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JULIO ARIAS VANEGAS reseña clacso

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SEMINARIO 1215 ESTUDIOS CULTURALES LATINOAMERICANOS. CLACSO.

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JULIO ARIAS VANEGAS.

Nación y Diferencia en el siglo XIX Colombiano. Orden nacional, Racialismo y

Taxonomías poblacionales.

Bogotá: CESO /Uniandes, 2005. 152 Páginas.

Por: Hernán Darío Rodríguez.

En este texto haré un recorrido por los ejes centrales que dan cuerpo a la obra de

Julio Arias Vanegas, intentaré exponer los planteos del libro de manera tal que

quede clara la tesis central del libro así como el enfoque particular desde donde

plantea su obra. Finalmente, interesa ver cómo el método empleado por Arias

Vanegas aunque disciplinalmente inscripto en la antropología guarda relaciones

bien interesantes con el enfoque y las premisas de los Estudios Culturales.

Arias Vanegas, analiza la nación Colombiana desde su origen en el siglo XIX,

estudio que, al tiempo, da cuenta del proceso de formación identitaria de los

letrados criollos y la invención del pueblo nacional. Éste proceso ocurre mediante

el establecimiento de un nosotros y un ellos. Es interesante ver como el

antropólogo Colombiano evidencia la aparición de este antagonismo, fue con y a

través de la letra, en tanto técnica, que se elaboraron los primeros discursos para

legitimar e instaurar la independencia como el momento fundacional de la nación

Colombiana. Esta narración de la independencia elaborada por los letrados

cohesionaba mediante el fulgor patrio a criollos e indios contra los españoles y su

legado colonial; permitió la aparición del nosotros americano contra el otro

hispano, representado como bárbaro e ignorante. Para este nosotros la

independencia resultaba ser la respuesta lógica al pasado de la conquista y la

colonia, así como el camino hacia la republica y la civilización.

Sin embargo, después de las revoluciones de independencia aparecieron nuevas

narrativas que seguían asumiendo la independencia como el centro de la nación

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pero ahora el otro español junto con su herencia de conquista y colonia ya no era

tan bárbaro ni ignorante. Durante el siglo XIX los criollos se dedicaron a depurar el

pasado español, es así que en esta nueva narrativa “la conquista era descrita,

entonces como una gesta heroica que había introducido la civilización y el

cristianismo al suelo americano” (Arias Vanegas,2005;8) es decir, que el otro

español antes considerado odioso, bárbaro e ignorante ahora se convertían en

“héroes europeos cristianos y aguerridos enfrentados a climas malsanos y tribus

guerreras” ( Acosta, Codazzi y Samper, citados en Arias Vanegas, 2005; 8).

Asimismo, la depuración del Español Iberico entendido como un civilizador

permitía enrutar la construcción de la nueva otredad: el que antes, en la narrativa

nacionalista, fue considerado al interior del pronombre de la primera persona del

plural nosotros ahora se convertía en el otro, el nuevo bárbaro que había que

civilizar y domesticar, en consonancia con la tarea antaño emprendida por los

héroes ibéricos.

El deseo por ser reconocido y reconciliarse con su linaje y, al tiempo, la necesidad

de diferenciarse internamente de los mestizos, indios y negros llevó a los criollos a

construir el nuevo nosotros centrado en el ius soli y el proceso de civilización

europeo Español, al respecto Arias Vanegas escribe:

De esta manera, los letrados nacionales se declaraban descendientes

directos de los primeros conquistadores, al historia de la conquista fue

entonces una mitología de la génesis de la nación, en donde cada uno

delos principales conquistadores cumplia el papel de héroes míticos. Era la

mitología de la élite; a fin de cuentas, los letrados no se podían presentar

así mismo como hijos y herederos de los pueblos indígenas. (Arias

Vanegas, 2005; 8)

De este modo, el autor muestra cómo la narrativa de la historia, escrita

evidentemente por los vencedores, contenía no solamente la creación de una

nación fundada en un supuesta unidad sino también la invención interna de un

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otro totalmente diferente: el pueblo nacional. Es decir, una nación creada desde la

unidad pero imbuida en la diferencia. Hasta acá es claro el planteo de que la

nación colombiana fue una construcción discursiva y un ejercicio de poder dotado

de orden y de sentido a partir de la construcción de diferencias y jerarquías

socioculturales.

