La América (Madrid. 1857). 28-9-1872

Embed Size (px)

Citation preview

  • A O XVI. M A D R I D . NM. 18 .

    CRNICA HISPANO-AMERICANA. FUNDADOR, PROPIETAIIIO T DIRECTOR. D . K D U A R D O A S Q U E R I N O .

    PRECtOS OE SUSOflieiON: En ESPAA, U rs. trimestre, 96 ade-laptadcEn el EXTHANJEBO, 40 francos al ao, suscribindose directamente; rf no, 60.En ULTRAMAR, 12 pesos fuertes.

    ANUNCIOS EN ESPASA: medio real linea.COHONICADOS: 20 rs. en adelante por cada linea.REDACCIN T ADMINISTRACIN: Madrid, calle de Florida blanca, nm. 5.

    ! justmcan en letra ae / puntos y sobre cinco columnas.Los reclamos y remitidos en letra de 8 puntos y cuatro columnas.Para mas pormenores vase la ltima plana.

    COLABORADORES: Seores Amador de los Rios, Alarcon, Arce, Sra. Avellaneda, Sres. Asquerino, Auon (Marqus de), Alvarez (Miguel de los Santos), Ayala, Alonso (J. B.), Araquistaln, Ancho-rena, Benavides, Bueno, Borao, Bretn de los Herreros (Manuel), Blasco (Ensebio), Campoamor, Camus, Canalejas, Caete, Castelar, Castro y Blanc, Cnovas del Castillo, Castro y Serrano, Galavia (D. Ma riano), Colmeiro, Correa, Cueto, Sra. Coronado, Sres. Calvo Asensio, Dacarrete, Ecbegaray, Eguliaz, Escosura, Estrella, Fernandez Cuesta, Ferrer del Rio, Figuerola, Figueroa (Augusto Suarez de), Prte-la, Garcia Gutirrez, Gayangos, Graeils, Harzenbusch, Janer, Feliu, Labra, Larra, Larraaga, Lasala, Lorenzana, Llrente, Mata, Man y Flaquer, Montesino, Molins (Marqus de), Martos, Moya (F. I.), Ochoa' Olavarria, Olzaga, Osorio, Palacio, Pasaron y Lastra, Pi Margall, Poey, Reinoso, Retes, Rios y Rosas, Rivera, Rivero, Romero Orliz, Rolriguez y Muoz, Rosa y Gonzlez, Ros de Olano, Rosseil, Ruiz Aguilera, Rodrguez (Gabriel), Selgas, Sanz, Segovia, Salvador de Salvador, Salmern, Saurom. Serrano Alczar, Selles, Saomartin, Trueba, Torres Mena, Tubiiio, Varea, Valera, Boix. Vidart, Wllson (baronesa de).

    SUMARIO.

    Reviita general, por D. Mariano CaUvIa.?i trabajo. (Recuerdo histrico), por D. Emilio Casiear.Fallo del tribunal de Ginebra. Literatura espaola. Juan de la Cueva, por D. Manuel Nuez de Prtiio.Regicidio frus-trado. Causa formada con motivo del atenta-do contra S. M el rey en la noche,del iS d Julio de 1872, en la calle del \renal.Breve resea escrita por nn aficionado acerca de la literatura espaola contempornea, por don Dionisio ChtaU.Discurso leido por S. M. el rey en el acto de abrirse las Cortes el dia 15 de Setiembre de 1872.Caria del P. Ja-cinto.Discurso pronunciado por el Sr. Ruix Zorrilla, en la reunin de las mayoras. Pan popular, por D. VicentePer!.iM.tcro leido por el Bxcmo. Sr. D. Eugenio Montero Rios, ministro de Gracia y Justicia, en la so-lemne apertura de los tribunales, celebrada en 16 de Setiembre de S12.Ministerio de la Gobernacton.La glola viviente, poi" don Emilio CMie\Ar.Aplicacin de la dinamita la pesca. -Teatros, por Wmier.fiecuer-do biogrfico.Sueltos.Anuncios.

    L A A M R I C A . MADRID 28 DE SGTIEMBBE DE 1872.

    REVISTA GENERAL.

    Facunda en acontecimientos de pacl-ca trascendencia, en o relatTO la pol-tica interior, ha aido la presente quince-na. Despus de un resultado electoral tan brillante como el obtenido por el partido radical; despus de haberse ejercido en todas partes el sufragio sin coacciones de ninguna especie, sin violencias de ningn gnero, sin imposiciones, sin amaos, sin desvergenzas, sin inmora-lidades, libremente, en fin; las Omarat elegidas han inaugurado sus tareas par-lamentarias.

    Haciendo abstraccin de las formas so-lemnes del acto oficial, y viniendo lo esencial de la apertura, al discurso de la corona, tcanos sobre l apuntar, siguie-ra sea someramente, algunas considera-ciones capitales.

    El discurso oue el ministerio radical ha puesto en labios del jefe del Estado, es un documento de trascendentalsima im-portancia. Poco significa que los C(>n-servaidores les haya parecido literaria-mente defectuoso; acostumbrados no fijarse ms que en la superficie de las co-sas, no ver jams las ideas y murmu-rar de las palabras, no es extrao que se hayan ocupado en araar sin fruto su epidermis, olvidndose de desentraar su contenido.

    El discurso, sin embargo, pide ms aer examinado por dentro, que censurado por fuera, y exige, para ser iuzgado, criterio poltico j social, ms bien que nimiedad gramatical y puerilidades lite-rttras.

    El discurso de la corona, es, ante todo y sobre todo, un resumen de los princi-pios, de las bases, de la organizacin, de las aspiraciones y del plan de conducta sealados y establecidos por la revolu-cin de Setiembre. Comenzar por traer presente observacin cul es el origen esencialmente democrtico de todos los poderes pblicos, recordar que la sobe-rana nacional es la fuente eterna, per-manente, siempre viva y siempre decisi-va de toda autoridad, de toda institucin, de toda magistratura, y que nada por en-cima de eso existe como poder pblico, ni nada contra eso se sostiene como im-posicin arbitraria, es ciertamente un co-mienzo soletone y una declaracin au gusta.

    Despus de Setiembre de 1868 no hay otro derecho divino, ni otro poder legi-timo que el que de la nacin emana y la nacin sirve. Todo lo que ello pre-tenda oponerse, todo lo que por resabio de tradicin intente contrarestarlo, todo lo (lue tal principio se declare rebelde, esta irremisiblemente perdido.

    Por eso el papado que, inatento al siglo y refractario al espritu de los tiempos, rechaza por impenitencia final las mo-dernas aspiraciones y los nuevos intere-ses y las nuevas ideas de los pueblos, no ha logrado ponerse de acuerdo con la ac-tual situacin poltica de Espaa, y por esoes por lo que el discurso de la corona, en este punto, seala con firme buen sen-tido la conducta inquebrantable del go-bierno en sus relaciones con la Sede ro-mana, y la resolucin irrevocable del ac-tual miiisterio de hacer prevalecer la voluntad de la nacin contra las irracio-nales exigencias del Pontificado.

    Despus de esto, el estado de la paz in-terior mereca una observacin oportu-na. Aquella insurreccin carlista que la insen:satez de lus conservadores provo-cara, aquella sublevacin entonces legi-tima contra los sistemticos violadores del derecho y de las leyes, aunque siem-pre absurda en sus aspiraciones y ten-dencias, ha concluido en su amenazado-ra apariencia, como elocuentemente dice ei documento oficial, y hoy est reduci-da un bandolerismo tocal que nombre del catolicismo y de la monarqua abso-luta saquea los pueblos por donde pasa, y bendice el crimen, y santifica el robo, y canoniza el incenlio; que tal extre-mo llegan y para tales cosas sirven las instituciones podridas y las religiones desprestigiadas.

    Pero lo que principalmente tiene ma-yor importancia inmediata en el discurso de la corona, es el orden de reformas que anuncia y los proyectos de ley que indi-ca para ser presentados, discutidos y vo-tados por las Cortes. Desde la cuestin penal hasta la de Fomento, todo lo rela-tivo los diversos ramos de la adminis-tracin y de la Hacienda, al poder judi-

    cial y la Iglesia, al ejrcito y la armada, son atendidos con atencin enrgica. Regularizar un sistema de pe-nalidad que para siempre garantice el orden sin detrimento de la libertad, ha-ciendo de la justicia el criterio de apli-cacin para todos los delitos, para todas las rebeldas y para todas las violaciones del derecho, e.s la primera y la ms fun-damental de las medidas de buen go-bierno, y la primera du las necesidades sociales.

    En t^ ste punto el documento promete una ley ajustada y atemperada al espri-tu determinante de la nueva Constitucin del Estado; ley reclamada por la opinin pblica, si el derecho ha de ser una con-dicin permanente en nuestra patria y la ley un escudo del derecho y una expre-sin racional de la autoridad que lo con-sagra y lo Vigoriza exteriormente, con-tra la colisin y la anarqua, que eso y no otra cosa es el orden tan decantado como mal comprendido por nuestros con-servadores.

    Con relacin nuestros asuntos de Ultramar, el gobierno, reconociendo sus deberes, aspira lo primero que sea efec-tiva y real, no ilusoria, la pacificacin de Cuba, resolviendo luego, y sin solucin de continuidad, los problemas all no planteados todava, aunque solemnemen-te prometidos por la revolucin deSetiem-bre y ya comenzados desenvolver en Puerto-Rico con feliz xito y grandes es-peranzas. En esta cuestin hay necesi-dad apremiante de romper con capitales preocupaciones y de ir acabando severa y decisivamente con enormes intereses bastardos y con monopolios seculares y con injusticias de degradante tradicin. Sobre todo, por encima de todo, contra todo, estn en este punto el derecho, la libertad y la justicia, no meramente na-cionales, sino humanas; no exclusiva-mente locales, sino universales. La abo-licin de la esclavitud, la inmoralidad administrativa, el agio de los privilegia-dos, son eteras vergenzas cuyo soste-nimiento debe combatirse, no ya por una consecuencia de partido, sino pcjr un im-perativo mandato de la conciencia.

    El problema de nuestra Hacienda es tambin de los que piden alteza de ca-rcter para ir acabando con los males de tan largo tiempo en ella producidos.

    Mi gobierno, dice el jefe del Estado, atento como debe tan preferente cui-dado, oa dir toda ia verdad en los pre-supuestos que presentar vuestro examen en cuanto se constituya el Congreso, y que se acercan la nive-laciqn cuanto lo han permitido las cir-cunstancias extraordinarias del pas. Mi gobierno expondr tambin vues-tras deliberaciones los medios de enju-gar el dficit, y un proyecto de Banco hipotecario que, facilitando los prsta-mos y los cambios, reduzca el inters

    del dinero en provecho del Tesoro y en beneficio de la agricultura nacional.

    Cumplir extrictamente esta promesa, garantizar el capital y asegurar el pago de los intereses los acreedores del Es-tado, son, en verdad, medidas de tras-cendencia fecunda y las ms elementales exigencias que como base del crdito nacional ha de elevar ste, sentndolo slidamente, como condicin exterior inexcusable al crecimiento, desarrollo y progreso de la riq^ueza pblica.

    ti el Estado, bajo el punto de vista ju-rdico, es el primer baluarte del derecho y de la libertad, bajo el punto de vista econmico es tambin la primer garanta de los intereses individuales y la primer condicin social de su estabilidad y de su aumento.

    De aqu la necesidad perfectamente se-alada y atendida de reconstituir sobre lus nuevos piincipios establecidos toda nuestra legislacin econmica. El Cdi-go de comercio, la ley da minas, la de montes, la de carreteras, son perentorias reformas que, trasformando lentamente y movilizando sin injusticia la propie-dad, han de robustecerla particularizn-dola, y han de hacerla ms viva y pro-ductora al desamortizarla por completo.

