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I.E.S. Pedro Laín Entralgo, Híjar (Teruel) TERRITORIO “FÁBULA” Aproximación a la obra de José María Merino Foto: NAN José Antonio García Fernández Programa de “Invitación a la lectura” Curso 2005-2006 1

JOSÉ MARÍA MERINO - Diario de un viajero inquieto · (2002), El heredero (2003), Cuentos de los días raros ... En lo fantástico la causalidad sustituye al azar. Como teórico,

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I.E.S. Pedro Laín Entralgo, Híjar (Teruel)

TERRITORIO “FÁBULA”

Aproximación a la obra de José María Merino

Foto: NAN

José Antonio García Fernández

Programa de “Invitación a la lectura”

Curso 2005-2006

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Índice

1. Merino, el fabulador: homo narrans -------------------------------------------------------3 2. Novela de Andrés Choz, 1976--------------------------------------------------------------7 3. El oro de los sueños, 1986------------------------------------------------------------------8 o Control de lectura: Comprender la trama, entender a los personajes---------- 10

4. La tierra del tiempo perdido, 1987 ------------------------------------------------------ 11 5. Las lágrimas del sol, 1989---------------------------------------------------------------- 12 6. Las crónicas mestizas, Madrid, Alfaguara, 1992 -------------------------------------- 12 7. Intramuros, 1998 -------------------------------------------------------------------------- 15 8. Los mejores relatos españoles del siglo XX. Antología, 1998 ----------------------- 16 9. Cien años de cuentos (1898-1998), 1998----------------------------------------------- 17 10. Leyendas españolas de todos los tiempos, 2000 ------------------------------------- 17 11. Ficción continua, 2004 ------------------------------------------------------------------ 19 12. Cuentos del libro de la noche, 2005 --------------------------------------------------- 20 13. Textos de José María Merino ----------------------------------------------------------- 20 o El oficio de escribir------------------------------------------------------------------ 20 o El oro de los sueños (1986) -------------------------------------------------------- 21 o La tierra del tiempo perdido (1987)----------------------------------------------- 23 o Las lágrimas del sol (1989) -------------------------------------------------------- 24 o La Dama de Urz (1999)------------------------------------------------------------- 26 o Leyendas españolas de todos los tiempos (2000)-------------------------------- 27 o El heredero (2003)------------------------------------------------------------------- 28 o Cuentos del libro de la noche (2005) --------------------------------------------- 28

14. Bibliografía sobre José María Merino ------------------------------------------------- 29 15. Recursos digitales ------------------------------------------------------------------------ 30

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1. Merino, el fabulador: homo narrans

“…el ser humano es sapiens porque es narrans […] gracias a la narración fue dando orden y sentido al caos del mundo y dotándolo del componente imaginario preciso para poder interpretarlo y sentirse lo suficientemente seguro frente a él […] el relato forma parte de la propia condición humana” (Jose María Merino, Ficción continua, Barcelona, Seix-Barral, 2004, p. 238)

C omo Luis Mateo Díez, compañero de generación y paisano suyo, José María Merino tiene ese aire de caballero quijotesco que en algunas ocasiones da la edad.

Ojos azulísimos, elegancia natural y un saber estar que es poso de experiencia. Merino pertenece a ese grupo de destacados leoneses que campa desde hace años por las letras hispanas con éxito de crítica y público. Una nómina que incluye a Julio Llamazares, Juan Pedro Aparicio, Antonio Pereira… Eugenio de Nora (1994) asegura que estos narradores “tanto por la formación como por el alcance de su obra son […] escritores españoles, es decir, insertos en una lengua y una cultura anchamente multinacionales”.

Nacido en La Coruña el 5 de marzo de 1941, pasó su infancia y juventud en León, donde su padre abrió bufete de abogado y gestoría. Esta etapa de su vida (años 40 y 50) la recuerda en su libro de memorias Intramuros (1998). Vive desde hace años en Madrid. Comenzó escribiendo poesía, género que luego abandonó. Autor completo y de obra madura, es un escritor múltiple que cultiva la novela, el cuento, la narrativa infantil y juvenil, el ensayo, el articulismo, el libro de viajes, la obra en colaboración con otros escritores... Se dio a conocer en 1976 con Novela de Andrés Choz, con la que obtuvo el Premio Novelas y Cuentos y en la que ya aparecen sus temas principales: la literatura dentro de la literatura, lo fantástico, la duplicidad del personaje, la memoria…

Estudió Derecho en la Complutense, pero no le entusiasmaba la abogacía y

buscó caminos más próximos a la escritura. Se hizo funcionario del Ministerio de Educación, colaboró con la UNESCO en temas latinoamericanos y fue director del Centro de Letras del Ministerio de Cultura entre 1987 y 1989. Desde 1996 se dedica en exclusiva a su obra literaria.

Casado con Carmen Norberto, catedrática de la Complutense, padre de dos hijas

profesoras universitarias, en su dilatada carrera ha ganado varios premios, entre ellos: Nacional de Literatura Juvenil (1992), Miguel Delibes (1996), NH de relatos (2002).

De sus poemarios destacan: Sitio de Tarifa (1972), y Mírame, medusa (1984).

En su obra narrativa: Cuentos del reino secreto (1982), La orilla oscura (1985, Premio Nacional de la Crítica), Las crónicas mestizas (1986-1989, trilogía formada por El oro de los sueños, 1986, La tierra del tiempo perdido, 1987, y Las lágrimas del sol, 1989), El viajero perdido (1990), Cuentos del barrio del Refugio (1996), Días imaginarios (2002), El heredero (2003), Cuentos de los días raros (2004).

Autor de ensayos —Ficción continua (2004, reflexiones sobre la creación

literaria y la importancia de la lectura)—, narrativa juvenil e infantil (La edad de la aventura, 1995, El cuaderno de hojas blancas, 1996, Regreso al cuaderno de hojas blancas, 1997, Adiós al cuaderno de hojas blancas, 1998), antologías propias —Cumpleaños lejos de casa (1973 y 1987), Cincuenta cuentos y una fábula (1997)— y

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ajenas —Cien años de cuentos (1898-1998), Los mejores relatos españoles del siglo XX—.

Le caracteriza una prosa brillante, su condición de fabulador inagotable, su desbordante imaginación. Su estilo claro y equilibrado, ni ramplón ni retórico, de corte simbolista, influenciado por Hoffmanstal, Kafka, Poe, Unamuno, Calderón…, supone una vuelta al realismo, huyendo de la experimentación de la generación anterior. Merino quiere entretener, pero sin renunciar a la calidad. Sin grandes innovaciones formales, sus obras, de cuño clásico, narran con personajes y argumentos, renunciado a excesos experimentales. Son obras frescas, atractivas, próximas al lector.

Gran defensor del cuento, género minoritario que, según dice, no ha tenido

fortuna en España, frente a la novela que, aun siendo mediocre, encuentra allanado el camino, lectores y editores. Entre sus cuentistas favoritos, cita a Clarín y a los rusos (Chejov, Turgueniev…). Es difícil —afirma— escribir un cuento: hay que tener una buena historia y concentrar al máximo la expresión. Es más fácil hinchar cualquier cosa hasta las doscientas páginas. La novela, más jugosa para el lector común, se alarga en la intriga y se caracteriza por la densidad. El cuento, en cambio, se define por la brevedad. Aquel no es la antesala de esta, no tienen nada que ver, conceptual y técnicamente son cosas distintas. El cuento produce gratificación rápida. La gracia de la novela está en el enredo y cómo se soluciona, es más difusa. Como la poesía, el cuento es minoritario, más refinado, sintético y expresivo, dirigido a un lector exquisito, frente al best seller, que pide un lector vulgar.

Sus temas preferidos son: el mito, el sueño, la metaficción, la añoranza del

mundo infantil, el regreso, la memoria y el recuerdo, el realismo mágico y lo fantástico (brujería, magia, apariciones, desapariciones, etc.), el desdoblamiento del personaje (tema muy borgiano), la búsqueda de la identidad… Es frecuente en sus relatos la interacción entre paisaje y argumento: el marco como predisposición o prolepsis de lo extraordinario, como premonición o símbolo de lo sobrenatural; el espacio como a priori para lo fantástico, como suma de desencadenamientos que generan la irregularidad, como conjunto de acontecimientos anormales. En lo fantástico la causalidad sustituye al azar.

Como teórico, ha recogido sus artículos y conferencias en el volumen Ficción

continua, donde reflexiona sobre el arte de narrar. Aunque defiende que el narrador no tiene por qué necesitar una teoría, con el tiempo, según él mismo reconoce, se dio cuenta de que todo profesional acaba elaborando una teoría sobre lo que hace y profundizando sobre ello. La teoría es una especie de “regalo de la edad”.

Como lector, tres libros le marcaron: Heidi, Mientras agonizo y Rojo y Negro. Influido de joven por el existencialismo, intenta ahora conjugar la razón occidental con el gusto por los mitos. Admira El Quijote, donde el héroe es el perdedor por antonomasia (aunque “nunca pierde moralmente”), un soñador “que se atreve a vivir su sueño”. El héroe de hoy, sin embargo, es el rufián que no busca los valores superiores:

“Yo creo, en principio, que el mundo es hermoso, pero vivimos en una civilización cada vez más

bárbara, que desaprovecha la belleza”.

Defiende lo fantástico, la imaginación y el sueño. Para él, ficción significa entrar en otra dimensión, ella fue la primera forma de sabiduría humana: crear símbolos para

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descifrar el caos de la realidad. La fantasía es un camino para moverse por el mundo. Hay quien menosprecia la leyenda porque es mentira, pero ella no engaña a nadie y a veces la historia sí que es falsa, y no la invención (que se presenta desde el principio sin disfraces). La narración es anterior a la filosofía, la agricultura o la metafísica. El relato fue lo primero con que el hombre otorgó un sentido a lo que le rodeaba. La capacidad de contar cuentos es lo que hizo que el hombre se separara del resto de los primates. La ficción es nuestra sabiduría intuitiva y por esos siempre repetimos los mismos arquetipos: el héroe y el antagonista, la búsqueda, el amor…

La literatura sigue siendo un estupendo viaje para la imaginación. Y no hace falta que todos sean lectores, basta con que algunos lo sean y los demás respeten ese valor, aunque no lo practiquen. Harry Potter, las obras de Enid Blyton, Richmald Crompton, Saki, Dickens, Tolstoi y otros incitan a los jóvenes a leer, dice este autor que aprendió a ser escritor siendo desde su niñez y juventud lector de cuentos y novelas. Su amor por la fantasía lo aprendió de Poe y de la Antología del cuento fantástico de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo. La enseñanza puede ayudar a la difusión de la lectura y para ello lo fundamental, asegura, “es el profesorado”, enamorado de la literatura y capaz de transmitir esa pasión a sus alumnos.

Para Merino somos sueño, vigilia. No nos crearon de una pieza: lo humano está

hecho de fragmentos, siempre mestizaje. ¿Y el escritor? Un descubridor de senderos, un iluminador de zonas oscuras para hacérselas ver a los demás. Como Flaubert, podría decir “Madame Bovary soy yo”. Su identificación con los personajes, masculinos o femeninos, es completa. Y ello es visible particularmente en obras como Las crónicas mestizas.

