107
la delincuencia de menores un problema del mundo moderno Por William C. Kvaraceus unesco

La Delincuencia de menores: un problema del mundo moderno; 1964

  • Upload
    vonga

  • View
    219

  • Download
    1

Embed Size (px)

Citation preview

la delincuencia de menores

un problema del

mundo moderno Por

William C. Kvaraceus

unesco

La delincuencia de menores

un problema del mundo moderno

Publicado en 1964 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación

la Ciencia y la Cultura Place de Fontenoy, Paris-7e

Impreso por Imprimerie M a m e à Tours 0 Unesco 1964 MC. 64/D. SS/S

Prefacio

La presente obra ha sido preparada de acuerdo con el programa de estudios de la Unesco relativo a los problemas que trae consigo la inadaptación social de los jóvenes. Como es evidente, tales problemas, así como los fenómenos de la delincuencia juvenil, suelen preocupar e inquietar a padres, educadores y responsables de instituciones y organizaciones juveniles. Por ello se ha esti- mado oportuno cooperar con ellos en el sentido de examinar con toda objetividad y de explicar tan claramente como sea posible la conducta anormal y las actitudes agresivas de ciertos jóvenes.

La tarea fue confiada al señor W. Kvaraceus, quien ha ocupado en la Secretaría de la Unesco el cargo de especialista en los pro- blemas de la inadaptación social de los jóvenes. EI autor ha sido además profesor de la Universidad de Boston y en la actualidad es director de estudios sobre la juventud en el Lincoln Filene Center, de la Universidad Tufts, en los Estados Unidos. EI señor Kvaraceus ha publicado varios trabajos, entre los cuales se cuentan Juvenile delinquency and the school y The community and the delinquent, de manera que las ideas aquí expuestas y la inter- pretación de los hechos apuntados se fundan consecuentemente en una vasta y minuciosa experiencia. Con todo, conviene observar que se trata de puntos de vista estrictamente personales. Por último, nos complace indicar el hecho de que el autor de

esta obra ha contado con la cooperación de la Sección de Defensa Social de la Organización de las Naciones Unidas.

Indice

Capítulo primero. - ¿Qué es un delincuente menor de edad? Variaciones sobre el tema La inclinación a la violencia El delincuente denunciado Las llamadas << causas D Cada ser es diferente

Capítulo segundo. - Por qué existe la delincuencia Un gran número de teorías La necesidad de cariño La búsqueda de la identidad El mundo exterior Ansiedades de la adolescencia

Capítulo tercero. -Lo que puede hacer la comunidad Prevención y tratamiento La función de la escuela Una mayor variedad de ense-

Ayuda a la familia Investigación de las causas Castigo o remisión condicional de la pena con régimen de prueba

La policía El mundo real del trabajo Tratamiento individual para los menores con problemas graves

ñanzas

16 18 21 23 27

38 43 46 50 52

61 63

66 72 77

79 83 87

89

Capítulo cuarto. - Nuevas concepciones Cooperación del delincuente 95 Necesidad de la investigación 97 Los menores en peligro 99

Introducción

Pese a los grandes adelantos tecnológicos visibles hoy en todos los países, los procedimientos de ayuda a los niños y adolescentes para que lleguen a ser adultos cabales siguen constituyendo para los padres y las personas que se ocupan de los jóvenes un problema por resolver. Si se observan los concienzudos esfuerzos de los profesionales

-maestros, trabajadores sociales, jueces, psicólogos, sociólogos, psiquiatras- que tratan de hallar medios para prevenir y evitar la mala conducta de los jóvenes, se ve con claridad que esos pro- fesionales no pueden resolver ni circunscribir por sí solos el problema de la delincuencia. En esa tarea deben participar cada ciudadano y cada padre. Y tenemos que interesar a la propia juventud en la solución de lo que fundamentalmente es un pro- blema de jóvenes. L a presente obra se ha preparado con destino a los padres, las

personas interesadas en el problema, y los jóvenes próximos a la edad adulta, que deseen comprender y ayudar a los menores cuya conducta haya llamado la atención de las autoridades oficiales. No ofrece una serie de recetas para la prevención o la reeducación del delincuente, pero señala la necesidad de definir y diferenciar al delincuente y examina los criterios que pueden adoptarse para ayudar a distintos tipos de jóvenes delincuentes. En general, esos criterios se orientan en el sentido de la causa, el diagnóstico y la rehabilitación. Al preparar la presente publicación, se tropezó con dos difi-

9

Introducción

cultades importantes : primero, las desigualdades existentes en recursos pedagógicos y en programas tanto para la educación como para el bienestar de la infancia entre los países desarrollados y los que se hallan en vías de desarrollo, cada uno de ellos con sus tradiciones culturales únicas en distintas etapas de preparación ; segundo, la escasez de trabajos de investigación y de prácticas de eficacia comprobada para la prevención y represión de la conducta delictiva en todas partes del mundo no permite llegar a soluciones absolutas. En esta breve publicación no podía supe- rarse ninguno de esos dos problemas. Por ello, es inútil hablar de la necesidad de establecer aulas de un número reducido de alumnos cuando existen muchas regiones en el mundo donde no hay escuelas, o solicitar establecimientos clínicos y de diagnóstico en zonas en que no existe la posibilidad de hacer trabajo de casos, o no se cuenta con servicios psicológicos y psiquiátricos. Al propio tiempo, esta publicación refleja la abundancia relativa de biblio- grafía científica sobre la delincuencia en el mundo occidental y en especial en los Estados Unidos de América.

L a presente obra mira también hacia el futuro, y reconoce lo incompleto y poco válido de muchas de las teorías y prácticas que caracterizan los esfuerzos actuales para prevenir o corregir la mala conducta de la juventud. Todos los países necesitan definir con más precisión, el concepto de cc niño delincuente ». Tienen que reexaminar el marco teórico de referencia en el que se insertan sus actividades en materia de prevención y control. Necesitan constantemente evaluar y reevaluar sus planes y programas de ayuda a los delincuentes menores de edad. D e no ser así, el aplicar a la juventud extraviada medidas inoportunas o incluso perjudiciales, puede traducirse en malgaste de energías o de vidas. Esperamos que este pequeño volumen pueda estimular el

pensamiento y la acción en ese sentido, en muchas partes del mundo, de los padres y de las personas que trabajen en estrecha

10

Introducción

colaboración con los funcionarios encargados del bienestar de la infancia.

H e tenido la fortuna de contar con la ayuda de Gloria Emerson para las tareas de investigación y de redacción del presente volu- men; su infatigable celo para reunir, ordenar y presentar los materiales ha hecho que este trabajo sea una obra de colaboración.

W. C. K.

11

Capítulo primero

¿ *Qué es un delincuente menor de edad?

¿Qué es un delincuente menor de edad? Esta pregunta preocupa a muchas personas ; buscan una

contestación, y con frecuencia encuentran una respuesta cruel o airada. No deja de estar cargada de elementos emotivos y en muchos casos parece existir el sentimiento de que el delincuente menor de edad se comporta así con el propósito de molestar, cuando no de amenazar, a las personas más decentes y educadas. Esta indignación perturba de tal modo que impide detenerse a

reflexionar sobre lo que es un delincuente menor de edad, obsesio- nados por el relato de lo acaecido. Pero, ¿quién es ese menor? ¿Dónde vive? ¿Cuál es su delito? ¿Cuál es el castigo? ¿Cuál será su futuro? Las contestaciones serán evasivas, pero en todo el mundo

existe un número cada vez mayor de adultos que experimentan la necesidad urgente de averiguar la verdad en cuanto al ser humano joven marcado. La inquietante comprobación de que existe en todo el mundo una delincuencia, que no está en vías de desaparecer, ha impresionado a muchos entendidos, lo mismo en Viena que en Lagos, en Nueva York o Calcuta. H a y varias maneras de soslayar el problema. Puede decirse,

por ejemplo, que la delincuencia de menores no es un fenómeno nuevo en el mundo. Incluso hay pruebas que datan del año 306 antes de Jesucristo, puesto que ya en la ley de las XII Tablas existían disposiciones especiales aplicables a los niños que habían cometido robos. Los romanos reconocieron que la responsabilidad

13

¿Qué es un delincuente menor de edad?

por esos delitos era atenuada. También puede señalarse que la delincuencia de menores no es en modo alguno una cosa peculiar de nuestra generación. Y puestos a la defensiva, muchos pueden decir que no es patrimonio exclusivo de un país o una cultura.

Pero tales hechos no son de gran consuelo. N o nos ayudan a enfrentarnos con los problemas ni a medirlos o tratar de resol- verlos. Si bien es probable que en muchos países se haya exagerado o explotado en la prensa o en determinadas películas la amplitud y depravación de la delincuencia juvenil, no deja de ser cierto que la delincuencia existe virtualmente hoy día en todos los países del mundo. En el informe de las Naciones Unidas, Perspectiva para el

quinquenio 1960-1964, publicado por el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales, se indica : «En el campo del delito y la delincuencia existe hoy un problema grave y muy extendido, pero que parece revestir especial gravedad en algunos de los países mhs desarrollados : la delincuencia de menores. Por una razón u otra, los diversos servicios que los expertos habían previsto para prevenir esta delincuencia no han tenido, en general, el éxito esperado. E s preciso enfocar en forma muy amplia el estudio de las causas subyacentes y crear nuevos métodos con qué ponerles remedio. D

Casi todas las lenguas del mundo tienen hoy una palabra que marca a esos jóvenes de muchas naciones cuya conducta o gustos difieren de la norma suficientemente como para despertar sos- pechas y aun temores. Son los teddy-boys en Inglaterra, los nozen en los Países Bajos, los ruggare en Suecia, los blousons noirs en Francia, los tsotsìs en &rica del Sur, los bodgìes en Australia, los halbstarlcen en Austria y Alemania, los taì-pau en Taiwan, los mambo boys o taìyozuku en Japón, los tapkaroschì en Yugoeslavia, los vìtellonì en Italia, los hoolìgans en Polonia y los stìlìsgyì en la URSS.

Pero, no tenemos derecho a suponer que todo teddy-boy o todo

14

a ... L a banda de adolescentes que constituye un fenómeno social de la vida moderna ». Foto Dominique Roger

« L a conducta de la juventud rara vez se atiene a las pautas formuladas por los adultos)). Foto Dominique Roger

¿Qué es un delincuente menor de edad?

blouson noir es un delincuente. Esas denominaciones inducen con frecuencia al error. Es injusto suponer automáticamente que un joven a quien le guste la música del rock'n roll o los vestidos extravagantes está en vías de convertirse en un delincuente, si no lo es ya. Con excesiva frecuencia, el mundo de los adultos ha utilizado la palabra cc delincuente)) para manifestar su irritación o perplejidad ante los gustos de los adolescentes. En realidad, muchos especialistas en educación y psicología rechazan la expresión cc joven delincuente)), que se ha utilizado demasiado frecuente- mente y con excesiva facilidad para referirse a los jóvenes que, por cualquier razón, resultan desagradables. El Segundo Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, recomendó : <c Sin tratar de formular una definición modelo de lo que debe entenderse por delincuencia de menores en cada país, recomienda, u) que el significado de la frase delin- cuencia de menores se limite lo más posible a las transgresiones del derecho penal, y b) que no se creen, ni siquiera con el fin de protección, nuevas formas legales de delito que castiguen las pequeñas irregularidades o manifestaciones de inadaptación de los menores, pero por las que no se procesaría a los adultos. )) Se hace aquí la prudente sugestión de que no apliquemos las

palabras cc menor delincuente )I sin razón y sin medida. N o debe considerarse como delincuente a todo menor que infrinja una regla o cuyo comportamiento resulte molesto. La conducta de la juventud rara vez se atiene de modo constante a las pautas formu- ladas por los adultos, y a lo que éstos esperan de los jóvenes. En la segunda parte de esa recomendación de las Naciones

Unidas se hace también la sugestión de que no se apliquen las leyes de tal manera que se castigue a menores que incurran en pequeñas faltas que cometidas por adultos no serían punibles.

15

¿Qué es un delincuente menor de edad?

Variaciones sobre el tema

¿Cuáles son las infracciones y cuáles las penas? Las diferencias de país a país sólo indican el grado de división en que se halla el mundo sobre las cuestiones de quién es un delincuente y quién no lo es, y de lo que debe hacerse al respecto. U n a forma de delincuencia ampliamente extendida en El Cairo es la recogida de colillas en la calle, hecho que en los demás países del mundo no constituye una infracción punible. U n a reciente encuesta realizada en dos zonas urbanas de la India, Lucknow y Kampur, muestra que en el orden de frecuencia, el vagabundeo ocupaba el segundo lugar entre las infracciones cometidas por menores. Hace unos cuantos años, en Hong Kong, el número de jóvenes que comparecieron ante los tribunales llegó a alcanzar la cifra alarmante de 55 000, el 90 yo de los cuales sólo había cometido infracciones adminis- trativas, tales como la venta ambulante sin licencia. En esos casos, el observador puede preguntarse si esos actos llamados delictivos no son sino acciones cometidas por niños abandonados, insuficientemente alimentados o desesperados. En Kenia, hace algunos años, la aplicación estricta de las dispo-

siciones sobre el vagabundeo hizo que el número de jóvenes que comparecieron ante el Tribunal Central de Menores de Nairobi se elevase a más de 3 O00 en un solo año. L a información de que se dispone sobre Lagos (Nigeria) indica que se considera como delincuencia toda transgresión de las leyes no escritas del hogar : la falta de respeto y la desobediencia se consideran como infrac- ciones graves. Vemos pues que las cifras de jóvenes acusados de actos delictivos

no bastan y que es necesario conocer además la naturaleza de las infracciones cometidas y la ley que concretamente violan, así como la forma en que fueron detenidos e inscritos en los registros por las autoridades.

H a y muy poco en común entre el muchacho que recoge colillas

16

¿Qué es un delincuente menor de edad?

en los arroyos de las calles de El Cairo, el chiquillo de Nigeria que se rebela contra su familia, el mozalbete norteamericano que hace uso de una navaja o el europeo que comete un hurto. Las diferencias entre esos actos son extraordinarias aun cuando todos sus autores puedan ser calificados de delincuentes. Sólo puede decirse que la conducta considerada como delictiva

en los diferentes países comprende una variedad tan grande de actos, desde los más triviales hasta los más graves, que es prácti- camente imposible generalizar sobre todas las clases de infrac- ciones. Sólo cabe señalar que se trata de actos cometidos por muchachos de siete a dieciocho años de edad, según los países. En la mayor parte de ellos, el límite superior de edad señalado

por la ley para que los delincuentes sean considerados como menores, oscila entre dieciséis a diecinueve años. En los Estados Unidos de América, hay diferencias muy notables de Estado a Estado. En Wyoming, por ejemplo, se considera que un muchacho es adulto a los diecinueve años, en tanto que a una muchacha se la considera menor hasta los veintiuno. En otro Estado, Connec- ticut, el límite superior es la edad de dieciséis años. La edad mínima en que se tiene a un muchacho por responsable

de sus actos y se le conduce ante cualquier clase de tribunal varía también de unos países a otros. Por ejemplo, en los Estados Unidos se fija en los siete años de edad, los diez en Gran Bretaña, nueve en Israel, doce en Grecia, trece en Francia y Polonia, catorce en la República Federal de Alemania, Austria, Bélgica, Checoeslovaquia, Italia, Noruega, Suiza y Yugoeslavia. Y , por último, las penas establecidas por las leyes así como los

métodos penitenciarios, varían mucho de un país a otro. En otros tiempos se aceptaban legalmente los castigos corporales

en un gran número de países. H o y todavía pueden ordenarlos los jueces en Birmania, Ceilán, India (a excepción de la región de Bombay), Irak, Irán, Tailandia y Pakistán. Aun cuando adoptemos la más cauta actitud ante las estadísticas

17

¿Qué es un delincuente menor de edad?

de la delincuencia -ya que su alcance y amplitud no pueden expresarse en una serie de columnas de números- es indudable que aumenta en todas partes del mundo. Las infracciones son diversas. Van desde el hurto, el vandalismo, los daños, las pequeñas extorsiones y los juegos prohibidos hasta las violencias, la ruíia- nería, la haraganería, la conducta inmoral o deshonesta, la embria- guez y el uso de estupefacientes.

La inclinación a la violencia

En casi todas las ciudades del mundo afectadas por el problema, una de las manifestaciones más visibles de la delincuencia de menores es la banda de adolescentes que constituye un fenómeno social de la vida moderna. Pese a las notables diferencias nacionales, las bandas de muchachos de trece a diecinueve años son grupos, que no tienen finalidades concretas, de adolescentes desarraigados, inquietos, sin empleo, cuyo más frecuente lugar de reunión es la esquina de una calle. Algunas bandas, por ejemplo, varias de East Los Angeles (California) han cometido homicidios, en tanto que otras se limitan a imitar o a insultar a los transeuntes. Pero estas bandas, inofensivas o peligrosas, son un elemento

importante en el cuadro general de la delincuencia de menores. Si se examina la delincuencia en un contexto mundial, es raro encontrar adolescentes que caen en la delincuencia como resultado de una evolución personal peculiar ; es mucho más frecuente ver grupos de jóvenes que participan en actividades conjuntas, derivadas de una serie de sentimientos, fidelidades y reglas comunes y que tienen así sentido y les procuran satisfacción. Muchas bandas tienen una organización muy estructurada ;

otras presentan poca cohesión y se desintegran rápidamente. La mayor parte de esas bandas cometen frecuentemente actos que no siempre se traducen en beneficios económicos y, a los ojos de los demás, su maldad parece gratuita.

18

¿Qué es un delincuente menor de edad?

En Polonia las bandas de adolescentes han causado daños en los trenes y han molestado a los pasajeros sin ninguna razón aparente. En Saskachevan (Canadá), algunos grupos de jóvenes entraron en varias casas de particulares, en ausencia de los pro- pietarios, y causaron danos en mobiliario de valor, sin tratar de Ilevarse ningún objeto. En Chiengmai (Tailandia) una banda de muchachos, que tenían como símbolo un águila blanca tatuada en sus brazos, encontraba su mayor diversión en atemorizar o injuriar a los no pertenecientes a la misma, cuando no se dedicaban a desafiar a una banda rival, contra la que emprendían una cc guerra ». En Argentina, ha habido bandas de muchachos que se reunían

en cafés o bares para insultar o humillar a otros clientes o a los transeuntes ; después de ello se dedicaban algunas veces a causar daños en algún automóvil en estacionamiento. En los informes sobre las bandas de los jóvenes de trece a diecinueve años de Filipinas, se indica el mismo impulso hacia el vandalismo. Varios jóvenes atravesaron la ciudad de Manila en automóvil y armaron un escándalo rompiendo cristales de residencias y escaparates de casas de modas. Durante varias noches esta misma banda tuvo en jaque a la policía de tres ciudades vecinas que trataba de locali- zarlos y adivinar dónde darían el próximo golpe. Sin embargo, algunos menores delincuentes persiguen objetivos

más claros. Sus satisfacciones proceden de actos más lucrativos. Son buenos ejemplos de ello las extorsiones de poca monta. En Detroit, Michigan, una banda compuesta de quince muchachos de trece a dieciséis años de edad organizó un chantaje original: exigir a los niños de la vecindad menores que ellos 5 centavos de dólar para no molestarles al ir o al volver del cine del barrio. En un informe de la India se indica que algunas bandas de

jóvenes de uno y otro sexo se dedican, con gran éxito, al contra- bando de licores y estupefacientes. En Israel, un juez de menores estimó que la existencia de grupos de jóvenes dedicados al robo

19

¿Qué es un delincuente menor de edad?

de automóviles es un cc caso nuevo e importante», ya que la actuación en banda no había sido frecuente hasta entonces. Sin embargo, no debe suponerse que la acción de esas bandas es

constante y que sus componentes son los mismos año tras año. En cada país su actuación fluctúa algo como las líneas de la fiebre en una gráfica. Un psicólogo alemán, el Dr. Curt Bondy, observó que al parecer hay años marcados por explosiones violentas de las actividades de las bandas y otros de relativa tranquilidad. En un artículo de The Observer (15 de julio de 1962) se decía:

«En la parte norte de Londres, según informa la policía, las N bandas 11 no representan sino reuniones de jóvenes aburridos del mismo barrio en salones de baile y en cafés. N o tienen organización, no aceptan dirigentes, ni se dan« oficialmenten un título y apenas si se las conoce con la denominación de cc la banda de Highburyn o «la banda de Angeln. Pero el peligro es que cualquiera ... puede incitar rápidamente a una banda a revolverse contra cualquier individuo o grupo que los haya molestado. En ese momento las barras de acero y las navajas aparecen como por arte de magia.))

