante, a punto de caer, gate hasta ella. Hubo de hacer uso de todas sus fuerzas para tomarla en brazos. Las manos le temblaban al apartarle los cabellos del rostro, que todava miraba con sus ojos muertos.

    -Ilyena! Que la Luz me proteja, Ilyena! -Su cuerpo se dobleg en actitud Protectora sobre la mujer, al tiempo que sus sollozos sonaban como los gritos desatados del hombre a quien no le queda ningn motivo para seguir viviendo-. Ilyena, no! No!

    -Podis recobrarla, Verdugo de la Humanidad. El Gran Seor de la Oscuridad puede devolverle la vida si estis dispuesto a servirlo. Si estis dispuesto a servirme a m.

    Lews Therin alz la cabeza y el sombro personaje retrocedi involuntariamente un paso bajo el peso de su mirada.

    -Diez aos, Traidor -dijo en voz baja Lews Therin, mostrando la misma suavidad del acero al ser desenfundado-. Hace diez aos que vuestro enloquecido amo viene destruyendo el mundo. Y ahora esto. Voy a...

    -Diez aos! Estpido sin remedio! Esta guerra no se desarrolla desde hace diez aos, sino desde el inicio del tiempo. Vos y yo hemos librado miles de batallas al comps de los giros de la Rueda, un milln de veces, y lucharemos hasta que el tiempo se detenga y suene el triunfo de la Sombra!

    Termin su explicacin con un grito y el puo levantado y en esta ocasin fue Lews Therin quien dio un paso atrs, con la respiracin contenida ante el destello de los ojos del Traidor.

    Lews Therin deposit amorosamente a Ilyena en el suelo y le acarici con ternura los cabellos. Las lgrimas le nublaban la visin al levantarse, pero su voz son con la frialdad del metal.

    -Por todo cuanto habis hecho, no puede existir el perdn para vos, Traidor, pero por la muerte de Ilyena os destruir de tal modo que ni vuestro amo podr ayudaros. Preparaos para...

    -Recordad, imbcil! Acordaos de vuestro ftil ataque al Gran Seor de la Oscuridad! Acordaos de su contraataque! Acordaos! En estos precisos momentos los Cien Compaeros estn desgarrando el mundo y con cada da que pasa se une a ellos un ciento ms. Qu mano ha asesinado a Ilyena, la de cabellos dorados? No ha sido la ma. No ha sido la ma. Qu mano ha acabado con la vida de quienes llevaban una gota de vuestra misma sangre, de todos aquellos a quienes vos amabais? No la ma, Verdugo de la Humanidad. No la ma. Re- reflexionad y sabris as cul es el precio que se paga por enfrentarse a Shai'tan!

    Un sudor repentino surc la cara de Lews Therin, cubierta de polvo y mugre. Record, a travs de una imagen nebulosa parecida a un sueo forjado en otro sueo; no obstante, saba que aquello era cierto.

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    Su aullido reson en las paredes; era el grito de un hombre que haba descubierto su alma condenada por su propia mano, y se ara el rostro como si quisiera arrancar la imagen de lo que haba hecho. Dondequiera que mirase sus ojos se topaban con cadveres. Estaban despedazados, quebrados, quemados o engullidos a medias por las piedras. Por todas partes yacan inertes seres que conoca, seres a quienes amaba. Viejos sirvientes y amigos de infancia, fieles compaeros que lucharon con l durante los largos aos de combate. Sus propios hijos e hijas, desparramados como muecos rotos, jugaban inmviles para siempre jams. Todos abatidos por su mano. Los rostros de sus hijos lo acusaban, con los ojos en blanco preguntando por qu, y sus lgrimas no podan explicar la razn. Las risas del Traidor machacaban sus odos, amortiguando sus alaridos. No poda contemplar las caras, el horror. No poda soportar permanecer all por ms tiempo. Con desesperacin invoc la Fuente Verdadera, el corrupto Saidin, y emprendi el Viaje.

    La tierra en torno a s estaba desolada y vaca. Un ro discurra en las cercanas, ancho y recto, pero poda adivinar que no haba ningn ser humano en quinientos kilmetros a la redonda. Estaba solo, solo como nicamente poda hallarse un hombre an con vida y, sin embargo, no poda huir del recuerdo. Los ojos lo perseguan a travs de los infinitos recovecos de su mente. No poda ocultarse delante de ellos. Los ojos de sus hijos. Los ojos de Ilyena. Las lgrimas fluan por sus mejillas cuando alz el rostro hacia el cielo.

    -Luz, perdname! -No crea que pudiera alcanzarle el perdn. ste no exista para lo que haba perpetrado. No obstante gritaba en direccin a la bveda celeste; imploraba aquello que saba no era digno de recibir-: Luz, perdname!

    Todava estaba en contacto con Saidin, la porcin masculina del poder que diriga el universo, que haca girar la Rueda del Tiempo, y perciba la aceitosa mancha que maculaba su superficie, la infeccin del contraataque de la Sombra, la corrupcin que haba sumido el mundo en la destruccin. Y todo por su culpa, porque, henchido de orgullo, haba credo que los hombres podan igualar al Creador, podan reparar la obra del Creador que ellos mismos haban destrozado. Su orgullo lo haba inducido a creerlo.

    Aspir con avidez el contenido de la Fuente Verdadera, con ms intensidad a cada segundo, como un hombre que desfalleciera de sed. A poco haba absorbido ms sustancia del Poder nico de la que poda canalizar por s mismo; la piel le arda como si estuviera en llamas. Con gran esfuerzo, se oblig a ingerir ms, tratando de engullirla en su totalidad.

    -Luz, perdname! Ilyena!

    El aire se convirti en fuego, el fuego en luz lquida. El rayo surgido del cielo habra abrasado y cegado cualquier ojo que lo hubiera avistado, incluso por espacio de un instante. Brotado del firmamento, atraves a Lews Therin Telamon y penetr en las entraas de la tierra. Las piedras se convirtieron en vapor al entrar en contacto con l. La tierra se agit, tembl como un ser vivo atenazado por el dolor. La reluciente estela slo existi durante un segundo, uniendo cielo y tierra, pero una vez transcurrido ste el suelo se estremeci como un mar azotado por la tormenta. La toca fundida surcaba el aire, alcanzando una altura de cientos de metros, y el rugiente terreno se levantaba, elevando el abrasador surtidor cada vez ms arriba. De norte a sur, de este a oeste, el viento aullaba, arrancaba rboles como si fueran metas ramitas, como si su atronador soplido acudiera para impulsar a la creciente montaa en direccin al cielo, a una altura ms y ms imponderable.

    Por fin el viento amain y la tierra apacigu sus trmulos murmullos. De Lews Therin no qued seal. En el lugar donde haba estado se alzaba ahora una alta montaa que horadaba el cielo y escupa an lava lquida por su pico quebrado. El ancho ro de cauce recto haba sido desviado y formaba una curva alejada de la montaa; haba quedado dividido en dos ramales, en medio de los cuales haba una isla alargada. La sombra de la montaa casi se proyectaba sobre la isla, descargando su oscuridad sobre los campos como la ominosa mano de una profeca. Durante un tiempo, los amortiguados rumores de protesta de la tierra fueron el nico sonido emitido all.

  • 6

    En la isla, el aire vibraba y entrechocaba. El hombre vestido de negro contemplaba la impresionante montaa que se elevaba en la llanura. Su rostro se hallaba desfigurado por la rabia y el rencor.

    -No podis escapar tan fcilmente, Dragn. An no ha terminado nuestra contienda y sta no terminar hasta el fin de los tiempos.

    Despus desapareci, y la montaa y la isla permanecieron solas, esperando.

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    Y la Sombra se abati sobre la tierra y el mundo se hendi piedra por piedra. Los ocanos se desvanecieron y las montaas fueron engullidas, y las naciones fueron dispersadas hacia los ocho ngulos del mundo. La luna era igual que la sangre y el sol como la ceniza. Los mares hervan, y los vivos envidiaban a los muertos. Todo qued destrozado y todo se perdi excepto el recuerdo, y una memoria prevaleci sobre las dems, la de aquel que atrajo la Sombra y el Desmembramiento del Mundo. Y a aqul lo llamaron el Dragn.

    De Aleth nin Taerin alta Camora, El Desmembramiento del Mundo. Autor annimo, cuarta era

    Y sucedi que en aquellos das, como haba acontecido antes y volvera a acontecer, la oscuridad cerna su peso sobre la tierra y oprima el corazn de los hombres, y el verdor de las plantas palideca y la esperanza desfalleca. Y los hombres invocaron al Creador, diciendo: Oh Luz de los Cielos, Luz del Mundo, haced que el Redentor Prometido nazca del seno de la montaa, tal como afirman las profecas, tal como acaeci en las eras pasadas y suceder en las venideras. Haced que el Prncipe de la Maana cante en honor de la tierra para que crezcon las verdes cosechas y los valles produzcon corderos. Permitid que el brazo del Seor del Alba nos proteja de la Oscuridad y que la gran espada de la justicia nos defienda. Haced que el Dragn cabalgue de nuevo a lomos de los vendavales del tiempo.

    De Charal drianaan te Calamon, El Ciclo del Dragn. Autor annimo, cuarta era

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    CAPTULO 1

    Un camino solitario

    La Rueda del Tiempo gira, y las eras llegan y pasan y dejan tras de s recuerdos que se convierten en leyenda. La leyenda se difumina, deviene mito, e incluso el mito se ha olvidado mucho antes de que la era que lo vio nacer retorne de nuevo. En una era llamada la tercera era por algunos, una era que ha de venir, una era transcurrida hace mucho, comenz a soplar un viento en las Montaas de la Niebla. El viento no fue el inicio, pues no existen comienzos ni finales en el eterno girar de la Rueda del Tiempo. Pero aqul fue un inicio.

    Nacido bajo los picos tocados por las sempiternas nubes que dieron su nombre a las montaas, el viento sopl hacia el este, cruzando las Colinas de Arena, antao riberas de un gran ocano, en un tiempo anterior al Desmembramiento del Mundo. Sigui su rumbo hasta Dos Ros, penetrando la enmaraada floresta llamada Bosque del Oeste, y su fuerza golpe a dos hombres que caminaban junto a un carro y un caballo por un sendero sembrado de piedras denominado Camino de la Cantera. Pese a que la primavera debiera haber hecho notar su presencia un mes antes, el aire se hallaba preado de una gelidez que pareca augurar una nevada.

