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Juan de la Cruz y Edith Stein. Caminos convergentes JESÚS M. GARCÍA ROJO (Madrid) Hay autores que pasan sin pena ni gloria, como los hay que pasan con más pena que gloria. Entre unos y otros cabe distinguir un tercer grupo: el de aquellos que no sólo no pasan, sino que a medida que el tiempo pasa, ellos adquieren mayor vigencia. Sinceramente, creo que en este grupo se puede in- cluir, con todo derecho, a Juan de la Cruz y Edith Stein. Las celebraciones de sus respectivos centenarios han puesto de manifiesto la actualidad de uno y otra. En las páginas que siguen yo quisiera dar razón de la actualidad de estos dos carmelitas, distantes en el tiempo, pero unidos en el mismo ideal. A su modo y manera, los dos fueron incansables buscadores. Y los dos coinciden en señalar que el hallazgo de la verdad y del amor tiene mucho que ver con la cruz. 1. BÚSQUEDA APASIONADA 1. Pasión por la verdad. Casi ya es un tópico decir que Edith Stein sintió una verdadera pasión por la verdad. Sin embargo, no queda más remedio que recordarlo, porque de hecho fue así. Estando en Colonia, por ejemplo, no entiende que Ruth Kantorowicz trate de ocultar su conversión al cato- licismo. Da por sentado que, a veces, por consideración hacia REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 50 (1991), 419-442

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Juan de la Cruz y Edith Stein. Caminos convergentes

JESÚS M. GARCÍA ROJO

(Madrid)

Hay autores que pasan sin pena ni gloria, como los hay que pasan con más pena que gloria. Entre unos y otros cabe distinguir un tercer grupo: el de aquellos que no sólo no pasan, sino que a medida que el tiempo pasa, ellos adquieren mayor vigencia. Sinceramente, creo que en este grupo se puede in­cluir, con todo derecho, a Juan de la Cruz y Edith Stein. Las celebraciones de sus respectivos centenarios han puesto de manifiesto la actualidad de uno y otra.

En las páginas que siguen yo quisiera dar razón de la actualidad de estos dos carmelitas, distantes en el tiempo, pero unidos en el mismo ideal. A su modo y manera, los dos fueron incansables buscadores. Y los dos coinciden en señalar que el hallazgo de la verdad y del amor tiene mucho que ver con la cruz.

1. BÚSQUEDA APASIONADA

1. Pasión por la verdad. Casi ya es un tópico decir que Edith Stein sintió una verdadera pasión por la verdad. Sin embargo, no queda más remedio que recordarlo, porque de hecho fue así. Estando en Colonia, por ejemplo, no entiende que Ruth Kantorowicz trate de ocultar su conversión al cato­licismo. Da por sentado que, a veces, por consideración hacia

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 50 (1991), 419-442

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las personas, hay que proceder con suma discreción. Pero estar por completo a merced de los demás sería muy triste. Tan triste como traicionarse a uno mismo. Y esto no puede ser. Por eso, apelando a la propia experiencia, Edith dice a la interesada que es muy hermoso ser transparente, y que cuando uno se decide a serlo nada hay que temer l.

Este pequeño episodio indica bien a las claras cuál ha sido la actitud de Edith a lo largo de toda su vida. Recordando los tiempos de escuela escribe: "En mí se había despertado la primera búsqueda de la verdad" 2. Años más tarde, acusada ante un tribunal de guerra de haber pasado cartas de Austria a Alemania, lo que ciertamente estaba prohibido, en conso­nancia con su forma de ser reacciona manifestando que está dispuesta a declarar, "conforme a verdad, que la disposición no me era desconocida, pero que yo no había pensado en ello, porque el ir y venir del correo era normal. A ningún precio hubiera dicho que no sabía nada de la prohibición. Preferiría ir a la cárcel antes que mentir" 3. La verdad es para ella el valor supremo al que consagra todas sus energías ..

En un primer momento, la búsqueda de la verdad ocupa el vacío que deja la fe. A diferencia de su madre, ferviente judía, ni Edith ni sus hermanos fueron personas medianamente reli­giosas. La que fuera su primera biógrafa dice que hubo un tiempo en que "no podía creer en la existencia de Dios"4. Y no tarda en sacar las consecuencias al declararse atea en plena juventud. Sabido es que, cumplidos los trece años, Edith inte­rrumpe sus estudios y se va a Hamburgo. Allí pasa ocho largos meses en compañía de su hermana EIsa. Ni ella ni su marido eran modelos de fe, sino todo lo contrario. "Max y Eisa -cuenta la propia Edith- eran incrédulos por completo. En aquella casa, de religión nada en absoluto" 5. Tal compor-

1 efr. Selbstbildnis in Briefen. Zweiter Teil: 1934-1942, en "ESW" (=Edith Steins Werke, Freiburg, 1954-1991), IX, p. 21.

2 Aus dem Leben einer jüdischen Familie. Das Leben Edith Steins: Kind­heit und Jugend, en "ESW", VII, p. 119.

3 ¡bid., p. 329. 4 POSSELT, T. R., Edith Stein. Una gran mujer de nuestro siglo, San

Sebastián, 1953, p. 22. 5 Aus dem Leben einer jüdischen Familie ... , p. 121.

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tamiento necesariamente tuvo que influir en la joven Edith. De hecho, a renglón seguido, afirma de sí misma que, por una decisión libre, abandonó la oración. Para su maltrecha salud la estancia en Hamburgo fue decisoria, y decisoria fue también para su fe que, débil de por sí, a partir de este momento se derrumba por completo.

Pletórica de salud pero vacía de fe, Edith vuelve a los estudios, lo que en este momento está significando la vuelta a un mundo sin Dios. Este nuevo paso no le impide seguir "convencida de que algo grande le había sido asignado" 6. Qué sea en concreto esto que le ha sido asignado es algo que sólo al final de su vida se desvelará. Por ahora nos interesa señalar que la atea Edith que, de forma consciente prescinde de Dios, no sólo no prescinde de la verdad, sino que hacia su consecu­ción orienta todos sus movimientos.

