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I I José M. Portillo Valdés, Crisis atlántica. Autonomía e independencia en la crisis de la monarquía hispana. Madrid, Marcial Pons/Fundación Carolina, 2006 Pablo Mijangos y González t ntrc febrero y mayo de 1808, al compás del motín de Aranjiiez y la ominosa abdica- eión de Ciarlos l\, dio inicio una crisis polí- tica sin precedente en todo el mundo his- pánico. Como si de un doloroso parto se tratara, la silbita ausencia del monarca es- pañol, aunada a la in\asión de la península por un ejército extranjero, detonó un larf^o c intrincado proceso revolucionario, tras el cual emergerían una multitud de repi'ibli- cas y confederaciones en lo que antes fue- ran los dominios americanos de la monar- quía española. Si bien se trató de ima crisis de dimensiones atlánticas, este momento fundacional de las naciones hispanoameri- canas -V del liberalismo español- ha sido relatado más bien a la lu/, de su resultado final, esto es, bajo el solemne rubro de la independencia de la nación, y muy pocas \ eces se ha intentado reconstruirlo en toda su amplitud original. Ciish iitldntini, la más reciente obra de José M. I'ortillo Naldés. ofrece una interpretación global de este proceso, novedosa en tanto no se limita a integrar en un solo libro una serie de histo- rias que suelen narrarse por separado, sino que atiende al sustrato jurídico y constitu- cional c|iic les fue común a todas ellas. Sin asumir las independencias como un punto de llegada ine\itablc. Portillo expone los mi'iltipics significados (|ue adt|u¡ri(') el len- guaje político español en im contexto de inestabilidad y rei\ indicaciones autonomis- tas, y muestra las inconsistencias de ima imaginada "Nación española" en la (|iie no cupieron de igual manera "los españoles de ambos hemisferios", tal y como rezaba el primer artículo de la Constitución de Cá- diz. Así. en lugar de narrar ima \ez más la gloriosa gesta de unas naciones sacudién- dose el vugo de la opresión colonial, ('.'/'Á/.í iitldntHii se atreve a sugerir c|ue las inde- pendencias fueron más bien hijas de im fracaso, el de una España (|ue se soñó cató- lica, liberal e igualitaria, sin dar la oportu- nidad de que su propio discurso de libertad se reprodujera "más allá de su excliisixo horizonte". Portillo X'aldés distingue claramente dos etapas en la crisis de la monar(|uía his- pana. La primera es la llamada "revolución de las provincias de España", titulada así por el protagonismo (|iie ad(|UÍricron los poderes e instituciones representativas pro- \ inciales tras los sucesos de Bayona. En este primer momento, marcado por la inexis- tencia de im gobierno central efectivo, las múltiples "Juntas" locales (|iie asumieron la tarca de resistir al invasor se autoerigie- ron en "depositarías" de la soberanía de Eernando v il, reclamando de este modo im "derecho esencial" de los pueblos al ejer- cicio de la tutela sobre mismos y sobre la soberanía (.leí propio monarca. .\l otro lado del Atlántico, las élites criollas no tardaron en seguir el ejemplo de sus pares peninsu- lares y formaron Jimtas que igualmente proclamaron su derecho a la autodefensa 155

José M. Portillo Valdés, e - Aleph Ciencias Sociales ...aleph.academica.mx/.../8265/1/DOCT2065568_ARTICULO_11.pdfI ^ en una situación de cmcriíencia. Tai y como se había hecho

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I I

José M. Portillo Valdés, Crisis atlántica. Autonomía

e independencia en la crisis de la monarquía

hispana. Madrid, Marcial Pons/Fundación Carolina,

2006

Pablo Mijangos y González

t ntrc febrero y mayo de 1808, al compás

del motín de Aranjiiez y la ominosa abdica-

eión de Ciarlos l\, dio inicio una crisis polí-

tica sin precedente en todo el mundo his-

pánico. Como si de un doloroso parto se

tratara, la silbita ausencia del monarca es-

pañol, aunada a la in\asión de la península

por un ejército extranjero, detonó un larf^o

c intrincado proceso revolucionario, tras el

cual emergerían una multitud de repi'ibli-

cas y confederaciones en lo que antes fue-

ran los dominios americanos de la monar-

quía española. Si bien se trató de ima crisis

de dimensiones atlánticas, este momento

fundacional de las naciones hispanoameri-

canas -V del liberalismo español- ha sido

relatado más bien a la lu/, de su resultado

final, esto es, bajo el solemne rubro de la

independencia de la nación, y muy pocas

\ eces se ha intentado reconstruirlo en toda

su amplitud original. Ciish iitldntini, la más

reciente obra de José M. I'ortillo Naldés.