    Las rfagas aplastaban la capa de Rand al'Thor contra su espalda y el tejido de lana de color terroso le azotaba las piernas continuamente. Dese que su capa fuera ms pesada o haberse puesto una camisa de ms antes de partir. La mayor parte de las veces en que trataba de arroparse con ella, la capa se enganchaba en el carcaj que penda de su cadera. De poco servan sus intentos de retener la prenda con una mano; en la otra llevaba un arco, con una flecha dispuesta para surcar el aire.

    Cuando una racha especialmente furiosa le arrebat la capa de la mano, dirigi la mirada a su padre por encima del peludo lomo castao de la yegua. Senta que era una tontera comprobar que Tam estaba todava all, pero aquel da tena algo especial. Fuera del aullido del viento al levantarse, reinaba el ms absoluto silencio en el campo, y el leve crujido del eje sonaba estruendoso por contraste. Ningn pjaro contaba en el bosque, ninguna ardilla saltaba en las ramas. Tampoco esperaba verlos realmente, no aquella primavera.

    Slo los rboles que mantenan sus hojas durante el invierno mostraban algn signo de verdor. Maraas de zarzas del ao anterior se extendan con telaraas parduscas sobre las piedras que sobresalan bajo la arboleda. Las ortigas eran las hierbas ms numerosas; el resto eran especies de cardos erizados de espinas o plantas hediondas, que dejaban un ftido olor en las botas del caminante que las pisaba distrado. El suelo an se vea cubierto por blancas manchas de nieve bajo la sombra del tupido ramaje. En donde lograba filtrarse, el sol pareca apagado. El plido astro permaneca sobre los rboles, en el lado oeste, pero su luz era decididamente mortecina, como si estuviera entremezclada con sombra. Era una maana desapacible, que propiciaba pensamientos inquietantes.

    Sin reflexionar, toc la muesca de la flecha; estaba presta para alzarla hasta su mejilla, tal como le haba enseado Tam. El invierno haba sido bastante riguroso en las granjas, peor que ninguno de los que recordaban los ms viejos del lugar; sin embargo, su dureza haba sido sin duda an mayor en las montaas, a juzgar por la cantidad de lobos que descendan hasta Dos Ros. Los lobos atacaban por sorpresa los rediles de ovejas y se abran camino hasta los corrales para dar cuenta de terneros y caballos. Los osos tambin haban perseguido al ganado, en lugares en donde no se haban visto tales animales desde haca aos. Ya no era seguro salir a la intemperie despus del crepsculo, pues los hombres eran tomados como presas al igual que los corderos, y a veces ello ocurra incluso antes de la cada del sol.

    Tam andaba a grandes zancadas al otro lado de Bela; utilizaba su lanza como vara de apoyo sin hacer caso del viento que haca ondear su capa marrn igual que una bandera. De tanto en tanto, tocaba levemente el flanco de la yegua para recordarle que haba que seguir

  • 9

    camino. Con su fornido pecho y su amplio rostro, su firmeza era un anclaje en la realidad en aquella maana, como una piedra en medio de un sueo inaprensible. Pese a las arrugas que surcaban sus mejillas atezadas por el sol y las escasas hebras negras que se distinguan en su pelo cono, estaba imbuido de un aire de solidez, como si un torrente pudiera abalanzarse a su alrededor sin hacer tambalear sus pies. Ahora renqueaba impvido sendero abajo. Los lobos y los osos estaban muy bien, indicaba su ademn, pero era preferible para ellos que no intentaran detener el paso de Tam al'Thor cuando se diriga al Campo de Emond.

    Con un arrebato de culpa Rand volvi a centrar la vista en el lado del camino que dominaba l, atrado al sentido del deber por la actitud prctica de Tam. Era varios centmetros ms alto que su padre, ms alto que ningn habitante de la zona, y haba heredado bien poco de su aspecto fsico, a no ser tal vez un cierto parecido en los hombros. Sus ojos grises y el tono rojizo de sus cabellos provenan de su madre, segn Tam. Ella no era natural de aquellas tierras y Rand apenas conservaba el recuerdo de su rostro sonriente, si bien depositaba flores en su tumba todos los aos, en Bel Tine, en primavera y en Da Solar, en verano.

    Dos pequeas barricas del licor de manzana elaborado por Tam reposaban en la traqueteante carreta, adems de ocho barriles, de mayor tamao, de sidra de manzana. Tam, que suministraba la misma contidad cada ao a la Posada del Manantial para consumir durante la celebracin de Bel Tine, haba declarado que ni los lobos ni el glido viento bastaran para impedirle hacerlo aquella primavera. De todos modos, no haban visitado el pueblo durante semanas. Ni siquiera Tam se aventuraba por los caminos ms de lo imprescindible por aquella poca. Pero Tam haba dado su palabra respecto al licor y la sidra, aun cuando hubiera esperado a efectuar la entrega hasta la vspera de la festividad. Para Tam era importante hacer honor a la palabra dada. Rand, por su parte, estaba contento de poder salir de la granja, casi tan contento como por la proximidad de Bel Tine.

    Mientras Batid vigilaba la orilla del sendero, iba creciendo en l la sensacin de ser observado. Durante un rato trat de zafarse de ella. Excepto el viento, nada se mova ni exhalaba un sonido entre los rboles. Sin embargo, aquella impresin no slo persista sino que se tornaba cada vez ms definida. El vello de sus brazos estaba hirsuto, la piel le picaba con un hormigueo que pareca provenir de su interior.

    Apart con irritacin el arco para frotarse el brazo, mientras se deca a s mismo que no deba sucumbir a la imaginacin. No haba nada en el bosque a su lado del camino y Tam habra hablado si hubiera visto algo en el otro. Mir hacia atrs por encima del hombro... y parpade. A poco ms de veinte palmos de distancia, una silueta envuelta en una capa cabalgaba tras ellos, conformando una unidad con su montura, ambos negros, sombros y sin brillo.

    En principio fue la inercia lo que lo hizo seguir caminando de espaldas junto al carro, mientras observaba.

    La capa del jinete lo cubra hasta la embocadura de las botas y la capucha estaba tan bajada que no se le vea el rostro. De un modo vago, Rand pens que aquel hombre tena algo particular, pero era la penumbra tras la apertura de la capucha lo que le fascinaba. Apenas vea los ms borrosos contornos de una cara y, sin embargo, senta que estaba mirando directamente a los ojos del desconocido. Y no poda apartar la vista. Las nuseas se apoderaron de su estmago. Slo podan avistarse sombras entre los pliegues de la capucha, pero perciba el odio con tanta intensidad como si viera un rostro deformado por l. Era un odio que abarcaba a todo ser viviente. Un odio dirigido a l, especialmente.

    De pronto una piedra le golpe el tobillo y dio un traspi, lo cual le hizo apartar los ojos del oscuro jinete. El arco cay al suelo y nicamente logr mantener el equilibrio agarrndose a los arreos de Bela. La yegua se detuvo con un resoplido de sorpresa y gir la cabeza para ver qu se haba prendido a ella.

    -Ests bien, muchacho?

    -Un jinete -dijo Rand sin resuello-. Un desconocido que nos sigue.

  • 10

    -Dnde? -Tam alz su lanza y mir con cautela hacia atrs.

    -All, debajo de...

    La explicacin de Rand qued interrumpida al volverse para sealar. El camino se hallaba vaco tras ellos. Las peladas ramas de los rboles no ofrecan resguardo ante la mirada y, no obstante, no haba ni rastro del hombre ni del caballo. Sus ojos toparon con la muda pregunta en el rostro de su padre.

    -Estaba all -repuso-. Era un hombre con una capa negra, montado en un caballo negro.

    -No pondra en duda tu palabra, hijo, pero adnde se ha ido?

    -No lo s. Pero estaba all. -Recogi el arco y la flecha y comprob apresurado la emplumadura para volver a aprestar el arma, la cual estuvo a punto de disparar antes de distender de nuevo la cuerda-. Estaba all. Tam sacudi la cabeza.

    -Si t lo dices, muchacho. Veamos, un caballo deja huellas de herraduras, incluso en este suelo rocoso. -Comenz a caminar hacia la parte trasera del carro, con la capa agitada por el viento-. Si las encontramos, sabremos con certeza que estaba all. Si no... bueno, en estos das es fcil que un hombre crea ver visiones.

    Rand se dio cuenta de improviso de cul era la rareza que caracterizaba al jinete, aparte de su mera presencia en aquel lugar. El viento que los golpeaba a l y a Tam no haba movido siquiera un pliegue de aquella capa negra. Sinti de repente la boca seca. Debi de haberlo imaginado. Su padre tena razn; aquella maana era como para hacer volar la imaginacin de un hombre. No obstante, no crea que se fuera su caso. El inconveniente era de qu modo iba a decirle a su padre que el hombre que se haba esfumado aparentemente en el aire llevaba una capa en la que el viento no haca mella.

    Con expresin preocupada mir con atencin la maleza que los rodeaba; se le antojaba distinta de las otras veces. Casi desde que fue capaz de caminar, haba corrido solo por el bosque. Los remansos y los arroyos del Bosque del Ro, situado ms all de la ltima granja al este del Campo de Emond, eran los parajes donde haba aprendido a nadar. Haba explorado el terreno hasta las Colinas de Arena -lo cual mucha gente del Campo de Emond deca que traa mala suerte- y en una ocasin haba llegado hasta las mismas faldas de las Montaas de la Niebla, acompaado de sus mejores amigos, Mat Cauthon y Perrin Aybara. Eso se hallaba mucho ms lejos de los lugares frecuentados por lo habitantes del Campo de Emond, para quienes un viaje hasta el pueblo ms cercono, subiendo hacia la Colina del Viga o bajando hacia Deven Ride, representaba un gran acontecimiento. En ninguna de aquellas excursiones haba encontrado un paraje que le inspirara temor. Pero aquel da el Bosque del Oeste no era un lugar que le resultara familiar. Un hombre que poda desaparecer de forma tan repentina poda reaparecer de igual modo, tal vez incluso justo a su lado.

    -No, padre, no es preciso. -Cuando Tam se detuvo sorprendido, Rand ocult el rubor de su cara con la capucha de la capa-. Sin duda tienes razn. No tiene sentido buscar lo que ya no est all cuando podemos emplear ese tiempo en acercamos al pueblo y librarnos as de este viento.

    -No me vendra mal fumarme una pipa -dijo Tam- y tomar una jarra de cerveza al calor del fuego. -Sonri de improviso-. Y supongo que ests ansioso por ver a Egwene.

    Rand logr esbozar una sonrisa. Entre todas las cosas en que deseaba pensar en aquellos instantes, la hija del alcalde tena poca cabida. No necesitaba ms confusin. A lo largo del ltimo ao, sta le haba provocado nerviosismo en cada uno de sus encuentros y, lo que era peor, ella no pareca ni advertir su malestar. No, francamente no quera incorporar a Egwene en sus pensamientos.