El año 1911 Edith ingresa en la Universidad de su ciudad natal (Breslau). Aquí emprende una afanosa búsqueda de la verdad, que la pondrá en contacto con distintos saberes: la germanística y la historia, primero; la psicología, después. No reconocer lo mucho bueno allí aprendido sería una falta de honradez, como lo sería afirmar que sus dudas y preocupacio­nes quedaron definitivamente aclaradas. La explicación que dichos saberes, y en particular la psicología, daban al sentido de las cosas no acababa de convencerla. "Edith -declaraba más tarde una compañera- poseía un profundo amor a la verdad ( ... ). Investigaba cada problema hasta que la verdad se iluminaba"7. Es este amor profundo a la verdad el que la impulsa a seguir buscando. Y en su búsqueda ahora se topa con la fenomenología, y, más en concreto, con el "querido maestro" Husserl. El impacto que la lectura de las Investiga­ciones lógicas le produjo fue tan grande que no dudó en tras­ladarse a Gottinga, en cuya Universidad era profesor Husserl. Atrás queda Breslau, y en Breslau su madre, a quien el anuncio de la separación llena el corazón de pena. Edith, la preferida

6 [bid., p. 121. 7 HERBSTRITH, W., El verdadero rostro de Edith Stein, Madrid, 1990,

p. 46. Más tarde confesará ella misma: "Mi anhelo de verdad era la única oración" (POSSELT, T. R., O.C., p. 80).

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de la madre, nada puede hacer por evitarlo. Más aún, tiene el presentimiento de que "se trataba de una cortante separación trascendental" 8.

A Gottinga llegó Edith el mes de abril de 1913. ¡Cuántas cosas aprendería en aquella encantadora ciudad! Entre otras muchas, allí aprendió "a tener respeto ante las preguntas de la fe y por las personas creyentes"9. Alguna vez, incluso, acom­pañó a sus amigas a la Iglesia. Por desgracia, los sermones que allí escuchó la impresionaron, pero negativamente. De todos modos, esta "querida ciudad de Gottinga", según sus mismas palabras, iba a ser mudo testigo de su gradual trans­formación. Aquí, por supuesto, encontró al admirado profesor Husserl de quien será aventajada discípula, primero, y eficaz asistente, después. A buen seguro, Husserl es una de las per­sonalidades que más influyó en Edith. Peno no fue la única. En Gottinga tuvo ocasión de entrar en contacto con personas de mucha valía, que le fueron entreabriendo un mundo hasta entonces desconocido. Agradecida, años más tarde escribirá que la relación con estas personas es "más profunda, más hermosa, que las amistades antiguas de camaradería estu­diantil".

¿A qué personas se refiere Edith? En primer lugar, hay que nombrar a Husserl, quien, superando el subjetivismo, señala la dirección en que debe buscarse la verdad. Para ello propone el método fenomenológico, como un serio intento de acerca­miento a la verdad objetiva. Si en un principio el planteamien­to de Husserl atrajo a Edith de forma casi irresistible, a la postre terminó por no convencerla totalmente. Más allá de la verdad objetiva, alcanzada gracias a la fenomenología, Edith barrunta la existencia de una verdad más plena y definitiva. A este respecto, el encuentro con el filósofo católico Max Scheler va a ser decisivo, ya que le abrió las puertas a un mundo que rebasa los límites de la filosofía. "Este fue -refiere Edith­mi primer contacto con un mundo hasta entonces para mí completamente desconocido. No me condujo todavía a la fe. Pero me abrió a una esfera de fenómenos ante los cuales ya

8 Aus dem Leben einer jüdischen Familie ... , p. 189. 9 ¡bid., p. 283.

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nunca podía pasar ciega" 10. Como tantos otros, Edith era víctima de los prejuicios racionalistas en que había sido edu­cada. De ello se da cuenta ahora, y, sin dilación, trata de des­pojarse de las "anteojeras" que no le permiten contemplar la realidad en toda su amplitud y belleza.

El semestre de invierno de 1913, Edith asiste encantada a los ejercicios que el profesor Adolf Reinach da en su propia casa a los alumnos adelantados. La valoración no puede ser más positiva: "Las horas pasadas en el delicioso cuarto de trabajo de Reinach fueron las más felices de toda mi estancia en Gottinga (oo.). No era un enseñar y aprender, sino una bús­queda común" 1 l. Y, mientras busca juntamente con otros, prepara su trabajo de doctorado, que fue una auténtica pesa­dilla. "Por primera vez en mi vida -confiesa- me encontraba ante algo que no podía domeñar con mi fuerza de voluntad" 12.

La inteligente y voluntariosa Edith pierde el sueño y se deses­pera. Todo le parece absurdo. Una crisis de la que nadie tiene la menor idea, y de la que saldrá gracias a la ayuda de A. Rei­nacho Bastó un par de entrevistas para que el horizonte que­dara limpio de nubarrones. "Después de estas dos visitas a Reinach me sentía como renacida. Todo el hastío de vivir des­apareció" 13.

Recuperada la confianza en sí misma, Edith reemprende ilusionada el trabajo que trae entre manos. El estallido de la primera guerra mundial se encargaría de paralizarlo. Como tantos otros, ella tiene que renunciar a sus planes inmediatos, sin embargo no se manifiesta en absoluto contrariada. Al contrario, plenamente consciente de la gravedad del momento, exclama: "Ahora mi vida no me pertenece" 14, y se pone a disposición de la Cruz Roja. Entre tanto, otros compañeros han ido a luchar al frente. Allí, precisamente, cae A. Reinach el año 1917. La noticia de la muerte del joven profesor con­mueve hondamente a Edith. Pero, todavía le conmueve mucho

10 [bid., p. 230. 11 [bid., p. 243. 12 [bid., p. 246. 13 [bid., p. 252. 14 [bid., p. 265.

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más la actitud de esperanza cristiana que adopta la viuda. "Este fue mi primer encuentro con la cruz y con la divina virtud que ella infunde a los que la llevan. Entonces vi por primera vez y palpablemente ante mí, en su victoria sobre el aguijón de la muerte, a la Iglesia nacida de la pasión del Redentor. Fue el momento en que mi incredulidad se desplo­mó y Cristo irradió, Cristo en el misterio de. la cruz" 15.

Ante el misterio de la cruz se desmoronan los argumentos de la razón y brilla la alegría de la fe. Alegría de la que pronto también podrá disfrutar Edith. Sus años de búsqueda no iban a quedar baldíos. El encuentro de la verdad, largamente an­siado, se produjo en el verano de 1921. Invitada a pasar unos días en la casa que el matrimonio Conrad-Martius tiene en Bergzabern, en un momento en que se ha quedado sola, Edith echa mano de uno de los libros de la biblioteca familiar. El libro escogido resultó ser la Autobiografía de santa Teresa de Jesús, que lee de un tirón. Al final, por todo comentario, se limita a decir: "Esto es la verdad".

