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I MPERIOS Y B ÁRBAROS LA GUERRA EN LA EDAD OSCURA José Soto Chica

José Soto Chica IMPERIOS Y BÁRBAROS · 2019. 8. 30. · Capítulo 7 La cruzada de Heraclio ... El profesor Luis Roger me ayudó con no pocos textos latinos de difícil traducción

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IMPERIOS YBÁRBAROS

LA GUERRA EN LA EDAD OSCURA

José Soto Chica

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IMPERIOS Y BÁRBAROS

LA GUERRA EN LA EDAD OSCURA

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IMPERIOS Y BÁRBAROS

LA GUERRA EN LA EDAD OSCURA

José Soto Chica

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IMPERIOS Y BÁRBAROSLa guerra en la Edad Oscura José Soto Chica

© de esta edición: Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad OscuraDesperta Ferro Ediciones SLNEPaseo del Prado, 12 - 1.º derecha28014 Madridwww.despertaferro-ediciones.com

ISBN: 978-84-120798-0-7D.L.: M-28384-2019

Diseño y maquetación: Raúl Clavijo HernándezCartografía: Desperta Ferro EdicionesCoordinación editorial: Isabel López-Ayllón MartínezRevisión técnica: Alberto Pérez Rubio

Primera edición: octubre 2019

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita repro-ducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados © 2019 Desperta Ferro Ediciones. Queda expresamente prohibida la reproducción, adaptación o modificación total y/o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento ya sea físico o digital, sin autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo sanciones establecidas en las leyes.

Impreso por: Advantia Comunicación

Impreso y encuadernado en España – Printed and bound in Spain

Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad OscuraSoto Chica, JoséImperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura / Soto Chica, José.Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2019. – 640 p., 8 de lám. : il. ; 23,5 cm – (Historia Medieval) – 1.ª ed.D.L: M-28384-2019ISBN: 978-84-120798-0-7355.48 (36/369.2) "04/07"

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A mis padres, Juan y María,

que me enseñaron lo que realmente

es importante y esencial.

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Agradecimientos ................................................................................................................................................... IXPrólogo ............................................................................................................................................................................ XIIntroducción ........................................................................................................................................................... XV

Capítulo 1 Los ejércitos de romanos y hunos a mediados del siglo V ............................................................................... 1

Capítulo 2 Las batallas de Aurelianorum y los Campos Cataláunicos ..................................................................................... 79

Capítulo 3 La batalla de Vouillé .................................................................................................... 123Capítulo 4 Las batallas de los dos dragones ...................................................................... 187Capítulo 5 Bizancio y la reconquista de un Imperio ............................................. 251Capítulo 6 Bajo un estandarte de leones ............................................................................. 317Capítulo 7 La cruzada de Heraclio

y la batalla de Nínive .................................................................................................. 365Capítulo 8 La espada de Dios ........................................................................................................... 387Capítulo 9 Entre el fuego y la sal .................................................................................................. 453Capítulo 10 Los soldados del Hijo del Cielo .................................................................... 491Capítulo 11 En los confines de Occidente ........................................................................... 527

Conclusión .............................................................................................................................................................. 589Bibliografía .............................................................................................................................................................. 591Índice analítico ................................................................................................................................................... 611Créditos de las imágenes .......................................................................................................................... 621

Índice

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IX

Un libro tiene muchas páginas y, también, mucha gente extraordinaria detrás de cada una de ellas. Así que tengo que darles las gracias para

que estas páginas estén de verdad completas y tengan pleno sentido. Al-berto Pérez, coeditor de Desperta Ferro, historiador y amigo, me propuso escribir este libro. Ha sido, pues, la persona que lo concibió y, sobre todo, la persona que ha confiado en mí para llevar a término esta incursión en la Edad Oscura. Gracias, Alberto, sin tu confianza y aliento este libro, sim-plemente, no habría sido. Alberto, además, ha escrito, me ha regalado, un magnífico prólogo, ha revisado el manuscrito, eligió la fabulosa obra de Ulpiano Checa que engalana la portada y buscó y escogió las imágenes que ilustran su interior y, con todo ello, este volumen ha mejorado nota-blemente. Carlos de la Rocha, coeditor de Desperta Ferro y «señor de los mapas», ha trazado los croquis y planos de batallas y los mapas estratégicos y políticos que acompañan al libro y que lo hacen mucho más atractivo y comprensible. Muchas gracias, Carlos. Isabel López-Ayllón y Mónica San-tos del Hierro revisaron y corrigieron el manuscrito. Su paciencia ha debido de ser infinita. Gracias de corazón.

Jorge Juan Soto, ha sido, como siempre, «mis ojos». Con él he pasado infinitas horas de estos últimos veinte años buscando las «huellas» de ejércitos bizantinos, persas y árabes por medio mundo y elucubrando sobre cuestio-nes tan «entretenidas» como si 40 000 hombres a punto de matarse entre sí caben o no en tal o cual llanura. Jorge, además, me ha descrito incontables

Agradecimientos

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X

Imperios y bárbaros

mosaicos, miniaturas, marfiles, bajorrelieves… para poder formarme la ima-gen de armas, arreos, atuendos, etc. de la Edad Oscura y ha velado porque la informática fuera mi aliada y no mi enemiga. Gracias por estar siempre ahí.

El profesor Luis Roger me ayudó con no pocos textos latinos de difícil traducción e interpretación y, ante todo, me guio por las difíciles sendas de la China de los Tang. Sin su auxilio nunca habría podido acercarme a los textos chinos. Además, Luis revisó la transcripción de los términos militares y nombres chinos. Gracias, Luis, disfrutar de tu erudición es un extraordi-nario lujo que, sin embargo, palidece ante el de contar con tu amistad.

La profesora Gracia López tuvo la gentileza de revisar y corregir los términos y nombres árabes cuya transcripción es siempre una empresa arriesgada para quienes no somos arabistas. Gracia me ha facilitado, asi-mismo, la traducción de un interesante estudio sobre las espadas árabes del primer periodo y, ante todo, me ha brindado su saber y su amistad. Gracias.

La profesora Esther Sánchez me aclaró algunas cuestiones sobre santa Ge-noveva y la invasión de las Galias por Atila. Esther, además, tuvo la paciencia de describirme los bajorrelieves de Nas-I-Rustam en Irán y varias piezas sasánidas del Museo Arqueológico de Teherán. Pero, ante todo, me ha regalado siempre su amistad. Esther, sencillamente, eres un resplandeciente tesoro. Gracias.

La doctora Narges Rahimi Jasari tuvo la amabilidad de traducirme del iraní los fragmentos de la obra de al-Dînawarî correspondientes a la batalla de Qadisiya.