Pese a lo limitada que es la información sobre la delincuencia de menores en el mundo, se han podido deducir algunas conclu- siones. Ninguna de ellas es alentadora. En un informe de las Naciones Unidas preparado por la secretaría se maniiiestal: «En general, parecería que la violencia es cada vez más una

característica de la delincuencia de menores. L a violencia no se limita forzosamente a los delitos contra las personas, sino que también ocurre en los delitos contra la propiedad. En algunos países parece haber aumentado el número de homicidios y de lesiones, y lo mismo puede decirse en el caso del robo nocturno y del robo con escalamiento y fractura. Aunque a menudo oculta, otra manifestación de violencia está tipificada por las actividades

1. Nuevos tipos de delincuencia de menores : su origen, prevención y tratamiento (Londres, 8 al 20 de agosto de 1960) A/CONF./17/7.

20

¿Qué es un delincuente menor de edad?

delictivas de ciertas pandillas que, mediante oferta de protección o sin ella, obtienen diversas ventajas, servicios o bienes, por ejemplo comestibles. Por último, la violencia parece haber aumen- tado debido al creciente número de actos de vandalismo o daños graves realizados como venganza o por diversión, o como expresión de una actitud más o menos rebelde ... 11

El delincuente denunciado

En otros tiempos, las tabulaciones de los datos estadísticos relativos a los antecedentes familiares de los menores delincuentes, parecían siempre indicar que esos jóvenes procedían de medios sociales poco acomodados. En una segunda conclusión, establecida también en ese informe de las Naciones Unidas, se indica que esa tendencia ha sufrido un gran cambio. H o y día ya no puede decirse que la delincuencia de menores se limita a un determinado grupo socio-económico. H a y cada vez más indicaciones del aumento del número de adolescentes de clases adineradas que delinquen. En Francia, la expresión blousons dorés es una referencia un tanto sarcástica a los delincuentes de las familias más ricas a diferencia de los blousons noirs. En un informe sobre hurtos cometidos en grandes almacenes

de Bélgica hay una referencia a esta tema. En é1 se indica cc ... esos robos se denuncian rara vez a los tribunales, pero los informes obtenidos en otras fuentes indican que en la mayor parte de los casos, los cometen niños de unos doce años. D e diez casos, nueve lo realizan muchachos y con frecuencia grupos, cuyos componentes se incitan unos a otros a robar por diversión. Los ladrones proceden de todas las clases sociales y casi siempre se apropian objetos de escaso valor. En definitiva proceden de casas mejores que las de otras clases de delincuentes ... D Y ello acentúa todavía más otro aspecto del problema que

examinamos. No podemos preocuparnos sólo de los menores

21

¿Qué es un delincuente menor de edad?

marcados como delincuentes por el hecho de que se les haya señalado a la atención de los organismos encargados de aplicar la ley. En todos los países existen también grupos -tales como los niños ladrones de tiendas de Bélgica- que, por varias razones, no comparecen ante la policía o las autoridades. En algunos casos, los protegen sus familias, o la escuela, o bien el perjudicado prefiere no formular la denuncia pertinente. La presencia de este segundo grupo de delincuentes complica el problema. El primero -los delincuentes conocidos- es comparable a la

parte del témpano que sobresale del agua. Pero el segundo grupo de delicuentes no registrados, o no contados, es comparable a la parte sumergida del témpano oculta bajo el agua. En los Estados Unidos una encuesta reciente dio a conocer que un número relati- vamente grande de adolescentes reconocía haber cometido actos graves que, aunque delictivos, no habían sido objeto de ninguna dilingencia judicial. Se trataba de hijos de familia de las clases media y alta. En un numero cada vez mayor de estudios de orígenes distintos de muchas partes del mundo se ha señalado que el número de los delincuentes N no denunciados II o no incluidos en las estadísticas, es más importante de lo que se había supuesto, y que entre ellos existe un porcentaje creciente de jóvenes de familias económicamente estables. Pero la delincuencia cc no denunciada n es también un problema que afecta a los grupos económicamente débiles. A pesar de las analogías aparentes, la delincuencia de menores

tiene sus propias características particulares en cada región geográfica y, evidentemente, en cada país. Y entre tantos informes e interpretaciones, muchas veces contradictorios, sobre la delin- cuencia de menores, hay una cosa que está clara. Cada delincuente es un caso único. Ello es así, aun cuando sus actos exteriores sean semejantes a los cometidos por los demás delincuentes, y aun cuando poco de lo que diga o haga presente la menor originalidad. Antes de que se pueda comprender verdaderamente por qué

22

¿Qué es un delincuente menor de edad?

cada delincuente es un caso Unico -y ello es esencial si queremos ayudarle- tienen que cambiar las actitudes de los adultos hacia los delincuentes jóvenes. Aun cuando no hubiera más razones, la gran amplitud e intensidad de la delincuencia juvenil debe forzar a los adultos a examinar sus propios prejuicios y reacciones ante ella. Rara vez nos preguntamos el por qué de las cosas y, muchas veces, nos limitarnos a suponer que estamos en posesión de toda la verdad. Una persona que reconozca francamente que no tiene la menor idea sobre la razón de existir la delincuencia de menores constituye la excepción a la regla. Sólo los especialistas, conscientes de Ilas grandes lagunas y discrepancias existentes en nuestros conocimientos sobre la conducta humana, muestran un cierto grado de humildad al tratar de examinar y resolver en parte este complejo problema. Es verdad que algunos de ellos han conseguido aislar algunas de las causas de la conducta de determi- nados menores, pero no todas ; la proporción es muy insuficiente. Pero ello no impide a las pcrsonas peor informadas aferrarse a su creencia. No puede criticarse a nadie por el hecho de tener una opinión personal sobre la delincuencia ; sólo se le puede recordar, y advertir, que es un problema mucho más complicado de lo que sospecha.

Las llamadas K causas n

En torno al problema de la delincuencia aparece una de las más ricas colecciones de mitos del siglo XX. La mayor parte de esos mitos son perjudiciales, ya que hacen creer a un gran número de personas que tienen mayores conocimientos de los que poseen. En general, se trata de versiones excesivamente simplificadas de las causas de la delincuencia.

Son muchos los que creen que la causa de la delincuencia puede achacarse claramente al cine. Citan esas películas que parecen glorificar o exaltar la conducta criminal o delictiva. Se supone

23

¿Qué es un delincuente menor de edad?

que los jóvenes que ven esas películas quedan virtualmente infectados y que cualquier conducta anormal por su parte puede achacarse a lo por ellos visto -y posiblemente admirado- en un cine. Pero las más cuidadosas e intensas investigaciones científicas

no han podido establecer el grado de influencia directa de esa causa ; más aún, es casi imposible tener la seguridad de que esa influencia directa existe. En los últimos diez años, se han podido señalar algunas películas

-tales como La furia de vivir (Rebel without a cause)- que pro- vocan una gran reacción en muchos de los menores que las ven por todo el mundo. Esto confirma en sus ideas a quienes sostienen que las películas incitan activamente a la delincuencia. Pero aún así, y como sucede en el caso concreto de esa película, pasamos fácilmente por alto el hecho de que la influencia de la película puede no ser muy profunda o duradera, y que probablemente afectará sobre todo a los adolescentes que se sientan ya atraídos por una conducta irregular. Siempre habrá películas que respondan a una disposición de ánimo pasajera de cualquier nación, y difícil- mente podrá afirmarse que esa película haya creado la disposición de ánimo o dado origen a los problemas causa después de conflic- tos. El propio tema de la influencia del cine sobre los niños y adoles-

centes es objeto de constante controversia y discusión, pero no se sabe mucho sobre el particular. H a y pocas pruebas científicas de que una película, o muchas de ellas, puedan inducir a un menor a convertirse en delincuente. Podría decirse en términos muy generales que algunas películas pueden incitar a una acción delictiva pero que rara vez pueden considerarse como factor causal de cualquier clase de desviación o de conducta delictiva. Indudablemente, hay numerosas películas y programas de

televisión que han ejercido cierta influencia perjudicial sobre determinados niños. Esta influencia incluso puede afectar al

24

¿Qué es un delincuente menor de edad?

menor de un modo inconsciente. Se han hecho muchas críticas sensatas y válidas sobre el cine, los programas de televisión y las historietas ilustradas, pero no deja de ser una hipótesis científica- mente infundada y demasiado simplista, achacarles porentero la delincuencia. No puede pensarse que todos los delincuentes del mundo han estado expuestos a su influencia y han sido mode- lados por esos factores. Muchos niños que se sienten solos o desgraciados cualquiera

que sea el motivo, encuentran esparcimiento yendo al cine, mirando la televisión y leyendo las historietas ilustradas en grado excesivo. Pero debe decirse que la conducta delictiva se debe a influencias mucho más profundas, y con frecuencia más sutiles, que las del cine exclusivamente, o las debidas a mirar constante- mente los programas de televisión, o incluso a una biblioteca de revistas espeluznantes. Esto no supone negar la influencia que pueden tenir en los niños, que es frecuentemente malsana y les lleva a vivir fuera de la realidad ; se trata sólo de señalar el hecho de que ver películas o programas de televisión no es el unico camino conducente a la delincuencia. Otro mito muy difundido es el de que las madres que trabajan

fuera del hogar son responsables de la existencia de niños delin- cuentes. Sin tratar de negar la importancia fundamental de la relación maternofilial, también a este respecto hay muy pocas pruebas científicas de que la ausencia de la madre deba entrañar inevitablemente una conducta delictiva. Es posible que en muchos casos en que la madre trabaja los

hijos sufran algunas carencias por el hecho de que ella no esté en el hogar. Pero esto no puede considerarse como una causa de delincuencia juvenil, cuando hay muchas familias estables y felices, en las cuales las madres trabajan fuera del hogar sin conse- cuencias perjudiciales para sus hijos. Está también muy difundida la creencia de que los hogares

u rotos n son causa de delincuencia de menores o constituyen un

25

¿Qué es un delincuente menor de edad?

porcentaje importante de la misma, pero tampoco existen pruebas que justsquen el aserto desde un punto de vista general. La separación de los padres no favorece a los hijos ya que, a

partir de la infancia, el hijo necesita al padre tanto como a la madre. Pero la mera presencia «física)> de los padres no es todo. Los llamados hogares cc rotos )> no son deporsi más perjudiciales para el desarrollo del niño que las familias donde reinan la discordia y el maltrato. No falta quien estima que el origen del problema se halla en los

barrios insalubres. Pero los trabajos de investigación han puesto de manifiesto que su desaparición, aun cuando sea altamente recomendable, no constituye por sí sola una solución general para prevenir o reducir la delincuencia. El agua corriente caliente y fría, la calefacción central y la pintura reciente de la casa son deseables, pero no reducen ni previenen la delincuencia. Tampoco lo logrará un terreno de juegos bien equipado, ya que se necesita algo más que una cancha de cemento material para producir un cambio genuino en las actitudes de un niño o de un adolescente con inclinaciones delictivas. Algunas personas han llegado a la cruel conclusión de que todos

los delincuentes menores son estúpidos, si no retrasados mentales, y que su falta de inteligencia explica su conducta. No hay infor- mación científica fidedigna que pueda servir de base al principio de que los menores delincuentes sean en conjunto menos inteli- gentes que los demás niños o adolescentes. Es cierto que muchos ninos de familias pobres han tenido

puntuaciones más bajas en algunas pruebas de inteligencia que los muchachos de otras procedencias. Los educadores han señalado que ello puede obedecer a que sus aptitudes para leer, su vocabu- lario y sus conocimientos de cultura general influyen en las pruebas. Es muy frecuente que una prueba de inteligencia se base en esos factores a los que se da especial importancia en los hogares de la clase media.

26

¿Qué es un delincuente menor de edad?

El nino delincuente se encuentra en una situación desventajosa que no se debe en absoluto ni a una falta ni a una deficiencia suyas. Muchos delincuentes han resultado ser extremadamente brillantes cuando se les ha sometido a pruebas adecuadas al medio de que procedían. Existe también el mito de que los delincuentes «heredan»

determinadas tendencias que hacen inevitable su conducta anti- social. Los hombres de ciencia han rechazado la teoría de la c< mala semilla» ya que los niños no pueden heredar una naturaleza N perversam. A causa de un gran número de factores pueden tener (y tienen) una adolescencia que les hace desgraciados y desespe- rados pero no han nacido predestinados a la delincuencia o la criminalidad. Una de las teorías más extendidas por Europa sobre las causas

de la delincuencia fue que la ola de criminalidad se debía a que los niños habían sufrido las consecuencias de la guerra de 1939- 1945. Pero los estudios a fondo realizados en Inglaterra sobre esos niños, hoy día adultos jóvenes, demuestran que «la proporción de su criminalidad no es mayor ni menor que el porcentaje ordi- nario de delincuencia de menores, quizás porque las circunstancias de privaciones en que vivieron suscitaron una respuesta muy positiva de la comunidad en general)).

Cada ser es dqerente

Una vez desmentidos los mitos y deshechos los equívocos sobre la delincuencia, las personas normales empiezan a darse cuenta de que las generalizaciones son inútiles. Explicaciones tales como la vida en casas miserables, los hogares deshechos, las películas y las privaciones, no nos ofrecen razones universales y realistas de la delincuencia. En ocasiones, cada una de ellas puede ser uno de los múltiples factores que moldean la vida de un niño, pero

27

¿Qué es un delincuente menor de edad?

ninguna puede aceptarse como razón general única para los miles y miles de casos delictivos.

Para empezar a comprender el problema de la delincuencia, tenemos que darnos cuenta de que los delincuentes hacen cosas idénticas por móviles m u y distintos y con intenciones muy dife- rentes. U n a conducta análoga, y al parecer idéntica, puede tener funciones muy distintas cuando se trata de individuos diferentes.

Para ilustrar esas diferencias -en cuanto a móviles e intenciones 6e refiere- veamos algunos ejemplos de jóvenes cada uno de los cuales puede ser considerado como delincuente. Un muchacho norteamericano de quince años, John G., de

Los Angeles, California, era uno de los doce miembros de una banda callejera denominada cc Los tiburones». La banda tenía un código inflexible de principios, valores y normas. Todos sus componentes habían jurado observar ese código especial y, para John G., era el compromiso moral más importante y más serio de su vida. El verano pasado, ese muchacho y otros cuatro de la banda robaron un automóvil estacionado en la vecindad. A la mañana siguiente, hacia las cuatro de la madrugada, abandonaron el automóvil a unos dos o tres kms del lugar. Al ser interrogado en un tribunal de menores, John G. no trató de justificarse, ni mostró el menor indicio de cc arrepentimiento ». En ocasiones anteriores ya había tenido dificultades por haber roto cristales y haber cortado con una navaja capotas de automóviles. Al estudiarse sus antecedentes se vio que el padre y la madre

trabajaban y que el total de sus ingresos era insuficiente. El alojamiento era m u y exiguo para las cinco personas de la familia. John G. era mal alumno, y sus maestros se lamentaban de su actitud de aburrimiento y menosprecio. En la escuela o fuera de ella, era rencoroso y agresivo. EI análisis psiquiátrico no descubrió ninguna perturbación afectiva pronunciada, y su inteligencia era normal.

Con arreglo a las normas tradicionales, John G. debía ser consi-

28

¿Qué es un delincuente menor de edad?

derado por sus padres de costumbres acrisoladas como la deshonra de la familia, por la escuela como un fracasado y por la comunidad como un peligro. Y sin embargo hay una lógica notable en sus acciones y las más reprobables de este delincuente merecían la aprobación y el respeto del grupo social más admirado por él: la banda de N Los tiburones ». Es muy posible que las actividades futuras de John G. supongan una amenaza contra alguna norma establecida por la escuela, la comunidad o la ley, o una clara violación de la misma, pero é1 mantendrá firme su ánimo con la admiración de N los tiburones ». Su conducta es recta con arreglo a las normas de la subcultura de la esquina de su propia calle, aun cuando sea considerada como ilícita por el mundo exterior. Veamos ahora el caso de un muchacho inglés, de trece años de

edad, Basil P., hijo de una familia acomodada de Londres. Basil no trabaja bien en la escuela, lo que ocasiona frecuentes disgustos a su padre, que también estudió en ella y gozó de una buena repu- tación como alumno. La dificultad más grave es su carencia de dotes para leer. En cuanto se le exige un gran eduerzo de lectura, parece distraído o perezoso. Podría haber pasado inadvertido o ser considerado simplemente como un alumno poco dotado, si varios de sus maestros y muchos de sus compañeros de clase no supieran que Basil se apoderaba con frecuencia de las cosas ajenas. El muchacho no trató de negarlo. Durante mucho tiempo

había venido hurtando cosas a otros niños, cosas unas veces valiosas y otras no. Basil no guardaba los objetos hurtados sino que con frecuencia los regalaba a otros compañeros de clase, lo que hacía aumentar conscientemente el riesgo de que el primitivo propietario viera el objeto y lo reivindicara. En una ocasión, en Londres, un día de fiesta, Basil hurtó tres discos de gramófono en un almacén de objetos musicales. Declaró que N sentía» haberlos robado, que no sabía por qué lo hacía y que deseaba no volverlo a hacer. Sus padres estaban horrorizados, sus maestros se sentían vejados y algunos de sus compañeros de clase se mostraron dcspre-

29

¿Qué es un delincuente menor de edad?

ciativos. Un examen psiquiátrico reveló que en un nivel simbólico profundo, los objetos que Basil hurtaba representaban o reempla- zaban algo deseado inconscientemente, pero prohibido por alguna razón o imposible de lograr. Se recomendó que debía recibir ayuda y tratamiento psiquiátricos, y así se hizo. ¿Debemos considerar a este muchacho como un delincuente

fuera de cuenta? Aun cuando Basil fuere un perturbado emotivo, éste no era el caso de John G. ¿Puede considerarse todo acto antisocial como un síntoma neurótico? Veamos otro caso. Un joven africano de diecisiete años de edad,

Pierre N., se trasladó desde su aldea enla Costa del Marfil para tratar de encontrar un trabajo en la ciudad más próxima. Tenía esperanzas de que se le empleara en un hotel. Pierre N. sabía leer y escribir, hablaba dos idiomas y era un joven brillante. En la ciudad fue sorprendido por un empleado cuando trataba de hurtar una camisa en una tienda. Pierre explicó al juez que su ropa estaba usada, que no tenía dinero y que esperaba que una camisa nueva haría una mejor impresión cuando fuera a buscar trabajo. ¿Era Pierre un menor delincuente? D e haber salido bien la

primera vez ¿hubiera continuado robando? ,j Constituyen clara- mente todos los hurtos cometidos por los adolescentes un acto de delincuencia? Las diferencias considerables existentes entre los tres casos

reseñados no constituyen sino una pequeña indicación de los riesgos que supone englobar todas las transgresiones de los adoles- centes bajo la etiqueta de la delincuencia de menores. No siempre es fácil pronunciarse sobre la cuestión de quién es

un delincuente socializado, quién un joven perturbado emocio- nalmente y quién ha cometido un solo delito motivado por una necesidad obvia y patente. Carece de sentido hablar con fines de diagnóstico de N el delincuente». La declaración de que un mucha- cho es un menor delincuente no es lo mismo que el diagnóstico clinico de que un muchacho es un epiléptico.

30

a El agua corriente caliente y €ría, la calefacción central y la pintura reciente de la casa... no reducen ni previenen la delincuencia juevnil ».

Foto Dominique Roger

a El niño a quien sus padres no quieren se siente traicionado o abandonado por ellos ». Foto Unesco / David Seymour

¿Qué es un delincuente menor de edad?