    La rectificacin del Cdigo penal, bor-rando sus contradicciones con la ley fun-damental del Estado, el establecimiento del Jurado y la reorganizacin del ejr-cito y de la armada, partiendo de la abo-licin de las quintas y matrculas de mar, y bajo la base racional del recono-cimiento en principio y hecho del servi-cio de tas armas todos ios ciudadanos obligatorio, con exclusin de todo privi-legio y monopolio, son tambin refor-mas anunciadas y que han de verse cumplidas sin aplazamiento de ninguna especie y sin demoras de ningn g-nero.

    Sobre todos estos pantos, larevolucion habia dado ya el programa, y solo difi-cultades momentneas y resabics hist-ricos y obstculos de tradicin yde ae-jas costumbres han impedido hasta aho-ra su planteamiento. La revolucin tenia que luchar con la serpiente enroscada que traa; el problema poltico que ms in-mediatamente nos afectaba y que ms perentoria solucin pedia, ha quedado histricamente resuelto; de hoy ms la cabeza de la hidra ha quedado cortada definitivamente. Las mistificaciones con-servadoras, los sofi-smas del doctrinaris-nao no son ya otra cosa que rumores le-janos de un mundo que se va extin-guiendo, y quejas vanas de unos cuan-tos despechados quienes la ambiciou ha cegado y la tenacidad ha hecho re-beldes.

    Su sinrazn es la verdadera causa de su impotencia, y por eso, pesar de sus protestas y de intiles amagos de re-traimiento, y de sus calculados ala rdes

  • LA AMERICA.--AO XVI.NUM. 18.

    alfonsinos, y de sus acusaciones vacias contra el hecho electoral que los ha puesto en tan ostensible como ridicula evidencia, nada lograrn conmover, ni anadie interesarn, i ningn ele-mento social vigoroso podrn atraerse.

    Que vengan a la Cmara, como apa-renta desear Ulloa, que renuncien sentarse en el Parlamento, como les acon-seja El Diario Espaol, poco puede im-portarnos; su resolucin es indiferente para el equilibrio estable de la actual si-tuacin, que tiene por pedestal la opi-nin pblica y por garanta de su por-venir las reformas que plantee y hasta el dio estril de todos los conservadores descalabrados.

    Despus de esto, la discusin de las actas na sido la obra inmediata de estos dias en ambas Cmaras, ofreciendo solo el Congreso en este punto, verdaderos in-cidentes parlamentarios. Los discursos de lloa, do Esteban CoUantes y de Bu-gallal, queriendo hallar, sin conseguirlo, motivos de acusacin contra el gobierno por su conducta electoral, han ocasiona-do las brillantes refutaciones de los se-ores Ruiz Zorrilla y Hartos, cuyos vi-gorosos y decisivos razonamientos han ido acompaados de significativas im-portantes declaraciones ministeriales,

    Un propsito firme de inspirarse en el espritu eminentemente democrtico de la revolucin de Setiembre, una iuque-brantable decisin, una firmeza de ca-rcter y de conducta hasta hoy descono-cidas en el poder, han sido el juicio que nos han merecido sus palabras, contras-tando con la debilidad profunda y con la carencia absoluta de plan y de sentido de que han dado ostensibles muestras los oradores de la oposicin conservadora. Siguiendo la senda que en sus discursos han trazado los Sres Zorrilla y Martos, qu temores puede abrigar el gobierno? Ninguno, absolutamente ninguno.

    Y para que todo sea venturoso en este punto, la Cmara popular se ha encon-trado con uua sorpresa y con un hallaz-go para la mayora inesperado. Nosotros conocamos las brillantes dotes intelec-tuales del Sr. Ua, habamos tenido con frecuencia ocasin de admirar particu-larmente su ilustracin, suexceleute sen-tido prctico y sus relevantes prendas de carcter; pero por lo mismo que su va-ler era tanto como su todestia, no ex-traamos que cuando el momento opor-tuno ha llegado de darse conocer con motivo del acta de Llerena, lo haya he-cho con verdadera sorpresa de los que en la Cmara no le conocan, incluso el mis-mo Sr. Ulloa, su contrincante.

    La poltica exterior apenas ofrece in-cidentes dignos de mencionarse. Los su-cesos de Portugal, que han sido un peli-gro para el actual orden de cosas de aquel pais, tocan ya su trmino v sus diarios no nos dan cuenta ms que ae las ramificaciones que aquella conspiracin tenia, de sus eloimentos civiles y milita-res, y de los personajes importantes con que contaba.

    El temperamento republicano que se le atribuye y su tendencia plantear las bases de una federacin ibrica, han da-do dicha conspiracin un carcter sig-nificativo y un sentido digno de profun-da consideracin y examen. Nosotros aqu no hacemos ms que mencionar el hecho y llamar sobre el la atencin de nuestros lectores.

    En Francia puede decirse que en la presente quincena la notable carta del orleanista Casimiro Perier lo ha llenado todo. Sus declaraciones en pro del statu quo, su reconocimiento de que solo vigo-rizando la repblica existente puede sal-var la Francia su crisis actual, su lla-mamiento los conservadores de aquel pas aconsejndoles que apoyen resuel-tamente el orden de cosas que M. Thiers representa y significa, su confesin de que los partidos monrquicos estn all disgregados, disueltos, sin recomposi-cin posible, hacen que efectivamente el documento en cuestin haya llamado la atencin de todos, no tanto por la sensa-tez del consejo, cuanto por la proceden-cia del consejero.

    En Inglaterra no se ha recrudecido la lucha que inici Irlanda entre catlicos y protestantes, y por su parte Alemania solo ha ofrecido de curioso en la actual quincena, bajo el punto de vista polti-co, el aparato framente oficial con que se ha llevado cabo la anunciada entre-vista de los tres emperadores.

    Loa de Rusia y Prusia han hecho como

    que se queran, y semejanza del portu-gus del cuento han declarado que estn dispuestos perdonar la vida al mundo, mientras este no tenga inconveniente en hacer como que se persuade de que ellos son la garanta ms fecunda de la paz europea, El emperador de Austria ha si-do el sacristn de amen en esta funcin, y se ha encargado de olvidar oficialmen-te el desastre de Sadowa. para que que-dara probada la actitud pacfica de los tres.

    Mas importante que esta entrevista pomposamente intil, es la reunin de ios catlicos viejos en Colonia. Las pro-testas ant-infalibilisCas del obispo Stros-mayer, de Dcellinger, del P. Jacinto en los dias de la inauguracin del Concilio Vaticano, van saliendo la superficie, y hoy tienen ya en Colonia un centro de oposicin y de propaganda verdadera-mente desastroso para la infalibilidad na-ciente de Po IX, tan mal acogida en Europa y tan combatida por los espritus sensatos y refiexivos que todava pudie-ran haber sostenido en el seno del cato-licismo sus ltimos restos de prestigio.

    El ultramontanismoquio jugar el to-do por el todo, y efectivamente, el Con-greso de Colonia est llamado concluir con l, aislando la Roma pontificia y dejndola rodeada de jesuitasque la con-suelen en su aislamiento. 1 mundo mar-cha, ha dicho Pelletan, y en verdad que si el mundo antes miraba al Papado de soslayo y con prevencin, ahora acabar de volverle la espalda, decidido dejar-lo espirar sin conmoverse.

    M. GALAVU.

    EL mABAJO.

    (KECCERDO HlSTdaiCO.)

    Bl pueblo romano se pierde en la esclavitad. Alecclooado por sus goberoaates, que le ense-aban anlepoaerlo lodo la libertad; acos-tumbrado tener ea poco sus derechos, que lo compraban & vil precio los nobles, y en mu-cho el pan de cada dia y el circo y los juegos; ocioso, porque los grandes propietarios convir-tieron las tierras de labranza en tierras de pas-to, para no haber necesidad de su trabajo; mal bailado con ir |pobre clieoiel A la puerta de sus patronos, al amanecer, i recibir una mordedura del perro de la casa; DO insulto del portero, i llamar i so seor rey, nombre odia-do siempre de los romanos, para llevarse en cambio, eo la gran cazuela que le pooiaa sobre la cabeza, los restos de la comida del dia ante-rior, mezclados con las mondaduras de las fru-tas y basta con los residuos del aceite de las lm-paras, y deseando sacudir tan opresor patrona-, to, nunca fundado en el respeto debido i todos los ciudadanos, se entreg al Csar, al empera-dor, que, si no le daba libertad, tenia en cambio una ata para proveerlo de trigo , cuyo arribo era obj(>to de festejos pblicos; y tributarias de su hambre Cdrcega, Cerdea, Sicilia, el frica, la Blica, el Egipto, y abierto al pi del Aventi-00, la montaa de las tempestades, de la liber-tad, el trono plebeyo, un depsito de trigo lla-mado Annona, que tenia un prefecto y cuatro magistrados para su mejor gobierno, depsito i cujas puertas se agolpaba el pueblo despus de haber recibido su inscripcin en no sitio que se extenda entre los teatros de Balbo y de Pom-peyo,depsito en el cual estaba librada la auto-ridad de los Csares, depsito que alimentaba al pueblo, pero que tambin le envileca, no de otra suerte que la sop de nuestros conventos envileca esta raza de reyes mendigos de que se compona el pueblo espaol en tiempos del absolutismo; reyes hambrientos del Per, de un nuevo mundo no menos grande y ms rico que el mundo del pueblo romano, y que se conten-tabxn con aquella, pobre comida, con cuyo re-curso ni siquiera necesitaban fundar una fami-lia y dejaban yermas, desolados los camposque, heridos con la vara milagrossima del trabajo, hubiranle dado lo que nunca tendrn, nunca, los pueblos ociosos: la libertad y la independen-cia de su vida.

    He nombrado el trabajo. Sf? Pues he nom-brado la llaga incurable de la sociedad antigua. Por el trabajo se destrua, por el trabajo se es-piraba. O mdjor dicho, se destrua, espiraba por falta de trabajo. Aquellas gentes crean que el trabajo es un castigo, que el trabajo es un do-lor, que el trabajo es una degradacin; el traba-jo, la actividad ijioila del espritu, que hace del hombre el vencedor de la naturaleza sin ne-cesidad de mancharlo de sangre como la guerra; que inspira religioso culto al planeta de cuya sustancia son losTilameotos de nuestras carnes, los tomos de nuestros huesos; que sostiene pa-ra la vida; que trasforma los seres inanimados imprimindoles el sello de nuestra idea; que do-mea el fatalismo de la materia levantndola con el impulso de nuestra libertad; que es eo la naturaleza moral como la ley de armona en el mundo fsico, que habiendo recibido campos In-cultos y cubiertos de espinas los ha hecho her-mosos y fecundos; qne ha abierto las selvas con su hacha y allanado los montes para ofrecer ca-minos triunfales los pueblos; que ha levanta-

    do sobre el tallo la dorada espiga, y unidos los cootioeates y domados los mares, y deshilado las plantas para vestir la humana desnudez; y con-vertido las labias en cuadros, los rairmoles en estatuas, y aprisionado el rayo, y hecho el re-lmpago, humilde mensajero de nuestra pala-bra, que, perfeccionndola, fecundndola ha ele-vado la tierra como una hostia sagrada en el misterioso altar de Dios, ms digna de la gran-deza de su Creador quo en los primeros dias de la creacin, porque despide como nueva luz los rayos del inmortal espritu del hombre.