    Tena la esperanza de que su padre no hubiera reparado en su temor cuando Tam dijo:

    -Recuerda la llama, muchacho, y el vaco.

    Era bien raro aquello que Tam le haba enseado. Concentrarse en una sola llama y arrojar a ella todas las propias pasiones -temor odio, rabia- hasta que la mente quedara en

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    blanco. Intgrate en el vaco, le deca Tam, y logrars cuanto te propongas. Aparte de l, nadie hablaba de ese modo en el Campo de Emond. Pero Tam ganaba cada ao en Bel Tine el concurso de tiro con arco gracias a la aplicacin de su teora de la llama y el vaco. Rand abrigaba alguna expectativa en poder clasificarse l mismo aquel ao, si era capaz de vaciar su mente. El hecho de que Tam lo hubiera mencionado ahora significaba que s se haba dado cuenta; sin embargo, prefiri no aadir nada ms sobre el tema.

    Tam azuz a Bela con un chasquido de lengua y prosiguieron camino. Rand deseaba poder imitar a su padre, quien caminaba a grandes zancadas como si nada hubiera sucedido hasta entonces y nada pudiera ocurrir despus. Intent forjar el vaco en su mente, pero ste le rehua y tornaban las imgenes habitadas por el jinete de capa negra.

    Quera creer que Tam estaba en lo cierto, que aquel hombre slo haba sido producto de su imaginacin; pero recordaba con demasiada precisin aquel sentimiento de odio. Alguien haba estado all, y ese alguien quera hacerle dao. No par de mirar atrs hasta verse rodeado por los puntiagudos tejados de paja del Campo de Emond.

    El pueblo se hallaba adosado al Bosque del Oeste, que se aclaraba de forma gradual hasta los ltimos rboles, que se encontraban ya entre las macizas moles de casas. El terreno trazaba una suave pendiente hacia el este. Salpicados por retazos de arboleda, las granjas y prados con cerca ocupaban el territorio que separaba la poblacin del Bosque del Ro y su maraa de arroyos y balsas. La tierra del oeste era tan frtil como la restante y los pastos crecan con abundancia all casi todos los aos; no obstante, apenas se vean granjas del lado del Bosque del Oeste. La escasez de asentamiento humano se reduca a la inexistencia a varios kilmetros de distancia de las Colinas de Arena y, por supuesto, de las Montaas de la Niebla, las cuales se alzaban por encima de las copas de rboles del Bosque del Oeste, distantes, pero claramente visibles desde el Campo de Emond. Algunos decan que la tierra era demasiado rocosa, como si no existieran pedregales en todo el trmino del Campo de Emond, y otros que era un lugar inhspito. Unos pocos opinaban entre murmullos que no era sensato acercarse a las montaas ms de lo estrictamente necesario. Fuera cual fuese el motivo, lo cierto era que slo los hombres ms audaces se aventuraban a trabajar en el Bosque del Oeste.

    Los nios y los perros se arremolinaron con gran alboroto en torno al carro una vez que hubieron cruzado la primera hilera de casas. Bela trotaba pesada y pacientemente, haciendo caso omiso del gritero de los pequeos, que se amontonaban bajo su hocico jugando a pilla pilla y al salto a la pata coja. En el transcurso de los ltimos meses apenas se haban escuchado los juegos y las risas de los nios; aun cuando el tiempo haba mejorado lo suficiente para permitirles salir, el temor a los lobos los haba retenido en las casas. Pareca que la proximidad del Bel Tine les haba infundido de nuevo las ganas de jugar.

    La festividad haba afectado a los adultos por igual. Los postigos estaban abiertos de par en par y en casi todas las casas haba una mujer en la ventana, con un delantal y las largas trenzas cubiertas con un pauelo, que sacuda sbanas o pona a ventilar los colchones. Tanto si las hojas haban brotado en los rboles como si no, ninguna ama de casa se permitira dejar pasar Bel Tine sin haber efectuado el aseo primaveral de la casa. En cada uno de los patios colgaban alfombras de las cuerdas y las chiquillas que no haban sido lo bastante rpidas para echar a correr en direccin a la calle descargaban su frustracin sobre ellas blandiendo sacudidores de mimbre. En un tejada tras otro, los hombres andaban a gatas, revisando la paja para comprobar si el desgaste del invierno requerira las servicios de Cenn Buie, el especialista en reparacin de techumbres.

    Tam se detuvo varias veces para entablar breves conversaciones con algunas transentes. Puesto que l y Rand no haban abandonado la granja durante semanas, todo el mundo quera ponerse al corriente de las situacin en aquellas parajes. Pocos granjeros del Bosque del Oeste haban visitado el pueblo. Tam hablaba del dao ocasionado por las tormentas de invierno, cada una de ellas ms implacable que la anterior, de los corderos que haban nacida muertos, de las campos requemados en los que ya deberan brotar las pastas y las cosechas, de los cuervos que volaban en bandada en lugar de los pajarillos que cantaban

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    por aquella poca en aos anteriores. Lgubre intercambio de impresiones en medio de las preparativos de Bel Tine, y frecuentes sacudidas de cabezas. En todas partes ocurra la mismo.

    La mayora de las hombres se encogan de hombros para decir: -Bueno, sobreviviremos, con la ayuda de la Luz. Algunos aadan con una mueca:

    -Y si la Luz no nos protege, saldremos adelante tambin.

    Aqul era el talante de casi todos los pobladores del Campo de Emond, gente que haba de presenciar cmo el granizo destrozaba sus cosechas, los lobos devoraban sus corderos y volver a comenzar tantas veces como fuera preciso. No, aquella gente no se renda con facilidad y los que se dejaran doblegar haban perecido haca ya tiempo.

    Tam no se habra detenido a hablar con Wit Congar si el hombre no hubiese salido a la calle y le hubiese obligado a detener a Bela para no correr el riesgo de atropellarlo. Los Congar... y los Coplin; ambas familias tenan tales lazos de sangre que nadie saba a ciencia cierta dnde comenzaba una y acababa otra: eran conocidos por su fama de pendencieros y querellantes desde la Colina del Viga a Deven Ride, e incluso hasta el Embarcadero de Taren.

    -Tengo que llevar esta a Bran al'Vere, Wit -dijo Tam, sealando las barriles del carro.

    Sin embargo, el enjuto personaje permaneci clavado en el suelo con una agria expresin en el rostro. Haba pasado la maana sentado en las escaleras de su casa en lugar de reparar el tejado, a pesar de que el aspecto de la paja reclamaba a gritos la atencin de Cenn Buie. Pareca que nunca se hallaba en situacin de comenzar algo o de finalizar lo que haba empezado a hacer. La mayor parte de los Coplin y de los Congar tenan la misma disposicin, cuando no peor.

    -Qu vamos a hacer con Nynaeve, al'Thor? -pregunt Congar-. No podemos mantener una Zahor as en el Campo de Emond. Tam suspir ruidosamente.

    -Esa no nos corresponde a nosotros, Wit. La Zahor es un asunto que compete a las mujeres.

    -Bien, sera mejor que hiciramos algo, al'Thor. Ella dijo que tendramos un invierno temperado, y una buena cosecha. Ahora le preguntas qu oye en el viento y te mira con mala cara y se va.

    -Si se lo has preguntado de la manera como sueles hacerlo, Wit -replic paciente Tam-, tienes suerte de que no te haya aporreado con esa vara que lleva. Si no te importa, el licor...

    -Es que Nynaeve al'Meara es demasiado joven para ser Zahor, al'Thor. Si el Crculo de mujeres no va a reaccionar, tendr que hacerlo el Consejo del pueblo.

    -Acaso es asunto tuyo la Zahor, Wit Congar? -tron una voz femenina.

    Wit se acobard al ver salir de la casa a su esposa. Daise Congar era dos veces ms fornida que Wit, una mujer con semblante hosco y un cuerpo sin un gramo de grasa. La matrona miraba fija a su cnyuge con los puos apoyados en la cadera.

    -Como intentes siquiera entrometerte en las asuntos del Crculo de mujeres, vers cmo te diviertes preparndote tu propia comida. La cual no hars en mi cocina. Y lavndote la ropa y hacindote la cama. Y no ser en mi propia casa.

    -Pero, Daise -se quej Wit-. slo estaba...

    -Si me disculpis, Daise -intervino Tam-, Wit. Que la Luz os ilumine.

    Puso otra vez en marcha a Bela, desvindola alrededor del flaco individuo. Daise estaba concentrada en su marido, pero en cualquier momento poda darse cuenta de quin era la persona que conversaba con l.

    Aqulla era la razn par la que no haban aceptado ninguna de las invitaciones recibidas para entrar a tomar un bocado o un trago. Cuando divisaban a Tam, las mujeres del Campo de Emond parecan sabuesos que hubieran avistado un conejo. No haba ninguna que no

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    supiera cul era la esposa perfecta para un viudo propietario de una prspera granja, aunque sta se hallara en el Bosque del Oeste.

    Rand segua la marcha casi a igual velocidad que Tam. En ocasiones se vea atrapado, cuando Tam se encontraba ausente, y acababa sentado en un taburete junto al fuego de alguna cocina, engullendo galletas a pasteles de miel o de carne. Y la comadre en cuestin no omita nunca sopesarlo y medirlo con tanta precisin como la balanza de un mercader mientras afirmaba que lo que coma no era ni la mitad de bueno que lo que saba preparar su hermana recin enviudada, o su prima segunda. Nunca olvidaba observar que Tam no era precisamente muy joven. Era bueno que hubiera querido tanto a su esposa. Era un buen presagio para la futura mujer que compartiera la vida con l. Pero haba llevado ya suficiente luto por ella. Tam necesitaba una buena mujer. Era evidente, deca, o algo muy similar, pues un hombre no poda arreglrselas sin una mujer que velara por l y le evitara problemas. Las peores eran aquellas que, llegado ese punto de la conversacin, callaban pensativas para preguntar luego con pretendida inocencia qu edad tena l.

    Como casi todos las habitantes de Dos Ros, Rand posea fuertes dosis de tozudez. Los forasteros decan a veces que ste era el principal rasgo de carcter de la gente del lugar, que aventajaba en ello a las mulas y a las propias piedras. Las comadres eran en su mayora buenas personas, pera l odiaba que le obligaran a hacer algo y ellas le hacan sentir totalmente impotente. Por todo ello caminaba a paso rpido y haca votos para que Tam instara a Bela a andar ms deprisa.