El doctor Francisco Aguado me facilitó sus obras, aún inéditas, sobre las murallas de Constantinopla, su funcionamiento táctico y su guarnición y, junto con su esposa, Ana Cadena, me llevó de la mano por Constantinopla/Estam-bul. Paco y Ana son, sin duda, los últimos y a la par, los primeros bizantinos y su amistad es un Imperio. La arqueóloga Ana María Berenjeno me ayudó con la geografía de la región de Algeciras y de la antigua Laguna de la Janda para así poder entender mejor el desarrollo de la campaña y batalla de los montes Trans-ductinos/Guadalete. Ana, con la que tantas horas pasé y paso desentrañando los misterios de Mesopotaminoi/Algeciras, es una de esas amistades que me hace caer en la cuenta de que debo de ser un tipo con mucha suerte.

Como siempre, agradezco profundamente a la profesora Encarnación Motos, mi maestra, y a Moschos Morfakidis Filactós, directores de mi centro de investigación: Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas de Granada, su apoyo constante. Las profesoras del Centro de Estudios Bizanti-nos, mis amigas y compañeras, Maila García y Panagiota Papadopoulou, me han ayudado más de una vez con los textos bizantinos. Gracias.

Por último, mis hermanas, Esperanza y Mari, como siempre, han estado apoyándome y, mis hijos, Ciro Alejandro y Darío Ulises no solo me han apo-yado, sino que han tenido una encomiable paciencia con un padre, a menudo, extraviado en su biblioteca.

A todos y a tantos otros amigos que, aunque no nombro, saben quié-nes son y que son muy importantes para mí, gracias de corazón.

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PrólogoAlberto Pérez Rubio

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XII

Imperios y bárbaros

Las penas se instalan en mi silla de montar, y dirijo a mi robusta dromedaria a las blancas ruinas de Ctesifonte. Me consuelo por mi suerte y encuentro solaz en la arruinada morada de los sasánidas, a quienes mis

sucesivas desgracias me hacen recordar, porque son estas yesca para el recuerdo, y también para el olvido […]

El tiempo trocó su antiguo esplendor y la despojó de su prístina frescura, hasta convertirla en jirones gastados, como si el palacio, vacío de gentes y desolado, fuese una tumba, como si las noches celebrasen allí un

funeral, después una boda.Pero, si lo vieses, te recordaría las maravillas de unas gentes cuyo

recuerdo no puede hacer palidecer oscuridad alguna. Si vieses el cuadro de la batalla en Antioquía, temblarías entre bizantinos y persas, cuando el

destino esperaba, inmóvil, mientras Anusirwan, con su túnica verde oscuro sobre amarillo azafrán, comandaba las filas bajo el estandarte real […]

El cruel peso del tiempo ha caído sobre el palacio, saqueado, sin que sea estigma que esté despojado de sus alfombras de seda y de sus cortinas

de Damasco. Sus murallas se elevan alto, y se ciernen sobre las cumbres de Ridwa y Quds, rozando las nubes blancas, como túnicas de algodón. ¿Fue

el trabajo de hombres, para que lo habitasen los genios? ¿O el trabajo de genios para que lo habitasen los hombres?

Sin embargo, mientras lo contemplo, atestigua que su constructor no fue sino uno más entre los reyes. Y es como si pudiese ver a generales y tropas,

hasta donde alcanza la vista; como si las embajadas extranjeras sufrieran bajo el sol, esperando consternados detrás de las multitudes; como si los juglares en el

centro del salón canturrearan tonadas con labios de ciruela. Como si la fiesta hubiese sido anteayer y ayer la prisa por partir.

Construido para una alegría eterna, su dominio se tornó en condolencia y consuelo, y merece que ahora le preste mis lágrimas.

Oda a las ruinas de Ctesifonte, de al-Buhturîtrad. Àlex Queraltó Bartrés, adaptada por Alberto Pérez Rubio

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XIII

Así cantaba al-Buhturî, poeta de la corte abasí, en el siglo IX, a las ruinas de Ctesifonte, la otrora orgullosa corte de la casa de Sasán, cuando su

milenario sueño no hacía sino comenzar, poco más de un siglo transcurrido de su conquista por los árabes. Como el Ozymandias de Shelley, los versos de al-Buhturî, recuerdo y olvido, memoria y desmemoria, nos avisan de lo fugaz de las glorias humanas y de lo vano de nuestros afanes, granos minús-culos en el molino del tiempo.

Y, sin embargo, nos afanamos. Nos afanamos porque esa es nuestra esencia, porque esa es la esencia del hombre, y en ese afán peleamos contra el olvido. Porque, ¿qué es narrar historia sino esa pelea? Pelea desigual, tarea que, como la de Sísifo, no tiene final ni victoria, tampoco derrota, porque solo con arrostrarla ya hemos ganado, siquiera un poco, al negro telón de Cronos. Y eso lo saben hombres como José Soto Chica, Pepe, que con el mismo valor y la misma entereza con que arrostra la vida, arrostra nuestra pugna contra la desmemoria. Es para mí un orgullo ser su escudero en esta lid y poder ofrecerle la montura de Desperta Ferro para que, como un sara-van de antaño, cabalgue, su acero y seda transmutados en palabra.

Sea usted, lector, también compañero de Pepe, en su batalla por arro-jar luz a las tinieblas de una edad, oscura sí, pero acaso no más que otras que en el mundo han sido.

Tor, Ampurdán, agosto de 2019

Prólogo

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XV

IntroducciónLa guerra en la Edad Oscura: batallas y ejércitos olvidados

«El chorreo torrencial del fuego y la sangre, las incursiones de los bandidos, La invasión asesina, el clamor de los demonios, los gritos de los drago-

nes…».1 De esta estremecedora y apocalíptica manera, un obispo armenio de la segunda mitad del siglo VII trataba de trasladar a sus lectores el horror desencadenado por las grandes y continuas guerras de su tiempo. De he-cho, aunque la Edad Media fue ya de por sí una época en la que la guerra se manifestó omnipresente, lo cierto es que el periodo que va del siglo V al VIII constituye un auténtico «clamor de demonios». Un bélico estruendo que configuró nuestro propio tiempo. En efecto, los siglos que van del V al VIII contemplaron los conflictos que transformaron de forma definitiva el antiguo mundo, configurado en esencia por la existencia de tres grandes imperios: el romano, el persa y el chino, en un nuevo mundo en el que las invasiones y conquistas araboislámicas quebraban para siempre la unidad del Mediterráneo romano, domeñaban al último Imperio persa, se apoderaban de Asia Central y del noroeste del subcontinente indio, rozaban las fronteras de China y, hacia el otro extremo del mundo antiguo, sumergían la Hispania visigoda y tentaban el Reino franco de las Galias.

