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Juan sin miedo ____________________________ Hermanos Grimm

Juan sin miedo - Cuentos infantiles...—Siempre están diciendo: «¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo!». Pues yo no lo tengo. Debe ser alguna habilidad de la que yo no entiendo nada. Un

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Juan sin miedo

____________________________ Hermanos Grimm

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Éraseunpadrequeteníadoshijos,elmayordelos cuales era listo y despierto, muydespabiladoycapazdesalirconbiendetodaslas cosas. El menor, en cambio, era unverdadero zoquete, incapazde comprenderniaprender nada, y cuando la gente lo veía, nopodíapormenosdeexclamar:«¡Éstesíquevaaserlacruzdesupadre!».

Para todas las faenas había que acudir almayor;noobstante,cuandosetratabadesalirya anochecido a buscar alguna cosa, y habíaque pasar por las cercanías del cementerio ode otro lugar tenebroso y lúgubre, el mozosolíaresistirse:

—No, padre, no puedo ir. ¡Me da muchomiedo!Pues,enefecto,eramiedoso.

Enlasveladas,cuandoreunidostodosentornoa la lumbre, alguien contaba uno de esoscuentos que ponen carne de gallina, losoyentessolíanexclamar:«¡Oh,quémiedo!».Elhijo menor, sentado en un rincón, escuchabaaquellas exclamaciones sin acertar acomprendersusignificado.

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—Siempre están diciendo: «¡Tengo miedo!¡Tengomiedo!».Puesyonolotengo.

Debe ser alguna habilidad de la que yo noentiendonada.

Unbuendíaledijosupadre:

—Oye,tú,delrincón.Yaeresmayoryrobusto.Eshoradequeaprendas tambiénalgunacosaconqueganarteelpan.Miracómotuhermanoseesfuerza;encambio,contigo todoes inútil,comosimachacarashierrofrío.

—Tenéis razón, padre —respondió elmuchacho—. Yo también tengo ganas deaprender algo. Si no os pareciera mal, megustaríaaprenderatenermiedo;deestonosénipizca.

El mayor se echó a reír al escuchar aquellaspalabras, y pensópara sí: «¡SantoDios, y québobo esmi hermano! En su vida saldrá de élnadabueno.Prontosevepordóndetiracadauno».

Elpadreselimitóasuspiraryaresponderle:

—Díavendráenquesepasloqueeselmiedo,peroconestonovasaganarteelsustento.

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Alospocosdíastuvieronlavisitadelsacristán.Contóleelpadresuapuro,cómosuhijomenorera un inútil; ni sabía nada, ni era capaz deaprendernada.

—Sólo os diré que una vez que le preguntécómo pensaba ganarse la vida, me dijo quequeríaaprenderatenermiedo.

—Sinoesmásqueeso—repusoelsacristán—,puedeaprenderloenmicasa.Dejadquevengaconmigo.Yooslodesbastarédetalforma,quenohabrámásquever.

Avínose el padre, pensando: «Le servirá paradespabilarse».Así,pues,selollevóconsigoyleseñalólatareadetocarlascampanas.

A los dos o tres días despertólo haciamedianochey lemandósubiralcampanarioatocarlacampana.«Vasaaprenderloqueeselmiedo»,pensóelhombremientrasseretirabasigilosamente.

Estando el muchacho en la torre, al volversepara coger la cuerda de la campana vio unaforma blanca que permanecía inmóvil en laescalera,frentealhuecodelmuro.

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—¿Quién está ahí? —gritó el mozo. Pero lafiguranosemoviónirespondió

—Contesta—insistióelmuchacho—olárgate;nadatienesquehaceraquíamedianoche.

Pero el sacristán seguía inmóvil, para que elotro lo tomase por un fantasma. El chico legritóporsegundavez:

—¿Qué buscas ahí? Habla si eres personacabal,otearrojaréescalerasabajo.

