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Ensayo Taurologia.com 0 LA FIESTA DE LOS TOROS. BIEN DE INTERES CULTURAL José Aledón La Comisión formada en la Generalitat Valenciana para promover la Fiesta de los Toros como Bien Inmaterial de Interés Cultural en aquella Comunidad Valenciana., solicitó un informe al estudioso de los asuntos taurinos José Aledón. Se trata de un texto orientado hacia la realidad taurina valenciana, pero si hacemos abstracción de los localismos, este ensayo tiene un especial interés por la sólida fundamentación que realiza de un tema tan importante. Reproducimos aquí su texto íntegro. Sevilla: Los toreros. Cuadro del pintor valenciano Joaquín Sorolla

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LA FIESTA DE LOS

TOROS. BIEN

DE INTERES CULTURAL

José Aledón

La Comisión formada en la Generalitat Valenciana para

promover la Fiesta de los Toros como Bien Inmaterial de

Interés Cultural en aquella Comunidad Valenciana., solicitó un

informe al estudioso de los asuntos taurinos José Aledón. Se

trata de un texto orientado hacia la realidad taurina valenciana,

pero si hacemos abstracción de los localismos, este ensayo

tiene un especial interés por la sólida fundamentación que

realiza de un tema tan importante. Reproducimos aquí su texto íntegro.

Sevilla: Los toreros.

Cuadro del pintor valenciano Joaquín

Sorolla

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Ante la campaña desencadenada por grupos y personas hostiles a la fiesta de los toros,

en sus versiones reglada y popular, se impone, por parte de sus practicantes y defensores, la elaboración de una clara y contundente declaración que defina y avale lo que de cultura y valores hay en eso que genéricamente llamamos “los toros”. No estará de más, sin embargo, plasmar ciertas definiciones que, sin duda alguna, nos permitirán discernir con la máxima claridad los distintos elementos y conceptos entre los que nos vamos a mover.

CULTURA Ateniéndonos a una definición avalada por la UNESCO, diremos que “en su sentido más amplio, la cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones

y las creencias”1. Esta cita procede de la Conferencia Mundial sobre las políticas culturales, celebrada en Méjico en 1982. Mientras no se mencione lo contrario las siguientes citas proceden de la misma Conferencia. IDENTIDAD CULTURAL ●“Cada cultura representa un conjunto de valores único e irreemplazable, ya que las tradiciones y formas de expresión de cada pueblo constituyen su manera más lograda de estar presente en el mundo”. ● “Las peculiaridades culturales no obstaculizan, sino que favorecen, la comunión de los valores que unen a los pueblos”. ● “Todo ello invoca políticas culturales que protejan, estimulen y enriquezcan la identidad y el patrimonio cultural de cada pueblo…”

● “Hay que reconocer la igualdad y dignidad de todas las culturas, así como el derecho de cada pueblo y de cada comunidad cultural a afirmar y preservar su identidad cultural, y a exigir su respeto”. PATRIMONIO CULTURAL

● “El patrimonio cultural de un pueblo comprende las obras de sus artistas, arquitectos, músicos, escritores y sabios, así como las creaciones anónimas, surgidas del alma popular, y el conjunto de valores que dan un sentido a la vida. Es decir, las obras materiales y no materiales que expresan la creatividad de ese pueblo: la lengua, los ritos, las creencias, los lugares y monumentos históricos, la literatura, las obras de arte y los archivos y bibliotecas”.

● “Todo pueblo tiene el derecho y el deber de defender y preservar su patrimonio cultural…” Basándonos en las anteriores premisas exponemos a continuación las razones por las cuales proponemos que la Fiesta de los toros sea declarada Bien de Interés Cultural en el ámbito de la Comunidad Valenciana.

1 Conferencia Mundial sobre las políticas culturales. México D.F., 26 de julio – 6 de agosto de 1982.

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Es un lugar común y no necesita demostración que el trato del español con el toro, en particular el toro bravo, se remonta a la más remota Antigüedad, pues hay

testimonios de que entre los iberos el toro era considerado una deidad, representando la virilidad y el poder genésico, apareciendo representado con muchísima frecuencia en tan algo tan valioso e importante para toda sociedad como es la moneda. Así lo manifiesta Sanz Egaña cuando alude a la imagen del toro en las monedas ibéricas de Arse (Sagunto): “En las monedas ibéricas de la región saguntina hay un trióbolo que tiene un toro engallado y agresivo”, citando a su vez la obra de Antonio Vives y Escudero de 1926 “La moneda hispánica”.2

Hay también testimonios de que en los juegos y luchas practicados en los circos romanos había una modalidad en la que participaban luchadores profesionales especializados en lidiar con fieras. Esos hombres que, de grado o por fuerza, se las veían con tales fieras en aquellas cacerías o “venationes” eran los “bestiarios”, dentro de los cuales se hallaban los “taurarii” que, como su nombre indica, eran especialistas en la

caza y lucha con el toro, a pie o a caballo. Estos prototoreros usaban en muchas

ocasiones, según López Izquierdo, un trapo para distraer (burlar) al toro y salvar su acometida. También solían saltar sobre ellos con una pértiga, alanceándolos después a pie o a caballo, no siendo infrecuente, según el mismo autor, el uso de unos muñecos rellenos de paja (los posteriormente llamados “dominguillos”) que se le ponían al toro para que mostrara su grado de acometividad. Lo dicho sobre estos juegos venatorios en el circo puede aplicarse todavía con más propiedad cuando se trata de los anfiteatros, pues éstos eran edificios construidos

(en un principio de madera, como muchos siglos después lo fueron la mayoría de las plazas de toros) ex profeso para esta clase de luchas. Dice el ya citado López Izquierdo a propósito de los anfiteatros: “Todos o casi todos los anfiteatros, a excepción del de Emerita Augusta (Mérida) y el de Capara (Cáceres) se hallan en las tierras bajas, esto es, en Levante y en el Sur, zonas mucho más cultas, refinadas y prósperas que las tierras altas, en que tampoco se puede olvidar el factor clima para estos espectáculos al aire libre”3.

Los juegos cruentos celebrados en circos y anfiteatros fueron oficialmente prohibidos cuando el ya cristiano emperador Constantino suprimió la Ley Primera de Gladiatoribus.

Aunque pueda parecer esperable que, deshecho el poder de Roma en Hispania en la época de las invasiones bárbaras, desaparecieran también las señas de identidad de su civilización, es muy verosímil que no fuera así con respecto a algunas de sus prácticas asociadas al culto a la fuerza, como eran los juegos circenses. Así, Gayano Lluch dice: “Los godos seguían practicando, a pesar de su dominio, las viejas costumbres romanas, como lo prueba Casiodoro al decir que Teodorico mandó que le pagasen sus sueldos a un áuriga del circo y que a este propósito enalteció y protegió las carreras circenses (Epis. Variarum. Lib. III. Fam LI, p.56), costumbres que les satisfizo en gran manera por cuanto San Isidoro escribe que éstos complacíanse cotidianamente en jugar las armas y

simular combates (España Sagrada t. VI, p. 506)”4. Apelando a la imaginación, ¿no resulta plausible suponer que aquellos guerreros, herederos e imitadores de los romanos en tantas cosas, amantes de la acción y del

2 C. Sanz Egaña Historia y bravura del toro de lidia. Madrid, 1958, pp. 15-16.

3 F. López Izquierdo Los toros en el Imperio Romano (Historia y Vida nº 227, p. 47)

4 R. Gayano Lluch El Globo de Milá. Valencia, 1946, p. 83.

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riesgo, practicarían los, por tantos siglos consagrados, ejercicios de destreza, fuerza y valor como eran las carreras y combates?, y, ¿qué mejor oponente en tales combates

que el bravo y entonces abundante toro ibérico? Que los moros españoles practicaban ciertos juegos con el toro lo prueba la cita de un manuscrito de Ibn Al-Jatib, conservado en la biblioteca del Escorial: “En él se refiere que el sultán de Granada Muhammad V organizó grandes fiestas con motivo de la circuncisión de un hijo suyo. Los caballeros tiraban con ballestas a blancos de madera, colocados en el espacio abierto llamado Tabla. Luego feroces y grandes perros

germánicos (alanos) eran soltados contra novillos bravos a los que mordían en las orejas y en los flancos. Cuando los novillos estaban fatigados, los caballeros daban cuenta de ellos”5. Da cuenta Bennassar de corridas de toros en la musulmana Sevilla “entre 1018 y 1021, cuando Abud-el-Hasam, tras negar su obediencia al califato cordobés, se proclamó rey de la ciudad”.6 Es lo más natural que el constante y estrecho contacto, pacífico unas veces, violento otras, generara un trasvase de usos y costumbres entre – no lo olvidemos – prácticamente un mismo pueblo con distintas fes – hoy diríamos ideologías. Ello ocurriría, sobre todo, con los juegos y competiciones entre la nobleza militar. Siendo el juego y la lucha con el toro algo tan antiguo y arraigado en nuestro suelo, no sería lo menos practicado, pues nada mejor que el correr y matar toros para probar el valor y la destreza ecuestre del caballero, moro o cristiano.

Con la descripción de estas prácticas tauromáquicas por parte de los musulmanes españoles o relacionados con España, concluimos la breve relación de los juegos de toros en el contexto de las distintas culturas que nos han precedido, observando cómo es la vieja costumbre hispana la que fecunda cualquier expresión taurina que dichas culturas adventicias mostraron en mayor o menor grado, pudiéndose afirmar, sin temor a equivocarse, que la tauromaquia, en sus diversas modalidades, se originó en la vieja

Iberia, teniendo mucho que ver en ello nuestros remotos antepasados ibéricos, enseñando las suertes de aquel rudo y arriesgado toreo al orgulloso romano, transmitiéndose después al aguerrido visigodo y al sensual africano. Si dirigimos la atención a la España cristiana medieval y, recurriendo de nuevo a Bennassar, leemos: “Por su parte, Álvarez de Miranda da una relación de corridas de toros documentadas en los siglos XI y XII, estas corridas acompañan casi siempre a la celebración de bodas de príncipes o de grandes señores: la que tuvo lugar en Ávila en 1080; en Saldaña, en 1124, con motivo del casamiento de Alfonso VII, el Emperador, con Dª Berenguela o, en León en 1144, con ocasión de la boda de Dª Urraca, hija natural de Alfonso VII, con García Ramírez de Navarra… Asimismo, se tiene noticia, también, de una corrida en Sevilla, en 1394, en la que distinguió el conde de Buelna, el mejor “lanceador” de su época… A partir del siglo XVI, disponemos ya de una masa documental suficiente para

escribir la historia de la tauromaquia española y, por extensión, la de los espectáculos taurinos “al estilo español” de aquellos países en los que se implantaron, especialmente Hispanoamérica, Portugal y Francia”.7

5 J. Mª de Cossio Los Toros (edición abreviada). Madrid, 1997, t. I, p. 69.

6 B. Bennassar Historia de la Tauromaquia. Valencia, 2000, p. 20.

7 B. Bennassar, Ibídem, pp. 21-22.

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Durante el siglo XVII tiene lugar la eclosión del toreo caballeresco basado en el rejoneo, sobre todo durante los reinados de Felipe IV y Carlos II, alargándose éste hasta

el primer tercio del siglo XVIII, en el que comienza a balbucear un primitivo toreo a pie. Vemos pues, que, sin solución de continuidad, con una mayor o menor intensidad, la lidia del toro ha sido practicada en lo que hoy conocemos como España desde tiempos inmemoriales. Sólo ha habido unos breves períodos de prohibición, como el iniciado con la Real Pragmática-Sanción dictada el de 9 de noviembre de 1785 por Carlos III, que prohibió "las fiestas de toros de muerte en todos los pueblos del Reyno, á excepción de

los en que hubiere concesión perpetua ó temporal con destino público de su productos útil o piadoso", pero, lo cierto es que continuaron las dispensas y concesiones, lo que provocó la promulgación de la más dura de las prohibiciones. Fue la resolución dada por Carlos IV en Aranjuez, a consulta del Consejo pleno de 20 de diciembre de 1804, y cédula de 10 de febrero de 1805, decretando la absoluta prohibición de las fiestas de toros y novillos de muerte en todo el reino. Así rezaba el texto: “He tenido á bien prohibir absolutamente en todo el Reyno, sin excepción de la Corte, las fiestas de toros y novillos de muerte; mandando, no se admita recurso ni representación sobre este particular: y que los que tuvieren concesión perpetua ó temporal con destino público de sus productos útil o piadoso, propongan arbitrios equivalentes al mi Consejo, quien me los haga presentes para mi Soberana resolución”. Lo expuesto certifica sin lugar a dudas la existencia de una tradición y, de acuerdo a lo expresado en el primer punto relativo a la identidad cultural, tal tradición constituye

una parte medular de nuestras señas de identidad como pueblo y, por ende, de nuestra manera de estar en el mundo. Por si ello fuera poco, no estará de más pasar revista a lo que personajes indiscutibles de nuestra cultura ha dicho o hecho con relación a la tauromaquia. Francisco de Goya. A través de su obra muestra su identificación con el hecho

tauromáquico español, no sólo como testimonio de lo que ocurre en su tiempo (tal como hizo con los “Desastres de la guerra” o con muchos de sus “Caprichos”), sino identificándose de tal manera con el toreo que se autorretrata como lidiador en “La Novillada”, obra fechada en 1780 y conservada en el Museo del Prado. Además de aficionado era propagandista de la Fiesta, pues en carta dirigida a su íntimo amigo y paisano Martín Zapater, fecha el 7 de enero de 1784 en Madrid, leemos entre otras cosas: “Yo lo sé aconsejar mejor que acer (sic) y desearía que lo hicieses: berbigracia (sic) tienes muchos asuntos, y te pide el cuerpo benir (sic) a Madrid: lo dejas todo y te bienes (sic) a ber (sic) cuatro fiestas de toros y comedias, y te ríes muy bien de todo”. En el plano literario y remontándonos al siglo XVIII no se puede obviar a Nicolás Fernández de Moratín, abogado, escritor y dramaturgo, autor de una fundamental “Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España”, publicada en 1777, inspiradora de algunas de las estampas de la “Tauromaquia” de Goya.

Ya en el siglo XX, la producción literaria en torno a la tauromaquia alcanza cimas muy difíciles de superar, con autores de la talla de Ramón Pérez de Ayala, Federico García Lorca, José Bergamín, Antonio y Manuel Machado, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Salvador de Madariaga, Ortega y Gasset, Américo Castro, Camilo José Cela, Enrique Tierno Galván, etc. Será oportuno entresacar algunas citas de varios de los autores citados, que, no por conocidas y tantas veces repetidas, han perdido su valor:

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"El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa

educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo". F. García Lorca.

“Participa de casi todas las artes. Fundamentalmente es un drama: el hombre está

en constante peligro, y el toro, destinado a la muerte. Este hecho le da una especial tensión. A este aspecto dramático se unen las demás artes. Una corrida

es una pintura de una belleza impar, en la que juegan papel decisivo el color y la luz cambiante. A la vez, es una obra maestra del arte escultórico y en ella son decisivos elementos del ballet, porque es una síntesis de color y movimiento. Y no cabe imaginar corrida de toros sin música”. Salvador de Madariaga.

“Espectáculo nacional [la tauromaquia] y símbolo del vivir como riesgo absoluto frente a un destino amenazador, sólo conjurable mediante heroicas destrezas (…), un rito solemne en el que autentico hispano, sin saberlo, rinde culto a la esencia de su forma de vida”. Américo Castro.

“En el toreo se afirman, físicamente, todos los valores estéticos del cuerpo humano (figura, agilidad, destreza, gracia, etc.), y, metafísicamente, todas las cualidades que pudiéramos llamar deportivas de la inteligencia (rápida concepción o abstracción sensible para relacionar). Es un doble ejercicio físico y metafísico de integración espiritual, en que se valora el significado de lo humano heroicamente

o puramente: en cuerpo y alma, aparentemente inmortal.” José Bergamín.

“Decía el filósofo Bergson que la precisión del pensamiento la inventaron los griegos. Los andaluces, al inventar el toreo, inventaron, o añadieron, al pensamiento, una especie de voluptuosidad de la precisión que es el toreo mismo. Sobre todo al ceñirse a ella en la suerte, en el recorte y en el galleo.” José Bergamín.

“No puede comprender bien la historia de España desde 1650 hasta hoy quien no

se haya construido con rigorosa construcción la historia de las corridas de toros en el sentido estricto del término; no de la fiesta de toros que más o menos vagamente ha existido en la Península desde hace tres milenios, sino lo que nosotros actualmente llamamos con ese nombre. La historia de las corridas de toros revela algunos de los secretos más recónditos de la vida nacional española durante casi tres siglos. Y no se trata de vagas apreciaciones, sino que de otro modo no se puede definir con precisión la peculiar estructura social de nuestro pueblo durante esos siglos, estructura social que es, en muy importantes órdenes, estrictamente inversa de la normal en las otras grandes naciones de Europa”. José Ortega y Gasset (“La caza y los toros”, Espasa-Calpe, Madrid, 1962, p. 141). Es, sin embargo, un personaje menor en lo relativo a la creación literaria pero

muy notable en el contexto de la reciente transición política española, Enrique Tierno Galván, jurista, sociólogo, escritor y político, quién, en su breve ensayo “Los toros, acontecimiento nacional”, escrito en 1951 y publicado en 1988, manifiesta de manera tan aséptica como inequívoca lo que la corrida de toros significa para el español, en el cual hallamos frases como estas:

“Los toros son el acontecimiento que más ha educado social, e incluso políticamente, al pueblo español”. (p. 41).

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“Los toros educan para el mutuo respeto…” (p. 51).

“El espectador de los toros se está continuamente ejercitando en la

apreciación de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto, de lo bello y de lo feo” (p.53).

“No hay duda de que desde este punto de vista, el toro, entidad definida

por la agresividad y la fiereza, logra la plenitud de su ser en la lidia. El

espectador supone, con mayor o menor exactitud, que el toro vive en el ruedo una gloriosa aventura coronada por la mayor concesión que el hombre puede hacer al animal: la lucha franca e igualada; al toro no se le caza, se le vence”. (p. 54).

“España es, aun hoy, el pueblo más elemental de Europa en el sentido de

ser el más primigenio, es decir, el que vive los impulsos elementales con mayor espontaneidad. La inmediaticidad del español con la “sangre” es un hecho que atestigua a favor de la tesis.

En el resto de Europa, la visión de la sangre desagrada y se ha procurado excluirla de los espectáculos. Incluso los procedimientos para herir y matar ponen cada día más distancia entre actor y víctima, intelectualizándose hasta el punto de suprimir la conexión por imágenes entre el acto y sus consecuencias. Se oprime un botón y ocurren ciertas cosas que no se ven.

Que en una época singularmente espectacular se excluya el espectáculo de la sangre, significa que ésta, sin duda el estímulo que más afecta a los impulsos elementales, repugna.

Los toros son, desde luego, un espectáculo cruento; pero hay una clara tendencia en ello a evitar la visión de la sangre, lo que es testimonio, a mi juicio, de la creciente adecuación de la sensibilidad española a la europea.

Aquello a lo que los toros apuntan es a convertirse en plástica belleza sin fondo cruento. Hoy, aun cuando sea acontecimiento aventurero y sangriento, la euritmia, la cadencia de los movimientos y la armónica composición entre torero y toro son la parte de la fiesta que sirve de base a los juicios del público respecto del mérito o demérito de una faena.

Al torero se le llama “artista” en el sentido de creador de belleza, y, desde luego, lo es, teniendo plena conciencia de que la figura y la dignidad plástica prestan al lance un peculiar estilo que eleva la lidia al máximum de tensión estética; belleza y galanura ante la muerte, ¿cabe tema estético de mayor vitalidad?” (pp. 57-58).

“Finalizaré, por último, estas indicaciones con una observación general que replantee la cuestión del acontecimiento como testimonio y signo de una

concepción del mundo. A mi juicio, los toros son un acto colectivo de fe. La afición a los toros implica la participación de una creencia; de aquí, que para el auténtico aficionado, la afición sea en cierto sentido un culto. Pero ¿creencia en qué? ¿Fe en qué? En el hombre.” (p. 60).

Creemos sinceramente que las palabras del “viejo profesor” constituyen la demostración más perfecta del ajuste de la Tauromaquia y, en particular, de la

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tauromaquia española con las citadas premisas de la Conferencia Mundial sobre las políticas culturales.

En lo tocante a la influencia de la tauromaquia en las artes plásticas o escénicas, no hay más que citar ciertos nombres por todos conocidos: Edouard Manet, Darío de Rogoyos, José Gutiérrez Solana, Ignacio Zuloaga, Pablo Picasso, Fernando Botero, Miquel Barceló; Georges Bizet, Joaquín Turina, etc. Creo que constituyen un inmejorable colofón a la vertiente cultural de la

tauromaquia estas palabras del antropólogo francés François Zumbiehl:

“De manera fundamental la tauromaquia recoge y hace revivir, adaptándolo a otros entornos y a nuevas sensibilidades, el antiguo fondo de la cultura mediterránea. Como la tragedia griega, la ópera italiana y las semanas santas es una puesta en escena de la muerte, o, mejor dicho, una sublimación de la muerte por el arte, una exaltación de la vida y del espíritu que han sabido triunfar, aunque sea durante unos minutos, de la fatalidad y del reino de las sombras.

Representa y reinterpreta a su manera el eterno combate de Teseo con el

Minotauro, la victoria de la humanidad sobre la animalidad, siempre y cuando aquella haya aceptado previamente correr el riesgo de fundirse con ésta y de bajar con ella a los infiernos, del mismo modo que el toreo más bello y más emocionante es con las manos bajas y una quietud que casi parece abandono.

Todo en el toreo, desde su desarrollo hasta su coreografía, está marcado por la fragilidad y el intento de superarla. Todo es una lucha desgarradora entre el ansia de eternidad y lo efímero. Esta lucha tan humana entre los extremos explica la belleza y la carga emocional que conllevan el temple, la ligazón y el arte de los remates.

Sí, la muerte es el punto medular de la Fiesta, la cual sin ella se convertiría en un

mero show. Pero no se trata solamente de la muerte del toro. El torero mismo nos

comunica, en sus más bellas luces y sombras, la evidencia de su mortalidad. Y para intentar inmortalizarlo cuando en realidad ha desaparecido nos queda la fuerza – mortal también- de lo que hemos vivido y sentido. Con el recuerdo y con las palabras procuramos superar la finitud de ese arte tan humano y entrañable, inventando para él, dentro de nuestros límites, un más allá espiritual.

Fuera del ruedo el mundo de los toros alimenta un abanico muy amplio de técnicas artesanales tradicionales cuya permanencia está subordinada a la vigencia de la Fiesta: la confección de los trajes, de los capotes de paseo y de todas las herramientas del toreo, el manejo de los caballos y de los bueyes en las dehesas, la técnica de los tentaderos. Asimismo el toreo alimenta un sinfín de tradiciones y expresiones orales, con su cortejo de términos técnicos, de dichos, de anécdotas que forman parte de la memoria colectiva de los aficionados.” No puede obviarse igualmente la todavía más amalgamada relación entre los

toros y la ecología y la economía, dos campos y disciplinas académicas no tan distantes como muchos pretenden (ahí está su etimología…). Respecto a la cría del toro y su impacto ecológico hay que remarcar que las ganaderías de bravo españolas ocupan más de 500.000 hectáreas de dehesa, ecosistema único y exclusivo de la Península Ibérica.

