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Roger L. Casalino Castro
1
La Calle me Dijo:
¡Sí!
Escapando de Casa
Roger L. Casalino Castro
La Calle me dijo … Sí
2
Todo lo que se presenta en la presente
Página Web – www.rogercasalino.com – los
textos, poemas y canciones, son propiedad
exclusiva del autor y queda protegida bajo el
amparo de la Ley de los Derechos de Autor. La
Biblioteca Nacional del Perú tiene copia de todo
cuanto en esta página web se presenta.
El Autor
Hecho el Depósito Legal
Biblioteca Nacional del Perú
Roger L. Casalino Castro
3
PRÓLOGO
La Calle me Dijo Sí, es una historia que tiene la virtud de
introducir progresivamente al lector en el mundo de los
protagonistas permitiendo una perfecta simbiosis con sus
emociones. Junto con la agilidad de la narrativa -estas son
probablemente- algunas de las características que se
perciben y se admiran en la corta, pero fructífera, labor
literaria de Roger L. Casalino Castro.
El autor se introduce en el mundo de los niños de la calle
–a quienes indiscriminada, y despectivamente esta sociedad
ha condenado con el “logo” de pirañitas- y utilizando cinco
capítulos con nombres que reflejan el contenido secuencial
de cada uno de ellos : La Teta, La Calle, La Lucha, La
Marginación, y La Consecuencia, muestra – al igual como
hiciere en otras obras – la otra cara de la medalla, la faz que
La Calle me dijo … Sí
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normalmente no se observa, es decir, la lucha íntima de los
niños que la sociedad que margina no conoce, la versión que
no condena anticipadamente, sino que los muestra como
seres que en el sub-mundo en que viven, tienen – al igual
que cualquiera de nosotros - sus propias reglas, desazones y
esperanzas.
Julián y el Gatito Montés, es un cuento corto e interesante
que se inserta como parte de la narrativa, en el que se puede
reconocer reflexivamente, la relación entre la inocencia de
un niño que va descubriendo el mundo y las reacciones de
un pequeño animal, para lo cual utiliza frases como: “no era
consciente que los animales cuando se molestan enseñan los
dientes, mientras que las personas los muestran cuando están
alegres”.
El Viaje de la Sandía, es otro cuento que también se inserta
para, inteligentemente despertar inquietudes positivas en los
protagonistas de la historia. Se observa la facilidad con la
cual la pluma de Roger nos hace conocer hechos sencillos y
cotidianos de la vida que son vividos intensamente por sus
personajes y que pueden pasar desapercibidos por aquellos
que no lo son, lo cual nos deja una interesante enseñanza
respecto que cada uno vive lo suyo con su propia intensidad.
La mezcla de la prosa con la poesía para reforzar una
determinada situación es otra de las virtudes de Roger
Casalino, esto lo muestra magistralmente - cuando escribe
en el capítulo relativo a La Calle una poesía a la cual
denomina Orfandad “Una lágrima me recorre la mejilla,
horadando tristemente mi niñez; abandonado solamente por
nacer, como resultado de una noche de placer, sin esperanza
de llegar a la vejez, bajo un sol que para mí... no brilla...”.
Roger L. Casalino Castro
5
MBA, Econ. Miguel Ángel Díaz Saavedra.
Director Universitario de Proyección y Extensión
Universidad Tecnológica del Perú.
La Calle me dijo Sí
Voy a enfrentar cada cobarde que me acosa,
voy a enfrentar la voracidad del ciudadano,
hay intereses que mancillan al hermano,
oprimen y avasallan porque somos poca cosa.
No soporto que me vivan presionando,
¡Quiero gritar! No me dejan decir ¡No!...
Sé que hay un Dios bueno que sí me perdonó
cuando fui por las calles caminando.
La Calle me dijo … Sí
6
Veo los niños al pasar, en cada esquina,
un bebé en brazos, una herida sin curar,
sucios ellos, sucia la ropa, la cara sin lavar,
que terrible es la sociedad que los margina.
Un temblor nos atemoriza y arrebata
cuando salimos a las calles desarmados,
adonde abundan delincuentes desalmados,
de uniforme, de blue jean y de corbata.
Se nos induce a modelos importados,
a que aceptemos las cosas porque sí,
mas en la calle, la calle nos dio el sí,
al salvarnos de vivir siempre agachados.
Grita reclamando impuestos el Estado,
la sociedad impone: arbitrios, serenazgo;
tv, cable, celular, y ¡Que viva el compadrazgo!
agua, luz, multas y sanciones al contado.
Los bancos abren cuentas, listos a “cargar”,
todas cuestan gastos, portes, movimientos,
Tarjetas de Crédito, bonos y otros cuentos,
“Préstamos Blandos”, que son duros de pagar.
Todo luce tan lindo, de lujo y carmesí,
que lo veo como en las fábulas de Esopo,
“están verdes”, ¡No soy zorro, no soy topo!
salí a la vida, adonde La Calle me dijo Sí.
Roger L. Casalino Castro
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LA CALLE ME DIJO SÍ
I
La Teta
Inocente y crédulo, creí haber llegado a un mundo bello y
hermoso pues en él me sentía muy cómodo. Antes fui
inmensamente feliz en el vientre de mi madre, y aún después
de nacer, acurrucado al seno de ella me deleitaba en sus
olores. Complacido sentía el contacto de esa piel cercana a
la teta, la que siempre pródiga, cálida y suave, estaba a mi
disposición.
Cómo me encantaba rozar mi cara contra la suya tratando de
retenerla para sentir ese agradable aliento cálido para estar
unido a ella en un coloquio silencioso, pues el cordón
umbilical que nos unía, simbólicamente permanecía intacto
La Calle me dijo … Sí
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manteniendo entre nosotros una relación sublime y
poderosa.
No tenía razón alguna para suponer que ese maravilloso
estado, interrumpido apenas por mi llanto, -el que por lo
general era provocado por una razón extraña que pretendía
romper el vínculo sereno de la maternidad- pudiera terminar.
Sin embargo, comencé a ver, a escuchar y a sentir el áspero
roce de la incoherencia de las palabras y el juego
despreciable que se hace con ellas. Debido a ese malévolo
juego, empecé a “no” comprender.
Es así como, ante la inconciencia de los demás, que
suponían que yo no entendía nada de lo que sucedía a mi
alrededor e ignoraban mi presencia, algunas palabras
empezaron a producirme un resquemor inquietante. Dije
antes que comencé a “no” comprender. Cómo comprender el
enfrentamiento entre el poder de las palabras contra el poder
de los hechos; el poder de una caricia contra el de una
bofetada; cómo comprender el poder de un “dime cariñito”
contra el poder de un “cállate carajo”
Mi esponja cerebral aún no distinguía entre lo que va y lo
que viene o entre lo que sube y lo que baja, ya que, desde la
posición en la cual me encontraba, daba lo mismo si iba o
venía o si subía o bajaba, por lo que tristemente me inicié en
el proceso de ser un homo sapiens antes de ser un homo
erectus.
En aquel momento, todo se limitaba al “ojos miratus manus
palpatus”, es decir, a mirar y a sentir la inquietud de tocar
para ver cómo son, y en mi inocencia, tratar de comprender
las cosas. Cuando comenzó mi vida en familia, cuando como
punzantes espinas me acosaron las primeras dudas, cuando
Roger L. Casalino Castro
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traté de establecer comparaciones entre las personas y las
cosas, o entre el perrito de la casa y mi papá, comenzó
también la dificultad de vivir los problemas ajenos.
Lo bueno de esa vida preliminar en familia, era que aún
estaba integrado a las tetas de mi madre, y a que con cierta
libertad podíamos comprendernos sin hablar, con una sola
mirada. Me podía regocijar en el afecto de sus manos y ser
feliz en el cariño expresado a través del calor de sus caricias
o transmitida con una mueca, que siempre dulce, afloraba
como parte de una sonrisa agradable que se hacía poesía.
Podía expresarle sin recelos la más hermosa de las palabras:
“mamá”, mucho antes de poder decírsela.
Comenzaba la vida, y sin yo saberlo, ingresaba al juego
sucio de sus vicisitudes. La luz se iba haciendo más clara
ante mis ojos y podía escuchar mejor, pero de pronto, me di
cuenta de que las cosas podían moverse y que cuando trataba
de tomarlas entre mis manos se resbalaban y que al caer se
rompían. Entonces, cavilando inconscientemente caí en el
brutal juego de ser lo que se és, un ser humano, y por
primera vez me pregunté: ¿Por qué?...
A partir de ese momento la brutal pregunta me persiguió sin
cesar, me acosó permanentemente obligándome a buscar
refugio en las tetas de mi madre. Qué refugio más agradable,
ahí no sentía necesidad de buscar una respuesta a la
pregunta. En esa exclusividad, en la singularidad de ese
hermoso par de tetas, era feliz, tan feliz que de vez en
cuando displicentemente y como quien no quiere la cosa,
volteaba la cara y les daba una chupadita. Esta costumbre se
nos pega a los humanos por el resto de la vida, a tal punto,
que siempre andamos buscando una teta que, hermosa y
robusta, pueda emular la prodigiosa teta de nuestra madre.
La Calle me dijo … Sí
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Ellas representan la seguridad y la primera lección de amor
en la infancia.
Pasaron unos meses y la inclemencia del desarrollo natural
me obligó a abandonar el regazo y fui a dar al suelo. A
gatear y a caminar se ha dicho. Me fastidiaba enormemente
estar mojado de pichi y caca hasta las rodillas; lloraba
entonces en busca de ayuda sin que nadie me hiciera caso,
por lo menos hasta que volviera mi mamá de sus quehaceres.
Mientras tanto, todo aquello me quemaba y continuaba allí
pegado, endureciéndose mezclado con la tierra del patio y
escaldándome hasta la punta del pipí. Sentí la indignidad con
la cual la pobreza nos siembra dentro de una realidad
miserable, cruel y terrible.
A medida que mis ¿Por qué?... aumentaban, mis dolores
también lo hacían. Miraba a mi madre y me dolía que no
tuviera tiempo para mí. Con pena contemplaba cómo se
agotaba lavando, planchando y tendiendo; cocinando,
barriendo y refregando, y entre los “ando” y los “endo”, sólo
le quedaba el cansancio y en su cara podía adivinar la
tristeza de no poder atenderme. Mientras tanto yo, en el
suelo como cualquier animalito de los que habían por ahí,
me entretenía comiendo tierra o pedacitos de ladrillo.
Después de todo era rico comer ladrillo. Sabe bien.
Por lo pronto, solamente sabía que me encontraba allí, e
ignorante aún de tantas cosas, estaba limitado a sufrir la
intromisión del entorno de mi madre tratando de
interponerse entre ella y yo. Cuando me quedaba dormido,
soñaba añorando la comodidad de aquel vientre sagrado que
fuera mi residencia temporal, por ello, al despertar me
preguntaba: ¿Por qué razón dejé un lugar tan cómodo, y
ahora, heme aquí? Allá no tenía ni frío ni calor, no me dolía
Roger L. Casalino Castro
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nada, ni siquiera me tiraba pedos, tampoco tenía que
soportar esos incómodos cólicos de gases, pues me
encontraba inserto en la divinidad de la maternidad, de esa
maternidad que tanto extraño.
Los días pasaban, y aunque para mí no había mayor
diferencia, ya que tenía el privilegio de dormir y despertar a
cualquier hora, no me daba cuenta de que el tiempo no
perdona, que avanza inexorable en su carrera continua e
incesante afectando a los niños al hacerlos crecer. Aprendí
entonces a dividir los días según los “ando” y los “endo” de
mi madre, aquellos que antes mencioné, porque amanecía
barriendo, continuaba limpiando, luego cocinando y
refregando y al día siguiente lavando y planchando, para que
al final, cuando agotada terminaba durmiendo, yo
descansara también de todo lo que durante ese tiempo había
absorbido mi esponja cerebral, la que de paso, iba
llenándose de cojudeces, entre otras cosas.
Mi nuevo mundo, reducido a una habitación llena de
cachivaches donde dormíamos con mi papá, tres hermanos,
el perro y el gato y un pequeño corral que compartía con
las gallinas, pollos y cuyes, producía en mi una mezcla de
sin razón y desorientación tal que no atinaba a ver con
claridad lo que sucedía. Nosotros invadíamos el corral y los
animales invadían el cuarto.
Apenas mis hermanos se dieron cuenta que había crecido
un poco, la emprendieron conmigo y se dedicaron a
fregarme sin cesar para que los adultos se dieran cuenta que
también yo debía hacer algo para ayudar en los quehaceres
domésticos.
La Calle me dijo … Sí
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En el fondo eso fue bueno, inicié inconscientemente mi
aprendizaje sobre cómo defenderme de los porqué... de los
no se cómo... y de los no se cuanto... de tal manera que
después de las primeras palizas que, sin distinción de edad
y parentesco me arrimaron, aprendí a pegar cuando podía y
a hacerme el cojudo cuando no podía. Durante aquella
época también aprendí algo importante, aprendí que el
perrito y el gato eran mis amigos, que podía revolcarme
con ellos en el patio y comer juntos del mismo plato, por lo
que pasaron a ser para mi más importantes que el resto de
la familia.
Tal como se puede apreciar, crecía rápidamente, mas al no
poder escapar a ese hecho, una mañana que habían dejado
el portón del corralón abierto, me envalentoné y decidí
traspasar la barrera de la vecindad y cruzar la raya, salí a la
calle, y tal como se dice en el argot callejero, por la puerta
grande. En realidad salí por curiosidad, pero dentro de mí
me decía que a beber sabiduría, a respirar nuevos aires.
Todavía no tomaría licor pues eso se aprende cuando se va
a patear pelota en otro barrio... para después terminar
pateando latas.
Me gustó la calle en general, eran muy largas, llenas de
muchachos pateando todo lo que encontraban en el suelo;
habían otros con las manos en los bolsillos –decían que
hueveando- algunos peloteaban y de repente, dejaban la
pelota y corrían a ver a uno que tenía una bolsa de plástico
que se la ponía en la nariz y boca, como para respirar,
entonces los demás se la pedían prestada y así
sucesivamente todos querían hacer lo mismo. Pude
observar que la mayor parte de los chicos del barrio se la
pasaban corriendo detrás de los carros jalando lo que
Roger L. Casalino Castro
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podían a la gente que iba en ellos. Todo eso, al parecer, era
muy divertido.
De pronto sentí un jalón por los hombros, era mi papá,
quien sin decir una palabra, me dio un lapo en el poto que
me quemó hasta el pipí y con una carasa de amargo, me
guardó en la casa en una actitud de esas que llaman de
castigo. Debe ser, porque de un empellón me aventó hasta
el fondo del corral.
Durante varios días no pude cruzar el portón. Ante esta
circunstancia, me dediqué a fastidiar a los animales
utilizando todas las mañas que había aprendido en la
vecindad, hasta que mi mamá me aplicó un jalón de orejas
de esos que te mueven hasta el espíritu, mientras
remeciéndome la cabeza me iba diciendo: “a-los-a-ni-ma-
les-se-les cui-da y no se-les mal-tra-ta... ¿has en-ten-di-
do”? . Los humanos a la miércoles, hay que proteger a los
animales. Creo que mi mamá tenía razón.
Un buen día... día que nunca jamás podré olvidar, llegó
una tía del sur cargada de cosas. Trajo bastante fruta, un
poco para la casa y el resto para vender. Era muy cariñosa,
lo que se dice: buena gente y estar con ella me resultaba
muy agradable. Sin duda ese fue un día de buena suerte,
quise a la tía desde que la vi.
Recuerdo como si fuera ayer, que una noche sacó un librito
que guardaba en su bolso y diciéndonos: “ésta noche les
voy a contar un cuento para que duerman bien y no tengan
pesadillas”, nos puso al frente, acomodó sus polleras y
comenzó a leer.
La Calle me dijo … Sí
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Julián y el Gatito Montés
Había una vez un niño gracioso y curioso cuyo nombre era
Julián. Él, a pesar de sus tiernos años, acostumbraba a
levantarse muy temprano para salir a jugar en la parte
delantera de la casa, la que construida sobre una pequeña
loma dominaba el campo donde todo era lindo, verde y
lleno de flores. El frente lo constituía una terraza o corredor
en cuya parte central del techo colgaba un rústico farol en
el que cada tarde se colocaba un lamparín como medio de
iluminación para dar paso a la tertulia familiar
acostumbrada, momento en el que podían disfrutar juntos
la caída del sol con toda la belleza y magnificencia del
atardecer. Era un momento sublime, quizá el más
placentero del día, pues disfrutaban del espectáculo
hablando de las cosas buenas que les habían sucedido
durante ese día.
Una mañana, el pequeño Julián, impulsado por ese espíritu
inquieto e investigador que poseen los niños, bajó de la
terraza al jardín y se encaminó por el sendero que iba hacia
el río. Atraído e intrigado por el murmullo de la corriente
se dejó llevar por la natural curiosidad, y sin darse cuenta,
de repente se encontró en la orilla, justo allí, donde algunas
piedras sobresalen de la arena que, aún húmeda, se explaya
hasta el pie del monte -bosque ribereño- formado por
cayacasos, chilcas, sauces y guacanes que mezclados con
algunas matas de mangle, retama, y cañabrava, se
entrelazan formando una enmarañada arbolada que sirve
como defensa natural de los terrenos de cultivo.
El monte se encontraba a la espalda del pequeño Julián,
quien tímido y a la vez displicente, observaba como el
Roger L. Casalino Castro
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caudal de las aguas turbulentas discurría entre las rocas
creando algunos pequeños remolinos y borbollones,
mientras en la orilla, a sus pies y mojándole la punta de los
zapatos, apenas si producían unas olitas insignificantes y
graciosas.
Él había logrado llegar hasta el río sin saber cómo, sin
darse cuenta de lo que hacía pues era su primera incursión
o escapada fuera de los límites de la casa, mas lo cierto es
que ahora escuchaba con despreocupación el ruido sordo
que producían las piedras que arrastraba el agua. De
pronto, ingresó a un estado de hipnosis sugerido por la
quietud del ambiente y el discurrir de la corriente, y quedo
sumido en una posición de ausencia, abstracción y
abandono de sí mismo, entonces se quedó inmóvil mirando
fijamente el espectáculo que le ofrecía el río.
Absorto como estaba, pudo sin embargo, escuchar un débil
maullido que lo distrajo de ese encanto, entonces fue
cuando Julián, con curiosidad volvió la mirada y se dio
cuenta que un pequeño gatito -de color romano- venía
caminando hacia él. Cuando ambos se encontraron y se
miraron cara a cara, el gatito se asustó y corrió hacia el
monte. Después de un rato, al notar que Julián, que en un
principio había quedado decepcionado al ver que el gatito
se alejaba, permanecía quieto sentado sobre una piedra, se
acercó tímidamente como aceptando que él formaba parte
del entorno.
Esbozando una sonrisa, Julián pretendió acariciarlo, pero el
pequeño gatito montés hizo un instintivo gesto de rechazo
enseñándole los dientes, actitud ésta, que a su vez, produjo
en Julián una sensación de temor haciendo que, al dejar de
sonreír, escondiera los suyos.
La Calle me dijo … Sí
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Julián, por su corta edad, no era consciente de que los
animales cuando se molestan enseñan los dientes, mientras
que las personas los muestran cuando están alegres, cosa
que tampoco sabía el gatito montés.
Pues bien, el gatito montés de nuestro relato, al ver que
Julián no le enseñaba los dientes, supuso que no estaba
molesto, y Julián por su parte, como el gatito le enseñara
los suyos, supuso que estaba contento.
Ese aparente desorden en el comportamiento de cada uno
de ellos, que en el fondo ocultaba su verdadera actitud
emocional, -la inocencia de uno y la necesidad de cariño
del otro- permitió que, con las debidas precauciones, el
gatito montés se fuera acercando disimuladamente hasta
establecer entre ellos una relación ausente de temor.
Un rato después y sin darse cuenta, los dos jugaban sobre la
arena revolcándose felices y ajenos al mundo que los
rodeaba. Julián le pasaba la mano por el lomo, el gatito
montés encovaba el espinazo y luego paraba la cola, y así,
con la cola levantada se refregaba contra él ronroneando en
actitud de dar y pedir cariño.
Ambos perdieron la noción del tiempo, hasta que Julián, -
ya cansado de jugar y cubierto de arena hasta las orejas-
emprendió el regreso. Cuando llegó a la terraza de la casa,
traía cola, una cola que, de vez en cuando le decía:
“miauuu”... “miauuu”... para recordarle que estaba allí
junto a él. Una inocente relación de amistad y cariño se
había iniciado entre ellos.
Roger L. Casalino Castro
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La amistad surge como resultado de una afinidad natural o
como una necesidad común de afecto; sin embargo, es
necesario alimentarla con cariño y desprendimiento para
poder compartirla, pues en ello precisamente, en
compartirla, está la
verdadera gloria de la amistad y la razón de la satisfacción
que se siente al poder contar con un amigo, de tener un
amigo de quien recibir la gloria de una buena y franca
amistad, porque ella siempre llega con alegría.
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Pasados unos días, mi tía emprendió el viaje de vuelta al sur
y en el gran vacío que dejó su ausencia, las cosas volvieron a
ser como entes. Los maltratos de mi padre y mis hermanos
mayores se hicieron más notorios y continuos, razón
suficiente para que recordara los pocos momentos vividos
días atrás durante mi primera escapada a la calle. Esos pocos
momentos comenzaron a jalarme de las orejas y de los pelos,
a crear en mí inquietudes que antes no había sentido y a
pensar que la amistad del perro y el gato de la casa no eran
suficiente; los maltratos eran tan grandes que ya no cabían
en el corralón; ya no me sentía a gusto.
Ya no soportaba más, la calle me había fascinado. Por otro
lado, en la casa no cesaban de empujarme y fregarme la
paciencia. Constantemente me hacían cargar cosas sobre la
espalda gritándome que no las dejara caer. Los ojos me
lloraban por el refrío que tenía y los mocos se me
chorreaban, encima de todo, me hartaban de lisuras. Lo más
suave era eso de: ¡Flojonazo’e mierda, carga eso rápido que
ya eres grande!