    Bl mundo antiguo no poda salvarse, porque no crea en la virtud del trabaje, porque des-preciaba el trabajo. El nico oficio que crea digno era la guerra, la explotacin del hombre por el hombre, y no la explotacin de la natu-raleza por el hombre, e su menosprecio por el trabajo nacia la necesidad eo que estaba de abandonar el trabajo al esclavo. Y como le aban-dona el trabajo, que es la vida de la sociedad, puede asegurarse que le abandonaba la sociedad tambin. Caasdo veo en aquella Roma un C-sar hastiado en el trono, una aristocracia has-tiada en sus palacios, o pueblo hastiado ea el foro, y veo qae ni Csar, ol aristacraca, ni pue-blo, trabajan, los considero destinados ala muer-te. Cuando veo el esclavo i(ue trabaja, presien-to que el esclavo es el heredero de aquella civi-lizacin, el rey que se levantar sobre las rui-nas del Capitolio. Por eso creo que la civiliza-cin moderna, que tan grande culto presta al trabajo, no est destinada perecer, como creen nuestros elegiacos neo-catlicos. Los golpes del trabajo me anuncian que no puede morir una sociedad que est continuando la obra de Oos. Pero no sucede lo mismo en el seno de Roma. All el trabajo no existia. All no haba ms tra-bajador que el eterno proscripto de la sociedad. As el dia en que fuese preciso que la esclavitud se acabara, no era posible que aquella sociedad continuase.

    Bl mismo elemento de que reciba vida era su muerte. Acercaos, acercaos conmigo las Gem-mooas, acercaos con el corazn lleno de com-pasin y de dolor aquellos abismos, porque los infelices que alK padecen son vuestros padres, vuestros progenitores, vuestra extirpe; la codi-cia romana ,les ha arrancado por la piratera, por la guerra, la patria, al sagrado suelo que se agarran las races de la vida; los ha arranca-do al hogar, al seno de una madre, los brazos de una esposa; los ha llevado la ciudad y los ha expuesto las puertas de las tabernas las puertas de ios templos, desnudos, sin respeto al pudor innato en la naturaleza humana; los hi vendido por algunos sexlercios un seor, que los tiene por ms viles que sus perros de caza, y los encierra en profundsimos calabozos donde se palpan las tinieblas, y les da menos alimento del que necesitan, de suerte que estn eterna-menta hambrientos; y los abofetea, y los escupe para desahogar so ira. y les rompe los dientes con no martillo, y los azota coa espinos, y los manda trabajar desnudos al campo sin ms raciOQ ol ms alimento que las frutas que pue-dan recoger de los rboles, y los expone al sol en una horca; y despus de haberles hecha pa-sar esta vida de amargura, de dolores infinitos, en que no hay amor, ni consuelo, ni familia, ni esperanzas religiosas, los descuartiza para ali-mentar ios peces de sus estanques, los aban-dona en las orillas del Tber, si intiles, la vo-racidad de los perros y de los cuervos, los llevji al espoliarlo de los gladiadores, doade es-piran asfixiados por los miasmas de la corrup-cin y de la muerte, maldiciendo Roma, que cree, como creen siempre los privilegiados, que sin estas grandes injusticias no puede ser su vida, cuando por estas grandes injusticias va sufrir desastrosa muerte.

    Sf, s. Ved cmo castiga el esclavo los mis-mos que lo esclavizan, y que por fia van ne-cesitarlo para todo. Bl esclavo es maestro, pre-ceptor en la casa, y mata los sentimientos de dignidad en el nimo de sus discpulos; el es-clavo hace imposible la familia, porque el joven halla en brazos de sus esclavas la satisfaccin de los sentidos y para nada necesita la satisfaccin de su alma, enterrada en el sepulcro de su cuer-po; el esclavo imposibilita el matrimonio, ofre-ciendo constante incentivo la barraganera y al coocubinaio: el esclavo ofende la moral p-blica exponindose desnudo en el teatro, pues no le est permiiido el pudor, como no le est permitido las bestias; el esclavo es el instru-mento de todos los vicios y de todos los crme-nes, porque quien no tiene libertad no tiene res-ponsabilidad, y quien no tiene responsabilidad, no tiene ley moral, y quien no tiene ley moral no tiene virtud; el esclavo guarda aquellas in-mensas propiedades, aquellas latifuodias de los patricios arrancadas al cultivo y convertidas en praderas donde no es necesario el agricultor, porqoe Catn les ha dicho que vale ms el pas-toreo que el cultivo, puesto que exige menos brazos, y que es preferible el trabajador com-prado y reducido trabajar por fuerza, al tra-bajador libre, voluntario, retribuido; errores cuyas consecuencias se sienten, se tocan todava en aquellas campias romanas, las ms hermo-sas las ms frtiles de Europa en otro tiempo, y despus, |triste fr ato del trabajo esclavol em-ponzoadas por sus marismas, por sus lagunas Pontinas, que envan sus venenosos miasmas al Capitolio, las puertas del Vaticano, miasmas qae parecen las exhalaciones que los cuerpos de los esclavos all inmolados mandan su eter-na seora, Roma, como si una injusticia per-siguiera generaciones de generaciones con su sombra, para ensear eternamente que esas cla-ses inferiores, esos gusanos que los poderosos del alando desprecala y aplastan, pueden aca-

    bar con los ms altos imperios, porque, coloca-dos en las bases de la sociedad, roen y destru-yen sus cimientos. As es que ai preguntis qu significa, filosficamente considerado el imper o social y humanamente considerado el cristianis-mo, os responder: que significan la reaccin del mundo contra el dominio de Roma, y la reac-cin del alma del esehivo contra el patricado. Por el imperio los vencidas se apoderan de las magistraturas, las razas enemigas de Roma ocu-pan su trono, y la gente de origen servil inunda las plazas eternas de la Ciudad Eterna, aguar-dando su libertad. Y esta reaccin es mayor en la esfera religiosa. El mesianismo es una espe-ranza que ha nacido al son de las cadenas en pueblos cautivos, es la religin del esclavo; y Cristo, que es el ideal de los hombres por su vi-da y por su muerte, es muy especialmente el ideal del esclavo; es an vencido de Roma; es un pobre que no tiene ana piedra donde reclinar la cabeza; es el hijo de un artesano; es el misione-ro divino que predica la igualdad religiosa, gran necesidad del esclavo; es el copsuelo de los qae padecen, de los que lloran; es el que ha venido exaltar (los hamldes y i consolar i los des-graciados; es el que va elevar sobre el Capito-lio y sobre la corona de los reyes la cruz, el pa-tbulo del esclavo; la cruz, por la cual haba corrido antes la sangre de los Espartacos; la cruz, que al convertirse en el lbaro del impe-rio, lo destruye, lo arruina, pero salva los in-felices menospreciados y vendidos que rompen las cadenas religiosas, y sienten nacer so alma, y esperan llevar ceidas sus sienes, heridas y destrozadas por el ltigo de los seores, ana eterna corona de estrellas en el cielo.

    Bl imperio y el cristianismo coadyuvaban al mismo fin, aunque por distinios medios. Bl es-clavo deba matar Roma para mostrar que to-das las sociedades perecen por sus injusticias. Cicern deca: quod lervi, tot hostes: cuantos siervos, tantos enemigos. Y mientras la gente de origen libre mora, la gf!ote de origen libre se diezmaba en las guerras sociales, en las guer-ras civiles, en el imperio, la gente de origen ser-vil se aumentaba en tales trminos, que hnbo que prohibir que vistieran su traje para qae Roma 00 pareciese ana inmensa ergstula re-bosando esclavos. La maldicin que un dia estos seres desgraciados arrojaran sobre Roma iba cum ilirse. Sus hijos, sos descendientes se agolpaban i las orillas del Rbio y del Danubio, para tomar de la seora de sus padres la ms terrible y la ms sangrienta de las venganzas. El esclavo haba sentido mil veces el peso de sas grillos en sus pes, el peso de la argolla en su cuello, y la afrenta del estigma en su frente. So dolor era inmenso, su desesperacin no tena l-mites, porque ni siquiera terminaba ms all de la tumba. Este dolor inmenso del esclavo se hizo hombre y se llam Bspartaco. Nmida de raza, ti-aeis de nacimiento, llevaba en sus venas la sangre de las gentes que Roma haba esclavi-zado con mayor crueldad.

    Venido la Ciudad Eterna, fu destinado al ms bajo y terrible de los oficios, al de gladia-dor, y alimentado de manera que tuviese mu-cha sangre que verter sobre la arena del circo. Acostumbrado los desfiladeros de sus patrias montaas, al aire libre que agita sus selvas, la vida de cazador, errar en los espacios in-mensos su antojo, su cuerpo chocaba en las paredes de su ergstula como el len enjaulado en Jos hierros de su jaula, y cada vez que vea el horizonte envidiaba el vuelo del ave, y senta levantarse en el corazn el amor de la libertad. |i)hl El esclavo con estos sentimientos demos-traba que la esclavitud no s posible sino aho-gando el alma, que guarda a eterna coociencia de a libertad. Muchas veces, en su triste sole-dad, en sus largas horas de insomnio, aquel hombre que tena algo de la fiereza de Annibal y de la altivez de Jugorta en su carcter, pen-saba que, dado su destino, tanto le iba en morir sobre la arena del circo entre gladiadores, como en los campos de batalla entre soldados. Al fin, la vida de esclavo era mil veces peor que la muerte, y la ergstula mil veces ms negra qae el sepulcro.

    Su corazn se levant una gran fortaleza, su oscurecida conciencia i la idea de su dere-cho, y sus brazos exgrimr contra Roma la espada que Roma le haba confiado para esgri-mirla entre los gladiadores, sus hermanos, en el circo. La luz de la libertad cruz por su espritu como ana revelacin celeste, y su llama se derritieron sus cadenas. Llam sns h'ermanos, les abri su alma, puso en sus manos las espadas y les gui al Vesubio, que no guardaba en s( tanto fuego como amor la libertad guardaba el alma del esclavo. Al poco tiempo las ergslulas se vieron abandonadas y solitarias, y los cam-pos de Italia llenos de siervos, .que hablan con-vertido sus cadenas en espadas.

    Espartaco quera dejar Italia y correr con aquel ejrcito su patria, para respirar en el aire de sus montaas la santa libertad, primera necesidad del espritu; pero los esclavos, cor-rompidos por los vicios romanos, preferan des-pojar sus seores de su lujo y de sus riquezas i ganar los montes y en ellos su nativa indepen-dencia. Roma, que haba vencido tantos reyes, tembl, vacil algunos momentos delante de sus esclavos. Ms miedo tuvo de Espartaco que de Annibal, porque Espartaco era un eterno Anni-bal invencible, y no poda morir mientras que-dase en Roma un esclavo. As la Ciudad Eterna en aquellos tiempos, que eran los tiempos de Pompeyo, mand sus primeros generales contra Bspartaco.

    Bst hroe, que desde el envilecimiento de la esclavitad se haba levantado la idea de la li-bertad, pele, vid caer doce mil de los sayos asa

  • CRNICA HISPANO-AMERICANA.

    alrededor, todos con la cara vuelta al enemigo; y ezf aime, sin sangre, agotadas sus fuerzas, becbo una herida inmensa desde el pi la freo-le, cnbierto de acerados dardo, fu morir so-bre uo mootOD de cadveres, mrtir sublime de la libertad y de la justicia, ms digno de ser dueo de la tierra que sus miserables seores. Craso, su vencedor, volvid en triunfo Roma, volvi entre diei mil cruces sobre las cuales agonizaban diez mil esclavos, qne al exhalar sus almas laceradas por horribles dolores, las con-densaban como inmensa tempestuosa nube so-bre la cabeza de Roma. Y en efecto, cinco siglos ms tarde, en aquella terrible noche, eterna-mente triste en la historia, cuando los hambrien-tos soldados de Alarico revoloteaban como cuer-vos al fulgor de ios incendios sobre los muros destrozados, sobre las rotas aras, sobre los mu-tilados dioses; la antigua Roma en sus agona, ail levantarla liltima mirada al cielo, deba ver como la encarnacin viva de sos remordimien-tos aquella larga procesin de saogrieotsb cru-ces, de las cuales descendan como ngeles ex-termioadores sns antiguos esclavos i aventar los cuatro puntos del horizontes sns ensangren-udas cenizas.

