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A simple vista sólo se ve una maraña de garabatos dis- tribuidos en las hojas de papel. Se podría decir que la escritura es una selva en miniatura donde se esconde, confundido entre las letras, un animal mimético, meta- m ó rfico, que rara vez se percibe con claridad: el sentido. Leer una palabra tras otra implica seguir un rastro en el paisaje en miniatura de la página, como si el ojo descifrara, a lo largo de las hileras de manchas, puntos y garabatos, una cadena de hormigas o el contorno de una mariposa confundida más allá, mimetizada en la escritura. Un lugar común hace del escri- tor un asesino de insectos a los que va aplastando sobre la página en blanco, pero que, milagrosamen- te, gracias a la percepción dis- tanciada de la mirada, esta serie de manchas adquiere significado. O también podría decirse que la escritura es el rastro de un insecto que se ha escapado del frasco del tin- tero y trabajosamente escapa por la pá- gina. Se trata de un insecto invisible, que sólo deja sus huellas para plantearnos el enigma de su existencia. Insecto en fuga permanente que nadie ha visto y que sería la delicia de un entomólogo. Escribir (y leer) sería una metáfora de la persecución de este elusivo insecto. Escribir es aplastar insectos minuciosamen- te sobre las páginas en blanco. La selva es al hombre lo que el pasto al insecto. Algunas lenguas son especialmente propensas a este tipo de confusión. El árabe, con sus sinuosi- dades, recuerda las ondulaciones de una larva. El hebreo o el sánscrito asemejan un ejér- cito de termitas distribuido a lo largo de la página. Ese hormigueo produce en la mirada un efecto vibrante, un zumbido mudo (si es que tal cosa existe): el texto ondula y canta. Los ideogramas chi- nos recuerdan el vuelo de las mariposas o la silueta estilizada de una Mantis Religiosa o c u l- ta entre las ramas de un arbusto. La frialdad, la distancia, la metamorf o- sis son rasgos que nos fascinan del insecto; la minuciosidad, el sentido de la obser- Desde la poesía japonesa antigua hasta la novela moderna los insectos han formado parte del imaginario humano. Hadas y mariposas, gnomos y escarabajos intercambian sus disfraces para erigirse como metáforas de la condición humana. En este texto Mauricio Molina —autor de Mantis Religiosa, La geome- tría del caos y Tiempo lunar, entre otros— hace un recorrido por la relación entre los insectos y la literatura. Para Francisco Noriega, con amistad definitiva 36 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO La escritura de los insectos

La escritura de los insectos - … · (Y aquí asalta a la memoria aquella obse-sión de Walter Benjamin para escribir páginas de cien ... Alucinación y raciocinio, mántica y análisis

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A simple vista sólo se ve una maraña de garabatos dis-tribuidos en las hojas de papel. Se podría decir que laescritura es una selva en miniatura donde se esconde,confundido entre las letras, un animal mimético, meta-m ó rfico, que rara vez se percibe con claridad: el sentido.

Leer una palabra tras otra implica seguir un rastroen el paisaje en miniatura de la página, como si el ojodescifrara, a lo largo de las hileras de manchas, puntos

y garabatos, una cadena de hormigas o el contornode una mariposa confundida más allá,

mimetizada en la escritura. Un lugar común hace del escri-

tor un asesino de insectos a los queva aplastando sobre la página enblanco, pero que, milagro s a m e n-t e , gracias a la percepción dis-tanciada de la mirada, esta serie

de manchas adquiere significado.O también podría decirse que la

escritura es el rastro de un insectoque se ha escapado del frasco del tin-

tero y trabajosamente escapa por la pá-gina. Se trata de un insecto invisible, que

sólo deja sus huellas para plantearnos el enigma de suexistencia. Insecto en fuga permanente que nadie havisto y que sería la delicia de un entomólogo. Escribir(y leer) sería una metáfora de la persecución deeste elusivo insecto.

Escribir es aplastar insectos minuciosamen-t e sobre las páginas en blanco.

