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La corrupción del pensamiento y el uso de la Demagogía.
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27-07/08-09/2014 Samuel Benito de la Fuente
«…nobles motivos…», dijo Bill Clinton en 1993 sobre Vietnam.
Y debe ser que hay cosas que se repiten tan ominosamente como si alguien jugara con
nosotros. Menos mal que no existe Dios; si fuera así, me lo imagino como decían los
cátaros: que era el Diablo, y el Dios verdadero debe andar callado. O, simplemente, los
callados somos nosotros… No tenemos ni idea de aniquilar el ominoso ruido que habla
de idiotizados palabros que, en la ira como en el furibundo raciocinio, explotamos en el
aire y sólo hacen más ruido. Ruido, ruido. El silencio es una apoteosis “dolorosa”, que
no gusta a quien acostumbra a los placeres mundanos, falsamente ilustrados, de quienes
hablan de puritanismo; es también la trampa que sólo provoca un silencio “ruidoso” y
permite seguir con el ruido; lo que a la larga provoca un temblor, y finalmente un
silencio que, precisamente, será música dolorosa y/o chirriante; y si a veces hay música,
no será para ser armonía.
Por eso, el Diablo continúa en palabras que antes fueran luminosas, incluso. Por eso, la
demagogia se instala con ardor. Lo que fue música, se hace ruido. Así como los nuevos
remix, hacen simple distorsión de lo que no entienden y lo convierten en ruido; así
como el budismo el silencio dulce y meditador es un ruido que calla pero grita su falta
de humanidad; así como el incienso de las iglesias le es no más que satanismo al
campesino que no podría conseguir una vida de ascetismo, que azota la ociosidad de los
trabajadores, y sólo acepta porque hay que rezar; así, da igual pensar o no, errar o no,
sino que suene bien lo que es ominosamente armonía, que no podría considerarse no
más que distorsiones si fueran oídas desde un muy, muy, muy lejano lugar del espacio
galáctico. Ni siquiera el ruido que se quiere hacer música, consigue hacerlo; todo se
vuelve ominoso. Todo es, sin distinción, puro ruido. Así, así es la demagogia. Así es la
vida que brilla en ella, oscureciéndose como polución.
Se puede hacer égida de la Democracia, y ser el aniquilador o el vendedor de armas de
los asesinos de la mafia del Diablo. Se puede rezar a Dios, mientras se hace el trabajo
sucio más propio del Diablo como es matar a miles de personas para conseguir a una
sola, y que tras arduas locuras de Justicia se hace otra injusticia que no se sabe si es
siquiera un ajusticiamiento o una broma: como con cierto nuevo profeta con cuentas no
con Alá sino en algún lugar secreto, al que ya dieron muerte o dada su farsa.
Azules celestes de paraísos perdidos y rojos hacedores de nuevos mundos, se revuelcan
en el mismo estiércol de las negrísimas llamas del infierno humuoso1, y el celeste cielo
se confunde con el hacinarse en yo qué sé coplas ruidosas, alrededor del estiércol. Es
cuando Dios y Diablo son lo mismo; ni importa que alguien intente acomodar los pies
1 De humus en latín, que significa tierra.
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en el agua sin tirarse en la piscina, sin saber nadar, pero no haciendo lo que él cree es
locura. Ruido, tierra que es infértil.
La Democracia es como el símbolo del hombre del hoy, de Occidente, sin preguntarse
que no es más que otra arma; que no es sólo idealismo, sino el subterfugio de los
bandidos que van por las cloacas como los del palacio para acuchillar diosas vendadas y
ciegas; que se atrincheran en sí mismos como cuando hablamos de pueblo y por él
hacemos lo que el bandido y el arácnido estadista prepara en el despacho. No hay mujer
pura, ni del todo puta, que le valga la pena o la ira al varón prepotente, sin salida para su
adrenalina de años de biología y antropología machista. Así, hemos derivado en una
simplificación de las cosas, maniqueísmos insanos; así, ni siquiera estas palabras no son
más que ruido: es una melodía que está mal tocada.
Cuando decimos, por voz de nuestro legítimo líder, que las cuchillas no cortan, hacemos
que las armas sean juguetes en manos de los locos; cuando decimos que ellos son
demonios, permitimos que entren Judas. Cuando sentimos el brazo fuerte, y lo lanzamos
hacia la destrucción. Cuando la civilización es barbarie, y la barbarie es liberación. Algo
hemos hecho mal, para alejarnos tanto del voto, al boto de estupidez de quienes se creen
inteligentes y demuestran su poco intelecto. O peor, cuando se hacinan en su propia y
discreta cortina de estupideces y sandeces, de gran lucidez, para que no vean su
diabólico pensar, queriendo ver luz celeste en la llama infernal, o la ruptura ígnea
justiciera que ha de traer el paraíso de igualdad total. Porque todo mal sistema está
condenado al fracaso, pero que el ideal esté ya condenado es ominoso. El ideal de
Democracia sucumbe a su propia oligarquía o a la tiranía; y sobre todo, a su
demagogia, que esconde las otros dos felonías menos trágicas que ésta.