La que desde hacía tiempo andaba de un lado para otro buscando la verdad, ahora es sorprendida y hasta derribada por la misma verdad. De forma inesperada, ésta sale a su encuentro y se le descubre como una realidad nueva y mara­villosa. Con todo, aquella singular e inolvidable experiencia del verano de 1921 no fue el final de un accidentado camino, sino el comienzo de una vida nueva. Tan fascinada quedó Edith que al día siguiente pidió su ingreso en la Iglesia cató­lica. Tras años de intensa búsqueda, la doctora Edith Stein había llegado, finalmente, a la conclusión de que "la verdad eterna brilla en la Iglesia, no en la universidad" 16. Y por coherencia consigo misma se hace bautizar elIde enero de 1922. Fecha tanto más importante cuanto que marca el co­mienzo de una delicada relación con los suyos. Edith lamen­tará que su familia no vea con buenos ojos su nueva condición de católica, pero de ninguna manera puede dar marcha atrás. y no puede por amor a la verdad. La verdad que con tanto ahínco ha buscado a lo largo de su vida, ahora se le ha mani-

15 POSSELT, T. R., a.c., p. 73. 16 HERBSTRITH, W., a.c., p. 85.

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festado. Ha sido una gracia a la que en lo sucesivo tratará de corresponder.

Santa Teresa de Jesús ha enseñado a Edith que la Verdad con mayúscula, la única que puede ser considerada tal, es Dios. Todas las demás verdades son reflejos y participación de esa verdad primera y fundamental. El comentario que hace a la muerte de Husserl va en esta dirección: "Dios es la verdad. El que busca la verdad, ése busca a Dios, lo sepa o no" 17.

Ahora bien, esa verdad que es Dios, lejos de ser algo pura­mente conceptual, es sobre todo una experiencia amorosa. En ese caso, encontrar a Dios o dejarse encontrar por él equivale a encontrar la raíz última de nuestra vocación que no es otra sino el amor.

2. Pasión por el amor. Si la verdad fue para Edith Stein la gran pasión de su vida, eso mismo fue para Juan de la Cruz el amor. A diferencia de aquélla, éste no nos ha dejado rela­ción autobiográfica alguna en la que pudiéramos seguir paso a paso los lances de su andadura personal. Estos los conoce­mos a través del testimonio que han dado quienes trataron con él. Discrepantes, y hasta contradictorios en algunos casos, todos coinciden en apuntar, aunque no con estas mismas pa­labras, que Juan de la Cruz fue, como recientemente se ha dicho, un "buscador infatigable de la verdad" 18. De todos modos, ahí tenemos su obra escrita, reflejo, según los entendi­dos, de su propia experiencia personal, que rezuma movi­miento por los cuatro costados. Por lo que respecta a Cántico Espiritual, su protagonista demuestra ser un buscador no me­nos inquieto y exigente que Edith. Son las ansias de amor las que dan lugar a ese asombroso proceso de búsqueda, para cuya mejor comprensión bueno será decir dos palabras sobre la vida del autor.

Sea la primera que, al igual que Edith, Juan de la Cruz fue un buscador nunca plenamente satisfecho. Las metas alcanza-

17 Selbstbildnis in Briefen. Zweiter Teil ... , p. 102. 18 La expresión es de Juan Pablo II (cfr. "Ecclesia" 2506 [1990] pp. 25-

26), quien al inaugurar el Sínodo extraordinario de los obispos, celebrado en Roma del 28 de noviembre al 14 de diciembre de 1991, ha dicho que "Europa tiene necesidad de una nueva evangelización fundada sobre la verdad y sobre el amor".

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das eran el acicate que le impulsaba a proseguir su búsqueda tras otras más altas y desconocidas. Su entrada en la Orden del Carmen bien puede ser considerada como una de esas metas, alcanzada y trascendida a la vez. Si un día, ilusionado, pide su ingreso en dicha Orden, otro día, insatisfecho, decide abandonarla. Y así lo hubiera hecho, seguramente, de no ha­berse cruzado en su camino santa Teresa de Jesús. Tal ocurría el año 1567 en Medina del Campo. El encuentro con la Madre Reformadora significaría el comienzo de una nueva etapa en la vida de Juan de la Cruz. Un encuentro "providencial" que trae a nuestra mente aquel otro que, siglos más tarde, tendría lugar entre la filósofa judía y la mística castellana, y al que ya nos hemos referido más arriba. En ambos casos, santa Teresa de Jesús es el medio a través del cual a estos dos buscadores insignes, Juan de la Cruz y Edith Stein, se les hace patente la verdad que buscaban, y por la que tendrán que arrostrar un cúmulo grande de sufrimientos.

En la vida de san Juan de la Cruz -ésta es la segunda pa­labra- el encuentro con santa Teresa es un hito todo lo im­portante que se quiera, pero sólo un hito. El final o meta última está por llegar. Por tanto, hay que seguir caminando o, lo que es lo mismo, hay que seguir buscando. Y esto es lo que hace Juan de la Cruz. En la casita de Duruelo y en la cárcel de Toledo, en Andalucía y en Segovia él es incapaz de confor­marse con nada. Todo le parece poco. Por eso, como quien está transido por un ardiente deseo busca al que siendo la verdad suprema es, igualmente, el amor de sus amores 19.

"Buscando mis amores ... " Al comentar este verso, Juan de la Cruz advierte que para hallar a Dios no basta sólo con orar, es menester obrar. Sentencia breve que completa seguidamen­te al decir que hay "muchos que no querrían que les costase Dios más que hablar, y aun eso mal" (CB 3,2). Mazazo terrible que previene contra todo tipo de actitudes cómodas y facilo­nas. La búsqueda de Dios es una tarea costosa. Y como prue­ba pone el ejemplo de la esposa del Cantar de los Cantares,

19 Citamos las obras de san Juan de la Cruz del modo siguiente: CB (= Cántico Espiritual, redacción B), LB (= Llama de Amor Viva, redacción B) y S (= Subida del Monte Carmelo).

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que no paró ni descansó hasta hallar al que amaba su alma. "De donde, el que busca a Dios queriéndose estar en su gusto y descanso, de noche le busca, y así no le hallará" (CB 3,3). Según san Juan de la Cruz, la primera condición para hallar a Dios es salir de uno mismo, lo que significa "salir de la casa de la propia voluntad y del lecho de su propio gusto" (CB 3,3). Esto es imprescindible, pero no basta. Para hallar a Dios se requiere, además, "un corazón desprendido y fuerte" (CB 3,5) que ni coja las flores ni tema las fieras. Desprendimiento, fortaleza, obra de virtudes ... Este es el estilo que ha de llevar quien de veras busca al Amado.

Desde la altura de su experiencia mística Juan de la Cruz ha descrito magistralmente cada una de las etapas que integran esa búsqueda; búsqueda que en Cántico Espiritual tiene todas las características de una historia de amor. El amor aflora por doquier. Es el amor que anima la vida de Juan de la Cruz y que aquí asume la fuerza de una pasión. Lo que la Verdad era para Edith, eso es el Amor para Juan de la Cruz: la salud del alma y el remedio de todos sus males. Aquejada por la herida del amor, el alma sale de sí para entrar en Dios. Él, que causó la herida, es el único que puede curarla. La dolencia de amor sólo se cura con la presencia y la figura. Por eso, ansiosamente busca al Amado, como ansiosamente buscaba la Magdalena a su Señor en el huerto.

