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84 UNA EXPERIENCIA PARA DESCRIBIR A partir de este instante, cumplo un viejo deseo de escribir una serie de artículos para esta revista, en relación con este tema de especial significado medio ambiental, antropológico y cultural, inmerso en el territorio geográfico de nuestra, hoy joven, Comunidad Autónoma, basados en un hecho casual que cambió mi forma de pensar sobre aquellas cosas que, en plena juventud, se consideran intrascendentes. Ha transcurrido un periodo largo, muy largo, más de treinta años: ¿o quizá treinta y cinco?, cuando comencé a recoger y recopilar un “peque- ño archivo”, de datos y curiosidades sobre la materia, en el que me apoyaré para evi- tar ser repetitivo o coincidente con la mucha bibliografía, documentación, memorias, informes y otros muchos textos publicados, sin perjuicio, de recurrir al uso de este extraordinario legado de eminen- tes autores, como ayuda a la imprescindi- ble memoria que el tiempo debilita. Un tema de carácter etnográfico, que fui apla- zando por dejadez, “sine die”, y que pudo aproximarme a la creación de un trabajo personal que me atrapó durante años, pero que hizo desistir del planteamiento de editarlo en imprenta como consecuen- cia de la excesiva saturación de esta temá- tica en librerías, archivos y bibliotecas. No obstante, siempre me quedó el arrojo a la curiosidad de un altruista inte- rés por adquirir el máximo conocimiento sobre esta actividad arruinada en nuestra Región, con el fin de coadyuvar con mi humilde aportación a una visión, desde mi óptica de la utopía y esperanza, a la recu- peración y rehabilitación de tantos espa- cios de la geografía murciana desahucia- dos y abandonados, circunscritos a las minas, su entorno y las inmediaciones afectadas, que ocupan una cifra de cientos de hectáreas de superficie de extraordina- ria calidad, desaprovechada y baldía. Este interés, percato incluso desproporcionado, me condujo a enfrentarme con la realidad de una situación dantesca y apocalíptica que nunca advertí imaginar. Me refiero a introducirme, aunque me centraré exclusivamente a las crónicas y vicisitudes de una actividad, concretándo- la en el oficio que la desempeñó, a la que desde hace algún tiempo se ha denomina- do acertadamente por sectores ecologis- tas, asumido por algunas administracio- nes públicas del territorio español, y otras restantes que deberán reconocerlo, como: “Patrimonio Histórico, Medio Ambiental y Minero de las Regiones de España”. Deta- lles y signos materiales de la actividad de explotación de vetas y filones que el hom- bre extrajo del fondo de la tierra para su necesidad y evolución, y que, podríamos LA ENTEREZA DE UN OFICIO ANCESTRAL (I) Ángel Luis Riquelme Manzanera Mapa geológico de las sierras mineras de la costa de Murcia.

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UNA EXPERIENCIA PARA DESCRIBIR

Apartir de este instante, cumplo unviejo deseo de escribir una serie de

artículos para esta revista, en relación coneste tema de especial significado medioambiental, antropológico y cultural,inmerso en el territorio geográfico denuestra, hoy joven, Comunidad Autónoma,basados en un hecho casual que cambiómi forma de pensar sobre aquellas cosasque, en plena juventud, se consideranintrascendentes. Ha transcurrido unperiodo largo, muy largo, más de treintaaños: ¿o quizá treinta y cinco?, cuandocomencé a recoger y recopilar un “peque-ño archivo”, de datos y curiosidades sobrela materia, en el que me apoyaré para evi-tar ser repetitivo o coincidente con lamucha bibliografía, documentación,memorias, informes y otros muchos textospublicados, sin perjuicio, de recurrir al usode este extraordinario legado de eminen-tes autores, como ayuda a la imprescindi-ble memoria que el tiempo debilita. Untema de carácter etnográfico, que fui apla-zando por dejadez, “sine die”, y que pudoaproximarme a la creación de un trabajopersonal que me atrapó durante años,pero que hizo desistir del planteamientode editarlo en imprenta como consecuen-cia de la excesiva saturación de esta temá-tica en librerías, archivos y bibliotecas.

No obstante, siempre me quedó elarrojo a la curiosidad de un altruista inte-rés por adquirir el máximo conocimientosobre esta actividad arruinada en nuestraRegión, con el fin de coadyuvar con mihumilde aportación a una visión, desde mióptica de la utopía y esperanza, a la recu-peración y rehabilitación de tantos espa-cios de la geografía murciana desahucia-dos y abandonados, circunscritos a lasminas, su entorno y las inmediacionesafectadas, que ocupan una cifra de cientosde hectáreas de superficie de extraordina-ria calidad, desaprovechada y baldía. Este

interés, percato incluso desproporcionado,me condujo a enfrentarme con la realidadde una situación dantesca y apocalípticaque nunca advertí imaginar.

Me refiero a introducirme, aunque mecentraré exclusivamente a las crónicas yvicisitudes de una actividad, concretándo-la en el oficio que la desempeñó, a la quedesde hace algún tiempo se ha denomina-do acertadamente por sectores ecologis-tas, asumido por algunas administracio-nes públicas del territorio español, y otrasrestantes que deberán reconocerlo, como:“Patrimonio Histórico, Medio Ambiental yMinero de las Regiones de España”. Deta-lles y signos materiales de la actividad deexplotación de vetas y filones que el hom-bre extrajo del fondo de la tierra para sunecesidad y evolución, y que, podríamos

LA ENTEREZA DE UN OFICIO ANCESTRAL (I)Ángel Luis Riquelme Manzanera

Mapa geológico de las sierras mineras de la costa deMurcia.

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decir, se encuentra desarrollada, a caballo,entre lo industrial y lo histórico. Situaciónque he estudiado y seguido con minuciosaatención desde mi sencilla peana de latemporalidad (milagroso el día de cierre yclausura del vertido de estériles y detritusen la Bahía de Portman), observando conprofundo agradecimiento generalizado, elgran esfuerzo y empeño de los Organismose Instituciones oficiales, en la recupera-ción, rehabilitación y puesta en valor deestos espacios muertos, dormidos digo yo,de excelentes virtudes y cualidades para elaprovechamiento y herencia de las gene-raciones futuras. Pero quedan para gestio-nar la recuperación de otros muchos espa-cios similares próximos al de Portman, ElGorquel; Alumbres; Barranco; Borrricen;El Ferriol; El Porche, y, un número incon-table, descritos en su libro de “Los pueblosde Cartagena”, por D. Juan AntonioGómez Vizcaíno; sin olvidar el libro clási-co, legado con todo detalle sobre la toponi-mia de esta diputación, del inolvidableprofesor D. Ginés García Martínez. Amén,de los espacios medio ambientales a rege-nerar que trataremos en los próximoscapítulos, de otros puntos distintos perodentro de esta misma falla sísmica ycorrespondiente a la línea de vulcanismoen nuestra Región. Ambos fenómenoscoincidentes, según prestigiosos estudio-sos y científicos en la materia, en esta tie-rra del mediterráneo occidental en elsureste español.

No obstante, es mi intención dedicarbuena parte de este trabajo ciñendo suprotagonismo, en el hombre, en el minero,en este oficio milenario de imagen, perfil yfigura desterrado a la marginalidad, segu-ramente uno de las labores más antiguasdesde que se irroga de inteligencia, cuyascondiciones de vida y supervivencia hanestado sujetas a los distintos aconteci-mientos de nomadismo, localización yextracción, lítica o mineral, que ha marca-do el devenir del asentamiento de la pro-pia especie humana.

Y aquí comienza mi periplo, al que metengo que referir obligadamente, en virtudde que sirva de tenue introducción, a queinsto se entienda aleatoriedad del sucesoque motivó mi interés por el tema, cumpli-mentándose ahora con la confección deestos capítulos que continuarán.

Transcurría un día cualquiera de esosdel caluroso mes de Agosto, allá a comien-zo de la década de los años 70, periodoesbozando introito al desarrollo turísticode la costa playera murciana y tiempo decanícula durante el que, mientras se pro-cedía a ese ingrato esfuerzo y sacrificioque mana sudor y lágrimas en el castigadocuerpo del agricultor y cavador campesi-no, postrado a pleno sol en ese trasiegolaboral de la recolección del grano allendede las proximidades del mar, impactaba,contradictoriamente, con el privilegio deeufórica imagen asunta al intruso “suigéneris”, en ciernes de gestación masivapor toda la costa mediterránea: “el vera-neante”, ó, “transgresor del medio ocupa-do”, inmerso en la vorágine del relax y elplacer vacacional que, a lo largo de estecorto periodo, toma de suyo para disfrutarde un mal llamado descanso personal.

Como era habitual, mi familia -y yocon ella-, al igual que cada verano en esasfechas, nos encontrábamos alojados en unapartamento de la playa de Bahía en elPuerto de Mazarrón. Después de una largavelada de tertulia, fiesta o paseo, los efec-tos del cansancio imponían el acostarse,pese y no obstante a intuir el colosalenfrentamiento debíamos mantener en lacama, siempre esperando la entrada deuna ráfaga refrescante, o, conseguir eldominio psicológico para reducir la tempe-ratura calorífica de nuestro pertrechado yagitado cuerpo, situación que los científi-cos (fijémonos como afinan), llaman “iner-cia de energía cinética”, generada en noc-turnidad a consecuencia del movimientopor fricción o rotación física durante lasúltimas horas. Aspirar a dormir, era elefecto más deseado. Qué titánica concen-

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tración mental para conciliar el que debíaser, emergente sueño reparador.

Aliviado el consciente una vez supera-da la vigilia, entrando en lo que los neuró-logos determinan etapa REM y posteriorescuatro fases cíclicas, no creo recordar que,alguna noche, pudiera alcanzar la segun-da. Y entonces la odisea cotidiana de llevarla almohada sobre la cabeza. Pocas horasmás tarde, con el crepúsculo del amane-cer, cuando la aurora se viste de rampan-tes líneas de sedosa claridad a través de laventana abierta de mi habitación orienta-da al Norte, se oía llegar el descalabro rui-doso y penitente sonsonete de maquiavéli-cas máquinas de construcción (-época queel urbanismo comenzó a devorar los terre-nos hasta los farallones de los montes per-pendiculares a poniente-), con desagrada-ble desconsuelo para el durmiente, en elcruel y penitente amanecer. Digo esto, por-que es un peso irritante que, con su relato,alivia la negatividad de su carga. Realidadde un instante sobrevivido que recorre mimemoria, cual película desplaza una corti-na interminable de imágenes iniciadas conese silencio de absoluto sepulcro mutante,acelerándose al compás del tibio vibrar,generando desagradable murmullo, y,finalmente progresando hasta el ruidoinfernal. Era el sonido del infame desper-tador descontrolado, procedente de lasobras que elevaban las estructuras de losedificios colindantes hacia un cielo azul sinprotesta. Además, a esta contingencia se leañadía el también producido al otro ladode las cercanas cumbres del monte, ener-vando los nervios del más paciente. Sinduda, estruendo reconocible (recomenda-ble malicia, sería el invitar al enemigo aesta experiencia), siempre puntual y obse-sivo, indicando la monótona apertura quepone en marcha otra jornada artesana desangrante sudor; metáfora de orquestadacoral polifónica, lúcida y productora dedesafinadas notas musicales, galopandojunto el desatino liberador de un Feboabrasador. Combinación de odiosa musi-

calidad, achacable -vaya mi respeto pordelante al ruido-, a la ingente autoría demovimiento de piedras, metales, griterío,mecanismos y herramientas tractoras,bajo la triste función obrera ejercientedurante aquellos días de labor.