Arias Vanegas identifica varios mecanismos y dispositivos que fueron necesarios

para soldar esta singular unidad de diferencias. La lengua española fue el

dispositivo por excelencia de unidad y de diferencia, así como también sirvió de

impulso para los demás dispositivos. Al imponerse como lengua nacional, puso a

todos hablar y a pensar desde los mismos signos lingüísticos, incorporó las

diversas poblaciones indígenas y excluyó sus idiomas autóctonos. La lengua

española era la vía recta de formación y de expresión de cualquier nacional, por

ello, la educación en la misma constituía un proyecto nacional prioritario: formar al

sujeto-pueblo nacional en la lengua patria era garantizar una normalidad en cuanto

a formas de vida y costumbres que no eran otras que las formas de vida y

costumbres hispanas y católicas. Unir al pueblo bajo una misma lengua era

asegurar por un lado, marcos comunes de comunicación y pensamiento, por el

otro, incorporar y reducir a los diversos grupos poblacionales (indígenas, negros y

mestizos).

De la mano con la educación en Lengua Española iba la formación en el dogma

cristiano católico. El catolicismo era un mecanismo central para la cohesión de la

unidad nacional manteniendo las diferencias, la jerarquización social, el

sostenimiento del orden y como soporte del carácter nacional. La religión católica

cohesionaba pueblo y elite a través del dogma (valores, normas morales) y sus

ritos (bautizo, comunión, exequias, etc.) al tiempo, que garantizaba la diferencia,

porque la unidad católica no eliminaba las diferencias raciales, el negro y el indio

seguían siendo negros e indios solo que “aceptados en su diferencia” por el hecho

de ser católicos.

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Por su parte, la jerarquía social y el orden eran garantizados por la misma

naturaleza del dogma: hacia del pueblo un sujeto dócil y útil; la abnegación y

sumisión hacia la ley de Dios se extrapolaba en abnegación y sumisión hacia la

ley del gobierno de las elites. El cura era un agente imprescindible para unificar

en la diferencia y garantizar la gobernabilidad. Los sacerdotes llevaban la

civilización a los pueblos más apartados de los centros urbanos, movilizaban el

poder y el saber de la identidad hispana a partir del discurso evangelista. En las

parroquias, haciendo uso del sacramento de la confesión disciplinaban los cuerpos

al imponer tareas o patrones de conducta conformes con la normalidad católica

hispana. De igual modo, la iglesia hacia parte de las instituciones que

garantizaban la gobernabilidad, dado que, por una parte, era uno de los mayores

dispositivos de enunciación de las normas, reglas y valores propuestos por la

hegemonía criolla, por otra, construía focos de experiencia desde los cuales el

pueblo edificaba su identidad.

La construcción de una narrativa nacionalista movilizaba una retorica de unidad y

pertenencia a la nación sustentada en la igualdad política. El discurso de igualdad

era necesario para sostener la idea de pueblo y de república democrática, aunque

las elites letradas sabían esto, también encontraban en dicho discurso

democrático un riesgo que amenazaba su campo de poder, más aun cuando

grupos de mestizos con medianos capitales económicos (artesanos) podían

ascender y socavar la distinción, en consecuencia, las elites criollas buscaron

diferenciarse cada vez más del pueblo asegurando para sí el dominio de los

capitales culturales, sociales y económicos.

Es así como la racialización de la fisonomía, la sangre y el linaje operaron como

estrategia de diferenciación y distinción entre elite y pueblo. Según Arias Vanegas

las elites criollas propusieron su linaje hispano en la cima de la distinción: su

blancura y facciones particulares se vinculaban con valores y virtudes –por

ejemplo, ser eruditos y civilizados—que los hacían idóneos para el ejercicio de

gobierno. Pertenecer a una familia distinguida: ser sangre limpia, era el vehículo

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para pertenecer a la elite social. La exposición racializada de estas ideas se

estableció de un modo que “…hizo posible que los oficios y las actividades fueran

también racializadas…el ejercicio letrado y el gobierno estaba prácticamente

reducido a aquellos que se representaban como hombres blancos de origen

europeo”(Arias Vanegas 2005:p.29).

Desde luego, escribir y gobernar eran los capitales que más importaba a las elites

criollas, ya que, les permitían mantener el canon. En este punto, considero, viene

bien el concepto de Ciudad letrada para dinamizar el eje argumentativo del Arias

ya que describe por qué los Criollos tenían tanto interés en este oficio de la

escritura. El concepto es pertinente porque:

“nombra el conjunto de instituciones que hacen de la propiedad y

administración de la tecnología de la letra la condición de su existencia y

funcionamiento, a la vez que la base de su poder y prestigio…por otro lado,

ciudad letrada nombra al grupo de individuos (los “letrados”) que obtienen

una identidad diferenciada por su pertenencia a las instituciones antes

mencionadas… finalmente, ciudad letrada nombra las practicas discursivas

que sostienen el predominio de las instituciones e individuos antes

mencionados” (Dabove, 2010, p.54).

