La Chica Del Tren- cap 1-

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¿Estabas en el tren de las 8.04? ¿Viste algo sospechoso?Rachel, sí Rachel toma siempre el tren de las 8.04 h. Cada mañana lo mismo: el mismo paisaje, las mismas casas… y la misma parada en la señal roja. Son solo unos segundos, pero le permiten observar a una pareja desayunando tranquilamente en su terraza. Siente que los conoce y se inventa unos nombres para ellos: Jess y Jason. Su vida es perfecta, no como la suya. Pero un día ve algo. Sucede muy deprisa, pero es suficiente. ¿Y si Jess y Jason no son tan felices como ella cree? ¿Y si nada es lo que parece?Tú no la conoces. Ella a ti, sí...

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  • Haba momentos en los que no poda leer lo bastante deprisa.

    Lector en AmAzon

    Se ha adueado totalmente de mi vida. Lector en twitter

    Crete lo que dice la publicidad. Lector en twitter

    Avanza a toda velocidad como un tren desbocado. Lector en AmAzon

    Mi voto al mejor narrador engaoso del ao es para La chica del tren.

    the times

    Lo nunca visto. Los libros vuelan de las libreras. the wALL street JournAL

    www.LAchicAdeLtren.com#LAchicAdeLtren

    ESTABAS EN EL TREN DE LAS 8.04?VISTE ALGO SOSPECHOSO?

    RACHEL, S

    10123389PVP 19,50 Fotografa de cubierta : plainpicture / BildhusetFotografa de solapas : Marcus Appelt / ArcangelFotografa de guardas : GaryAlvis - Getty Images Diseo de la cubierta : Claire Ward / TW

    Lo dice todo eL mundo

    Un impresionante debut en el mundo del thriller.

    The Guardian

    Los trenes nunca haban sido tan interesantes.

    Saga Magazine

    Agrrate fuerte Nunca sabes los horrores que acechan en la siguiente curva.

    USA Today

    Una gran novela de suspense Me mantuvo despierto casi toda la noche.

    Stephen King

    La editorial me pas ayer La chica del tren y no he podido dejarlo. Me siento culpable porque no me puse al da con los emails y mis hijos

    consiguieron saltarse el bao! Gracias!

    Haaz Powell. Books

    El libro es tan espectacular que me lo he ledo hoy entero. Imposible dejarlo!

    Lector en Twitter

    Nacida y criada en Zimbabue, Paula Hawkins se mud a Londres en 1989, lugar en el que reside desde entonces. Ha trabajado como periodista du-rante ms de quince aos, colaborando con una gran variedad de publicaciones y medios de comu-nicacin.

    Diagonal, 662, 08034 Barcelonawww.editorial.planeta.eswww.planetadelibros.com

    35 mm

    DISEO

    REALIZACIN

    CORRECCIN: CUARTAS

    SELLO

    FORMATO

    SERVICIO

    Planeta

    13 x 21,5

    xx

    COLECCIN

    tapa dura con sobrecubierta

    10/04/2015

    13/04/2015 Ana

    DISEO

    REALIZACIN

    CARACTERSTICAS

    CORRECCIN: 5as

    EDICIN

    XX

    XX

    IMPRESIN

    FORRO TAPA

    PAPEL

    PLASTIFCADO

    UVI

    RELIEVE

    BAJORRELIEVE

    STAMPING

    GUARDAS

    XX

    XX

    XX

    XX

    XX

    XX

    XX

    INSTRUCCIONES ESPECIALES

  • PAULAHAWKINS

    LA CHICA DEL TREN

    Traduccin de Aleix Montoto

    p

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  • Ttulo original: The Girl on the Train

    Paula Hawkins Limited, 2015 por la traduccin, Aleix Montoto, 2015 Editorial Planeta, S. A., 2015 Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (Espaa) www.editorial.planeta.es www.planetadelibros.com

    Primera edicin: junio de 2015ISBN: 978-84-08-14147-1Depsito legal: B. 11.091-2015Composicin: Vctor Igual, S. L.Impresin y encuadernacin: Black Print, C. P. I.Printed in Spain - Impreso en Espaa

    El papel utilizado para la impresin de este libro es cien por cien libre de cloro y est calificado como papel ecolgico.