El amor saca al hombre de sus casillas para introducirlo en la misma vida de Dios. Entonces, sólo entonces, se pone de manifiesto la verdad que somos. Esa verdad la ha expresado, de forma casi insuperable, Juan de la Cruz al afirmar que hemos sido creados para amar (CB 29,3). La vocación del hombre es el Amor. Ese Amor con mayúscula es Dios, meta y aspiración última del hombre. Por lo cual mal se explicará la verdad profunda del hombre sin tener en cuenta a Dios. Mejor que nadie, él nos ayuda a comprender lo que realmente somos. Bien es verdad que Dios es siempre misterio que nos sobrepasa. En ello insiste Juan de la Cruz, manifestando una y otra vez que Dios no es lo que entendemos, sino lo que nos falta por entender. Este déficit, nunca plenamente colmado, esta ausencia en la presencia es lo que acrece las ansias de amor. El alma enamorada busca ansiosamente al Amado que

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le tiene robado el corazón. Todo lo que no sea amar le cansa. Por eso, el salario o galardón que no puede dejar de desear es seguir amando, hasta la perfección de amor. En consecuencia, la inicial herida de amor no sólo no se ha curado, sino que se ha convertido en llaga "afistolada". A tanto ha llegado el amor que, como la cierva del salmo 41, sólo desea engolfarse en la fuente de agua viva que es Dios.

A lo dicho hasta aquí conviene añadir que la búsqueda del Amado es un largo camino, en realidad es un camino que comprende toda la vida. Quemar etapas a toda prisa es un peligro al que propenden los impacientes. Estos y otros mu­chos, pero sobre todo éstos, aún no han comprendido que el verdadero protagonista de esta historia de amor no es el hom­bre, sino Dios. Con su particular pedagogía, él es quien sedu­ce, atrae y enamora. Según san Juan de la Cruz, la atracción que experimenta quien busca a Dios es tan vehemente como cuando la piedra va llegando a su centro (cfr. CB 12,1). Ese centro para el hombre es Dios. Y, como la piedra, sólo tiene que dejarse llegar, esto es, dejarse amar. Por desgracia, lo que en teoría parece tan fácil, en la práctica no lo es tanto. En el prólogo al libro de la Subida del Monte Carmelo ya denunció Juan de la Cruz el comportamiento de ciertas personas que "no se dejan llevar". Son como niños que al querer ir por su propio pie estorban la acción de Dios, que es amorosa madre.

Se repite en Juan de la Cruz algo que ya notamos en Edith Stein, y que brevemente podemos formular así: la persona que busca, ella misma es buscada. Con ello se llama la atención sobre algo, importantísimo, que nunca debería echarse en ol­vido, y es esto: que la iniciativa siempre parte de Dios. Es él quien sale al encuentro del hombre, mucho antes que éste se decida a dar el primer paso. Aquí, como en todo lo demás, la generosidad de Dios no tiene punto de comparación, pues "si el alma busca a Dios, mucho más la busca su Amado" (LB 3,28). Y la razón es que también él está herido de amor. Amor exquisito e inconmensurable que, como canta el poema del Pastorcico, tiene su expresión más elocuente en el árbol de la cruz. Ante espectáculo tan enternecedor, Juan de la Cruz se pregunta: "¡Oh, Señor, Dios mío!, ¿quién te buscará con amor puro y sencillo que te deje de hallar muy a su gusto y voluntad,

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pues que tú te muestras primero y sales al encuentro a los que te desean?" (Dichos de luz y amor, 2).

Quien busca la verdad y el amor no sólo no quedará de­fraudado, sino que tendrá la dicha de comprobar que lo que buscaba es mucho más 'de lo que se imaginaba: es Dios. Su encuentro transforma a la persona que, no contenta con nada, crece en el deseo de una relación cada vez más estrecha. "Cual­quier alma que ama de veras no puede querer satisfacerse ni contentarse hasta poseer de veras a Dios" (CB 6,4).

II. BAJO LA GUÍA DE JUAN DE LA CRUZ

Tanto Edith Stein como Juan de la Cruz fueron ansiosos buscadores. En las páginas que preceden hemos presentado el camino que una y otro emprendieron por separado. Si ya entonces se detectaron puntos de contactos, con el paso de los años la convergencia y compenetración será un hecho sin vuel­ta de hoja.

Después de su conversión al catolicismo, Edith pasa ocho años en Espira, donde alterna la docencia con una intensa vida de oración. En este período, y por indicación de Erich Przywara traduce las Quaestiones disputatae de veritate de santo Tomás. Excelente ocasión para profundizar en la ver­dad, como así fue. De hecho, a lo aprendido anteriormente santo Tomás aporta un dato, no diremos nuevo, pero sí fun­damental. Ese dato es que la fe es camino hacia la verdad. Ella, la fe, descubre al hombre lo que la razón no alcanza a comprender. Yeso que la razón no comprende, porque tras­ciende toda filosofía, es el amor.

La lectura de santo Tomás llevó a Edith a una visión de la realidad más profunda o, mejor, más teologal. Por otra parte, los testimonios que hacen relación a aquellos años destacan su oración y servicialidad, su paciencia y humildad. Desde Müns­ter escribe a su amiga Hedwig Conrad-Martius: "Hace tiempo que me he resignado a seguir siendo muy ignorante" 20. El reconocimiento de los propios límites, escribirá más tarde a la

20 Selbstbildnis in Briefen. Erster Teil: 1916-1934, en "ESW" VIII, p. 135.

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madre Petra Brüning, es escuela de humildad 21. En esta misma línea, la abadía de Beuron, adonde se retira a celebrar la Semana Santa, le brinda la ocasión de contemplar al que siendo la suma verdad se ha humillado hasta la muerte. La liturgia de los monjes y los largos ratos de oración personal hacen que los días pasados en Beuron entren a formar parte de una experiencia inolvidable, a la que Edith siempre estará muy agradecida. De manera particular, su agradecimiento al­canza a quien fuera su confidente y director espiritual, el abad Rafael Walzer. Suyo es el testimonio siguiente, tan escueto pero tan revelador: "Nada delataba exteriormente la profun­didad de su vida espiritual" 22.

Al abad Rafael Walzer expone Edith su deseo de ingresar en un convento. Este, en atención a su fecunda actividad como conferenciante, así como también en atención a su madre, ya anciana, le aconseja que espere. Y Edith espera, hasta que considera que ya no puede esperar más. El 15 de octubre de 1933 ingresa en el Carmelo de Colonia. Ha sido una decisión muy pensada, pero, no por ello, menos dolorosa: "Tuve, dice, que dar este paso totalmente en la oscuridad de la fe" 23. Años atrás santo Tomás le había enseñado el puesto que ella ocupa en el camino hacia la verdad. Esto mismo le va a enseñar san Juan de la Cruz ahora.

