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Guías para padres 1. D. Hickman y V. Teurlay - 101 magníficas ideas para entretener a tu hijo mientras haces otra cosa 2. E. Weinhaus y K. Friedman - Una relación más dulce 3. F. Dolto - ¿Niños agresivos o niño 'agredidos? 4. F. Dolto - ¿Tiene el niño derecho a saberlo todo? 5. F. Dolto - Niño deseado, niño feliz 6. D. W. Winnicott - Conozca a su niño 7. P. Fluchaire - El sueño de tu hijo 8. M. Herbert - Entre la tolerancia y la disciplina 9. E. De Bono - Cómo enseñar a pensar a tu hijo 10. E. Giberti y otros - Adoptar hoy 11. C. Muller - La infancia entre perros y gatos 12. L. Kumin - Cómo favorecer las habilidades comunicativas de los niños con síndrome de Down 13. M. Viel Temperley - En el nombre del hijo 14. R. A. Devonier y A. P. Devonier - Adolescencia. Desafío para padres 15. C. Cunningham - El síndrome de Down 16. B. M. Spock - Un mundo mejor para nuestros hijos 23. J. Potter - La naturaleza explicada a los niños en pocas palabras 25. F. Dolto - La causa de los niños 26. D. Fleming y L. j. Schmidt - Cómo dejar de pelearse con su hijo adolescente SERIE Dr. Jhon Pearce 1. Comer: manías y caprichos 2. Ansiedades y miedos 3. Berrinches, enfados y pataletas 4. Parientes y amigos 5. Peleas y provocaciones 6. Buenos hábitos y malos hábitos

La causa de los niños

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Este texto es de la psicoanalista Dolto, quien se atreve a participar en un programa de radio en que trata de dar voz a los niños para ser mas comprendidos por sus padres.

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Guías para padres 1. D. Hickman y V. Teurlay - 101 magníficas ideas para entretener

a tu hijo mientras haces otra cosa 2. E. Weinhaus y K. Friedman - Una relación más dulce

3. F. Dolto - ¿Niños agresivos o niño 'agredidos? 4. F. Dolto - ¿Tiene el niño derecho a saberlo todo?

5. F. Dolto - Niño deseado, niño feliz 6. D. W. Winnicott - Conozca a su niño

7. P. Fluchaire - El sueño de tu hijo 8. M. Herbert - Entre la tolerancia y la disciplina 9. E. De Bono - Cómo enseñar a pensar a tu hijo

10. E. Giberti y otros - Adoptar hoy 11. C. Muller - La infancia entre perros y gatos

12. L. Kumin - Cómo favorecer las habilidades comunicativas de los niños con síndrome de Down

13. M. Viel Temperley - En el nombre del hijo 14. R. A. Devonier y A. P. Devonier - Adolescencia. Desafío para padres

15. C. Cunningham - El síndrome de Down 16. B. M. Spock - Un mundo mejor para nuestros hijos

23. J. Potter - La naturaleza explicada a los niños en pocas palabras 25. F. Dolto - La causa de los niños

26. D. Fleming y L. j. Schmidt - Cómo dejar de pelearse con su hijo adolescente

SERIE

Dr. Jhon Pearce 1. Comer: manías y caprichos

2. Ansiedades y miedos 3. Berrinches, enfados y pataletas

4. Parientes y amigos 5. Peleas y provocaciones

6. Buenos hábitos y malos hábitos

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Título original: Lorsque l'enfant paraît, tome 1 Publicado en francés por Éditions du Seuil, París Traducción de Alfredo Báez Supervisión de Nelba Martínez de Nasio 1.ͣ edición, 1981 5 ͣ. reimpresión, 1996 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier método o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

© 1977 by Éditions du Seuil, París © de todas las ediciones en castellano, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona y Editorial Paidós, SAICF, Defensa, 599 - Buenos Aires ISBN: 84-7509-549-6 Depósito legal: B-28.747/1996 Impreso en Novagràfik, S.L. Puigcerdá, 127 - 08019 Barcelona Impreso en España - Printed in Spain