    EMILIO CASTELR.

    FALLO DEL TRIBUNAL DE GINEBRA.

    Los Estados-Unidos de Amrica y S. M, la reina del Reino Unido de la Gran Bretaa y de Irlanda,

    Habiendo convenido en virtud del artculo 1.* del tratado firmado y concluido en Washington el 8 de Mayo de 1871 en someter todas las re-clamaciones conocidas con el nombre genrico de reclamaciones del Aiaftomo i un tribunal de arbitraje compuesto de cinco arbitros nom-brados:

    Uno: por el presidente de los Estados-Unidos; UnO! por S. M. britnica; Uno: por S. M. el rey de Italia; Uoo: por el presidente de la Confederacin

    sniza; Uoo: por S. H. el eoiperador del Brasil, Y habiendo el presidente de los Estados-Uni-

    dos, S. M. britnica, S. M. el rey de Italia, el presidente de la Confederacin suiza y S. M. el emperador del Brasil nombrado cada nno su respectivo arbitro, saber:

    El presidente de los Estados-Unidos sir Cbarles-Francis-Adams, esquire;

    S. k. britnica al muy honorable sir Alexan-dre-James-Edmund-Coi kburn , consejero del Consejo privado de S. M. britnica, Icrdjefede Justicia de Inglaterra;

    S. M. el rey de Italia S. E. el seor conde Federico Sclopis de Saterano, cabillero de la drden de la Annnciatia, ex-mioislro de Estado, senador del reino de llalla;

    El presidente de la Confederacin suiza al Sr. Jacques Stsempfiir;

    S. .M. el emperador del Brasil i S. E. el seor Marcos Antonio de Araujo, vizconde de Itajuba, grande del imperio del Brasil, Individuo del con-sejo de S. M. el emperador del Brasil y su en-viado extraordinario y ministro plenipotenciario en Francia;

    Y habindose reunido los cinco arbitros su-prainsertos en Ginebra (Suiza), en una de las salas d|f las casas consistoriales en 15 de Di-ciembre de 1871, en conformidad con el ar-ticulo 2.' del tratado de Washington de 8 de Hayo del mismo ao, y habiendo procedido al { examen y verificacin de las actas de sus res-pectivos nombramientos y encontrdolas en toda regla y debida forma;

    El tribunal de arbitraje se declard constituido. Los agentes nombrados por cada ana de las

    dos partes contratantes en virtud del mismo art. 2.1 i saber:

    Por los Estados-Unidos de Amrica al seor Sr. John C. Baneroft Davis, etquire;

    Y por S. M. britnica. Charles Stuarl Anbrey, lord Tenterden, par del Reino Unido, oficial de 1 muy honorable drden del Bao, subsecretario de Estado, adjunto para los negocios extranje-ros, coyos poderes fueron tambin hallados en toda regla y debida forqia, entregaron entonces cada uno de los arbitr* las Memorias impre-sas, redactadas por cada ana de las dos partes y acompaadas de los documeolos, de la corres-pondencia efieial y de otras pruebas sobre la caales se funda cada una de ellas, tode con ar-reglo al art. 3.* del susodicho tratado.

    En virtud de la resolucin adoptada por el tribunal en la primera sesin, ios agentes res-pectivos de las dos partes entregaron al secre-tario del tribunal, el 15 de Abril de 1872 en la sala de conferencias de las casas consistoriales de Ginebra, las contra-Memorias de que se ha-bla en el art. 4." del susodicho tratado.

    El tribunal, en conformidad con el aplaza-miento acordado en su segunda sesin celebrada el 16 del mes de Diciembre de 1871, se reunid de nuevo en Ginebra el 18 del mes de Junio de 1872, y el sgeute de cada una de las dos partes entregd cada uno de los arbitros y al agente de la parte contraria el alegato mencionado en el art. S.* del tratado.

    El t'ibunal, despus de haber tomado en con-ideracion el susodicho tratado, las Memorias contra-Memorias, docnmenios, pruebas y alega-tos, suprameociooados, as( como tsmbien otras comunicaciones que le han sido hechas por las dos partes en el decurso de sns sesiones y des-pus de haberlas imparcial y atentamente exa-minado;

    Ha decidido lo que se consigna en el presente auto.

    Vistos tos artcnlos 6 y 7 del susodicho tra-tado;

    Considerando que los arbitros tienen el deber, en virtud de dicho art. 6, de conformarse en la decisin de las cuestiones que les han sido so-metidas, las tres reglas que en l aparecen enunciadas, y & los principios del derecho de gentes que sin estar eo desacuerdo con esas re-glas, sean reconocidos por los arbitros como aplicables en el caso;

    Considerando que las debidas diligeneias de que se habla en la primera y la tercera de di-chas reglas deben ser ejercidas por los gobiernos neutrales en razn directa de ios peligros que podran resultar para uoo y otro de los belige-rantes si por su parte fallaran al cumplimiento de los deberes de neutralidad;

    Considerando que las circunstancias en medio de las cuales se produjeron ios hechos que son asunto de la causa eran de tal naturaleza que debieron despenar toda la solicitud del gobier-no de S. M. britnica ea lo que respecta ios derechos y los deberes de la neutralidad procla-mada por la reina el 13 de Mayo de 1861;

    Considerando que lascou^ecueucias de la vio-lacin de la neutralidad cumiHda por la cons-truccin, equipo y armameoiu de un buque no desaparecen en virtud del hecho de una comi-sin gubernamental que posteriormente diese ese buque el beligerante en beneficio del cual se quebrante! la neutralidad;

    Que es, en efecto, inadmisible que la causa fi-nal del delito se convierta en motivo de la ab-solucin del delincuente y que de la obra de fraude realizada salga el medio de exculpar al fraudulento;

    Considerando que el privilegio de exterritoria-bilicJad concedido los buques de guerra, no se ha introducido en el derecho pblico como un derecho absoluto, sino nicamente como un proceder de cortesa y deferencia entre las na-ciones, y que no puede ser invocada para cubrir actos contrarios la neutralidad;

    Considerando que la ausencia de previo aviso no puede ser considerada como una falta en las consideraciones que prescribe el derecho de gen-tes, all donde el navio implica con su presencia su propia condenacin;

    Considerando que para atribuir les abasteci-mientos de carbn un carcter contrario la se-gunda regla, qne prohibe que los puertos 6 aguas neutrales sirvan de base de operaciones navales alguno de los beligerantes, es preci-so que dicho abastecimiento se relacione con circunstancias particulares de tiempo, de per-sonas y de lugares que concurren para atribuirle ese carcter;

    Atendido, por lo que respecta al buque llama-do el Alabama,

    Que todos los hechos relativos la constrnc-cioa de este buque, designado primero con el nmero 290, en el puerto de Liverpool; su equipo y armamento en las cosus de Terceira medio de los buques el AgripinayeiBahanuipor salidos de Inglaterra, resulta claramente qne el gobierno de la Gran Bretaa descuidd hacer las debidas diligencias para el mantenimiento de los deberes de su neutralidad, puesto que, pesar de las reclamaciones y avisos semi-oficiales de los agentes diplomticos de los Estados-Unidos durante el carao de la construccin del 290. dicho gobierno no tom en tiempo til ninguna medida conveniente, y lasque tom al fio para hacer capturar dicho buque, por lo tardas no pudieron ser cumplidas;

    Atendido que las medidas adoptadas despus de la evasin de dicho buque para hacerle per-seguir y capturar fueron tan Incompletas que no dieron ningn resaltado y no pueden ser consideradas suficientes poner en salvo la res-ponsabilidad en que incurrid la Gran Bretaa;

    Atendido qne, pesar de las infracciones de la neutralidad de la Gran-Bretaa cometidas or el 290. este mismo buque, conocido ya por el Alabama, crucero confederado, fu repetidas veces ailmitido en los puertos de las colonias britnicas, cuando se hubiera debido proceder contra l en todos los puertos sometidos la ju-risdiccin britnica donde se hubiera encon-trado;

    Atendido que el gobierno de S. M. britnica no puede justificar la falla de la debida diligen-cia alegando la insuficiencia de los medios lega-les de que poda disponer;

    Cuatro de ios individuos de este tribunal por estos motivos y el quinto por motivos particala-res, son de parecer:

    Que la Gran-Bretaa ha faltado por omisin los deberes prescritos en la primera y tercera de las reglas establecidas en el art. 6 del tra-lado de Washington.

    Atendido por lo que respecta al buque lla-mado Florida, que de todos los hechos relati-vos la construccin del Oreto en el puerto de Liverpool y su salida de este poerto, hechos que no produjeron el empleo por parte de las autoridades britnicas de las medicas propias para impedir la violacin de la nentralidad de la Gran Bretaa, no obstante las reclamaciones y avisos reiterados de los agentes de los Estados-Unidos, resulta qne el gobierno de S. M. brit-nica descuidd asar de las debidas diligencias pa-ra el mantenimiento de su neutralidad;

    Atendido que de lodos los hechos relativos la permanencia del Oreto en Nassau, su salida de este paerto, al alistamiento de so tripulacin, i su abastecimiento, y su armamento con ayu-da del buque Ingls Principe Alfredo, en treen Cay, resulta que hubo nellgencia por parte de las satoridades coloniales britnicas;

    Atendido que, no obstante las lofrarciones de la neutralidad de la Gran Bretaa cometidas por el Oreto, este mismo buque, conocido ya como el crucero confederado Florida, fu repetidas veces admitido libremente en los puertos de las colonias britnicas;

    Atendido que la exculpacin judicial del Ore-to en Nassau no puede librar la Gran Bretaa de la responsabilidad en que incurrid en virtad del principio del derecho de gentes;

    Atendido que el hecho de la entrada del Flo-rida en el puerto confederado de Mobile y su permanencia de cuatro meses en ese puerto, no puede destruir la responsabilidad en que incur-ri la Gran-Bretaa;

    Por estos motivos, por mayora de cuatro votos contra uno, es de parecer que U Gran-Bretaa ha faltado por omisin los deberes prescritos en la primera, en la segunda y en la tercera de las reglas establecidas en el artcu-lo 6 del tratado de Washington.

    Atendido por lo que respecta al buque ShS-nandoah, que de todos los hechos relativos la partida de Londres, del buque marcante Sea-King y la trasformacion de este buque en el buque de guerra llamado el Shenandoak, cerca de las islas de Madera, resulta que no se puede acusar al gobierno de S. M. britnica de haber descuidado hasta entonces el empleo de las de-bidas diligencias para el mantenimiento de los deberes de sa neutraiidnd;

    Pero atendido que de lodos los hechos rela-tivos la permanencia del Shenandoah en Mel-bouroe, y en particular del aumento clandesti-namente verificado en su tripulacin, segn confiesa el mismo gobierno britnico, resulta que hubo negligencia por parte de las autorida-des britnicas:

    Por estos motivos el tribunal es de parecer por nnanimidad:

    Que la Grao Bretaa no ha faltado ni por accin ni por emisin los deberes que impo-nen las tres reglas enunciadas en el artculo6. del tratado de Washington ni los reconocidos por los principios del derecho de gentes que no estn en desacuerdo con dichas reglas, en cuanto se refiere al buque llamado el Shenan-itdoah, anteriormente su entrada en el puerto de Melbourne;

    Y por mayora de tres votos contra dos: Que la Gran Bretaa ha faltado por omisin

    los deberes enunciados en la segunda y ter-cera de dichas reglas, por lo que respecta al mismo buque posteriormente su entrada en Hobson's Bay, y que es reuponsable de los ae-los cometidos por este buque despus de su partida de Melbourne el 18 de Febrero de 1865.