El sacristán pensó: «No llegará a tanto», ycontinuó impertérrito, como una estatua depiedra.

Por tercera vez le advirtió el muchacho, yviendo que sus palabras no surtían efecto,arremetiócontraelespectroydeunempujónloechóescalerasabajo,contalfuerzaque,maldesugrado,saltódeunavezdiezescalonesyfue a desplomarse contra una esquina, dondequedómaltrecho.

El mozo, terminado el toque de campana,volvióasucuarto,seacostósindecirpalabrayquedósedormido.

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La mujer del sacristán estuvo durante largorato aguardando la vuelta de sumarido; peroviendoquetardabademasiado,fueadespertaryamuyinquietaalayudanteylepreguntó:

—¿Dóndeestámimarido?Subióalcampanarioantesquetú.

—En el campanario no estaba—respondió elmuchacho—. Pero había alguien frente alhueco del muro, y como se empeñó en noresponder nimarcharse, he supuesto que eraunladrónylohearrojadoescalerasabajo.Idaver, no fuera caso que se tratase de él. Deverasquelosentiría.

Lamujerseprecipitóalaescalerayencontróasumarido tendido en el rincón, quejándose yconunapiernarota.

Lobajócomopudoycorrióluegoalacasadelpadredelmozo,hechaunmardelágrimas:

—Vuestrohijo—lamentóse—ha causadounagran desgracia; ha echado a mi maridoescaleras abajo, y le ha roto una pierna.¡Llevaos en seguida de mi casa a estacalamidad!

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Corrió el padre, muy asustado, a casa delsacristán,ypusoasuhijodevueltaymedia:

—¡Eres unamala persona! ¿Quémaneras sonésas?Niquetuvieseseldiabloenelcuerpo.

—Soy inocente, padre —contestó elmuchacho—.Osdigolaverdad.Élestabaallíamedianoche, como si llevara malasintenciones. Yo no sabía quién era, y por tresvecesleadvertíquehablaseosemarchase.

—¡Ay! —exclamó el padre—. ¡Sólo disgustosme causas! Vete de mi presencia, no quierovolveraverte.

—Bueno, padre, así lo haré; aguardad sólo aque sea de día, ymemarcharé a aprender loque es elmiedo; almenos así sabré algo quemeserviráparaganarmeelsustento.

—Aprendeloquequieras—dijoelpadre—;lomismo me da. Ahí tienes cincuenta florines;márchateacorrermundoynodigasanadiededóndeeresniquiénestupadre,pueseresmimayorvergüenza.

—Sí,padre,comoqueráis.Sisólomepedíseso,fácilmeseráobedeceros.

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Al apuntar el día embolsó el muchacho suscincuenta florines y se fue por la carretera.Mientras andaba, iba diciéndose: «¡Si por lomenostuvieramiedo!¡Siporlomenostuvieramiedo!».

En esto acertó a pasar unhombrequeoyó loque el mozo murmuraba, y cuando hubieronandadounbuentrechoyllegaronalavistadelahorca,ledijo:

—Mira, en aquel árbol hay siete que se hancasadoconlahijadelcordelero,yahoraestánaprendiendoavolar.Siéntatedebajoyaguardaaquelleguelanoche.Veráscómoaprendesloqueeselmiedo.

—Si no es más que eso —respondió elmuchacho—,lacosanotendrádificultad;perosirealmenteaprendoquécosaeselmiedo,tedarémiscincuentaflorines.Vuelveabuscarmeporlamañana.

Y se encaminó al patíbulo, donde esperósentadolallegadadelanoche.Comoarreciaraelfrío,encendiófuego;perohaciamedianocheempezóasoplarunvientotanhelado,quenilahoguera le servía de gran cosa. Y como el

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ímpetu del viento hacía chocar entre sí loscuerpos de los ahorcados, pensó elmozo: «Sitú, junto al fuego, estás helándote, ¡cómodebenpasarloesosquepataleanahíarriba!»