No sabemos, a ciencia cierta, cuándo exactamente entró en contacto Edith Stein con Juan de la Cruz. Sí sabemos, en cambio, porque lo ha dejado escrito, que para los ejercicios espirituales de su toma de hábito escogió como director a san Juan de la Cruz. Más sabemos: que volvería a hacer lo mismo un año después cuando llegó el momento de emitir sus votos. Qué razones o motivos indujeron a Edith a hacer esta elección es algo sobre lo que se puede discutir. Lo que nadie puede discutir es que san Juan de la Cruz ejerció un influjo notable en ella, y esto desde el comienzo de su vida religiosa. No diremos nosotros, como alguien ha sugerido, que si Edith se hizo católica gracias a santa Teresa, gracias a san Juan de la

21 Cfr. Selbstbildnis in Briefen. Zweiter Teil ... , p. 98. 22 HERBSTRITH, W., O.C., p. 109. 23 POSSELT, T. R., O.C., p. 155.

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Cruz se habría hecho carmelita. Falta la prueba, aunque no faltan indicios.

El hecho de haber escogido el mismo sobrenombre religio­so, cuando menos, da que pensar. Como da que pensar, y mucho, lo que dice a la madre Johanna van Weersth. Después de haberle recordado que para su toma de hábito hizo los ejercicios espirituales con el libro de la Subida del Monte Carmelo, añade: "Cada año he ido adelantando un escalón en las obras del santo padre Juan de la Cruz. N o quiero decir que vaya a la par en la vida, pues estoy siempre al pie del monte" 24.

El párrafo citado, escrito el año 1940, no prueba, ciertamente, que la entrada de Edith en el Carmelo se debiera a san Juan de la Cruz, pero es lo bastante explícito como para hacerse una idea del prolongado y eficaz influjo que ejerció sobre ella. El texto que hace imprimir en el recordatorio de su profesión solemne ("que ya sólo en amar es mi ejercicio") es un dato más a favor de lo que decimos. Si hubo una época en la que se puso bajo la guía de Husserl, a quien no dudó en aplicar el calificativo de maestro, eso mismo hace ahora, poniéndose bajo la guía de Juan de la Cruz, a quien orgullosamente llama padre y maestro. En un artículo, publicado el 31 de marzo de 1935 en el suplemento dominical del "Augsburger Postzei­tung", escribe: "Como a nuestro segundo padre y maestro ve­neramos al primero de los carmelitas descalzos, san Juan de la Cruz. En él encontramos el espíritu de los viejos eremitas en su forma más pura ( ... ). El fue quien formó, junto con santa Teresa, a la primera generación de los carmelitas y de las carmelitas descalzos y, a través de sus escritos, nos enseña el camino de la Subida del Monte Carmelo"25.

Apenas transcurrido un año de su entrada en el convento, Edith se pregunta por qué san Juan de la Cruz profesó un amor tan grande a la cruz. A esta pregunta responde con un breve escrito, preparado, con mucha probabilidad, para la fiesta del santo. En él plantea el sentido e importancia de la expiación mística. "El sentido último de la cruz ~leemos~ es

24 Selbstbildnis in Briefen. Zweiter Teil ... , p. 153. 25 Verborgenes Leben. Hagiographische Essays. Meditationen. Geistliche

Texte, en "ESW", XI, p. 7.

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liberar al mundo de la corrupción" 26. Yen esta hermosa tarea el Redentor no está solo. Le acompaña un buen grupo de seguidores que, como él mismo, tienen en la cruz su principal arma de combate. En ese caso, la cruz poco ni mucho tiene que ver con lo que es una inclinación enfermiza o perversa al sufrimiento. La verdadera expiación une al cristiano con Cris­to, haciéndole partícipe de su misión redentora. El amor a la cruz y la gozosa filiación divina, lejos de oponerse, se implican mutuamente.

Cuando, finalmente, Edith Stein se decidió a entrar en el Carmelo de Colonia, tanto su párroco de Münster como su confesor, el doctor Adolfo Donders, prepararon elogiosos cer­tificados de buena conducta. Lo mismo hizo, si bien con más sobriedad, el abad de Beuron, P. Rafael Walzer. Como pocos, él había tratado en profundidad a Edith, de quien años más tarde hará público lo que ahora prefirió callarse: "Su vida interior era tan nítida y sin problemas, que de todas las charlas sólo conservo en el recuerdo la imagen de un alma enteramen­te clarificada y madura ( ... ). No tenía ni buscaba elevaciones o arrobos extraordinarios. Quería estar sencillamente allí, al lado de Dios ( ... ). Ciertamente que subían y bajaban innume­rables pensamientos, como por la escala de Jacob, acompaña­dos de ardientes deseos y de elevados propósitos"27.

Todos recordamos el episodio de la escalera de J acob. La noche sorprende a Jacob cuando se dirige a Jarán. Una piedra le sirve de cabecera, y sueña. Y en el sueño ve una escalera por la que suben y bajan los ángeles del Señor, pero, sobre todo, oye un mensaje de parte de Dios: "Yo estoy contigo y te bendeciré adondequiera que vayas" (Gn 28,15). No es preciso esforzarse mayormente para advertir enseguida que entre la escalera de Jacob y la Subida del Monte Carmelo existe un notorio paralelismo. En ambos casos, el gran protagonista es Dios, o, mejor, la acción de Dios en el hombre. Sólo una lectura superficial atribuirá al hombre lo que es tarea de Dios. Antes de que el hombre suba a Dios, Dios baja al hombre. La iniciativa -hay que subrayarlo una vez más- parte de Dios.

26 ¡bid., p. 121. 2J POSSELT, T. R., O.C., pp. 179-180.

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Es él quien pone en marcha esa nueva historia de amistad. Al hombre toca apercibirse de ello. "Ciertamente ~exclama Ja­cob~ Dios está aquí y yo no lo sabía" (Gn 28,16).

Con la experiencia de un maestro, Juan de la Cruz enseña a Edith (y a todos) a descubrir la presencia de Dios en los ordinarios acontecimientos de la vida, enfilando derecho el camino que conduce a lo alto del monte, símbolo de la unión plena del hombre con Dios. Como requisito primero, es im­prescindible no detenerse ni entretenerse con nada. Más toda­vía; dado que dicho camino es un camino estrecho, no queda más remedio que estrecharse, lo que dicho con otras palabras equivale a tomarse en serio el seguimiento de Cristo.

