La Ecologia Politica de Mariategui - Héctor Alimonda

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  • 7/22/2019 La Ecologia Politica de Mariategui - Hctor Alimonda

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    LA ECOLOGIA POLITICA DE MARIATEGUIBuscando una herencia en Lima

    Hctor Alimonda*

    Con previo fervor y una misteriosa lealtad. Es sta la actitud, segn Jorge Luis Borges,con la que nos aproximamos a la lectura de los clsicos. Y es sta la predisposicin de lectura

    que contina provocndonos la obra de Jos Carlos Maritegui, tanto sus textos profusos,

    informados e inspirados como la produccin de su editorialismo programtico(Beiguel, 2003).

    **Profesor del Curso de Postgrado en Ciencias Sociales, UniversidadFederal Rural de Ro de Janeiro; investigador de FLACSO Brasil y coordinador

    del Grupo de Trabajo en Ecologa Poltica del Consejo Latinoamericanode Ciencias Sociales (CLACSO).

    Sin duda, la obra de esos clsicos est inscrita en un tiempo determinado. Sin embargo, lo que constituye supotencialidades su carcter reverberante, su proyeccin ms all de su tiempo. Con seguridad, es ste el carcter dela obra de Maritegui, como autor y como editor. Decididamente enraizada en su poca, al mismo tiempo nos

    contina interpelando, contina abriendo interrogantes y, sobre todo, intercambia ecos con los problemas delpresente, a ochenta aos de distancia.

    Sirvan estas consideraciones para matizar, entonces, el riesgo de anacronismo en que pueden caer lasexploraciones que vienen a seguir. Son inquietudes del presente las que nos convocan, pero para responderlascreemos que no podemos desechar la herencia dejada por Jos Carlos Maritegui y sus compaeros de generacin.

    En el escenario actual, frente a la agresividad del proyecto de reorganizacin global de las sociedades y de lanaturaleza, se manifiesta la eclosin tambin global de movimientos plurales que podramos denominar anti-

    sistmicos, y cuya unidad efectiva est dada precisamente por el mpetu de los procesos de globalizacin.Diferentes foros sociales, mundiales y regionales, por ejemplo, han dado cita a esta pluralidad de actores y han

    constituido al mismo tiempo un palco y una caja de resonancia para sus reivindicaciones.Pero con demasiada frecuencia, el entusiasmo provocado por esta aparicin de pluralidades crticas produce

    una especie de espejismo de la propia novedad. La diversidad de situaciones y la multiplicidad de experiencias que

    son convocadas simultneamente, porque estn siendo agredidas al mismo tiempo por la misma lgica de lamercantilizacin de lo inmercantilizable, el propio espectculo del movimiento, por decirlo de alguna forma,

    produce un efecto apariencial de absoluta novedad, en muchos registros, inclusive en el epistemolgico.Sin duda, la experiencia histrico-social de lo que podramos denominar el movimiento de movimientos es

    nueva; al mismo tiempo, no es nueva la globalizacin capitalista, como no son nuevos los procesos demercantilizacin de la naturaleza y de los seres humanos. Es as que nos parece de una importancia estratgica, nosolo terica, sino tambin poltica, asumir como nuestra la herencia crtica del pensamiento latinoamericano,

    continuar haciendo preguntas a nuestros clsicos, dejar que ellos mismos desafen a nuestras arduas certezas delpresente. Esto supone, desde luego, un punto de lectura al mismo tiempo laico y plural, justamente informado de lahistoricidad de nuestra tradicin, para no caer en anacronismos simplificadores y en ltima instancia dogmticos.

    Esta conviccin se fundamenta en dos perspectivas simultneas y convergentes. Desde un punto de vistapoltico, creemos que nada puede ser ms peligroso que el autodeslumbramiento que produce el creer que se est

    inaugurando un momento absolutamente novedoso en la historia. As como la humanidad se enfrenta con laglobalizacin mercantilizante desde hace siglos, el movimiento de movimientos es heredero, aunque no porfiliacin directa, de una enorme pluralidad de esfuerzos parciales de resistencia, de diferente magnitud,grado de elaboracin intelectual, destino, etc. (que constituyen, en ltima instancia, la propia historia de lahumanidad en los ltimos 500 aos, que no es la historia del capital).