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La cabaña brava consta de 135.000 vacas en edad de reproducir -más de 35.000 en Andalucía- integradas en cuatro asociaciones ganaderas: la Unión de Criadores de

Toros de Lidia (UCTL), que agrupa a las casi 300 ganaderías más prestigiosas, de las que 130 son andaluzas; la Asociación de Ganaderías de Lidia, que reúne a 420, de las que 88 residen en el sur, y el resto se las reparten la Agrupación Española de Ganaderos de Reses Bravas y Ganaderos de Lidia Unidos. Entre todas ellas ocupan el 17% de los más de tres millones de hectáreas de dehesa que existen en el país.

Y, lo más curioso, es que esta “actividad empresarial” se realiza, por lo general,

por afición y disfrute y no por un legítimo beneficio económico. Así lo afirma Pablo Campos, economista ambiental y profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, quien señala que “un propietario medio de dehesa que cría ganado de lidia tiende a perder dinero, pero ésa es la situación que está dispuesto a pagar por el autoconsumo de su renta ambiental”. “Se costea su disfrute ambiental”, añade, “e invierte en un lujo no para vivir, sino para gozar”. Es lo único, en su opinión, que explica la continuidad de la dehesa, “porque su renta de capital es el disfrute de su propietario”.

Lo que parece claro, en primer lugar, es que el toro cumple un papel relevante en

su entorno medioambiental. Isabel Carpio, secretaria general de la UCTL, señala que “la ganadería brava hace un aprovechamiento racional de los recursos, mantiene el ecosistema, contribuye al equilibrio del medio en que vive y, sobre todo, protege la dehesa porque limita el acceso del animal más depredador que existe: el ser humano”. El famoso ganadero Victorino Martín hijo asegura, por su parte, que “el toro es un gran defensor del medioambiente porque ha convertido la dehesa en un espacio casi virgen”.

Y Eduardo Martín Peñato, presidente de la Asociación de Ganaderías de Lidia, afirma que “las dehesas existen gracias a la rusticidad del ganado bravo -fácil adaptación, aprovechamiento de alimentos marginales y capacidad para sobrevivir con las mínimas condiciones ambientales-, lo que las mantiene limpias y permite la compañía de otros animales”. El economista Pablo Campos sostiene que la cría del toro es muy favorable a la conservación del ecosistema de la dehesa, y, aunque asegura que no es aficionado, considera que debe prevalecer la fiesta de los toros para que no desaparezca el animal,

lo que no se puede asegurar si su pervivencia dependiera en exclusiva del poder público. Y José Luis García-Palacio, que lleva años estudiando las condiciones de la dehesa,

concluye que “la mejor herramienta de conservación de la dehesa es el ganado vacuno, y, en especial, el bravo, porque es el que mejor aprovecha sus condiciones durante todo el año, y no el cerdo ibérico, como se pudiera pensar, que se limita a comer bellota durante los meses de la montanera”. Insiste el ganadero en que los propietarios de ganado bravo aportan un bien a la sociedad “porque mantienen dehesas que son sumideros de CO2 y producen oxígeno, fijan la población de los medios rurales e invierten en un negocio de escasa rentabilidad porque el toro exige unas dehesas limpias; si las abandonamos, desaparecerán en 25 años”.

EL HECHO TAURINO Y TAUROMÁQUICO VALENCIANO Hasta aquí se ha pasado revista al juego con el toro el contexto general de

España. Nos centraremos ahora en su faceta valenciana, englobando en esta denominación las expresiones taurinas y tauromáquicas que se dan por igual en Alicante y Castellón. Será oportuno matizar lo de “taurino” y “tauromáquico”, aplicando el primer término a los juegos incruentos con el toro (bous al carrer, toro ensogado, toro embolado, etc.) y reservando el segundo a los festejos cruentos de toros (becerrada, novillada y corrida), pues aunque las actitudes del hombre ante el toro son, en lo

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externo, bien distintas según sea el hecho, el fondo de ambos juegos idéntico: la relación lúdica de un ser humano (hombre o mujer) con un toro bravo.

COVA DEL PARPALLÓ Si nos remontamos a la Prehistoria, ahí tenemos la gandiense Cova del Parpalló, con sus numerosos bóvidos (posiblemente uros) grabados en las paredes durante el Paleolítico Superior. Ello cual demuestra la familiarización que nuestros remotísimos antepasados tenían para con los bóvidos furibundos, obligándoles, sin duda alguna, a

desarrollar técnicas adecuadas para su caza. TOSSAL DE SANT MIQUEL (LLÍRIA) Mucho más próximos a nosotros, los iberos edetanos, no sólo, como hemos tenido ocasión de comentar, tienen al toro como divinidad, sino que nos proporcionan la única muestra hasta ahora conocida de su tauromaquia en una de las escenas representadas en el conocido Vaso de la doma o más genéricamente Vaso de Liria, hallado en el citado Tossal de Sant Miquel.

Antes de comentar nada sobre la escena tauromáquica representada en el citado vaso, hay que decir que, según Sanchis Guarner: “En l‟època ibèrica, la ciutat principal de la zona central del País Valencià fou Edeta (o Llíria), la qual fou destruïda l‟any 76 aJC, en temps de les guerres de Sertori”8 .

Esta cerámica ibérica, datada del siglo II a.C. es una gran copa de pie bajo, de borde resuelto, en escocia, y base de amplio repie, de 550 mm. de diámetro máximo y 359 mm. de altura. Es de cerámica rojiza y se halla en el Museo de Prehistoria de Valencia. En ella se desarrollan cuatro escenas distintas, siendo una de ellas la “más antigua escena taurina conocida”, según el profesor Garcia y Bellido.9

Aquí se ve un toro frente al cual hay un hombre que empuña en su mano derecha

algo parecido a un mazo. Detrás de este primer hombre se ve otro sosteniendo un objeto idéntico al referido, en actitud de auxiliar al compañero en caso de necesidad. Según el citado arqueólogo “la lidia del toro consistía aquí, al parecer, en esquivar la cornada mortal al tiempo de descargar sobre la fiera un golpe con la bolsa, probablemente de cuero, rellena sin duda de algo muy pesado (piedras, arena)”10.

Vemos pues que en el viejo solar de lo que hoy es el centro de la provincia de

Valencia, ya tenía lugar un intenso trato del hombre con el toro, con el toro bravo en particular, deviniendo, nos atrevemos a conjeturar, juego lo que en principio no era más que necesidad venatoria.

Son hechos irrefutables, avalados por la arqueología, los que colocan a Valencia

en una posición preeminente en la génesis de la tauromaquia hispana. Es también de sobra sabido que esos primitivos iberos fueron romanizados y asimilados por la civilización grecolatina, al igual que, siglos después, los descendientes de esas masas

iberorromanas – los invasores siempre fueron colectivos relativamente minoritarios – fueron cristianizados primero e islamizados después, siendo, transcurridos un buen número de siglos, vueltos a cristianizar la mayoría de ellos. Las creencias y prácticas cambiaban según fuera el grupo dominante, pero ciertas pulsiones y aficiones profundas

8 M. Sanchis Guarner La Ciutat de València . Valencia, 1981, p.20.

9 A. García y Bellido España y los españoles hace dos mil años. Madrid, 1945, p. 169.

10 Toros y toreros t. V (Historia general de la tauromaquia). Madrid, 1991, p.2.

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continuaron practicándose en mayor o menor medida, siempre y cuando hubiera materia prima para ello. Tal es el caso de los juegos y lucha del hombre con el toro bravo.

EL CIRCO DE VALENTIA Según el arqueólogo Albert Ribera “la erección en obra sólida de un edificio de esta magnitud [el circo] no estaba al alcance de todas las ciudades. De hecho, contando los de Valentia y Saguntum, en toda Hispania sólo se conocen a ciencia cierta ocho circos, tres de ellos en las capitales provinciales Tarraco, Emerita y Corduba”11.

La existencia de un circo en Valentia, edificio de 350 x 70 mts., situado entre las

plazas de Nápoles y Sicilia y la calle de la Paz, es sumamente importante para trazar, siquiera sea a nivel especulativo, la historia de la tauromaquia en Valencia pues, aunque el espectáculo principal que ofrecía el circo era carreras de caballos y carruajes, también se daba en ellos juegos como “el gymnico; el de Troya, la montería, la lucha a pie y a caballo y la naumaquía”12.

Podemos suponer, sin temor a equivocarnos, que en los juegos de montería lo

más frecuente sería enfrentarse a animales autóctonos dada su mayor disponibilidad, siendo con toda probabilidad el toro uno de los más comunes. MADINAT AL-TURAB Valencia deviene islámica pacíficamente hacia el año 718. Hay que recordar que la

ciudad fue musulmana, exceptuando el breve período de posesión cidiana (1094 -1099), durante 520 años, o sea, hasta su conquista por Jaime I en 1238. A semejanza de las anteriores dominaciones, según Sanchis Guarner “sota els invasors, pocs en nombre, subsistí la massa de població indígena valentino-romana, que mantenia quasi totes les formes de cultura tradicionals”13. Lógicamente, el paso del tiempo fue difuminando y, en muchos casos, eliminando añejas tradiciones. La ciudad fue

conocida en el mundo islámico como “Madinat al-Turab” o “ciudad de tierra” y también como “Balánsiya”. Nada sabemos sobre el trato del hombre con el toro bravo durante el largo periodo musulmán de nuestra ciudad, pero, recurriendo una vez más a la suposición, eso sí, apoyada ésta en ciertos datos rigurosamente históricos, nos atrevemos a aventurar que ciertas formas de tauromaquia tuvieron continuidad en aquel pueblo que en su mayor parte era descendiente directo de aquellos viejos y taurófilos iberos.

Una prueba de ello la vemos en los festejos que acompañaron las bodas de las hijas del Cid, celebradas en Valencia, y en las que, según Menéndez Pidal “la corte del Cid en Valencia, lo mismo que mezclaba el sobrio lujo castellano con el más refinado del Oriente, debía mezclar las dos culturas en toda su vida privada; y sin embargo, ningún orientalismo nos descubre el antiguo juglar al hablarnos, por ejemplo, de los juegos militares con que los caballeros festejaban las solemnidades en Valencia; correr caballos,

mudando varios cada jinete, jugar las armas, y sobre todo, alanzar y quebrar tablados, son ejercicios usuales en el resto de Europa.

11

A. Ribera Historia de Valencia. Universitat de València/Levante/EMV. Valencia, 1999, p. 32. 12

E. Navarro y Palos Disertacion sobre el Teatro y Circo de Sagunto. Valencia, 1793, pp. 39, 43 y 45. 13 M. Sanchis Guarner, op. cit., p. 37.

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En las bodas de las hijas del Cid el Poema no menciona otros actos de fiestas sino quebrantar tablados y repartir dones entre los convidados (Poema, versos 2249-2261);

pero se comprende que el poeta, hombre de un refrenado gusto descriptivo, pensaría que hubo de haber mucha más variedad de diversiones para animar los quince días que dice duraron los festejos, a los cuales habían venido muchos caballeros de Castilla… Las refundiciones posteriores del Poema del Cid se sienten obligadas a reforzar algo las escasas descripciones de la obra antigua, añadiendo que en las bodas de Valencia, además de alanzar tablados y bohordar, se dieron comidas públicas, se mataron toros y se escuchó el canto de muchos juglares. Y podemos creer que así fue, aunque el texto

primitivo no lo diga: las corridas de toros eran deporte español muy anterior al Cid”14.

LA VALENCIA CRISTIANA Después de pasar revista a los hechos taurino y tauromáquico acaecidos en Valencia y sus alrededores desde la más remota antigüedad, nos centraremos en lo ocurrido entre los siglos XV y XIX, obviando el XX por ser mucho más conocido y accesible documentalmente. ALEJANDRO VI. EL PAPA TAUROFILO Rodrigo de Borja (Játiva 1431 – Roma 1503), papa con el nombre de Alejandro VI, posiblemente el valenciano más poderoso y controvertido de todos los tiempos, fue entre muchas otras cosas, un ferviente taurófilo. A la edad de diez años su familia (la madre viuda con sus otros cuatro hijos, tres

chicas y un chico) se traslada a Valencia; es el año 1441, permaneciendo el inquieto Rodrigo en la ciudad del Turia hasta 1449, cuando marcha a Italia, concretamente a Bolonia, a estudiar Derecho. No cabe duda de que el ambiente de aquella voluptuosa Valencia, famosa por sus fiestas, imprimiría una profunda e indeleble huella en el talante del avispado y sensual joven. Muchas de esas fiestas llevaban emparejadas corridas de toros, siendo algunas de ellas muy nombradas, como la celebrada con motivo de la toma de Nápoles en 1442. Otras fiestas de toros memorables fueron las de los días 24 (San Juan), 26 y 29 de junio de 1446, en las cuales se corrieron veinte toros.

Podemos aventurar, sin temor a errar, que el joven Rodrigo las presenció, quedando de tal manera fascinado por el brillante espectáculo que, ya en Italia, con 25 años, siendo doctor en Derecho Canónico y cardenal, organiza según apunta Company “balls i corregudes de bous a la manera valenciana a Mantua, Siena, Corsignano, Ancona i per suposat a Roma”15.

Pocos meses antes de ser elegido papa, el 4 de febrero de 1492, celebra a la valenciana la conquista de Granada y organiza una corrida de toros en la que participa su hijo César, que con tan sólo 17 años mata dos reses “a la lanzada”. Valencia festeja el acceso de Rodrigo al solio pontificio el 11 de agosto del citado año 1492 con la máxima expresión de regocijo y ostentación, o sea, con una magnífica corrida de toros en la Plaza del Mercado.

Ya sumo pontífice (estamos en 1498), Alejandro VI celebra con una corrida de toros el segundo matrimonio de su hija Lucrecia con Alfonso de Aragón.16

14

R. Menéndez Pidal La España del Cid. Madrid, 1929, t. II, pp. 606-608. 15

X. Company Els Borja. Espill del temps. Valencia, 1992, p. 35. 16 B. Bennassar Historia de la Tauromaquia. Valencia, 2000, pp. 26-27.

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Rodrigo de Borja ejerció de valenciano allá donde fue, incluso cuando mas ocupado estuvo como cabeza de la Iglesia y como soberano de los Estados Pontificios.

Así, por bula emitida el 23 de enero de 1501, autoriza la creación de la Universitat de València (Estudi General). Su afición al toro – no en vano ostenta uno engallado su escudo familiar – y a todo lo que éste simboliza no era algo ocasional, siendo prueba de ello la decoración de los Apartamentos Borgia vaticanos, en los que hay representados centenares de toros17 , rubricando de esa artística manera lo que tantos años atrás comenzara en la valenciana

Plaza del Mercado. EL TOREO CABALLERESCO EN VALENCIA Como cabe suponer después de haber visto que incluso en los años mas remotos y poco conocidos de la historia de Valencia la tradición de correr toros se mantuvo viva, a partir de la conquista cristiana de la ciudad abundan los testimonios de la celebración de fiestas de toros en las que tomaba parte tanto la nobleza local como el pueblo llano. Gayano Lluch dice que “desde la conquista de Valencia por Jaime I celebráronse todos los años corridas de toros con motivo de las fiestas de San Vicente Mártir (22 de enero), San Jorge (23 de abril), Ntra. Sra. del Puig – proclamada Patrona del Reino de Valencia por el propio rey conquistador –, San Miguel (29 de septiembre) y Sant Donís (9 de octubre)”. Menciona también dicho autor que hubo “brillantes corridas extraordinarias en los años

1373,1392,1412,1428,1438,1446,1459,1472,1478,1481,1492,1498,1500,1507,1538,1542,1564,1567,1580,1586,1599,1605,1607,1608,1613,1614,1615,1616,1617,1618,1619,1620,1622,1623,1625,1626,1627,1628,1629,1631,1638,1643,1649,1655,1656,1659,1662,1667,1668,1669,1671,1690,1691 y 1694…, celebrándose la mayoría de ellas en la Plaza del Mercado, y el resto, sobre una tercera parte, en la de Predicadores o Sto. Domingo y Llano del Real”18.

Este tipo de corridas, aunque predominantemente caballerescas, también tenían un fuerte componente popular, proveyendo las reses generalmente el gremio de carniceros. La nobleza tiene por norma, también desde los primeros años de la conquista, organizar corridas de toros en cuantas solemnidades participa, tal y como se menciona en la “Recopilació de tots los Furs y Actes de Cort” (Valencia, 1625) pág. 13.19 Durante la etapa del toreo caballeresco la plaza era un hervidero de gente de a pie, llamando al toro al lugar más conveniente (“ponerlo en suerte”) y auxiliando a sus señores en todo lo que fuera menester. Hay sobre esta modesta pero meritoria labor de los lacayos muchas anécdotas, algunas luctuosas, como lo sucedido en la corrida celebrada el 21 de mayo de 1607 en la que se jugaron toros castellanos, uno de los cuales hirió al caballo (era el mejor de Valencia, según el cronista) de don Jaime Sorell, señor de Albalat. Refiere Almela y Vives que, contrariado el caballero “volvió a salir con otro, seguido de dos criados muy diligentes; pero don Jaime, al retroceder el cuadrúpedo, clavó el rejón a uno de los servidores, que resultó muerto.

Hubo en Valencia excelentes toreadores entre la nobleza, contándose entre ellos don Luis y don Remigio Sorell, don Manuel Bellvís, don Guillem Rocafull y de Rocabertí, conde de Albatera y don Francisco Crespí.

17

X. Company, op. cit., p. 52. 18

R. Gayano Lluch, op. cit., pp. 100-101. 19 R. Gayano Lluch, op. cit., p. 84.

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Como ya se ha apuntado, la abundante y necesaria participación en las corridas

caballerescas de peones cualificados fue, inevitablemente, transfiriéndoles cada vez un mayor y mas justificado protagonismo, llegando éstos a veces a asociarse en “cuadrillas”, ofreciéndose para jugar y matar toros en ciertas fiestas. Carreres Zacarés menciona que “el Cabildo Municipal de Valencia contrató en 1655 a dos cuadrillas de toreadores, una compuesta por dieciocho hombres y otra por quince, todos valencianos, por sesenta libras, por dos tardes de toros. Concediéronse premios como mejores “torechadors de a peu” a Esteve de Argoys, a Bernat Aquerreta y a Gil de Ruescas”20.

Valencia aportó numerosos caballeros toreadores. Así lo manifiesta Castillo Solórzano en la primera novela de “La Garduña de Sevilla” al elogiar a don Alejandro, caballero nacido en Valencia, gran amante de los caballos, “teniendo cuatro que compró en Andalucía, hermosísimos y de grandes obras; en estos salía en las fiestas de toros que aquella ciudad celebraba, a romper algunos rejones, con que llevaba la fama del mayor toreador de España”21. Incluso en época tan tardía en lo que al arte del rejoneo se refiere como es 1789, se ve anunciado el caballero don Joachin Jover, “natural de la Ciudad de Valencia”, como lidiador a caballo en las Fiestas Reales dadas en Madrid con motivo de la exaltación al trono de Carlos IV. Hay que decir que sólo participaron dos caballeros rejoneadores, el citado don Joachin Jover y el malagueño don Juan Joseph Gutiérrez. Como nota a destacar, llevaba el valenciano como chulos nada menos que a Joaquín Rodríguez “Costillares” y a su primo político Francisco Herrera “Curro”, padre del después famoso

“Curro Guillén”. LA REAL MAESTRANZA DE CABALLERIA DE VALENCIA El toreo, para la nobleza, era un alarde de señorío por el imponente aparato que ostentaba en las grandes solemnidades, así como de habilidad en el manejo del caballo, elemento indispensable para un caballero, sobre todo en el combate, del cual era el toreo

un simulacro nada despreciable. No todos los nobles toreaban, evidentemente, sólo aquellos que, por edad o por gusto, estuvieran en condiciones de hacerlo. Las Reales Maestranzas de Caballería se fundaron a la sombra de las antiguas Cofradías de Nobles, no siendo ajeno a la organización de dichas entidades Felipe II al emitir en 1572 una Real Cédula a todas las ciudades del Reino, instando a la formación de Cofradías de Nobles con el fin de mantener y potenciar las habilidades ecuestres de la élite político-militar española así como fomentar la cría caballar. Se funda la primera de estas Compañías o Cofradías de Nobles en Ronda el 6 de septiembre de 1572, obteniendo el título de Real Maestranza de Caballería en 1707. Se funda en 1670 la de Sevilla, en 1686 la de Granada, en 1690 la de Valencia y en 1819 la de Zaragoza. La Ilustre Maestranza de Caballería de Valencia formula sus Constituciones Generales en 1697, siendo su lema: EQUESTRIS LABOR NOBILITATI DECUS y su

advocación el misterio de la Inmaculada Concepción de María. Había, por elección anual, bajo el nombre de Cuadrillero Mayor, un caballero a la cabeza de la Maestranza, la cual se dividía en tantas cuadrillas de cuatro caballeros como permitía el número de éstos. Su primer uniforme era de una tela llamada “escarlatín”, con forros y alamares de seda de color pajizo. Se establecieron tres dias de picadero a la semana y un ejercicio general al

20

S. Carreres Zacarés Bibliografía de Libros de Fiestas. Valencia, 1925, t. I p. 266. 21 A. Martín del Olmo Los toros en el Siglo de Oro. (“Historia y Vida” nº 116, p. 104).

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mes. Merece la pena detenernos algo en conocer algunas de sus constituciones, sobre todo las relativas al toreo y jineta. Así la constitución 41 del Capítulo I dice textualmente:

“Que si alguno de los Maestrantes toreare, aunque tuviere ocasión de duelo, no falte alguno de los otros a la plaza, pues siendo esto lo mas ayroso para el que torea, deven ejecutarlo assi los que se consideran interesados en los lucimientos de cada uno, aunque el afecto inste lo contrario”. Se fomentaba la austeridad en todo lo relativo a los ejercicios de tipo taurino y militar. “Que en los vestidos de Picadero no se lleve plata, ni oro y se observe lo mismo en los adrezos de los cavallos” (Cap. IX, 1). “Que si se hizieren fiestas de noche, o la gineta, en lugar de vestidos a la moda, se lleven negros,

de cortesano, mangas y bandas de velillo, borceguíes y azicates” (Idem, 3), “Que si torea algun Cavallero Maestrante, no pueda sacar lacayada ninguna, si solo quatro lacayuelos; pero con la inteligencia que en estos y en los adrezos de los cavallos, se le dispensa en todas las Constituciones o Pragmaticas” (Cap. VIII, 13). “Que no se lleven guantes bordados ni guarnecidos” (Idem, 4). “Que no se den vestidos especiales a los lacayos para fiesta alguna, sino que salgan con las libreas que llevan entre año, reservando solo la libertad de poderla sacar nueva el dia de la fiesta” (Idem, 8). Precisamente se instituye que “la noche antes de la Fiesta [de la Purísima Concepción, el 8 de diciembre] se haga una demostración publica de mascara, con los vestidos que permiten las constituciones y se corran parejas en la Bolsería [en esta calle estaban ubicados el convento e iglesia de la Puridad]: y después solamente se puedan correr delante del Real” (Cap. VIII, 2).

En el citado año de 1697 componían la Ilustre Maestranza de Caballería de Valencia sesenta y tres caballeros.