El año 1930 Edith Stein pronuncia una conferencia en Ludwigshafen sobre la Navidad, ese misterio admirable que, año tras año, recuerda la encarnación del Verbo. Dios, metido de lleno en la historia de los hombres, es el Emmanuel o Dios­con-nosotros, que a todos invita a su seguimiento. Sin embar­go, "frente al Niño recostado en el pesebre los espíritus se dividen"28. De un lado están los pastores y todos aquellos que, atentos a la voz del Señor, se acercan a Jesús. De otro, el ' rey Herodes y cuantos con él buscan su vida. Nada excepto la dureza de corazón y la ceguera de espíritu explica tan ruin comportamiento, el mismo que Jesús volverá a encontrar en los escribas, incapaces de reconocer que él es el Mesías anun­ciado. De manera completamente distinta reaccionaron Juan, Esteban y cuantos, dejándolo todo, le siguieron hasta la cum­bre del Gólgota. Siglos después, Jesús mantiene en pie su invitación. Como entonces a ellos, ahora nos dice a nosotros: "Sígueme". Pero no nos llevemos a engaño: decidirse por Cris­to puede costarle a uno la vida.

El 14 de septiembre, fiesta de la exaltación de la cruz, las carmelitas descalzas solían renovar sus votos. Con tal motivo, la madre priora preparaba una breve reflexión que leía a toda la comunidad. El año 1939, la priora de Echt pide a Edith que sea ella quien prepare y lea la reflexión. Edith, obediente, aprovecha la ocasión para decir que "la profesión y la renova-

28 Ganzheitliches Leben. Schriften zur religi6'sen Bildung, en "ESW", XII, p. 199.

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ción de los votos es algo terriblemente serio" 29. Y lo es porque el crucificado pregunta a cada una de las hermanas si todavía están dispuestas a serie fiel en lo que han prometido. En el supuesto de que así sea, una cosa hay que tener muy clara: que la cruz es la única esperanza de salvación. Por consiguiente, a ella hay que agarrarse con toda el alma. "Ella es el camino de la tierra al cielo y quien, creyendo, amando, esperando, la abraza, se eleva hasta el seno mismo de la Trinidad"30. No todos -afirma justamente un año después- comprenden esto. Pese a ello, la carmelita no debería tener la más mínima duda al respecto: "El esposo que ella elige es el Cordero que ha sido degollado, y si ella quiere entrar con él en la gloria celestial tiene que dejarse clavar ella misma en su cruz. Los clavos son los tres votos" 31.

Un año después, el 14 de septiembre de 1941, Edith volverá a dirigir la palabra a la comunidad. Comentando el pasaje de Mc 8,34 ("quien quiera ser mi discípulo que cargue con su cruz y me siga") se reafirma en sus ideas de años anteriores: "Cargar con la cruz significa caminar por el camino de la penitencia y la renuncia. Seguir al Salvador significa, para nosotras religiosas, dejarnos clavar en la cruz con los tres clavos de los votos. La exaltación de la cruz y la renovación de los votos están íntimamente unidas" 32.

Comentando el mismo texto evangélico, Juan de la Cruz afirma que para seguir a Cristo no queda más remedio que negarse a sí mismo. "Yo querría persuadir a los espirituales cómo este camino no consiste en multiplicidad de considera­ciones, ni modos, ni maneras ( ... ), sino en una sola cosa nece­saria que es saberse negar de veras" (2 S 7,8). No es fácil dar a entender y, menos aún, ejercitar este saludable consejo de negarse a uno mismo que el Maestro da a sus discípulos. j Son tantos los que, conformándose con cualquier ejercicio de ora­ción o mortificación, solapadamente se buscan a sí mismos! Por no saberse negar a sí mismos esos tales no alcanzan la

29 Verborgenes Leben. ..• p. 124. JO Ibid .• p. 126. 31 Ibid .• p. l30. 32 lb id. , p. l34.

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verdadera enajenación y pobreza espiritual. El amor propio les impide llegar a la raíz, andando por las ramas y sin apro­vechar. Mas "el aprovechar no se halla sino imitando a Cristo" (2 S 7,8), el cual, siendo Dios, se despojó de su condición divina pasando por uno de tantos (cfr. Flp 2,5-11). El, Y nadie más que él, es el camino. Y, para caminar por él, es preciso morir a nuestra naturaleza. Fue así, muriendo en la cruz, como Cristo llevó a cabo la mayor obra de toda su vida. Aniquilándose a sí misma -dice san Juan de la Cruz- el alma se une más y más con Dios. Y cuando hubiere alcanzado la suma humildad, entonces "quedará hecha la unión espiritual entre el alma y Dios, que es el mayor y más alto estado a que en esta vida se puede llegar" (2 S 7,11).

De forma clara y rotunda Juan de la Cruz declara que el seguimiento de Cristo es impensable sin la cruz. Ella es con­traseña del cristiano; esa cruz que primeramente deslumbró a Edith y con la que más tarde terminará desposándose. Entre­medias, un intenso proceso de aprendizaje en el que Juan de la Cruz ha tenido mucho que ver.

III. CIENCIA DE LA CRUZ

Inconformista y exigente, Edith Stein ha descubierto que la verdad es inalcanzable sin humildad y sin amor. Pero no sólo eso. Ha descubierto también que a la verdad le es inhe­rente la cruz.

Primero fue la cruz de la familia, de su propia madre sobre todo, que no aceptó su condición de católica. Para la madre era horrible ver a su adorada hija hacerse católica, para la hija era no menos horrible ver a su madre sufrir a causa de ello. Las dos se querían entrañablemente. Y de repente un abismo comienza a interponerse entre una y otra. A este respecto, el siguiente testimonio de la señora Koebner es de un valor in­calculable: "Un día me dijo (Edith) que acudía regularmente a la iglesia, a la primera misa, para estar de vuelta antes de que se despertaran en casa y alguien pudiera notarlo. Pero más tarde me dijo su madre, llorando amargamente, que siempre había oído abrir la puerta de casa, a pesar de lo silenciosa que

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era Edith, Y que sabía que sólo podía ser ella, y que sólo podía haber estado en la iglesia. Pero nunca le dijo a Edith una palabra sobre ello" 33.

Después de su conversión, en un gesto de gran finura filial, Edith sigue acompañando a su madre a la sinagoga. Sin em­bargo, salta a la vista que las relaciones ya no son como antes. y menos lo van a ser cuando Edith ingrese en el convento. "Usted ya sabe -escribe a la madre Petra Brüning- que mi madre se rebela otra vez con todas sus fuerzas contra mi próxima toma de hábito. Es muy duro contemplar el dolor y el conflicto de una madre y no poder ayudarla con ningún medio humano" 34. El hecho de que nadie de su familia asistie­ra a su toma de hábito habla por sí mismo. Es el peso de la cruz que cada vez se va clavando más profundamente.