La selva es al hombre lo que el pasto al insecto. Algunas lenguas son especialmente propensas a

este tipo de confusión. El árabe, con sus sinuosi-dades, recuerda las ondulaciones de una larva.El hebreo o el sánscrito asemejan un ejér-cito de termitas distribuido a lo largode la página. Ese hormigueo produceen la mirada un efecto vibrante, unzumbido mudo (si es que tal cosa existe): eltexto ondula y canta. Los ideogramas chi-nos re c u e rdan el vuelo de las mariposas o lasilueta estilizada de una Mantis Religiosa o c u l-t a entre las ramas de un arbusto.

La frialdad, la distancia, la metamorf o-sis son rasgos que nos fascinan del insecto;la minuciosidad, el sentido de la obser-

Desde la poesía japonesa antigua hasta la novela moderna losinsectos han formado parte del imaginario humano. Hadas ymariposas, gnomos y escarabajos intercambian sus disfracespara erigirse como metáforas de la condición humana. En estetexto Mauricio Molina —autor de Mantis Religiosa, La geome-tría del caos y Tiempo lunar, entre otros— hace un recorridopor la relación entre los insectos y la literatura.

Para Francisco Noriega, con amistad definitiva

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La escriturade los insectos

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vación y el culto al detalle son características propiasdel entomólogo; la fusión de ambas cualidades es pro-pia del escritor. El universo de lo diminuto es lo pro p i ode la escritura. (Y aquí asalta a la memoria aquella obse-sión de Walter Benjamin para escribir páginas de cienlíneas).

No es casual que escritores como Ernst Jünger yVladimir Nabokov sean al mismo tiempo entomólo-gos, que Franz Kafka haya dado tanta importancia a losinsectos, o que Roger Caillois les haya dedicado ensa-yos memorables. Si bien las perspectivas de estos escri-t o res son completamente distintas, a menudo opuestas,hay una unidad profunda en su trabajo. El estilo heladode Jünger, el minucioso sentido de la observación deNabokov, la capacidad taxonómica de Caillois o la dis-tancia en blanco y negro de la escritura kafkiana no sonsólo rasgos estilísticos, lo que los conve rtiría en mera re t ó-rica: son puntos de partida. A este punto de vista habríaque llamarle la perspectiva del insecto.

La manida metáfora del hombre conve rtido en in-secto por los estados totalitarios, proveniente de la clásicaFábula de las abejas de Bernard de Mandeville —cuyaidea fundamental es que el egoísmo y no la virtud sonlos fundamentos de la sociedad—, no es más que unprincipio. La presencia del insecto en la literatura vamucho más allá.

En el siglo XIX los insectos comenzaron a habitaralgunas páginas de la literatura a través de la obra de dosprecursores de la modernidad: Edgar Allan Poe y LewisCarroll. El cuento La esfinge de Poe, que describe unaalucinación característica del delirium tremens, nos in-t roduce en el mundo de lo gigantesco, de lo despro p o r-cionado. El personaje-narrador describe un enormem o n s t ruo peludo que tiene alas metálicas y una calave r atatuada en el cuerpo. Al final el pretendido monstruose revela como un inocente lepidóptero, la Sphinx

Crepuscularia. Sin embargo, larevelación de la existencia deeste ejemplar, que por un mis-

terio casual tiene efec-tivamente tatuada unac a l a vera en el dorso, es loque otorga al relato unaambigüedad especial. Noes tanto la re velación delmisterio, sino la existencia deeste insecto lo que consti-tuye el enigma del relato.El cuento de Poe, en sua p a rente simplicidad, en-carna sobre todo una de laspreguntas básicas que reco-rren el mundo de Poe: la legi-bilidad del mundo. La idea(que dejaría como herencia alsimbolismo) de que el universo en-cierra un mensaje que tiene que serdescifrado por el artista. Así es comopodrían interpretarse las montañas y loscañones que aparecen al final del Arthur Go rd o nPym y que son un mensaje “grabado bajo elpolvo, dentro de la roca”, las cavilaciones deEureka, las Correspondances de Baudelaire o elmapa astral de Un coup de dés de Stéphane Mallarmé.

