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La epidemia europea de gripe de 1708-1709. Difusión témporo-espacial - - e interpretaciones contemporáneas: G. M. Lancisi, B. Rarnazzini, K. F. Hoffmann (") A Xesc Bujosa i Homar, historiador honesto. Nec doctorem facit cathedra Sed doctor facit cathedram Per virtutis et scientiae rudimenta. Los historiadores de la medicina y de la epidemiología no han valorado en su justo alcance la epidemia de gripe que azotó buena parte del continente europeo en el inverno de 1708 a 1709. Algunos han ignorado totalmente la existencia de tan notable brote, mientras que otros se han limitado a señalar tímidamente su presencia, si bien como prólogo de la primera pandemia de gripe históricamente reconocida (1). (") Algunos aspectos de este trabajo fueron discutidos, en su momento, con Juan Luis Carrillo (Málaga), José Luis Peset (Madrid) y Esteban Rodríguez Ocaña y Luis GarQa Ballester (Granada). Vaya por delante mi agradecimiento por su colaboración. (1) La historiografia sobre la gripe es relativamente abundante. Estudios generales sobre la enfermedad se hallan en las siguientes monografías: ACKERKNECHT, E. H. (1965): Histoíy and geography o f the most important diseases. New York-London, Hafner Pub. Co.; BURNET, M. (1967): Historia de las enfermedades infecciosas. Madrid, Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo; . CORRADI, A. (1865-1895): Annali delle Epzdemie occorse in Italia dalle @.me memorie sino Ü1 1850. ~olo~na, Memorie della Societa Medico-chinirgica di Bologna, 4 partes en 6 vols. + 1 vol, ApPendice (Rqrz'nt: Bologna, Forni Editore, 5 vols., 1973); HIRSCH, A. (1883): Chapter 1. Influenza. Handbook ofGeographica1 and Historical Pathology. Vo'olume 1. Acute Infective Diseases. Transl. f i m the 2nd. German Edition by Charles Creighton. London, The New Sydenham Society, pp. 7-54; FAIDHERBE, A. (1897-98): Apercu chronologique des principales épidémies de la Flandre. Janus, 2, 49-56; 153-168; OZANAM, J. A. F. (1835): Histoire médicale générale et particuliere des maladies épidémiques contagieuses et épizootiques. 2.a ed. París, 4 vols., 3.e Partie, pp. 92-218; La " Departamento de Historia de la Medicina. Facultad de Medicina. Universidad de Granada (Espafia). DYNAMIS Acta Hispanica ad Medicinae Scientiarumque Historiam Illustrandam. Vol. 1, 1981, pp. 5 1-86.

La epidemia europea de gripe de 1708- 1709. Difusión ... · concretamente de la gripe anteriores a esta era, hayan incurrido en frecuentes contradicciones a la hora de enjuiciar,

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La epidemia europea de gripe de 1708- 1709. Difusión témporo-espacial

- -

e interpretaciones contemporáneas: G. M. Lancisi, B. Rarnazzini, K. F. Hoffmann (")

A Xesc Bujosa i Homar, historiador honesto.

Nec doctorem facit cathedra Sed doctor facit cathedram Per virtutis et scientiae rudimenta.

Los historiadores de la medicina y de la epidemiología no han valorado en su justo alcance la epidemia de gripe que azotó buena parte del continente europeo en el inverno de 1708 a 1709. Algunos han ignorado totalmente la existencia de tan notable brote, mientras que otros se han limitado a señalar tímidamente su presencia, si bien como prólogo de la primera pandemia de gripe históricamente reconocida (1).

(") Algunos aspectos de este trabajo fueron discutidos, en su momento, con Juan Luis Carrillo (Málaga), José Luis Peset (Madrid) y Esteban Rodríguez Ocaña y Luis GarQa Ballester (Granada). Vaya por delante mi agradecimiento por su colaboración.

(1) La historiografia sobre la gripe es relativamente abundante. Estudios generales sobre la enfermedad se hallan en las siguientes monografías: ACKERKNECHT, E. H. (1965): Histoíy and geography of the most important diseases. New York-London, Hafner Pub. Co.; BURNET, M. (1967): Historia de las enfermedades infecciosas. Madrid, Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo; . CORRADI, A. (1 865-1 895): Annali delle Epzdemie occorse in Italia dalle @.me memorie sino Ü1 1850. ~ o l o ~ n a , Memorie della Societa Medico-chinirgica di Bologna, 4 partes en 6 vols. + 1 vol, ApPendice (Rqrz'nt: Bologna, Forni Editore, 5 vols., 1973); HIRSCH, A. (1883): Chapter 1. Influenza. Handbook ofGeographica1 and Historical Pathology. Vo'olume 1. Acute Infective Diseases. Transl. f i m the 2nd. German Edition by Charles Creighton. London, The New Sydenham Society, pp. 7-54; FAIDHERBE, A. (1897-98): Apercu chronologique des principales épidémies de la Flandre. Janus, 2, 49-56; 153-168; OZANAM, J. A. F. (1835): Histoire médicale générale et particuliere des maladies épidémiques contagieuses et épizootiques. 2.a ed. París, 4 vols., 3.e Partie, pp. 92-218; La

" Departamento de Historia de la Medicina. Facultad de Medicina. Universidad de Granada (Espafia). DYNAMIS Acta Hispanica ad Medicinae Scientiarumque Historiam Illustrandam. Vol. 1, 198 1, pp. 5 1-86.

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Resulta, pues, paradójico que, frente a las importantes consecuencias sociocientíficas que tal episodio determinó, la historiografía médica no se haya puesto aún de acuerdo sobre el carácter, extensión, factores

Bibliotheca Epidemiographica sive Catalogus librorum de historia morborurn epidemicorum cum generali tum speciali conscriptorum. Editio altera. Greifswald, Ex Libraria Academica (1 862) (Repr. Hildesheim-New York, G. Olms V., 1973) de H. HAESER, es ,una magnífica obra de consulta para la heurística de fuentes, pero que exige un cuidadoso manejo. Los diccionarios médicos del siglo pasado constituyen una fuente inapreciable; especial- mente útiles nos han sido: PETIT (1 8 17): Grippe. Dictionaire des Sciences Médicales par une Société de Médecins et de chirurgiens. (DSM). París, Tome XIXe, C.L.F. Panckoucke Editeur, páginas 351-367, y las dos voces redactadas por BROCHIN ]para el Dictionnaire ~ncyclopédique des Sciences Médicales (DESM) dirigido por A. Dechambre: Catarrhe. París, Asselin-Masson, Tome XIIIe, pp. 214-300 (1873), y Grippe. Paris, Asselin-Masson, Tome Di~ikme14~ série, pp. 709-749 (1884). Los grandes tratados de historia de la medicina tampoco han descuidado la historia de esta enfermedad. Véase, por ej.: HAESER, H. (1 882): Lehrbuch der Geschichte der Medicin und der epidemi!;chen Krankheiten. III Band. Geschichte der epidemischen Krankheiten. 3.a ed., Jena, V. von Gustav Fischer (Repr. Hildesheim-New York, Georg. Olms V., 1971); FOSSEL, V. (1903). Geschichte der epidemischen Krankheiten. XI. Influenza und Dengue. iw NEUBURGER, M.; PAGEL, J. (Dirs.): Handbuch der Geschichte der Medizin. Begriindet von Th. Puschmann. Jena, V. von Gustav Fischer, vol. 11, pp. 878-887. (Repr.: Hildesheim-New Yoirk, Georg Olms V., 19'7 1); DELAFONTAINE, P.; TROCMÉ, S. (1 949): Histoire des maladies infectieuses. Grippe, érysipkle, typhoide et paratyphoide. in: LAIGNEL-LAVAS'TINE, M.; GECAN, B. (Eds.): Histoire Générale de la Médecine, de la Phanacie, de l'Art dentaire et de I'Art Vétérinaire. París, Albin Michel Ed., Tome 3, pp. 125-127. De los estudios monográficos sobre la historia de la gripe merecen señalarse: BEVE- RIDGE, W. 1. (1978): Influenza: The last Great Plague. An unfinished story of discovery. New York, Prodist; BURCHARD, G. (1929): Zur Geschichte der Influenza. Arch. Gesch. Med., 22, 201-205, se centra en los brotes aparecidos en Alemania; FUSTER, J. (1861): Monographie clinique de l'affection catarrhale. Montpellier, Gras Imprimeur-Libraire; SAI- LLANT (1 780): Tableau historique et raisonné des épidémies catarrhales ou la grippe depuis 1540

jusques et y compris celle de 1780, avec l'indication des traitements curatifs et des mqyens propres a s'enpréserver. Paris. THOMPSON, Th. (1 852): Annals $influenza, or epidemic catarrhalfever in Great Britainfrom 1510 to 1837. London, The New Sydenham Si~ciety. Para el brote gripal de 1708-09, la bibliografía no es muy abundante. Además de la monografía de J. FUSTER (1861) antes citada, que consagra su capítulo V a esta epidemia (((Constitutions catarrhales de Rome, en 1709, d'aprés Lmcisi)), pp. 167-1 83), vid.: JARCHO, S. (1979): The ((Epidemia Rheumatica)) Described Iby Lancisi (171 1). in: ROSENBERG, Ch. E. (Editor): Healing and History. Essays for George Rosen. New York, Neale Watson Acad. Publ., pp. 51-58; y PFAFF, C. F. (1809): Ueber die strengen Winter vorzuglich des achtzenhten Jahrhunderts. Kiel. Finalmente, hay que mencionar una serie de artículos teóricos sobre la gripe, escritos por clínicos actuales, pero en los que también se abordan de forma obligada problemas relacionados con la historia de la enferme- dad: BADER, M. (1977): Influenza Cycles. JAMA, 237/26, 2813; KAPLAN, M. M.; WEBSTER, R. G. (1977): The epidemilogy of influenza. Scient. Amer., 237 88-106, 190; SHOPE, R. E. (1958): Influenza. History, epidemiology and speculation. Publ. Hlth. Rep. (Wash.), 73, 165-178. También son fuentes ricas en información algunos de los tratados nosotaxistas del s. XVIII, como por ej. el de CULLEN, W. (1780): Synopsis nosologiae methodicae. 3.= ed., Edinburgi, G. Creech, 2 vols. (vol. 2.0, Class. 1, ord. V; Profluvia gen. catarrhus, spec. 2. Catarrhus á contagio); y también el de BURSERIUS, J. B. (1785-89). Institutionum Medicinae Practicae. 4 tomos en 8 vols., Mediolani, Typis Imperialis (vol. 1. Tom. 2, 1785, Pars Tertia. De Febribus Continuis Remittentibus. Febris Catarrlialis).

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concomitantes y consecuencias de todo orden que aquél tuvo. Las razones de este olvido son múltiples, pero básicamente pueden redu- cirse a dos clases: de tipo científico, y de carácter histórico-social.

Las causas de tipo científico responden a la propia peculiaridad de la enfermedad que nos ocupa: la gripe. Hasta la llamada «era virológica)) no hemos dispuesto de un esquema interpretativo científico que expli- cara cabalmente todo el cuadro patogénico que genera el agente causal de la enfermedad. Aún hoy, muchos aspectos de ésta -precisamente los más directamente relacionados con su posible presentación cíclica- se hallan fuertemente contestados por buena parte de los epidemiólo- gos. Por ello, es lógico que los historiadores de la enfermedad y más concretamente de la gripe anteriores a esta era, hayan incurrido en frecuentes contradicciones a la hora de enjuiciar, en general, todo brote histórico de gripe, y en particular, el que en este trabajo pretendemos analizar en toda su dimensión.

Uno de los primeros problemas a resolver es el terminológico, referido no sólo al diagnóstico que los distintos autores han utilizado para etiquetar los diferentes estallidos aparecidos en el curso de los tiempos, sino también a su calificación epidemiológica en cuanto a su forma de presentación. En el primer caso, la dificultad viene dada por la poca especificidad del cuadro sintomático, similar a un buen número de procesos, lo que ha movido a los estudiosos a utilizar un dilatado número de fórmulas diagnósticas. Así, si bien el término in juenza era conocido ya desde 1357, no se generalizó su uso en los países anglosa; jones y en Italia hasta la epidemia de 1742-1 743 (2). Por lo que se refiere al término grippe/pz$e, de uso común en Francia y España, éste fue adoptado con carácter universal en la segunda mitad del siglo XVIII (3).

Pero junto a estos términos de aceptación común en la actualidad, ya hemos señalado que históricamente se han utilizado una variada gama de sinónimos que, a juicio de quien en cada situación concreta los acuñó, pretendían recalcar un aspecto particularmente significativo del proceso morboso, con lo que en muchos casos la enfermedad quedaba prácticamente desdibujada. A finales del siglo XVI, comenzó a genera- lizarse en Italia el uso del término male di castrone, que subrayaba en esta circunstancia concreta su fuerte incidencia entre los acuartelamientos militares (4). Pero al ,ser este término muy equívoco, pues podía confundirse con los de morbus castrensis (tifus) y febris castrensis (palu- dismo), los estudiosos posteriores -especialmente de los siglos XVII y

(2) ACKERKNECHT, E. H . (1965), p. 75. (3) Ibidem. (4) JARCHO, S. (1979), p. 53.

