La Ahogada Agatha Christie

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  • 7/28/2019 La Ahogada Agatha Christie

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    La ahogada

    [Cuento completo]

    Agatha Christie

    Don Henry Clithering, excomisionado de Scotland Yard, estaba hospedado en casa de sus

    amigos, los Bantry, cerca del pueblecito de St. Mary Mead.

    El sbado por la maana, cuando bajaba a desayunar a la agradable hora de las diez y cuarto,

    casi tropez con su anfitriona, la seora Bantry, en la puerta del comedor. Sala de la

    habitacin evidentemente presa de una gran excitacin y contrariedad.

    El coronel Bantry estaba sentado a la mesa con el rostro ms enrojecido que de costumbre.

    -Buenos das, Clithering -dijo-. Hermoso da, sintese.

    Don Henry obedeci y, al ocupar su sitio ante un plato de riones con tocineta, su anfitrin

    continu:

    -Dolly est algo preocupada esta maana.

    -S... eso me ha parecido -dijo don Henry.

    Y se pregunt a qu sera debido. Su anfitriona era una mujer de carcter apacible, poco dada

    a los cambios de humor y a la excitacin. Que don Henry supiera, lo nico que le preocupaba

    de verdad era su jardn.

    -S -continu el coronel Bantry-. La han trastornado las noticias que nos han llegado esta

    maana. Una chica del pueblo, la hija de Emmott, el dueo del Blue Boar.

    -Oh, s, claro.

    -S -dijo el coronel pensativo-. Una chica bonita que se meti en un lo. La historia de siempre.

    He estado discutiendo con Dolly sobre el asunto. Soy un tonto. Las mujeres carecen de sentido

    comn. Dolly se ha puesto a defender a esa chica. Ya sabe cmo son las mujeres, dicen que los

    hombres somos unos brutos, etc., etc. Pero no es tan sencillo como esto, por lo menos hoy en

    da. Las chicas saben lo que hacen y el individuo que seduce a una joven no tiene que ser

    necesariamente un villano. El cincuenta por ciento de las veces no lo es. A m me cae bastante

    bien el joven Sanford, un joven simpln, ms bien que un donjun.

    -Es ese tal Sanford el que ha comprometido a la chica?

    -Eso parece. Claro que yo no s nada concreto -replic el coronel-. Slo son habladuras y

    chismorreos. Ya sabe usted cmo es este pueblo! Como le digo, yo no s nada. Y no soy como

    Dolly, que saca sus conclusiones y empieza a lanzar acusaciones a diestra y siniestra. Maldita

    sea, hay que tener cuidado con lo que se dice. Ya sabe, la encuesta judicial y lo dems...

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    -Encuesta?

    El coronel Bantry lo mir.

    -S. No se lo he dicho? La chica se ha ahogado. Por eso se ha armado todo ese alboroto.

    -Qu asunto ms desagradable -dijo don Henry.

    -Por supuesto, me repugna tan slo pensarlo, pobrecilla. Su padre es un hombre duro en todos

    los aspectos e imagino que ella no se vio capaz de hacer frente a lo ocurrido.

    Hizo una pausa.

    -Eso es lo que ha trastornado tanto a Dolly.

    -Dnde se ahog?

    -En el ro. Debajo del molino la corriente es bastante fuerte. Hay un camino y un puente que locruza. Creen que se arroj desde all. Bueno, bueno, es mejor no pensarlo.

    Y el coronel Bantry abri el peridico, dispuesto a distraer sus pensamientos de esos penosos

    asuntos y absorberse en las nuevas iniquidades del gobierno.

    Don Henry no se interes especialmente por aquella tragedia local. Despus del desayuno, se

    instal cmodamente en una tumbona sobre la hierba, se ech el sombrero sobre los ojos y se

    dispuso a contemplar la vida desde su cmodo asiento.

    Eran las doce y media cuando una doncella se le acerc por el csped.

    -Seor, ha llegado la seorita Marple y desea verlo.

    -La seorita Marple?

    Don Henry se incorpor y se coloc bien el sombrero. Recordaba perfectamente a la seorita

    Marple: sus modos anticuados, sus maneras amables y su asombrosa perspicacia, as como

    una docena de casos hipotticos y sin resolver para los que aquella "tpica solterona de

    pueblo" haba encontrado la solucin exacta. Don Henry senta un profundo respeto por la

    seorita Marple y se pregunt para qu habra ido a verle.

    La seorita Marple estaba sentada en el saln, tan erguida como siempre, y a su lado se veaun cesto de la compra de fabricacin extranjera. Sus mejillas estaban muy sonrosadas y

    pareca sumamente excitada.

    -Don Henry, celebro mucho verlo. Qu suerte he tenido al encontrarlo. Acabo de saber que

    estaba pasando aqu unos das. Espero que me perdonar...

    -Es un placer verla -dijo don Henry estrechndole la mano-. Lamento que la seora Bantry haya

    salido de compras.

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    -S -contest la seorita Marple-. Al pasar la vi hablando con Footit, el carnicero. Henry Footit

    fue atropellado ayer cuando iba con su perro, uno de esos terrier pendencieros que al parecer

    tienen todos los carniceros.

    -S -respondi don Henry sin saber a qu vena aquello.

