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La divulgación científica Vladimir de Semir

La divulgación científicaubicua.cua.uam.mx/pluginfile.php/126763/mod_resource/... · 2020. 10. 9. · La divulgación científica Disponibilidad 0 109 págmas visibles del título

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  • La divulgación científica Vladimir de Semir

  • La divu lgación científica

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    TEMAS:

    CLASIFICACIÓN DE

    LA BIBLIOTECA

    DEL CONGRESO:

    Vladimir de Semir

    9788491151950

    9788491151950

    Editorial UOC

    Science publishing . Publicaciones

    científicas . Sc1entific literatu re ,

    Bibliografía científica

    Z285.S4

    e 24 págmas til•l) 0JSJ)(lfilble

    EDICIÓN:

    VOLUM EN:

    IDIOMA:

    #DE PÁGINAS:

    MATERIA:

    CLASIFI CACIÓN

    UNIVERSAL

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    Spanish

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    Ciencia

    001

    NÚMERO DECIMAL

    DEWEY:

    070.5

    "" Disponible

  • La divulgación científica

    Vladimir de Semir

    ' EDITORIAL UOC

  • Diseño de b 'oletdh1n11: enem 201(1 Pnmcr..t c..-dJOón en form~uo Wgtt'.&l: cocro 2016

    O\ ladiout de Semir. del texto

    () Editorilll t..:OC (Ohcrto UOC f'ub~slúng, SL) de estll ed.oón, 2016 Rambla dcll'oblcnou. 156. 1)8018 Bon::clon:o hnp://""""cditorialuoc.oom

    Realv.acióo rditocial: Obcr~• UOC Publisb.i.ng, Sl.

    1SB~: 97S.84-9116-195-()

    l\~111§/lUI pune df tila pttb/u:Q~iOII. uu/Nulo ti dtlti~ #llff"l J lo rN.bt~l'lt.J. fNtttk kt' trJ~cada. rtprwlw~ida, t~lmf4·e,t.td.'l # lltiiiJIIIititk1 tk lftRjllltd for1114, 111 por 1t111,fi11 NNdiu.. 1et1 lift e/l;.·tna~. t¡NÚI!tliJ, l'llttiÍni, •• l#pti:». ,plxuilin,fottKtJpia. o CNak¡Nitr tJiro .. ri11/a pntid lllllt»izo.?_.fm tHrila dt 1M fiiNiartl átl wpyri~hl

  • Autor

    Vladimir de Semir Yladimir de Semir es periodis ta, direc tor del másrer de Comu-nicación científica de la Barcelona School of Managcment, de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), y presidente del consejo asesor y del consejo social del Ce.nrro de Esrudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad de la UPf. Miembro del comité cien-tífico de la red mundial Publit· Communicatio11 tlj Stiem't & Ted;!lo-logy.

  • Qué quiero saber

    Lectora, lector, este libro le interesará si quiere sa-ber:

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    Qué es la divulgación científica . Cómo está vinculada la divulgación a la historia de las ciencias. Cuál es su relación con la educación, la comuni-cación v la cultura científicas. Cuáles son las claves de una buena divulgación . Quiénes son los principales actores . Cuáles son los aspectos discursivos más relevan-tes de la divulgación. Qué papel desempeña la divulgación en la socie-dad del conocimiento.

  • , In dice

    Qué quiero saber 7

    LA DIVULGACIÓN CIENTÍFICA 11 Divulgación 11 Un género literario 12 Cultura científica 14 Comw1icación pública de las c1encias 18 Ciencia comwlicada 21 Un Diálogo c¡ue marcó el camino 24 Transmitir el conocimiento 27 La edad de oro 30 Astrónomos divulgadores 34 Camille Flammarion 3 7 Josep Comas i Sola 39 Carl Sagao 42 Divulgación y educación 46 Hacer saber 49 Una realidad discursiva 52 El encuentro entre dos mundos 53

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  • Creadores de un sentido ético 56 Saber y explicar 58 Contextualización frente a simplificación 61 Calidad frente a cantidad 64 Divulgación frente a banalización 66 Creatividad 69 Ciencia, cultura y sociedad 72 Un valor añadido 77 Complejidad 80 Com1111icabi/idad y divulgación 82 Valores culturales 84 Promoción social de las ciencias 89 Sociedad del conocimiento 91 Saber y poder 94 Talemo, tecnología y tolerancia 96

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    LA DIVULGACIÓN CIENTÍFICA

    Divulgación

    Alguien me pide una explicación de la teoría de Einstein. Con mucho entusiasmo, le hablo de tenso-res y geodésicas tetradimensionales.

    -No he entendido una sola palabra -me dice, es-tupefacto.

    Reflexiono unos instantes y luego, con menos en-tusiasmo, le doy una explicación menos técnica, con-servando algunas geodésicas, pero haciendo interve-nir aviadores y disparos de revólver.

    - Ya entiendo casi todo - me dice mi amigo, con bastante alegría-. Pero hay algo que todavía no en-tiendo: esas geodésicas, esas coordenadas .. .

    Deprimido, me sumo en una larga concentración mental y termino por abandonar para siempre las geodésicas y las coordenadas; con verdadera feroci-dad, me dedico exclusivamente a aviadores que fu-man tnientras viajan con la velocidad de la luz, jefes

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    de estación que disparan un revólver con la mano derecha y verifican tiempos con un cronó1netro que tienen en la mano izquierda, trenes y campanas.

    - Ahora sí, ¡ahora entiendo la relatividad! - excla-ma mi amigo con alegría.

    -Sí - le respondo amargamente-, pero ahora no es más la relatividad.

    Ernesto Sábato Uno y el Universo, 1945

    Un género literario

    El Dit:áonario de la lengua española, la obra de refe-rencia de la Real Academia Española, define divulgar como «publicar, extender, poner al alcance del pú-blico algo». WordReference, uno de los diccionarios en línea de traducción más utilizados, añade a los an-teriores el concepto de («acción o efecto de divulgar>>, primera acepción) tiene en el Wikcionario - el diccionario libre basado en la tecno-logía \viki (filosofía de acción cultural colaborativa e interactiva)- una segunda acepción, que la defme co-mo «género literario o en general artístico que trata de dar a conocer al público general conocimientos

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    científicos o culturales». En la lengua francesa se uti-liza el término vuigarisation como una fonna de difu-sión pedagógica del conocimiento que busca poner el saber al alcance de un público no experto. Y en lengua inglesa se usa popularization para referirse a ha-cer algo accesible, atractivo y popular para el público en generaL

    La divulgación científica es un género literario y artístico que, con amenidad y rigor, extiende, propaga, recrea, reconstruye y recontextualiza -discursiva y culturahnente- el conocimiento con diferentes niveles de cotnprensión en función de los diversos públicos a los que va dirigida.