    Por lo que respecta los buques llamados Tuscalvosa (tender*del Alabama), Clarence, Ta-eony, Archer [tender del Florida),

    El tribunal es de parecer por unanimidad que los tender* baques auxiliares deben ser considerados como accesorios, deben seguir forzosamente la suerte de los baques principa-les y ser sometidos las mismas decisiones que recaen sobre estes;

    Por lo que respecta al buque llamado Reri-bution,

    El tribunal, por mayora de tres votos con-tra dos, es de parecer que la Gran Bretaa no ha faltado ni por accin ni por omiiion los deberes enunciados en las tres reglas de ar-lculo 6.* del tratado de Washington, ni los reconocidos por los principios del derecho de gentes que no estn en desacuerdo con las re-glas susodichas;

    Por lo qne representa los buques llamados Georgia, Sumner, Noshville, Tallahass, Chi-tckamanga,

    El tribunal opina por nnanimidad que la Gran Bretaa no ha faltado, ni por accin ni por omisin, los deberes enunciados en las tres reglas del art. 6.* del tratado de Washlng-ton, ni los reconocidos por los principios del derecho de gentes que no estn en desacuerdo con las reglas susodichas;

    Por lo uue respecta los buques llamados So//ie, Jefferson Davis, Musie, Boston, Y.H. Joy,

    El tribunal ha opinado por nnanimidad que debia eliminarlos de sus deliberaciones, por falta de pruebas;*

    Por lo que respecta la demanda de iodem-nlzacion, presentada por los Estados-Unidos,

    El tribunal, considerando que los gastos de persecucin de los crnceros confederados de-ben confundirse con los gastos generales de la guerra sostenida por los Estados-Unidos, opi-na, por mayora de tres votos contra dos, que no h lagar adjudicar los Estados-Unidos ninguna suma titulo de indemnizacin por este concepto.

    Considerando que para establecer una indemr nizadon equitativii de las prdidas sufridas, es preciso apartar las reclamaciones dobles y no admitir las reclamaciones por fletes como no re-presenlen el flete neto;

    Considerando que es justo y razonable otor-gar intereses en una proporcin equitativa;

    Considerando que. segn el espritu y la le-tra del tratado de Washington, es preferible adoptar el sistema de la adjudicacin de una suma total recurrir al sistema de referencias al consejo de asesores, previsto en el art. 10 de dicho tratado, para las discusiones y delibera-ciones ulteriores, haciendo uso del poder que le confiere el art. 7.* de dicho tratado;

    EI tribunal, por mayora de cuatro votos contra ano, adjudica los Estados-Unidos la suma total de 15 millones y medio de dollars, en oro, ttulo de indemnizacin, qne deber

    pagar la Gran Bretaa por todas las reclama-ciones sometidas al tribunal, conforme las es-tipuiaciones de dicho art. ?.*;

    Yiconforme al art. 6.* de dicho tratado, el tribunal declara entera, absoluta y definitiva-mente arregladas todas las reclamaciones meo-cionadas en el tratado y sometidas al tribunal.

    Declara adems que cada una de dichas re-clamaciones, ora le baya sido no notificada, hecha, presentada 6 sometida, es y queda de-fiaitlvamenie arreglada, anulada y en losuce-sivo inadmisible.

    Eu fe de lo cual, el presente auto de decisin ha sido expedido en doble original y firmado por los arbitros, que le hao otorgado su asentimien-to, todo en conformidad con el art. 7.* del su-sodicho tratado de Washington.

    Dado y deliberado en las Casas consistoriales de Ginebra (en Suiza) el dcimo cuarto dia del mes de Setiembre del ao de Nuestro Seor mil ochocientos setenta y dos.

    Firmado: C. F. Adame.Firmado: Federico C/opi.Firmado: SBinp^i,Firmado; vizcon-de de tajuba.

    LITERATURA ESPAOLA.

    JUAN DE LA CUEVA.

    A nadie debe sorprender qae Sevilla, opulea-ta metrpoli en los romancescos tiempos rabes, emporio de bellezas y tesoros en la Edad M dia y mansin de delicias en loe de Hhora, sea la cuna de nuestros ms selectos pintores y poetas. En el siglo xvi florecieron ms que nunca un iofinlda de escritores eo aquella ciudad, qun la Espaa y aun la Europa misma admiran, y aun-que no enteramente coetneos, se puede decir que gradualmente aparecieron, y que los nom-bres de la Cueva, de Herrera, de Rioja, de Ar-gole, de Juregui y de Argujo, han llegado poseer el merecido tributo de la inmortalidad.

    NI pudiera concebirse otra cosa; un pueblo que, embriagado con el traspirante aroma de sus vergeles, y plantos, sus dulces auras, sus tiernas cantinelas y sus seductoras mujeres, se ve arrullado por las auras de un rio tan memo-rable eo lo pasado, que envuelve tantos recuera dos histricos y pasa lamiendo las verdes prade-deras que le sirven de cauce para irse perder en el Ocano; un pueblo noblemente preocupa-do con sns monumentos artsticos, su alczar, sus palacios, su gran mezquita y sus torres arabescas; un pueblo, en fin, que recostado so-bre un lecho de verdura agita en su seno todas las ilusiones de la naturaleza y del amor, tiene que hacer despertar cada instante en sus hijos Imgenes risueas y vivas, que hacerles admi-rar las grandes hazaas de sus guerreros y con -quistadores, tiene que hacerles cantar sus belle-zas y tradiciones; en ona palabra, tiene que ser la patria de sensibles poetas y profundos pin-tores.

    En Sevilla, pues, y eo el siglo xv al xvi na-c Juan de la Cueva, da familia ilustre, como lo denota su apellido, cuyos padres, aunque no poseedores de una fortuna inmensa, tenan lo suficiente para dar su hijo una buena educa-cin, cual requeran aquellos tiempos, que pro-dujo excelentes resultados; pero hay historiado-res que aseguran que la edad de diez y seis aos sas versos llamaban ya la atencin y se lean en los coliseos de Sevilla. Sus profundas miradas, estatura elevada, sa robustez, su ca-beza, que se disiinguia por ser algn tanto pro-minente, y sobre todo, su aspecto, aunque no-ble y halagfleo, spero, meditabundo y pensa-tivo, daban i entender que posea un alma elevada y fcil de impresionarse de imgenes he-roicas. No es personaje de quien se refieren ra-ras y novelescas aventaras; los historiadores ca-llan, y nosotros, al ignorar sa vida privada, po-demos deducir del espritu de sus eicritos, que era rgido observador de la verdad y ms aan de las reglas del arte, como en sus composicio-nes se demuestra.

    Sus obras publicadas son muchas. Las Poe-sas lricas, sus comedias y tragedias, el Coro Tibeo de romance historiales, el poema pico titulado La conquista de la Htica, y el Arte po-tica, en verso, etctera, son una muestra del fecundo numen de nuestro autor. Mis aun son sns obras Inditas; muchas de ellas existan, pero la mayor parte no se han impreso y otras se han perdido.

    Analizando su poema intitulado La conquista de la Blica, la obra quiz ms importante de este poeta, observaremos si es acreedora que se la encomie, si lo es solo nuestra severa crtica. Grandes bellezas, y muchas de ellas ini-mitables, vemos en esta obra esparcidas, pero mezcladas con deformidades, depravacin de gusto, y sobre todo con la introduccin de far-sas ridiculas eo el poema, que vienen asimi-larlo una piedra preciosa de inestimable m-rito, aun no despojada de las partculas que le impiden dar luz y brillantez.

    El objeto del poema es sublime, elevadsimo, acaso no cantaran con tama justicia sus h-roes Lucano en su Farsalia, Camoens en sus Zusiadas, ni Tasso en su Jeruiaen; pero no es-t desempeado cual merece; decae con frecuen-cia el inters cuando esperamos ver una accin brillante y atrevida, y en general las escenas son descrias con frialdad. Elogiar el valor cas-tellano, excitarlo la pelea contra losagarenos, derrocar su tirnico poder, arrojarlos de la An-daluca, de ese suelo tan envidiado en todos tiempos, es ana idea valiente y propia de un verdadero poema.

  • LA AMERICAAO X^VI.NUM. 18.

    Juan de la Cueva, que siempre procur imi-tar i Ovidio, DO consignid ea su poema aproxi* marse siquiera al poea quien tomaba por mo-delo, ni auQ nuestros siempre medianos poe-tas picos. El liroey los guerreros forman mal contraste; sin embargo, Botaib y la varonil Torfira, aquella mujer entusiasta, son superio-res los dems personajes. La Conquista de la Blica, si no rene los elementos de un verda-dero poema, posee una prodigiosa entonacin, aun cuando algunas octavas estn llenas de Tulgardades. Tampoco hay que olvidar que Juan de la Cueva escriba cuando la poesfa ya^ cia en un lamentable trastorno, y jams quiso es-cribir sin reglas; por lo que dicho poema debe colocarse en el nmero de nuestros mejores cantos picos, pues A una profundidad y senci-llez en las formas extremadas, rene una bella versificacin, superior en algunas parles i la Araucana, un gnero descriptivo ameao, sobre todo en la batalla naval del Guadalquivir, y un buen gusto en las comparaciones.

    Su Arle Potica, en verso, es bstanle bello; en l descubre Cueva su genio emprendedor y de reforma, razn por la cual es cornado entre los poetas novadores inventores de la poesa ex-trictamente cdmica. Mucha prudencia descubre, y i ms de esto imparcialidad al describir el mal buen gusto de nuestros poetas. Juan de Mesa por sus altos conceptos, Garci-Saocbez por la dulzura de sus pasiones, Baltasar Alczar por los epigramas, Lope de Rueda por la gracia, merecen sus imparciales elogios.

    Sus comedias son buenas; las podemos consi-derar como arregladas al arte; el leitro de la farsa, de la pantomima y del enredo que inau-guraron Lope de Rueda y Navarro, lo reformd notablemente; sus esfuerzos consiguieron, aun-que unidos los de otros poetas de aquel tiem-po, levantar el teatro cmico espaol del abati-miento en que yaca, puliendo el drama y des-nudndolo del clasicismo y rudeza que tenia.

    Sus iragediaii estn bien acabadas: las cuatro de que teneoios noticias, tituladas Los siete tn -fantes de Lara, La muerte de Aya Tilamon, La mutrte de Virginia y Apio Claudio y i prn-cipe Tuano, renen una accin teatral bella, nna versidcacion correcta. Sus poesas lricas no son notables, pues confunde y no describe los personajes que en ellos intercala.

    Foalmenie, la Cueva eocontrd un teatro cor-rompido, y le did nobleza y majestad, en cuya reforma, aunque procur imitar Tasso, no lo consigui. Reform todo lo que pudo; hizo bas-tante para su siglo.

    MANDEL NUEZ DE PRADO.

    EEGICIDIO FRUSTRADO.

    Causa formada oon notiTO dal atentado contra S. M. el rey en la noche del 18 de Julio de 1872, en la calle del Arenal.

    PROCESADOS.