    -Celebro haber venido ahora que no est ella -continu la seorita Marple-, porque a quien

    deseaba ver era a usted, a causa de ese desgraciado asunto.

    -Henry Footit? -pregunt don Henry extraado.

    La seorita Marple le dirigi una mirada de reproche.

    -No, no. Me refiero a Rose Emmott, por supuesto. Lo sabe usted ya?

    Don Henry asinti.

    -Bantry me lo ha contado. Es muy triste.

    Estaba intrigado. No poda imaginar por qu quera verlo la seorita Marple para hablarle de

    Rose Emmott.

    La seorita Marple volvi a tomar asiento y don Henry se sent a su vez. Cuando la anciana

    habl de nuevo, su voz son grave.

    -Debe usted recordar, don Henry, que en un par de ocasiones hemos jugado a una especie de

    pasatiempo muy agradable: proponer misterios y buscar una solucin. Usted tuvo la

    amabilidad de decir que yo no lo haca del todo mal.

    -Nos venci usted a todos -contest don Henry con entusiasmo-. Demostr un ingenio

    extraordinario para llegar a la verdad. Y recuerdo que siempre encontraba un caso similar

    ocurrido en el pueblo, que era el que le proporcionaba la clave.

    Don Henry sonri al decir esto, pero la seorita Marple permaneca muy seria.

    -Si me he decidido a acudir a usted ha sido justamente por aquellas amables palabras suyas. S

    que si le hablo a usted... bueno, al menos no se reir.

    El excomisionado comprendi de pronto que estaba realmente apurada.

    -Ciertamente, no me reir -le dijo con toda amabilidad.

    -Don Henry, esa chica, Rose Emmott, no se suicid, fue asesinada. Y yo s quin la ha matado.

    El asombro dej sin habla a don Henry durante unos segundos. La voz de la seorita Marple

    haba sonado perfectamente tranquila y sosegada, como si acabara de decir la cosa ms

    normal del mundo.

    -sa es una declaracin muy seria, seorita Marple -dijo don Henry cuando se hubo

    recuperado.

    Ella asinti varias veces.

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    -Lo s, lo s. Por eso he venido a verle.

    -Pero mi querida seora, yo no soy la persona adecuada. Ahora soy un ciudadano ms. Si usted

    est segura de lo que afirma debe acudir a la polica.

    -No lo creo -replic de inmediato la seorita Marple.

    -Por qu no?

    -Porque no tengo lo que ustedes llaman pruebas.

    -Quiere decir que slo es una opinin suya?

    -Puede llamarse as, pero en realidad no es eso. Lo s, estoy en posicin de saberlo. Pero si le

    doy mis razones al inspector Drewitt, se echar a rer y no podr reprochrselo. Es muy difcil

    comprender lo que pudiramos llamar un "conocimiento especializado".

    -Como cul? -le sugiri don Henry.

    La seorita Marple sonri ligeramente.

    -Si le dijera que lo s porque un hombre llamado Peasegood [Buenguisante] dej nabos en vez

    de zanahorias cuando vino con su carro a venderle verduras a mi sobrina har varios aos...

    Se detuvo con ademn elocuente.

    -Un nombre muy adecuado para su profesin -murmur don Henry-. Quiere decir que juzga el

    caso sencillamente por los hechos ocurridos en un caso similar...

    -Conozco la naturaleza humana -respondi la seorita Marple-. Es imposible no conocerla

    despus de vivir tantos aos en un pueblo. El caso es, me cree usted o no?

    Lo mir de hito en hito mientras se acentuaba el rubor de sus mejillas.

    Don Henry era un hombre de gran experiencia y tomaba sus decisiones con gran rapidez, sin

    andarse por las ramas. Por fantstica que pareciese la declaracin de la seorita Marple, se dio

    cuenta en seguida de que la haba aceptado.

    -Le creo, seorita Marple, pero no comprendo qu quiere que haga yo en este asunto ni por

    qu ha venido a verme.

    -Le he estado dando vueltas y vueltas al asunto -explic la anciana-. Y, como le digo, sera intil

    acudir a la polica sin hechos concretos. Y no los tengo. Lo que quera pedirle es que se interese

    por este asunto, cosa que estoy segura halagar al inspector Drewitt. Y si la cosa prosperara, al

    coronel Melchett, el jefe de polica. Estoy segura de que sera como cera en sus manos.

    Lo mir suplicante.-Y qu datos va a darme usted para empezar a trabajar?

    -He pensado escribir un nombre, el del culpable, en un pedazo de papel y drselo a usted.

    Luego, si durante el transcurso de la investigacin usted decide que esa persona no tiene nada

    que ver, pues me habr equivocado.

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    Hizo una breve pausa y agreg con un ligero estremecimiento:

    -Sera terrible que ahorcaran a una persona inocente.

    -Qu diablos? -exclam don Henry sobresaltado.

    Ella volvi su rostro preocupado hacia don Henry.

    -Puedo equivocarme, aunque no lo creo. El inspector Drewitt es un hombre inteligente, pero

    algunas veces una inteligencia mediocre puede resultar peligrosa y no lleva a uno muy lejos.

    Don Henry la contempl con curiosidad. La seorita Marple abri un pequeo bolso del que

    extrajo una libretita y, arrancando una de las hojas, escribi unas palabras con todo cuidado.