    Pronto la calle se ensanch en el Prado, una amplia extensin en medio de la poblacin. Por lo general cubierta de espesa hierba, el Prado presentaba aquella primavera slo algunas manchas verdes entre el pardusco del csped seco y la negrura de la tierra. Un puado de ocas merodeaban por all, escrutando el suelo sin encontrar nada digno de picar, y alguien haba atado una vaca con un ronzal para que pastara las escasas hierbas.

    En el ngulo oeste del Prado, el manantial brotaba de un saliente de piedra con un flujo nunca disminuido y un fuerte caudal capaz de derribar a un hombre, pero con un agua dulcsima. A partir de la fuente, el arroyo del manantial iba ensanchndose en direccin este, rodeado de sauces, hasta el molino de maese Thane y an lejos, hasta dividirse en docenas de ramales en las pantanosas profundidades del Bosque de las Aguas. Dos pasarelas bajas cruzaban el cristalino cauce en el Prado, y un puente, ms ancho y con suficiente resistencia para soportar el peso de los carros. El Puente de los Carros marcaba el punto dnde el Camino del Norte, que descenda desde el Embarcadero de Taren y la Colina del Viga, se converta en el Antiguo Camino, que conduca a Deven Ride. En ocasiones los forasteros encontraban curioso el hecho de que una misma va tuviera un nombre distinto segn llevara hacia el norte o hacia el sur, pero siempre haba sido del mismo modo, por lo que alcanzaban a saber los habitantes del Campo de Emond, y as permaneca. Aqul era un motivo lo bastante congruente para la gente del Campo de Emond.

    Al otro lado de los puentes, estaban levantando los montculos para las hogueras de Bel Tine: tres pilas de troncos cuidadosamente distribuidos que llegaban casi a la misma altura que los edificios. Deban situarse sobre la tierra rasa, sin duda, y no en el Prado, por ms pelado que estuviera entonces. Los actos de la festividad que no se llevaban a cabo en torno al fuego eran celebrados en el Prado.

    Cerca del manantial un grupo de mujeres cantaba quedamente mientras erigan la Viga de Primavera. Despojado de sus ramas, el erguido y esbelto tronco de un abeto se alzaba a ms de tres metros del suelo, aun clavado en un profundo hoyo. Unas cuantas muchachas, demasiado jvenes para llevar el pelo recogido en trenzas, estaban sentadas con las piernas cruzadas y observaban con envidia mientras tarareaban de vez en cuando algn fragmento de la cancin cantada por sus mayores.

    Tam azuz a Bela como si quisiera hacerla caminar ms deprisa, si bien sta continu imperturbable. Rand puso buen cuidado en mantener la vista discretamente apartada de las actividades de las comadres. A la maana siguiente, los hombres realizaran afectados ademanes de sorpresa al ver la Viga; luego, al medioda, las mujeres casaderas bailaran en torno a ella, entrelazando sobre su corteza largas cintas de colores al son del canto de los

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    hombres solteros. Nadie saba cundo ni por qu se haba iniciado aquella costumbre. Era otra tradicin que se segua porque as lo haban hecho siempre, pero era una excusa para contar y bailar, y ninguno de los pobladores de Dos Ros necesitaba excusas demasiado fundadas para abandonarse a tales placeres.

    La totalidad del da de Bel Tine transcurra entre cantos, bailes y festejos, separados por momentos de carreras y competiciones consagradas a toda suerte de habilidades. No slo se otorgaran premios al mejor lanzador con arco, sino tambin a los lanzadores con honda y con barra. Habra concursos de adivinanzas y rompecabezas, de tiro de cuerda, de levantamiento de pesos, premios para el ms sublime cantor, el mejor danzarn y el mejor violinista, para el ms rpido en esquilar una oveja, e incluso para los mejores jugadores de bolos y de dardos.

    Bel Tine sola celebrarse bien entrada la primavera, cuando ya haban nacido los primeros corderos y la temprana cosecha se hallaba ya crecida. Aun cuando el fro todava arreciaba, a nadie se le haba cruzado por la cabeza la idea de postergarlo. A todos les apeteca cantar y danzar un poco. Y, por encima de todas las cosas, si haba que dar crdito a los rumores, en el Prado tendran lugar grandes fuegos de artificio..., suponiendo que el primer buhonero del ao llegara a tiempo, claro estaba. Aquello haba dado pie a innumerables cbalas; haban pasado diez aos desde la ltima vez en que se dio un espectculo similar y la gente todava hablaba de l.

    La Posada del Manantial se encontraba en el extremo derecho del Prado, casi junto al Puente de los Carros. El primer piso del establecimiento era de piedra del ro, aunque los cimientos eran de roca ms antigua, segn algunos, procedente de las montaas. Las paredes del segundo piso, encaladas de blanco -en cuya parte trasera Brandelwyn al'Vere, el posadero y alcalde del Campo de Emond durante los ltimos veinte aos, viva con su mujer y sus hijas-, sobresalan respecto a las de la planta baja en todo el edificio. El techado de teja roja, el nico construido con ese material en el pueblo, reluca a la plida luz del sol y el humo ascenda por tres de las doce altas chimeneas del edificio.

    Al sur de la casa, ms Alejados del arroyo, se extendan los restos de un edificio mayor que en otro tiempo form parte de la posada... o as deca la gente. Ahora creca un enorme roble en el centro, con un tronco que haba que dar treinta pasos para rodear y unas ramas recias como el brazo de un hombre. En verano, Bran al'Vere pona mesas y sillas bajo aquellas ramas, a la sombra de cuyos hojas los parroquianos podan disfrutar de un trago y una refrescante brisa al tiempo que charlaban o se entretenan con algn juego.

    -Ya hemos llegado, muchacho. -Tam hizo ademn de poner una mano en los arreos de Bela, pero sta ya se haba detenido-. Conoce el camino mejor que yo -coment riendo entre dientes.

    Mientras enmudeca el ltimo crujido del eje, Bran al'Vere apareci en la puerta, dando como siempre la impresin de caminar con demasiada ligereza para un hombre de sus dimensiones, dos veces superiores a las de cualquiera de sus vecinos. Su rostro, coronado por una rala mata de cabello gris, se ilumin con una sonrisa. El posadero iba en mangas de camisa a pesar del fro, con un inmaculado delantal blanco encima. De su pecho penda un medalln que representaba una balanza.

    El medalln, junto con un juego completo de pesos utilizado para pesar las monedas de los comerciantes que venan de Baerlon a comprar lana y tabaco, era el smbolo del cargo de alcalde. Bran solamente se lo pona para tratar con los comerciantes en das de celebraciones y festejos. Aquel da ya lo llevaba de buena maana, pero aquella noche era la Noche de Invierno, la vspera de Bel Tine, en el transcurso de la cual todo el mundo efectuara visitas a los vecinos que duraran casi hasta el amanecer, en donde intercambiaran pequeos regalos, beberan y comeran en cada casa. Despus de este invierno, pens Rand, seguramente considera la Noche de Invierno una excusa suficiente para no esperar hasta maana.

    -Tam -grit el alcalde al tiempo que avanzaba hacia ellos-. Que la Luz me ilumine, cmo me alegra verte por fin. Y a ti, Rand. Cmo ests, muchacho?

    -Bien, seor al'Vere -repuso Rand-. Y vos? -Sin embargo, Bran haba vuelto a concentrar su atencin en Tam.

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    -Casi estaba a punto de creer que este ao no traeras el licor. Nunca hasta ahora habas aguardado a tan tarde.

    -Me disgusta tener que dejar la granja en estos tiempos, Bran -respondi Tam-, con los lobos tan enfebrecidos... y el tiempo...

    -No me vendra mal que alguien estuviera dispuesto a hablarme de algo ms aparte del tiempo. Todos se quejan de l y la gente debera tener ms cordura y no pretender que yo lo arregle. Acabo de pasarme veinte minutos tratando de explic arle a la seora al'Donel que yo no tengo ningn poder sobre las cigeas. La verdad es que lo que vena a pedirme... -Sacudi la cabeza con gesto de enfado.

    -Es de mal agero -anunci una voz ronca- que no haya cigeas anidando en los tejados en Bel Tine.

    Cenn Buie, nudoso y oscuro como una raz, caminaba en direccin a Tam y Bran apoyado en un bastn casi tan alto como l e igual de retorcido. Intent clavar sus pequeos ojos en ambos a un tiempo.

    -Ocurrirn cosas peores, fijaos en lo que os digo -sentenci.

    -Te has vuelto adivino, que interpretas tan bien los augurios? -pregunt con sequedad Tam-. O escuchas el mensaje del viento, como las Zahores? Ya hemos recibido demasiadas premoniciones, y algunas no se han originado lejos de aqu.

    -Mfate si quie res -murmur Cenn-, pero no hace suficiente calor para que broten las cosechas y ms de una despensa va a vaciarse antes de que llegue la hora de la recoleccin. Tal vez el invierno prximo no quede nada con vida en Dos Ros aparte de lobos y cuervos. Si es que hay un invierno por venir. Quiz sea slo la continuacin de ste.

    -Y qu pretendes decir con esto? -inquiri con dureza Bran. Cenn les dedic una mirada amarga.

    -Ya sabis que no tengo que decir nada bueno de Nynaeve al'Meara. Primero, porque es demasiado joven para... No importa. El Crculo de mujeres no quiere ni siquiera dejar que el Consejo del Pueblo hable de sus asuntos, aunque ellas se entrometen en los nuestros siempre que les viene en gana, lo cual sucede con harta frecuencia, o al menos eso parece..:

    -Cenn -lo interrumpi Tam-, tiene algn sentido hablar de eso?

    -ste es el sentido, al'Thor: pregntale a la Zahor cundo va a acabar el invierno y vers cmo se marcha sin contestar. Quiz no quiere decirnos qu oye en el viento. Tal vez lo que oye es que este invierno no tendr fin. Acaso contine siendo invierno mientras la Rueda gire hasta terminarse la Era. Aqu tienes el sentido.

    -Quiz los corderos aprendan a volar -replic Tam mientras Bran se llevaba las manos a la cabeza.

    -Que la Luz me proteja de los ignorantes. T ocupas un puesto en el Consejo del Pueblo y ahora te dedicas a propagar habladuras como si fueras uno de la familia Coplin. Escchame bien. Ya tenemos suficientes problemas sin...

    Un rpido tirn en la manga de Rand y una voz musitada slo para que la oyera l desviaron su atencin de las palabras del alcalde.

    -Vamos, Rand, aprovechemos ahora que discuten. Antes de que nos pongan a trabajar.