    Manuel Pastor y Fernandez. Flix Garca Botija. Luis Alba y Carranque. Fermn Venero Flores. AntDo Almendariz Parra. Enrique Ducazcal las Heras. Jos Losada. Del primer reconocimiento practicado inme-

    diatamente despus de la ocurrencia por el juez de guardia, resulta: que habiendo pasado la Costanilla de los Angeles, esquina la del Are-nal en la acera izquierda de aquella, se hall un grupo de guardias municipales, de orden pbli-co y paisanos. Hchose paso el juzgado, encon-tr un hombre tendido en el suelo en posicin supina, con la cabeza prxima la pared de la izquierda de la Costanilla de los Angeles que pa-reca sin vida; vesta chaquetn, pantalones rayas y botas; presente en aquel acto el mJico D. Eulogio Cervera, que se puso en seguida i disposicin de S. S., dispuso el seor juez que se le reconociera, lo que verific acto seguido, de cuyo reconocimiento result que tenia las lesio-nei siguientes: una herida de proyectil lanzada por la plvora que manifestaba ser de entrada en la parte posterior de la oreja izquierda pene-trando en el crneo por la apfisis mastoides; otra herida tambin de proyectil con los carac-teres de entrada sobre la parle esterna y supe-rior de la tetilla izquierda cerca del hombro; otra herida tambin de proyectil sobre la parte media de la espalda; todas estas heridas mani-festaban ser penetrantes y haber producido la muerte instantnea. No encontrncfose heridas con seales de salida de proyectil, fu de pare-cer el facultativo que han quedado en las cavi-dades: el relacionado sugeto pareca tener unos cincuenta aos de edad, pelo escaso y casi blan-co, dos cicatrices en la cara, adems estaba re-lajado pues tenia un braguero; se le reconocie-ron adems los bolsillos del trsge y se le encon-tr considerable nmero de balas, balines y pis-tones, una navaja pequea, una cuerda de unos cinco roKmeiros de dimetro, su longitud un par de varas prximamenie, un pauelo al pare-cer de hilo, cuadros encarnados, para la na-riz, plvora envuelta en un papel, un duro en-Tuelt en otro, algunos cuartos, y seis ms en un rincn del chaL|ueton,

    Consiiiuido el juez del distrito D. Manuel Cor-ts, en el gobierno civil de la provincia, donde haba sido trasladado por los agentes de la au-orldad uno de los individuos que fueron apre-

    hendidos, procedi recibir las declaraciones de los testigos presenciales, cuyo i-esultado es el si-guiente:

    Francisco Amores, de la ronda judicial de-clara, que dicha noche entre once y once y me-dia de ella se encontraba de s rvicio con su compaero Emilio Reina en la calle del Arenal, ms arriba del cat de Levante, y frente unas casas nuevas, cuando oyeron tiros detonacio-nes hacia la plaza de Priin, y escapando cor-rer & dicho sitio se encontraron con un hombre que tambin venia corriendo en direccin opuesta con rewolver en mano, y tratando de detenerle le dispar un tiro qoe no le dio, y seguida le tir sus pies la citada arma que re-cogi al momento, y siguiendo tras de l y aquel corriendo, uj guardia de orden pblico le tir un uro y le deiuvo; y con varios de sus compa-eros que por aitl lambieu estaban de terviciu y un grau nmero de gente que deca no le mata-ran, le condujeron & este gobierno de provincia.

    Emilio Rema, de la roada judicial dice, que estaba con su compaeru Jos Snchez esta no-che d las doce menos cuarto, cerca de la puer-la de la fonda de las Cuatro Naciones, calle del Arenal, cuando oy uua detonacin en la parte acera opuesta U la calle, unos veinte pasos del que habla, dirigido al coche de SS. MM. que pasaban en aquel momento: que se lanzaron en seguida al puuto de donde parti, y quiso de-tener & uo sugeto que tenia un retaco en la mano, cuyo sugeto ech mano un rewolver y dispar los seis tiros, pegando hiriendo i su compaero Snchez, y acto seguido tir el re-wolver: que el que habla le quit el retaco, eo cuya ocasin logr evadirse, siendo detenido por uu guardia Ue orden pblico y conducido este gobierno: que el sugeto deten do tenia toda la barba, llevaba gabn y sombrero redondo, no pudieadu determinar qu guardia fuese el que detuviera al sugeto citado, adviniendo que el retaco es el mismo que presenta en este acto, as como varios cartuchos que tambin force-jeando se le cayeron al agresor sin duda al sue-lo, y que su compaero Amors se hallaba ms arriba que el declarante.

    Jos Antonio Snchez, de la ronda judicial dice, que estaba de servicio con su compaero Reina en la calle del Arenal entre el caf de Le-vante y la fonda de las Cuatro Naciones en esta noche las once y media prximamente tres cuartos para las doce, cuando vio que un poco ms arr.ba estaba sentado en el suelo- un esca-ln de una puerts, que se levant muy poco como con un brazo debajo de la chaqueta de modo que pareca esconder alguna cosa; que se tes hizo sospechoso y se dirigieron l liempo que pasaban SS. MM.; cuando en el propio mo-mento smteron una detonacin ms abajo, por lo que se lanzaron en seguida al punto de don-de haba partido y all vieron un hombre de bar-ba cerrada y gabn, que tenia eo la mano un retaco y al que agarr en seguida su compae-ro Reina, pretendiendo quitarle dicha arma, con cuyo motivo el expresado sugeto sac un rewol-ver, le tenia ya en la mano, y dispar un tiro, hiriendo al declarante ligeramente eu la espalda; que no vio si ei rcwoiver le tir al suele se qued con l; que ayui Reina en su defensa con el sugeto expresado, pegando un palo con el bastn que llevaba el que habla; que despus que vio que el hombre del retaco estaba ya se-guro, pues su compaero Reina pareca que se apoderaba ya de l, march hacia dnde en el momento de cojer dicho sugeto, haba oidootras detonaciones. Hizo observar ei declarante que tenia en el gabn la seal del tiro que habla re-cibido, y reconocido por el escribano observ que tenia dos rasgaduras en el expresado gabn en la parte izquierda y un agujero un poco ms en el centro de la espalda.

    Enrique Hidalgo Soriano, guardia nm. 238 de orden publico dice, que en esta noche prxi-mamente las doce de la noche, estando de ser-vicio en la calle del Arenal con su compaero Isidro Provencio, Vieron venir el coche de SS. MM. cerca del cual bajaron: que al lle-gar los coches de SS. MM. frente i la Costa-nilla de los Angeles, vio que ua hombre de bar-ba larga y gabn, se ech un retaco la cara y dispar los coches donde los reyes venan: que acto seguido se ech l un compaero vestido de paisano, llamado Reina, secundndole i po-co el declarante, y aquel le ech mano al retaco; que el eoioaces atacado sea el hombre de las oarbas sac un rewolver y empez disparar hasta el ltimo tiro, despus de lo cual le arro-j al suelo; que Reina consigui arrancarle el retaco, despus de lo cual el sugeto dicho pre-tendi evadirse, pero siguindole el que habla le cogi muy poco junto i una puerta, unin-dosele despus algunos otros guardias y condu-ciendo al aprehendido este gobierno; que de-be advertir que el declarante cuando el sugeto de las barbas disparaba su ^ewolver, dispar tambin tres tiros del suyo, no sabiendo si heri-ra no alguno; que el primero que lleg al sitio de la ocurrencia cuando el declarante dispa-r el ltimo tiro, fu el inspector de seguridad pblica del Centro, D. Jos Garca, y se apode-rdei.

    A los efectos que procedan debe advertir que en la verja de la escalinata frente i la misma y la primera hora de la noche habla reunidos varios sugetos, y entre ellos reconoci al de las barbas, y les hizo retirar del sitio colocndose prximo ste: que recordara ai sugeto dlas barbas si le viera, y tambin el trabuco que se arranc por Reina i aquel.

    Pustole de manifiesto el trabuco entregado por Emilio Reina dijo: que es el mismo que es-te recogi y cree sea tambin el con que te dis-par el primer tiro.

    El parte dado por el gobernador de la provin-cia, con motivo de este crimen, dice textual-mente:

    *Gobierno de provincia. Madrid.Secreta-ria.Criminales aprehendidos, Manuel Pastor y Fernandez.

    Anoche las nueve fui llamado la presiden-cia del Consejo de mioisiros.

    Ea presencia del seor presidente del Consejo de ministros, el de Estado me manifest, que las ocho y meda de a misma se haba presenta-do en su casa el Excmo. Sr. D. Juan Bautista Topete, revelndole que, por conducto de uo amigo de su confianza, saba que haba el pro-psito de atentar en aquella noche misma i la vida de S. M. el rey.

    De acuerdo con los seores presidente del Consejo y ministro de Estado, tom las medidas de precaucin que exiga la prudencia y las de vigilancia que correspondan i mi autoridad: y, efttctvameote, las doce y cuarto de la noche, cuando S. M. el rey regresaba su palacio des-de los jardines del Retiro, en carruaje abierto y bcompaado de 3. M. la reina y de un ayudante de campo, pasado el caf de Levante en la calle del Arenal, un grupo de asesinos dispararon la vez contra SS. MM. las armas de fuego de que iban provistos, siendo en el acto aprehendi-dos unos, y perseguidos los dems hasta reali-zar su captura eou las armas en la mano por les dependientes de mi autoridad.

    Uno de los asesinos fu muerto en la lucha; algn otro ha sido herido, y heridos han resul-tado tambin dos de mis agentes.

    Para que V. E. proceda la formacin del oportuno proceso, me apresuro dirigi're este parte dndole cuenta del hecho, cuyos detalles ampliar i medida que tenga de todos ellos co-nocimiento.

    Para fortuna de todos, esto horrible atentado no ha respondido al criminal propsito de sus autores y ni SS. MM. ni el ayudante de campo que les acompaaba han sufrido la ms pequea lesin.

    En este gobierno de mi cargo y disposicin de V. S. quedan detenidos con incomunicacin los criminales aprehendidos.

    Dios guarde i V. S. muchos aos.Madrid 19 de Julio de 1872, .4 la una de la madruga-da.Seor juez de primera instancia de guar-dia.

    Declaracin del Bxcmo. Sr. D. Juan Bautis-ta, Topete.Ame los seores juez y promotor compareci, previo recado da atencin el exce-lentsimo Sr. D. Juan Bautista Topete, y habien-do sido interrogado respecto i los particulares que con refereucia al excelentsimo seor minis-tro de Estado, se encierran en la comunicacin del excelentsimo seor gobernador de esta pro-vincia de fecha de boy, y que hacen relacin S. E., despus de haber prestado el correspon-diente Juramento con arreglo 4 Su clase, oontes-l: que es cierto que poco ms de Jas ocho de la noche de ayer se present al excelentsimo se-or ministro de Estado, y le revel efeuiivamen-te que, por conducto de un amigo de toda su confianza y respetabilidad saba existir el pro-psito de atentar eo aquella misma noche la vida de S. M. el rey.