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XVIII- lo abandonaron y buscaron neologismos que, en su opinión, definieran más específicamente la enfermedad. Por ejemplo, Giovanni Maria Lancisi (1 654-1 720), que en el análisis de la epidemia romana de 1708-09 (sobre la que luego volveremos con más detenimiento) rechazó expresamente el nombre male di castrone y lo sustituyó polr el de rheuma, que para él recalcaba el componente de catarro nasal, uno de los síntomas cardinales de la enfermedad junto a la tos y el dolor de pecho (5). Incluso ya en una fecha tan significativa y tardía como 1743, Hermann Paul Juch y Johann Jakob Zuberbuhler, editaron un estudio sobre la epidemia gripal que había azotado por esa época varios lugares de Alemania, con el titulo De Febre Catarrhali Epidemia, cum Tussi et Coriza Complicata, a través del cual se enfatizaba de forma intencionada los principales rasgos del cuadro sintomático y de sus complicaciones (6). Los cinco primeros capítulos (resolutiones) de su tratado son una clara apología de la exactitud con que, a juicio de sus propios autores, juzgan la enfermedad estudiada. Y, cómo no, el recurso a criterios de autoridad -manifiesto por la continua referencia a autores clásicos- le sirven para reforzar sus opiniones (7). Igual podríamos decir de otros nombres latinos referidos a la gripe -como los de catarrhus qpidemicus, tussis epidemica y cephalalgia contagiosa- que gozaron en algunas fases de gran predicamento pero que, debido a su ambivalencia, fueron abandonados con el tiempo.

Es (;urioso señalar que las lenguas vernáculas tampoco quedaron al margen de esta problemática terminológica. Los alemanes, en distintos momentos, han denominado a la gripe ziep, pipf y hühnemeh, mientras que los italianos han utilizado además del ya mencionado male di castrone, los de mazuchi y cocculus. Este último no cabe duda que está emparentado con el francés coqueluche, idioma que posee además los sinónimos de quinte, folette y grippe. Finalmente, señalemos las voces sajonas deju, yfeveret como sinónimas de znjuenza (8).

Un claro ejemplo de disparidad terminológica extrema nos lo ofrecen los alemanes R. J. Kammermeister y J. H. Slevogt, autores de sendos tratados sobre la epidemia de gripe alemana de 11 7 12, quienes la

-- (5) LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 11 l . (6) Este breve tratado cuyo titulo completo es De Febre Catarrhali Ep~demia, cum Tussi et

Coriza Complicata, mensibus vernalibus anni praeteriti in pluribus Germaniae provin- ciis grassante. Erford, 19 Junii 1743, se publlcó en: HALLIER, A. von (1768): Dzsputatzonzs ad morborum Hzstorzam et Curatzonem faczentes, quas collzgzt, edtdzt et recensuzt Albertus Hallrms Lausanae, Sumpt. Marci-Michael. Bousquet et Socior (Tomus Quintus. Ad Febres. num. CLXVII), pp. 295-314.

(7) JÜCH, H. P.; ZUBERBUHLER, J. J. (1768), p. 300. (8) FOSEL, V. (1903) zn NEUBURGER, M.; PAGEL, J. (Dirs.), vol. I[I, p. 879.

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denominan Krankheit la mode y Galanterie-Krankheit oder Moderfieber (9). Esta falta de concreción definitoria ha pervivido incluso hasta nuestros días. Los dos términos cultos más utilizados en la actualidad para señalar a la enfermedad, injuenza y grippe/gripe, hacen referencia, en el primer caso a la doctrina bajomedieval y renacentista acerca de la relación biunívoca entre influjos astrales y aparición del cuadro mor- boso (10); y en el segundo -en opinión de Macfarlane Burnet- a su estimación en el siglo XVIII como enfermedad de moda entre la aristocracia gala (1 1).

El brote epidémico de 1708-09 se halla, pues, totalmente inmerso en esta problemática terminológica que hemos apuntado. Veremos luego cómo los diferentes tratadistas del mismo -y muy especialmente Giovanni Maria Lancisi, Bernardino Ramazzini y Karl Friedrich Hoff- mann, tres grandes figuras de la medicina de su época- si bien asintieron en los más sobresalientes rasgos del cuadro clínico, divergie- ron en lo tocante al diagnóstico, para el que cada uno de ellos recurrió a una fórmula semántica totalmente diferente.

El segundo problema terminológico que apuntábamos al principio de este trabajo se refiere a la desigual estimación cualitativa que los diferentes brotes históricos de gripe han merecido para los estudiosos. En la era ((previrológica)), dada la ausencia de criterios uniformes que permitieran establecer claramente el carácterpandémico o epzdémico de un episodio gripal, fue frecuente recurrir a ambas denominaciones para etiquetar a un mismo brote. Sin embargo, por la distinta intencionali-, dad con que se escribieron estos análisis -ya fuera con un espíritu exclusivamente clínico, o bien con un ánimo epidemiológico- se enmarañaron aún más los aspectos nosográficos y nosotáxicos de la gripe. Valgan como ejemplificación de lo dicho las antagónicas conclu- .

siones adoptadas por dos clásicos de la historia de esta enfermedad que partían de los mismos supuestos. Nos referimos a August Hirsch y Joseph-Jean-Nicolas Fuster.

August Hirsch (1 8 17- 1894), que fue profesor de medicina en Berlín, contribuyó poderosamente junto a Pettenkoffer al extraordinario de- sarrollo de la higiene en la etapa prebacteriológica (1 2). A instancias de Rudolph Virchow concluyó su monumental Handbuch der Historisch-

(9) HAESER, H. (1882), vol. 111, p. 944. (10) ACKERKNECHT, E. W. (1965), p. 78. ( 1 1 ) BURNET, M. (1967): Historia de las enfermedades infecciosas. Madrid, Alianza Editorial,

p6ginas 298-299. (12) HIRSCH, August, in: B. L. H. A./1880. vol. 111, pp. 235-236 (Repr.: München-Berlin,

Urban und Schwarzenberg V., 1962).

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geographischen Pathologie (1 859- 1864), que fue traducido al inglés en 1883 (13). En el primer volumen de esta versión -la manejada por nosotros- se consagra precisamente el primer capítuilo de las Acute Infective Diseases al análisis epidemiológico e histórico de la Influenza. Este apartado, al igual que el resto de la obra, está escrito desde unos supuestos científicos muy claros, los propios del ambientalismo hipo- cratista, y con una intencionalidad muy manifiesta, contribuir a que el médico conozca más profundamente la historia natural de las enfer- medades y, por tanto, las pueda tratar mejor. Este pragmatismo es, entre otros motivos, el que le lleva a una distinción muy simple de las distintas formas de presentación de la gripe. Para Hirsch,

((la gripe se presenta siempre como una enfermedad epidémica, ya sea en un estrecho marco, o incluso confinada a lugares concretos, o bien con una difusión generalizada sobre amplias zonas del país, sobre todo un continente, y no raramente, sobre una gran parte del globo, como una auténticapandemia)) (1 4).

En la tabla histórica que prologa este primer capítulo, H h c h identifica, para el período cronológico comprendido entre 1 173 y 1 874175 casi 400 brotes epidémicos, de los que una quincena son considerados auténti- cas pandemias por su amplia difusión (15). El carácter epidemiológico de la obra le lleva' a Hirsch a simplificar incluso las formas de presentación clínica, de las que distingue únicamente la influenza, a la que estima independiente de influjos de tipo externalista (clima, esta- ciones del año, condiciones telúricas, etc ...), y por ello sin relación con el catarro bronquial epidémico, al que considera fuertemente dependiente de dichas condiciones (1 6).

Joseph-Jean-Nicolas Fuster (1 801-1 8 76), es una figura médica signi- ficativa de la escuela montepesulana del siglo XIX (17) y es autor, además, de una dilatada obra médica -centrada especialmente en los aspectos epidemiológicos y clínicos de las enfermedades- desde la que se opuso al brussismo y a una interpretación organicista de los procesos morbosos. En 186 1 publicó en Montpellier una Monographie Clinique de I'afection catarrhale (18) que, como su titulo indica, pretendía ser un

(13) SIGERIST, H. (1933): Problems of historical-geographical Pathology. Bull. Znst. Hist. Med., 1, 10-18.

(14) HIRSCH, A. (1883), vol. 1, Cap. 1, p. 18. (15) HIRSCH, A. (1883), vol. 1, Cap. 1, pp. 7-17. (16) HIRSCH, A. (1883), vol. 1, Cap. 1, p. 26. (1 7) Sobre este médico vid. DULIEU, L. (1967): Notice Biographiq~ie sur Joseph Fuster.

Languedoc Med., 50, 3-30; HAHN, L. (1880): Fuster (Joseph-Jean-Nicolas). DESM, 6/4. She, 401-403; W . -. Fuster, Joseph-Jean-Nico1a.s. BLHA/1880, vol. 11, p. 648 (Repr.: München-Berlin, Urban und Schwarzenberg V., 1962).

(1 8) FUSTER, J. (1 86 1): Monographie clinique de l'afrection catarrhale. Montpellier, Gras,

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estudio sincrónico de la gripe. Para Fuster, la gripe es una forma peculiar del amplio grupo nosológico de las llamadas por él afecciones catarrales, caracterizadas todas ellas por la presencia de un flujo o catarro. Este grupo incluye además todos los procesos ((fluxionnaires, séreuses, aqueuses, lymphatiques, rhumatiques, muqueuses, etc.» (19). Interesado por la realidad clínica de la enfermedad -y consecuente- mente por sus posibles remedios- analiza detenidamente sus diferen- tes formas clínicas, estableciendo las semejanzas y disparidades entre todas ellas a su juicio más notables. Como Hirsch, recurre a la historia en busca de aserción para sus supuestos, y al igual que aquél, pretende establecer una clasificación cualitativa de sus diversas formas de pre- sentación en la más pura tradición del ambientalismo hipocratista. Pero en el caso de Fuster, prima sobre cualquier otro supuesto su inclinación a la clínica. Así, distingue dos tipos básicos: las constituciones médicas catarrales y las epidemas catarrales generales (20). En el primer caso, su presentación está íntimamente ligada a alteraciones atmosféricas que condicionan unas peculiares formas de manifestación clínica, y que Fuster reduce a tres: las enfermedades catarrales comunes, las reumá- ticas y las mucosas, linfáticas, serosas o pituitosas (21). En el segundo caso, su aparición no está en relación con las condiciones climáticas y su expresión más frecuente es la gripe propiamente dicha (22).

Tanto para Hirsch como para Fuster el brote de 1708-09 es considerado como una epidemia. En la tabla histórica de Hirsch, aquélla precede a la de 1693, y se manifestó en tres fases de diferente difusión témporo-espacial (23). Para Fuster, por su parte, antecedió a la de 1702 y a su juicio fue un típico caso de épidémie catarrhale séculaire (24). sin embargo, es en el análisis retrospectivo del cuadro clínico donde Fuster -a diferencia de Hirsch- introduce una serie de matices que le llevan a no considerar a este episodio como una épidémie catarrhale générale (es decir, como una epidemia de gripe), sino más bien como una constitución médica catarral, cuya forma de manifestación en este caso fue del tipo reumático (25).

Imprimeur-Libraire, 612 pp. y 1 tabla. Fue traducida al castellano y publicada en Granada en 1890.

(19) FUSTER, J. (1861), p. 612. (20) FUSTER, J. (1861), p. 11 1 y pp. 331-333. (21) FUSTER, J. (1861), pp. 518 y SS. (22) FUSTER, J. (1861), pp. 547 y SS.

(23) HIRSCH, A. (1883), vol. 1, Cap. 1, p. 9. (24) FUSTER, J. (1861), pp. 167-183. (25) FUSTER, J. (1861), pp. 172-173.

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Con el descubrimiento en 1933 por Christopher Andrewes y Wilson Smith del virus causal de la gripe humana (26), cabia esperar una clarificación total al problema terminológico y al de las distintas formas de presentación clínica y epidemiológica de la enfermedad. Sin embar- go, la falta de acuerdo entre los virólogos acerca del tiempo mínimo que requiere el virus tipo A para experimentar una mutacióii y, por tanto, para producir una nueva pandemia, ha motivado que en la actualidad no se pueda ofrecer un diagnóstico cierto sobre el carácter epidémico o pandémico de las diferentes gripes históricas. Beveridge, por ejemplo, estima que esa mutación viral tiene lugar cada 12 ó 24 años (27). Con arreglo a este supuesto, dicho autor considera como ciertas únicamente a veinte pandemias para el período comprendido entre 1700 y 1900, siendo la primera la de 1729 y la última la de 1968 (28). El brote, pues, de 1708-09 es para Beveridge, por exclusión, una epidemia.

Por su parte Kilbourne, aceptando como posible un ciclo de mutación de 11 años -próximo, pues, al de Beveridge- admite además la probabilidad de cambios más a largo plazo, cada 68 años. Desde esta perspectiva, solamente se habrían producido tres pandemias en esas dos centurias: 17 14, 1782 y 1850 (29). Tampoco los historiadores contemporáneos de la medicina se han puestos de acuerdo en este problema. Para Ackerknecht -aunque sin especificar fecha de apari- ción- tan sólo en el s. XVIII se dieron cinco pandemias gripales (30), además de múltiples epidemias. Saul Jarcho, médico práctico e histo- riador, que ha estudiado precisamente la contribución de Giovanni Maria ILancisi al conocimiento de la epidemia gripztl de 1708-09, considera a ésta una pandemia a tenor de su amplia difusión témpo- rolespacial (3 1).