    Rand baj la vista y no pudo contener una sonrisa. Mat Cauthon estaba agazapado debajo de la carreta, oculto a las miradas de Tam, Brann y Cenn, con su delgado cuerpo contorsionado como una cigea plegada sobre s misma. Los ojos castaos de Mat lucan el fulgor propio de alguna travesura en ciernes, como era habitual en l.

    -Dav y yo hemos cazado un tejn enorme, que est furioso porque lo hemos sacado de su madriguera. Vamos a soltarlo en el Prado para ver cmo corren las chicas.

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    Rand intensific la sonrisa; no le pareca tan gracioso como lo hubiera encontrado un ao o dos antes, pero Mat pareca que no iba a crecer nunca. Mir de soslayo a su padre -los hombres tenan todava las cabezas pegadas, hablando los tres a la vez- y despus habl en voz baja.

    -He prometido que descargara la sidra. Aunque puedo reunirme ms tarde contigo.

    -Acarrear barriles! -exclam Mat, girando los ojos en direccin al cielo-. Que me aspen, preferira jugar a piedrecitas con mi hermana pequea. Bueno, s de cosas mejores que el tejn. Tenemos forasteros en Dos Ros. Ayer tarde...

    Rand contuvo la respiracin por un momento.

    -Un hombre montado a caballo? -pregunt ansioso-. Un hombre con una capa negra, en un caballo negro? Y la capa no se mueve al comps del viento?

    La sonrisa se desvaneci del semblante de Mat, al tiempo que su voz se converta en un susurro an ms ronco.

    -Lo has visto? Crea que yo era el nico. No te ras, Rand, pero me asust mucho.

    -No me ro. A m tambin me dio miedo. Habra jurado que me odiaba intensamente, que quera matarme.

    Rand se estremeci. Hasta aquel da nunca haba pensado en que alguien quisiera darle muerte, matarlo de veras. Ese tipo de sucesos simplemente no tenan lugar en Dos Ros. Alguna pelea a puetazos, tal vez, o un combate de lucha, pero nunca un asesinato.

    -No s si me odiaba o no, Rand, pero de todas maneras era espantoso. No hizo ms que quedarse sentado en su caballo y mirarme, justo desde las afueras del pueblo; sin embargo, no haba sentido tanto miedo en toda mi vida. Bueno, apart la vista, slo un momento, no fue nada fcil, te lo aseguro, y cuando volv a mirar haba desaparecido. Rayos y truenos! Han pasado tres das desde entonces y no he podido quitrmelo de la cabeza. No paro de mirar atrs por encima del hombro. -Mat intent soltar una carcajada, que se convirti en graznido-. Es curioso cmo se aduea el miedo de uno. Empiezas a pensar en cosas extraas. Realmente llegu a pensar, slo por un minuto, eh?, que podra ser el Oscuro. -Trat de rer de nuevo, sin que lograse articular ningn sonido.

    Rand hizo acopio de aire y, sobre todo para recordrselo a s mismo, sentenci de modo maquinal:

    -El Oscuro y todos los Renegados estn recluidos en Shayol Ghul, ms all de la Gran Llaga, encerrados por el Creador en el momento de la creacin, encerrados hasta el final del tiempo. La mano del Creador protege el mundo y la Luz reluce sobre todos nosotros. -Volvi a respirar profundamente antes de proseguir-. Adems, si estuviera libre, qu iba a hacer el Pastor de la Noche en Dos Ros?, observar a los muchachos campesinos?

    -No lo s. Pero de lo que s estoy seguro es de que aquel jinete... era maligno. No te ras. Estoy dispuesto a jurarlo. A lo mejor era el Dragn.

    -Tienes unos pensamientos muy halageos, eh? -murmur Rand-. Suenan an peor que los de Cenn.

    -Mi madre siempre me deca que los Renegados vendran por m si no correga mi comportamiento. Si alguna vez he visto a alguien que se pareciera a Ishamael o a Aginor, esa persona es el jinete.

    -Todas las madres asustan a sus hijos con los Renegados -coment con sequedad Rand-, pero todos crecen sin que les pase nada. Y, ya puestos, por qu no el Hombre de la Sombra?

    Mat lo mir fijo.

    -Nunca me haba sentido tan aterrorizado... No, nunca me haba sentido tan aterrorizado, y no me importa reconocerlo.

    -Yo tampoco. Mi padre cree que slo eran las sombras de los rboles.

  • 17

    Mat asinti, sombro, y volvi a recostarse contra la rueda de la carreta.

    -Mi padre tambin piensa lo mismo. Se lo he contado a Dav y a Elam Dowtry. Han estado vigilando como halcones desde entonces, pero no han visto nada. Elam cree que yo intentaba hacerle una jugarreta y Dav opina que es un hombre del Embarcadero de Taren..., un ladrn de ovejas o de gallinas. Un ladrn de gallinas! -Call con aire ofendido.

    -De todas maneras es probable que sea una tontera -dijo Rand-. Quiz sea un ladrn de ovejas. -Intent imaginrselo y, sin embargo, era como pensar en un lobo que acechara en la madriguera de un ratn en lugar de un gato.

    -Bueno, no me gust nada la manera como me mir. Y a ti tampoco, si no no habras sacado el tema de esa manera. Deberamos decrselo a alguien.

    -Ya lo hemos hecho, Mat, los dos, y no han dado crdito a nuestras palabras. Crees que podras convencer a maese al'Vere de la existencia de ese individuo sin que l lo viera? Nos enviara directo a casa de Nynaeve para ver si estamos enfermos.

    -Ahora somos dos. No pensaran que ambos lo hemos inventado.

    Rand se rasc vivamente la cabeza, sin saber qu responder. Mat era una especie de personaje en el pueblo. Poca gente haba escapado a sus travesuras, y su nombre siempre sala a relucir cuando un tendedero apareca descolgado con toda la ropa por el suelo o una silla de montar mal abrochada derribaba a un granjero por los caminos. Ni siquiera era necesario que Mat merodeara cerca. Su apoyo sera hasta contraproducente.

    -Tu padre pensara que t me has inducido a gastar una broma, y el mo...

    Mir por encima del carro hacia el lugar donde haban permanecido charlando Tam, Bran y Cenn, y se encontr con los ojos de su padre. El alcalde todava sermoneaba a Cenn, que lo escuchaba sumido en un lgubre silencio.

    -Buenos das, Matrim -dijo alegremente Tam mientras levantaba una de las barricas de licor hacia un lado del carro-. Veo que has venido a ayudar a Rand a descargar la sidra. Buen chico.

    Mat se puso en pie de un salto al escuchar la primera palabra y comenz a alejarse.

    -Buenos das tengis, maese al'Thor. Y vos, maese al'Vere. Maese Buie, que la Luz os ilumine. Mi padre me ha mandado...

    -No lo pongo en duda -lo ataj Tam-. No lo pongo en duda; y, puesto que eres un chico que cumple sus recados con diligencia, ya habrs acabado. Bien, cuanto antes hayis terminado de llevar la sidra a la bodega de maese al'Vere, ms pronto podris ver al juglar.

    -Un juglar! -exclam Rand, paralizado.

    -Cundo llegar? -pregunt al instante Mat.

    Rand slo recordaba dos juglares que haban visitado Dos Ros a lo largo de toda su vida, y, cuando lleg el primero, era tan nio que haba permanecido sobre los hombros de Tam para poder verlo. Tener de verdad uno all durante Bel Tine, con su arpa, su flauta, sus historias y todo... La gente del Campo de Emond todava hablara de aquella fiesta diez aos despus, incluso si no haba fuegos de artificio.

    -Una locura -gru Cenn, pero cerr de inmediato la boca al percibir una mirada de Bran, imbuida de todo el peso de la autoridad de un alcalde.

    Tam se inclin sobre el costado del carro, utilizando un barril de licor para apoyar el brazo.

    -S, un juglar, y ya est aqu. Al decir de maese al'Vere, se hospeda en una de las habitaciones de la posada en estos momentos.

    -Y mira que lleg con noche cerrada. -El posadero sacudi la cabeza con desaprobacin-. Aporre la puerta hasta que despert a toda la familia. Si no hubiera sido por la festividad, le

  • 18

    habra dicho que se llevara el caballo al establo y durmiera all con l, tanto si era un juglar como si no. Imaginaos, llegar completamente a oscuras.

    Rand qued asombrado. Nadie viajaba de noche, no en aquel tiempo, y mucho menos solo. El reparador de tejados volvi a gruir entre dientes, en voz tan baja esa vez que Rand slo alcanz a distinguir un par de palabras: loco y antinatura.

    -No llevar una capa negra, eh? -inquiri de repente Mat.

    Las risas hicieron agitar la panza de Bran.

    -Negra! Lleva una capa igual que la de todos los juglares que he visto, con ms parches que capa, y ms colores de los que puedas llegar a imaginar.

    Rand contuvo la risa que pugnaba por salir a la luz, una risa de puro alivio. Era ridculo pensar que el amenazador jinete de capa negra pudiera ser un juglar, pero... Se cubri la boca con una mano para disimular su azoramiento.

    -Ves, Tam? -dijo Bran-. Se han escuchado pocas risas en el pueblo desde la entrada del invierno y ahora la sola mencin de la capa de un juglar provoca carcajadas. Con eso solo, doy por bien pagado el dinero que nos cuesta traerlo desde Baerlon.

    -T dirs lo que quieras -intervino Cenn de improviso-. Yo contino opinando que es malgastar el dinero. Y esos fuegos de artificio que os empecinasteis en encargar...

    -As que habr fuegos artificiales -dedujo Mat. Cenn continu hablando.

    -... tendran que haber llegado hace un mes con el primer buhonero del ao, pero no ha venido ningn buhonero, no es cierto? Y, si viene pasado maana, qu vamos a hacer con ellos? Celebrar otra fiesta slo para lanzarlos? Eso en el caso de que los traiga, claro est.

    -Cenn -dijo con un suspiro Tam-, no seras ms desconfiado si fueras del Embarcadero de Taren.

    -Dnde est el buhonero, pues? Contstame, al'Thor.

    -Por qu no nos lo habais dicho? -pregunt Mat con tono agraviado

    -Todo el mundo hubiera disfrutado con la perspectiva de contar con un juglar. Casi tanto como si lo viese realmente. Ya sabis lo excitados que estaban slo con el rumor de que podran contemplar los fuegos.

    -Ya -replic Bran, mirando de soslayo a Cenn-. Y si supiera a buen seguro quin propag el rumor... Si pensara, por ejemplo, que alguien haba estado quejndose de lo que cuestan las cosas en un sitio donde poda orlo la gente cuando se supone que eso era un secreto...