    El lugar donde nos asentamos hoy tiene tambin una profunda densidad histrica, y esa densidad es elfundamento posible de todas las nuevas utopas que puedan ser imaginadas. La otra perspectiva que propongo, laclave de lectura a partir de la cual abro hoy las pginas escritas por Jos Carlos Maritegui o las editadas en

    Amauta es la de la Ecologa Poltica.Desde hace un tiempo, soy coordinador de una comunidad intelectual, el Grupo de Trabajo en Ecologa

    Poltica del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Desde ese lugar oriento mi dilogo conJos Carlos Maritegui y con la generacin de Amauta. Voy a comenzar revisando un poco esa experiencia, para

    establecer las bases de ese dilogo.En las ciencias sociales, donde no es posible formular paradigmas organizadores del conocimiento, como en

    las ciencias de la naturaleza, el pensamiento de los clsicos constituye el fundamento de la interdiscursividad

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    posible de todo el campo del conocimiento. Habr tantas listas posibles de clsicos como sectores del conocimientoo como trayectorias intelectuales individuales, inclusive, pero la acumulacin del conocimiento sobre la sociedadcomo tarea colectiva exige la referencia, desde luego que con un sentido crtico, no escolstico, a una tramadiscursiva compartida, aunque sea resignificada segn diferentes estrategias de disputa epistemolgica y poltica.

    Para poner un ejemplo: Cmo introducir legtimamente la problemtica referida a las relaciones complejasentre sociedad y naturaleza en las ciencias sociales latinoamericanas? Una estrategia posible y pretenciosa seraanunciar que estamos aqu con algo decididamente nuevo, que hasta ahora no fue reflexionado por el pensamiento

    social de la regin.

    Realizaramos eventos y publicaciones a partir de una perspectiva de ruptura, marcando nuestras diferenciascon el resto del campo intelectual. Pero quedaramos configurados como un sector particular de ese campo, y encuanto tales sujetos a la moral del espectculo y, por lo tanto, a serposiblemente superados como una modaintelectual.

    Por temperamento y conviccin, hemos preferido orientar el trabajo del GT CLACSO en otra direccin. Porun lado, abriendo un dilogo crtico con las reflexiones de los clsicos de las ciencias sociales, incluyendo a los

    latinoamericanos, para esclarecer su posible rescate (o su inaplicabilidad) en la perspectiva de la Ecologa Polticacontempornea. Esta opcin permitira un intercambio efectivo con el conjunto de la reflexin de las ciencias

    sociales latinoamericanas, contribuyendo as a la implantacin de nuestra problemtica en sus perspectivastericas.

    Por otro lado, intentamos estimular la produccin de trabajos originales sobre procesos sociales del presente y

    del pasado, que al mismo tiempo que vayan constituyendo y acumulando un corpus del campo de la Ecologa

    Poltica, llamen la atencin para el hecho de que la problematizacin de las relaciones sociedad/naturaleza no trataapenas de una reflexin particular y novedosa de algunos intelectuales, sino de una perspectiva epistemolgica que,de alguna forma, debera atravesar transversalmente (como tambin la problemtica de gnero) al conjunto de lareflexin de las ciencias sociales.

    La ecologa poltica de Amauta

    Aqu corresponde una observacin preliminar. La poca de Maritegui y de Amauta est marcada por una profundareaccin antipositivista. Recordemos una vez ms que es tambin en esos aos cuando se origina el denominadomarxismooccidental, con su nfasis en la capacidad de la iniciativa humana para intervenir en la historia, y consu desconfianza en relacin al peso fatal de las determinaciones materiales (Alimonda, 1983). No era, entonces, lapoca ms apropiada, por lo menos en nuestro espacio geo-histrico,1 como para desarrollar una reflexin sobre

    las relaciones sociedad/naturaleza mediadas por el poder, objeto central de la ecologa poltica. El tono de la poca,en todo caso, era un rotundo culturalismo, y confieso que mi bsqueda en las pginas de Amauta result (tal comoyo tema) infructuosa. Lo que me result algo ms inesperado, y que en todo caso viene a confirmar el tonoculturalista de la poca, es que esa misma atmsfera se encuentra en las pginas de los libros de HildebrandoCastro Pozo, miembro del Partido Socialista y referente fundamental de Maritegui para los temas de la agriculturacomunitaria andina (Castro Pozo, 1979, 1973). Las minuciosas exposiciones de Castro Pozo adoptan la forma deuna narrativa etnolgica culturalista, e incluyen muy poca informacin sobre lo que hoy llamaramos ecologahumana2 de las comunidades andinas, o inclusive referencias estrictamente agronmicas sobre la vida material delas mismas. Pero esto apenas significa que la Ecologa Poltica de Jos Carlos Maritegui y de la generacin deAmauta debe ser buscada en otro lugar. No es explcita en el contenido de los 32 nmeros de Amauta, pero puedeser reconstruida implcitamente en el proyecto tico-poltico del editorialismo programtico de Maritegui y de sugeneracin, que incluye tambin al Boletn de Defensa Indgena, a Claridad, a Labor y a otras publicaciones, dondeuna y otra vez se reiteran informaciones sobre conflictos vinculados a las condiciones concretas de existencia delos sectores populares.3

