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La consolidación de la sociedad de la información y su estrecha relación con el fenómeno de la globalización han producido en las dos últimas décadas la mayor

revolución cultural desde la aparición de la imprenta. El incremento sostenido de usuarios de terminales informáticas y dispositivos móviles en grandes regiones del planeta han cambiado para siempre las formas de comunicación social e interpersonal. Resulta sorprendente, por tanto, que gran parte de los grados académicos sigan estructurándose con arreglo al marco teórico propio de la era analógica. Parece evidente que un estudiante de periodismo no debe enfocar su aprendizaje universitario como si el panorama profesional que vaya a encontrarse fuera el mismo que en 1990.

Los retos para el joven comunicador que se asoma hoy al mundo globalizado son de índole diversa. El primero es fun-damentalmente intelectual. Los periodistas (y los individuos, en general) que se desenvuelven en las diferentes áreas del conocimiento han de acostumbrarse a vivir de acuerdo con las exigencias de un nuevo tipo de sociedad hiperinforma-da e hiperactualizada. La hipertrofia imparable de la web genera un doble efecto contradictorio: por un lado, facilita enormemente la búsqueda de datos (y, por tanto, la vida del comunicador); por otro, permite la difusión masiva de infor-mación no contrastada y anónima que, unida a la inmediatez del medio, genera un bosque espeso de contenidos donde es, en ocasiones, extremadamente difícil orientarse. “Una

La alfabetización digital y el

comunicador del siglo XXiTexto: Pedro Cifuentes Huertas. Profesor de Alfabetización Digital, IE School of Communication/IE UniversityFotos: LatinStock

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enorme biblioteca desordenada”, como la describió Umberto Eco. Desde esta perspectiva, resulta tan necesario conocer las herramientas básicas del medio digital como aprender a separar el grano de la paja, los contenidos fiables de los no fiables, la intoxicación interesada de la investigación seria. Y un paso más: el comunicador estudiante deberá comprender la finalidad y el sentido último de los espacios y herramientas que aparecen constantemente en la Red. No basta con saber usarlas. ¿Para qué sirven realmente? ¿Se les saca el máximo partido?

No menos importante, en términos más prácticos, es el aspecto económico de esta revolución: los cambios en los patrones de comportamiento de los consumidores de infor-mación tienen ya consecuencias directas en la estructura de los medios de comunicación, afectada por los cambios de plataforma y las alteraciones correspondientes en el negocio publicitario. Es pronto todavía para deslindar los efectos directos de la crisis financiera actual del impacto causado por el advenimiento de Internet, pero no lo es para advertir una tendencia imparable hacia la digitalización de la información, ni tampoco para abrir un debate constructivo y poco histérico sobre el futuro de los periódicos impresos. En grandes empresas de comunicación, como PRISA, se trabaja ya bajo la suposición explícita de que su buque insignia, El País, no existirá como tal dentro de uno o dos lustros. La convergencia de sus redacciones, la tradicional y la del elpais.com, revela como mínimo una voluntad de adaptación, más

allá de que refleje un diagnóstico correcto y, sobre todo, lleve aparejada una solución publicitaria que permita volcar definitivamente los esfuerzos en su plataforma digital. Los beneficios de El País en 2008 alcanzaron los 40 millones de euros, muy superiores a los derivados de Prisacom, la empresa encargada de la elaboración, desarrollo y explota-ción de los contenidos del Grupo PRISA en soporte digital. Sin embargo, cientos de periódicos cerraron sus rotativas en todo el mundo durante el mismo periodo de tiempo. Se calcula que, sólo en España, más de 5.000 periodistas han perdido su empleo en los últimos doce meses.

¿Tiene sentido, pues, pensar en las tradicionales redac-ciones de periódico como depositarias futuras de las ge-neraciones de estudiantes de Periodismo y Comunicación que se licencian cada año en España (o en el mundo)? Las facultades deberían incidir, por el contrario, en un modelo de comunicador versátil, que otorgue al informador digital independiente y vocacional capacidades de responsabili-zarse del aparato de comunicación de una empresa o de un organismo público, sin menospreciar el desarrollo de destrezas fílmicas o publicitarias. No basta ya con recoger y escribir noticias en las cuatro paredes de una redacción sin ventanas. Para posicionarse con éxito en un entorno cambiante y globalizado, los estudiantes de Comunicación deben ampliar su perspectiva profesional y nutrirse de enfoques multimedia y empresariales, sin caer en segmen-taciones estériles que encajaban mucho mejor en un mundo que ya no existe. ¿Por qué encasillarse en las famosas becas estivales en radios, periódicos y televisiones? ¿No pueden convertirse en periodos de prácticas en agencias de comunicación, estudios publicitarios, consultorías, Ad-ministraciones Públicas, fundaciones u ONG?