    Para ello utiliza todas las narrativas de la transmi-sión informativa y cultural, desde la literatura hasta la museología, con todos los soportes que permiten las diversas artes y tecnologías de la información y la comunicación: conferencias, libros, periódicos, ra-dio, televisión, teatro, cine, webs, blogs, redes socia-les, exposiciones y museos. Todos los géneros que nos brinda la comunicación son adecuados, aunque unos requieran 1nayor complejidad que otros. N ove-la, poesía, ensayo, reportaje, entrevista, documental, obra teatral, película, fotografía, infografía, juego in-teractivo .. . , todos son vehículos aptos para la divul-

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    gación científica, que puede tomar la forma de una biografía, una obra de ciencia ficción, una tertuliara-diofónica, una pieza de teatro, un relato histórico ... , incluso de una novela policíaca, sin olvidar un post o un simple tuit. Todos los caminos pueden ser reco-rridos y útiles, pero siempre teniendo en cuenta que saber y explicar no son lo mismo. La clave está pre-cisamente en la capacidad para divulgar, con lo que llegamos a una defmición mucho más sintética:

    Divulgar es el arte de explicar el saber.

    Cultura científica

    Divulgación científica es un concepto que ha sus-citado diversas definiciones y connotaciones cultura-les y sociales a lo largo de la historia. Estas son en síntesis algunas etapas de su evolución contemporá-nea una vez que Sócrates (470-399 a. C.) nos dejó marcado el camino: «Es muy importante conocer la explicación de cada cosa».

    Aldous Huxley (1963) fue uno de los primeros en definir en tiempos modernos la popular sáence como «una nueva forma de arte, que participa al mismo

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    tiempo del libro de texto y del reportaje, del ensayo fllosóflco y de la prospectiva sociológica».

    Antonio Pasquali (1971) distingue entre di?;ulgar, difundir y diseminar.

    • Divulgar es transmitir al gran público, en lengua-je accesible y decodificado, informaciones cientí-ficas y tecnológicas.

    • Difundir es la tarea del investigador de transmitir al público los conocimientos sobre su disciplina científica.

    • Diseminar es enviar mensajes elaborados en len-guajes especializados a receptores selectivos y res-tringidos.

    En la adopción de estos tres términos se respeta al máximo su sentido primario: divulgar por vulgarizar y hacer accesible al público; difundir, como derramar o desparramar libremente; diseminar como sembrar selectivamente en el lugar más apropiado. Natural-mente, los tres conceptos admiten muchos otros ma-tices y con el tiempo incluso se han ido entretnez-clando.

    Philippe Roqueplo (197 4) defme la divulgación científica como toda actividad de explicación y difu-sión de los conocimientos, la cultura y el pensamien-to científico y técnico, dirigida a un público masivo no especializado. La tarea primordial de la divulga-ción no es la de transtnitir el saber científico, sino la de facilitar la representación social de este saber.

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    Considera que el divulgador es un

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    cas, para que una vez transformado cumpla una fun-ción social dentro de un contexto distinto y con pro-pósitos diferentes para cada determinada comunidad cultural.

    Para el especialista argentino hay que preguntarse además de qué manera la sociedad percibe los múlti-ples impactos; cómo se vincula con el ámbito cientí-fico-tecnológico; qué piensa sobre los resultados de la aplicación del conocimiento; cómo asume el ries-go que entraña el desarrollo de ciertas tecnologías; de qué fonna dirime las controversias que la investiga-ción científica produce; cómo se apropia del conoci-miento generado; cuánta confianza tiene en los cien-tíficos y especialistas; cuánta información científica fluye socialmente; qué tipo de conocimiento cientí-fico debería ser incorporado; qué actitud se adopta frente al sistema científico local... y otras preguntas por el estilo que se pueden seguir formulando. Son interrogantes que, con mayor o menor éxito, la bi-bliografía de la 1nateria intenta responder desde hace muchos años.

    Las preguntas anteriores están formuladas en un campo de estudios que ha ido cobrando forma bajo la denominación de «percepción pública de la cien-cia» y también como «cultura científica», aunque en esta asociación terminológica perdura una distorsión que entorpece algunos análisis sobre los fenómenos involucrados y sobre la cual prácticamente ningún es-pecialista ha podido transitar sin topar con dificulta-des.

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    El concepto de percepción pública remite al proceso de comunicación social y alunpacto de este sobre la formación de conocimientos, actitudes y expectati-vas de los miembros de la sociedad sobre ciencia y tecnología.

    El concepto de cultura cientijic:a tiene una raíz y una composición más compleja, atribuible como un as-pecto más estructural de la sociedad, si bien cierta literatura de las últimas décadas la ha tomado como sinónimo de aquel.

    No obstante - estima Polino- , estos y otros térmi-nos asociados, aunque parten de esquemas interpre-tativos y tradiciones cognitivas diversas, se encuen-tran estrechamente vinculados, por lo que su trata-miento conjunto conduce a un análisis y evaluación más comprehensivos acerca de cuán científicamente orientada se encuentra una determinada sociedad en un momento histórico dado.

    Comunicación pública de las ciencias

    Atendiendo a todos estos antecedentes y premi-sas, es posible indicar que la relación entre la ciencia, la tecnología y la cultura de una sociedad puede leer-se en tres planos o niveles de análisis:

    • El nivel institucional de la sociedad, según el cual se considera la existencia de instituciones y dife-

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    rentes expresiones de prácticas científicas en es-feras de la sociedad que no están necesariatnente vinculadas en primera instancia con la ciencia ni con la investigación. El nivel de los procesos sociales que se desarrollan en la intersección entre el sistema científico-tec-nológico y el público en general, donde discurren la participación ciudadana en la toma de decisio-nes, los procesos de información y comunicación y divulgación científica, diversas interacciones de-rivadas de conflictos sociales en torno a las aplica-ciones de conocimiento científico y tecnológico, etc.; ambos niveles implican una mirada socioló-gica y política de por sí. El tercer nivel centra más bien su foco de aten-ción en el individuo «aislado», en tanto que se re-fiere a la percepción que este tiene de la ciencia y la tecnología, en cuanto a contenidos, procesos e intereses en juego, y, por lo tanto, implica valora-ciones, expectativas, imágenes y evaluaciones in-dividuales.

    En sociedades en las que la divulgación científi-ca tiene una tradición - por lo menos de dos siglos de antigüedad- con un desarrollo y una historia sin rupturas, se puede indagar en las connotaciones de la palabra usada para referirse al hecho de la divulga-ción del saber.

    Por ejemplo, en el área francófona se impuso el término vuigarisation, que lleva el lastre del prejuicio

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    degradador: en el orden cognitivo porque los cono-cunientos de una minoría especializada y culta inevi-tablemente se desvirtúan al pasarlos al lenguaje de la vida corriente; y en el orden social por el clasis1no que implica dividir la sociedad entre una minoría cul-ta y especializada y una mayoría lega, «inculta», inclu-so 1gnorante.

    En el área anglosajona el término adoptado,popu-larization, está despojado de esta carga peyorativa y se considera más en consonancia con la aspiración democrática, que estimula la información del ciuda-dano para que este logre un mayor poder de decisión y de autono1nía.