A las mismas fechas y sucesivas meremito en el recuerdo, con la nostalgia deuna época constreñida a mi pasada juven-tud, cuando surge aquella fuerza arrolla-dora en mi interior que predispuso uninterés exacerbado -de esa casual circuns-tancia apuntada que después detallaré-,por cuanto representase o significase elconocimiento, estudio o averiguación per-sonal, referente a la aventura que desde sumismo origen, el hombre, tomase la deci-sión de excavar la superficie o sumergirsesubterráneamente perforando fosas indes-criptibles en busca de materiales descono-

Vademecum geológico minero de Murcia de D. Fede-rico Botella y de Hornos. 1868.

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cidos que supusiera descubrir el inventode la aplicación de su uso en beneficio pro-pio. En este aspecto me identifiqué, aun-que tardase tiempo en reconocerlo, con elespíritu viajero y romántico de las obrasde ficción de Verne y Wells, de clara apa-riencia ética y simbólica, intentando expli-car las posibilidades del animal dotado delogos (palabra y razón), expresión de lainteligencia entendida por Heráclito, y, elfuturo de la ciencia como reflexión filosófi-ca sobre la metodología, apostando porresolver favorablemente los problemas. Esasí, la atención prestada a tenor del empe-ño modal, que nos proporciona el procesoevolutivo entregado a la fe y la técnicaexperimental, respecto al hecho conducti-vo del conocimiento que nos lleva a resul-tas de conseguir o alcanzar el propósito,proporcionado por la oportunidad; prime-ro extrayendo piedras y minerales queincluyó en su sistema de supervivenciaproductiva; conveniencia defensiva y apli-cación a sus necesidades, y, después,incluyendo los metales preciados a sudesarrollo de fuerza y poder, a los que con-cedió valor intrínseco de riqueza y cuali-dades de ornato estético-decorativo en sucalidad de vida e imagen soberana.

Por ello, en los textos que iré despejan-do (en esto que he dicho entender colabora-ción y homenaje particular a esa arcaicaactividad del minero de nuestra geografíamurciana), inserto este previo y corto pre-ámbulo -sólo a modo de comentar la ocu-pación de nuestras horas de mayor espera-, en relación con actuaciones físicas y men-tales de carácter inútil, que tenían la únicafinalidad de la banal diversión en lasnoches de veraneo. Simplonas visitas a laque conocimos por sala de fiestas “Balan-dro”, o, a falta de suficientes medios econó-micos, ingenuas practicas astrales con pris-máticos y telescopios de colegio, dirigiendonuestra mirada al amplio campo que seabría en pantalla espectacular apuntando alas alturas del firmamento. Que ilusoriasfantasías recorrían nuestro pensamiento.

La imaginación contra el aburrimiento,mediante la elucubración con las cosas sen-cillas, pero teníamos por norma desde añosatrás, contemplar la infinita pléyade decuerpos luminosos e incandescentes delcielo esperando localizar la llegada deaquella estrella, la del mes de agosto, la másbrillante del Can Mayor, la de Sirio, compa-ñera de las 80 que forman el conjunto for-mado por la constelación austral, situadaen el borde de la Vía Láctea.

Aquél agosto, cuando unos mesesantes, en Mayo de 1.971, se acababan decelebrar en Cartagena las “IV Jornadasminero-metalúrgicas nacionales y II inter-nacionales”, y, la publicación, en honor alDios Aletes, de uno de los libros más inte-resantes en materia de minería histórica:“La minería en Cartagena. Historia sucin-ta”, redactado para la ocasión, en base aotros grandes ensayos análogos propios,por el erudito y cronista de la ciudad, D.Eduardo Cañabate Navarro, coincidía mipredisposición juvenil a la fatua diversióny febril entretenimiento, sin augurar que,ese mismo mes de verano, supondríasufrir un impresionante choque de efecto,al encontrarme con aquel espectacularmontaje constructivo de castilletes, pozosy galerías, en paradójico desmonte delsubsuelo, cuya panorámica confería unterritorio empobrecido, arruinado en sufisonomía externa, sórdido y desértico,abandonado a su suerte, consecuencia deltullido perforador, bien a cielo abierto opozos de los que partían, surcando su inte-rior, infinitos e inmisericordes túneles diri-gidos a la veta extinta, en beneficio delenriquecimiento de algún avispado hacen-dado particular, que por regla general fue-ron compañías extranjeras, francesas,inglesas, alemanas, belgas... que más da.Iniciativa respaldada y autorizada por lajerarquía gobernante de cada época, moti-vada en todo caso, a cambio del cumplidopago de pingues rentas con destino a man-tener la posición social o la fuerza y elpoder dominante.

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Pero antes de este encuentro con lasminas, no fui consciente de su interés. Con-tinué en sarcasmo de aspiraciones, ajeno auna necesaria formación y maduraciónindividual (al igual que todos mis amigos enaquellas fechas), aunque despuntando laevidente forja de perfiles autodidactas eindependencia personal que requería aque-lla época donde el movimiento “hippy”estaba de moda, liderado por el grupo esta-dounidense “Jefferson Airplane”. En esetrance, anduvimos enfrascados entre pro-gramaciones musicales, lúdicas, ociosas yde entretenimiento, cuantos jóvenes com-poníamos la “peña”, pendiente de esa otrafutilidad, exponiendo diariamente informa-ción sobre los visitantes playeros recién lle-gados, y ante todo, intercambiar apetenciasy conversaciones sostenidas en relación conlas chicas del lugar. Como decía la canción:“Que tiempo tan feliz...”. En cualquier caso,una tarea más de las que constaba, cadaverano, la agenda diaria. Guión espontáneopara cubrir el tiempo que tienes libre, con-trario al descanso, obcecados sin pausa, enla frivolidad del ajetreo, animada agitacióno trasiego desenfrenado, en cúmulo cam-biante y alterado sobre la posición o el lugardel grupo puntualmente convocado.

Introducirme con lo anteriormente indi-cado, me traslada al hecho por la que basola confección de este artículo y siguientes,razonando el mantener amistades y ademásincrementarlas. Nuevamente el recuerdome obliga a comentar lo sucedido, sintién-dome orgulloso de haber siempre gozado deuna magnífica relación de reciprocidad porparte de muchos amigos y amigas, los decostumbre y tradición. Pero aquel verano,conocimos a Paco Ramírez, un joven de miedad, cuñado de nuestro buenos y queridosvecinos, los Cerón, que desde Madrid sehabía desplazado a esta residencia de suhermana y cuñado, para relajarse y disfru-tar, buena parte del mes de Agosto. La pro-ximidad de vecindad, pared por medio, per-mitió un trato continuo y fluido que rápida-mente fructificó en estrecha amistad, pues

en breve, hasta de nuestros más superfluossecretos de lejanos amoríos femeninos, fui-mos cómplices cautelosos. Afable y mejorconversador, culto y de trato agradable, y,para más señas, noble, sincero y generoso,permitió con rapidez estrechar lazos de con-fraternización, solidaridad y camaradería.Teníamos semejantes aspiraciones, gustosparecidos y nos encontrábamos en igualdadde condiciones físicas, económicas y socia-les. Salíamos con la vehemencia de jóveneslibres y sin obligaciones, allende las discote-cas y cafeterías, en busca de amistades delseso opuesto para conversar, que no delsexo, pues en aquellos tiempos éramosconscientes de lo impensable de alcanzar lainmediata conquista sentimental o conse-guir la imposible entrega de su más invul-nerable y sacra intimidad.

Pasaban los días, y, uno de ellos, lecomenté a Ramírez, que yo debía materia-lizar un compromiso adquirido al princi-

Mapa con las sierras mineras de la Región de Murcia.

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pio del verano con un viejo y queridoamigo de la infancia, José Antonio FrancoMercader, que veraneaba en Los Alcáza-res. Ciertamente, nobleza obligaba a invi-tarle a que me acompañara al viaje consis-tente en hacerle una visita a “Franco” (queasí le conocíamos amistosamente), con lafinalidad de que me presentara a sumadrileña amiga Maite (hoy feliz matri-monio de más de 30 años, y dos hijos deorgullosa estirpe), además de exigirlecumpliera la promesa de invitarme a unabuena comida, y, por supuesto, sin faltar laguinda del atardecer ejerciendo el oficio de“barrero” (entonces individuo que setomaba una copa en la barra de una cafe-tería o discoteca), recorriendo los localesde moda, objeto de reunión y bullicio deaquella zona costera que ya vislumbrabadespunte y progresión cosmopolita. Con-vincente la propuesta desde mi particularóptica, dado el caso de llevar varios díasrepitiendo lo mismo, y observando la evi-dente monotonía de actividad, le parecióacertado salir de aquel espíritu mazarro-nero, extenuado por nuestro machaque desibilina territorialidad, acordando partir aprimeras horas de la mañana del díasiguiente. La única objeción estribaba enelegir vehículo, y puestos a discernir entresu recién estrenado Renault-5 y mi paupé-rrimo Seat 850 Especial, decidió inteligen-temente ser el conductor de su coche.

La luz de aquella temprana alboradatras el horizonte era brillante, deslum-brante, casi cegadora. Montamos en elcoche y a la vez que me acomodaba comocopiloto, comentando respecto a pequeñosdetalles propios del contenido de nuestrasmochilas, surgió distraídamente la imagenolvidada de verme en la posición de estarsentado en la banqueta de quien goza de lamáxima plenitud del viaje al disponer detotal libertad para disfrutar del paisaje.

Nunca podría imaginar que aquellaagosteña mañana, marcaría un pasado yun después en mi trayectoria personal conrespecto a los aspectos íntimamente vincu-

lantes con los asuntos de mi tierra, de miprovincia entonces, de mi murcianía. Laincitante preocupación por el sentido einusitado interés de lo que mis ojos con-templarían, produciría una efervescenteansiedad ante lo desconocido; a la vez que,sin saberlo, me creaba la incipiente forjade provisión hacia la madurez y sensatezesperada, cualidades implícitas a juicio yprudencia, en el introito caminar del adul-to que se desarrolla, como era mi caso.Cuanta coordenada del universo físico hapermitido desde entonces ordenar lassecuencias adscritas a mi pasado y pre-sente, influenciado posible, seguramente,en el futuro de los sucesos que me perte-necen o quizá tendrán lugar en la proyec-ción que acontezca en adelante hacia elámbito de lo desconocido.