En muchos casos, el acto delictivo corresponde a la satisfacción de una profunda necesidad personal, en el nivel consciente o en el inconsciente ; debe considerarse que este acto, usualmente una violación de lo que consideramos conducta conforme a la ley, representa un síntoma. EI hecho de faltar a la escuela, violación tanto de las normas

escolares como de las legales, es un ejemplo de conducta sintomá- tica. En un caso determinado, no ir a clase puede considerarse como un síntoma de la rebelión saludable de un adolescente normal que falta durante un día. En otro caso, el mismo hecho puede ser manifestación de la auténtica incapacidad de un niño para enfrentarse con las temibles dificultades de la vida diaria y superarlas. Quizás al darnos cuenta de lo muy poco que sabemos acerca del

origen y de la naturaleza de esos síntomas podamos considerar el problema de la delincuencia con renovada curiosidad, con nueva compasión, y sin prejuicios.

31

Capítulo segundo

Por qué existe la delincuencia

El delincuente menor de edad -que ha inspirado tantos mitos sobre las causas de su conducta- ha provocado también una mitología sobre el modo de N curar» la delincuencia. Muchas gentes estiman que N el aire libre y el sol », << una buena paliza o un N honrado trabajo cotidiano B transformarán al delincuente, que dejará de ser una persona de carácter hostil y destructivo convirtiéndose en un ser humano equilibrado y normal. Y son frecuentes las advertencias de personas bien intencionadas en el sentido de que los psicólogos y psiquiatras miman y consienten a los delincuentes cuando lo que éstos necesitan en realidad es un castigo rápido y severo. Muchas personas miran con desconfianza a todos los delincuentes

(o incluso a los menores de veinte años, de aspecto un poco extraño y que sospechan pueden ser delincuentes) como criminales en potencia, cuyas actividades hay que reprimir o castigar antes de que tengan la oportunidad de demostrar que lo son. Un buen ejemplo de esta actitud es una noticia publicada en un periódico bajo el título: «Por una mala respuesta el juez le condena a trabajar en la construcción de carreteras. 1)

cc W., N.D. (UP). Un joven jactancioso, de pantalones ajustados y pelo cortado en cepillo, empezó hoy a cumplir su condena a seis meses de trabajo en una carretera por responder mal al juez. M.J., veinte años, de W., había sido condenado a 25 dólares de multa, y las costas, en el tribunal superior del juez H.R. por conducir temerariamente un automóvil. Pero no se limitó a esto.

33

Por qué existe la delincuencia

> > M e figuro cómo fue, no hay más que ver sus pantalones ajus- tados y su pelo cortado en cepillo - dijo el magistrado al imponer la multa. Continúe así y le pronostico que dentro de cinco años estará en la cárcel. >>Cuando el joven fue a pagar su multa, oyó por casualidad

que S., funcionario encargado de la vigilancia en el régimen de prueba, explicaba al juez la conducta del joven.

1) Sólo quiero que Vd. sepa que no soy un ladrón -interrumpió J. dirigiéndose al juez. El juez dijo airadamente al secretario del tribunal: - Cambie la multa por seis meses de trabajo en las carreteras.

Esta anécdota es un ejemplo demostrativo de la hostilidad un tanto ensoberbecida con la que reaccionan muchos adultos -in- cluso quienes desempeñan funciones de responsabilidad- ante los jóvenes que les parecen turbulentos.

Ninguna persona, por comprensiva que sea, puede negar que los actos de los delincuentes son perjudiciales, ni que en muchos casos provocan la indignación de los demás y perturban la vida de la comunidad. Muchos ciudadanos respetuosos de la ley estiman justificado condenar la conducta de delincuentes menores de edad, y piden vigorosamente que se impongan castigos más rigurosos. Pueden explicar sus propias actitudes, basándose en que también ellos tienen que soportar molestias y desengaños en bien de la comunidad y de la sociedad, en tanto que el menor delincuente no tiene escrúpulos cuando se trata de satisfacer sus deseos aunque ello entrane perjuicio para los demás. Los adultos que razonan de este modo no tienen en cuenta el

hecho de que, para ellos, la vida es mucho más grata y les ofrece más compensaciones si cumplen las leyes y de que, a la larga, el propio delincuente sufre más -mucho más- por su conducta antisocial que la propia sociedad. Los adultos escandalizados e impacientes protestan del trato benigno dado a los delincuentes, recomiendan frecuentemente el método más expeditivo y eficaz: una paliza.

34

Por qué existe la delincuencia

Las palizas dejan insensibles a algunos delincuentes ; en cambio, provocan en otros encono y rencor. EI dolor físico puede asustar en ocasiones a un muchacho y puede, en ciertos casos, refrenarlo durante algún tiempo. Pero rara vez hace a un ser humano más sensato ni más apto para convivir con las gentes que le rodean. El delincuente tiene que aprender a pechar con las consecuencias de sus actos y comprender que debe aceptar la responsabilidad personal de lo que hace en su vida. Pero las amenazas -del mismo modo que las palizas o las dádivas- no permiten lograr ese resultado. En ocasiones, el castigo no hace sino reforzar la inclinación a

la delincuencia. Puede producir un efecto psicológico compulsivo sobre el muchacho que llega a creer que lo merece y que en esa forma debe también justificarlo. El filósofo del siglo XVIII Jean- Jacques Rousseau escribía :

cc Muy pronto, a fuerza de sufrir malos tratos, m e fui haciendo a ellos ; en fin de cuentas, m e parecían una especie de compensación por el robo, lo que m e daba derecho a seguir robando. En vez de mirar hacia atrás y ver mi castigo, miraba hacia adelante y veía la venganza. Estimaba que al pegarme por granuja, m e autori- zaban a serlo. M e parecía que el robar y el ser apaleado iban de la mano y constituían en cierto sentido un estado de cosas, y que si yo representaba el papel que m e correspondía, podía dejar a mi amo la responsabilidad del resto. Con esta certeza empecé a robar con más tranquilidad que antes diciéndome: En defi- nitiva, ¿qué pasará? ¿Me pegarán? iBueno! Para eso estoy hecho. B Con ocasión de un reciente incidente acaecido en Londres, un

juez absolvió a un maestro acusado de haber maltratado a un muchacho de trece años de edad. Este había recibido una paliza y su padre denunció al maestro por malos tratos. El juez estimó que el maestro había tenido buenas razones para dar una paliza al muchacho, que cometía constantemente hurtos y que había

35

Por qué existe la delincuencia

sido puesto en libertad condicional, en régimen de prueba por un tribunal de menores.

Podía haberse enviado de nuevo al muchacho al tribunal de menores, el cual habría decidido probablemente internarlo en un establecimiento adecuado. El maestro prefirió dar al muchacho una nueva oportunidad, evitar esa medida y utilizó el bastón como procedimiento más indulgente.

cc No dudo de que fuera una buena paliza, dijo el magistrado ; no creo que la gustara al muchacho, pero a menos que los golpes dejen señal, son inútiles.»

L a teoría de que si se aparta a los jóvenes de las esquinas de la calle y se encauza su exceso de energías se liquidará la delincuencia es muy vieja. Se supone que ello los mantendrá lo bastante ocupa- dos o los fatigará demasiado para que puedan ser cc malos ». Se ha sostenido que la delincuencia puede ser consecuencia, en muchos casos, de que los muchachos no encuentren algo positivo que hacer para dar salida a sus energías. Incluso se ha sugerido que el aburrimiento, o aún el temor de aburrirse, motivaban la creación de algunas bandas callejeras de delincuentes. Es muy tentador para la comunidad advertida pensar que un terreno de juego y un material deportivo más completo y de mejor calidad consti- tuirán una medida preventiva de resultados definitivos. Pero más de un especialista ha indicado que la delincuencia en sí misma puede constituir un modo m u y apasionante de recreo, y que es difícil para la comunidad sustituirla con otra forma de divertirse igualmente seductora pero más conforme al orden social. También en este caso, cabe concebir un programa de prevención más amplio y más profundo, en el que podrían figurar campamentos de verano, torneos deportivos locales o una inten- sificación de la educación física, programas cuyos resultados deberían evaluarse cuidadosamente, una vez lievados a la práctica. Está también m u y extendida la creencia de que los campos de

trabajo tendrían un efecto terapéutico más rápido sobre todos los

36

Por qué existe la delincuencia

muchachos delincuentes. Son muchas las personas que creen que las tendencias delictivas se evaporarían simplemente una vez se diera al joven a un trabajo honrado n al aire libre. Los campos de trabajo, por el simple hecho de sacar al delincuente de su medio ambiente, pueden producir en muchos casos un cambio, que no será necesariamente profundo o permanente. Nada es más desaIentador en cuanto al problema de la delin-

cuencia de menores -aparte de los trágicos resultados que supone para los niños y adolescentes interesados- que la falta de solu- ciones claras e inmediatas. Es indudable que la mayor parte de las personas cuyas vidas se ven afectadas por esa delincuencia (aun cuando sea ligeramente) quieren un plan de acción inmediato y de eficacia a toda prueba. Y son los mismos que con excesiva frecuencia se aferran a la idea de que la delincuencia de menores obedece a una sola causa y tiene por ende una sola solución. Ello nunca es cierto. Resolver un problema, cualquiera que sea su complejidad,

significa en primer término definirlo, examinarlo, y después estudiar las diferentes teorías sobre las posibles causas y naturaleza de la cuestión. Ningún médico aceptará la idea de que deba hacerse el mismo diagnóstico en el caso de dos pacientes que experimenten un dolor análogo. Aun cuando los síntomas puedan ser idénticos, el médico debe averiguar el origen y la causa del sufrimiento antes de tratar de aliviarlo. Es en gran parte lo que sucede cuando se trata de comprender

los problemas de los delincuentes. El criterio más práctico es el de examinar y poner a prueba las teorías ya existentes, a fin de descubrir el motivo que impulsa a los transgresores de la ley a comportarse en la forma en que lo hacen. Pero las teorías son a menudo exposiciones pesadas que chocan

con la posición del hombre medio, el cual desconfía de las ideas y quiere un asesoramiento inmediato e infalible. En el caso de la delincuencia de menores, hay una gran riqueza de teorías, una

37

Por qué existe la delincuencia

abundancia casi abrumadora. Ninguna puede presentarse como plenamente demostrada ni proporcionar la respuesta deñnitiva. Pero cada teoría, si tenemos la paciencia de penetrarnos de ella, puede contribuir a darnos una comprensión más profunda y un panorama más amplio del problema en su conjunto.

Un gran número de teorías

Debemos aceptar el hecho de que la conducta del delincuente, que tiene su origen en una combinación tan amplia de factores, no puede ser objeto de un tratamiento ni tener remedio mientras no se comprueben varias teorías cientificas sobre el delincuente individual. El muchacho debe ser examinado con independencia de sus cómplices. Deben estudiarse y evaluarse cuidadosamente su vida en el hogar, sus problemas en la escuela, las relaciones con sus padres, su personalidad y el concepto que de sí mismo tenga. Incluso esta clase de investigación meticulosa y cara, no siempre proporciona una respuesta o resuelve la cuestión de cómo ayudarle. Sin embargo, puede permitir una comprensión mucho mayor del por qué un muchacho elige -con frecuencia inconscientemente- el camino de la delincuencia.

Pero, ¿qué son las teorías? ¿Qué creen los especialistas en el estudio de la conducta humana? En el campo del psicoanálisis existen muchas teorías. Con

arreglo a una de ellas, la delincuencia, al igual que cualquier otra forma de conducta de desafío, obedece a frustraciones graves sufridas por el nino en su infancia. Otra teoría sostiene que la delincuencia de menores constituye una manifestación de rebeldía, de una rebeldía que no es para algo sino contra algo. Un padre perplejo puede preguntarse, cc ¿Una rebeldía contra qué?)) L a contestación tiene que ser también individual; depende del muchacho, que puede estar debatiéndose contra lo que inconscien- temente estima que es una injustificada falta de cariño por parte

38

Por qué existe la delincuencia

de sus padres. En otros casos, puede encontrarse la respuesta en situaciones al parecer amenazadoras o, simplemente, en las terribles dudas que el muchacho experimenta sobre sí mismo. Debe tenerse presente que esas explicaciones no son sino resú-

menes de lo que en realidad son teorías muy complicadas, y nunca se debe dar por supuesto que todo muchacho antisocial trata de vengarse, o de encontrar compensación porque no se le ama. Si se indicara a un delincuente menor de edad con muchas infracciones en su historial que actúa como lo hace a causa de unos sentimientos escondidos que él mismo no puede cc identificar », la idea le pare- cería absurda, si no ridícula. Y es que realmente no tiene un conocimiento de sí mismo o de sus propias crisis interiores, o de lo que ha hecho de él la persona que ha llegado a ser. Otra teoría sugiere que la delincuencia de menores es quizá

el fracaso de un varón joven en identificarse con lo que en la terminología profesional se denomina una cc imagen de la autoridad masculinan, es decir, normalmente el padre, que es, en la vida del niño, la influencia masculina dominante y constante. Si el padre ha desaparecido o se encuentra rara vez en el hogar o incluso si es una figura esfumada o apartada de la vida del niño, ello puede constituir un daño muy sutil, pero grave para un muchacho de poca edad. Puede llegar a experimentar una inseguridad muy profunda respecto de sí mismo como hombre. Esto puede parecer una preocupación precoz para los adultos, pero es válida para un muchacho, y esta inquietud ejercerá sobre él una gran influencia. En algunas familias, el muchacho no carece de una «imagen de

autoridad masculina)), hay un padre cuya influencia se hace sentir. Pero, ¿qué sucede cuando la madre pone en ridículo al padre y recuerda constantemente al niño los defectos de aquél? L a mujer puede ridiculizar al marido en forma sutil, decir brutalmente al hijo : cc Tu padre es un tipo que no sirve para nada. )) Cualquiera que sea el modo en que lo haga, el muchacho llega a comprender que para ser amado y aceptado debe ser diferente de su padre, el

39

Por qué existe la delincuencia

hombre a quien más naturalmente ha de idealizar. Es más que posible que un adolescente en esta situación tenga la misma inse- guridad que un niño sin padre. Los psicólogos y psicoanalistas han concedido una gran impor-

tancia a la relación madre-hijo. Está muy extendida la teoría de que la privación del afecto materno es un factor de gran impor- tancia en la transformación de un niño en delincuente. Pero en un reciente estudio del Dr. Roberto G. Andryl hay una prueba evidente de que la relación del muchacho con su padre puede tener la misma importancia decisiva sobre su personalidad. Tras un estudio en el curso del cual sometió a prueba a 18 delincuentes, el Dr. Andry llegó a la siguiente conclusión: «Por ello, entre los muchachos, la delincuencia de menores puede considerarse como un campo de batalla en que se enfrentan entre sí, personas princi- palmente del mismo sexo, es decir, el muchacho con su padre, o el muchacho con las figuras que ejercen la autoridad en la sociedad. Sin embargo, esta interpretación de los actos delictivos sólo es pertinente si, al menos en cierta medida, la relación entre el hijo y la madre es de armonía.)) El Dr. Andry señala que es comprensible que un niño en la edad

del crecimiento «que no haya estado m u y privado del cariño de su madre n se estime merecedor de al menos igual afecto de su padre. Si hay una falta de cariño paterno, Ia estructura de Ia familia cambia frecuentemente para empeorar. En esos casos puede verse, por ejemplo, que la madre trata de compensar y proteger indebidamente al niño frente al padre carente de afecto. «Un niño que advierte en su padre durante años una actitud negativa -dice el Dr. Andry- puede ir desarrollando gradual- mente no sólo un sentimiento de hostilidad hacia el padre sino también, en determinado momento, proyectar esa hostilidad contra el mundo que le rodea. Estima el Dr. Andry que algunos

1. Delinquency and parental pathology, 1960.

40

Por qué existe la delincuencia

actos delictivos adquirirían sentido si se interpretasen con arreglo a ese criterio. Su propio estudio puso de manifiesto que los menores delincuentes mantenían relaciones menos estrechas, menos satis- factorias, con sus padres que con sus madres. En un estudio de alumnos del octavo curso, hecho por Yasushi

Watabo para el Instituto de Investigación Científica de la Policía del Japón, se llegó también a una conclusión que confirma esa idea. Se comprobó que las relaciones existentes entre los niños delincuentes o difíciles y sus padres eran notablemente menos estrechas que las correspondientes a los menores cc normales ». Pero, ¿qué significa el concepto para nosotros a menos estre-

chas )I? Únicamente que esas relaciones están lejos de ser las ideales. La perturbación que afecta a algunos delincuentes puede obedecer a que sus padres sean excesivamente agresivos, en tanto que con otros delincuentes puede causarla el que sus padres sean exage- radamente poco agresivos. En resumen, por lo general, los delin- cuentes tienen con sus padres, tanto como con sus madres, rela- ciones emocionales inadecuadas y tensas. En un sentido muy amplio, cabe afirmar que todo adolescente

que no esté seguro de sí mismo puede calmar sus inquietudes, o tratar de calmarlas, adoptando una actitud agresiva. Aquí es donde podemos sentar uno de los raros principios positivos acerca de toda conducta delictiva: es notablemente agresiva. §in em- bargo, la agresión no es un acto simple y puede realizarse de muchos modos distintos: puede ser verbal, puede consistir en actos destructivos, puede ser sexual. La agresión puede dirigirse contra sí mismo, contra el mundo exterior, o contra ambos al mismo tiempo. Encontramos un ejemplo sencillo de cómo vencen los jóvenes

sus dudas sobre sii propia masculinidad mediante una conducta extremamente agresiva -el robo de automóviles- en un informe de Suecia sobre ese delito : cc ... Aun cuando son raros los casos de muchachas que se apoderan de automóviles ajenos, las jóvenes

41

Por qué existe la delincuencia

desempeñan un papel importante en muchos de los robos. Es frecuente oir la siguiente frase : cc Si tuviera un automóvil, m e haría con una chica. m Al propio tiempo resulta sorprendente la extre- mada torpeza de tales ladrones de automóviles en sus relaciones con las muchachas. Muchos de ellos no saben bailar, aun cuando estén en la «edad del baile». Esto significa no sólo qye no han aprendido a bailar, sino que no saben cómo tratar a las muchachas y que no tienen la menor confianza en su propia masculinidad. D

Desde luego, no toda conducta agresiva consiste en robar auto- móviles o destruir cosas. Si se la canaliza en forma constructiva, la agresividad puede adquirir la forma de actitudes normales y sanas frente a frustraciones o dudas. El estudiante estimulado por el espíritu de emulación, el vendedor dinámico, el soldado valeroso, son todos cc agresivos », pero son personas socialmente m u y acep- tables y la convivencia con ellos es grata. EI delincuente menor de edad, cuyas agresiones atemorizan a los demás y redundan en perjuicio de su autor no es aceptable socialmente y la convivencia con é1 no es grata. Un tipo de conducta agresiva tiene varias causas básicas ; una de ellas es la inseguridad en las relaciones con otras personas. Otra es la ansiedad motivada por el sentimiento de incapacidad para alcanzar los objetivos y atenerse a las pautas establecidas por otras personas, para regir la vida del niño. Para un muchacho, los seres más poderosos del mundo son normal- mente sus padres.

Cuando un muchacho se pregunta con honda preocupación, cuál es su propio valor como ser humano, el hecho de plantearse el problema puede a veces inutilizarle para entablar relaciones buenas o duraderas con otras personas. Y si sus padres no le han querido, aceptado y admitido, ¿cómo puede un niño creer que lo hará cualquier otra persona? Siempre tendrá la sospecha de que no puede entablar otra relación ni atreverse a correr el riesgo de intentarlo. Esta es la clase de temor que en ocasiones lleva a un niño a adoptar una conducta antisocial. Según otras teorías esas frus-

42

Por qué existe la delincuencia

traciones, al impedir a un niño la posibilidad de lograr establecer relaciones de confianza normales con otros seres humanos, se manifiestan a veces en forma de enfermedad fííica o mental y, con mayor frecuencia, en forma de conducta delictiva o criminal.