En la tabla 1, ofrecemos un resumen de las distintas opiniones emitidas por los ((clínicos)), ((epidemiólogos)) e ((historiadores de la medicina)) sobre el carácter cualitativo del estallido gripztl de 1708-09. Y

l (26) BEVERIDGE, W. 1. (1978), pp. 7-10. Una interesante panorámic,i histórica sobre las

enfermedades virales en: HUGHES, S. S. (1977): The Vzrus A Ilzstory o/ the Concept. London-New York, Heinemann Educ. Books-Scierice History Publ.

(27) BEVERIDGE, W. 1. (1978), p. 36. (28) B E ~ ~ I D G E , W. 1. (1978), pp. 27-30 y 37. Introduce, además, una pequeña matiza-

ción en sus estimaciones, de tal forma que para él sólo se han dado 10 pandemias realmente auténticas (1732, 1781, 1802, 1847, 1857, 1889, 1918, 1957 y 1968) y otras tantas posibles (1729, 1742, 1761, 1767, 1775, 1788, 1836, 1850, 1873 y 1946).

(29) KILBOURNE, E. D. (1977), Influenza Pandermics in Perspective. JAMA, 237/12, 1225- 1228. Véase también la interesante carta al editor publicada en ese mismo número de JAMA y dirigida a KILBOURNE, de la que es autor MAX BADER

(30) ACKERKNECHT, E. H. (1965), pp. 73-78. (31) JARCHO, S. (1979), p. 54.

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en la tabla 2 los dif 'rentes nombres con que desde las clásicas descrip- ciones de Lancisi, offmann y Ramazzini se ha conocido dicho brote. Varias cosas llaman ? a atención del estudio de estas tablas. En la primera de ellas, la gran frecuencia con que se menciona en la literatura esta gripe primosecularl la unánime consideración de la misma como epidemia en la era revirológica y su total olvido en la etapa virológica, 4 con la única excepción de Jarcho (1 979) que, como dijimos, la considera pradójicamente cohio pandemia. En nuestra opinión su reiterada presencia en los escritos médicos se debe al espíritu exhaustivo con que los clínicos de los siglos XVIII y XIX analizaron todos los brotes de gripe precedentes, con elifin de clarificar y corroborar sus afirmaciones. La total unanimidad de todos ellos en cuanto al carácter epidémico del brote de 1708-09, debemos considerarla como resultado del propio desarrollo de la epidemiología como ciencia en esas épocas. Pero, ipor qué ningún autor, desde 1933, ha mencionado en sus estudios a esta epidemia, salvo el y$ mencionado Jarcho? Esto podría responder a que los virólogos y epidemiólogos actuales están más interesados en prede- cir los próximos ciclos de pandemias gripales que en la propia historia de esta enfermedad. Cuando se han acercado diacrónicarnente a su pasado, ha sido con el objeto de señalar con exactitud matemática las precedentes panderiiias, de las cuales el estallido de 1708-09 ha que- dado unánimemente excluido en todos los casos. De ahí que un episodio que con total certitud no pasa de ser una epidemia (de mayor o menor intensidad o impacto) despierte poca curiosidad entre los

TABLA 1

Valoración historiográf;ca sobre el carácter del brote gripal d e 1 708-1 709

Era previrológica Era virológica

EPIDEMIA Cullen (1 780); Burserius (1 785); Pfaff (1809); Ozanam (1835); Fuster (1861); Haeser (1862); Brochin (1873); Corradi (1 8 76); Haeser (1 882); Hirsch (1 883); Brochin (1 884); Fossel (1 903).

PANDEMIA Jarcho (1 979)

NO MENCIÓN Saillant (1 780); Petit (1 8 17); Delafontaine-Trocmé (1 949); Faidherbe (1897-1898); Shope(1958); Ackerknecht(l965); Burchard (1929). Burnet (1967); Bader (1 97 7);

Kilbourne (1 97 7); Beveridge (1978).

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I TABLA 2

Diagnóstico contemporáneo y retrospectivo de la epidemia de gripe de 1708-09

Primeras descripciones:

Ramazzini (1 709). Tusses, destilationes, pleuritides, per$neumoniae, dyqnoeae et morbi id genus.

Lancisi (1 7 1 1). Epidemia Rheumatica.

Hoffmann (1 76 1). Febres intermitentes.-Catarralis benigna.

I Juicios posteriores:

1 Cullen (1 7 80) = Catharrus. Spec. Contagio

Burserius (1 785) = De Febribus Continuis Remittentibus. Febris Catarrhalis.

Pfaff ( 1 809) = (no tipificación).

Ozanam (1835) = (no tipificacion).

Fuster (1 8 16) = Constitution médicale catarrhale.

Haeser (1862) = (no tipificación. Morbi medii aevi in universum).

Brochin (1 873) =fii.vre catharrale comune. Tipus influenza/grippe.

Corradi (1 876) = Influenza universale di injeddature, di tossi e di catam'.

Haeser (1 882) = Influenza. ( vid. Haeser (1 862)).

Hirsch (1 883) = influenza.

Brochin (1 884) = vid Brochin (1 873).

Fossel (1 903) = Influenza.

Jarcho (1979) = Influenza.

estudiosos de la enfermedad. La tabla 2, recoge los diagnósticos clínicos emitidos por sus primeros descriptores y por sus analistas posteriores. Frente a la ausencia de tipificación en sus fases iniciales, es de señalar la progresiva inclinación de todos los investigadores posteriores hacia el término inzuenza, más manifiesta a partir del último tercio del siglo XIX. La ya señalada tendencia clínica y epidemiográfica de buena parte de ellos, daría en parte razón de este hecho, con la salvedad ya apuntada de los criterios seguidos por Jarcho para su tipificación.

Toda explosión epidémica acarrea unas consecuencias inmediatas de variado orden que, en muchas circunstancias, son de largo alcance temporal. También se ha comprobado que ocasionalmente van prece- didas de unas manifestaciones de tipo natural que contribuyen a agravar

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el proceso epidémico y que, a su vez, influyen activamente sobre el componente causal de la enfermedad, complicando, por tanto, aún más el resultado final. Asimismo, es sabido que la enfermedad -especial- mente la de tipo epidémico- interviene poderosamente en el acontecer histórico modificándolo muchas veces imprevisoriamente. La epidemia gripal de 1708-09 en un claro ejemplo de episodio temporal de enfermedad que para su comprensión total exige tener presente, además, un cortejo de elementos histórico-sociales y naturales que en su momento actuaron, unos como factores causales indirectos, otros como agentes concomitantes de impacto inmediato, y unos terceros, como agravantes del fenómeno epidémico.

Por todo lo expuesto, un análisis completivo del brote gripal del invierno de 1708 a 1709 exige tener presentes los dos órdenes de problemas que hasta el momento hemos apuntado. Por ello, hemos dividido nuestra exposición en dos apartados. En el primero de ellos, ofrecemos todos los testimonios contemporáneos que hemos podido reunir sobre la difusión témporo-espacial de la epidemia, dedicando un epígrafe especial a lo que los tratadistas de la época denominaron hyemalis constitutio, que, como luego veremos, fue un factor de primer orden en la aparición de aquélla. En el segundo, estudiamos los análisis que sobre este brote realizaron, con diversa intencionalidad, y en fecha distinta, Giovanni Maria Lancisi, Bernardino Ramazzini y Karl Frie- drich Hoffmann (32).

1. DIFUSIÓN TÉMPORO-ESPACIAL DE LA EPIDEMIA

En todos los documentos y testimonios sobre el estallido gripal de 1708-09 estudiados por nosotros, hay varios aspectos que llaman poderosamente la atención: la casi unánime simultaneidad en cuanto a

(32) LANCISI, C. M. (1739). Epidemia Rheumatica quae cum acutis febribus Romae pervagata est hyeme praesertim Anni MDCCIX. Una cum historia eorum quae Sanctissimi Domini Nostris Clementis XI. Providentia et Vigilantia Ad morbi causas investigandas, emendandas et advertendas gesta sunt. in: Opera Varia in Unum Congesta et in duos Tomos distributa. Venetiis, Sanctes Pecori, vol. 1, pp. 108-124. (Apéndice a: De Nativis deque Adventitiis Romani Coeli Qualitatibus, pp. 57-105); RAMAZZINI, B. ( 1 739). Oratio Undecima. Hyemalis constitutio algidissima anni 1709, habita die XIII. Maii MDCCIX. in: Opera Omnia Medica et Physiologica. Editio Quarta. Londini, Apud Paulum et Isaacum Vaillant, Tom. 1, pp. 72-79. También en: SYDENHAM, Th. (1716): Opera Medica. Genevae, A. Fratres de Tournes, vol. 11, pp. 791-799. En nuestro trabajo hemos utilizado indistintamente ambas ediciones. HOFFMANN, C. Fr. ( 1 761). Medi- cina Rationalis Systematica. Tomus Quartus. Doctrinam de Omnis Generis Febribus tam intermittentibus quam continuiis et acutis inflammatoriis, perspicua et demosua- tiva methodus tradens. Caput VI. De Febre Catharrali Benigna. in: Opera Omnia Physico- Medica. Denuo revisa, cometa et aucta, in sex tomos distributa; quibus continentur doctrinae solidis principiis Physico-Mecanicis et Anatomiciis, atque etiam observationibus Clinico-Practicis superstruc- tae. Tomus Secundus. Cenevae, Fratrum de Tournes, pp. 44-49.

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su aparición en la geografia europea; la concentración en un lapso relati- vamente breve de tiempo de sus consecuencias inmediatas; la conco- mitancia del brote gripal con una intensísima ,ola de frío, inusual e inesperada, que azotó a todo el continente europeo; y finalmente la escasa relevancia concedida por sus estudiosos a las consecuencias que determinó, enmascaradas en parte por la presencia de nuevos elemen- tos agravadores del mismo (tifus exantemático, peste, conflictos bélicos del norte de Europa y países ribereños del Mediterráneo, etc ...).

La falta, pues de datos precisos que nos permitan seguir fielmente la progresión temporal del proceso morboso, nos obliga a concentrarnos en el análisis de la difusión geográfica del mismo. El dato más completo sobre este extremo nos lo ofrece el propio Lancisi, quien en su escrito afirma que la enfermedad se difundió no sólo en Roma

((y por toda Italia, sino también por los Países Bajos y por Bélgica» (33).

Ramazzini y Hoffmann, por su parte, se limitan a señalar su presencia en las ciudades donde ambos vivían, Padua y Berlín. Pero, ihasta qué grado se propagó la enfermedad en las regiones y países mencionados por Lancisi y sus colegas? Y, una segunda cuestión, ise limitó la epidemia exclusivamente a esos focos? Veamos, por partes, lo que conocemos sobre su extensión real.

Los testimonios italianos son relativamente abundantes. Hay datos sobre su presencia en el Lazio (Roma), Piemonte (Turín), Veneto (Padua), Emilia-Romagna (Forlí y Ferrara), Lombardía (Milán), Toscana (Florencia), Sicilia (Palerrno) y Liguria (Génova).

En Roma, según Lancisi, la epidemia estalló en las navidades de 1708. De la incidencia sobre la población y de su mortalidad relativa apenas nos dice Lancisi. Según él, aquellas partes de la ciudad protegi- das de los vientos del norte (como la cárcel y la sede de la Sta. Inquisición) quedaron a salvo de la epidemia (34). Pero los barrios orientados hacia el aquilón y los habitados por la gente más humilde, sufrieron intensamente el castigo de la enfermedad. Las individuos bien alimentados y los que se sometieron menos al frío ambiental; los que se abrigaron generosamente para luchar contra las bajas temperaturas y los que pudieron encender leña en sus casas, padecieron, asimismo, en menor medida la epidemia. Sin embargo

-- (33) LANCISI, C. M. (1739), vol. 1, p. 108. (34) LANCISI, C. M. ( 1 739), vol. 1, p. 109. A ello contribuyó además, en opinión de Lancisi,

las chimeneas y «fuegos» vecinos a estos edificios, pues calentaron el helado aire.

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La epidemia europea de gripe de 1708-1709 63 l «el pueblo llano, que no disponía de ropa suficiente, ni de fuegos, ni de otros auxilios eficaces para la lucha contra la inclemencia del frío, y como además debía salir diariamente a realizar sus labores y por ello quedaba expuestq a cielo abierto a la rigidez del aire, fue más gravemente castigado por la enfermedad)) (35).

Algunos datos indirectos nos dan también testimonio de su grave- dad e incidencia en la población. Por ejemplo, la orden emanada por el Comendador del Hospital Santo Espíritu in Sassia recomendando el traslado de los enfermos procedentes de las zonas rurales próximas a Roma a dicho nosocomio, al quinto día de la aparición del cuadro clínico (36). Luca Tomassini, piotomédico general de los Estados Ponti- ficio~, sugirió, por su parte, hacer extensiva esta orden a todos los hospitales romanos (37). Parece ser que la incidencia de la epidemia fue menor en las mujeres (38). Finalmente, sabemos que algunos fallecieron a causa de la enfermedad, a los que Lancisi sometió a una indagación necróptica (39).