    Despus de doblar la hoja en dos, se la entreg a don Henry.

    ste la abri y ley el nombre, que nada le deca, mas enarc las cejas mirando a la seorita

    Marple mientras se guardaba el papel en el bolsillo.

    -Bien, bien -dijo-. Es un asunto extraordinario. Nunca haba intervenido en nada semejante,

    pero voy a confiar en la buena opinin que usted me merece, se lo aseguro, seorita Marple.

    Don Henry se hallaba en la salita con el coronel Melchett, jefe de polica del condado, as como

    con el inspector Drewitt. El jefe de polica era un hombre de modales marciales y agresivos. El

    inspector Drewitt era corpulento y ancho de espaldas, y un hombre muy sensato.

    -Tengo la sensacin de que me estoy entrometiendo en su trabajo -deca don Henry con su

    corts sonrisa-. Y en realidad no sabra decirles por qu lo hago -lo cual era rigurosamente

    cierto.

    -Mi querido amigo, estamos encantados. Es un gran cumplido.

    -Un honor, don Henry -dijo el inspector.

    El coronel Melchett pensaba: "El pobre est aburridsimo en casa de los Bantry. El viejo

    criticando todo el santo da al gobierno, y ella hablando sin parar de sus bulbos".

    El inspector deca para sus adentros: "Es una lstima que no persigamos a un delincuente

    verdaderamente hbil. He odo decir que es uno de los mejores cerebros de Inglaterra. Qu

    lstima, realmente una lstima, que se trate de un caso tan sencillo".

    El jefe de polica dijo en voz alta:

    -Me temo que se trata de un caso muy srdido y claro. Primero se pens que la chica se haba

    suicidado. Estaba esperando un nio. Sin embargo, nuestro mdico, el doctor Haydock, que es

    muy cuidadoso, observ que la vctima presentaba unos cardenales en la parte superior de

    cada brazo, ocasionados presumiblemente por una persona que la sujet para arrojarla al ro.

    -Se hubiera necesitado mucha fuerza?

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    -Creo que no. Seguramente no hubo lucha, si la cogieron desprevenida. Es un puente de

    madera, muy resbaladizo. Tirarla debi de ser lo ms sencillo del mundo, en un lado no hay

    barandilla.

    -Saben con seguridad que la tragedia ocurri all?

    -S, lo dijo un nio de doce aos, Jimmy Brown. Estaba en los bosques del otro lado del ro y

    oy un grito y un chapuzn. Haba oscurecido ya y era difcil distinguir nada. No tard en ver

    algo blanco que flotaba en el agua y corri en busca de ayuda. Lograron sacarla, pero era

    demasiado tarde para reanimarla.

    Don Henry asinti.

    -El nio no vio a nadie en el puente?

    -No, pero como le digo era de noche y por all siempre suele haber algo de niebla. Voy a

    preguntarle si vio a alguna persona por all antes o despus de ocurrir la tragedia.Naturalmente, l imagino que la joven se haba suicidado. Todos lo pensamos al principio.

    -Sin embargo, tenemos la nota -dijo el inspector Drewitt volvindose a don Henry.

    -Una nota que encontramos en el bolsillo de la vctima. Estaba escrita con un lpiz de dibujo y,

    aunque estaba empapada de agua, con algn esfuerzo pudimos leerla.

    -Y qu deca?

    -Era del joven Sandford. "De acuerdo -deca-. Me reunir contigo en el puente a las ocho y

    media. R. S." Bueno, fue muy cerca de esa hora, pocos minutos despus de las ocho y media,cuando Jimmy Brown oy el grito y el chapuzn.

    -No s si conocer usted a Sandford -continu el coronel Melchett-. Lleva aqu cosa de un mes.

    Es uno de esos jvenes arquitectos que construyen casas extravagantes. Est edificando una

    para Allington. Dios sabe lo que resultar, supongo que alguna fantochada moderna de sas,

    mesas de cristal y sillas de acero y lona. Bueno, eso no significa nada, por supuesto, pero

    demuestra la clase de individuo que es Sandford: un bolchevique, un tipo sin moral.

    -La seduccin es un crimen muy antiguo -dijo don Henry con calma-, aunque desde luego no

    tanto como el homicidio.

    El coronel Melchett lo mir extraado.

    -Oh, s! Desde luego, desde luego.

    -Bien, don Henry -intervino Drewitt-, ah lo tiene: es un asunto feo, pero claro como el agua.

    Este joven, Sandford, seduce a la chica y se dispone a regresar a Londres. All tiene novia, una

    seorita bien con la que est prometido. Naturalmente, si ella se entera de eso, puede dar por

    terminadas sus relaciones. Se encuentra con Rose en el puente. Es una noche oscura, no hay

    nadie por all, la coge por los hombros y la arroja al agua. Un sinvergenza que tendr su

    merecido. sa es mi opinin.

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    Don Henry permaneci en silencio un par de minutos. Casi poda palpar los prejuicios

    subyacentes. No era probable que un arquitecto moderno fuese muy popular en un pueblo tan

    conservador como St. Mary Mead.

    -Supongo que no existir la menor duda de que ese hombre, Sandford, era el padre de la

    criatura... -pregunt.