ofrece una interpretación global de este

proceso, novedosa en tanto no se limita a

integrar en un solo libro una serie de histo-

rias que suelen narrarse por separado, sino

que atiende al sustrato jurídico y constitu-

cional c|iic les fue común a todas ellas. Sin

asumir las independencias como un punto

de llegada ine\itablc. Portillo expone los

mi'iltipics significados (|ue adt|u¡ri(') el len-

guaje político español en im contexto de

inestabilidad y rei\ indicaciones autonomis-

tas, y muestra las inconsistencias de ima

imaginada "Nación española" en la (|iie no

cupieron de igual manera "los españoles de

ambos hemisferios", tal y como rezaba el

primer artículo de la Constitución de Cá-

diz. Así. en lugar de narrar ima \ez más la

gloriosa gesta de unas naciones sacudién-

dose el vugo de la opresión colonial, ('.'/'Á/.í

iitldntHii se atreve a sugerir c|ue las inde-

pendencias fueron más bien hijas de im

fracaso, el de una España (|ue se soñó cató-

lica, liberal e igualitaria, sin dar la oportu-

nidad de que su propio discurso de libertad

se reprodujera "más allá de su excliisixo

horizonte".

Portillo X'aldés distingue claramente

dos etapas en la crisis de la monar(|uía his-

pana. La primera es la llamada "revolución

de las provincias de España", titulada así

por el protagonismo (|iie ad(|UÍricron los

poderes e instituciones representativas pro-

\ inciales tras los sucesos de Bayona. En

este primer momento, marcado por la inexis-

tencia de im gobierno central efectivo, las

múltiples "Juntas" locales (|iie asumieron

la tarca de resistir al invasor se autoerigie-

ron en "depositarías" de la soberanía de

Eernando v il, reclamando de este modo im

"derecho esencial" de los pueblos al ejer-

cicio de la tutela sobre sí mismos y sobre la

soberanía (.leí propio monarca. .\l otro lado

del Atlántico, las élites criollas no tardaron

en seguir el ejemplo de sus pares peninsu-

lares y formaron Jimtas que igualmente

proclamaron su derecho a la autodefensa

155

I ^

en una situación de cmcriíencia. Tai y como

se había hecho en \ i/.caya, Na\arra o Ara-

RÓn, las Juntas americanas afirmaron cjue

sus territorios no eran colonias de una me-

trópoli distante, sino "comunidades políti-

cas perfectas", capaces por lo mismo de au-

togobernarse y de celebrar pactos para su

justa inserción en el espacio político de la

monarquía española. Este discurso legal, le-

jos de abogar por la separación, buscaba en

realidad corregir los abusos que el despotis-

mo ministerial había introducido en la rela-

ción entre los pueblos y su monarca, basada

originalmente -o al menos eso se creía- en

una "constitución de libertades". En pala-

bras de Fray Melchor de Talamantes, uno

de los autores del fracasado proyecto para

crear ima Junta autónoma en la capital de la

Nueva España, lo que el Ayuntamiento de

Mcxici> buscaba era restaurar "ese amor cor-

dial e íntimo que debe reinar entre indivi-

duos de una misma nación, por cuyas venas

circula una misma sangre, y en cuyos espíri-

tus dominan los mismos sentimientos de re-

ligión y patriotismo". En otros términos, la

crisis era el momento propicio para recons-

tituir una gran familia que se hallaba en

riesgo de ruptura por la desigualdad entre

sus hijos.

