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- LA EP.:'f:MIA DE MATLALZAJ-IUATL DURANTE la época espai'lola fueron frecuentes en el territorio de la Nueva España grandes epidemias que diezmaron repetidas veces la población Indl- gena. Variedades de viruelas, tifus o paperas parecen ser las más probables; en general, todas las enfermedades infecciosas, cuya expresión más clara es la fiebre, pasaron confundidas con el nombre genérico de calenturas. Aunque de todo este confuso montón, parece ser que supieron discriminar el tifus y el paludismo (1). Cllnlcamente, ninguna ha podido hoy ser identificada. De todas ellas, las més graves se produjeron entre los ai'los 1545-1548, 1576-1581, Y en 1736-1739. Pero al margen de éstas, que podrlamos denominar las más famosas por el número de vlctimas que motivaron, existieron otras epidemias menores, des- graciadamente con gran continuidad y que fueron intensamente destructivas para áreas limitadas. El siglo XVII fue pródigo en este tipo de epidemias, destacándose la·de 1643, que se desarrolló principalmente en Michoacán y GuanaJuato: conside- rada como de matlazahuatl o tifus, llegaron a desaparecer en esas provincias pueblos enteros, hasta de una población cie 20.000 Indios. ,En 1648, una nueva peste causó la despoblación de la ciudad de Puebla; peste que se repitió en la capital mexicana durante los ai'los 1691, 1692 Y 1'695. En ésta última encontró la muerte Sor Juana Inés de la Cruz. (1) CHAVEZ, Ignacio: Mhlco en la cultura midlca. México, 1947. Pág. 49. r.:,1' S Li O ·' rEC A

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LA EP.:'f:MIA DE MATLALZAJ-IUATL D~ 17S8-17~~

DURANTE la época espai'lola fueron frecuentes en el territorio de la Nueva España grandes epidemias que diezmaron repetidas veces la población Indl­

gena. Variedades de viruelas, tifus o paperas parecen ser las más probables; en general, todas las enfermedades infecciosas, cuya expresión más clara es la fiebre, pasaron confundidas con el nombre genérico de calenturas. Aunque de todo este confuso montón, parece ser que supieron discriminar el tifus y el paludismo (1). Cllnlcamente, ninguna ha podido hoy ser identificada.

De todas ellas, las més graves se produjeron entre los ai'los 1545-1548, 1576-1581, Y en 1736-1739. Pero al margen de éstas, que podrlamos denominar las más famosas por el número de vlctimas que motivaron, existieron otras epidemias menores, des­graciadamente con gran continuidad y que fueron intensamente destructivas para áreas limitadas. El siglo XVII fue pródigo en este tipo de epidemias, destacándose la·de 1643, que se desarrolló principalmente en Michoacán y GuanaJuato: conside­rada como de matlazahuatl o tifus, llegaron a desaparecer en esas provincias pueblos enteros, hasta de una población cie 20.000 Indios. ,En 1648, una nueva peste causó la despoblación de la ciudad de Puebla; peste que se repitió en la capital mexicana durante los ai'los 1691, 1692 Y 1'695. En ésta última encontró la muerte Sor Juana Inés de la Cruz.

(1) CHAVEZ, Ignacio: Mhlco en la cultura midlca. México, 1947. Pág. 49.

r.:,1' S Li O ·'rEC A

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BIBIANO TORRES

La repercusión de estas epidemias locales en cuanto a la demografía indígena no hay duda de que debió de ser muy importante, llegándose a cálculos que espe­cifican que, por esta causa y otras calamidades, un 80 % de la población nativa pereció entre 1519 y 1650 (2).