L a necesidad de cariño

Casi todos los que han estudiado profesionalmente la conducta humana y han tratado de analizarla, convienen en que los niños que creen que no se los quiere ni se los estima pueden sufrir daños muy graves por esa privación, real o imaginaria de cariño. Ello es aplicable también a los niños que sienten que el cariño de sus padres es tornadizo y depende de demasiados factores aleatorios. Si se dice constantemente a un niño de seis años que si es bueno se le querrá, ¿no es normal que ese niño crea que ese cariño es algo condicionado? Si el niño siente una falta de cariño o tiene el senti- miento de que el cariño es una recompensa que se le promete, y no responde a un sentimiento firme y auténtico, puede experi- mentar un temor abrumador. Ese temor puede encontrar expresión en una conducta agresiva basada en la ansiedad, y con ello se inicia un largo ciclo. Hablamos tan fácilmente de cc cariño n o cc amor 11 y tendemos a

utilizar la palabra en tantas formas triviales que, con frecuencia, es difícil revivir la experiencia de la necesidad que de é1 pueda tener un niño. Toda relación de amor implica un riesgo y la posibi- lidad de un fracaso. El adulto que se ve repudiado o se siente frustrado puede a veces reponerse de sus emociones y recuperar el equilibrio. Un niño no puede hacerlo. Debe reconocerse que hay padres que no quieren a aus hijos y muchos otros que no pueden realmente quererlos por su propia incapacidad y confusión emo- cionales. El niño a quien sus padres no quieren en cuanto persona, se siente traicionado o abandonado por ellos. Los niños y adolescentes mal adaptados son por lo general los

43

Por qué existe la delincuencia

que han padecido esos sentimientos. Les falta el valor necesario para amar a los demás y tener confianza en ellos. El Dr. Lucien Bovet, asesor en cuestiones de salud mental de la OMS, ha escrito : cc ... todas las medidas, consejos, encarcelamiento, psicoterapia, o cualquier otro procedimiento aplicado a un delincuente tienen un objetivo común ; esta primera finalidad es forjar en el delincuente una relación emocional estable y segura con alguna persona que gane su confianza. Cualquiera que sea el camino por el que, en el caso concreto, haya llegado el sujeto a la delincuencia, encontramos en los factores conducentes al delito un denominador común en el siguiente círculo vicioso : inseguridad, ansiedad, agresión, culpa e inseguridad. Del mismo modo, el denominador común de la terapia es el redescubrimiento de la seguridad». Pero eso significa a menudo ayudar al niño para permitirle trabar relaciones de confianza y afecto. Es un proceso largo y delicado ; pero sin capacidad afectiva no será nunca posible ninguna satisfacción o reajuste. En ocasiones ni siquiera basta con el cariño verdadero. Cuando

el cabeza de familia, la persona que provee a las necesidades del hogar y ejerza la autoridad es la madre, puede nacer un sentimiento de rebelión. Los muchachos en su afán de conducirse como adultos tienen que desgajarse de ese mundo de autoridad femenina y afirmar sus derechos de hombres, aun cuando ello signifique un desafío a la madre. Cuando no hay de modo permanente un hombre en la casa esta emancipación resulta difícil. El muchacho está sometido a un estado de tensión peculiar. Es posible que, a causa de esa tensión, trate de hacerse con atributos que simbolizarán para é1 y para el mundo, una masculinidad indudable. H a y toda una serie de actividades, e incluso de posesiones, que simbolizan la masculinidad de un modo claro e inequívoco : la habilidad en el combate, la propiedad de un automóvil o una motocicleta, la violencia o el sadismo, e incluso un determinado vocabulario. H a y un modo de vestirse. No hay más que pensar en el delincuente

44

Por qué existe la delincuencia

menor de edad norteamericano, de quien se ha hecho tanta publi- cidad, propietario de una motocicleta, y que viste chaqueta negra de cuero y blue jeans. En un artículo en que analizaba la delincuencia de menores en

Polonia, A. Z. Jordan decía : cc El primer mandamiento del hooligan prescribe que el delincuente debe obligar a los demás a someterse, pero no someterse nunca él mismo. Un muchacho que no pueda soportar la bebida, que reciba una paliza en una riña, que se ponga sentimental con una muchacha, que demuestre alguna emoción en una respuesta, o emplee una «palabra complicadan con toda seriedad (es decir, que hable sin el sarcasmo convencional de los adultos con autoridad), es «un gallina)). El hooligan cree en la necesidad de mantenerse en pleno vigor físico y vive empleando la fuerza bruta. Desprecia el sentimentalismo ; su ideal de vida es la satisfacción de los instintos. 11 Esa descripción puede convenir a muchos menores delincuentes y no sólo a los de un país. La adolescencia es un periodo complejo. Son pocos los adultos

comprensivos, que se acuerdan de que también ellos pasaron por el mismo proceso de desarrollo y en muchos casos tuvieron tam- bién, aunque de modo menos visible, fracasos en el empeño de lograr la madurez. Pero es difícil recordar al cabo de tantos años la sensación de desamparo sentida muchas veces por un niño. Un especialista australiano ha dicho con mucha razón que la adolescencia cc ... es en muchos casos un periodo de emociones turbulentas en una época en que se necesitan más que nunca el amor, la tolerancia y la imaginación aunque sea más duro que nunca el aceptarlos sin reserva ». Un psicoanalista inglés, el Dr. Derek Miller, ha escrito : cc L a

adolescencia es un periodo de inadaptación. Todos los adolescentes sufren perturbaciones. N Es una opinión controvertible, pero en la mayor parte de las sociedades, se acepta y se comprende que la adolescencia es la edad en que el joven forma su propia persona- lidad, por lo general mediante un conflicto, pleno de sentido, con

45

Por qué existe la delincuencia

aus padres o la generación más adulta. Se ha dicho que la adoles- cencia es un periodo de hostilidad saludable experimentada por los jóvenes que, al enfrentarse con las normas y tradiciones de los adultos, se descubren a sí mismos. EI delincuente menor de edad no constituye una excepción en

este punto. EI Dr. Miller indica también que, el delincuente se plantea en mayor grado que los demás adolescentes, problemas sobre su propia identidad, su ansiedad es mayor y su hostilidad más vigorosa. La conducta delictiva puede incluso proporcionarle una solución. ¿Por qué es así? Sólo podemos recordar que cada ser humano

responde a sus problemas, conocidos o desconocidos, en forma peculiar. U n a de ellas es la delincuencia.

La búsqueda de la identidad

Nada de este mundo preocupa tanto al adolescente como el pro- blema de su propia identidad: cómo se ve a sí mismo y cómo estima que el resto del mundo lo ve. Es la lucha por el a dominio del ego». U n psicoanalista norteamericano, el Dr. Erik H. Erikson, ha dicho : a ... la conciencia de la identidad significa preocupación por la diferencia entre la imagen o las imágenes de sí mismo y la forma en que uno aparece a los ojos de los demás. Se deben a ello la vanidad y sensibilidad de los adolescentes, así como la aparente insensibilidad a las sugestiones y la falta de todo sentimiento de vergiienza frente a las críticas ... Los adolescentes, en una ocasión u otra, durante periodos más o menos largos, y con una intensidad variable, deciden de súbito tratar de ser exactamente lo que algunas personas de autoridad no quieren que sean... Los jóvenes, puestos en condiciones extremas, pueden, finalmente, encontrar un mayor sentido de identidad en apartarse de la comunidad o en convertirse en delincuentes que en aceptar cualquier otra cosa que la sociedad pueda ofrecerles».

46

Por qué existe la delincuencia

Incluso una identidad negativa de sí mismo, más de un menor delincuente habitual se ha caliticado como «un cero a la izquierda)), puede ser satisfactoria. Quizá sea también una expresión de rebel- día por parte del joven. Además, un adolescente puede sentir que es preferible un yo negativo que carecer en absoluto de perso- nalidad, porque tener una personalidad negativa sirve para desembarazarse si no para extirparlas enteramente, algunas de las dudas y confusiones experimentadas sobre sí mismo y sobre cómo lo considera el mundo. Aceptemos o no el criterio -y no es exclusivamente una teoría

psicoanalítica- de que las relaciones del niño con sus padres pueden traducirse en ciertos casos en las agresiones que calificamos como delincuencia, no sirve de gran cosa echar la culpa a la familia. Los padres que no han sabido educar a sus hijos son en muchos

casos personas que han fracasado y que lo ignoran. Muchas veces, especialmente en ciertos medios donde existe un alto porcentaje de hogares cc deshechos », los padres no han decidido consciente- mente dejar de ocuparse de sus hijos o malcriarlos. En ocasiones están demasiado afanados en tratar de garnase la vida, otras veces son incapaces y no pueden ejercer la debida autoridad, y con mucha frecuencia ignoran su misión de padres porque no tienen ningún recuerdo de su propia infancia que les proporcione un buen ejemplo o incluso una medida de las cosas. Se ha dicho que los padres que habitan en barrios miserables

no tienen las mismas satisfacciones que las personas de clases sociales más prósperas. En muchos casos, aparte de las comidas, apenas tienen casi nada que compartir con sus hijos. Pero, como dijo un psiquiatra de un hospital de Nueva York al referirse a las familias de los arrabales, «después de todo, ¿quiénes son esos padres en los N malos n hogares? gentes pobres y desgraciadas también)). Pero no debe deducirse que los padres que peor cumplen sus

deberes sean siempre personas que viven en casas miserables o

47

Por qué existe la delincuencia

en las barriadas demasiado uniformes, recientemente edificadas para las familias de menos ingresos. L a delincuencia de menores ha aumentado también en los hogares de la clase media, que son, en su mayor parte, más ricos, y por lo general, más tranquilos y en los que existe una mayor disciplina. Se cree cada vez más que los padres de esos dos grupos tienen mucha menos autoridad o influencia sobre sus hijos que los padres de generaciones anteriores.

D e ello no se deduce que los padres tengan menos interés por sus hijos ni que sean demasiado perezosos o indiferentes para dirigirlos y someterlos a una disciplina. U n a razón posible de la creciente falta de autoridad es que muchos adultos comprenden que no pueden tener a los ojos de su progenitura el prestigio que les permita servir de modelo a sus hijos. Por ejemplo un hombre nacido hace cuarenta años ha presenciado cambios inimaginables en su mundo; el futuro reserva a su hijo sorpresas todavía mayores. Las experiencias y juicios del padre, e incluso sus ideales, no tienen el mismo sentido ni son tan claros como lo hubieran sido en tiempos más estables y de predicciones más fáciles. Nadie sabe mejor que los adultos, que los ninos no pueden ya considerar a sus padres como modelos actuales. En general, los adolescentes quieren y necesitan el ejemplo

paternal, ya sea para imitarlo o para rechazarlo. L a pasividad de los padres impide a los hijos emularlos o rebelarse contra ellos. Pocos niños se quejarán de la actitud de tolerancia, cada vez mayor, de sus padres, pero su conducta refleja muchas veces su propia confusión interior. No puede decirse que sean preferibles la madre imperiosa y dominante o el padre tiránico, pero una de las dificultades con que indudablemente tropiezan hoy día los adolescentes, es que sus padres no pueden ya proporcionarles ideales y sentimientos para un futuro más imprevisible que nunca. Cuando no hay límites claros en una vida infantil, cuando no se definen nunca las N reglas », cuando ni el padre ni la madre repre- sentan un conjunto de valores y de principios de vida, resulta más

48

Por qué existe la delincuencia

difícil para el niño descubrir una imagen fidedigna de sí mismo y fijar normas de conducta. El inspector de la Dirección de Bienestar de la Infancia de

Copenhague, N.H. Vilien, ha escrito (International Child Welfare Review, vol. XI) : a ... Los padres han fracasado completamente en el empeño de dar a sus hijos y a los adolescentes una guía -cualquiera que sea- valedera para su futura existencia. Podría formularse gráficamente esta idea diciendo que los adolescentes no se hallan en mejor posición que la de un hombre de una comu- nidad primitiva que se encontrara trasplantado de repente a una sociedad muy industrializada. Es fácil imaginar el sentimiento de desamparo que experimentaría cuando, falto de toda preparación, quisiera enfrentarse con las innumerables posibilidades de elec- ción.» El Sr. Vilien añadía que debe darse a los niños y a los ado- lescentes la oportunidad de experimentar el sentimiento de ser cc alguien 1) que cuenta, o que desempeña una cc función» o que tiene importancia. Sean cuales fueren su nacionalidad o sus antecedentes, un niño

puede buscar, por desesperación la respuesta a sus problemas en la delincuencia. Pero la delincuencia no es la conducta inevitable de todo niño desgraciado que trata de afirmarse. Él mismo puede compensar sus propios temores y ansiedades mediante una con- ducta neurótica. Y aunque en ocasiones, la conducta neurótica y la delincuencia de menores se superpongan, no son idénticas ni sinónimas. No cabe diagnosticar la delincuencia de menores pura y simple-

mente como un desajuste psicológico motivado por perturbaciones familiares. Sin embargo, éste puede ser uno de los muchos comple- jos factores que influyen en un niño.

Uno de los más esperanzadores aspectos de la tarea de compren- der y ayudar a los delincuentes menores, y también uno de los que más perplejidad provocan es la existencia de tantas teorías sobre las fuerzas que impulsan a los niños. No todo cuanto dicen

49

Por gué existe la delincuencia

los especialistas puede servirnos de remedio ; hay teorías que coinciden, en tanto que otras se contradicen entre sí. Es como si se nos condujera ante un gran número de ventanas y se nos diera a elegir entre muchas vistas, todas diferentes y cada una de ellas limitada. Sólo viendo el problema de la delincuencia en su amplitud, podemos tener la esperanza de descubrir lo que de otro modo podría habernos pasado inadvertido. El maestro, el juez de un tribunal de menores, el antropólogo, el sociólogo, el psicólogo, el trabajador social, nos proponen cada uno de ellos unaventana diferente.

El mundo exterior

Hemos analizado las fuerzas interiores que pueden moldear a un niño de un modo decisivo en los comienzos de su vida, pero existe también el mundo exterior, que empieza a introducirse en su modo de pensar y de sentir desde la primera infancia. Aunque la familia sea el centro de gravedad para el niño, éste nunca es inmune a lo que le rodea. Hay muchos factores sociales y ambientales que afectan la vida del niño y dejan en él una huella profunda. Los sociólogos subrayan que la conducta delictiva debe exami-

narse siempre a la luz del medio social y cultural del niño en cues- tión. Es ésta una consideración que deberemos tener siempre en cuenta. Por ejemplo, un muchacho que se desarrolla en una zona pobre

asimila ciertos modos de conducta que considera naturales y nor- males, en tanto que un niño de clase media aprende los opuestos. Incluso se ha llegado a afirmar que el niño de los barrios miserables tiene que seguir una N tradición)). A un niño de clase media se le debe enseñar a temer las malas notas en la escuela, a no pelearse, a no emplear palabrotas, a tratar con respeto a sus maestros. Por el contrario, el niño de los barrios miserables debe evitar las buenas notas en la escuela, y la amistad con su maestro, que le separarían

50

Por qué existe la delincuencia

de sus compañeros y provocarían posiblemente la cólera de éstos y lo ridiculizarían. Incluso puede habérsele dicho en casa que ir a la escuela es perder el tiempo. Al niño de clase media se le dice a cada momento que concentre

todas sus ambiciones en las buenas notas y se le presiona para ello, y si tiene fuertes impulsos agresivos los sublimará en muchos casos alcanzando los objetivos que sus padres y la sociedad tienen en mayor estima. El niño de los barrios miserables aprende con excesiva frecuencia que el mejor modo de expresar sus impulsos agresivos es servirse de los puños, ya que su marco de referencia es absolutamente distinto. No puede darse por supuesto que todas las zonas pobres sean

focos de violencia o que el niño no puede vivir en ese medio sin dar y recibir una gran cantidad de golpes. Lo que demuestran claramente en muchas investigaciones científicas es que si bien las zonas pobres no son nunca la causa única y exclusiva de la delincuencia, pueden crearse en ellas una serie de tradiciones diversas que resultan incomprensibles para los extraños. Los valores que el niño adquiere de la estructura social que lo rodea dirigen su conducta y por muy peligrosos que sean esos valores, casi constituyen un patrimonio. El niño puede sustituir esos valores o rechazarlos, pero rara vez es insensible a ellos. Muchos niños expuestos a las influencias favorables a la delincuencia no se entregan automáticamente a ese género de vida, pero otros resultan más vulnerables. L a comunidad es el primer mundo con el que se enfrenta el

niño. A medida que va creciendo, puede ver claramente su ámbito. El niño que vive en un barrio miserable puede en muchos casos darse cuenta de los límites que la sociedad le ha impuesto y abrigar cierto resentimiento. Debido a sus orígenes y a las limita- ciones de su vida puede convertirse en un ser agresivo porque es un ser frustrado. Desde el punto de vista del sociólogo, la cc agre- sividad por frustración)) puede significar que se ha estado

51

Por qué existe la delincuencia

privado de los medios legítimos para lograr los objetivos deseados.

Esto puede ilustrarse con centenares de casos. Podría ser un ejemplo el adolescente que sabe que nunca ganará bastante dinero para comprarse el automóvil que ambiciona. Puede ser también el muchacho que sabe que le será imposible cursar estudios universitarios. Incluso aunque no aspire a lograr ese objetivo, el hecho de saber y sentir que tal cosa sería para él una ambición totalmente alejada de la realidad provocará su rencor. Pueden concebirse como ejemplos de este tipo, un joven inmigrante puertorriqueño en la ciudad de Nueva York, un antiuano en Londres, o un argelino en París, que quisiera realizar algún sueño personal determinado para el cual tiene cerrado el camino, por mucho que trabaje para lograrlo, por un mundo que lo excluye y lo oprime. Estas frustraciones originadas por la sociedad, pueden ser tan perturbadoras como las emocionales provocadas por una falta de seguridad interior. Los dos tipos de frustraciones, que tan a menudo conducen a una explosión, pueden reflejarse en una conducta rebelde y destructiva.

Ansiedades de la ahlescencia

Los sociólogos y los antropólogos, y otros muchos tratadistas, han definido claramente las dificultades con que se enfrentan los adolescentes -y en especial los de sexo masculino- en una sociedad en proceso de cambio, en el momento de la transición en que tienen que dejar de conducirse como niños y empezar a conducirse como adultos. En la vida moderna, aunque con muchas diferencias entre las diversas culturas, se da por supuesto que los hijos deben emanciparse de la autoridad paterna. Pero el momento preciso, así como el modo de realizar esa emancipación y su natu- raleza, son cada vez más inciertos y pueden ser origen de disputas

52

Por qué existe la delincuencia

o conflictos familiares. Por ejemplo, en Ia vieja India, en China, en el Japón o en Irlanda, se respetaba hasta la muerte, para bien o para mal, la autoridad del padre. El fin de la adolescencia del nino no suponía un cambio en esa autoridad. Había pocos conflic- tos; los padres tomaban todas las decisiones mientras vivían y los hijos las acataban. En algunas sociedades primitivas se marca la transición de la

niñez a la edad adulta mediante los ritos de la pubertad. Una vez que un adolescente ha pasado por esa ceremonia, tiene la condición de hombre. Su vida se ha compuesto de dos partes : antes del rito, era un niño ; depués de él, es un hombre. Es posible que el mucha- cho siga en un estado de confusión emocional, pero tiene una idea bastante clara de lo que se espera de él. H o y día, aun en las sociedades que antaño especificaban de

modo muy preciso el momento de la transformación del niño en hombre, no existe una transición tan clara. El papel del adolescente es ambiguo y confuso. En muchos casos, la raíz de las tensiones y fermentación de ideas que caracteriza la adolescencia, se halla en las definiciones de la infancia, de la adolescencia o de la mayoría de edad que aplica cada cultura. En muchas partes del mundo, la definición de la mayoría de edad es cada vez menos precisa. Las imágenes antiguas del hombre como guerrero y protector, iínico proveedor de alimento y abrigo, y padre infalible, se han ido esfumando. No siempre estamos de acuerdo en el significado de la N masculi-

nidad», y por ello es inevitable que muchos niños, camino de la edad adulta, reflejen nuestras confusiones. Puede haber muchas contradicciones en las vidas de los adolescentes. Se espera de ellos que actúen u virilmente» y que desplieguen un número determinado de características varoniles. Puede suceder también que un joven que haya llegado a la madurez sexual deba abstenerse de toda clase de actos con ella relacionados. Sabe que cuantos placeres sexuales se permita pueden tener consecuencias aterradoras en sus

53

Por qué existe la delincuencia

relaciones con la familia, y entrañar la desaprobación de la socie- dad. Evidentemente, ello no es un dilema universal, sino que varía, segiín la familia, el medio y la cultura, pero constituye un ejemplo válido de un problema que el adolescente debe resolver en muchos casos por sí mismo y en la forma que le sea posible. Existen muchas ambivalencias en la vida diaria del adolescente.