    No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni su incorporacin a un sistema informtico, ni su transmisin en cualquier forma o por cualquier medio, sea ste electrnico, mecnico, por fotocopia, por grabacin u otros mtodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infraccin de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Cdigo Penal).Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos) si necesita fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a travs de la web www.conlicencia.com o por telfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

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    RACHEL

    Viernes, 5 de julio de 2013

    Maana

    Hay una pila de ropa a un lado de las vas del tren.Una prenda de color azul cielo una camisa, qui-z, mezclada con otra de color blanco sucio. Segu-ramente no es ms que basura que alguien ha tirado alos arbustos que bordean las vas. Puede que la hayandejado los ingenieros que trabajan en esta parte deltrayecto, suelen venir por aqu. O quiz es otra cosa.Mi madre sola decirme que tena una imaginacinhiperactiva; Tom tambinme lo deca. No puedo evi-tarlo, veo estos restos de ropa, una camiseta sucia oun zapato solitario, y slo puedo pensar en el otro za-pato, y en los pies que los llevaban.

    El tren se vuelve a poner en marcha con una estri-

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    dente sacudida, la pequea pila de ropa desaparece demi vista y seguimos el trayecto en direccin a Londrescon el enrgico paso de un corredor. Alguien en elasiento de atrs exhala un suspiro de impotente irri-tacin; el lento tren de las 8.04 que va de Ashbury aEuston puede poner a prueba la paciencia del viajeroms experimentado. El viaje debera durar cincuentay cuatro minutos, pero rara vez lo hace: esta seccinde las vas es antigua y decrpita, y est asediada porproblemas de sealizacin e interminables trabajosde ingeniera.

    El tren sigue avanzando poco a poco y pasa pordelante de almacenes, torres de agua, puentes y co-bertizos. Tambin de modestas casas victorianas conla espalda vuelta a las vas.

    Con la cabeza apoyada en la ventanilla del vagn,veo pasar estas casas como si se tratara del travellingde una pelcula. Nadie ms las ve as; seguramente, nisiquiera sus propietarios las ven desde esta perspecti-va. Dos veces al da, slo por un momento, tengo laposibilidad de echar un vistazo a otras vidas. Hay algoreconfortante en el hecho de ver a personas descono-cidas en la seguridad de sus casas.

    Suena el mvil de alguien; una meloda incon-gruentemente alegre y animada. Tardan en contestary sigue sonando durante un rato. Tambin puedo orcmo los dems viajeros cambian de posicin en susasientos, pasan las pginas de sus peridicos o teclean

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    en su ordenador. El tren da unas sacudidas y se bam-bolea al tomar la curva, y luego ralentiza la marcha alacercarse a un semforo en rojo. Intento no levantarla mirada y leer el peridico gratuito queme dieron alentrar en la estacin, pero las palabras no son msque un borrn, nada retienemi inters. Enmi cabeza,sigo viendo esa pequea pila de ropa tirada a un ladode las vas, abandonada.

    Tarde

    El gin-tonic premezclado burbujea en el borde de lalata y yo me la llevo a los labios y le doy un sorbo.Agrio y fro. Es el sabor de mis primeras vacacionescon Tom. En 2005 fuimos a un pueblo de pesca-dores en la costa del Pas Vasco. Por las maanas,nadbamos ochocientos metros hasta la pequeaisla de la baha y hacamos el amor en ocultas playassecretas. Por las tardes, nos sentbamos en un bar ybebamos cargados y amargos gin-tonics mientrasobservbamos los partidos de ftbol de veinticincopersonas por equipo que la gente jugaba aprove-chando la marea baja.

    Doy otro sorbo al gin-tonic, y luego otro: ya casime he terminado la lata, pero no pasa nada, llevo tresms en la bolsa de plstico que descansa a mis pies. Esviernes, as que no tengo por qu sentirme culpable

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    por beber en el tren. Por fin es viernes. La diversincomienza aqu.

    Este fin de semana va a hacer un tiempo maravi-lloso. Eso es lo que han dicho. Sol radiante, cielosdespejados. En los viejos tiempos, quiz habramosido a Corly Wood con comida y peridicos y nos ha-bramos pasado toda la tarde tumbados en una man-ta, bebiendo vino bajo la moteada luz del sol. O ha-bramos hecho una barbacoa con amigos. O tal vezhabramos ido al The Rose, nos habramos sentadoen la terraza y habramos dejado pasar la tarde conlos rostros encendidos a causa del sol y del alcohol.Luego habramos regresado paseando a casa cogidosdel brazo y nos habramos quedado dormidos en elsof.