En el siglo xvnJ continuó sufriendo el pueblo mexicano terribles epidemias, prin­cipalmente en las zonas costeras. Pero la más importante fue la ya seflalada de 1736-1739, de la cual nos vamos a ocupar, y que sólo puede ser comparable por sus consecuencias a las ya también resefladas del siglo XVI. De la primera de éstas, referida por Torquemada y por SahagÚ'"n, ·ambos elevan el número de las víctimas a 800.000 Indios; la que comenzó en 1575, la más maligna de todas, que según cuentan las crónicas comenzó con la aparición de un cometa y, después, por tres soles que brillaron por toda una maflana en el firl1]amento, el número de vlctimas sobrepasó los dos millones. Ambas son comparadas, en la documentación que hemos utilizado, con las grandes epidemias mundiales, haciendo referencia "a la del tiempo de Justiniano, en Constantinopla, en que morlan, cada dla, durante cinco atlos 10.000 personas; la de 1335 que vagando por todo el orbe entonces descu­bierto dicen los historiadores naber consumido la mitad del género humano" (3).

Aunque, como ya hemos expresado, no hay ninguna duda de la repercusión que debieron de tener estas epidemias en el proceso demográfico mexicano, estas cifras de víctimas del siglo XVI son bastante excesivas, y no hay ninguna base docu­mental donde poder apoyarse. Por otro lado, las contabilidades eclesiásticas y tribu­tarias no se hacian siempre con el mayor cuidado, ofreciéndose numerosas expli­caciones de las pérdidas de la población indlgena.

Concretándonos ya a la epidemia de 1736-1739, digamos que es conocida como una de las más importantes causadas por el matlazahuatl.Esta palabra --en nahuatl significa erupción contagiosa- era el nombre indígena que, en los siglos XVI Y XVII, designaba el tifus, pero ya en el XVUI perdió su primitivo significado, y venia a ser sinónimo de epidemia (4).

DESARROLLO Y ,CAUSAS DE LA EPIDElMIA

LOS primeros casos de ella aparecieron durante los últimos dlas de agosto de 1736 entre los sirvientes de un Obraje del pueblo de Tacuba, distante entonces

de la capital unos cinco kilómetros. Como ocu~rló en la famosa epidemia de 1571, una serie de hechos naturales se relacionan con ella: hubo un temblor de tierra

(2) GERHARD, Peter: M~xicó 1m 1742. México, 1962.

(3) Mapa hecho sobre la población indfgena en las jurisdicciones cercanas a la capital en 1739. A. G. l. México, 536.

(4) Esta era conocida en el siglo XVI bajo la palabra cocolixtle.

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LA EPIDEMIA DE MATLALZAHUATL

el 7 de septiembre; ese mismo dla un eclipse de luna, y otro de sol a primeros de febrero de 1737; y, junto a ésto, huracanes fortrsimos del sur "que en el valle de la ciudad de México derribaron los más altos árboles y las veletas de las torres" (5), y un aspecto singular de las estrellas que fue juzgado como otro cometa, (6).

Sahumerios, vapores, riegos, y separación de los enfermos fueron las primeras me­didas tomadas, sin que éstas pudieran evitar que rápidamente se propagase por todos los demás pueblos circunvecinos a la capital, llegándose a sentir en los arra­bales de ésta, en los primeros dlas de diciembre, particularmente en los barrios del mediodla, extendiéndose desde aqul, poco a poco, a todos los cuarteles de extramu­ros. Fue la población indígena la más afectada, aunque después, pasó a ser también común entre la "gente baja, pobre y plebeya de color quebrado".

,La epidemia dejó sentir su más alta crisis en la capital en los dlas de Navidad de aquel año. Durante ellos se relatan los más espantosos sucesos de aquel mal; por aquellas jornadas "cala muerto el marido, sobre él su consorte y ambos cadá­veres eran el lecho en que yaclan enfermos los hijos" (7).

La enfermedad presentaba como slntomas caracterrsticos unas fiebres altas, a las que los Indios llamaban mathazahuatl. Eran en todos los casos los mismos: "sen­tran escalofrlos, ardor de entrañas, dolor de sienes, flujo de sangre a las narices, sobreviniéndoles a todos ictericia; se ponlan tan amarillos que metlan miedo, y al quinto o sexto dla morían o sanaban, pero con el peligro de recaer, lo que sucedía hasta cinco veces, con lo cual los que hablan escapado al primer asalto, que los dejaba muy débiles, se rendlan a estos últimos" (8).