Y como era compasivo de natural, arrimó laescalera y fue desatando los cadáveres, unatrasotro,ybajándolosalsuelo.Sopló luegoelfuego para avivarlo, y dispuso los cuerpos entornoalfuegoparaquesecalentasen;perolosmuertos permanecían inmóviles, y las llamasprendieronensusropas.

Alverlo,elmuchachoadvirtióles:

—Sinotenéiscuidado,osvolveréacolgar.

Pero losajusticiadosnada respondieron, y susandrajossiguieronquemándose.

Irritóseentonceselmozo:

—Puesto que os empeñáis en no tenercuidado, nada puedo hacer por vosotros; noquieroquemarmeyotambién.

Y los colgó nuevamente, uno tras otro; hecholocual,volvióasentarsealladodelahogueraysequedódormido.

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A lamañana siguiente presentóse el hombre,dispuestoacobrarloscincuentaflorines.

—Qué,¿yasabesahoraloqueeselmiedo?

—No —replicó el mozo—. ¿Cómo iba asaberlo? Esos de ahí arriba ni siquiera hanabierto la boca, y fueron tan tontos, quedejaronsequemasenlosharaposquellevan.

Vio el hombre que por aquella vez noembolsaríalosflorines,ysealejómurmurando:

—Enmividamehe topadoconun tipocomoéste.

Siguió también el mozo su camino, siempreexpresandoenvozaltasuideafija:

«¡Sipor lomenos supiese loqueeselmiedo!¡Siporlomenossupieseloqueeselmiedo!».

Oyólo un carretero que iba tras él, y lepreguntó:

—¿Quiéneres?

—Nolosé—respondióeljoven.

—¿De dónde vienes? —siguió inquiriendo elotro.

—Nolosé.

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—¿Quiénestupadre?

—Nopuedodecirlo.

—¿Y qué demonios estás refunfuñando entredientes?

—¡Oh! —respondió el muchacho—, quisierasaber lo que es el miedo, pero nadie puedeenseñármelo.

—Basta de tonterías —replicó el carretero—.Tevienesconmigoytebuscaréalojamiento.

Acompañóleelmozoy, al anochecer, llegaronaunahospedería.Alentrarenlasalarepitióelmozoenvozalta:

—¡Si al menos supiera lo que es el miedo!Oyéndoloelposadero,seechóareírydijo:

—Si de verdad loquieres, tendrás aquí buenaocasiónparaenterarte.

—¡Cállate, por Dios! —exclamó la patrona—.Más de un temerario lo ha pagado ya con lavida. ¡Sería unapenaqueesoshermososojosnovolviesenaverlaluzdeldía!

Peroelmuchachoreplicó:

—Porcostosoquesea,quisierasaberloqueeselmiedo;paraestomemarchédecasa.

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Yestuvoimportunandoalposadero,hastaqueéstesedecidióacontarleque,apocadistanciade allí, se levantaba un castillo encantadodonde, con toda seguridad, aprendería aconocer el miedo si estaba dispuesto a pasartres noches en él. Díjole que el Rey habíaprometido casar a suhija, queera ladoncellamás hermosa que alumbrara el sol, con elhombrequeaelloseatreviese.

Además, había en el castillo valiosos tesoros,capaces de enriquecer al más pobre, queestaban guardados por espíritus malos, ypodrían recuperarse al desvanecerse elmaleficio.Muchoslohabíanintentadoya,peroninguno había escapado con vida de laempresa.

A lamañanasiguiente,el jovensepresentóalRey y le dijo que, si se le autorizaba, él secomprometíaapasarsetresnochesenvelaenelcastilloencantado.

Mirólo el Rey, y como su aspecto le resultarasimpático,dijo:

—Puedes pedir tres cosas para llevarte alcastillo,perodebensercosasinanimadas.

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Aloquecontestóelmuchacho:

—Dadmeentoncesfuego,untornoyunbancodecarpinteroconsucuchilla.