    Cenn se aclar la garganta.

    -Mis huesos son demasiado viejos para aguantar este viento. Si no os molesta, ir a ver si la seora al'Vere me prepara un poco de vino caliente para ahuyentar el fro. Alcalde, al'Thor.

    Antes de terminar de hablar, ya se haba encaminado hacia la posada y al cerrarse (la puerta tras l, Bran exhal un suspiro.

    -A veces creo que Nynaeve tiene razn acerca de... Bueno, eso no es lo que cuenta ahora. Vosotros, chavales, reflexionad por un minuto. Todo el mundo est entusiasmado con los fuegos, verdad? y eso es nicamente un rumor. Pensad cmo se pondran si el buhonero no llega a tiempo, despus de todo. Y, tal cmo est el tiempo, quin sabe cundo vendr. Con el juglar, habran estado veinte veces ms excitados.

    -Y la decepcin habra sido veinte veces peor si no hubiera venido -concluy Rand-. La gente habra estado desanimada aunque fuera Bel Tine.

    -Eres un chico sensato cuando quieres -aprob Bran-. Algn da te suceder en el Consejo del Pueblo, Tam. Fjate en lo que te digo. Ya con su edad, se comportara mejor que alguien que yo s.

  • 19

    -As no se descarga el carro -ataj de pronto Tam, pasndole una barrica de licor al alcalde-. Quiero disfrutar de un buen fuego, mi pipa y una buena jarra de cerveza. -Se llev el segundo barril al hombro-. Estoy seguro de que Rand te estar agradecido por tu ayuda, Matrim. Recuerda, cuanto antes est la sidra en la bodega...

    Una vez que hubieron desaparecido Tam y Bran en el interior de la posada, Rand mir a su amigo.

    -No tienes por qu ayudar. Quizs a Dav le da por soltar el tejn.

    -Oh, por qu no? -respondi Mat con resignacin-. Como dice tu padre, cuanto antes est la sidra en la bodega... -Acarre uno de los barriles de sidra con ambas manos y se adentr en el establecimiento a medio trote-. A lo mejor Egwene est por aqu. Slo de verte mirarla como si fueras un buey apaleado me divertir tanto como con el tejn.

    Rand detuvo el acto de depositar el arco y el carcaj en el carro. Haba logrado de veras mantener a Egwene alejada de la mente. Aquello era ciertamente inslito. No obstante, se encontrara sin duda en algn lugar de la posada y no habra manera de evitarla. Por otra parte, haban transcurrido semanas desde la ltima vez que la vio.

    -Hey! -llam Mat desde al entrada-. No he dicho que fuera a hacerlo yo solo. An no ests en el Consejo del Pueblo.

    Con un sobresalto, Rand tom una barrica y camin tras su amigo. Tal vez Egwene no estuviera dentro. Curiosamente, esa posibilidad tampoco le serva de alivio.

  • 20

    CAPTULO 2

    Forasteros

    Cuando Rand y Mat cruzaron la sala acarreando los primeros barriles, maese al'Vere llenaba ya un par de jarras con su mejor cerveza negra, de elaboracin propia, de uno de los toneles alineados junto a la pared. Mirto, el gato amarillo de la posada, se acurruc encima con los ojos cerrados y la cola enroscada en torno a las patas. Tam se hallaba delante de la gran chimenea de cantos rodados, tocando con el pulgar una pipa de can largo, rebosante de tabaco procedente de una lata que el posadero siempre tena dispuesta sobre la chimenea. sta abarcaba la mitad de la longitud de la gran estancia cuadrada, con un dintel tan alto como los hombros de un hombre, y las chisporroteantes brasas del hogar se encargaban de atajar el fro reinante en el exterior.

    Siendo la vspera de la festividad un da de tanto trajn, Rand esperaba encontrar la sala vaca fuera de Bran, su padre y el gato; pero haba cuatro miembros del Consejo, incluido Cenn, sentados en sillas de alto respaldo junto al fuego, con las manos ocupadas por sendas jarras y las cabezas rodeadas de un halo de humo de tabaco. Nadie haba ocupado los bancos de piedra y los libros de Bran permanecan intactos en el estante del otro lado de la chimenea. Los hombres no hablaban siquiera; miraban silenciosos la cerveza o se golpeaban ligeramente los dientes con el can de la pipa en seal de impaciencia, mientras aguardaban a que Tam y Bran se reunieran con ellos.

    La preocupacin no era infrecuente entre los miembros del Consejo del Pueblo en aquellas fechas, al menos en el Campo de Emond, y todo pareca indicar que lo mismo suceda en la Colina del Viga o en Deven Ride. O en el Embarcadero de Taren, aunque quin poda saber lo que pensaba en realidad la gente del Embarcadero sobre cualquier tema?

    nicamente dos de los hombres apostados junto al fuego, Haral Luhhan, el herrero, y Jon Thane, el molinero, se dignaron dedicar una mirada a los muchachos cuando stos entraron. Maese Luhhan, empero, los observ con cierto detenimiento. Los brazos del herrero eran tan recios como las piernas de la mayora de los hombres, acordonados con potentes msculos, y todava llevaba puesto su largo delantal de cuero como si hubiera salido a toda prisa de la forja para acudir a la reunin. Su gesto ceudo pareci dirigido a los dos. Despus se arrellan en la silla y volvi a centrar su atencin en propinar con exagerada concentracin rpidos golpecitos en la embocadura de su pipa.

    Cuando Rand aminoraba el paso azuzado por la curiosidad, recibi tal puntapi de Mat en el tobillo que apenas logr contener un chillido. Su amigo sealaba con insistencia en direccin a la puerta trasera de la estancia, que traspuso de estampida sin ms prembulo. Rand lo sigui, aunque no tan deprisa, cojeando levemente.

    -A qu vena eso? -pregunt tan pronto como se hall en el rellano anterior a la cocina-. Casi me rompes el...

    -Es el viejo Luhhan -contest Mat, al tiempo que echaba una ojeada a la sala por encima del hombro de Rand-. Me parece que sospecha que yo fui el que... -Interrumpi bruscamente sus palabras al surgir de improviso la seora al'Vere de la cocina, acompaada del aroma del pan recin horneado.

    La bandeja que llevaba en las manos contena algunas de las crujientes hogazas que le haban otorgado renombre en toda la zona del Campo de Emond, as como platos con encurtidos y queso. La comida hizo recordar de pronto a Rand que slo haba comido un pedazo de pan antes de abandonar la granja de maana. El ruido de su estmago denunci su hambre a su pesar.

    La seora al'Vere, una mujer esbelta, con una gruesa trenza de cabellos canosos peinada hacia un lado, les sonri acogedora a ambos.

  • 21

    -Hay ms pan en la cocina, si tenis apetito, y nunca he conocido a ningn chico de vuestra edad que no lo tuviera. O de cualquier otra edad, a decir verdad. Si lo prefers, estoy cociendo pastelillos de miel esta maana.

    Era una de las pocas mujeres casadas de la comarca que no intentaba nunca buscarle pareja a Tam. Respecto a Rand su solicitud se concretaba en clidas sonrisas y un rpido tentempi siempre que iba a la posada, pero ella ofreca lo mismo a todos los jvenes del lugar y, si en alguna ocasin lo miraba como si quisiera llevar ms lejos su acogida, al menos no pasaba a la accin, lo cual le agradeca inmensamente Rand.

    Sin esperar respuesta, la mujer prosigui hasta la sala. Inmediatamente se oy el ruido de sillas al levantarse los hombres y exclamaciones propiciadas por el olor del pan. Era, con ventaja, la mejor cocinera del Campo de Emond y no haba hombre en varios kilmetros a la redonda que no se sintiera exultante ante una ocasin de sentarse a su mesa.

    -Pasteles de miel! -exclam Mat, relamindose.

    -Despus -lo contuvo con firmeza Rand-, o no acabaremos nunca.

    Una lmpara penda por encima de las escaleras de la bodega, justo al lado de la puerta de la cocina, y otra similar iluminaba la habitacin de paredes de piedra ubicada debajo de la posada, dejando slo una leve penumbra en los rincones mas alejados. Toda la estancia estaba flanqueada de anaqueles de madera que sostenan toneles de licor y sidra, y grandes barriles de cerveza y de vino, algunos con espitas clavadas. Muchos de los barriles de vino tenan inscripciones con tiza realizadas por maese al'Vere, en las que constaba el ao en que se haban comprado, el buhonero que los haba trado y la ciudad donde haban sido elaborados, pero la totalidad de la cerveza y el licor eran producto de los campesinos de Dos Ros, cuando no del propio Tam. Los buhoneros e incluso los mercaderes vendan a veces licor o cerveza de afuera, pero no eran tan buenos y adems costaban un ojo de la cara, por lo cual nadie los probaba ms de una vez.

    -Cuntame -dijo Rand despus de dejar el barril en un estante-, Qu has hecho para tener que esconderte de maese Luhhan?

    -Nada, de verdad -respondi Mat con un encogimiento de hombros-. Le dije a Adan al'Caar y a algunos de los mocosos de sus amigos, Ewin Finngar y Dag Coplin, que algunos granjeros haban visto apariciones fantasmales, que soltaban fuego por la boca y corran por el bosque. Se lo tragaron como si fuera un pastel de crema .

    -Y maese Luhhan est furioso contigo por eso? -inquiri dubitativo Rand.

    -No exactamente. -Mat hizo una pausa y luego sacudi la cabeza-. El caso es que reboc a dos de sus perros con harina para que se vieran blancos y despus los solt cerca de la casa de Dag. Cmo iba a suponer que se echaran a correr directamente hasta su casa? Yo no tengo la culpa. Si la seora Luhhan no hubiera dejado la puerta abierta no habran entrado. Yo no tena ninguna intencin de que se le pusiera toda la casa perdida de harina. -Solt una carcajada-. Me han dicho que iba persiguiendo al viejo Luhhan y a los perros con una escoba en la mano.

    Rand puso cara de disgusto al tiempo que rea.

    -Yo que t, me guardara ms de Alsbet Luhhan que del herrero. Ella es casi igual de fuerte y tiene peor genio. Da igual. Si caminas rpido, quiz no se d cuenta de que ests aqu. -La expresin de Mat indicaba a las claras que no le diverta nada lo que Rand acababa de decirle.