Otro médico, colega de Lancisi, nos ofrece igualmente un panorama de la situación en Roma. Se trata de Domenico Gagliardi If: 1720) (40), autor de un breve tratado sobre el brote epidémico de 1720, en el que analiza también el de 1709, al que considera un elemento más de la epidemica constitutio que sufrió Roma entre 1700 y 1720 (41). Lo primero que hay que señalar qs que Gagliardi fue una de las víctimas del episodio de 1708-09 (42). Por tanto, su información es indirecta en cuanto a los sucesos cotiidianos de la ciudad, pero muy fidedigna en lo tocante a la situación hospitalaria, que reconstruyó a posteriori desde los libros de ingresos-altas y defunciones del hospital de Santo Spiritu in Sassia (43). La epidemia se cebó entre los más miserables

LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 112. LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 116. LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 115. LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 109. Zbídem. Sobre este médico véase nuestro trabajo en prensa: La contribución de Domenico Gagliardi p. 1720) al desarrollo de la anatomía clínica en Roma Libro-Homenaje a Juan Bautista Peset. Valencia La obra que discutimos aquí es su: Relazione de'Mali di Petto, che corrono presentemente nelurchi-Ospedaie di S. SplZto, Fatta da ... Proto-Medico Generale, Decano ivj deJMedici A Monsignor ZllEo., e Riño. Sinibaldo Dona, Zn detto Archi-Ospedale Commendatore Vigilantissimo. Ove mediante reiterate apperture, delCadaver( ed esperienze fatte, e con niferire, quanto in consimili influaze 2 stato da altri Auton ossemato, si mostrano le cause, cura epresmativi de'mali correnti Roma, Starnpena di S. Michele a Ripa Grande. GAGLIARDI, D. (1720), pp. 3 y SS.

GAGLIARDI, D. (1720), p. 6. Zbídem.

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((es decir, aquellos que carecían de alimentos y de vestidos, los que se exponían sin protección alguna a la inclemencia del aire, y también en aquellos que súbitamente eran presos de un temor irnprevisto y eran afligidos por otras pasiones vehementes de ánimo)) (44).

El cuadro clínico se caracterizó de manera uniforme por una

((dificultad grandísima para esputar, y lo que se expulsaba con la tos era casi siempre en todos los sujetos tenacísimo y en poca cantidad)) (45).

También fue común en los enfermos la existencia de dificultades de respiración. A la simple inspección le llamó la atención el ((color cedrino e rubicondo)) de algunos de los aquejados por la epidemia, mientras que otros

((tornaban su rostro en un color oscuro y fuliginosoa (46).

Precisamente, fueron estos últimos los que fallecieron más rápida- mente. A pesar de que no pudo realizar personalmente autopsias por su enfermedad, sin embargo, encuentra relatos necrópticos en algunas historias clínicas hospitalarias y en ellos advierte la falta de mención a la presencia de esfacelos pulmonares y de ((concrezioni gelationose)) en la cavidad torácica (47).

A finales de febrero de ese año comenzó a decrecer el fiío imperan- te, con lo que diminuyó el número de enfermos por gripe. Pero por el deshielo de la nieve y las abundantes lliivias caídas en los primeros días de marzo, el río T,íber se salió de su curso, inundándose varias calles romanas y «otros lugares más humildes de la Urbe» (48). Ante el temor de que como resultado de estas anegaciones se derivaran exhalaciones morbosas, las autoridades sanitarias romanas decretaron la expurgación de todas las fosas, pozos y vías de la ciudad. Entre los últimos días de marzo y principios de abril, la epidemia reumática remitió totalmente. Pero, debido a que a finales de mayo volvió a soplar con fuerza el aquilón, se reavivó el proceso epidémico y se dieron casos de

((pleuritis malignas, cuya atrocidad nunca habíamos sentido ni en los momentos más áIgidos de la epidemia)) (49).

La epidemia desapareció definitivamente con la llegada de junio, una vez se purificó la atmósfera de partículas malignas y morbosas (50). --

(44) GAGLIARDI, D. (1720), p. 5. (45) GAGLIARDI, D. (1720), p. 5-16.

(46) GAGLIARDI, D. (1720), p. 6. (47) lbidem. (48) LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 117.

(49) LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 118.

(50) ILANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 119.

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La epidemia europea de gripe de 1708-1709 65

La demografía de Roma debió resentirse sensiblemente. Vittorio Giuntella, tomando como fuente los diferentes censos de la época y los estudios posteriores sobre la evolución de la población romana, ha estimado que la ciudad pasó de 149.447 habitantes, en 1700, a 132 mil en 1710. Balance vegetativo que considera fuertemente negativo si se tiene en cuenta que, por esa época, Roma era un importante polo de atracción demográfico (especialmente de individuos procedentes de deprimidas áreas rurales) y del que Giuntella responsabiliza totalmente ,

a las varias crisis epidémicas que padeció la ciudad por esa época (51). Un testimonio parcial nos lo aporta también Corradi, quien ha estima- do que en febrero habían en Roma once mil enfermos; tan solo en una semana fallecieron 1.205 personas, sin contar además otras ochocientas que perecieron en sus diferentes hospitales (52).

La obra de Lancisi concluye con dos interesantes cartas que nos iluminan sobre la difusión geográfica de la epidemia en la península itálica (53). La primera, de Giovanni Fantoni (1675-1758), está escrita desde Turzíz el 26 de febrero de 1709 y va dirigida al propio Lancisi. En ella Fantoni le comunica que ha padecido la enfermedad, que ésta ((afectó a un tercio de los habitantes del Piemonte)), que causó una gran mortandad entre los ciudadanos más pobres y que, según sus noticias, también se ha extendido a Francia. El cuadro clínico que describe Fantoni es muy similar al comentado por Lancisi:

«al principio, dolor cutáneo y especie de cardialgia, y más adelante cefalea, tos ligera y sensación nauseosa. (...)»

A causa del invierno tan frío, aparecieron «tos, angina, coriza y reumatismo vario)). conciuye su carta con el deseo de que la epidemia pronto llegará a su término.

La segunda epístola es la contestación de Lancisi a la misiva de Fantoni y en ella se ofrecen nuevos datos sobre la propagación geográ- fica de la enfermedad (54). El 26 de marzo de 1709 Lancisi tiene noticias de la presencia de ésta en ((Belgio et in Gallia)) e igualmente sabe de su curso en la Galia Cisalpina, la Toscana y el Lazio, hasta la región napolitana.

(51) GIUNTELLA, V. E. (1971): Roma nel Settecento. Bologna, Liciano Cappelli Editore (Istituto di Studi Romani. Storia di Roma, vol. XV), pp. 57 y ss.

(52) CORRADI, A. (1892), vol. V, p. 12. (Repr. Bologna, Forni E., 1973.) (53) LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 119 (Jo. Fantonus S. P. Viro Eruditissimo,

Amplissimoque Jo. Mariae Lancisio Archiatro Pontifico. Augustae Taurinorum, die XXVI. Februarii MDCCIX).

(54) LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 119 (Jo. Maria Lancisius S . P. D. Viro Ciarissimo, Doctissimoque D. Doctori Joanni Fantono, Medicinae, et Anato. Profess. Celeberrimo. Romae, VII. Kal. Aprilis MDCCIX).

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Cinco días antes de la respuesta de Lancisi a Fantoni, Bernardino Ramazzini recibía la notificación oficial del Senado veneciano de su promoción a la cátedra de Medicina Práctica de la Universidad de Padua (55). Como tema del discurso de toma de posesión de la plaza escogió precisamente la historia del brote gripal que azotaba en ese momento a Padua (56). Esta ciudad, «al igual que Francia, Inglaterra y Alemania)), se hallaba sometida desde el 6 de enero a un intensísimo frío que duró hasta casi el verano. Como consecuencia del mismo apare- cieron ((toses, destilaciones, pleuritis, perineumonías, disneas y otras enfermedades de este género)) de consecuencias funestas: en el lapso de dos o tres meses millares de personas perecieron. Tampoco escaparon de la muerte

«los que se hallaban bajo la autoridad de la milicia, invernando en campamentos o luchando en los campos de batalla)) (57).

En la vecina Forli, nos cuenta Giambattista Morgagni en su autobio- grafía, también se sintieron intensamente los efectos del frío y de la situación epidémica (58). A causa del primero, los ejércitos imperiales que habían invadido los Estádos Pontificios, como consecuencia de la guerra que mantenían con éstos a raíz del pleito dinástico español, tuvieron que pasar el invierno en esta ciudad.

En Milán durante el mes de febrero de 1709 acudieron en masa a los hospitales enfermos aquejados de pleuritis, que mejoraron sensible- mente sin las consabidas flebotomías (59). En Florencia

«... a lo largo de los meses de enero y febrero aptirecieron graves y universales enfriamientos y males de pecho, de los que moría la gente en abundancia; movía a la compasión oírles toser en sus casas, en las calles e iglesias, con una tos seca y peligrosísima)) (60).

La ,inclemencia del tiempo -especialmente las prolongadas borras- cas del verano- empeoró la situación al echar a perder las cosechas. Una situación parecida a la de Milán la sufrió Palermo. De toda Sicilia marcharon a Palermo cientos de enfermos de gripe en busca de remedio

(55) BERNARDINI RAMAZZINI Vita a Bartholomaeo Ramazzino, Medicinae Doctore ejus ex Frate Nepote descripta. in: RAMMAZINI, B. (1739): Opera Omnia Medica et Physislo- gica. Editio Quarta. Londini, Apud Paulum et Isaacum Vaillant, p. XX.

(56) Vid. nota 32. (57) RAMAZZINI, B. (1716), In SYDENHAM, Th., Op. d . , vol. 11, p. 792. (58) MORGAGNI, C. (1957): Autobiografia. Roma, 1st. Stor. Med., p. 58. (59) CORRADI, A. (1 876), vol. 11, pp. 307 y 309. (Repr.: Bologna, Forni, 1973.) CABIATI, C.

(1 709): Quanto di straordinario e di curioso e seguito nell'inverno dell'anno 1709 in alcune parti della Lombardie. Milano.

(60) MONGAI, F. M. (s.d.): Succinti Ricordi di tutto cid che segui nella Citta di Firenze da1 1709 al 1721. Ms. cit. por: CORRADI, A. (1876), vol. 11, p. 306 (Repr. Bologna, Forni, 1973).

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a su mal, y no bastaron para atenderlos los varios hospitales perma- nentes de que disponía la ciudad y otros improvisados que se constru- yeron en sus afueras (61). Ferrara, al igual que Forli, padeció intensa- mente la epidemia mientras se hallaba sitiada por los ejércitos ale- manes (62). Finalmente, Génova -ajuicio de Salvatore de Renzi- sufrió también esta crisis epidémica (63).

Toda la documentación estudiada por nosotros parece concordar en el hecho de que la epidemia estalló en la Europa continental un poco más tardíamente que en la península itálica. Por Fantoni sabemos que en febrero de 1709 la enfermedad ya era una realidad en Francia. En Angers las lluvias, temperaturas y nieves fueron más que normales ese invierno (64). Las consecuencias de este inusual cambio climatológico se tradujeron en un sensible aumento de la mortalidad, al que contribuyó en parte la presencia de ((accidentes pulmonares)) (65).

La epidemia -como ya hemos dicho- incidió también sobre Europa central. El panorama que nos describen las fuentes estudiadas es igualmente desolador. En sus constituciones epidémicas de la ciudad de Augsburgo para los años 170 1 y siguientes, Lucas Schroeck (1 646- 1730), médico del municipio, se extiende considerablemente sobre los fenó- menos atmosféricos y enfermedades presentes en el crudo invierno de 1708 a 1709 (66). La meteorología fue francamente inusual: intensísimas lluvias en el otoño y una ola de nive, frío y nieblas que perduró en los quince primeros días de diciembre. Aparecieron ((capiti et pectori infesti)). Pocos habitantes se libraron de tales molestias, y en algunos se complicaron con

((efervescencias febriles, intensas cefalalgias, postración de fuerzas (...) estrangulaciones espásticas de las fauces y dolores pleurales)) (67).

Los primeros días de 1709 se caracterizaron por continuas lluvias, a las que siguieron abundantes nieves que, con algunos intervalos, perduraron hasta finales de febrero. Para este período cronológico las enfermedades dominantes fueron

(61) CORRADI, A. (1892), vol. V, p. 12. (Repr.: Bologna, Forni, 1973.) (62) Ibídem. (63) DE RENZI, S. (1848): Ston'a della Medicina Italiana. Napoli, Filiatre Sebezio, vol. V, p. 801

(Reprint: Bologna, Forni Editore, 1966).

(64) LEBRUN, F. (1 97 1): Les hommes et la mort a Anjou aux 1 7e et l B e siicles. Essai de démographie et depsychologie histwtpues. Paris-La Haye, ~outon-École Pratique des Hautes Études.

(65) LEBRUN, F. (1971), p. 365. '

(66) SCHROECK, L. (1 7 16): Constitutio Epidemica Augustana Anni 1701 et sequentium. in: SYDENHAM, Th., Op. cit., vol. 11, pp. 735-746 (para 1708-09, u$, pp. 743-746).

(67) SCHROECK, L. (1716), p. 744.

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(L.. molestias catarrales en narices, bronquios, dientes y articulaciones)) (68).

En Laibach in Krain (Laybach in Carniola, actual Ljulblijana, NE. de Yugoslavia) nos relata la situación Marcus Gerbezius ( f 17 18) (69). Tras un otofio caracterizado por un tiempo muy desapacible, la llegada de 1709 se manifestó por una oleada de nieves y frío como nunca se recordaba en la región. Las cosechas se perdieron; los árboles no dieron sus frutos, y los pocos que brotaron eran ((rugosos y con ciertas manchas)). Esta reciura se acompañó de graves trastornos en los seres vivos, y de ellos

«los hombres padecieron apoplejías, artritis, catarros, pleuritis, tisis, etcé- tera)) (70).