En El escarabajo de oro, Poe utiliza al escarabajo comopretexto para elaborar una complicada construcciónanalítica de desciframiento a partir del hallazgo fort u i t ode un pedazo de papel que a su vez encierra un mensajecifrado. En la imaginación de Poe el insecto sirve tantopara adentrarnos en el mundo de lo gigante como en elfrío universo del análisis.

Alucinación y raciocinio, mántica y análisis puro sefunden en la perspectiva del insecto. Estos rasgos seríanretomados casi un siglo después por Kafka para la rea-lización de La metamorf o s i s. La minuciosa frialdad de laprosa kafkiana para describirnos las reacciones de Gre-gorio Samsa convertido en escarabajo recuerda el tra-bajo del científico y especialmente el del entomólogo al

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LA ESCRITURA DE LOS INSECTOS

Escribir es aplastar

insectos minuciosamente sobre las páginas en blanco.

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describir las costumbre sdel insecto-personaje.

En La mujer de la arenadel inevitable autor japonés

Kobo Abe, un entomólogo sepierde en un mundo arenoso,

donde los hombres habitan agu-j e ros de los que no pueden salir

salvo en ocasiones afortuna-das. Las inmensas dunas, im-posibles de escarbar, re c u e r-dan el universo denso delos insectos a los que elp rotagonista pre t e n d í acapturar. Los insectos semueven en el universo delo gigante. Ningún ser vivo

percibe mejor que ellos eltamaño verdadero de un za-

pato, el campo granulado deu n a hoja de papel o la textura de

la piel de una muchacha (por ejem-plo los vellos invisibles emergiendo del

campo minado de los poros). El mundo delos insectos enfrentado al mundo de lo humano

es de hecho semejante al de los humanos enfrentados almundo del que se han rodeado, donde lo gigante con-vive con lo minúsculo.

Esta mezcla entre lo titánico y lo diminuto formap a rte de la percepción de la modernidad. Ciudades enor-mes, miniaturización de las máquinas, desproporciónsemejante a la que percibe un escarabajo en una mesa:tazas enormes como edificios, mendrugos de pan gigan-tescos como meteoritos en un paisaje lunar.

El insecto más famoso de la literatura se llama Gre-gorio Samsa y es un escarabajo que no sabe que tienealas bajo el caparazón y que, por lo tanto, podría salirvolando de aquella opresiva habitación que lo encierracomo un frasco. Desde entonces los insectos no handejado de aparecerse a los escritores y de colonizar suspáginas. Autores tan aparentemente disímiles comoVladimir Nabokov, Ernst Jünger (entomólogos re-conocidos), Roger Caillois, Ro b e rt Mu s i lo Cyrill Connolly les han dedicado me-morables páginas e, incluso, librosenteros. ¿A qué se debe esta fasci-

nación por el insecto? ¿Es acaso una manía entomoló-gica, una obsesión en miniatura, una constante gratuitao realmente tiene una incidencia profunda en la imagi-nación moderna?

Ninguna escritura tiene la distancia de la de Kafka.Esa percepción de alejamiento ha dotado a su obrade un sentido especial: el de la extrañeza. Kafka mira almundo con los ojos de lo otro, parte de una alteridadradical. La transformación de Gregorio Samsa en esca-rabajo es el inicio de una serie de investigaciones entorno a la percepción del insecto. En su obra siempre esla alteridad quien nos observa desde el más allá. En susConversaciones con Kafka, de Edvard Janouch, el autorpraguense afirmó que la fotografía ofrecía la visiónfabulosamente amplificada de una mosca. Esta ampli-ficación de la perspectiva, este destacar lo pequeño paravolverlo inmenso puede apreciarse en muchas de susobras.

Tomando como modelo el ojo de un insecto, se hanhecho experimentos con cámaras especiales donde sereproduce la perspectiva del insecto; los resultados hansido sorprendentes. El insecto percibe el mundo a unavelocidad mucho mayor que la nuestra y por lo tantotodo lo que le rodea va más lento, de ahí que escape muya menudo del matamoscas. El espacio que le rodea esmucho más espeso que el que percibe un ser humano:el insecto “bucea” en el aire de la misma forma que lospeces lo hacen en el agua. Su entorno es más denso, adiferencia del nuestro que es más leve y en aparienciavacío. El insecto, mientras vuela, tiene que eludir par-tículas de polvo, o turbulencias aéreas derivadas de unm a n o t a zo infructuoso o de las corrientes de aire. Qu i e nhaya visto a una mosca debatiéndose trabajosamente enuna gota de agua hasta morir ahogada se dará cuenta deque el líquido para ella es una sustancia espesa, pegajosa,pesada, y lo mismo sucede con la luz: bajo la lupa el in-secto puede arder.