Un hecho aparentemente baladí modificó posiblemente el rumbo que el toreo y su mundo tomó en la Valencia de la segunda mitad del siglo XVIII, época en la que se estaba consolidando el toreo a pie que, casi sin variación ha llegado a nuestros días. Tras la victoria de Felipe V, la Ilustre Maestranza de Caballería de Valencia queda disuelta, no siendo rehabilitada hasta que Fernando VI, por Real Cédula de 2 de abril de 1754, acepta y confirma las antiguas Constituciones Generales maestrantes de 1697. Por

otra Real Cédula fechada en 5 de marzo de 1760 le concede los mismos fueros de que gozaban las Maestranzas de Sevilla y Granada, a la vez que el privilegio de usar pistolas de arzón a los caballeros maestrantes valencianos, otorgándosele el título de Real Maestranza el 23 de enero de 1767. También, para atender a su sostenimiento, concedió el rey, con carácter anual, la celebración de dos corridas de toros “a vara larga”, en las cuales los toreadores debían usar chaqueta con la divisa del cuerpo, pero “esta notable concesión no correspondió al objeto propuesto, y las diversas prohibiciones y sus gastos poco productivos no permitieron utilizarla sino muy pocos años”22. Ese paréntesis de cuarenta años de inactividad taurina maestrante posibilitó que el único toreo que presenciaron los valencianos fuera básicamente el de a pie, de modo que cuando se intentó reinstaurar la función de toros exclusivamente ecuestre (esas dos corridas anuales “a vara larga”) no tuviera el suficiente tirón popular como para hacerlas rentables. Por esa misma época, un valenciano, Juan Esteller, tuvo el honor de inaugurar con sus faenas la primera plaza de toros de fábrica que tuvo Madrid.

El toreo valenciano tomó rumbos democráticos, lejos de la displicente férula nobiliaria.

EL SIGLO XVIII

22 Reseña histórica de la Real Maestranza de Caballería de Valencia. Valencia, 1859, p. 5.

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NOVILLOS EN VALENCIA

En la decimoctava centuria se celebraron muchísimas novilladas en Valencia y sus arrabales. Una inestimable fuente documental de tales funciones es el “Diario de Valencia”. Sólo durante el primer año de su publicación vemos múltiples avisos de corridas de novillos, como el publicado el 17 de julio de 1790: “En el Grao de esta Ciudad mañana 18 á las 4 de la tarde, habrá una corrida de Novillos, de la Bacada (sic) de Joseph Marques, que lidiará por su turno un Picador á caballo, y quatro Toreros á pie, o este del 15 de agosto del mismo año: Esta tarde fuera de la Puerta de Ruzafa hay una

buena corrida de Bacas y Novillos, los que saldrán á rejonear, y á echar diferentes suertes. A las cinco de la tarde”. Las reses que se corrían eran, como hemos podido observar, de ambos sexos, siendo su procedencia relativamente cercana, como atestigua este aviso aparecido en el citado diario el martes 21 de septiembre de 1790: “Novillos. Esta tarde hay esta diversión en la Villa de Catarroja, una legua de la Ciudad, son los Novillos de las famosas Bacadas de los Señores Vila y Girona, y no han sido corridos en ninguna plaza”. Se puede advertir a través de la lectura de esos anuncios que, para no aburrir al público asistente a la novillada, se inventen las más inverosímiles fantasías taurómacas. Vean si no este aviso: “Novillos. Habrá esta diversión fuera de la puerta de Ruzafa, los Novillos son de la Bacada de Don Vicente Zaragoza, de Torreblanca, los Toreros vanderillearán (sic) sobre una mesa; habrá una Orquesta en lugar de los Clarines. A las quatro de la tarde”23.

Las corridas de novillos tenían lugar siempre extramuros, siendo uno de los sitios preferidos el Lugar del Grao, sobre todo en los meses de primavera y verano. Había allí “corro de bous” o coso taurino de madera, pero lo suficientemente utilizado como para darse numerosos festejos a lo largo de varios meses consecutivos. Estos festejos hacían las delicias de chicos y grandes, pues en el último tercio del

siglo XVIII pretendían ofrecer un espectáculo ameno y sobre todo variado, intuyendo en él: acrobacias, empleo de animales extraños a la lidia, dominguillos, pirotecnia y - eso no podía faltar – un breve sainete, conocido como “mojiganga”, con la participación obligatoria del novillo, poniendo esa nota cómica y grotesca tan del agrado de aquel público festivo como era - y es - el valenciano. Incluso – y como vestigio de aquel toreo espontáneo y popular tan frecuente en los siglos anteriores cuando, una vez agotado el toro por el caballero, tocaban a desjarrete – se permitía a quien quisiera del público, banderillear o matar al último toro. Aquí están estos avisos del “Diario de Valencia” para corroborarlo: “Novillos. Habrá esta diversión hoy en el Lugar del Grao. Son de la bacada de Vicente Marques. Picará de vara larga el famoso Fabeta y matarán los aficionados el último novillo. Los Boletines de Palcos y Barrera se encontrarán en la Casa de Comedias de dicho Lugar, y en esta Ciudad en el taller de pinturas, desde las siete hasta las doce

del dia” 24. “Novillos. Habrá diversión hoy en el Lugar del Grao. Son de la Bacada de Vicente Marques. Picará de vara larga el famoso “Fabeta”. Se pondrán vanderillas de fuego. Para

23

Diario de Valencia. 21/10/1790. 24 Diario de Valencia. 08/07/1795.

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divertir al público se fixará un palo en la plaza y una Mona atada en él y matarán los aficionados al último novillo”25.

“Novillos. Habrá esta diversión hoy en el Lugar del Grao. Son de la Bacada de Bautista Soler. Picará de vara larga el famoso ”Fabeta”. Los aficionados pondrán vanderillas”26. Tocante a las mojigangas en esa época fueron célebres “Las Majas y los Majos”; “La boda de don Pantulfo”; “Matusalén y su prole”; “Los monos sabios”; “Barbarroja y

sus piratas”; y las autóctonas “Lo Ball de Torrent”; “Castañola y Lavativa o A vore qui es mor primer” y “Jagants y Nanos” 27. La novillada es pues un espectáculo que atrae a las clases populares por su variedad y proximidad, ya que el elemento formal que en ella existe es considerablemente menor que el que se da en una corrida de toros, pudiendo afirmarse sin temor a errar que son las funciones de novillos el auténtico germen de la afición taurina valenciana, cuya culminación verá el siglo XIX.

Es la novillada el género chico de la tauromaquia, asequible a casi todos y creadora de afición, siendo sus hoy desconocidos protagonistas - ¿quién era el famoso “Fabeta”? – verdaderos ídolos de aquella afición de antaño. UN CRONISTA ILUSTRADO Prueba del entusiasmo que las funciones de toros y novillos despertaban en los valencianos y valencianas del setecientos son las diversas y ocurrentes relaciones que el

castizo notario Carlos Ros (1703-1773) ha dado a la imprenta.

La primera de ellas , un pliego de cuatro páginas escrito en verso, la titula: “Romanç nou, grasios y entretengut, en que‟s declara la rinya, chunta y deliberació que‟ls Toros acordaren, inmediatos a la torada, ans de partir pera Valencia, pera la correguda dels dies 13,14 y 15 deste mes de Octubre y present any de 1738 en que esta Illustre Ciutat celebra lo sigle V de la gloriosa Conquista y entre altres festives demostracions (á

excepció de la del cult Diví), ha dispost fer segona correguda de Toros Reals, ab asistencia dels tribunals, en public, en la plaça del Mercat, com vorá el curiós”. Firma el contenido del prolijo título “Una Musa Lapera”.

Animado seguramente por los elogios que le proporcionaría esa primera y peculiar crónica, publica tres años más tarde la “Nova y gustosa relació, jocós y divertit romanç, en que es veu lo Corro de Toros de la Plaça de Sant Domingo de esta Ciutat de Valencia, en lo dia 11 de Setembre de este present any de 1741”. Sigue en la brecha el saleroso notario, describiendo un espectáculo que forma parte de la idiosincrasia del valenciano de todos los tiempos, o sea, del sentido lúdico de la vida. Tal característica se manifestaba en la ciudad de Valencia en las singulares “festes de carrer”, que según palabras de Tramoyeres “representan en la historia de Valencia uno de los aspectos más característicos y originales, imprimiéndole un sello individual tan marcadísimo que no hallamos comparación posible exacta con otra ciudad

alguna”28. Tales celebraciones, de una duración entre dos y tres días, se hacían en cada calle o plaza en honor a su santo patrón, un retablo (pintado o hecho de azulejos) del cual lucían orgullosos los vecinos en el lugar más vistoso de la calle. Entre las muchas

25 Diario de Valencia. 15/07/1795. 26

Diario de Valencia. 22/07/1795. 27

R. Gayano Lluch, op. cit., p. 110. 28 Citado por A. Ariño Villarroya en El Calendari festiu a la València contemporània (1750-1936), p.169.

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actividades religiosas y profanas programadas no faltaban – al menos en las calles y plazas más pudientes, que rumbosos eran todos – “els bous de carrer”.

La administración borbónica, haciendo honor a su peculiar ordenancismo, trató de poner coto a los – para ellos – excesos del vecindario. Así, como manifiesta Ariño, “el 16 de febrer d‟aqueix any [1748], a petició de l‟Ajuntament, el Consell de Castella prohibia “el avuso que hasta entonces se havia experimentado en las fiestas de barrios” 29. Ros escribe el “Romanç entretengut, sobre la correguda de bous en sarauuells,

quen les Festes al Beneyt Sent Roch, del Carrer de la Corona de la Ciutat de Valencia, shan fet, en los dies 21 y 22 del mes de Octubre del any 1752”. Los toros pues ya salían en los papeles, y, como era de esperar, unos estaban a favor y otros en contra; así, un anónimo “coloquiero”, rigurosamente contemporáneo de Carlos Ros, escribe en su prolijo “Coloqui entre dos llauradors sobre els bous de l‟Alamera, del xasco que han tengut alguns dels que han comprat carafals y atres individualitats que en tal festa han sucsuit. Compost per un poeta pastafanc, lligamosques de les muses, este any 1748”. “…Y els portaren tan roins, que distinció no trobá entre els toros y les manses sino el que va reparar que uns portaven esquellot

y atres sense esquella van. Uns del rabo els agafaven y els muntaven a cavall. Atres pegaven palmaes fent burla dels animals. Mes ells tot era fuchir,

sinse saber on pegar… Aguarda, qui mai ha vist divendres Toros Reals, sent així que en eixe dia fon Jesus crucificat ? Yo en aixó no em fique, puix. no em toca a mi governar. Ells se tindrán son motiu y en l‟atre mon s‟ho vorán… Digueume, que son els toros sino festes d‟animals, que hasta els gentils les tenien

per diversió molt vulgar? Tota la festa se clou en veure com va a matar al toro, ab gran osadia, un home d‟habilitat.

29 A. Ariño Villarroya, op. cit., p. 171.

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Mes los pecats que es cometen, qui s‟atreviría a contar?

Sins compte son les ofenses que a Deu entonses se fan, perque son aquelles fustes madrigueres de pecats…” 30 A los moralistas de la época les traía de cabeza la asistencia de la mujer a las corridas de toros, donde a diferencia del teatro o la playa durante la temporada de

baños, no había separación de sexos. Reinaba en los “carafals” o tablados una franca y alegre promiscuidad que, a sus ojos, los transformaba en “madrigueres de pecats”. La afición a los toros era tan fuerte en hombres, mujeres – como se ha podido comprobar – y niños, que, volviendo de nuevo a Carlos Ros, escribió en un romance dedicado a los juegos practicados por los niños valencianos la siguiente alusión al antiguo “jugar al toro”: “Puix tenen dos jochs comuns, que á tota hora be els aplega, com son la pilota , y bou, que tot gich molt be toretja; y quant mes al bou li peguen, ab tota forma y manera, es apres els Bous Reals, que els mes anys fan en Valencia,

puix dura prop de huit dies, y encara que nou diguera, que els gichs dos astes de Bou claven ab una tableta, possant damunt un furèt, y encaixen la galocheta toquen a matar lo Bou,

algun gich també eixarreta; per fi, quanta ceremonia en un Corro Real es vetja”31. GREGORIO MAYANS Y LOS TOROS Es muy poco conocido el hecho de que Gregorio Mayans, el ilustrado polígrafo valenciano, se ocupara de cuestiones taurinas, pero lo cierto es que el sabio de Oliva era hombre versado en la tauromaquia y su historia, hasta el punto de que, solicitándole datos sobre el origen de las corridas de toros en España el jesuita francés Alexandro Xavier Panel, afincado en Madrid, preceptor de los Infantes de España y anticuario del rey, don Gregorio le escribe desde su retiro de Oliva el 29 de julio de 1758: “Rvdo. Padre i señor mio: Ya que otros no han querido complacer a V.R .yo le serviré de buena gana…apuntaré pues con brevedad lo que se me ofrece decir sobre las corridas de toros…”, pasando a mencionar “una escritura del Archivo de la iglesia de Santiago de

Logroño, que es un privilegio de don Alfonso el Emperador fechado en 1153” como “la más antigua noticia que conozco” sobre el correr toros en nuestro país.

30

Col.loquis erótico-burlescos del segle XVIII. (Intr. de Joaquim Martí Mestre).Valencia, 1996, pp. 275-284. 31

C. Ros Romaç nou, curiós y entretengut, hon es referixen els jochs, entreteniments e invencions, que els gichs de Valencia eixerciten en lo transcurs del any. Valencia. S. d.

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Cita Mayans la atribución de algunos a los romanos del tiempo de Tarquinio el origen de la lucha del hombre con el toro bravo así como la de otros que la reputan

africana. Cita también a Jaume Roig “agudísimo poeta valenciano”, el cual “también hizo memoria de la fiesta de toros”. Menciona las discusiones eclesiásticas sobre la licitud de las fiestas de toros y da noticias sobre el mandato por parte el Sínodo Diocesano celebrado en Valencia en 1566 “so pena de dos libras de que las puertas de los templos en cuya plaza se corriesen toros se cerrasen al tiempo de las corridas”. Cita las “Advertencias y obligaciones para torear con el rejón” que publicara en 1639 don Luis de Trexo, de la orden de Santiago, y las que en 1651 vieron la luz con carácter póstumo del

también caballero santiaguista cordobés don Pedro Jacinto de Cárdenas y Angulo con el título “Arte afortunado de Caballería Española ó Advertencias de Torear para los Caballeros en Plaza”. 32

Esta es una de las muchísimas cartas que escribió Mayans durante su prolongado retiro en Oliva (1739-1767). Desconocemos los fondos de su biblioteca olivense, constantemente aumentados desde Madrid por su amigo Martínez Pingarrón, pero no deja de sorprender la abundancia de datos taurinos que poseía el erudito valenciano así como la objetiva información que sobre el particular le proporciona a Panel. Era, como se ha podido verificar, mucha la afición al toro en Valencia, sobreponiéndose a todo tipo de obstáculos, incluso aquellos que llevaban estampadas las armas reales, como aconteció en 1785 y 1790, cuando se prohibieron “las fiestas de toros de muerte en los pueblos del Reino y el avuso de correr por las calles novillos y toros, que llaman de cuerda, así de dia como de noche”.

Un dato escasamente conocido es que el famoso pícaro valenciano “Nelo el Tripero”, criatura literaria del autor de “col.loquis” Pascual Martínez García (1772-1830), de oficio cordelero, ganó su apodo por el desempeño de una de sus ocupaciones favoritas, la de “tapasangres”, como se decía entonces: “M‟ixqué un altra conveniencia;

En la plaça dels bous reals, Anar tapant en arena Tots los jarquets de la sanch; Si dura més, me fas home! Mes també me s‟acabá…”33 Estos individuos se dedicaban, como muy claramente expone nuestro “Nelo”, no sólo a tapar con arena durante el transcurso de la lidia – sobre todo para evitar peligrosísimos resbalones a los lidiadores – la sangre de los caballos muertos o heridos, sino a recoger con la ayuda de un palo armado de un garfio las tripas de los equinos desparramadas por el ruedo. Modestísimo trabajo, nada comparable al de los areneros actuales, pero que les permitía – como a los de hoy – contemplar gratuitamente el espectáculo y sentirse partícipe de él. Era – y es – una labor que sólo hacen aquellos que son aficionados. Eso mismo ocurría con “Nelo” pues de niño

“Quant habia bous reals, Y pujaben a mig duro,

Dia:- carrega la má: Quant , el soldat dia: - abajo, Per fora el entabacat

32

Archivo del Colegio del Patriarca. Valencia. BAHM nº 159. 33 C. Llombart Los Fills de la Morta Viva. Valencia, 1883, pp. 218-219.

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Me enfilaba jo a la sombra; Asó ja es acsió de gat.

Aclarando Llombart : “Com l‟antiga plaça dels Bous vingé a terra en 1808, la provisional s‟entabacaba en taulons; pero la canalla els estellaba o arrancaba del cerch. Mes por tenia als folls que l‟Hospital tenía per guardians en les funciones, que als centineles de tropa”.34

PLAZAS DE TOROS DE VALENCIA

LA PRIMERA PLAZA DE LA PUERTA DE RUZAFA

Como se ha visto al tratar de la tauromaquia en Valencia en los siglos precedentes, las plazas se instalaban en plan provisional una, o como mucho, dos veces al año para la celebración de los Toros Reales o “Bous Reals”, asimismo, la ubicación de las mismas fue cambiante a lo largo del tiempo. También se ha mencionado la poca incidencia de la Ilustre – luego Real- Maestranza de Caballería de Valencia en el desarrollo de la tauromaquia local al no contar con plaza propia en la cual cobijar a la cada vez más atrayente tauromaquia popular.

Como se apuntó anteriormente, el Hospital de Valencia tenía concedido a

perpetuidad el privilegio de organizar las corridas de toros que el rey tuviera a bien conceder a la ciudad. Ello le proporcionaba ciertos ingresos anuales que no le venían nada mal, “pero llegó a su fin el siglo XVIII, y la afición a las corridas de toros era

extraordinaria, al mismo tiempo que la importancia de Valencia llamaba a su población a muchos especuladores que disponían de compañías de volatines, de equitación, etc .Tal vez no contribuiría poco para esto la prohibición de las corridas, con algunas excepciones, que se publicó en Real Pragmática de 9 de noviembre de 1785; pero a pesar de esto, la celosa Junta del Hospital acudió a S.M. demostrando el destino de los productos de la plaza de Valencia, y consiguió que para ella fuese ilusión la orden antedicha”.35

Como se constata en el citado documento, a fines de la decimoctava

centuria “la afición a las corridas de toros era extraordinaria” en Valencia, recelando la Junta del Hospital que aunque hasta el momento el Real Consejo había aprobado siempre sus peticiones, al acceder al trono Carlos IV y arreciando cada vez mas fuertes los vientos antitaurinos en las altas esferas palaciegas, las nuevas solicitudes podrían tener peor fin. “Quedaba empero un flanco por donde la Junta podía ser atacada, y era, que no poseyendo un circo establecido, su defensa se limitaba al derecho, que si bien no egercitándolo se veían los pobres privados de tales recursos, no por eso perdía ningún capital empleado. Pensó, pues, en ponerse a cubierto por esta parte, haciendo una plaza de mampostería, y legalizando cuanto pudo los derechos que en este ramo le había concedido la posesión inmemorial; mas al llegar a la realización se vio en la imposibilidad de ejecutarlo, y por consiguiente privada de poder presentar ante el Gobierno como un nuevo perjuicio el de la pérdida de los capitales de la plaza, caso de que sucediese otra prohibición. Cayó en el olvido esta idea, y aun llegó a adquirir cierto número de

enemigos; mas andando el tiempo revivió y se acordó ponerla en planta a las repetidas instancias de D. Jorge Palacios de Urdaniz, Intendente entonces del Reino de Valencia. Mandó hacer el plan a los arquitectos D. Claudio Bailler y D. Manuel Blasco, bajo el supuesto de que se edificase en unos campos que el Hospital poseía como propios fuera

34

Ibídem, p. 215. 35

Memoria sobre la Plaza de Toros de Valencia. Valencia, 1861, pp. 9-10.

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de la puerta de Ruzafa, procedentes de cierta herencia que le había dejado el médico D. Esteban del Verdier. Los facultativos levantaron el plano e hicieron el presupuesto que

ascendía a 1.749.559 reales 22 maravedís. En 15 de Setiembre de 1789 acudió a S.M. para obtener el permiso, y el Rei lo concedió en Real orden de 28 de Noviembre siguiente. La Junta se proponía edificar la plaza con el producto de la venta de casas ruinosas, de fincas tenidas a enfiteusis, y por consiguiente quindeniadas, y con la enajenación de los bienes distantes de la capital, porque su administración era costosa y la conservación difícil. Trataba además de pedir ciertos arbitrios, entre ellos el de poner a contribución los carros de la huerta en los dias de fiesta para conducir materiales y otros

no menos irrealizables; pero tanto éstos como aquellos tenían el inconveniente de que sobre llamar la odiosidad ponía en peligro la buena reputación de la Junta como corporación de beneficencia, puesto que había de tocar el patrimonio de los pobres para un objeto que no era de la aprobación universal. Esto y el haberse publicado casi al mismo tiempo el Real decreto de 19 de Setiembre 1798 que tantas ventajas daba a las rentas de fundaciones civiles, pues como tales llegaron a interpretarse por conveniencia las procedencias de los hospitales, paralizó completamente el proyecto, empleando el producto de las enajenaciones en imposiciones sobre la Real Caja de Amortización.

Mientras tanto, el celoso Intendente D. Jorge Palacios de Urdaniz, viendo

fracasado su plan, concibió el de hacer la plaza por sí, con arreglo al plan aprobado y en el sitio convenido, destinando el producto de las funciones por terceras partes al Hospital, a las obras del muelle y al fondo de policía; para lo cual, previa concesión de S.M., otorgada en 21 de Mayo y 10 de Junio de 1800, abrió una suscrición que produjo 526.357 reales, con los cuales y con los recursos que le proporcionaba su autoridad,

atendió a los primeros trabajos .La Junta del Hospital conoció el peligro que corría su derecho si consentía en semejante edificación cuando la plaza estaba comenzada de mampostería, y acudió a S.M. haciendo presentes los perjuicios que se le seguirían de llevarse a efecto el proyecto del Señor Urdaniz. El Rei se penetró de la demanda de la Junta, y en Real orden de 12 de Enero de 1802 cedió la plaza en pleno dominio al Hospital, con tal que los primeros productos líquidos que se obtuviesen después de habilitada, se habían de destinar en esta forma: dos tercios para el pago de acreedores y

uno para el Establecimiento, con la condición de que para el abono de las deudas contraídas no había de hipotecar otra finca más que la misma plaza. Esta gracia impulsó la marcha de la construcción para la explotación, para lo cual se pensó en continuarla de madera como ya la había comenzado el Sr. Urdaniz con el objeto de llegar al fin propuesto con mayor rapidez. Se pidieron recursos y entre otros, S.M. en Real orden de 26 de Diciembre de 1803 concedió a la Junta la facultad de poder cortar de los montes del Marquesado de Moya dos mil pinos de los que no fuesen útiles para la marina, con el doble intento de que se acabase la plaza y se reedificasen al mismo tiempo los edificios de la pertenencia del Hospital.

La plaza que se construyó en virtud de todo lo dicho, ocupaba el mismo

sitio que la nuevamente edificada, fuera de la puerta de Ruzafa; y según la visura que practicó una comisión de la Real Academia de S. Carlos tenía:

Diámetro interior: 89 varas castellanas, o sean 74 metros, 396 milímetros.

Tendido: 11 y media varas id. 9 metros, 611 milímetros. Nayas y corredores: 9 varas id. o 7 metros, 523 milímetros. Total diámetro: 130 varas castellanas, o 108 metros, 667 milímetros. Circunferencia: 408 id., id. o sea 334 id, 360 id. Total que avanzaba fuera de la circunferencia [para ubicación de chiqueros

y corraleta] 30 varas y media o 25 metros, 494 milímetros de lonjitud (sic), y 14 y media varas, 11 metros, 119 milímetros de latitud.