    Actualmente, el proceso democratizador de las sociedades occidentales -incluso de algunas orienta-les- ha impulsado el planteamiento de la divulgaáón cient(jica como r,:omunicación neceJaria para la formaáón del ciudadano. La razón: la ciencia está estrechamente im-bricada en la sociedad y determina muchos aspectos esenciales de la propia sociedad. La ciudadanía ha de saber cómo influye en sus vidas, cómo debe utilizarla y, llegado el caso, cómo controlarla.

    Hoy ya no se enuncia la divulgación solamente desde un punto de vista que podríamos calificar co-mo tradicional sino que se habla de

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    ción» social y cultural- con la expresión outreach y con el denominado public engag·ement, que persigue una co-municación pública vinculada con la extensión y el compromiso con la comunidad en busca de la parti-cipación y de la complicidad ciudadana. Para Fayard, con la comunicación pública de las ciencias vamos más allá del hecho de adaptar -simplificando y ex-plicando- un conjunto de conocimientos científicos, técnicos u otros para hacerlos accesibles a un no es-pecialista. E n efecto, la comunicación pública de las ciencias engloba en su proble1nática la divulgación, pero aporta elementos nuevos. Uno de los más fun-dalnentales es que toma en cuenta el punto de vista y las representaciones particulares de los no especia-listas a los que se dirige. Pasamos, en definitiva, de una divulgación unidireccional (inyectiva, en térmi-nos matemáticos) a una divulgación bidireccional (y, por tanto, biyectiva).

    Ciencia comunicada

    La metodología científica que nos legó Galileo (1564-1642) se basa en llegat a una tesis (un cono-cimiento nuevo e inédito) a partir de unas hipótesis (conocimiento adquirido preexistente) por el ineludi-ble camino de la demostración y de la experimenta-ción. Una de1nostración o experimentación contras-tada, reproducible y fmahnente comunicada: «lo que

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    se dice es siempre consecuencia de algo que se ha dicho antes». E n efecto, la ciencia es intrínsecamen-te comunicación, comunicación entre homólogos. La divulgación también es comunicación, pero asimétri-ca: del que sabe al que no sabe o al que sabe menos. Una información que se extrae del estricto ámbito científico, que se adapta discursiva y culturalmente, y que se transmite y disemina entre diversos tipos de públicos de forma que estos puedan entender, asimi-lar y disfrutar del nuevo conocimiento.

    El filósofo jonio Anaximandro de J\tlileto (610-54 7 aC) es considerado el primer científico de la his-toria, ya que es el que inicia el uso de la experimen-tación como método demostrativo. El astrofísico y gran divulgador Carl Sagan (Cosmos: un viqje persona~ recuerda que «los antiguos jonios fueron los prime-

    " . . . ros, segun nuestro conoclffilento, que arguyeron sis-temáticamente que las leyes y fuerzas de la naturale-za, no los dioses, son responsables del orden e inclu-so de la existencia del mundo. Sus puntos de vista, como los resumió Lucrecio, eran: "La naturaleza li-bre y desprovista de sus altivos señores se ve co1no actriz espontánea de todas las cosas sin intervención de los dioses"».

    Precisamente, el gtan poeta romano Tito Lucte-cio Caro (99-55 a. C.) es citado también por el pro-pio Carl Sagan como el primer divulgador científico de la historia gracias a su poema didáctico De rerum natura («Sobre la naturaleza de las cosas»). Lucrecio nos legó su poetna épico con la intención de explicar

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    cómo funciona el mundo y con la expresa voluntad de liberar a los humanos del miedo. Conocimiento, capacidad de elección y espíritu crítico. Observación, razonamiento y comprensión. Ciencia, cultura y sa-biduría ... para combatir la ignorancia, el dolor y para superar sobre todo los temores provenientes de los dioses. Este poema clásico es considerado como un precursor del intento de hacer comprensible la vida y como un relato intuitivo y prospectivo de la evo-lución de las ciencias modernas. Dice Lucrecio: «El universo se renueva siempre, y se prestan la vida los mortales; crecen unas especies y se acaban: y en poco tiempo las generaciones se 1nudan y la antorcha de la vida cual ágiles cursores se transmiten».

    De rerum natura tuvo una gran repercusión en la Antigüedad y en la Edad Media, y marcó el camino de la razón de los padres del conocimiento científico, Galileo y Newton, fundadores del método científi-co. Educación y cultura. Ciencia y conocimiento. Ra-zón contra superstición y contra la 1nistificación gra-cias a la divulgación del pensa1niento. «De rerum na-tura es un manuscrito olvidado y rescatado que con-tribuyó a crear el mundo moderno y que ha ejercido una considerable influencia sobre una línea de pen-sadores que va de Giordano Btuno a Montaigne has-ta Freud y Einstein», según Stephen Greenblatt, pro-fesor de Humanidades de Harvard y premio Pulitzer 2012.

    En efecto, De rerum natura fue una de las muchas obras de la literatura clásica que se perdieron, pero

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    pudo ser felizmente recuperada muchos siglos des-pués. E n 141 7 el humanista (y calígrafo) italiano Pog-gio Bracciolini, en un viaje extraordinario por con-ventos y monasterios alemanes a la búsqueda y co-pia de antiguos manuscritos desaparecidos, encontró una copia del poema según parece en la biblioteca be-nedictina medieval de la abadia de Fulda. Una aven-tura de las ideas entre las muchas que marcaron una época, el Renacimiento, y que es una lección - la re-vitalización cultural de mentes abiertas frente al dog-matismo medieval- para nuestro presente y sobre to-do para nuestro futuro. De rerum natura es una obra cumbre de la literatura de todos los tiempos: «Los versos del sublime Lucrecio perdurarán mientras lo haga el mundo», proclamó Ovidio.

    Un Diálogo que marcó el camino

    La divulgación de las ciencias, como género lite-rario, cotnenzó en los siglos XVII y XVIII. Es 1nuy di-fícil citar un título y una fecha como el primero, pe-ro hay coincidencia en señalar que una obra indiscu-tiblemente precursora de la divulgación es el Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo, tolemaico e coperni-cano (1632) de Galileo Galilei, escrita en lengua vul-gar y en forma de diálogo/ debate entre tres perso-najes: Salviati, que representa las opiniones de Gali-leo y defiende el para la época revolucionario coper-

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    nicanismo (heliocentrismo: la Tierra gira en torno al Sol); Sagredo, que hace las preguntas y se deja con-vencer por Salvia ti, y Simplicio, que defiende la teoría entonces ampliatnente aceptada y dominante basada en la herencia clásica de Aristóteles y Ptolomeo (geo-centrismo: la Tierra permanece inmóvil mientras el Sol gira en torno a ella) y en cuya boca pone Galileo los argumentos del papa de la época: Urbano VII.

    José Manuel Sánchez Ron, historiador de la cien-cia y académico de la Real Academia de la Lengua, ha señalado que

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    Copérnico por lo que su autor recibió en 1633la con-dena de la Inquisición ro1nana».