A partir del verano, mejoró la situación climatológica y desapareció la epidemia.

Anno 1709 Januarii hyems sine pari, nos dice Rudolf Jakob Kammer- meister (1 655- 1 72 1) en su Constitutio Epidemica Anni 1 701 de Tubinga (7 1). Más explícito es el teólogo protestante Johann Wilhelm Baier (1675- 1729), quien nos da ricas noticias sobre Altdof(72). Tras un diciembre preñado de agua, frío y nieve, el día 5 de enero

«... al caer la tarde, comenzó a soplar un viento oriental, primero levemente, pero avanzada la noche -que era en grado sumo muy húmeda- se tornó más intenso. Al alba se vio que la tierra se hallaba totalmente helada por la nieve y escarcha caídas)) (73).

Las alteraciones climatológicas también tuvieron efectos funestos sobre las personas. Y, en opinión de Baier, los mismos acontecimientos se dieron en Hamburgo, Frankfurt, Danzig, Rostock y Stettin, por lo que concluye que la alteración fue generalizada en toda Aiemania. Asom- bradamente señala que zonas tradicionalmente más cálidas en Europa, como Francia e Italia, padecieron igualmente el rigor invernal y sus consecuencias, y como un fenómeno «increíble» comenta que las termas

(68) SCHROECK, L. (1716), p. 745. (69) GERBEZIUS, !M. (1 7 16): Constitutio Anni 1709. Apud Labacenses in Carniolia notata.

in: SYDENHAM, Th., Op. cit., v. 11, pp. 762-765. (70) GERBEZIUS,lM. (17 16), p. 762. (7 1) CAMERARIUS, R. J. (1 7 16): Constitutio Epidemica Tubingensis Anni 1701. Ejusdem

Schediasma ad Historiam Epidemiam Anni 1702. in: SYDENHANi, Th., Op. cit., vol. 11, páginas 781-788.

(72) BAJERIUS, J. G. (1 7 16): De frigore hyemali Anni MDCCIX. Dn. Johannes Guglielmus Bajerus, in: SYDENHAM, Th., Op. cit., vol. 11, pp.788-791. Sobre la crisis d e Altdorf, se haila también el estudio de KRAFFT, G. E. (1709): De frigore proximi mensis Januarii insolzto. Diss Phys. Altdorfi Noricomm, Lit. Kohlesi, 8 pp., que por desgracia no hemos podido consultar.

(73) BAJERIUS, J. G. (1716), p. 788.

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de Aquisgrán llegaron a helarse. Al igual que en Forli y Ferrara, la hyemalis constitutio paralizó la actividad bélica en Altdorf, imponiendo una tregua a los ejércitos beligerantes (74).

En Berlín la situación empezó a mejorar muy tardíamente, tras un ~ invierno semejante al de los otros lugares mencionados. Los berlineses experimentaron

((fiebre con escalofríos ... lasitud y tos, que en algunos era sofocativa, sed y náusea a los alimentos. Los enfermos dormían mal, con pesadillas. En algunos, al cuarto día les aparecía un exantema en la piel, con gran prurito. Otros, las mujeres flemáticas y sanguíneas de avanzada edad, padecieron de dolores reumáticos. Quienes apenas convalecientes salían a la calle eran presos de una gran pesadez de cabeza, vértigo y lasitud del cuerpo con dificultad para respirar)) (75).

De otros puntos del continente europeo que fueran afectados por la epidemia, poseemos una muy escasa información directa. En abril de 1709, según Hirsch (76), era invadida Bélgica y en el verano de ese año sufría su impacto Copenhague. Parece ser que tampoco se libró de este azote Irlanda, pues en opinión de Fuster, Dublín también fue alcanzada por la enfermedad (77). A pesar de que algunos autores han afirmado que la invasión gripal también se sintió en los Países Bajos, Alexandre Faidherber no ha detectado tal brote en su exhaustivo estudio histórico sobre la epidemiología holandesa. Por otro lado, la llamada ((London Fever)) de 1709, combinación de frio y hambre y que produjo una elevada mortalidad, no deja de ser sospechosa sobre sus causas (78).

Pero la desaparición de la epidemia gripal del solar europeo no supuso el retorno a una normalidad total. El riguroso invierno y las consecuentes malas cosechas, agravado por la emigración de campesi- nos a los centros urbanos que disponían de mejores condiciones asistenciales, y el importante fenómeno social de la guerra, a la que se veía sometida Europa en sus extremos nórdico y mediterráneo, trajo dos nuevas plagas: el tifus exantemático y la peste. A lo largo de 1709, y procedente del comercio con Turquía, llegó la peste a Austria, Hungría, Croacia, Prusia, Polonia, países escandinavos y bálticos, etc., que se propagó rápidamente merced a los desplazamientos de los ejérci-

(74) BAJERIUS, J. G. (1716), p. 791. (75) HOFFMANN, C. Fr. (1761), p. 46. (76) HIRSCH, A. (1883), vol. 1, p. 9. (77) FUSTER, J. (1861), p. 489. (78) FAIDHERBE, A. (1897-98), pp. 165-166. HAESER, H. (1883), vol. 111, p. 450, entre

otros, estima que Holanda también fue alcanzada por la epidemia; POST, J. D. (1977), páginas 1 18 y SS.

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tos (79). Incluso rozó, según Sticker, una parte de Italia (80). El titus se sintió intensamente en Irlanda (81). Y en el continente fue fatal acompañante de otros varios ejércitos que litigiaban en el sur del continente (82).

A todo ello se sumó el hambre, determinada por la grave crisis de subsistencia debida a las malas cosechas. El consiguiente aumento en el precio del trigo y cereales fue el causante de importantes revueltas populares y campesinas en Francia (1 709) e Inglaterra (1 709-10) (83). De Italia también hay noticias inquietantes (84). Por ejemplo, en Florencia se distribuyó gratuitamente en el invierno de 1709 pan entre los pobres. Algunos monasterios repartieron arroz hervido dos veces por semana. En Pistoia (Toscana) la gente empeñó sus ropas con el fin de atender sus necesidades. En el Piemonte la población, ante la ausencia de víveres, se alimentó de raíces y hierbas cocidas.

Por todo ello, Post considera a la crisis europea de 1709- 10 como la más importante de su siglo (85). También las consecuencias demográ- ficas de este complejo proceso fueron más importantes en 1709-10 que en la gran crisis de 18 1 6- 1 7. Así pues, la gripe europea fue un elemento más de desestabilización social, que alcanza su plena expresión cuando se integra en el panorama histórico-social y epidémico que acabamos de comentar.

(79) sobre la peste de 1708 y 1709, vid. STICKER, G. (1908): Abhandlungen aus der Seuchengeschichte und Seuchenlehre. I Band: Die Pest. Erster Teil. Die Geschichte der Pest. Giessen, Alfred ~ o p e l m a n n V., pp. 213-216; HIRSCH, A. (1883), vol. 1, cap. X. Plague, páginas 501-502; BIRABEN, J. N. (1975): Les hommes et la peste en Frunce et dans lespays européens et méditeranéens. Tome I. Lapeste dans l'histoire. Paris-La Ha.ye, Mouton - École des Hautes Études en Sciences Sociales, especialmente los apéndices 111 (pp. 363-374) y IV (páginas 375-449).

(80) STICKER, G. (1908), vol. 1, p. 216: «en otoño apareció en las costas orientales de Italia, especialmente en Pesara)). Sticker se basa en: LANCISI, G. M. (1739): De Noxiis Paludum Effluviis eorumque Remediis. in: Opera Varia in Unum Congesta et in Duos Tomos Distributa. Venetiis, Sanctes Pecori, Tomus 1, pp. 223-253 (Lib. 11, Epidemia IV. Castrensium febrium Pisauri ob stagnantes aquas ...)

(81) HIRSCH, A. (1&83), vol. 1, cap. XI, Typhus, p. 551. (82) FOSSEL, V. (1903), p. 779. (83) POST, J. D. (1977): The Last great subsisteme crisis in the Western World. Baltimore-London,

The Johns ~ o ~ k i n s U. P., p. 68. (84) Los datos italianos proceden de CORRADI, A. (1876), vol. 11, pp. 304-315 y V (1892),

páginas 10- 15 (Repr.: Bologna, Forni, 1973). (85) POST, J. D. (1977), p. 27. Además, para un conocimiento más rico sobre esta crisis

primosecular vid.: ABEL, W. (1973): Crisis Agraires en Europe (XIIIe-XXe sikcle). París, Flammarion Editeur, pp. 221-242; y para el caso español: AMES, G. (1974): Las crisis agrarias en la España Moderna. Madrid, Taurus Eds. y PÉREZ MOREDA, V. (1980): Las crisis de mortaldad en la España Interior. Siglos XVI-XIX. Madrid, Siglo XXI de España, páginas 327 y SS.

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En el mapa 1 ofrecemos la difusión témporo-espacial de la epidemia. Un hecho llama poderosamente la atención: la marginación de la península ibérica del brote gripal y de sus consecuencias posteriores. La ausencia de investigación historicomédica sobre la epidemiología es- pañola de este período, no nos permite sino aventurar algunas hipótesis acerca del carácter de los diversos episodios epidémicos que azotaron nuestro suelo. Desde la clásica Epzdemiología de Villalba se ha venido afirmando que en 1708 y 1709 toda Andalucía padeció ((la peste)), y que se prolongó hasta 17 11 (86). Según Villalba, en 1708, en Sevilla y su comarca, estalló una

((epidemia de fiebres malignas que puso en consternación a la Andalucía Alta y Baja» (87).

Con este motivo se promovió una disputa entre los médicos granadinos y sevillanos con el fin de determinar la etioIogía de Ia enfermedad. Para los sevillanos la crisis no fue pestilencial y contagiosa, mientras que para los granadinos -comisionados por la Real Chanci- llería- sí lo fue. Curiosamente el Real Protomedicato apoyó las tesis de los médicos de Sevilla. Pero también se pronunció sobre dicho brote Solano de Luque, que en 17 13 daba a luz su Triunfo de la crisis epidémica sevillana (88). En su censura aprobatoria, el padre Benito Blasco de Villalón, que enjuicia positivamente el tratado de Solano, toma partido a favor de los médicos granadinos, pues según él «... fue con procedi- miento pestilente)). Pero ya en el Prólogo al Lector, Solano manifiéstase contrario a las tesis de los comisionados por la Real Chancillería, puestO que «... la defensa asegura con la experiencia no aver sido peste)).

(86) VILLALBA, J. (1802): Epidemiología Española: o Historia Cronológica de las Pestes, Contagios, Epidemias y Epizootias que han acaeczdo en España desde la venida de los cartagineses hasta el año 1801. Madrid, Imp. Mateo Repullés, vol. 11, pp. 156-159. El juicio de Villalba fue utilizado posteriormente por HERNÁNDEZ MOREJÓN, A. (1850): Historia BibliográJca de la medicina Española. Madrid, Imp. de la Calle de San Vicente, Tomo VI, pp. 349-350. Los historiadores de laenfermedad extranjeros, como los ya clásicos CORRADI (1876), vol. 11, p. 313 (Repr.: Bologna, Forni, 1973) y STICKER, G. (1908), vol. 1, p. 216; así como otros más contemporáneos, por ej.: BIRABEN (1975), p. 394, siguen manejan- do como válidos los datos aportados por Villalba y Morejón. Esta pervivencia se ha mantenido incluso en la más reciente síntesis, sobre historia de la medicina española publicada en nuestro país, la del profesor SANCHEZ GRANJEL, L. (1979): Historia General de la Medicina Española. Vol. IV. Medicina Española del Siglo XVIII. Salamanca, Ediciones de la Universidad, p. 105, quien se limita a repetir una cita de Casal sobre la misma, pero sin aportar nueva luz al problema. La reciente obra de SAN2 SAMPE- LAYO, J. (1 980): Granada en el siglo XVIZI. Granada, Diputación Provincial, pp. 255 y SS., se limita a repetir, en este sentido, la información de Villalba y otros clásicos de la epidemiología española.

(87) VILLALBA, J. (1802), vol. 11, p. 156. (88) SOLANO DE LUQUE, F. (1 7 13): Triunfo de la crisis epidémica sevillana y contra respuesta a la

controversia epidémica que dió a luz el Dr. Rodrigo Parrilla y Villalón, MédicoComplutense y de Antequera. Cordova, Impr. de Esteban de Cabrera, 16 hoj., 1 16 PP.

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La epidemia apareció en febrero de 1709.

((Desde fines de marzo hasta mediados de junio se agravó, de suerte que fueron los accidentes muy crueles, los enfermos más y mayor la mortandad en que entran los muchísimos pobres, que más que de la epidemia murieron de hambre)) (89).

Al término de la misma -es decir seis u ocho meses después- habían fallecido unos catorce mil individuos.

El propio Solano nos aporta dos datos que son, a nuestro juicio, claves para la cabal comprensión de esta crisis: intemperie y hambre. A una etapa adversa, se siguió

«la temperie subsequente, que lo fue de moderada bondad, [y que pudo] corregir la intemperie antecedente, como en efecto sucedió)) (90).