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Precisamente el informe elaborado en 1807 por los arquitectos de la Real

Academia de Nobles Artes de San Carlos, después de mencionar las dimensiones del edificio, manifiesta: “ En quanto a la Calidad de sus obras, fue en el principio formado de madera todo, a excepcion de la Pared interior sobre que apoya el Tendido, y descansa la Barrera, la qual tiene dos pies de espesor, con dos y medio de altura, construyda de Mampostería de Piedra asclada y Yeso, con sus cimientos correspondientes de Mampostería ordinaria de argamasa: a la mitad del Tendido se halla otra pared de las mismas calidades que la anterior, la qual suve hasta recibir el envigado de dicho tendido;

y en la circunferencia exterior se halla otra pared que cierra toda la obra, la qual es construyda de Mampostería ordinaria de Argamasa, de dos pies y un quarto de grueso, con cinco varas y media de Altura. Encarcelados dentro de esta pared se encuentran ciento y seys Pies drechos o Pilares de Madera, que suben desde los cimientos inclusive hasta lo más elevado de las segundas Nayas, y reciben el Texado, que lo es pavimentado, y cubre las Nayas y corredores por toda la circunferencia: En las puertas Principales, a una y otra mano se hallan construidas Paredes de Mampostería con verdugos de ladrillo, que forman los Pasos o Tránsitos hasta la Plaza, recibiendo estas el Tendido y Grada cubierta.

Al cabo de algún tiempo se construyó una porción de obra que comprende

tres claros de Intercolunios de los ciento y onze que componen la circunferencia de toda la Plaza; siendo esta porción de obra de mampostería con verdugados de ladrillo en quanto a sus paredes, que la una consta de dos pies de espesor y la otra de tres, subiendo la primera hasta el piso de la grada cubierta, y las segunda hasta la Naya, con

bovedas desde una a otra de ladrillo y yeso, y Graderio del mismo material pavimentado con losas.

Haviendo notado después, que generalmente los pies, que estavan

entregados baxo tierra se habían podrido y arruynado por las humedades del terreno y las lluvias, para precaver este daño se cortaron los ciento y seis Pies derechos de madera de la fila que recibe el tendido y Naya como cosa de un Pie y medio sobre la superficie

del terreno, y se recibieron con unos Pilares de obra de ladrillos y Argamasa con mezcla de tierra de unos quatro pies de largo por el frente, tres pies de espesor y tres de altura, con sus cimientos en cada uno, en el centro de los quales quedan introducidos los referidos pies de madera cortados y dos Tornapuntas en cada uno, que reciben el empuje del tendido; y de igual fabrica , y en los mismos términos se hallan hechos doce pilares de la segunda fila, y con ello quedan por hacer noventa y quatro hasta completar su número.

Esta misma inspección nos ha manifestado en las varias catas que hemos

hecho en los expresados Pilares, en la parte exterior y en los pies derechos que no tienen aun pilares de obra, que la madera incorporada en el terreno y en la pared exterior, se halla podrida; y la de los pies cortados e incorporados en los Pilares de obra arriva dichos, se va igualmente deteriorando y pudriendo; de modo que es visto que la madera introducida en el terreno, y en los Pilares y paredes no puede subsistir a no ser que progresivamente se baya apeando a proporción que se baya pudriendo que lo será de

continuo. Así mismo se advierten podridos casi todos los extremos de las vigas del

Tendido, que apoyan sobre la Pared de las Barreras, y los Pilares del antepecho; por ser este el punto donde se reciben las aguas del texado y del tendido; de que resulta que no está en estado de poderse en el dia usar este Edificio: aunque devemos decir que las maderas de los pies, cubiertas y Puentes que no tocan tierra ni están empotrados en

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Paredes ni pilares, están sanos y tienen mucho valor en el dia, bien que este se hira menoscabando y perdiendo por estar a la inclemencia.

Que es quanto podemos decir en cumplimiento de nuestro encargo.

Valencia a 20 de Octubre de 1807. Joaquín Martínez; Manuel Blasco; Vicente Marzo; Juan Bautista La Corte; Cristóbal Sales.

Concuerda con su original que certifico. Valencia, 28 de Octubre de 1807. Firmado: Mariano Ferrer”36

Como manifiestan meridianamente los técnicos, la plaza de toros de Valencia no reunía las condiciones de seguridad adecuadas para seguir funcionando con todas las garantías, y eso sólo siete años después de su construcción. La solución propuesta no dejaba de ser una chapuza, pues tal y como los peritos pronostican, todo se irá “menoscabando y perdiendo por estar a la inclemencia”. Quizá las mullidas y fértiles tierras de Ruzafa no fueran el mejor subsuelo para aquel enorme esqueleto de madera.

Otros datos interesantes para los amantes del arte: el Mariano Ferrer que

firma el informe no es otro que Mariano Ferrer y Aulet, Secretario de la Academia de San Carlos y gran amigo de Goya, quien le hizo un magnífico retrato, expuesto en el Museo de Bellas Artes de Valencia (San Pío V). El excelente grabado que muestra varias vistas de aquel coso, cuyo cobre puede verse en el Museo Taurino de Valencia, fue realizado por el excelente pintor y grabador castellonense Julián Más “L‟Alcorí” (L’Alcora 1770-Valencia 1837), discípulo de Manuel Monfort. En otro curioso documento se lee:

“Julian Mas. Academico del Gravado de la Rl. De San Carlos de Valencia a

V. Exº. Expone. Que haviendo gravado una Lamina para el Santo Hospital que existe en el mismo, de la vista ynterior y Exterior de la Plaza de Toros que fue Construida fuera de la Puerta de Ruzafa. Dicha obra fue Justipreciada por inteligentes profesores en seis mil Reales Vellon; no tiene recibidos más que mil seiscientos.

El suplicante se alla con necesidad, a ynstado varias veces; y por los

muchos atrasos, el Santo Hospital no ha podido pagar. A V. Exª rendidamente suplica tenga la bondad de mandar se le page (sic)

tan yntegro trabajo. Este favor al que quedara eternamente agradecido. Valencia a 25 de Mayo del año 1817. B.L.M. de V. Exª. El suplicante. Julian Mas “En este estado se hallaba la plaza cuando se promovió la guerra de la

Independencia. Un accidente propio de una conmoción popular en 1808, dio a este circo cierta celebridad que ya la tenía por su grandiosidad relativa, puesto que era la primera que se veía establecida y radicada en Valencia. Arreció la tormenta de la guerra nacional, y las Autoridades, como medio de defensa, acordaron el derribo. La Junta Suprema en 4 de Julio de 1808 pasa a la del Hospital un oficio con tres luegos para que se concluya el derribo, y la madera se coloque en el sitio en que designen los comandantes de artillería

e ingenieros. Ni el Hospital ni la Junta suprema pagaban a los trabajadores, por cuya razón desertaban, y en su vista el pueblo al ver asomar las primeras bayonetas francesas, ató a los postes y pies derechos de la plaza gruesos cables y maromas de gran potencia, y al impulso de numerosas reatas de bueyes , caían desplomados ángulos enteros de la hermosa obra que tantos sacrificios había costado…

36 ADPV, Expedientes generales sobre la Plaza de Toros de Valencia, IX-1/C-6

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Este fue el trágico fin de la plaza de 1808, donde en los buenos dias de su corta existencia se habían celebrado grandes corridas de toros y algunas funciones

ecuestres dirigidas por el célebre Walp, que en una escena hacía evolucionar por los corredores altos escuadrones de caballería a cuatro de fondo para bajar por una rampa al redondel. Tanta era la anchura y magnitud de este circo…”37

La Guerra de la Independencia tapó lo que hubiera sido un sinfín de

reformas que, además de caras y engorrosas, hubieran obligado a erigir otro coso provisional – una vez más las compañías de carpinteros hubieran hecho su agosto – para

dar las corridas concedidas. Precisamente este conflicto, que, en Valencia, al menos al principio, tenía sus puntos de revolución social, cubrió con velo lúgubre el ruinoso esqueleto del tauromáquico edificio. Ese párrafo, que en la ya tantas veces citada “Memoria sobre la Plaza de Toros de Valencia” elaborada por D. Juan Miguel de San Vicente, dice: “Un accidente propio de una conmoción popular de 1808 dio a este circo cierta celebridad…” fue nada más y nada menos que la matanza masiva de ciudadanos franceses en su arena. Así describe el hecho Vicente Boix, haciéndose eco de lo narrado por familiares de aquellos infelices: “Una multitud, seducida y embriagada, lanzándose sobre las casas de los pacíficos franceses, que habitaban de largo tiempo en esta ciudad, les arrebató de sus hogares y so pretexto de asegurar sus vidas, fueron encerrados en la ciudadela [bastión existente entonces en la actual calle Cronista Carreres). Pocas horas después, cerca de doscientos individuos eran asesinados confusamente en las cuadras del fuerte… Los que pudieron salvarse de aquella noche de horrible memoria fueron despedazados al dia siguiente [7 de junio] en medio de la plaza de toros, situada entonces fuera de la puerta de Ruzafa”.38 Sanchis Guarner da la cifra de 143 franceses

asesinados en tal suceso.39 En el lapso que va desde el lunes 25 de agosto de 1800 (fiesta onomástica

de la Reina) en que fue inaugurada la plaza a mediados de junio de 1808 en que fue derruida, se dieron unas cuantas corridas de toros y novillos.

LAS OTRAS PLAZAS DE TOROS

Después de la demolición de la plaza de la puerta de Ruzafa se volvió al viejo sistema de plazas de madera provisionales. Así, finalizada la Guerra de la Independencia se dan corridas de toros y novillos en el lugar donde había estado la plaza derruida, en la Plaza del Mercado y en la de Sto. Domingo. Tras tanto tiempo sin toros, la afición y público valenciano estaban ávidos de ellos. Sin duda para pulsar el estado de cosas taurino, don Alejo Camporrey, miembro de la Comisión de Toros de la Junta del Hospital, escribe a los señores Piñal y Barraca, de Sevilla, solicitando información sobre el particular. La respuesta de estos señores es un documento muy esclarecedor del estado en que se hallaba la tauromaquia en ese momento, a la vez que muestra el camino por el que transitará la fiesta de los toros durante toda la época fernandina. Esta es la reproducción del citado documento: “Sr. D. Alejo Camporrey

Valencia Sevilla, 5 de julio de 1815 Muy Señor nuestro: Consiguiente a la solicitud de su estimada 24 del que falleció, respecto a Toros y demas aderentes, diremos que inmediatamente noticiamos todo el

37

Memoria sobre la Plaza de Toros de Valencia, pp. 11-13. 38

V. Boix Manual del viagero y Guia de forasteros. Valencia, 1849, pp. 31-32. 39 M. Sanchis Guarner La Ciutat de València . Valencia, 1981, p. 403.

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Plan de la materia a dos Amigos maestros en este arte por ser peculiar de su giro el entender en estos negocios, como efectivamente ejecutaron hace pocos dias con los

Toros que se remitieron a Madrid, los cuales dicen deven ser comprados la mitad de ellos de las famosas castas de Vazquez, Vistahermosa, Cabrera y Freyre, al precio de 3200 [reales de vellón] que es su ultimo precio y de la edad de 4 a 5 años, y la otra mitad pueden comprarse de otras castas, no de tanto credito y que sin Embargo suelen salir al alcance, costando o logrando en su compra bastante bentaja, y de este modo se pueden cubrir las corridas para que tengan lucimiento. Para su conducion es necesario comprar 10 Guias o Cabestros (que

siempre valen el dinero) y ademas se proporcionarán 6 baqueros a pie con 15 rs. v. diarios y 2 a caballo con 40 y un comisionado al frente que vigile el estado de los Toros, bien porque se desgracien unos con otros (como ha sucedido) o bien fugandose a los montes o adonde salió, y cuyos gastos que ocasionare en su busca son de cuenta del mismo Comprador, cuias circunstancias se manifiestan para mayor claridad y gobierno, pues como hay tanta saca de estos Animales para Madrid y los Puertos, escasean en las Bacadas y sus Dueños respiran por el colmillo. Las cuadrillas de matadores, Picadores, chulos, etc., etc. mejores se hallan en Madrid y son 1ª Guillen [Francisco Herrera Rodríguez]; 2ª “El Castellano” [Manuel Alonso]; 3ª“Sentimientos” [Juan Núñez]= En los Puertos [Puerto Real y Puerto de Sta. María] se hallan 1ª Cándido [Jerónimo José Cándido]; 2ª “Platero” [José García]; 3ª Díaz [Joaquín Díaz], por tanto estos como aquellos es difícil conseguirlos por la continuación que ay de corridas, pero nos parece pudieran v.m. dirigirse a los de Madrid, que como más inmediatos y con licencia que ellos pueden conseguir (como acostumbran en estos casos) dar cumplimiento a sus deseos, pues si, por casualidad no se

consiguiese, existe en esta el Amigo Ynclan [José Mª Inclán], y “el Sombrero”[Antonio Ruíz “El Sombrerero”], que tambien desempeñarían el encargo pero nunca con el lucimiento y aparato que los antedichos, respecto que estos se hallan , digamoslo asi, en el noviciado de su carrera y como en este arte ay en el dia muy pocos maestros (y se acaban), se puede decir que en la tierra de los ciegos el que tiene un ojo es Rey, con lo que hemos satisfecho a su deseo según nuestra comprensión, y deseosos de obsequiarle, quedan como siempre S.S.S.

Piñal y Barraca40 La Comisión de Toros del Hospital se dejó guiar por el consejo de los sevillanos y, el 8 de agosto dirigen un oficio a “Curro Guillen” y a “Sentimientos”, solicitando su concurso en las corridas previstas. LA COMODIDAD EN LA PLAZA El tema de la comodidad en la plaza tiene en Valencia, desde tiempos antiguos, una curiosa peculiaridad. Se trata de la utilización de toldos, llegándose a usar a veces uno de los grandes toldos que el ayuntamiento facilitaba para cubrir parte del recorrido de la procesión del Corpus. En esos tiempos eran miembros del gremio de colchoneros los encargados de colocarlo y quitarlo en la plaza de toros. Este toldo o “vela” como también se le llama en ciertos documentos, era utilizado

para dar sombra a ciertas partes de la plaza que, por su situación – recordemos que las corridas dadas entre 1808 y 1818, año en que se construye el coso de la Plaza de la Aduana, tuvieron lugar en la Plaza del Mercado, en la de Santo Domingo e incluso en el solar de la antigua plaza extramuros de la puerta de Ruzafa, siendo a veces irregulares en la forma -, no generaba dos mitades exactas de sol y sombra en ningún momento de

40 ADPV, Expedientes generales sobre la Plaza de Toros de Valencia, IX-1/C-6

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la función, debiéndose, por tanto, cubrir zonas que, por la hora en que entonces solían comenzar las corridas (entre dos y dos y media de la tarde), estaban expuestas al sol.

En todas las plazas de toros ha habido siempre dos zonas, una de sol y otra de sombra, pagándose las localidades a distinto precio, pero, como se ha apuntado, de no haber recurrido a estos toldos, la zona de sombra hubiese sido mínima, con la consiguiente pérdida económica que ello significaba. La práctica, como se ha dicho, es antigua, dando testimonio de ello el que fuera

cronista oficial de Valencia durante buena parte del siglo XIX, Vicente Boix: “En el espacio, que se extiende delante del mercado nuevo, donde se levanta la magnífica fuente de hierro con que se inauguraron las aguas potables, se verificaban antiguamente las corridas de toros, prolongándose la plaza hasta la calle de Conills. Se ha indicado en otra parte que se dieron corridas en el mercado en 1616, 1638 y 1668. En la corrida de 1614 se hundió el tablado, que se llamaba de la “vela” porque se cubría con un toldo (“vèla” en valenciano) para guardarse del sol en las horas de función. Entonces murieron sesenta personas, y hubo muchos heridos y contusos. Además de estas corridas, que se llamaban estraordinarias, había otras anualmente en el mercado, hasta el año 1718, en que se hundió también el tablado de los “cegos” [ciegos]. Las mayores desgracias ocurrieron en el año 1743, por haberse desplomado una almena de piedra, situada en el ángulo de la Lonja, donde ataban las cuerdas del expresado toldo. Un viento impetuoso agitó el extenso lienzo, y sus sacudidas violentas determinaron la caída estrepitosa de la almena, ocasionando funestas desgracias. Desde entonces se suspendieron las corridas y solo se trató de verificar una en 1760; y para ello volvió a levantarse un tablado; pero la

función quedó sin efecto, por haber fallecido en 27 de setiembre la reina doña María Amelia de Sajonia, esposa de Carlos III”.41 El Hospital, en 1815, solicita al Ayuntamiento tanto el toldo como los postes o “entenas” para sujetarlo: “La Junta de Govierno del Hospital Real y General de esta Ciudad dá conocimiento a V.M. de la continuación de los tablados para las hacederas corridas de toros. Esto supuesto requiere la colocacion de Entenas, de las que ese Ilustre

Ayuntamiento tiene para sus usos, y espera tendrá a bien franquear 14 de ellas, que son las que necesitan al intento. El Gremio de Colchoneros no conserva el repuesto de velas o toldos, quien aunque mediante algun lucro las prestava para cubrir una parte de tablados y demas que se ha acostumbrado colocar para las entradas del Ganado y en tales circunstancias, no haviendo de donde hechar mano para substituir aquel recurso, ruega la Junta a V.S.S. y estimará de su atención se sirvan acordar que para estos usos se franquee la porcion que sea necesaria, que no baxará de 4000 Varas [unos 3.600 mts.] de tela para el mejor lucimiento de las funciones y comodidad publica, en concepto que concluidas estas se debolverá religiosa e integramente, y en el caso de que haya sufrido alguna averia se abonará desde luego el deterioro, y no duda que V.S.S. adherirán a dispensar a favor en consideración a ser suya la presidencia y a que sin esta clase de adorno desmerecerá mucho el decoro de dichas funciones. Dios guarde a V.S.S. muchos años. Valencia 31 de Agosto de 1815.”42

ENCIERROS De la lectura del documento anterior se desprende que el Hospital no dispone ni de toldo ni de los postes donde sujetarlos o “entenas”43 , siendo a su vez notable la

41

V. Boix Valencia histórica y topográfica. Valencia, 1863, t. II, pp. 28-29. 42 ADPV, Expedientes generales sobre la Plaza de Toros de Valencia, IX-1/C-6

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cantidad de tela solicitada, justificable por el hecho ser usados algunos de estos toldos para formar las “mangas” o calles por donde debía transcurrir el encierro, evitando así

que se distrajeran las reses con el consiguiente riesgo de desmandarse. El Ayuntamiento solía acceder a las peticiones de la Junta del Hospital, aunque a veces, algo molesto por ir buena parte de las ganancias a manos ajenas al Hospital, le hacía alguna reconvención, como la manifestada el 11 de julio del año siguiente: “El Ayuntamiento de esta Ciudad en vista del Oficio de V.S.S. de 8 del corriente dexa el Toldo y las entenas que V.S.S. piden para las corridas de Toros de

Muerte que han de celebrarse este año, sirviendo solo para la Plaza y no para las barreras de la entrada por tener poca resistencia: Por cuya razon deberá quitarse dicho Toldo concluida cada funcion para que no se toste, como lo está, de modo que para el año sucesivo no será ya posible prestarle para semejantes funciones, cuyo mayor lucro cede a beneficio de los Carpinteros y Asentistas de los Tablados. Es quanto se ofrece al Ayuntamiento contestar a V.S.S. en el particular. Dios guarde a V.S. muchos años. Valencia 11 de Julio de 1816.44 Efectivamente, así fue, pues vemos en el apartado nº 50 de los “Gastos que ha pagado el Tesorero por Cuenta de la Empresa de las Corridas de Toros en el presente año 1816” “A Josef Llorens: por 402 Varas lienzo teleta para las velas de entrada de Toros al respecto de 32 y ¼ rs. v. por Vara = 1.507 reales de vellón”, habiendo otro pago en el apartado nº 13 “A Vicente Carmona, colchonero, por poner y quitar la vela a la Plaza de Toros y por recomponerla toda ella, por haverse hecho rajas por el ayre = 825 reales vellón.”. Aún hay otro pago relativo al toldo, es el

correspondiente al apartado nº 41: “Por los portes de las entenas en esta primer Corrida = 92 rs. v.” 45 Las peticiones de dicho toldo y sus anexos se suceden anualmente, viéndose incluso en la relación de gastos de las últimas corridas celebradas en el año 1850 en la plaza extramuros de la Puerta de Quart.

LOCOS EN LA PLAZA Que el Santo Hospital de Valencia, fundado en 1410, fue el primer manicomio del mundo no es ningún secreto. De hecho, fue a partir de 1512 cuando de hospital de locos pasa a ser Hospital General, acogiendo a todos los enfermos pobres así como a los expósitos, reuniéndose en una sola institución todos los hospitales fundados desde la conquista de Valencia. Lo que causa satisfacción es saber que en fecha tan lejana como 1816 ya existiera en nuestro Hospital un sistema de régimen abierto para cierta clase de pacientes mentales. El problema es que algunos de estos orates sentían especial delectación por las funciones de toros y novillos, dándose el caso de que a los mas rehabilitados los empleaba el propio Hospital como celadores en la divisoria entre sol y sombra de la plaza. Ello a veces generaba más de un incidente, como el que refleja esta sentencia dada el 20 de agosto de 1816: “Valencia Veinte de Agosto de mil ochocientos diez y seis: Visto este Expediente

por los Señores al margen Dixeron: Habiendo visto la Sala el Expediente formado sobre que un Loco de los que en concepto de mejorados salen del Hospital a diferentes obgetos, el ultimo dia de Toros, hallandose a la parte de fuera de los Tablados apedreó a

43 Entena: (del latín antenna). Madero redondo de gran longitud y diámetro variable. En Huesca tiene aproximadamente 24 metros de largo. 44

ADPV, Expedientes generales sobre la Plaza de Toros de Valencia, IX-1/C-7 45 Idem, id.

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las gentes y aun a los balcones de las Casas inmediatas, dando una pedrada a un Capitan y algunos palos a otros, causando confusión y trastorno, resultando a demas que

en los tablados se colocan tambien de igual clase armados de Palos o gruesos garrotes para cuidar de que las gentes no pasen del Sol a la Sombra; Mandaron los Señores al margen: Que el Corregidor de esta Ciudad no permita por sí ni por quien haga sus vezes en la Plaza de Toros, que los Locos mejorados entren en ella ni suban a los tablados con pretexto ni motibo alguno, ni usen garrotes gruesos; encargando la mayor vigilancia y responsabilidad sobre estos puntos: Y al mismo tiempo con el correspondiente Oficio haga saber al Presidente de la Junta de Govierno del Hospital esta Providencia para que

por sí o reunida la Junta segun le parezca, tome las disposiciones convenientes a fin de que por ningun título se permita ni dege salir de su establecimiento en los dias de Toros, Novillos ni otros de semejante concurrencia a dichos Locos; y en los que no medien estas circunstancias nunca lo hagan armados de palos, garrotes ni otro instrumento ofensivo, etc. etc.”46 LA CONDUCCION DEL GANADO Esta es una cuestión que hay que tener muy en cuenta cuando tratamos información de esta época, en la cual todo el transporte era de tracción animal. Tratándose de traslado de ganado, este se efectuaba a pie, por las cañadas, veredas y cordeles escrupulosamente marcados por el estado. En la carta de los citados Piñal y Barraca se mencionan los efectivos, tanto animales como humanos, necesarios para conducir el ganado bravo hasta Valencia, bien desde las dehesas sevillanas, bien desde Madrid, en el caso de que se hubiera comprado una corrida ya trasladada allí. Si la

conducción se hacía desde las dehesas originales de la ganadería y ésta estaba en el sur, el viaje podía fácilmente durar dos meses, con el problema añadido de las inclemencias del tiempo y del peligro constante de asaltos y robos por las numerosas partidas de bandoleros aparecidas como consecuencia de la Guerra de la Independencia y que, revestidas de uno u otro color político se reproducirían durante casi todo el siglo XIX, agudizándose aún más en el caso de Valencia por la virulencia que la primera Guerra Carlista tomó aquí.