    Cuando atravesaron de regreso la sala, no obstante, no fue preciso que Mat aligerara el paso. Los seis hombres haban juntado las sillas en un impenetrable corro junto al fuego. De espaldas a la chimenea, Tam hablaba en voz baja y el resto se inclinaba para escucharlo, prestndole tanta atencin que no se habran percatado ni de un rebao de ovejas que hubiera irrumpido en la habitacin. Rand deseaba aproximarse para or de qu hablaban, pero Mat le tir de la manga con ojos angustiados. Con un suspiro, se dirigi hacia el carro detrs de Mat.

  • 22

    De vuelta, se encontraron con una bandeja en el escaln superior y el dulce aroma de los pastelillos que impregnaba el rellano. Tambin haba dos vasos y una jarra llena de humeante sidra caliente. Pese a su decisin de esperar hasta ms tarde, Rand efectu los ltimos dos viajes entre la carreta y la bodega haciendo malabarismos para sostener al mismo tiempo un tonel y un pastel ardiente en las manos.

    Despus de depositar el ltimo barril en los estantes, se limpi las migas de la boca, mientras Mat se deshaca de su carga, y luego dijo:

    -Ahora, a ver al jugl...

    Un repiqueteo de pies reson en las escaleras y Ewin Finngar estuvo en un tris de caer en la bodega en su atolondramiento. Su rostro gordinfln reluca con el ansia de contar la noticia.

    -Hay forasteros en el pueblo. -Contuvo el aliento y dirigi a un tiempo una sonrisa irnica a Mat-. No he visto ninguna aparicin fantasmal, pero me han contado que alguien enharin los perros de maese Luhhan. Tengo entendido que la seora Luhhan tambin tiene alguna pista sobre quin es el responsable.

    Los aos que mediaban entre Rand y Mat y Ewin, quien slo tena catorce, eran por lo general motivo para que no prestaran nunca atencin a lo que tena que decir. En aquella ocasin, sin embargo, intercambiaron una mirada estupefacta y luego se pusieron a hablar al unsono.

    -En el pueblo? -inquiri Rand-. No ser en el bosque?

    -Llevaba una capa negra? -aadi Mat sin mediar tregua- Le has visto la cara?

    Ewin los observaba indeciso hasta que Mat avanz amenazador.

    -Claro que he podido verle la cara. Y su capa es verde, o tal vez gris. Cambia de color. Parece como si se fundiera con cualquier cosa que est detrs. A veces uno no lo ve ni aun si lo mira fijo, a menos que se mueva. Y la de ella es azul, del mismo color que el cielo, y diez veces ms elegante que todos lo vestidos de fiesta que he visto jams. Tambin es diez veces ms hermosa que cualquier persona que haya contemplado. Es una dama de alta alcurnia, como las de los cuentos. No puede ser de otro modo.

    -Ella? -inquiri Rand- De quin ests hablando? -Dirigi la mirad hacia Mat, que se haba llevado las manos a la cabeza y se restregaba los ojos.

    -Son los forasteros de los que quera hablarte -murmur Mat-, antes de que comenzaras a... -Se detuvo de sbito, abriendo los ojos para fijarlos con dureza en Ewin-. Llegaron ayer tarde -prosigui- y alquilaron habitaciones en la posada. Los vi cuando entraban en el pueblo. Qu caballos, Rand! Nunca haba visto caballos tan altos ni tan lustrosos. Pareca como si pudieran correr sin parar jams. Creo que l trabaja para ella.

    -A su servicio -intervino Ewin-. En las historias lo llaman estar al servicio de alguien.

    Mat continu como si Ewin no hubiera abierto la boca.

    -Sea como sea, l la trata con deferencia y hace lo que ella dice. Lo que ocurre es que no es como un criado. Un soldado, puede que sea, por la manera como lleva la espada, como si fuera parte de s, como una mano o un pie. A su lado los guardas de los mercaderes pareceran perros falderos. Y ella, Rand... Nunca haba imaginado a alguien as. Es como salida de un cuento de hadas Es como..., como... -Se detuvo para asestar una agria mirada a Ewin- ...como una dama de alta alcurnia -concluy en un suspiro.

    -Pero quines son? -pregunt Rand.

    A excepcin de los mercaderes, que acudan un par de veces al ao a comprar tabaco y lana, y los buhoneros, nunca llegaban forasteros a Dos Ros, o casi nunca. Tal vez al Embarcadero de Taren, pero no hasta parajes situados m al sur. La mayora de los mercaderes y buhoneros visitaban la regin ao tras ao, por lo que no eran considerados como extraos, sino como simples forasteros. Haban pasado cinco aos como mnimo desde la ltima vez en que un extrao propiamente dicho hizo su aparicin en el Campo de Emond, y aqul haba ido all

  • 23

    para huir de algn contratiempo que haba tenido en Baerlon y cuya naturaleza no acab de comprender ninguno de los habitantes del pueblo. Se haba quedado poco tiempo.

    -A qu han venido?

    -Extraos, Mat, y una gente con la que no te hubieras atrevido a soar. Pinsalo!

    Rand abri la boca, y la cerr de nuevo sin pronunciar palabra. El jinete de la capa negra lo haba puesto ms nervioso que un gato perseguido por un perro. Se le antojaba una terrible coincidencia que hubiera al mismo tiempo tres extraos en el lugar. Tres si la capa de ese tipo que cambiaba de colores no se volva nunca negra.

    -Ella se llama Moraine -anunci Ewin tras un momentneo silencio-. O a l llamarla as: Moraine, lady Moraine. l se llama Lan. Aunque a la Zahor no le guste ella, a m s me gusta.

    -Qu te hace pensar que a Nynaeve no le cae bien? -inquiri Rand.

    -Le ha preguntado algunas cosas a la Zahor esta maana -respondi Ewin- y la ha llamado nia. -Rand y Mat silbaron quedamente entre dientes, a Ewin se le atragantaban las palabras con la prisa por explicar-. Lady Moraine no saba que era la Zahor. Entonces se disculp al enterarse. Y le hizo algunas preguntas sobre hierbas y sobre quin es quin en el pueblo, con tanto respeto como lo habra hecho cualquier otra mujer del pueblo.... ms que algunas de ellas. Siempre est haciendo preguntas, acerca de la edad de la gente, de cunto tiempo hace que viven aqu y... oh, no s qu ms. Lo cierto es que Nynaeve le ha respondido como si hubiera mordido una manzana cida. Despus, cuando lady Moraine se hubo marchado, Nynaeve la mir como si..., bueno, no como a una amiga, os lo aseguro.

    -Eso es todo? -dijo Rand-. Ya conoces el mal genio de Nynaeve. Cuando Cenn Buie la llam el ao pasado, le golpe la cabeza con su vara, y l est en el Consejo del Pueblo y es tan viejo que hasta podra ser su abuelo. Monta en clera por cualquier cosa y se le pasa el enfado cuando da media vuelta.

    - Eso ya es demasiado complicado para m -murmur Ewin.

    -A m no me importa a quin le d palos Nynaeve -dijo rindose Mat-, siempre que no me toque a m. ste va a ser el mejor Bel Tine de que hayamos disfrutado nunca. Un juglar, una dama... Quin puede desear ms? A quin le preocupan los fuegos de artificio?

    -Un juglar? -inquiri Ewin con voz repentinamente excitada.

    -Vamos, Rand -prosigui Mat, haciendo caso omiso del chaval-. Ya hemos terminado. Tienes que ver a ese tipo.

    Se plant de un salto en las escaleras, seguido de Ewin que preguntaba tras l:

    -De veras habr un juglar, Mat? No ser como aquello de las apariciones fantasmagricas eh? O como lo de las ranas?

    Rand se detuvo para apagar la lmpara antes de apresurarse en pos de ellos.

    En la sala, Rowan Hurn y Samel Crawe se haban sumado al grupo situado junto al fuego, de modo que la totalidad del Consejo del Pueblo se hallaba reunida all. Bran al'Vere hablaba entonces, con su habitualmente atronadora voz modulada en un tono tan bajo que nicamente un apagado murmullo llegaba ms all de las sillas apiadas entre s. El alcalde daba nfasis a su discurso con golpes de su grueso dedo ndice contra la palma de la otra mano y clavaba consecutivamente la mirada en cada uno de los presentes. Todos respondan con gestos de asentimiento a su mensaje, si bien Cenn ms a regaadientes que el resto.

    La manera como se apretaban unos contra otros los hombres era claro indicio de que, fuese cual fuese el tema que estaban debatiendo, solamente concerna al Consejo del Pueblo, al menos en aquel momento. No veran con buenos ojos que Rand intentara escuchar. Dicha consideracin lo indujo a alejarse a su pesar. De todas maneras haba el juglar... y los forasteros.

    Afuera, Bela y la carreta haban desaparecido, llevadas sin duda por Hu o Tad al establo. Mat y Ewin permanecan observndose mutuamente con fijeza a escasos pasos de la puerta de

  • 24

    entrada, con las capas ondulando al viento.

    -Por ltima vez -rugi Mat-. No te estoy gastando ninguna broma. Hay un juglar. Ahora lrgate. Rand, vas a decirle a este cabeza de chorlito que lo que le digo es verdad, para que me deje en paz de una vez?

    Rand se arrebuj en la capa y avanz dispuesto a apoyar a Mat, pero las palabras se desvanecieron al tiempo que se le pona de punta el vello de la nuca: alguien lo observaba. No era la misma sensacin que le haba producido el jinete encapuchado, pero de todos modos no era algo agradable, y menos despus de haber tenido aquel encuentro.

    Dirigi una rpida mirada alrededor del Prado y vio slo lo que ya haba all antes: nios que jugaban, gente que se preparaba para la fiesta... y ninguno de ellos miraba hacia donde l estaba. La Viga de Primavera se alzaba solitaria ahora, aguardando. Las calles laterales se hallaban a merced de los gritos infantiles. Todo estaba en orden, con excepcin de que alguien estaba observndolo.

    Entonces algo lo indujo a alzar la vista. En el alero del tejado de la posada se asomaba un enorme cuervo, balancendose levemente con las rachas de viento procedentes de la montaas. Tena la cabeza inclinada a un lado y un ojo pequeo y negro centrado... en l, pens. Trag saliva y, de pronto, se vio invadido de una vehemente furia.

    -Asqueroso animal carroero -murmur.

    -Estoy harto de que me miren -gru Mat, y Rand se dio cuenta de que su amigo se haba acercado a l y contemplaba preocupado al pjaro.

    Intercambiaron una mirada y luego se agacharon simultneamente a recoger piedras.

    Los dos tiros fueron certeros... y el cuervo se hizo a un lado; las piedras silbaron al atravesar el aire en el lugar que haba ocupado el animal. Despus de batir las alas, volvi a inclinar la cabeza y clav en ellos un mortfero ojo negro, impvido, con si nada hubiera ocurrido.