La Calle me dijo … Sí
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El colmo llegó cuando escuché a mi papá decir: ¡Apúrate
carajo que ya tienes más de cinco años! Por el tono de voz
advertí que esas palabras contenían un raro desafío cuyo
significado no podía comprender. Aquel grito me preocupó
terriblemente; sonó a que ya era mayor de edad y que nadie
haría nada por mí. Me consolé pensando en que, la única
manera de salvar aquella situación que definía mi vida, que
rompía y ponía fin a una hermosa etapa de ella, era escapar
cuanto antes a la calle.
Sin embargo, lloré mucho recordando la comodidad y esa
sensación de bienestar que sentía abrazado a las tetas de mi
mamá, para que ahora, cuando apenas si era un poquito más
grande, tuviera que soportar el peso agobiante de aquellas
palabrejas que desde siempre me preocuparon: “no tengo
trabajo, cumple tus obligaciones, el patrón manda, el dueño
dice, falta plata, lleva carajo, trae pa’cá mierda, y otra tantas
como: chetu... hijo’e’p...” y etc. y etc... La miéchica, ahora si
que estaba fregado.
Era necesario que saliera a la calle, que caminara largamente
por ella, porque ahí es donde se puede ganar eso que llaman
plata y que sirve para comprar arroz, azúcar y pan. Claro que
sí, tenía que salir pa’ver cómo era eso.
De pronto, se abrió la puerta del corral y entró mi papá en
una “tranca maldita” – o sea: más zampado que la gran
flauta- y entonces, como una maldición que partía mi vida
en dos, lo primero que hizo al verme fue decir: ¡Qué haces
ahí muchacho’e’mierda ocioso! ¡Anda a’yudar a tu madre
con la comida que tengo hambre! Y uniendo sus palabrotas a
la acción, me dio un golpe cuya fuerza no midió por la gran
borrachera que ya era parte de su vivir, -pero cuyas
consecuencias sentí recorrer por todo mi cuerpo porque
Roger L. Casalino Castro
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prácticamente lo partió en dos- di un salto y salí en
“quema” llorando a grito pelado. Como si todo eso fuera
poco, encima, me miró y dijo refunfuñando: ¡Maricón,
llorón!
No sé cuanto tiempo lloré. Creo que hasta que me cansé y
aburrido comencé a llorar sin ganas, entonces me dije: ¿Qué
hago aquí llorando como sonso? callé, me fui a sentar en un
tronco y me puse a pensar con la cabeza metida entre las
rodillas. En ese momento de reflexión comprendí que ya
tenía uso de razón, creí poder medir las consecuencias de las
cosas y pensé en la calle como solución definitiva.
Entonces vino la parte difícil, pensé en mi mamá y pensé en
su nombre, en lo lindo que era. Lo pensé, lo imaginé y lo
pronuncié: Jacoba, las tías le decían Jobita. Lo pronuncié
nuevamente: Jacoba... Jobita y me sonó a dulce, era como un
caramelo en mi boca.
No obstante, recordé como lo pronunciaban los de la
vecindad, o mi papá cuando estaba borracho:¡Jacoba!
Sonando a desprecio, a ofensivo contrastando con la
humildad de ella, con la suavidad de su ternura, con la
fuerza del cariño que emanaba de sus pródigas tetas.
La Calle me dijo … Sí
20
II
La Calle
Al día siguiente muy temprano, esperé a que alguien dejara
abierta la puerta chica del portón y me escapé de la casa.
Caminé y caminé hasta que no pude más. Entonces, ya
cansado, me senté en la vereda y me di cuenta de que tenía
hambre. Miré a uno y otro lado, nadie me hacía caso, todos
me pasaban por encima y vi que esa gente no me daría nada.
Recordé que en mi primera salida a la calle había visto cómo
los muchachos corrían detrás de los carros pidiendo algo,
caminé un poco más e hice lo mismo que ellos, hasta que un
señor me dio una moneda de a un sol. Con ella recibí mi
primera lección de economía.
Roger L. Casalino Castro
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Me dirigí a una tienda donde había muchos panes, entré,
pedí dos panes, pagué y me dieron vuelto; a la salida de ahí
compré un plátano y todavía me quedó plata, me acerqué a
una carretilla que tenía encima dos frascos grandes de chicha
morada y naranjada, entregué lo que me quedaba a la mujer,
ella se guardó las monedas y me dio un vaso enorme de
refresco.
Mientras lo tomaba y disfrutaba de su rico sabor a maíz,
comencé a darme cuenta que todas las cosas tenían un valor
en dinero, que cuando pagaba algo tenía que pedir vuelto y
también que era importante tener unas monedas en el
bolsillo.
Envalentonado por aquel primer éxito -había ganado mi
primer dinero y había podido comer con él- seguí
correteando de carro en carro, unos me decían lisuras, otros
solamente: “quita de ahí muchacho’e mierda que me rayas el
carro”... pero algunos me dieron una moneda.
Cuando llegó la tarde, aún no tenía hambre, pero en cambio,
sí tenía unas cuantas monedas en el bolsillo. Entonces me
preocupé al pensar donde y cómo pasaría la noche. Pero
como en realidad me encontraba perdido y no sabía cómo
regresar a casa, me acerqué a una mancha de muchachos que
en una esquina hacían lo mismo que yo y me dispuse a
continuar haciendo lo mismo, pero en su compañía.
Yo era muy pequeño aún, pero en cuanto ellos -que no eran
mucho mayores que yo en edad, mas si en experiencia-
advirtieron mi presencia, me miraron y sin más trámite me
acogieron, entonces dijeron: tú quédate acá, vas a guardar
todo lo que nosotros “tráigamos”, no dejes que nadie te lo
quite, cualquier cosa que traten de hacerte, tu grita fuerte que
La Calle me dijo … Sí
22
en seguida venimos y entre todos le sacamos la mierda a
quien sea, ya sabes, nosotros seguiremos buscando más
cosas y las traeremos.
Y así, de esta manera y de un momento a
otro, estaba sentado en la vereda rodeado por un grupo de
chicos que decían que se llamaban “pirañitas”, y que me
trataron con cariño como si siempre hubiera sido parte del
grupo. Después de eso, todos contentos y abrazados nos
fuimos a dormir en una cueva que les servía de refugio, la
misma que se encontraba al pie de un barranco a la orilla del
río. La calle me había aceptado, me había dado su primer
“sí”
Ese fue el lugar, así fue cómo la calle me dijo sí; esa fue la
calle que me llamaba pidiéndome vivirla con el mismo afán
con el que antes acariciaba las tetas de mi mamá sabiendo
que no me traicionarían nunca. Esa era la calle en la que
todo suena a inverosímil e inaudito, aunque no lo sea,
porque en ella todo es posible, de bueno y de malo, de santo
y de diablo. Es allí donde la bondad y la crueldad se dan la
mano.
Ahí, en la calle, la desilusión y la desesperanza caminan
abrazadas con la ilusión y la esperanza en una dimensión
diferente, válida tan sólo para los que viven en ella. Se sueña
con un pan y con un par de zapatos viejos aunque se tenga,
en determinado momento, los bolsillos llenos de dinero.
¿Cómo entender la paradoja de la necesidad y la
conformidad, de la opresión y la complacencia? ¿Cómo
comprender la paradoja de la riqueza y la pobreza? Hay que
ser niño y jugarse la vida en la calle con mucho de valor y
desinterés para comprenderlas. Somos parte de la calle.
Roger L. Casalino Castro
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Somos tan pillos como un banquero, tan santos como un
cura, pero tan sinceros como nosotros mismos.
Mi primer amanecer en la cueva fue de sorpresa. De primera
intención, al despertar por primera vez fuera de casa, no
sabía dónde me encontraba, luego... ¡Oh real sorpresa!...
nadie me gritó ni me reclamó nada.
Uno de ellos dijo: voy a comprar chancay, leche chocolatada
y galletas pa’l desayuno, tenemos que agasajar a “Bebucho”
–a partir de ese momento esa sería mi chapa y todos me
reconocerían por ella. Nadie me preguntó nada, ni mi
nombre, ni de dónde venía ni por qué. Después diríamos que
éramos patas, porque las patas caminan juntas, paso a paso,
y es entonces cuando nos sirven para ir hacia adelante. De
esa manera la amistad se convierte en un soporte, en un
seguro.
En aquel mundo diferente, todo me decía sí, todo me
aceptaba y prometía enseñarme a sostener la unión del grupo
para defendernos de los mayores, de los abusivos y los
engreídos, y de todos aquellos que dicen que quieren
protegernos, pero sabemos que lo único que realmente
buscan es abusar de nosotros y hacernos trabajar gratis para
ellos. No nos cuidan pero nos obligan, no nos pagan pero
nos pegan. Esos son la basura, las bestias que hacen que
algunas veces extrañemos a nuestras madres.
Después del desayuno, que fue muy alegre, salimos en
mancha en busca de uno de los lugares donde
acostumbraban a jugar. Todos se divertían mucho y decían
que era mejor hacerlo así, en las calles o en los parques,
porque cuando se va a las parroquias o a los clubes la cosa
es diferente. En primer lugar, de todo lo malo que sucede
La Calle me dijo … Sí
24
siempre nos echan la culpa a nosotros, luego sacan el
reglamento y comienzan con que: ¡Oye, no hagas esto!
¡Oye, no hagas aquello! ¡No digas lisuras! ¡Cuidado con eso
que lo vas a romper! ¡No se metan ahí! Y para qué seguir si
todo resulta tan aburrido. Así uno no se divierte nada.
Nunca entendí lo que pasaba en mi casa. Mi papá mandaba a
mis hermanos a la calle, decía que iban a trabajar. Ellos
pedían en las esquinas a ciertas horas y después se dedicaban
a limpiar o cuidar carros, pero pobre de ellos si no traían la
plata que él les pedía, los agarraba a latigazos, les gritaba
ociosos y amenazaba con un chicote trenzado que él llamaba
el siete ramales; mis hermanos decían que picaba y los
dejaba rayados. Felizmente a mi no me llegó a caer con eso
porque me fui antes. Toda una cojudez, en cambio acá,
nosotros mismos somos. Tocar a uno es meterse contra
todos.
Aquel acontecimiento importante en el cual abiertamente La
Calle me dijo Sí, definió mi estadía permanente en ella sin
que me doliera haber abandonado eso que más adelante me
enteré que le decían: “hogar dulce hogar”- nunca supe por
qué- sin temores ni remordimientos.
Han transcurrido ya tres años desde que abandoné la casa,
no he tenido tiempo de llorar por mi familia, excepto cuando
las primeras noches me hacía falta mi mamá y sentí un poco
de pena, pero mis amigos se encargaron de hacerme olvidar,
ellos me dieron amistad y cariño –aunque a su modo- cada
vez que hizo falta. La diferencia entre los amigos y los
hermanos y parientes, es que los amigos unidos somos
menos egoístas, todos somos iguales y nos juntamos para ser
fuertes y defendernos, en cambio en la casa, es como si
todos fueran parientes de segunda, unos a otros se andan
Roger L. Casalino Castro
25
echando la culpa de lo que sucede para librarse de la ira del
papá, a quien le piden plata para comer y regularmente
responde con amenazas enviándolos a trabajar porque lo que
él gana no le alcanza... pa’chupar.
He aprendido mucho durante el tiempo que estoy en esto, ya
tengo ocho años y me manejo igual cuando estoy solo que
cuando voy acompañado por los pirañitas de mi sitio.
Conozco la ciudad, los micros, sus rutas y lugares, pero
sobre todo, nunca me falta plata en el bolsillo. He aprendido
a ser “mosca”, y aunque siga siendo el Bebucho para mis
patas, siempre sé lo que va a pasar antes de que suceda.
He aprendido además a reconocer a la gente, saber quienes
son peligrosos y quienes buena gente con sólo mirarlos, y
también a cuidarme de la policía, porque ésos sí son mala
gente, es necesario ser muy mosca para cuidarse de ellos.
Quieren que les demos siempre algo de lo que conseguimos
y encima nos hacen la vida imposible, sólo están a la suya;
pero cada vez que se exceden en sus exigencias, no nos
queda otro remedio que demostrarles que somos fuertes para
que no se atrevan con nosotros y nos dejen trabajar
tranquilos. Ellos saben perfectamente que cuando nos
molestamos somos peligrosos. Es mejor así porque les
damos lo que nosotros queremos y no lo que nos piden.
Algunas veces también tenemos que hacernos los chicos
buenos y vamos a las parroquias o a los clubes deportivos,
nos portamos como ellos quieren, y de paso, aprovechamos
para que nos enseñen a escribir, porque leer ya sabemos;
hemos aprendido leyendo los letreros de los “micros”, los
titulares de los periódicos y los anuncios de propaganda que
hay por todas partes, también sabemos contar la plata, en eso
sí que no nos cojudea nadie.
La Calle me dijo … Sí
26
Otras veces vamos al estadio, a popular naturalmente, ahí
donde uno se divierte y goza el partido con todas las barras y
las locuras que hacen, sobre todo cuando juega la selección.
Eso si que es mostro, cuando ganamos, todo el mundo es
buena gente, pero cuando perdemos, la pucha, nos
escabullimos y a lo nuestro.
¡Hoy es un día de Gol!
Vamos todos al estadio,
vamos que hoy juega Perú,
hoy es un día de Gol.
Vamos a gritar con fuerza,
a gritar ¡Vamos Perú!
Roger L. Casalino Castro
27
Que los muchachos lo sientan,
que luzcan la camiseta,
que la rompan, que la suden,
con orgullo y corazón,
son peruanos, son PERÚ.
Vamos muchachos, vamos,
a jugar para adelante,
que ataquen tres delanteros
y que apoyen cuatro más,
pues si se ataca con siete
y se defiende con diez
el fútbol se pone lindo.
¡Al diablo el fútbol ocioso,
un minuto vale un gol,
tu sudor vale un PERÚ!
Un canto a la selección
es gritar ¡Vamos carajo!
mientras la rompen adentro
los muchachos del Perú.
Vamos Claudio, vamos Ñol,
a jugar de punta y taco,
a jugar el fútbol de hoy,
que ruede raudo el balón
para que al grito de Gol,
repita el eco: ¡PERÚ!
Somos conscientes de que esta vida es dura, pero ya estamos
acostumbrados a ella, como también sabemos que si uno se
jode, se jodió, pero el grupo debe continuar hasta que cada
uno se vaya haciendo viejo, cosa que sucede como a los
La Calle me dijo … Sí
28
once o doce años, según la pinta de uno, entonces debe
abandonar el grupo.
Después de eso hay que ser muy habiloso para saber a que
pandilla se mete uno, aunque la verdad, yo no quiero
pertenecer a ninguna pandilla porque están llenas de
mañosos y la droga los vuelve más malos de lo que son,
todos terminan idiotas.
Yo no quiero entrarle a la droga de ninguna manera, he visto
cómo se comportan los que se drogan y también me he dado
cuenta de cómo acaban todos. Creo que aquellos que no
tienen el valor suficiente para soportar la calle son los que se
drogan, parece que esa es la forma que tienen de esconderse
de ellos mismos. Entiendo, sin embargo, que muchos van
cayendo porque los más grandes los inducen al consumo de
esa porquería o los obligan para manejarlos y sacar provecho
de ellos, entonces para convencerlos les van con el cuento de
que si no lo hacen no serán nunca hombres o que serán unos
huevones.
La verdad es que yo he aprendido mucho y no quiero ser
pandillero. Cuando tenga que dejar de ser pirañita, quiero
trabajar solo, tener mi negocio, y si alguno de mis amigos
quisiera acompañarme, pues trabajaremos juntos, pero eso
si, nada de droga ni cosas que vayan a dar pie a que nos
metan a la cárcel. Eso sería terrible porque el que entra a la
cárcel se jode, y yo, cuando sea grande, quiero vivir bien,
tener mi carro y todo eso bien. Ningún pandillero ni tiburón
me lo va a impedir.
Cuando se está en la calle, algunas veces uno se ve obligado
a cometer acciones que no le gustan a nadie, ni a nosotros
mismos, y no sólo eso, sino que nos parecen una estupidez, o
Roger L. Casalino Castro
29
en algunos casos, una mariconada. Por ejemplo: asaltar
viejos nos da vergüenza, no crean, también tenemos
vergüenza, pero no todo se puede hacer bonito y fácil,
suceden ciertas cosas y hay casos en los que no podemos
evitar ser unos desgraciados. Son acciones propias del
mundo cruel en que vivimos.
Pero así es esta vida, nosotros también algunas veces
lloramos, por lo general de cólera o de impotencia,
quisiéramos saber por qué vivimos así y no como otros que
viven en casas bonitas con su familia, se visten bien y van al
colegio. Lo peor sucede cuando nos enfermamos, entonces sí
que la pasamos mal. Felizmente todos nos ayudamos porque
somos un grupo de pirañitas independiente que no depende
para nada de nadie, lo cual nos permite ser unidos y
protegernos, de esa manera podemos superar todas las
dificultades que a diario debemos salvar.
Existen grupos de pirañitas que no son como nosotros. Hay
los que trabajan solitarios y se unen sólo para asaltar. Cada
uno de ellos tiene sus propios problemas: que si tienen papá
o no, que si tienen mamá o no, que si viven con ellos, o que
si los obligan a darles la plata o que si los maltratan por
cualquier cosa. Cada uno es un diablo suelto, sin embargo,
atacan en mancha y cada uno para cada uno; ninguno le da la
mano a nadie, se roban entre ellos y no se protegen; lo que
hacen es correr a su sitio sin importar lo que les pueda
suceder a los demás. Algunos tienen su policía padrino como
refugio.
Los peores cardúmenes o manchas de pirañitas, están
compuestos por aquellos que son explotados por un tiburón
que los obliga a comportarse como tiburón, aunque se diga
que tiburón no come tiburón. A esos pirañitas los patean, los
La Calle me dijo … Sí
30
drogan, los violan y hasta los obligan a trabajar como
“locas” en la calle. ¡Eso sí que está jodido! ¡La miéchica
que a eso no le entramos ni de vainas!
Algunas veces nos vemos sorprendidos cuando escuchamos
a las autoridades diciendo que tratan de resolver el problema
de los niños de la calle. Ay señor. Ellos son tan tiburones
como los tiburones de que hablábamos, -no todos por
supuesto, algunos se salvan del calificativo- lo único que les
interesa es sacar provecho de las donaciones y de lo que
reciben para hacer obras sociales. Total, todo el dinero se va
en gastos administrativos y de control, que es donde
efectivamente hay participación plena. Puras babas nomá.
Cabe mencionar también a la sarta de tías –cucufatizadas y
estupidonas- que manejan las instituciones de caridad, no
saben nada del mundo en que vivimos, ni qué nos gusta, ni
qué nos afecta, sólo suponen.
Menos aún saben qué quisiéramos hacer de nuestras vidas.
Suponen que una limosna nos va a salvar o que un vaso de
leche nos va a llenar el estómago o que con rezar unas
oraciones, ya’stá... Dios nos salvará, o sea, que es bueno
para nosotros solamente aquello que ellas digan que es
bueno para nosotros porque seguramente es bueno para
ellas, además, tienen bien estudiada y aprobada toda la
problemática del asunto, y por alguien de muy arriba.
¡Ay señor! ¡Qué cosa más grande! Si ellas supieran lo que
realmente queremos, se quedarían más cojudas de lo que ya
son, se morirían de vergüenza al darse cuenta de que se
pasan la vida haciendo cosas intrascendentes para
satisfacerse y para complacerse a sí mismas, y de paso, tener
buenos argumentos que esgrimir en sus reuniones sociales.
Los llaman “te de trabajo, o te de tías”.
Roger L. Casalino Castro
31
¡Que somos muchos? ¡Señor! ¡Seremos muchos más y no
nos podrán controlar! ¡Seremos los dueños de la ciudad!
¿Por qué no podrán usar la cabezota sin pensar en su propio
beneficio o en consolarse a sí mismas? ¿Por qué no podrán
hacer las cosas sin pensar en convertirse en “las dueñas de
la pelota”, “las chicas de la peliculina” o en ser las
“ya’no’yá, oye, o sea”? ¡Caaaarájo! Que no traten de
salvar su alma... con el cuento de que salvan la nuestra.
Mientras caminaba tranquilamente por la calle esperando a
mis patas que fueron a patear pelota a una canchita de un
barrio del Rímac, me sucedió algo terrible. De un momento
a otro fui sorprendido por un “tiburón” que salió de atrás de
un kiosco, me agarró por los hombros, me cargó con fuerza,
y se introdujo a un callejón conmigo bajo el brazo.
Yo me defendí como pude, lo agarré de los huevos y se los
apreté con toda mi alma, entonces me soltó y salí corriendo a
la calle, el desgraciado se repuso y arrancó a perseguirme,
cuando estuvo cerca se abalanzó sobre mí y me chapó de los
pelos, caímos juntos al suelo al lado de un mendigo que es
amigo nuestro, quien le gritó: ¡Deja al muchacho carajo!
pero el tiburón no le hizo caso, me tomó nuevamente por la
cintura y volvió a introducirse en el callejón conmigo
siempre debajo del brazo, pareciera que ése es su estilo.
Desde luego que semejante situación me produjo temor,
tanto como no lo había sentido antes. Casi temblaba pero no
quería dejar de luchar, pataleé como pude y me resbalé un
poco hacia delante, aproveché la circunstancia y le di un
mordisco en la pierna, el desgraciado me mandó un golpe
por la nuca para que dejara de morderlo, el golpe fue tan
fuerte que me dejó dormido.
La Calle me dijo … Sí
32
Cuando desperté, estaba tirado en un cuartucho lleno de
periódicos por el suelo y un colchón de paja contra la pared.
El maldito tiburón estaba echando terokal dentro de una
bolsa de plástico y al ver que desperté me gritó: ¡Quédate’ay
muchacho’e mierda! Pero yo no le hice caso, y viendo que
tenía las manos ocupadas, salté sobre su cara y me prendí de
su cachete mordiéndolo con toda la desesperación que
sentía.