    -Lo era, desde luego -replic Drewitt-. Rose Emmott se lo dijo a su padre, pensaba que se

    casara con ella. Casarse con ella! Qu ingenua!

    "Pobre de m! -pens don Henry-. Me parece estar viviendo un melodrama Victoriano. La

    joven confiada, el villano de Londres, el padre iracundo. Slo falta el fiel amor pueblerino. S,

    creo que ya es hora de que pregunte por l".

    Y en voz alta aadi:

    -Esa joven no tena algn pretendiente en el pueblo?

    -Se refiere a Joe Ellis? -dijo el inspector-. Joe es un buen muchacho, trabaja como carpintero.

    Ah! Si ella se hubiera fijado en l...

    El coronel Melchett asinti aprobador.

    -Uno tiene que limitarse a los de su propia clase -sentenci.

    -Cmo se tom Joe Ellis todo el asunto? -quiso saber don Henry.

    -Nadie lo sabe -contest el inspector-. Joe es un muchacho muy tranquilo y reservado.

    Cualquier cosa que hiciera Rose le pareca bien. Lo tena completamente dominado. Se

    limitaba a esperar que algn da volviera a l. S, creo que sa era su manera de afrontar la

    situacin.

    -Me gustara verlo -dijo don Henry.

    -Oh! Nosotros vamos a interrogarlo -explic el coronel Melchett-. No vamos a dejar ningn

    cabo suelto. Haba pensado ver primero a Emmott, luego a Sandford y despus podemos ir a

    hablar con Ellis. Le parece bien, Clithering?

    Don Henry respondi que le pareca estupendo.

    Encontraron a Tom Emmott en la taberna el Blue Boar. Era un hombre corpulento, de mediana

    edad, mirada inquieta y mandbula poderosa.

    -Celebro verles, caballeros. Buenos das, coronel. Pasen aqu y podremos hablar en privado.

    Puedo ofrecerles alguna cosa? No? Como quieran. Han venido por el asunto de mi pobre

    hija. Ah! Rose era una buena chica. Siempre lo fue, hasta que ese cerdo... (perdnenme, pero

    eso es lo que es), hasta que ese cerdo vino aqu. l le prometi que se casaran, eso hizo. Pero

    yo har que lo pague muy caro. La arroj al ro. El cerdo asesino. Nos ha trado la desgracia a

    todos. Mi pobre hija!

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    -Su hija le dijo claramente que Sandford era el responsable de su estado? -pregunt Melchett

    crispado.

    -S, en esta misma habitacin.

    -Y qu le dijo usted? -quiso saber don Henry.

    -Decirle? -el hombre pareci desconcertado.

    -S, usted, por ejemplo, no la amenazara con echarla de su casa o algo as.

    -Me disgust mucho, eso es natural. Supongo que estar de acuerdo en que eso era algo

    natural. Pero, desde luego, no la ech de casa. Yo no hara semejante cosa -dijo con virtuosa

    indignacin-. No. Para qu est la ley?, le dije. Para qu est la ley? Ya lo obligarn a cumplir

    con su deber. Y si no lo hace, por mi vida que lo pagar.

    Y dej caer su puo con fuerza sobre la mesa.

    -Cundo vio a su hija por ltima vez? -pregunt Melchett.

    -Ayer... a la hora del t.

    -Cmo se comportaba?

    -Pues como siempre. No not nada. Si yo hubiera sabido...

    -Pero no lo saba -replic el inspector en tono seco.

    Y dicho esto se despidieron.

    "Emmott no es un sujeto que resulte precisamente agradable", pens don Henry para sus

    adentros.

    -Es un poco violento -contest Melchett-. Si hubiera tenido oportunidad ya hubiese matado a

    Sandford, de eso estoy seguro.

    La prxima visita fue para el arquitecto. Rex Sandford era muy distinto a la imagen que don

    Henry se haba formado de l. Alto, muy rubio, delgado, de ojos azules y soadores, y cabellos

    descuidados y demasiado largos. Su habla resultaba un tanto afeminada.

    El coronel Melchett se present a s mismo y a sus acompaantes y, pasando directamente al

    objeto de su visita, invit al arquitecto a que aclarara cules haban sido sus actividades

    durante la noche anterior.

    -Debe comprender -le dijo a modo de advertencia- que no tengo autoridad para obligarlo a

    declarar y que todo lo que diga puede ser utilizado en su contra. Quiero dejar esto bien claro.

    -Yo, no... no comprendo -dijo Sandford.

    -Comprende que Rose Emmott muri ahogada ayer noche?

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    -S, lo s. Oh! Es demasiado... demasiado terrible. Apenas si he podido dormir en toda la

    noche, y he sido incapaz de trabajar nada hoy. Me siento responsable, terriblemente

    responsable.

    Se pas las manos por los cabellos, enmarandolos todava ms.

    -Nunca tuve intencin de hacerle dao -dijo en tono plaidero-. Nunca lo pens siquiera.

    Nunca pens que se lo tomara de esa manera.

    Y sentndose junto a la mesa escondi el rostro entre las manos.

    -Debo entender, seor Sandford, que se niega a declarar dnde estaba ayer noche a las ocho

    y media?

    -No, no, claro que no. Haba salido. Sal a pasear.