    La crtica al modelo de desarrollo seguido por el Per independiente, la desconfianza en relacin a los efectosde ese modelo para las masas populares, la incorporacin de valores ticos como ordenadores de la crticaeconmico-social de lo realmente existente y como predicados esenciales para la formulacin de modelosalternativos de modernidad, el enraizamiento del socialismo en tierras americanas a partir del pasado indgena, larecuperacin de formas comunitarias de vida y organizacin de la produccin como parte sustancial de ese

    socialismo latinoamericano a ser inventado: creemos que hay all delineada una ecologa poltica abierta al dilogocon nuestros desafos de los das actuales.

    El proyecto de Amauta y el ecologismo popular

    Joan Martnez Alier es uno de los autores ms caracterizados del campo intelectual de la Ecologa Poltica,especialmente en lengua castellana. A l debemos algunas reflexiones sobre la cuestin del ecologismo popular (o

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    ecologismo de los pobres) que, nos parece, constituyen una de las principales vas de acceso a la ecologapoltica implcita en la obra de Jos Carlos Maritegui y en el proyecto de Amauta.

    Martnez Alier (1995, 2005) embiste contra la falacia o lugar comn que supone que las reivindicacionesecologistas y el movimiento ambiental seran un producto tpico de sociedades desarrolladas, en las cuales,resueltos todos los problemas bsicos de ciudadana poltica, social y econmica, los sujetos sociales, en situacinde cmoda abundancia y con su futuro personal asegurado, se interesaran ahora por otras dimensiones de la vidaen el planeta. Una versin radical de este argumento supone que el ambientalismo surgira en funcin de la

    difusin de valores post-materialistas.

    Hay parte de verdad en estos argumentos, pero el problema es que confunden los sntomas con la explicacin.De cualquier forma, no es nuestro tema entrar en esa discusin. Lo que nos interesa es subrayar que al aceptar estainterpretacin, las reivindicaciones ambientales en los pases perifricos quedan automticamente deslegitimadas,como ideasfuera de lugar. Sera necesario que primero creciera la torta del desarrollo para que despus fuera

    legtimo preocuparse por la naturaleza (y por la justicia social, y por la educacin, y por las condiciones de vida ytrabajo, etc.).

    El giro radical propuesto por Martnez Alier, nos parece, reproduce las operaciones de Maritegui parafundamentar la posibilidad legtima de una propuesta socialista en el Per de su poca. A partir de los registros

    histricos y de la supervivencia de tradiciones comunitarias indgenas, Maritegui atribuye un carcter socialista ala antigedad peruana. As, el socialismo deja de ser una importacin cosmopolita y un ideal postergableindefinidamente, y pasa a echar races efectivas en la realidad peruana y latinoamericana. De la misma forma,

    reconocer la presencia de la dimensin ambiental en nuestra historia otorga una genealogia densa y profunda a

    las reivindicaciones del presente.La ecologia poltica latinoamericana, recordemos, tiene una relacin terica y epistemolgica estrecha con la

    historia ambiental de la regin. La conquista de Amrica por los europeos, en especial, con la consecuentecatstrofe humana y ambiental que asol pueblos, especies y ecosistemas americanos, es uno de sus temaspreferidos de reflexin, y podra decirse que constituye el punto de partida de la identidad continental (Alimonda,2006). La constitucin del orden colonial, por su parte, implic en el montaje de dispositivos de dominacin social

    que, con componentes decisivos de opresin cultural y racial, regularon la relacin de los diferentessectores sociales con los recursos naturales, especialmente la tierra. De esa forma, en el anlisis de la formacinhistrica de los pases americanos, la historia ambiental y la ecologa poltica se encuentran, se realimentanmutuamente y constituyen claves estratgicas de interpretacin.