    La voluntad divulgadora de Galileo la emprendió muchos años antes de su famoso Diálogo y la dejó ex-plícitamente escrita en una carta, que envió a su ami-go el canónigo Paolo Gualdo, fechada el 16 de junio de 1612, y en la que le anunciaba la publicación de un opúsculo sobre las observaciones realizadas con las manchas solares: >. ¡Galileo inventó la divul-gación!

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    Galileo con su Diálogo sobre los dos siJtemas del mundo, ptolemaico y copernicano (1632) y Darwin con su El ori-g·en de las especies (1859) seguramente pueden ser con-siderados como los científicos que más han revolu-cionado el pensamiento en la historia de la humani-dad. El primero, probando científicamente las tesis filosóficas previas de Copérnico (1473-1543) por las que nos somos el centro físico del mundo, y el segun-do, demostrando que no tampoco somos el centro o núcleo biológico de la evolución sobre el planeta, solo un eslabón más.

    El también astrónomo Johannes K.epler (1571-1630), por su parte, es considerado co1no el primer autor de una obra de ciencia ficción -otro gé-nero dentro de la divulgación- por su Somnium («El sueño»), que su hijo Ludwig mandó imprimir en 1634 después de su muerte y que fue escrita en latín bas-tantes años antes. E n ella I

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    miento científico al público, a la que siguió casi inme-diatamente Philosophü'Cll Transactions (Londres, marzo de 1665) y cuyo título deriva de la expresión natural philosopl¿y (filosofía natural), que por aquel entonces era el equivalente de lo que hoy conocemos genéri-

    . . camente por c1enc1a.

    Paralelamente, con la irrupción de la prensa en la vida cotidiana de las grandes ciudades, a partir del si-glo XVII la divulgación científica se abre camino en los diarios, primero de la mano de científicos que sienten la necesidad (y el placer) de divulgar y poste-riormente de la mano de periodistas.

    Aunque los orígenes se retnontan a las Acta diur-na de la Rotna de Julio César, que se componían en piedra tallada y 1netal y se colgaban en lugares cén-tricos de la ciudad para que los ciudadanos las pu-dieran ver y leer, la prensa como la conocemos hoy nació y se extendió gracias a la imprenta, y alcanzó una periodicidad regular en Europa y América a par-tir del siglo XVII. Previamente, fueron muy habitua-les los llamados «panfletos de noticias», que apare-cieron en Inglaterra, Francia, Alemania ... , y quepa-ra muchos autores son los primeros mass media de la historia. Aparecían cuando había noticas relevantes o sorprendentes - sensacionalistas, diríamos hoy- que comunicar y eran iniciativa de muy diversos indivi-duos y colectivos, muchas veces con un claro carácter político o ideológico. Entre ellos se conservan pan-fletos con temas científicos, que merecen la atención

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    de la época por ser sucesos extraordinarios o even-tos inusuales, por ejemplo: The Wonders of this Windie Wind, en el que se da cuenta del duro y extraño in-vierno de 1612-1613, en el que se produjeron fenó-menos meteorológicos extremos, o S trange Newes of a Prodigious Monster, en el que se da testimonio de ex-pertos que autentifican la información del nacimien-to de gemelos siameses (ambos publicados en Lon-dres en 1613). Evidentemente, igual que ocurre hoy, los desastres naturales siempre tuvieron una especial atención, también en aquellos tiempos, como es el caso del panfleto T rue and Exact Reiation of the Late Prodigious Eartquake, en el que se narra la devastadora erupción del monte Etna en Sicilia (Londres, 1669).

    Bernard Le Bovier de Fontenelle (1657-1757) es un autor realmente precursor de la divulgación jun-to con GaWeo con su Entretiens sur la pluraiité des mon-des, obra publicada en 1686, en la que, siguiendo la técnica divulgativa de GaWeo, se establece una cu-riosa conversación entre un filósofo y una 1narquesa con relación al cielo estrellado. Fontenelle se formó con los jesuitas en Rouen (Francia) y escribió nota-bles obras de historia y filosofía de las matemáticas y de las ciencias, en las que refleja admirablemente el mundo científico que le tocó vivit. Hay que resaltar que Fontenelle -al que le faltó un mes para llegar a centenario, algo excepcional para la época- en su En-tretiens hace referencia explicita a

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    vez al mundo sabio y a la gente del pueblo». ¿Es esta la primera definición de la divulgación de la historia?

    E n esta síntesis histórica de la divulgación cien-tífica, hay que recordar que fue precisamente el dar respuesta a la necesidad del público por conocer las maravillas de la ciencia y de la técnica la razón que llevó a Diderot y a D' Alembert a concebir la primera gran E nryclopédie (1751-1772), a demanda del editor Le Breton.

    La edad de oro

    Bernadette Bensaude-Vincent, profesora de His-toria y de Filosofía de las ciencias de la Universidad París 1 (Pantheon-Sorbonne), sitúa en la segunda mi-tad del siglo XIX la defmitiva emergencia de la divul-gación científica en todas sus formas como un géne-ro destinado ya definitivamente a un público de ma-sas. Conferencias, libros, revistas, exposiciones, pla-netarios, museos, observatorios, jardines botánicos y zoológicos ... , las iniciativas florecen y se multiplican en muchos países al mismo tiempo.

    Los gabinetes de curiosidades surgidos de las ex-ploraciones y descubrimientos de los siglos XVI y XVII dan paso a 1nuseos científicos. E l Ash1nolean J\tluseum de O xford es considerado el primero (1683) que desarrolla una colección reglada de historia na-

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    tural a partir del gabinete de curiosidades que había reunido el anticuario Elias Ashmole con los objetos procedentes de otros coleccionistas y viajeros de la época. El J\!Iuseo de Ciencias Naturales de J\!Iadrid se funda en 1771, el de París en 1793, el de Londres en 1881, el de Barcelona en 1882 y el de Viena en 1889. Las exposiciones universales que nacieron en 1851 (Londres) son también el reflejo de esta voluntad e impulso por dar a conocer al gran público los avan-ces científicos y tecnológicos de la época.

    El período comprendido entre 1870 y 1900 pue-de ser considerado como la «edad de oro» de la di-vulgación científica, en la que coincide un deseo de mostrar y un deseo de saber. Conferencias, libros, re-vistas, museos ... , la divulgación científica alcanza de-fmitivamente su mayoría de edad y estatus cultural.

    Un placer por saber, al que da respuesta la divulga-ción del conocimiento. Este último aspecto es esen-cial, pues en contra de lo que significan los libros edu-cativos - o incluso los estrictamente científicos, de ca-si obligada lectura por parte de los pares científicos- , los libros de divulgación no poseen un público cau-tivo. El público es libre de comprar o no, de leer o no, como lo es de ir a una conferencia o no o como lo es hoy en dia de comprat una revista u otra, de leer una noticia periodística o no, o de mirar un programa de televisión u otro, o de ir a un museo o de nave-gar libremente por internet. La divulgación permite el acceso libre al conocimiento.