Como en las fantasías de Lewis Carroll —uno de lospioneros de la perspectiva del insecto—, en las novelasy cuentos de Kafka también el tiempo suele adelantarse

o atrasarse hasta convertirse en una pesadilla,como aquel capítulo de El castillo cuandoK, luego de levantarse muy temprano y ha-biendo apenas caminado algunas calles en dirección alCastillo, se encuentra con que comienza a anochecer.K ha entrado en la duración del insecto. Cada día que

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pasa para un insecto es un plazo mucho mayor que elde nosotros (existe, incluso, un coleóptero, las efímeras,que vive apenas un día). El suyo es un tiempo compactoque, paradójicamente, es “más largo” (Rulfo). Nu e s t ro ssegundos son sus horas. El de ellos es un “tiempo enor-me” (Beckett).

Roger Caillois ha estudiado el fenómeno del mime-tismo en dos ensayos memorables: Méduse et cie y Lemythe et l’homme. Para Caillois los insectos y los hom-b res se emparentan en el hecho de que ambos hacen usode la máscara para simular la alteridad. Dos mariposas conla misma apariencia pueden ser de especies muy distintase, incluso, habitar regiones geográficamente muy aleja-das entre sí. Ciertas larvas están dotadas de dibujos quesimulan ojos gigantescos —ocelos— para aparentar queson cabezas de serpientes y de este modo ahuyentar a susdepredadores. Sin embargo, este uso de la máscara esinfructuoso, es un fasto, un exceso, ya que los depreda-dores suelen devorarlas sin ninguna conmiseración.

Severo Sarduy, por su parte, ha visto en el maqui-llaje, el tatuaje y todas las formas de transformaciónde la apariencia, un parentesco profundo con los insec-t o s . La modelo que se maquilla para destacar los ojos,el travesti que aparenta que es una mujer, el hombre quese tatúa un escorpión en un brazo para parecer más agre-s i vo, no hacen sino repetir la actuación de los insectos,aunque éstos —infinitamente superiores— lo hacengracias a un oscuro y enigmático saber genético.

Los insectos atraen y horro r i z a n .La Mantis Re l i g i o s a, en cuya miradaCyrill Connolly veía uno de los ma-yo res enigmas de la naturaleza (¿quémira cuando nos voltea a ver?), escapaz de permanecer durante horasconfundida entre los arbustos, balan-ceándose para simular el paso delviento o la caída de una gota de agua enuna hoja (las he visto balancearse, incluso,dentro de un frasco, lo que indica que estemovimiento es más un mecanismo de simu-lación que la reacción a un estímulo exterior).Cuando una presa confiada se ha acercado lo sufi-ciente, la Mantis salta sobre ella provocando en suvíctima una parálisis hipnótica que le impide moversey que permite a su depredador capturarla con sus tena-zas y devorarla. Este juego de aparición y desaparición,de Mimicry, es característico de los insectos.

Más allá de una significación simbólica hay unadinámica del insecto en la imaginación humana.

Los insectos están entre noso-tros y no hay nada que hacer. Nos

miran en espera de una mutación evolutiva ynos demuestran el carácter a menudo irrisorio o

francamente limitado de la percepción humana.Cuando el hombre haya desaparecido de la faz de la tie-rra, ellos vagarán entre las ruinas, serán los dueños de unmundo sin conciencia, y repetirán sus simulacros, susjuegos miméticos, escribiendo sobre la tierra ideogramasy jeroglíficos: la escritura de un mundo que se niega ala interpretación.

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LA ESCRITURA DE LOS INSECTOS

Ningún ser vivo percibe mejor que el insecto la textura de

la piel de una muchacha.