    Protagonista de la elaboracin de este campo intelectual y poltico, Martnez Alier llama la atencin para loque denomina ecologismo de los pobres, que nosotros preferimos llamar ecologismo popular. Lo que ha

    sucedido es que durante el siglo XX lo ambiental apareci identificando conflictos, reivindicaciones ymovimientos especficos. Pero esos conflictos, reivindicaciones y movimientos existieron siempre en la historia.Lo que sucedi es que no siempre esos contenidos fueron explcitos en la conciencia y en la discursividad de losactores que los protagonizaron. Cuando lo ambiental adquiere visibilidad autnoma (siempre relativa, por otraparte, ya que la ecologa humana es poltica) se vuelve posible para nosotros, con el auxilio de la historia ambientaly de la ecologa poltica, releer procesos del pasado y del presente a partir de esas claves.

    En este punto, aparecen autores como Rosa Luxemburgo y Karl Polanyi. Si lo decisivo en los orgenes delcapitalismo es la transformacin de seres humanos y naturaleza en mercaderas ficticias, las luchas de resistenciacontra estos procesos de mercantilizacin pasan a adquirir una nueva dimensin trascendental. Ya no se trata deresistencias en nombre de la negacin del progreso, como pretendi la hegemona del iluminismo liberal y delmarxismo normatizado. Es posible leerlas ahora como formas de resistencia basadas en la defensa de formastradicionales de organizacin social para el uso y disposicin de los recursos humanos y naturales, frente a losembates de la mercantilizacin.

    Un gran momento para la observacin histrica de estos procesos sera la revolucin industrial inglesa, y el

    verdadero cataclismo social que provoc. Toda una tradicin de la excelente historiografa britnica se ha dedicadoa reconstruir las resistencias populares de la poca, en la forma de la defensa de una economa moral, donde unatica colectiva presida y regulaba las relaciones sociales y ambientales, en nombre de la preservacin de valoresbsicos de convivencia (Thompson, 1979, 1998).

    Claro est que la misma lgica est siendo aplicada para la interpretacin de la formacin histrica de los

    pases latinoamericanos.Eso permite trazar genealogas y continuidades entre las luchas de los pueblos indgenas a lo largo de

    quinientos aos de su historia y los conflictos y desafos del presente. No se trata de reescribir ahora toda la historiacomo conflicto ambiental, sino de reconocer la presencia de estas dimensiones, aunque no fueran explcitas, en

    diferentes momentos y procesos de nuestro pasado. Si el tema decisivo de la ecologa poltica son los procesos deimposicin de la mercantilizacin de la naturaleza y las formas de resistencia intentadas por los sectores populares,reencontramos un puente mariateguiano entre pasado y presente. El actual movimiento global, con todas sus

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    dificultades y contradicciones, adquiere races concretas y legitimidad profunda en nuestro pasado y en nuestrasidentidades.

    La historia ambiental incluye entre sus objetos de estudio tambin a la historia intelectual y a la historia de lasideas (Worster, 2002/2003). Son pertinentes, por ejemplo, las relecturas de tradiciones intelectuales y polticas apartir de interrogantes ambientales, y algunos colegas han intentado esas exploraciones con interesantes resultados,como en la obra de Jos Mart (Castro, 1996) o en el pensamiento poltico brasileo del siglo XIX (Pdua, 2002).

    Creemos que lo mismo se aplica a la obra de Jos Carlos Maritegui y al proyecto de Amauta. Aunque lo

    ambiental no aparezca casi nunca como una referencia explcita en sus preocupaciones, resulta evidente all la

    presencia de una ecologa poltica implcita. La aceptacin de la modernidad como valor y la crtica de susconfiguraciones y procesos en el Per, la identificacin con las luchas y objetivos de los sectores populares,incluyendo la participacin en sus procesos organizativos y el registro de sus experiencias, la recuperacindel pasado y del presente indgena como un componente central de un proyecto de reconstruccin de la sociedad

    peruana: es evidente en todo esto una disposicin epistemolgica y poltica que tiene estrecha afinidad, aunque seadiferenciada en su discursividad, con las preocupaciones de la ecologa poltica contempornea. En un tiempo y

    una atmsfera marcadamente culturalista, Maritegui y el proyecto de Amauta mantuvieron un referencialmaterialista e histrico, y estuvieron decididamente del lado de las resistencias contra la mercantilizacin de la

    naturaleza y de los seres humanos.