Todas estas entidades, por diferentes que sean, comparten un rasgo esencial: se mueven en un mundo digitalizado, tanto en el plano puramente operativo como en el financiero o comunicacional. Tanto es así, que en nuestra opinión los planes de estudio de la Comunicación del Siglo XXI pueden y deben incluir lecciones de programación, que permita a los futuros licenciados, por un lado, una autonomía completa como comunicadores digitales freelance, y también, por otro, competir ventajosamente en un mercado laboral que muy pronto exigirá conocimientos técnicos a profesionales que antes sobrevivían sin ellos.

No se trata de sustituir unos perfiles por otros, sino de incor-porar y conjuntar. Como es sabido, una de las consecuencias más palpables de la Web 2.0 y de su pléyade de herramientas colaborativas ha sido la democratización del periodismo. La

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abruma cada día requiere de las mismas habilidades que permitían calificar a alguien como un buen periodista en el mundo analógico: criterio, rigor y expresividad. Es nociva la resistencia de numerosos periodistas de mediana edad a sumergirse sin complejos en la Red, temerosos de perder sus privilegios y atemorizados ante la barrera tecnológica. Pero resulta, como mínimo, igualmente peligrosa la tendencia de no pocos periodistas jóvenes y nativos digitales a abandonar premisas básicas del oficio periodístico: no basarse única-mente en informaciones ajenas, descolgar un teléfono para confirmar una noticia, perseguir la primicia y la información de calidad en lugar de entregarse alegremente al refrito de contenidos fácilmente accesibles a tiro de ratón.

¿Qué consecuencias tiene para los medios, tanto editorial como económicamente, que los contenidos vengan deter-minados (o creados) por los propios usuarios? ¿Cuántos años tardará en consolidarse el modelo de negocio de la información digital? ¿Qué finalidad última cumplen las herra-mientas y las redes? ¿Existe una comprensión generalizada de la revolución cultural que dio origen a la Sociedad de

la Información? ¿Se ha entendido el potencial de Internet como fuente de conocimiento y los riesgos derivados de la ausencia de un modelo de negocio que permita el pago por contenidos de calidad? ¿Se han formado los estudiantes de Comunicación en herramientas de tratamiento visual de noticias? ¿Pueden administrar redes sociales? ¿Conocen el marketing viral? ¿Han analizado la lógica de la publi-cidad online?

No siempre resulta sencillo convencer a los estudiantes de Periodismo o de Comunicación que han nacido en un momento histórico apasionante y que serán sujetos activos de una revolución imparable que ha transformado nuestra forma, no sólo de comunicarnos, sino también de traba-jar y de relacionarnos. La crisis de la prensa tradicional, sumada al brutal impacto de la crisis financiera originada en Estados Unidos, alejan el optimismo juvenil de las au-las universitarias. Urge, por ello, sentar las bases, desde las facultades y los organismos públicos competentes, de un programa que permita a los comunicadores del futuro adaptarse a un mundo en permanente transformación e interconexión, donde la comunicación, y no sólo la noticia, juega un papel fundamental. Para ello, la alfabetización digital es una obligación ineludible.•

blogalización ha forzado a los comunicadores profesionales a bajar de su pedestal y competir abiertamente con miles de periodistas amateurs, no constreñidos por la autocensura y la presión de poderosos grupos mediáticos. Vivimos, por tanto, como se ha dicho antes, un mundo de hiperinforma-ción y actualización obsesiva, que, sin embargo, necesita tanto o más que antes la figura del periodista equilibrado y conocedor de las materias que aborda. Su papel como filtro y mediador del caudal inasumible de información que nos

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resulta tan necesario conocer las herramientas básicas del medio digital como aprender a separar el grano de la paja, los contenidos fiables de los no fiables

se calcula que, sólo en españa, más de 5.000 periodistas han perdido su empleo en los últimos doce meses

Los estudiantes de Comunicación deben

ampliar su perspectiva profesional y

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