    Rand observ consternado al pajarraco.

    -Habas visto alguna vez un cuervo que hiciera eso? -pregunt en voz baja. Mat sacudi la cabeza sin apartar la mirada del animal. -Nunca. Ni ningn otro pjaro.

    -Un pjaro abyecto -dijo tras de ellos una voz femenina, melodiosa a pesar de la repulsin expresada-, del que hay que desconfiar incluso en la ocasin ms propicia.

    Emitiendo un agudo graznido, el cuervo alz el vuelo con tal violencia que dos de sus negras plumas cayeron ondeando desde el borde del tejado.

    Asombrados, Rand y Mat giraron la cabeza para seguir el rpido vuelo del ave, por encima del Prado, en direccin a las brumosas Montaas de la Niebla, ms all del Bosque del Oeste, hasta convertirse en una mota antes de desaparecer de su vista.

    Rand pos la mirada en la mujer que haba hablado. Ella tambin haba estado contemplando el vuelo de cuervo, pero entonces se volvi y sus ojos se encontraron con los suyos. No poda dejar de mirarla. Aqulla deba de ser lady Moraine. En verdad posea toda la donosura que Mat haba alabado, si no ms.

    Al or que haba llamado nia a Nynaeve, la haba imaginado entrada en edad, pero no as. Al menos, l no poda decidir cuntos aos tendra. Al principio haba credo que era igual de joven que Nynaeve; sin embargo, cuanto la contemplaba, ms creca su certeza de que era mayor. Sus grandes ojos oscuros delataban una madurez, un indicio de sabidura que nadie era capaz de adquirir en la juventud. Por espacio de un instante, pens que aquellos ojos eran profundos estanques dispuestos a engullirlo. Era asimismo evidente la razn por la que Mat y Ewin la haban asemejado a una dama de un cuento de hadas. Tena un porte tan airoso y tan imperativo a un tiempo que a su lado l se senta torpe y desmaado. No era alta; apenas su cabeza le habra llegado al pecho, pero su presencia tena tal peso que su talla pareca la adecuada y l, con su altura, un desgarbado.

  • 25

    Toda su persona era distinta de cuantas haba conocido antes. La amplia capucha de su capa enmarcaba su rostro y su oscuro cabello, que caa en suaves bucles. Jams haba visto una mujer en edad adulta llevar el pelo sin trenzar; todas las muchachas de Dos Ros esperaban ansiosas el momento en que el Crculo de mujeres de su pueblo decidiera que ya eran bastante mayores para llevar trenza. Su atuendo era igualmente inslito. La capa era de terciopelo azul cielo, con profusos bordados en seda que representaban hojas, vides y flores en los bordes. El vestido, de un azul ms oscuro que la capa, con acuchillados color crema, destellaba ligeramente cuando se mova. Un collar de oro macizo le penda del cuello y otra cadena de oro, que rodeaba delicadamente el cabello, soportaba una pequea y resplandeciente piedra azul suspendida en medio de la frente. Un ancho cinturn de oro entrelazado circundaba su cintura y el anular de la mano izquierda luca un anillo, tambin de oro, con forma de serpiente que se morda la cola. Por cierto no haba visto nunca un anillo igual, aun cuando reconociera en l la Gran Serpiente, una simbologa de la eternidad an ms antigua que la propia Rueda del Tiempo.

    Ms elegante que todos los vestidos de fiesta vistos hasta entonces, haba dicho Ewin, y estaba en lo cierto. No haba nadie en Dos Ros que usara tales ropajes, en ninguna ocasin.

    -Buenos das, seora... ah... lady Moraine -salud Rand con semblante acalorado y lengua entorpecida.

    -Buenos das, lady Moraine -repiti Mat con ms soltura, aunque no mucha ms.

    La dama sonri y Rand se hall de pronto preguntndose si habra algn servicio que l pudiera prestarle, algo que le proporcionara una excusa para permanecer junto a ella. Saba que la sonrisa iba dirigida a todos ellos, pero pareca como si estuviera dedicada exclusivamente a l. Era en verdad como tener materializado ante s el relato de un juglar. Mat luca una sonrisa bobalicona en el rostro.

    -Conocis mi nombre -dijo, al parecer encantada. Como si su presencia, por ms breve que fuera, no estuviera destinada a constituir la comidilla del Pueblo durante un ao!-. Pero debis llamarme Moraine, no lady. Y cmo os llamis vosotros?

    Ewin se adelant antes de que los otros pudieran articular palabra.

    -Mi nombre es Ewin Finngar, mi seora. Yo les he dicho cmo os llamabais, por eso lo saben. O cmo Lan os llamaba as, pero de modo casual, no por indiscrecin. Nunca hasta ahora haba venido alguien como vos al Campo de Emond. Tambin habr un juglar en el pueblo para Bel Tine. Y esta noche es la Noche de Invierno. Vendris a mi casa? Mi madre ha preparado pasteles de manzana.

    -Tendr que pensarlo -respondi, poniendo una mano en el hombro de Ewin. Sus relucientes ojos traicionaban la diversin, si bien ningn otro rasgo de su cara la demostraba-. No veo de qu manera podra competir yo con un juglar, Ewin. Pero tienes que llamarme Moraine. -Entonces mir expectante a Rand y a Mat.

    -Yo soy Matrim Cauthon, lad... ah... Moraine -se present Mat.

    Y, tras dedicarle una rgida y espasmdica reverencia, se enderez, mostrando su semblante teido de rubor.

    Rand haba estado considerando la posibilidad de realizar un gesto semejante, al igual lo hacan los personajes de los relatos, pero, ante el xito de Mat, se limit a pronunciar su nombre. Como mnimo, aquella vez no tartamude en absoluto.

    Moraine los observ alternativamente. Rand pens que su sonrisa, una mera curva en las comisuras de sus labios, era ahora igual a la que esbozaba Egwene cuando guardaba algn secreto.

    -Seguramente necesitar que alguien efecte algunos recados para m de vez en cuando durante mi estancia en el Campo de Emond -dijo-. Tal vez querrais prestarme vuestra ayuda? -Lanz una carcajada al or el unnime y precipitado asentimiento-. Aqu tenis -aadi.

  • 26

    Ante la sorpresa de Rand, deposit una moneda en la palma de su mano, que cerr despus con firmeza con las suyas.

    -No es necesario -comenz a decir, pero ella acall con un gesto su protesta mientras entregaba otra moneda a Ewin, antes de oprimir la mano de Mat del mismo modo como lo haba hecho con la suya.

    -Desde luego que lo es -arguy-. Nadie puede esperar que trabajis sin recibir nada a cambio. Consideradlo como algo simblico y llevadlo con vosotros; as recordaris que habis accedido a acudir a mi llamada. Ahora existe un vnculo entre nosotros.

    -Nunca lo olvidar -asegur con voz chillona Ewin.

    -Despus hemos de conversar -dijo la dama-, y deberis contarme cosas sobre vosotros mismos.

    -Lady..., quiero decir, Moraine? -inquiri titubeante Rand al volverse la mujer. Esta se detuvo y mir hacia atrs, hacindole tragar saliva para poder continuar-. Por qu habis venido al Campo de Emond? -La expresin de su semblante no se modific, pero l dese de repente no haber efectuado la pregunta, aun cuando ignoraba qu lo haba impulsado a hacerlo. De todas maneras, se apresur a dar explicaciones- Disculpad, no era mi intencin hablaros con rudeza. Es slo que nadie viene a Dos Ros, aparte de los mercaderes y buhoneros, cuando no hay demasiada nieve para llegar desde Baerlon. Casi nadie. En todo caso, nadie como vos. Los guardas de los mercaderes dicen a veces que esto es el extremo del mundo, y supongo que igual debe de considerarlo la gente que no es de aqu. Slo senta curiosidad.

    La sonrisa de la dama se desvaneci entonces, lentamente, como si algo hubiera acudido a su mente. Durante un momento se limit a mirarlo.

    -Soy una estudiante de historia -dijo por fin- y me dedico a recopilar viejas historias. Siempre he sentido inters por este lugar al que llamis Dos Ros. A veces analizo los relatos de lo que acaeci aqu hace mucho tiempo, aqu y en otros sitios.

    -Historias? -inquiri Rand-. Qu ocurri en Dos Ros capaz de atraer la atencin de alguien como...? Quiero decir, qu pudo haber ocurrido?

    -Y qu otro nombre le darais aparte de Dos Ros? -aadi Mat-. Siempre se ha llamado as.

    -A medida que la Rueda del Tiempo va girando -explic Moraine casi para s, con una mirada distante- los lugares reciben muchos nombres. Los hombres tienen muchos nombres, mltiples rostros. Diferentes rostros, pero siempre el mismo hombre. No obstante, nadie conoce el Gran Entramado que teje la Rueda, ni tan slo el Entramado de una Edad. nicamente nos es dado observar, estudiar y mantener la esperanza.

    Rand la contempl, incapaz de pronunciar una palabra, ni siquiera para preguntarle qu quera decir. Los otros dos permanecan tambin mudos, Ewin francamente boquiabierta.

    Moraine volvi a prestarles atencin y los tres experimentaron una ligera sacudida, como si despertaran.

    -Hablaremos ms tarde -dijo-. Ms tarde.

    Se alej en direccin al Puente de los Carros y pareca deslizarse ms que caminar, con la capa ondeando a ambos lados como si de alas se tratara.

    Entonces un hombre alto, cuya presencia no haba advertido antes Rand, sali de la parte delantera de la posada y se encamin tras ella. Su vestimenta era de un color verde oscuro grisceo que se hubiera confundido entre el follaje o las sombras, y su capa iba adoptando matices de verde, gris y marrn con el vaivn del viento. En ocasiones, casi se dira que la capa haba desaparecido, fundida con los materiales sobre los que pasaba. Llevaba el pelo largo, gris en las sienes, apartado de la cara por una estrecha diadema de cuero. Aquel semblante era ptreo y anguloso, atezado por la intemperie, pero carente de arrugas a pesar de las canas del cabello. Rand observ sus movimientos y slo los encontr equiparables a los de un lobo.

  • 27

    Al pasar junto a los tres muchachos, los recorri con la mirada, con unos ojos tan glidos y azules como el amanecer de un da invernal. Pareca sopesarlos con la mente, pero su faz no mostraba ningn indicio de lo que le indicaba su anlisis. Apresur el paso hasta llegar a la altura de Moraine y luego lo aminor para caminar a su lado, inclinndose para hablar con ella. Rand solt el aliento sin haber percibido antes que estaba contenindolo.

    -se era Lan -