El muy hijo’e’puta me sacó de ahí de un puñetazo y me
lanzó contra la puerta, entonces, mientras él se pasaba las
manos por el cachete mordido, salté al picaporte y lo
descorrí con la idea de escapar, pero justo en ese momento,
ésta se abrió violentamente permitiendo el ingreso de toda
mi mancha de pirañitas que llenaron el cuartucho. Le
cayeron encima y lo agarraron a golpes con todo lo que
tenían en las manos. Al final, lo dejamos hecho una plasta, y
bien pateado adonde más duele, entonces, Patucho, el más
ocurrente de todos mis amigos, agarró la bolsa de plástico
con terokal que estaba tirada en el suelo y se la puso en la
cara, bien pegada a la nariz pa’que se drogue, y ahí nomá lo
dejamos tirado.
La verdad es que salí deshecho por lo desigual de la pelea, la
que gracias a mis amigos pirañitas y al mendigo que les
pasó el “yara”, pudimos ganar. Lo más rico fue cuando le di
un ñeque con toda mi alma en la punta de la nariz y le saqué
“chocolate”. Quise caminar, me caí al suelo y fue entonces
cuando mis amigos me abrazaron y me sacaron de ahí para
llevarme a nuestra covacha.
Al día siguiente no pude salir a trabajar porque me dolía
todo el cuerpo y sus alrededores, tampoco podía mover el
Roger L. Casalino Castro
33
cuello por el golpazo que recibí en la nuca. Me dolían hasta
los dientes ya que cuando le mordí la pierna al tiburón
desgraciado, sentí que el grandísimo era bien duro. ¡Carajo!
Seguro que era un albañil de esos que llenan techos en las
construcciones.
Al quedar solo, dormí un buen rato y luego entre dormido y
despierto, nuevamente recordé cómo mi mamá me tenía
cargado junto a sus tetas y soñé que aprovechaba la
circunstancia para darles un par de chupaditas y con deleite
disfrutaba con el cachete pegado a ellas. Después, más tarde
al despertar, me dediqué a pensar y pensar, y pensé y pensé.
Aunque nos duela, me decía, debemos mantener la
esperanza de que las cosas puedan cambiar. Sabemos que es
muy difícil que eso suceda, pero es razonable esperar que
alguien haga algo porque la conciencia y la paciencia
lleguen a nuestros padres, o por lo menos, a los padres en
general para que otros niños no resulten afectados por esa
maldita crueldad que los adorna.
Me acordé que días atrás, mientras caminábamos por la
calle, al pasar por un kiosco de venta de periódicos y
revistas, le di un jalón a uno de esos libritos que exhiben
colgados con un gancho de ropa, lo doblé en dos y me lo
puse al bolsillo de atrás. Lo busqué y después de mirarlo por
un rato, le eché una hojeada y leí el título: “El Viaje de la
Sandía”
El título me inquietó de tal manera, que en la noche hablé de
él con los muchachos y recordando cómo en una
oportunidad, mi tía nos había leído un cuento, yo les ofrecí
hacer lo mismo más adelante. Ahora estaba pensando que
La Calle me dijo … Sí
34
eso sería una buena costumbre para mantener la ilusión de
hacer algo grande en favor de nosotros mismos.
Días atrás nuestro amigo, el viejo mendigo, me decía que
hay dos clases de papás. El papá que pega y el papá que
paga las cuentas. El que pega solamente sabe hacer eso, y
cada vez que se aburre, se emborracha y sigue fregando y
pegando peor. El que paga las cuentas, algunas veces es
buena gente y hace el esfuerzo por educar bien a sus hijos,
pero hay muchos de esos, la mayoría, que son peores que los
otros porque viven sacándoles en cara lo que les dan, y con
ello o con ese cuento, los oprimen y avasallan haciéndoles
sentir el peso del dinero, el precio de su bondad, y porque
además, creen que con darles plata ya compraron su cariño o
ya pagaron con creces su eterno agradecimiento. Lástima
que nadie me escuche, decía. Creo que nadie le daría
importancia a mis palabras.
A pesar de que hemos visto como algunos niños van a los
albergues y que probablemente estos no sean tan malos en el
fondo, nosotros, que tenemos la experiencia de la calle,
creemos que deberían haber albergues o algo parecido para
los padres que maltratan a sus hijos, porque mientras ellos
no dejen de ser unos “conche’su’madres” inconscientes y
mala gente haciéndose los machos porque “chupan duro”,
no cambiarán las cosas.
Por eso, la principal recomendación que haríamos a esas tías
viejas de las que hablamos antes sería: que deben tomar en
cuenta que los maestros, que supuestamente se encargarían
de enseñar, no deberían ser unos “muertos de hambre” que
van a trabajar sin tomar desayuno, que viven desesperados
porque en su casa falta de todo, y que, cuando regresan por
la tarde, llegan con la porquería revuelta para comportarse
Roger L. Casalino Castro
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igual o peor que aquellos a quienes supuestamente deben
salvar. Simplemente, el mal humor que produce tanta
necesidad, les roería el alma y continuarían rompiéndole el
lomo a sus hijos, quienes son el natural elemento sobre el
que deben descargar su incapacidad de ser consecuentes.
Creo que los pirañitas deberíamos ser contratados -pero eso
sí, bien pagados- para asesorar a la partida de ignorantes que
dirigen las instituciones de esta mal hecha sociedad, a
aquellos que se creen lo máximo sólo porque han leído unos
cuantos libros escritos por otros que tampoco saben nada.
¡Qué desgracia, si ya uno se aburre de tanto pensar
cojudeces!
La bullanga de unos muchachos que gritaban afuera me sacó
de pensamientos y reflexiones. Había llegado agua al río y
eso era bueno, porque después de un par de días el agua
arrastraría toda la basura y la porquería acumulada en el
cauce durante casi todo un año, y entonces, podríamos
bañarnos en él. ¡Qué bestial!
Una vez que pasó la euforia y la gritería volvió el silencio.
Que lindo era sentir el silencio así, interrumpido tan sólo por
el remezón que producían los camiones pesados al pasar por
la autopista cercana, justamente allí, cerca al río, adonde
trabajan varias pandillas y muchos tiburones asaltando a las
personas que van en sus carros, o robando a las pobres
mujeres que viajan en los micros sin que les importe un pito
si son viejas o que trabajen con las justas por la comida. En
tanto y mientras que eso sucede, la policía dificulta el
tránsito para hacerles “la camita”. ¡Éstos cachacos son unas
ratas! Pero qué bien lo disimulan. De todo le echan la culpa
a la Ley. Si les das plata, la Ley se va al diablo, si no les das
plata la Ley “dice”, lo que ellos quieren que diga y te la
La Calle me dijo … Sí
36
aplican al pie de “su propia” letra. Será por eso que la gente
se pregunta: ¿Quién fue primero? ¿El huevo o la gallina?
Hecha la ley, hecha la trampa. ¿Quién fue primero: ¿La ley
o la Trampa?
Esto es como la televisión. En vez de ponernos como
ejemplo a los más inteligentes y realmente importantes, nos
ponen como exitosos a una partida de animalitos que no
tienen nada que enseñar; como no sea la cara o el culo.
Como si la única manera de mejorar en esta vida fuera ser:
ñoco bonito, o tener un buen rabo para calatearlo y andarlo
moviendo por ahí. ¡No me frieguen!
Así continué toda la tarde, entre adolorido y adormecido, y
pensé, pensé y pensé... cojudez y media, que unas veces me
consolaban y otras veces me desanimaban, pero que en el
fondo, me demostraban que éramos diferente a otros. En
nuestra obligada orfandad había una luz de esperanza
representada por la amistad.
Roger L. Casalino Castro
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Orfandad
Una lágrima me recorre la mejilla,
horadando tristemente mi niñez;
abandonado solamente por nacer,
como resultado de una noche de placer,
sin esperanza de llegar a la vejez,
bajo un sol que para mí... no brilla.
Cada mañana despierto entumecido,
me despojo de periódicos y trapos
que me cubren de la rodilla a la cabeza,
y asomando con mi cara de tristeza,
acomodo inocente los harapos,
arreglándome el pelo... adormecido.
La Calle me dijo … Sí
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Con el ceño fruncido por el frío,
las manos percudidas al bolsillo,
las rodillas sucias, los zapatos rotos,
mi ayer suena a tiempos remotos,
mi hoy es lograr, hambriento, un panecillo,
mi mañana... inexistente... sombrío.
Busco en cada mirada una ilusión,
persigo en cada marchante una esperanza,
para desvanecer mi angustia... una palabra;
miro al cielo rogando por que se abra
y que aparezca el sol de la bonanza,
para calmar el dolor... de mi pasión.
Soy un niño perdido en el camino,
dando tumbos al compás de circunstancias
que me juegan pasadas dolorosas;
pero algún día llegarán almas piadosas
para llevarme a vivir otras estancias,
y rescatarme... para un nuevo destino.
Entonces, yo sabré lo que es ser niño,
podré conocer lo que es abrigo,
y podré comprender lo que es amor.
Desde entonces sentiré menos temor
al compartir mi pan con un amigo,
al ofrecerle mi mano... con cariño.
Entonces podré aceptar sueños hermosos:
Que la esperanza es superior al abandono.
Que la ilusión es más fuerte que el olvido.
Que la emoción es recuperar tiempo perdido
y que aunque nadie me perdone... yo perdono,
pues la bondad y el amor... son maravillosos.
Roger L. Casalino Castro
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¿Existirán esas personas buenas? ¿Habrá quienes no quieren
ganar la plata sólo para ellos y a quienes podamos
importarles algo? ¿Habrá alguien que pueda hacer un
equipazo con nosotros y que no sea como esos con quienes
siempre chocamos? Esos que nos andan diciendo: ¡Quit’ta
mierda! ¡Tes’saccco la mierda! ¡Te ag’garro a patadas! ¡Te
meto una bof’fetada que no te dejo un sólo diente!...
¿Habrá alguien que no sea un coooonch’e’su...? ¿Habrá un
cura que no friegue todo el día con que todo lo que uno hace
es malo, o que es pecado y que nos iremos al infierno? Nos
dicen que debemos hacer las cosas tal como el Señor manda,
y al pobre lo tienen clavado en una cruz. ¡La miéchica! No
entiendo. ¡Qué difícil! Yo no quiero estar reza y reza. Dios
ya debe estar harto también de que todo el mundo le jale el
poncho todo el día para pedirle perdón. Cuando voy a la
Parroquia, tan sólo quiero aprender algo y jugar. Que no nos
vengan con la cantaleta de rezar a cada rato, es demasiado
aburrido, por eso es que vamos poco, no paran de hablar de
lo mismo, hablan y hablan nomá y perdemos el tiempo. Si
nosotros no queremos ser curas.
Quizá estamos esperando demasiado de los demás y no
tomamos en cuenta que solamente son personas que, a la
hora del reparto, quieren siempre que les toque la mayor
parte porque ellos mandan. Bien dice el refrán: el que
reparte y reparte, se queda con la mejor parte. Lo que pasa es
que no son como nosotros y no saben ser amigos, no saben
ser patas.
En medio de todo, había tenido tiempo para reflexionar y
leer el cuento El Viaje de la Sandía, me gustó tanto que
La Calle me dijo … Sí
40
decidí que esa misma noche comenzaríamos a leerlo en
conjunto y que lo haríamos recordando la forma como mi tía
nos contara el cuento aquel de Julián y el gatito montés que
tanto me gustó.
Al estar solo, no podía dejar de pensar y entonces me
repetía: voy a hablar seriamente con mis amigos, después de
lo que me sucedió ayer, creo que debemos buscar la manera
de trabajar siempre juntos y no separarnos nunca. Tenemos
que hacer algo, tenemos que encontrar la forma de que algo
así no nos vuelva a suceder.
Cuando mis amigos volvieron del trabajo me encontraron un
tanto repuesto y con ánimo suficiente como para hacerles
escuchar mi propuesta de leer juntos el cuento, así fue que,
después de comer algo, nos sentamos en círculo y di
comienzo a la lectura.
El Viaje de la Sandía
Leí el título e inmediatamente llegó la primera interrupción:
- ¡Púchale oye! ¿ Cómo es eso de que la sandía viaja?
- ¡Cállate que ya queremos escuchar!
- Bueno. Les dije: empecemos.
Roger L. Casalino Castro
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Había concluido un largo y tedioso año escolar. Nueve
meses de internado durante los cuales, salvo las pocas
alegrías que los jóvenes estudiantes de nuestra historia
podían disfrutar en los momentos deportivos, o de vez en
cuando el día domingo que les tocaba salida, durante el cual,
después de oír la segunda misa del día, a eso de las 11.00
a.m, se les permitía ir a la calle a visitar a la tía doña Pichusa
quien cariñosamente los recibía; por supuesto, siempre con
el encargo de estar puntuales al pase de lista en el colegio a
las 5.30 p.m, bajo pena de quedar inhabilitados para futuras
salidas.
- No me gusta ese cuento. Los tienen encerrados,
oyendo misa y encima los amenazan con castigos. Eso
debe ser como la cárcel.
- ¡Ya les dije que se callen, que mejor leamos una parte
y después comentaríamos.
- ¡Listo! ¡Como en la televisión!
- Entonces, sigamos con el cuento.
Bajo estas circunstancias resultaba maravilloso poder
respirar aires extrañados con intensidad e impaciencia
durante tantos y tan lentos meses; esta locura de vacaciones
que tenían por delante les mantenía movidos y eufóricos,
volvían al terruño, a la chacra, a la libertad plena, al mundo
del “qué me importa”, a caminar descalzos nuevamente y
poder gritar unas cuantas lisuras al aire sin pensar que eso
era un pecado. Ya, al menos por tres meses, no tendrían la
preocupación de limpiar los zapatos, -una de las grandes y
horribles obsesiones de la vida ciudadana- sin ser castigados
por ello.
La Calle me dijo … Sí
42
Al subir al ómnibus, que era color verde como la esperanza,
el jolgorio y el entusiasmo no les permitía pensar. En aquel
feliz momento, la cordura no era precisamente su mejor
atributo, más aún, después del encierro forzado en aquel
internado, rezando mañana, tarde y noche, sujetos a un
reglamento duro ante el que la disciplina solamente les
dejaba la opción de ser un cordero con diploma semanal de
buena conducta.
La realidad de estar sentados en aquel ómnibus que los
transportaría a un destino de ilusión para iniciar tres meses
de vacaciones, donde la única restricción sería al mismo
tiempo un reto que estaba representado por el inmenso cerro
de arena de Acarí, su querido y añorado pueblo, el que con
humildad les ofrecía un horizonte abierto para soñar y para
creer, era una situación que, en ese instante, les inducía al
desborde.
Una pandilla de hermanos y primos más un amigo invitado,
todos entre los diez y los quince años de edad, a quienes se
sumarían otros primos y hermanos menores que vivían en
Acarí, todos unidos con un sólo pensamiento: “volver a la
maravilla del campo y su oferta de naturaleza”, ahí, donde
vive el verdadero dios que no se cansa de dar libertad.
¡Qué carajo! ¡Al diablo los reglamentos y todo aquello que
habían tratado de introducirles en la cabeza! Caminarían
nuevamente sobre las pircas y por el bordo de las acequias
buscando nidos de pajarillos, recorrerían los campos, se
bañarían desnudos en el río, se embrocarían nuevamente
panza abajo en las acequias a beber agua corriente, y
entonces, volverían a ser felices.
Roger L. Casalino Castro
43
¡Olvidaremos Limaaaa! Se repetía el grito eufórico y
entusiasta. Un mundo de felicidad recuperado desde la
ilusión con que fue añorado los estaba esperando a muchos
kilómetros de distancia. El ómnibus en el que viajaban no
admitía que se dijeran palabras soeces, tales como: Lima,
internado, colegio o curas. En cada uno de ellos brillaba la
idea de llegar, botar los zapatos a un rincón y pisar la tierra
bendita. No podían siquiera imaginar que alguna persona en
el mundo se atreviera a pensar, suponer o imaginar, que todo
aquello que les estaba sucediendo no fuera la felicidad. Era
la más hermosa y feliz realidad.
Sueños, esperanzas e ilusiones; alegrías, emociones y
expectativas; todo junto en el esperado momento de la
llegada. Pero mientras tanto, el ómnibus, en su andar lentón
y el bullanguero cambio de marchas, con el escape libre por
supuesto, hizo un alto en Cañete. Bajaron a echar una mirada
por los puestos de frutas y... ¡Oh sorpresa! descubrieron una
sandía enorme, brillante y hermosamente ovalada a la que
habían marcado el peso: veintiocho kilos. ¡Pa’su maaacho!
La tentación era demasiado grande, tan grande como la
sandía, incluso para don Andrés, papá de unos y tío de los
demás miembros de la patota quien viajaba con ellos y quien
sin pensarlo dos veces, la compró echando su acostumbrado:
- ¡Ah Carajo! –Expresión de sorpresa clásica en él-¡Qué
hermosa sandía¡ ¡Me la llevo!
- ¡Vivaaaaa! Y con un grito de alegría la cargaron con el
mejor de los abrazos y el mayor de los cuidados.
Pensando que era tan grande que alcanzaría para todos, y
que la disfrutarían sentados a una misma mesa en Acarí, la
llevaron al ómnibus con cariño, como si fuera un tesoro, ya
La Calle me dijo … Sí
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que en realidad lo era, un tesoro hallado en el camino hacia
la libertad.
Después de tantas emociones y con el calor de la ruta, el aire
tibio que entraba por las ventanas los envolvió y una grata
modorra permitió que casi todos se quedaran dormidos, o
por lo menos, adormecidos y en silencio.
Llegaron a Ica a media tarde y se alojaron en el Hotel
Novaro, en plena Plaza de Armas, donde el dueño, don
Mateo, que era gran amigo de la familia los colmó de
atenciones. Una vez instalados y después de haber prodigado
todos los cuidados necesarios a la sandía, todos en mancha,
salieron a tomar el ómnibus rojo de carrocería cuadrada que
hacía la ruta Ica – Huacachina. Decididos a tomar un baño
en las verdes aguas de la hermosa, enigmática y exótica
laguna, la misma que rodeada de inmensas dunas de arena y
bordeada por casas y hoteles, palmeras y guarangos,
representa un raro oasis que se asemeja a un gran espejo
bellamente decorado para sugerir morbo y placer.
Esa misma noche se aseguró la partida para las cuatro de la
mañana en el camión de Martino. Se trataba de un camión
mixto, es decir, carrocería de madera con tres filas de
asientos para llevar pasajeros y en la parte posterior la
carrocería típica de carga. En su recorrido semanal distribuía
el correo partiendo desde Ica, visitando algunos pueblos de
la ruta, luego continuaba por Nazca y después, pueblo por
pueblo y caserío por caserío, seguía: Lomas y su playa, los
valles de Acarí, Yauca, Jaquí y el puerto Chala. Un viaje
cuya incomodidad resultaba confortable y su lentitud
agradable porque se hacían a la idea de que de esa manera
habría más para recordar y que las vacaciones las
disfrutarían largas y alegres.
Roger L. Casalino Castro
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Era evidente que viajar con la sandía era toda una odisea. En
cada parada y en cada pueblo subía y bajaba gente por lo que
era necesario remover y reacomodar la carga. Entonces,
ellos tenían que preocuparse de que la sandía no sufriera las
consecuencias del aquel manipuleo constante. Además, les
preocupaba que distraídamente pudiera perderse por cuanto
era una tentación permanente en un mundo de agricultores
que la deseaban y ofrecían comprarla.
Cuando al fin del largo día de camino, ya por la tarde
llegaron a Acarí, se encontraron con que un repunte en el
caudal del río se había llevado la oroya, -única forma de
pasar al otro lado- de tal manera que, incluida la sandía,
dejaron las cosas en la casa de don Agucho, el chofer del
camioncito viejo de la hacienda, quien vivía allí
precisamente.
La dicha era absoluta, estaban iniciando las vacaciones
poniendo a prueba su postergado espíritu aventurero al verse
obligados a cruzar el río a nado, en calzoncillos y llevando
la ropa con una mano en alto para evitar que se mojara. Eso,
para el cúmulo de emociones reprimidas que traían,
significaba llegar a Acarí por la puerta grande.
Una vez que llegaron a la otra banda del río, se vistieron, y
con los zapatos en la mano, iniciaron la caminata al pueblo,
dándose cuenta que, durante el tiempo que habían estado en
Lima sus pies se habían ablandado y desacostumbrado a
caminar por la tierra y el empedrado.
Esa misma tarde caminaron por la calle del pueblo
saludando a todo el que les salió al paso, reconocieron a
cada uno por su chapa y sintieron el afecto de la gente.
La Calle me dijo … Sí
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Después de todo, la felicidad estaba dibujada en su cara, en
sus propias y respectivas actitudes y emociones que sin lugar
a dudas transmitían a los demás.
Al día siguiente se levantaron muy temprano. En mancha se
dirigieron hacia los corrales a tomar leche al pie de la vaca;
se entretuvieron un rato mirando los caballos, los carneros y
el padrillo, un toro hermoso llamado “El Barroso”.
Emprendieron el retorno a la casa para el desayuno, pero
mientras caminaban por el callejón, consideraron que aún
tomaría varios días reparar la oroya, por lo que acordaron
traer la sandía haciendo un recorrido que sería grandioso.
Darían la vuelta por Cerro Colorado, cruzarían el río por ahí
utilizando la oroya del lugar y volverían por la falda
arenada del cerro negro. No les cabía la menor duda; el viaje
sería toda una aventura y precisamente para eso estaban allí.
Inmediatamente después del desayuno, volvieron a cruzar el
río en la forma acostumbrada, recogieron la sandía y
esperaron a que pasara algún camión o tractor hacia Cerro
Colorado, fundo distante a unos seis kilómetros río abajo. La
espera se hacía larga, hasta que por fin, apareció el primer
medio de locomoción, un tractor de la Hacienda Chocavento
que se dirigía a Chaviña.