Como referencia, reproducimos las jornadas y descansaderos de dos rutas distintas hasta Valencia. La primera de ellas tiene su origen en Navarra y corresponde a la corrida de toros lidiada en Valencia los días 28,29 y 30 de julio de 1828. Número de toros de lidia conducidos: 26 (ocho por corrida mas dos sobreros). Jornadas Descansadero (localidad) 1ª Las Juan Surias 2ª Alfamen (a 48 kms. de Zaragoza) 3ª Maynar y Villarreal 4ª Lechago (partido judicial de Calamocha) 5ª Villarquemado (partido judicial de Albarracín) 6ª Venta de la Concepción 7ª Teruel Desde Teruel tomarán la dirección de Barracas (a 80 kms. de Castellón de la

Plana). Lamentablemente carecemos del resto de la ruta desde Teruel-Barracas hasta Valencia. La siguiente ruta procede de Andalucía y corresponde a una corrida celebrada en Valencia en 1836. Número de toros de lidia conducidos: 17

46 ADPV, Expedientes generales sobre la Plaza de Toros de Valencia, IX-1/C-7

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Jornadas Descansadero (localidad) 1ª Real Dehesa de Córdoba la Vieja (Madinat al Zahra)

2ª Andujar 3ª Barranco Hondo 4ª Pozo de la Peña (*) 5ª Villar 6ª Albonete 7ª Venta de la Vega, “por las paredes de Almansa”. 8ª Segurana

9ª Casa del Pelado 10ª Puente de Marzo 11ª Puntas de Ana [¿Anna?] 12ª Puerto de Cárcel [¿Cárcer?] 13ª Barca del Rey 14ª Realengo de la Garrofera 15ª Lombay [Llombai] (*) “A este punto antes de llegar a él se dirijió un Practico por parte de la Empresa llamado Matias Balabarquer que salió de Valencia el dia 21 de Junio para enseñar las veredas hasta el término de Lombay en esta forma”. Una vez en Valencia, los toros solían pastar en el cauce del rio, lugar seguro para la gente por la delimitación de los pretiles y para el propio ganado por la escasez de agua que el Turia solía presentar a su paso por la ciudad, anunciándose a

veces en los carteles el punto exacto para que la gente fuera a verlos. Al amanecer del dia de la función, se hacía el apartado y encierro, llevándose los toros, acompañados de los cabestros, pastores y personal autorizado, por el camino que daba al corral de la plaza y que, como hemos visto en algunos de los documentos citados, se hacía en Valencia con lienzo de “teleta”, que era un tejido muy tupido y resistente. EL FERROCARRIL

Todo esto fue arrumbado como consecuencia de la construcción del ferrocarril en España a mediados del siglo XIX, quedando comunicadas las grandes ciudades con la capital de la nación en las dos décadas siguientes. Ello transformó por completo los hábitos de la gente y, como no podía ser de otra manera, el espectáculo de masas que es la corrida de toros fue también tocado por esta innovación tecnológica. Los extenuantes viajes en diligencia quedaron atrás en buena parte de los casos, trasladándose público y lidiadores en cómodos vagones con todo lujo – los de lujo – de detalles y toda suerte de comodidades.

También el ferrocarril afectó a los toros, siendo para ellos todo lo contrario que lo sucedido con la gente, pues de trasladarse lenta y cansinamente por apartadas veredas durante semanas a ser metidos en oscuros cajones de madera reforzada con barras de hierro y permanecer inmóviles en ellos durante algunos dias había una notable diferencia. Según Sánchez de Neira, las dimensiones de aquellos primeros cajones eran 2

metros de alto por 1,40 de ancho y 2,50 de largo, siendo utilizados con profusión desde su invención en 1860. Sobre los efectos que aquellos prolongados encierros – la duración de los viajes en tren desde Andalucía o Madrid hasta Valencia nada tenían que ver con lo actual – producían en los toros y en su lidia, hubo una dura y larga polémica que acabó cuando se acabaron los aficionados capaces de establecer comparaciones.

El uso del cajón también obligó a modificar las dependencias de muchas plazas de

toros, pues hasta ese momento sólo disponían de una corraleta que daba a los chiqueros,

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usada para recibir a los toros en los encierros, que como ya informa Mérimée: “la víspera de una corrida es ya una fiesta. Para evitar los accidentes, sólo se conducen de noche los

toros al corral de la plaza”. Al transportar el ganado en cajones, se le desencajonaba en corrales a propósito, o en el propio ruedo, como, con el tiempo, comenzó a practicarse en nuestra plaza.

EL COSO DE LA PLAZA DE LA ADUANA La plaza donde se erigió en 1818 este coso taurino se creó como resultado de la

política de saneamiento y embellecimiento urbano que llevó a cabo la administración napoleónica dirigida por el mariscal Suchet. Para dotar de cierto desahogo al bello edificio carolino de la Real Aduana (el actual Palacio de Justicia), se derribaron a su izquierda cuatro manzanas de casas, dando como resultado la Plaza de la Aduana, tomando con el tiempo otros nombres como Plaza de la Milicia Nacional (1841-1844), Plaza del Príncipe Alfonso, Plaza de Mendizábal y Plaza de Alfonso el Magnánimo. Estos son los nombres oficiales, pero uno que ningún valenciano ignora, y por el que se la identifica inmediatamente es el de “Parterre”. La plaza de toros de la Aduana, es, si exceptuamos la actual, la que mas tiempo ha permanecido, incluso siendo de madera, en el mismo lugar, pues estuvo funcionando allí hasta 1835, o sea, diecisiete años. Fue la plaza de la época fernandina, siendo sus tendidos testigos mudos de las violentas relaciones entre liberales y absolutistas, así como de los estertores del Antiguo Régimen. El tantas veces aquí citado Prosper Mérimée, que estuvo en Valencia en 1830 (durante su primer viaje a España) más de

una ocasión tendría, en tarde de corrida, para impregnarse de ese cargado ambiente que elementos tan “echaos p‟alante” como cigarreras y toreros generaban a su alrededor, y que en Valencia (como ya se apuntó en otro lugar, desde 1828 la Real Aduana fue acondicionada como Fábrica de Tabacos) estaban más juntos que en ningún otro lugar. Más de un “¡olé!” saldría de los abiertos balcones del clásico edificio cuando un quite de Juan León o un lance de “Rigores” elevara aún más la temperatura de los femeniles talleres.

Merece la pena transcribir el informe que el académico y arquitecto municipal don Cristóbal Sales emite sobre las características dimensionales de dicho coso y su impacto en el entorno: “Situandose la Fabrica de los Tablados y Plaza de Toros en el resto de la Plaza de Santo Domingo y sitio donde estaban las casas que demolieron los franceses en la confrontacion del flanco de la Real Aduana conforme ba demostrado en la Planta Geometrica de uno y otra con sujecion a una rigurosa Escala que acompaña, resultará quedar bastante terreno para transitos entre los Edificios de uno y otro extremo de sus costados, y por la fachada y espaldas, resultarán dos Plazas para el Publico de bastante extensión y desaogo; de modo que en el Angulo mas saliente contra la Real Aduana, quedará el transito en este punto solo, de 27 palmos de ancharia, siendo mas y mas su latitud a proporcion que los costados de los Tablados se ban separando de otro Angulo: Por el costado opuesto que es el que confina con las Casas de las manzanas 63 y 38 donde están los desembocaderos de las Calles de la Nave y Olivereta, quedará un

transito entre los Tablados y las Casas de 28 palmos de latitud en los puntos de mayor estrechez; por la parte de la Fachada principal que recahe al Jardín formado en la Plaza de Santo Domingo, resultará en el punto mas estrecho donde forma el Angulo el Cañizo que cierra dicho Jardin, la distancia de 57 palmos con una Plaza para el concurso Publico de 193 palmos de latitud y desde 280 hasta 291 de largaria; y por la parte de la espalda que es la que confina con el Muro de los Judios y desembocaderos de las Calles de la Nave, Barcelona y Barcas, resultará para el desaogo del mismo Publico y Puerta del arrastradero otra Plaza de 300 palmos de longitud con unos 230 de latitud. En esta

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ultima Plaza deverán estar los Toriles, Puerta del arrastradero y la entrada de los Ganados en la Plaza, pues si estos entran por el portillo de Ruzafa, no tienen mas que

seguir todo el Muro hasta que poniendo dos Velas que formen Calle en la distancia que comprenden las lineas apunto tiradas en el Plan donde dice = sitio por donde puedan entrar los Ganados = se logrará la entrada de estos con el mejor orden y mayor seguridad del Publico: Por todo lo cual comprendo que la situacion que representan dichos Tablados en el mencionado Plan que acompaña se estima ventajosa tanto para el Publico como para los intereses del Santo Hospital. Asi lo comprendo en virtud del encargo que verbalmente se me ha hecho por parte de la Muy Ilustre Junta de Govierno

de la Santa Casa, y lo firmo en Valencia a 26 de Marzo de 1818. Christoval Sales47 Es una pena que no se haya localizado el plano citado por Cristóbal Sales, pero el lector deseoso de satisfacer su curiosidad sobre dicha plaza sí tiene la posibilidad de consultar el excelente “Plano Geométrico de la Ciudad de Valencia llamada del Cid”, elaborado por el académico D. Francisco Ferrer en 1831 y depositado en el Archivo Histórico Municipal de Valencia, en el que aparece claramente representada, así como el itinerario del encierro del ganado. LA PLAZA DE LA PUERTA DE QUART Quizá haciéndose eco de las sensatas recomendaciones de “Abenamar” sobre la conveniencia de construir los cosos taurinos fuera de las ciudades, se erige uno en Valencia en 1836 en el que se darían tanto funciones de toros como otras atracciones

(volatines, hípica, circo, etc.) hasta julio de 1850. Para conocer las características de esta plaza, que era de madera, resulta muy esclarecedor un documento depositado en el Archivo de la Diputación de Valencia en el que se lee: “Para manifestar los asientos que podría contener la plaza construida en Mayo de 1836 extramuros de esta Ciudad en un huerto cercado de pared inmediato a la puerta de Cuarte, lindante por su costado izquierdo con el callejón que entra al Matadero

de la Ciudad se hizo la demostración siguiente: La grada más alta del círculo de la plaza en cada angulo contiene, palmos valencianos: 112 y la más baja: 78, que componen 190 palmos. Y nos darán de verdadera superficie en el todo del graderío del ángulo 95 palmos. Cada asiento se calcula en dos palmos [aprox. 50 cms.], por lo que sacaremos la mitad: 47 asientos, dejando un palmo que hay de quebrado para la mayor comodidad. Número de asientos en cada ángulo: 987, multiplicado por los 8 ángulos que tiene la plaza dan un número total de asientos en toda la plaza de 7.896. Y rebajando los sitios que ocupan los portillos y el que se pierde por no querer sugetarse los concurrentes a tener asiento entre las piernas deve [sic] quedar sitio para estar con toda comodidad 6.000 personas”.48

Esta plaza se levantó en los terrenos de un huerto de naranjos arrendado al Hospital, propiedad de Dª Francisca de las Heras.

La plaza tenía ocho puertas, cuatro en la zona de sol y otras tantas en la de sombra que daban acceso a otros tantos lados o tendidos. Estaba circundada por una pared, lindante con el corral de una posada, en la que solían pernoctar pastores y mayorales, y los terrenos del Matadero Municipal.

47

ADPV, Expedientes generales sobre la Plaza de Toros de Valencia, IX-1/C-7 48 ADPV, Expedientes generales sobre la Plaza de Toros de Valencia, IX-1/C-8

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Como se puede observar, la comodidad es una de las principales prioridades del personal, ocupándose la capacidad excedente esas tardes de lleno hasta la bandera.

El emplazamiento de este coso era inmejorable, pues, como ya se ha mencionado, estaba junto al Matadero, lo que facilitaba tremendamente el manejo de las reses, tanto vivas como ya lidiadas. El descansadero de las toradas – la mayoría de las cuales procedían de la Mancha y Navarra – estaba situado en el próximo cauce del rio, a la altura de la Pechina, realizándose los encierros en la calle formada por la muralla y las lonas que situaban al otro lado. También en zona cercana a la plaza, en el lecho del rio

se enterraban los caballos muertos en cada corrida. La primera función dada en esta plaza fue la del domingo 10 de julio de 1836, en plena guerra carlista, siendo de gran interés conocer el aviso (del que se hicieron 50 ejemplares) para pegar en los lugares más frecuentados de la ciudad y pueblos cercanos: “AVISO AL PUBLICO: Construida fuera de la puerta de Cuarte de esta Ciudad junto al Matadero una plaza de Toros, con objeto de celebrar en ella funciones de Novillos á beneficio de este Santo Hospital general, su junta de gobierno no ha perdonado medio alguno para el mayor lucimiento de dichas funciones. Al efecto tiene ya comprado el suficiente número de reses, entresacadas de las raberas más acreditadas; siendo otra de las compras la de 17 Toros de la pertenencia de SS.AA., sacados de las dehesas de Córdoba la Vieja, de donde salieron para esta capital el 21 de junio último; y estando ya la plaza construida, con el fin de satisfacer la ansiedad pública de los aficionados a esta diversión, aun cuando aquellos no hayan

llegado, se egecutará (sic) la primera función (si el tiempo lo permite) el Domingo próximo 10 del actual, corriéndose seis Novillos escogidos, dos de los cuales serán de muerte, y dos Vacas para los aficionados. Los nombres de los lidiadores y de los Toros, y los precios de palcos, sillas de rellano, barreras y entrada general, se anunciarán en Cartel separado con la debida anticipación. NOTA: Los sugetos que quieran abonarse para todas o determinado número de

funciones que han de egecutarse, se presentarán en la Contaduría de dicho Hospital general, donde se les admitirán sus abonos, bajo las condiciones que se les enterará en el acto. Hospital General de Valencia, 6 de julio de 1836”.49 Esa función inaugural, celebrada el 10 de julio de 1836, dejó un beneficio al Hospital de 5803 reales y once maravedíes de vellón. Intervinieron en esta primera corrida de novillos el picador Antonio Rodríguez “Antoñín”, después muy asiduo de nuestra plaza; el espada Isidoro Beltrán y el excelente banderillero madrileño Pablo Ramos. Los toreros valencianos que tomaron parte en la función, entre los que se hallaba el popular José Vázquez “Parreta”, percibieron 840 reales de vellón. Estaba clasificada esa plaza en 1850 como de segundo orden, junto con las de Almagro, Albacete, Alicante, Antequera, Cáceres, Córdoba, Valladolid, Salamanca, Murcia, Málaga, La Coruña, Granada, Bilbao, Zaragoza, Ciudad Real y Écija.

Eran de primer orden las plazas de Madrid, Sevilla, Aranjuez, Barcelona, Cádiz,

Ronda, Puerto de Sta. María y Jerez de la Frontera.50

49

Ibídem. 50

Fernando G. de Bedoya Historia del toreo y de las principales ganaderías de España. Madrid 1850 pp. 342-360.

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LOS FESTEJOS

En los catorce años que funcionó ese coso se celebraron más funciones de novillos que corridas de toros, sobre todo en los primeros cinco años. Como ya se ha apuntado en otro lugar, las novilladas eran muy frecuentes, dándose entre dos y cuatro al mes durante todo el año. Eran también funciones de mucho menor coste – generalmente sólo había dos toros de muerte, siendo las demás reses de alquiler, incluidas las vacas para los aficionados. Otra poderosa razón para que abundaran las funciones de novillos era la guerra sin cuartel que, más de una vez a las propias puertas de Valencia, libraron entre

1833 y 1840 partidas carlistas con fuerzas constitucionalistas, dificultándose tremendamente el traslado de reses y personas (se necesitaba salvoconducto para ir de una localidad a otra).De modo que, de los cien festejos celebrados en esa arena, cincuenta y tres son funciones de novillos y cuarenta y siete corridas de toros. GANADEROS VALENCIANOS Las reses para las novilladas procedían en buena parte de ganaderías valencianas, también llamadas “raberas”, entre las que destacan, por la frecuencia con que lidiaron sus reses, las de Vicente Ramón i Belda “el Ale”, de Sollana; José Bruguerolas, de Valencia; Mariano Campos “Perulí” de la Villanueva del Grao; Vicente Fenollosa, de la misma localidad; Antonio María Cervera “el Catarrochí”, de Catarroja; Antonio Chordá, de Alzira; José Ibáñez Soriano, antes José Bou, de Alcudia de Carlet; Telesforo Planells, de Silla; Juan Bta. Mancho, de Puçol; Valentín Tarín; de Xilxes; Pedro Mingarro, de Sollana; Antonio Baldoví, de Sueca y Vicente Zaragozá, de Albalat.

También enviaban sus productos ganaderos castellanos y andaluces con cierto crédito en la cría de reses bravas, tales como Gil Flores “el Azafranero”, de Vianos (Albacete); Gonzalo y Antonio Cátedra, de Sierra Morena; Andres de Veas, de la misma procedencia; Pedro Sánchez, de Albacete; Francisco Tragilla, de Miguelturra (C. Real). Tocante al ganado para las corridas de toros, tenemos al ya citado José Bruguerolas, de Valencia; Fulgencia Díaz Hidalgo, de Villarrubia de los Ojos (C. Real); Gonzalo Cátedra y Manuel Alonso, de Sierra Morena; a Manuela de la Dehesa, de Villarrubia de los Ojos y, ya en 1841 – ha acabado la guerra civil – vemos los primeros toros procedentes de Madrid: una corrida de reses del marqués de Casa Gaviria y de los duques de Osuna-Veragua. A partir de 1842 ya se prodigan mas las corridas de toros en nuestra plaza, viéndose carteles que anuncian reses de Casa Gaviria; de Juan Julián Gutiérrez, de Utrera; de Gil y Angel Flores así como de José Navarro, todos de Albacete. Hasta se llega a anunciar para los dias 11 y 12 de agosto de 1844 una corrida con reses de Luis de Lizazo y Laureano Ibar Navarro, de Tudela y Arnedo respectivamente. También lidia sus toros en Valencia Manuel Lesaca, de Sevilla, así como Juan José Fuentes y Elías Gómez, de Colmenar Viejo. Cierra el ciclo vital del coso de la puerta de Quart un cartel compuesto por las divisas de Osuna-Veragua (en puridad, ya era exclusivamente de Veragua) y el citado Juan José Fuentes. Podemos deducir de lo anterior que, al menos en los primeros años de

funcionamiento de ese coso, el espectáculo sería más bronco que brillante, pero eso era a lo que estaban acostumbrados los públicos y lidiadores de la época. Hay que mencionar que, como también se ha apuntado en otro lugar, el toro era el eje sobre el que giraba todo, apareciendo casi siempre en el cartel tanto el nombre como la edad de las reses. TOREROS VALENCIANOS

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La nómina de toreros valencianos, tanto de a pie como de a caballo, que lucieron

sus habilidades en la plaza de la puerta de Quart es muy superior a la de aquellos que actuaron en los cosos anteriores, lo que manifiesta que el auge que la tauromaquia adquirió desde que devino “función nacional” tuvo mucho que ver con la progresiva democratización de la sociedad, a pesar de las cruelísimas guerras civiles que tal democratización desencadenó. Comenzando por los banderilleros citaremos a Vicente Guerrero “el Barberet”;

Julián Ramírez “la Coixa”; Salvador Coscollá; Juan Plá “el Menut”; Manuel Montaño, Rafael Blasco; Vicente y Francisco Cristal y Blas Melís “Blayé” y “Minuto”. De la práctica totalidad de los lidiadores valencianos mencionados no disponemos hasta el momento de más datos que aquellos que aportan los propios carteles en los que figuran sus nombres. Muy poco es, pero sirva esta mención como homenaje a aquellos bravos lidiadores que, teniendo que alternar oficios de todo tipo con la práctica del toreo – su verdadera vocación - , echaron la semilla que años después fructificaría, de tal manera que Valencia dio al toreo míticos toreros de plata. Uno de tales toreros fue el citado Blas Mélis, “Blayé” y “Minuto” en el mundo del toro. Fue el rey de los banderilleros de su tiempo, por lo cual merece que nos detengamos algo en su biografía taurina. Blas Mélis Simón nació en Valencia el 20 de abril de 1818. Vivía su familia en la calle Conills, situada en el terreno que hoy ocupa el Mercado Central. Por causas que ignoramos debió trasladarse muy joven a Madrid, fraguándose allí su personalidad

torera.

Desconocemos igualmente sus andanzas juveniles por la Villa y Corte, pero intuimos que viviría en un entorno valenciano, sugerido por sus alias “Blayé”, que no era más que una corrupción del valenciano “Blaiet” y “Minuto”. Unos cuantos toreros a lo largo de los años han ostentado este apodo, ignorando la razón de tal hecho, pero en el caso de Mélis, nos atrevemos a conjeturar que se debió a alguna componenda relativa a

la versión castellana de su más que probable apodo valenciano “Menut” (pequeño). Abona esta hipótesis el comentario que sobre nuestro hombre hace el historiador taurino Fernando García de Bedoya: “Blas Meliz, conocido por “Blayé”, y generalmente por Minuto, a causa de su pequeñísima estatura, es un célebre banderillero que goza de mucho crédito por su arrojo y habilidad”.51

Blas Mélis pisa por primera vez la arena del coso valenciano el domingo 15 de julio de 1838 en una función de novillos con ganado del valenciano de Albalat Vicente Zaragozá. El único espada es el tan célebre como hoy desconocido José Vázquez “Parra”. Pican el madrileño Antonio Rodríguez “Antoñín” y Francisco Bueno y ponen banderillas además de Mélis, el madrileño Pablo Ramos, el aragonés Teodoro Ranera, el granadino Gregorio Loja “el Moreno”, el valenciano Rafael Blasco y el sevillano Pedro Sánchez “Noteveas”. Algo especial sería esta novillada cuando se lee en el cartel: “Saldrá a banderillear Blas Mélis, de Madrid, que acaba de llegar a esta Ciudad”. Esa es la primera referencia de Blas Mélis en la Valencia taurina.

Como hemos mencionado, Blas era un perfecto desconocido - profesionalmente hablando- en su propia ciudad, hasta el punto de asignarle procedencia madrileña en el primer cartel valenciano en el que aparece. No obstante, no hay que olvidar que en aquellos tiempos las empresas solían contratar directamente a banderilleros y picadores para media o toda la temporada, contratándose separadamente a los espadas. ¿Estaría

51 Fernando G. de Bedoya, op. cit., p. 377.

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pues Blas contratado por la empresa de Madrid, por eso también se le da esa procedencia profesional? No lo sabemos, pero no defraudaría “Blaiet” cuando le vemos

anunciado como banderillero en todos los festejos celebrados en nuestra plaza hasta finales de ese año, siendo la última función en la que participa la novillada del sábado 8 de diciembre con reses de Andrés de Veas. No cabe duda que realizó un excelente trabajo en la plaza de Valencia, viéndoselas con toda seguridad con un ganado bastante más complicado que el lidiado en la siempre exigente plaza madrileña. No pierde el tiempo nuestro hombre, pues le vemos anunciado en la plaza de

Madrid en una novillada a celebrar el domingo 6 de enero de 1839, en cuyo cartel se lee: “Toro de puntas de don José Pinto López, al que saltará a la garrocha Blas Mélis, de Valencia, banderilleado y estoqueado por el mismo”.52 El pequeño gran Blas Mélis saltó en esa función con su garrocha por encima de todos esos obstáculos que siempre hacen su imponente aparición al comienzo de toda carrera. Lo que sí podemos asegurar es que a partir de ese momento ya no paró de torear, ganándose el respeto de los inteligentes y la voluntad de los mejores espadas de la época. Así lo manifiesta el citado García de Bedoya, cuando, a continuación del comentario anteriormente referido continúa: “Minuto hace las suertes, corre, salta al trascuerno, ayuda a los matadores, y es incansable, dando pruebas de valentía y conocimientos en el arte, a pesar de que desgraciadamente se halla cojo, de resultas de la herida que le causó en el talón del pie derecho, cortándole el tendón de Aquiles, la espada desprendida por un toro en la plaza de Segovia y al cual estoqueaba Perico “Noteveas”.