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Prefacio En el mes de agosto de 1976, encontrándome de vacaciones, recibí una llamada telefónica. El director de France-Inter, Pierre Wiehn, a quien no conocía, me proponía que a mi regreso participara en una transmisión que trataría de los problemas que tienen los padres frente a sus hijos. ¡En vacaciones y pensar en volver! ¡No! Un no categórico pensando en las dificultades de semejante transmisión cuando entran en juego tantos factores inconscientes en los problemas de educación. Unos pocos días después, el adjunto del director de France- Inter, Jean Chouquet, procuraba por teléfono ser más convincente. Hay una gran demanda, me decía; desde que la radio se convirtió en la compañera sonora del hogar, muchos padres buscan en ella respuesta a sus problemas psicológicos. Se impone crear un programa sobre las dificultades que se refieren a la educación de los niños. Tal vez. Pero, ¿por qué dirigirse a mí, que estoy ya demasiado ocupada en mi profesión de psicoanalista? Ese es un papel que corresponde a los educadores de profesión, a los psicólogos, a las madres y padres de familias jóvenes. Muchas son las personas que se ocupan de estas cuestiones. No, no intervendré... y ya no pensé más en aquel asunto.

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4 Pero al terminar mis vacaciones, Pierre Wiehn tornaba a telefonearme. Venga sólo para que conversemos: estamos estudiando el asunto y nos gustaría que usted reflexionara con nosotros. Quisiéramos discutir con usted nuestras ideas. Es un proyecto que nos interesa mucho. Yo acababa de terminar mis vacaciones y estaba bien descansada, no urgida todavía por la presión de los horarios de consulta. Acepté.

Y una tarde de principios de septiembre, me llegué al gran edificio de Radio-France para ver a esos señores, para reflexionar con ellos y para dejarme ganar a su causa poco a poco.

Sí, era cierto, se imponía hacer algo por la infancia. El público hacía muchas preguntas. ¿Cómo podría responderse de manera eficaz sin dañar, sin adoctrinar y utilizar esa transmisión para hacer algo por quienes son el futuro de una sociedad que nunca les presta oídos? Todos los responsables de las consultas medicopsicológicas comprueban que los trastornos de adaptación, por los cuales les llevan los niños, se remonta a menudo a la primera infancia. Junto a las recientes perturbaciones de reacción debidas a incidentes escolares o familiares se registran verdaderas neurosis infantiles y psicosis que comenzaron con trastornos que habrían podido ser reversibles si padres e hijos hubieran sido ayudados a comprenderse sin experimentar angustias ni sentimientos de culpabilidad. Semejantes trastornos determinaron un estado patológico crónico, hecho a la vez de dependencia, rechazo y desarrollo disarmónico del niño. Los niños muy pequeños expresan su sufrimiento moral con disfuncionamientos viscerales, digestivos, pérdida del apetito y del sueño, agitaciones o apatías, si no es mediante una indiferencia general a todo y la pérdida del gusto por jugar y alborotar; el retraso en el desarrollo del lenguaje, los trastornos de la motricidad, las perturbaciones de carácter son signos más tardíos de la pérdida de comunicación lingüística con el ambiente. Esos fenómenos precoces forman legión en la primera infancia y son completamente ignorados por la mayor parte de los padres, que se contentan con esperar a que llegue la edad escolar aplicando castigos o dando