MONTES Y SIMAS MINERASNos pareció más ameno viajar junto a la

costa, y por ello, el trayecto consistió en diri-girnos hacia Cartagena por Isla Plana,dejando la Azohía por la derecha. Llegado ala ciudad portuaria, atravesamos SantaLucia, poblado de antiquísima herencia depescadores, y, del que cuenta la leyenda fuepunto de desembarco del Apóstol Santiagoa la Península, conforme expuso en sumagistral discurso Alberto Colao, siguiendolas argumentaciones de Fray Leandro Soler.Atravesamos algunos túneles y calas cuandonos dimos de bruces con la Refinería deEscombreras. La vista, pues, una marañainnumerable de tuberías y tanques fijosesféricos y circulares de dimensiones cicló-peas, sobresaliendo sobre la superficie. Ins-talaciones espectaculares, cuyas chimeneasy zonas diversas manaban fuego y humo,como si de dragones enfurecidos, enjaula-dos entre sierras, se tratara. Ambos queda-mos tremendamente sobrecogidos por lamagnitud de aquellas factorías de las que noteníamos constancia iríamos a conocer, delo que sospecho, dejaría sin aliento al másatrevido personaje retando riesgo y peligrode aventuras. Realmente, éramos conscien-

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tes que aquella inmensa mole de hierro,denotando extrema actividad por los distin-tos y descomunales barcos en proceso decarga y descarga en la bahía y puerto, man-tenía los máximos niveles de control y segu-ridad exigidos por la legislación, pero sinduda, lo que no se puede evitar en ese ins-tante, es enfrentarse con temor a una pano-rámica de aspecto dantesco, inspirando,conforme te aproximas, extraños escalofríosen quienes son ajenos a su funcionamientoy habito ocular. En ese momento compren-dí, el pavor manifestado en nuestra familia,por primos y tíos carnales con residencia enla milenaria ciudad, instantes antes atrave-sada, aludiendo a un impensable y supuestoaccidente en dicho lugar, donde los depósi-tos de combustible, añadidos a la extintaconcentración de almacenes de pólvora ydinamita, para las canteras y minas, ubica-dos en esta zona, como mínimo desde el 17marzo de 1.747, día de triste recuerdo paraAlumbres Nuevos, con la explosión quesufrieron, y la muerte de 18 personas. Estosmismos almacenes tuvieron repetidasexplosiones a finales del S. XIX y principiodel XX, según consta en el libro “Los pueblosde Cartagena”, de Gómez Vizcaíno, peroentonces, no existía Escombreras. ¿Quéhabría sucedido si se hubiera repetidosemejante accidente funcionando a plenorendimiento como en las fechas que expon-go en la refinería?. Mejor no pensarlo. Unpar de años después, supe que los almace-nes de pólvora y dinamita, habían cerrado.

Superado aquel entramado montañésde altivas alturas de metales grisáceos,optamos por seguir el itinerario. En uncartel de señalización leímos: “La Unión”indicada a la izquierda y “Camino a lasMinas de...” dirección a Alumbres, a laderecha. Sepamos diferenciar, intercalopara su comprensión, que a este lugar enel S. XVI, se le denominó Alumbres Nue-vos, puesto que los Alumbres Viejos, esta-ban en Mazarrón, y ambas explotacionesde alumbreras, propiedad que fueron delos Marqueses de Vélez y Molina. Con la

desaparición de Alumbres Viejos al cerrarlas minas de Mazarrón, el único pueblominero constituido con una gran consis-tencia urbana, ha sido Alumbres Nuevos,simplificado por la propia voz popular delos vecinos, como Alumbres. No obstante,este poblado, posiblemente ocupado ydesocupado, según interesase, nos propor-ciona un testimonio de su antigüedad eimportancia, mediante los FragmentosHistórico-Eclesiásticos y Seculares delObispado de Cartagena y Reino de Murciadel S. XVII, escritos por Hermosino yParrilla, que dice: “... a la distancia de unlegua de la ciudad, hay un lugar llamadolos Alumbres, por ser minas de donde sesaca la piedra llamada “alun”, por ser tannecesaria para todos los usos: la unamina es de color encarnado y esta es muyantigua, pues hallamos, que el Rey D.Alonso El Sabio la dio por Juro de Here-dad a su hermano D. Manuel; la otra minaes de color blanco y hará poco más de dos-cientos años que se descubrió: hallasetambién en ella alguna poca plata; pero de“alun” mucha abundancia...”

Castillete metálico correspondiente al pozo de la mina“Nuestra Señora de Monserrat”. Dicha mina se encuen-tra ubicada en el famoso Cabezo Rajado, término muni-cipal de Cartagena y La Unión. La profundidad de estepozo es de 455 metros, tiene 15 plantas, la primera seencuentra a 84 metros de la superficie y la última a 431metros. Este pozo está dotado de jaulas-ascensor, parala bajada y subida del personal a los más profundo dela mina igualmente para la extracción del mineral, éstepor medio de vagonetas. El guionaje para el desliza-miento de las jaulas es de madera. El mineral extraídoes el plomo, blenda y pirita. La Unión.

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LA ENTEREZA DE UN OFICIO ANCESTRAL

Sin arredrarnos e intentando acercar-nos nuevamente a la costa, nos introduci-mos ignorantemente hacia una vereda pol-vorienta, tratando de averiguar lo que nosofrecerían aquellas sierras.

Sin dejar de ascender durante un buenrato, mi campo de visión era completo. Nosacercábamos a un espacio irreconocible,transformado, pensé, por la mano del hom-bre durante siglos para obtener los recur-sos naturales mediante la explotación delterreno que de siempre contuvo sustancia:“... sólida, homogénea, de origen inorgáni-co con composición química y estructurainterna definida y estable dentro de ciertoslímites físico-químicos”, tal y como apuntaGalán Huertos. Pero eso queda para mayorespecialidad técnica. Pasaban los minutos,notando como se agitaba mi respiración.Aquella extraña concepción de ser pasaje-ro, sin estar habituado, permitía dedicarmeesa esmerada atención a todo cuanto resul-tase agradable a los ojos. En ese instante,aún temiendo no saber por donde saldría-mos, llegamos a una cima divisando crestasy picachos de indescriptible color. Comotratándose de un mundo misterioso y mági-co descubierto, se produjo un encuentro deemociones inquietantes y conmovedoras encomunión transmitida por aquellas lejanassierras mineras a cielo abierto. Miraba sinparpadear. Por unos segundos, al entrar alescenario, la orografía y los edificios aban-donados, me ocultaron e hicieron perder elcontacto con el enfoque proyectado en miretina. Seguía buscando insistentemente lapanorámica fotografiada y almacenada enmi mente durante décimas de segundo. Ycomo una aparición, justo allí volví a encon-trar el ambivalente silueteo pétreo, capri-cho de la naturaleza y oferente a las disqui-siciones del hombre por escudriñar susentrañas para vaciarla de los preciados yricos tesoros contenidos. Punto de alturasuficiente, confluyendo con esa perspectivadominante del águila sobre el territorio alu-nizado, contemplaba el más inusitado delos paisajes.

Cráteres del tamaño superficial de unaciudad y simas de profundidades desmedi-das, cuyas soleras cubiertas de aguaempantanada, descompuesta de verdemoho, eran motivo de especulación paralucubrar sobre la conciencia del autor detan tremendo desastre, conformaban elamplio espectro fantasmal, convulsionado,aún más, por la soledad y el silencio envol-vente de un abandono generalizado, ate-nazado a su latente obediencia, aunquesuavizado, rehuyendo desfallecer, por elsosegado y dúctil soplo de brisa que olía ayodo del mar cercano.

Nuestro comentario, socarrón por elsolazo intenso, ardiente, que ya se dejabanotar, y, el espectacular ensayo de agre-sión terrenal avistado en aquel aconteci-miento, dejo impresa huella de la que sus-tento fuerzas para dejar constancia dedesproporcionada experiencia, que meprometí, como para otros casos, escribirde ello algún día, el merecido texto, biennovelado o investigado, recogiendo misimpresiones, vivencias y aportación depersonajes, basándome en las visitas querealicé en años posteriores. Y aquí estoy,mucho tiempo después, con más modestiaque pretensión, pues realmente cuandocomencé a estudiar la materia, me con-vencí de que la carga bibliográfica habíasido soportada por tantos y tantos especia-listas, amantes y defensores de esta temá-tica, de los que daré buena cuenta de partede ellos (-perdóneseme a los que no nom-bre que serán muchos por la cantidadexistente y la imposibilidad material decitar todos en estos cortos artículos desuperficie-), a lo largo de este y los siguien-tes capítulos, quedando por ello satisfacto-riamente liberado. Mejor aún, aliviado delsentir conferido al compromiso de evacuaro confeccionar un texto documental, queconsideré con evidente limitada ambiciónde presumible autoría personal. Plasmarcon tinta negra sobre blanco papel las gra-fías inteligibles para comunicar y transmi-tir todo lo que supusiera un apunte, nota o

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esbozo de la vieja y cansina mina abando-nada, extenuada hasta la saciedad de suesquilmo, dejando la drástica imagen de laexplotación, por la avara hambruna de loshombres que así lo decidieron, me irroga-ba la acción reconocedora de aspirar apromover y sensibilizar sobre el inicio delproceso recuperador y restaurador de lamemoria histórica que sustenta el almainerte del subsuelo, integrado en un medioque como el agua, el mar y el aire, perte-nece, por igual, a todos.

Sin pretender llegar a este sitio, añosdespués averiguaría que habíamos estadoen el “Cabezo Rajao”, anexo al poblado deleyenda conocido por “Iluro”, del queescribe Estrabón: “...aldea minera que pri-mitivamente se explotaba el alumbre sinprofundizar en busca de mineral másnoble; pero los íberos a poco que investi-garon hallaron plata y cobre nativos, yminerales de estaño, y, de ello buencomercio con el fenicio hicieron, ademásde fabricar puntas de lanza de cobre ybronce, así como crear orfebres adornosde plata para sus mujeres, y de pedacitosde este metal, emplearlo como moneda”.

Dejamos aquel laberinto infernal,errando una y otra vez la correcta salida,malaconsejados por la premura causada aconsecuencia del sobrecogimiento dellugar y, desde luego, cierto temor a perdi-das innecesarias de tiempo. Pasadosmomentos de tensión, con la tranquilidadde estar incorporados al asfalto, hablamosy hablamos del asunto, pero con el criteriode haber compartido el rito de unos minu-tos de paz y solaz. Solar inmisericorde, deun espacio físico, el visitado, lleno deembrujo deslumbrante, poseído de brillosy luces trepidantes en mezcla con la tibie-za de la calima invasora de la noche ante-rior, aposentada sobre las laderas de aque-llas simas gigantescas. Menos memoriatengo de lo ocurrido a lo largo de ese día,aunque cómplice de con quienes estuve,omito comentario por ser indiferente aeste tema del que trataré en varios capítu-

los, referidos a toda la Región de Murcia, ycuyo aporte sería la intrascendencia deuna reunión de buenos amigos.

El conocimiento, que nos enriquececon la proximidad y acercamiento a losespacios singulares, dice Aristóteles, sólose adquiere con la percepción que estable-ce la sensibilidad. Kant, sin embargo esmás radical, al dejar el mismo conoci-miento en manos exclusivamente delentendimiento. Y para Hegel: “... el cono-cimiento es el medio por el que la concien-cia puede acceder, desde la pura inmedia-tez”. No obstante, los tres, concibieronpartir de la negación y la determinacióndialéctica a la realidad efectiva y librecomo superación de pluralismo y enajena-ción conductiva, ajenos a la identidad oheterogeneidad que somete al individuo.

Cualquiera de estos conceptos es válidopara mi, sin perjuicio de sus diversos mati-ces. Habíamos regresado y pasaron variosdías, cuando tuve que trasladarme desde laBahía del Puerto de Mazarrón a Murcia, porasuntos familiares. Después de aquella foto-grafía grabada en mi mente de las Minas deLa Unión, adquirí una especial atención atoda la orografía que mis ojos recibían. Ver-tían asombrosas mediciones y operacionesgeométricas visuales en el horizonte, enbúsqueda de continuos contrastes de colo-ración, brillantes, ácidos, consecuencia delos movimientos de piedra y arena sacadasde las entrañas de la tierra, que pocasfechas antes había contemplado.