No se ha publicado la biografía de este banderillero en el lugar que le correspondía por haberse hallado ausente en tiempo oportuno, y nosotros creemos cumplir un deber de justicia tributándole este sincero elogio”. No es sólo el autor quien elogia a nuestro paisano en ese libro, pues el editor del mismo, Alfonso García Tejero, en el poema “Los toros”, que se permite incluir entre las

páginas del historiador, escribe: “Existe un banderillero, que de justicia un tributo bien merece lisonjero: hábil, valiente…un torero es el célebre Minuto”.53 El severo y exigente Sánchez de Neira le trata así: “Es uno de los mejores banderilleros que se han conocido como inteligente y bravo, a quien distinguía mucho su jefe de cuadrilla “Cuchares”. A consecuencia de haberle caído sobre el talón de un pie, en una corrida de toros en Segovia, un estoque que le cortó un tendón, se temió no pudiese ya torear mas; pero curado, volvió al redondel, aunque cojo, sin desmerecer nada de su buena fama anterior. A consecuencia de una congestión pulmonar falleció en Madrid a la edad de treinta

y siete años, diez meses y diez días, el sábado 1 de marzo de 1856 a las ocho y cuarto de la tarde”.54. Añade a esta información José Mª. de Cossío en su obra “Los Toros”:“Julián Casas “El Salamanquino” obligó al que le sustituyó en la cuadrilla

52

F. López Izquierdo Plazas de Toros de la Puerta de Alcalá. Madrid 1988, t. II, p. 78. 53

Fernando G. de Bedoya, op. cit., pp. 370-380. 54 J. Sánchez de Neira, op. cit., p. 415.

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[entonces trabajaba para él] a que cediera cien reales en cada corrida, durante dos años, a la madre de Mélis”.

Allá donde fue, siempre ejerció de valenciano, constatándolo así “Abenamar” en “El Correo Nacional” de 16 de octubre de 1839, en la revista de la corrida celebrada en Madrid el 12 de octubre de 1839, organizada por ese Ayuntamiento para celebrar el Convenio de Vergara que puso fin a la primera guerra carlista . Actuaban como espadas Juan Jiménez “el Morenillo” y Roque Miranda “Rigores”. Escribe “Abenamar”: “Destaca Blas Mélis “el Valenciano” por saltar al trascuerno al quinto de la tarde”.

En lo relativo al toreo a caballo, los valencianos que trabajaron en funciones de novillos (en corridas de toros no actuó ninguno) se reducen a Julián Ramírez “la Coixa”, José Lorente y Vicente Lorente “Sevilla”. JOSE VÁZQUEZ “PARRA” En la categoría de matador de toros hay una estrella solitaria en el firmamento taurino valenciano de la época: José Vázquez Chiner “Parra” o “Parreta”. De José Vázquez ya hemos dicho algo. Trataremos de decir algo más, debiendo confesar que es realmente escaso el conocimiento que tenemos de este espada valenciano.

A José Vázquez Chiner alias “Parra” se le empieza a ver anunciado en la plaza de toros de Valencia en 1835, y eso como matador de novillos, no apareciendo antes como banderillero, categoría profesional insoslayable entonces para aprender los fundamentos del oficio, accediendo más tarde – en caso de valer para ello – a la categoría superior.

Aparece pues José Vázquez Parra como matador (único espada) en el citado año 1835, viéndosele anunciado ya como espada en una corrida de toros a celebrar en Valencia el domingo 10 de diciembre de 1837, compartiendo cartel con el madrileño Isidoro Beltrán y siendo el ganado del valenciano José Bruguerolas. Llegó a torear en la plaza de la puerta de Quart 33 novilladas y 9 corridas de toros entre 1835 y 1844.

El caso “Parreta” merece atención, pues es como un meteoro. Surge en el

firmamento taurino valenciano como matador en 1835 y desaparece del mismo – tan misteriosamente como vino – el 10 de noviembre de 1844, cuando despacha junto a Isidro Santiago “Barragán” una corrida de toros jijones de Gil y Ángel Flores. José Vázquez “Parra” fue el primer matador de toros valenciano reconocido, pues la ya comentada valencianidad de Esteller no es admitida por la mayoría de los tratadistas, aunque nosotros, basados en la reputada autoridad de Juan Bta. Peris “Chopetí”, no albergamos duda alguna. “Parra” fue el primer matador local que entusiasmó a la afición valenciana, codeándose además con los grandes, como lo demuestra el informe que Juan Polop, apoderado en Madrid de la Junta Municipal de Beneficencia de Valencia, de la que formaban parte, entre otros, Mariano de Cabrerizo y el profesor de medicina Juan Bta. Peset i Raga, remite a ésta un informe en el que da cuenta de las gestiones que ha hecho cerca de ganaderos y toreros para rematar el cartel de la corrida a celebrar en Valencia

los dias 1,2 y 3 de agosto de 1841. Dice Polop: “Dígale V. a Masó que yo sí creo que irá Montes, pero esto no quita que Parreta y el Picador que V. me dijo estén contratados, pues habrá toros para todos…”55 Un año más tarde le vemos trabajando junto a Juan Yust y “Cuchares” en las corridas de los días 1,2 y 3 de agosto. Así se manifiesta en la “Liquidación del producto y

55 ADPV, Expedientes generales sobre la Plaza de Toros de Valencia, IX-1/C-8.

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gastos” del citado festejo, donde leemos: “Al espada José Vázquez y Parra por vía de gratificación como tal en la citada corrida: 3000 reales”.

Toreó mucho “Parreta” en todas las plazas valencianas de la época – plazas efímeras como la de la misma Valencia - , llegando a inaugurar la decana de las nuestras, la de Bocairent, actuando como único espada los días 20,21 y 22 de julio de 1843, lidiando ganado de Gil Flores y llevando una escogida cuadrilla compuesta por los picadores Antonio Rodríguez “Antoñín” y Miguel Albero y los banderilleros Pedro Párraga, Pablo Ramos, Gregorio Loja y Julián Plutón.

También toreó Vázquez en Madrid, haciendo su presentación, según Cossío, el 12 de marzo de 1843, resultando herido por su primer toro. Dice de él José Sánchez de Neira en su “Gran Diccionario Tauromáquico”: “Fue un matador a quien querían mucho en su pueblo natal (Valencia), en cuya plaza sufrió antes de 1847 algunas cogidas. Era bravo y ligero, supliendo en parte con estas cualidades su falta de conocimientos en el arte. No llegó a tomar la alternativa”. Es nuestro “Parreta” un diestro envuelto por las brumas de la leyenda, pues incluso respecto a su alternativa hay polémica. Cossío afirma que la tomó en Madrid el 17 de marzo de 1853 de manos de Perico “Noteveas”. Nos permitimos dudarlo, entre otras razones porque Sánchez de Neira fue testigo presencial de todas las corridas madrileñas de aquellos años, amén de concienzudo observador de la vida taurina española de su tiempo.

LA PLAZA ACTUAL La liberalización del espectáculo taurino a la vez que la finalización de la primera guerra carlista significó un aumento bastante considerable del número de funciones de toros y novillos celebradas en Valencia. Ello aumentó también las perspectivas de ingresos en las arcas del siempre necesitado Hospital a la vez que despertó el voraz apetito de algunos de esos nuevos ricos surgidos al socaire de la

Desamortización, todavía no consumada totalmente en la década de los cuarenta, que, pretextando razones políticas (abolición de privilegios, etc.) deseaban hacerse con la exclusiva del cada vez más productivo negocio taurino. Tal es el caso de un tal Pedro Henrich, comerciante, diputado en 1837 de la Diputación de Valencia, empresario teatral y teniente de la Cuarta Compañía del 2º Batallón de la Milicia Nacional de Valencia.56 El Sr. Henrich ya había saboreado las mieles de los suculentos negocios inmobiliarios, pues fue él quien obtuvo la contrata de demolición del desamortizado convento de monjas dominicas de Santa María Magdalena, en cuyos solares se edificó mucho después el Mercado Central. Dueño ya Henrich de los secretos del negocio y bien situado entre la nueva clase política, se atreve a desafiar al Hospital, solicitando permiso al Ayuntamiento para construir una plaza de toros de fábrica en nuestra ciudad. Tanto por los datos que proporciona sobre la plaza de la puerta de Quart como por la visión que nos permite tener de la relación entre política y toros en la Valencia isabelina, merece la pena reproducir íntegramente la documentación

existente relativa a esta cuestión. Se dirige el Ayuntamiento de Valencia el 1 de agosto de 1846 a la sección de Administración del Ministerio de la Gobernación en los siguientes términos:

56 M. Chust, op, cit., p. 100.

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“Por decreto del Señor Subsecretario del Ministerio de la Gobernación de la Península puesto al margen de la exposición hecha el 25 de julio último por D. Pedro

Henrich, vecino de esta Ciudad, en que pide permiso para la construcción de una nueva plaza de toros en la inmediación de la misma Ciudad, demanda que Vs. informe oyendo al Ayuntamiento de ella. Se reduce el fundamento de la exposición de Enrich (sic) que desea construir dicha plaza de toros con la solidez y demás circunstancias necesarias arreglado al proyecto que se presentará a la Intendencia, evitando de ese modo el inminente peligro a que está expuesto el público concurriendo a la plaza actual, construida solo

interinamente, toda ella de maderas sujetas con clavos y sogas, que hace años sufre el rigor de la intemperie, además de un objeto de industria permitido y no teniendo ningún privilegio el dueño de la plaza actual pues se halla en igual caso y de mucha menos consideración que el teatro, y sin embargo el Gobierno ha reconocido la libertad de estos establecimientos, pues concedió permiso en el año último a D. José Orgaz para establecer otro teatro en esta misma ciudad a pesar de la fuerte oposición y razones que emitió el Hospital contra la concesión”.57 Una vez expuestas las razones del citado señor, el Ayuntamiento de Valencia expone al gobierno las suyas en octubre del mismo año. Comienza por enumerar las veces que se ha renovado el privilegio real, otorgado por primera vez por Felipe III en 1612, de tener el Hospital “corro de bous” y usufructuar sus beneficios, privilegio ratificado por Fernando VII. Se lee en el informe municipal:

“Aparece pues, que el Hospital tiene el privilegio exclusivo de dar funciones de toros en esta Ciudad, sus arrabales y hasta el término de media legua, adquirido por título oneroso58 y del que está en posesión desde 1647, y por mas que se combatan esta clase de privilegios siempre resultará que los adquiridos por compra u otra causa onerosa, son una propiedad de que nadie puede ser desposeído sin la competente indemnización; además el principio de estar abolidos, las más veces, eran causa de monopolizar una industria, o sea, obstáculo al desarrollo de algún objeto de

utilidad y riqueza pública, e indiscutiblemente debe ceder el bien particular al general, pero en éste es su razón inversa, pues el interés público ecsige (sic) sean refugio, consuelo y alivio en sus dolencias, al huérfano y demente, que perecerían en la miseria y abandono sin los Establecimientos benéficos, que es imposible subsistan sin proporcionarles los medios para cumplir los fines de su institución; dígase pues qué es de mayor utilidad pública, si que un particular especule con una diversión o que sus productos sirvan para el socorro de pobres desvalidos; cree pues el Ayuntamiento haber dicho lo bastante, ya se mire la cuestión de privilegio bajo del aspecto de la justicia o de la conveniencia pública. Indudablemente siendo en el dia las corridas de toros una función nacional, la comodidad y decoro de los habitantes de esta Capital ecsigen (sic) tener un circo construido con la solidez y demás circunstancias indispensables: ya se conoció esta necesidad a principios de este siglo y por ello se construyó una magnífica plaza, que costó al Hospital dos millones de reales, mas apenas concluida fue derribada en 1808 por creerla un obstáculo a la defensa de esta Capital, y en obsequio de la causa pública, se

privó al Santo Hospital de una propiedad en la que había invertido un capital tan considerable.

57

ADPV Expedientes generales sobre policía urbana. A-7-1 C-6 leg. 5 58

Der. “Que incluye conmutación de prestaciones recíprocas, en oposición a lo que se adquiere a título lucrativo”.

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La plaza provisional de madera que sirve en la actualidad no tiene los peligros que indica D. Pedro Henrich; se renueva toda cada tres años59y en cada uno de

ellos se practican cuantas recomposiciones y reparos se creen convenientes, previa una escrupulosa visura por los Arquitectos de esta Municipalidad; y prueva (sic) del buen método de su construcción es que hace un siglo se dan funciones y jamás ha ocurrido el mas pequeño incidente; sin embargo, convencido el Ayuntamiento, cumple al decoro de esta hermosa y culta Capital tener un circo construido con solidez y las comodidades apetecibles se está ocupando en los medios de su construcción; se ha formado el plan que ha recibido la aprovación (sic) de la Real Academia de San Carlos; se han

presentado ya proposiciones bastante ventajosas al Hospital, puesto que se le ceden parte de las utilidades: hay otro proyecto de realizar el pensamiento por medio de las acciones; y por cualquiera de estos medios se conseguirá que Valencia tenga una plaza de primer orden y que el Hospital continúe conservando su privilegio y no carezca de los recursos que le proporcionan las corridas de toros y demás funciones que se dan en la plaza, que tan necesarias son para atender a sus apremiantes necesidades y cubrir en parte el enorme déficit que resulta de la minorización de sus ingresos y considerable aumento de obligaciones. El Ayuntamiento pues, con haber demostrado que la justicia y la conveniencia pública se oponen a que se conceda a D. Pedro Henrich el permiso que solicita: siendo cuanto puede informar a VS. sobre el particular, con devolución de la instancia del interesado que motiva este informe. Dios guarde a VS. muchos años. Valencia 12 de octubre de 1846. Firmado: José Campo60

El Ayuntamiento de Valencia defiende impecablemente la posición del Hospital respecto a la propiedad del coso taurino así como del usufructo de los beneficios de sus funciones. Su informe decanta al gobierno de la nación hacia la postura del Hospital, desestimándose la petición del ciudadano Pedro Henrich. El Hospital de Valencia siempre fue muy celoso en mantener sus

derechos sobre las corridas de toros. Prueba de ello es lo ocurrido muchos años antes cuando, por razones internas de la institución, se frustró el primer proyecto – el rey ya lo había aprobado por Real Orden de 28 de noviembre de 1799 – de construcción de una plaza de mampostería de carácter privado, propuesto repetidas veces por el Intendente D. Jorge Palacios de Urdániz. Dicho Intendente, viendo que el Hospital no conseguía resolver sus problemas, decidió emprender la construcción de la plaza por sí mismo, en el lugar convenido y según los planos alzados por los arquitectos Claudio Bailler y Manuel Blasco, destinando los beneficios de las funciones por tercios a: Hospital; obras del puerto y fondo de policía. El funcionario, hombre prudente, solicitó el real permiso, el cual obtuvo en 21 de mayo y 10 de junio de 1800 respectivamente, abriendo, para comenzar las obras, una suscripción que produjo en muy poco tiempo 526.357 reales, o sea, casi un tercio del importe total de la obra, comenzándose de inmediato los trabajos.

La reacción de la Junta del Hospital no se hizo esperar y, como manifiesta la propia “Memoria sobre la Plaza de Toros de Valencia”: “ La Junta del Hospital conoció el peligro que corría su derecho si consentía en semejante edificación cuando la plaza estaba comenzada de mampostería, y acudió a S.M. haciendo presente

59

En el Diario Mercantil de Valencia del 24/7/1848, en la sección Toros se lee: “vayan a verlo, que la cuadrilla es nueva, la plaza nueva…” (recuérdese que esta plaza se levantó en 1836). 60 ADPV, Expedientes generales sobre policía urbana. A-7-a C-6, leg. 5.

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los perjuicios que se le requerían de llevarse a efecto el proyecto del Sr. Urdániz. El rei (sic) se penetró de la demanda de la Junta, y en Real Orden de 12 de enero de 1802

cedió la plaza en pleno dominio al Hospital”.61 Son muy distintos los fines del Intendente Palacios de Urdániz y los del Sr. Henrich (también es muy distinta la época), pues el primero procuraba fines de total utilidad pública en la distribución de los beneficios (el propio Hospital, construcción del puerto y mejoras urbanas (fondo de policía)) mientras que el segundo buscaba el lucro personal. Pues, ni siquiera ante los loables fines del Intendente cedió un ápice el Hospital

en lo relativo a su autoridad sobre la tauromaquia y sus productos en nuestra ciudad y alrededores. El desenlace del caso Henrich dice mucho también en pro del consistorio presidido por el entonces novel hombre de negocios y futuro marqués José Campo, a la vez que muestra la percepción por éste de la necesidad de una plaza de toros digna de una capital que aspira a ocupar una importantísima posición en el conjunto de España. Un detalle interesante desde el punto de vista constructivo es la alusión al “buen método de construcción” y que “hace un siglo que se dan funciones y jamás ha ocurrido el más pequeño incidente”. Ya apuntamos en otro lugar el comentario del marqués de Cruilles sobre la presunta autoría de los planos y sistema de unión entre las partes de esos cosos taurinos , la cual atribuía al sacerdote congregante Vicente Tosca, “el capellá de les ratlletes” como se le conocía popularmente en Valencia. Dice el citado autor que en la construcción de estas plazas no se empleaba clavazón, sin embargo, sí se

hace alusión a clavos en la solicitud del Sr. Henrich. Sea como fuere, debió tratarse de un método peculiar, a la vez que seguro, cuando se le pondera tan encarecidamente. Flotaba ya pues en el ambiente el deseo de construir una plaza de toros de obra en la dinámica Valencia de los años cuarenta del siglo XIX. No tardaría mucho en hacerse realidad ese deseo.

La ocasión se presenta en 1850, cuando, renovada la Junta de Gobierno del Hospital y ostentando el cargo de Jefe Político el tecnócrata Melchor Ordóñez y Cristóbal Bordíu (1798-1872), se dieron las circunstancias adecuadas para abordar de una manera seria, coherente y veloz la construcción de la plaza. Era el Sr. Ordóñez buen aficionado a toros, amén de decidido partidario de la modernización material de la sociedad, demostrando ambas características a su paso por la Jefatura Política de Málaga en 1847, donde redactó el que se considera primer proyecto de reglamento taurino, modelo que le sirvió para elaborar el de la plaza de Madrid, aplicado en 1852 cuando Melchor Ordóñez era ministro de la Gobernación en el gabinete del moderado Bravo Murillo. Asistió don Melchor a las corridas de julio de 1850, percatándose del deficiente estado de conservación del coso de la puerta de Quart. Una vez finalizada la última corrida juliana, envía un oficio a la Junta Provincial de Beneficencia advirtiendo

que debido al estado de la plaza iba a prohibir el dar espectáculos de cualquier clase en el local, apuntando la posibilidad de que “el valor de los materiales [la madera] cubriría en gran parte el coste de otra plaza de mampostería que llenara las condiciones de solidez, seguridad y otras indispensables para esta clase de funciones, donde todo es vida, agitación y movimiento”.62

61

Memoria sobre la Plaza de Toros de Valencia, p. 11. 62 Ibídem, p. 14.

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Coincidían pues felizmente las intenciones de la flamante Junta del

Hospital con la del no menos flamante y decidido Jefe Político, pero muchos y graves eran los obstáculos a batir para llevarlas a la práctica. Uno – y no pequeño – de los problemas a resolver era el de su emplazamiento. No hay que olvidar que Valencia seguía asfixiada por la vieja muralla medieval, siendo escasos también, a pesar de los terrenos liberados por la desamortización de los bienes inmuebles del clero regular, los solares disponibles en el

interior de la ciudad que reunieran las condiciones requeridas para la óptima ubicación de una plaza de toros. Se consideraron varios lugares, la mayoría de ellos extramuros, para la construcción del coso. El primero era el Huerto del Real, es decir, parte de los actuales Jardines de los Viveros Municipales; otro lugar, no demasiado distante del primero, era un campo situado entre el Camino del Santísimo y el de carros de la Alameda; una tercera posible ubicación era el huerto del ex convento de San Francisco (aproximadamente donde hoy está el edificio de Telefónica en la Plaza del Ayuntamiento) y, por último, el lugar donde estuvo la primera plaza de obra, a las afueras de la puerta de Ruzafa. Se optó por el último, encargándose a Sebastián Monleón, arquitecto municipal y vocal de la Junta del Hospital, domiciliado en la calle Moro Zeit nº 14, el alzamiento de los planos y la elaboración del presupuesto de la magna obra. Una vez fijados los detalles técnicos y establecido el presupuesto, se

publica en el Boletín Oficial de 18 de agosto de 1850 la convocatoria para subastar la contrata de la obra, especificándose que el constructor quedaría “dueño absoluto de la finca con facultades para esplotarla (sic), dando al Hospital un canon ánuo de 60.000 reales y además 6.000 reales por vía de arriendo de los campos fuera de la puerta de Ruzafa, sobre los cuales se había de levantar el circo, a no ser que el contratista hallase otro local a propósito”, en cuyo caso no tendría efecto este arriendo. La plaza debía quedar construida para el 24 de junio de 1851, y se daba al Hospital el derecho de

hacerla suya si el empresario dejaba de satisfacer tres anualidades consecutivas del canon. Llegado el día señalado para la subasta no se presentó postor alguno. Dos días más tarde (12 de septiembre de 1850), el Jefe Político da una orden a la compañía de carpinteros encargada del desmontaje de la vieja plaza, poniendo un mes como límite improrrogable para finalizar su tarea. Este “quemar las naves” propiciado por el Sr. Ordóñez produjo el efecto deseado, volviendo la Junta del Hospital a modificar el pliego de condiciones para la construcción de la nueva plaza, reduciéndose a 30.000 los reales a pagar anualmente al Hospital y rebajando también mil reales por el arriendo de los terrenos. Se fijó como día de la subasta el 27 de septiembre. Curiosa e inexplicablemente tampoco hubo licitadores. Ante tales contrariedades se recurrió a la Diputación Provincial, a la cual, desde el año anterior le correspondía la competencia en materia benéfico-sanitaria, contestando ésta a la Junta del Hospital que si no quería verse privado del derecho de

explotación de la plaza, propusiera un modo viable de construirla. Se pensó en solicitar un empréstito público de cincuenta mil duros, publicándose tal propuesta el 10 de noviembre. Otra vez vuelve a asomar la mala suerte que desde el verano se cernía sobre el taurinismo local, pues habiéndose promovido casi al mismo tiempo la construcción del puerto así como el tendido de la vía férrea entre el Grao y Játiva, el aporte de capitales por parte de pequeños inversores iría destinado a las mencionadas obras, más rentables que las corridas de toros y novillos.