Así pues, una época de transformación que conforma un nuevo mun-do en el que se atisban ya las líneas generales de nuestro propio mundo. Pero, también, una época turbulenta y, por lo tanto, difícil de abordar. «Edad Oscura»,2 ese era el nombre que, durante mis años de carrera, finales de los noventa, se continuaba asignando al periodo que se extendía entre

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Imperios y bárbaros

las grandes invasiones germánicas y la eclosión del Imperio carolingio. Esos cuatrocientos años que grosso modo se extendían entre la muerte de Teo-dosio el Grande y la coronación imperial de Carlomagno, eran campo de extraños y oscuros acontecimientos en los que ciudades arruinadas, salvajes tribus, imperios decadentes, reinos bárbaros y una arrolladora expansión is-lámica, proporcionaban el marco de unos siglos que parecían no tener más propósito que servir de puente entre el Imperio romano y la Edad Media.

Belicosos siglos. Por lo tanto, plenos en cambios e innovaciones tác-ticas, tecnológicas, logísticas, etc. Pues estos años, 451-751, contemplaron notables innovaciones en el arte de la guerra y situaron esta como centro y motor de no pocas de las grandes transformaciones políticas, sociales, cul-turales, económicas y religiosas del periodo.

«La guerra es la madre de todas las cosas»,3 decía en el siglo VI a. C. el filósofo griego Heráclito de Éfeso y nosotros podríamos añadir que nunca fue tan madre como en los turbulentos años que aquí vamos a abordar.

Grandes trasformaciones militares se dieron en estos siglos. Trans-formaciones que cambiaron para siempre el carácter y forma de la guerra. Este libro tratará de mostrarla en todas sus facetas durante este periodo vital de la historia universal. La organización de los ejércitos, su reclu-tamiento, paga y abastecimiento, la táctica y estrategia, el armamento y adiestramiento… Y, además, tratará de mostrar todo eso en funcio-namiento mediante la breve descripción de algunas de las batallas más decisivas del periodo y, también, con casi toda seguridad, de la historia universal. Y es que, en última instancia, los ejércitos solo pueden enten-derse del todo en batalla. Es en la batalla donde el armamento, el adiestra-miento, la organización, la ideología y la táctica tienen su fin y su sentido.

El mundo entre los siglos V al VIII fue un mundo en guerra. Un mun-do de grandes y disciplinados ejércitos imperiales con siglos de tradición mi-litar a sus espaldas. Pero, asimismo, de bandas de salvajes guerreros sin más pasado que el de las nieblas de la leyenda. Un mundo de hierro y conquista. Pero, también, un mundo de perfeccionamiento e innovación militar. Ese continuo vaivén entre organización y barbarie, entre ejércitos muy complejos y con un grado de organización altamente desarrollado y bandas guerreras con eficaces pero poco estructuradas formas de combatir, es una característica siempre a tener en cuenta en una historia de la guerra en la Edad Oscura. Entre ambos extremos, que podrían estar representados por los ejércitos ro-mano-bizantino, sasánida y chino, por un lado y, por otro, por las primitivas bandas guerreras de los eslavos y las anárquicas huestes de los señores de la guerra anglos y sajones, había todo un abanico de grados intermedios.

Otro tanto ocurría en el armamento. Entre el equipado caballero bi-zantino de hacia el año 600, con su cuerpo y el de su caballo poderosamente acorazados, portando escudo y armado con una apabullante panoplia ofensiva que incluía espada, arco compuesto asimétrico, lanza, dardos y venablos, y el

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XVII

Introducción

guerrero eslavo sin armadura o protección de ningún tipo y armado solamente con un venablo o con un arco de curvatura simple y flechas envenenadas, había un salto tecnológico brutal.4 La tecnología militar desempeñó siempre un papel determinante junto con la organización.

Los cambios constantes en las fronteras y las invasiones, estas últimas un factor bélico constante a lo largo de todo el periodo aquí estudiado, ac-tuaron como vectores de trasmisión de la tecnología militar y del arte de la guerra. Así, por ejemplo, máquinas de guerra con mecanismos de contrapeso originarias de China fueron llevadas por los ávaros a Europa y fueron ellos, también, con casi toda seguridad, los que terminaron por extender en Euro-pa occidental el uso del estribo que, aunque sobrevalorado durante mucho tiempo por los historiadores, fue un elemento importante en el desarrollo de la caballería medieval a partir de la segunda mitad del siglo VIII.

Otro ejemplo: el gran arco compuesto asimétrico centroasiático o arco reflejo compuesto, un arma poderosa desarrollada por los hunos y cuyo antecedente era el arco compuesto escita inventado muchos siglos antes, fue un factor clave en la expansión de los hunos, desde luego, pero terminó siendo pieza fundamental del equipo de los caballeros bizantinos y sasánidas de los siglos VI y VII y un factor esencial a la hora de explicar, por ejemplo, las grandes victorias de los generales de Justiniano, Belisario y Narsés, sobre vándalos y ostrogodos.5

Otro invento de la época, uno en especial llamativo y que significó un cambio drástico en la guerra naval y de asedio durante los siglos VII al XII, fue el temido, misterioso y mal llamado «fuego griego», un arma que, en buena medida, presagiaba a la artillería y al lanzallamas y que supuso todo un prodigio técnico en cuanto al diseño de los sifones que se empleaban para propulsarlo y en cuanto a su formulación química.6

Además, en este periodo surgirían también algunas de las unidades tácticas más famosas y de mayor significado militar de la historia de la guerra como las unidades bizantinas del tipo tagma y meros7 o como los aynâd árabes, o como la formación en jamis inventada por los primeros ejércitos califales.8

Además, los siglos aquí estudiados fueron también los siglos en que aparecieron algunos de los manuales tácticos más influyentes de la histo-ria universal: el Epítoma rei militaris del hispano Flavio Vegecio Renato, escrito en algún momento de la primera mitad del siglo V, y el conocido como Strategikon del Pseudo-Mauricio redactado casi con toda seguridad en torno al año 613.9

Esta obra abarca un amplio espectro cronológico, tres siglos y un am-plísimo escenario geográfico y cultural que va desde la China de los Tang al reino visigodo de Toledo y desde las fronteras de lo que hoy son Escocia e Inglaterra, a los bordes del Sahara. Del último ejército romano de Occi-dente al ejército de Carlos Martel y de la organización militar de la Persia

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XVIII

Imperios y bárbaros

sasánida a las anárquicas bandas guerreras de los eslavos. Será, pues, un largo viaje a través de disputados y ensangrentados campos de batalla en los que se sepultó un mundo, el de la Antigüedad, y se parió otro, el de la Edad Media. Cuando el largo viaje termine, el lector conocerá las claves de la guerra y de los ejércitos en una época apasionante: la Edad Oscura.

Notas

1 La cita es de Sebeos, 1995, quien escribía poco después de 680. Ver Macler, F., 1995.

2 Brown, P., 1997, 10.3 Mondolfo, R. En griego guerra es polemos, esto es, un sustantivo

masculino y, por lo tanto, la traducción literal sería «la guerra es el padre de todas las cosas».