    Marxismo, Maritegui, Ecologa Poltica

    Nos parece que un punto de partida crucial para un dilogo entre la Ecologa Poltica y la herencia de Mariteguiest dada por la relacin con el marxismo. Mucho ya se ha escrito sobre las peculiaridades del marxismo deMaritegui, que lo hacen nuestro contemporneo.

    Cuando repasamos un artculo de Alain Lipietz (2002/2003), que intenta problematizar la relacin de laEcologa Poltica con la herencia marxista, llama la atencin hasta qu punto sus puntualizaciones parecenrecuperar la adopcin mariateguiana del marxismo.

    Para Lipietz, la Ecologa Poltica recupera los fundamentos materialistas, dialcticos e histricos del anlisismarxista. Se parte del anlisis de las condiciones reales de existencia social, que son concebidas comoinherentemente contradictorias y construidas histricamente. Y esa historicidad tiene un carcter agnico: lasenunciaciones fundacionales marxista, mariateguiana y de la Ecologa Poltica parten de la constatacin de la crisiscontempornea, en cuyo seno avizoran, al mismo tiempo, los elementos para la constitucin de un nuevo orden,identificado con ideales de progresivismo poltico y social.

    Entre tantos pionerismos de Jos Carlos Maritegui, no fue el menor su descreencia en la viabilidad de que lascondiciones polticas y sociales peruanas fuesen revolucionadas apenas en funcin del desarrollo econmico. Huboen l unapercepcin crtica de lo que hoy denominamos modelo dedesarrollo, incomparable en su poca, y quetiene total correspondencia con la crtica al crecimiento econmico insustentable como paradigma de modernidad,desarrollado por diferentes autores que se inscriben en la ecologa poltica.

    Esa crtica, como bien seala Lipietz, es uno de los puntos de divergencia entre la ecologa polticacontempornea y el marxismo sistematizado a partir de la Segunda Internacional.

    Como ya haba advertido Maritegui, el desarrollo creciente de las fuerzas productivas no implicarnecesariamente en la evolucin automtica de las condiciones polticas y sociales en un sentido ms favorable paralos sectores trabajadores y masas populares. Ser necesaria la crtica a los modelos productivistas de organizacinde la sociedad, teniendo como centro una concepcin tica de la modernidad, que subordine a las consideracionescrematsticas y tecnolgicas.

    La definicin de esos modelos de desarrollo y sus correspondientes opciones estratgicas son funcin delpoder, y es por eso que la ecologa humana, que es social, deviene tambin poltica. No nos parece anacronismo

    sostener que estas ideas de la ecologa poltica contempornea se encuentran ya presentes en la obra de Mariteguiy en el proyecto de Amauta.

    Otro tema crtico de las relaciones entre marxismo y ecologa poltica, segn Lipietz, est referido a los sujetosrevolucionarios, y tambin forma parte de la lectura mariateguiana del marxismo. No hay determinacionesestructurales que establezcan unvocamente las identidades polticas de los sujetos, ni la potencia de sus

    trayectorias. Un proceso revolucionario, en todo caso, se vincula con la posibilidad de articulacinde actores diferenciados, especialmente cuando estamos en presencia de situaciones geo-sociales altamenteheterogneas, como en el Per. La transformacin profunda del Per pasara, para Maritegui y para el PartidoSocialista, por la conformacin de una amplia confluencia de sectores populares agredidos y enfrentados por el

    modelo de desarrollo oligrquico. Si participara all el proletariado limeo (de tamao muy reducido) tendra unpapel preponderante el campesinado indgena, poniendo en primer plano la cuestin de la tierra. Pero tambinparticiparan sectores medios urbanos, portadores del nuevo proyecto de modernidad.

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    Esto supone, entonces, que la constitucin de un sujeto revolucionario plural solo poda resolverse medianteuna intensa actividad hegemnica, la revolucin intelectual y moral que Maritegui se propuso desarrollar, y dondeAmauta y sus publicaciones conexas eran herramienta estratgica. Ese proceso revolucionario implicaba entoncesalgunas cuestiones que tambin forman parte de nuestros desafos contemporneos, en la perspectiva de la ecologapoltica.