Bien se comprende que el dominio de la escritura era valorado por su poder

diferenciador, ponía a los criollos en el plano de los civilizados y a los analfabetos

en el plano de la barbarie; justificaba por qué el derecho de gobierno lo tenían

unos pocos y cómo, en efecto, éstos tenían la labor de guiar al pueblo y

administrar la nación. Asimismo, conviene subrayar que el dominio de la letra

garantizaba la posesión de las prácticas discursivas entendidas como prácticas

sociales que hacen referencia “…a sistemas de representación que regulan lo que

se puede hacer con el lenguaje en una situación y en un contexto

determinado”(Lopez Bonilla Guadalupe y Fragoso perez Carmen, 2010,p.87).

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En suma, dominar la letra era al tiempo dominar las formas discursivas que, en

sentido Foucaultiano, es administrar el régimen del saber. La identidad, como

elaboración discursiva se encuentra atravesada por este régimen que produce

formas de sujeción y formas que “bien direccionadas” por las elites criollas

garantizaban que su dominación siguiera intacta.

Definidos entonces por su capital cultural y académico, los criollos se distanciaban

del pueblo llano, sin embargo, la narrativa nacional requería que éste se educara

pues “eran necesarios más lectores para difundir la retorica nacionalista y mas

almas y cuerpos modelados bajo sus principios”(Arias Vanegas, 2005,p.30). Ante

la inseguridad que implicaba un pueblo educado, la educación fue implementada

de manera jerárquica, dejando la educación pública y básica para el pueblo y

asegurando la formación superior para las elites. Los letrados criollos se

concentraron en la estetización de las letras y la literatura y el uso correcto y

refinado del lenguaje, ya que, como bien señala Arias Vanegas citando a Deas

(1993) y Ramos (1989) “el saber decir era equiparado con el saber gobernar”.

La ciudad era un centro geográfico de poder escritural, el hogar de los distinguidos

letrados, cohabitado, por supuesto, con indios y mestizos. Desde ella hacían uso

del poder creador y ordenador de la palabra; produciendo diversos textos jurídicos,

políticos, sociológicos, etnográficos y geográficos se representaba y moldeaba la

población. Ese era el trabajo principal de las elites: mantener la existencia del

pueblo como su alteridad sine qua non. Ante los riesgos que éste significaba

como soberano —condición establecida por la retorica nacionalista— los letrados

iniciaron los estudios sobre las costumbres claramente con la intención de

representar al pueblo como rural, dócil, sencillo, sensual y religioso, pero

también, violento, caótico y bárbaro; claramente una comunidad necesitada de

instrucción en cultura, valores y moral civilizada.

Con estas representaciones los criollos letrados y urbanos se distanciaban más

del pueblo llano y campesino. Las elites aplomadas, cultas y racionales se

oponían a la población inculta, bárbara y pasional. La misión pedagógica de los

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cultos era formar este pueblo, encaminarlo por los horizontes civilizacionales,

criarlo bajo las normas y las buenas costumbres para que en “un futuro” pudiera

hacerse cargo de la república. Otro aspecto de los estudios de las costumbres era

hacer la función de museo, es decir, registrar, coleccionar, preservar el folclor

popular, obviamente depurando lo indígena y lo negro mientras se fijaba y

promovía lo hispano, de este modo, lo nacional y lo español aparecían como lo

mismo.

El pueblo ideal era la misión de los letrados criollos por ello educarlo en valores

como la docilidad, el trabajo, la familia, la sobriedad y, especialmente en la moral

católica, eran los objetivos principales. Teniendo en cuenta que la población

mestiza componía gran parte de la población nacional en el siglo XIX, la moral y

los oficios se pensaron de acuerdo con las ventajas que el mestizaje ofrecía, por

un lado, en el aspecto social y moral y, por otro, en cuanto a las ventajas físicas

que podría surgir de buenos y adecuados procesos de mestizaje. Arias Vanegas

cita a José María Samper para ilustrar este aspecto:

Favorecer el cruzamiento de la raza Europea con las indígenas, obteniendo

así una sociedad de buen carácter: blanca, fuerte, benigna, inteligente que

aliase las cualidades heroicas del español con la índole dulce, paciente,

candorosa y sumisa del indio colombiano (Samper,1861, citado en Arias

Vanegas, 2005, p.47).