Aunc[ue en ésta y en otras muchas re-

presentaciones los americanos se afirmaron

tan españoles "como los descendientes de

don Pelayo", las autoridades peninsulares

interpretaron negativamente todos los in-

tentos de crear instituciones autónomas en

América. .Según Narciso Cloll y Pratt, \x7.o-

bispo de Caracas en 1810, lo (|uc en la pe-

nínsula había sido una bendición para resis-

tir al "monstruo de los abismos", en Vene-

zuela no podía responder sino a "ideas

infernales, subterráneas, antirreligiosas, an-

tisociales y anti-hispanas". .\sí, aun siendo

"partes esenciales" de la monar(|uía, los te-

rritorios de ultramar no gozaron del mismo

derecho a participar en la "revolución de las

provincias de España" sobre una base de

autonomía e igualdad en la representación.

Esta ini(|uidad dio por resultado, a la par de

ima abierta represión de la Junta de Méxi-

co, un posterior recelo de los criollos hacia

los intentos peninsulares de reagrupar los

territorios americanos bajo "im nuevo pacto

que los \ inculara de manera estable y acep-

table a la patria política". Este pacto se qui-

so materializar a partir de septiembre de

1810, cuando las (fortes reunidas en la Real

Isla de León dieron por zanjada la "revolu-

ción de las provincias" e iniciaron sus traba-

jos en representación de la "Nación españo-

la", el nuevo soberano que vino a sustituir

al Rey y a los pueblos. Este momento mar-

có el inicio de la segunda etapa de la crisis

de la monarquía, la "revolución de la Na-

ción", una revolución que tendría lugar, de

forma paralela, en ambos lados del Atlántico

hispano.

Si bien la Constitución gaditana supuso

ima genuina posibilidad de conciliar la auto-

nomía con la pertenencia a un agregado po-

lírico más amplio, fueron muchos los criollos

que desde un principio negaron legitimidad

a las Cortes para gobernar en América, en la

medida en que se les había privado del de-

recho a participar -proporcional y debida-

156

I I I

mente representados- en la definición del

pacto fundamental de la nación. Portillo

Valdés observa que la respuesta americana

al desdén peninsular osciló entre la abierta

declaración de independencia, proclamada

a nombre propio o del ausente rey Fernan-

do VII, y los intentos de reconstruir un pacto

hispánico federal bajo "una constitución

justa, liberal y permanente", según rezaba

el texto de la Declaración de los Derechos del

Pueblo Chileno. En los casos más extremos,

como el de México o el de Venezuela, los

criollos independentistas se dieron a la tarea

de inventar una "identidad americana" allí

donde el "despotismo español" sólo había

dejado "ignorancia en la sociedad" y "vicio

en las costumbres". Esto se logró, en buena

medida, apelando a un conflicto esencial e

irreductible entre los "Tiranos Gachupi-

nes", los emisarios europeos de la impiedad

napoleónica, y la "heroína Nación Criolla",

integrada por los defensores de la fe y la re-

ligión, los herederos de la auténtica España

que no existía más en Europa. Para 1818,

las páginas del Correo del Orinoco adelanta-

ban el resultado al que debía llevar la au-

sencia de una igualdad constitucional efec-

tiva y la contraposición ideológica entre la

"nación criolla" y la "europea": "Ya no hay

medio: INDEPENDENCIA O GUERRA DE

EXTERMINIO. Es un delirio pensar jamás

en la reconciliación de América con la Es-

paña". El desenlace de la crisis era ya evi-

dente: la "Nación española" había fallado,

a pesar de haber contado con todos los ele-

mentos a su favor. Como escribiera el pe-

ruano Manuel Lorenzo Vidaurre (1820), "la

sangre, la lengua [y) la misma religión que

profesábamos [...] nos hubieran tenido

eternamente, si la tiranía no se hubiera pul-

sado hasta sus últimos extremos, si se hu-

bieran respetado nuestros mutuos derechos,

si no se nos hubiera insultado con descaro".

Esta liberal solemnidad de los criollos,

nos advierte finalmente Portillo Valdés, no

les impidió reproducir en sus territorios el

mismo "principio de exclusión" que con tan-

ta energía habían denunciado en el "enemi-

go español". A modo de colofón, el cuarto y

último capítulo de Crisis atlántica explora el

modo en que las nuevas repúblicas criollas

negaron la identidad política de los pueblos

autóctonos, en tanto su idioma, costumbres

y modo de vida se encontraban fuera de los

límites de la "única civilización posible", la

que se basaba en los "conceptos europeos

de comercio, intercambio y explotación".