    -Fue a reunirse con la seorita Emmott?

    -No, me fui solo. A travs de los bosques. Muy lejos.

    -Entonces, cmo explica usted esta nota, que fue encontrada en el bolsillo de la difunta?

    El inspector Drewitt la ley en voz alta sin demostrar emocin alguna.

    -Ahora -concluy-, niega haberla escrito?

    -No... no. Tiene razn, la escrib yo. Rose me pidi que fuera a verla. Insisti, yo no saba qu

    hacer, por eso le escrib esa nota.

    -Ah, as est mejor -le dijo Drewitt.

    -Pero no fui! -Sandford elev la voz-. No fui! Pens que era mejor no ir. Maana pensaba

    regresar a la ciudad. Tena intencin de escribirle desde Londres y hacer algn arreglo.

    -Se da usted cuenta, seor, de que la chica iba a tener un nio y que haba dicho que usted

    era el padre?

    Sandford lanz un gemido, pero nada respondi.

    -Era eso cierto, seor?

    Sandford escondi todava ms el rostro entre las manos.

    -Supongo que s -dijo con voz ahogada.

    -Ah! -El inspector Drewitt no pudo disimular su satisfaccin-. Ahora hblenos de ese paseo

    suyo. Lo vio alguien anoche?

    -No lo s, pero no lo creo. Que yo recuerde, no me encontr a nadie.

    -Es una lstima.

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    -Qu quiere usted decir? -Sandford abri mucho los ojos-. Qu importa si fui a pasear o no?

    Qu tiene que ver eso con que Rose se suicidase?

    -Ah! -exclam el inspector-. Pero es que no se suicid, la arrojaron al agua deliberadamente,

    seor Sandford.

    -Que ella... -tard un par de minutos en sobreponerse al horror que le produjo la noticia-. Dios

    mo! Entonces...

    Se desplom en una silla.

    El coronel Melchett hizo ademn de marcharse.

    -Debe comprender, seor Sandford -le dijo-, que no le conviene abandonar esta casa.

    Los tres hombres salieron juntos, y el inspector y el coronel Melchett intercambiaron una

    mirada.

    -Creo que es suficiente, seor -dijo el inspector.

    -S, vaya a buscar una orden de arresto y detngalo.

    -Disclpenme -exclam don Henry-. He olvidado mis guantes.

    Y volvi a entrar en la casa rpidamente. Sandford segua sentado donde lo haban dejado, con

    la mirada perdida en el vaco.

    -He vuelto -le anunci don Henry- para decirle que yo, personalmente, har cuanto pueda por

    ayudarle. No me est permitido revelar el motivo de mi inters por usted, pero debo pedirle

    que me refiera lo ms brevemente posible todo lo que pas entre usted y esa chica, Rose.

    -Era muy bonita -contest Sandford-, muy bonita y muy provocativa. Y... y me asediaba

    continuamente. Le juro que es cierto. No me dejaba ni un minuto. Y aqu yo me encontraba

    muy solo, no le caa simptico a nadie y, como le digo, ella era terriblemente bonita y pareca

    saber lo que haca y... -su voz se apag-. Y luego ocurri esto. Quera que me casara con ella y

    yo ya estoy comprometido con una chica de Londres. Si llegara a enterarse de esto... y se

    enterar, por supuesto, todo habr terminado. No lo comprender. Cmo podra

    comprenderlo? Soy un depravado, desde luego. Como le digo, no saba qu hacer y evitaba en

    la medida de lo posible a Rose. Pens que si regresaba a la capital y vea a mi abogado, podra

    arreglarlo pasndole algn dinero. Cielos, qu idiota! Y todo est tan claro, todo me acusa,

    pero se han equivocado. Ella tuvo que suicidarse.

    -Le amenaz alguna vez con quitarse la vida?

    Sandford neg con la cabeza.

    -Nunca, y tampoco hubiera dicho que fuese capaz de hacerlo.

    -Qu sabe de un hombre llamado Joe Ellis?

    -El carpintero? El tpico hombre de pueblo. Muy callado, pero estaba loco por Rose.

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    -Es posible que estuviera celoso? -insinu don Henry.

    -Supongo que estaba un poco celoso, pero pertenece al tipo bovino, es de los que sufren en

    silencio.

    -Bueno -dijo don Henry-, debo marcharme.

    Y se reuni con los otros.

    -Sabe, Melchett? Creo que deberamos ir a ver a ese otro individuo, Ellis, antes de tomar

    ninguna determinacin. Sera una lstima que, despus de realizar la detencin, resultase ser

    un error. Al fin y al cabo, los celos siempre fueron un buen mvil para cometer un crimen. Y

    adems bastante corriente.

    -Es cierto -replic el inspector-, pero Joe Ellis no es de esa clase. Es incapaz de hacer dao a

    una mosca. Nadie lo ha visto nunca fuera de s. No obstante, estoy de acuerdo con usted en

    que ser mejor preguntarle dnde estuvo ayer noche. Ahora debe de estar en su casa. Sehospeda en casa de la seora Bartlett, una persona muy decente, que era viuda y se ganaba la

    vida lavando ropa.

    La casa adonde se dirigieron era inmaculadamente pulcra. Les abri la puerta una mujer

    robusta de mediana edad, rostro afable y ojos azules.