    Sol radiante, cielos despejados, nadie con quienjugar, nada que hacer. Vivir tal y como lo hago hoyda resulta ms duro en verano, cuando hay tantashoras de sol y tan escaso es el refugio de la oscuridad;cuando todo el mundo est en la calle, mostrndoseflagrante y agresivamente feliz. Resulta agotador yuna se siente mal por no unirse a los dems.

    El fin de semana se extiende ante m, cuarenta yocho horas vacas para ocupar. Me vuelvo a llevar lalata a los labios, pero ya no queda una sola gota.

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    Lunes, 8 de julio de 2013

    Maana

    Es un alivio estar de vuelta en el tren de las 8.04. No esque me muera de ganas de llegar a Londres para co-menzar la semana. De hecho, no tengo ningn intersen particular por estar en Londres. Slo quiero recli-narme en el suave y mullido asiento de velvetn ysentir la calidez de la luz del sol que entra por la ven-tanilla, el constante balanceo del vagn y el reconfor-tante ritmo de las ruedas en los rales. Prefiero estaraqu, mirando las casas que hay junto a las vas, queen casi ningn otro lugar.

    Aproximadamente a medio camino de mi trayec-to, hay un semforo defectuoso. O, al menos, creoque est defectuoso, pues casi siempre est en rojo. Lamayor parte de los das nos detenemos en l, a vecesunos pocos segundos, otras durante minutos. Cuan-do voy en el vagn D cosa que normalmentehago y el tren se detiene en este semforo cosaque acostumbra hacer, puedo ver perfectamentemi casa favorita de las que estn junto a las vas: la delnmero 15.

    La casa del nmero 15 esmuy parecida a las demscasas que hay en este tramo de las vas: una casa ado-sada victoriana de dos plantas, con un estrecho y cui-dado jardn que se extiende unos seis metros hasta la

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    cerca, ms all de la cual hay unos pocos metros detierra de nadie antes de llegar a las vas del tren. Co-nozco esta casa dememoria. Conozco todos sus ladri-llos, el color de las cortinas del dormitorio del piso dearriba (beis, con un estampado azul oscuro), los des-conchados de la pintura que hay en el marco de laventanilla del cuarto de bao y las cuatro tejas quefaltan en una seccin del lado derecho del tejado.

    Tambin s que a veces, en las clidas tardes de ve-rano, los ocupantes de esta casa, Jason y Jess, salenpor la ventana de guillotina para sentarse en la terrazaque han improvisado sobre el tejado de la extensinde la cocina. Se trata de una pareja perfecta. l es mo-reno y fornido. Parece fuerte, protector y amable.Tiene una gran sonrisa. Ella es una de esas mujerespequeas como un pajarillo, muy guapa, de piel pli-da y pelo rubio muy corto. La estructura sea de surostro le permite llevarlo as: prominentes pmulossalpicados de pecas y marcada mandbula.

    Mientras estamos parados en el semforo en rojo,echo un vistazo por si los veo. Por las maanas, Jesssuele estar en el jardn tomando caf, sobre todo enverano. A veces, cuando la veo ah, tengo la sensacinde que ella tambin me ve a m y me entran ganas desaludarla. Soy excesivamente consciente de m mis-ma. A Jason no lo veo tan a menudo porque suele es-tar de viaje de trabajo. Pero incluso si no estn encasa, suelo pensar en lo que deben de estar haciendo.

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    Estamaana puede que se hayan tomado el da libre yella est tumbada en la cama mientras l prepara eldesayuno, o quiz se han ido a correr juntos, porquese es el tipo de cosas que hacen. (Tom y yo solamossalir a correr juntos los domingos; yo lo haca a unritmo un poco ms rpido de lo habitual en m y lmuchoms lento, as podamos ir los dos juntos.) Talvez Jess est en la habitacin de sobra del piso de arri-ba, pintando, o quiz estn duchndose juntos, ellacon las manos contra las baldosas y l sujetndola porlas caderas.

    Tarde

    Volvindome levemente hacia la ventanilla para darlela espalda al resto del vagn, abro una de las pequeasbotellas de Chenin Blanc que compr en la estacinde Euston. No est fra, pero servir. Tras verter unpoco de vino en un vaso de plstico, vuelvo a cerrar labotella y la guardo en el bolso. Los lunes no es tanaceptable beber en el tren a no ser que lo hagas encompaa, y ste no es mi caso.