4 Soto Chica, J., 2015, p. 78-87.5 Karasulas, A., 2003; Heather, P., 2006, 206-208; Soto Chica, J., 2015,

78-80; Soto Chica, J.: «Narsés y la conquista de Italia, 552-554», 46-53.6 Soto Chica, J.: «La invención del fuego griego y la lucha de bizantinos

y árabes por el control del Mediterráneo: ingeniería militar y guerra naval en la Alta Edad Media», 113-133; Haldon, J.: «Greek fire revisited: recent and current research», 290-325.

7 Treadgold, W., 1995, 14, 61, 94-96.8 Landau-Tasseron, E.: «Features of the Pre-Conquest Muslim Army in

the Time of Muhammad», 299-336; Haldon, J.: «Seventh-Century Continuities: the Ajnäd and the “Thematic Myth”, 379-423; Soto Chica, J.: «Yarmuk: la batalla que cambió Oriente», 30-37.

9 Para Vegecio, ver Paniagua Aguilar, D., 1996; Strategikon, Mauricio, emperador de Oriente, 2014; Maurice’s Strategikon, 1984.

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Si hubo unos años que cambiaron el mundo, esos fueron los dieciocho años que transcurrieron entre 610 y 628. Mientras dos emperadores guerreros y

mesiánicos se enfrentaban por el dominio del mundo antiguo en una guerra que provocó en apocalípticas palabras de un contemporáneo «un diluvio de fuego y sangre»,2 un tercer hombre, un profeta guerrero, forjaba una nueva fe y un nuevo Imperio que pronto extendería su dominio desde el Atlántico a

Después de que el emperador viera cómo los persas rompían filas en su persecución y cómo algunos soldados romanos resistían en la torre del vigía y que muchos de ellos caían bajo los golpes de los persas, corrió hacia ellos para auxiliarlos, pero un gigantesco guerrero persa le salió al paso y le atacó

en el centro del puente. Pero el emperador lo golpeó con su espada y lo arrojó a las aguas del río. Al ver cómo su campeón era vencido por el emperador,

los persas que estaban en el puente se dieron la vuelta y huyeron, arrojándose muchos a las aguas como ranas para escapar de los romanos y cayendo otros muchos bajo las espadas romanas. Pero al otro lado del puente los persas se reagruparon y presentaron batalla impidiendo a los romanos apoderarse de

la otra orilla. Luchando de forma sobrehumana, el emperador, a la cabeza de unos pocos de sus hombres, se arrojó sobre los enemigos, asombrando con su

valor a Sharvaraz que contemplaba la lucha desde una altura y que al distinguir al emperador por sus botas teñidas de púrpura, le dijo a Cosmas, un traidor

romano que lo acompañaba: «Mira al César, Cosmas, mira cómo lucha él solo contra una multitud. Como un yunque rechaza los golpes».1

Teófanes el Confesor, Crónica, 6116, 314-315.

7La cruzada de Heraclio y la batalla de NíniveLucha a muerte entre dos imperios, 610-628

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Imperios y bárbaros

las fronteras de China y la India. Los dos emperadores guerreros y mesiánicos se llamaban Heraclio y Cosroes, el profeta guerrero, Mahoma. Los tres creye-ron que estaban destinados a regir el mundo en nombre de su dios y los tres condujeron a miles de guerreros que así lo creían.

La última larga guerra entre Persia y Bizancio no supuso un cambio en cuanto a la táctica o el equipamiento militar, pero sí fue revolucionaria en cuanto a la ideología y en cuanto a la intensidad y propósito. La toma de Jerusalén por los persas en 614 y el traslado de la Vera Cruz a Ctesi-fonte, el alzamiento de las comunidades judías de Palestina y Siria a favor de Cosroes  II al que llegaron a saludar como un nuevo Ciro, libertador y mesías gentil del oprimido pueblo de Israel, la idea que se asentó entre cristianos, judíos y mazdeístas de que se hallaban en la consumación de los tiempos y de que un soberano santo y único debía de regir el mundo antes de la segunda parusía de Cristo o del advenimiento del verdadero Mesías, crearon un clima propicio a la exaltación religiosa y que, al cabo, aprovechó Heraclio para tratar de dar un giro a la desastrosa situación de su Imperio.

En efecto, tras perder Egipto a manos de los persas en 619, y con los ávaros y eslavos a la puerta de Constantinopla e inundando todos los Balcanes, al Imperio romano parecía no quedarle más opción que el colapso. Si no se hundió fue porque Heraclio supo galvanizar a su pueblo y a su ejército con la idea de que aquella guerra no solo se libraba para restaurar el Imperio, sino por Cristo. Aquel Imperio, su Imperio, era el Imperio de Dios y ellos, los soldados y el pueblo romanos, eran un nuevo y santo Israel al que su emperador, un nuevo Moisés, debía de conducir a la libertad enfrentándose al nuevo faraón, Cosroes II. Él, Heraclio, era un nuevo David y vencería al Goliat persa.3

Pero el Goliat persa se hallaba en la cima de su poder en 622. Ese año, terminada la conquista de Egipto y tras haber lanzado una expedición de saqueo contra Libia Pentápolis, Cosroes II desencadenó un doble y terrible ataque contra el Asia Menor: una flota persa, la primera que navegaba por el Mediterráneo desde hacía casi mil años, saqueó Rodas, Cos, Samos, Creta y Éfeso. En el Egeo coincidió con los salvajes guerreros eslavos que, alentados por el jagan ávaro, de quien eran vasallos, se lanzaban en sus primitivas em-barcaciones, los monoxilos, a las aguas egeas para saquear las Cícladas y Cre-ta.4 Mientras, el más exitoso spahbad persa, Sharvaraz, spahbad del Nemroz, y conquistador de Siria, de Palestina y Jerusalén, de Egipto y Alejandría, cru-zaba el Tauro y penetraba a sangre y fuego en Asia Menor con el objetivo de reunirse con la flota persa en el Helesponto y marchar junto a ella hasta Constantinopla para asestar a los romanos el último y mortal golpe.