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calmantes a los niños molestos porque un día un médico les indicó ese medicamento del que se valen desde entonces cotidianamente. Puede afirmarse que, hasta la edad de la escolaridad obligatoria, las dificultades de relación de la niñez escapan a la conciencia de los adultos. Ahora bien, son esas dificultades las que preparan un futuro psicosocial perturbado. Y esto no se debe a que los padres no amen a sus hijos; lo que ocurre es que no los comprenden, que no saben o no quieren, en medio de las dificultades de su propia vida, pensar en las dificultades psíquicas de los primeros años de la vida de sus hijos e hijas quienes, desde las primeras horas de vida, son seres de comunicación y de deseos, seres que tienen necesidad de seguridad, de amor, de alegría y de pala-bras antes que de cuidados materiales o de higiene alimentaria y física. Hoy se da una nueva situación: la medicina y la cirugía hicieron progresos tales que ahora se salvan muchos niños que antes, a causa de enfermedades infecciosas o de trastornos funcionales y de desarreglos fisiológicos, morían en tierna edad; otros son salvados después de una vida fetal difícil y un nacimiento prematuro seguido de largas permanencias en la incubadora; pero es cierto que esos niños tan bien atendidos desde el punto de vista médico y físicamente restablecidos presentan con frecuencia síntomas de regresión y dificultades en el desarrollo del lenguaje, en el sentido amplio del término, perturbaciones en la salud psico-social, tanto en su medio familiar como en la sociedad y con los niños de su edad. Sólo demasiado tardíamente se hacen sentir a la edad de frecuentar la escuela los efectos de una infancia perturbada en su desarrollo antes de los 3 ó 5 años, pues esos niños se encuentran en la imposibilidad de tomar parte con seguridad y alegría en las actividades de los chicos de su edad. Y sólo bastante después, cuando se presentan perturbaciones de carácter, descompensaciones psicosomáticas en cadena, síntomas diversos de angustia o cuando el grupo de su edad los rechaza o los rechazan los adultos de su medio, son llevados a los consultorios de especialistas. Y fe

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6 lices son aún éstos comparados con los que quedan segregados, separados de sus padres para ser objeto de curas sanitarias o para pasar largas temporadas en instituciones que, en definitiva, casi siempre los convierten en ciudadanos aparte.

Lo cierto es que habría que hacer algo mucho antes, desde el momento en que el niño plantea problemas a la madre en la vida de relación o durante su crianza. Pero, ¿qué hacer?

En numerosos casos, los padres son lúcidos y quisieran comprender el fracaso de sus esfuerzos de crianza; pero aquí se trata de problemas de educación general y los padres lo intentan “todo”, como dicen, y se angustian al no obtener resultados, en tanto que el niño pierde la alegría de vivir a causa de que no logra hacerse entender, pues sus trastornos de desarrollo son llamadas de ayuda dirigidas a aquellos de quienes por naturaleza el hijo lo espera todo. Al provocar la angustia de los padres, el propio niño se angustia aún más.

¿No será posible ayudar a los padres que se encuentran en dificultades a expresarse, a reflexionar acerca del sentido de las dificultades de sus hijos? ¿No será posible ayudarlos a comprender a sus hijos y a socorrerlos en lugar de hacerlos callar o ignorar los signos de sufrimiento infantil? Habría que informar sobre la manera en que es posible devolver la seguridad a un niño, permitirle que se desarrolle, hacer que recobre su confianza en sí mismo, después de haber pasado pruebas o adversidades como, por ejemplo, una enfermedad grave, una deficiencia física, mental o afectiva. Para los padres no hay mayor prueba que la de comprobar su propia impotencia frente a los sufrimientos físicos o morales de su hijo, ni hay mayor prueba para un niño que la de perder el sentimiento de seguridad existencial, el sentimiento de confianza natural que le inspira el adulto. Se impone pues informar a los padres, responder a sus demandas de ayuda. Hay que quitar el elemento dramático de las situaciones bloqueadas.

Hay que eliminar el sentimiento de culpa de unos y otros a fin de despertar las facultades de reflexión; es preciso prestar

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apoyo a padres y madres para que conciban de manera diferente sus papeles de auxiliares en el desarrollo perturbado de su hijo; ayudarlos a veces a comprenderse ellos mismos, a través de las dificultades que exhibe ese único hijo perturbado, causa aparente —a veces real— del desasosiego de los padres, de dificultades que a menudo, sin ellos saberlo, son una reacción a sus propias torpezas que traban la evolución del hijo hacia la adquisición de autonomía, hijo al que dan, según la edad y la naturaleza, demasiada libertad o no la suficiente libertad. ¿Era posible hacer esto? ¿No habría por lo menos que intentarlo?