    -Buenos das, seora Bartlett -dijo el inspector-. Est Joe Ellis?

    -Ha regresado har unos diez minutos -respondi la seora Bartlett-. Pasen, por favor.

    Y secndose las manos en el delantal, los condujo hasta una salita llena de pjaros disecados,perros de porcelana, un sof y varios muebles intiles.

    Se apresur a disponer asiento para todos y, apartando una rinconera para que hubiera ms

    espacio, sali de la habitacin gritando:

    -Joe, hay tres caballeros que quieren verte.

    Y una voz le contest desde la cocina:

    -Ir en cuanto termine de lavarme.

    La seora Bartlett sonri.

    -Vamos, seora Bartlett -dijo el coronel Melchett-. Sintese.

    A la seora Bartlett le sorprendi la idea.

    -Oh, no seor. Ni pensarlo.

    -Es buen husped Joe Ellis? -le pregunt Melchett en tono intrascendente.

    -No podra ser mejor, seor. Es un joven muy formal. Nunca bebe ni una gota de vino y se

    toma muy en serio su trabajo. Siempre se muestra amable y me ayuda cuando hay cosas quereparar en la casa. Fue l quien me puso esos estantes y me ha hecho un nuevo aparador para

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    la cocina. Siempre arregla esas cosillas que hace falta arreglar en las casas. Joe lo hace como

    cosa natural y ni siquiera quiere que le d las gracias. Ah! No hay muchos jvenes como Joe,

    seor.

    -Alguna muchacha ser muy afortunada algn da -dijo Melchett-. Estaba bastante enamorado

    de esa pobre chica, Rose Emmott, no es cierto?

    La seora Bartlett suspir.

    -Me pona de mal humor. l besaba la tierra que pisaba y a ella sin importarle un comino los

    sentimientos de Joe.

    -Dnde pasa las tardes, seora Bartlett?

    -Generalmente aqu, seor. Algunas veces trabaja en alguna pieza difcil y, adems, est

    estudiando contabilidad por correspondencia.

    -Ah!, de veras? Estuvo aqu ayer noche?

    -S, seor.

    -Est segura, seora Bartlett? -pregunt don Henry secamente.

    Se volvi hacia l para contestar:

    -Completamente segura, seor.

    -Por casualidad no saldra entre las ocho y las ocho y media?

    -Oh, no -la seora Bartlett se ech a rer-. Estuvo en la cocina casi toda la noche, montando el

    aparador, y yo lo ayud.

    Don Henry mir su rostro sonriente y por primera vez sinti la sombra de una duda.

    Un momento despus entraba en la habitacin el propio Ellis. Era un joven alto, de anchas

    espaldas y muy atractivo, de estilo rstico. Sus ojos azules eran tmidos y su sonrisa amable. Un

    gigante joven y agradable.

    Melchett inici la conversacin, y la seora Bartlett se march a la cocina.

    -Estamos investigando la muerte de Rose Emmott. Usted la conoca, Ellis.

    -S -vacil y luego dijo en voz baja-: Esperaba casarme con ella, pobrecilla.

    -Conoca su estado?

    -S. -un relmpago de ira brill en sus ojos-. l la dej tirada, pero fue lo mejor. No hubiera sido

    feliz casndose con l y confiaba en que cuando eso ocurriera acudira a m. Yo hubiera

    cuidado de ella.

    -A pesar de...

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    -No fue culpa suya. l la hizo caer con mil promesas. Oh! Ella me lo cont. No tena que

    haberse suicidado. Ese tipo no lo vala.

    -Ellis, dnde estaba usted ayer noche, alrededor de las ocho y media?

    Tal vez fuese producto de la imaginacin de don Henry, pero le pareci detectar una ciertaturbacin en su rpida, casi demasiado rpida, respuesta.

    -Estuve aqu, montando el aparador de la seora Bartlett. Pregnteselo a ella.

    "Ha contestado con demasiado presteza -pens don Henry-. Y l es un hombre lento. Eso

    demuestra que tena preparada de antemano la respuesta".

    Pero se dijo a s mismo que estaba dejndose llevar por la imaginacin. S, demasiadas cosas

    imaginaba, hasta le haba parecido ver un destello de aprensin en aquellos ojos azules.

    Tras unas cuantas preguntas ms, se marcharon. Don Henry busc un pretexto para entrar enla cocina, donde encontr a la seora Bartlett ocupada en encender el fuego. Al verlo le sonri

    con simpata. En la pared haba un nuevo armario, todava sin terminar, y algunas

    herramientas y pedazos de madera.

    -En eso estuvo trabajando Ellis anoche? -pregunt don Henry.

    -S, seor. Est muy bien, no le parece? Joe es muy buen carpintero.

    Ni el menor recelo en su mirada. Pero Ellis... Lo habra imaginado? No, haba algo.

    "Debo pescarlo", pens don Henry.

    Y al volverse para marcharse, tropez con un cochecito de nio.

    -Espero que no habr despertado al nio -dijo.

    La seora Bartlett lanz una carcajada.

    -Oh, no, seor. Yo no tengo nios, es una pena. En ese cochecito llevo la ropa que he lavado

    cuando voy a entregarla.

    -Oh! Ya comprendo...

    Hizo una pausa y luego dijo, dejndose llevar por un impulso.