Fue entonces cuando Heraclio dejó de ser un emperador romano y se transformó en un héroe, en el primero de los cruzados, en un rey sagrado y guerrero que sería cantado en todo Oriente y en toda Europa a lo largo de los siguientes mil años. Y es que, a lo largo de toda la Edad Media y el Re-nacimiento, fue Heraclio el gran héroe de los europeos y no el Cid, Arturo o

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Sigfrido. Y, aunque hoy los visitantes de las iglesias, catedrales o museos no sepan interpretar las imágenes o los símbolos que duermen en las obras de arte medievales y renacentistas, esas creaciones artísticas cuentan la historia de Heraclio y de la Vera Cruz. En Francia, en España, en Italia o Alemania existen centenares de lienzos, frescos, miniaturas, tablas, grabados, esculturas, vidrieras, novelas caballerescas, relatos piadosos… que cantan la gesta de He-raclio, del primer cruzado.5 Y durante siglos y hasta el XVII todas las dinastías europeas trataban de forzar sus árboles genealógicos para hacerlos arrancar de Heraclio pues era él, como último gran emperador de los romanos y primero de los cruzados, quien podía dar más lustre a una monarquía europea. Y, de

Figura 70: Los discos de David son una serie de nueve platos de plata elaborados en el reinado de Heraclio, tal como atestiguan los sellos de control en su reverso, que los datan entre 613 y 630. Reciben su nombre porque cada uno de ellos representa una escena de la vida del bíblico rey David. En este caso se representa el combate de David contra Goliat, y nos da una imagen idealizada del atavío y panoplia de la infantería bizantina de la época. La opinión más generalizada los lleva a la fecha más tardía, alre-dedor de 630, habiéndose encargado para celebrar la victoria de Heraclio, nuevo David, sobre el Goliat sasánida. Metropolitan Museum, Nueva York.

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esa manera, Felipe II, el hombre más poderoso del mundo, mandó a su ge-nealogista que dibujara su árbol genealógico colocando a Heraclio en su base. No en vano Felipe II era bisnieto de los Reyes Católicos, los mismos que, al levantar una iglesia en Roma para celebrar el triunfo de su cruzada contra el reino nazarí de Granada, la Iglesia de la Vera Cruz de Jerusalén en Roma, se hicieron representar en ella Isabel como santa Elena y Fernando como He-raclio: la emperatriz que halló la Vera Cruz y el emperador que la rescató.6

LA GUERRA DE HERACLIO

Todo comenzó en Pascua de 622, con la flota persa saqueando Rodas y Sharvaraz trasponiendo el Tauro a la cabeza de 40 000 hombres. Mientras, junto al lago de Nicea, Heraclio había reunido al último ejército de cam-

Figura 71: Otro de los discos de David, en el que se representa al monarca hebreo sien-do confrontado por el profeta Elías. Se ha representado detalladamente la armadura de David, una cota de malla con refuerzos en el hombro y pteryges, bajo la que porta túnica. Destacan también sus botas de caballería, aunque su lanza es demasiado corta, al haber te-nido que adaptar su longitud al espacio disponible. Metropolitan Museum, Nueva York..

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paña del Imperio romano y se presentó ante él calzado no con las botas púrpura de un emperador, sino con el calzado negro que, desde los lejanos días de la República romana, eran uno de los atributos y símbolos del solda-do romano. Heraclio quería decirles con aquel gesto que él, el emperador, era uno de ellos. Que lucharía, sudaría y sangraría a su lado. Pues Heraclio no se iba a quedar en Constantinopla, ni tan siquiera iba a quedarse en la retaguardia dirigiendo al ejército desde una posición segura, sino que iba a encabezarlo y a combatir desde y en primera línea.

Heraclio tomaba aquella insólita iniciativa para un emperador romano porque desde hacía casi veinte años los ejércitos bizantinos no conocían sino la derrota. Necesitaban un revulsivo y él, Heraclio, el nuevo David, se lo daría. Y por eso, también, aquella mañana no solo se presentó ante sus hom-bres revestido con la cota de mallas, el yelmo y las armas, sino que, desde su gran caballo de guerra, Corzo, desplegó ante el asombro de todos el más sagrado de los estandartes: la Cristopolia, el Mandylion de Edesa, nuestra Sá-bana Santa de Turín.7 Heraclio no solo iba a emprender una contraofensiva para recuperar tal o cual provincia, iba a la guerra santa y sus hombres ya no solo iban a ser soldados de Roma, sino soldados de Cristo.

En junio, condujo a sus 40 000 hombres hacia las montañas del Pon-to. Los había adiestrado durante más de dos meses. Aquellos hombres cons-tituían un ejército renacido. Durante mucho tiempo se supuso por error que Heraclio fue el fundador del sistema thematico, hoy día los especialistas sabemos que no fue así y que fue su nieto quien llevó a cabo la reforma. No, no era un nuevo ejército romano, sino la restauración del ejército que Justiniano había dejado a sus sucesores. Tras veinte años de purgas, guerras civiles, derrotas y desastres, el ejército romano había sido aniquilado. Hera-clio tuvo que empezar casi de cero tras la gran derrota sufrida ante los persas en 613 bajo los muros de Antioquía. El primer paso fue formar oficiales, pues los cuadros de oficiales y mandos del ejército habían sido purgados, ejecutados, en su mayor parte por el tirano Focas (602-610) y los que ha-bían sobrevivido perecieron ante los persas y los ávaros o en la guerra civil que llevó a Heraclio al trono. Así que era perentorio formar oficiales bien y muy rápido. Para eso surgió uno de los tratados militares más influyentes y ricos de la historia universal: el Strategikon del Pseudo-Mauricio. Hoy sabe-mos que este manual no fue escrito por Mauricio, el emperador, y tampoco fue redactado durante su reinado, sino que fue encargado por Heraclio, es probable que a Filípico, uno de los mejores generales de Mauricio, en torno al año 613 para que sirviera de manual práctico a la nueva oficialidad que tanto necesitaba el exhausto ejército romano.8

El segundo paso fue reunir oro. Sin el precioso metal no había solda-dos y el Imperio no lo tenía. Ese oro que al Imperio romano le faltaba lle-naba ahora las arcas del tesoro sasánida, pues las más ricas provincias, Siria, Palestina y Egipto, estaban ahora en manos persas. Tampoco había mucho

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que esperar de Asia Menor, devastada año tras año por las expediciones persas, ni de los Balcanes en donde los eslavos, a partir de 611, se estaban asentando mediante la expulsión, el sometimiento o la aniquilación de la población original y arrasando con la mayor parte de las ciudades. Solo Sa-lona, Tesalónica, Patras y Atenas, amén de la propia Constantinopla y algu-nas plazas menores del mar Negro y del Adriático sobrevivieron. Italia poco podía ofrecer y Spania estaba siendo conquistada por los visigodos. Solo de África llegaban oro y soldados, pero no era suficiente. Por eso Heraclio jugó la carta del miedo: en 618, amenazó con trasladar la capital a Cartago, en África, y abandonar Constantinopla al avance persa. Ante la amenaza, el patriarcado constantinopolitano cedió al emperador todos los tesoros de la Iglesia. El oro, la plata y el bronce de las iglesias fue fundido y acuñado9 y a su brillo acudieron miles de nuevos reclutas. Y, fue ante esos nuevos sol-dados ante los que Heraclio se presentó en 622 portando la Sábana Santa.