'Por los mapas que se formaron en posteriores censos a la epidemia se pudo demostrar que los pueblos de tierra caliente fueron los menos afectados. :Esto dio lugar a una serie de disquisiciones para averiguar las causas de la enfermedad, concretándose, principalmente, en cuatro. ola primera de ellas, el abuso en el con­sumo de los aguardientes adulterados, de tepaches y otras bebidas fermentadas, y lo mismo por el uso continuado del aguardiente de Castilla, por muy bueno que éste fuese. La segunda, la mala alimentación, pues lo poco que ganaban los indl. genas lo gastaban en comprar "el maldito aguardiente sin que les quede con que comprar el alimento necesario". La tercera causa se achacaba a la diferencia do temperatura que había en México entre el calor del dla y la frialdad de la nocha; y la cuarta a beber agua fria en tiempo en que estaban sudando o calientes (9).

(5) Disertaciones. Tomo III. Obras de Don Lucas ALAMAN. México, 1942.

(6) ALEGRE, Francisco Javier: Historia de la provincia de la Compañia de Jesús de Nueva Es-paña. 4 tomos. Roma, 1960. Tomo IV, plig. 376.

(7) CABRERA Y QUINTERO, Cayetano de: Escudo de Armas de Mixlco. M~xico, 1746.

(8) CAVO, Andrés: Historia de México. México, 1949, plig. 420.

(9) CABRERA y QUINTERO: [7].

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BIBIANO TORRES

Una de estas causas, según el Protomedicato mexicano, provocaba "una Ictericia ve­nenosa que como se forma de la cólera extravasado[a para la obstrucción de los canos y conductos por donde la naturaleza la dirige a la oficina del hlgado a la ve­JIga de la hiel, en los temperamentos cálidos habla más facilidad de exhalarse que de obstruirse con la continua aspersión de los poros que . no podían conseguir en las tierras templadas y frias" (10).

Las noticias llegadas a Espaila sobre la enfermedad dieron lugar a nuevos estudios sobre los slntomas que se presentaban, para averiguar las causas y ver si se trata­ba de una epidemia o de una peste lo que en Wxico se estaba produciendo. Según el dictamen del Fiscal del Consejo de Indias, que naturalmente debió de asesorarse por las autoridades médicas de la corte, "epidemias eran aquellas enfermedades que tenlan una causa universal, y que comprendla en si dos géneros subalternos de ma­les: populares y pestilentes. Mientras que la peste era una enfermedad epidémica o popular. De lo cual se Inferla que toda peste era epidémica, pero que no toda epide­mia era peste, y aunque a la peste le apellidan siempre epidemia, el concepto es Im­propio, porque ésta siempre produce determinado género de dolencia y en la peste se experimentan enfermedades de diversos géneros".

En cuanto a las causas que provocaban estas enfermedades fueron varios los juicios que sobre ello exlstlan. Unos las atribulan a las inmundicias de los albailales o cloacas de las casas, otros a la falta de alimentos, a la corrupción de las bebidas, o a la demasiada abundancia de manjares después de una gran abstinencia, y a otras causas naturales, "siendo la más cierta la putrefacción del aire la que ocasiona estas dolencias, y con su particularidad la peste" (11).

Basándose en todas estas consideraciones, desde España se determinó que debla de ser tenido como una epidemia y no· una peste lo que se experimentaba en aquella ciudad de México y sus contornos. Quizá convenga hacer un inciso y puntualizar que todas estas disquisiciones cientlficas que hemos transcrito no tenían por finalidad el profundizar en los estudios de las causas, sino que con ellas se debatia una cuestión económica, como era la de aprobar o no el que los indios no pagasen tributo durante aquellos ailos. Esta solicitud (12) fue en principio denegada "porque los privilegios concedidos en tiempo de peste no tienen lugar ni sirven de consecuencia para la epidemia" (13). Aunque, posteriormente, al extenderse por todo el territorio e Incre­mentarse el número de las víctimas se ordenó devolver todo lo cobrado durante ella y relevarlos del pago durante un quinquenio (14).