- Negricio.- ¡Hola Manongo, pa’onde vas, llévanos
hasta Cerro Colorado.
- Manongo.- Ya pué... Suban nomá ¡Qué buena sandía
oye! ¿Dónde la consiguieron?
- Candelita.- En Cañete pué, la trajimos ayer pero no la
pudimos pasar por el río.
- Manongo.- En Cerro Colorado sí está bien la oroya.
¡La pucha oigan! Pero... ¡Qué buena sandía!
Roger L. Casalino Castro
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- Pepián.- Contigo ya van como cuarenta que nos
dicen lo mismo.
- Manongo.- ¡Ah caramba! ¡Ya los deben tener cojudos
con eso! ¡Ja, Ja, Ja!
- Lucho.- Bueno, mientras estén hablando algo sobre la
sandía, dejarán de preguntarnos otras cojudeces.
Siempre sale algo de bueno del asunto.
- Manongo.- ¡Bueno puéeee, si así semos la gente de acá
puéeee! ¡Ja, Ja, Ja!...
Todo esto sucedía mientras viajaban encaramados como un
racimo de muchachos que casi cubría el tractor. Al llegar a
Cerro Colorado se despidieron de Manongo gritando a una
sola voz:
- ¡Chau pué Manongo, muchas gracias y que te vaya
bien, ya nos veremos otro día en Chocavento!
- ¡Vayan nomá a caminar por el arenal pa’que les dé el
sol, están muy pálidos! ¡Chau!
Efectivamente, el invierno limeño los había blanqueado y
estaban necesitando dar un nuevo colorido a su piel.
En seguida fueron a buscar a “Picho”, el dueño del fundo
para que ordene al oroyero que los pase a la banda.
Encontrar a Picho y escuchar su exclamación de alabanza a
la sandía fue un solo hecho.
- Picho.- ¡Pa’su macho! ¡Qué tal sandía! ¿De dónde han
traído eso? Nunca vi una tan hermosa.
- Candelita.- De Cañete; la vimos y mi papá la compró
sin pensarlo dos veces.
La Calle me dijo … Sí
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- Picho.- ¡Qué bueno! Le vas a decir que me guarde
algunas semillas pa´sembrarlas en el bordo de la
acequia junto al arenal.
- Negricio.- Pierda cuidado. De todas maneras tendrá
usted unas semillas, yo me encargo, y de paso venimos
a comer una cañas.
La oroya tenía el cable un tanto destemplado, por lo que fue
necesario que pasaran, uno cada vez.
- Pepián.- La sandía. ¡Con cuidado! No se vaya a caer.
Si alguno la deja caer lo apanamos entre todos. A ver.
¿Quién la pasa?
- Negricio.- ¡Yoooo! Amárrenla con mi camisa sobre
mis piernas, así la tendré segura.
- Lucho.- ¡No puéeee! ¡Que pase otro primero para que
reciba la sandía al llegar!
- Candelita.- Ya pué, entonces pasa tu mismo pué
Lucho.
La oroya fue con Lucho y volvió.
- Pepián.- ¡Ya listo. Siéntate bien en la tabla y quítate la
camisa, y cuando llegues allá, fíjense bien como hacen
para bajarla sin que se golpee.
- Negricio.- ¡Ya vamos!... ¡Despacio nomá pa´que no se
balancee la tabla! ¡A la miéchica!... ¡Allá vamoooos
carajoooo¡
...
Al llegar a este punto del cuento -como la velocidad de la
lectura de Bebucho era naturalmente lenta- ya las caras se
veían un tanto largas y los ojos denotaban sueño, sin
embargo, estaban encandilados con la historia y era fácil
adivinar en ellos que cada uno tenía muchas preguntas que
hacer.
Roger L. Casalino Castro
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- ¿Cómo será vivir allá lejos en el campo?
¡Qué rico debe ser trepar a los árboles a comer fruta!
- A mi me gustaría ver como se ordeñan las vacas y
tomarme un jarro de leche calientita, o de la teta a la
boca. ¡Pa’su macho!
- Yo quiero andar sin zapatos por las pircas
- Yo quisiera viajar como ellos por los pueblos y
conocer los valles y las playas y treparme a los cerros.
¡Caramba que si debe ser bonito!
Después de dormir y soñar aquella noche, al día siguiente
había mucho interés por continuar con la lectura, por lo que
en un momento del día Patucho sugirió:
- ¿Por qué no vamos a ver a Bebucho y de paso
continuamos leyendo el cuento?
- No puéeee, eso es pa’ la noche, así nos dormimos rico
y no nos dan pesadillas. Ahora hay que ganar alguito.
- ¡Pucha diantre! Es que yo ya quiero saber que pasa
con la sandía.
- ¡Vamos, vamos que ahora tenemos que estar vivos con
nuestra chamba!
Todos llegaron juntos para escuchar la continuación del
cuento. Después de comer algo, Bebucho tomó el librito y
comenzó a leer donde se había quedado la última vez :
Bueno, dijo Bebucho:
- Anoche nos quedamos en que estaban cruzando el río
por la oroya de Cerro Colorado y que lo primero que
pasaron al otro lado del río fue la sandía.
- Sí, ya sabemos eso, ahora síguele nomá pué.
- Bien. Entonces sigamos:
La Calle me dijo … Sí
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... Cuando hubieron cruzado todos al otro lado del río,
partieron atravesando el fundo que se hallaba sembrado de
algodón, maíz, olivos y caña de azúcar con la que, utilizando
para ello un viejo trapiche, se destilaba un buen cañazo. El
sol brillaba con fuerza y ya quemaba. Al llegar al arenal, la
mancha comenzó a caminar lentamente. La arena se
calentaba con rapidez pero ya no era posible dar marcha
atrás, había que continuar.
Siguieron caminando con su preciosa carga, al principio por
un arenal plano que llegó hasta unas ruinas de la época de
los Incas. Pararon un rato como para tomar aire y de paso
echar una mirada a los vestigios del pueblo que aún
quedaban sin ser cubiertos por la arena..
Ahora venía un amplio médano en el que, al caminar de
subida por la arena, esta se deslizaba haciendo difícil el
andar. La sandía comenzó a cambiar de mano con mayor
frecuencia dando la impresión de que se hacía más pesada.
Sudaban y no podían sostenerla firme pues se les resbalaba
de las manos sudorosas. El cerro negro estaba a la derecha y
el río a la izquierda y entre ellos el médano cada vez más
inclinado hacía el río.
- Negricio.- ¡Ya puéee, vamos de una vez que nos
estamos quemando los pies. ¡Además ya tengo sed!
- Tito.- ¡La pucha que si somos animalitos! ¿A nadie se
le ocurrió traer un poco de agua?
- Lucho.- ¿Por qué no pensaste tú en eso pué?
- Negricio.- ¡Mira pué la cojudez! ¡Ahora el sol nos
quema, tenemos mucha sed y miren nomá todo lo que
nos falta para llegar a la culata de Collona donde hay
agua!
Roger L. Casalino Castro
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- Pepián.- ¡A la miéchica! Tanto pensar en la sandía,
nos olvidamos de otras cosas importantes.
- Candelita.- ¡Bueno pué, y entonces, ahora aguanta
nomá pué!
- Negricio.- ¡Ya carga la sandía que ahora te toca!
- Candelita.- ¡Mierda!... ¡Cómo pesa esta huevada... y
encima la arena quema como la granflauta y se mete a
los zapatos!
- Lucho.- ¡Carga nomá y no hables que se te seca más la
boca y se te van a rajar los labios!
Siguieron caminando en su heroica marcha cargando la
sandía y haciendo grandes esfuerzos para que no se les
resbalara de las manos. La sed aumentaba, era ya el medio
día y llegarían tarde para el almuerzo, lo cual no era bien
visto en la casa.
Ya para entonces más de uno desfallecía, avanzaban por la
falda arenada del cerro, y “por si las moscas” el que
cargaba la sandía tropezara, siempre iba alguien a su
costado, del lado del barranco, para evitar que se rodara
cuesta abajo. De pronto llegaron a una lomadita inclinada,
¡yyyy yaaaa!, apareció “Veinte de Septiembre”, el último
potrero de la hacienda sembrado de alfalfa, el cual tenía
muchos árboles de espino que daban sombra al ganado
cuando pastaba ahí. El cerco estaba bordeado por una
acequia que siempre llevaba agua.
El agua estaba debajo de ellos, a unos treinta metros al final
de un rodadero de arena. Muertos de sed, con los labios
fruncidos y la lengua pegada al paladar, todos se lanzaron
cuesta abajo. En aquel momento Negricio llevaba la sandía,
pero al ver el agua, al igual que los demás se lanzó al
rodadero, la sandía se le escapó de las manos y voló por los
La Calle me dijo … Sí
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aires, cayó sobre la arena a su costado y siguió rodando
junto con él. Se olvidó de ella, y al llegar al bordo de la
acequia, se lanzó al agua junto con los otros.
Todos estaban allí remojando sus acalorados y sudorosos
cuerpos, con ropa y todo; entonces se enjuagaron la boca y
bebieron. Minutos eternos de algarabía, complacencia plena
de todas las expectativas y de un amor inmenso por el
terruño. Momento divino como para congelar el tiempo.
Aquella verdad los envolvía en una mística de sol y alegría,
de bondad y desprendimiento, ¡de cualquier cosa!, pues la
dimensión era etérea y sus corazones flotaban.
De pronto se escuchó un grito estridente que despertó a
Negricio sacándolo del limbo maravilloso en el cual estaba
inmerso.
- Candelita.- ¡Oye sonso! ¿Y la sandía?
Roger L. Casalino Castro
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- Negricio.- ¡Ah caramba, me había olvidado de ella!
Venía rodando a mi costado, por ahí debe estar. ¡Ojalá
que no se haya partido!.
- Tito.- ¡Aquí estáaaaa! ¡Y está enterita!
- Negricio.- ¿Dónde, dónde?
- Tito.- ¡Entre los carrizos y las tembladeras! (Cola de
caballo)
- Pepián.- ¡La pucha! ¡Qué tal leche, y no se rompió!
- Lucho.- Bueno vamos, continuemos el camino que
nos faltan más de dos kilómetros. Te toca cargar.
- Candelita.- ¡Cómo pesa la condenada!
- Negricio.- A ver. -Tenía la camisa mojada en la mano-
Déjame, tengo una idea. Ayúdenme a abrocharle mi
camisa, después me la pongo al lomo y amarramos las
mangas al cuello.
- Candelita.- ¡Diablos! ¿Cómo no se nos ocurrió eso
antes que se nos andaba resbalando por todo el
camino?
- Pepián.- ¿Por qué va’ser?... ¡Por animales puéeee!
Después de prodigar a la sandía todo el cariño que exigía y,
con la tremenda emoción de la aventura que no perdían en
ningún momento, con los zapatos y la ropa mojados y los
pies frescos al fin, reemprendieron la marcha, pero sin dejar
de hablar y de hacer planes para los días subsiguientes.
La técnica de la camisa, aunque descubierta tardíamente,
dio buen resultado y pudieron caminar con mayor rapidez
rumbo a la casa. Indudablemente estaban cansados, quizá no
tanto por la caminata en sí, como por la sed que habían
experimentado en el arenal y el hambre que ya les hacía
cosquillas en la boca del estómago.
La Calle me dijo … Sí
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Al pasar por la espalda de la huerta de Collona, -la casa
hacienda- una hilera de matas de higo blanco los invitaban a
la rebusca. La época de las brevas había pasado y la cosecha
recién comenzaba a apuntar con abundantes frutos aún
verdes. No encontraron nada comestible, pero calcularon
que en dos semanas estarían a punto para hacer dulce de
higos, el más rico de todos los dulces y que en Acarí lo
hacen como manjar de dioses. El procedimiento para hacerlo
bien, toma tres días, según cuentan las viejas del pueblo.
Un sol esplendoroso los alumbraba desde el cenit, pero en
aquel momento ya no estaban con ánimo de apreciarlo, por
el contrario, lo sentían colérico sancochando sus respectivas
cabezas, ya que, por salir apurados en la mañana no habían
sacado los sombreros de las maletas. Comprendieron
entonces lo que les contaba una tía muy mayor sobre los
jaquinos. La madre, jaquina ella por supuesto, tenía por
costumbre dar las buenas noches a sus hijos; previamente los
hacía lavar las manos, los resondraba por lo que pudieran
haber hecho durante el día, y después de rezar juntos unas
oraciones les decía: que pasen buenas noches hijos, “ahora
pueden quitarse el sombrero”.
Finalmente, después de atravesar el pueblo, escuchar las loas
y preguntas de cuanto mortal encontraban sobre la belleza, el
tamaño y los atributos espectaculares de la sandía, -noticia
que se había esparcido por el pueblo- llegaron a la casa, sin
embargo, nadie siquiera se tomó la molestia de mirarlos.
¡Ah! Pero eso sí, al primero que entró le preguntaron a una
voz: ¿Y la sandía? Cuando llegaron con ella, la pusieron
sobre la mesa y le quitaron la camisa, botón por botón,
entonces se escuchó una exclamación conjunta: ¡Paaaa’su
maaacho! ¡Qué tal sandíaaaa!
Roger L. Casalino Castro
55
Como nadie les hiciera caso debido a que continuaban
embobados admirando la sandía, se dirigieron a la
destiladera de piedra en cuya parte baja se hallaba un cántaro
de barro que recibía el agua que caía, gota a gota,
refrescándose durante su recorrido desde la punta de la
piedra hasta el cántaro en un pausado plic... ploc... plic...
plic...ploc...
Agarraron , uno por uno, el jarro de fierro enlosado que
había al costado, y ¡Aahhh! ¡Qué maravilla de agua! ¡Qué
frescura! Se logra la temperatura ideal del agua para beber, a
tal punto, que al tomarla se siente como recorre las costillas
haciendo en ellas una cascada agradable y refrescante. Hasta
se le ve linda cuando al hacer un alto para respirar, uno la
observa y puede apreciarla cristalina contemplando algún
despostillado de la loza del jarro.
Cuentan que los antiguos, -así se llama a los que vivieron
aquí antes de la llegada de los españoles- colocaban un
cántaro con agua en el trípode que se forma en el tronco de
un árbol al bifurcar sus ramas, de tal manera que la brisa que
se filtra por entre el ramaje y corre hacia el soporte del
cántaro, permitía que el agua lograra la temperatura ideal
que el cuerpo requiere para calmar la sed sin causar daño
alguno a la persona que la bebe. Es la naturaleza pura que
logra el equilibrio perfecto entre la temperatura del cuerpo,
el medio ambiente y el agua.
En ese momento la sandía aún estaba cálida, por lo que don
Andrés sugirió en tono de orden, que fuera puesta en un
lugar muy fresco, mejor aún, al lado del cántaro de la
destiladera, hasta el día siguiente cuando sería partida
después del almuerzo, con todos alrededor de la mesa, para
que, en un simpático ceremonial que concitaría la atención
La Calle me dijo … Sí
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de los comensales, sería cortada en partes iguales, en tantas
partes como personas hubiera en la casa, disciplinadamente,
la mesa, el servicio y los demás primos compañeros del viaje
de la sandía. Todos compartirían aquel espectacular
momento.
Don Urbano, el encargado de la huerta, se ocuparía de juntar
las semillas y ponerlas a orear sobre un costal de yute, para
luego seleccionarlas para la siembra.
Emoción y aventura. La compra, el viaje y el transporte; el
tractor, la oroya y el recorrido a través de los médanos y el
rodadero de arena; y finalmente, la impaciencia de la espera
hasta el día siguiente para comerla fresca. ¡La pucha que sí!
¡Esto sí que es vida! Se repetían una y otra vez.
Llegado el momento tan esperado, todos reunidos de pie
alrededor de la mesa observaban cada movimiento que
realizaba don Andrés, quien, con afilado cuchillo en mano,
la cortaba en largas tajadas, tal como corresponde ser
cortada una sandía para que al comerla se pueda tomar con
las dos manos, disfrutar cada mordisco y saborearla hasta
que la cáscara quede casi blanca para terminar con una
enorme sonrisa colorada, tan grande, que va de oreja a oreja.
Algunos la comieron de pie, otros fueron a la huerta y se
sentaron en el suelo bajo un árbol donde corría una fresca
brisa, y adonde cómoda y serenamente, la disfrutaron con
placer y alegría.
Un cúmulo de circunstancias que los mantenía unidos en
afecto, con la sinceridad de lo sencillo, gracias a una serie de
hechos simples, hechos comunes que ellos en su juvenil
entusiasmo sentían como algo maravilloso. Hablando en
Roger L. Casalino Castro
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“acarino” los podrían resumir como: “vivencias vividas
vívidamente”, de la misma manera como dicen: “infinidades
de multitudes de cantidades”, para expresar con claridad que
hay bastante de algo. Lo cierto y positivo es que aquella
felicidad, sentida y vivida, continuará flotando en el espacio
por siempre jamás.
No hay duda que fue un viaje capaz de adornar la vida de
éstos jóvenes uniendo sus corazones, aportando emoción y
alegría a hechos que, por ser tan simples y naturales como la
vida del campo, resultaban realmente emocionantes e
inolvidables. En esa pluralidad de emociones se imponía
libremente la singularidad del campo.
---------------- . ----------------
Entusiasmados por el relato todos querían hacer preguntas,
pero como ya era tarde, decidimos que los comentarios los
dejaríamos para el día siguiente a la hora del almuerzo.
Como de costumbre, muy temprano salieron a trabajar
dejándome solo para que termine de reponerme. Sin
embargo, la serenidad de esos pocos días de descanso me
permitió recordar con mayor devoción lo único que en el
fondo no podía olvidar de los años vividos en familia: mi
madre. Ante esa inquietud o nerviosismo que me producía su
recuerdo, no sabría explicarlo, tuve la necesidad de verla
nuevamente, aún cuando ella no advirtiera mi presencia.
Me levanté, me arreglé un poco los pelos con las manos y,
decidido, salí en dirección a mi antigua casa. Llegué a las
cercanías, me aseguré que por ahí no anduvieran mis
hermanos -que eran los únicos que podían reconocerme-
para ubicarme disimuladamente entre el kiosco de
La Calle me dijo … Sí
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periódicos de la esquina y una carretilla que vendía naranjas
y plátanos, ya que desde allí podía divisar el portón del
corralón.
Estaba nervioso y no podía disimular mi preocupación, pues
no tenía idea de cómo reaccionaría si mi madre pasara por
ahí. Esperé largo rato sin quitar la mirada del portón, y para
no llamar la atención, compré un librito de cuentos y un
plátano, de manera que mientras lo comía, hacía como que
leía, aunque la mirada estaba permanentemente puesta en el
otro lado de la calle.
El tiempo pasaba y la inquietud crecía. De pronto se abrió la
portezuela y apareció ella con la escoba en una mano y en la
otra una bolsa, caminó hacia la esquina donde había un
montón de basura y la tiró. Luego, como si hablara con la
escoba, retornó lentamente, ingresó por la portezuela y ésta
se cerró.
Experimenté un estremecimiento y la sensación de tener
miel en los labios, el pecho me latía con fuerza y algo me
empujaba a correr hacia la casa y abrazarla, pero en ese
momento se abrió nuevamente la portezuela y apareció mi
padre, quien sin titubear se encaminó directamente al kiosco.
Di media vuelta y partí la carrera en dirección opuesta, sin
parar de correr hasta que llegué a la puerta de nuestra cueva.
Llegué jadeante, con los labios secos y como si el cuerpo me
pesara una tonelada, me dejé caer sobre la colchoneta que
nos servía de cama. Boca abajo como estaba traté de ordenar
mis pensamientos para explicarme a mi mismo el por qué
me había dado tanto pánico la presencia de mi padre.
Roger L. Casalino Castro
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Al final encontré que tenía buenas razones para ello, no sólo
por que recordaba las golpizas que me diera, sino también
porque cualquier reencuentro significaría encierro, golpes y
castigo, incluyendo hambre. Todo ello, más el
distanciamiento de mis amigos, era un precio demasiado alto
a pagar. Con gran dolor, abandoné la idea de volver a ver a
mi mamá. Al menos por ahora. Aquel inmenso dolor era el
precio que la calle me cobraba por haberme dado el sí.
Después de reponerme de los golpes recibidos, nuevamente
salí con la mancha a las calles en las que habitualmente
operábamos y adonde éramos conocidos y respetados. Ese
dominio territorial, evitaba que tuviéramos problemas con
otros pirañitas, ya que no es ni será bueno que existan
rivalidades o pleitos entre manchas de pirañitas, porque
precisamente, en eso nos diferenciamos de los viejos, porque
lo que éstos malditos quisieran es que nos debilitemos
peleando entre pirañas para hacernos caer en la desunión, de
esa manera luego nos meterán en la droga y la maldita
mariconada y se aprovecharán de nosotros sin que podamos
defendernos. Chesss’su.... desgraciados...
A media tarde nos sentamos en la vereda a comer fruta,
momento que aproveché para hablarles de mis dudas y de
todo aquello que me inquietaba. Comencé hablando de las
consecuencias del pleito con el tiburón, pero, como el lugar
no era apropiado, convinimos en que mejor conversaríamos
en la cueva todo el tiempo que fuera necesario; en aquel
lugar teníamos que estar con los ojos y las orejas “picantes”
pa’cuidarnos de la policía y de los tiburones.
Ya en la cueva, tranquilos y relajados después de comer y
gastarnos algunas bromas, me preguntaron sobre el asunto
del cual les quería hablar. Yo seguía siendo Bebucho para
La Calle me dijo … Sí
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todos a pesar de que dos pirañitas de seis años se habían
integrado al grupo. Aprendían muy rápido.
Entonces les dije: En vez de leer un cuento esta noche,
discutiremos nuestra situación en la calle por cuanto se está
volviendo peligrosa. Los tiburones se están drogando
demasiado y ellos harán cualquier cosa para vivir a expensas
de nosotros. Ustedes saben que esos malditos no se detienen
ante nada, por otro lado, dos de ustedes van a cumplir once
años y otros están casi en los diez y pronto nos dejarán.