Ahora los conducía contra el mejor spahbad persa, Sharvaraz, «el jabalí salvaje de Persia».10 Avanzando deprisa por las montañas del Ponto hacia el valle del río Lycos, Heraclio logró sorprender a una vanguardia de jinetes árabes lakhmíes al servicio de Sharvaraz y los convenció para que se pasasen a su ejército. Luego salvó a este de una emboscada persa preparada durante un eclipse de luna y, al cabo, logró arrinconar, mediante hábiles marchas y contramarchas y tomando un paso montañoso, a los guerreros de Shar-varaz en las cumbres del Ponto mientras que él y sus huestes ocupaban los valles. Heraclio quería obligar a Sharvaraz a presentar batalla en terreno desfavorable para los persas. Lo logró exponiéndose personalmente y el 6 de agosto de 622 los derrotó.11 Era la primera gran victoria romana desde hacía casi veinte años y aunque Heraclio tuvo que abandonar de inmediato la

Figura 72: Sólido acuñado en Constantinopla durante el reinado de Heraclio (610-641). En el anverso, bustos del emperador y su hijo Constantino Heraclio con clámide y corona, y en reverso cruz sobre podio.

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persecución del enemigo derrotado y volver a toda prisa a Constantinopla ante las inquietantes noticias de que una flota persa rondaba el Helesponto y, sobre todo, ante el avance de los ávaros que, rompiendo la paz de 619, marchaban de nuevo sobre Constantinopla, el brillo de su victoria sobre los persas dio un giro a la guerra.

Calmados los ávaros con nuevas entregas de oro y reunido de nuevo el gran ejército romano de Heraclio, esta vez en Cesarea de Capadocia, lo condujo hacia el corazón de Persia. El soberano admiraba a Escipión el Africano e iba a inspirarse en su forma de hacer la guerra. Por eso, de-jando atrás las provincias ocupadas por los ejércitos persas, Siria, Palestina y Egipto, penetró en Armenia, asaltó la capital persa de la región, Dvin, tomó Naxcawan, al pie del Ararat armenio, y penetró en el norte de Persia. Allí, en Ganzak, lo aguardaba Cosroes II a la cabeza de 40 000 guerreros. Pero Heraclio se movía muy deprisa y cuando los persas aún lo creían lejos, su vanguardia, formada por jinetes ligeros árabes gasaníes y lakhmíes, sor-prendió al ejército persa y causó una gran matanza entre sus filas e, incluso, apresó al jefe de la guardia de Cosroes. El shahansha entró, entonces, en pánico y huyó dejando atrás a su ejército desconcertado que, ante el avance romano y la huida de su rey, abandonó Ganzak sin lucha. A continuación, la ciudad fue saqueada por Heraclio que apenas si se detuvo en ella, pues a escasos 23 km al este, se alzaba el «Gran Templo del Fuego de los guerre-ros», el actual Tep Suleyman, un templo fortaleza que representaba el lugar más sagrado de la religión mazdeísta y tras cuyas poderosas torres y murallas se extendían las aguas de un lago sagrado y se alzaba un edificio colmado de riquezas.12

La toma y saqueo del templo del fuego de los guerreros fue la respues-ta simbólica a la toma y destrucción de la iglesia del Santo Sepulcro de Jeru-salén por los persas en 614. Pero Heraclio no se detuvo: bajó por los Zagros hacia el corazón de Persia, saqueó varios palacios reales y devastó salvaje-mente la región haciendo miles de cautivos y destruyendo infraestructuras hidráulicas, cultivos, ciudades y aldeas. Al final, tuvo que retroceder ante el avance de tres ejércitos persas que amenazaban con cercarlo. Heraclio, giró entonces hacia el norte y alcanzó las aguas del Curaxes y pasando el gran río, acampó en la Albania caucásica (Azerbaiyán actual) para pasar allí el invierno de 623-624.13

Cosroes II estaba furioso. Cuando se hallaba en el cénit de su poder, cuando se creía invulnerable, el emperador romano había derrotado a sus ejércitos, saqueado sus provincias del norte y penetrado hasta el corazón de Persia. En la primavera de 624 envió contra Heraclio a sus tres mejores ge-nerales, Sharvaraz, Shain y Sharaplakan, con una fuerza enorme que reunía unos 80 000 hombres en conjunto y que se pasó la primavera, el verano y el otoño persiguiendo a Heraclio y a su ejército por las agrestes montañas del Cáucaso, Armenia y Media Atropatene. No solo no lograron cercar y ani-

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quilar a Heraclio, sino que este los derrotó uno tras otro, en una campaña digna de Escipión, Aníbal o César y que llevó al ejército romano a través de montañas que, a menudo, superaban los 3000 m y a territorios nunca pisa-dos por un ejército romano. Sorprendiendo a todos, Heraclio llegó a pasar al norte de las «puertas de hierro» del Cáucaso, solo para volver a Armenia con los pasos ya cubiertos de nieve y sorprender y aplastar al ejército de Sharvaraz que invernaba, ajeno al peligro, junto al lago de Van.14

Pero, pese a tan resonantes victorias y hazañas bélicas, Heraclio sabía que lo fundamental no había cambiado: Persia seguía controlando Siria, Palestina y Egipto. Su flota seguía navegando por el Mediterráneo oriental y sus recursos económicos y humanos aún eran muy superiores a los que él podía reunir. Cosroes II, el shahansha de Persia, podía permitirse muchas derrotas, Heraclio, ninguna.

Así que, en febrero de  625, mientras su victorioso pero acosado y agotado ejército aún acampaba junto al lago de Van, a más de 1600 m de altitud y rodeado de montañas que ascendían hasta más de 3000 m, envió a los turcos kok una embajada. Heraclio necesitaba el apoyo de un gran Im-perio y los turcos lo eran, igual que eran enemigos de Persia. Heraclio ofre-ció a los turcos la mano de su hija, la augusta Eudocia, y la entrega de las provincias persas de Transcaucasia. A cambio, el soberano de los turcos kok occidentales se comprometía a invadir el norte de Persia al año siguiente.15

Pero, mientras tanto, el soberano tenía graves problemas. Aislado de sus bases y con un ejército agotado y sin abastecimientos, tenía que regresar con urgencia a territorio controlado por los romanos. Acosado de nuevo por

Figura 73: Dracma de Cosroes II. En el anverso vemos la efigie del monarca coronado y armado con coraza, en el interior de un doble anillo. La corona se adorna con alas, un creciente y una estrella, además de otros detalles. En el reverso se aprecia la represen-tación de un altar de fuego, propio del culto zoroástrico, donde el fuego sirve a modo de símbolo de la energía divina del demiurgo: Ahura Mazda. Flanquean el altar dos sacerdotes (o magi) que sostienen sendas espadas.

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el ejército persa, Heraclio tuvo que atravesar las montañas del Kurdistán y pelear sin cesar contra las vanguardias persas que trataban de cerrarle los ca-minos. Tras cruzar el Éufrates con los persas pegados a sus talones y pasar las montañas del Tauro, Heraclio y su ejército llegaron a Adana en abril de 625 y acamparon en la orilla occidental del gran río Saros, junto al puente fortifica-do que lo cruza. No esperaban a los persas, pero estos llegaron.