Son demasiado frecuentes las discrepancias entre lo que los adultos le dicen que haga y lo que el muchacho ve hacer. En oca- siones, puede ser castigado o amenazado por decir una mentira. Pero al propio tiempo ve con toda claridad que sus padres incurren también en mentiras, en ocasiones jactándose de ello, como cuando se trata de evitar el pago de impuestos o de multas de tráfico. Por ello, el niño puede llegar a creer en muchos casos que el bien y el mal no existen realmente, pero que hay una gran diferencia entre lo que pueden hacer los adultos y los niños. Otros sociólogos, antropólogos y educadores han achacado un

gran número de problemas complejos de la conducta humana a la intensa industrialización y al desarrollo de las grandes ciudades, o urbanización que es su consecuencia. Las gentes que habitan en las grandes ciudades tienen una gran libertad. Sus vidas se divorcian de los valores tradicionales y de las pautas familiares que moldeaban su existencia. En muchos casos, no conocen a nadie, se encuentran solos y han perdido los vinettlos qae les unían a la sociedad familiar, más pequeña, de la que proceden. La palabra cc anomían condición que definió por primera vez el

sociólogo francés Emile Durkheim, significa sencillamente sin normas », y hace referencia a la quiebra del orden tradicional, a la carencia de íc normas» y reglas basadas en la autoridad del pasado. Se ha interpretado también como significativa del dilema parti- cular que se plantea cuando las gentes creen que debería haber una orientación que no existe o cuando una persona tiene que enfrentarse con deberes contradictorios, imposibles de cumplir

54

«Los valores que el niño adquiere de la estructura social que lo rodea dirigen su conducta y... casi constituyen su patrimonio ».

Foto Dominique Roger

cc Si la naturaleza de la infracción lo justifica ... se interna preventivamente al delincuente en un centro adecuado ... Muchos centros se asemejan a las cárceles ». Foto Unesco I David Seymour

cc Existen grandes diferencias no ya entre las diversas naciones, sino muchas veces entre tribunales del mismo país o provincia ». Foto USIS

cc No basta con que la comunidad desee encontrarles trabajo -cualquier trabajo- con el fin exclusivo de que no creen problemas)).

Foto Unesco David Seymour

Por qué existe la delincuencia

simultáneamente. Muy a menudo las personas que se trasladan a una gran ciudad, e incluso las que han habitado en ella durante largo tiempo, tienen la sensación de estar viviendo en una especie de limbo. En ocasiones, los recién llegados a una ciudad se dan cuenta de que se hallan en una nueva cultura, confusa e informe, que les obliga a cambiar radicalmente o a formar un apretado núcleo, expuesto a que se le considere como una minoría inde- seable, con el consiguiente riesgo de hostilidad e incluso de ataques. El adolescente es particularmente vulnerable a la anomia y en muchos casos, la banda juvenil es un consuelo, una solución y un escape. La banda ofrece al menos un sentimiento de integración a un grupo y a un conjunto de valores que no encuentra en otra parte. Además de la anomia, se ha señalado muchas veces que una

sociedad industrializada, como contrapartida de sus evidentes ventajas, entraña para nuestras vidas azares que, en muchos casos, no sospechamos ni percibimos. Los sociólogos se han ocupado repetidamente del tipo de trabajo que absorbe años de vida de un hombre cuya labor consiste exclusivamente en apretar botones y manejar palancas o interruptores durante toda la jornada. L a cadena de montaje, incluso en unaversión en miniatura, no ofrece al hombre un goce o la sensación de un aporte personal a su tarea. El operario no se siente investido de una misión, ni tiene la satisfacción de crear algo, ni el orgullo artesanal del trabajo bien acabado, ni ve la finalidad social que puede lograrse como resultado de su esfuerzo. Un labrador, un ebanista o un sastre no pueden envidiarle. Para un adolescente quc no ve otro porvenir sino muchos años

de esta especie de monotonía, la delincuencia representa muchas veces la mejor y más emocionante forma de protesta contra un futuro inaceptable y triste. El muchacho que siente de este modo puede llegar a creer que la educación no le ofrece la posibilidad de prepararse para una vida más auténtica o más cargada de sentido. Pero la educación académica tradicional es hoy día

55

Por qué existe la delincuencia

para muchos alumnos de todas partes del mundo, una cosa abstrac- ta y sin sentido. U n sociólogo1 ha definido ese sentimiento en estos términos:

íc ... H o y día cuando casi todo el mundo recibe la enseñanza acadé- mica, prevista en los planes de estudios oficiales, la relación entre la escuela y el trabajo es, en el mejor de los casos, m u y indirecta y, en el peor, completamente incomprensible. ¿Qué tienen que ver el álgebra, la historia y las lenguas muertas con el trabajo en una cadena de montaje, con el de un vendedor, o con las labores de una mujer en su casa?» Algunos niños comprenden que la escuela puede capacitarles

en muchos sentidos, que les ayudará en sus futuros traba- jos, pero hay otros que no pueden encontrarle ningún signi- ficado. Con frecuencia, la creación de ciudades puede, en determinados

aspectos, hacer más soportable la vida para muchas personas aun cuando las someta a algunas privaciones en otros. Un ejemplo representativo de lo que puede suceder cuando se priva de repente a los seres de sus tradiciones se describe en un informe de la Repú- blica Sudafricana en el que se indica : N U n importante factor de la cc conducta delictiva» es el conflicto de culturas. Esta disconti- nuidad aparece en el traslado de centenares de miles de bantúes desde los a veld », las reservas de autóctonos, y desde otras partes de Africa del Sur a las ciudades, donde el individuo se ve rodeado por una nueva serie de vínculos físicos y personales. Se produce para él una quiebra de los controles primitivos como consecuencia del corte de los vínculos con la vida tribal, del ingreso en la econo- mía monetaria, de la movilidad acelerada, del carácter anónimo de la persona y de la necesidad de hacer algo en las horas libres. No acostumbrado a tomar decisiones complejas, el africano se

1. Barlay, cc Sociological Observations on Modern Juvenile Delinquency », en Recht der Jugend, Darmstadt, marzo de 1960.

56

Por qué existe la delincuencia

pierde en el laberinto de la superestructura jurídica y comete algunas infracciones. N Al romperse los valores y tradiciones normales sin posibilidad

de sustituirlos rápidamente, y mucho menos de reemplazarlos, son a menudo los adolescentes quienes experimentan más difi- cultades. Se ha dicho que el problema social de una generación constituye un problema psicológico para la siguiente. En Japón1 los taiyosuku no son los hijos de refugiados o de gente muy pobre, no se han visto desplazados físicamente ni se les han exigido los violentos reajustes con que deben enfrentarse muchos africanos. Pero su conducta demuestra el grado en que también ellos son víctimas del cambio. Los muchachos de las clases más ricas creen muchas veces que la vida no tiene mucho sentido ni finalidad, aparte de los placeres efímeros, impulsivos y, en muchos casos, prohibidos. Como muchos de los europeos o americanos de su misma edad viven pensando sólo en el momento presente. Un posible factor de su conducta es la historia del Japón desde

el fin de la segunda guerra. Es un país que ha absorbido con tanta velocidad, tal mezcla de ideas y costumbres occidentales, que las normas tradicionales de conducta, veneradas y estables, se han visto amenazadas y en muchas familias, se han visto descartadas, no siempre voluntariamente. Como ha habido en el Japón un trastorno tan extraordinario -y de naturaleza muy compleja- la delincuencia de menores puede ser una de las consecuencias del mismo, puesto que el fenómeno no se hallaba extendido en la época anterior. En las sociedades en vías de modernizaciôn, es en muchos casos el ritmo -el grado de aceleración- lo que debe considerarse, más que los cambios per se. H a y muchas conclusiones que deducir de la comprensión y

1. Véase Prevención de los tipos de delincuencia que son consecuencia de los cambios sociales ... (Informe del Segundo Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, Londres, 8 a 19 de agosto de 1960).

57

Por qué existe la delincuencia

apreciación de las opiniones de los especialistas sobre la delin- cuencia de menores. U n a de ellas debe recordarse siempre: L a delincuencia no es un solo tipo de conducta, sino que comprende muchas clases de comportamiento. Esa delincuencia no tiene una causa única, sino que se debe a un conjunto de factores entrelazados en la vida del nino, que pueden traducirse en conducta delictiva. H a y casos en que diferentes factores pueden llevar a la misma clase de conducta delictiva, pero por otro lado, diferentes clases de conducta delictiva provienen frecuentemente de las mismas causas.

58

Capítulo tercero

Lo que puede hacer la comunidad

Cuando recientemente se preguntó a un especialista francés en trabajo social qué actitud consideraba como más acertada frente al problema de la delincuencia de menores, contestó: «La capa- cidad de aceptar los fracasos -y de seguir decididamente hacia adelante. n No debemos engañarnos pensando que existen solu- ciones a corto plazo, rápidas o fáciles. La conducta delictiva no es una enfermedad que afecte a un niño en 24 horas, como lo hace un virus. En el capítulo anterior se ha señalado qué conjunto tan complejo y profundo pueden formar algunas de las motivaciones de la delincuencia de menores. Puesto que un nino no se convierte en delincuente bajo un acicate momentáneo, sino como resultado de una larga e intrincada serie de reacciones, ningún plan realista para acudir en ayuda de ese niño podrá ser cosa fácil. Cualquier persona -o comunidad- que espere modificar un problema de delincuencia dado debe aceptar el hecho de que se trata de un proceso largo y pue merece mucha reflexión, y que con frecuencia supone muchas dilaciones y es descorazonador. Exige también mucho dinero, tiempo y trabajo. Sin embargo, apenas es necesario decir que los resultados de la delincuencia son dos veces más costosos. D e todo cuanto sabemos acerca de los delincuentes y de la

delincuencia no podemos obtener una fórmula o receta preventiva que sea una garantía de tranquilidad. Lo que se deduce claramente de los muchos estudios, informes y encuestas realizados es que la conducta delictiva tiene que ser una preocupación de toda la sociedad, y no ser considerada como un problema que puede

59

L o que puede hacer la comunidad

combatirse en las escuelas locales, tribunales, iglesias u organiza- ciones profesionales. Los ciudadanos tienen que considerar ese problema como suyo, aun cuando sus propios hijos no tengan, ni remotamente, nada que ver con él. Pero en muchas grandes ciudades del mundo, la propia palabra comunidad es una burla y carece de significado real, los centros urbanos no son comunidades en el verdadero sentido de la palabra. Por ello, en ese caso preci- samente, debe empezarse en el nivel mismo en que se produce la delincuencia, en la manzana de casas, en la vecindad, en un dis- trito. H a y que superar la carencia de una comunidad, palabra que implica una mutua asociación de intereses. ¿Por qué es tan importante que la propia colectividad se

interese tan profundamente en la prevención de la delincuencia y la lucha contra ella? L a contestación es que un extraño, por m u y sensible o inteligente que sea, no puede lograr tanto como las personas próximas que, colectivamente, quieran mejorar la situación. Es de sentido común el axioma según el cual, cuanto mejor sea la comunidad, en todos sus aspectos, menor será la probabilidad de cualquier forma de delincuencia. Quizá sólo las gentes más relacionadas puedan evaluar honradamente su fuerza, conocer sus debilidades y realizar las mejoras requeridas. Las necesidades en materia de sanidad, los problemas de la vivienda, la situación escolar, los recursos físicos y las posibilidades de recreo de toda comunidad son factores locales que pueden influir en la delincuencia. Rara vez son esas las solas causas, pero el hecho de que sean inferiores o superiores a lo normal, puede agravar o disminuir las tendencias delictivas. Por ejemplo, aun cuando la idea de que la delincuencia se debe directamente a la vida en barrios miserables sea un mito, puede decirse que un niño tiene una mayor oportunidad de no ser delincuente si su familia reside en una morada agradable y no tiene que sufrir la tirantez y de- presión derivadas del hecho de vivir en habitaciones tristes y atestadas de gente.

60

Lo que puede hacer la comunidad

Prevención y tratamiento

Es difícil que un puñado de personas que habiten en la misma vecindad puedan emprender con éxito un programa de prevención. Tienen que contar con la colaboración del mayor número de personas posible, de grupos de todas las profesiones, y tienen que tratar de obtener y lograr el apoyo más amplio y sincero para el plan. Siempre será necesaria la ayuda esclarecida y cientí- fica, de los especialistas, pero ningún programa de prevención logrará éxito si sólo son ellos quienes lo inspiren y dirijan. El impulso debe proceder de la comunidad, que sólo lo dará cuando la delincuencia constituya un problema que importe mucho a muchas personas. N o sólo deben participar en él los adultos, sino también los jóvenes, e incluso los propios delincuentes, en cuantas formas sea posible, y en cada etapa de la empresa. No sirve de nada aconsejar a una comunidad interesada en el

problema de la delincuencia que adopte un programa cc práctico D de prevención. Es obvio que los interesados tratarán de obrar con eficacia. En ocasiones, puede impedírselo un enfoque excesi- vamente emotivo. Una actitud sentimental, pseudo-maternal, puede ser tan contraproducente como una reacción rigurosa y punitiva. Después de todo, los menores delincuentes no son ele- mentos extraños a la humanidad ni están separados de ella. Ni aún el más empedernido puede delinquir en cada minuto del día. H a y momentos en que come y habla, piensa y duerme como cualquier muchacho de su edad. Si podemos considerar a los delincuentes con calma y con cierta objetividad, como seres humanos que necesitan ayuda (por mucho que se resistan a ella, o por mucho que descorazonen a quienes quieren ayudarles), entonces se habrá logrado una actitud llena de posibilidades. Por desgracia, los intentos más decididos y bien intencionados

de reducir la delincuencia pueden fracasar por falta de dos ele- mentos esenciales : medios económicos y conocimientos. Todo

61

Lo que puede hacer la comunidad

plan tiene que basarse desde el principio en un marco de referencia, teóricamente válido sobre los factores causales de la delincuencia. L a comunidad debe disponer de todos los datos necesarios sobre la situación de la juventud local, y contar con referencias perso- nales sobre un niño determinado que muestre una tendencia hacia la delincuencia o que haya infringido ya la ley. Si faltan esos datos concretos y hay que operar con un presu-

puesto insuficiente, los esfuerzos realizados por la comunidad para luchar contra la delincuencia y prevenirla pueden estar abocados al fracaso. Medidas tales como la retirada de menores de la calle a una hora determinada, la prohibición de ciertas películas a los menores, o la clausura de un salón de baile, ni tienen nada que ver con el verdadero problema y, en su mayor parte, sirven de muy poco.

Emprender un plan -sobre todo emprenderlo sin otro propósito que el de hacer algo- puede ser un comienzo poco acertado. Un grupo o una colectividad tiene que conocer sus propias debilidades y características antes de poder abrigar la esperanza de comprender al delincuente. L a comunidad debe formular sus programas en función de sus propios problemas, y no copiando servilmente los planes de cualquier otra. Un plan de acción ha de tener objetivos razonables y prácticos. El primer paso consiste en reconocer que es necesario contar con datos reales de muchas clases distintas, y en obtener después esa información. El segundo paso consiste en darse cuenta de que un programa encaminado a lograr la compren- sión y el apoyo públicos no se desarrolla casual o accidentalmente. Sólo puede obtenerse una acción efectiva mediante el estudio sistemático, el planeamiento y la organización en los que participen todos, o la mayor parte, de los miembros de la comunidad. No se trata de un acto único de prevención; por el contrario,

la comunidad puede realizar muchos cambios, enderezados a dicho fin. Al hablar de prevención, palabra atractiva pero ilusoria, se nos presentan, fundamentalmente, dos posibilidades principales.

62

cc Debiera existir una escuela que contara con programas importantes de formación profesional al alcance de toda familia de la ciudad ».

Foto Unesco P. Almnsy

Lo que puede hacer la comunidad

Una de ellas consiste en tratar de hacer frente a todas las condi- ciones ambientales que se estime contribuyen a la delincuencia ; la segunda es tratar de proporcionar servicios preventivos espe- ciales para determinados niños o grupos de niños, tales como tratamiento psiquiátrico o psicopedagógico, o trabajo de casos. Se ha sostenido que puede reducirse la delincuencia mejorando todos los aspectos de la vida rclativos al desarrollo de la persona- lidad de los niños, y extendiendo y mejorando todos los servicios destinados a la infancia. Sabemos que hay muchos factores que afectan decisivamente

al crecimiento, al desarrollo y a la conducta definitiva del niño. Entre ellas, se cuentan el hogar, la escuela, la iglesia y las organi- zaciones religiosas, los servicios de sanidad y de asistencia social y las organizaciones recreativas destinadas a los jóvenes.

La función de la escuela

Uno de los factores más importantes, si nos limitamos a considerar el número de años durante el cual ejerce una influencia sobre el niño, es la escuela. No puede resolver por sí sola el problema de la delincuencia, ni tratar siquiera de prevenirlo acometiéndolo con sus propias fuerzas exclusivamente. Sin embargo, en todo pro- grama comunitario bien planeado, hay que considerar siempre como crucial la función de la escuela. Cuanto podamos esperar de ella en lo que se refiere a este problema debe basarse en un razonamiento juicioso, no en fantasías inspiradas en nuestros buenos deseos. Lo que exactamente pueda lograrse dentro de cada aula depende también a menudo del tipo de apoyo que la colecti- vidad decida proporcionar. Se ha indicado que los niños ingre- sados en la escuela entre los cinco y los siete años de edad tienen más oportunidad de beneficiarse de los esfuerzos para prevenir la delincuencia. Pero, aunque sean mayores de esa edad, se puede influir en ellos, y en muchos casos se les puede ayudar. El maestro,

63

L o que puede hacer la comunidad

cuya preparación le ha enseñado a observar, está en condiciones de conocer al niño y después de observarlo durante un cierto periodo de tiempo, puede el maestro descubrir signos evidentes o incipientes de problemas personales o sociales que afecten a ese alumno, proporcionándole ayuda y consuelo en alguna forma. L a ayuda puede tener otros orígenes y cuando se dispense, la escuela debe establecer una ficha relativa al sujeto de que se trate en la que figuren todos los antecedentes, y que pueda ser consultada en caso necesario.

Junto con el hogar, la escuela proporciona a todos los niños la experiencia básica de aprendizaje de la vida. Es evidente que la escuela no puede compensar por entero la falta de un hogar normal o de padres inteligentes y cariñosos. Pero puede hacer mucho para que el niño comprenda sus propios valores fundamen- tales, y aprenda a desarrollarlos. Es de esperar que un adolescente que asista a una buena escuela, llegue a ser un adulto apto y capaz. Es esto, precisamente, lo que no sucede en el caso de un menor

delincuente. Los archivos de un gran número de escuelas ponen de manifiesto, con una reiteración que llega a la monotonía, que esos adolescentes se habitúan al fracaso y a la inferioridad en sus años escolares. Por ello, el problema que debe preocupar a la comunidad y a la escuela es averiguar por qué fracasan los niños. L a pregunta no tiene nada de sencilla y no es fácil contestarla. Las razones del fracaso de un niño no siempre se perciben de inmediato, y varían para cada uno de los alumnos. El maestro tropieza frecuentemente con dificultades de orden práctico para descubrirlas: no siempre puede visitar el hogar del niño, no es psicólogo, ni especialista en sanidad o en trabajo de casos, se debe a todos sus alumnos, no sólo a los peores y no dispone del tiempo necesario.

Tanto la comunidad como la escuela deben comprender que, en principio, se necesita personal especializado profesionalmente para reforzar y aumentar la labor del maestro con sus alumnos.

64

Lo que puede hacer la comunidad

Empleando oportuna e inteligentemente los servicios auxiliares, la escuela puede ayudar en muchos casos a un niño y evitar que fracase. El maestro que visite un hogar y que pueda establecer una estrecha relación con los padres de un niño, el trabajador social de la escuela, el consejero en cuestiones de adaptación escolar, o el personal especializado en problemas psiquiátricos cuentan con la preparación necesaria para apreciar y aliviar los estados de tensión que a menudo contribuyen al fracaso de un alumno en clase. El Comisario de Educación de un país ha bosquejado un amplio

programa de cuatro puntos, que puede permitir a muchas escuelas ayudar a resolver los problemas de los menores delincuentes : 1. Clases de pocos alumnos para que los maestros puedan dedicar

la atención debida a cada uno de ellos. 2. Formar y nombrar maestros que hayan demostrado sus apti-

tudes para trabajar de un modo constructivo con sus alumnos. 3. Proporcionar personal especializado que ayude al maestro a

resolver problemas especiales dentro de la escuela, y establecer servicios clínicos, médicos, psicológicos y sociales, para los niños que necesiten cuidados que rebasan el marco escolar.