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    Es muy relevante recordar que desde mediados del siglo XIX el libro científico contribuye a la indus-trialización e impulso del mundo de la edición, y que desetnpeña un papel fundatnental en la creación de grandes grupos como Hachette y Larousse en Fran-cia y Mc1viillan en Inglaterra. Así nació por ejem-plo la editorial francesa Flammarion: el astrónomo, escritor, conferenciante y divulgador prolijo Camille Flammarion publica en 1880, gracias a la iniciativa de su hermano Ernest, su AJtronomie populaire, que alcanza una venta global en sucesivas ediciones de 130.000 ejemplares, un beJt Jellerde la época, todo un

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    récord cercano al que consigue Emile Zola con sus obras literarias de carácter social. El fenómeno se ge-neraliza en E uropa y tatnbién da lugar a la aparición de importantes publicaciones periódicas científicas, tanto en el campo de las revistas en las que los cien-tíficos publican los artículos relacionados con sus in-vestigaciones, como en el de las revistas de carácter divulgativo destinadas al denominado gran público.

    En este sentido hay que citar la revista británica Nature, que nació el 4 de novietnbre de 1869, fun-dada por el astrónotno N orman Lockyer y el editor J\tlcMillan y que se ha convertido hoy en una de las revistas científicas de referencia más importantes del mundo. La mayoría de las primeras ediciones de la revista contenían artículos escritos por miembros de un grupo que se autodenominó

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    Iniciado por Thomas Henry Huxley, el grupo esta-ba formado por científicos tan importantes como Jo-seph Dalton Hooker, Herbert Spencer o John Tyn-dall, además de otros. Todos eran fervientes partida-rios de la teoría de la evolución de Danvin, que en-tonces recibía grandes críticas de los grupos científi-cos más conservadores, como es bien conocido. El círculo del X Club - que se creó en 1864- actuó co-mo una auténtica red social avant la lettre para difun-dir y debatir el razonamiento científico darwiniano y luchar contra la intolerancia de pensamiento de la sociedad victoriana. Su lema era claro y taxativo: «de-voción a la ciencia, pura y libre, sin trabas por los dogmas religiosos». Sin duda, el espíritu de Lucrecio estaba presente en los miembros del X Club.

    Al otro lado del Adántico también se producen hechos similares. El 3 de julio de 1880 nace Science, una revista científica equivalente a Nature en Gran Bretaña, que creó el periodista John Michels con la colaboración fmanciera de Thomas A. E dison, quien tenía interés en una publicación en la que pudiera dar a conocer sus inventos. La colaboración de Tviichels y E dison duró apenas unos dieciocho meses, y fue luego otro gran inventor, Alexander Graham Bell, el que impulsó con Michels la tevista a pattit de 1883. Años más tarde, S cien ce se vinculó a la American As-sociation for the Advancement of Science (AAAS), de la que se convirtió en su órgano académico oficial a partir de 1900.

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    Previamente y en el campo de la divulgación, en agosto de 1848, nace en Estados Unidos Scientific Ameri~'Cln, que se ha convertido en la revista de al-ta divulgación más antigua del país. Se publica des-de entonces todos los meses ininterrumpidamente y hoy tiene muchas ediciones en otras lenguas del mun-do. E n junio de 1872, y en el otro extremo del nivel de divulgación, aparece Popular Science «para difundir el conocimiento científico a un público lego educa-do» (como señala en su primer número), que hoy tie-ne más de 1.300.000 lectores. E n la declaración de intenciones de su primer co1nentario editorial, la re-vista afirma que «hace siglos que se ha ido organizan-do la ciencia, los científicos tienen sus publicaciones en las que dan cuenta de sus trabajos originales, des-criben los procesos, se involucran en la crítica mutua y cultivan una literatura propia en interés del avance de las ciencias; en cambio la difusión de la ciencia es-tá muy imperfectamente organizada, aunque es cla-rrunente el siguiente gran objetivo de la civilización [ ... ] y este es nuestro gran propósito: contribuir a la difusión de la ciencia para un público generalista>>.

    Astrónomos divulgadores

    Una fecha sin duda histórica en la historia de la ciencia y la divulgación científica en el mundo occi-dental es el año 1837, en el que el astrónomo Fra-

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    n>. G racias a esta iniciativa, para la época, se publicaron las primeras informaciones derivadas de los debates en la Academia en el perió-dico Le Globe a cargo del padre del académico y ma-temático Joseph Bertrand. Este movimiento hacia la transparencia científica coincidió con la eclosión del dinamismo editorial y periodistico gracias a los avan-ces tecnológicos de la época, que permitieron la ela-boración tanto de libros como de diarios con mayor rapidez, a más bajo coste y con una distribución más amplia y eficiente.

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    zaban en su seno. Dos años más tarde decide dar a conocer estos debates a la sociedad.

    Los biógrafos de Aragó lo deflnen como un per-sonaje extrovertido, romántico y generoso. Orador apasionado con gran capacidad didáctica, de 1813 a 1846 ofrece cursos públicos de «astrononúa popular» que tienen un inmenso éxito. Hemos de pensar que en aquella época -en la que no existían los medios de comunicación que hoy conocemos, salvo libros y diarios-, las conferencias y cursos públicos eran una de las herramientas fundamentales de transmisión y vehículos de divulgación del conocimiento. Llegó a convocar aucliencias tan notables en sus conferencias que justiflcó la construcción de un amplio anflteatro en el Observatorio de París, una sala que podia aco-ger a ochocientas personas y que se llenaba en cada

    . / ocaston.

    Estos cursos populares le llevaron a redactar un manual divulgativo sobreAJtronomie populaire en cua-tro tomos que cotnpletó poco antes de su tnuerte -, dejó escrito- y que se editó póstumamente entre 1854 y 1857. En el prefacio de la obra, Aragó alude a Copérnico y Galileo, así como a la «elegante» capacidad de Fontenelle pata divulgar, y recalca su voluntad de «establecer la verdad de las teorías astro-nómicas modernas, sin necesidad de utilizar ningún conocimiento distinto del que se puede adquirir con una cuidadosa lectura de algunas páginas; creo que es posible exponer con eflcacia la astronotnía, sin dis-

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    minuir, casi me atrevería a decir sin degradar, sus más altas concepciones para hacerlas accesibles a perso-nas prácticatnente ajenas a las 1natemáticas».

    Camille Flammarion

    Esta fuerte tradición divulgativa que desde Gali-leo se sucede en el mundo de la astronomía tiene una inmediata continuidad en la figura de Camille Flaln-marion (1842-1925), que no oculta la directa influen-cia de Aragó en su pasión por la astronomía, hacia el que expresa su gran admiración al dedicarle su pro-pia Astronomie populaire de 1880 con estas elocuentes palabras:

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    muestra que la amenidad de la buena literatura de di-vulgación no está reñida con el rigor científico. En sus páginas, como en las otras muchas de su prolífica producción escrita, el entusiasmo de sus descripcio-nes seduce, cautiva y se contagia a sus lectores. Re-curre a la poesía y a la retórica, y utiliza un estilo em-pático que multiplica los superlativos y acumula las metáforas.