    Por un lado, tanto en la visin de Maritegui como en la de la ecologa poltica, el sentido oculto pero decisivodel proceso revolucionario est en su carcter molecular, en la cuidadosa accin en corazones y mentes (el

    momento tico-poltico de Gramsci) que permite acumular fuerzas y sostener posiciones crticas, ms que en la

    espera del da definitivo.Por otro lado, si la articulacin hegemnica se fundamenta (y debe dar cuenta) de las condiciones extremas deheterogeneidad de la formacin social (que es histrico-social, pero es tambin territorial, fsica, inclusive), debeconstituirse como un espacio posible de discursividad intertextual y, al mismo tiempo (percibi Maritegui) como

    una articulacin entre diferentes temporalidades. Ya no se trata, como en el marxismo normatizado, de untranscurrir lineal de la historia segn el guin de un progreso inexorable y sobrehumano, donde basta con

    identificar a quienes estn del lado dinmico y juntarse a ellos para combatir a los que estn del lado malo, otradicionalista. En la propuesta hegemnica de Maritegui, que es la que presentan el movimiento global en la

    poltica y la ecologa poltica en el campo terico, el pasado tiene sentido y potencialidad crtica en relacin a lasutopas del orden presente. Vinculado sin saberlo a una tradicin crtica que viene desde Herzen y los populistasrusos y que pasa por Rosa Luxemburgo y Karl Polanyi (Alimonda, 2006), Maritegui percibi claramente la

    posibilidad de una combinacin hegemnica cuya fortaleza residiera precisamente en la combinacin articulada de

    temporalidades diversas, ante el bloqueo de alternativas transformadoras implicado por la consolidacin del ordencapitalista perifrico. El socialismo, la forma social del futuro, tiene races en la tradicin americana, y es viablejustamente a partir de la identidad indgena, asentada en la experiencia vital real de la supervivencia de formascomunitarias cotidianas de organizacin social. Pero para no quedar limitado a una recuperacin del pasado por elpasado mismo, supone una articulacin hegemnica con las fuerzas que encarnan una bisagra con un proyecto demodernidad alternativa, en este caso territorializadas en espacios urbanos.

    La escena contempornea del movimiento global y de la ecologa poltica como formulacin terica coincidecon la concepcin mariateguiana de hegemona. El movimiento global toma parte de su fortaleza y dinmica crticaa partir de la consolidacin de identidades tradicionales indgenas, basadas en cultura y territorio que, a su vez,tienden a establecer alianzas nacionales e internacionales entre s y con actores portadores de proyectos demodernidad alternativa. Al hacerlo, se apropia y recrea mitos movilizadores, esa idea tan mariateguiana.

    En el campo terico, la ecologa poltica se constituye cada vez ms a partir de un dilogo estratgico con la

    etnoecologa (Little, 2006), articulando diferentes lgicas en un movimiento de ruptura que la lleva afundamentarse en una epistemologa poltica (Leff, 2006), deviniendo una ecologa poltica de la diferencia(Escobar, 2006).

    Las convergencias sealadas entre pasado y presente, entre el pensamiento de Jos Carlos Maritegui y delproyecto de Amauta y las elaboraciones contemporneas, tanto de la ecologa poltica como del movimientoglobal, nos parecen suficientes como para legitimar una genealoga, como para identificarlos tambin comoclsicos en estos campos. Las divergencias, claro est, tambin existen, y no pueden dejar de ser sealadas yanalizadas. La fundamental es evidente: para Maritegui, la resolucin de la constitucin del proyecto dehegemona alternativa radicaba en la constitucin de un partido poltico de nuevo tipo, que so fuese elPartido Socialista. Mucho ha andado y mucho ha conseguido el movimiento global de crtica a la mercantilizacintotal del planeta, pero ya se ha hecho evidente que muy poco se ha avanzado en lo que se refiere a la elaboracin desus formas organizativas.

    Notas

    1. Paradjicamente, son los aos en que en la Unin Sovitica se estn estableciendo, a contrapelo de las verdadesoficiales del rgimen y casi en secreto, reflexiones ecolgicas que vendrn a resultar cruciales en la segunda mitaddel siglo XX, constituyendo las bases paradigmticas del ecologismo contemporneo (Delage, 1993).2. Otra paradoja: ese silencio de Castro Pozo coincide con la aparicin de esa tradicin intelectual en los camposacadmicos de la sociologa y la antropologa anglosajonas.

    3. Por ejemplo, el monitoreo de los conflictos por los humos de LaOroya, en la Sierra Central, o de la catstro feminera de Morococha.

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