Durante seis u ocho meses

«huvo falta de alimento en Sevillm (91).

La persistencia en la carestía del pan hizo que creciera el hambre. Pero cuando se superó esta crisis «... no hubo siquiera uno a quien le pasase por la imaginación morirse)). El panorama durante el período de falta de alimento fue bastante desolador: mendicidad extrema. Por todo ello, concluye Solano que

«... de los catorce mil que murieron en Sevilla, a muchos se les ocasionó la muerte del rigor de otras enfermedades agudas que padecieron, a otros, y los más, de la horrenda hambre que experimentaron, y los que de la Epidemia de calenturas murieron fue secundum corporis apparatum determina- tum, a distinción de las calenturas pestilentes, que indiscriminatim plures, ve1 omnes quos corr$it de medio tollit (92).

Aún sin contar con datos climatológicos precisos que nos permitan saber con exactitud hasta qué punto el casó español puede considerarse como un elementos más de la hyemalis constitutio europea de 1709 (93), no cabe duda que la información de Solano apunta hacia esa hipótesis. La crisis climatológica y alimenticia también la sufrió por ejemplo

1

I . .

(89) SOLANO DE LUQUE, F. (1713), pp. 6, 8 y 20-21. (90) SOLANO DE LUQUE, F. (1713), pp. 80 y 93. (91) SOLANO DE LUQUE, F. (1713), p. 57. (92) SOLANO DE LU(LUE, F. (1713), p. 80. (93) Henry KAMEN (1 974), en su libro La guerra de Sucesión en Espafia. 1 700-1 71 5. Barcelona,

páginas 309-312, advierte de las inclemencias del tiempo para el año 1709. Sin embargo, no hemos podido consultar información más detallada a este respecto. Los estudios de climatología histórica española a los que hemos tenido acceso (como los dos de FONTANA TARRATS, J. M. (1974): El Clima del pasado. Comunicación al Cong. de Climatología. Jaca, 13-1 7 octubre. 10 págs. mecanografiado, y Idem (s.a.): Quzme siglos de clima andaluz ( 1 66 págs. mecanograf.), se detienen precisamente en 1700.

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Galicia, según parrilla Hermida (94). Y a tenor de la información de Casal, debió de ser universal en la península (95). De lo que no cabe duda es que la crisis de subsistencia padecida por la península a partir de 1709 provocó una importante convulsión demográfica y social, totalmente equiparable a la del resto de países europeos (96). Una parte importante de dicha convulsión hay que achacarla al tifus exantemático, compañero inseparable de la guerra -no olvidemos que en esas fechas aún se dirimía en España bélicamente el conflicto sucesorio a la corona española- y del hambre. Pero también no hay que desestimar que algunos focos epidémicos fueran causados por el virus gripal (97).

La hyemalis constitutio anni 1709

Para todos los tratadistas de la epidemia gripal, ésta surgió y se desarrolló en lo que -con un claro espíritu neohipocratista y sy- denhamniano- denominaron la ((constitución invernal del año 1709)). Ya hemos apuntado algunas impresiones sobre las graves consecuencias que sobre personas y cosas produjo la brusca y sostenida caída de las temperaturas. Pero como el brote y la hyemalis constitutio se dieron en pleno auge de la llamada «era barométrica)) -caracterizada por el sistemático uso de instrumentos de este tipo con fines científicos- podemos aportar además algunos datos cuantitativos acerca de su real significado.

Paradójicamente, las noticias más precisas que poseemos proceden de aquellos puntos de los que menos conocemos el impacto de la enfermedad. De la Hire nos ha legado las observaciones meteorológicas de París de los años 1708 y 1709 (98). La lluvia caída en el último trimes- tre de 1708 fue algo menor que la media de los restantes meses de ese

(94) PARRILLA HERMIDA, M. (1974): Apuntes históricos sobre la sanidad en La Coruña. Separata de Galzcia ClZnica (enero de 1974), 9 págs. Sobre la situación gallega vid. también GARCÍA GUERRA, D. (1977): Epidemidlogía gallega del siglo XVIII. Asclepio, 29. 147-165.

(95) CÁSAL, G. (1 762): Historia Naturaly médica del Principado de Asturias. Obra Póstuma f...). La saca a la luz el Dr. Juan Joseph Garaá Sevillano. Madrid, Ofic. Manuel Martin, 16 hoj., 404 pp., 2 hoj., p. 82. c... y vi que la generalisima epidémia que, casi en todo el Reyno de España, hizo notable estrago desde el año de 1709 hasta el d~e 17 11 ... ». No cabe duda que hay demasiada similaridad entre esta frase y la siguiente de Villalba, publicada varios decenios después: ((Esta generalísima epidemia, que hizo tan notables estragos en casi todo el Reyno de España, y que duró desde el año 1709, hasta el de 17 11 ». (VILLALBA, J. (1802), vol. 11, p. 159.)

(96) PÉREZ MOREDA, V. (1980), p. 361 define así la fecha de 1709: ((puede por todo ello ser considerada como la de una de las grandes crisis agrarias, traducida en una aguda miseria entre el campesinado y gran mortandad en la mayor parte de los lugares)).

(97) PÉREZ MOREDA, V. (1980), p. 334. (98) DE LA HIRE, Mr. (1709): ~bservations de la quantité de pluie qui est tombée A

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año. En relación con las nevadas, menciona expresamente dos, una en noviembre y otra en diciembre. En este último mes, y en su día doceavo, se dio el frío más intenso de todo el año. Pero con todo, De la Hire concluye que tanto el calor como el frío de éste no se salieron de los límites normales. Sin embargo, el panorama fue totalmente distinto en 1709. El frío padecido y la nieve caída a principios de este año cuantitativamente fueron muy superiores a la media. Ello hubiera contribuido a un esperanzador año de recolección de no ser que por las bajísimas temperaturas se helaron el trigo y los cereales. Como el gélido viento procedía del sur, no fue extraño que se congelaran algunos

' puntos de la costa provenzal. Por ello, para De la Hire este invierno ha sido mucho más riguroso que el de 1695, el último del que se guarda recuerdo.

Ole RBmer (1 644- 17 10) nos ha legado sus observaciones térmicas de Copenhague del invierno de 1708 (99). Entre el 26 de diciembre y el 6 de abril del -año siguiente, recogió muy cuidadosamente las oscilaciones de temperatura en la capital danesa. Precisamente, las grandes alteraciones climáticas que padeció la ciudad durante esas fechas le sirvieron de idóneo y natural banco experimental para introducir importantes novedades en los termómetros al uso en su tiempo. Middleton, en su historia de este instrumento, ha reproducido la página manuscrita de Rdmer que contiene las temperaturas de dicha ciudad entre el 26 de diciembre y el 23 de enero del siguiente año. Pues bien, durante esos veintinueve días la temperatura estuvo siempre muy alejada de los ceros grados, muy por debajo de la media de otros años en dicha ciudad. En Augsburgo también realizó mediciones con termómetro de alcohol Lucas Schroeck, con- cretamente para el período de enero a abril de 1709, y al igual que Rdmer, encuentra valores francamente anormales (100). Por su parte, Rudolph Jakob Kammermeister comparó mensualmente las oscilacio- nes barométricas obtenidas a lo largo de veinte años (1 691- 17 10) con instrumentos de mercurio, lo que le permitió encontrar una respuesta científica, a su juicio, a las diversas oscilaciones de ese invierno (101). Paradójicamente, Bernardino Ramazzini, uno de los más importantes

i'observatoire pendant l'anné dernikre 1708, avec les changemens qui sont arrivés au Thermometre et au Baromeve par rapport A la chaleur et aux saisons. Histoire Accad. Royale des Sciences. Mémoires (Paris). Chez Jean Boudot, pp. 1 y SS. Zdem (1710): Observations de la quantité d'eau qui est tombée 2 i'observatoire pendant i'anné 1709, avec i'état du Thermometre et du Barometre. Histoire Accad. Royale de Sciences. Mémoires (Paris), pp. 139-143.

(99) MIDDLETON, W. E. K. (1 966): A Histoly of the Thennometer and Zts Use 212 Meteorology. Baltimore, The Johns Hopkins U., pp. 66-79.

(100) SCHROECK, L. (1716), ir SYDENHAM, Th., vol. 11, pp. 744-45. - (101) CAMERARIUS, R. J. (1716), in: SYDENHAM, Th., vol. 11, pp. 785-788.

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cultivadores de la meteorología médica de su época, no realizó observa- ciones de este tipo en la epidemia patavina de 1709. Y ello es menos explicable aún si tenemos en cuenta las estrechas relaciones de colabora- ción cientifica que mantenía con Lucas Schroeck, presidente de la Academia de los Curiosos de la Naturaleza, institución a la que pertenecía como socio el propio Ramazzini (102).

Otros datos son menos precisos, pero también nos orientan indirec- tamente acerca de las bajas temperaturas padecidas por varias ciddades europeas. En Roma y Florencia, por ejemplo, las nevadas fueron de tal magnitud que ambas ciudades quedaron incomunicadas y no pudieron recibir auxilio del exterior (103). En Padua y su región se helaron los ríos de tal forma que ejércitos y ganados los transitaban fácilmente sin tener que recurrir a ayudas para tal fin. Las bebidas se conge1,aban al instante en vasos de alfarería, al igual que las comidas servidas ya en la mesa, aunque ésta se hallara cerca de un buen fuego (104). En Udine (próxima a Venecia) se heló el agua y el vino (1 05). La misma Venecia se cubrió de hielo (106).

Ante la presencia de estos asombrosos fenómenos, casi todos los estudiosos del brote gripal y de la hyemalis constitutio se cuestionaron la causa de esta última. Las teorías que surgieron resumen muy bien la orientación científica y geográfica de todos ellos. Bernardino Ramazzini atribuyó la paternidad del cambio climatológico a los efluvios emanados de las grietas terrestres causadas por diversos terremotos, los cuales alteraron el estado normal de la atmósfera (107). Para Baier, al igual que para Lucas Schroeck, la razón de todo -descartadas hipótesis astroló- gicas, que consideran banales- radicó en una mutación del vien- to (108). Finalmente, Rudolph Jakob Kammermeister imputó esta hye- malis constitutio a una desfavorable conjunción astral, muy compleja, en la que participaron Marte, el Sol, Saturno, Mercurio, Venus y Jú- piter (109).

RAMAZZINI, B. (1964): Diseases of Workers. Translated frorn the Latin text «De Morbis Artificiurn)) $1 713 by Wilrner Cave Wright. With un introduction by George Rosen. New York- London, Hafner Publ. Co., p. XIX. CORRADI, A. (1876), vol. 11, p. 306 (Repr.: Bologna, Forni, 1973). RAMAZZINI, B. (1716), in: SYDENHAM, Th., vol. 11, p. 792. CORRADI, A. (1892), vol. V, p. 1 1 (Repr.: Bologna, Forni, 1973). HAESER, H. (1882), vol. 111, p. 449. RAMAZZINI, B. (1716), in: SYDENHAM, Th., v. 11, pp. 794-95. RAJERIUS, J. G. (1716), in: SYDENHAM, Th., v.,II, p. 709. SCHROECK, L. (1716), in: SYDENHAM, Th., v. 11, p. 744. CAMERARIUS, R. J. (1716), in: SYDENHAM, Th., vo. 11, p. 785.

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La epidemia europea de gripe de 1708-1 709 77

No cabe duda que Rarnazzini al formular su hipótesis sismológica tuvo en cuenta los frecuentísimos terremotos padecidos por la penín- sula itálica en los años inmediatamente anteriores a la hyemalis constitutio de 1709 (110).

La hipótesis actual acerca de la causa de este repentino cambio -,

climatológico no se halla muy lejos de la de Ramazzini, si bien disiente de la de éste en cuanto al motor de la crisis. Los historiadores del clima, desde C.E.P. Brooks, conocen al período 1550-1850 como la «Edad de la Pequeña Glaciación)), caracterizada por una relativa disminución de las temperaturas en todo el globo, inferiores a las de la Edad Media o del Mundo Contemporáneo (1 1 1). Este enfriamiento sostenido de la atmós- fera se debió fundamentalmente a una intensa actividad volcánica, que en los momentos de gran concentración eruptiva produjo enfriamientos de la corteza superiores a los ya anormales del período. La crisis de 1708-09 responde a una de estas fases de recrudecimiento del clima por aumento de la actividad volcánica. Según Post, fueron tres los focos de actividad clave de esta crisis: el Vesubio (410 N.), el Santorin (36,50 N.) y el Fujiyama (350 N.). A ellos podrían añadirse también al tinerfeño Teide y al Elba, que en torno a estas fechas también conocieron explosiones ígneas (1 12). El polvo despedido por todos ellos, al estacio- narse en la estratosfera, impidió el paso de la radiación solar, pues hizo disminuir la transparencia atmosférica y, como consecuencia, ocasionó la caída de las temperaturas (1 13).