Nuevamente, se produjo ese mismocontacto visual como el acaecido fechaspasadas en La Unión. Subiendo la cuestade la carretera saliendo por el montículodel pueblo de Mazarrón, frontera de con-tacto hacia el interior de agrestes camposanejos al Guadalentín, ascenso coronadohermano del macizo montañoso que con-tiene toda la prosapia y esplendor delacontecimiento histórico, herencia de unpasado que le convierte en el más puroejemplo de la conservación de un oficiomilenario, volvía a contemplar con avari-

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cia aquél milagro. El sugerente colorido dela tierra convulso de ocres, grises y rojosinimitables; la belleza del recorte de lassierras mineras en el azul del horizonte; laatracción por el misterio de las enhiestastorres arruinadas, nombradas por castille-tes; la magia fluyendo de las bocas de susmúltiples pozos engullendo galerías pre-ñadas del aura de cientos de personas quelas ocuparon al límite del incierto e inmi-nente peligro; advertía cuanta evocaciónpuede sentirse para expresar una pasiónque te llena el alma. En fin, un conjunto deimpresiones que me hicieron reflexionar,conforme me deleitaba con aquel mundode sensaciones múltiples, forzado a dete-ner mi curiosidad inducida y creándome laexpectativa de ejercer en el futuro de hon-roso y servicial pregonero de aquel espa-cio, lleno de vida y sabiduría, el de lasotras minas, las de Mazarrón. Sudor, lágri-mas, sangre y enfermedades de hombresbragados que, a diferencia de las que hereferido a cielo abierto, consiguierondoblegar a la fuerza de la gravedad deoquedades soportando infinitos quintalesde peso, mediante la pericia del arte cons-tructivo de pasillos subterráneos fortifica-dos para extraer el mineral, creados a par-tir de excavaciones perpendiculares. Verti-calidad convertida en milagro para laaventura desafiante del explorador, quientiene la misión, poniendo su vida en peli-gro, descubrir la veta mineral que le hanencargado conseguir para ser mimada enun principio por necesidades inherentes alproyecto programado, y, más tarde, antela desmedida trayectoria de la explotacióny acabado el filón con destino al enriqueci-miento empresarial, desvirtuados, violen-tados, agredidos y removidos sus terrenoshasta el paroxismo, dejarlos a su suerte,indiferentes, desgraciadamente, a lacorrespondiente exigencia de medidascorrectoras que deberían habérselesimpuesto en evitación del aciago y lamen-table impacto medio ambiental, hoy díaexistente.

Pero es el hombre, el ser pensante de lacreación, el que desencadena los aconteci-mientos. Y pese a que mi curtida inocen-cia, clama justicia, cierto es que no debeentenderse tal interpretación. Dejo cons-tancia que no es mi función opinar en crí-tica de alarmismo, sálveme el cielo, sobresendos elementos constitutivos de talesdesmanes en el pasado, entidades empre-sariales y legisladores gobernantes, ejer-cientes de verdugos y causantes de la irre-versibilidad de tan trascendente desatino.Sin embargo, no puedo dejar al margen miánimo solidario con los actuales movi-mientos ecologistas e intelectuales, invi-tando a la reflexión sobre los estudios dedesviación del sistema sostenible medioambiental, aconsejando prudencia enmateria de explotación de canteras yminería.

No obstante, mi paseo escriturando enestas páginas la evocación de la cienciamilenaria de la minería, cumplido deberadjunto al empedernido explorador yaventurado descubridor del oculto produc-to, lítico, metálico o líquido que precisa o

Castillete de madera correspondiente al pozo de lamina “María Jesús”. Esta misma misma se encuentraubicada en el Cabezo Agudo, término municipal deCartagena y la Unión. La profundidad de este pozo esde 517 metros, tiene 14 plantas, la primera se encuen-tra a 95 metros de la superficie y la última a 500metros. Este pozo estaba dotado de jaulas-ascensor,para la bajada y subida del personal lo más profundode la mina, lo mismo que para hacer la extracción detodo el mineral arrancado de las entrañas de la tierra.Éste por medio de vagonetas que entraban cargadasdentro de dichas jaulas. El guionaje para el desliza-miento de las jaulas era de cable redondo de acero. Elminera extraído es el plomo, blenda y pirita. La Unión.

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exige la sociedad en cada momento, peseal detrimento y desastre medio-ambientalque origina, no es óbice, en mostrar dispo-sición de entusiasta defensor en apoyo deque se encarguen los proyectos de acondi-cionamiento y rehabilitación generalizadade los espacios naturales erosionados.

EL MINEROAl propio tiempo, digno y honroso

resulta tratar al hombre con mayúsculas.El que bajo tierra, dejó su vida pegada alas paredes de gemido convulsivo en ate-rrante tronar de picota y barreno, manan-do llagas y fisuras alarmantes en cada has-tial que lloró lágrimas de grandeza. Exper-to cirujano aplicando el bisturí de suherramienta para separar y retirar la sus-tancia válida de provecho, cisma de suórgano matriz inútil. Ejemplo de cumplidodeber adjunto a empedernido explorador,aventurero y descubridor en la obedienciade saciar al requeriente de la materia fun-dida en la noche infinita, me ofrece laoportunidad en estas líneas de manifestarla siguiente dedicatoria. Es notorio quetodo pasa obligadamente por el respetoque merece el protagonismo de nuestrafigura señera, motivo del más triste y cir-cunspecto trabajo jamás conocido.

Nobleza obliga a pretender concien-ciar sobre la conveniencia de cerrar lasheridas producidas a la tierra, pero mayorsentimiento en el corazón encierra estecaluroso aplauso de cariño y profundaadmiración, inserto en el devenir del des-valido y desprotegido minero, que surcócon valor y sufrimiento los conductosabiertos en las profundidades de la tierraen aras de proveer materiales imprescin-dibles para conseguir el alto nivel indus-trial y tecnológico que disfrutamos.

¿Quién es este personaje que se mueveen el subsuelo?

Para describir un periodo concreto delminero en la antigüedad, nada mejor quereferirnos a unos fragmentos del historia-dor griego, Diódoro de Sículo, en su viaje a

Carthago Nova, aquella que antes fueraMastia, que reza: “Los esclavos que pue-blan estas prisiones, mientras proporcio-nan ganancias increíbles a sus amos, ago-biados ellos noche y día en las profundi-dades subterráneas de las minas, sucum-ben con frecuencia al peso del excesivotrabajo. No existe para ellos remisión nidescanso..., los capataces los obligan conel látigo a sufrir las penalidades másterribles y muchos mueren miserablemen-te. Los que la robustez del cuerpo y elvigor de su ánimo les permite soportarsemejante carga, continúan en aquellavida tan dura tantos años, que en el exce-so de su desgracia, juzgan preferible lamuerte. Entre las muchas cosas dignas deadmirar que ofrecen estas minas no es lamenor el que ninguna de ellas sea defecha reciente, sino que todas datan deltiempo cartaginés, quizá muchas centu-rias antes, cuya codicia las mantuvoabiertas en permanente explotación.

A esto es debido el acrecentamiento desu poderío, que suerte casual tuvo Romade vencer al cartaginés, ante sus inmen-sas riquezas con las que pudieron levan-tar aquellos ejércitos numerosos que tan-tos y tan difíciles triunfos les proporciona-ron en sus guerras... porque la preponde-rancia que alcanzaron en sus continuasluchas los cartagineses no hay que atri-buirlas a la calidad de sus ciudadanos, nia sus milicias mercenarias, ni a las ciuda-des aliadas; el gran peligro en que envol-vieron a romanos, sicilianos y africanosno reconoce otra causa que la de superar-les a todos en riqueza, por la que ellossacaban de estas minas extraordinarias.

Desde los tiempos más antiguos fueronlos cartagineses tan diligentes y entendi-dos en buscar metales y adiestrar mine-ros, que nada dejaron por hacer a losromanos en este particular.

Hoy, al que se encarga de dirigir unamina se le entregan gran número de escla-vos comprados en compañía. Estos abrenpozos o galerías en varios sitios y extraen

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la tierra hasta poner de manifiesto lasgrandes masas de oro y plata... que enalgunas minas llegan a alcanzar muchosestadios de longitud y profundidad, cuyasgalerías se abren al través y oblicuamen-te, hacia los filones metálicos, por las cua-les el mineral es cargado y extraído de lasprofundas entrañas de la tierra por elsiervo vigilado y atemorizado, cuyo últimoaliento, al contacto con el aire y la luz delexterior de la mina, le vemos expirar en lamiseria más absoluta”.

Desde la antigüedad, no faltan citas eneste sentido expuesto sobre la temible ytriste esclavitud del minero. Se detectan enlas notas de Arquímedes, matemático einventor, nacido en Siracusa y educado enAlejandría; en los textos del estoico sirioPosidonio de Apamea, maestro de MarcoTulio Cicerón; en los fundamentos de ren-tabilidad minera del geógrafo e historiadorgriego Estrabón; en los datos manifestadospor el historiador Polibio de Megalópolis,tutor de Publio Cornelio Escipión; igual-mente, por el enciclopedista romano,máxima autoridad científica de la Europaantigua, Cayo Plinio Segundo el Viejo, ensu obra “Mineralogía y Metalurgia en laHispania”, escribiendo sobre el maltrato alos esclavos de las minas. Y así, un largolistado que sería interminable de relatar.

Siguieron la lucha en favor de los des-protegidos esclavos, entre los que seencontraban los mineros. En el S. IV, elteólogo cristiano y uno de los más eminen-tes doctores de la Iglesia Occidental, SanAgustín de Hipona, y, en el XIII el filósofoy teólogo, el Doctor Angélico y Príncipe delos Escolásticos, Santo Tomás de Aquino,pero los esfuerzos de estos y otros tantosque les acompañaron en su cruzada fue-ron inútiles. Los esclavos, siguieron sutriste suerte y peor destino.

Tres siglos más tarde, conocemos otrosintentos por liberar y mejorar las tareas ycarga del esclavo minero. Tomás Moro, elmejor político y jurisconsulto inglés de sutiempo, supo de la proverbial aportación

de las minas a los ingresos reales, quienanalizando las condiciones económicasque movían los intereses más importantesde los gobiernos europeos, constatandocomo principal fuente de riqueza las cuen-cas de hulla, explotación de filones y locali-zación de vetas de metales preciosos, dedi-có una brillante tesis que sugería elevar lascondiciones técnicas, sociales y laboralesde estos trabajadores, apuntando en justi-cia y mejor virtud, que este aprovecha-miento humano, devengaría mayor renta-bilidad para las arcas reales, con sólo pres-tarles las atenciones y mejora de condicio-nes de vida necesarias. Realmente, su dis-curso respaldado por el ansia de riquezadel gobernante, tuvo una gran aceptaciónen todas las casas reales del continente,pero la usura del codicioso e insaciablehacinamiento de las respectivas Cortesimpidiendo cualquier gasto de inversiónpara beneficiar a las gavias recolectoras demineral, tornó en acometer la creación desu obra más relevante “Utopía”. Desdesiempre, deshumanizadas, pervertidas yambiciosas en lo material, las monarquías,dejaron a su suerte los inmensos colectivosmineros que siguieron sufriendo y murien-do indefectible e irremediablemente hastabien entrado el S. XX, con estos y aquellosavatares y desidias marcados por las direc-trices de los amos.

En la misma línea de esta corriente deMoro, secundada por Erasmo de Rotter-dam, intervino el Noble y filósofo francésMichel de Montaigne, persuadido de queno existía moral válida, desde la perspecti-va religiosa, creencia en lo sagrado a laque acude todo buen soberano, si no seactúa por convicción de la propia concien-cia en consonancia con el ademán de pro-teger y amparar el precario oficio delesclavo minero, obrero o trabajador entoda la extensión de la palabra, parasobrevivir de las miserias impuestas;advirtiendo que cada hombre conlleva laforma entera de la condición humana ale-jada a todo conocimiento exterior, pero

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ante la impasible actitud de los pensadoresy homónimos de nobleza, redactó su obra“Ensayos”, volúmenes por los que estáconsiderado el verdadero creador de estegénero en Europa.