Francamente eso no me gusta porque si nos quedamos
solamente los más pequeños, ellos abusarán de nosotros.
- Pero podemos defendernos.
- Acabarán con nosotros por la fuerza bruta. Nuestro
grupo no es solamente una mancha de pirañitas, sino
más bien un grupo de amigos. Somos diferentes a los
demás porque no nos drogamos, permanecemos
unidos y evitamos meternos en problemas graves.
Ustedes saben que son muchos los que quieren
acabarnos, los que quieren romper nuestra fuerza.
- Nos vengaríamos de ellos.
- Entonces iríamos a la cárcel. ¿Por qué no vemos la
manera de cambiar nuestra forma de vida?
- ¿Pero cómo? ¿Qué quieres decir? Si ya se sabe que
somos pirañitas, después seremos pandilleros y más
adelante tiburones. No hay otra forma de vivir.
- Si pensamos así, no seremos nada, siempre seremos
unos huevonasos que mañosean por las calles.
- Es que somos pirañitas de los buenos. De cualquier
otra forma no somos nada.
- ¡No! ¡No es así! Tiene que haber algo que podamos
hacer. ¡Veamos!
Roger L. Casalino Castro
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- ¡Tu estás loco, vamos a perder nuestro sitio y después
va a ser peor!
- ¡Miércoles! Entiendan, todos tenemos entre seis y
once años pero somos fuertes por que estamos unidos
y sabemos defendernos. ¿No es así?
- ¡Síiiiiii!
- Entonces, qué les parece si el próximo domingo
salimos a caminar por las faldas de los cerros.
Vayamos por donde no hay casas, por algún lugar
difícil y busquemos un sitio que esté protegido, que
nos guarde las espaldas para que podamos construir
nuestra propia casa.
- Pero, ¿Quién va a cuidar de todo mientras estemos
trabajando?
- Miren. Una vez que tengamos seleccionado el lugar,
trataremos que, de veinte que somos, seamos treinta.
Pero no tenemos que apurarnos en aumentar la
mancha, debemos asegurarnos que sean buena gente y
estar seguros también de que todavía no se han
maleado.
- ¿Y por qué tenemos que ser tantos?
- Tenemos que ordenarnos bien. Cada día trabajarán
veinte y los otros diez se ocuparán de cercar el terreno
y de la construcción, y así, cada día diez se van
quedando en la casa. No debemos trabajar hasta tarde
porque tendremos que regresar temprano llevando
comida y agua a los que estén de turno.
- ¡La pucha que sí suena bonito! ¿Tú crees que
podremos hacer eso?
- Claro que sí. ¿Acaso no sobrevivimos en la calle?
Eso para nosotros va a ser “papayita” y nos vamos a
divertir los domingos trabajando todos juntos.
- ¡Listo! El domingo saldremos tempranito a buscar un
lugar.
La Calle me dijo … Sí
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- ¡Hecho... y al diablo con los tiburones y la policía¡
- ¡A la miéchicaaaaaa... ¡ Gritaron todos a una voz.
Esa noche, después de la conversación y de las discusiones
y comentarios correspondientes, dormimos como troncos y,
al amanecer, todos despertamos con una sonrisa de
optimismo. Era una sonrisa tan grande como la que se
dibuja en la cara al comer una gran tajada de sandía
Esos pocos días que faltaban para el domingo trabajamos
ilusionados y contentos, sin embargo, los días se hicieron
lentos y largos, y durante las noches, algunas veces
despertábamos y nos poníamos a conversar sobre cómo
sería tener un sitio grande para todos, sembrar algún árbol,
tener perros y algunos animales. En lo más recóndito de
nosotros mismos nos preguntábamos: ¿Podremos ser como
ese grupo de muchachos del cuento del Viaje de la sandía?
Cómo nos gustaría sentirnos libres y llegar a una casa de
campo donde alguien nos espere con cariño.
Nunca fuimos más unidos que durante aquellos días, todo
lo que hacíamos era bueno, no pensábamos en nada que
pudiera quitarnos la ilusión. ¡Nuestra caaaassaaaaa!
Habíamos decidido comenzar el recorrido por la carretera
central. Nos levantamos muy temprano y partimos. Un
grupo tomó la ruta hacia Cieneguilla y el otro a los cerros
que hay entre Vitarte y Ñaña.. Por la noche nos
encontraríamos en la cueva para cambiar ideas y ver cual
de los lugares resultaba aparente para nuestro fin.
No teníamos la ilusión de encontrar un lugar cercano pues
sabíamos perfectamente que por ahí tendríamos serios
problemas con los que ya son dueños, los que dicen ser
Roger L. Casalino Castro
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dueños y los que quieren aprovechar cualquier
circunstancia para hacerse dueños de terrenos y cerros. De
todas maneras habrían problemas, por lo tanto, debíamos
ser realistas, sabíamos que no nos resultaría muy difícil
hallar un lugar relativamente lejano que de paso nos alejara
de los roba casa.
Fue un día de largas caminatas. Cada uno iba provisto de
panes y plátanos en los bolsillos y una botella de agua
colgada al cuello. Los que tomamos el rumbo a
Cieneguilla, nos bajamos del micro después de pasar la
Arenera La Molina, justo en la parte más alta del camino,
luego caminamos hacia las lomas, más o menos un
kilómetro. Allí encontramos una pequeña quebrada que se
ofrecía a nosotros... virgen aún. Dijimos una oración de
esas que aprendimos con los curas y rogamos por que no
nos resulte como la Constitución del Estado, la que antes
de su presentación en sociedad, es decir, antes de ser
promulgada, fue violada varias veces.
Lo miramos entusiasmados, ahí estaba, en su paisaje seco y
solitario de cara al viento. Nos daba la impresión de que
nos miraba con orgullo, adornado por algunos cactus de
esos que producen la pitajaya semejando arañas panza
arriba. Nos pareció un lugar hermoso. Las piedras que
abundaban nos servirían para hacer el cerco sin tener la
preocupación de traerlas desde lejos.
Nos sentamos sobre unas rocas y lanzamos al aire nuestras
primeras inquietudes sobre la manera de instalarnos. El
lugar nos parecía perfecto pues ahí no llamaríamos la
atención, estábamos cerca de la carretera y no nos resultaría
difícil entrar y salir. Por otra parte, con quitar unas piedras
de la ruta, podría ingresar alguna camioneta trayendo los
La Calle me dijo … Sí
64
materiales que, de todas maneras, necesitaríamos
transportar.
Esa noche, reunidos en la cueva escuchamos y discutimos
sobre los lugares que había localizado el otro grupo. Al
final llegamos a la conclusión de que nos quedaríamos con
el ya descrito, pero, a fin de que todos pudieran quedar
contentos con la elección, iríamos a visitarlo el siguiente
domingo.
Al continuar con los comentarios sobre el lugar, mientras
cambiábamos ideas, nos dimos cuenta que era necesario
evitar que alguien nos pudiera quitar el terreno. Eso no lo
podíamos permitir, sabíamos que eso cuesta pero
estábamos dispuestos a pagar el precio. Sabíamos también
que dirían que éramos menores de edad y nos mandarían al
diablo. Estas y otras consideraciones nos llevaron a la
conclusión de que necesitábamos alguien mayor que nos
aconsejara y fuera nuestro representante.
Recurrir a un adulto no era aconsejable, trataría de
embaucarnos a la primera. Se hacía difícil dormir, no se
nos ocurría quién pudiera ser esa persona mayor en quien
confiar. De pronto sentí un toque de seguridad que me jaló
los pelos: di un salto y grité: ¡El mendigo Juancho! ¡El
mendigo!. Tenemos que hablar con él. No hay otro.
Al día siguiente fuimos a buscarlo. Nos sentamos a su
alrededor y le comunicamos nuestras intenciones. Le
contamos del lugar que habíamos hallado y de la necesidad
de tramitar una autorización, o registro, o como quisieran
llamarlo, para evitar que los traficantes de terrenos
pudieran apropiarse de él. Tú sabes que todos esos son
unos conchesumadres, le dijimos, a lo que él asintió sin
Roger L. Casalino Castro
65
reservas adjudicándoles otras palabrotas, bien dichas por
supuesto, y además, muy merecidas por cierto.
El mendigo Juancho se deschavó con nosotros. Nos contó
que él había trabajado con unos ingenieros y que sabía de
planos, también nos dijo que en una ocasión había sido
guachimán en la municipalidad de Vitarte, empleo que le
había permitido conocer la forma de realizar muchos
trámites, ya que él tenía que decirle a la gente a qué oficina
dirigirse... hasta que lo cambiaron por una chica bonita que
era sobrina de un concejal y se quedó sin chamba.
Entusiasmado con la idea de ayudarnos, nos manifestó que
se quería ir a vivir con nosotros pues necesitaríamos una
persona mayor que pusiera la cara. Entonces aclaramos los
puntos: Aceptarás que no eres más dueño que nosotros, nos
aclaras que no tienes hijos o alguien que después venga a
decir que eso es de ellos, nos ayudas a construir un sitio
bueno para todos y te conseguiremos ropa para que vayas
“tiza” a hablar en representación nuestra.
Una vez aclarada la relación con Juancho, el que una vez
afeitado resultó no ser tan viejo como parecía limosneando,
continuamos con nuestra rutina durante la semana. Llegado
el domingo, salimos todos muy temprano para encontramos
con él en el óvalo de Santa Anita; lo avistamos, le hicimos
unas señas, y sin dar tiempo a que pare el microbús, de un
salto se trepó a él y continuamos el viaje juntos y unidos en
una sola carcajada. Comenzábamos con alegría y mucho
entusiasmo, estábamos contentos.
Al llegar al punto adecuado, nos bajamos del microbús y
caminamos abrazados, uno al lado del otro en una larga
hilera saltando sobre las piedras del camino para no romper
La Calle me dijo … Sí
66
el abrazo que nos unía. Juancho parecía estar más
emocionado que nosotros mismos, disfrutaba el momento
como si fuera un caramelo, o mejor dicho, como si fuera un
alfajor que vas mordiendo con sumo cuidado, pedacito por
pedacito, para evitar que se te caiga, para que te dure y para
disfrutar su sabor en cada pizca. ¡Huuummm!
Rápidamente llegamos al lugar e iniciamos la caminata por
él, mirándolo desde todos los puntos y en todas
direcciones. Luego, sin que nos importara cuanto nos
quemara el sol, nos sentamos en círculo para conversar.
Lo primero que se haría, a sugerencia de Juancho, sería
determinar el tamaño que le daríamos al cerco. Para ello,
nos repartiríamos formando un gran cuadrado y
tomaríamos como límites laterales la cima de la quebrada y
según como lo viéramos iríamos esparciéndonos hasta
darle el tamaño ideal. Debíamos tomar en cuenta que en la
parte delantera, la cual era casi plana, construiríamos una
canchita para hacer deportes.
Cuando hubimos determinado el tamaño, teníamos por el
frente como ciento cincuenta metros, por los lados como
trescientos metros y por el fondo un poco menos porque la
quebrada se angostaba. Cada uno hizo un mojón -morro de
piedras- y así dejamos delimitado el terreno.
En medio de la euforia del momento maravilloso que
estábamos viviendo, pensamos que sería conveniente
contar con una señora que nos cocine la comida. Pero
nuevamente estábamos ante la duda, ¿quién que no nos
fuera a meter un tiburón allí y que no nos fuera a vender?
Finalmente, pensamos en Olga, la carretillera la que
vendía refrescos y quien por ser una persona mayor y, al
Roger L. Casalino Castro
67
parecer, no tenía a nadie pues vivía sola con su perrito, nos
resultaba aparente. Hablaríamos con ella, tendría que vivir
allí y ser una más de nosotros, exactamente igual.
Juancho estuvo de acuerdo con la elección ya que la
conocía desde tiempo atrás, sabía que había tenido un hijo
al que atropelló un carro y sabía también que no nos
vendería, por el contrario, pensaba que era luchadora y
sabría defender nuestro sitio.
Solamente nos faltaba dar el primer paso en serio y tomar
posesión del lugar, y eso sería el sábado y domingo
siguientes, así podíamos disponer de dos días y hasta si
fuera necesario, nos quedaríamos un día más.
No obstante, ocurrió un hecho lamentable que demoró la
visita al terreno. Uno de los chicos del grupo murió
atropellado por un microbús, uno más de esos malditos
microbuseros que se meten por la derecha para ganar unos
metros, fregar el tránsito y crear desorden. La muerte de
Pirincho nos causó una gran tristeza. Por largo tiempo
sentimos que nos hacía falta. Extrañamos su risa, sus
bromas y su manera de hacerse el loco cuando lo agarraba
un policía.
Después del alboroto que se armó con el accidente, llegó
un “patucho” de corbata y zapatos bien lustrados que se
creía el “muy” y se lo llevaron a la morgue. Juancho y
Olga asumieron las veces de padres y fuimos a reclamar el
cadáver para el entierro. En un principio no querían
entregarlo por que ellos no tenían ningún papel que probara
que eran familiares, pero al fin, con billetes de por medio,
encontraron que les resultaba más interesante deshacerse
del muertito que guardarlo. Entonces, buscaron los
La Calle me dijo … Sí
68
argumentos y las razones necesarios para llenar los
formularios, y con la firma de Juancho, nos lo entregaron.
Fuimos a una funeraria y le compramos un buen sepelio.
Así llaman al entierro cuando es caro. De una cantina del
barrio recogimos unos guitarristas y los llevamos para que
le toquen “Todos vuelven” que era la canción que siempre
andaba silbando. El asunto terminó bien para los músicos
porque los llamaron a cantar en otros entierros, se metieron
unos tragos en cada uno de ellos, y ahí nomá los dejamos
bien alegres.
Adiós al amigo
Has vivido entre nosotros
varios años de tu vida,
hoy dejas con tu partida
una ausencia tan sentida
que no podrán llenar otros.
Trabajaste con tesón,
con ese esfuerzo que arrastra,
con esa mano que muestra
y que en conciencia demuestra
que tuviste un corazón.
Aquí quedan tus amigos
conformes al comprender,
que es de gente de valer
nuevos rumbos recorrer
sin temor a los castigos.
Roger L. Casalino Castro
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Nunca sentimos que fueras
otra cosa que un amigo,
ponemos a Dios por testigo,
porque jugando contigo
siempre amansamos las fieras.
Hoy estrechamos tu mano
al emprender la partida,
en señal de despedida...
porque sentimos que en vida,
¡Fuiste un amigo... y hermano!
Estábamos viviendo intensamente, todo aportaba a que
viviéramos más intensamente que nunca. Cada día se nos
ocurría algo importante aunque también nos íbamos dando
cuenta que nuestra empresa no sería tarea fácil. Nos
dábamos cuenta de que surgirían muchos enemigos,
algunos por envidia, otros solamente por joder, dirían que
“cómo era posible que unos muchachos locos, unos
pirañitas de mierda tuvieran un sitio para ellos”.
Claro y por descontado, lo más fregado vendrá cuando las
viejas metiches digan que una de sus instituciones tendrá
que hacerse cargo de nosotros y que, tal como corresponde,
pondrán control policial, asistenta social, y etc. y entonces
sí que se arruinará la cosa, porque con ellos,
inevitablemente volveremos a la calle sin esperanza alguna,
a exponernos a toda su mierda y al riesgo inevitable de la
droga, para convertirnos sin remedio, en tiburones
destinados a alimentar las cárceles.
¿Será posible que éstas cucufatonas se atrevan a pensar que
los reformatorios de menores son mejor que aquello que
La Calle me dijo … Sí
70
estamos planeando hacer? ¡Noooo! No creemos que
puedan ser tan ignorantes que quieran insistir en ignorar
nuestra capacidad de ser niños, y de que, y por lo tanto, en
nuestros asuntos podemos pensar mejor que los adultos.
Lo cierto es que por todas estas razones y sin razones,
estábamos seguros, no teníamos duda alguna que surgirían
dificultades.
Definitivamente, para tomar el burro por las orejas, lo
primero era tomar posesión del terreno. Más adelante, con
seguridad, tendríamos que enfrentar alguna batalla legal,
pero por lo pronto, comenzaríamos por conseguir una
autorización municipal para que nos concedan o
adjudiquen el terreno, mientras tanto, seguiríamos
trabajando en él. Nos pondremos un nombre: “Albergue de
los Pirañitas de la Nueva Era”. No. Mejor Albergue no
porque suena a institución, a limosna y no somos eso.
En nuestras reuniones nos decíamos: No aceptaremos
intervención de nadie, ni de los convenidos e interesados en
lucrar con nosotros o con nuestras ideas. De necesitar
ayuda, que la necesitaremos de todas maneras,
recurriremos a los estudiantes universitarios de los años
superiores de la Universidad Agraria La Molina, siempre
que lo hagan desinteresadamente y siempre que no tengan
ya los vicios aquellos de los cuales queremos cuidarnos.
Aprenderemos a leer y a escribir correctamente,
aprenderemos oficios y pagaremos por ello hasta que nos
corresponda salir a luchar por una vida mejor. Pero, como
sabemos luchar y sabemos que nuestra obra crecerá, de
nosotros mismos saldrán los maestros que educarán a los
nuevos que ingresarán a formar parte de nuestro grupo.
Roger L. Casalino Castro
71
Todos trabajaremos afuera, nos formaremos adentro y no le
pediremos nada a nadie. Pero sobre todo, no le
entregaremos nuestra casa a nadie, ni a religiosos, ni a
instituciones privadas o del estado. No nos gobernará la
policía ni ningún ministerio. Seremos independientes, tanto
como cualquier empresa o persona, porque somos mayores
de edad, hemos recibido nuestra mayoría a través del
abandono, la desidia y la crueldad de los mayores, y por lo
tanto, tenemos el derecho de vivir por nuestra cuenta con
los mismos derechos que otros.
Exigiremos que se nos apliquen los derechos humanos que
nos son inherentes como tales. No aceptaremos aquellos
derechos del niño que se nos pretenderán aplicar como una
“gracia” para frenar nuestro desarrollo.
Somos una fuerza cuya rebeldía nace de vivir en la calle
como resultado del desdén y la miseria. No queremos ser
parte de la educación común porque no está hecha para
nosotros. No queremos ir a una correccional porque son
lugares donde la crueldad impera por la ley del más fuerte
y no son funcionales; no son ni buenas ni malas; si alguno
ingresa con la esperanza de ser reeducado estará perdido,
en cambio los malos, siempre serán más malos pues ahí se
les prepara para ir a la jaula grande.
Tenemos derecho a intentar algo diferente, queremos poner
las bases para rescatarnos a nosotros mismos y poder
después rescatar a los rescatables. Por tal razón, no
aceptaremos drogas de ninguna clase, no aceptaremos licor,
aunque eso signifique la reducción del lucro de las
empresas que gastan millones en publicidad para asegurar
el incremento del consumo del veneno que fabrican.
La Calle me dijo … Sí
72
Después le ponen música y dicen que es para recuperar los
valores nacionales. ¡Ba-ba-ba!
Somos la consecuencia del mal uso de la droga y el
alcohol, pues ambos conducen al exceso y al abuso. Si lo
que pensamos significa revelarse al sistema, pues a la
mierda el sistema, nos revelaremos contra él. No
aceptaremos que se trate de evitar que intentemos salvarnos
por nuestra propia cuenta ¡No lo aceptaremos! ¡Eso no! ¿O
será que nos temen porque les llevamos mucha ventaja a
sus hijos, pues será con ellos con quienes tendremos que
competir en el futuro? ¿O será que temen que las leyes que
ahora hacen para ellos, puedan hacerse en el futuro también
para nosotros? Por experiencia propia sabemos que el
sentido común está más ceca de la justicia que la ley.
Cada uno de estos criterios iban surgiendo de nuestras
propias conversaciones, muchos de ellos al paso por los
Roger L. Casalino Castro
73
aportes inconscientes de una pregunta intrascendente o de
una respuesta estúpida que salía “porque sí nomá”.
Indudablemente éramos niños grandes, pero éramos adultos
con pinta y cara de bebés, pero sobre todo, éramos un
grupo de seres humanos marginados, maltratados y
excluidos de su estúpido sistema social preparado para que
aquellos que reciben sus beneficios, reciban cada vez más,
y de tal manera que, aquellos que no los reciben, pues que
no los reciban nunca mientras se pueda evitar.
Probablemente por ello es que se nos vive castigando y
penalizando – aunque debería decir penando, que viene de
dar pena- sin permitir que se produzca la exclusión de todo
aquello en cuyo origen se encuentra la verdadera raíz del
mal: la crueldad y la hipocresía del sistema económico que
protege una sociedad egoísta y corrupta.
Como ejemplo, y para graficar la idea citaremos: No se
acaba con el flagelo de la coca, porque es necesario seguir
cojudeando al campesino con el cuento de que se le apoya
permitiéndosele sembrarla y por ello se le paga menos de
un milésimo del precio de la cocaína. No se arregla el
tránsito, porque sinó, ¿De qué viviría la policía? No se
prohíbe drásticamente la depredación de la vida natural,
porque sinó, ¿De qué vivirán los que comercian con ello?
No se regula el mal uso del petróleo, aunque se acabe el
mundo, porque sinó, ¿Qué se haría con todos los millones
de millones de dólares invertidos en esa industria y en
todas las que dependen de ella?... etc... etc...
¡Huevadas! ¡Tan sólo huevadas y nada más que huevadas!
Deshonestidades permitidas por la ley, latrocinios
permitidos por los jueces, muerte apoyada por los estados,
La Calle me dijo … Sí
74
pero, con toda seguridad, esos mismos hijo’e’putas,
tratarán por todos los medios (dirán que legales) de evitar
que tengamos un hogar hecho y gestado por nosotros
mismos.
Rebeldía al Horror
Miro los tiempos tenebrosos del ayer,
veo Puerto Quemado en llamas, abrasado,
cuando llegó por mar el virrey de la ignorancia
a destruir el Incanato y su cultura.