(1 10) La literatura de la época sobre terremotos es relativamente abundante. Vid.., para uqa relación de textos referidos únicamente a los seísmos de los Estados Pontificios: RANGHIASCI, L. (1792-1793): Bib1iograf;a Storica dello Stato Pont-fEcio. Roma, Stamp. Giunchiana (Rep.: Bologna, Forni Ed., 1978); sin embargo, omite algunos escritos importantes como el de BAGLIVI, G. (1714): De Terraemotu Romano ac Urbium adjacentium anno 1703. Ad Jo. Franciscum Maurocenum Virum Amplissimum, atque Oratorem Venetorum. De Progressione Romani Terraernotus ab anno MDCCIII ad annum MDCCV. Opera Omnia Medico-Practica et Anatomica, Editio Octava. Lugduni, Sumpt. Anisson et Joannis Posuel, pp. 523-580. Por otro lado, tanto GIUNTELLA, V. E. (1971), pp. 215-315, como CORRADI, A. (1892), vol. V, pp. 733-735 (Repr.: Bologna, Forni, 1973), ofrecen sendas relaciones sobre seísmos romanos y de otros puntos italianos que completan las otras informaciones. Corradi cita los referidos a Livorno (1705), Nápoles (1705), Pistoia (l704), Romagna (1703) y Sicilia (1693), como los más trascendentes. Para el periodo 1690 a 1709 computaun total de 26. Sobre la importancia para el pueblo ilano de los terremotos como causa de enfermedad ya se hace eco de ello Lancisi, que los descartó tajantemente en la epidemia de muertes súbitas que sufrió Roma entre 1705 y 1706. (LANCISI, G. M. (1739): De Subitaneis Mortibus. in: Opera Varia, vol. 1, p. XXVI.)

(1 11) POST, J. D. (1977), p. 1. (112) POST, J. D. (1977), p. 5. Las erupciones a considerar serían, para el Vesubio:

l/VII/1701; 20/V/1704; 23/VII/1706; 28/VII/1707; 14/VIII/1708; Santorin: 1707; Fuji- yama: 1707. Por su parte, para el Teide: 1704; 1705; 5lV11706. El Etna conoció 23 momentos de actividad entre 1667 y 1869.

(1 13) POST, J. D. (1977), p. XII.

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11. LOS ANÁLISIS CONTEMPORÁNEOS DEL BROTE GRIPAL DE 1708-09: LOS TEXTOS DE GIOVANNI MARIA LANCISI, BERNARDINO RAMAZZINI Y KARL FRIEDRICH HOFFMANN

En el apartado anterior hemos ofrecido diversos testimonios de la época sobre la difusión témporo-espacial de la epidemia gripal de 1708-09. De todos ellos, tan sólo tres merecen que les dediquemos un análisis más minucioso de su contenido en este epígrafe. Nos referimos a los de Giovanni Maria Lancisi (1654-1 720), Bernardino Ramazzini (1 633- 17 14) y Karl Friedrich Hoffmann (1 660- 1742). La razón de esta predilección es obvia, pues fueron los únicos textos escritos por médicos en los que se ofreció una interpretación científico-natural del proceso epidémico. Sin embargo, por la distinta intencionalidad con que fueron redactados, merecen que les demos un tratamiento dife- rente. Ya vimos las motivaciones academicistas en Ramazzini, quien además, y por razones de salud personal, no se encontraba en ese momento en una fase biográfica excesivamente creadora. Hoffmann, por otro lado, redactó su análisis con una intención ejemplificadora en el seno de un tratado sistemático de patología (1 14). Finalmente, Lancisi escribió su obra como apéndice a una monografía más extensa de geografía física y sanitaria de Roma (1 15). Sin embargo, los dos primeros no van más allá de su propia intencionalidad, mientras que el de Lancisi es un profundo estudio teórico sobre la enfermedad y sus formas, así como de su manifestación concreta en la epidemia romana. Además, esta obra es un claro exponente de la preocupación pontificia hacia los problemas de la salud pública, en este caso los derivados del propio estallido gripal. La materialización de los logros conseguidos en este campo en la Roma de inicios de la centuria ilustrada, fue posible gracias a la labor llevada a cabo en este sentido por el propio I.,ancisi en el seno de un ambiente socio-científico francamente favorable. Veamos, pues, en primer lugar, el informe de Lancisi y, a continuación, los otros dos textos.

La «&pidemia Rheumatica)) (1 71 1) de Giovanni- Maria Lancisi

En varias publicaciones ya hemos señalado la imposibilidad de comprender el pensamiento médico de G. M. Lancisi si no se enmarca éste adecuadamente en el activo mundo cultural y científico romano de inicios del siglo XVIII, del que Lancisi fue un protagonista de primer orden (1 16). Con la subida a la sede pontificia de Clemente XI (1700-

( 1 14) Vid. nota 32. ( 1 15) Vid. nota 32. (1 16)' Vid.: El nacimiento de la medicina moderna en la obra de Giovanni Maria Lancisi (1654-1 720)

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La epidemia europea de gripe de 1708-1 709 79 l 172 1) Albani, se inició en Roma un importante movimiento de reforma que alcanzó no sólo a aspectos estrictamente religiosos, sino que también salpicó al mundo de la ciencia. En el campo médico, el brazo ejecutor de esta renovación fue el propio Lancisi, quien en apenas dos decenios convirtió a Roma en un foco de atracción científica de primer orden. La última etapa de su biografía médica, que cubre plenamente el pontificado clementino, es un claro exponente de la fecunda colabora- ción entre el pontífice Albani y su arquíatra personal, Lancisi: casi todos los escritos lancisianos más relevantes de este período están redactados a instancias del papa y, como es de esperar, en ellos se abordan diversos problemas epidémicos padecidos por Roma y los Estados Pontificios.

Ya hemos dicho que el texto de Lancisi en el que se estudia el brote gripal romano del invierno de 1708-09, es un apéndice a otra obra. Pero ello no implica que a juicio de su autor aquél carezca de personalidad propia. En la mente de Lancisi late una clara intencionalidad didálctica, pues lo que pretende con su estudio del estallido gripal es demostrar la salubridad natural de Roma y que, cuando ésta se altera, siempre es debida a factores exógenos, como sucede con el problema epidémico que aborda. Pero para demostrar sus tesis, Lancisi contó además con la eficaz colaboración de varios colegas romanos que, comisionados por las autoridades sanitarias de la ciudad, analizaron con el arquíatra papal los problemas científicos creados por tan repentina enfermedad. Por ello, este escrito de Lancisi, sin perder su carácter personal, es el más «colectivo» de su producción científica, pues en él se incluye no sólo las opiniones de Lancisi sobre la epidemia, sino también las actas de las' diferentes reuniones celebradas en Roma durante el curso de la misma, las cuales contienen resumidamente las interpretaciones emitidas por sus colegas romanos sobre el carácter de la enfermedad. La obra concluye con un apéndice documental en el que se transcriben los edictos higiénico-sanitarios ordenados por las autoridades competentes y con las cartas intercambiadas entre Lancisi y Fantoni sobre la epidemia, que ya hemos comentado (1 17).

1

Tesis de Valencia (inédita) (1 976); El programa de reforma educativa de Giovanni Maria Lancisi: De Recta Medicorum Studiorum Ratione Znstituenda (1 7 15). Episteme, 10, 1 80- 1 90 (1976); Elaboración y difusión de la medicina moderna en la Italia de los siglos XVI y XVII: la peculiaridad del ambiente científico romano (1548-1720). in: ALBARRACÍN TEULÓN, A,; LÓPEZ PIÑERO, J. M.; SÁNCHEZ GRANJEL, L. (Eds.): Medicina e Historia. Mad~id, Edit. de la Univ. Complut., pp. 265-290 (1980); Biografia científica de Giovanni Maria Lancisi (1654-1 720). Med. E@., 79, 250-260 (1980).

(1 17) De una manera esquemática, podemos distinguir los siguientes apartados en este escrito. En el primero (capita 1 y 11) se estudia la constitución epidémica y sus enfermedades mas relevantes, señalándose igualmente la distribución de éstas por sexos, clase social y barrios de la ciudad. Concluye con los datos antomopatológicos

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La obra de Lancisi hay que insertarla teóricamente en el contexto del llamado hipocratismo ambientalista, y más específicamente, en el desarrollo que del mismo realizó en el siglo XVII Thomas Sydenham (1624-1689). Ello es evidente en el escrito de Lancisi no sólo por la explícita referencia que al inicio de su obra hace del ((Hipócrates inglés)) (1 18), sino porque también de forma implícita cornparte sus ideas epiderriiológicas. Importa también señalar aquí que una de las fuentes de información de Lancisi es el escrito de Ramazzini en el que se aborda el estudio de la misma epidemia. Y ello es totalmente lógico si consideramos que Ramazzini fue uno de los grandes voceros del pensamiento de Sydenham en la Italia de su época.

Según Lancisi, la variada gama de enfermedades que aparecieron en el invierno de 1708-09 en Roma, surgieron en el seno de una constitu- ción epidémica anómala que fue la motora de todo el proceso (1 19). Esta alteración climatológica se originó por una ((mutación mórbida y desordenada del aire)) que respondió a la siguiente etiología: exhalacio- nes de la tierra, emanaciones de las aguas estancadas que no se disiparon por la acción de los vientos salubres y alteraciones de la pluviometría (120). El resultado fue la aparición en Roma de ((enferme- dades epidémicas del pecho)) que persistieron y evolucionaron en función de la propia dinámica de la constitución atmosférica (121). En su etapa inicial dominaron «los corizas y los reumas con discreta tos». Pero al complicarse la climatología a finales de eriero comenzó a agravarse la epidemia, y aparecieron ((dolores de pecho, angina, pleuri- tis y perineumonía verdaderan (1 22). Por supuesto que la sintomatología

encontrados en los sujetos fallecidos en el curso de la epidemia. En un segundo apartado (caput Iv) se comentan las opiniones emitidas por Lancisi y sus colegas romanos en una de las reuniones que para el estudio de la naturaleza, causas y remedios idóneos de la enfermedad tuvieron lugar en Roma. En el tercero (capita V y VI) Lancisi relata el curso de la constitución epidémica y de la misma epidemia hasta el término de ambas. En el cuarto (cap. ultimum) se transcribren seindas cartas de Lancisi y Fantoni; y en el último (Summarium Edictorum) las tres ordenanzas higiénico-sanitarias decretadas a lo largo de la crisis (1. Editto Contro chi lascierh caicinaccio, letame, satabio ed altre immondezze nelle Strade, e Piazze della Cittá di Roma. 11 Editto Quo currentis Quadragesimae tempore permittitur usus ovorum et lacticiniomm. 111 Editto che si nettino le Case, e le Cantine dall'Acque ed immondizie lasciatevi dell'escrescenza del Fiume Tevere).

( 1 18) LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 108. Además cita a Guillaurne Baillou (1536-1614), Marsiglio Cagnato ( f 16 16), Franz de la Boe ( 1 6 14- 1672) y Bernardino Rarnazzini, todos ellos seguidores del ambientaiismo hipocratista. Una panorámica histórica muy completa sobre este problema, se encuentra en: MILLER, G. (X962). «Airs, Waters and Places)) in History. Journal of the Hist. ofMed., 17, 129-140.

( 1 19) LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 108. ( 1 20) Ibídem. (121) Ibídem. (122) LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 109.

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también fue evolutiva en consonancia con la propia dinámica de la constitución invernal: «al principio los enfermos se quejaban de una lasitud generalizada de todo el cuerpo; más adelante les invadía fiebre con rigidez; luego, dolor vago en la parte superior y también inferior del pecho y tos persistente que desde el inicio era de carácter seco)). En fases muy avanzadas, los enfermos adquirían un tinte amarillento muy seme- jante al de la ictericia (123). El alivio le vino a muchos merced a la evacuación humoral en forma de sudor, expectoración, hemorragias nasales, por vía intestinal o bien con abundantes diuresis (124). Nos encontramos pues, ante lo que Sydenham denominó una enfermedad epidémica «otoñal» surgida en el seno de una constitución epidémica.

La conjunción de un recrudecimiento en la climatología a finales de mayo con la existencia de un aire pozoñoso, causado por inundaciones y riadas debidas a las abundantes lluvias, motivó que aparecieran pleuritis malignas de una gravedad extrema (125). En esta ocasión la sangría fue totalmente ineficaz. Hasta aquí las notas clínicas más características del brote epidémico. Sin embargo, quedan por contestar tres preguntas básicas: naturaleza, causas y terapéutica de la epidemia. Lancisi responde a estas tres cuestiones en el transcurso de la reunión que el 21 de febrero mantuvieron en casa del cardenal Mareschotti las máximas autoridades médico-sanitarias nombradas por el pontífice para atajar la enfermedad (1 26).

En relación con la primera interrogante, la respuesta del arquíatra pontificio es clara y tajante: se trata de una enfermedad epidémica del género reumático, de especie y naturaleza aparentemente distintas, por lo que se le ha supuesto diferente a las de este grupo. Sin embargo, su cuadro clínico inicial (dolor de pecho sin fiebre, o bien coriza y tos) degeneraba en fiebre aguda rápidamente en sujetos mal dispuestos o que no hacían caso de estos primeros síntomas. A continuación aparecían las inflamaciones en garganta, laringe, pleura, pulmones y región precordial. Todo ello habla pues, a favor de una unicidad en cuanto a la enfermedad. Lancisi estima de forma concluyente que la fiebre es la principal enfermedad, y las inflamaciones consecutivas sus síntomas (1 27).