ElReyhizollevaraquellosobjetosalcastillo.Alanochecersubióaélelmuchacho,encendióenun aposento un buen fuego, colocó al lado elbanco de carpintero con la cuchilla y sentósesobreeltorno.

—¡Ah!¡Siporlomenosaquítuvieramiedo!—suspiró—.Perometemoquetampocoaquímeenseñaránloquees.

Hacia medianoche quiso avivar el fuego, ymientraslosoplabaoyódeprontounasvoces,procedentesdeunaesquina,quegritaban:

—¡Au,miau!¡Quéfríohace!

—¡Tontos!—exclamóél—.¿Porquégritáis?Sitenéisfríoacercaosalfuegoacalentaros.

Apenas hubo pronunciado estas palabras,llegaron de un enorme brinco dos grandesgatosnegrosque,sentándoseunoacadalado,clavaronenélunamiradaardientey feroz.Alcabo de un rato, cuando ya se hubieroncalentado,dijeron:

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—Compañero,¿qué teparecesiechamosunapartidadenaipes?

—¿Por qué no? —respondió él—. Pero antesmostradmelaspatas.Losanimalessacaronlasgarras.

—¡Ah!—exclamó el muchacho—. ¡Vaya uñaslargas!Primerooslascortaré.

Y,agarrándolosporel cuello, los levantóy lossujetóporlaspatasalbancodecarpintero.

—Osheadivinadolasintenciones—dijo—ysemehanpasadolasganasdejugaracartas.

Actoseguidolosmatódeungolpeylosarrojóalestanquequehabíaalpiedelcastillo.

Despachados ya aquellos dos y cuando sedisponía a instalarse de nuevo junto al fuego,de todos los rinconesyesquinasempezaronasalirgatosyperrosnegros,ennúmerocadavezmayor, hasta el punto de que ya no sabía éldondemeterse.

Aullando lúgubremente, pisotearon el fuego,intentando esparcirlo y apagarlo. El mozoestuvo un rato contemplando tranquilamenteaquelespectáculohastaque,alfin,seamoscó

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yempuñandolacuchillaygritando:«¡Fueradeaquí,chusmaasquerosa!»,arremetiócontraelejército de alimañas. Parte de los animalesescapócorriendo;elrestolosmatóyarrojósuscuerposalestanque.

De vuelta al aposento reunió las brasas aúnencendidas, lassoplóparareanimarelfuegoyse sentó nuevamente a calentarse y, estandoasí sentado, le vino el sueño con una granpesadez en los ojos. Miró a su alrededor, ydescubrióenunaesquinaunaespaciosacama.«Apuntovienes»,dijo, y seacostóenella sinpensarlomás.

Pero apenas había cerrado los ojos cuando ellechosepusoenmovimiento,comosiquisierarecorrer todo el castillo. «¡Tanto mejor!», sedijo el mozo. Y la cama seguía rodando ymoviéndose, como tirada por seis caballos,cruzando umbrales y subiendo y bajandoescaleras. De repente, ¡hop!, un vuelco, yqueda la cama patas arriba, y su ocupantedebajo como si se le hubiese venido unamontañaencima.

Lanzandoalairemantasyalmohadas,saliódeaquelrevoltijoy,exclamando:

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«¡Qué pasee quien tenga ganas!», volvió a lavera del fuego y se quedó dormido hasta lamadrugada.

A lamañanasiguientesepresentóelReyy,alverlo tendido en el suelo, creyó que losfantasmaslohabríanmatado.

—¡Lástima,tanguapomozo!—dijo.

Oyólo el muchacho e, incorporándose,exclamó:

—¡Noestánaúntanmallascosas!

El Rey, admirado y contento, preguntóle quétalhabíapasadolanoche.

—¡Muybien!—respondióelinterpelado—.Hepasado una, también pasaré las dos quequedan.