¿No existía aquí el peligro de que la gente creyera en la existencia de soluciones ya hechas, en fórmulas educativas eficaces, siendo que a menudo se trata de problemas emocionales complejos que reconocen sus raíces en los adultos, convertidos en padres, quienes repiten comportamientos de sus propios padres... o, por el contrario, se oponen al hecho de ser genitores, comprometidos demasiado jóvenes con las cargas familiares que no consiguen afrontar cuando al mismo tiempo continúan su propia adolescencia prolongada, comprometidos demasiado pronto en una vida responsable? Desde luego, no cabía esperar gran cosa de este tipo de transmisión, pero, ¿era ésa una razón para desentenderse? Por supuesto que el programa suscitaría multitud de objeciones; pero ¿era ésa una razón para no intentarlo? Por cierto que muchas situaciones familiares son demasiado delicadas, entran en juego demasiados procesos inconscientes en las pérdidas de comunicación dentro de una familia, para que los padres puedan volver a encontrar la serenidad necesaria para este tipo de reflexión; tanto más cuanto que los padres en dificultades esperan de sus hijos y de sus éxitos el consuelo a sus propios fracasos personales. ¡Cuántos padres hay que, heridos en su infancia, decepcionados en su vida afectiva de pareja y decepcionados de sus semejantes, desalentados profesionalmente, cifran todas sus esperanzas en sus hijos, cuyo menor fracaso los desespera y a los que abruman con una responsabilidad

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paralizante para los jóvenes, en lugar de ayudarlos en un clima de seguridad y de tranquilidad a tener confianza en sí mismos... y esperanza!

¿Cómo habría que proceder? En primer lugar, no responder a toda pregunta de manera directa, ni siquiera cuando se tratara de preguntas anónimas. Era preciso alentar a los oyentes para que escribieran cartas detalladas asegurándoles que todas ellas serían leídas atentamente, aunque pocas podrían ser respondidas atendiendo a la brevedad del tiempo acordado a la audición. Formular por escrito las dificultades experimentadas ya es un medio de ayudarse a sí mismo. Esa fue mi primera idea.

Después de la lectura de las cartas, sería menester elegir aquellas preguntas que, a través de un caso particular, plantean un problema que puede interesar a un gran número de padres, por más que cada niño sea un caso diferente. El modo de vida familiar, el número de hijos, la edad y el sexo, el lugar del hijo en la fratría, son factores importantes que hay que conocer, pues de ellos dependen reacciones emocionales y la visión que día a día se va forjando del mundo el niño en el curso de su desarrollo, cuando busca su identidad a través de procesos de incitación, de rivalidad, de identificaciones sucesivas. Había que informar a los padres que nos escucharan sobre los períodos importantes por los que pasan todos los niños, cada cual a su manera, durante el crecimiento, períodos que les presentan problemas a resolver y en los que la incompresión y el desconcierto de los adultos frente a los fracasos del niño son más dolorosos para éste que en otros períodos y constituyen fuentes de malentendidos, de desconocimientos, de interferencias reactivas que perjudican el feliz desenlace de esas etapas evolutivas. Habría pues que hablar, a través de casos particulares, de esas dificultades más frecuentes a fin de que la transmisión prestara servicios reales y contribuyera a hacer comprender la infancia a los adultos quienes, en muchos casos, no tienen la menor idea de esas pruebas específicas de la niñez, ni de las modalidades reac

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tivas que acompañan obligatoriamente, según la naturaleza de cada niño, una salida favorable.

