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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. La escuela de primeras letras en Popayán Esc ribe: HELC IA S MARTAN GONGORA A pesar de toda s las L ey es de I ndias y los d es velos de fray Bar- to lomé de las Ca sas, de las re co- men da ciones del Concilio de San- t af é, que mandaba a los c ura s "e n- señ arl es a los indi os a esc ri- bir y con tar", solo baj o la admi- ni s tra ción de don Andrés Díaz Ve- n ero de Leiva se es tabl ecen, en for- ma r egu l ar , las prim e ra s escuelas para ind ios en el terri to rio d el Nuevo R eino de Gra n ada. Aun q ue a Vene ro de Leiva le corr esponde t al hono r, nadie se extrañ e de tan la r go vacío docen te , si se re cu er da "e l eje mpl o del fundad or de la ciu- d ad, don S ebastián, que ap e na s di- b uj ab a un os rasgos alred edor del nom bre Belal cázar, no era ta c ha de d esprestigio ni motivo de humilla- ci ones" . La s anter i or es af irma cio- nes pe r tenecen al libro de don J e- sús María Ote ro, miem bro del Cen- tro de H istor ia del C au ca, c uya s páginas segu iremos hoy, en es te bre ve vi aj e re tr os pectivo, en busca de L a escuela de prim er as l etr as y la cultura popu lar espa ño la en Po- payán, dU?· ante la ép oca co l oni al. Sin embargo, la mención inicial, en Jo que a Popayá n res p ect a, es p ara el pr imer obispo de la dióce- s1s, ma es tro don Juan del Vall e, que se ad e lantó en varios años a Ven ero de Le iva, s egún la cita qu e re pr odu ce Ot e ro, tomada por el pa- dre Cons tantino Bayle, de l Teat 1·o eclesi ást ico de las p rimit ivas i gl e- s ia s de las Ind ias Occid enta le s: "Fue el primer obispo de Popayán, Juan Valle, que , como misionero e ns e ña a domar bueyes y a cons- truír arad os y carreta s ; y como Mecenas funda escuela s por los pu eblos y cát edra de latinidad en la c iudad de su sede, por lo cual mereció del rey cédula gratulat o- l·ia" . El obispo y maestro J uan de l Vall e comparte esta gloria con la Compañía de J esús, cuyos mi sione- ros fundaron en el Cauca la prime- ra escuela pública, tal vez atraí- d os por aqu ello de que "Ci elo, s uel o y pan, l os de Popayán". La capi t al cauc an a es en mora de conf iar al br once la efigie de su pnm er pa s- tor y ma es tro. En co ntraste con la abundancia de n ot ic ia s de la obra cumplida en México, prim ordialmente por los frayl es fr anci scan os, al punto que ya en 1544 el obispo Zum á rraga hablaba de la urgencia de impri- mir un ca te cismo para uso de nu- 930 -

La escuela de primeras letras en Popayán · de primeras letras en Popayán Escribe: HELCIAS MARTAN GONGORA A pesar de todas las L eyes de Indias y los desvelos de fray Bar tolomé

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Page 1: La escuela de primeras letras en Popayán · de primeras letras en Popayán Escribe: HELCIAS MARTAN GONGORA A pesar de todas las L eyes de Indias y los desvelos de fray Bar tolomé

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

La escuela

de primeras letras en Popayán

Escribe: HELCIAS MARTAN GONGORA

A pesar de todas las L eyes de Indias y los desvelos de fray Bar­tolomé de las Casa s, de las reco­mendaciones del Concilio de San­t afé, que mandaba a los curas " en­señarles a los indios a leer~ escri­bir y contar", solo bajo la admi­nistración de don Andrés Díaz Ve­nero de Leiva se establecen, en for­ma r egular, las primeras escuelas par a indios en el territorio d el Nuevo Reino de Granada. Aunque a Venero de Leiva le corresponde t al honor, nadie se extrañe de tan largo vacío docente, si se r ecuerda "el ejemplo del fundador de la ciu­dad, don Sebastián, que apenas di­buj aba unos rasgos alrededor del nombre Belalcázar, no era tacha de desprestigio ni motivo de humilla­ciones". Las anteriores af irmacio­nes per tenecen al libro de don J e­sús María Otero, miembro del Cen­tro de H istoria del Cauca, cuyas páginas seguir emos hoy, en este breve viaje r etrospectivo, en busca de L a escuela de primeras letras y la cultura popu lar española en Po­payán, dU?·ante la época co lonial.

Sin embargo, la mención inicial, en Jo que a P opayán respecta, es para el pr imer obispo de la dióce-

s1s, maestro don Juan del Valle, que se adelantó en varios años a Venero de Leiva, según la cita que r eproduce Otero, tomada por el pa­dre Constantino Bayle, del T eat1·o eclesiástico de las primitivas igle­sias de las Indias Occidentales: "Fue el primer obispo de Popayán, Juan Valle, que, como misionero enseña a domar bueyes y a cons­truír arados y carretas ; y como Mecena s funda escuelas por los pueblos y cátedra de latinidad en la ciudad de su sede, por lo cual mereció del rey cédula gratulato­l·ia". El obispo y maestro J uan del Valle comparte esta gloria con la Compañía de J esús, cuyos misione­ros fundaron en el Cauca la prime­ra escuela pública, tal vez atraí­dos por aquello de que "Cielo, suelo y pan, los de Popayán". La capit al caucana está en mora de conf iar al bronce la efigie de su pnmer pas­tor y maestro.