En cuanto a la crítica, asegura que hay que huir de las autopsias y estudiar los libros desde la perspectiva de las ciencias naturales, interpretando la ficción desde la intuición y la razón poética. La crítica, buena o mala, es la única respuesta lectora que encuentra el autor y, por tanto, resulta imprescindible; aunque a veces, en vez de ayudar, desmoraliza al escritor. Lo ideal sería que los críticos fuesen grandes lectores, bien formados y con buen gusto. Pero como en todo en la vida hay críticos detestables y autores maravillosos, lectores excelentes y escritores pésimos.

Cree que el compromiso de la literatura es con la calidad y con su tiempo, no con supuestos valores “políticamente correctos”: la imposición de las que llama “novelas transversales” le parece peligrosa:

“Sería una triste gracia que ahora que el sistema educativo ha descubierto la literatura

pretenda instrumentalizarla al servicio de lo que no es literario. Tú puede llegar a hablar de valores como la tolerancia o la ecología a través de los clásicos, pero no puede pretender que las novelas hablen explícitamente de esos asuntos. Una cosa es la educación cívica y otra que la literatura esté al servicio de esos valores”. Optimista desesperado, defiende la pervivencia del libro tradicional contra la

red. Para escribir —afirma— hay que insistir, ser crítico implacable de la propia obra.

o Narrativa: Novela de Andrés Choz (1976). Novela. El caldero de oro (1981). Novela. Cuentos del reino secreto (1982). Cuentos.

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La orilla oscura (1985). Novela. El oro de los sueños (1986). Novela. La tierra del tiempo perdido (1987). Novela. Artrópodos y Hadanes (1987). Cuento. Las lágrimas del sol (1989). Novela. El viajero perdido (1990). Cuentos. El centro del aire (1991). Novela. Los trenes del verano -No soy un libro- (1992). Cuentos. Las crónicas mestizas (1992). Reúne la trilogía americana: El oro de los sueños, La

tierra del tiempo perdido y Las lágrimas del sol. Cuentos del Barrio del Refugio (1994). Cuentos. La edad de la aventura (1995). Narrativa infantil. El cuaderno de hojas blancas (1996). Narrativa infantil. Las visiones de Lucrecia (1996). Novela histórica. Cincuenta cuentos y una fábula. Obra breve 1982-1997 (1997). Cuentos. Regreso al cuaderno de hojas blancas (1997). Narrativa infantil. Adiós al cuaderno de hojas blancas (1998). Narrativa infantil. Cuatro nocturnos (1999). Novelas cortas. La casa de los dos portales y otros cuentos (1999). Recopilación de cuentos. Los narradores cautivos (1999). Novela. Con Jesús F. Martínez y Antonio Martínez

Menchén. La memoria tramposa (1999). Cuento. Edición no venal. Los invisibles (2000). Novela. Novelas del mito (2000). Reúne El caldero de oro, La orilla oscura y El centro del

aire. Cuentos (2000). Recopilación de cuentos. Días imaginarios (2002). Cuentos breves El heredero (2003). Novela. Cuentos de los días raros (2004). Colección de relatos. Cuentos del libro de la noche (2005). Microrrelatos.

o Poesía: Sitio de Tarifa (1972). Cumpleaños lejos de casa (1973). Mírame, Medusa y otros poemas (1984). Cumpleaños lejos de casa. Obra poética completa (1987).

o Otros géneros: Parnasillo provincial de poetas apócrifos (1975). Parodia poética. Con Agustín

Delgado y Luis Mateo Díez. Los caminos del Esla (1980). Libro de viajes. Con Juan Pedro Aparicio. León, traza y memoria (1984). Libro de arte. Con Luis Mateo Díez y Antonio

Gamoneda. "Sabino Ordás": Las cenizas del Fénix (1985). Colección de artículos periodísticos.

Con Juan Pedro Aparicio y Luis Mateo Díez. Silva leonesa (1998). Colección de artículos. Intramuros (1998). Memorias noveladas. Cien años de cuentos (1898-1998) Antología del cuento español en castellano

(1998). Antología. Los mejores relatos españoles del siglo XX (1998). Antología.

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Leyendas españolas de todos los tiempos. Una memoria soñada (2000). Leyendas. Ficción continua (2004). Ensayo.

o Premios literarios 1976: Premio Novelas y Cuentos por Novela de Andrés Choz. 1982: Finalista del Premio Nacional de la Crítica por El caldero de oro. 1986: Premio Nacional de la Crítica por La orilla oscura. 1993: Premio Nacional de Literatura Juvenil por Los trenes del verano -No soy un

libro- 1996: Premio Miguel Delibes por Las visiones de Lucrecia. 2002: VII Premio NH de relatos por Días imaginarios.

2. Novela de Andrés Choz, 1976, versión corregida por el autor, Madrid, Mondadori, 1987

V ersión definitiva de la primera novela de Merino, corregida por el propio autor. Con ella ganó el Premio “Novelas y Cuentos” en 1976. Ahora, once años más

tarde, la reescribe. En la página final, figura entre paréntesis: “(Madrid, primavera de 1973 a primavera de 1976 y agosto de 1987)”, lo que sitúa claramente el momento de la reescritura.

Partiendo de la crisis del realismo narrativo anterior, perdido en los vericuetos del experimentalismo y las vanguardias técnicas, Merino vuelve a la narración de cuño tradicional, pero con aportaciones de todo tipo: fantástico, intelectual, imaginativo…

En esta su primera novela aparecen ya sus características más recurrentes: la

metaliteratura o relato dentro del relato, la ciencia-ficción, la novela como aprendizaje…

Novela de Andrés Choz es la historia de un profesor depurado, viudo y viejo,

colaborador de una editorial que, al saberse sufridor de una enfermedad mortal, se retira a un pueblecito gallego de la costa, donde reemprende su antiguo proyecto juvenil de escribir una novela. Ella será su testamento y su legado, la justificación de su existencia y su memoria entre los vivos. Escribe entonces su obra, una novela de ciencia-ficción con dimensiones morales en un ambiente de drama rural. Y mientras tanto, vive otra novela distinta, de amor y muerte. Las dos tramas confluyen al final para dotar a la obra de múltiples perspectivas y diferentes lecturas como novela realista, de aventuras, de amor, de aprendizaje, simbólica, de ciencia-ficción, metanovela…

Novela de Andrés Choz es una reflexión sobre la vida y la muerte, y la ilusión

del amor; sobre el paso inexorable del tiempo, la sucesión de las generaciones y el intento de la literatura para redimirnos de nuestra pobre condición efímera. Un intento, aunque condenado al fracaso, no libre de grandeza.

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3. El oro de los sueños, Madrid, Alfaguara, 1986

P rimera entrega de la futura trilogía Las crónicas mestizas (1992) y primer encuentro con el quinceañero Miguel Villacé, protagonista de este relato y los dos posteriores:

La tierra del tiempo perdido (1987) y Las lágrimas del sol (1989). El oro de los sueños es probablemente la narración más popular de Merino, como demuestra un dato incontestable: lleva 45 ediciones.

La historia comienza y acaba en el pueblo, de donde Miguel, su padrino don Santiago Ordás de Villamañán y fray Bavón Carrocera se van para “hacer las Américas”, movidos por la ambición del oro y el afán aventurero. En el Nuevo Mundo los personajes viven grandes aventuras, llenas de intriga y peligros, y acaban regresando al punto de partida, un pueblo del interior situado a tres días del puerto (probablemente, Sevilla). Miguel, tocado ya para siempre por el ansia viajera, lo encuentra ahora pacífico y aburrido, ya no disfruta como antes de la pesca, los amigos y el paisaje que lo vio nacer.

El viaje servirá también para despertar en el joven el deseo de la escritura, y así

decide poner por escrito, en forma de crónica, el relato de sus aventuras americanas. El chico se dedicará a contar sus peripecias siguiendo para ello el modelo de los cronistas de Indias. La característica principal de su narración, según nos dice siguiendo la moda cervantina, es su verismo:

“Para que el relato pudiera ser leído de todos, tuve intención de ocultar el culto secreto de mi abuelo y los sucesos de la confesión de fray Bavón y del encuentro con mi padre. Pero al fin no he podido evitar narrarlos: fue como si la historia que yo estaba recordando y contando hubiera defendido su derecho a quedar escrita del modo verdadero en que sucedió.

A la vista de ello, he decidido que este relato no sea conocido. Cuando concluya,

envolveré los pliegos en una tecla encerada y guardaré el paquete en un escondrijo que sólo yo conozco: el hueco, tras una de las piedras de la pared de la antigua cisterna, seca ya y en desuso desde hace muchos años, donde de niño guardaba lo que yo quería que fuese secreto para todos”.

La novela está inspirada en el tradicional patrón del relato de aventuras,

particularmente en La isla del tesoro, de R. L. Stevenson: Miguel recuerda, en muchos aspectos, a héroes novelescos como Jim o el capitán de quince años inventado por Julio Verne.

A lo largo de la historia, Miguel —a quien su hermano pequeño, de once años, el

menor de los cuatro, Marcos, y sus amigos llaman Migo—, conoce su identidad mestiza y la asume, y se encuentra con su padre al que creía muerto, don Tomás Villacé, convertido en el cacique de una tribu indígena. América lo apasiona y marca para siempre y deja en su corazón una llamada a la que deberá responder en la entrega siguiente, La tierra del tiempo perdido (1987), cuando haga su segundo viaje al Nuevo Mundo.

El tema de la identidad es en esta entrega particularmente importante. Miguel la

asume con más facilidad que otro personaje indio, Ginés, quien, al servicio de los españoles, se inclina peligrosamente del lado de la traición sin poder evitar la identificación con sus hermanos de sangre, aunque finalmente vuelva con doña Ana y

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encuentre su camino en la colaboración, no en la servidumbre. Miguel acaba comprendiendo la soledad de Ginés, su tristeza, el daño infligido por la situación histórica de conquista en este personaje, capturado cuando niño y apartado a la fuerza de su cultura y su gente. Él mismo expresa su desarraigo: “De ninguno soy ya, sin tierra ni nombre, sin amigos”.

Otro personaje con problemas identitarios es el padre de Miguel, Tomás Villacé,

conquistador acompañante de Hernando Cortés, a quien todos dan por muerto y un cúmulo de circunstancias llevan a convertirse en cacique, abandonando definitivamente su cultura de nacimiento y negándose a volver con los suyos.

También problemático es fray Bavón Carrocera, que primero fue soldado y

después se hace fraile para expiar sus culpas de traidor, ya que ha abandonado a su suerte al padre de Miguel en las selvas americanas asegurando a los compañeros de expedición que había muerto. El fraile intenta conformar su nueva identidad en la vida religiosa, pero el brillo del oro le arrastra nuevamente a un comportamiento deleznable por el que, al final, será castigado terriblemente.

Otro personaje con identidad oculta es el joven Juan Gutiérrez, quien finalmente

se revela como Juana, obligada a ocultar su aspecto físico y verdadera personalidad por razones familiares (ha huido de casa). Juan-Juana es ladrón y pícaro, obligado por las circunstancias vitales que le han llevado a espabilarse. Tiene unas manos de dedos largos y finos, a pesar de sus callosidades. Toca la guitarra y canta maravillosamente el romance de Melisenda y otras canciones populares… Su identidad ambigua hace dudar a Miguel, que siente por él-ella una inevitable atracción. En el momento de la separación, cuando ya sabe que se trata de una chica, emplaza al futuro un nuevo encuentro de ambos.

