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LA ENSEÑANZA DEL BAMBÚ JAPONÉS ¡Qué increíble es cultivar el bambú japonés! Hay que tener mucha paciencia si uno quiere obtener resultados. Ha de prepararse la tierra, abonarla y disponerla de forma apropiada. Debe desyerbarse, regarse y protegerse de plagas. El proceso exige un cuidado permanente. Semanas, e incluso meses después, aún no se advierte nada en el sitio donde ha de crecer. A medida que pasa el tiempo el cultivador debe redoblar sus esfuerzos. El primer año pareciera no acontecer cosa alguna; y lo mismo sucede con el segundo, el tercero y el cuarto año. Pero el cultivador no se desespera pensando que ha fracasado. Entre agua, abono y cuidado constante transcurre el quinto año y también el sexto. Finalmente, en el séptimo año aparece sobre el surco el brote de lo que será una portentosa planta que en pocos días alcanzará alturas formidables. ¡Entre la semana doce y la catorce ya supera los doce metros de altura! Valieron la pena la espera y el esfuerzo. Pero, ¿tarda realmente el bambú japonés de doce a catorce semanas en alcanzar esa altura? No. Durante siete años ha crecido bajo la tierra de forma silenciosa, echando un sistema de raíces fuerte y complejo que le permitirá alcanzar rápidamente grandes dimensiones después de brotar de la tierra. Esto lo convierte en una de las especies más fuertes y resistentes del reino vegetal. Intensos vendavales suelen golpear las costas japonesas, arrasando con árboles y arbustos de toda especie, excepto el bambú japonés. Es tan fuerte y flexible, que siempre resiste. Es todo un símbolo de triunfo. Al igual que el bambú japonés, algunas personas pasan años sin mostrar ninguna señal de cambio o mejora en sus vidas. Muchos los miran con escepticismo, duda y recelo, suponiendo que jamás llegarán a superarse. Sin embargo, ellas tienen la fe en su autorrealización y permanecen creciendo por dentro, echando raíces y preparándose. Mejoran diariamente sin que los demás lo noten. Con los años, aparece un “pequeño brote”, un suceso o

LA ENSEÑANZA DEL BAMBÚ JAPONÉS

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LA ENSEÑANZA DEL BAMBÚ JAPONÉS

¡Qué increíble es cultivar el bambú japonés! Hay que tener mucha paciencia si uno quiere obtener resultados. Ha de prepararse la tierra, abonarla y disponerla de forma apropiada. Debe desyerbarse, regarse y protegerse de plagas. El proceso exige un cuidado permanente. Semanas, e incluso meses después, aún no se advierte nada en el sitio donde ha de crecer. A medida que pasa el tiempo el cultivador debe redoblar sus esfuerzos. El primer año pareciera no acontecer cosa alguna; y lo mismo sucede con el segundo, el tercero y el cuarto año.

Pero el cultivador no se desespera pensando que ha fracasado. Entre agua, abono y cuidado constante transcurre el quinto año y también el sexto. Finalmente, en el séptimo año aparece sobre el surco el brote de lo que será una portentosa planta que en pocos días alcanzará alturas formidables. ¡Entre la semana doce y la catorce ya supera los doce metros de altura! Valieron la pena la espera y el esfuerzo.

Pero, ¿tarda realmente el bambú japonés de doce a catorce semanas en alcanzar esa altura? No. Durante siete años ha crecido bajo la tierra de forma silenciosa, echando un sistema de raíces fuerte y complejo que le permitirá alcanzar rápidamente grandes dimensiones después de brotar de la tierra. Esto lo convierte en una de las especies más fuertes y resistentes del reino vegetal. Intensos vendavales suelen golpear las costas japonesas, arrasando con árboles y arbustos de toda especie, excepto el bambú japonés. Es tan fuerte y flexible, que siempre resiste. Es todo un símbolo de triunfo.

Al igual que el bambú japonés, algunas personas pasan años sin mostrar ninguna señal de cambio o mejora en sus vidas. Muchos los miran con escepticismo, duda y recelo, suponiendo que jamás llegarán a superarse. Sin embargo, ellas tienen la fe en su autorrealización y permanecen creciendo por dentro, echando raíces y preparándose. Mejoran diariamente sin que los demás lo noten. Con los años, aparece un “pequeño brote”, un suceso o acontecimiento especial. Y de repente, se les puede ver crecer hasta alcanzar, en poco tiempo, alturas formidables. Su secreto está en la paciencia y la perseverancia. Echan raíces fuertes, y ningún huracán inclemente podrá arrancar sus sueños de alcanzar logros maravillosos.

La vida de quienes aceptan creer en Dios también se refleja en esta parábola. El creyente crece en gracia en su interior, echa fuertes raíces de fe por medio de la acción del Espíritu Santo. Jesucristo, el Hijo de Dios, prometió transformarnos y hacer de nosotros nuevas criaturas. Él es ese agricultor que nos da abono, agua y cuidados para que a su tiempo brote una extraordinaria planta que crecerá de manera colosal.

Llegaremos por fin a disfrutar una vida abundante que no se extinguirá jamás. Dios quiere que vivamos para siempre con él. ¡Ese es el mayor triunfo que podamos obtener!, ¡Entreguémosle nuestro corazón a Jesús el Cristo, para que inicie el trabajo de transformación más eficaz que el ser humano puede gozar ahora y por la eternidad!