4. Conseguir el apoyo de los padres y unificar los esfuerzos de éstos y del personal docente para planear y respaldar un pro- grama escolar destinado a resolver el problema de la delin- cuencia.

Por admirables que sean esas sugestiones, no habrá un director de escuela o un inspector escolar que encuentre en ellas nada notablemente original. No necesitan que se les recuerde que las clases recargadas de alumnos constituyen un inconveniente tanto para el maestro como para los educandos. Pocas escuelas recha- zarían los servicios de una enfermera, de un especialista en ciencias sociales o de un psicólogo si su presupuesto les permitiera pagar tales servicios. Señalar las deficiencias de las escuelas rara vez nos indica el modo de ponerles remedio. Lo que se necesita es

65

Lo que puede hacer la comunidad

más dinero y, en muchas ciudades del mundo, el problema más urgente es la falta de clases, libros y pupitres, así como la de maestros competentes.

Pero, el programa de cuatro puntos propuesto por ese Comisario de Educación puede ser un útil recordatorio de los objetivos a lograr. Para que una ciudad o una comunidad se sienta satisfecha no basta con que haya un gran número de establecimientos de enseñanza primaria o secundaria. L a mera existencia de edificios y de un número adecuado de maestros y profesores significa poco en sí. El único criterio utilizable es el señalado por los adelantos de los alumnos.

Una mayor variedad de enseñanzas

Muchos educadores han expresado la opinión de que en las escuelas se atienen a un plan de estudios excesivamente rígido sin si@- cado o valor para cada alumno. Después de todo -dicen- las buenas escuelas reciben alumnos que son ya completamente distintos unos de otros, y deben capacitar a cada uno de ellos para desarrollarse con arreglo a sus aptitudes. U n plan de estudios académico y orientado en una sola dirección, que resulta agotador e inútil, concebido para eliminar a los alumnos que no se preparan para la enseñanza superior, no da la igualdad de oportunidades a todos los adolescentes, como consecuencia de un enfoque centrado exclusivamente en el prestigio de los estudios tradicionales, en gran parte teóricos. En un informe de un Comité Asesor de Expertos en materia

de Prevención del Delito y el Tratamiento de los Delincuentes (Naciones Unidas), se declara que, dada la gran variedad de las capacidades, intereses y aptitudes personales de la población escolar, el personal docente necesita fomentar servicios escolares de carácter más vario y general y que atiendan más apropiada- mente las diferentes necesidades de los alumnos y de la sociedad.

66

Lo que puede hacer la comunidad

A los alumnos se les estimulará a que trabajen con arreglo a sus propias posibilidades en vez de forzarlos continuamente a competir con los alumnos más brillantes de la clase. Debe haber escuelas distintas unas de otras a fin de atender las necesidades, aptitudes y capacidades diferentes, y todo plan eficaz de estudios debe tener en cuenta las condiciones sociales y económicas generales y especiales de la comunidad local. Si convenimos en que el niño capaz de llegar a ser un buen

mecánico no debe ser considerado como un ser humano inferior al que se interese en la medicina, debemos reconocer también que una escuela ha de estar organizada de modo que permita a ambos beneficiarse de ella. Hacer pasar a todos los alumnos por un solo molde académico, induce a muchos niños vulnerables a la delin- cuencia, a aproximarse mucho más a ella. Lo que las autoridades y la comunidad pueden y deben estudiar es el establecimiento de distintos tipos de servicios escolares con destino a los niños impe- didos de seguir la educación ordinaria, o a los alumnos, que por cualquier clase de razones, no puedan recibir enseñanza en una clase corriente. Algunas ciudades importantes han tratado de lograr, entre

otros objetivos, el de reducir los problemas que les planteaba la delincuencia, mediante el establecimiento de escuelas secundarias profesionales o técnicas, y de programas continuados de trabajo y estudio. Los programas de esas escuelas están vinculados en forma realista a la situación del empleo y a las exigencias de los sistemas de aprendizaje en diversas ramas. En su obra, Slums and suburbs, el Dr. James B. Conant escribe entre otras observaciones sobre los problemas educativos en Estados Unidos : N A mi modo de ver, debiera existir una escuela que contara con programas importantes de formación profesional para muchachos al alcance de toda família de la ciudad. Convendría que esas escuelas estuvieran situadas de modo que una o varias de ellas se hallaran en la zona en que sea más elevada la demanda de cursos de carácter práctico.

67

Lo que puede hacer la comunidad

» U n excelente ejemplo de ubicación acertada de una nueva escuela secundaria de formación profesional es la Dunbar Voca- tional High School de Chicago. Situada en una barriada miserable, que se está renovando, esa escuela y sus programas están especial- mente concebidos para la formación profesional de los alumnos. No se ha roto apenas un cristal de ventana desde la inauguración de la Escuela Dunbar, pese a que el vandalismo es uno de los problemas más importantes de las escuelas en muchos barrios miserables. En una de mis visitas a ese establecimiento, descubrí que la mayor parte de sus alumnos eran negros. Aprendían oficios diversos, tales como reparación del calzado, albañilería, carpin- tería, ebanistería, mecánica del automóvil y mecánica de aviación. L a motivación es buena y los estudiantes se sienten evidentemente orgullosos de su trabajo. Académicamente, el programa tiene un nivel elevado, lo bastante alto para que si un diplomado en la Escuela desea ingresar en la enseñanza superior pueda hacerlo. 1) No todas las comunidades se verán en la necesidad de crear

una escuela secundaria de formación profesional ni todas tendrán los medios para ello, pero existen otras posibilidades. Algunas escuelas han adoptado el sistema de clases facultativas durante la semana, es decir, que los alumnos que lo deseen siguen cursos de formación profesional, de lenguas extranjeras o de repaso. En otros lugares, las escuelas y las industrias locales han estable- cido programas combinados de trabajo y estudios para adoles- centes seleccionados. AI tratar de relacionar los problemas de los delincuentes con sus

problemas escolares, otros educadores afirmaron que la dificultad en la lectura es con frecuencia un factor importante en la conducta de los delincuentes. Evidentemente, el nino que no puede leer con facilidad, se verá enfrentado con una tal rápida sucesión de estados de tensión y frustraciones de toda especie que no es sor- prendente que la escuela se convierta en un lugar temible o despre- ciable. Los actos de vandalismo contra los bienes de la escuela

68

Lo que puede hacer la comunidad

constituyen una protesta y la huida, la única solución. Esos alum- nos faltarán a clase o abandonarán la escuela al llegar a la edad fijada como límite mínimo de escolaridad. Con excesiva frecuencia, la escuela no trata de descubrir la razón de esta incapacidad para la lectura, o no puede hacerlo. A veces, obedece a una vista defi- ciente, pero con frecuencia se debe a la falta de costumbre de leer fuera de la clase, o a una combinación de actitudes emocionales hacia la lectura. Si el maestro no puede determinar las razones -y en muchos

casos esas razones provienen del hogar del alumno- puede haber necesidad de recurrir a un maestro o a un consejero escolar que visite el domicilio del alumno. No se averiguará nada si no se examinan, muy detenidamente, los antecedentes familiares del niño, su salud, su inteligencia y sus propios problemas personales. Si el plan de estudios de la escuela es realista, se podrá hacer frente a la situación, pero lo primero a conseguir es que el niño quiera mejorar. Un alumno humillado con excesiva frecuencia no reali- zará nunca el esfuerzo necesario. La escuela que expulsa a un niño, o le hace repetir el mismo curso año tras año, le obliga, en cierto modo, a salir de ella cuando está menos preparado para luchar por la vida. Si una escuela tiene que rechazar a un alumno, no se omitirá esfuerzo para que pueda recibir otra ayuda por algún órgano o institución de la comunidad. H a y necesidad de revisar a fondo las normas de paso a una

clase superior, graduación, disciplina y resolución de casos de falta de asistencia a clase. Debe estimularse a los maestros a que sigan cursos de paidología y a la comunidad a que tenga al maestro informado de los servicios, organizaciones o instituciones útiles en la solución de problemas de índole escolar. En muchas ciudades del mundo, el problema de la delincuencia

de menores y la función de la escuela, se ven eclipsados por consi- deraciones más urgentes. En algunos países el problema no es el de mejorar las escuelas, sino el de crearlas. ¿Cómo sugerir a un

69

Lo que puede hacer la comunidad

maestro de Saigon, de Karachi, o de Lomé -que tienen que hacer frente a una grave carencia de libros de texto- que toda escuela necesita los servicios de un trabajador social? Y parecería una broma de mal gusto decir a un maestro de Asia o de Africa que debe ocuparse de los problemas emocionales del niño, cuando la mayoría del magisterio inicia cada mañana la clase sabiendo que muchos de sus alumnos están enfermos y subalimentados. Y sin embargo, aun reconociendo la urgente necesidad de

escuelas y de maestros en más de la mitad de los países del mundo, el objetivo final de cualquier nación, privilegiada o pobre, no puede limitarse a remediar esas deficiencias. En muchos países que luchan denonadadamente para reducir el coeficiente del analfa- betismo, hay escuelas de muy escasa eficacia. Es muy trágico que haya más de cien millones de niños privados del derecho a la educación, pero no es menos deprimente saber que en muchas escuelas no se logra hacer sentir a sus alumnos el interés personal de la educación. Esas escuelas trabajan con ahinco, pero el rendi- miento de la enseñanza, si no su calidad es insuficiente. Y si bien hay un gran número de niños en el mundo que anhelan recibir una educación, es muy difícil negar que existe también un gran número que no la quiere para nada. Gran parte de esos niños, que tienen miedo a la escuela, llegan a verse implicados en algún acto delictivo. En Turquía, la tasa de la delincuencia es relativamente baja

si se le compara con países de economía más desarrollada. Las estadísticas prueban que esa proporción aumentará con el desarro- llo económico del país. En ese caso, la escuela puede hacer mucho para prevenir ese aumento en espiral de la delincuencia si desde ahora se evalúa cuidadosamente su eficacia. Un psicólogo turco1 ha indicado que existe un alto índice de alumnos de segunda enseñanza que fracasan cada año, aun cuando se les permite

1. Ibrahim Yurt, Test ve Arastirma Buroso, Ankara.

70

Lo que puede hacer la comunidad

examinarse de nuevo antes de que la pérdida de cursos sea irrevo- cable. En un informe publicado en Israel1 se confirma la tendencia

del menor delincuente a la deserción escolar o a la asistencia irregular. En otro informe de una reunión de expertos2 se señaló que la asistencia irregular a la escuela obedece a cuatro clases distintas de factores. La primera razón es una organización escolar defectuosa (excesivo numero de alumnos, clases alternas, plan de estudios mal adaptado). Constituyen el segundo motivo las cualidades personales del niño (discrepancia entre la clase y la edad del alumno, perturbaciones psicológicas, retraso mental). Como tercera razón los elementos dimanantes de la personalidad de los padres, tales como falta de comprensión y actitud hostil hacia la escuela y vigilancia insuficiente del nino. El motivo citado en Último lugar eran los factores ambientales fuera de la familia, tal C Q ~ O el fuerte contraste entre la situación económica y cultural en el hogar y los numerosos estímulos ofrecidos por el medio exterior, por ejemplo, el cine. La máxima contribución que puede hacer una escuela a la

prevención de la delincuencia y la lucha contra la misma es su propio mejoramiento. No puede lograrlo por sí sola. Idealmente, la escuela debe tener vínculos con los servicios de sanidad, asis- tencia social y recreo, ya que incluso si un maestro sabe que un niño está enfermo o necesita lentes, no puede procurarle medicinas y un par de gafas en lugar de la familia. Si un maestro averigua que un niño tiene problemas emocionales que lo perturban, sólo puede recomendarle que vaya a alguna institución donde le ayuden. Si un adolescente no tiene adonde ir ni nada que hacer, excepto pasar el tiempo en la esquina de la calle, el maestro, por abnegado

1. Review of research OR adolescence in Israel, por Michael Chen, Henrietta

2. Documento de trabajo para la Reunión de Expertos sobre la Psicología Szold Institute, Jerusalén.

de los Adolescentes, Unesco, 1962.

71

L o que puede hacer la comunidad

que sea y por mucho que le preocupen esos problemas, no puede crear por sí solo un mundo mejor una vez que el alumno sale de la clase. Si en una comunidad no existen servicios de sanidad, asistencia

social o recreo, es muy difícil que la escuela pueda remediar esa deficiencia. En el mejor de los casos, puede señalar a las autoridades locales o nacionales la ausencia de los mismos y formular suges- tiones adecuadas. Y en un alarde de esperanza, la escuela puede tratar de convencer de esas necesidades a los padres, a los alumnos, y a la comunidad en su conjunto, aun cuando no dispongan de medios propios para satisfacerlas.

Ayuda a la familia

Muchas de las perturbaciones observadas en los menores delin- cuentes obedecen a las transformaciones de la vida familiar que, a su vez, no hacen sino reflejar cambios más profundos en la sociedad. El problema de lograr un mejoramiento general en la vida del hogar parece ser a primera vista tan amplio y delicado, que la mayoría de las personas preocupadas por é1 no saben cómo abordarlo. Del mismo modo que queremos que los niños gocen de buena salud, deseamos que sus padres den pruebas de bondad, madurez y cariño. Rara vez es esa la realidad. En términos de la lucha contra la delincuencia, la mejor solución es prever dos etapas. En la primera, se tratará de ayudar a los padres a ser más razonables y más eficaces. En la segunda, se tratará de desarrollar en los menores los hábitos, las aptitudes, la comprensión y las tendencias que harán de ellos unos padres mejores para la próxima generación. L a escuela, las iglesias y las organizaciones de juventud, operando conjuntamente, pueden lograr ese resultado. Es frecuente que, por una multitud de razones, los delincuentes

no tengan con sus padres unas relaciones satisfactorias o de con- fianza mutua. Rara vez pueden hablar de ningún problema con un

72

Lo que puede hacer la comunidad

familiar adulto. No se les incita a compartir sus propias vidas o emociones con sus familias y esta circunstancia, por sí sola, consti- tuye una restricción que es perjudicial para el niño. Todo pro- grama de educación o de asesoramiento que la comunidad ponga a disposición de los padres, con tal de que se presente en forma inteligente, puede motivar cambios decisivos. La fórmula íí educación de los padres D puede significar muchas

cosas. No siempre es conveniente decir abiertamente a una madre que sea mejor madre, pero en ocasiones, si se la libera de sus preocupaciones económicas o de salud, se encuentra con más posibilidades de atender a sus hijos y dedicarse a ellos. En términos muy generales, puede decirse que la educación de los padres supone no sólo comprender la conducta de los niños sino el proceso de la constitución de un hogar, de la vida de familia y de la personal. Es comprensible que la mayor parte de los padres se muestren

escandalizados e inquietos ante un delito cometido por uno de sus hijos. Les es imposible reconocer, incluso sin testigos, que la conducta antisocial del menor puede obedecer a los errores que ellos han cometido en la educación de su hijo. Aveces se encuentran auténticamente perplejos ante las acciones del niño y, en otros casos, hacen esfuerzos desesperados para achacar la responsabilidad a los demás. C. Mik, psiquiatra de Groninga, Holanda, indica que los padres

pueden manifestar frecuentemente sentimientos agresivos y defensivos, al ser visitados por autoridades o trabajadores sociales especializados en los problemas de la juventud, con motivo de actos realizados por sus hijos. En un artículo1 manifestó: « L a actitud de moralista de un funcionario de vigilancia de la condena condicional puede llevar a resultados que a primera vista parezcan decisivos y fecundos, pero en el fondo no resuelve los problemas y,

1. Boletín trimestral de educación de adultos y de jóvenes, vol. XV, no 1, Paris, Unesco, 1963.

73

Lo que puede hacer Ia comunidad

salvo en casos especiales, produce únicamente relaciones supedi- ciales y soluciones transitorias. U n a vez ganada la confianza de los padres, comienza un periodo de trabajo laborioso y delicado. Los padres deben aprender a ver en su8 hijos delincuentes, no seres inútiles, ni simplemente malos, sino niños con problemas y con una gran penuria interior. Esto puede ser difícil, ya que su aceptación significa que los padres han de tomar sobre sí mismos una parte de la responsabilidad. Tienen que aprender también que el castigo carece de significado, y no hace m á s que agravar el sentimiento de desolación del niño (lo que en modo alguno implica que no haya de castigarse nunca a los niños o que en algunos casos no sea necesario aplicar medidas disciplinarias). n En muchos casos, los propios padres de los niños más expuestos

a la delincuencia tienen m u y pocas nociones de lo que significa ser miembro de una comunidad y pertenecer a una organización. Pueden acoger con suspicacia o con desdén, la menor indicación o pueden reaccionar desfavorablemente ante la visita de un extraño que quiere darles consejos sobre sus problemas familiares. En algunos estudios, se ha indicado que cuanto más bajos son los ingresos de una persona, su situación social y su educación, menos probable es su participación en cualquier grupo de la comunidad. Es m u y frecuente que la hostilidad pueda superarse si se acude a los padres de un barrio pobre, no con una actitud condescendiente o de reproche, sino invitándoles a contribuir en algo a la vida de la colectividad. Cuanto mayor sea el número de adultos de todas las procedencias participantes en actividades de cualquier clase a cargo de organismos de carácter duradero y estable (iglesias, ayuda mutua, asociaciones recreativas, organizaciones patrióticas o políticas), más fácil será dirigirse a los interesados como padres, y más posibilidad habrá de influir sobre ellos. Cuando la comunidad está más integrada, cuando las personas sienten que ae comparten sus proyectos y problemas, más oportunidades hay de que los niños sean los primeros en beneficiarse de esa situación.

74

Lo que puede hacer la comunidad

Cualquier actividad o recreo, incluso los de menos importancia, que suponga la colaboración de padres e hijos, es de una gran eficacia para estrechar los lazos de la f a d a y de la comuni- dad. Algunas ciudades han establecido centros de barriada en que se

realizan actividades educativas no oficiales. Entre esas actividades figuran los debates colectivos de jefes de familia. En esos centros de barriada se puede encontrar a personas de todos los orígenes con una disposición natural para el liderazgo en diversas esferas y hacerlas participar en distintos comités y en actividades recrea- tivas. La premisa fundamental de todo programa de educación es que

debe educarse a los ciudadanos para que se ayuden a sí mis- mos. Tanto si una comunidad decide conceder la mayor importancia

al cambio de las condiciones de ambiente estimadas como causas de delincuencia (casas pobres o clases con un número excesivo de alumnos) como si decide proporcionar servicios concretos para la infancia a fin de que los niños tengan una personalidad más sana, no pueden esperarse buenos resultados si no se establece un programa verdaderamente cooperativo. N o debe olvidarse el ejemplo del Estado de Nueva York, donde

se puso de manifiesto que la desaparición de ciertas zonas mise- rables tuvo muy pocas consecuencias en la prevención de la delin- cuencia porque no basta con el traslado de unas familias a viviendas mayores, de mejor apariencia y más agradables. A no ser que se prepare y eduque a las familias de los barrios miserables para vivir en sus nuevos hogares no podrá producirse un cambio beneficioso. Y cuando las personas que ya residen en la barriada a la que se trasladan los recién venidos no están preparadas para recibirlos y acogerlos, pueden surgir desavenencias y conflictos. Ello es particularmente cierto cuando las personas que se trasladan a viviendas construidas con fondos públicos pertenecen a una

75

Lo que puede hacer la comunidad

minoría racial. Con frecuencia se olvida que en ocasiones debe enseñarse a esas personas a aprovechar las ventajas de los cambios habidos en sus vidas.