Si he de catalogar a día de hoy la política del mundo y sobre todo de este país, sería la
de la Demagogia. En el extremo, en el que pendemos, al punto de caer por el barranco
sin saberlo; en el momento que podría truncarse hacia un camino de dolor y farragosa
tragedia. Parece que por mucho que nos digan que aprendamos de esto que es la historia
(¿es que vale para algo?, ¿no será que sólo les vale para su propia apología, sin ir más
allá?); si es que Atenas, ¿no fue tan prepotente como la actual Alemania o la Gran
Bretaña del s. XIX, o la Francia de la posguerra?; si es que Roma ¿no fue tan Imperio
como se enmarca EE.UU o como extienden sus provincias-países la UE?, ¿o si Rusia
quiere revolverse en otro Imperio Bizantino, al retornar a las líneas que redujo al caer su
Imperio Soviético?; ¿o si China juega con el ajedrez como viejos emperadores?, ¿o
India se convertirá en un país civilizado o seguirá en las castas, dormida en sus viejos
dioses, en Buda, incienso, y miseria por debajo de las nubes ideales?
Aún mira Occidente con el mismo desprecio, llamando de locos a los que ahora
toquetean sus limes. Y tenemos un mal mayor que todos aquellos que consideramos no
ciudadanos romanos, como si ahora los ucranianos no hubieran sido nunca parte de
Rusia o la URSS, como si ahora Alemania hubiera sido siempre civilización…, o si
Judea hubiera sido siempre leal; pero todas estas cosas son nimias con el griterío de la
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demagogia; el peligro que se esconde en el ruido, es incluso peor, peor el espejismo que
la realidad.
Si la belleza de la foto de una flor, una rosa roja, consigue que todos se queden
mirándola sin observar lo que está detrás de la escena, incluso poniendo una pared de
por medio, hará que no veamos el napalm quemándola. Si vemos a una niña inocente,
pero no vemos la maldad, acaso erremos por el doble; conseguiremos, tapar el todo en
el detalle mínimo: de que mereció la pena... Es la misma inquina que la demagogia.
Ruido.
¿Acaso si fuéramos ciudadanos romanos, no diríamos lo mismo de todos esos
pobladores primigenios que ahora, supuestamente, después de las armas, la sangre y el
sometimiento, viven en el roman way of life? Pero Vietnam sigue siendo parte del limes,
entre la barbarie del Eje del Mal y de los justos occidentales y/o aliados de EE.UU.
Olvidada. Mas, es sólo otro país lejano, arruinado y en mal estado por sus corruptos
gobernantes…, del Tercer Mundo: quizás, escenario de película de peleas gringa.
No es otro argumento lastimoso. Es que no nos importan éstos hasta que el ruido, el
aliado, o mejor dicho, la esencia demagógica, bombardean en torno a éste.
Hasta que un cura, suicida por “tratar a los negritos”, pide ayuda porque Dios no tiene la
fuerza que, hasta que llegó el Ébola a su cuerpo, pensaba que le concedía; por recordar,
y gracias a él, trayendo al grillar tertuliano, dedicado a la profesión grillos, repite que
existe el África negra, donde con cierto, ¿idealismo?, está lleno de negritos temerosos
del ébola. Aunque, quizás, el gaytrinar de tanto grillo, nos haya traído un minuto de
atención a “estas perfectas democracias dedicadas a proteger el mundo”,
imperfectamente…, y que nos olvidaremos cuando le interese al ruido.
El peor enemigo de las democracias es el ruido. No son el Tercer Mundo, ni siquiera
fantasmas de la URSS o una China que araña con piel de serpiente los cimientos
económicos. Un pueblo que se deja en sus ensoñamientos y/o en el ruido, será otra
Roma del s. V que con mirada tranquila observa cómo un germano se hace realmente
rey de ésta, e incluso se sigue creyendo que aún aquella sombra de Imperio romano
permanecerá en pie, o que ya conociendo antes de su caer real, predice simbólicamente
que ya cayó mucho tiempo atrás y se resigna.
Hipócritas cobardes: ni siquiera defendéis como hombres libres lo que no defendisteis
como ciudadanos. Os han lobotomizado el coco. Bueno, quizás nos hayamos
lobotomizado unos a otros, con tanta guerra ruidosa. Estaremos sordos.