Miguel vive en un ambiente de mestizaje. Su madre, doña Teresa, india

tlascalteca, hija de cacique, encuentra su lugar en la nueva sociedad gracias al amor por sus cuatro vástagos, ayudada por la vieja Micaela, a la que los niños llaman Cuestzpalín (Lagartija). La adaptación la consigue ella a través del amor y, así, por amor deja que su hijo se embarque en la aventura americana, a pesar de su miedo a perderlo, como perdió a su marido. La adaptación de Miguel al nuevo orden es, al contrario, más bien adaptación cultural, transculturación.

El abuelo de Miguel, en cambio, le muestra al muchacho el camino de la

integración de culturas como un proceso político o una necesidad de socialización. El abuelo tendrá un papel destacado en la historia, apareciéndosele al protagonista en momentos críticos, a través del sueño, dándole ánimos para continuar. En el momento de la separación, le da a su nieto una cadena con un colgante de oro en forma de colibrí.

Un tío de Miguel, indígena y hermano de su madre, doña Teresa, habla mal de

los españoles, a los que considera demonios dignos de castigo. Representa la incapacidad adaptativa, una postura que no podía tener futuro en el Nuevo Mundo en el que todo había cambiado tras el Descubrimiento.

Miguel y su familia están entre dos mundos de convivencia problemática (su

padre, su madre, su abuelo, él mismo), por contraste con el padrino, don Santiago Ordás, prototipo del soldado valeroso y fiel, que sabe bien a qué mundo pertenece; o

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con fray Bernardino, hombre sabio y bueno, dedicado a los latines y la vida evangélica; o con doña Ana de Varela, hermosa y valiente mujer de noble linaje, audaz y emprendedora, supuestamente bastarda de sangre real, rubia, de ojos azules y piel blanquísima, indescriptiblemente hermosa como una “madonna”; o con los indios y sus caciques, que conocen perfectamente por qué luchan y contra quién, cuál es su cultura y cuál la del invasor.

Otros personajes que aparecen en El oro de los sueños son: fray Bernardino,

profesor de latín, hombre evangélico que prefiere la paz a la guerra, la cruz a la espada. Y que advierte a Miguel sobre la enfermedad del oro, que vuelve a los hombres lobos para sus semejantes; el Adelantado Pedro de Rueda, segundón de rica familia que aspira a enriquecerse en América, perdiendo la vida en el intento; Froilán Muxía, piloto; Benjamín, el artillero, que se vuelve loco en las Indias, incapaz de soportar sus rigores; Ulrico, el alemán; la vieja Micaela, criada fiel y callada; el maestre de campo, don Martín, fiel a Pedro de Rueda, pero incapaz de soportar que doña Ana asuma el mando a la muerte del Adelantado; Francisquillo, criado del abuelo de Miguel; la cacica; Demetrio Valladolid, capitán español… Todo un mosaico perfectamente ensamblado de lugares, personajes y sucesos que convierten la narración en una delicia.

La historia de la conquista americana es, según ha dicho Merino, la lucha entre

el tiempo del mito, circular, y el tiempo de la historia, lineal, con la victoria final del segundo, si bien el mito ha logrado cierto modo de supervivencia en la novela moderna (aunque con evidentes diferencias entre ambos, pues la novela, junto con el libro y la imprenta, representa la secularización de la palabra sagrada y el mito tiene que ver con la explicación mágica del mundo, con la verdad revelada).

El oro de los sueños, novela de 24 capítulos y unas ciento y pocas páginas, es en

gran parte la crónica de un mestizaje difícil, en un tiempo de transición que trajo cambios importantísimos para España, América y el mundo entero.

o Control de lectura: Comprender la trama, entender a los personajes

1. Explica el título del libro. Explica también qué te sugiere la ilustración de la

cubierta, por qué la habrá elegido la editorial, qué relación tiene con el contenido… 2. Explica por qué El oro de los sueños es a la vez una novela histórica y de aventuras. 3. Cuenta brevemente el argumento de la novela. 4. ¿Quién es el narrador de la historia? 5. ¿Qué orden sigue en su relato para narrar los hechos? 6. ¿Cómo justifica su decisión de escribir la historia? 7. Habla de los dos frailes que aparecen en la obra, fray Bernardino y fray Bavón

Carrocera, qué diferencias hay entre ellos, en su manera de ser y comportarse…

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8. Habla del abuelo de Miguel, cómo es su relación con su nieto, qué representa en la

historia, cuándo interviene… Habla también del tío materno de Miguel, indígena de pura cepa, su comportamiento, sus sentimientos hacia los españoles.

9. Habla sobre la madre de Miguel, doña Teresa, y sobre su desaparecido padre, Tomás

de Villacé: presencia en la novela, cuándo son citados, cómo se relacionan con Miguel, etc.

10. Habla sobre los dos muchachos que acompañan a Miguel: Juan Gutiérrez y Ginés,

cómo son y actúan, cuáles son sus motivos y preocupaciones… 11. Habla sobre Lucía y doña Ana de Varela, cómo son cada una de ellas, etc. 12. Otros personajes: Habla de otros personajes que aparecen en la novela (Marcos,

hermano de Miguel; el Adelantado Pedro de Rueda; Froilán Muxía, piloto; Benjamín, el artillero; Ulrico, el alemán; doña Teresa, la madre de Miguel; la vieja Micaela; don Santiago de Ordás, padrino de Miguel; el maestre de campo, don Martín; Francisquillo, criado del abuelo de Miguel; la cacica; Demetrio Valladolid, capitán español…).

13. Prepara alguna pregunta para hacerle al escritor el día de su visita al centro.

4. La tierra del tiempo perdido, Madrid, Alfaguara, 1987, 3ª reimp. 1992

S egunda entrega de la trilogía Las crónicas mestizas, que incluye también El oro de los sueños (1986) y Las lágrimas del sol (1989). Merino le coge gusto al tema

americano y continúa la narración de la vida de su personaje que había comenzado en la novela del año anterior, El oro de los sueños, donde nos presentaba al joven mestizo, hijo de conquistador español e india americana, Miguel.

El subtítulo de la novela, Crónica de las aventuras verdaderas de Miguel Villacé Yólotl, recoge bien el tono del relato, que es novela de aventuras y al tiempo crónica del descubrimiento a la manera de los cronistas de Indias. Merino usa en su obra un español castizo aprendido de los cronistas y los mejores autores del Siglo de Oro, en especial Cervantes.

El texto está dividido en 25 capítulos, más un epílogo, donde Miguel da cuenta a

su madre de sus aventuras y anuncia próximas entregas “si antes no hemos regresado a casa”.

La obra, de lectura amena, muy documentada, tiene episodios memorables como

el encuentro con el buhonero (cap. 3), la aventura de la sirena (caps. 4 a 7), la trama del Bachiller (cap. 10), el poblado indio y las princesas gemelas (caps. 13 a 16), la granja del encomendero (caps. 19 a 21) y, sobre todo, la intervención del pirata El Pulido (caps. 24 y 25). La personalidad de Miguel, fiel servidor de su padrino, valiente y entusiasta, recuerda la del protagonista de La isla del tesoro, de Stevenson, uno de los autores fetiche del autor leonés.

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Si en El oro de los sueños se narraba la conquista de México, ahora los lances de

Miguel, don Santiago el padrino y la india Lucía), transcurren en el Yucatán, “la tierra de los pavos y los venados”, donde detienen su viaje con destino final en Perú. La conciencia narradora del cronista Miguel se consolida en este segundo viaje, sobre todo tras el encuentro con el pirata El Pulido, quien le abre los ojos sobre el terrible poder de la escritura.

5. Las lágrimas del sol, Madrid, Alfaguara, 1989, 1ª reimp. 1996

T ercera y última parte de la trilogía Las crónicas mestizas, que incluye también El oro de los sueños y La tierra del tiempo perdido. Continúan las aventuras del joven

mestizo Miguel Villacé Yólotl, hijo de un conquistador español que acompañó a Hernán Cortés en su periplo americano y de una india mexicana. Ahora el escenario es el territorio entre Panamá y Perú, que cruzan en un viaje iniciático el joven y sus acompañantes, entre ellos su padrino y benefactor, que perderá la vida en la odisea. Miguel conocerá de cerca las sangrientas guerras civiles entre los partidarios de Diego de Almagro y de Francisco de Pizarro, partirá en busca del mítico Tesoro de los Incas y aprenderá que las cosas importantes de verdad poco tienen que ver con las riquezas.

Miguel es narrador, testigo y protagonista de su historia, que nos cuenta en un español muy próximo al de los cronistas de Indias.

Merino recogerá las tres narraciones de la aventura americana, publicadas por

separado, en un único volumen titulado Las crónicas mestizas y publicado en 1992.

6. Las crónicas mestizas, Madrid, Alfaguara, 1992

R ecopilación de tres títulos publicados anteriormente por separado y destinados al público juvenil: El oro de los sueños (1986), La tierra del tiempo perdido (1987) y

Las lágrimas del sol (1988). Al reunirse en un solo volumen, Las crónicas mestizas cobran nuevo sentido y unidad, convertidas en lectura apta para todos los públicos.

El protagonista es un joven mestizo, Miguel Villacé Yólotl, hijo de un acompañante de Hernán Cortés y de una india tlascalteca, doña Teresa. Él es quien narra sus propias aventuras, vividas en compañía de otros y situadas en el siglo XVI, en distintos lugares de la geografía del Nuevo Mundo. Miguel participa en distintas expediciones, recorre distintos parajes, conoce traiciones y ayudas, mide sus propias fuerzas y, enfrentado a su destino, sobrevive y aprende, madura y crece. Su comportamiento está regido por el ideal caballeresco, pues se reconoce lector y admirador de Amadís de Gaula en la primera entrega, El oro de los sueños, y en la última, Las lágrimas del oro, así se lo manifiesta doña Ana de Varela, confirmándolo como joven de conducta inspirada en aquel noble ideal, tras su comportamiento con la negra Carlota, a la que da la libertad. Miguel también comprende y acepta su gran pasión, la escritura, que le lleva a ser fino observador de la conducta humana y las

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razones de los demás. En su peripecia viajera, aprende su condición híbrida de mestizo, entenderá que las personas no solo se mueven por ideales, que las guerras y conquistas son movidas también por la ambición del oro. Pero su cabal conocimiento del mundo no lo conduce al escepticismo, al nihilismo o la evasión. Mantiene alto su ideal y su condición de hombre de bien, amante y solidario.

En Crónicas… funciona como trasfondo la novela de aventuras, las crónicas de

Indias, el tema de la búsqueda relacionado con la novela-aprendizaje, las leyendas y mitos indígenas… La lengua que leemos es el español del Siglo de Oro, especialmente el de clásicos como Cervantes y los cronistas americanos. En el relato aparecen características propias de Merino: apertura a lo fantástico, el paisaje como símbolo, la metaliteratura, el regreso y, sobre todo, el problema de la identidad personal del personaje protagonista, el mestizo Miguel, preso entre dos mundos (la cultura española y la aborigen). La estructura del relato es abierta, episódica al modo de la novela caballeresca, picaresca o pastoril, susceptible de continuaciones. En la “Nota del novelista”, el autor reconoce que está pensándolo:

“Con la tercera novela quedó completa la estructura, un poco mágica, de una trilogía.