Criadores de chanchos protegidos de armaduras,
aprovecharon la fe de los pacífico Incas,
impusieron la Biblia, les destruyeron los quipus,
ocultaron la grandeza de su experiencia sagrada.
El Inti avergonzado no quiso alumbrar la cruz,
en un eclipse total quedó el Incanato en sombras,
porque la lacra social y la ignorancia guerrera,
arrasaron a un pueblo sano que no sabía pelear.
Arcabuces y cañones contra semillas y tajllas,
el calvario de la cruz contra el Sol de vida y luz,
los símbolos paganos que trajeron de otro mundo,
obligaron con la espada a los dioses de esta tierra.
Apocalípticos caballos con armaduras de hierro,
con la mente perturbada tras títulos y riquezas,
al exabrupto del fuego de mosquetes y cañones
de la venia al Sol fueron a humillante genuflexión.
Roger L. Casalino Castro
75
Se revelan los sentidos al pensar en la ignominia,
la hoguera, las cadenas y los potros de tormento;
de la horca, de los cepos, o de la gota fría,
que horadaba las cabezas y borraba las ideas.
Cuántos bárbaros pecados de las ilustres sotanas
bajo la sombra y soberbia de la exclusiva verdad,
egoísmo pernicioso de la idea consagrada
de la crueldad oculta bajo un manto de bondad.
Cuántos horrores sufridos en socavones mineros
para satisfacer caprichos en lo suntuosos palacios,
donde cortesanos fatuos hacían de pavos reales,
ofrendando a Dios las riquezas que Él no quiere.
¿Cómo mirar atrás sin maldecir a los buitres?
¿Cómo revisar la historia sin revelarse al estigma,
sin desdecir la verdad que nos justifica el crimen
y sin llorar el horror de que se hiciera por Dios?
¿Quién hizo del humano el modelo universal,
que puede decir: mío, y tomar lo que es de todos?
¿Por qué será blasfemo el que piensa diferente?
¿Quién le dio el derecho de oprimir un semejante?
Dios es uno y lo vemos cada día en cada flor,
en el momento sublime de la creación y la belleza,
cuando de mil formas la naturaleza hace el amor...
cuando en la unión de dos... se hace la vida.
Se repetirá la historia, una y otra vez, inmisericorde y cruel,
con la misma fuerza, con la misma pasión, con la misma
intención de lucro, con el mismo ánimo de excluir todo
aquello que pueda, a la corta o a la larga, afectar alguno de
La Calle me dijo … Sí
76
los engranajes del intrincado reloj socio-económico y
socio-político, el que siempre se encuentra perfectamente
lubricado y sincronizado para dar la hora a los que la saben
leer y tocar las campanadas para aquellos que las saben
contar, porque los demás, siempre tendrán que escuchar y
preguntar la hora y el día en que les toque comer...
Hemos aprendido que para pelear se necesitan dos, que
para resolver un pleito se necesitan dos con voluntad, y que
para eternizarlo se necesitan dos y una ley. Sabemos que en
la universidad de la calle se aprenden muchas cosas, entre
ellas, que ahí se piensa mucho más de lo que la gente que
se dice culta cree.
Roger L. Casalino Castro
77
III
La Lucha
La etapa realmente difícil para lograr nuestras aspiraciones
había comenzado, presentíamos que la lucha sería dura.
Teníamos que ser fuertes, sabíamos de la necesidad
imperativa de permanecer unidos, nadie debía separarnos.
Cuando hubimos conseguido zapatos y ropa aparente para
el mendigo, afeitado y vestido bien tiza, lo largamos rumbo
a la Municipalidad a investigar todo lo relacionado con
La Calle me dijo … Sí
78
trámites, todo lo que era necesario realizar para estar bien
con ellos, no porque nos importara mucho lo que dijeran,
sino que preferíamos evitar que anduvieran fregándonos la
paciencia. Como es su costumbre.
Después de dar muchas vueltas por pasadizos y oficinas
tratando de encontrar alguien que supiera por dónde se
debía comenzar, y de proseguir tercamente en el intento por
tres días, estaba más desorientado y confuso que al
principio. Unos pensaban que era necesario enviar una
solicitud al Alcalde pidiendo la concesión, otros pensaban
que directamente se debía tramitar una licencia de
construcción, a lo que, los de la otra oficina, dijeron que
eso no era posible porque no teníamos título de propiedad
del terreno.
De pronto, cuando el mendigo mencionó el nombre de la
asociación: “Casa de los Pirañitas de la Nueva Era”, lo
echaron afuera del recinto municipal. Esta situación lo
obligó a cambiar de estilo, e hipócritamente, se manejó por
las oficinas como si fuera de alguna organización religiosa.
En general, el resultado no fue mejor. Le dijeron que tenía
que traer una resolución de Inabif, porque se trataba de
menores de edad, pero que también tenía que gestionar una
autorización del Ministerio de Agricultura porque se
trataba de terrenos eriazos y ellos tenían que confirmar que
no eran aptos para la agricultura. Como si a ellos les
hubieran pedido lo mismo para convertir las treinta y cinco
mil hectáreas de tierras de cultivo de los valles de Lima y
aledaños en treinta y tres mil hectáreas de cemento y
asfalto y sólo dos mil de tierras de cultivo o áreas verdes.
Roger L. Casalino Castro
79
Luego era necesario inscribirse en la Dirección Nacional de
Asentamientos Humanos en sabe Dios qué Ministerio,
porque no se sabía si en aquel momento pertenecía al de La
Mujer, al de Vivienda, al de Salud o algún otro, porque
todos reclaman esa Dirección cuando les conviene para
hacer política cada vez que se aproximan las elecciones,
pero la desdeñan cuando ya no les interesa.
Juancho llegó a la cueva alicaído después de más de una
semana de intentos por encontrar y agarrar la punta del
hilo. Nos contó con lujo de detalles la odisea vivida en cada
oficina de cada institución, pero nos manifestó también que
estaba picado y que seguiría adelante por cuanto le faltaba
aún mucho por recorrer.
Por ahí le dijeron que al parecer se trataba de una invasión,
y que por lo tanto, deberíamos conseguir una autorización
del Ministerio de Guerra donde constará que esos terrenos
no eran un campo de tiro del ejército y que el Ministerio
del Interior debía darnos una autorización indicando a qué
comisaría correspondía tenernos bajo su jurisdicción, la
misma que era complementaria de la resolución del
Ministerio de Guerra. Le recomendaron hacer una visita al
Instituto Nacional de Cultura con el fin de averiguar que
trámites debía realizar para obtener la autorización
indispensable del INC indicando que en aquel lugar no se
hallaba ubicada ninguna zona arqueológica.
Después de más de tres semanas de ajetreos e intentos de
trámites, nos encontrábamos mareados, confusos y
decepcionados, por lo que, sabedores de que por la vía del
orden no conseguiríamos nada, y de que por el contrario,
pronto seríamos perseguidos, tomamos la decisión de
instalarnos en el lugar, ponernos a trabajar en el cerco y en
La Calle me dijo … Sí
80
la construcción de una cabaña, colocar un letrero con el
nombre de nuestra casa y plantar a la entrada una Bandera
Peruana bien grande, como hacen los invasores de terrenos,
para que se pudiera ver desde lejos. Comenzaríamos el
sábado.
La idea era convertir todo aquello, aparentemente
inhóspito, en un sitio apto para vivir y por el que
lucharíamos a muerte para conservarlo. Así pues, reunidos
en la cueva igual que todas las noches, conversando y
conversando, íbamos llegando al cómo y al qué hacer, ante
cada pregunta o situación. Lo bueno era que todos
vivíamos enterados de lo que sucedía y podíamos actuar y
responder bajo el mismo criterio.
Inmediatamente nos dedicamos a acumular botellas de
plástico vacías para llevar agua, a conseguir palos, esteras y
sogas para hacer una ramada o choza, y también palas,
picos y fierros que pudieran servir de barretas para cavar.
Emocionados y nerviosos esperamos el amanecer del día
sábado, entonces, cargados hasta las orejas, partimos
rumbo a nuestro futuro paraíso. Nos instalamos e iniciamos
el proceso de limpieza llevando todas las piedras que
podíamos cargar hacia los contornos del terreno, pues ellas
nos servirían más adelante para hacer el cerco. Acordamos
hacer nuestras necesidades fuera del terreno mientras
cavábamos un hoyo suficientemente grande para construir
el silo.
Paralelamente a la tarea de limpieza, íbamos marcando y
haciendo hoyos más pequeños para sembrar árboles,
siempre cuidándonos de no ser picados por arañas o
alacranes. El Juancho, acompañado de cuatro pirañitas,
fueron a La Universidad Agraria de La Molina a intentar
Roger L. Casalino Castro
81
que les obsequien algunos plantones de acacia, guarango y
espino, y para que de paso, les recomienden algunas otras
especies que fueran capaces de soportar la aridez del
terreno y la falta de agua.
Consiguieron como diez plantas en esta primera relación, a
las que luego agregaron cuatro matas de eucalipto. Lo
bueno de todo fue que cada planta estaba sembrada en una
bolsa de plástico, y que por otro lado, habíamos establecido
el primer contacto con los estudiantes, a quienes les
interesaba observar los resultados de nuestro proyecto por
lo que nos ofrecieron buscar algunas otras para el siguiente
sábado.
Una vez que las hubimos plantado, se me ocurrió la idea de
colocar al pie de cada mata, una botella plástica de agua a
la que hicimos previamente un pequeño orificio, a fin de
que el terreno circundante se fuera mojando gota a gota,
poco a poco y así pudiera conservar la humedad por largo
tiempo facilitando su crecimiento. De ésta manera,
rápidamente tuvimos sembrado el frente con un árbol cada
tres metros, entonces comenzamos a subir por las laderas
hacia la parte alta del terreno por cuanto queríamos tener
listo el cerco a la brevedad posible.
Con las recomendaciones hechas por los estudiantes de La
Molina, quienes nos visitaron intrigados por el entusiasmo
con que hablaban los chicos sobre nuestra idea, no dudaron
en enseñarnos cómo sembrar y cómo aplicar el abono que
nos obsequiaron. Fuimos sembrando los árboles e
intercalando plantas de maguey y pencas de tuna y
ayrampo entre ellos. Estábamos muy emocionados al saber
que pronto tendríamos un cerco vivo. De paso aprendíamos
mucho, y queríamos saber más. ¡Había tanto que hacer!
La Calle me dijo … Sí
82
El que volvía cada noche decepcionado y agotado era
Juancho. Trámites y más trámites que ni siquiera podía
iniciar porque siempre le faltaba algo o encontraban una
razón por la cual no le podían recibir una vulgar carta. Ante
ésta situación, yo, Bebucho, armado de valor, me ofrecí a
hacerle compañía para que, por lo menos, tuviera un palo
flaco al que arrimarse y una razón de cariño para insistir.
Preguntando y preguntando llegamos al Instituto Geodésico
Nacional. Allí, gracias a una persona de buena fe, -no
crean, también las hay- dimos con una oficina donde nos
mostraron los planos aerofotográficos de la zona. Casi
gritamos de alegría y felicidad cuando pudimos ubicar el
lugar exacto adonde nos habíamos instalado. Conseguimos
una copia a la cual luego sacamos varias fotocopias
adicionales y, con ayuda de la mencionada persona de
buena fe, demarcamos el terreno, recibiendo la indicación
de que, para que nadie en el futuro nos empujara,
chequeáramos bien que el cerco coincidiera exactamente
con lo que figuraba marcado en el plano.
Con el plano obtenido, escribimos una carta a la
Municipalidad de La Molina. No la pudimos entregar
porque ésta debía ser dirigida al Sr. Alcalde etc. etc. Al día
siguiente volvimos con la carta corregida, pero tampoco la
recibieron porque, como se trataba de una Casa tipo
Albergue, era necesario que indicáramos el número de la
Ficha de Registro en los Registros Públicos, la Fecha de
Inscripción, y además, acompañar el Poder del
Representante Legal debidamente inscrito. Éstas palabras
nos hundieron en la desesperanza, sólo deseábamos llegar a
nuestro sitio, al que ya no nos atrevíamos a llamar por su
Roger L. Casalino Castro
83
nombre, donde la compañía de los demás amigos nos
ayudaría a soportar el rechazo.
Semejante terminología nos resultaba incomprensible y
estúpida. No nos cabía en la cabeza toda esa maraña de
obstrucción, por cuanto nosotros solamente queríamos un
lugar lejano y tranquilo adonde pudiéramos desarrollarnos,
y porque nos parecía, y creíamos en ello, que era necesario
que desde un comienzo sentáramos las bases para evitar
que se pudiera perder por un formalismo o por un
legalismo, -la misma mierda y formalidad apta para el
abuso- pero, nos estaba resultando imposible saltar aquella
barrera insospechada de impedimentos.
Por fin, en la municipalidad nos dijeron que para dar
comienzo al trámite teníamos que comprar una Carpeta de
Trámite, cuarenta soles, pagar y llenar el formulario de
Compatibilidad de Uso, ciento cincuenta soles, y pagar la
Vista Ocular, ciento cuatro soles. Fue difícil juntar todo ese
dinero porque no todos estaban de acuerdo en pagar tanta
plata, cuando con ella se podía comprar tanques para agua,
esteras, ollas y palos y tantas cosas que necesitábamos.
Finalmente se realizó el pago, comenzó el trámite y tres
días después llegó una camioneta con tres tipos a ver el
lugar. Miraron, hablaron entre ellos y se fueron. Dos días
más tarde, Juancho y yo, fuimos a recoger el susodicho
Certificado de Compatibilidad de Uso. Ante la expectativa
sonaba bonito, pero la Vista Ocular decía que no existían
facilidades de acceso y que el lugar no reunía las
condiciones mínimas para construir viviendas.
Juntamente con el informe nos entregaron una “Boleta de
Multa” por valor de Un mil trescientos cuarenta soles por
La Calle me dijo … Sí
84
haber realizado obras sin autorización, la misma que debía
ser pagada en cinco días.
- ¡Oiga! Pero... Y... ¿Por qué nos multa si sólo hemos
sembrado unos árboles?
- No. Ustedes están equivocados. No se les ha puesto
una multa. Les hemos impuesto una sanción.
- ¿Pero, igual se paga?
- ¡Claro que sí!
- ¿Y si no la podemos pagar?
- Entonces irá a la Vía Coactiva para proceder luego al
Embargo.
No preguntamos más porque sentimos que el siguiente paso
sería ir a la cárcel. Aquella noche lloramos todos juntos por
primera vez. Eran lágrimas de impotencia. Nos sentíamos
incapaces de soportar aquello. El riesgo y la angustia de la
calle, que cariñosamente continuaba diciéndonos: Sí, era
preferible, o por lo menos, más estimulante para nuestra
lucha, que darnos de nariz contra esas sórdidas puertas.
¡Chess’summm...!
En un acto de rebeldía y coraje pleno, grité volviendo a
poner mi cuota de raciocinio:
- ¡A la mieeeerda la leeeey! ¡Nos llamaremos: “Invasión
de los Pirañitas de la nueva Era”!
- Pero... dijo Juancho, nos van a sacar. Nos botarán
como a perros indeseables.
- ¡No... eso no! ¡Carajo!... Lucharemos. En vez de que
esos mierdas del municipio nos engañen y nos saquen
la plata, es preferible que nos la gastemos comprando
lo que necesitamos.
- Sí. Pero. ¿Cómo nos vamos a defender?
- Los universitarios lo harán, ellos nos apoyarán. Ellos
nos comprenderán. Comenzaremos por La Molina,
Roger L. Casalino Castro
85
debemos pedirles ayuda, les explicaremos las cosas;
ellos saben mucho más que nosotros.
- ¡Ya listo! Ellos son bien pendejos pa’eso de las
huelgas y las marchas.
- Mañana mismo comenzaremos. Ahora somos
veinticinco, debemos ser treinta, pero con cuidado, no
podemos recibir a nadie si no estamos seguros de que
vale y es valiente.
- ¡Y si son mujeres?
- Más cuidado todavía. Entre nosotros hay tres chicas,
pero pueden ser más, pero que se respeten. Nuestra
lucha es para salvarnos, no para jodernos, por eso no
aceptamos huevadas ni locuras. Que nadie pueda
acusarnos de nada peor de lo que ellos hacen. Algún
día nuestro sitio será tan bueno como esas casas lindas
que vemos por el camino. Ya verán.
- ¡Vivaaaaa! ¡Saldremos adelante como sea o
moriremoooos!
De una mancha de pirañitas que éramos, nos habíamos
convertido en un ejército de hormigas. Incansables
caminantes, laboriosos, siempre atentos y siempre listos
para colaborar, para hacer algo.
Había transcurrido poco tiempo, apenas un año desde que
comenzó la idea, pero en cambio el grupo había madurado
veinte años. Ahora nuestra preocupación era mostrar
nuestro verdadero agradecimiento a los muchachos de La
Agraria que tanto nos ayudaban. Gracias a ellos teníamos
unos buenos corrales con gallinas, conejos y cuyes; tres
buenos perros y tres gatos.
El cerco ya se elevaba casi un metro en todo el perímetro y
los árboles ya tenían vida, habían pegado y crecían
La Calle me dijo … Sí
86
rápidamente gracias al riego constante de la botella, las
tunas echaban sus primeras pencas y los magueyes ofrecían
sus primeros hijuelos. En la parte interior habíamos
construido un tanque de concreto para agua con un camino
de acceso para que el camión cisterna pudiera llegar hasta
él. El silo era una realidad a un costado del terreno, un caño
de agua para lavarse, una ducha y otro caño para la cocina.
La canchita para jugar y hacer deportes se encontraba
limpia y casi plana. Nuestro ejemplo eran los Incas
construyendo Saiqsayhuaman.
También, con la ayuda de los jóvenes de La Agraria,
quienes habían hecho para nosotros planos de vivienda y
recreación de tipo rural, ahora contábamos con sala de
juegos, sala de estudios, dormitorios con capacidad para
cuatro camas cada uno, separados para los hombres y para
las mujeres. Todo lo que teníamos era primitivo, rústico e
insuficiente aún, pero nos llenaba de orgullo saber que no
le pedíamos nada a nadie.
Entusiasmados tomamos una decisión seria, valiente y
grandiosa. Festejaríamos nuestra primera Navidad en casa.
Ya no iríamos por los barrios residenciales revolviendo en
la basura para recoger lo que tiraban. Ya no sería la
Navidad caminando, corriendo y recorriendo calles y
plazas viendo cómo otros festejan, para que al final con
aire de suficiencia nos den una migaja. Ésta vez
disfrutaríamos nuestra propia Navidad, para ello habíamos
juntado el dinero suficiente.
Para empezar, un grupo de nosotros, fue al mercado de
compras. Tres pavos enormes que nos entregaron pelados y
limpios. Sin pérdida de tiempo los llevamos a una
panadería, los hicimos hornear y mientras eran sometidos a
Roger L. Casalino Castro
87
un dorado hermoso, fuimos a comprar arroz, leche,
chocolate y toda la lista de cosas que nos pidió Olga,
incluyendo panetones, cohetes y bengalas; afiches, luces y
guirnaldas. Todo era luminoso, aunque a velas y linternas
porque no teníamos luz eléctrica.
Por esa noche nos olvidaríamos de la calle para compartir
juntos el más lindo de los momentos. A las seis de la tarde
ya estábamos todos ahí, sin excepción, en la tarea de la
decoración y dignificación del ambiente. Cuatro amigos de
La Agraria con sus respectivas parejas, provincianos
naturalmente, que prefirieron acompañarnos, pusieron su
mano para darle mayor calidad al ambiente ya que nosotros
teníamos mucho entusiasmo pero poco conocimiento sobre
cómo decorar.
La Navidad fue emocionante por el significado que tenía
para nosotros, inteligente porque cada uno puso todo de sí
para que resultara lindo, alegre y festiva porque fue la
primera y mejor fiesta disfrutada en nuestras vidas y
donde la alegría general nos hizo olvidar lo que éramos,
estridente y explosiva por la cantidad de fuegos
artificiales que quemamos. ¡Ah!, olvidaba, divina, porque
Olga hizo un pequeño nacimiento donde nos arrodillamos
a rezar una oración a las doce de la noche recordando a
Pirincho, aquel compañero y amigo al que atropellara el
micro.
Navidad
Navidad
Una ilusión ve germinando en la entraña de una madre,
Un retoño está naciendo en la humildad de un pesebre.
Una vaca los observa con sus ojos de tristeza,
un cordero que lo abriga con paciencia y sin reproches.
La Calle me dijo … Sí
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Un burro le está esperando para viajar por la tierra.
Mientras las aves que llegan tejen un collar de sueños
Un lucero va alumbrando haciendo día la noche
Para que todos lo vean, para que todos comprendan
Que se nace por amor, porque el amor es la paz.
La madre le da cariño lo amamanta y le bendice,
Niño bendito que nace destinado para darnos
Lo que más falta nos hace en un mundo desigual.
Navidad amor y sueños ilusiones y esperanzas,
De las caritas tristonas del foquito que ilumina
Cuando con un caramelo se fabrica una sonrisa.
¡Que viva la Navidad para los niños del mundo!
Que el amor sea la dicha que el dolor no vuelva mas,
Que la paz con alegría dure por siempre jamás.
Reímos, cantamos, saltamos, jugamos y callamos a la hora
de cenar porque el chocolate, el pavo, los panetones y lo
demás estaba tan bueno y sabroso que no podíamos hablar
en ese momento, pero en cambio tuvo la virtud de darnos la
energía necesaria para aguantar hasta la madrugada.
Por muchos días la maravillosa noche de Navidad dominó
nuestra conversación, porque, además de todo, estuvo llena
de anécdotas graciosas, que ésta vez sí, como niños que
éramos, afloraron libre y espontáneamente.
Se podía decir que íbamos ganando la lucha; que íbamos
logrando resultados edificantes, no sólo saludables, sino
también dignificantes, por lo tanto, estábamos convencidos
Roger L. Casalino Castro
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interiormente que nos estábamos preparando para la vida,
preparación que complementábamos adecuadamente con
las clases que nos daban los muchachos de La Agraria.