    En el preámbulo de Les étoiles et curiosités du áel (1881), la obra que publicó inmediatamente después de su Astronomie populaire, deja bien sentado que la ciencia no tiene por qué ser triste. Claridad, simpli-cidad y accesibilidad para un público amplio: «no es necesario tener una instrucción previa para leer y estudiar este libro porque hemos evitado emplear cualquier expresión que no sea comprensible, no hay ni matemáticas ni fórmulas». ¡En los siguientes diez años se venden más de cuarenta mil ejemplares de este voluminoso libro de 792 páginas que contiene 400 ilustraciones!

    Flammarion emprende una auténtica cruzada contra la ignorancia. Libros, cursos y conferencias destinados al gran público se suceden. Como en el caso de Aragó, las salas se llenan de personas que desean escuchar su visión del mundo a ttavés de la astronomía, y los diarios dan amplia cobertura infor-mativa tanto de sus obras como de sus disertaciones. Entre ellos, Le Siecle, que como otros incorpora el gé-nero del folletín en el que abundan los temas de di-vulgación científica. Relatos por entregas que tienen

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    la virtud no solo de ampliar la audiencia sino también de fidelizar a estos lectores.

    En 1866, la Sociedad de Conferencias del Bou-levard des Capucines de París incorpora a Camille Flammarion a su plantel de filósofos, críticos de ar-te, dramaturgos, políticos, científicos ... , que se pro-digan con una periodicidad fija. Estos eventos son lugar de encuentro de un público mundano, no tan popular como en otros espacios previos frecuenta-dos por el astrónomo, como era también la Asocia-ción Politécnica. Flammarion perfecciona los recur-sos divulgativos de sus conferencias y elabora pro-yecciones complementarias - una gran novedad en la

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    epoca- que convierten sus mtervenCiones en autentl-cos espectáculos. Las charlas divulgativas se convier-ten en grandes y amenos acontecimientos culturales. Conferencias, artículos en diarios y libros se retroali-mentan mutuamente. Flammarion se convierte en un personaje muy popular e influyente (es el encargado de uno de los pabellones de la Exposición U ni versal de 1889 en París dedicado a la astronomía), y, con el tietnpo, en una referencia mundial de la divulgación científica.

    Josep Comas i Sola

    Naturalmente, este fenótneno se reproduce en muchos otros lugares del mundo. Concretatnente

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    en España, otro astrónomo, Josep Comas i Sola (1868-1937), director fundador del Observatorio Fa-bra de Barcelona (1904), sigue la estela de Flamma-rion y se convierte en un gran impulsor de la divulga-ción. Autor también, entre otras obras, de una Astro-nomía (1935), se prodiga en artículos de prensa, sobre todo en el diario La Vanguardia desde 1893 hasta su muerte.

    J osep Comas i Sola recibió la influencia directa de Flammarion, tanto desde el punto de vista cien-tífico como divulgativo, y además de acabar siendo atnigos, Comás i Sola tradujo algunas de las obras de Flammarion que se editaron en España. Mantu-vieron una estrecha relación y larga correspondencia durante treinta y cinco años. A la muerte del astróno-mo y divulgador francés, Comas i Sola le dedica un extenso y sentido artículo-obituario en La Vanguar-dia, en el que, entre otras cosas, resalta que «no solo Francia, sino la humanidad, han perdido un espíritu eminente, acreedor deltnás profundo agradecunien-to por su obra de difusión científica no igualada por nadie, obra de elevación cultural a base de las gran-des conquistas de la. a.strononúa y de los inquietan-tes problemas filosóficos que plantea. el estudio de la Naturaleza».

    El trabajo de divulgación científica realizado por Comas fue prodigioso: escribió más de mil quinien-tos artículos, principalmente sobre astrononúa y filo-sofía científica. Comas, a lo largo de su vida, dio cen-tenares de conferencias, que unpartía en sociedades

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    culturales, ateneos, centros recreativos así como en el Observatorio Fabra. También fue uno de los impul-sores de la primera emisora de radio en Barcelona, Radio Barcelona EAJ1, en 1924. Además de interve-nir en su creación, participó en sus emisiones divul-gando conocimientos de astrononúa. La labor de di-vulgación radiofónica se hizo incluso, algunas veces, desde el Observatorio Fabra, como en una ocasión en la que Radio Barcelona emitió los comentarios de Comas i Sola mientras seguía un eclipse. Sus charlas radiofónicas llegaron a ser durante una época sema-nales. La radio, un nuevo medio de masas, había na-cido en el mundo también como excelente vehículo destinado a divulgar además de informar.

    N o hay duda de que la astronomía fue la madre de la divulgación científica, aunque muchos otros cam-pos también estuvieron en los orígenes, como por ejemplo obviamente el naturalismo y las abundan-tes sociedades conservacionistas científicas. Galileo marcó un camino que han seguido muchísunos as-trónomos a lo largo de los siglos, a los que se les fue-ron uniendo otros científicos: físicos, quúnicos, geó-logos, botánicos, biólogos ... Insignes «galileos» en to-dos los campos del conocimiento que han ido avan-zando en la necesidad de dat respuestas a la curiosi-dad y que al mismo tiempo han sido capaces de des-pertar la pasión de la humanidad por saber.

    En paralelo a esta evolución intelectual, el desa-rrollo tecnológico ha incrementado los soportes en los que se divulga el saber. A los libros, conferencias,

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    prensa y radio de las primeras décadas se les unió posteriormente la televisión y hoy internet, que es puerta de acceso a todos ellos, además de ser un me-dio en sí mis1no en las diferentes plataformas que ofrece: webs, blogs, Youtube y, en general, las redes sociales.

    Carl Sagan

    Sin duda la televisión ha sido y sigue siendo uno de los vehículos más poderosos al servicio de la di-vulgación científica. Un hito indiscutible sirve para ilustrar esta aseveración: Cosmos, un viqje personal, la se-rie de divulgación científica más vista de la historia, ya que se calcula que unos seiscientos millones de personas la han seguido en todo el mundo desde su estreno. Cosmos fue producida en 1980 por la cadena Public Broadcasting Service (PBS) norteamericana. Los dos primeros capítulos de la serie, de un total de trece - como suele ser habitual para cotnpletar un tri-mestre en antena-, ya se convirtieron de inmediato en el mayor éxito de la historia de esta cadena. Más de diez millones de personas la siguieton semanalmente desde un principio en Estados Unidos. Costó 8,5 mi-llones de dólares; fue filmada en cuarenta localizacio-nes de doce países; necesitó tres años para completar su producción e intervinieron 150 técnicos y exper-tos. Sin entrar a fondo en la interesante biografía de

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    su creador, Carl Sagan, hay que resaltar una vez más la importancia de que un científico y, en general, el mundo de la ciencia comunique y divulgue su trabajo, tal co1no hizo magistralmente uno de los - otra vez-más famosos astrónomos de la historia. (En 2014, la cadena norteamericana Fox estrenó una secuela yac-tualización: Cosmos, a Spacetime Ocfyssry, con el astro-físico Neil deGrasse Tyson como presentador-divul-gador, pero no ha tenido la repercusión mediática y cultural de la serie original de Sagan.)