Sería deseo mío cerrar en su día todo el ciclo, poniendo en forma de novela las dos crónicas que faltan, pero es decisión que debo dejar madurar sin prisas.” (p. 444) La vocación literaria de Miguel, nuevo Inca Garcilaso, le lleva a excavar en su

memoria y de sus antepasados y a exponer su crisis, que es la del mestizo americano. Conoce y asume su dicotomía, en dos momentos de la narración principalmente: tras despedirse de su abuelo el cacique, en El oro de los sueños; y viviendo en el poblado maya, donde conocerá el amor de las princesas gemelas, en La tierra del tiempo perdido. A Miguel su abuelo le dice:

“…yo soy tu abuelo, el mismo que por las mañanas hace la justicia como regidor del

poblado; el mismo que acompaña a las misas del monasterio, las fiestas de guardar, el mismo que pide a Nuestra Señora la Virgencita por toda nuestra gente. […]

También sigo siendo el mismo que era cuando ellos llegaron. Así, debo vivir llevando en mí dos mitades: una de mis mitades pertenece al tiempo viejo; la otra de mis mitades pertenece a este mismo tiempo que estamos viviendo […]

Tú verdaderamente eres de las dos, de ambas harinas estás amasado. Las dos sangres cruzan tus venas. Eres de la estirpe de los hijos del sol, y de nuestra estirpe, que viene del maíz. No puedes dejar de pertenecer a ambas. Estar así constituido no es común, ni fácil: más debes obligarte a que nunca se pierda en ti el equilibrio de las partes” (pp. 25 y 26) Su antepasado procede de la mejor manera posible en las nuevas circunstancias

de la Conquista, simulando sumisión y renuncia a la vieja lengua, pero fusionándola en realidad con el nuevo venero cultural. Y mostrándole de paso el camino a Miguel para asumir su identidad.

La aventura conquistadora aumentará la pasión de Miguel por la escritura (y por

la lengua española). Lo que no tiene de formación literaria, lo suplirá con su imaginación para elaborar historias, su afán narrativo y la contemplación de una realidad insólita. Como los cronistas, es héroe y narrador de su propia historia. Usa la fórmula autobiográfica y la escritura le hace comprender mejor lo que vive:

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“…los sucesos se van perdiendo conforme los hombres los viven, pero cuando se

conserva por escrito su memoria veraz, adquieren vigor nuevo y, carentes ya de sangre y de pasiones, se hacen, sin embargo, imperecederos. Y los que tenemos la curiosa inclinación de imaginar en forma de puras palabras los hechos y las acciones de los hombres, vemos el mundo y sus asuntos de modo diferente a los que pasan por él con el simple propósito de vivirlo.” (p. 325)

Las crónicas mestizas presentan la conjetura del retorno o regreso al hogar de

manera desigual.

En El oro de los sueños, Miguel sale de su casa con su padrino, don Santiago de Ordás, y fray Bayón, en busca de un reino fabuloso lleno de riquezas y peligros, pero al final vuelve al punto de partida y es entonces cuando escribe sus andanzas. La escritura es aquí posterior a la aventura.

En La tierra del tiempo perdido el joven narra sus andanzas con su padrino y

con la india Lucía, rumbo del Perú, si bien no llegan a destino porque distintos avatares se lo impiden. Los protagonistas recorren las tierras mayas y viven mil aventuras. El tiempo de la acción y la narración son ahora contemporáneos.

En Las lágrimas del sol, Miguel permanece en El Callao, donde escribe y

prepara el regreso a casa, si bien la peripecia final lo impide definitivamente y enfoca las expectativas del joven hacia los mares del Sur. Además, para más complejidad, el narrador intercala en su nuevo presente, en el que vive y escribe, otras vivencias del pasado (el viaje desde Yucatán hasta Perú). El relato tiene dos partes: en la primera, se narra la guerra civil entre almagristas y pizarristas y, en la segunda, las andanzas por el Incario en busca del tesoro de los Hijos del Sol.

En esta obra, ofrece Merino una reelaboración imaginaria y mítica de la

Conquista de Indias. Don Santiago y fray Bayón, soldado y fraile, representan el nuevo orden de la conquista, en la que hay un variado panorama humana: el emigrado que busca salvarse de la pobreza, el buscador de la gloria o el poder, el sirviente, el cronista, las figuras silenciosas de los indios, los taimados, los leales… Merino presta atención a la nueva mitología americana, a la cultura indígena y su transculturación hispánica.

La búsqueda del tesoro es el motor de las acciones de los personajes. La lección

del oro, metal que anula el saber, causa maldades y se apodera de la voluntad, es el gran mensaje del libro: el oro que vale lo llevamos dentro, la motivación del viaje no es la búsqueda de la riqueza externa, sino la interna: la expansión del yo, a través del conocimiento y la experiencia.

Para el autor leonés, la realidad es un todo complejo formado por historia y

ficción; la red de sucesos documentados, más los sueños, las memorias y relatos de los conquistadores, los indios y los mestizos. La literatura es, así, un modo de comprensión de la complejidad y una forma de conocimiento. Y es también imitación de modelos, lo que se declara explícitamente en la “Nota del novelista”, cuando dice el escritor:

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“…he sido desde hace años lector de crónicas de Indias, y novelar los relatos de Miguel

Villacé era una forma de rendir tributo a un género que admiro particularmente por su concisión, verosimilitud y capacidad expresiva” (p. 443).

Al final del volumen, en la “Nota del novelista”, se declara transcriptor del

manuscrito hallado (al modo cervantino) e insiste en la veracidad de su relato.

7. Intramuros, León, Edilesa, 1998

L

ibro primorosamente editado por la Diputación de León y el Instituto Leonés de Cultura, en homenaje a uno de los hijos ilustres de la comunidad. Intramuros es el

libro de la infancia y juventud leonesa de Merino entre los años 40 y 50. Casi poemático, narra el regreso a los espacios personales, familiares y urbanos del niño Merino. Es literatura intimista, con una mirada tierna, lúcida y humorística en ocasiones. El niño y la ciudad, sus calles, sus lugares y ambientes, forman un solo cuerpo en la rememoración del escritor, expresada en un lenguaje nostálgicodotado de precisión y hermosura.

Para facilitar la identificación total entre narrador y espacio urbano, Merino usa la segunda persona narrativa:

“Eres esta ciudad que, cuando luce el sol, se lame la piel de las calles, las largas orillas erizadas de chopos, las tierras arrugadas y rojizas sobre las que te estiras como sobre una presa, mirando a hurtadillas hacia las montañas y los páramos.” (p. 7) La ciudad romana en lucha contra Cartago, el mercado, la avenida de Ordoño y

otras calles ciudadanas; las primeras chicas y lecturas, aquella sonoridad de Rosalía, los misterios de El monte de las ánimas, los villancicos navideños y los nibelungos con su anillo…; la Virgen del Camino y su historia de devoción, la mole del San Marcos donde Quevedo estuvo preso, la catedral, la plaza de los Botines; los compañeros de clase, el Hermano Gumersindo y sus flores a María; la familia (padre, madre, tío Manolo, el abuelo); las narraciones de Cipri, que mentía maravillosamente; la huida de Cuqui con los del circo; primera muerte de un ser querido cuando lo del abuelo; el republicano escondido al que ayudaba papá, las críticas calladas contra el régimen, el paseo de la Franca por Ordoño para llevarse joyas sin pagar; y el cine, el desnudo de la Hayworth, y Tres horas en el Museo del Prado y su goyesca maja en el diván. Todo pasa por la memoria del escritor.

“Desconocías el mal y el pecado, y acaso desde entonces toda tu vida no ha sido otra

cosa que un largo desmoronamiento. Muchos no conseguirían jamás llegar a la cumbre. Tú llegaste a ella cuando tenías nueve años, aunque no podrías recordarlo si, por un azar incomprensible y acaso el orgulloso cuidado de tus padres, no conservases aquellas calificaciones [Diez en conducta, diez en geografía, diez eh nistoria de España, diez en aritmética, diez en geometría, diez en lectura, diez en ortografía], tan redondas y simétricas que parecen corresponder a una ficción ejemplarizante, y que certifican una culminación desde la que no es posible otra cosa que una interminable decadencia” (p. 112)

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8. Los mejores relatos españoles del siglo XX. Antología. Selección, prólogo y notas introductorias de José María Merino, Madrid, Alfaguara, 1998

A de(F

más de su tarea como creador, Merino ha dedicado algún volumen al ensayo icción continua, 2004) y ha reflexionado largamente sobre el oficio de escribir.

Aquí, se nos muestra como gran conocedor del género “cuento”, que él prefiere llamar “relato”, y presenta una antología indispensable.

En el prólogo, habla de la antigüedad de la ficción literaria en lengua castellana, de más de ocho siglos, lo que la ha hecho un idioma apto para expresarlo todo: “Pero si hiciésemos un balance, creo que hoy se podría decir que ya no hay nada en el terreno de la ficción literaria, incluidos los más curiosos géneros, que no pueda imaginarse y escribirse en lengua española. Lo que no es poco decir” (pp. 7 y 8).

Justifica el comenzar su antología por los narradores del 98 por cuanto autores

anteriores, como Emilia Pardo Bazán, por ejemplo, son más decimonónicos. Siguen autores más jóvenes como Wenceslao Fernández Flórez, Rosa Chacel, Francisco Ayal y Max Aub, los que hicieron –y sufrieron- la guerra civil. Continúa con los autores de posguerra: Camilo José Cela, Miguel Delibes y Carmen Laforet, y los de la generación del 50: Ignacio Aldecoa, Ana María Matute, Jesús Fernández Santos, Medardo Fraile y Carmen Martín Gaite. El último autor antologado es Juan Benet, los estrictamente contemporáneos quedan fuera del volumen.

Nos recuerda que, sobre todo en el primer tercio del siglo, el número de cuentos

que se editaban en España era amplísimo:

“Se puede asegurar que no había periódico o revista que no publicase un cuento en cada uno de sus números, pues la lectura de tales relatos, con la asistencia al teatro, era uno de los divertimentos principales en un tiempo en que no existía la televisión” (p. 9). Con todo, los cuentos elegidos por Merino se han editado antes en forma de

libro, y de ahí los toma él, añadiéndoles un breve comentario crítico, siempre muy atinado.

Una antología bien hecha, realizada por un gran conocedor del género, llena de

matices (humor, terror, estilo, denuncia de la crueldad, apología de la solidaridad entre seres humanos, etc.), que recoge piezas breves y magistrales de autores de primerísima línea de la historia de la literatura hispánica.

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9. Cien años de cuentos (1898-1998) Antología del cuento español en castellano, Madrid, Alfaguara, 1998

E stupenda selección de cuentos realizada por Merino, que es un certero recorrido por autores y obras importantes de nuestra literatura. Desde Unamuno hasta Juan

Manuel Vázquez de Prada, Merino incluye narraciones breves de todos los imprescindibles: Valle, Blasco Ibáñez, Baroja, Zamacois, Miró, Pérez de Ayala, Wenceslao y Ramón, Chacel, Díaz Fernández, Neville y Dieste, Sender, Carranque, Ayala, Torrente, Cela, Andújar, Delibes, Laforet, Ory, Aldecoa, Sastre, Benet, Martínez Menchén, Goytisolo, Gonzalo Suárez, Umbral, Vicent, Pombo, Aparicio, Ana Mª Navales, Luis Mateo, Millás, Puértolas, Martín Garzo, Marías, Rosa Montero, Zarraluki, Millán, Llamazares, Muñoz Molina, Cerezales…

En el prólogo, comenta la definición de Azorín, que dijo que el cuento era a la prosa lo que el soneto al verso; o la de Cortázar, que comparó la novela con el cine y el cuento con la fotografía. Para Merino, la ley que rige el cuento es: a menor extensión, mayor intensidad y a la inversa (mayor extensión, menor intensidad). El cuento no permite digresiones, pide concentración de esfuerzos. Merino es un gran reivindicador de la narración breve y, citando a Poe, cree que hay prejuicios que llevan a juzgar la obra por su volumen, más que por su calidad.