Existen pocos datos cientíiìcos para demostrar la eficacia exacta de los sistemas de prevención. Si entendemos por prevención cc tanto impedir la conducta delictiva como reducir su frecuencia y su gravedad sólo contamos con algunos indicios para orien- tarnos en determinadas direcciones. EI propio concepto de apre- vención de la delincuencia» es todavía vago y de carácter experi- mental. En un informe redactado por un Comité Asesor de Expertos

en materia de Prevención del Delito y el Tratamiento de los Delincuentes (Naciones Unidas) se subraya que carecería de sentido pensar en aplicar un programa de prevención sin tener primero la seguridad de que : el programa tendrá un financiamiento continuo; se cuenta con suficiente personal capacitado; se dispone de medios para comprobar la eficacia de la acción ; se informa a la opinión pública de las razones de esas actividades a fin de lograr la colaboración de toda la comunidad. U n municipio puede encontrar un sistema de evaluación adecuado

para un programa de carácter preventivo. Generalmente implica gastos suplementarios, ya que un registro científico y cuidado- so no puede encomendarse a personal voluntario ni realizarse esporádicamente, y sin ese registro, no se puede averiguar la eficacia de un plan de acción preventiva. L a razón principal pue nos impide prevenir la delincuencia de un modo más positivo es que actualmente no podemos predecir con seguridad qué niños terminarán en delin- cuentes ni saber por qué. En estos últimos años se ha prestado una atención cada vez mayor a muchos estudios internacionales que han tratado de hallar un instrumento que permita la predicción. Si fuese factible descubrir por anticipado quiénes pueden ser los futuros delincuentes, se simplificaría en extremo el problema de la prevención. Por el momento, sólo podemos presumir que existen

76

Lo que puede hacer la comunidad

ciertos factores que acompaíian a la delincuencia y que incluso pueden agravarla, pero que no son sus únicas y exclusivas causas. No se podrá prevenir nunca de modo eficaz la delincuencia si

no se tiene un mayor conocimiento de sus causas y no se cuenta con métodos más exactos para medir el éxito de los diversos siste- mas de tratamiento empleados. H o y parece haberse reconocido internacionalmente que en esta materia, así como en el campo científico y de la tecnología, es esencial una labor de investigación original y audaz.

Investigación de las causas

Donde exista la posibilidad, la investigación y los programas de mejoramiento previstos, deben entrañar medios de evaluación que permitan la mayor objetividad posible. Para que las pruebas científicas tengan valor incontrovertible, es preciso que los cri- terios y sistemas de cálculo, medida y evaluación sean claros y rigurosos. Los trabajos de investigación individuales o de institu- ciones deben comprobarse continuamente, contrastándolos con los hechos. U n a vez que el muchacho ha adquirido los habitos de delin-

cuencia, se requiere toda nuestra comprensión, ayuda y paciencia para modificarlos. Como sucede en el caso de la prevención, la lucha contra la delincuencia y la rehabilitación de un menor delincuente se inicia a menudo en el seno de la comunidad. En los países muy industrializados, muchas ciudades disponen

de diversos servicios de ayuda y protección a la infancia y la adolescencia : escuelas, iglesias, centros médicos y clínicas, orga- nizaciones de asistencia a las familias, servicios sociales, campos de juego e instalaciones de recreo. En algunos países, sobre todo en los prósperos, se cuenta con servicios especializados que pueden contribuir a la solución de «problemas N de los adolescentes. Figuran entre ellos los tribunales de menores y sus servicios de remisión

77

Lo que puede hacer la comunidad

condicional de la pena con régimen de prueba, las divisiones de policía de menores, las clínicas de orientación psicológica de la infancia, los centros de internamiento, las clases especiales para los retrasados mentales, los servicios de asesoramiento, las visitas de maestros a los hogares de los alumnos y servicios de terapia de grupo. En las grandes capitales y en las zonas metropolitanas, puede haber organizaciones e instituciones de ayuda a los niños y adolescentes, tanto delincuentes como no delincuentes. En las pequeñas localidades y en las zonas rurales, esos servicios pueden estar reducidos simplemente a un sacerdote, pastor o rabino, un médico, un juez, y la policía. Los servicios son rara vez el resultado de una previsión y planea-

miento generales. En muchos casos funcionan todos ellos como islotes separados que pierden su eficacia por la gran separación existente entre ellos. Uno de los problemas más urgentes de todo programa comunitario que intente prevenir la delincuencia -por no hablar de la lucha contra la misma- consiste en saber cuáles son esos servicios, cómo funcionan, cómo pueden mejorarse, caso de ser necesario, y cómo pueden trabajar en conjunto del modo más eficaz. Por ejemplo, es desalentador para un especialista en el trabajo de casos empeñado en ayudar a un delincuente, el hecho de que su maestro, el policía de la esquina y las gentes de la vecin- dad contrarrestan sus esfuerzos, sobre todo cuando la miseria de la familia complica el problema, y el especialista no puede lograr que el menor reciba el tratamiento necesario. Tiene que haber continuidad y un mayor grado de coordinación entre los servicios, una cooperación estrecha entre los organismos públicos y privados, para que su existencia tenga un sentido. No hay ninguna espe- ranza para el delincuente a menos que los servicios de orientación personal, los psicólogos, los psiquiatras y los trabajadores sociales puedan Ilegar fácil y rápidamente al nino en cuestión por medio de la escuela y de la comunidad. Esto parece un ideal utópico, pero muchas veces no es el costo lo que nos impide alcanzarlo, sino

78

<< No debía abaiidonársele nunca cuando se encuentra en peligro, y cuando más necesita una mano que le ayude ». Foto Cineseo 1 Dominique Roger

Lo que puede hacer la comunidad

la falta de una comprensión clara de Io que se necesita, de cuanto se dispone y del modo de obtenerlo.

Castigo o remisión condicional de la pena con régimen de prueba

Si la naturaleza de la infracción lo justifica, en muchos casos se interna preventivamente al delincuente en un centro adecuado, hasta que el tribunal se pronuncie sobre el caso. Esto puede significar días o semanas. EI castigo se inicia en muchos centros de internamiento preventivo, que se asemejan a las cárceles, y los N internados B traban conocimiento con la experiencia de la vida carcelaria. Otros menores delincuentes de muchas partes del mundo se ven confinados en una cárcel del lugar, se les juzga y sentencia en el mismo local que a los delincuentes adultos. Algunos menores delincuentes excepcionalmente afortunados pueden verse sometidos a un tribunal que cuente con diversos servicios cspe- ciales: un centro de internamiento bien instalado y una buena plantilla de especialistas, servicios clínicos para el estudio del niño y personal bien preparado para el sistema de remisión condicional de la pena con régimen de prueba, y que mantenga un enlace efectivo con otros organismos de ayuda a la infancia. Pero los contrastes son enormes. Existen grandes diferencias no ya entre las diversas naciones, sino muchas veces entre tribunales del mismo país o provincia. EI establecimiento de tribunales especiales para menores, con

jueces adecuadamente preparados y una legislación y prácticas apropiados es alentador. Muchos estudios, experimentos e investi- gaciones han probado las ventajas que representa el hecho de que el menor delincuente comparezca ante tribunales especiales, y de que se le someta a tratamiento en instituciones adecuadas. En los últi- mos cincuenta años, los tribunales de menores y el sistema de remi- sión condicional de la pena con régimen de prueba se han extendido en muchos países de Europa, y cuentan entre las más importantes

79

L o que puede hacer la comunidad

medidas de tratamiento y de rehabilitación del menor delincuente. L a remisión condicional de la pena con régimen de prueba se ha definido como : cc un procedimiento destinado a delincuentes selec- cionados especialmente ... y que consiste en la suspensión condi- cional de la pena quedando el delincuente bajo una vigilancia personal, a la vez que se le da un cc tratamiento)) o una orientación personal ».

Las definiciones de lo que constituye exactamente la cc vigilancia personal», así como la orientación y el cc tratamiento 1) varían tanto de unos países a otros como la definición de menor delin- cuente.

L a vigilancia en régimen de prueba se ha generalizado en formas muy diversas en muchos países. Los informes parecen indicar que, aun cuando no hay resultados claros que puedan medirse estadísticamente, constituye una medida efectiva de prevención y de lucha contra la delincuencia.

U n a de las ventajas de la libertad condicional con régimen de prueba es que da más importancia a la reeducación del delincuente que a su castigo. Implica que, a juicio de un magistrado, o de cualquier otra autoridad judicial competente, no es de temer una conducta delictiva en lo futuro si se establece una vigilancia preventiva. En un informe de las Naciones Unidas, « L a prevención de la

delincuencia de menores en determinados países de Europa», se indica que muchos países, carentes de medios económicos, han tenido que utilizar como encargados de la vigilancia en el régimen de prueba a personas sin formación especial que se ofrecen volun- tariamente a realizar la tarea. Los resultados son desiguales. El informe sobre Grecia, país donde el servicio está íntegramente

a cargo de trabajadores voluntarios que han organizado sociedades semioficiales de protección a la infancia indica que la remisión condicional de la pena con régimen de prueba, aun cuando los tribunales no la aplican todavía con mucha frecuencia ha dado

80

Lo que puede hacer la comunidad

ya muy buenos resultados. La carencia de medios económicos ha surtido un curioso buen efecto. Como los encargados de la vigilancia no cuentan por lo general con facilidades para recibir a los interesados en sus oficinas, visitan regularmente el domicilio del sometido a régimen de prueba. D e ello resulta que esos volun- tarios no sólo están en estrecha relación con el nifío, sino también con sus familias y los vecinos. Se estima que la relación personal y frecuente, y la influencia de esos agentes voluntarios tiene gran importancia. Dos tareas principales incumben al personal encargado de la

vigilancia en el régimen de prueba. Primero, deben reunir y estudiar cuidadosamente toda la información pertinente acerca del menor delincuente y de su medio, ya que el tribunal necesita esos datos para tratar de comprender el significado de la conducta del niño. Segundo, ese personal debe estar capacitado para orientar y dirigir al menor durante el periodo de prueba, utilizando para ello todas las técnicas de tratamiento de que disponga así como las que pueda ofrecer la comunidad. Como el tribunal de menores recibe del funcionario encargado del régimen de prueba los datos pertinentes sobre el delincuente y como esos funcionarios llevan a la práctica el programa de tratamiento, no es exagerado decir que deben tener una preparación especial. En la mayoría de los casos, es el propio juez quien determina

la duración del periodo de prueba. El Dr. Dorek Miller, al señalar las imperfecciones del régimen indica : cc Si la misión del funcionario encargado de la vigdancia en el régimen de prueba consiste en ayudar a un ser humano a adquirir mayor madurez, los tribunales no pueden determinar el plazo necesario para ello.» A su juicio es extremadamente improbable que la decisión de un magistrado que fija la duración del régimen de prueba de un muchacho o una muchacha, tenga una base racional para pronunciarse. Ni el juez más prudente puede predecir si deben ser cinco semanas, cinco meses o cinco años.

81

Lo que puede hacer la comunidad

En algunos países, sobre todo en los escandinavos, los organismos administrativos, tales como el consejo de protección a la infancia, han asumido, en lugar de los tribunales de menores o de adultos, las facultades de juzgar a los menores y decidir los tratamientos oportunos. L a aplicación del régimen de prueba por los tribunales de menores o esos organismos administrativos difiere tanto de unos países a otros que no cabe deducir conclusiones definitivas sobre cuál sea el sistema más beneficioso. Lo que debe hacer la comunidad cuando tiene interés por llevar

a cabo un programa de lucha contra la delincuencia es averiguar la forma en que se trata a los menores delincuentes ante el tribunal, ante qué tribunales comparecen, cuál es la preparación de los funcionarios encargados del régimen de prueba y qué organizaciones colaboran en la aplicación. Cuando un funcio- nario encargado de la vigilancia en el régimen de prueba tiene demasiado trabajo, puede darse por seguro que los adolescentes más necesitados de su atención se verán privados de un medio muy importante de ayuda. Se ha sugerido que no se asignen a un solo funcionario encargado del régimen de prueba más de cincuenta adolescentes al año. En las conclusiones en este informe de las Naciones Unidas se

señala que a parece no existir ninguna duda de que, para funcionar en forma satisfactoria, el sistema de libertad condicional con régimen de prueba requiere funcionarios profesionales. Sólo per- sonas dotadas de las aptitudes necesarias y de una formación tanto teórica como práctica pueden dar a esta importante medida preventiva la estabilidad y la eficacia necesarias)).

Pero en el mismo informe se reconoce la utilidad del personal voluntario, no tanto como funcionarios del régimen de prueba, sino como personas que pueden ayudar a estos últimos, sirviéndoles de vínculo importante con la comunidad por medio de organiza- ciones privadas y de círculos juveniles. H a y todavía mucho campo para los trabajos de carácter voluntario, pero es más eficaz que

82

Lo que puede hacer la comunidad

asuma las funciones de encargado del régimen de prueba alguien que cuente con las debidas calificaciones. En algunos países, los servicios encargados de la aplicación de

la remisión condicional de la pena con régimen de prueba vigilan al adolescente una vez salido de una institución; tal situación recibe las denominaciones de servicios de cc asistencia post-institu- cionaln o cc régimen de libertad vigiladan.

La policia

En ocasiones, los posibles sistemas de prevención, lucha contra la delincuencia e incluso rehabilitación tienden a superponerse, ya que en la técnica eficaz puede estar relacionada en muchos casos con los tres aspectos de la delincuencia. Esto es cierto, por ejemplo, cuando examinamos las funciones de la policía. La labor respecto de la juventud es un aspecto importante del trabajo policial, pero sólo constituye una pequeña parte de una función más amplia y compleja. Algunos jefes de policía han protestado frecuentemente por el hecho de que muchos especialistas en cuestiones dela juventud hablan y actúan como si los agentes no tuvieran más funciones o responsabilidades que las relacionadas con los jóvenes. Y sin embargo, es difícil exagerar la importancia de los vigilantes de la autoridad en una colectividad con delincuencia de menores, ya que en muchos casos, la policía es el primer contacto oficial entre el menor delincuente y la ley. EI funcionario o policía especializado en cuestiones de menores es quien más frecuentemente debe decidir si se deja en libertad al menor después de reprenderle, o si se le hace comparecer ante un tribunal de menores o cualquier otro organismo establecido para ocuparse de ellos. Además vigila los lugares donde se reúnen los menores para jugar o divertirse -salas de baile, salones de cine, parques públicos, las esquinas de las calles. La comprensión de la delincuencia por el policía puede medirse claramente por su actitud ante los menores delin-

a3

Lo que puede hacer la comunidad

cuentes, que no debe ser excesivamente rigurosa ni, claro está, demasiado negligente. Una comunidad no tiene muchas posibilidades de modificar

la personalidad de un agente a su servicio. En el mejor de los casos, sólo puede pedir que se le envíen más policías si el distrito es particularmente peligroso. Pero, no es imposible que un comité de ciudadanos pida que se destine a un determinado puesto a alguien especialmente preparado para ocuparse de los menores, o que se cree una oficina auxiliar especializada en menores en la Comisaria central. En algunos países, la evolución de la labor policial ha dado

lugar a formas de acción de naturaleza preventiva más definidas. En Copenhague, la policía tiene a su cargo cuatro círculos recrea- tivos para muchachos de diez a dieciséis años de edad, de los barrios pobres de la capital y faltos de una vigilancia adecuada en sus hogares. También ha organizado y sostenido, un club para jóvenes de más de dieciocho años de edad. Todos estos círculos se dedican al deporte y a la gimnasia. En Liverpool, funciona desde 1949 un programa conocido con

la denominación de c< The Liverpool City Police Juvenile Liaison Scheme D. Su objeto es ocuparse de los menores de diecisiete años de edad

que dan pruebas de ciertas anormalidades de comportamiento o que han cometido ya pequeñas faltas. Por los trámites normales, la policía encomienda a los muchachos al cc oficial de enlace con la juventud». Después de celebrar una entrevista con el menor en cuestión, los funcionarios de policía tratan de obtener la coopera- ción de la familia y de la escuela del menor. Posteriormente, acuden a los servicios oficiales o privados competentes: círculos juveniles, funcionarios encargados de la libertad condicional en régimen de prueba, servicios sociales escolares, servicios de asistencia a las familias, con el €in de obtener la ayuda y los re- fuerzos convenientes.

84

Lo que puede hacer la comunidad

El N oficial de enlace con la juventud N visita con frecuencia a los niños y a sus padres. Trata de aconsejarlos y de ayudarlos de varias maneras. El interés principal del plan de Liverpool es la mejora de las relaciones entre la policía y el conjunto de la pobla- ción. Merced a él, los funcionarios de policía dejan de ser conside- rados exclusivamente como los temibles agentes encargados de aplicar la ley, y aparecen investidos de la función de proteger a los niños y aconsejar a los padres. Se ha sostenido que este pIan espe- cial contribuyó a disminuir las cifras de la delincuencia de menores en Liverpool, ciudad que tenía el triste privilegio de ser la de mayor coeficiente en Inglaterra. Otro programa de formación policial, que se destina no sólo a

desviar a los menores de la delincuencia sino a hacer frente a ésta y a ayudar al delincuente personalmente, es la proporcionada por los Delinquency Control Institutes de la Universidad de California del Sur, Estados Unidos de América. Esas instituciones se sostienen con las subvenciones concedidas por varias organiza- ciones interesadas en la juventud y en el bien común. La matrícula en esos institutos está abierta a los oficiales de policía de cualquier parte de los Estados Unidos que soliciten becas para estudiar en ellos. El programa de formación dura doce semanas, ylas clases proporcionan una excelente preparación para la labor con menores. Cuando esos oficiales se reintegran a sus destinos, están mejor preparados para comprender las razones latentes en la conducta delictiva, utilizar los varios organismos de tratamiento con mayor eficacia, participar en un programa comunitario de prevención de delincuencia, comprender la legislación en que se basa su tra- bajo, llevar a cabo un programa positivo de relaciones con el público y trabajar en el logro de una mayor seguridad pública. Los funcionarios de policía que consideran a los menores delin-

cuentes -o a los niños y adolescentes inclinados a una conducta delictiva- como semilla de criminales y que estiman que el tri- bunal de menores, la oficina de libertad condicional en régimen de

85

Lo que puede hacer la comunidad

prueba y la clínica de orientación de la infancia, no son sino formas necias de mimar a los delincuentes, impiden a menudo una prevención más eficaz de la enfermedad y una lucha más decisiva contra ella. A no ser que se superen esas actitudes -lo que nunca es fácil de lograr- la policía puede crear en ocasiones más pro- blemas de los que es capaz de resolver cuando se ocupa de los menores delincuentes; ello es tanto más cierto cuando en el trato impera la rudeza y un criterio vindicativo. En muchos casos una oficina o división especial del departa-

mento de policía, ocupada concretamente de la ayuda a la juven- tud, puede realizar una gran labor. Una oficina de ayuda a la juventud se encarga por lo general de todos los casos de menores detenidos. El personal de la oficina interroga al menor y al denun- ciante, hace las notificaciones oportunas a la familia, toma las disposiciones convenientes para su internamiento cuando es necesario, expide la documentación legal requerida para el tribunal de menores, mantiene la relación con la escuela del nino o con otros organismos sociales, tales como las oficinas de condena condi- cional con régimen de prueba y las clínicas de la comunidad. Ese personal puede también realizar investigaciones relacionadas

con los problemas de la juventud local ; puede asimismo participar intensamente en el cumplimiento de las leyes de trabajo relativas a la infancia, vigilar a los niños dedicados a la venta ambulante, así como los lugares de la localidad peligrosos, favorables a la conducta delictiva. Esto no supone en modo alguno que si se envía a un policía a un salón de baile, por ejemplo, desaparezca la delincuencia de la vecindad. La presencia de un agente sólo permite conseguir que no se cometan actos delictivos en ese momento y en ese lugar determinados. Pero un policía observador puede siempre advertir o aconsejar a la comunidad acerca de esos lugares y ayudar a encontrar una solución. Como ya he indicado anteriormente, el cierre de los salones de baile o la prohibición de determinadas películas no hace que un delincuente cambie de

86

Lo que puede hacer la comunidad

conducta por mucho tiempo. Si se le prohibe una zona determinada, tiene suficientes recursos para encontrar otra. Cuando una sociedad se enfrenta con la lucha contra la delin-

cuencia de menores, o trata de prevenirla tiene que estudiar cuida- dosamente, y con criterio realista, lo que puede ofrecer a quienes espera ayudar. Muy a menudo, se puede ofrecer muy poco o nada. H e aquí un ejemplo que ilustra esa situación. Si varios mucha-

chos abandonan la escuela en una vecindad que tenga un alto índice de delincuencia, la mayor parte de sus habitantes deseará que encuentren trabajo en vez de haraganear por las esquinas. Pero, no basta con que la comunidad desee encontrarles trabajo -cualquier trabajo- con el fin exclusivo de que no creen pro- blemas. Lo que en muchos casos debe hacerse con los menores propensos a la conducta delictiva, es dotarlos de una mayor capacidad de empleo, además de crear nuevas oportunidades de trabajo para ellos e informarles de las existentes. No basta con ayudar a uno de esos menores a encontrar cualquier

trabajo, porque es poco probable que cambie de conducta pese a la paga semanal. Además, siempre es muy posible que su empleador lo encuentre perezoso, que el trabajo le aburra, el sueldo le parezca demasiado pequeño o el futuro excesivamente estrecho.