    Preguntado qu genero de indicaciones se le hicieron sobre el particular por su amigo y quin fu ste, contest: que serian poco ms menos las siete de la tarde cuando la citada persona de toda su confianza y respetabilidad se present en su casa y conmovida le manifest que, debi-do una causa puramente providencial, haba odo una conversacin entre varias personas, por la cual se haba formado la ntima persua-sin de que en aquella misma noche se atentara i a vida de S. M. el rey; que tal era su persua-sin, de que no ser esto cierto l crea estar bajo la presin de un momento de falta de fa-cultades Intelectuales, pues lo que habla odo era para creer una otra cosa; conociendo el seor declarante la sensatez y recto juicio de la persona quien alude, comprendi la gravedad del caso, y como esa persona deseaba, como el declarante, salvar toda costa la preciosa vida de S. M. crey en deber y en conciencia acercar-se al Excmo. seor ministro de Estado, por ser el individuo del gobierno que ms cerca tenia, & participrselo y cumplir con el dicho deber y mandato de la couciencia de ambos. Que al po-nerlo en conocimiento del expresado seor mi-nistro de Estado, le recalc la respetabilidad que le mereca la revelacin del expresado su-geto, saliendo ntimamente convencido de que dicho seor ministro se aprestaba desde luego tomar las medidas que creyese convenientes para evitar tan horroroso designio; pero en cuanto decir el nombre de la persona, por el momento no lo puede manifestar sin estar auto-rizado para ello por el mismo interesado, lo cual tratar de lograr, pues comprende en toda su extensin lo necesaria que es la declaracin per-sonal de dicho seor, asegurando que si esto tie-ne efecto se personar ante el juzgado para am-pliar su declaracin en dicho sentido.

    Habiendo asistido'en su anterior manifesta-cin pesar de las reflexiones que en favor de la buena administracin de justicia le fueron he-chas por S. S. encarecindole la necesidad de revelar el nombre de la persona aludida, pues quiz ello pudiera servir para el total esclareci-miento de los hechos que se persiguen, el seor juez dio por terminada esta declaracin, previ-niendo al declarante que tan luego como ad-quiera la autorizacin que espera, lo ponga en conocimiento del juzgado sin dilacin de ningu-na especie.

    En este estado, el seor promotor fiscal ma-nifest al seor juez qup consideraba conve-niente que se explcase al Excmo. Sr. D. Juan

    Bautista Topete los dos extremos que obliga la declaracin judicial, sea el deber en que es-t de decir al juzgado no solo la verdad de los hechos por que se procede, sino todo lo que se-pa respecto de los mismos y nombres de las personas de donde hayan procedido las noticias, por existir de por medio uo delito en cuya per-secucin est iatereaado todo ciudadano y mu-cho ms ios funcionarios pblicos, y ante el que debe ceder toda otra consideracin, requirindo-le nuevamente dicho seor por una,

  • CRNICA HISPANO-AMERICANA.

    BREVE RESEA escrita por un aflcionado

    ACERCA DE LA. LITERATURA ESPAOLA CONTBMPORANEA.

    I. Al que tratase de buscar una poca

    anlog^a en su esencia con la marcha y vicisitudes de los principales ramos del saber en lo que va de siglo, creo que ningruna pudiera ofrecerle nuestra cr-nica literaria tan aparejado como la que abraza los ltimos aos de los Reyes Ca-tlicos hasta dar fin al reinado de Feli-pe II. ^ .

    Con efecto, ambas ricas en sucesos prsperos y adversos, frecuente en una y otra el trasieffo de los naturales de la Pennsula pases poco menos .que ig-norados, en los cuales tenan desde lue-go qua entablar tratos y cambios de ideas, peregrinas por lo desconocidas, modificando asi las propias para traer-las, ataviadas con el halageo atracti-vo de la novedad la irresistible lgica de la conveniencia, tomar carta de ua-uraleza en su tierra natal, causas eran ms que suficientes para elevar la ima-ginacin y que las letras abriesen cami-no hasta el grandioso horizonte que un prisma fascinador presentaba cual re-sumen del bien infinito.

    S con la conquista de Granada, ane-xin de Navarra y reincorporacin de^ Portugal se consum en el siglo xvi la grnnde obra de la unidad espaola, y hubo una reina de feliz ingenio, segn prueban algunas cartas que de ella se conservan, que dio las ciencias y le-tras la importancia merecida, en cuya honrosa tarea la secund posteriormente la inflexible entereza de Felipe de Aus-tria, porquemal que les pese nove-listas y dramaturgosgran protector del saber fu tan exclareciJo monarca, y no despreciable literato l mismo; si esto aconteci por entonces, tambin en el siglo XIX Espaa ha variado comple-tamente su existencia politica.^y otra reina de igual nombre que la primera si-gui incansable las huellas de su augus-ta madre, y los varones ilustres por sus conocimientos cobraron aliento con la proteccin real, y aun medios alcanza-ron de llegar serlo, merced la rega munificencia, los que daban esperanzas de poderlo ser.

    Es cierto que la literatura actual ha encontrado formado el lenguaje hasta un punto que parece._imp.osible mayor perfeccin, manejado por quien tiene do-tes para ello, cosa que no sucedi los escritores del siglo xvij pero en cambio la servil imitacin los autores extran-jeros, arrigada por espacio de casi cien aos entre nosotros, tenia viciado de tal manera el gusto literario que ha sido menester una lucha constante, no exen-ta de sinsabores y disgustos, para vol-ver por los fueros de nuestro legitimo clasicismo, y no sabr decir s lo hemos conseguido. Jovellanos, Melendez Val-ds, Moratin y Garca de la Huerta mu-rieron sin tener esta satisfaccin, por la que tanto se desvelaron.

    Mucho pudiera aadirse al ligero pa-ralelo que solo indicamos manera de Introduccin la breve resea objeto de este mal hilvanado artculo; el asunto es grande, el tiempo corto y escasas nues-tras fuerzas; por eso le dejamos para pluma de ms vagar y mejor cortada, no ser que algn dia caigamos en la ten-tacin de tratarle con ms espacio, por aquello de que hay empresas que aun intentadas honra el acometerlas, por la dificultad que llevan consigo.

    11-Sabido es que durante el reinado de

    Carlos III goz la literatura de amplia li-bertad, en todo aquello que no llevara sombra de oponerse las prerogativas reales, ofrecindose el caso raro de pro-clamarse Mecenas de los sabios un sobe-rano ms aficionado disponer un ojeo que saborear las delicias de un buen li-bro; pero lo cierto fu que la ilustre pl-yade de notables escritores que en su reinado se dieron conocer llevaba tra-zas en el de su hijo y sucesor de conser-var las letras la robustez y buen tono adquiridos. As sucedi los principios, hasta que, asustados los ministros de Carlos IV con los exceSos de la revolu-cin francesa, y creyendo que la libertad de escribir pudiera propagar en Espaa las perniciosas mximas traspirenaicas, strecharon el anterior ensanche, hasta

    el punto de suprimir publicaciones de peridicos tan inofensivos que rayaban en Cndidos inocentes. Pero el impulso estaba dado; vivan la mayor parte de los hombres de aquel tiempo, cuyos es-critos en todo gnero honrarn siempre la literatura espaola; haba entre ellos quien puede decirse aprendi leer en la Enciclopedia, y no faltaba alguno dis-tinguido con la amistad y corresponden-cia de los enciclopedistas de ms nota.

    En tal disposicin comenz nuestro siglo su carrera, muy sosegada en apa-riencia, pero abrigando en su seno los grmenes de agitacin violenta que j)ronto le conmovieran, en trminos que an no podemos calcular la hora ni mo-do en que hallar reposo.

    Sin embargo, era muy escaso el n-mero de los que apetecan reformas en el viciado organismo social, y la crisis se venia encima de callada, por ms que la inmensa muchedumbre, ciega por el error, como siempre suele estarlo, ni aun en sueo se imaginara hubiese ma-nera de poner un escrito en letras de molde sin la censura de la Suprema, la licencia del Ordinario, tasa de los seo-res del Consejo, y otras varas gabelas y trampantojos que constituan la publi-cacin de un libro en el expediente ms enojoso y cansado que pudiera discurrir el curial de mayor prctica en diligen-cias y expedienteo. Igual indiferencia y contentamiento reinaba acerca de la li-teratura an general, con notable desden hacia las obras eminentes publicadas aos anteriores.

    En cuanto las religiosas no haba nada que decir, gracias nuestros mu-chos inimitables escritores ascticos, pesar de que, entre ellas, solia darse la preferencia las de mayor efecto; por ejemplo, Lo temporal y eterno, del P. Nieremberg; La luz de la fe y de la ley, el David perseguido, etc ; mientras la Imita-cin de Cristo, las Obras de Fr. Luis de Granada y otras de reconocido mrito apenas si por tradicin eran conocidas. Si se trata de ciencias y filosofa no fal-taban algunos, aunque muy raros, que pudieran dar cuenta de las Recreaciones fsicas, del P. Almeida; pero aun todava eran ms escasos los lectores del Evange-lio en triunfo, del famoso Olavlde, que circulaba por entonces y se prohibi al poco tiempo. Algo ledos eran tambin Campomanes, Jovellanos y Melendez Valds. Del ltimo sobre todo, y ms que su clebre Alegacin fiscal en la causa del asesinato do Castillo, agradaban las be-llas anacrenticas, tan apropiadas los almibarados amantes de aquella edad, que juzgaban ver en su dulce enemiga una Filis con su palomita, Clori con el blanco corderllo.

    Fuera culpable olvido no citar dos re-vistas peridicas, exclusivamente cono-cidas de los eruditos, el Memorial litera-rio y la Minerva miscelnea critica.

    La reforma del teatro puede contarse desde entonces, y si bien los misera-bles engendros que Comellas titulaba co-medas se daba la preferencia sobre El Caf, El viejo y la nia, La mojigata, de Moratin, El Pelauo, de Quintana, y El delincuente honrado, de Jovellanos seguan en boga los dainete.s de D. Ramn de la Cruz, gracias los perfectos cuadros de costumbres, en que no poda menos el pueblo de reconocer su acabado retrato.

    Con respecto las obras originales de recreo que se disputaban el favor geno-ral, la posteridad las ha condenado jus-tamente al olvido, y no tratamos de que-brantar su fallo; pero en cambio la fama de las tremebundas novelas de Ana Rad-clffe y las Tardes de la Granja, de Ducray Oumiuil, ambos autores traducidos al castellano, ha llegado hasta nosotros, como tambin la fatdica alucinacin que ejercan las primeras en el nimo de nuestros progenitores. Verdad es que ha-ba entre ellos quienes daban la preferen-cia los Cuentos trtaros la Historia del rstico Bertoldo, que no faltaba en ninguna casa bien arreglada; ms deja-mos por resolver la razou de esta varie-dad de opiniones, cambio da tratar asuntos de mayor inters.

    As las cosas, la invasin francesa vi-no cambiar el pacfico letargo de la sociedad espaola en activa y sobrehu-mana excitacin que, aunque trasmitida con lentitud, influy en la parte litera-ria, segn iremos tratando de poner en claro; bien entendido que siempre hare-mos referencia tan solo la generalidad, pues los hombres de verdadera cultura

    en todo tiempo han sabido distinguir el mrito, sin dejarse llevar de falsos oro-peles.

    m. Nada diremos hasta llegado el ao

    1814, pues mal se aviene el fragor del rudo batallar con el apacible silencio ne-cesario para el estudio. Ojal pudise-mos igualmente pasar por alto que, des-pus de lanzado el extranjero del suelo sagrado de la patria y restituido su trono el rey legtimo, comenz para Es- j paa un perodo vergonzoso de intole-rancia literaria, en que la cualidad de sabio era una especie de sambenito que de un momento a otro poda convertirse en verdadero signo de persecucin sin trgual

    La malicia suspicaz de aquellos impla-cables censores hall motivo para lanzar el entredicho contra producciones, no solo tenidas como de sana doctrina, sino respetadas largo tiempo por toda clase de personas. Habr quien crea que La vida es sueo. Rey valiente y justiciero, la Numancia, etc., se contaron en este n-mero? Causa de Inquisicin era leer El s de las nias, y sugeto hemos conocido quien le cost una visita del Santo Oficio conservar un ejemplar, y gracias la prudencia de los encargaaossea dicho en honra suyano pas adelante el asun-to, contentndose con una severa repri-menda y recoger el libro. En tal situa-cin, no parecer extrao que nicamen-te El Procurador General de la Nacin y del Rey, La Atalaya de la Mancha, peri-dicos notables por su desbocado realis-mo, y otros impresos del mismo jaez campasen por su respeto, en unin de los artculos en prosa y verso que el fa-moso D Lucas Alemn y Aaruado publi-caba, ya sueltos, ya en el Diario de Ma-drid , amenizado adems con algunas composiciones del pastor Rabadn.