El leonés prefiere ahora la etiqueta “cuento” a la de “relato”, esta última puesta de moda en los años sesenta para diferenciar el relato del cuento popular, más espontáneo, tradicional, oral y finalmente tenido por menos prestigioso. Merino no acepta este planteamiento. Para él, “relato” es un término poco comprometido que incluiría “hasta un atestado de la guardia civil”, afirma. Con todo, su juicio no es muy constante, como demuestra el hecho de haber publicado —en el mismo año de 1998— otra antología, además de la que estamos comentando aquí, en cuyo título él mismo escritor prefiere el término “relato” al de “cuento”.

Antes de publicar la suya, Merino ha revisado las principales antologías del

cuento español: la de García Pavón, la de Medardo Fraile, la de Martínez Cachero, la de Fernando Valls… Acaba diciendo que su libro, más que un juicio final, es una propuesta de lectura.

10. Leyendas españolas de todos los tiempos. Una memoria soñada, Madrid, Temas de Hoy, 2000

E

n este libro muestra Merino sus dotes de antólogo y narrador. Trabajando sobre el fondo legendario que nos ha legado la tradición, el autor consigue devolvernos las

historias más nuestras, de ayer y hoy y siempre, contadas con sencillez y amenidad.

Merino ha sido de suyo, y sobre cualquier otra condición, narrador puro. Y eso le ha hecho convertirse en cazador de historias, buscatesoros. El cazacuentos acecha en

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cada esquina, cree ver un relato en cada anécdota. Es la necesidad de acecho la que lleva al oficio.

No es este el primer volumen antológico de Merino. Antes, ejerció su talento en

Los mejores relatos españoles del siglo XX (1998), donde antologa a otros, y en Cincuenta cuentos y una fábula (1997). Y también después, con libros como Ficción continua (2004, recopilación de artículos y conferencias), donde se antologa a sí mismo.

Así pues, Leyendas españolas de todos los tiempos (2000) es la selección de un

experto, un narrador que da mucho en poco, al modo gracianesco, reduciendo la trama a sus elementos básicos, pero manteniendo con gusto interés, dramatismo, clímax e intriga en cada historia narrada.

El volumen se abre con un agradecimiento a los colaboradores del proyecto:

Ramón Acín, Carlos García Gual, Ana María Navales, Juan Domínguez Lasierra, Miguel Rojo, Carme Riera… Sigue con una cita de Caro Baroja, tomada del prólogo a Algunos mitos españoles, donde el antropólogo vasco, retomando el Fausto de Goethe, asegura: “Aquello que heredaste de tus padres, adquiérelo para poseerlo.” El sentido de posesión aludido aquí justifica la tarea del antólogo.

En las “Palabras del autor” es donde Merino explica nítidamente su propósito.

Afirma que la historia

“es la memoria desde la vigilia y la razón, pero la leyenda es la memoria desde la intuición y el sueño, una memoria soñada en la que se conservan sombras y signos sin los que ni la gran historia ni la pequeña se podrían entender del todo” (p. 19). La ficción sirve así para una recta comprensión de lo real. Como en Calderón, el

sueño es intérprete de la vida y no imagen de la muerte. La leyenda, distinta de la historia, se diferencia también del cuento. Si este suele

ser rico narrativamente y carecer de referencias temporales-geográficas, basando su desarrollo en la peripecia que narra, aquella es escueta, sujeta a un lugar, un tiempo o una conducta, y narrando un único hecho sin movimiento casi, sin evolución.

Este libro contiene casi doscientas leyendas españolas, organizadas libremente

por el selector con criterio temático y perspectiva general, integradora. En los diez capítulos del libro encontraremos leyendas mítico-fundacionales, históricas, caballerescas; leyendas de parajes, piadosas, mágico-tenebrosas (pobladas por brujas, diablos y fantasmas), de animales monstruosos (como sierpes y dragones), de objetos mágicos (talismanes, anillos…) y lugares escondidos (mundos subterráneos); leyendas de navegantes, americanas, contemporáneas. El narrador Merino las ha retocado siguiendo la tradición sintética e intensa de nuestro rico patrimonio. Desdeñoso de novelizaciones al modo romántico, su búsqueda de la concisión y la expresividad nos devuelve unas historias gozosas que forman nuestro acervo común.

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Merino se duele de que haya pasado el tiempo de la oralidad, lo que obliga a que sus fuentes sean sobre todo librescas. Y se queja también de las tendencias fragmentarias de la España actual, que juzga poco lúcidas.

Leyendas españolas de todos los tiempos es un libro recomendable para el

público de todas las edades, y especialmente para los jóvenes, a quienes una globalización no siempre bien entendida está privando del sentido de pertenencia e integración comunitarias. La brevedad de las historias contadas por Merino hace el texto perfectamente legible, incluso en las propias aulas. Ejercicio interesante el de la lectura en voz alta que, desgraciadamente, ha sido postergado en la práctica educativa de ahora.

11. Ficción continua, Barcelona, Seix-Barral, 2004

R eflexiones sobre la invención literaria de un lector voraz que, además, es experto narrador, reconocido actualmente como uno de nuestros mejores autores de

cuentos. El libro tiene dos partes: la primera, más teórica, ofrece una visión general del arte de escribir y las ideas del autor sobre la teoría literaria; la segunda es una ejemplificación crítica, ejercida sobre obras concretas, contenida en artículos y ensayos que Merino había publicado en forma dispersa con anterioridad y ahora recoge en volumen.

Ficción continua abarca, pues, temas como el arte de leer, las diferencias entre el cuento y la novela, la necesidad de lo fantástico, consejos para escribir narrativa, reflexiones sobre la novela cibernética… y también comentarios a los cuentos de Clarín o de autores rusos como Phushkin y Tolstoi, sobre la historia del cuento desde la Edad Media hasta hoy, sobre la novela de aventuras, el cine, la novela-cómic. Harry Potter, Tolkien, Stevenson, Hesse, Conrad, Kemal, Delibes, Torrente, Galdós, Clarín, Baroja y otros muchos pasan por las páginas de este libro-río que muestra a un autor consciente de su oficio y lector atento de ficciones a lo largo de toda su vida.

Un libro interesante para conocer a Merino, que se reconoce enamorado de la narrativa oral, preocupado ante la irrupción de un universo electrónico que idiotiza a los más jóvenes. Para Merino, la mejor realidad virtual es la que el libro fabrica en la cabeza del lector. Y cree que no hay mayor interactividad que los cuentos de la abuela. Más que con experimentalismos, la renovación del realismo tradicional la realiza con narraciones de calidad y aportaciones propias como lo fantástico, el tema de la identidad, la memoria, el doble, etc. Occidente debe al invento de Gutenberg —asegura— la democratización de la cultura y la secularización de la palabra sagrada. Defiende además la calidad literaria de la narrativa breve (novela corta y cuento), cuyas motivaciones y elementos constituyentes son distintos de los de la novela.

Al leonés le preocupa también el nacionalismo exacerbado, la mística

revitalizada del hecho diferenciador. Considera que la literatura es lugar de hibridación de culturas, reino del mestizaje, un territorio que sobrepasa los límites de las fronteras, internacionalismo y agregación.

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12. Cuentos del libro de la noche, Madrid, Alfaguara, 2005

L ibilu

ro breve, donde Merino ensaya el microcuento, acompañado en cada caso por straciones del autor. Cada relato es como un hai-ku en prosa, un fogonazo de

inspiración rápidamente transcrito, para evitar su huida en el tiempo. En la contraportada del libro, él escritor afirma:

“En el libro de la noche nuestras páginas están en blanco, escribió Chuan Tzu, el inventor o transmisor del cuento de aquel soñador que se sueña mariposa desde la conciencia de hombre y hombre desde la conciencia de mariposa, sin ser capaz de distinguir sueño y realidad. Y es que en las páginas en blanco del libro de la noche las palabras, que son de sombra, tienen varios significados, y además pueden borrarse continuamente para escribir otras, lo que no sucede con las páginas del libro del día, donde lo escrito suele permanecer inalterable demasiado tiempo. Aquí reúno 85 cuentos de las páginas de mi particular libro de la noche, soñados o pensados al hilo del sueño. Todos son breves, porque el espacio nocturno de la imaginación está hecho de iluminaciones, de súbitos centelleos”. En “Página primera”, cuento que abre el volumen, añade:

“Para intentar descubrirlos debo despertarme en medio de la noche. Me levanto, recorro despacio el pasillo. Nunca enciendo las lámparas, llevo en la mano una linterna pequeña. Su resplandor escaso, subrepticio, me ayuda a encontrarlos, a veces. Con el tiempo he comprendido que viven en lo oscuro como nosotros en la luz. Una noche vislumbré la figura de un hombre sentado al fondo del salón, leyendo el periódico. Otra vez la linterna me permitió atisbar el cuerpo huidizo de una mujer en el recibidor. Otra noche, al pasar ante mi cuarto de trabajo, me pareció que había un bulto sentado delante del ordenador. El tiempo pasa y ya no puedo recordar si alguno de esos habitantes de la casa en la noche ha escrito en mi ordenador los textos que ahora considero míos” (pp. 9-10). Por último, en “La gran trama / El desenlace”, acaba diciendo:

“El tren continúa atravesando las tierras grises y cubiertas de niebla, y me pregunto si estas tramas que yo he venido a encontrar sin saber que ya habían sido tocadas por otros son de verdad ajenas o si estaban escondidas dentro de ellos y de mí, esperando el momento de desplegarse. Luego pienso que tal vez no son las tramas las que están dentro de nosotros sino nosotros quienes estamos enredados en ellas” (p. 163) Los 85 cuentos son de fácil lectura, como embriones de un posterior desarrollo

narrativo que no llega, algunos con final más cerrado, llenos de sugerencias, con destellos de realidades entrevistas.

13. Textos de José María Merino

o El oficio de escribir "Al cabo, la crisis histórica entre "compromiso" y "arte puro" se ha resuelto en mí, lejos de cualquier

eclecticismo, de modo caprichoso, pero al menos gratificante: pues me inclino, así en mis ojos de lector como en mis manos de autor, por modos de novelar en que prevalezca, sobre la gravedad ética o el chisporroteo estético, la voluntad de seguir el sendero de la peripecia. Aunque, naturalmente, sin que el ropaje de los conceptos deje de ser hermoso" (José María Merino, "Novelar después de todo", Las Nuevas Letras, 5 (1986), p. 34).

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"Frente a las exigencias de compromiso de la novela con la realidad no novelesca, habría que demandar compromiso de la realidad no novelesca con lo imaginario, y muy en especial con la novela" (José María Merino, "La materia de las palabras", El País, 23 diciembre 1986, p. 35).