Al entrar en la posada, el hostelero se quedómirándolecomoquienvevisiones.

—Jamáspensé volver a verte vivo—ledijo—.Supongoqueahorasabrásloqueeselmiedo.

—No—replicó elmuchacho—. Todo es inútil.¡Yanoséquéhacer!

Al llegar la segunda noche, encaminóse denuevoal castillo y, sentándose juntoal fuego,

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volvióalaviejacanción:«¡Sisiquierasupieseloqueeselmiedo!».

Antes de medianoche oyóse un estrépito.Quedoalprincipio,luegomásfuerte;siguióunmomento de silencio y, al fin, emitiendo unagudísimo alarido bajó por la chimenea lamitaddeunhombreyfueacaerasuspies.

—¡Caramba!—exclamó el joven—. Aquí faltaunamitad.¡Hayquetirarmás!

Volvióaoírseelestruendoy,entreunalborotode gritos y aullidos, cayó la otra mitad delhombre.

—Aguarda —exclamó el muchacho—. Voy aavivarteelfuego.

Cuando, ya listo, se volvió a mirar a sualrededor,lasdosmitadessehabíansoldado,yunhombrehorribleestabasentadoensusitio.

—¡Eh,amigo,queéstenoeseltrato!—dijo—.Elbancoesmío.

El hombre quería echarlo, pero el mozo,empeñado en no ceder, lo apartó de unempujónyseinstalóensuasiento.

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Bajaron entonces por la chimenea nuevoshombres,unotrasotro,llevandonuevetibiasydos calaveras y, después de colocarlas en laposicióndebida,comenzaronajugarabolos.

Almuchacholeentraronganasdeparticipareneljuegoylespreguntó:

—¡Hola!,¿puedojugaryotambién?

—Sí,sitienesdinero.

—Dinero tengo —respondió él—. Perovuestros bolos no son bien redondos —y,cogiendo las calaveras, las puso en el torno ylas modeló debidamente—. Ahora rodaránmejor—dijo—.¡Asídagusto!

Jugó y perdió algunos florines; pero al dar lasdoce,tododesapareciódesuvista.

Setendióydurmiótranquilamente.

A lamañanasiguientepresentósedenuevoelRey,curiosoporsaberloocurrido.

—¿Cómo lo has pasado esta vez? —preguntóle.

—Estuve jugando a los bolos y perdí unoscuantosflorines.

—¿Ynosentistemiedo?

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—¡Qué va! —replicó el chico—. Me hedivertidomucho. ¡Ah, si pudiese saber lo queeselmiedo!

La tercera noche, sentado nuevamente en subanco, suspiraba mohíno y malhumorado:«¡Porquénopuedosentirmiedo!»

Era ya bastante tarde cuando entraron seishombresfornidosllevandounataúd.

Dijoélentonces:

—Ahí debe de venirmi primito, el quemurióhace unos días. Y, haciendo una seña con eldedo,lollamó:

—¡Ven,primito,venaquí!

Loshombresdepositaronelféretroenelsuelo.El mozo se les acercó y levantó la tapa;conteníauncuerpomuerto.Tocólelacara,queestabafríacomohielo.

—Aguarda —dijo—. Voy a calentarte unpoquito.

Y,volviéndosealfuegoacalentarselamano,laaplicóseguidamenteenel rostrodelcadáver;pero éste seguía frío. Lo sacó entonces delataúd, sentóse junto al fuego con el muerto

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sobresuregazo,ysepusoafrotarlelosbrazospara reanimar la circulación. Como tampocoeso sirviera de nada, se le ocurrió quemetiéndolo en la cama podría calentarlomejor. Lo acostó, pues, lo arropó bien y seechóasulado.

Al cabo de un rato, el muerto empezó acalentarseyamoverse.Dijoentonceselmozo:

—¡Ves, primito, como te he hecho entrar encalor!Peroelmuertoseincorporógritando:

—¡Tevoyaestrangular!

