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LA CARRERA
Salieron del punto de partida con un par de minutos de diferencia cada
uno; eran pasadas las dos de la tarde en el reloj cuando la carrera inició de
improviso por las calles centrales de la capital, entre el tráfico de vehículos y
transeúntes capitalinos, que expectantes se acomodaban contra las paredes y
las vitrinas de los comercios para dar paso a los maratonistas. Esta carrera de
obstáculos era ya algo que se repetía unos dos o tres veces diarias por estas
mismas calles y avenidas ya abarrotadas desde la mañana. Fueron los gritos
de una mujer desesperada el cornetazo de salida.
El primer participante recorrió fácilmente cuatro cuadras con la bolsa
bien sujeta bajo el brazo antes de que los otros le sucedieran en la corrida. El
segundo que lo seguía más de cerca iba poco más o menos tres cuadras atrás,
cuando una mujer se le atravesó, en sus manos un cochecito de bebe casi
destartalado y con ella un hombre con un saco repleto hasta el borde a
cuestas; ambos habían tapado por completo el paso por la acera de metro y
medio de ancho.
El tercero y el cuarto venían ganando terreno con facilidad usando el
caño como pista, esquivando de esa manera las aceras y todos los obstáculos
en ellas. El quinto al ver que no le daría alcance a ninguno de ese modo, se
metió por un callejón para cortar la carrera más adelante.
La persecución continuaba tres cuadras más, el segundo, el tercero y el
cuarto casi le habían dado alcance al primero, pero fue el quinto con su
estrategia, quien logró alcanzarlo al tratar de cruzar a zancadas la calle más
ancha.
Sudando y casi sin aire, sometió al primero, al ladrón, que esposado y
en el suelo no tuvo más remedio que aceptar el arresto por las buenas.