Mostrando una sorprendente continuidad

entre el discurso de la ilustración criolla y el

primer pensamiento republicano, intelec-

tuales de la talla de Carlos María de Busta-

mante insistieron en que a los indígenas, a

fin de transformarlos en ciudadanos, había

que someterlos primero a un "sistema de

integración", un régimen de disciplina que

corrigiese lo que "no eran más que super-

cherías religiosas, prácticas políticas incivi-

les, ausencia de economía y comercio y

desorganización social". De este modo, si

bien los criollos repitieron hasta la saciedad

que su nación era por fin una "comunidad

de individuos libres", una nueva y auténtica

"ecclesia política", lo afirmaron siempre bajo

el supuesto de una pertenencia a la heren-

157

I I I

cia cultural "euroamericana", respecto de la

cual los indígenas "no pasaron de neófitos

precisados aún de catcquesis civilizadora".

No son pocos los méritos de la obra en

comentario, y entre ellos me permito resal-

tar la seriedad con que el autor maneja el

lenguaje político de la primera mitad del si-

glo XIX, un lenguaje que se nutrió en buena

medida de conceptos provenientes del de-

recho ci\il y de los tratadistas de derecho

natural y de gentes. Esta "juridicidad " de la

cultura política será una de las notas cons-

tantes en la sinfonía del siglo XIX latinoame-

ricano, y sin entenderla plenamente no re-

sultan inteligibles el predominio ideológico

del liberalismo, el proceso de formación del

Estado nacional o el conflicto de éste con la

Iglesia (recuérdese, por ejemplo, el carácter

de "sociedad jurídica perfecta" que los obis-

pos mexicanos atribuyeron a la comunidad

edesial, en su condena a las leyes de Refor-

ma). Pese al manifiesto dominio de sus fuen-

tes, el libro de Portillo Valdés no esconde

tampoco la nostalgia de su autor por una Es-

paña .'atlántica que pudo ser, y es esta nostal-

gia la que le impide abordar una pregunta

decisix a: siendo el primer constitucionalis-

mo español un laboratorio de experimentos

políticos, de confederaciones "transnaciona-

les" y de pueblos reivindicando su derecho

al autogobierno en el marco de "una consti-

tución potencialmente universal", ;porciuc

fue el Estado nación -con su buena dosis

de centralismo y negación de autonomías e

identidades- la forma política (|ue terminó

imponiéndose en ambos lados del Atlántico

hispano.' La obra de F^ortillo Valdés no per-

mite dar una respuesta a este interrogante,

pero nos in\ ita a repensar, partiendo de ima

mirada menos parroquiana, la historia de

una primera utopía liberal cuya realización

aiin sigue pendiente, f)

IEitan Y. Allmi, ¡sraeli Politics and the First Palesti-

nian Intifada, Routledge-Studies in Middie Eastem

Politics, Nueva York, 2007. 226 p.

Joseph Hodara

Cl asesinato del primer ministro Itzhack

Rabin en noviembre de 199.S, perpetrado

por im jo\ en judío animado por ardores reli-

giosos y nacionalistas, constituye tal vez la

expresión más elcKiicnte de las tragedias es-

labonadas que siguieron a la victoria militar

israelíen 1967. Me refiero ciertamente a la

Guerra de los Seis Días, así bautizada por

los ganadores a fin de poner de relieve sus

rasgos presumiblemente milagrosos y meta-

físicos, pero c]ue en boca de los palestinos

se llama, con acida neutralidad, la "guerra

de junio".

l'n hecho (jue gestó, sin duda, múlti-

ples consecuencias, l'na de ellas; la conquis-

ta del Sinaí egipcio, del Golán sirio, del Je-

rusalén oriental y de la Franja occidental

que pertenecían a Jordania, ampliaciones

territoriales que multiplicaron por cinco la

superficie de Israel. La segunda: la presen-

cia en esta geografía de un millón de pales-

tinos en veloz crecimiento demográfico que

relativamente pronto pasaron de la acep-

tación silenciosa del descalabro a manifes-

taciones de obstinada resistencia v rebelión.

158