Así otros tantos prohombres de todaslas épocas, podríamos referir e incorporar aeste documento como muestra concesiona-ria de gratitud y dignidad hacia un nutridoy desapercibido colectivo representado enel viejo escudo de armas de la minería,mediante una corona real que preside encabeza, un mazo y martilla de pico cruza-dos en aspa. Sin embargo, este emblemaque igualmente acredita al uniforme delIngeniero de minas, obliga a su portador,responsable y director del expolio y dañoscolaterales, cuanto menos, a recuperar lazona una vez completada la explotación, envirtud de que esta actividad es una de lascausas más importantes de la degradaciónmedio ambiental provocada por el desafue-ro egoísta de los seres humanos.

Ahora bien, no puedo dejar pasar laocasión para transcribir un rico y exquisito

testimonio textual, de acreditada vivenciapersonal, resumen de lo que escribía conmotivo del décimo cuarto certamen delFestival Minero de La Unión, bajo el seu-dónimo de “Paco Icaro”, Francisco CeldránSánchez, responsable de prensa de dichoevento, glosando con ingenio de literaturanovelada, la paradójica situación de unoshombres inmersos entre la búsqueda degloria y su final en el infierno, y reza así:“...para que ofrenden sus gargantas, áspe-ras y broncas, a la diosa de la sierra: laminera. Como un culto a la bravura de lavida, a la fatalidad de la muerte, desdeaquí se eleva la plegaria jonda en la“noche oscura del cante”. “...minas, pozos,lavaderos..., el hedor penetrante de estaalquimia elemental ahoga ahora mi memo-ria. Es también el olor que impregnaba lapesada pelliza de mi abuelo, el aroma delagua sucia en el lebrillo, donde cada díami abuela le lavaba los pies agrietados. Esun olor que no he vuelto a encontrar enninguna parte. Aún lo conservo en la nariz,en el paladar... Es tan denso que cruje enmi boca si resucito aquél viento de enton-ces que lo arrastraba, tanto que si lo aspi-ro, lo mastico. Mucho antes, a finales delS. XIX, el estruendo y olor a pólvora yreclamo de la plata, atrajo a miles deandaluces ávidos de mejor fortuna, cauti-vados por los cantos de sirena de estanueva “California”. Los más aguerridos sehicieron “partidarios”, solitarios defenso-res de un trozo de tierra acosada por pis-tolas y navajas, efímeros dioses de alpar-gata, con el estomago vacío y la miradaferoz, buscando estrellas perdidas a golpede pico. La mayoría caían doblegados porla desesperanza, en las garras de losamos. Sólo les quedaba entonces burlar suambición blandiendo el alcohol como unapatética espada:

“Echa otro vaso de vino,no te lleves la botella,porque bebiendo sin tino,me parece menos negra,la mina de mi destino.”

Ilustración de minero en una fundición con calderas,moldes y útiles para la desplatación.

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Hasta que la roca se desploma sobre unamasijo de riñones y le transportan en unataúd de cinc del tamaño de una caja dezapatos; o el polvo revienta el pecho y secambia la mina por la casa, por la calle,arrastrando en cuerpo famélico por largasbaldosas de lajas, pegando la boca al suelopara absorber la humedad. ¡La boca de sili-cótico!, una boca que se hacía más grandeen verano, seca, como una esponja abando-nada a pleno sol de la arena. Intentandohinchar el pecho y emitiendo. Entonces, unsonido ronco (los pitos), como si el aire seescapara por alguna fisura. La luz encendi-da toda la noche en la pequeña habitaciónoxigenada a través de la pequeña ventanaa la calle. La cintura doblada sobre la camay los esputos pegados de las paredes, comobabosas. Al final, decenas de viudas jóvenescon un tropel de hijos de todas las edades;y, un cementerio donde hasta bien entradoslos años setenta, la estructura social de laciudad estaba perfectamente reflejada bajola siguiente fisonomía: una calle principalde ladrillo con lujosos panteones y mármolpara el descanso de los amos, y, en torno aella, una multitud de montículos de tierracubiertos por una costra de cal viva en cuyacabecera yace una cruz negra, que comobien dice la copla popular:

“Madre, cuando yo me muera,que me entierren en La Unión,junto a un minero cualquiera,con plomo en el corazón,y calavera de cera”.

Paisaje desolador donde la rabia seexpresa en forma de “quejíos” atronado-res capaces de exorcizar lo mismo a ánge-les que a demonios.

En este apéndice murciano de la Anda-lucía errante, el flamenco huele y sabe amineral, y esto es lo que le otorga su sen-tido y singularidad.”

Cuanta amargura y tristeza desprendeesta bella y realista prosa centrada en lafigura del minero marcada por el infortu-nio. Su autor Ícaro, inspirado en conscien-

te intensidad mitológica, como el hijo deDédalo, encerrado en el laberinto deMinos, fabrica sus propias alas de plumasy cera para huir, pero la fuerte energíacalorífica del lugar, las derrite, obligándo-le a permanecer en este termino de mon-tes escarbados, destripados y ahuecados,donde la magia y leyenda traspasa el almade sus gentes quebrantadas por el polvoenfermizo de sus pozos, arrastrado por elviento e invadiendo sus sencillos hogares,aunque concediéndoles dones y mercedesque el cielo quiso negarles, al convertirlesen la Catedral del Cante de las Minas, artesupremo que implica la soberanía de unagarganta enfrenada, a solas, con la angus-tia loca de la copla.

Pero en nuestra tierra, cante sin trovo,no es minería. He tenido durante estosúltimos años la suerte de conocer a verda-deros genios de la repentización. Hemosescrito una y otra vez, sobre estos hom-bres curtidos bajo los soles de las mil bata-llas. Pero nunca sabremos qué resortemilagroso ilumina a la sabia neurona queinspira tanta hermosura y belleza en lacomposición de sus versos, cuando impro-visando en directo crean e ingenian verda-deras joyas de la ternura y sensibilidadpoética.

No puedo dejar pasar la ocasión parafelicitar la iniciativa de todos ellos (a losque evitaré nombrar por temor a olvidaralguno), al viabilizar su denodado esfuerzodirigiéndolo a conservar esta riqueza deprofunda tradición artística, de la que nossentimos plenamente orgullosos, con lapuesta en marcha y funcionamiento deuna Escuela del Trovo.

En este sentido, por los vínculos deamistad recíprocos, quiero dejar constan-cia de su presencia en el Museo Etnológicode la Huerta de Murcia, donde repetidasveces han sido protagonistas de su arte,ante multitud de admiradores y seguido-res. Donde además han plasmando suhuella a través de un regalo imperecederode su ingenio, escrito y enmarcado en un

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cuadro, que posa con toda dignidad en lasestanterías de la Asociación de Amigos denuestro Museo, y que reza como sigue:

“Décima improvisada por Ángel CegarraOlmos, “Conejo II”, a iniciativa de Luis Bel-chí García y José Vidal García. Dedicadapor estos a la Asociación de Amigos delMuseo de la Huerta de Murcia. Alcantarilla.

Cuando el mundo Dios creó,Puso a Murcia en la tierra,Y la riqueza que encierra,Con sol y mar la bañó,En ella el amor sembró,Nos enseñó a ser hermanos,Y como buenos cristianos,Los mineros de la Unión,Han fundido el corazón,De mineros y huertanos.La Unión, Abril 2.004.”

EN MEMORIA DE LUIS BELCHI GARCIAQueda patente en la reproducción ante-

rior de la décima improvisada por “ConejoII”, la presencia de Luis Belchí García, queinició el reto de la propuesta, convertidaen plegaría de hermanamiento entremineros y huertanos.

A colación viene su nombre, el de LuisBelchí García, nunca más a propósito deeste artículo que traigo para gloria de suinmortalidad. Hombre con el que traté decontactar, tras haber mantenido una nochede trovos en nuestro Museo, un intercambiode opiniones sobre su oficio de minero. Per-sona querida y respetada en la Unión, trasdiversas consultas elevadas a especialistasy amigos del Patrimonio Minero, perolamentablemente, cuando lo intenté habíadesaparecido. Páginas escritas, que recupe-ran la memoria de su nombre y que seránleídas hoy, a la vez que guardadas para elarchivo imperecedero de su figura en laaclamación posterior del colectivo mineromurciano, parte integrante del conglomera-do humano castigado y sacrificado en arasde la exigente evolución, modernidad ydesarrollo económico.

Hay veces que un tema en el que te

encuentras inmerso, puede estar inconclu-so si se obvia un documento vital. Milagroocurrido fue este caso, en el preciso ins-tante que aparece, José Vidal García,sobrino de Luis Belchí, otro amigo delTrovo y de las veladas de este arte ennuestro Museo (Vidal, por cierto, enamo-rado de las cosas de la tierra, es cons-tructor de una maqueta a escala de laNoria de nuestro Museo, que reúne todaslas condiciones de idoneidad para serexpuesta en las mejores salas de exposi-ciones donde se trate el tema del regadíomurciano), quien igualmente instó y apoyópara que “Conejo II” se obligara a compo-

Cabezo Rajado. Fotografía hecha dentro de una jaula-ascensor en la planta n.^7 del pozo de San Francisco dePaula de la mina “Ibera”. Dicha planta se encuentra a298 metros de la superficie. De izquierda a derecha:don José Manzano, facultativo de minas; Luis BelchiGarcía, encargado-supervisor de todos los trabajos dela mina; Eleuterio Andreu Martínez, ayudante de todala fortificación de la mina. Fotografía hecha en 1964.

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ner la décima en repentización, comohomenaje a mineros y huertanos, y, mehace entrega, nada más y nada menos,que de las memorias sobre la propia vidaprofesional, escritas por su tío, a las quetituló: “Viejos recuerdos de un hombre quefue minero. Años 1.940-1.980. Dedicadoa: Jorge Vidal López”.

Este librito, con portadas de plástico ysus hojas escritas con letra de máquina deescribir, anilladas en su conjunto, ha sido elmejor regalo que he recibido a lo largo deltiempo que llevo interesado por este temarelacionado con el minero, y en esta oca-sión con el hombre; con el ser que piensa ysiente; con el alma que entrega su corazóna través de la pluma, esperando un halo decomprensión, de condescendencia, debenevolencia, hacia la eternidad.

El documento, nacido para ser publica-do en imprenta, pide a gritos su divulga-ción. Es una joya que transpira los másíntimos susurros de un minero con espíri-tu trovero, o, de un trovero de vocaciónminera, que ambas concepciones tienenderecho a convivir en las profundidades deuna mina.

Un minero escritor de sus memorias,es un personaje inédito y esperado comoagua de lluvia, que le convierte en la figu-ra añorada para cualquier investigador deesta materia. Y la situación me permite elprivilegio de ser el guía de su presenta-ción, cuyo posicionamiento personal meenorgullece y llena de alegría.

Se introduce con su foto ante la mina yuna proverbial y estudiada décima que reza:

En esta pequeña historia,No quisiera equivocarme,Porque yo suelo ampararme,Siempre en mi buena memoria,Y escribiendo sobre minería,Que es un tema que me encanta,Y mi mente es tan exacta,Que sin desviarme en nada,Yo termino la jornada,Haciendo lo que me gusta.

Se inicia con sus datos personales y elcomienzo de su empleo en el ramo de laminería, así como la empresa que lo con-trató en 1938, a los 15 años, expresandocon tanta claridad y lucidez su primer tra-bajo, que, es digno de resaltarlo: “... lo pri-mero que me encargaron fue dándole lacarga a las críbas de palanquines...”