    En estos trenes hay rostros familiares, gente queveo todas las semanas yendo de un lado para otro. Losreconozco y seguramente ellos me reconocen a m.Lo que no s es si me ven tal y como realmente soy.

    Es una tarde magnfica. Clida, pero no demasia-

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    do. El sol ha iniciado su perezoso descenso y las som-bras se alargan y la luz comienza a teir de dorado losrboles. El traqueteante tren sigue adelante y pasamosfrente a la casa de Jason y Jess, apenas un borrn bajola luz vespertina. En ocasiones, no muy a menudo,puedo verlos desde este lado de las vas. Si no hay nin-gn tren en la direccin opuesta, a veces llego a vis-lumbrarlos en la terraza. Si nocomo hoy, me li-mito a imaginar lo que estarn haciendo. Jess sentadaen la terraza con los pies sobre la mesa, con un vasode vino en la mano y Jason detrs de ella, con las ma-nos en sus hombros. Imagino el tacto y el peso de lasmanos de l, reconfortantes y protectoras. A veces mesorprendo a m misma recordando la ltima vez quetuve un contacto fsico significativo con otra persona,slo un abrazo o un cordial apretn demanos, y sien-to una punzada en el corazn.

    Martes, 9 de julio de 2013

    Maana

    La pila de ropa de la semana pasada sigue ah, y toda-va parece ms polvorienta y solitaria que hace unosdas. Le en algn lugar que un tren puede arrancartela ropa al impactar con tu cuerpo. No es tan inusual,

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    morir atropellada por un tren. Dicen que sucede unasdoscientas o trescientas veces al ao; es decir, al me-nos uno de cada dos das. No estoy segura de cuntasde estas muertes son accidentales. Al pasar lentamen-te junto a la ropa, miro si hay algn resto de sangre,pero no veo ninguno.

    Como es habitual, el tren se detiene en el semforoy veo a Jess en el patio, de pie delante de las puertascorrederas. Lleva un vestido con un estampado de co-lor claro y los pies desnudos. Est mirando hacia lacasa por encima del hombro. Es probable que est ha-blando con Jason, que estar preparando el desayu-no. Mientras el tren se vuelve a poner en marcha,mantengo la mirada puesta en Jess. No quiero ver lasotras casas; en particular, no quiero ver la que haycuatro puertas ms abajo, la que era ma.

    Viv en el nmero 23 de Blenheim Road durantecinco aos, un periodo dichosamente feliz y absolu-tamente desgraciado. Ahora no puedo mirarla. Fuemi primera casa. No la de mis padres ni un piso com-partido con otros estudiantes: mi primera casa. Aho-ra no soportomirarla. Bueno, s puedo, lo hago, quie-ro hacerlo, no quiero hacerlo, intento no hacerlo.Cada da, me digo a m misma que no debo mirarla ycada da lo hago. No puedo evitarlo, a pesar de queah no hay nada que quiera ver y de que todo lo quevea me doler; a pesar de que recuerdo claramentecmome sent la vez que la mir y advert que el estor

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    de color crema del dormitorio del piso de arriba ha-ba sido reemplazado por algo de un infantil colorrosa plido; a pesar de que todava recuerdo el dolorque sent cuando, al ver a Anna regando los rosales dela cerca, repar en su prominente barriga de embara-zada debajo de la camiseta y memord el labio con talfuerza que me hice sangre.

    Cierro los ojos y cuento hasta diez, quince, veinte.Ya est, ya ha pasado, ya no hay nada que ver. Entramosen la estacin de Witney y luego volvemos a salir y eltren comienza a ganar velocidad a medida que los su-burbios dan paso al sucio norte de Londres y las casascon terraza son reemplazadas por puentes llenos degrafitis y edificios vacos con las ventanas rotas. Cuantoms cerca estamos de Euston, ms inquieta me siento.Aumenta la presin: qu tal ser el da de hoy? Unosquinientos metros antes de que lleguemos a Euston, enel lado derecho de las vas, hay un sucio edificio bajo dehormign. En un lateral, alguien ha pintado: LA VIDANOESUNPRRAFO. Pienso en la pila de ropa a un ladode las vas y siento un nudo en la garganta. La vida no esun prrafo y lamuerte no es un parntesis.