Era obvio que ante la ley no éramos nada, que ante la
sociedad éramos apenas unos marginados indeseables
usurpando derechos reservados para “alguien”, siempre
que no fuéramos nosotros, pero eso no nos importaba un
pito y continuábamos la lucha por nuestro proyecto aunque
para lograrlo fuera necesario vivir enfrentando sombras y
dudas, más ahora que estábamos empeñados en ser dignos
y justos con nosotros mismos.
La Calle me dijo … Sí
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IV
La Marginación
Hasta que comenzó el principio del fin, por supuesto, como
se dice en el argot institucional: con la mejor de las
intenciones, pero al fin y al cabo, el fin estaba empezando y
llegaría con la misma displicencia con que Pilatos se lavó
las manos, con la misma avaricia con que Judas vendió a
Jesús o con la misma sana intención con que los Césares se
divertían en el circo apuntando con el dedo gordo hacia
abajo para decretar el fin de los perdedores.
Roger L. Casalino Castro
91
Una joven, Asistenta Social de la Universidad de San
Martín de Porres, muy amiga de un estudiante de La
Agraria, a quien le había hablado del maravilloso y poco
común acontecimiento –que era nuestro proyecto- se
ofreció amablemente a colaborar con nosotros sin más
interés que el de obtener la experiencia que ello significaría
para introducir un importante capítulo en su Tesis. De
primera intención haría un registro de todos, para lo que era
necesario que todos tuviéramos nombre y apellidos. Todos
aquellos que tan sólo tuvieran un apellido adoptarían como
segundo apellido: Molina, porque el albergue estaba
ubicado en La Molina.
El siguiente paso fue conseguir que todos tuviéramos
Partida de Nacimiento Inscrita en el Registro Civil.
Muchos fueron firmados por Juancho y por Olga, la
carretillera. Sin embargo, el trabajito que Blanquita se
había echado encima con buena fe y mucha voluntad, le
llevaría varios meses de gestiones, y por supuesto, también
de sinsabores por el maltrato que en ocasiones recibía de la
gente al no comprender por qué ayudaba a los pirañitas.
Cuando logró completar el padrón, redactó un memorial
que fue suscrito por todos con firma y huella digital, el
mismo que fue presentado a la Dirección de Asentamientos
Humanos. Llegamos con bombos y platillos a presentar
nuestra solicitud. Fue recibido en la Mesa de Partes, y
según nos dijeron varias semanas después, había sido
estudiado, discutido y desechado. Fue rechazado aduciendo
que toda esa zona había sido denunciada para un proyecto
de ampliación de la Arenera La Falla, empresa que en su
propuesta había indicado que construiría, en un futuro, -
quizá algún día, aunque más sonaba a cuento con fines de
La Calle me dijo … Sí
92
apropiación- casas para los obreros, todo ello dentro del
marco de desarrollo social de la empresa.
¡La miéchica! Nuevamente estábamos siendo arrimados,
marginados; nuevamente estábamos siendo colocados en la
calle como ejemplo de lo que no debe ser, pero que es
necesario para que la sociedad exista y sea, como parte
importante del reciclaje del mercado. Lo mismo que sucede
con la delincuencia común: son parte de la sociedad de
consumo y por eso no es combatida adecuadamente, son
necesarios para acelerar la reposición del material
desechable del reciclaje mercantilista. A más robos más
consumo y más movimiento comercial. Si a usted no le
roban el reloj, jamás se comprará otro.
Sin rumbo y sin destino, a nuestra suerte, o mejor dicho: a
la mierda, iban a quedar más de dos años y medio de
esfuerzos y de terca lucha por una simple expectativa, y
cuando ya los árboles hacían notar su presencia en el lugar,
cuando ya nuestras viviendas tomaban cierto viso de
habitables, cuando ya teníamos un cerco y una pequeña
granja... y zás.. el zarpazo desgarrador de los tigres de
escritorio y el papelucheo nos empujaban nuevamente a la
nada.
Legalmente no teníamos armas, y por tanto, menos aún
posibilidades. Socialmente éramos: escoria desechable, y
para colmo, según la ley, menores de edad, lo que equivale
a decir, sin derechos reales.
Los trámites y el basureo indignante del que éramos objeto,
habían acabado con nuestras esperanzas de poder realizar
nuestro proyecto ordenadamente para evitar que nos lo
quiten. Ahora estábamos ante la perspectiva de continuar
Roger L. Casalino Castro
93
adelante contra viento y marea –como dicen los que hablan
bonito- o jugarnos la vida en ello, como dicen los valientes.
No cabía tregua porque nuestra pasión era demasiado
grande para dar marcha atrás o abandonar.
Inconscientemente respondíamos a la sociedad con el
mismo desprecio con que éramos tratados. Nosotros
vivíamos y robábamos al margen de la ley, respondiendo
con valor a que ellos nos marginaran y robaran de acuerdo
a ley. La gran cojudez o la gran concha, establecida por la
ubicación de los unos y la des-ubicación de los otros. La
paradoja eterna de la justicia y el ajusticiado de la que ni
Cristo se salvó. La justicia y la venganza son como los
rieles del tren, avanzan paralelos, mantienen su distancia
para que el tren camine, sin importar cual de ellos sea el
que aporta la fuerza o soporta el peso. Pero cualquiera que
se desvíe descarrilará el tren.
Estos pensamientos, en busca de una respuesta que no
encontraba y no creía posible, me atormentaban. La única
conclusión a la que llegaba siempre, era que para nosotros
no había otra vida que aquella a la que ellos llaman
informal, y con razón, pues la informalidad no es sino la
consecuencia del egoísmo de la formalidad apoyada en el
legalismo asfixiante del obstruccionismo de la tecnocracia,
por cuya mediocridad no se le permite razonar.
Pensaba en aquellas oportunidades en las que me arrimaba
a grupos de mayores para escuchar lo que hablaban. Unos
hablaban de mujeres y de lo macho que eran, o de lo
mucho que aguantaban chupando antes de lograr una buena
borrachera; esos me daban asco. Otros contaban y se
lamentaban de cómo estaban jodidos porque, por un lado,
tenían que pagar impuestos y multas a la Sunat y los
La Calle me dijo … Sí
94
Municipios, y para salvar el asunto, no les quedaba más
remedio que recurrir a los préstamos bancarios, lo cual era
peor, terriblemente grave. No hay negocio capaz de
sobrevivir a los intereses usureros que les cobran.
Decían que el que cae en manos de los Bancos: se jodió.
Pierde su negocio, arriesga su familia y no volverá a
dormir. Cada día recibirán una carta amenazándolos con
juicios, embargos y lanzamientos por deudas que llegan a
niveles a los que jamás pensaron que sus humildes créditos
podían alcanzar. Por último, los acusarán a un tal Infocor,
que no se quien es pero que debe ser muy poderoso,
porque dice que los botará del sistema. ¡Carajo! Todo lo
que hacen los que tienen plata para vivir de los que no la
tienen.
No comprendía el alcance de esas conversaciones, pero
eso sí, me permitían comprender que nosotros vivíamos
ajenos a esas complicaciones, lo que por lo menos, nos
servía para dormir en paz. Solamente debíamos manejar
nuestra independencia de otros grupos.
Estando las cosas así, fuimos en busca de los amigos de La
Agraria, quienes atentos y dispuestos como siempre,
hicieron un llamado a las agrupaciones universitarias de
todas las universidades de los diferentes distritos del área,
se organizaron marchas y se hizo un poco de bullanga
durante unos días, para luego olvidar.
Aparentemente, pelear por los pirañitas, no era una causa
noble para aquellos que no nos conocían, de manera que
rápidamente tiraron la esponja. Solamente los de La
Agraria, nuestros amigos, permanecieron con nosotros.
Roger L. Casalino Castro
95
De todas formas, fue el comienzo del fin. El movimiento
dio como resultado que, ante las vistas propaladas por los
noticieros de radio y televisión de lo que ahí existía,
distorsionado por encima de lo que nosotros éramos,
despertaron a los traficantes e instituciones que
comenzaron a rondarnos como moscas.
Las instituciones del estado, las instituciones religiosas y
otras que dicen que son sin fines de lucro, llegaron a
ofrecernos su protección, dispuestas a “iniciar una batalla
legal contra la empresa que abusivamente se estaba
adueñando de ese lugar que efectivamente era apto para
una obra tan loable como lo era nuestra casa”. Otros decían
que se imponía proteger a los “pobres pirañitas
abandonados... tan pequeños”... oh, oh, oh... en un lugar tan
alejado e inhóspito.
Las cuatro y media hectáreas que comprendía el cerco,
ahora verde, que si bien no era gran cosa, sí era en cambio
muy tentador, pues ellos sabían que representaba el
comienzo de algo importante por el que podían recibir
muchas donaciones, se convirtió en un dulce manjar que
atraía a los moscardones que con desesperación la
rondaban sin cesar.
Cada uno por su cuenta, comenzó a mover los hilos en los
Ministerios y otras dependencias que, de alguna forma,
pudieran tener dentro de sus atribuciones la posibilidad de
conceder la tutoría del proyecto, y de esta manera, -como
dicen los curas- ganar indulgencias con avemarías ajenas.
El resultado no se hizo esperar. Por una Resolución
Directoral, de sabe Dios qué Ministerio, pasó a poder de
una institución estatal que se preocupó de inmediato por
La Calle me dijo … Sí
96
impulsar las medidas respectivas, convenientes,
concernientes y diligentes, sobre todo, para que, con cargo
al presupuesto de la institución darle el marco legal, el
marco educacional, el marco de salud, el marco de
recreación y deportes que dentro del marco social resultará
indispensable para su desarrollo, luego vendría el marco
vocacional y psico-social de amplia proyección al futuro y
etc. y etc. marcos.
Para comenzar, llegaron con policías y guachimanes y sin
más ni más, despidieron a Juancho y a Olga porque, según
dijeron, “eran mala influencia y un ejemplo poco edificante
para los niños, y además, era lógico suponer que estaban
explotándolos y abusando de esos pobres chicos”.
Armamos un bolondrón de los diablos, nos trenzamos a
golpes con la policía, les caímos encima y les dimos duro,
hasta que le rompimos la cabeza de una pedrada a la vieja
que dirigía aquello que llaman operativo, entonces fue
cuando sucedió, nos rompieron el alma a palos varazos y
puñetes.
Después de eso y sin nadie que pudiera hacer resistencia,
tomaron posesión del lugar, dejaron un patrullero con tres
policías en la canchita, -dijeron que pa’guardar el orden- y
tres guachimanes se ubicaron de ronda. Al llegar la noche,
los guachimanes comenzaron a fregar y a querer hacerse
los vivos con las chicas, entonces, rodeamos a uno y le
dijimos bien claro: ¡So pedazo de mierda! ¡Como alguno
de ustedes se desmande un sólo poquito, se mueren! Fue
suficiente. Ellos sabían perfectamente que no era broma. Se
morían.
Al día siguiente comenzaron a traer cosas. Llegaron
camiones cargados con materiales de construcción y
Roger L. Casalino Castro
97
personal. De inmediato comenzaron a edificar oficinas, una
enfermería y nuevos baños... para ellos por supuesto, hasta
que llegaron los administrativos con macetas, cuadros y
material de decoración. Todo fue muy rápido. En pocas
semanas estaban instalados.
Desde que llegaron, nosotros, los pirañitas, ya no salimos a
trabajar como todos los días, ahora fuimos confinados y
obligados a realizar las tareas de limpieza y servicio que
ellos indicaban, ya fuera en la cocina, en la granja o en
albañilería. Todos nos pasaban por encima, nos mandaban
y apabullaban. Éramos los chupes. Comprendimos que con
aquella actitud, y dentro de ese nuevo orden, nosotros, ya
no éramos precisamente los importantes, habíamos pasado
a un segundo plano. Ahora, ellos eran los dueños de la
pelota, el mando y la importancia eran suyos.
Ante semejante situación, con nuestros valores trastocados
y vigentes los valores establecidos por ellos, los
universitarios que regularmente visitaban el albergue y
departían con nosotros dejaron de venir, lo cual hizo que la
vida ahí cambiara radicalmente y que, muy apenados, la
sintiéramos fría y ausente de cariño. Acabaron nuestras
ilusiones y las aspiraciones que nos sostenían y mantenían
unidos. Ya no éramos nosotros, aquel dejó de ser nuestro
mundo para convertirse en un apéndice tentacular de la
estúpida sociedad de la cual siempre huimos.
Habíamos perdido nuestro hogar. Habían atropellado
nuestras esperanzas y acabado con nuestros sueños e
ideales. Habían prostituido nuestro modo de vida. Habían
avasallado nuestro derecho natural a la libertad. Seríamos
parte efectiva de la vanidad de unos y la ambición de otros
al negarnos el derecho a ser nosotros mismos.
La Calle me dijo … Sí
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Roger L. Casalino Castro
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V
La Consecuencia
Los días se hicieron fríos, las tardes aburridas y las noches
largas. Cada mañana al levantarnos sentíamos que todos los
que estaban ahí para atendernos actuaban como carceleros
y se desvivían por que los sirviéramos. No permitían que
nos manejáramos por nosotros mismos, legalmente éramos
la razón del albergue pero realmente éramos prisioneros de
un cuento social. En lugar de enseñarnos cosas útiles se
dedicaron a que tercamente aprendiéramos los reglamentos
que no daban opción a nuestro desarrollo pues lo prohibían
todo. Muy a nuestro pesar, veíamos con pena que nos
estábamos deteriorando con rapidez inusitada, la agilidad
mental y la reacción rápida ante situaciones inesperadas
que era nuestro sino en la calle, terminaría atrofiada.
Querían amansarnos, para ello, venían a vernos curas y
monjas que se la pasaban hablándonos cosas que no nos
interesaban, invariablemente el mismo cuento cada vez,
luego, cuando éstos se iban, venían unas viejas que nos
revisaban las orejas, nos jaloneaban los pantalones y nos
sacaban las camisas para afuera, para ver si teníamos los
calzoncillos con caca como si fuéramos niños inútiles.
Otras querían enseñarnos a leer y escribir en unos libros
para bebés.
La Calle me dijo … Sí
100
El albergue aquel que fue nuestra casa soñada, la mayor
ilusión de nuestra vida, el lugar por el que sacamos desde
lo más profundo de nosotros mismos todo lo que
guardábamos, ya no nos pertenecía, ya no nos interesaba
para nada, y fue cuando cada quien, comenzó a madurar la
idea de escapar de ahí. La calle nuevamente nos diría: Sí.
Una mañana, al despertar del despertador, ya no estábamos
en el albergue. Los tres guachimanes amanecieron bien
atados y con un trapo en la boca. Volvimos a las calles
adonde cada uno tomó su lugar, o mejor dicho, su rumbo,
ya que la calle, fiel y leal como siempre, continuaba
diciéndonos sí, yo sí que estoy contigo.
Perdimos la virtud de mantenernos como un grupo
compacto, dejamos de ser el ejército de hormigas que
luchaba por una idea, para volver a ser nuevamente una
mancha de pirañas, pero ésta vez nos duró poco tiempo.
Los más grandes no tuvieron más remedio que ingresar a
una pandilla y, como pandilleros y en mala compañía, no
pudieron salvarse de caer en la droga y por ahí, por ese
camino, comenzarían a declinar. Otros se reintegraron a
alguna mancha de pirañitas y pronto olvidaron todo aquello
que con tanto esfuerzo aprendimos para realizarnos.
Algunos fueron capturados por la policía y devueltos al
albergue, pero volvieron a escapar.
La desilusión fue tan grande que ninguno pudo superar la
frustración. Desde el inicio habíamos tratado de evitar que
los mayores invadieran nuestro campo, pero no nos lo
permitieron, sufrimos el abuso de la fuerza aquella que es
movida por intereses extraños, no hubo forma de escapar
de las garras de ese intrincado sistema obstruccionista,
Roger L. Casalino Castro
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avasallante y opresor. El albergue sería nuestra
contribución desinteresada a eso que llaman con mucho
respeto: sociedad.
Yo tampoco pude soportar aquella pérdida y desaparecí.
No quise que se me viera más por ahí. No quise volver a
saber de aquel lugar maravilloso donde pasamos tantos
momentos felices. Lo cierto es que pensaba demasiado en
lo sucedido y no quería quedarme en la calle, a pesar de
que sabía, que siempre me seguiría diciendo sí. Entonces
preferí partir en busca de nuevos horizontes guardando
todo lo vivido como un recuerdo grato de una aventura en
la cual la calle me dijo sí..
En un principio pensé en el cuento del Viaje de la Sandía y
quise ir al sur, quizá donde mi tía, pero, había oído hablar
tanto de la selva y de lo maravillosamente verde que era,
que no pude resistir la tentación y me fui para allá, hacia un
mundo nuevo para mí. Tenía tantas ganas de llorar
amargamente sentado bajo un árbol... mirando las
hormigas, escuchando los pájaros y las cigarras, tal como
nunca lo había hecho, y quedarme ahí dormido.
En mi madurez precoz, era un hombre que volvía a soñar,
pero esta vez mis sueños eran diferentes. Ahora soñaba que
llegaría a ser un grande y poderoso maderero, o un
comerciante de productos de la región, o quizá un
narcotraficante, un hombre fuerte capaz de manejar
voluntades, un señor manipulando aquella gente que anda
en busca de alguien en quien apoyarse para sobrevivir.
Ahora, esta vez quería ser yo el manipulador de autoridades
e instituciones, quería manipular a todos aquellos que nos
habían enseñado cómo hacerlo, entre gotas de sudor y
lágrimas de desconsuelo.
La Calle me dijo … Sí
102
Se me revolvía el estómago cuando añoraba mi albergue
querido y a mis amigos. Me juraba que ahora yo les daría
de comer en mi mano. Claro, para utilizarlos después y
sacar de ellos el provecho necesario, los ajustaría cuando y
cuanto fuera necesario hasta tenerlos en mi puño, para
luego, aflojar lo indispensable para que no se mueran, tal
como sentí que hacen los poderosos con los débiles, pero,
también me repetía con honestidad hacia mi mismo que
jamás aceptaría ser arrimado de nuevo, que no permitiría
que me empujen. Antes moriré.
Ahora me tocaba el turno y me tocaba hacer a otros lo
mismo que me hicieron a mí aquellos hijos de la
grandísima, que sin hacer nada especial por nosotros o por
comprendernos, nos quitaron nuestro albergue.
Mis raíces habían absorbido en la calle todo el nutriente
que proporciona la basura. Mi tronco era fuerte y leñoso,
capaz de soportar cualquier cosa, y mis ramas, después del
invierno del desdén vivido, al llegar mi primavera y
llenarse de hojas nuevas, no estaban dispuestas a brindarle
su sombra a nadie.
El resentimiento de cada uno de los miembros que
formamos La Casa de los Pirañitas de la Nueva Era, nos
llevó por diferentes medios o por diferentes caminos a
cometer sin piedad los actos que una actitud permanente de
venganza sugiere, la que precisamente, es más dura y cruel
por ser el producto del daño moral inferido por la
inconciencia irracional sometida a reglamentos generales,
los que siempre resultan siendo buenos para unos pocos y
desastrosos para la mayoría.
Roger L. Casalino Castro
103
¿Cuándo aprenderán?....
¿Por qué no observan el cariño con el que un ave da de
comer a sus pichones? ¿Por qué no observan en la
Naturaleza, que es Dios en su más pura manifestación de
omnipotencia y sabiduría, cómo nos muestra en todas sus
formas el amor y la armonía? ¿Por qué no pensar en la
paloma que deja de comer para alimentar a su pichón
cuando se distribuye el gasto en un presupuesto asignando
la mayor parte de él a gastos administrativos y etcéteras,
para dejar apenas un saldito insignificante para la obra
social real?
Si no saben obtener de la naturaleza una respuesta, sepan
por lo pronto, que la migaja y la limosna no son atributos
naturales, por lo tanto, jamás serán solución a nada.
¿Cuánto de verdad se puede soportar antes de morir?
¿Cuánto de mentira se requiere aceptar para vivir?
He asumido la investidura del niño abandonado, del niño
huérfano de padres vivos, del niño humillado y maltratado,
para reflexionar con ellos en el amor de las bondades de la
maternidad y en el propio horror de los recuerdos infantiles
de cada uno de ellos, para asumir en esa identidad, una
actitud de rebeldía que permita rescatarlos con dignidad y
por su propio esfuerzo de la depravación de los mayores,
de la inconsciencia de los padres que los obligan y torturan
y del avasallamiento social de la justicia de los hombres.
La Calle me dijo … Sí
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Quiero cambiar, quiero sentir
Caminando sin rumbo, a la deriva,
voy por calles y avenidas, sin fronteras,
vago mirando cómo cuelgan las carteras,
en un vivir simple que no deja alternativa.
Soporto el frío, soporto la añoranza,
duermo en el suelo, cosecho en muladares,
vivo del dinero que hurto en mis andares,
acumulo experiencias y deseos de venganza.
Veo cómo la luz ilumina sólo a unos,
veo sonrisas fulgurando en otras caras,
la mía en cambio se adorna con escaras
y eccemas, de los que se salvan sólo algunos.
La calle una vez me dijo sí, y fui su amigo,
la misma calle que me salvó de mis dolores,
esa larga calle que me libró de mis temores,
porque en ella, soy el dueño, no el mendigo.
Quiero cambiar, quiero salir de esta basura,
quiero surgir, no deambular por los escombros,
saber del orgullo que va sobre mis hombros,
tener un sitio, donde me acojan con ternura.
Descubrir la sonrisa alegre de la vida,
quiero vivir cantando alejado del horror,
quiero vivir una alegría expresada con amor,
ver en cada mujer una madre muy querida.
Roger L. Casalino Castro
105
¿Puede el amor ser por el que ama olvidado,
puede ser indiferente y pasar así de largo.
Puedo, humilde ser y despertar de mi letargo,
puedo reír, para arrancar la amargura del pasado?
Víctima inocente soy de la crueldad y la pobreza,
víctima por nacer bajo horribles circunstancias,
víctima obligada, avasallado por las ansias,
del poder del dinero y los deseos de grandeza.