La entrada en el Carmelo, lo mismo que su estancia, fue para Edith una experiencia gozosa; una experiencia gozosa en la que, sin embargo, el peso de la cruz no sólo no se amorti­güaría, sino que se intensificaría aún más. A las incompren­siones y desplantes familiares su suman ahora los roces y humillaciones que impone la vida de comunidad y, sobre todo, el odio a muerte que pondría fin a su vida. El año 1986, el P. J. Hirschmann afirmaba ante los asistentes al Katholiken­tag en Berlín: "En el espíritu de la teología de la cruz de su gran hermano en religión, san Juan de la Cruz, Edith supo unir intensamente la cruz de su pertenencia al pueblo judío, que le asignó la historia, con la cruz de Jesucristo" 35. Si el solo recuerdo de los campos de concentración produce escalo­frío al pensar en lo que el hombre es capaz de hacer,'pone también de manifiesto la existencia de un amor que, aferrado a la cruz, es más fuerte que el odio. En ese caso la cruz es luz y báculo para superar las adversidades del camino.

En carta a Gertrud van Le Fort, Edith dice que se aver­güenza un tanto cuando oye hablar a la gente de la vida sa-

33 HERBSTRITH, W., O.C., pp. 84-85. 34 Selbstbildnis in Briefen. Erster Teil ... , p. 161. En medio de tanto dolor,

la conversión al catolicismo de su hermana Rosa, gaseada con ella en Ausch­witz, fue para Edith motivo de gran alegría.

35 HERBSTRITH, W., O.C., p. 222.

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crificada de las monjas. Indiscutiblemente, el sacrificio de al­gunas hermanas es grande. Sin embargo, ella, personalmente, tiene la sensación de que su vida era más dura fuera que dentro del Carmelo. Las cargas que antes la oprimían han desaparecido. "Espero experimentar algún día -continúa di­ciendo- algo más de lo experimentado hasta ahora de mi llamada a participar en la cruz" 36. Esto lo escribía el 31 de enero de 1935. La subida de Hitler al poder, unos años antes, iba a desencadenar una oleada terrible de odio y violencia.

Perseguida y detenida por no pertenecer a la raza aria, Edith da .muestras de una paz y serenidad admirables. Los testimonios que han dejado algunas personas que pasaron con ella los últimos días de su vida, a la par que su entereza de ánimo, destacan su fe profunda, capaz de contagiar a los de­más. Edith -declara la madre del dominico P. Bromberg­"estaba consternada interiormente, pero no tenía miedo" 37.

Pensaba en el sufrimiento, pero sobre todo en el sufrimiento que aguardaba a los demás. Buena prueba de ello lo tenemos en el hecho de que tomase a su cargo los niños abandonados. ¡Aquí son tantas las personas necesitadas de consuelo!, escribe desde Drente-Westerbork a la madre Ambrosia Antonia En­gelmann, el 5 de agosto de 1942. Tan sólo un día antes había escrito a la misma persona: "Estamos muy tranquilas y con­tentas. Naturalmente, por ahora sin misa y sin comunión; quizá más tarde sea posible. Ahora nos ha sido dado experi­mentar cómo sostenido interiormente uno puede vivir" 38. Pre­cioso testimonio de quien demuestra estar preparada para lo peor. A ello ha contribuido, sin lugar a dudas, su última obra escrita.

Por encargo de la madre priora de Echt adonde, huyendo de Colonia, ha llegado a primeros de 1939, Edith se dispone a escribir un libro sobre san Juan de la Cruz. Con él se pretendía conmemorar el IV centenario de su nacimiento. Este es el argumento o versión "oficial", que no a todos convence. Algu-

36 Selbstbildnis in Briefen. Zweiter Teil ... , p. 28. 37 Heil im Unheil. Das Leben Edith Steins: Reifen und Vollendung von

Romaeus Leuven, en "ESW", X, p. 171. 38 Selbstbildnis in Briefen. Zweiter Teil ... , p. 176.

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nos piensan que más que motivo el centenario de san Juan de la Cruz fue el pretexto para que, ante el cariz que iban toman­do los acontecimientos, tuviera su tiempo y, sobre todo, su mente ocupados. Con naturalidad, en varias cartas ella misma confiesa estar ocupadísima. Con fecha 18 de noviembre de 1941 escribe: "A causa del trabajo que traigo entre manos, vivo pensando continuamente en el santo padre Juan de la Cruz" 39.

Motivo o pretexto, o, más probablemente, ambas cosas a la vez, lo cierto es que antes de finales de 1940 ya ha puesto manos a la obra. Las circunstancias no son nada propicias, máxime si se tiene en cuenta que ese mismo año Hitler invadió Holanda, que algunos miembros de la familia de Edith han sido detenidos, otros han tenido que emigrar, que ella misma ha hecho gestiones para ir a Palestina y a Suiza ... La situación es muy preocupante. No obstante, ni ella ni su comunidad deben angustiarse, sino confiar en Dios. Este es el mensaje que a todas dejó en su visita el obispo Lemmens el día 9 de julio de 1940. Estimulada por éstas y otras palabras de aliento, Edith emprende el trabajo que se le ha encargado, dispuesta a hacer lo que pueda.

Por lo pronto, comienza pidiendo los libros del padre Bru­no y de J. Baruzi, lamentando al mismo tiempo que las obras de san Juan de la Cruz aún no hayan sido traducidas al holan­dés. De tener más tiempo, de buena gana, ella hubiera tradu­cido alguna cosa. Ahora, en la medida que es posible, está volcada por completo en la elaboración de una ciencia de la cruz, la cual, según sus mismas palabras, es una verdad rt;:al y operante que "como una semilla penetra en el centro del alma y crece, imprimiendo en ella un sello característico y determi­nado" 40. Es el sello de la comunión con Dios, del que son modelo los santos. Su realismo guarda un gran parentesco con el realismo de los niños. De ahí que, dejando de lado las teorías, trataran de convertirse en una imagen viva del Cruci-

39 [bid., p. 165. Esta misma carta nos revela el dato siguiente: Con sumo respeto y cariño Edith ha hecho una copia del dibujo del Crucificado de san Juan de la Cruz.

40 Kreuzeswissenschaft. Studie über Joannes a Cruce, en "ESW", 1, p. 3.

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ficado. De ello es singular exponente Juan de la Cruz, quien además de santo fue artista.