Es claro que el mestizaje comportaba para los letrados un recurso que debía ser

bien comprendido para la consecución del pueblo ideal, fue así que los usos de la

etnografía se emplearon para identificar y taxonomizar los caracteres raciales, de

este modo, se lograba saber qué elementos raciales debían minarse y cuales

fortalecerse. Por ejemplo, frente al problema que representaban los indígenas del

Casanare y del Meta —quienes se oponían al evangelio y a la retorica

nacionalista, debido, en parte, a las difíciles condiciones geográficas que los

distanciaba de cualquier interacción con la ciudad— el geógrafo Italiano Agustín

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Codazzi consideraba como solución una mezcla racial que diera paso a una nueva

raza, es decir, la depuración de la raza indígena a través del mestizaje.

En resumidas cuentas el mestizaje era algo que debía sostenerse como elemento

central de la identidad nacional colombiana, pero no cualquier mestizaje sino uno

correcto, normalizado, obediente y productivo. Blanquear el pueblo no era el

objetivo, porque los blancos eran solo unos pocos y así estaban bien, el objetivo

era administrar el mestizaje o mejor dicho los mestizajes de acuerdo con los

oficios y con los territorios. A manera de ilustración, dado que los negros y zambos

eran razas consideradas robustas y vigorosas fueron tenidas como idóneas para

habitar en climas difíciles y trabajar en oficios fuertes, esto explica, en parte,

porque el departamento del chocó (territorio de amplia explotación minera y con un

clima lluvioso y cálido) situado en la región pacifica del país sea de una densidad

poblacional mayoritariamente negra. La idea de que había razas idóneas para

habitar ciertos climas y ejercer ciertos oficios determinó en gran medida porque lo

blanco se asentó en la región andina y lo afro en la región pacifica del país, así

como también determinó una fuerte diferenciación entre lo civilizado blanco en la

altiplanicie y lo bárbaro negro y mestizo en la periferia.

Después de recorrer los tópicos principales que dan cuerpo a la obra de Arias

Vanegas es evidente que su enfoque unidad-diferencia para pensar la

construcción de la nación colombiana responde satisfactoriamente a muchas

preguntas que suscita la cuestión de la Colombianidad. Aunque se centró en un

sujeto particular y no abordó la participación de otros proyectos identitarios, el

énfasis que hace sobre los Criollos permite entender la nación como una

construcción discursiva intencionada a garantizar el poder y el dominio político y

cultural de estos frente a los que consideró como los otros.

En ese orden de ideas creo que la Obra de Arias Vanegas se relaciona de un

modo muy llamativo con el enfoque de los Estudios Culturales porque a partir de

una coyuntura: las revoluciones de independencia y la ambivalencia identitaria del

Criollo, elaboró toda una génesis de la nación colombiana. Asimismo, pienso, que

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comparte otra distinción operacional con los Estudios Culturales, la comprensión

de la cultura-como-poder y el poder-como-cultura, porque la nación entendida

como invención discursiva y, al tiempo, como unidad, diferencia y jerarquización

sitúa este estudio en una concepción de lo cultural donde poder y dominación

hacen parte de su significado.

Para ilustrar un poco lo dicho, la ambivalencia identitaria Criolla sirve como

ejemplo para entender el poder-como-cultura y la cultura-como poder. Sentirse,

por un lado, descendientes de los conquistadores, compartir ideología,

costumbres, conocimiento y cultura occidental y, por el otro, saberse americanos

de nacimiento, llevó a los letrados criollos a la elaboración de narrativas donde,

en consonancia con la lógica europea, la independencia era el paso lógico a la

tiranía de la conquista y a la dominación de la colonia, pero luego, de acuerdo con

esa misma lógica occidental, era necesario legitimar la conquista y la colonia para

garantizar sus derechos como conquistadores, saldar heridas con sus pares

ibéricos y, lo mas importante, distinguirse racialmente de los mestizos, incorporar

la república al proceso de civilización y garantizar su poderío ante el pueblo

mediante la implementación de ejercicios de poder, sujeción y subjetivación. Esta

reflexión me hace pensar en la obra de Arias Vanegas como una producción que

va más allá de un estudio sobre la cultura y que guarda muchas relaciones con la

naturaleza misma de los Estudios Culturales.

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Bibliografía.

Arias Vanegas, Julio 2005 Nación y Diferencia En El Siglo XIX Colombiano. Bogotá: Universidad de los Andes. Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Antropologia. Dabove, Juan Pablo 2010 Ciudad Letrada. In Diccionario De Estudios Culturales Latinoamericanos. En: Diccionario de Estudios Culturales Latinoamericanos. Coordinado por: Szurmuk Monica y Mckee Irwin. 2010. Pp. 53–58. Siglo XXI Editores. Lopez Bonilla Guadalupe y Fragoso perez Carmen. 2010 Discurso. In . En: Diccionario de Estudios Culturales Latinoamericanos. Coordinado por: Szurmuk Monica y Mckee Irwin. 2010. Pp. 87–90. Argentina: Siglo XXI Editores.