A lo largo de toda la obra memorística,fiel reflejo de su buena capacidad mental,además de todo lo concerniente con su iti-nerario laboral en los pozos, anécdotas,situaciones difíciles; nos introduce en lossistemas que se utilizaron para la extrac-ción del mineral.

Pero no contento con su propia biogra-fía, se atreve a radiografiar a un buenamigo, con el que establece lazos y víncu-los de auténtica hermandad formandopareja con él, al que describe como: “...buen hombre, de mejor estatura, cuerporobusto y complexión fuerte, buen trabaja-dor y mejor compañero...”. Se trata deFernando Candela López, que moriría deSilicosis en 1970, a los 57 años y al que leprofesó cariño y sincero afecto.

Explica cada uno de los oficios de lamina, competencias, facultades y obliga-ciones de los respectivos: Ingeniero Jefe;Ayudante; Encargado o Vigilante; Barrene-ro o Perforista; Marrero o ayudante deperforista; Peón; Cabo de Ganchos; Pedri-cero; Entibador; Tubero o Viero; Gavia ozagal; y la denominación de un completocatalogo de herramental y su aplicación enla mina. Nos habla de los sistemas dealumbrado de la mina; de la forma comose preparan las cargas de los barrenos; elcalor de la mina; los minerales de nuestratierra; las chimeneas de las máquinas deextracción; los trabajos posteriores a par-tir de la llegada del mineral al exterior; depoleas; jaulas; machacadoras; clasificador;circuito de artilugios de flotación; los lava-deros; su distribución en cadena hacia lasfábricas de fundición, y un amplio mues-trario de conocimientos que permitenentender con facilidad lo que se realiza en

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una mina, transportándonos al pasado ydejando entrever planos y croquis que jus-tifica su acertada decisión de escribirsobre el tema.

De murciélagos; de viejos caminos sub-terráneos; de escombreras; de profundida-des de los pozos, de comparación de épo-cas distintas de trabajar en las minas; for-mas de comunicarse desde el interior de lamina al exterior; de los estilos constructi-vos de los castilletes, de la situación de laschimeneas; del envejecimiento de lospozos, los nombres de las minas conocidospor estos pagos, etc. etc.

Si usted no ha bajado a una mina, sidesea conocer su funcionamiento y organi-zación, nada mejor que desde una redac-ción sencilla y amena, acercarse a estedocumento que algún día verá la luz a suslectores.

A partir de este instante, el librito quedacatalogado en la bibliografía de nuestraBiblioteca y será uno de los textos biográfi-cos ejemplo de perseverancia y vocaciónprofesional de un oficio: El Minero.

MI VIVENCIA CON UN MINEROY es aquí, donde me place aportar el

contacto directo, el trato humano, la suer-te que tuve de recibir en persona, el conta-gio de la euforia profesional de un hombrecultivado en lo más profundo de una mina.Un hombre de valor inoculado en la soli-daridad y el compañerismo, en la confian-za de que estos sustantivos le pudieransalvar la vida. Un hombre lleno de verdadabsoluta; de peripecias acaecidas en suentorno; de gravedades postulantes deauxilio; de lagrimas contenidas ante trage-dias incontables; de apoyo moral y contri-butivo a quien le necesitó. Esa fue laimpresión que extraje de mi relación sen-tida y cordial, con un minero al que difícil-mente olvidaré. La evidencia de soltura fuenotable, sin tecnicismo y de manera cam-pechana, pero de forma muy clara e ilus-trativa, sobre el suntuoso detalle del traza-do orgánico para la construcción de un

pozo y su explotación, el más complejo ypeligroso sistema que se ha utilizado parala minería (aunque de todos se tratará,pues la idea del proceso seguido desde laantigüedad más remota y su valor estra-tégico para acometer el método apropiadoes la clave del entendimiento de las dife-rentes explotaciones), argumentó cuantole pareció oportuno, durante horas de diá-logo que mantuvimos en diferentes ocasio-nes. Sería imposible trasladar sus opinio-nes y que coincidieran con lo que piensa yentiende la generalidad de sus compañe-ros del mundo. Pero es lógico que, en lofundamental pudieran estar de acuerdo.

De este encuentro, hace años (más deveinte), tuve la oportunidad de entablarconversación en la playa de La Albufereta(Alicante), con un viejo minero asturiano,Eulogio Freixinós, encargado de una sec-ción de minería, gravemente enfermo desilicosis y milagrosamente vivo, explicán-dome con detalle -ante el interés que des-pertaba en mí este tema- lo que yo recogíaen apuntes que conservo, en relación conla importancia de una galería bien fortifi-cada, “templada”, como el describió. “Setrata -me dijo-, conforme a mi experienciaprofesional, de realizar previamente pros-pecciones para conocer la existencia de lopretendido. Obtenidas las muestras positi-vas, se crea un pozo hacía el punto inferiorlocalizado de la muestra recogida. Extin-guido en profundidad el material, se ini-cian tantos huecos como sea necesario,desde la propia pared del pozo, para quede forma horizontal o inclinada, cuyo diá-metro y trazado variarían en función delas necesidades del acceso a los frentes dearranque y del transporte del mineral, ata-que las masa de veta mineral hasta ago-tarla. Pero además, estas galerías, podíandiferenciarse, en mi tiempo, de principaleso secundarias, haciendo las primeras fun-ción permanente para hacer frente a larecepción distribuidora concentrando eltransporte directamente hacia el exterior ohacia la boca en el pozo de extracción; y,

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las segundas, convertidas en ramificacio-nes temporales destinadas a dar acceso alas caras de arranque, facilitando rentabi-lidad de la explotación y mejor control delas comunicaciones, primero mediante elarrastre, en la antigüedad, de capazos ycajoneras de esparto, y en mi tiempo delas vagonetas”.

En otro orden de cosas, me transmitiósignificada y expresamente, que, el mayorcuidado tenía que centrarse en la fortifica-ción y supervisión estructural diaria de lasgalerías. Esta labor era esencial para man-tener el equilibrio inalterado de esfuerzosde la red general de galerías, apuntaladaspor vigas y cuadros de madera (mencio-nándome que últimamente ya eran de hie-rro), arcos metálicos ensamblados ymuros de estéril, que terminaron siendode hormigón. Finalmente, hizo hincapié,de las mejoras que se estaban aportandocon la fijación de techos y la instalación demallas metálicas indicadas para contribuira dividir los esfuerzos generados por lafuerza descendente sobre cada galería sur-gida a mayor profundidad; expresandofinalmente: “...todo en aras de evitar yreducir -esta frase la repitió-, el riesgo desupuestos hundimientos”, del que fue tes-tigo presencial en más de una ocasión.Recuerdo, por último, las palabras expre-sadas, que definen la impresión de unminero que anduvo bajo miles de tonela-das de montaña: “... las entrañas de la tie-rra tienen vida, las maltratamos, y estasse lo cobran con ovitos humanos”.

Nunca olvidaré el énfasis con que mecontaba estos sentidos conocimientoslaborales, impregnados de razonados con-sejos de sabiduría. Detectaba impotencia yrabia en el pronunciamiento de suscomentarios. Sin duda, dirigiéndose a losque nunca le oirían. Era como una plega-ria, queriendo avisar, advertir a los res-ponsables de cualquier explotación mineradel mundo, de la importancia de dejar“atado y bien atado” el proceso constructi-vo de la instalación, la “fortificación” como

él definió, y, su continua inspección oculary técnica.

Celebré aquellos encuentros amistososcon el anónimo minero, con quien coincidívarias veces a la orilla del baño playero. Elestimulo despertado del mayor interés,provocó -y dejo constancia- mi más entu-siasta proceder. Desde entonces, me apre-suré a la búsqueda bibliográfica que meaportaría información, y, en ello estuve,además de viajero itinerante, recorriendogeográficamente los puntos mineros mássignificativos de nuestra, hoy en día, pros-pera Comunidad Autónoma. Años mástarde supe que Eulogio, tomó la decisiónde quitarse la vida, lo que me hizo refle-xionar sobre esta violenta acción; pregun-tándome si somos justos a la hora de pro-porcionar calidad y apoyo psicológico, aunos seres encadenados al sufrimiento desu gran tragedia, el padecimiento de lasilicosis, consecuencia de un trabajo labo-ral rentabilizado por el empresario, que, ala vez, incita y subsidia al Estado. Enfer-medad presta, a la más larga y lenta muer-te del individuo que adquiere fibrosis pul-monar progresiva por inhalación de sílicelibre en el aire respirado durante su expo-sición ambiental en la mina. Síntomas deinsuficiencia ventilatoria, tuberculosis,infecciones mocrobacterianas, y otrospadecimientos en laringe y faringe, quesólo pueden mejorar con el alejamiento delpaciente del ambiente nocivo en que sedesenvuelve. Pero pese a mejorar, lamen-table y desgraciadamente, continuará conel deterioro ulterior del pulmón cuyadegradación terminará con su vida. Pre-gunté a un neumólogo sobre el tema y mecontestó como especialista: “... el cuadroradiológico característico del enfermo desilicosis consiste en pequeñas opacidadesredondeadas en los lóbulos pulmonaressuperiores, con retracción hiliar y adeno-patías de los ganglios de facto irreversi-bles, asociándose a una marcada altera-ción biológico-funcional con componentesrestrictivo y obstructivo de agresión dege-

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nerativa al órgano vital del cerebro porfalta de oxigenación y riego sanguíneo”.

De cualquier forma, de su tierra, Astu-rias, me transmitió un halo de misteriosacuriosidad, al comentarme aquél aconteci-miento que vivió su abuelo, también mine-ro, en el S. XIX, respecto de las antiguasminas, de cobre y cobalto de la Sierra delAramo, que los ancianos de los alrededo-res la denominan “Texeo”, que fueron pro-piedad de D. Alejandro Van Straal. Curio-sidad que no ha dejado de atraerme y pre-ocuparme en todo este espacio de tiempo.Al fin, hurgando por las autopistas de lainformación, hete aquí que, pude encon-trar la reproducción íntegra del artículopublicado por el Ingeniero D. Alfonso Doryen 1.893, sobre tales minas descubiertaspor el Ingeniero alemán Van Straalem, en1.888. Evidentemente, yo nunca tuve claroel mensaje que me quiso entregar, pero sinembargo, este documento encierra talmagnitud de información, que con sólo sulectura, uno puede quedar impregnado desabiduría, altamente instruido para dialo-gar o discutir sobre el proceso y evoluciónde la minería. Pero sobre todo mencionarque, este descubrimiento, lo que aporta, eslo que quizá sea el único ejemplo de unaexplotación minera de finales de la Edadde Piedra y comienzo de la Edad delCobre, perfectamente conservada. Losaspectos geológicos; las apariciones deconstantes restos arqueológicos y paleon-tológicos, describiendo el hallazgo de die-ciséis esqueletos humanos, dos de elloscompletos; martillos de piedra de variadasmagnitudes; picos de cuerno; agujas depiedra para el arranque; cuñas y teas demadera resinosa para el alumbrado;ramas cubiertas de piel engrasada; dosbateas de madera; fragmentos de cuero,una avellana labrada; un cuchillo dehueso, y otras muchas herramientas deminero. Todo explicado con escrupulosodetenimiento, desde la dirección de lasoquedades en busca del mineral, hasta lasentalladuras en las paredes de las excava-

ciones; desde las formas, hasta las medi-das; desde sus posiciones, hasta la dureza;desde su cronología, hasta sus pesos. Uncompleto y profundo estudio analítico por-menorizado, durante más de 25 páginas,que ofrece una visión temática del arran-que; fortificación; circulación de los obre-ros y transporte del mineral; el beneficiode las menas; las nociones mineralógicasde los filones explotados; el reconocimien-to del cobalto para uso en su estructurasocial; los procedimientos utilizados parasu obtención; el valor industrial de laempresa emprendida que demuestra laposible aplicación de esclavos en la mina;concluyendo, teniendo en cuenta la menta-lidad decimonónica, con la amplia libertadde invitación a ser visitada por aficionadosa la Paleontología y Arqueología, sin per-juicio de la importancia que supone paralos ingenieros este vasto campo fértildesde el punto de vista de aprendizaje yformación, sobre los antiguos procesos deminería en la decrepitud de la Edad dePiedra y en los albores de la Edad delBronce, que podríamos aplicar al formulis-mo similar que existió igualmente en estastierras murcianas, proclives a todo tipo deminerales, las más productivas de España.