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Hay preocupación entre los miembros de la Junta del Hospital, pues el tiempo pasa y no hay visos de plaza en la que dar las corridas del verano, con la

consiguiente merma de ingresos. Se decide construir una plaza de madera, iniciándose conversaciones con la compañía de carpinteros que desmontó la plaza vieja. No se llega a ningún acuerdo. Decide el Hospital construirla por su cuenta. No hay dinero, pero algunos miembros notables de la Junta se ofrecen para avalar las deudas que se contraigan por la construcción. Se acuerda construir la plaza de madera sobre una base de mampostería, comisionándose a Sebastián Monleón y a Miguel Benlloch para visitar los depósitos de madera de la ciudad y adquirir el material necesario para la obra. Tal era

la urgencia que incluso se solicita de las autoridades el empleo de penados en las obras de cimentación, lo cual se consigue. Se alzan los cimientos y la barrera, contrabarrera más tres gradas de mampostería a la vez que la tapia, la casa del conserje y un salón de descanso y reuniones. No sería justo silenciar la identidad de aquellos hombres que tanto empeño pusieron en edificar una plaza digna de Valencia a la vez que velaban por la solvencia de una institución tan necesaria entonces como era el Hospital General. Estos señores, citados ya en la “Memoria de la Plaza de Toros de Valencia” de Juan Miguel de San Vicente fueron: José Mª Ferrandis, Roque Paulin, Juan Nepomuceno Torres, Sebastián Monleón, Francisco Arolas, Peregrín Caruana i Martín, Pascual Company, Mariano Gisbert,Joaquín Casañ,Miguel Benlloch, Vicente Ferrer i Vallés, Rafael de Carvajal, el marqués de Cáceres, Juan Bta. Berenguer i Ronda y José Romagosa. No obstante la férrea voluntad y la tremenda generosidad de los citados

individuos, otras dificultades, aparte de las pecuniarias, surgieron de vez en cuando para amargar a unos y a otros. Así, según la citada “Memoria”, a fines de abril se emite una orden de Capitanía General suspendiendo las obras, aduciéndose que, según un informe del Cuerpo de Ingenieros “el circo se levantaba dentro de la zona militar de la plaza”. No olvidemos que el coso estaba situado a unos treinta metros escasos de la muralla (actual calle de Xátiva). Se moviliza el elemento ciudadano más conspicuo y obtiene la palabra del Capitán General de no paralizar las obras, consultando la decisión al Gobierno. Se

obtiene una respuesta favorable de Madrid, hasta el punto de emitirse un Real Decreto el 5 de julio de 1851 por el cual se autoriza la construcción del coso taurino en el lugar que ocupa. No estaba, ni mucho menos, terminada la plaza cuando se verificó la primera corrida de toros los días 3,4 y 5 de agosto de ese mismo año, lidiándose reses del duque de Veragua y de D. Manuel Gaviria y actuando como primer espada José Redondo “el Chiclanero”. Tal y como se había acordado, se construye una plaza mixta, es decir, de obra hasta tres filas de tendido, siendo el resto del inmueble de madera, a la antigua usanza. Por distintas razones se decide, sobre todo a causa de falta de fondos para emprender mas obras y teniendo pagada toda la madera empleada en la plaza, continuar dando funciones en la plaza tal y como estaba, apartando una parte de los

beneficios obtenidos para la adquisición de nuevos materiales de construcción. Así, desde el citado año 1851 hasta fines de 1856 se dieron veintiuna corridas de toros, casi todas ellas con “Cúchares” como primer espada y treinta y una novilladas, despachadas en su mayor parte por los espadas Gregorio Loja “el Moreno” y Gonzalo Mora. Esa fue la plaza que el joven Antonio Sánchez “Tato” conoció cuando debutó como matador de toros en nuestra ciudad el 8 de agosto de 1856.

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Llega 1857 y hay cambios en la Junta administrativa del Hospital, siendo una de las primeras prioridades de la renovada entidad retomar el proyecto de la

conclusión de la plaza de toros. Se inspecciona la estructura de madera, detectándose el profundo deterioro en que se hallaba. Ello sirve de acicate para emprender la tan ansiada continuación de las obras. Así se hace, a pesar de tener que seguir dándose funciones en la plaza, pues no podía prescindir el Hospital de tan valiosa aportación económica. En el verano de 1858 ya había construido medio tendido de fábrica. Se dan las tres corridas de San Jaime en julio, pensando algunos miembros de la Junta no

sería mala idea dar otra corrida de toros (de dos o tres días de duración) durante el verano, tanto para obtener fondos adicionales como para ver “qué pasaba”. Se anuncian pues dos corridas de toros para los días 5 y 6 de septiembre con reses del duque de Veragua y con los matadores Cayetano Sanz y Manuel Domínguez. La iniciativa fue todo un éxito. La construcción de nuestro grandioso coso va consumiendo cuanto dinero se recauda, haciéndose necesario solicitar un nuevo empréstito. Se piden doscientas mil pesetas, suma que facilitará el gobierno, pero, ya se sabe aquello de que las cosas de palacio van despacio, lo cual preocupaba tremendamente a la Junta del Hospital. Buscáronse fórmulas para evitar la paralización de las obras mientras llegaba el dinero de Madrid y, como quedó dicho, algunos próceres valencianos no vacilaron en echar una mano. Así, Juan Bta. Romero, vocal de la Junta adelantó, sin interés alguno, 540.000 reales, ofreciéndose también el acaudalado financiero José Campo, a la sazón residente en la Corte, para aportar lo que hiciera falta, igualmente sin interés.

Llega en febrero de 1859 la primera remesa de la Tesorería, pagándose deudas y acelerándose las obras, concluyendo los últimos detalles de éstas en 1860. A pesar de estar la plaza en plenas obras y con las inevitables molestias que tal cosa suponía para toreros, personal de la plaza y público, aún se dieron en esa arena desde 1857 hasta junio de 1859 diez corridas de toros y catorce funciones

de novillos. La función de inauguración de la plaza fue una corrida de toros celebrada los días 21,21 y 22 del citado junio de 1859. El cartel de dicha corrida estaba compuesto, en lo que respecta a lidiadores, por Francisco Arjona Guillén “Cúchares”, Manuel Arjona y Antonio Luque (sustituyendo éste al matador de novillos asturiano José Antonio Suárez que se hallaba enfermo) como espadas. Francisco Calderón, Manuel Lerma “el Coriano”, Antonio Arce, Francisco Angel y José Marqueti fueron los picadores, siendo los banderilleros Manuel Ortega “Lillo”, Manuel Bustamante, Antonio Belo, Nicolás Baró, Antonio Muñave y Juan Just. Merece la pena, por la excepcionalidad de la ocasión, transcribir esta información impresa en el cartel de estas funciones: “Las obras tocan a su término: y si bien no puede afirmarse que la plaza se halle construida en todos sus detalles, cual requiere la importancia artística de las

construcciones de su clase, es evidente que en la actualidad reúne ya las condiciones necesarias para esplotarse (sic) con ventaja, ofreciendo al público seguridad y conveniencias que le eran desconocidas” y “la circunstancia de no haberse visto muchos años ha en las lidias de esta Capital toros navarros, y por satisfacer los deseos de varios aficionados que aún no conocen la bravura de los de aquella raza, decidieron a la Comisión a tratar con los Sres. Carriquiri y Zalduendo, de Caparroso, que, interesados en mantener el crédito de sus ganaderías respectivas, han aceptado el compromiso de presentar reses que reúnan las condiciones apetecidas”.

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Como dato curioso diremos que el toro que rompió plaza se llamaba

“Cañamón”, pertenecía al hierro de Zalduendo y era “colorao” y bien armado. La plaza de toros de Valencia no es exactamente circular, sino mas bien “un polígono de 48 lados, ensanchándose al paso que va elevándose”, según la ya tantas veces citada “Memoria”. El redondel tenía 52 metros de diámetro, circundado por un callejón de 2,10 metros de anchura.

Hay que mencionar, en pro del arquitecto Sebastián Monleón, que no cobró absolutamente nada por su trabajo. TOREROS VALENCIANOS La afición valenciana conoce a una nueva generación de toreros que, sin contar, por desgracia, con matadores de toros, sí cuenta con algunos hombres que tendrán, andando el tiempo, cierta celebridad entre los profesionales y aficionados. He aquí los nombres de esos esforzados toreros, todos ellos banderilleros en corridas de toros y, algunos de ellos matadores en novilladas con toros de muerte, que, en demasiados casos, tenían que alternar una vocación irresistible con un oficio más o menos grato: Vicente Carbonell “el Santero”; Félix Llaucher Oliva “Ligero”. Carlos Bellver “Lavativa”; Valentín Cabanes “el Ché”; Honorato Martí “Norat”, muerto por cogida en la plaza de Valencia.

Comentario aparte merece Mariano Canet y Lozano “Llúsio”, también banderillero, tristemente famoso por encontrar la muerte en la entonces recién inaugurada plaza madrileña, siendo la suya la primera sangre vertida en ese ruedo. Dice de él Sánchez de Neira: “Era un banderillero de regulares condiciones. Ha sido el primero y único [en 1879] que ha muerto en la nueva plaza de Madrid. Su desgracia tuvo lugar la tarde del 23 de mayo de 1875 al poner banderillas al sexto toro, de la ganadería de don

Antonio Miura, llamado “Chocero”, el cual le volteó al salirse y le arrojó al suelo. Canet intentó levantarse, y, antes de concluir de hacerlo le acometió de nuevo y le infirió una herida de cuatro centímetros de longitud en el lado derecho del cuello, interesando la yugular externa y falleciendo en la enfermería a los diez minutos”. Otro notable torero valenciano de la época, banderillero y matador de novillos ocasional, fue José Solves Vent “Ñespla”, gran conocedor del oficio, descubridor y mentor del famoso matador de toros Julio Aparici “Fabrilo”. UN GANADERO VALENCIANO Don José de la Figuera y de Pedro, marqués de Fuente el Sol, fue uno de aquellos aficionados inteligentes y adinerados que no se conformaban con cultivar la amistad de toreros y ganaderos sino que querían ser parte activa en aquel complicado mundo. Comenzó el marqués a criar una punta de ganado jijón, comprada a Higinio

Flores en 1882, en su finca “La Salvasonia”, en Catí (Castellón), debutando en Valencia con una novillada el 24 de noviembre de 1889, en la que también se lidiaron reses de Saltillo y Juan Mulió. En 1892 cruza sus reses con otras de Victorino Ripamilán, de origen navarro, deshaciéndose de todo lo de Flores y adquiriendo un semental del duque de Tovar y una vaca de Veragua. Para ir probando sus productos sin excesivo riesgo construyó en Morella una plaza de madera a la vez que tomó en arriendo la de Vinaroz en 1890. En 1896 vende la ganadería a Manuel Lozano, el cual la trasladó a Valdeolivas (Teruel).

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Fue el marqués de Fuente el Sol el primer y único ganadero de bravo

valenciano con pretensiones, frustradas por ciertas razones de índole familiar. Vivía don José de la Figuera en el palacio de los condes de Parcent, sito en la actual plaza de don Juan de Villarrasa. El último cuarto del siglo XIX es el mas brillante y rico en cantidad y calidad con respecto a la torería valenciana. En él brillan con luz propia algunos astros, inmersos en una nutrida y densa constelación de toreros de la tierra rebosantes de

afición. La nómina es impresionante. Ciento cuarenta y cinco hombres, de los cuales dos son matadores de toros, treinta y nueve matadores de novillos, nueve picadores y, nada menos que noventa y tres banderilleros. MATADORES DE TOROS VALENCIANOS JOAQUÍN SANZ “PUNTERET” Comenzando por la categoría profesional superior tenemos a Joaquín Sanz Almenar “Punteret”. Nacido en Játiva el 10 de octubre de 1856. Comenzó sus correrías taurinas frecuentando las capeas pueblerinas. Trabajó por primera vez como novillero en Valencia el domingo 27 de noviembre de 1877, en una función sin picadores, toreando con su amigo Luís Jordán “Gallardo”, leyéndose en el cartel: “los espadas realizarán el salto de la garrocha y banderillearán en silla”.

Toma la alternativa en Sevilla, donde era muy apreciado, de manos de Luís Mazzantini, el 3 de enero de 1886. La confirma en Madrid el 10 de octubre de ese mismo año, siendo el padrino “Frascuelo”. Marchó a Uruguay a finales de dicho año, haciéndose muy buen cartel en la plaza de Montevideo. Regresa a España, pero no firma muchos contratos, lo que le impele a marchar de nuevo a América. No sabía Joaquín que ese sería un viaje sin retorno, pues falleció a causa de la cornada que le infirió en la plaza de Montevideo el 26 de febrero de 1888 el toro “Cocinero”,de la ganadería de don Felipe

Victoria, al disponerse a banderillearlo en silla con las piernas cruzadas. Fue “Punteret” un matador de segunda fila, algo natural en la época de “Lagartijo” y “Frascuelo”, pero caía muy bien a los públicos por su valentía, honradez y ganas de agradar. Fue muy popular en Madrid, sentando plaza de hombre alegre y decidor, espejo de elegantes entre la gente del toro. Era de corta estatura, algo común a todos aquellos que solían practicar con éxito el “salto de la garrocha”. También el alias indica su poca alzada, pues todos los terminados en “et”, como muy bien apunta Almela y Vives, se adjudicaban a lidiadores de baja estatura, aportando además este autor un dato poco conocido sobre el torero de Játiva y es que éste fue puntillero en el Matadero Municipal de Valencia, preguntándose si no tendría algo que ver también esa actividad con su peculiar alias taurino. JULIO APARICI PASCUAL “FABRILO”

Valencia, desde hace décadas, desea desesperadamente tener un matador de toros que se codee con las grandes figuras y, ¿por qué no?, ser figura él mismo, si puede ser. La única posibilidad habida en lo que va de siglo ha sido la del tan inefable como enigmático “Parreta”, pero éste, a pesar de su tremenda popularidad local, no pasó de discreta medianía, incluso hay dudas entre los especialistas en lo referente a su alternativa en Madrid.

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La apasionada afición valenciana clama por un rumboso matador de

toros. Es un bello sueño, sueño que un dÍa se hace realidad. Esa realidad tiene nombre y apellidos: Julio Aparici Pascual. Nace nuestro hombre en el entonces municipio independiente de Ruzafa el 1 de noviembre de 1865, recibiendo las aguas bautismales en la castiza parroquia de San Valero ese mismo dÍa. Dedican al chico a distintos trabajos y oficios, siendo el más duradero de

ellos el que desempeña en un taller de serrería mecánica conocido como “La Fabril”, modesto negocio que pasó a la historia del toreo por haber sido el inspirador del alias de Julio. Frecuenta el Matadero Municipal, situado entonces en la calle después llamada Guillem de Castro, jugando allí con las reses destinadas al sacrificio, familiarizándose entonces tanto con ese variopinto ganado como con la torería andante valenciana, que tenía puesta en tal lugar – como en muchas otras ciudades españolas – su cátedra. Gustó el chaval a los viejos toreros que mueven el cotarro taurino local, proporcionándole algunas actuaciones en las muy numerosas capeas pueblerinas. Un veterano banderillero, José Solves “Ñespla”, lo toma como alumno, enseñándole lo que él sabe, que no es poco, y preparándolo para que haga cuanto antes su presentación como banderillero en la entonces aún flamante plaza de Valencia. Tal cosa ocurre el domingo 12 de octubre de 1884, contando Julio dieciocho años. Comienza a actuar en novilladas picadas en 1886. Trabaja algunas veces

como banderillero a las órdenes de “Frascuelo”, llegando incluso a actuar como sobresaliente con él. Animado por amigos y aficionados, se decide a tomar la alternativa. Se organiza la corrida a tal efecto en Madrid para el 23 de septiembre de 1888, siendo su padrino Francisco Arjona Reyes “Currito” y actuando como testigo Juan Ruíz “Lagartija. Esta esperadísima corrida se suspendió por lluvia.

Empeñado en no acabar el año sin la borla de doctor en Tauromaquia, mueve Julio los hilos y se prepara una corrida en Valencia para el 14 de octubre con reses de Nandín y con el reaparecido Antonio Carmona “el Gordito”. Se celebra con toda pompa la corrida, quedando el de Ruzafa estupendamente ante una enardecida afición, sobre todo por la muerte del toro de la alternativa, “Panadero”, castaño claro y bragado, que, aunque le propinó un puntazo, se llevó a cambio una soberbia estocada recibiendo. Fue un torero por el que la afición valenciana tuvo verdadero delirio, convirtiéndose en un auténtico mito cuando cayó mortalmente herido por “Lengüeto” en la plaza de Valencia la tarde del 27 de mayo de 1897. Su entierro fue una de las manifestaciones de duelo más numerosas que se recuerdan en Valencia.

Será ocioso mencionar la nutrida nómina de notables matadores de toros que, ya en el siglo XX, han puesto a Valencia en la cima del toreo, tal es el caso del malogrado Manolo Granero y del maestro contemporáneo Enrique Ponce. LAS CORRIDAS DE SAN JAIME Y LA FERIA DE JULIO La Feria de Julio es una creación de la burguesía valenciana del agitado período isabelino, iniciando su andadura en 1871, cuando, destronada Isabel II, reina un

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italiano: Amadeo de Saboya y gobierna un republicano: Manuel Ruíz Zorrilla. Es el momento adecuado para que la clase dirigente intente acelerar el amodorrado pulso del

país, sustituyendo el paternalista sistema artesanal por el racionalismo industrial y su inevitable corolario publicitario. Así lo entienden la señorial Sociedad Valenciana de Agricultura, la Real Sociedad Económica de Amigos del País y un puñado de concejales, entre ellos los señores Vidal y Aser. Debe ser además la Feria una fiesta laica, sin santo alguno que la tutele. Es difícil partir de cero, por lo que los más avispados, en fecha tan

temprana como 1859 ya le han echado el ojo a un eje inmejorable alrededor del cual articular el evento. Así, se lee en el “Diario Mercantil de Valencia” del 26 de julio del citado año: “Si se acordara la celebración de un concurso (exposición) y este se combina con la época de las corridas de toros que todos los años tienen lugar, ¿cuánto mayor no sería el número de forasteros que por cualquiera de esos motivos o por ambos a la vez vendría a pasar algunos días dentro de nuestra bella población?, ¿cuánto mayor impulso no recibirían en aquellos días la industria y el comercio con las diferentes transacciones que se harían con este motivo? Es significativo el hecho de que esto se publicara justo un día después de la festividad de San Jaime y un mes después (fue el 20 de junio exactamente) de que se inaugurara la plaza de toros de Valencia. La idea no era mala, pues las citadas corridas de toros no se celebrarían como un apéndice de festividad religiosa alguna, sino por ser ese un tiempo muerto entre las principales labores agrícolas de la huerta y el comienzo de la vendimia – la explotación vitivinícola en las tierras del litoral valenciano era muy superior a la actual.

¿Desde cuándo se celebraban corridas de toros en Valencia por San Jaime? Si hacemos abstracción de algún festejo aislado, como la corrida organizada por la ciudad en la Plaza del Mercado para los dias 25 y 26 de julio de 1500 “per donar algun deport e plaer als habitadors de la present ciutat”, no se observa continuidad en la celebración de corridas de toros el dia 25 de julio hasta 1847. Tras consultar la prensa de la época, desde 1801 hasta 1847 no aparece mención alguna de tal hecho, dándose, sin

embargo, corridas en julio – en dias distintos al 25 o 26 – en los años 1804,1816,1822,1828,1831,1833,1840 y 1844. Corrobora tal afirmación Almela y Vives cuando escribe: “En años sucesivos [a partir de 1859], con alguna interrupción por epidemias o acontecimientos políticos, se fueron dando corridas y mas corridas, principalmente las de la feria, por Santiago o Sant Jaume, así como antes solían darse por San Roque [16 de agosto]”.63 Sobre la calidad del espectáculo ferial valenciano dice Félix Bleu, testigo ocular de las primeras corridas julianas: “La corridas de la feria valenciana de San Jaime tenían renombre excepcional y se las consideraba como las mejor organizadas de España… se corrían hermosos toros de las ganaderías que mas habían honrado su divisa en la temporada anterior, y los obligados “Lagartijo” y “Frascuelo” tiraban siempre de repertorio al matar sus correspondientes doce toros, porque es de advertir que las corridas se componían constantemente de ocho toros y dos únicos matadores”.64

La feria de ganado en el semiseco cauce del rio, las exposiciones de maquinaria y productos agrícolas, es decir, la planificación mercantil del evento, no cuajó, pero aquellos perspicaces comerciantes, mucho antes que MacLuhan, descubrieron eso de que “el medio es el mensaje”, centrándose en la comercialización del ocio y sus concomitantes diversiones.

63

F. Almela y Vives La fiesta de toros en Valencia. Valencia 1962, p. 30. 64 F. Bleu ,op. cit., p. 79.

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La corridas de la Feria de Julio, “las mejor organizadas de España”, hicieron honor a esa fama durante muchas décadas, siendo un fiel reflejo de la

mentalidad emprendedora y pionera de sus creadores, aquel puñado de dinámicos hombres de negocios a la par que cabales aficionados a la fiesta brava. LA VALENCIA TAURINA El último cuarto del siglo XIX valenciano – como en el resto del país - vive una auténtica edad de oro taurina. El toreo – toros y toreros – despierta pasiones

solo equiparables a las de tipo político. Se respira torería por doquier. El torero es el modelo a imitar, pues no en vano se decía que el torero lo es “dentro y fuera de la plaza”. La mayoría de hombres y chicos se rigen por un código de honor no escrito pero muy próximo al inspirado en el pundonor o “vergüenza torera”, es decir, aquella que impide volver la cara ante el riesgo y el peligro, por muy desproporcionado que éste sea. El honor presidía la vida española, sin distinción de clases, pues quien no disponía de sable o pistola de duelo, tiraba de navaja albaceteña, que para el caso servía igual. Al torero se le imitaba, y no solo fuera de los ruedos, como se ha podido ver, sino también en los mismos. La buena sociedad constituyendo las llamadas Sociedades Taurómacas y las clases populares participando en capeas pueblerinas, “bous de carrer”, etc. Siguiendo una vez más a Sánchez de Neira, leemos en su “Diccionario”

bajo el epígrafe “Sociedades Taurómacas”: “Son sociedades de aficionados prácticos en las que se organizan becerradas y novilladas (se han llegado a lidiar hasta cuatreños)… Si de Madrid pasamos a las de provincias, ahí está Valencia, donde actualmente [1879] está constituida una sociedad titulada Círculo Taurómaco, que, ni en organización, ni en otros elementos, tiene que envidiar a ninguna otra”. Erró ligeramente el, en general, documentado Sánchez de Neira, pues el nombre exacto de la sociedad valenciana aludida era “Círculo Taurino”.