    Antes de Cosmos, Carl Sagan había comenzado a ser muy conocido entre el público norteamericano porque en los años setenta se había convertido en un invitado frecuente del famoso The Tonight Show de Johnny Carson. El científico valoraba de esta mane-ra tan significativa su participación en este late talk show: «Tiene una audiencia de 1 O millones de perso-nas, es una enormidad, y no son lectores de S cien ti-Ji e American». Defendía así llevar la ciencia al públi-co. Para ello, Sagan poseía un don esencial: sabía si-tuar la ciencia en contexto, con lo que alcanzaba ni-veles extraordinarios de comprensión por parte del público, que quedaba -y sigue quedando- cautivado por su capacidad de adecuar su mensaje al nivel cul-tural de la audiencia, realizando una comunicación científica rigurosa pero compatible con la amenidad gracias a un eficaz discurso capaz de captar y des-pertar el interés del público. A menudo criticado por sus homólogos científicos debido a sus actividades de «popularizacióm>, que en aquella época se seguían

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    considerando mayoritariamente como algo no digno de un científico, Sagan consideraba que hay por lo menos dos razones por las que los científicos tienen la obligación de explicar lo que hacen: «La primera es porque es tremendamente apasionante poder co-municar a los otros la propia excitación que te gene-ra el conocimiento; y la otra porque es por simple y llano interés propio: la mayor parte de la fmanciación de la ciencia procede del público, y el público tiene el derecho a saber cómo gastamos su dinero. Si los científicos sabemos incrementar el interés del públi-co por la ciencia, hay muchas posibilidades de que acabemos teniendo 1nayor apoyo sociab>. (Abordare-mos más adelante esta vertiente «estratégico-política» de la divulgación científica.)

    En palabras de Carl Sagan: «La televisión es una de las más potentes herramientas de educación que se han inventado, particularmente para la formación científica. Tenemos una sociedad construida sobre la base de la ciencia y de la tecnología y que usa la cien-cia en cada uno de los intersticios de la vida; una cien-cia sobre la que el público, el ejecutivo, el legislativo y el mundo judicial poseen una muy pequeña com-prensión de lo que significa. Esta es una señal clara de un fututo incierto, desastroso. La ignorancia ge-neralizada de la ciencia es un camino suicida>>.

    ¿Cómo no había de ser eficaz el mensaje de Sagan? A los espec-

    tadores se les regaló una

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    mo combustible un cóctel único y explosivo: la voz de Carl Sagan,

    serena, honesta y enamorada de lo que narraba (en España, la del

    doblador José Maria del Río ejerció el mismo influjo mágico en

    nuestras mentes, sobre todo en las infantiles); la música evocadora

    de Vangelis; las maravillas del cosmos y de la curiosidad humana

    como temas principales y el modo poético y profundo con los que

    el divulgador decidió narrarlas. Gracias a este poderoso combusti-

    ble, nuestra propia nave de la imaginación voló hacia espacios in-

    mensos y fantaseó con las posibilidades del infinito, retrocedió mi-

    llones de años para comprender de dónde veníamos, se asombró

    de todo lo que quedaba por descubrir del mundo microscópico

    y admiró sus propios logros, preguntándose hasta dónde podría-

    mos llegar en el futuro gracias a ella. Sagan seguía una estrategia

    divulgativa infalible: empleaba sus experiencias personales como

    ejemplos, :apoyaba sus poéticas narraciones con hechos científicos

    y hacía que sus lectores sintieran una afinidad personal por los es-

    cenarios que les mostraba, reales o hipotéticos. Para esta última

    táctica no hay mejor ejemplo que el de la propia serie de televisión.

    Uno de sus aciertos es que no se trata solo de un docwnental «so-

    bre ciencia», sino también de una obra profundamente humanís-

    tica que homenajea el intelecto, la curiosidad, el pensamiento cri-

    tico y el inconformismo como vehículos para llegar a donde esta-

    mos. E n unos pocos miles de años estas capacidades, que todos

    los seres humanos poseemos, han empujado las fronteras de nues-

    tros conocimientos y han desvelado algunos de los engranajes del

    mundo para hacernos seres menos temerosos y más libres. CoJmoJ,

    en defmitiva, nos hace enorgullecernos de nosotros mismos.

    Había muchas formas de contárnoslo y Sagan eligió un estilo llano

    con el que le gustaba experimentar. En la introducción a una ex-

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    tensa entrevista publicada el 25 de diciembre de 1980 por la revis-

    ta Rolling Stone, el periodista Jonathan Cott comenzaba diciendo

    que el divulgador empleaba en la serie

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    ránea, su acumulación y su replanteamiento -y sobre todo su avance- lo convierte en una tarea de coln-pleja aprehensión. Partilnos de que en las sociedades occidentales la adquisición de conocimientos tiene un estatuto formal a través de la escolarización y de los estudios secundarios y superiores. En estos ám-bitos están presentes los libros de texto, las mono-grafías especializadas, los artículos de investigación sobre temas de disciplinas muy distintas. Esta es la etapa de formación: graduada, orientada y explicada por el profesorado, y sancionada por distintos mo-dos de evaluación.

    Los ciudadanos alcanzan así un mayor o menor grado de preparación, según sean las oportunidades y voluntades de cada individuo, pero fuera de este ám-bito de la educación, la enseñanza y el aprendizaje -reservado fundamentalmente a los años jóvenes- hay otras formas de adquisición de conocimientos que se desarrollan a lo largo de la vida de cada persona que entra con plena legitimidad en la vida cultural, social y política. Se trata de la adquisición de conocilnientos por vía informal, por mediación del entorno fruniliar y social, de la lectura de libros, revistas y periódicos, del acceso a toda clase de contenidos a través de los medios audiovisuales (internet, televisión, radio), y, en general, por la experiencia acumulada y la obser-vación constante. La oferta cultural cuenta además con obras de teatro, cine y series de televisión, activi-dades organizadas en bibliotecas, co1no las sesiones de los clubes de lectura de libros o los cafés científi-

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    cos y las conferencias, entre muchas otras opciones. Sin olvidar los 1nuseos de ciencia, que han tenido un papel crucial en todos los tie1npos desde su creación y especialmente en las últimas décadas, cuando mu-chos de ellos se han convertido en centros interacti-vos de ciencia, o han nacido directamente con esta condición.

    Hay que tener muy en cuenta un aspecto que siempre ha sido evidente empíricamente y que un es-tudio realizado en Estados Unidos ha confirmado (Falk y Dierking, 201 0): la educación formal solo es responsable de un 5°/o del conocimiento científico de la población, de modo que el resto del acervo se acumula a lo largo de los años de vida por la vía in-formal, desde lo que asimilamos sentados delante de la televisión a lo que aprendemos en una visita a un museo. Un aprendizaje continuado, la mayor parte de forma subliminal. Por esta razón, la difusión del co-nocimiento por todas estas otras vías no formales es crucial y es precisa1nente este el papel esencial que ha desempeñado la divulgación de las ciencias desde tiempo casi inme1norial, aunque con mucha mayor intensidad, estructura y continuidad en los dos últi-mos siglos.