La Calle me dijo … Sí
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Roger L. Casalino Castro
107
Epílogo
Después de recorrer lugares, unas veces a pie y otras
andando o viajar sobre la carga de los camiones haciendo
de ayudante por pueblos y ciudades de la sierra, llegué
finalmente a la selva, a la región en la que suponía que
podía realizar mis sueños y esperanzas.
Días antes, no sé si de pura casualidad o por un golpe de
suerte, estando en Huánuco, que es precisamente la última
ciudad en el recorrido que por su ubicación se convierte en
una especie de puerto entre la sierra y la selva, iba
caminando por las cercanías del mercado, cuando vi un
camión que transportaba unos cilindros azules y otros
materiales raros que descubrí cuando el chofer levantó el
toldo para subir unos sacos de arroz, azúcar y unas cajas
con aceite y otros comestibles, me surgió la idea de pedir
trabajo como ayudante.
Ya fuera por mi corta edad o aspecto infantil me rechazó de
inmediato y se fue al kiosco de la esquina a tomar un café,
pero gracias a la habilidad y chispa que se adquiere cuando
se ha trabajado siempre en la calle, lo abordé nuevamente,
le hice conversación y con rapidez me gané su confianza,
de tal manera que, entre broma y broma, se fue soltando
hasta que, después de saborear su segundo café, me aceptó.
Al partir, me invitó a sentarme con él en la cabina para que
le hiciera compañía y de paso hacer menos pesado el viaje.
La Calle me dijo … Sí
108
Una vez ahí, de su propia cuenta fue contándome algunas
cosas relacionadas con el motivo del viaje y sobre la carga
que llevaba. Me explicó cómo debíamos actuar si se
presentaba algún control, todo esto supongo que era para
demostrarme lo capo que era y de lo muy enterado de todo
que estaba.
Atando cabos, me di cuenta del tipo de carga que
transportaba, que sin duda era ilegal pues se trataba de
material para la maceración de coca. Hablamos de la ruta
que seguiría y su destino, y fue entonces que me contó que
llegaríamos hasta un lugar, más allá de Tingo María, donde
ingresaríamos por un sendero camuflado donde la carretera
se ve como una simple trocha en la espesura de la selva,
tanto que por largos sectores forma largos túneles que van
apareciendo y desapareciendo. Todo ello te hace sentir el
poder de la selva, el calor, la humedad y el fango pegajoso
del camino, te oxidan hasta el espíritu.
Sin saber cómo, ya estaba sobre lo que andaba buscando y
no desperdiciaría la ocasión. Convencí al chofer que me
llevara allá porque quería trabajar, a lo que él sin reparo
alguno accedió, no sin antes advertirme que el trabajo era
duro y que me sería difícil salir de ahí. La razón era simple:
tenían otros niños trabajando en ese lugar donde los
explotaban a su gusto y paciencia, y sin respeto ni
consideración alguna.
Efectivamente, al llegar a ese inhóspito lugar, debo decir
que brutalmente cálido y tropical, donde el follaje sólo
permite que los rayos del sol, convertidos en hilos
brillantes se filtren al medio día, de inmediato me pusieron
a trabajar con los demás niños. Lo que ahí sucedía me hizo
recordar las palabrejas que odiaba tanto cuando era
Roger L. Casalino Castro
109
pequeño: trae pa’cá mierda, lleva pa’llá imbécil... etc. y
golpe con uno, y etc. Otra vez. Esta vez sin embargo, lo
tomé desde un punto de vista diferente. Estaba iniciando un
nuevo tipo de vida y ello representaba mi gran lucha; en
ella estaba en juego mi destino, el cual dependía tan sólo de
mí. Mi soledad interior sería mi fortaleza, aquí olvidaría mi
nombre.
Tres duros y difíciles días después, me armé de valor y me
presenté ante el jefe, al principio no me quiso recibir pues
estaba muy ocupado -sentado y con la camisa abierta- en
ventilarse la panza. Entonces le mandé decir que sabía
cómo se podía obtener mejores resultados de las pozas, y
eso sin tener que aumentar el personal y sin mayor trabajo.
Intrigado por lo inusual de la oferta, me recibió con cara de
incrédulo, sin duda con la intención de burlarse de mí. Sin
cambiar la cara de estúpido que ya tenía por la pasta básica
que fumaba, pero en la que pude adivinar que tenía más
ganas de sacarme el diablo que de escucharme, me hizo
pasar.
Después de la conversación, que sólo duró unos minutos y
en la que sólo hablé yo, me permitió manejar a los
trabajadores, pero eso como prueba solamente y
advirtiéndome además, que si no obtenía los resultados
ofrecidos me rompería el alma a patadas y me zambulliría
en una de las pozas.
Inicié mis tareas protegiendo a los menores de todo acto de
crueldad y violencia. Todo el problema consistía en que los
mayores los golpeaban constantemente y abusaban de ellos
haciéndolos trabajar mucho más de lo que ellos mismos
hacían. Como respuesta a esa maldita actitud, ellos -los
menores- boicoteaban las pozas des-balanceando la mezcla
La Calle me dijo … Sí
110
de los insumos al echar cantidades excesivas a unas pozas y
mínimas a otras o jugaban con el agua con resultados
negativos.
En poco tiempo, al poner las cosas en orden, los resultados
se hicieron notar con la consiguiente complacencia,
admiración y aprobación del jefe, quien me apoyó
decididamente deteniendo el abuso y mejorando el rancho.
Durante una visita que hicieron los jefazos al laboratorio, -
así lo llamaban- fueron enterados de mis cualidades y
habilidades, entonces me llamaron a su reunión, hablaron
conmigo y decidieron llevarme con ellos, porque según
dijeron, tenían otros planes para mí. Dejaron órdenes
precisas sobre cómo manejar las cosas de ahí en adelante,
me mandaron a bañar y cambiar de ropa y partimos hacia
un aeropuerto escondido no muy lejos de ahí, donde los
esperaba una avioneta -que me pareció linda-
convenientemente camuflada.
Estaba emocionado y nervioso al mismo tiempo, salir de la
selva aquella en tan corto tiempo y en compañía de los jefes
representaba un paso inmenso para lograr mis aspiraciones.
Nunca había volado ni siquiera en sueños, y ahora, de
improviso, me hallaba en esa avioneta volando sobre la
selva, por ratos entre los ríos y de repente entre las nubes.
Miraba todo con atención sin perder detalle, de vez en
cuando me pellizcaba para ver si me dolía y cuando esto
sucedía, daba un suspiro de satisfacción.
Hablamos mucho durante el viaje. Querían saber todo sobre
mi, de cómo había llegado hasta el laboratorio, de dónde
venía y cual o cómo había sido mi vida. A pesar de la edad,
Roger L. Casalino Castro
111
que era la que realmente aparentaba, me escuchaban
sorprendidos de mi madurez y sonrientes oyeron mi relato
de cómo la calle me dijo sí. No cabía duda que estaban
entusiasmados con la idea de tenerme con ellos, estaban
seguros de haber hecho una buena elección, lo cual a mi me
tenía más entusiasmado aún. Ese viaje ha sido uno de los
momentos más gratos de mi vida.
Varias horas después llegamos a una pequeña ciudad –me
dijeron que estábamos en Colombia- Fui provisto de ropa
elegante y comida sabrosa como nunca había probado. Me
entendieron, me comprendieron y me dijeron: Sí, de la
misma manera, tal y como una vez, la calle me dijera: Sí, solo que ésta vez, estaba ante un universo diferente y ante el
cual, mis opciones eran triunfar o morir en el intento.
Esta gente no perdía tiempo en romances, ni se andaba con
medias tintas. Lo que había que hacer se hacía y adelante, de
manera que de inmediato y sin rodeos iniciaron mi proceso
educativo. Presentían que apuntaba como un buen prospecto,
querían averiguar mis recursos y aptitudes, y para ello,
comenzaron a darme clases especiales de educación y
cultura, lo que comprendía: vestimenta y cortesía,
desenvoltura y respuestas imprevistas ante preguntas
imprevistas; agilidad mental para reaccionar con actitudes
diplomáticas o dominantes adecuadas, esto es, de cómo ser
una pasta cuando convenía y cómo un hijo de perra cuando
era necesario; de cómo ser un auténtico jefe de la
Organización. Mafia y narcotráfico eran palabras que no
estarían en mi diccionario.
Clases de idiomas, aritmética elemental y matemáticas,
desarrollo de la actitud mental, razonamiento comercial,
diplomacia y todo cuanto pudiera ser de utilidad en mi vida
La Calle me dijo … Sí
112
futura, pues ésta, ya no sería mía. Pasaría a ser parte del
clan, o quizá algún día, podía llegar a ser el mismo clan.
Pasó el tiempo, pasaron algunos años. Así, a los veinte
años, y después de haber recorrido por varios países del
extranjero, un futuro forjado a pulso para manejar ese alto
mundo me esperaba, o mejor dicho, se presentaba ante mí.
Estaría seis meses en Perú y otros seis en Colombia.
Después, comenzaría el tramo final de la gran inversión
que se hacía en mí.
En gran parte, gracias a mi decisión de no ser jamás un
consumidor, lo cual representaba juicio y garantía para las
decisiones que tomaba, cualidad que era bien apreciada,
ingresaría a una discreta y especial escuela en los Estados
Unidos donde me convertirían finalmente en un personaje
impredecible, frío como el hielo y cálido como el fuego,
impertérrito, capaz de manejar conciencias y voluntades,
hambre y soledad, dominio total de mi mismo.
Impenetrable.
Ese era el destino para el cual estaba siendo preparado, con
la condición única de que, si por cualquier razón o motivo,
caía alguna vez, habría fracasado y era hombre muerto, si
ello no sucedía, en cambio, si gracias a mis habilidades
libraba todos los obstáculos que con seguridad pueden
presentarse en tan azarosa vida, entonces podría llegar al
alto mundo donde el secreto de mi procedencia podía
lograr los más altos cargos en la organización.
Tanto poder en mis manos, tantas personas y fortunas
dependiendo de un guiño de mis ojos o un pequeño
movimiento de uno de mis dedos para cambiar la posición
o el futuro de alguien, jugar con la razón de vivir o de
Roger L. Casalino Castro
113
morir superaban mis expectativas. Tendría que vivir en
reflexión permanente y siempre preguntándome,
consultando a mi propia conciencia, sin pestañar y sin
dudar, pero en función de la organización.
¿Debo agradecer la circunstancia que vivo? O ¿Debo
odiarla por haberme sustraído de una vida simple y objetiva
y con las aspiraciones de un hombre común y corriente? No
lo sé. ¿Debo agradecer a quienes me quitaron el albergue?
O ¿Debo continuar odiándolos por significar una cicatriz
grabada con tinta indeleble en mi personalidad? Tampoco
lo sé.
He aprendido que no debo amar ni odiar a nadie.
Simplemente debo apartar de mi camino todo aquello que
estorba, que no es productivo, que traicione o represente
riesgo. Pero, ¿Podré arrancar alguna vez de mis recuerdos
la cara de suficiencia de la mujer aquella que llegó con
aires de divinidad, pero apocalíptica, a tomar posesión del
albergue? No lo sabré nunca.
Dos cicatrices tengo marcadas en el alma. Ellas serán mi
cruz y mi sombra en el proceso educativo en el que estoy
inmerso: Una es de odio, representada por la cara de
aquella mujer que me friega recordar. La otra es de amor y
está representada por las tetas de mi madre... las que no
podré olvidar jamás, las que nunca dejaré de adorar.
Sin embargo, la soledad de mi mundo interior es mi fuerza
y en ella sustento esa emoción permanente, esa ilusión que
me permite ser humano aún en el mundo sin fronteras en el
cual vivo, esa emoción que me seduce en el recuerdo
imborrable del cuento El Viaje de la Sandía. Cada vez que
puedo, él me lleva al campo, a la orilla de un río o por
La Calle me dijo … Sí
114
algún arenal, y entonces, en un meditar solitario y casi
divino, sin cerrar los ojos, imagino ser aquel muchacho que
cargaba la sandía envuelta en su camisa, y que después,
comiendo una tajada, esbozaba una roja sonrisa de semillas
blancas que iba de oreja a oreja.
Esta historia continuará quizá algún día, mas por ahora,
llega a su fin con la satisfacción de haber podido ayudar a
mi familia sin que sepan quien o por qué los ayudó. A mi
padre lo hice ingresar por la fuerza a un asilo donde se ha
curado del alcoholismo y los malos hábitos. Mi madre tiene
una casa humilde de acuerdo a su condición en una zona
sencilla pero buena y apartada donde puede criar sus aves y
sembrar algunas hortalizas y frutales. Mis hermanos han
sido obligados, “por las buenas”, a estudiar oficios que les
permitirán ser hombres de bien, o por lo menos tener la
opción de serlo. Para ello, un psicólogo y una asistenta
social se encargan de supervisar su desarrollo. Hay mucho
que deben aprender a superar, sin olvidar.
Aún el alma más dura, encierra dentro de sí los recuerdos
más tiernos y la devoción más profunda por el cariño y la
alegría, la bondad y la sencillez. Lo importante es descubrir
que éstas virtudes están en ellos a pesar de la vida cruel que
les ha tocado vivir.
Dueño soy de un pedazo de tristeza del ayer.
Dueño soy de mis sueños de ilusión.
Dueño soy de mis propias esperanzas.
Dueño soy de los errores cometidos.
Dueño soy de mí al recordar…
las cosas que he vivido.
Roger L. Casalino Castro
115
INDICE
Descripción Pág.
Título 1
Prólogo 3
La Calle me dio el Sí 5
Capítulo I – La Teta 7
Julián y el Gatito montés 14
Capítulo II – La Calle 20
Hoy es un día de GOL 26
Orfandad 37
El Viaje de la Sandía 40
Adiós al Amigo 68
Rebeldía del Horror 74
Capítulo III – La Lucha 77
Navidad 87
Capítulo IV – La Marginación 90
Capítulo V - La Consecuencia 97
Quiero cambiar, quiero sentir 104
Epílogo 107
Índice 115
Semblanza 117
La Calle me dijo … Sí
116
SEMBLANZA Y CURRICULUN LITERARIO
ROGER L. CASALINO CASTRO
Nacido en Acarí /Arequipa - Perú, el 07/07/1933
Asiste a la Escuela Fiscal El Molino, Acarí y Lomas,
sin duda la etapa más feliz de su vida. Completa sus
estudios primarios y secundarios en el Colegio
Salesiano de Lima. Durante muchos años viaja
como vendedor por Costa, Sierra y Selva utilizando
cualquier}medio disponible en la época –desde
balsas hasta aviones- visitando toda clase de
Roger L. Casalino Castro
117
establecimientos comerciales pequeños y grandes,
actividad que le permitió acumular experiencias
inolvidables sobre el Perú. Esta actividad le ofreció
también la oportunidad de viajar por todos los países
de Sudamérica y parte de Centro América en
diferentes niveles gerenciales, incluyendo dos años
como residente en Ecuador. Como turista ha
recorrido muchos países de Europa y New York en
los Estados Unidos.
Esta gama de contactos y vivencias durante tantos
años alternando con niños, jóvenes y adultos ha
influido en él de manera saludable, de tal manera que
cuando ya en la edad madura, -a los sesenta años de
edad- se decide a escribir, quizá de manera
inconsciente, comienzan a aflorar vivencias como
recuerdos, sentimientos y pensamientos que le dan a
sus poemas, narraciones y cuentos ese toque de
peruanismo presente en todas sus obras, y por su
origen pueblerino, lo hace en un idioma fácil,
sencillo y de sabor nacional, tratando de que
cualquier peruano, de cualquier región o condición,
orgulloso de su pasado, los pueda comprender.
Por todo ello, sentimientos de ternura y emoción,
apego a la tierra y un respeto profundo por la
naturaleza, surgen .de manera espontánea y natural
recreándola con admiración para dar marco a sus
ilusiones y esperanzas. La realidad se confunde con
la imaginación y su prosa, insertada de poemas, es
una característica especial en él, por ello, una
colección de los libros de Roger L. Casalino Castro,
le permite al lector, tener en sus manos lectura
agradable, tierna y emotiva.
La Calle me dijo … Sí
118
SUS OBRAS
1.- * El Retorno.- 1993 - 60 poemas y un cuento
Presentado en El Takiwasi – La Casa del Canto
2.- * Y Dios... Trajo al Hombre.- 1995. – Poesías,
Cuentos, Pensamientos. Presentado en el Colegio de
Abogados de Lima.
3.- * Terremoto en aquel viejo Acarí. 1996.
Presentado en el Instituto Nacional de Cultura del
Callao y en La Biblioteca Nacional del Perú..
4.- * Rosa Negra.- Un canto a la Vida- 1997. Una
creación muy especial con 34 poemas a La
Naturaleza, El Amor y El Pensamiento.
5.- * Lima: de la Conquista a la Reconquista.- 1998
Presentado en la Municipalidad de San Isidro.
6.- * Los Hijos del Ande – La Honda, La Tajlla y El
Varayoc - 2000 – 17 poemas evocando el pasado en
el inicio del Incanato.
Presentado por La Universidad Tecnológica del
Perú. 2001, ha recibido múltiples reconocimientos
y felicitaciones.
7.- * Las Calles del Virrey. El Mojón Filosofal.
Presentado en La Feria del Libro Ricardo Palma.
Evoca el romance del Virrey Amat y La Perricholi.
y la Lima de aquel tiempo.
8.- * La Tristeza, la Alegría y la Ilusión. 2001 –
Poemario (20 poemas) y Reflexiones.
Presentado en La Feria del Libro Ricardo Palma.
9.- * Soy Peruano - Poemas al Perú – 2003
Amplio comentario en la página Editorial del iario
El Peruano.
Presentado por La Universidad Tecnológica del
Perú.
23- * Viaje a la Belleza de lo Increíble - 2012 -
Roger L. Casalino Castro
119
Presentado en la Municipalidad de Jesús María
por el Crítico Literario José Beltrán Peña.
CD * Canta Perú- Música Criolla (10 Temas) Valses,
Canciones, Polca, Festejo y Marinera Norteña.
RECONOCIMIENTOS Y DISTINCIONES
Colegio de periodistas del Perú por El Retorno -1993
Moción de Saludo del Congreso de la República por “Rosa
Negra” 1998
Reconocimiento de la Casa del Poeta del Callao. - Invitación
del Instituto Nacional de Cultura de Ancash – Huaraz y
Yungay - 2000
Moción de Felicitación del Congreso de la República .por
Los Hijos del Ande – La Honda, La Tajlla y El Varayoc.
2001
Felicitación de la Embajada de USA por el libro Los Hijos
del Ande cuya narrativa captura la atención del lector. 2001
Reconocimiento de la Universidad Tecnológica del Perú por
su labor de creación y difusión cultural en el campo de la
literatura. 2002
Distinción de la Asociación Nacional de Escritores y
Artistas– ANEA – como El Mejor Escritor del Año 1998 -
Biblioteca Nacional del Perú con motivo de la presentación
del Libro Soy Peruano – Poemas al Perú. 2003
Organizador, con la Municipalidad de Lima y la Universidad
Tecnológica del Perú del Homenaje a César Vallejo en el
Teatro Segura el 15 de Abril del 2003.
Agencia de Publicidad “AÑOMJ” Diploma de Honor en
Arte Poético 2004.
Reconocimiento y presentación del CD – CANTA PERÚ -
por La Universidad Tecnológica del Perú - 2008.
Diploma del Recital Internacional – Voces de la Poesía –
2009
La Calle me dijo … Sí
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Diploma de Caras de La Cultura como Creador Literario y
Compositor Musical. – 2009
VI Festival Internacional de la Poesía Palabra en el Mundo
2012
VII Festival Internacional de la Poesía por La Paz 2013
Agradecimiento de la Embajada de Guatemala por su
Colaboración Participación y Presentación del Libro Viaje a
la Belleza de lo Increíble en la Feria “San Isidro Abre sus
Puertas al Mundo”. 2013
Agradecimiento de la Embajada de Guatemala por su
Colaboración Participación y Presentación del Libro Viaje a
la Belleza de lo Increíble, destacando la Belleza de
Guatemala y su Maravilloso legado Cultural, en la Feria
Internacional del Libro 2013 en Jesús María.
2014 Diploma de La Casa de La Literatura Peruana por su
Narrativa Poética
2014 Distinción por su trayectoria Literaria e invalorable
participación en las actividades culturales del Club Social
Miraflores y Premio “La Palabra en Libertad” otorgado por
“La Sociedad Literaria Amantes del País”
Obras Inéditas aún:
10 * Haciendo Perú – Mis comienzos. 1999
11 * La Calle me Dijo Sí, 2002 – Hermosa
historia de un grupo de niños en las calles
de Lima.
12 * Las Gafas de don Ricardo - 2003- El mundo
visto a través de las gafas de don Ricardo
Palma.
13 * Reflexiones Impropias 2004 – Lima y sus
trámites institucionales.
14* La Promesa de la Esperanza 2005 – Escenas
de Lima
Roger L. Casalino Castro
121
15 * La Razón de la Culpa 2006 Lima cotidiana.
16 * Vayamos a las Estrellas 2006 – Ciencia
Ficción
17 * La Esquina de la Inocencia 2007- Bondades
y aspiraciones de un guachimán.
18 * La Balanza, La Rueda y El Reloj 2007 –
Filosofía de estos tres elementos.
19 * El Umbral del Infierno 2008 – Vicisitudes
de un desplazado
20 * Oda a España – La Dama del Tiempo. 2009 – Una
mirada crítica a España.
21 * Sueños y Realidades en 270 Poemas - 2010 –
Antología Personal.
22 * La Diosificación de los Miserables – 2012
La realidad de los engreídos
24* Bajo las Pirámides de Tikal – 2013 –
Ficción
25 * Soy Falladito – 2014 – Los primeros años de
mi vida en el campo.
26* Cuentos y Poemas para la Cuarta edad - 2015
El Editor
La Calle me dijo … Sí
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