Según reza, en distintos dictámenestécnicos de especialistas como el expuestopor el célebre geólogo Vilanova: “...laregión ígnea más importante en la penín-sula, capaz de haber producido inmensariqueza mineral, es la que se forma a lolargo de la costa, desde el Cabo de Gata alde Palos”. D. Ramón Pellico, otra eminen-cia, dice con inteligible aclaración: “... unacomarca en donde la estratificación de losdiferentes depósitos sedimentarios ofrecetantos accidentes y discordancias debenaturalmente haber sido teatro de repeti-das y extensas erupciones, las cuales per-mitieron emerger de forma natural y fácil,filones y vetas de metales preciosos deprofundidades insondables para el serhumano, como demuestra el arduo deve-nir histórico de su explotación, y, Silver-

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troop, de mayor garantía y opinión, seña-la cinco líneas de perturbación volcánicaen esta provincia de Murcia, direcciónE.N.E. a O.S.O., dejando claro las grandesposibilidades de obtención de importantemineral de plata y plomo en estratigrafíaspróximas a la superficie, centrándose suprincipal muestrario en la Sierra de Car-tagena, cráteres, el de la cumbre de la Cri-soleja; el del Cerro del Sancti Espíritu, y eldel Lomo de las Narices”. Todo ello locorrobora y manifiesta con gran precisiónanalítica D. Federico de Botella y de Hor-nos, indicando a Cartagena y sus Islas,como uno de los espacios en que másabundan las rocas eruptivas, signo que yaen la antigüedad fenicia, evidenciaba losbrotes fundidos en forma de arroyo deminerales solidificados. No en vano el DiosVulcano romano, y, antes el Dios Hefestogriego, dieron muestras en estas tierras desu fuego volcánico, fundiendo metalesinmersos en las recónditas profundidadesde su tierra, expulsados a superficiesdonde los hombres pudieron extraerloscon facilidad, concediendo a los materiales

nobleza de moneda, con el valor de tasa-ción comercial, en función de su escasez,ductilidad, belleza o necesidad, con finesde permuta, transacción o pago; suponien-do la creación de los primeros sistemasorganizativos de vida.

La referencia de los primeros hombresque utilizaron masivamente los metalespara este proceso socializante, hay quedetectarla en escrituras con caracterescuneiformes, que descifra Georg FriedrichGrotefen, de textos persas, en relación conla aparición de ciudades como Ur y Uruk,que inventaron la escritura durante el IVmilenio a. C., allá en los territorios meri-dionales de Mesopotamia, civilización pri-mitiva que desarrolló técnicas de irrigacióny construcciones de ladrillo, y, de circuns-tancias geográficas y climáticas semejantesa estas del Sureste español, atribuyéndose-le a los sumerios tales hechos, corroboradopor las miles de tablillas encontradas coninformación sobre bienes, registros detransacciones o listas de propiedades ymetales preciosos de los reyes, entendién-dose que con esta iniciativa, que seguiríacon acadios, casitas, asirios, cuyo imperioheredaría Fenicia, con el florecimiento delas ciudades de Biblos y Ugarit, navegaríanpor el Mediterráneo hasta nuestra penín-sula, donde establecieron destacados vín-culos comerciales con los pueblos íberos, alos que impartieron mayor formación téc-nica en el ámbito de la consecución dematerias primas y minerales a cambio deobjetos suntuarios. Lo que hace suponerque llegarían a nuestras costas, descu-briendo a flor de epidermis terrestre, laimportancia de estos yacimientos metáli-cos que sugerirían su explotación a los ocu-pantes íberos, pueblos descendientes deetnias nómadas que miles de años antespartieron de aquellas procedentes del cen-tro de África, origen de la vida.

Y volviendo al caso del Aramo, enparalelismo, debemos referir hechossemejantes y análogos en nuestra tierra.El descubrimiento por el ingeniero y

Mapa topográfico Sierra Cartagena.

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arqueólogo belga, Luis Seret, de la CuevaPrehistórica de Montajú (Parazuelos), yotras similares en Morata y Ramonete, conyacimientos de herramientas de piedra,cráneos humanos, junto con anillos, pen-dientes y brazaletes de plata y oro, y otrosvarios objetos de cobre y bronce, entre ins-trumentos de sílex y restos de fundición,cuyos criaderos mineralógicos -explica eldescubridor-, corresponderían al Lomo deBas (junto a las cavernas expresadas), yHerrerías de Cuevas, y a mayor escala elafloramientos del conocido manto de azu-les de la Sierra de Cartagena (descripcióndel hallazgo inserto en los respectivoslibros de Cañabate Navarro y FerrándizAraujo), demuestra la fuerte vitalidad detodas estas explotaciones mineras murcia-nas de costa desde época prehistórica pró-xima al hombre de Cro-Magnón y de Fur-fooz. Pero aún cuando todo ello demuestraque el aprovechamiento del oro, plata ycobre y su transformación en bronce, fueya conocido desde una época tan remota,pareciendo servir de enlace y transiciónentre la Edad de Piedra y la Edad de losMetales, es innegable que serían los feni-cios, civilización muy adelantada, repre-sentada en Tarsis, una de sus colonias másimportantes, y, que según el Profesor ame-ricano Haupt, significa “preparación deminerales”, los que incorporarían el per-feccionamiento de los procedimientosmetalúrgicos y los sistemas técnicos delaborar los yacimientos metalíferos ennuestras minas, y cuya prueba de mayorrelieve, es sin duda, el hallazgo de lospecios hundidos en la playa de la Isla delPuerto de Mazarrón.

NUTRIENTE DOCUMENTAL.En el sentido de acercarme mayormen-

te a lo concerniente con todo proceso yprocedimiento próximo a la minería cono-cida en la Región de Murcia, meses mástarde, me atrevería a desafiar el secreto desu riqueza documental, cuyo esfuerzo decompilación catalogado lo pongo a disposi-

ción de quienes quieran acercarse al cono-cimiento de esta seductora y atrayentemateria. Poco a poco, llegaría una grancantidad de información, a través de fon-dos bibliográficos a los que recurrí, ini-ciándome con aquella entrañable, pero deun estricto y riguroso tecnicismo: “Memo-ria sobre la industria minera de Cartage-na”, de D. José de Monasterio y Correa;trasladándome a otros textos y libros,entre los que destacaría el vademécum enla materia para nuestra Región: “Descrip-ción geológica y minera de las provinciasde Murcia y Almería”, del insigne D. Fede-rico Botella y de Hornos; el estudio retros-pectivo del desarrollo de todas las zonasde actividad industrial: “Murcia. Minería”,del ínclito D. Francisco Pato Quintana; losreglamentos constitutivos, origen de lasactuales: “Leyes de Minas e Hidrocarbu-ros”, de los organismos competentes; laelocuencia de D. Ginés Pérez Garrigós,convenciéndonos en: “El País de la Plata”,sobre la pre-Mastia cartagenera de losTartessos; sin obviar ese entrañable libritode bolsillo: “La Unión, ciudad minera”, deaquel encomiable escritor y querido inves-tigador, D. Andrés Cegarra Salcedo; ymuchos más que colman alienados canti-dad imprecisa de metros de estantería encualquiera de las Bibliotecas de los puntosdonde se surcó la profundidad de la tierrapara conseguir sus frutos, ya fuera la pio-nera Cartagena de múltiples e incesantesexplotaciones mineras; La Unión, segrega-da con su histórica bahía de Portman;Mazarrón, de la Almazarrón fenicia deplomo, plata, almagra y alumbre; Águilas,la del Embarcadero del Hornillo, antesportuaria del hierro de Sierra Filabres;Lorca, la de sus minas de la Serrata; Jumi-lla, con la que denominó del Carmen; y,Cehegín con sus yacimientos de hierro delGilico; que fundamentado y enteradaqueda con su memoria pertinente la Aso-ciación de Museos, grupos y colecciones demineralogía y paleontología.

Y como ya citamos anteriormente, no

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podemos obviar un ejemplar editado porD. Eduardo Cañabate Navarro, de excep-cional y valioso rigor histórico, dedicadoa la profunda investigación del mundoclásico con respecto a la influencia ejerci-da por esta extensa afloración de vetas,menas y filones mineralógicos, íntima-mente relacionado con el origen del gru-púsculo humano que fundó el primitivoasentamiento que daría lugar a la ciudadde Cartagena; así como especificacionesde su topografía; primitivas explotacio-nes mineras; datos de gran interésmedievalista y anotaciones sobre proce-dimientos de extracción y concesionesmineras, al que su autor, tituló: “La mine-ría en Cartagena”.

Una cascada de trabajos se sucedierona continuación, y aún entendiendo suaspecto estrictamente socio-económico yestadístico, sobresalen los dos que se pre-sentan seguidamente, por cuanto suponeaportar un profundo y cuidado estudio,objetivo y científico, comprimido a unreducido abanico de años bajo la perspec-tiva de la decadencia de la minería mur-ciana, refiriéndome a los libros:

“El distrito minero de Cartagena entorno a la primera Guerra Mundial (1909-1923)”; de Pedro M.ª Egea Bruno.; y,

“La minería murciana contemporánea(1930-1985)”; de Juan Bta. Vilar; PedroMaria Egea Bruno y Juan Carlos Fernán-dez Gutierrez.

Textos más recientes, que igualmentehoy son obras maestras en su género,como la: “Guía Ambiental de la mineríasen la Región de Murcia”, de Maria JesúsRos Amorós, una brillante exposición delencuadre de nuestra geografía, analizandola protección del medio ambiente, el sectorminero y la actividad extractiva de todoslos municipios que componen este territo-rio. Un trabajo que permite acercarse aconocer cualquier punto que nos interesede esta Región para deducir su calidad devida, ordenación del territorio y cuantorepresenta el formato de viabilidad en los

ámbitos industriales y medio ambientalesde esta vieja actividad.

No puede faltar, con la finalidad deabarcar publicaciones especializadas, detodas las latitudes que traten de esta cues-tión de su razón, sendos trabajos circuns-critos a territorios del litoral Suroeste dela Región, que expresamos por su carácterbucólico-histórico y la gran cantidad degráficos, planos, fotografías y documenta-ción antigua que incluyen, siendo pororden cronológico:

“La Minerías en Aguilas. Los MarínMenú”; de Luis Díaz Martínez.

“La minería en Lorca (1.860-1.985). LaSierra de En medio”; de Bartolomé GarcíaRuiz.