Sharvaraz también se había movido rápido y cayó sobre el despreveni-do ejército romano. Los romanos estaban exhaustos, escasos de alimentos y con sus caballos enfermos o agotados, pero al ver a los persas se inflamó su ardor guerrero y desoyendo las órdenes del emperador y de sus mandos, cruzaron en tropel el puente para echarse en desorden sobre los persas que habían osado perseguirlos hasta allí. Sharvaraz debió de sonreír. El puente formaba un cuello de botella para los romanos y los persas pronto los re-chazaron y se apoderaron de la cabeza oriental del gran puente y ya ame-nazaban con tomarlo por completo y desbandar a los romanos. La derrota parecía segura, pero Heraclio se plantó en el puente con la espada desenvai-nada y enfrentando a los persas. Un enorme campeón persa, un savaran que pasaba de los 2 metros de altura, desmontó y atacó al emperador. Heraclio luchó con el persa y lo abatió arrojándolo al río. Ante el valor de su empera-dor, los soldados dejaron de huir y comenzaron a volver al puente y pronto se desencadenó allí una lucha furiosa. Entonces, los romanos mantuvieron el control del puente y su ejército pudo reorganizarse y retroceder en orden sin ser perseguido.16

Heraclio los condujo a Sebastea (Sivas) y allí tuvo que dedicar largos meses a reclutar nuevas tropas con las que cubrir bajas, adiestrarlas y dar merecido descanso y reparación a los veteranos. Sencillamente, los romanos no podían ponerse de nuevo en campaña.

Cosroes II lo sabía y sabía también que Heraclio había enviado em-bajadores a los turcos, así que era urgente aplastar definitivamente al Im-perio rival. Dedicó, pues, el verano y el otoño de 625 a preparar un gran golpe. En primer lugar, respondió al movimiento diplomático de Heraclio de aliarse con los turcos kok, trabando a su vez una alianza con los áva-ros. Estos eran viejos enemigos de los kok y ambicionaban Constantinopla. Cosroes II les ofreció que se quedaran con ella y con lo que restaba de los territorios balcánicos del Imperio bizantino, los persas tomarían toda Asia Menor y luego continuarían hacia África. Según este acuerdo, los ávaros y los persas coordinarían un gran ataque contra Constantinopla en la pri-mavera de 626. En segundo lugar, preparó dos grandes ejércitos: uno lo comandaría Shain, quien conduciría a 50 000 hombres, sus «lanzas dora-das»17 contra el ejército de Heraclio acampado en Asia Menor y, el otro, 40  000  hombres comandados por Sharvaraz, aprovecharía que Heraclio tenía que vérselas con Shain, para marchar directamente contra los arraba-les asiáticos de Constantinopla y sumarse allí al asedio que emprenderían

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los ávaros. La flota persa, con base en Alejandría, navegaría también hacia el Bósforo. Cuando Constantinopla cayera, caería el Imperio romano y Persia sería el único y verdadero Imperio.

En abril de 626, Heraclio fue consciente de lo que se le venía encima. Sus intentos por impedir que los ávaros y los persas firmaran una alianza con-tra los romanos habían fracasado. Heraclio sabía que, si marchaba a defender Constantinopla su única opción de ganar la guerra, mantenerse en el campo de batalla y sumar sus fuerzas a las de los turcos kok, se esfumaría. Así que lo arriesgó todo. Envió socorro a Constantinopla, 12 000 hombres, y ordenó a su magister militum praesentalis que organizara la defensa con el auxilio del patriarca de la ciudad, Sergio. Los constantinopolitanos construyeron nuevas defensas: el monoteitos o muro de Blaquernas y prepararon máquinas de guerra y todo tipo de bastimentos para preparar el inminente sitio. Una parte de la flota fue enviada al Helesponto a bloquearlo e impedir así que la flota persa se sumara al asedio y el resto permaneció en los puertos constantinopolitanos para mantener el control del Bósforo e impedir que los persas y los ávaros sumaran sus fuerzas y que las primitivas embarcaciones de los súbditos eslavos del jagán ávaro asaltaran las defensas marítimas de la capital.

Mientras, en Sebastea, Heraclio dividió lo que le quedaba de su ejérci-to: el grueso quedó bajo el mando de su hermano, Teodoro, y tendría como misión interceptar a Shain y a sus 50 000 «lanzas doradas» y, el resto, no más de 5000 hombres, marcharía con él al Cáucaso para entrevistarse allí con el soberano de los turcos kok y asegurar la alianza romano-turca.

En 29 de junio de 626, la fortuna arrojó sus dados. Se presentaron 80 000 ávaros, eslavos, búlgaros y gépidos ante las murallas de Constantino-pla del lado europeo y contactaron mediante señales luminosas y embajado-res con los 40 000 persas de Sharvaraz que los aguardaban del lado asiático del Bósforo tras haber saqueado e incendiado Crisópolis y Calcedonia.

El asedio de Constantinopla fue durísimo. Los ávaros sabían cómo to-mar una ciudad. Construyeron grandes torres móviles y sus catapultas de con-trapeso disparaban sin cesar contra las murallas, mientras que los guerreros ávaros y sus vasallos eslavos, búlgaros y gépidos se lanzaban una y otra vez al asalto. Pero los Constantinopolitanos luchaban con valor. Los soldados com-batían con brío, y la población, animada por las procesiones de reliquias e iconos sagrados y por el fervor religioso que Sergio, el patriarca de la ciudad, supo inculcarles, acudían a las murallas día y noche para reparar los daños y para auxiliar a los soldados. Se decía que la madre de Cristo se paseaba por las murallas infundiendo valor a los romanos y pánico a los bárbaros.

Persas y ávaros concertaron un gran ataque coordinado. Las semanas pasaban y se necesitaba una victoria, pues los ávaros no podrían mantener durante mucho tiempo sobre el campo a la horda que habían reunido y que consumía grandes cantidades de víveres. Así que se lanzaría un triple ataque contra Constantinopla: desde tierra atacarían las murallas docenas de miles

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de guerreros del jagán ávaro; desde el mar, navegando por el Cuerno de Oro, se lanzarían al asalto miles de monóxilos y balsas eslavas repletas de guerreros eslavos, búlgaros y gépidos; y, desde la otra orilla del Bósforo, una flota de monóxilos eslavos trasladaría a la orilla europea a 4000 soldados persas de élite para que se sumaran al asalto final.

Pero la flota bizantina vigilaba y el «servicio secreto» romano había inter-ceptado a varios embajadores persas y estaba al corriente del plan. Cuando los monóxilos eslavos encargados de cruzar el Bósforo y trasladar a los 4000 persas al lado europeo se echaron al mar, los dromones bizantinos los dejaron pasar. Pero cuando volvían repletos de soldados persas, cayeron sobre ellos y los hun-dieron embistiéndolos con sus espolones o destrozándolos con las lluvias de dardos de hierro y piedras que lanzaban sus toxobolistres y catapultas.