"A mi entender, un buen cuento necesita envolver su mundo en una luz peculiar, dotar a sus

personajes de dones, actitudes o peripecias singulares y conseguir tal interés en la trama que el lector se sienta empujado insoslayablemente hasta el final. Que conste que no me estoy refiriendo solamente a los cuentos de corte fantástico. El cuento más realista del mundo debe trascender en su desarrollo escenarios, personajes y acciones para conseguir cierta palpitación arquetípica. [...] Me refiero al sentido de la narración pura en que lo sintético predomina sobre lo analítico, que tiende a la máxima expresividad en el menor espacio dramático posible y que, se plantee como se plantee el desenlace -quiero decir, con independencia de que el autor tienda a ser ambiguo o explícito-, resulta siempre un final exhaustivo, que concluye o, mejor, remata la intensidad de lo narrado. [...] ... los cuentos no toleran elementos accesorios. Todos los materiales del cuento tienen una función principal: de ahí la difícil concisión a que obligan, que no está sólo en el empleo de las palabras, sino -sobre todo- en la previa selección de los motivos" (José María Merino, "El cuento: narración pura", Ínsula, 495 (1988), p. 21).

"Confieso que en mi gusto literario están inextricablemente unidos lo sobrenatural de lo cotidiano y

lo doméstico de lo horrible, de modo que no escribo nada que no se localice en esos territorios". (José María Merino, "El cuento: narración pura", Ínsula, 495 (1988), p. 21).

"He decidido hacer una especie de relación de temas. Así, mis temas serían: América, el apócrifo, la

aventura, el doble, lo fantástico, la identidad, la infancia, la memoria, el mito, el sueño", (José María Merino, "Reflexión sobre mi narrativa a la luz del Quijote", Cuadernos de Narrativa, 1 (1996), p. 87).

"Creo que la identidad es el gran tema de nuestro tiempo. La vertiginosa sucesión de noticias, ese

conocimiento, bien que superficial, pero angustioso, de los sucesos cambiantes, la conciencia de lo relativo de todo, han hecho mucho más frágil nuestro apoyo en un centro, por pequeño que pudiera ser. Parece que no somos centro de nada, y que eso es irremediable. De ahí los intentos tantas veces irracionales de determinadas recuperaciones de identidad. En mi caso, la intuición de ese tema se une a otros aspectos: el del doble, el del apócrifo. Todos ellos serían variaciones sobre la pérdida de identidad y el intento de su recuperación por los caminos de lo imaginario" (Luis Mateo Díez, "José María Merino, el novelista como mediador", El Urogallo, 1 (1986), p. 28).

o El oro de los sueños (1986)

La enfermedad del oro

“—Me han dicho que te vas a explorar, que te hacen descubridor —dijo, por fin [fray Bernardino].

Yo asentí con la cabeza. —Ayer le pidió mi padrino licencia a mi madre para que me dejase acompañarle. —Tu padrino y ese fraile bisoño no están en sus cabales —exclamó, dando un

palmetazo sobre el libro—. Ya no es tiempo de cabalgadas ni de descubrimientos. Estaba muy serio. —Ya basta de combatir. Es menester colonizar. La pacífica tarea del labrador debe

sustituir el alboroto del soldado.

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Apartó sus ojos de mí y contempló con interés un punto. Yo volví la vista; una gran

mariposa amarilla revoloteaba en el vano del ventanal. Mientras la miraba, continuó hablando. Me pareció que en su voz había un tono melancólico.

—Es esa enfermedad del oro. Les roe las entrañas como un cáncer. Bajo su signo se

hacen lobos feroces. La imaginación de ese brillo les vuelve la vigilia ensoñación y quimera. Guardó una pausa. Luego me miró de nuevo y abrió el libro con brusquedad. Yo sentí

un paradójico alivio al comprender que, después de todo, iba a darme la lección. — ¿Cuándo partís? —pregunto. —El domingo —dije. —Rezaré por ti. Le pediré a Nuestra Señora su intercesión para tu cuidado. Por que

regreses con tu pobre madre” (pp. 20-21).

La utopía del oro

“La cacica permaneció pensativa un rato. Luego contó una historia. Hablaba muy lentamente.

—Mi memoria quiere escuchar tus palabras, pero todo está confuso dentro de esta vieja

cabeza. Pues muchas veces ha germinado el maíz desde entonces, muchas veces los hombres han ido a la caza y han vuelto. Recuerdo un hombre como vosotros, con la barba colorada y un largo cuchillo de ese filo que brilla. Vino perdido, hambriento. Un perro más hambriento que él le seguía, le lamía las manos. El día que llegó, finalizó una gran sequía. Llovía como un río y él apareció entre el agua. Era buen augurio: se le festejó, se le hizo señor del agua. Pero él no pensaba sino en ese oro de vuestras preguntas: buscaba una ciudad toda de oro, con un templo de oro donde residía un dios de oro. Era un dios soñador, pero sus sueños no se hacían maíz, no se hacían venados, ni bisontes. Sus sueños no se hacían peces, o árboles. No se hacían nuevos hombres. Sólo soñaba oro, oro, y todo el oro de su sueño se iba vertiendo en el mundo como la avalancha de una riada. Era terrible el dios de aquel hombre. Pero cuando no pensaba en él, era un hombre razonable, fuerte, amable. Estuvo en el pueblo muchas lunas. Aprendió a disparar el arco y el arpón, aprendió las viejas historias en las danzas y todo lo necesario para ser uno más entre nosotros. Yo era entonces muy joven y mi madre, que era la cacica, me ofreció a él como esposa, pensando además que el apoyo de su largo cuchillo sería útil para mantener mi poder en el territorio, cuando ella muriese. El aceptó y se celebraron los esponsales. Pero cuando se acercaba el tiempo de la ceremonia de boda, él me dijo que no podía permanecer a nuestro lado, que aquella inquietud de la ciudad de oro, del templo de oro, del dios de oro, y el convencimiento de que le estaban esperando, era la mayor verdad de su vida. Me pidió que le ayudase a huir —pues, aunque respetado por todos, era una propiedad valiosa del pueblo— y yo, siendo injusta con los míos, le ayudé. No supe más de él.

Metió un dedo en el tarro de sal que le había regalado doña Ana y lo chupó con fruición. —Nunca más supe de él. Tampoco nunca escuché otra vez aquella historia de la ciudad

de oro, hasta esta noche. Miró severamente a doña Ana. —Aquel hombre estaba preso de alguna desventurada maldición, que le hacía ver como

verdaderas las sombras de su fiebre. No hay en estas tierras tal ciudad, ni tal templo. Nuestro dios sueña sin cesar todas las cosas, para que sean. También ese oro que dices, y las perlas, y las conchas. pero con las niñas y los niños, y los venados, y el maíz.

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La noticia nos dejó perplejos. Pues la madre de la cacica había sido, precisamente, aquella señora Yupaha del mapa y el relato del peregrino.” (pp. 86-87)

o La tierra del tiempo perdido (1987)

El oro y los sueños

“Mas cuando estuvimos solos [el buhonero Luengo el Maragato y yo, Miguel Villacé], me dijo:

—Todo son aventuras, rapaz. Cualquier lance de tu vida lo es, si sabes encontrar sus

sorpresas y hasta sus tesoros. No hacen falta los riesgos de tanta gente y tantas muertes y fracasos. El oro es la industria que cada cual puede hacer con su ingenio, sin ir a arrebatárselo a ningún lejano emperante.

Yo le objetaba que no era esa la idea común de las aventuras, según libros tan

renombrados como el de don Amadís y las sergas de Esplandián, el de don Florisando, el de don Palmerín de Oliva y los de don Felixmarte de Hircania y don Belianís de Grecia.

—Dicen que Su Majestad ha prohibido que tales libros lleguen a las Indias y nunca

hubiera podido decidir cosa más loable —repuso—. De esas lecturas viene el resecarse de muchas honestas y razonable seseras y la proliferación de tantos reinos quiméricos.

—¿Es que no era cierto el imperio de Moctezuma? ¿Y no lo ha sido ese Incario donde el

oro cubría los paramentos? —No lo sé —repuso, dubitativo—. Creo yo más a mi edad en estos pañuelos de colores

que vendo, que en todos los tesoros de las Indias. Pues he visto cometer tales locuras en nombre de esos reinos y riquezas que a veces pienso si esos mismos imperios que he creído conocer no habrán sido también las engañifas de una ensoñación descomunal.

Llegó entonces hasta nosotros una voz leve y quejosa. —No le escuches, muchacho —decía—. Cuídate de lo que habla. Se trataba de un hombre muy joven, barbudo, pálido y flaco, que estaba sentado junto a

la puerta del patio, con una manta sobre los hombros. El Maragato le miró con hostilidad. El joven, haciendo un evidente esfuerzo, continuó hablando:

—No están sólo en las imaginaciones de los autores de libros. Yo he visto desde una

cumbre, en el horizonte, las primeras espesuras de la provincia de la canela, un país donde los árboles de canela se apiñan y extienden como espigas en un inmenso trigal. Y personas de todo mi crédito me han hablado, por haberlas conocido, de las indómitas amazonas que defienden ferozmente su reino misterioso. Hay un príncipe en el corazón de unas selvas que, cubierto de polvo de oro, se baña en las fiestas de su devoción en un lago también recóndito. Guardan las Indias todas las sorpresas y todos los tesoros para quien tenga fe y osadía.

Tenía la voz débil y ronca. —Enfermé yo de eso que llaman modorra, unas fiebres malas que me han traído a este

estado, mas en cuanto me reponga he de volver, pues no hay falacia en lo que cuentan y yo he visto con mis ojos las vigas de oro del templo del sol y el mismo sol de oro que presidía el lugar más sagrado, en el imperio de los Incas.

Nos dijeron más tarde que traían a aquel soldado para que quedase acogido al cuidado

de un monasterio en que un familiar suyo era abad; que sólo su juventud conseguía mantener en él un rescoldo de vida.

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—Viene para morir, aunque él no lo sabe —expuso, con tono triste, el otro soldado que le acompañaba.

A lo que Luengo el Maragato, lanzando un resoplido de disgusto, apostilló: —Esos vienen a ser comúnmente los verdaderos tesoros de las Indias.” (pp.27-29)

El poder de la escritura “—Vamos, vamos —exclamó él [el capitán Fransuá Darcasón, conocido en su vida de pirata como El Pulido], con la voz de pronto sombría—. El mundo no ha perdido sino tres malandrines de la peor laya, que de haber sobrevivido seguirían siendo un peligro para las buenas gentes. Por otra parte, ¿piensas que escribir es cosa inocente?

No dije nada. La visión de los ahorcados [ajusticiados por el relato que yo escribí y El

Pulido leyó], que se bamboleaban con el movimiento y vaivén de la carabela, había hecho enmudecer también a mi padrino y a Lucía.

—Miguel —continuó el capitán—, no hay escritura inocente. La más verdadera relación

de sucesos lleva en sí el partido del escribano. Las aventuras de don Amadís y de toda su estirpe exaltan la caballería, no la curia, ni la clerecía, ni los afanes labriegos. El mayor libro de invención que han visto los siglos, ese del gigante Gargantúa que ayer te mostré, dice pretender sólo el regocijo de sus lectores, mas luego arremete burlón contra pontífices, catedráticos y consejeros reales.

Se sacudió una mota de polvo de una manga. —Mas no sientas culpa alguna, pues una vez escritas, las historias pierden los límites

que sus autores han creído poner en ellas y adquieren sólo los que los lectores quieren admitir y reconocer.