    En medio de tan oscura sombra brilla-ba como aurora, nuncio de mejores dias, el genio potico de D. Juan Bautista Ar-riaza, insigne poeta, mulo digno de Melendez Valds, quien supera en mu-chas ocasiones. Su notorio amor al sobe-rano y los excelentes versos que compu-so en elogio suyo le libraban de toda sospecha. Conocidas eran tambin las magnficas odas de Quintana, que Tir-teo y Herrera pudieran adoptar como su-yas; ms no era posible hacer gala de tanta erudicin sin riesgo de adquirir fama de espritu fuerte, y con especiali-dad es seguro que nadie se hubiera atre-vido recitar aquellos versos de su oda la Invencin de la imprenta Ay del alczar que al error fuadaroa! etc. sino entre amigos ntimos y lo ms cer-ca posible del odo.

    Seis aos rugi deshecha la borrasca, al fin de los cuales apareci la luz con tan fulgente resplandor, que muchos ce-garon deslumhrados, cerrando otros los ojos al brillo fatal, en que se imaginaron descubrir el principio de voraz incendio.

    IV. Restablecida la Constitucin de 1812,

    y con ella libre la prensa de censuras y gabelas, aparecieron como por ensalmo, se imprimieron propagaron obras que, semejanza de los misterios de Menfis, y no se yo s con ms dificultad, solo pa-ra un corto nmerp de iniciados estaban guardadas. El espritu de las leyes, de Montesquieu, El contrato, de Rousseau, La lgica, de Condillac, circulaban en manos de todos, sin estraeza, hasta con afn , como huspedes quienes se aguarda y cuya presencia satisface.

    Merced la completa libertad que go-zaba la imprenta, corran entre la juven-tud, tolerados si no permidos, libros que ganara mucho en desconocer. La nueva Elosa, La religiosa, de Diderot, Las rui-nas, los Cuentos de Casti, las Cartas per-sianas y hasta las infames qovelas El ba-rn de Foublas y Amistades peligrosas se pusieron en moda y fu de mal tono ig-norarlas. Era un raro espectculo con-templar tanta grandeza y tanta miseria, tan rico caudal y tanto fango literario!

    Apenas los ingenios espaoles tenan tiempo para otra cosa que para agotar sus esfuerzos en traducciones y escritos polticos, do circunstancias la mayor parte; nicamente en la prensa peridica daban seales de vida sosteniendo, en-tre otras publicaciones importantes, La Miscelnea, El universal, El Imparcialv El Espectador. Nos duele, en verdaa, contar entre ellas el clebre Zurriago, de

    tan grosero estilo y conceptos como fe-bril exaltacin, y quien se dyo sostena Fernando VII, si no de otra manera, comprando cientos los ejemplares No disfrutaba tan buen aire La Tercerola, peridico de la misma ndole, aunque cont siempre por millares los aficiona-dos.

    El teatro sigui constantemente en su refonna, emprendida en tiempos ante-riores. A consecuencia del nuevo sistema pudieron ejecutarse muchas obras pro-hibidas por la suspicaz censura. Los dis-tinguidos actores Rafael Prez, Caprara, Guzman, la Gertrudis Torre, la Virg y algunos otros discpulos del malogrado Maiquez supieron interpretar con maes-tra tragedias tales como Numancia, Ro-ma libre, Virginia, y otros dramas como Penelon, Los templarios, Juan de Calais, etc., sin contar las infinitas composicio-nes de actualidad que no han merecido sobrevivir los acontecimientos. El p-blico llenaba de continuo los tres coli-seos que entonces haba en Madrid, y en las provincias no era menor ia concur-rencia.

    Pero estaba escrito que haba de ser corta semejante prosperidad.

    V. La Santa Alianza destruy el sistema

    inaugurado en Cdiz, y con su caida re-nacieron para la imprenta los dias de tribulacin. Apresurmonos decir que el Santo Oficio no se volvi restable-cer, y que, pasados los primeros excesos de la reaccin, no tuvo sta el carcter brutal que la distingui en 1814 Los cen-sores eran todo lo buenos que podin ser en iguales circunstancias, y no estarn dems algunas palabras acerca de ellos, ya que tanto les han desfigurado los au-tores, vctimas de una ley cuyos intr-pretes procuraban hacerla menos abru-madora.

    El P. Fr. Jos de La Canal, agustino calzado, continuador de La Espaa sagra-da, era un sabio de instruccin slida y vastsima, profundo helenista y versado en lenguas orientales: l estaba enco-mendada la revisin de las obras de filo-' sofa y ciencias, y nadie con justicia, atendido su noble carcter, hubiera po-dido recusar el fallo de varn tan autori-zado.

    Mucho distaba el padre mnimo Fer-nando Carrillo, censor de teatros y nove-las, del mrito de su compaero La Ca-nal; mucho tambin han ridiculizado su persona escritores contemporneos, pin-tndole cual un resumen de estupidez; pero es lo cierto que existen obras ano-tadas por l con intencin de aclarar pa-sajes dudosos, en cuyas anotaciones se percibe juicio recto, buen estilo, y sobre todo deseo de no causar perjuicio, dejan-do salvo su conciencia y los deberes que le impona el cargo que desempeaba.

    La prueba de que no era tan desespe-rada como se ha querido suponer 1^ si-tuacin de nuestra literatura, la encon-tramos en algunas obras de verdadera importancia que se publicaron entonces.

    Refugiado en Extremadura . Jos Quintana, huyendo de las iras del go-bierno absoluto, dio la ltima mano su preciosa Coleccin de poesas selectas cas-tellanas, tesoro cual ninguno de su clase para conocer las bellas joyas de nuestro Parnaso. Solamente la introduccin que la precede y las observaciones crticas que la ilustran, seran bastantes reco-mendarla como digna de singular apre-cio.

    Poco tiempo despus public su Vida de espaoles clebres, en la cual trata de vindicar los conquistadores de Amrica de las imputaciones de crueldad y fana-tismo con que algunos extranjeros han procurado calumniarlos. Cuya idea re-sume en los dos versos siguientes de su Oda la propagacin de la vacuna: Su atroz codicia, su ioclemente saa Crimen fueron del tiempo, y no de Espaa.

    Por aquel entonces vino llenar un vaco inmenso la traduccin de la Histo-ria universal, del conde Segur, aadida y continuada hasta nuestros dias por D. Alberto Lista.

    Con citar el nombre de tan distingui-do literato queda hecha la apologa del mrito de la obra.

    No le tuvo escaso, atendida la misma poca en que se dio luz el Diccionario geogrfico de Miano; empresa difcil para las fuerzas de un solo individuo, que honra sobremanera su laboriosa cons-tancia.

  • 6 LA AMRICA.AO XVI.NM. 18.

    Por fin, D. Flix Torres Amat, obispo de Astora-a, terminaba su excelente tra-duccin de la Biblia, al paso que se da-ban al pblico las Obras completas de Buf-fon, perfectamente impresas, con lmi-nas iluminadas y planos indispensables para inteligfencia del texto.

    Aun teniendo en cuenta que nica-mente citamos algunas de las publica-cioaes dignas de mayor aprecio, no era grande su nmero, y monos el de Jas originales; pero se reciban con inters por toda clase de personas, notndose aficin la lectura y deseo de instruirse en la sociedad que pocos aos antes mi-raba casi con desdn al que de erudito calificaba, cual fenmeno divertido

    Sara alegrar una sobremesa si era capaz e improvisar una mala redondilla. Dejaron de estar en uso los cuentos de

    subterrneos y aparecidos; el Bertoldo se releg las cocmas y antesalas, siendo los autores favoritos el conceptuoso Cha-teaubriand y el caballeroso D'Arlincourt, por de contado en la parte que merecia absolucin de la censura. Compartan con estos el favor general Mad. Cottia, la presuntuosa autora de Corina; y en los ltimos aos el nunca bien ponderado Walter Scott, que vino causar una re-volucin en la novela con sus hermosos romauces, tan llenos de verdad histrica como de gracia y magnificencia.

    No debemos olvidar un peridico se-manal que, con el ttulo de Correo Lite-rario y Mercantil, se publicaba por aquel tiempo, con grande aceptacin pblica, merecida con justicia por las curiosas noticias que iusertaba, alternando con buenos artculos, debidos algunos la

    luma de D. Jos Joaqun de Mora, don lariano Jos de Larra (Fgaro) y otros escritores notables.

    Ya debe suponerse el lector que la his-toria poltica contempornea seria nula en la dcada que vamos analizando, y no se equivocar si as lo imagina. Mu-cho circul los principios una compila-cin de las noticias insertas en la Gaceta, traduccin arreglo, porque de todo te-nia cierta obra, que su hlvauador quiso titular Historia de la revolucin de Fran-cia. 1 que la consultara hizo ms que perder el tiempo: le emple mal; pero era lo nico que se permita en su gne-ro, y con ello haba que satisfacerse.

    Tampoco en el teatro se conoci me-jora, sin embargo de que algunas bue-nas obras de D. Dionisio Sols, Gil y Za-rate y Bretn, representadas por actores inteligentes, contribuan sostenerlos dos nicos y casi siempre desiertos coli-seos de Madrid.

    Pero la sociedad est en marcha: con ella van las ideas nuevas que Dios ha de-termiuado esparcir travs de las na-ciones para su bien su castigo: pronto en la nuestra deba trocarse de nuevo la estrecha pendiente en que, tropezando cada paso, marchaba el entendimiento por anchuroso y despejado camino, sin otro riesgo que un fcil extravo que ha-ga olvidar al viajero su verdadero punto de partida.

    IV. A semejanza que de abundoso campo,

    agostado por una larga sequa, brotan de improviso fragantes flores y regala-dos frutos, si una mano inteligente le-vant las compuertas al benfico raudal que por largo tiempo corri desaprove-chatk). as en Espaa, el ao 1833, albo-reando apenas las reformas polticas, se vio al ingenio tomar vuelo, elevarse, caer veces desvanecido hasta rozar con ol polvo, en disposicin que fuera impo-sible seguir su agitado y mal seguro curso sin emplearen ello libros enteros y un caudal de memoria y crtica que nos confesamos muy ajenos de poseer. Por esta razn y hallarse en la mente de to-dos la historia de este perodo de nuestra literatura, solo citaremos los autores y las obras ms expecales de ella, lo sufi-ciente completar los ligeros apuntes que vamos llevando trmino.

    No qued abolida la censura desde un principio, pero fu tolerante ilustrada, en disposicin de parecer ms bien gua

    Srovechosa que receloso fiscal del enten-imento. Prueba de ello se vio en uno de los primeros libros que tuvieron pu-blicidad en aquellas circunstancias.

    Queremos hablar de la Historia del le-vantamiento, guerra y revolucin de Espa-a, del conde de Toreno, obra que satis-fizo los crticos ms severos, con sumo contentamiento de los amantes de la pu-reza en el bien decir, que juzgaban im-

    posible hubiera quien reuniese la filo-sofa de los hechos, exigida por la mo-derna escuela, la concisin, energa y fascinador estilo con que brillaron los analistas del siglo de oro de la literatur