—¿Esas tenemos? —exclamó el muchacho—.¿Así me lo agradeces? Pues te volverás a tuataúd.

Y, levantándolo, metiólo en la caja y cerró latapa. En esto entraron de nuevo los seishombresyselollevaron.

—Nohaymaneradesentirmiedo—sedijo—.Está visto que no me enteraré de lo que es,aunquepasaraaquítodalavida.

Apareció luegootrohombre,másaltoque losanteriores,ydeterribleaspecto;peroeraviejoyllevabaunaluengabarbablanca.

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—¡Ah,bribonzuelo—exclamó—;prontosabrásloqueesmiedo,puesvasamorir!

—¡Calma, calma! —replicó el mozo—. Yotambiéntengoalgoquedecirenesteasunto.

—Dejaqueteagarre—dijoelogro.

—Poquito a poco. Lo ves muy fácil. Soy tanfuertecomotú,omás.

—Eso lo veremos —replicó el viejo—. Si loeres,tedejarémarchar.

—Venconmigo,queharemoslaprueba.

Y, a través de tenebrosos corredores, locondujoaunafragua.Allíempuñóunhacha,yde un hachazo clavó en el suelo uno de losyunques.

—Yo puedo hacer más —dijo el muchacho,dirigiéndosealotroyunque.

El viejo, colgante la blanca barba, se colocó asuladoparaverlobien.Cogióelmozoelhacha,ydeunhachazopartióelyunque,aprisionandodepasolabarbadelviejo.

—Ahoratetengoenmismanos—ledijo—;túeresquienvaamorir.

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Y,agarrandounabarradehierro,laemprendiócon el viejo hasta que éste, gimoteando, lesuplicó que no le pegara más; en cambio, ledaría grandes riquezas. El chico, desclavó elhacha y lo soltó. Entonces el hombre loacompañónuevamentealpalacio,yenunadelasbodegaslemostrótresarcasllenasdeoro.

—Unadeellasesparalospobres;laotra,paraelRey,ylatercera,parati.

Dieronenaquelmomentolasdoce,yeltrasgodesapareció, quedando el muchacho sumidoentinieblas.

—Dealgúnmodosaldrédeaquí—sedijo.

Y,moviéndoseatientas,alcabodeunratodioconun caminoque lo condujo a su aposento,dondeseechóadormirjuntoalfuego.

AlamañanasiguientecompareciódenuevoelReyyledijo:

—Bien,supongoqueahorasabrásyaloqueeselmiedo.

—No —replicó el muchacho—. ¿Qué es?Estuvo aquími primomuerto, y después vino

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un hombre barbudo, el cual me mostró lostesorosquehayenlossotanos;perodeloqueseaelmiedo,nadiemehadichounapalabra.

DijoentonceselRey:

—Hasdesencantadoelpalacioytecasarásconmihija.

—Todoesoestámuybien—repusoél—.Peroyosigosinsaberloqueeselmiedo.

Sacaron el oro y celebróse la boda. Pero eljovenpríncipe,apesardequequeríamuchoasuesposaysesentíamuysatisfecho,nocesabadesusurrar:«¡Sialmenossupieseloqueeselmiedo!».

Al fin, aquella cantinela acabó por irritar a laprincesa.Sucamareraledijo:

—Yoloarreglaré.Voyaenseñarle loqueeselmiedo.

Se dirigió al riachuelo que cruzaba el jardín ymandóquelellenaranunbarreñodeaguaconmuchos pececillos. Por la noche, mientras eljoven dormía, su esposa, instruida por lacamarera, le quitóbruscamente las ropas y leechóencimaelcubodeaguafríaconlospeces,

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los cuales se pusieron a coletear sobre elcuerpodelmuchacho.

Éstedespertódesúbitoyechóagritar:

—¡Ah, quémiedo, quémiedo,mujercitamía!¡Ahorasíqueséloqueesel

miedo!

FIN

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