Sin embargo, pasé el resto de la mañana cariacontecido y con los sentidos

desmadejados, sintiendo pender también sobre mi alma los cuerpos de aquellos tres desdichados, en cuyos rostros amoratados se mantenía el horrendo reflejo de su suplicio.

Supe a primera hora de la tarde que los tres ahorcados habían sido arrojados al mar. Un

emisario del capitán me anunció que estaba previsto llegar a Nombre de Dios en el plazo de veinticuatro horas y añadió que el capitán no se detendría a esperar que yo acabase mi relato. De modo que me senté en el extremo de la tolda, para recibir bastante luz, y continué escribiendo.” (p. 183)

o Las lágrimas del sol (1989)

El oro “—¿Y el oro? —pregunté—. ¿Es verdad que eran dueños de tanto oro como se cuenta? (...)

—¿Oro? —exclamó el alférez—. Yo he visto el rescate de Atahualpa y te aseguro que nunca ha habido emperador ni pontífice en la cristiandad que pudiese ostentar la cuarta parte de tal riqueza. Casi un millón y medio de pesos alcanzó aquel tesoro hecho de figuras, vasos y adornos, y los orífices encargados de convertir todo aquello en lingotes, que eran muchos, emplearon más de un mes en rematar su labor, mientras lloraban al deshacer aquellas piezas, por el gran trabajo y esmero que había necesitado su fabricación.

—Todo el oro que te puedas imaginar —añadió el capitán—. Cuantos utensilios usaban los Incas eran de oro y plata. Junto a sus palacios había jardines donde se imitaban todas las

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especies de plantas con oro y piedras preciosas. El templo del sol del Cuzco, que llamaban Coricancha, tenía todas las paredes cubiertas de planchas de oro y una imagen circular del sol, en oro, que era al parecer gigantesca.

—Ese famoso sol fue escondido por los indios, con muchísimas otras riquezas que nunca han sido descubiertas —dijo el alférez—. Mas no hay que desanimarse, pues el secreto de esos ocultamientos debe estar sin duda en poder de algunos de sus curacas y hechiceros, y cuando estas guerras y algaradas terminen y se puedan proseguir tranquilamente las pesquisas, saldrán a la luz esos tesoros que no tienen parangón con todo lo que se ha visto y recaudado.

—Bien conozco yo esas pesquisas de que habláis —exclamó abruptamente el fraile, que hasta entonces no había abierto la boca— pues acompañé a fray Marcos de Niza en la famosa expedición de Sebastián de Belalcázar a Quito, donde vos también estabais, cuando se castigó al rebelde Rumiñavi. Por encontrar esos tesoros escondidos que decís se torturó sin piedad a centenares de pobres indios y se quemó a muchos vivos. Esas pesquisas llevan siempre consigo muerte de personas, profanación de tumbas y destrucción de viviendas.

El alférez guardó silencio unos instantes. Habló luego con la falsa mansedumbre de una ironía rencorosa.

—No hemos sido los pobres soldados quienes hemos puesto el oro en tanto valor, buen fraile. Nuestro Emperador, que Dios guarde, estima el oro como la mejor bendición para el ejercicio de su poderío. Y su santidad el Papa, obispo de Roma, descendiente de San Pedro, nunca ha lanzado contra el oro y su conquista el menor de los anatemas que merecería el más inofensivo de los herejes, judaizantes y luteranos. Por otra parte, puede que vos y algunos otros frailes abominéis del oro y sus pompas, pero conozco yo muchos clérigos que se avienen a su tenencia y disfrute como si de la misma Bula se tratase.” (pp. 24-26)

Pizarristas y almagristas “Por aquellos mismos días trabé relación con otro jinete cercano, un soldado que debía andar por los veinte años y que, con el propio don Diego de Almagro y unos pocos hijos de descubridores, formaba parte de la escasa presencia moza entre aquella tropa de curtidos veteranos.

Este soldado, de nombre Pelayo Peñalba —aunque le apodaban Gato por su destreza para escalar murallas de fortalezas y paredes montañosas— se había incorporado recientemente a las labores de la secretaría de don Diego, sustituyéndome en mis trabajos, que yo me negué a continuar cuando Lucía se convirtió en rehén.

Según pude saber tras varias conversaciones con él, había venido al Perú para narrar cuanto viesen sus ojos y escuchasen sus oídos. Llevaba colgada a las espaldas una escribanía similar a la que yo poseo, y aprovechaba los descansos para transcribir con cuidado las peripecias más notables de cada jornada o las narraciones que, sobre el pasado de aquellos reinos o las presentes reyertas, llegaban a su conocimiento.

Yo le conté que, por mi parte, había transcrito en crónicas las experiencias de mis aventuras. La común inclinación creó entre nosotros un lazo sutil. Pues los sucesos se van perdiendo conforme los hombres los viven, pero cuando se conserva por escrito su memoria veraz, adquieren un vigor nuevo y, carentes ya de sangre y de pasiones, se hacen, sin embargo, imperecederos. Y los que tenemos la curiosa inclinación de imaginar en forma de puras palabras los hechos y las acciones de los hombres, vemos el mundo y sus asuntos de modo diferente a los que pasan por él con el simple propósito de vivirlo.

Le pregunté si era realmente almagrista y si creía en el éxito final de aquella aventura.

—Almagristas o pizarristas que sientan verdadero su partido hay muy pocos —respondió—. El servicio a uno o a otro está en proporción al beneficio que pueda reportarle a cada uno de los respectivos servidores, sea en su honra, sea en su fortuna, sea en su vanidad. Los

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demás somos pobretes que necesitamos la sombra de los poderosos para subsistir. El mundo todo, y todos los negocios y artes, está compuesto de poderosos que se enfrentan entre sí y opri-men a todos los demás. Y los demás nos vemos obligados a vivir a su sombra, procurando que su opresión sea lo menos insufrible que se pueda.

Transcribo estas palabras para que se conozca el talante de este hombre, que nunca manifestó servilismo a los almagristas ni oposición al legítimo señorío de Su Majestad.

—He venido a parar aquí desde Chile, donde acompañé varias expediciones y tomé buena nota de las terribles luchas que allí se han mantenido contra los indios. Muchas veces, cuando los otros soldados descansaban, cansaba yo escribiendo. Me incorporé a este partido porque era el más cercano cuando regresé, y mi única satisfacción de estar aquí es la de poder ser fiel cronista de lo que suceda con las gentes de Almagro.” (pp. 58 y 59).

o La Dama de Urz (1999)

“Desde hacía cerca de dos años, casi todos los lunes, Souto llegaba a la editorial recorriendo las mismas calles. La familiaridad de las aceras, los buzones, los quioscos y los árboles reafirmaba en él la sugestión de que aquél era un espacio tan sólido y doméstico como el interior de su casa.

Las toallas dobladas y apiladas, los zapatos y las alpargatas emparejados en orden de tamaños, las bragas y los sujetadores sobre retales sedosos, las rojas piezas de carne extendidas en losas de mármol o los pescados de ojos inmóviles entre manojos de helechos, los muebles de pino esperando sumisos el rincón de un hogar, las latas de conserva apiladas con gusto circense, todas las mercancías que se iban ofreciendo en los sucesivos escaparates, como los gestos de los porteros y porteras tantas veces sorprendidos en sus dominios con bayetas y escobas, en los primeros afanes de la mañana, conservaban semana tras semana el mismo ademán, y así las cosas y las gentes venían a resultar los custodios de su largo paseo, con la reconocible mansedumbre que conservaban, dentro de su casa, los muebles, los libros o los objetos, en una sugestión de inalterable permanencia.

Aquella familiaridad le servía para no ser asaltado por los temores que despertaron en él después del largo periodo en que las palabras habían dejado de tener sentido y se habían convertido en conjuntos de sonidos vacíos.

Pues hubo también un tiempo en que había sido consciente, con angustia, de que la ciudad escondía indescifrables sedimentos de una antigüedad que un día fue tiempo presente para muchos, centenares de estratos que había ido dejando posarse la desaparición de las generaciones y de los que, a veces, atisbaba una sombra superviviente que, por estar mutilada y sola, no era capaz de reconocer del todo. Y él sentía que esa sombra le miraba pasar con una indiferencia que parecía también sumisa, pero que estaba cargada de malos augurios, como las viviendas edificadas sobre los cimientos de las edificaciones anteriores y las calles que guardaban el dibujo del trazado primitivo, mantenían un aire acechante ante los innumerables habitantes que, destinados como él a la desaparición definitiva, cruzaban sus espacios sobre las huellas invisibles de las sombras de los desvanecidos antecesores, devoradas en silencio por la voracidad real que se ocultaba bajo la apariencia de tanta impasibilidad.

Desde la puerta de su casa hasta la de la editorial, el trayecto que él solía recorrer en dieciocho o veinte minutos se había convertido pues en una prolongación del pasillo hogareño. [...]

Desde que había salido del abismo de confusión en que durante tanto tiempo había permanecido, Souto tenía puestos todos sus esfuerzos en acomodarse con docilidad a unos hábitos invariables, pues reconocía en ellos el único camino exento de sorpresas temibles, acaso el más indoloro que puede haber en ese tránsito de la vida cuya única verdad es la extinción final que, al devolvernos al estado previo a nuestro nacimiento, borra todos los signos e invalida todos los esfuerzos, angustias y pasiones.”

(De “La dama de Urz”, Cuatro nocturnos, Madrid, Alfaguara, 1999, pp. 87-90).

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o Leyendas españolas de todos los tiempos (2000)

(Merino incluye cerca de doscientas leyendas en su libro, entre ellas las más conocidas de la tradición aragonesa: los almogávares, la cuatribarrada, la campana de Huesca, los amantes de Teruel... La que reproducimos aquí es quizás menos conocida, de ahí que la hayamos elegido)

Doña Urraca y don Alfonso el Batallador

“Doña Urraca era casi una niña cuando Alfonso VI se la dio como esposa a Raimundo de Borgoña, con el reino de Galicia, mientras el legítimo rey, don García, languidecía recluido en el lóbrego castillo de Luna.

Frente a la malquerencia general de los gallegos, don Raimundo encontraría apoyo en el

obispo de Santiago, Diego Gelmírez. Sin embargo, Raimundo murió y su viuda se hizo cargo del señorío de Galicia, primero, y luego, a la muerte de Alfonso VI, del reino de León. La reina consolaba su viudez en brazos del apuesto conde Gómez González, pero las exigencias del buen gobierno le obligaron a casarse con el aragonés Alfonso I.

El matrimonio disgustó profundamente al obispo Gelmírez y a los nobles gallegos, a los

partidarios de los hijos de Urraca y Raimundo, y a muchos nobles aragoneses, lo que llenó el enlace de malos augurios. La boda se celebró en época de vendimia, y la misma noche de la ceremonia cayó una helada tan rigurosa que las esperanzas de vino menguaron mucho, y el que al fin se consiguió resultó muy malo, lo que se consideró una señal aciaga.

El caso es que hubo rebelión en Galicia y el rey aragonés la reprimió con el mismo

empuje con que se enfrentaba a los adversarios árabes. Los enfrentamientos políticos se empezaron a reflejar en la vida matrimonial. La leonesa Urraca daba a su real esposo el apelativo de «celtíbero», por considerarlo muy tosco y bárbaro. Con ocasión de la toma de la fortaleza gallega de Monterroso por los aragoneses, el rey Alfonso apuñaló al noble Prado, uno de los rebeldes, a pesar de que la reina lo había cubierto con su manto para mostrar su protección.