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    Hacer saber

    La divulgación es una práctica comunicativa cuya fmalidad es poner al alcance y dar a conocer, hacer saber, un tipo de conocimiento. Este «hacer saber» implica:

    • que no es un saber innato, sino que se aprende en un medio determinado;

    • que este conocimiento se produce en ámbitos es-pecializados;

    • que hay unos actores sociales a quienes se les otor-ga el papel de difusores del saber.

    La divulgación, a diferencia de la enseñanza, se realiza de forma libre, fuera de las instituciones edu-cativas. Y sus actores son tanto los mediadores ( co-municadores, periodistas, animadores culturales) co-mo los mismos especialistas cuando actúan en los medios, o publican o interactúan ante públicos diver-sos. La actividad divulgativa se distribuye en distin-tos lugares y espacios de la vida social. E s un vehícu-lo para aumentar conocimiento, para actualizarlo con las novedades, impulsarlo, completarlo y hacer des-cubrir ottas ramificaciones y relaciones. También pa-ra ponerlo a debate y discusión en estrecho contacto con las necesidades y los intereses de la gente. Este último punto es importante: la aparición del discur-so divulgativo se da a partir de la necesidad social o

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    de la agenda cotidiana contemporánea y no por una progratnación académica preestablecida.

    La divulgación científica es una actividad primor-diahnente de orden cognitivo-epistétnico, puesto que tiene que ver con unos contenidos de saber, asociada a otros aspectos: el mecánico-espacial, vinculado con la extensión del saber; el socioeconómico, que tiene que ver con la popularización del saber; y por último, el lingüístico-discursivo, que se pone de manifiesto en la «traducción», la , la «reformu-lación» o la «adaptación>> de un discurso científico. A estas defmiciones iniciales se les ha añadido más modernatnente el concepto de «traslación>>, que en riguroso análisis del discurso sería «recontextualiza-cióm>: tomar un conocimiento en el estricto contexto científico y trasladarlo (interpretándolo, reformulán-dolo, adaptándolo ... ) a otros entornos más amplios y diversos con diferentes niveles según quienes sean los receptores o la audiencia concreta.

    El historiador de la ciencia y acadétnico José Ma-nuel Sánchez Ron va 1nucho más allá y considera la divulgación como un engranaje de la cultura y de la ciencia con la condición humana:

    La ciencia y la tecnología dominan nuestras vidas, aunque nues-

    tro «mundo emocionab> pueda volar - o, mejor, creer que vuela-

    en otras direcciones, libre de semejantes ataduras. Pero los cono-

    cimientos científicos y técnicos, esos que nos encontramos a la

    vuelta de cada esquina, llámense estos como se llamen (ordena-

    dor personal, internet, teoría de la relatividad, horno de microon-

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    das, mecánica cuántica, resonancia magnética nuclear, DVD, saté-

    lite espacial Hubble, células fotovoltaicas o código genético), no

    se obtienen gratis: sus profesionales, los que los «inventan» o con-

    trolan, los adquieren mediante un largo y exigente aprendizaje. Y

    como la mayoría de nosotros, la gente que puebla las calles y que

    viaja en el metro, no posee semejante educación, ¿qué debe hacer?,

    ¿resignarse a ser un convidado de piedra del globalizado mundo

    tecno-científico, un mero usuario de lo que ve - por mucha que

    sea su pericia al mover el ratón o apretar las teclas que sean- co-

    mo «cajas negras})? Afortunadamente existen caminos intermedios

    entre la pasiva ignorancia y el conocimiento riguroso. Uno de ellos

    lo proporciona la literatura de divulgación científica, un género

    con una larga historia a sus espaldas. [ ... ] El astrofísico Carl Sagan

    y el paleontólogo y biólogo evolutivo Stephen Jay Gould fueron

    magníficos científicos, pero no quiero recordarlos por esto, sino

    porque supieron utilizar sus conocimientos profesionales para es-

    cribir libros maravillosos que no solo nos educaron en la ciencia,

    sino que también conmovieron nuestras almas. :Mostrando - en es-

    pecial Gould- una cultura amplísima y una gran nobleza literaria,

    supieron engranar de mil maneras la ciencia con todo aquello más

    primitiva y sinceramente humano, con eso que hace que a veces

    hablemos de >. Y no hay mejor literatura de

    divulgación científica -o de lo que sea- que aquella que sabe hacer

    esto.

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    U na realidad discursiva

    La divulgación es una realidad que se manifiesta de forma heterogénea y a través de múltiples medios. La ciencia es el punto de partida, pero debemos te-ner muy en cuenta que los recursos de la divulgación científica pertenecen más a la literatura que a la pro-pia ciencia. Debemos ser conscientes de que es un hecho fundamentalmente discursivo, sea en el sopor-te comunicativo que sea. El saber se representa en textos y estos son a su vez sucesivamente reformu-lados según los circuitos de difusión del saber, tan-to si es a través de la enseñanza co1no si es por la mediación de la divulgación. La actividad divulgati-va es eminentemente intertextual. Porque el avance científico se presenta al conocimiento público a tra-vés de la palabra. Estudios sobre el hecho divulga-tivo parten de la existencia de unos textos o discur-sos primarios, en los que se puede seguir la produc-ción de saber en las distintas disciplinas científicas, y de discursos secundarios, basados en los primeros, pero que van cambiando según los parámetros de la situación de comunicación: la identidad y el estatus de emisor y receptor, la finalidad, la intención y el contexto. Y por supuesto, el medio de transmisión. La aproximación a la divulgación desde el análisis del discurso permite por lo menos sacar los problemas a la luz y contemplarlos y analizarlos a través del uso lingüístico que se encuentra plasmado en los textos de te1nática científica.

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    El encuentro entre dos mundos

    En principio, concebimos a la co1nunidad cien-tífi.ca como una comunidad en la que se construye el saber, el cual circula principalmente en el interior de instituciones, casi podríamos decir que en circui-to cerrado. En este sentido podríamos considerar-lo un mundo aparte. Pero ni el quehacer científico tiene valor sin trascender a la vida social, ni la so-ciedad con temporánea soporta no tener información sobre los avances de la ciencia. Esta infonnación va trenzada a la divulgación, porque se necesitan unas operaciones específicas para que, a través de la infor-mación, se adquieran nuevos conocimientos. La in-formación escueta de un hecho relacionado con los científicos o con los resultados de su trabajo, la in-formación científica, precisamente por su estatuto en el orden de los conocimientos, requiere una explica-ción, una contextualización, una escenificación: to-dos ellos procedimientos propios de la divulgación.

    Como ejemplo prototípico intente1nos dibujar el perfll del protagonista de la divulgación, cuando esta figura no es ni el experto (científico, en este caso) ni el público de personas no expertas. Y dibujarlo tal como en la coyuntuta actual se plantean sus proble-mas y sus posibilidades. En primer lugar debe saber interpretar un texto científico en la lingua franca ac-tual, el inglés. En el área de las ciencias experimenta-les, unas detenninadas revistas - principahnente del mundo anglosajón- recogen la información científi-

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