Mientras el desastre se abatía sobre los monóxilos eslavos que habían embarcado a los persas en la orilla asiática del Bósforo, en la ciudad se com-batía con extrema dureza. Los ávaros y sus vasallos atacaban sin descanso las murallas. Su propósito era alejar la atención romana del Cuerno de Oro. Y es que allí se habían lanzado a las aguas cientos de monóxilos eslavos repletos de bárbaros guerreros que debían desembarcar en la playa de San Nicolás y sumarse allí al asalto ávaro.

El ejército ávaro avanzaba. Tras un salvaje combate los ávaros lograron penetrar el Muro de Blaquernas y entrar en el barrio de la iglesia que guardaba la túnica de la Virgen María. Pero un feroz contraataque romano los expulsó de allí y los puso en fuga. Justo a tiempo, cientos de monóxilos llegaban, entonces, cargados de guerreros y sin aparente oposición. Era una trampa romana. Los dromones imperiales se habían apostado al otro lado del estrecho que forma la embocadura del Cuerno de Oro y cuando los monóxilos eslavos avanzaban hacia las playas que se abrían al pie de San Nicolás, cayeron sobre ellos. Fue una matanza. Los grandes dromones embestían los frágiles monóxilos, simples barcas excavadas en un solo tronco, y que, a veces, se ataban entre sí para for-mar una suerte de balsas y desde sus altas bordas los arqueros asaeteaban a los indefensos bárbaros. Cuando estos trataban de huir, las toxobolistres romanas destrozaban sus embarcaciones con una mortífera lluvia de grandes proyectiles de hierro o de piedras. Las aguas se enrojecieron y los supervivientes alcanzaron la playa de San Nicolás con el terror en el cuerpo, pero a salvo.

No obstante, el terror iba a continuar. Los soldados romanos que ha-bían «limpiado» de ávaros el sector de Blaquernas, vieron desde la muralla a los supervivientes eslavos y cayeron sobre ellos. Las arenas de la playa se vol-vieron también rojas y los romanos cortaron miles de cabezas que enviaron, clavadas en lanzas, a las murallas terrestres de la ciudad. Allí se combatía con furia y los ávaros no cejaban en su empeño de traspasar las defensas romanas y de, salvando el foso, arrimar sus torres de asedio a los muros. Pero cuando sobre las murallas comenzaron a alzarse miles de lanzas con cabezas ávaras, eslavas, gépidas y búlgaras en sus puntas, el ánimo guerrero se enfrió.18

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Entonces, los eslavos, gépidos y búlgaros desertaron en masa ante la pavorosa visión de las cortadas cabezas de sus compañeros y los ávaros fue-ron incapaces de mantener el asalto. Al día siguiente, tras incendiar sus máquinas de guerra, se retiraron.19

La victoria romana en agosto de  626 en el primer gran asedio de Constantinopla significó el fin del Imperio ávaro como gran potencia. En los siguientes años, las tribus eslavas que les estaban sometidas se rebelaron contra el jagán y se independizaron con el apoyo de la diplomacia romana. Aparecieron así serbios y croatas y, pronto, bajo un kan unificador que se había educado en la corte de Heraclio, Kubrat, las tribus protobúlgaras: onoguros, cutriguros y utiguros también se rebelarían contra el jagán ávaro y lo expulsarían de las estepas ucranianas y rusas.20

Mientras que se libraba la gran batalla por Constantinopla, Teodoro, el hermano de Heraclio, se enfrentaba a las 50 000 «lanzas doradas» del spahbad Shain. La batalla se dio en Colonea y los romanos se alzaron con el triunfo. Como resultado, Shain murió en la batalla y Persia perdió su mayor ejército, a la par que el de Sharvaraz permanecía inútilmente plantado ante el Bósforo.

Heraclio avanzaba hacia los desfiladeros del Cáucaso. Le llegaban bue-nas nuevas: la derrota ávaro-persa en Constantinopla y la victoria de su hermano Teodoro en Colonea.21 Sus exploradores también le traían buenas noticias. El soberano de los turcos había invadido la Albania caucásica y la Media Atropatene y las había saqueado a conciencia. Ahora regresaba vic-torioso hacia los pasos del Cáucaso. Allí lo alcanzó Heraclio y selló la gran alianza. La guerra había dado un giro decisivo y al año siguiente sería Persia y no la Romania, la que tendría que luchar por su vida.

Y así fue. En la primavera de 627, libre del peligro ávaro y con la promesa del kan de los turcos kok occidentales de sumársele con 40 000 ji-netes, Heraclio concentró sus tropas, unos 50 000 hombres, y marchó hacia la Iberia caucásica. Allí, en su capital, Tiflis, se reunieron turcos y romanos. Dicha ciudad era la capital de un reino aliado de Persia y miles de guerreros persas la defendían. Romanos y turcos la asediaron durante el verano, pero no lograron tomarla.

Heraclio decidió, entonces, caer sobre la propia Persia. En septiem-bre, cruzó Armenia y se internó en la Media Atropatene. A su paso ardían ciudades, templos del fuego, palacios y campos. Heraclio lo destruía todo.

LA BATALLA DE NÍNIVE, 12 DE DICIEMBRE DE 627

Heraclio estaba en la Media Atropatene, cerca de la ciudad de Ganzak, que ya había saqueado en 623. Cosroes II desesperaba. Había perdido un gran ejército, el de Shain, y el de Sharvaraz estaba lejos, en Siria, y se negaba a acudir en defensa del trono.

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«Edad oscura» es el nombre que tradicionalmente se ha dado al periodo comprendido entre las invasiones germánicas y la eclosión del Imperio carolingio, un tiempo que supuso la transformación definitiva del mundo antiguo y el alumbramiento del Medievo. Los conflictos bélicos, ya fueran de carácter casi mundial porque enfrentaban a los grandes imperios, o de carácter local, fueron continuos y feroces, desde Atila y sus hunos y la caída del Imperio romano de Occidente, al avance incontenible de la marea islámica, solo frenado in extremis por Bizancio y los francos.

A partir del análisis de ejércitos, estrategias y batallas, José Soto Chica, profesor de la Universidad de Granada, arroja luz sobre una época poco luminosa y poco iluminada por la investigación. En Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura, asistiremos a la caída de potencias como los sasánidas o Roma, al final del reino visigodo, a choques cruciales para el destino del mundo como Poitiers, al nacimiento y disolución de efímeros imperios de las estepas o al alumbramiento de leyendas como el rey Arturo.

HISTORIAMEDIEVAL

9 788412 079807

ISBN: 978-84-120798-0-7

P.V.P.: 24,95 €