Según Edith Stein, el mensaje de la cruz penetró íntima­mente en él, y esto ya desde su infancia. Las prácticas de penitencia así como los servicios prestados a los enfermos en Medina del Campo serían señales inequívocas de un amor grande al Crucificado. Amor que, con el paso del tiempo, alcanzaría una pureza extraordinaria, como puede deducirse de la respuesta que, siendo prior en Segovia, da al cuadro que representa al Señor con la cruz a cuestas. "¿Qué quieres en pago a tus servicios?, Juan". Y éste contesta: "Lo que quiero, Señor, es padecer y ser despeciado por Vos",

Desde que Cristo la escogiera como instrumento de salva­ción, la cruz se ha convertido en símbolo de unión con Dios. Dicha unión no llegará a realizarse si falta la cruz. La cruz es el medio a través del cual se consuma la unión nupcial del alma con Dios. Crucificándose, esto es, dando muerte a la ser­vidumbre de los sentidos para quedarse en pura fe, el hombre se asemeja al Cristo abandonado en la cruz. Juan de la Cruz recuerda, y Edith Stein con él, que la reconciliación de los hombres con Dios se llevó a cabo en la cruz y a través de la cruz. De donde se desprende que sin cruz no sólo no hay se­guimiento, pero tampoco participación en la gloria del Señor resucitado. La cruz, al igual que la noche de la fe, purifica al hombre, enseñándole a poner única y exclusivamente su con­fianza en Dios. Ahora bien, confiar en Dios equivale a dejar campo abierto a la acción del Espíritu que de forma sorpren­dente va transformando a la persona en una especie de llama de amor viva. Así, lejos de cualquier insinuación tétrico-ma­soquista, ciencia de la cruz es, por encima de todo, un canto a la dignidad del hombre, a quien Dios ha hecho partícipe de su misma vida.

La cruz llena muchas páginas de la vida de Edith. La no concesión de una cátedra universitaria, por más intentos que hizo, así como el abandono forzoso de su trabajo como pro­fesora en Münster son el preludio de lo que va a ser una existencia crucificada. A raíz de los violentos sucesos acaeci­dos la tristemente famosa "noche de los cristales", exclama:

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"Esto es la sombra de la cruz que se cierne sobre mi pueblo"41. Era el 9 de noviembre de 1938. Tan sólo un mes después escribe: "Me concedieron el nombre de religión tal como lo pedí. En la palabra cruz veía significado el destino del pueblo de Dios ( ... ). Ciertamente, hoy tengo un conocimiento más exacto de lo que significa estar desposada con el Señor bajo el signo de la cruz. Nunca será posible comprenderlo del todo, por tratarse de un misterio"42.

Juan de la Cruz no acabó sus días, como Edith, en una cámara de gas. Pero fue víctima de una atroz campaña per­secutoria que provocó reacciones de protesta. A quienes lleva­dos de la amistad le expresaron su disconformidad con lo que estaba ocurriendo, Juan de la Cruz replica diciendo que Dios prueba a sus elegidos. El, que tanto se había distinguido en formar a otros según la imagen de Cristo, no puede echarse ahora atrás. Dispuesto a seguir a Cristo con todas las con­secuencias, a las Carmelitas de Beas anima a lo mismo: sigan el camino de la perfección no con ánimo aniñado, sino "que­riendo que les cueste algo este Cristo" (Carta, 16). Juan de la Cruz lo tiene muy claro al sentenciar: "El que no busca la cruz de Cristo no busca la gloria de Cristo" (Dichos de luz y amor, 101).

En la mente de Edith, ciencia de la cruz es una obra que iba a tener tres partes. La muerte le sorprendió cuando apenas había comenzado a redactar la tercera. Obra incompleta, pues, en la que se hace una lectura de la vida y doctrina de san Juan de la Cruz. Y no deja de ser llamativo que aquél con quien inició su andadura religiosa sea el mismo con quien la termine. y la conclusión es que, como pocos, él ha saboreado la sabi­duría o ciencia escondida en la cruz. Esta ciencia, entendida como amor tierno y profundo al Crucificado, es la que, por encima de hechos aislados, impregna toda su vida. La llegada al convento de Echt no fue para Edith una solución definitiva.

41 POSSELT, T. R., O.C., p. 230. 42 Selbstbildnis in Briefen. Zweiter Teil ... , p. 124. Desde Echt, donde ha

llegado huyendo, escribe a la misma persona tres semanas más tarde: "No hay consuelo humano, pero el que impone la cruz sabe hacer la carga dulce y ligera" (Ibid., p. 127).

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Pronto su vida vuelve a estar en peligro. Sin embargo, ella no se alarma. En el mes de diciembre de 1941 escribe a la madre priora: "Estoy contenta. Una ciencia de la cruz sólo se puede adquirir cuando se ha experimentado a fondo la cruz. De esto hace tiempo que estoy convencida, por eso digo de corazón: ¡Ave, Crux, spes unica! (Seas bendita, oh Cruz, mi única es­peranza)"43.

Quien logra coronar el camino descrito, que no es otro sino el camino del seguimiento de Jesucristo, alcanza un pro­fundo conocimiento de sí y de Dios. Conociéndose a sí mismo y conociendo a Dios, el hombre está en las mejores condicio­nes para alcanzar el centro de su vida. Ese más profundo centro, donde germina la verdadera libertad, es fuente inago­table de verdad y de amor. Entremos, dice san Juan de la Cruz y repite Edith Stein, más adentro en la espesura, "puesto que el más puro padecer trae más íntimo y puro entender y, por consiguiente, más puro y subido gozar"44.

A fin de disipar dudas o malentendidos, bueno será adver­tir todavía lo que la propia Edith advierte: que "la cruz no es fin en sí misma. Ella se eleva y empuja hacia lo alto"45. Sin cruz no hay luz, pero ella misma no es la luz. Para llegar a la luz hay que trascender la cruz o, mejor, hay que emplearse a fondo en el ejercicio de las virtudes teologales. Ellas, cierta­mente, exigen el total vaciamiento de las formas naturales, pero a cambio comunican al mismo Dios. Es la doble faceta o vertiente del misterio pascual del que ellas participan: a la dolorosa muerte en cruz ha seguido la vida nueva de Dios. De modo parecido, las pruebas y oscuridades por las que ha atre­vesado el alma dan paso ahora a una experiencia inefable de luz y de gozo, que es anticipo de la gloria futura. Por lo cual sería "poco amor no pedir entrada en aquella perfección y cumplimiento de amor"46. y así lo hace, diciendo: "Ahora ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro".

43 [bid., p. 167. 44 Kreuzeswissenschaft ... , p. 235. 45 [bid., p. 16. 46 [bid., p. 171.

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A cuatro siglos de distancia, Edith Stein retoma el camino trazado por san Juan de la Cruz. Y al hacerlo no se conforma con seguir las directrices de un frío tratadista, sino que, imbui­da del espíritu del Carmelo, intenta hacer suya la experiencia de un místico de todos los tiempos, al que ella considera padre y maestro.

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