Otro curioso libro, afín a la actividadminera, lo han escrito en equipo de traba-jo conjuntado, José Antonio Gómez Martí-nez; Joaquín Andrés Sánchez Vintró y JoséVicente Coves Navarro, titulado: “Los tre-nes mineros de Cartagena, Mazarrón yMorata”, haciendo un largo y extenuadorelato de toda la actividad ferroviaria quesurgió en el ámbito de las minas explota-das y que tiene su inicio con la propuestade un tranvía a vapor de Cartagena a lasHerrerías, proyecto firmado por D. Meli-tón Martín en 1.858, para el que se preve-ía tráfico en las dos direcciones, no tuvoéxito por razones económicas; aunque seintentó nuevamente en 1.862, con la visitade Isabel II, motivada por la inauguraciónde la línea de ferrocarril, Madrid-Cartage-na, tampoco pudo cuajar. Sería el 14 deoctubre de 1.874, tras infinidad de peripe-cias, cuando quedaría inaugurada la líneareferida. Un repaso muy cuidado y de grantrayectoria investigadora, anecdótica yfotográfica, cursado en estos cortos cami-nos de hierro, le confiere a este libro lafacultad de un perfecto y ameno documen-to de lectura, que te introduce en el nostál-gico túnel temporal del pasado.

Cercana se encuentra una de las últi-mas publicaciones de mayor relieve enesta materia, titulada: “Los Almazarro-

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aspirando a concluir en la actualidad bajolos auspicios y patrocinio del Museo de laCiencia y el Agua del Ayuntamiento deMurcia, con una verdadera joya maestra,dirigida por Maribel Parra Lledó, consti-tuida en composición de exposición y catá-logo, recopilando un exquisito legadomuseístico y pertrechando datos hasta lasaciedad, denominada en conjunto con elsugestivo título: “Patrimonio minero de laRegión de Murcia. Bocamina”, elevada aobra de arte por sus extraordinarios con-tenidos estructurados en cinco bloquestemáticos e insuflada mediante el real-mente acertado e insuperable compendiode artículos de magníficos especialistas enla materia, entre los que se encuentranmuseólogos; investigadores; arqueólogos;ingenieros de minas; geólogos; cartógra-fos; economistas; historiadores y cronis-tas oficiales, acompañado de un rico glo-sario de definiciones, todo ello mostrado,elaborado y confeccionado en inteligibledesafío o tendido de mano -que ambosaspectos serían admisibles- a la propia

nes”, del eminente medico, historiador yhumanista, Carlos Ferrándiz Araujo, querepasa los orígenes de la minería, pasandopor fenicios, griegos, cartaginenses yromanos, para llegar a la decadencia, quele introduciría al agotamiento generaliza-do y la fase de crisis estable de la mineríaen 1.956, que no sería superada en nues-tra Región de Murcia. Su estudio, aunquecentrado en la minas de Mazarrón, es unextraordinario ejemplo de investigaciónbibliográfica, documental y gráfica, ysugerente recomendación para quiendesee aconsejarse y conocer esta complejaactividad que se practica por los sereshumanos desde los tiempos más remotos.

Extractado, pero muy ilustrativo, resul-ta el librito “Ruta Minera. Carretera del33. La Unión – Murcia”, de José IgnacioManteca Martínez; Cristóbal García Gar-cía y Francisco J. Ródenas Rozas, defen-diendo la tesis de mantener en valor elcamino que partiendo de la Cuesta de lasLajas, conocido desde antiguo como tra-yecto de La Unión a Portman, por habersido la ruta que vertebraba la ocupaciónhumana y la explotación económica delespacio central de la Serranía unionense.

Otro trabajo de excepcional concepciónlo tenemos en el denominado: “Los oríge-nes del siglo minero en Murcia. Compañí-as de minas; fundiciones y beneficio deescoriales en Cartagena, Mazarrón, Lorcay Aguilas hasta la primera mitad del S.XIX”, de Mariano C. Guillén Riquelme,cuya finalidad ha sido tratar con esmerodocumentado y archivístico, la irrupciónde las compañías mineras en 1.826;pasando por la Revolución Industrial y laexaltación de las compañías por accionesestablecidas en 1.840. Amén de la mineríaen despegue y sus conflictos; nuevamentesu renacer y un análisis inteligentísimo deconclusiones que demuestra el gran cono-cimiento del autor en esta temática.

Y de esta manera, hasta nuestros días,han seguido editándose textos, documen-tos, dossier; publicaciones innumerables,

Antigüedades encontradas en minas de Cartagena.

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inercia del inquieto explorador de la futu-ra investigación arqueológica de campo oarchivística del legajo, del matiz, del deta-lle pendiente de inmortalidad.

CONOCIMIENTO DEL ORIGEN REMOTO.El prehistoriador y etnólogo inglés

John Lubbok, en el segundo tercio del S.XIX, acuñó el término “paleolítico”, parareferirse a la etapa de la edad de piedraque se caracteriza por el trabajo de estematerial mediante la técnica de talla. Pocotiempo después, el paleontólogo america-no Lewis Morgan, indujo a un mayor estu-dio del amplio espectro cronológico deltérmino designado como paleolítico, lo quepermitió determinar con cierta precisiónque su significado fuese utilizado paradesignar a cada una de aquellas comuni-dades humanas del pasado, cuya forma devida se basara en la caza, la recolección yla utilización del sílex.

Pero ello precisa base de conocimiento,y, este y próximos artículos, comprometena exponer una andadura concerniente acuanto implique la evolución de esta anti-quísima actividad, que, iremos acoplandoen cada momento con intervenciones per-sonales, correspondientes a personajesextintos o a punto de desaparecer paragloria de un patrimonio histórico iniguala-ble y memoria de los hombres que sufrie-ron sus consecuencias, a los que rindo estepostrero y humilde tributo desde nuestrarevista “Cangilón”.

La aparición de las primeras comuni-dades de este periodo, habrá que remon-tarlas al pleistoceno, hace un millón deaños, para desaparecer 8.000 años antesde Cristo. Por lo que en este concepto serefiere, el gran descubrimiento, motivadopor la aplicación conjunta de la técnica yla ciencia, habrá que dirigirlo al conoci-miento de la extracción de materiales ensuperficie o bajo tierra (casi desde el prin-cipio de la Edad de Piedra, hace 2’5 millo-nes de años), con destino al uso de herra-mientas u otras necesidades para sobrevi-

vir y evolucionar. Por tanto, debemosaceptar que la obtención selectiva de pie-dras y otros materiales a partir de la cor-teza terrestre debemos considerarlominería. Lo que nos indica que la mineríasurgió cuando los predecesores de losseres humanos empezaron a utilizardeterminados tipos de rocas para tallarlasy fabricar piezas que les sirvieran parasus cometidos cotidianos.

Conviene recordar que entrado el S.XX, se produjo por los especialistas en lamateria la catalogación de los tres subpe-riodos que constituyen el paleolítico, connomenclaturas de inferior, medio y supe-rior; que a su vez crean subdivisionesrazonadas en la identificación de rasgoscomplejos asimilados a artefactos líticos,concretados en las industrias o tecno-complejos, que a partir del paleolíticomedio, algunos autores denominan cultu-ras y que toman sus nombres de los yaci-mientos más representativos, entendién-dose como tal, el modo en que los gruposde homínidos primero y humanos des-pués, aprendieron a organizar su com-portamiento y pensamiento en relacióncon el entorno físico que habitaban. Refe-rencia, que hay que basarla en la formaque los individuos se relacionan entre sí,y, el factor cognitivo sobre los modosrepresentativos sociales. Finalmente,decir que la cultura de cada pueblo,adquiere una componente material, con-sistente en el encuadre temporal de losobjetos físicos producidos, entre ellos losque ofrecieron los depósitos formadospor el proceso natural de ocupaciónhumana, estudiados por la arqueologíaen ese espacio de tiempo y lugar.

Puesto que realmente, una actividadinicial, aunque rudimentaria consistió encomenzar a desenterrar sílex u otrasrocas, para más tarde –conforme se vacia-ban las vetas del material interesado-, pro-fundizar con excavaciones que continua-ron mediante huecos y pequeñas galeríassubterráneas, cabe argumentar que la

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minería es la industria más elemental de lahumanidad, incorporada con toda avidez yrentabilidad por los primeros asentamien-tos y civilizaciones.

Ante lo expuesto, sabiendo que aque-llas primeras explotaciones a cielo abierto,dejaron paso a las que se horadaron bajotierra, es obligado citar el posterior ysiguiente método, para la recuperación demateriales minerales materializado a tra-vés de pozos de perforación, cuyo procesose estableció más recientemente en laextracción de combustibles. En la actuali-dad, la sofisticación para la recopilaciónde minerales se ha desplazado de la tierraal mar, donde próximamente podría exten-derse a la profundidad de los océanos.

Regresando a la parte de la prehisto-ria para comprender como llegan los pri-meros hombres a nuestras costas y con-cretamente al Sureste español, hay queretrotraerse al momento de la apariciónde estos, hace 2’5 millones de años, juntoa los lagos Victoria y Turkana, en el Estede África, en la línea de Norte a Sur cen-trada donde hoy se ubican los países deSudan, Ruanda, Kenya, Uganda y Tanza-nia, yacimientos arqueológicos estudia-dos, que, además de encontrarse en elperímetro de ambos lagos mencionados,se localizaron en Hadar, Omo, Baringo yOlduvai, de los expresados territorios,advirtiendo que en su nómada devenir enbúsqueda de caza, llegaron hasta elEstrecho de Gibraltar y el Sinaí, puntosestratégicos por donde se trasladaron anuestra península y Europa.

Evidentemente este trabajo, sin perjui-cio de aportar datos que puedan docu-mentar e informar en cuestión de mineríavisionada desde cualquier perspectivageneral y externa a los límites geográficosde nuestra Región de Murcia, se ceñirá atratar todo cuanto concierna sobre estamateria en relación con las explotacionesque a lo largo de la historia hayamos cono-cido o hayan sido motivo de indagación eneste sentido.

Si en el paleolítico inferior del “HomoErectus”, comenzó la industria lítica, cen-trada en la fabricación de utensilios a par-tir de núcleos de piedra que desembocócon la construcción del primer hacha demano (instrumento cortante consistente enun mango de madera y una hoja planapulida de sílex, sujeta al extremo más ale-jado de su empuñadura) utilizadas enÁfrica, Europa y Asia, en contraste, con eldesarrollo incipiente de la técnica del las-cado para conseguir fragmentos con bor-des afilados, para cortar, partir, sajar, pelar,seccionar o recortar, que sólo se realiza enEuropa; en el paleolítico medio del “HomoSapiens”, se moderniza y progresa el siste-ma de lascado, obteniendo láminas extre-madamente delgadas y afiladas, aptascomo puntas agresivas, que desempeñaronel papel desencadenante de la implanta-ción de las armas de caza y defensivas.

Posteriormente, en el paleolítico supe-rior, aumenta enormemente el número detipos líticos, con respecto al periodo ante-rior, haciendo más selectiva la explotaciónde materias primas y más frecuente elaprovechamiento de recursos físicos pro-cedentes de lugares alejados, perfeccio-nando los útiles y acoplándolos a las con-veniencias que van surgiendo en el proce-so evolutivo de la especie.

En definitiva, fue una industria organi-zada sistemáticamente a lo largo de milesde años, con fines de conseguir materialesde gran dureza y durabilidad para fabri-car, herramientas, armas y todo tipo depiezas que se ajustaran a los propósitos delos propios sujetos agrupados en aras desobrevivir y reproducirse. Esta muestra deactuaciones, se proyectaron en el abanicode acciones en superficie, cielo abierto yen zonas al descubierto, cuya identidad hasido expresada como el principio de laextracción de materiales del suelo, que seprolonga en el tiempo hasta nuestros días,y, que se definiría por las primeras civili-zaciones, como minería.

Continuará con el siguiente capítulo.

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LA ENTEREZA DE UN OFICIO ANCESTRAL