Lo que los padres, los adultos, no saben es que desde su nacimiento un bebé humano es un ser de lenguaje y que muchas de sus dificultades, una vez explicadas, se resuelven del mejor modo en el desarrollo de ese niño. Por pequeño que sea, un niño al que el padre o la madre le hablan de las razones que conocen o que suponen de su sufrimiento, es capaz de superar la prueba conservando la confianza en sí mismo y en sus padres. ¿Comprende el niño el sentido de las palabras o comprende la intención cariñosa de que las palabras son prueba? Por mi parte, apostaría a que desde muy temprano el niño está abierto al sentido del lenguaje maternal, así como al sentido humanizante de la palabra que se le dirige con compasión y verdad a su persona. En esa palabra el niño encuentra una sensación de seguridad y de pacificación coherente más que en los gritos, las reprimendas, los golpes, destinados a hacerlo callar, que a veces logran su objeto. Todo esto les da más una condición de animal domes-ticado, sometido y atemorizado por su amo, que un estatuto de ser humano socorrido por aquellos que lo aman en su dificultad existencial, para expresar la cual no dispondría sino de gritos, de dolencias, de no mediar las palabras tranquilizadoras, porque son explicativas, de los padres. Precisamente esta comunicación humanizada me parecía lo que con más frecuencia se olvida en nuestros días cuando se trata de los niños, testigos constantes de la vida de la pareja parental y privados de la palabra dirigida a su persona. Esta falta de palabras ocurre especialmente en la vida de la ciudad, donde la madre suele estar ausente o donde el niño queda al cuidado de una nodriza o en la guardería, siendo así que antes, en la vida tribal, había siempre un adulto auxiliar que, en ausencia de los progenitores, sabía hablar, cantar, acunar, reconciliar al niño consigo mismo, en la tolerancia que aquél mostraba a sus manifestaciones de sufrimiento. Luego, en todo el proceso educativo, sabía responder con sinceridad a todas

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16 las preguntas de un niño, despertar su inteligencia a la observación, el razonamiento, el sentido crítico. Precisamente ese lenguaje era lo que me perecía necesario hacer descubrir o redescubrir a los padres. ¿No son todas esas verdades de sentido común las que hay que recordar a tantos padres que las olvidan?

Pero, ¿incumbía a un psicoanalista cumplir este trabajo, este servicio social, podría decirse? Un psicoanalista está formado en la escucha silenciosa de los que acuden a él, hablándole, para recuperar su orden interior perturbado por pruebas pasadas que los pacientes, al evocarlas, procuran descifrar y descubrirles su sentido perturbador, aprisionados como están en procesos de repetición que traban su evolución hu mana. Correspondía a uno de esos psicoanalistas, que es lo que yo soy, hablar por radio y responder a cuestiones de educación? En aquella oportunidad me hice esta pregunta y aún continúo haciéndomela. Desde luego que hablo como persona bien informada en cuanto al psicoanálisis e informada también de muchísimas crisis, no resueltas durante la educación, de personas que conocí en el ejercicio de mi profesión, jóvenes y también menos jóvenes y no podría hablar de otra manera. Sin embargo, si la evolución de cada ser humano pasa por las mismas etapas de desarrollo, cada cual experimenta de manera diferente las dificultades, siempre relacionadas con las de los padres, con frecuencia de los padres mejor intencionados. Este conocimiento siempre particular e individual del sufrimiento humano, ¿puede contribuir a ayudar a los demás? No lo sé. La experiencia lo mostrará. ¿No hay sufrimientos evitables que experimentan padres e hijos en su vida común, metidos en la trampa, como lo están y como lo estamos todos, de deseos inconcientes, marcados, entre padres e hijos nacidos de ellos, por la prohibición del incesto y por la difícil salida creadora de esos deseos bloqueados los unos por los otros en una familia? Pero, si yo soy psicoanalista, soy también mujer, esposa, madre, y también viví los problemas de esos diferentes papeles; conozco pues los escollos con que