El mundo real del trabajo

Los menores pertenecientes a las clases pobres sufren con mucha frecuencia la desventaja de la falta de información sobre los empleos, de contactos profesionales, o de ideas sobre lo que podrían hacer. EI muchacho cuyo padre trabaja como obrero no calificado, rara vez puede recibir de él la orientación, consejos e información sobre lo que debe hacer para lograr una vida mejor. El adolescente que no tenga un título de enseñanza secundaria,

o una formación profesional, o no tenga ninguna idea de lo que le gus- taría hacer, considera con tristeza y sin muchas esperanzas la perspec-

87

Lo que puede hacer la comunidad

tiva del empleo. En un informe de una fundación norteamericana sobre la deserción escolar y el empleo de los menores, se indicaba que el 75 por ciento de los jóvenes de las zonas miserables de las grandes ciudades de los Estados Unidos de América acuden al mercado del trabajo sin un diploma de enseñanza secundaria. Puede predecirse que muy pocos de esos menores, con su educación y formación limitadas, no tendrán nunca la oportuni- dad de ir mucho más allá del nivel de trabajo de su primer empleo.

U n a posible solución, especialmente en los barrios más pobres, es que la comunidad organice centros de empleo para la juventud, cuya función sea ayudar a los menores a ingresar en el mundo del trabajo. Tales centros podrían ofrecer orientación y asesora- miento, servicios de colocación y encaminar a los menores hacia un programa de formación. El objetivo sería dotar al muchacho de una mayor capacidad de empleo mejorando sus aptitudes sociales, académicas y profesionales.

Muchos jóvenes especialmente propensos a la conducta delictiva muestran muy poca preocupación o curiosidad respecto de sus futuras profesiones. A menudo adoptan una actitud cínica. Se ha sugerido que se les deberia facilitar el conocimiento de adultos a los que pudieran tomar como modelo. Esto puede querer decir un hombre de negocios, un bombero, un constructor o a cualquier persona que pudiera inspirarles el menor destello de interés o de respeto a causa de sus actividades. No basta con limitarse a mostrar a un adolescente el puente

que puede cruzar. H a y que guiarle y asegurarle que al otro lado estará mucho mejor. Ello es válido tanto para los menores prede- lincuentes como para los delincuentes recalcitrantes. El centro de empleo de menores, necesitará la ayuda de muchos otros servi- cios y personas para hacer a los jóvenes más aptos para los diversos trabajos. Lo más difícil de todo es romper las pautas de derrota de sí mismos que caracteriza a muchos adolescentes quienes,

88

Lo que puede hacer la comunidad

desesperados ante la falta de éxito, parecen habituarse al fracaso y a que se les rechace. El fracaso, al menos, les es familiar.

Tratamiento individual para los menores con problemas graves

En los países muy desarrollados, la comunidad que trata de superar los problemas individuales de un delincuente sin disponer de los recursos de una clínica psicopedagógica próxima y fácilmente asequible, tiene que limitar severamente sus propios programas y a veces desistir de ellos. La clínica psicopedagógica se ocupa del estudio, el diagnóstico y el tratamiento de los niños con problemas graves. Su finalidad general consiste en estudiar las necesidades mentales, emocionales físicas y sociales del menor, a fin de deter- minar los factores, personales y ambientales, causantes de las dificultades del niño. Los niños pueden ser enviados a una de esas clínicas por su

escuela, un tribunal, su familia, o un trabajador social. El personal de esas clínicas, especializado en psiquiatría, psicología y trabajo social, puede realizar diversas funciones de gran importancia. Debe determinar la naturaleza de los problemas del menor y explicar la situación a quienes hayan de cooperar en el programa de tratamiento. Puede enviar a los niños, previo diagnóstico y estudio, a otras instituciones de asistencia de la comunidad, darles tratamiento psiquiátrico o psicoterápico, proporcionar servicios de asesoramiento a otros órganos de la comunidad, y difundir información relativa al descubrimiento precoz de los síntomas de dificultades de personalidad que llevan a la conducta delictiva. En principio, la plantilla mínima de una clínica de esa naturaleza debe constar de un psiquiatra, un psicólogo y un trabajador social, especializado en el aspecto psiquiátrico. Los versados en la materia, al recomendar el establecimiento

de clínicas psicopedagógicas, subrayan la importancia de la prin- cipal función que puede realizar una clínica de este tipo : el estudio

89

Lo que puede hacer la comunidad

del caso del menor delincuente, o predelincuente. Este método es un procedimiento dinámico y fluído, adecuado para comprender la conducta única del individuo. Trata de tener en cuenta todos los factores interiores y exteriores, pasados y presentes que pueden guardar relación con la conducta inadaptada del menor. Un estudio de casos es más que una compilación de datos sobre una persona determinada ; es más que una historia individual. En un programa comunitario sistemático, pueden efectuarse

estudios de casos con respecto a tres clases de delincuentes: u) los menores que mediante trámite oficial caen dentro de la competencia del tribunal ; b) los menores que están en manos de varios organismos que se ocupan de los problemas de la juventud ; c) los menores que dan signos de ser delincuentes en potencia o que están rodeados por un medio o factores sociales que amenazan su desarrollo y su bienestar general.

Todos los estudios implican una compleja investigación en el hogar y en la familia del delincuente, pero el método de estudio de casos permite descubrir además los numerosos factores relacionados de un modo importante con la mala conducta, y que en definitiva pueden sintetizarse y analizarse a la luz de un conjunto de prin- cipios científicamente sólido.

Basándose en esos estudios de casos, se formula una hipótesis sobre los elementos de la delincuencia. Esa hipótesis puede, a su vez, permitir que se prescriba un tratamiento individual.

Para ayudar a un menor delincuente no basta con identificarlo como tal y proporcionarle un rápido tratamiento a de primeros auxilios)), con la esperanza de apartarle o desviarle de sus cos- tumbres ya adquiridas. Debemos preguntarnos en primer término por qué se conduce como lo hace, y estar dispuestos después a ofrecerle posibilidades más satisfactorias. En resumen: dondequiera que exista la decidida voluntad de

ayudar al menor delincuente, firmemente ligada a un sólido cono- cimiento del significado y consecuencias del acto delictivo, surgirá

90

Lo que puede hacer la comunidad

un sistema prometedor para la lucha contra la delincuencia y la prevención de la misma. Y es de capital importancia, si se quiere que las disposiciones

tomadas surtan un efecto preventivo general, que el grupo de personas interesadas se sienta identificado con el programa y comprometido a hacer todo lo posible para asegurar su éxito.

91

Capítulo cuarto

Nuevas concepciones

Hoy más que nunca hay muchas personas bien intencionadas que se lamentan de la existencia de la delincuencia de menores. La corta edad de éstos, dicen, no excusa los actos, ni justifica la pro- tección de quienes los cometen. La idea de que la delincuencia tiene también algunos aspectos Útiles las escandaliza. Pero vale la pena examinar qué aspectos positivos puede tener la delin- cuencia de menores. En una publicación de la Organización Mun- dial de la Salud, [< Tendencias actuales de la delincuencia juvenil», el Dr. T. C. N. Gibbens dice:

<c Según una opinion muy generalizada, en una sociedad u buena y sana» no debería haber delincuencia. Sin duda alguna éste sería el ideal ; no obstante, mientras los padres sean tan inestables y los jóvenes tan inclinados a nuevas experiencias como en la actualidad, resulta dudoso que la eliminación de la delincuencia, aun en el caso de ser posible, fuera realmente deseable. H a y muchos indicios de que la delincuencia es un trastorno con un pronóstico relativamente bueno y que puede constituir una válvula importante de seguridad.» El autor cita un estudio, acerca de los niños inter- nados en un establecimiento adecuado en Inglaterra, del que se desprende que los delincuentes evolucionaban por lo general de modo satisfactorio, mientras que los niños neuróticos seguían siéndolo algunos años después. Y el Dr. Gibbens añade: «Desde el punto de vista, más amplio, de la salud mental, puede discutirse la posibilidad de que, si se elimina la delincuencia en el estado

93

Nuevas concepciones

actual de la sociedad, surjan como consecuencia trastornos de tratamiento más difícil. H EI Dr. Lucien Bovet1 subraya que el concepto de delincuente

juvenil incluye un gran número de tipos variados y distintos. Subraya también que muchos menores, considerados como delin- cuentes por la ley, no muestran en realidad ningún rasgo psicoló- gico muy distinto de otros jóvenes cc normales)), y por consiguiente no deben ser considerados como casos patológicos. Añade el Dr. Bo- vet : cc Estos jóvenes delincuentes son los que presentan el mejor pronóstico social y, frecuentemente, después de un solo acto delictivo o de un breve periodo delictivo vuelven a ocupar su lugar en la sociedad como individuos normales y estables. >)

Esto debiera alentarnos a no hacer de la delincuencia un melo- drama sin h. Con excesiva frecuencia, los adultos a quienes el delito ofrece satisfacciones inconscientes, tienden a reaccionar exageradamente ante el más ligero movimiento de un delincuente. Para algunos adultos, el hecho de leer o de oir hablar de la delin- cuencia entraña cierto alivio emocional; para otros, el menor delincuente se convierte en el blanco ideal sobre el que proyectar SUS frustraciones o su agresividad personales. Desde el momento en que cc obra mal)), sirve admirablemente como imagen que la u gente de bien)) puede odiar, criticar o despreciar.

Otro de los más positivos aspectos de la delincuencia es que puede servir para advertir a la sociedad y para que ésta adquiera conciencia de que hay algo que no marcha bien, ya sea en el propio niño, en el medio en que se educa, o tal vez en ambos. No puede afirmarse que esa conciencia del hecho se traduzca en la c salvaciónn del nino, pero puede mover en muchos casos a que se le proporcione ayuda. L a conducta delictiva es en muchos casos un indicio de que el nino trata de luchar a brazo partido con sus propios problemas en la mejor o en la única forma que conoce.

1. Aspectos psiquiátricos de la delincuencia juvenil, OMS, 1950.

94

Nuevas concepciones

Es frecuente que pueda decirse que el niño descubre la realidad por medio de su acto irregular. Por desgracia, las soluciones que encuentra chocan con los valores y reglas de los adultos. La delin- cuencia puede tener su utilidad si se interpreta como indicación de que el menor necesita ayuda.

Cooperación del delincuente

A la larga, sólo el delincuente puede resolver sus problemas. Los demás no podemos sino ofrecerle ayuda y orientaciones nuevas para compensar las presiones que le han hecho caer en la delincuencia. En otros tiempos, muchos organismos dedicados a ayudar al delincuente lo estimulaban a adoptar una actitud pasiva. Los especialistas en ciencias sociales tendían a darle consejos morales, amonestarlo, amenazarlo, estudiarlo, volverlo a colocar en la sociedad y someterlo a tratamiento. Por fortuna, hoy día, se tiende en muchas partes del mundo a estimular al delincuente a que desempeñe un papel mucho más activo y decisivo en su rehabilitación.

Esto requiere mucha inteligencia y mucha paciencia. No hay medidas mágicas para lograrlo. En muchos casos, el delincuente se negará a colaborar y no se prestará a ayudarse a sí mismo. El lograr su cooperación puede implicar un sin fin de cosas. H e aquí un ejemplo muy sencillo de un procedimiento que se ha utilizado para lograr esa cooperación. A propuesta de un equipo de especia- listas, se dividió en tres grupos, con arreglo a su edad, a 34 delin- cuentes que anteriormente habían formado parte de bandas. Se di6 a cada grupo una chaqueta distinta para diferenciarlos unos de otros. Se estimuló a los miembros de cada grupo a proponer, o a examinar con un consejero adulto, algunas actividades que podría emprender. Se despertó un sentimiento de emulación entre los tres grupos. Durante dos meses, cada grupo puso en práctica un programa

95

Nuevas concepciones

determinado. Un grupo se afanó en limpiar un solar desocupado para utilizarlo como campo de juegos. Otro grupo se encargó de un puesto de tiro al blanco con flechas y de un quiosco de refrescos en verbena benéfica, a fin de r e w dinero para hacer camping durante el verano. EI tercer grupo se dedicó a pintar de nuevo un ala de un hospital local; el dinero ganado fue ingresado en un fondo común. Los tres grupos tenían un gran espíritu de cuerpo ; se estimularon las realizaciones colectivas e individuales ; varias instituciones locales, tales como la Cámara de Comercio, les felici- taron por el éxito de los programas que suponían un beneficio efectivo para toda la comunidad. Se c o f i ó a cada jefe de grupo la responsabilidad de velar por que cada proyecto se realizara dentro de un plazo determinado. El objetivo perseguido con esas actividades no es que los locales

de Ia comunidad estén más limpios, más brillantes o mejor pin- tados, ni convertir a cada delincuente en un modelo de virtudes cívicas. Lo que se persigue es mostrar a los menores delincuentes que la aceptación de las normas sociales no es necesariamente un bochorno, que hay actividades más satisfactorias que las delic- tivas ; y que son capaces de elegir por sí mismos objetivos social- mente aceptables -y de lograr realizarlos. Al tratar de conseguir que el delincuente coopere en su propia

reeducación, debe recordarse que es un ser humano que está demasiado habituado al fracaso ; pocos miembros de nuestra sociedad se enfrentan con las duras realidades de verse rechazado con la frecuencia con que se ve el menor delincuente. Por elio debe tomarse la precaución de no vincularlo a un plan para adultos o fijar objetivos tan difíciles que pueda caer de nuevo en otro fracaso. Bajo la orientación de un adulto, se debe estimular a los interesados y darles la más amplia posibilidad de seleccionar y perfilar sus propios proyectos. Tampoco deben estar tan prote- gidos y vigilados que no se les permita cometer errores de juicio. Toda comunidad puede tratar de despertar el interés de los

96

Nuevas concepciones

jóvenes por actividades físicas (marcha, boxeo, judo), recreativas, educativas, culturales o profesionales y lograr que participen en ellas. En muchos casos, los propios delincuentes pueden encargarse,

en una serie de aspectos, de otros delincuentes. En una escuela secundaria de muchachos de Estados Unidos con un gran índice de alumnos delincuentes, un auténtico gobierno de alumnos, compuesto por muchos de los adolescentes más revoltosos, pudo fijar unas normas y establecer un orden que los maestros no habían logrado obtener. Un consejo ejecutivo de alumnos hacía aplicar las reglas de conducta en los pasillos, en el recreo y en los terrenos de la escuela. Se crearon clubs de estudiantes que despertaron gran interés y a los que acudían muchos de ellos. Casi de modo inconsciente, los a enredadores B empezaron a m o a c a r los valores básicos de sus contemporáneos y a enseñar nuevas cc normas ». Cuando se enseña o se estimula a muchos adolescentes - delin-

cuentes o no - a integrarse en la vida de la comunidad, se les enseña en muchos casos a comprender y dirigir mejor sus vidas.

Necesidad de la investigación

Una de las razones más obvias de nuestra preocupación por la delincuencia de menores es el temor de que lleguen a ser criminales adultos. Se ha señalado en un país que gran parte de la población penal había empezado su carrera delictiva antes de los trece años de edad. La delincuencia de menores puede ser el preludio de una vida dedicada al delito. Por ello debemos mirar a la vez en dos sentidos distintos : acción inmediata y ayuda a los actuales delin- cuentes, sin olvidar, como se hace a menudo, el largo camino de la investigación encaminada a establecer métodos válidos para descubrir y ayudar a los menores cuyo comportamiento puede llevarles a la delincuencia y a la vez necesitamos tratar de saber porqué determinados niños se hallan inclinados a ella.

97

Nuevas concepciones

Este trabajo de investigación parece excluir a los profanos en la materia. Debe ser realizado e interpretado por profesionales. Pero ello no impide a nadie el estudiar la materia por cuenta propia. Nuestros conocimientos sobre la delincuencia se limitan en muchos casos a lo que leemos apresuradamente en los periódicos o vemos en las películas, en las que, el delincuente aparece, con lamentable frecuencia, bajo el aspecto estereotipado del N malo 11 en un argu- mento sin ninguna calidad.

H a y un gran número de publicaciones accesibles al lector medio. Los bibliotecarios no deben ser los únicos que busquen y localicen las fuentes de información. Las Naciones Unidas y la Unesco pueden también prestar gran ayuda ; lo mismo puede decirse de la Organización Mundial de la Salud. En muchos países, se puede obtener documentación en los organismos y oficinas guberna- mentales p e se ocupen de la juventud.

Los delincuentes de un país, de una ciudad, o incluso de una calle, pertenecen a tipos extremadamente variados e incluso Unicos, como cualquier otro sector de la humanidad. L a lectura de un libro o de un artículo no nos dará la seguridad de resolver sus problemas. Pero si finalmente nos sentimos dispuestos a juzgarles algo menos sumariamente, se habrá obtenido ya un buen resultado. L a lectura puede revelarnos las posibilidades de acción de las personas comunes y corrientes.

U n a buena biblioteca local dispone, sin duda, de obras sobre psicología y sobre delincuencia, y la lectura de trabajos sobre la conducta de los menores puede dar m u y buenas ideas. Esto puede llevar a un grupo de amas de casa a darse cuenta de la necesidad de establecer un curso para madres jóvenes sobre la educación de sus hijos o a crear una chica de consulta prematrimonial, o a establecer mejores planes de estudios escolares. Evidentemente, esas actividades no tendrán resultados inmediatos, pero pueden ayudar a la larga a reducir la delincuencia. N o debemos limitarnos a fomentar las investigaciones a largo

98

Nuevas concepciones

plazo de los especialistas de la conducta en las esferas de la socio- logía, la psiquiatría y la pedagogía, sino también informarnos, mirar hacia el futuro, y hacer en el presente cuanto podamos para reducir la delincuencia en nuestra ciudad, pueblo o ba- rrio.

Los menores en peligro

Muchos padres convendrán en que, en el proceso de su desarrollo, casi todos los niños cometen actos aislados - en ocasiones incons- cientemente y a veces con un grado de premeditación- que, con arreglo a la letra de la ley debieran calificarse como delictivos. Pero, a menos que la conducta se convierta en habitual o caracte- rística, no se considera al menor como delincuente. Los actos del menor delincuente no tienen, en muchos casos,

nada de infantil, y, en ocasiones, son muy análogos a los cometidos por un adulto. Ello hace más difícil nuestro perdón o incluso nuestra comprensión. Es más probable que deseemos verle apagar B por su delito y pedir que se le aísle del resto de la sociedad. A nuestro parecer, esos niños han dejado de serlo al convertirse en delincuentes. Pero aún en casos como esos, deben respetarse escrupulosamente

la dignidad y el valor de un niño o de un adolescente. Nuestro propio juicio sobre su delito se ve falseado en ocasiones por alguna espectacular denuncia realizada en la prensa. Pero ni nuestra indignación ni nuestra sensiblería sirven de nada al delincuente. Lo que necesita sobre todo es lograr lo que muchos adultos no alcanzaron nunca: saber lo que es y lo que podría ser contar con ayuda. Si los adultos no pueden cambiar, es probable que haya siempre

menores delincuentes. Para ayudarles, tenemos que comprender mejor nuestras propias vidas y nuestros propios problemas.

99

Nuevas concepciones

EI esfuerzo vale la pena, ya que cualesquiera que sean los de- fectos de un adolescente y las infracciones que haya cometido, no debe abandonársele nunca cuando se encuentra en peligro, y cuando más necesita una mano que le ayude.

100