La desavenencia llegó a tal punto que el rey Alfonso confinó a su esposa en un castillo

de Soria, recién reconquistada. La reina, para entretener su soledad, hacía que todos los días le cantase romances y canciones un joven y apuesto trovador llamado Pedro, hijo del alférez mayor don Ato Garcés. Este, con ocasión de visitar el castillo, encontró a la reina y al joven Pedro en muy amoroso coloquio.

El doncel trovador fue alejado de la reina, pero ella era al parecer mujer muy seductora,

y envió mensajes secretos a dos ricohombres que estaban enamorados de ella, don Pedro González de Lara y don Gómez, conde de Candespina, solicitando su ayuda para escapar de la fortaleza. Los dos nobles decidieron aunar sus esfuerzos y dejar a la elección de la reina quién de los dos sería el galardonado con el dulce premio que sin duda merecería su empresa, y una noche sin luna llegaron a la fortaleza, escalaron los muros sin ser advertidos y consiguieron liberar a doña Urraca, que en su huida prefirió montar en la grupa del caballo de don Pedro González de Lara.

Cuando don Alfonso conoció la evasión de su esposa, persiguió a los fugitivos,

dándoles alcance en tierras de Sepúlveda. Don Pedro, con su real rescatada, consiguió huir camino de León mientras el conde de Candespina protegía su huida enfrentándose a don Alfonso, que al fin logró derrotarlo, atravesándole el corazón con su lanza.

Doña Urraca solicitó el divorcio de Alfonso, que fue concedido por un concilio en León

y luego por el Papa, y se hizo nombrar totius Hispaniae Empcratrix. Luego declaró a su hijo Alfonso sucesor del reino y se enfrentó al que había sido su marido en violentos combates, con lo que logró contener los ambiciosos deseos de Alfonso de conquistar los territorios que

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correspondían a la corona de Castilla y León. El rey Alfonso buscó entonces por otras partes la expansión de su reino, y con tanto ardor presentó batallas y buscó guerras, que fue conocido con el sobrenombre de «el Batallador»”.

o El heredero (2003)

“Quién sabe si en el fondo los humanos no vemos en las miniaturas una réplica de nuestro mundo más tranquilizadora que el verdadero, un empequeñecimiento en el que se concentra una solidez que a nuestro tamaño no acabamos de comprender. Tal vez las casas de muñecas nos ayudan a entendernos mejor, a no temer tanto ese misterio de la vida que no podemos alcanzar. (…)

El bilingüismo de mis años infantiles permanece en mi recuerdo como el primero de los grandes sueños de mi experiencia, dividido entre un doble requerimiento que me obligaba también a mí a desdoblarme para mostrar dos diferentes personalidades. Que aquello se produjera sin desgarraduras no impedía una intuición secreta de que dentro de mí habitaban dos seres diferentes, una especie de juego al que me complacía a veces entregarme mientras ejercía mi habilidad idiomática, dos seres a los que podía también atribuir dones distintos y hasta contrapuestos.”

o Cuentos del libro de la noche (2005)

Cuerpo rebelde

“A partir de la operación, el cuerpo me ha desobedecido en muchas ocasiones. Se niega a levantarse, a sentarse. Se niega a entrar o a salir. Me fuerza muchas tardes a permanecer en casa, inmóvil como un mueble más. Los trámites de la testamentaría —las últimas enfermedades suelen empezar al tiempo que las primeras herencias— me han obligado a hacer este viaje y me sorprendió comprobar la facilidad con que mi cuerpo se dispuso a ello. Anoche, tras llegar a la vieja casa impregnada de recuerdos de niñez y adolescencia que incrementaban mi desazón, advertí el primer signo rebelde: en un momento de la madrugada me sentí en una posición incómoda que no me dejaba respirar bien e intenté moverme, pero el cuerpo no me respondía. Como estaba dormido, comprendí que era preciso despertar para cambiar de postura, pero mi cuerpo no quería despertarse, y sólo después de un largo forcejeo en el umbral que comunica sueño y vigilia conseguí vencer su resistencia. Otro signo de rebelión se produjo esta misma tarde, después de comer, cuando me disponía a pasear por el bosque. Mi cuerpo no me obedeció y tuve que cambiar de rumbo y encaminarme a los acantilados. Ahora estoy sentado en el borde del prado húmedo, sobre el mar que ruge. En el oscuro roquedal, treinta metros más abajo, se desparrama violenta la espuma de las olas. Hace mucho frío y he intentado regresar a casa, pero mi cuerpo se rebela una vez más, se acerca al borde del precipicio, levanta los brazos. Asumo lo que va a suceder con horrible resignación.” (pp. 49-50)

Cuento de verano

“Ellos son de agua, el viento los hace aparecer entre las olas, con el mar batido, hombres de agua, mujeres de agua, niños de agua. De agua sus rostros, sus brazos, de agua esos cuerpos que, de repente, nacen en las crestas de espuma. Los niños son los más osados, llegan corriendo al borde. A veces, un niño corre demasiado y sale fuera de la ola que lo sustenta. La arena lo devora. Acuden entonces las madres, forman una fila entre la espuma, gritan. También a menudo una madre llega demasiado lejos. La arena la devora. Yo soy la arena.” (p. 92)

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Año Nuevo

“Acabamos de acostar al abuelo y nos vamos a dormir. Al entrar en nuestra habitación encontramos sobre la cama al año recién nacido. Es un pequeño manojo de pétalos, o de plumas. Como un pollo, dice mi mujer. Ahora puedo descubrir en él algo redondo, que parece un ojo, y siento miedo. Tiene un brillo amarillento, maligno, que acaso vislumbra los misiles que caerán sobre ciudades inermes, las bombas que harán explotar los fanáticos, las multitudes en huida por parajes huraños, los niños hambrientos devorados por las moscas, las catástrofes de hielo, fuego, agua y porquería que nos aguardan. Pero el año recién nacido vuelve la cabeza, si es eso una cabeza, y muestra lo que pudiera ser otro ojo verdoso, de reflejo benéfico, y me acaricia una sensación de paz, pues quizá ese ojo percibe días hermosos, niños bien alimentados que aprenden a leer, gentes que disfrutan en paz de la fiesta tras el trabajo, ciudades cuyos habitantes se sienten acompañados y protegidos, un mundo lleno de amigos y de amantes. En apenas segundos el año ha crecido. Ahora es un matorral multicolor que de repente alza el vuelo y atraviesa como un rayo de luz las cortinas y los vidrios de la ventana. La abrimos para verlo ascender, brillando en la noche sus pétalos multicolores, mientras se esparce entre los innumerables cohetes y fuegos de artificio que los vecinos están lanzando para celebrar su llegada.” (pp. 95 y 96)

Portazgo

“Empecé a soñar que estaba delante del acceso a un lugar que debía de ser muy antiguo, por el aspecto de los oscuros muros pétreos y la calidad de la enorme puerta, en que la madera, el bronce, el oro y la plata se conjuntaban para mostrar una solidez y una majestad de otro tiempo. Me acerqué para entrar, pero había allí un guardián, un hombre muy alto, con atuendo de sij, los brazos cruzados, que llevaba un gran alfanje colgado del cinturón, y que me exigió pagar una moneda. Yo no llevaba dinero conmigo, y tuve que permanecer ante las grandes puertas y el inmóvil guardián durante mucho tiempo, hasta que me desperté. El sueño se repitió tantas veces que comenzó a inquietarme, y una vez se lo conté a mi mujer, mientras desayunábamos. Métete un euro en un bolsillo del pijama, dijo mi mujer, echándose a reír. Lo hice, y por fin he soñado que el guardián me dejaba pasar tras entregarle la moneda. El lugar es inmenso, y en él se concentra toda la gloria de los imperios antiguos, el sitio de Tikal y la pirámide roja de Shakara, el palacio de Darío en Persépolis y los templos carnales de Kahurajo, el palacio de Ctesifonte, el Fuerte Rojo de Agra, el templo sonoro de Visnú en Vijayanagar, con muchas otras edificaciones, jardines, sitios ceremoniales. Es una hora de crepúsculo permanente, la luz rosada dora las antiguas piedras y yo soy el único visitante de este lugar en que permanecen las muestras del esplendor antiguo. Pero ha pasado mucho tiempo y decido regresar a la puerta. El guardián está ahora en la parte de dentro, y cuando me dispongo a salir me exige otra moneda. Le digo que ya no me queda ninguna, saca el alfanje con ademán amenazador y me obliga a permanecer ante la salida. Y aquí estoy, esperando un despertar que no llega.” (pp. 157-158).

14. Bibliografía sobre José María Merino o ACÍN, Ramón, "Mito, literatura y realidad en la 'Trilogía Americana' de José Mª

Merino", Barcarola, 51-52 (1996), pp. 261-275. o ALONSO, Santos, La novela española en el fin de siglo. 1975-2001, Madrid,

Marenostrum, 2003. o CANDAU, Antonio, La obra narrativa de José María Merino, León, Diputación

Provincial, 1992. o CASTRO DÍEZ, Asunción, Sabino Ordás, una poética, León, Diputación

Provincial, 2001.

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o Cuadernos de narrativa, 6 (2001): monográfico sobre José María Merino, Grand Séminaire de Neuchâtel, 14-16 mayo 2001.

o ENCINAR, Ángeles, "El caldero de oro de José María Merino", Novela española actual: la desaparición del héroe, Madrid, Pliegos, 1990, pp. 167-179.

o ENCINAR, Ángeles y GLENN Kathleen (eds), Aproximaciones al mundo narrativo de José María Merino, León, Edilesa, 2000.

o GLENN, Kathleen M., "Recapturing the Past: José María Merino's El caldero de oro", Monographic Review, vol. III, (1-2), 1987, pp.119-128.

o GULLÓN, Ricardo, Diccionario de literatura española e hispanoamericana, Madrid, Alianza, 1993, p. 1025.

o Ínsula, 572-573 (agosto-septiembre de 1994), número dedicado a los narradores leoneses, artículos de S. Alonso, Eugenio de Nora…

o LAREQUI GARCÍA, Eduardo M., "Sueño, imaginación, ficción. Los límites de la realidad en la narrativa de José María Merino", Anales de la literatura española contemporánea, 13 (3), 1988, pp. 225-247.

o NORA, Eugenio G. de, “Notas para un encuadre de la narrativa leonesa actual”, Ínsula, num. cit.

15. Recursos digitales

o Fichas sobre el autor y su obra www.catedramdelibes.com/archivos/000039.html www.cnice.mecd.es/recursos2/narrativa7merino/autor/obra.htm

o Comentarios a Las crónicas mestizas, El heredero y Cuentos de los días raros

MARTÍN TAFFAREL, Teresa, “Las crónicas mestizas de José María Merino. Una aventura múltiple”, disponible en sololiteratura.com/ter/teresamerino.htm

www.lenguaensecundaria.com/resenas/heredero.shtml www.lenguaensecundaria.com/resenas/diararos.shtml www.epdlp.com/texto.php?id2=1725

o Entrevistas www.revistafusion.com/cyl/2000/diciembre/centrev87.htm www.el-mundo.es/encuentros/invitados/2003/03/650/ comunidad-escolar.pntic.mec.es/626/cultura1.html www.elpelao.com/letras/1045.html

o Noticias www.universia.es/portada/actualidad/noticia_actualidad.jsp?noticia=9080 www.epdlp.com/escritor.php?id=2551

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