(10) México, 22 de septiembre de 1739. Carta de Don Ambrosio E. MelgareJo a Su Majestad, A. O. l. México, 536.

(11) Madrid, 18 de septiembre de 1737. Informe del Fiscal del Consejo de Indiu. A. O. l. Mé-xieo. 504.

(12) Hablan acudido con esta petici6n al Acuerdo el 23 de febrero de 1737. México, 536.

(13) Doc. cit. nota 11.

(14) Doc. cit. nota 12.

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LA EPIDEMIA DE MATLALZAHUATL

EXPANSION DE LA EPIDEMIA

S ON Innumerables los testimonios que refieren la expansión que la epidemia fue tomando. Las víctImas de ella se veían por las esquinas y en las puertas de

los templos, siendo necesario dar sepultura en los patios de las casas y en las lonjas de la ciudad, calculéndose que más de 100 indios murieron diariamente en México durante cada uno de los meses de 1737. Es difícil hablar de un número total de vlctlmas"porque ni los curas lo pueden certificar y si alguno lo ha hecho ha sido a bulto, porque durante la epidemia no se tenia cuidado de asentar las partidas de ellos. No se trataba de otra cosa qulf' de enterrarlos y de buscar lugar para ello; y el més exacto y vigilante de los curas tenía sobrado en que ejercitar su celo si acudía a los que morían sin atender a los que ya habían muerto. Muchos se arrojaban en las minas y otros se hallaban muchos dlas después difuntos en los despobla­dos (15).

'Las noticias halladas sobre los remedios propuestos para atajar el mal son todas referentes a la capital, en la que la actividad del Virrey-Arzobispo fue muy destacada. Cinco boticas fueron establecidas donde todos los afectados acudían por las medici­nas necesarias gratuitamente, y con Igual carácter se pusieron cuatro médicos para que los atendiesen en sus domicilios. Las referencias sobre la ayuda prestada a Vlzarrón por todas las familias con posibilidades económicas y por todo el clero quedan bien reflejadas en las manifestaciones del Virrey (16). Y lo mismo las muchas plega­rias, rogativas, novenas, procesiones y públicas penitencias de toda la ciudad, aunque "mucho debe ser el número y mucha la gravedad de nuestras culpas o poco eficaz el arrepentimiento cuando con todo esto se hace sorda su Inmensa clemencia". La epidemia mientras tanto continuaba haciendo cada vez més estragos, llegandO los criollos también a ser víctimas de ella, sin que .parezca que afectase mucho a los europeos (17).

Quizá el mayor alivio de todos los Intentados fue la creación de nuevos hospitales por lo que suponra de aislar a la enfermedad. A los nueve existentes en la ciudad, los cuales se llenaron répidamente, a pesar de haberse duplicado el número de camas en ellos, fueron sumados otros ocho més provisionalmente: seis de ellos sirvieron para enfermería de los afectados y los dos restantes para los convalecientes. Estos últi­mos fueron establecidos en el barrio de San Hip6lito. Los demás se situaron en el barrio de San Sebastlán, el de se mismo nombre; en el barrio del Hornillo, el de Nuestra Sel'lora. de los Milagros, y otro en el barrio de Santa Catalina. Todos estos fueron obras del jesuita Juan Martlnez, una de las figuras más destacadas en cuanto a su actividad durante los dlas de la epidemia (18). Los otros tres

(15) Doc. cit. nota 10.

(16) M~xico, 16 de abril de 1737. Carta de Vizarr6n a Su Majestad, A. G. lo México, 504.

(17) México, 22 de abril de 1737. Carta del Virrey a Su Majestad, A. G. lo México, 504.

(18) CAVO [8], pá,. 419.