    -Seora Bartlett, usted conoca a Rose Emmott. Dgame lo que pensaba realmente de ella.

    -Pues creo que era una caprichosa, pero est muerta y no me gusta hablar mal de los muertos.

    -Pero yo tengo una razn, una razn poderosa para preguntrselo -su voz era persuasiva.

    Ella pareci reflexionar, mientras lo observaba con suma atencin. Finalmente se decidi.

    -Era una mala persona, seor -dijo con calma-. No me atrevera a decirlo delante de Joe. Ella lo

    dominaba. Esa clase de mujeres saben hacerlo, es una pena, pero ya sabe lo que ocurre, seor.

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    S, don Henry lo saba. Los Joe Ellis de este mundo son particularmente vulnerables, confan

    ciegamente. Pero precisamente por eso, el choque de descubrir la verdad es siempre ms

    fuerte.

    Abandon aquella casa confundido y perplejo. Se hallaba ante un muro infranqueable. Joe Ellis

    haba estado trabajando all durante toda la noche anterior, bajo la vigilancia de la seoraBartlett. Cmo era posible soslayar ese obstculo? No haba nada que oponer a eso, como no

    fuera la sospechosa presteza con que Joe Ellis haba contestado, un claro indicio de que poda

    haber preparado aquella historia de antemano.

    -Bueno -dijo Melchett-, esto parece dejar el asunto bastante claro, no les parece?

    -S, seor -convino el inspector-. Sandford es nuestro hombre. No tiene nada en que apoyar su

    defensa. Todo est claro como el da. En mi opinin, puesto que la chica y su padre estaban

    dispuestos a... a hacerle prcticamente vctima de un chantaje, y l no tena dinero ni quera

    que el asunto llegara a odos de su novia, se desesper y actu de acuerdo con sudesesperacin. Qu opina usted de esto, seor? -agreg dirigindose a don Henry con

    deferencia.

    -Eso parece -admiti don Henry-. Y, sin embargo, no puedo imaginarme a Sandford

    cometiendo ninguna accin violenta.

    Pero saba que su objecin apenas tendra validez.

    El animal ms manso, al verse acorralado, es capaz de las acciones ms sorprendentes.

    -Me gustara ver a ese nio -dijo de pronto-. El que oy el grito.

    Jimmy Brown result ser un nio vivaracho, bastante menudo para su edad y de rostro

    delgado e inteligente. Estaba deseando ser interrogado y le decepcion bastante ver que ya

    saban lo que haba odo en la fatdica noche.

    -Tengo entendido que estabas al otro lado del puente -le dijo don Henry-, al otro lado del ro.

    Viste a alguien por ese lado mientras te acercabas al puente?

    -Alguien andaba por el bosque. Creo que era el seor Sandford, el arquitecto que est

    construyendo esa casa tan rara.

    Los tres hombres intercambiaron una mirada de inteligencia.

    -Eso fue unos diez minutos antes de que oyeras el grito?

    El muchacho asinti.

    -Viste a alguien ms en la orilla del ro, del lado del pueblo?

    -Un hombre vena por el camino por ese lado. Iba despacio, silbando. Tal vez fuese Joe Ellis.

    -T no pudiste ver quin era -le dijo el inspector en tono seco-. Era de noche y haba niebla.

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    -Lo digo por lo que silbaba -contest el chico-. Joe Ellis siempre silba la misma tonadilla,

    "Quiero ser feliz", es la nica que sabe.

    Habl con el desprecio que un vanguardista sentira por alguien a quien considerara anticuado.

    -Cualquiera pudo silbar eso -replic Melchett-. Iba en direccin al puente?

    -No, al revs, hacia el pueblo.

    -No creo que debamos preocuparnos por ese desconocido -dijo Melchett-. T oste el grito y

    un chapuzn y, pocos minutos despus, al ver un cuerpo que flotaba aguas abajo, corriste en

    busca de ayuda, regresaste al puente, lo cruzaste y te fuiste directamente al pueblo. No viste

    a nadie por all cerca a quien pedir ayuda?

    -Creo que haba dos hombres con una carretilla en la orilla del ro, pero estaban bastante lejos

    y no poda distinguir si iban o venan, y como la casa del seor Giles estaba ms cerca, corr

    hacia all.

    -Hiciste muy bien, muchacho -le dijo Melchett-. Actuaste con gran entereza. T eres nio

    escucha, verdad?

    -S, seor.

    -Muy bien.

    Don Henry permaneca en silencio, reflexionando. Extrajo un pedazo de papel de su bolsillo y,

    tras mirarlo, mene la cabeza. Pareca imposible y sin embargo...

    Se decidi a visitar a la seorita Marple sin dilacin.

    Lo recibi en un saloncito de estilo antiguo, ligeramente recargado.

    -He venido a darle cuenta de nuestros progresos -dijo don Henry-. Me temo que desde su

    punto de vista las cosas no marchan del todo bien. Van a detener a Sandford. Y debo confesar

    que, a juzgar por los indicios, con toda justicia.

    -Entonces, no ha encontrado nada, digamos, que justifique mi teora? -pareca perpleja,

    ansiosa-. Quizs estuviera equivocada, completamente equivocada. Usted tiene tanta

    experiencia que, de no ser as, lo habra averiguado.