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tropieza la buena voluntad. Y ahora hablo como mujer que, aunque psicoanalista, está en edad de ser abuela y aun algo más que abuela, hablo como una mujer cuyas respuestas son discutibles, cuyas ideas directrices son objetables en un mundo en movimiento, en el que los niños de hoy serán los adolescentes y los adultos de mañana, en una civilización en proceso de cambio. Procuro tan sólo echar alguna luz a la pregunta que se formula. Sería necesario que los oyentes, aquellos que me escriben, aquellos que sólo me escuchan y aquellos que van a leer aquí mis respuestas, no se imaginen que soy depositaría de un verdadero saber, un saber que no deba ponerse en tela de juicio. Aquí se trata de una indagación, la mía, frente a problemas actuales relativos a los niños de hoy, problemas que en muchos puntos están sometidos a las experiencias y a un clima psicosocial en transformación que determina situaciones nuevas para todos. En las respuestas que doy, persigo la finalidad de incitar a los padres en dificultad a que consideren su problema desde un punto de vista un poco diferente del que sustentan, la finalidad de suscitar en el espíritu de los oyentes que no están directamente afectados la reflexión sobre la condición de la infancia que nos rodea, esa niñez que todos nosotros, los adultos, debemos acoger y sostener para que los niños advengan en seguridad al sentido de su responsabilidad.

¿Es la niñez de hoy una duplicación de la nuestra? ¿Debemos repetir en nuestra conducta a quienes lograron educar a las generaciones pasadas? Ciertamente no. Las condiciones de la realidad cambiaron y cambian todos los días; con ellas deben habérselas los niños de hoy para desarrollarse. Lo que no cambia es la avidez de comunicación con los adultos que sienten los niños. Esa avidez de comunicación siempre existió y continúa existiendo, porque lo propio del ser humano estriba en expresarse y en buscar, a través de las barreras de la edad y de la lengua una comunicación con los demás, y también es propio del ser humano sufrir por su impotencia si no puede hacerlo y por la impropiedad de sus medios.

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12 Quienes lean las respuestas que doy a las cartas de padres y a las más raras de personas jóvenes se sentirán impulsados, así lo espero, a reflexionar por su cuenta en estos problemas, en su sentido, en las respuestas diferentes que habrían podido dárseles. Esto supone también reflexionar en ese extraordinario medio de comunicación y de ayuda recíproca que es la radiofonía, la cual permite que se comuniquen gentes que no se conocen y que traten de problemas que antes permanecían en el secreto de las familias. Algunos encontrarán en las cuestiones planteadas recuerdos de su propia educación, de las dificultades que experimentaron cuando eran niños o de las dificultades experimentadas por sus padres con ellos, así como de las dificultades que experimentaron o experimentan con sus propios hijos y que saben resolver sin ayuda. Espero que todos, al considerar a familias que no son las suyas propias, miren de manera diferente a los padres y a los hijos que se encuentran en crisis, que observen con nuevos ojos las reacciones de los pequeños que juegan en plazas y jardines, de los que sufren en clase, de los que los perturban en su quietud. Tal vez entonces se sentirán movidos a hablar a esos niños de manera diferente de lo que lo hacen ahora, a no juzgarlos con demasiada rapidez, a encontrar, mediante la reflexión, respuestas a las di-ficultades cotidianas que le son confiadas y de las que damos aquí tantos ejemplos. Tal vez esos oyentes sabrán encontrar mejor que yo las palabras de auxilio para la difícil condición humana parental y para la no menos difícil condición humana infantil, con los que se relacionan y los cuestionan. En este libro se consignan las transmisiones de los primeros meses de France-Inter: Cuando el niño aparece.

Agradezco a todos los miembros del pequeño equipo que formamos: A Bernard Grand, el productor con el ojo siempre puesto en el cronómetro. A Jacques Pradel, que dialoga conmigo en la audición; a Catherine Dolto que resume todas las

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cartas que yo elijo, lo cual nos permite optar por los temas dominantes del día; a los sacrificados técnicos y secretarios de la cabina 5348, 116, avenida President Kennedy, París XVI.