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BIBlANO TORRES

fueron los de Nuestra Sei'lora de Guadalupe, situado en el barrio de la Teja, y los de San Lázaro y San Pablo. Todos ellos pudieron ser sostenidos por las contribuciones particulares del Virrey Vlzarron y del cabildo de la ciudad.

Con las cifras ya mencionadas de vlctimas en la capitlll, si al'ladlmos los 56 partIdos más cercanos a ella, se puede totalizar un número de 55.760. En cuanto a las que podemos dar de otras reglones mexicanas son aún más confusas. SI sabemos qua después de México, fue Puebla la zona más afectada, muriendo en su jurisdicción unos 54.000 indios. Querétano y Guadalajara también dan unos Indices altos de mor­talidad, y en proporciones menores en las más iejanas provincias se dieron muchos casos a lo largo de todo el año 1738. Siguiendo siempre con cálculos aproximados, puede admitirse la cifra total de 192.000 víctimas (19).

ALGUNAS CONSECUENCIAS DE LA EPIDEMIA

A PARTE de la designación de la Virgen de Guadalupe como patrona y protectora de la ciudad de MéxIco -asl fue proclamada el 27 de mayo de 1737-, dos

fueron las consecooncias inmediatas que produjo aquella epidemia. -Desde el punto de vIsta hacendlstico, los tributos de los indios apenas si sufrieron reducción alguna, lo cual demostró el fraude que debió de existir anteriormente. Las tasaciones de 1734 dan un número de 99.811 tributarios enteros, en las 56 Jurisdicciones cercanas ala capital, mientras que la ordenada hacer por el Virrey-Arzobispo, en 1739, dio un total de 76.543. Esta fue hecha por los alcaldes ordinarios, con la asistencia de un vecino de cada partido y con certificaciones secretas de los curas. Las cifras son lo sufi­cientemente expresivas para admitir el gran fraude que se comella, ya que en este cálculo sólo están incluidos pueblos cercanos a la capital, y por lo tanto donde . la vigilancia podía ser mayor, y además no son estos precisamente los que mayor po­blación indlgena tenían (20). La disminución de tributarios, 23.268, cifra insignificante comparada con el número de victimas que motivó la epid!9mia, apenas si tuvo reper­cusión económica, pues 15.061 nuevos indios se hallaban ya próximos a tributar (21).

La otra consecuencia fue la pro'hibición de bebidas. El Protomedicato mexicano, reunido como ya hemos visto para averiguar las causas del mal, habia decidido que L!na de las principales habla sido el uso excesivo que de las bebidas hacían los In­d.los, principalmente del aguardiente -chinguirito- y las mistelas falsas. En un prin­elpio se dieron comisiones para exterminar este tipo de bebidas. BaJo castigos, multas ' y algunos destierros se prohibió la fabricación de aguardientes falsos. Pero en los trpos de licores adobados era muy difícil de averiguar su composición: las mieles, los

(19) ZAMACOIS, Niceto de : Historia de Mlxico . México.

(20) México, 14 de agosto de 1739. Real Acuerdo. A. G . l . México, 1256.

(21) Doc. cit. nota anterior.

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LA EPIDEMIA DE MATLALZAHUATL

azúcares y colores que les echaban hacían imposible su análisis. Por ello, el Virrey llegó a prohibir el uso de todas las mistelas, aunque fuesen de Europa, legítimas y verdaderas (22).

Fue una auténtica Ley Seca, que se mantendrá durante unos allos, hasta la época del Duque de la Conquista -1741-, quien en un nuevo bando sólo aludirá a la prohibición de las mistelas de Castilla, no perjudicandoasl a la interrumpida impor­tación de los aguardientes españoles (23).

'BIBIANO TORRES Escuela de ·Estudios Hispano Americanos

de Sevilla

(22) México, 10 de julio de 1738. Carta del Virrey a Su Majestad, Ao G o lo, S060

(23) HERNANDEZ PALOMO, José J.: El aguardiente de caña de México. Sevilla, 1974, pá¡. So.

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