    Tarde

    El tren que cojo por la tarde, el de las 17.56, es unpoco ms lento que el de la maana: tarda una hora y

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    un minuto, siete minutos ms que el de la maana, apesar de que no se detiene en ninguna otra estacin.No me importa. Del mismo modo que no tengo nin-guna prisa por llegar a Londres por las maanas, tam-poco la tengo por llegar a Ashbury por las tardes. Y noslo porque se trate de Ashbury, aunque sin duda esun lugar suficientemente malo. Este pueblo, creadoen los sesenta y que se extiende como un tumor por elcentro de Buckinghamshire, no es ni mejor ni peorque docenas de poblaciones similares: un centro pla-gado de cafeteras, tiendas de mviles y sucursales deJD Sports, rodeado de suburbios y, ms all de stos,el reino de los cines multiplex y los grandes almace-nes Tesco. Yo vivo en un edificio ms o menos ele-gante y ms o menos nuevo situado en el punto en elque el centro comercial del pueblo comienza a darpaso a las afueras residenciales, pero no es mi hogar.Mi hogar es la casa adosada victoriana de las vas, dela que era copropietaria. En Ashbury no soy propieta-ria de nada, ni tampoco arrendataria, sino una merahusped del pequeo segundo dormitorio del insulsoe inofensivo dplex de Cathy, a cuya buena voluntadestoy sujeta.

    Cathy y yo ramos amigas en la universidad. Me-dio amigas, en realidad; nuestra relacin nunca llega ser tan estrecha. El primer ao, viva al otro lado delpasillo y hacamos el mismo curso, de modo que sur-gi una alianza natural en esas amedrentadoras pri-

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    meras semanas en las que todava no habamos cono-cido a gente con la que tenamosms cosas en comn.Ya no nos solamos ver demasiado una vez pasado eseprimer ao, y prcticamente nada despus de la uni-versidad salvo en alguna boda ocasional. Sin embar-go, cuando me encontr en apuros result que ellatena una habitacin de sobra disponible y me pare-ci una opcin aceptable. Yo estaba convencida deque slo sera por un par de meses, seis a lo sumo, yno saba qu otra cosa hacer. Nunca haba vivido sola;haba pasado de vivir en casa de mis padres a hacerloen una residencia y luego con Tom. La idea, pues, meresultaba abrumadora, as que finalmente acept laoferta de Cathy. De eso ya casi hace dos aos.

    No es tan horrible. Cathy es una buena persona deun modo incluso impositivo. Se asegura de que seasconsciente de su bondad. Su bondad es palpable, setrata de su rasgo definitorio, y necesita que se le reco-nozca con frecuencia, casi a diario. Eso puede resultaragotador, pero en el fondo no es tan malo, se me ocu-rren peores cosas en una compaera de piso. No, loque ms me molesta de mi nueva situacin (todavame parece nueva, aunque ya hayan pasado dos aos)no es Cathy, ni tampoco Ashbury, sino la prdida decontrol. En el apartamento de Cathy siempre mesiento como una invitada no especialmente bienveni-da. Es algo que percibo en la cocina, donde a duras pe-nas cabemos cuando ambas hacemos la cena a la vez,

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    o en el sof cuandome acomodo a su lado (ella aferra-da al mando a distancia). El nico espacio que sientomo es mi diminuto dormitorio, ocupado casi porentero por una cama doble y un escritorio y sin ape-nas espacio entre ellos para poder caminar. Es lo bas-tante cmodo, pero no es un lugar en el que apetezcapasar el rato, de modo que suelo estar en el saln o enla mesa de la cocina, sintindome incmoda e impo-tente. He perdido el control de todo, incluso de loslugares que visito mentalmente.

    Mircoles, 10 de julio de 2013

    Maana

    Cada vez hacems calor. Apenas son las ocho ymediay el calor ya aprieta y la humedad es altsima. Me gus-tara que cayera una tormenta, pero hoy el cielo es deun insolente, plido y acuoso azul. Me seco el sudordel labio superior. Deseara haberme acordado decomprar una botella de agua.