(1 23) Ibidem. (1 24) Ibídem. (125) LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 118. (1 26) Los otros participantes de este cónclave fueron Antonio Pacchioni, Michelangelo Paoli,

Gaspar Reale, Giovanni Battista Fossombroni, Angelo Modio, Giacomo Sinibaldi, Giovanni Trulli, Luca Tomassini, Gaspar Orighi, Giorgio Spínola, Tiberio Cencio, Filippo Patrizio y Giuliano Capranica. Sobre la importancia histórica de esta reunión vid: VIOLI, J. B. (1890): Un congres midical a Rome au XVIIIe siecle sur I'influence. Constantinople, 4 pp.

(127) LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 11 1.

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La clave de la patocronia de la enfermedad radicó en la. distinta constitución de los sujetos, así como en su capacidad de: defensa ante la misma. De tal forma que

((10s campesinos que no fueron prontamente aconsejados para defen- derse de los efectos de la enfermedad, y en los que adernás se acumularon otras desgracias ajenas, al día cuarto, quinto y tarnbiéri al sexto del inicio de su mal, más que por curados acabaron por ser enterrados)) (128).

Esta unicidad de interpretación del cuadro clínico le exige a Lancisi una concepción de la causa de la enfermedad que sea consecuente con sus principios. Para ello, apoyándose en la ((autoridad de la razón y de la experiencia)) divide a aquélla en doble, siguiendo el esquema galénico de la etiología remozado por la visión sydenhamniana de la causa primitiva. Para Lancisi la causa externa de la epidemia no fue una y simple, sino mixta, y radicó en las inusuales fuerzas del otoño e invierno inmediatos. El excesivo calor otoñal y frío invernal temperaron y diluyeron las sales volátiles e ígneas del aire que, al mezclarse en nuestro cuerpo espe- cialmente con la bilis, produjeron una alteración de la misma en los sujetos ((débiles y poco precavidos que no supieron corregir los exalta- dos humores)) (1 29). Para Lancisi, pues, es fundamenrcl la constitución particular de los sujetos, de la que depende en buena medida su respuesta hacia el factor morboso exógeno. La predisposición indivi- dual también actúa como matizadora de la posible acción patógena de la causa interna, a la que concibe muy en consonancia con las ideas de Franz de la Boe, otro de los autores que expresamente cita en este escrito. Según Lancisi, por efecto del frío invernal se alteró cuantitativamente la transpiración externa de la piel (universalis) y la interna de boca, narices, fauces y pulmones (particularis). Al mismo tiempo, la fuerza del viento y del frío introdujo en los cuerpos de los romano:; sales extrañas, especialmente nitrosas y subácidas. La consecuencia de esta doble agresión fue una conmoción en los organismos. La sal simple del aire estancó la sal ácida de la linfa en aquellos puntos que por el contacto con el aire próximo sufrían gravemente. Por ello, la patología inmediata fue a nivel fibrilar. Y Lancisi concibe las alteraciones de éstas al modo de Giorgio Baglivi (1668-1707), es decir, lasitud en órganos subcutáneos y corizas, toses, pleuritis y perineumonías en la superficie interna de narices, fauces y pulmones (1 30). Son pues las sales extrañas introduci- das en los organismos, y sus posteriores fermentaciones, las que motivaron el abigarrado cuadro clínico y su compleja evolución. A ellas hay que achacar el estancamiento de la linfa, las perturbaciones sanguí-

(1 28) Ibídem. (1 29) Ibz'dem.

(130) LANCISI, G. M. (1739), p. 11 1

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neas y las punzadas de los nervios, así como la variada gama de afecciones reumáticas, las fiebres agudas y ese color ictérico que padecieron los enfermos (1 3 1). Pero, ;cuál fue la causa de la muerte en los que ésta aconteció? Lancisi, a diferencia de Ramazzini y Hoffmann, autopsió a los que fallecieron en el curso de la epidemia, no con otro objetivo que el de hallar una lesión que fuera complemento a su interpretación ((racional)). Para él la presencia de precordios y diafrag- mas enrojecidos y ennegrecidos por sangre coagulada, y de pólipos en los grandes vasos cardíacos,

((no deja lugar a dudas, para concluir, que los enfermos fallecieron por causa de los fluidos que encharcaron principalmente los pulmones)) ( 1 32).

En la más pura tradición del ambientalismo hipocrático se cuestiona Lancisi el curso natural de la epidemia. Apoyándose explícitamente en una experiencia semejante vivida por Thomas Sydenham en el curso de la epidemia londinense de 1665, cifra en la evolución climatológica el progreso de la situación epidémica (133). Si se deteriora aún más el tiempo reinante, la enfermedad que no es ni contagiosa ni maligna, se transmutará en otra de naturaleza totalmente diferente. Pero si mejora, la epidemia habrá llegado a su fin. Como ya sabemos, la situación empeoró en mayo, y aparecieron perineumonías malignas que condu- jeron a la muerte a más de uno (134). El último punto del discurso lancisiano es la terapéutica. En sujetos fuertes, recurrió a la sangría antes del cuarto día; y en los más débiles, a una terapéutica agresiva y coadyuvante de las enflaquecidas fuerzas de estos individuos. En este. capítulo, una vez más, Lancisi se siente fuertemente mediatizado por las ideas de Sydenham en el campo de la terapéutica de las enfermedades reumáticas.

La ((Oratio)) (1 709) de Bernardino Ramazzini y la visión de Karl Friedrich Hofmann (1 761)

Como ya quedó dicho, Ramazzini compuso su escrito al acceder a la cátedra patavina de Medicina Práctica. Recién impreso, lo distribuyó entre sus amistades, entre ellas Antonio Magliabechi de Florencia, a quien remitió ocho ejemplares del mismo. En la carta que acompaña a éstos -de fecha, 3 de julio de 1709- se lamenta Rarnazzini de no haber sabido tratar lo bien que hubiera deseado la epidemia de

(131) LANCISI, G. M. (1739), p. 112.

(132) LANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 109. (133) SYDENHAM, Th. (1 7 16): Sectio 11. Caput. 1. Constitutio epidemica Annorum 1665 et

1666. Londini. i w Opera Medica. Genevae, Fratrum de Tournes, vol. 1, pp. 62-78. (134) &ANCISI, G. M. (1739), vol. 1, p. 118.

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1709 (135). Sin embargo, una cosa queda clara del contenido de la epístola, independientemente de la valoración que el autor hace de su propio trabajo: la rápida difusión que en el mundo científico de la época tuvo su análisis de la constitución epidémica. Y que por la estrecha amistad que tenía con Lancisi, que éste conociera también precozmente el texto de Ramazzini.

Ya desde las primeras líneas de la Oratio late una expresa preocu- pación metodológica en la indagación del proceso epidémico, que su autor pretende abordar mediante una cuidadosa investigación ((philo- sophica et medicm (136). Veamos pues, el razonamiento analítico de Ramazzini desde estos supuestos.

Un primer fenómeno llama su atención: el intem.pestivo cambio climatológico con sus funestas consecuencias. Ahora bien, ;quién engendró este frío tan desacostumbrado y riguroso? Cuatro son las posibles hipótesis que baraja Ramazzini. La primera, la persistente acción del viento aquilón, que descarta taxativamente, al igual que la brusca presencia de sal nitrosa en el aire y la probable intervención de los cuerpos celestes (137). Para él, la razón última -muy fiel, por otro lado, a la visión que de este problema tenía Thomas Sydenham- radicó en las entrañas de la tierra,

«pues toda ella es cavernosa y posee vientres y grandes cavidades no muy distintas a las de los seres vivos, en las que habitan artífices varios y admirables que actúan merced al espíritu...)) (138).

En su seno se albergan los minerales, metales, piedras preciosas y manantiales de agua, dulce y también ferruginosas, sulfiúreas, nitrosas y de todo género. Si, como evidencia la experiencia de los buscadores de nitro, este se obtiene más fácilmente en aquellas zonas septentrionales que en. las australes, se cuestiona Ramazzini

<(¿por qué no es lícito sospechar que en aquellas zonas inhóspitas, y más protegidas durante muchos meses de los rayos solarles, súbitamente se abriera la puerta del intensísimo frío y de la exhalació11 nitrosa de alguna caverna, y como consecuencia se originara de esta forma la horrible tempestad de este invierno?)) (139).

Por todo ello

«no puedo hallar otra causa que una gran fisura de la tierra)) (140). -- (1 35) DI PIETRO, P. (1 964): Bernardino Ramazzini Epistolano. Modena, P. Toschi, p. 276. (136) RAMAZZINI, B. (1716). in: SYDENHAM, Th., vol. 11, p. 791. (137) RAMAZZINI, B. (1716). in: SYDENHAM, Th., vol. 11, pp. 792-794. (138) RAMAZZINI, B. (1716). in: SYDENHAM, Th., vol. 11, p. 794. (1 3 9) Zbídem. (140) RAMAZZINI, B. (1716), p. 798.

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La epidemia europea de gripe de 1708-1 709 85 1 Esta fisura explicaría que la emanación nitrosa unida a los vientos creara ~ tal frío, y los vapores del elemento acuoso suspendidos en el aire pudieran engendrar la nieve.

Todos estos fenómenos crearon la constitución epidémica que azotó gravemente a los habitantes de Padua. Primero sintieron sus efectos los niños, los ancianos y los enfermizos y después los jóvenes y los varones robustos, no sólo de la plebe, sino también de las clases altas. Las enfermedades dominantes de esta epidemica constituio fueron, como sabemos, toses, destilaciones, pleuritis, perineumonías y disneas.

Además de una serie de medidas de protección individual, de cuya eficacia duda Ramazzini, recomienda purgaciones y sangrías. Pero, como buen discípulo de Sydenham, confía especialmente en la fuerza curadora de la naturaleza (1 4 1).

La breve nota que Karl Friedrich Hoffmann dedica a la constitución epidémica de Berlín del invierno de 1708-09, forma pate de un capítulo más amplio sobre las ((fiebres intermitentes)) que a su vez se inserta en su tratado sobre las fiebres de la Medicina Rationalis Systematica (142).

Para Hoffmann, estas fiebres catarrales benignas están íntimamente ligadas en su presentación a condiciones climatológicas adversas, espe- cialmente en otoño. Tras un ((vicio del aire)) pueden convertirse en fiebres epidémicas y, dado su carácter benigno, su resolución por las excretas es la norma (143).

En las fiebres catarrales hay un ((aumento del movimiento de sólidos y fluidos)) por lo que el suero superfluo e impuro es expulsado por las glándulas de las fauces, y a través de las narices y de los bronquios. Generalmente se inician por la tarde y se acompañan de

((estremecimiento de la piel y extremidades, principalmente de pies, sequedad de vientre, ganas de orinar pero con escasa micción, debilidad de la cabeza, abatimiento de todo el cuerpo, falta de apetito, sed, dificil deglución por el estimulo de la laringe, calor en narices y fauces; se siguen estornudos, pesadez de pecho y calor al acercarse la noche, con pulso rápido, tos violenta, coriza, ardor de fauces, sueño intranquilo; al amanecer sudor, pesadez y torpeza de todo el cuerpo con postración de apetito)) (1 44).

En aquellas condiciones en que se dé una interrupción de la l perspiración, más fácilmente aparecerán estas fiebres. De ahí su gran

( 1 41) Ibz'dem. (142) Vid. nota 32. (143) HOFFMANN, C. F. (1761), pp. 44-46. (144) HOFFMANN, C. F. (1761), p. 44.

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frecuencia en otoño, en sujetos flemáticos e intemperados y en los crapulosos.

La causa inmediata es el serum o linfa de carácter acrle y cáustico que se encuentra en las túnicas glandulosas y que, al inflamarse éstas, especialmente las de narices, fauces, tráquea, bronquios e intestino,

((originan la ronquera, tos, expectoración de materia viscosa, pesadez de pecho, náusea y a veces, vómitos, ardor de precordio y flujo intes- tinal» (1 45).

Ahora bien, Zcómo se origina este suero anómalo? Para Hoffmann no cabe duda de que esta ((materia cáustica y sutil)) se alberga en el aire, la cual, por la inspiración, ingresa en los organismos originando las alteraciones de las glándulas. Pero, ide dónde procede? A ello responde taxativamente que

«por la licuefacción de la nieve, se inunda el suel'o de agua que al estancarse y entrar en putrefacción, envía muchos efluvios nocivos al aire» (1 46).

Por todo ello, las medidas terapéuticas irán encamiiiadas a alcanzar tres objetivos: 1) temperar la acrimonia de la linfa; 2) normalizar. la perspiración alterada; y 3) facilitar la excreción del moco viscoso y evitar su posterior formación (147).

De las seis obsenlutiones con las que Hoffmann ejemplifica el carácter de estas fiebres, la segunda (((Quum anno MDCCIX ... ») contiene el análisis de la epidemia gripal de Berlín de 1708-09. En esta ciudad, tras un cruiel invierno preñado de lluvias y nieves, comenzaron a aparecer en mayo fiebres con estremecimientos y ardores por el deshielo. En los casos más graves la tos, síntoma común a todos los enfermos, se tornaba ((purulenta con sangre)). Igualmente, era más perjudicial la enfermedad en sujetos que previamente habían padecido de una afección cutánea que impedía la correcta traspiración de ésta.

El manifiesto carácter didáctico de su análisis, no 1í: lleva a mayores honduras en su estudio de la epidemia berlinesa. Con una somera epicrisis de la misma, adobada con ideas genéricas solbre este tipo de fiebres, da por finalizada su visión del problema.

(145) i'bídem. (146) HOFFMANN, C. F. (1761), p. 45.

(147) I-IOFFMANN, C. F. (1761), p. 46.