En contraste con la abundancia de noticias de la obra cumplida en Méx ico, primordialmente por los frayles f r anciscanos, al punto que ya en 1544 el obispo Zumárraga hablaba de la urgencia de impri­mir u n ca tecismo para uso de nu-

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merosos indios que sabían leer, muy poco hay que añadir al nom­bre de fray Agustín de la Coruña, el segundo obispo de Popayán, que "fundó el monasterio de monjas de la Encarnación para la educación de las jóvenes; él prosiguió la obra civilizadora de las escuelas, preo­cupándose especialmente por los ind ios" (Otero, página 25).

Hay también una información muy curiosa, génesis acaso de la productiva actividad del pueblo an­tioqueño, cuando Pedro de Castro solicita licencia para "fundar una escuela de pr imeras letl·as, con au­torización de cobrar seis tomines de oro por cada discípulo de lectura en Antioquia, un peso por cada alumno de escritura y otro por ca­da discípulo que quisiese aprender las cuatro primeras reglas de arit­mética". Otero anota, más adelan­te : " la propuesta se recibió regoci­jadamente y sin más modificación que rebajar un poco los honorar ios que se creyeron algo exager ados, abrió don Pedro su escuela que, se­gún parece, no pasó por entonces de treinta alumnos". Así, don P e­dro Castro, se configura como el preceptor de los colegios privados de hogaño.

En lo que respecta a Cali, si se repasa la nómina de los maestros de escuela pública, en el espacio de 1803 a 1851, cabe observar que la misión docente era ejercida por hombr es de selección y "recaía -según Otero- casi siempre en sacerdotes o en doctor es, o en per­sonas de distinción y posición so­cial importante tanto por sus co­nocimientos o captación, cuanto por su vida ejemplar, lo que comprue­ba que enseñar era entonces una p rofesión honorífica". Todavía lo es y, afor tunadamente la tradición no se rompe, continúa con nombres

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de la alcurnia espiritual de Mario Carvajal, rector del máximo insti­tuto universitario vallecaucano.

Durante la Colonia, en nuestro territorio departamental caucano, como en otras partes y en otras épocas, correspondió a la Iglesia desempeñar el r ol de "madre y maestra". Al lado de las capillas funcionaron las primeras escuelas antes que los planteles públicos. La fundación en 1640 del Real Co­legio Seminario, marca un hito en la historia de la cultura colombia­na, si revaluamos con don Marco F idel Suárez, para Popayán, el tí­tulo de "ciudad heroica por ser ma­dre fecunda de héroes en el valor, en la virtud, en el genio y en la sabiduría" (Citado por Otero, pá­gina 54).

Hay que relievar en nuestros anales el nombre de Manuel Díaz de Vivar, por su legado de "cua­tro mil patacones para que con sus réditos se pague un sujeto que en­señe a leer y a escribir a los niños pobres", según reza la cláusula tes­tamentaria, fechada en 1570. (Ote­ro, pág. 61). Los cuatro mil pata­cones del crédito se entregaron al teniente de gobernador de I scuan­dé, don J osé Bazán, y la escuela popular abrió sus puertas en 1574, bajo el patrocinio del señor obispo don Diego del Corral, y la direc­ción del seminarista do n Pedro de Castro. En esta escuela, sostenida con el dinero prorlucido por la venta de esclavos, aprendió las primeras letras su futuro libertador, el ge­neral J osé Hilario López.

Ordenado como presbítero don Pedro de Castro, la escuela fue anexada al Real Colegio Semina­rio que regentaban los padres de la Compañía de Jesús, a partir de febrero de 1762, fecha ele la escri-

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tura en que consta la fundación, hasta 1767 cuando se cumplió la pragmática sanción de Carlos III, con la expulsión de los jesuítas de todos sus dominios. Aun cerrado el seminario, durante varios años, la escuela anexa solo tuvo un eclipse de pocos meses, y reinició tareas con el maestro Bartolo de los Ar­cos, designado por decreto del en­tonces gobernador José Ignacio Or­tega, que ordenaba -¿democrática­mente?- recibir "todo género de niños que concurriesen a aprender, los que ha de admitir sin excep­ción de ninguno". (Citado por Ote­ro, pág. 71). Como Ortega dismi­nuyó en cien pesos la renta anual del maestro, el procurador Andrés J osé Pérez de Arroyo escribió un memorial ejemplar, que todavía hoy podrían leer con mucho provecho jóvenes economistas y estadistas seniles.

Con el impugnado nombre de Diego de Vargas Delgado se ini­cia la lista de los maestros de Po­payán, que continúa con el clérigo J oaquín Fernández de Navia, es­cogido por concurso; J uan Ventu­l'a Otálora, de fugaz actuación; Pedro de la Cruz, obligado a ce­rrar su escuela privada para ser-

vir en la oficial, y Manuel Ramí­l'ez, todo "un estoico" de su tiem­po, enredado en litigios, a quien su­cede el padre Fernández de Na­vía, que ya había ejercido el car­go, con quien 11se trunca - al decir de Otero- la serie de los precep­tores de primeras letras de la es­cuela anexa al Real Colegio Semi­nario de San Francisco de Asís".

Ojalá que, en propicia oportuni­dad podamos referirnos también a la segunda parte del importante estudio del profesor J esús María Otero, en el cual trata, con erudi­ción y seriedad, el apasionante te­ma de La cultw·a popular en Po­?Jayán dwrante la época colonial. Su trabajo, que hemos seguido, pa­so a paso, en estas notas, represen­ta una muy valiosa contribución a la historia de Popayán, cuya bio­grafía se confunde con la mejor he­rencia docente colombiana. Los cau­canos y los colombianos, en gene­ral, debemos agradecer a don J e­sús María Otero esta nueva lec­ción de patriotismo y sabiduría dic­tada desde la cátedra de un libro, al cual regresaremos a r enovar la fe en la tradición y la serena espe­ranza en el porvenir.

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