    Esta maana no veo a Jason y a Jess y siento unaprofunda decepcin. Es una tontera, ya lo s. Obser-vo atentamente la casa, pero no se ve nada. Las corti-nas de la planta baja estn descorridas pero las puer-tas correderas estn cerradas y la luz del sol se refleja

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    en el cristal. La ventana de guillotina del piso de arri-ba tambin est cerrada. Jason debe de estar fuera portrabajo. Es mdico, creo; seguramente trabaja en unade esas organizaciones que operan en el extranjero.Est siempre de guardia, con la bolsa preparada en elestante superior del armario. Cuando hay un terre-moto en Irn o un tsunami en Asia, l lo deja todo,coge su bolsa y al cabo de unos minutos ya est enHeathrow, preparado para volar y salvar vidas.

    En cuanto a Jess y sus atrevidos estampados, suszapatillas de deporte Converse, su belleza y su presen-cia, trabaja en la industria de la moda. O quiz en elnegocio de la msica, o en publicidad; tambin po-dra ser estilista o fotgrafa. Y adems, pinta bien.Tiene una marcada vena artstica. Ya la imagino en lahabitacin de sobra del piso de arriba, con lamsica atodo volumen, las ventanas abiertas, un pincel en lamano y un enorme lienzo apoyado en la pared. Estarah hasta medianoche; Jason sabe que no debe moles-tarla mientras est trabajando.

    En realidad no puedo verla, claro est. No s sipinta ni si Jason se re mucho ni tampoco si Jess tienelos pmulos marcados. Desde aqu, no puedo ver suestructura sea y nunca he odo la voz de Jason. Nisiquiera los he visto nunca de cerca: cuando yo vivaen esa calle ellos todava no vivan ah. No s exac-tamente cundo se trasladaron. Creo que comenc areparar en ellos har cosa de un ao y, poco a poco,

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    a medida que fueron pasando los meses, se fueronvolviendo cada vez ms importantes para m.

    Tampoco conozco sus nombres, as que tuve queinventrmelos. Jason, porque es tan atractivo comouna estrella de cine britnica; no en plan Depp ni Pitt,sinoms bien Firth, o Jason Isaacs. Y Jess simplemen-te porque queda bien con Jason y a ella le pega. Hacejuego con lo guapa y despreocupada que parece. Sonun dueto, un equipo. Y son felices, lo noto. Son lo queyo era, son Tom y yo hace cinco aos. Son lo que per-d, son todo lo que quiero ser.

    Tarde

    La camisa me va demasiado pequea los botonesdel pecho parecen a punto de reventar y unas am-plias manchas de sudor son visibles bajo las axilas.Meescuecen los ojos y la garganta. Esta tarde no quieroque el viaje se alargue; quiero llegar cuanto antes acasa, desvestirme y meterme en la ducha, donde na-die pueda verme.

    Me quedo mirando al hombre que va sentado de-lante de m. Es ms o menos de mi edad, unos treintay pocos aos, y tiene el pelo moreno y las sienes cano-sas. Piel cetrina. Va trajeado, pero se ha quitado laamericana y la ha colgado en el respaldo del asientode al lado. Un MacBook delgado como un papel des-

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    cansa sobre su regazo. Teclea despacio. En la muecaderecha lleva un reloj plateado con una esfera de grantamao; parece caro, quiz un Breitling. No deja demordisquearse el interior de lamejilla. Puede que estnervioso. O quiz profundamente concentrado. Es-cribiendo un importante email a un colega de la ofi-cina de Nueva York, o redactando con cuidado unmensaje de ruptura a su novia. De repente, levanta lamirada y me repasa de arriba abajo sin dejar de repa-rar en la pequea botella de vino que hay en la mesi-lla. Luego aparta la mirada. Algo en el rictus de suboca sugiere aversin. Me encuentra repulsiva.

    No soy la misma chica de antes. Ya no soy desea-ble. Resulto ms bien desagradable. No es slo quehaya engordado un poco, ni que tenga el rostro hin-chado por la bebida y la falta de sueo; es como si lagente pudiera ver el dolor escrito en todo mi cuerpo;es visible en mi cara, en mi postura, en mis movi-mientos.

    Una noche de la semana pasada, sal de mi habita-cin para tomar un vaso de agua y, sin querer, o aCathy hablando con Damien, su novio, en el saln.Estoy realmente preocupada con ella. No ayuda elhecho de que est siempre sola.Y luego aadi: Noconocers a alguien en tu trabajo, o quiz en el clubde rugby?. A lo que Damien le contest: Para Ra-chel? No pretendo ser gracioso, Cath, pero no estoyseguro de conocer a nadie tan desesperado.

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