    -En primer lugar -dijo don Henry-, apenas puedo creerlo. Y por otra parte, nos estrellamos

    contra una coartada infranqueable. Joe Ellis estuvo montando los estantes de un armario de la

    cocina toda la noche y la seora Bartlett estaba con l.

    La seorita Marple se inclin hacia delante presa de una gran agitacin.

    -Pero eso no es posible -exclam con firmeza-. Era viernes.

    -Viernes?

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    -S, fue la noche del viernes. Y los viernes por la noche ella va a entregar la ropa que ha lavado

    durante la semana.

    Don Henry se reclin en su asiento. Recordaba la historia de Jimmy Brown sobre el hombre

    que silbaba y... s, encajaba.

    Se puso en pie, estrechando enrgicamente la mano de la seorita Marple.

    -Creo que ya s qu debo hacer -le dijo-. O por lo menos lo intentar.

    Cinco minutos despus estaba en casa de la seora Bartlett, frente a Joe Ellis, en la salita de los

    perros de porcelana.

    -Usted nos minti, Ellis, con respecto a la noche pasada -le dijo crispado-. Entre las ocho y las

    ocho y media usted no estuvo en la cocina montando el armario. Lo vieron paseando por la

    orilla del ro en direccin al pueblo pocos minutos antes de que Rose Emmott fuese asesinada.

    El hombre se qued atnito.

    -No fue asesinada, no fue asesinada. Yo no tengo nada que ver. Ella se arroj al ro. Estaba

    desesperada. Yo no hubiera podido hacerle el menor dao, no hubiera podido.

    -Entonces, por qu nos minti dicindonos que estuvo aqu? -pregunt don Henry con

    astucia.

    El joven alz los ojos y luego los baj con gesto nervioso.

    -Estaba asustado. La seora Bartlett me vio por all y, cuando supo lo que haba ocurrido,

    pens que las cosas podan ponerse feas para m. Quedamos en que yo dira que haba estado

    trabajando aqu y ella se avino a respaldarme. Es una persona muy buena. Siempre fue muy

    buena conmigo.

    Sin aadir palabra don Henry abandon la estancia para dirigirse a la cocina. La seora Bartlett

    estaba lavando los platos.

    -Seora Bartlett -le dijo-, lo s todo. Creo que ser mejor que confese, es decir, a menos que

    quiera que ahorquen a Joe Ellis por algo que no ha hecho. No, ya veo que no lo desea. Le dir

    lo que ocurri. Usted sali a entregar la ropa y se encontr con Rose Emmott. Pens que

    dejaba para siempre a Joe para marcharse con el forastero. Ella estaba en un apuro y Joe

    dispuesto a acudir en su ayuda, a casarse con ella si era preciso, y Rose lo tendra para

    siempre. Joe lleva cuatro aos viviendo en su casa y se ha enamorado de l, lo quiere para

    usted sola. Odiaba a esa muchacha, no poda soportar la idea de que otra le arrebatara a su

    hombre. Usted es una mujer fuerte, seora Bartlett. Cogi a la chica por los hombros y la

    arroj a la corriente. Pocos minutos despus encontr a Joe Ellis. Jimmy los vio juntos a lo

    lejos, pero con la oscuridad y la niebla imagin que el cochecito era una carretilla del que

    tiraban dos hombres. Y usted convenci a Joe de que poda resultar sospechoso y le propuso

    establecer una coartada para l, que en realidad lo era para usted. Ahora dgame

    sinceramente, tengo o no razn?

    Contuvo el aliento. Lo arriesgaba todo en aquella jugada.

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    Ella permaneci ante l unos momentos secndose las manos en el delantal mientras

    lentamente iba tomando una determinacin.

    -Ocurri todo como usted dice -dijo al fin con su voz reposada, tanto que don Henry sinti de

    pronto lo peligrosa que poda ser-. No s lo que me pas por la cabeza. Una desvergonzada,

    eso es lo que era. No pude soportarlo, no me quitara a Joe. No he tenido una vida muy feliz,seor. Mi esposo era un pobre invlido malhumorado. Lo cuid siempre fielmente. Y luego

    vino Joe a hospedarse en mi casa. No soy muy vieja, seor, a pesar de mis cabellos grises. Slo

    tengo cuarenta aos y Joe es uno entre un milln. Hubiera hecho cualquier cosa por l, lo que

    fuera. Era como un nio pequeo, tan simptico y tan crdulo. Era mo, seor, y yo cuidaba de

    l, lo protega. Y esto... esto... -trag saliva para contener su emocin. Incluso en aquellos

    momentos era una mujer fuerte. Se irgui mirando a don Henry con una extraa

    determinacin-. Estoy dispuesta a acompaarlo, seor. No pens que nadie lo descubriera. No

    s cmo lo ha sabido usted, no lo s, se lo aseguro.

    Don Henry neg con la cabeza.

    -No fui yo quien lo averigu -dijo pensando en el pedazo de papel que segua en su bolsillo con

    unas palabras escritas con letra muy clara y pasada de moda:

    Seora Bartlett, en cuya casa se hospeda Joe Ellis en el nmero 2 de Mill Cottages.

    Una vez ms, la seorita Marple haba acertado.

    FIN