En 1880 había dos sociedades taurómacas en Valencia, el citado “Círculo Taurino” y “La Romeral”. Estas sociedades celebraban sus festejos generalmente en el coso de Monleón, pero, por cuestiones de programación y también, sin duda, por la cuantía del alquiler de la plaza, se llegó a construir una placita de toros en unos terrenos que un significado político republicano del Grao, Juan Bautista Carles, poseía junto al inicio del Camino del Grao, a la que pusieron el madrileño nombre de “Los Jardines del Buen Retiro”. La plaza, con un aforo de tres mil localidades, se inauguró el 20 de junio de 1880 con una novillada en la que fueron lidiadas y estoqueadas cuatro reses nada menos que por Pablo Herráiz, el carismático banderillero de “Frascuelo”, Manuel Luna, Joaquín Sanz “Punteret” y Gallardo. Esa floración taurófila valenciana no era casual. Había un adecuado caldo de cultivo, sintiéndose el toreo y sus cosas como algo propio. Prueba de ello era la cantidad de artesanos y pequeños industriales dedicados a la manufactura de artículos

relacionados con la tauromaquia. ESPADEROS VALENCIANOS Los espaderos de Valencia gozaron, en la época dorada de las armas blancas, de un gran prestigio, siendo abundantes los testimonios escritos de tal preeminencia. Así, Alonso Fernández de Avellaneda, enigmático seudónimo tras el que se oculta el autor de la “Sexta Parte del Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha”,

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publicado en Tarragona en 1614, pone en boca de Sancho Panza: “un tio mio, hermano de mi padre, es en mi tierra espadero y agora esta en Valencia”.65

Otro testimonio, procedente de alguien especialmente cualificado, es el del capitán de infantería don Hilario González, quien señala que en 1761, cuando ante una preocupante disminución de maestros espaderos (los caballeros ya no ceñían espada, sino espadín, siguiendo la moda francesa) Carlos III decide crear la Real Fábrica de Armas Blancas de Toledo, “para organizar y dirigir la fábrica se llamó y vino de la ciudad de Valencia el célebre forjador de espadas e insigne armero y cuchillero don Luis

Calisto, que ya era septuagenario, dándole facultades para que le acompañaran a trabajar aquí los demás operarios y maestros valencianos que eligiera”.66 Vemos pues la importancia que tenía la escuela valenciana de espaderos, pudiéndose afirmar sin temor a exagerar, que el resurgimiento de Toledo como centro espadero español fue obra de valencianos y que valenciana era la técnica peculiar de los productos salidos de las forjas toledanas. Ello lo confirma Sánchez de Neira cuando, bajo la voz “estoque”, escribe en su “Diccionario”: “Llámase también espada al estoque, y hay otras algo mas delgadas a las que se da el nombre de verduguillos. Los toreros tienen la costumbre, antes de estrenar un estoque, de templarlo en la sangre de un toro recién muerto, y un chulo puede introducirlo en el cuerpo del animal con ese fin. No se crea que el estoque debe ser de acero flexible o templado, sino duro y forjado de manera que más bien se tuerza que se rompa. En Valencia es donde se hacen los mejores estoques y verduguillos”.

José Mª de Cossío corrobora tal afirmación escribiendo: “Durante todo el siglo XIX se construyen [las espadas] en la Fábrica de Toledo, y sobre todo en Valencia, siendo las más afamadas las de la dinastía de espaderos de Alboraya que llevaba el apellido Redó”.67 Los espaderos valencianos no sólo se limitaron – lo que no era poco – a forjar las mejores armas toricidas conocidas, sino que, haciendo alarde de la tópica

inspiración mediterránea, mejoraron el instrumento, haciéndose eco de ello alguien tan poco sospechoso de elogios taurinos como Eugenio Noel, cuando escribe en “Las Capeas” (1913): “El Pelele poseía un peine al que le faltaban muchas púas, y una navaja de afeitar, algo desdentada, regalo quizá de algun barbero, obsequiado con el brindis de un toro. En el estuche de cuero, un estoque de lance, de empuñadura mugrienta por el uso y la sangre de centenares de toros: había pertenecido a un gran torero y era de buena marca, fabricado en Valencia, cerca de las Torres de Cuarte. “El Pelele” probaba la punta, bruñéndola con su saliva, mas por costumbre que por necesidad, observando, como si por primera vez lo viese, aquella desviación de la recta que los fabricantes valencianos dan a los estoques hacia su final para que el toro no escupa la espada o desvíe a mal lado, dentro del cuerpo, la herida fatal”. No podemos afirmarlo, pero sospechamos que el fabricante del literario estoque de “El Pelele” no hubiera sido otro que Vicente Ferrandis Alba, quien tenía el taller en la calle Guillem de Castro nº 48, muy “cerca de las Torres de Cuarte” como Noel

refiere.

65 A. Fernández de Avellaneda Sexta Parte del Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha. Madrid 1972. Clásicos Castellanos t. II, p. 209. 66

H. González La Fábrica de Armas Blancas de Toledo. Toledo 1889, p. 47. 67 J. Mª. de Cossío Los Toros (edición abreviada). Madrid 1997, t. I, p. 772.

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En el último cuarto del siglo XIX, las obras salidas del taller de Ferrandis se cotizaban a alto precio, hasta el punto de entregarse a toreros noveles como premios

de gran valor, como se ve anunciado en el cartel de la novillada del domingo 8 de junio de 1884, donde se lee: “La empresa ha constituido un jurado compuesto por cinco inteligentes aficionados, que adjudicará dos premios: 1ª un precioso estoque fabricado en el acreditado taller de D. Vicente Ferrandis al matador que se distinga en la muerte de su toro”; 2º Una magnífica faja de seda al matador que más se distinga en banderillas”. Una muestra del buen hacer del maestro Ferrandis todavía la podemos

contemplar. Se trata de una panoplia compuesta por dos estoques, dos banderillas, un palo de muleta, dos puntillas, un rejón, dos puyas con encordelado de “limoncillo”, dos sin éste, un rejón de muerte, una cabeza de toro pequeña, una media luna y una moña con las armas de Valencia, en acero, ostentando las cintas de ésta los retratos de Rafael Guerra “Guerrita” y Antonio Bejarano “Pegote” pintados a la aguada. Esta panoplia fue premiada en la Exposición Universal de Barcelona de 1888. Pertenece a la Colección Moróder y se halla en el Museo Taurino de Valencia. Ya finalizando el siglo, se lee este anuncio publicado en la “Revista Taurina” del 16 de mayo de 1898: “A LOS MATADORES DE TOROS: Las primitivas espadas valencianas ni ceden ni se parten y son las que más matan. Esta Casa las garantiza por el tiempo que quieran los matadores. VICENTE FERRANDIS. Taller: Guillén de Castro 48. Despacho: Botellas 2.

Otro gran espadero valenciano contemporáneo de Ferrandis fue Ramón Luna, quien tenía el taller en la calle Borrull 47 (también “cerca de las Torres de Cuarte”). OTROS ARTESANOS

No faltaban artesanos especializados en la fabricación de otros artículos de uso taurino. Así, vemos anunciado en “Las Astas del Toro” del 21 de noviembre de 1881: “Hemos tenido el gusto de visitar el taller de herrería de D. Juan García, situado en la calle de Calabazas nº 43 y hemos visto una completa colección de banderillas, picas, moñas y puntillas, excelentemente fabricadas y en especial las primeras, en sus mejores clases, vestidas de lujo y elegancia”. Hacia finales de siglo se anunciaba en “El Taurino” José Samper como “zapatero de calle y teatro, siendo su especialidad la confección de zapatillas de torero”. Tenía el Sr. Samper su taller en la calle Adresadors 8,2º. En el mismo periódico se anuncia también Luis Benedito, fabricante de moñas y banderillas, con domicilio en Grabador Selma 11,1º así como la empresa Custodio Marco y Cía, sita en la calle Linterna 1 y especializada en taleguillas y medias de torear. PERIODISMO TAURINO VALENCIANO

Como se ha tenido ocasión de ver, de toros se ha escrito desde que éstos se han corrido públicamente, sobre todo, con ocasión de grandes celebraciones. Conócense pues relaciones de fiestas de toros de índole caballeresca; en tiempos más cercanos hemos visto las sabrosas descripciones de nuestro Carlos Ros y otros informadores, pero en lo tocante a relacionar lo acaecido en una corrida de toros, dándole la máxima importancia a la lidia y muerte de las reses, la crónica propiamente dicha comienza con la publicación en el “Diario de Madrid” del 20 de junio de 1793 de las

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incidencias de una corrida de toros celebrada en la plaza de la Corte tres días antes, y en la que tomaron parte como espadas los hermanos Pedro, José y Antonio Romero.

En nuestra ciudad aparece en el “Diario de Valencia” del 22 de agosto de 1802 un artículo de corte taurino, firmado por “El Toro en la Plaza”, que, en puridad, no puede recibir el nombre de revista o crónica de un festejo taurino por no narrar lance de lidia alguno, sino mas bien las reflexiones de carácter anátomo-fisiólogico que provoca el toro “Malastardes”, lidiado en la primitiva plaza de la puerta de Ruzafa el 27 de julio de 1802.

Habrá que esperar hasta el 1 de julio de 1834, fecha en que se promulga el Reglamento de Prensa, el cual permite editar periódicos a aquellos electores (según lo dispuesto en el Estatuto Real, aprobado unos meses antes, sólo podían ser electores aquellos que tuvieran un determinado nivel de renta) que depositen una fianza previa y dispongan del permiso expreso de la Corona. Toda publicación periódica debía igualmente ser sometida a censura previa. Es a partir de la citada fecha cuando realmente comienzan a proliferar las publicaciones periódicas en general y las taurinas en particular. En Valencia vemos hacia los años cuarenta jugosas revistas de dos corridas de toros celebradas en la plaza de la puerta de Quart en 1845 y 1847, aparecidas en “El Fénix”. Firma estas crónicas “El Curioso Observador”, que no es otro que Francisco de Paula Arolas. Son estas reseñas muy detalladas, en las que no faltan

unas gotas de ironía y zumba, recalcando el culto revistero su valencianía al incluir en su primera reseña, aparecida el 10 de agosto de 1845, los siguientes versos en valenciano: “Allá bach, Deu quem achude y la burra de Balám Perque en l‟empeño en quem trobe M‟he de veure ple de fanc”.

También por esas fechas hallamos sabrosas y cabales revistas de corridas de toros en el „Diario Mercantil de Valencia‟, antecesor de “El Mercantil Valenciano”. Como ocurre con las de “El Fénix”, - y con las del resto de la prensa nacional – el revistero se oculta tras un seudónimo, siendo el de “El Chulillo” en este caso. Hay que reconocer el magisterio de “Abenamar” en la estructuración de la revista de toros de la tercera y cuarta décadas del siglo, pues las pullas y satíricas comparaciones entre la política y los toros que él introdujo las seguimos viendo con harta frecuencia en nuestros revisteros. Así, la reseña que hace “Un aficionado” para el “Diario Mercantil de Valencia” de la corrida del 26 de julio de 1848 finaliza con estas palabras: “Concluyeron los tres dias de toros [aludiendo a las corridas de la “Fira de Sant Jaume”], en que se saciaron los aficionados, y lo prueba el flojear la entrada última, que solo se puede graduar de mediana; de todos modos algo habrá quedado para el establecimiento

de piedad, y esto es lo que importa: tengan paciencia los fanáticos y váyanse a Madrid a donde los tienen todos los lunes: la fruta es cara y no se puede comer con tanta frecuencia en esta tierra que no es de araganes (sic), ni de sanguijuelas, que viven de lo que chupan a las pobres provincias”. Mediado ya el siglo, aparece el primer revistero taurino que tiene el suficiente valor como para firmar sus crónicas con su verdadero nombre. Nos referimos a Rafael Mª. Liern y Cerach (Valencia 1833). Si bien hasta entonces los revisteros taurinos

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conocidos eran generalmente hombres cultos, Liern poseía un buen bagaje cultural, pues estudió Derecho y Filosofía y Letras en las universidades de Valencia y Central. Fue uno

de los primeros cultivadores del teatro costumbrista vernáculo, contándose entre los grandes amigos del también autor teatral Eduardo Escalante. Es autor de más de trescientas piezas teatrales, tanto en valenciano como en castellano. Como revistero taurino leemos sus inteligentes crónicas en el “Diario Mercantil de Valencia” en 1860. Su estilo es conciso pero sumamente informativo, haciendo pocas concesiones a expansiones ajenas a lo sucedido en la plaza. Hasta tal punto eran valoradas sus crónicas taurinas que, cuando apareció el diario “Las Provincias” en 1866, vemos estampado su

nombre en la primera revista de toros que publica el periódico. Fundó en 1860 el semanario festivo en valenciano “El Saltamartí”, de gran éxito. Le cabe también el honor de haber usado el valenciano cuando colaboraba en el periódico taurino de Valencia, escrito íntegramente en nuestra lengua, “La Moma”. Marchó a Madrid en 1868, donde llegó a ser director del Teatro de la Zarzuela, Apolo y Novedades. Murió en la capital de España en 1897. Siguiendo con los cronistas taurinos de “Las Provincias”, vemos que, ido a Madrid Liern, firma las crónicas de 1869 “Un fuliculario”; las de 1870 a 1874 “Antón Perulero”; las de 1875 a 1879 aparecen sin firma; la de 1880 las firma “Un torero de estopa”, seudónimo del que trataremos más adelante; desde 1881 a 1894 vuelven las crónicas sin firma; en 1895 las firma “Maholiyo”, seudónimo de Luis Téllez, apareciendo en 1896 la firma de “Latiguillo”, que no es otro que José Épila y Simón, acreditadísimo crítico del que nos ocuparemos más adelante.

Continuando con quienes hicieron crítica taurina en la prensa diaria, hay que mencionar a Salvador Ariño Sagarminaga (1871-1933). Persona conocida y respetada en el ambiente político valenciano. Adscrito al republicanismo de signo blasquista, fue Jefe de Negociado del Archivo-Biblioteca del Ayuntamiento de Valencia. Fue crítico teatral y de arte. Sus revistas taurinas, firmadas con el anagrama “Riaño”, siempre aparecieron en el diario republicano valenciano “El Pueblo”.

En lo relativo a los que escribieron de toros en publicaciones profesionales, comenzaremos con José Mª. Aparici Peña, nacido en Valencia en 1848 y fallecido en la misma ciudad el 7 de febrero de 1918. Conocido en el mundo de los toros como “Teorías”, fue un inteligente crítico taurino, cuyas revistas de las corridas valencianas se leían con gusto – y provecho –, publicadas por varias revistas y periódicos especializados del país, incluida “La Lidia” de Madrid. Fue frascuelista cabal, no obstante lo cual, sus juicios sobre las actuaciones de “Lagartijo” no traslucen la menor animosidad o prejuicio, siéndole siempre reconocida esa honradez intelectual por colegas y taurinos sin excepción. Fundó en 1880 el semanario “El Quiebro” y en 1885 “El Nuevo Quiebro”, pero, la publicación por todos buscada y que más fama le dio fue el semanario (salía los lunes) “El Taurino”, escrito y compuesto – era tipógrafo – casi íntegramente por él mismo. Fue una publicación longeva, cosa rara en este tipo de papeles, pues se publicó desde 1892 a 1903.

Otro nombre digno de ser recordado es el de Emilio Villanueva, fundador, propietario y director de “Las Astas del Toro”, primera publicación periódica valenciana de tema exclusivamente taurino, aparecida en 1879. Andrés Gironés Doménech, alicantino nacido en 1853 pero residente muchos años en Valencia, fue un gran impulsor de la buena crítica taurina. Militar primero y periodista después, comenzó firmando sus colaboraciones taurinas con el seudónimo “Desperdicios”, usando más tarde el de “El Cesante H”, altamente popular en

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su tiempo. Colaboró en muchas publicaciones de toda España, entre las que destacan “El Enano”, “La Divisa”, “El Burladero” y “El Tío Jindama” de Madrid. En nuestra ciudad

escribía en “El Taurino”, siendo él quien le propuso a “Teorías” la colaboración en el periódico de un joven pero cabal e inteligente aficionado que, con el tiempo, sería otra autoridad en materia taurina: Juan Bta. Peris Benlloch. Andrés Gironés se trasladó a Barcelona en las postrimerías del siglo, falleciendo en San Baudilio de Llobregat en 1900. Juan Bautista Peris Benlloch “Chopetí” es uno de los grandes de la crítica taurina valenciana. Nació en el castizo barrio de “El Mercat” en 1872, comenzó a escribir

de toros en 1895, precisamente en “El Taurino”, como ya se ha apuntado. Son los trabajos de “Chopetí” un modelo tanto de conocimientos de la materia como de elegante ponderación en la exposición. Hombre polifacético – era perito mercantil - , llegó a ostentar la categoría de oficial en el Ayuntamiento de Valencia con tan sólo veintisiete años. Le atrajo mucho también el teatro, actividad en la que destacó como actor. Aparte de su colaboración en “El Taurino”, escribía regularmente para muchas publicaciones profesionales, entre las que cabe citar “El Enano”, “El Toreo” y “El Tío Jindama”, todas ellas de Madrid: “El Toreo de Barcelona”, “El Toreo Cordobés”, así como las valencianas “El Burladero” y “¡A los toros!”. Fundó en Valencia las revistas “La Montera” y “El Toreo Valenciano”, siendo en 1913 el cronista taurino del periódico de Valencia “El Eco de Levante”. Al margen de todo esto, que por si mismo ya le coloca entre los primeros del periodismo taurino español, lo que le da una dimensión verdaderamente valenciana a

su obra es la especial preocupación que siempre sintió hacia todo lo que en el toreo oliera a valenciano. Él rastreó la pista de aquel legendario Juan Esteller “El Valenciano”, que inaugurara en 1754 la primera plaza de obra que tuvo Madrid, localizando incluso su partida de bautismo – hecho ya mencionado en otro lugar – en la desaparecida parroquia de la Santa Cruz de la ciudad de Valencia. Publicó en 1908 un curioso librito sobre la saga mas torera que ha tenido Valencia, titulado “Los dos Fabrilo”. Tuvo la paciencia suficiente como para conseguir los máximos datos posibles sobre toreros valencianos de

cualquier época, siendo sus esbozos biográficos de esos toreros, publicados en “El Taurino” una fuente de valor incalculable para conocer la historia de la tauromaquia valenciana. Sus apuntes inéditos son igualmente de obligada consulta para todo aquel que pretenda conocer la entraña del toreo en la Valencia del último cuarto del siglo XIX y el primero del XX. Hombre apasionado por Valencia y sus cosas, legó su biblioteca – muy selecta y nutrida – así como todo su material sobre tauromaquia al Ayuntamiento de Valencia. Carácter valenciano al cien por cien, conjugaba el rigor en la crítica e investigación taurinas con esas expansiones humorísticas tan frecuentes en nuestra tierra, hecho acreditado por su calidad de socio de aquella sociedad cultural y festera tan distinguida que fue “L’Antigor”. Murió el bueno de “Chopetí”, sin duda desolado, en medio de una

Valencia herida y rota el 2 de marzo de 1939. Si “Chopetí” era respetado en los círculos taurinos de toda España, José Épila y Simón, “Latiguillo” para los taurófilos, no le iba a la zaga, teniendo ambos hombres muchas cosas en común. Nacido en Valencia el 24 de febrero de 1868, años éste y el siguiente de grandes convulsiones políticas en Valencia. Espíritu tremendamente festivo el suyo,

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dotado también de la clásica socarronería valenciana, hace a sus cuarenta y cinco años cumplidos una brevísima semblanza autobiográfica en una revista teatral de ámbito

valenciano que no nos resistimos a reproducir: “Yo no sé si podré dirlos en póques paraules qui soc, perque si tinguera que contarlos els episodis de la meua vida necesitaba les fulles que té un misal. El meu lema, desde els quinse añs (ara ralle els 46), fon el del donsainer: anar de festa en festa. He segut fallero; m‟he disfrasat molts añs de llauraor; he chuat al gat y la rata, en lo molí de Nou Móles, en lo riu y en la placha els dies de Pascua; no he deixat ningún porrat; el dia del Corpus he lluit el meu bras desde les roques, ets. ets. Cósa de profit non fiu may cap, perque escomensí pa ser

aprenent de capellá, después de abogat, luego de veterinari, de cómic, de autor y ho soc fa añs de periodiste. Les dos afisions que me dominen son la casera y els bous; ésta sobre tot y entre torechar y vore els bous desde la barrera, la elecsió no era ductosa. Per aixó me fiu revistero. Hui estic arrepentit perque no vullguera tindre enemics y ho son tots els que no están conformes en la meua opinió y la meua opinió es sempre alabar al que me pareix que es el millor y huí per huí el millor no es Donderis presisament”.68 Pocas veces se ha dicho tanto y tan castizamente con tan pocas palabras. Sin embargo se pueden decir bastantes más cosas sobre Pepe Épila, como a él le gustaba que le llamaran. Fue todo lo que él mismo cuenta y algo más. Por ejemplo, como escritor figuró en el círculo de Teodoro Llorente y Constantí Llombart. Fue

también funcionario de la Diputación Provincial, concretamente de la Casa de Misericordia. Durante el último año de su vida ostentó el cargo de presidente de la Asociación de la Prensa Valenciana. Como autor teatral cuenta con obras en valenciano y castellano, entre las que figuran “Ojo por ojo”, “El buque nacional”, “Temple aragonés”, “Juego de cartas”, “Huelga de cocheros”, “Rojo y Verde” y “¿Quién es el muerto?”. Tradujo del catalán “L‟acaparador” de Rusiñol. Escribió el libreto de dos zarzuelas: “La Traca” y “La maja de Goya” (ésta en colaboración con Ventura Vidal), musicadas por los

maestros Miquel Asensi y Nicolás García respectivamente, obras ambas que nunca llegaron a estrenarse. Es entre todo ello, la faceta de cronista o revistero taurino, como él mismo se define, la que nos interesa. Comenzó a escribir de toros en 1896, en “Las Provincias” como ya se ha dicho. Alguien con autoridad para enjuiciar a los cronistas taurinos que le precedieron, Ventura Bagüés “Don Ventura”, dice de Épila: “Fuimos admiradores de “Latiguillo”. En nuestro rodar por las redacciones buscábamos “Las Provincias”para leerlas; sus escritos llevaron el sello de un periodista de cuerpo entero, el encanto sugestivo que ofrecen aquellos trabajos en los que se juntan y amalgaman la construcción correcta, la extrema amenidad y la clarividencia de criterio”.69 PUBLICACIONES PERIODICAS TAURINAS VALENCIANAS

Dejando a un lado la crónica taurina aparecida en los diarios generalistas y políticos, Valencia contó con un buen número de semanarios dedicados total o parcialmente a dar cuenta de lo que sucedía en los ruedos españoles.

68

El cuento del Dumenche. Valencia, 22/02/1914, p. 143. 69 “Don Ventura”, op. cit, p. 40.

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Comenzando por la pionera “Las astas del toro”, fundada en 1879 y dedicada a loterías, toros, literatura y teatro y acabando por “La Semana Taurina”, salida

de los talleres de “El Pueblo” en 1900, hallamos veintiuna publicaciones, siendo las más importantes “Revista de toros” de 1880; “El Quiebro”, fundada en 1881 por José Mª Aparici “Teorías”, “El Nuevo Quiebro”, fundada en 1885, del mismo propietario y director; “El Toreo de Valencia”, fundado por Rafael Azopardo ese mismo año; “La Lidia de Valencia” , aparecida en 1886; “El Parranda”, de 1888; “El Toreo Valenciano” de 1889; “La Muleta” y “El Burladero”, ambas de 1897 y “La Revista Taurina” de 1898.

Mención especial merece “La Moma. (Periódic ballador y batallador)”, fundado en 1885 y redactado íntegramente en valenciano. EDUARDO ESCALANTE ¿REVISTERO TAURINO? Aunque pueda resultarle extraño a más de uno, ese insigne autor teatral valenciano fue algo más que eso, pues el arte, ayer como hoy, es un mal repartidor de riqueza, debiendo muchos de sus mejores ministros recurrir a las más pintorescas actividades para vivir con cierto decoro. Eso y no otra cosa le ocurrió durante toda su vida al auténtico creador del teatro valenciano. Eduardo Escalante Mateu, nacido en el Cabañal en 1834, era hijo de Juan Antonio Escalante Casamayor, natural de Villena y de Mónica Mateu Carvajales, oriunda de Valladolid.

Escalante fue toda su vida un buen dibujante, dedicándose desde su juventud a la decoración de abanicos. Esta fue la auténtica profesión del genial sainetero, pues se dedicó íntegramente a ella durante treinta años. Valencia tuvo una próspera industria abaniquera durante la primera mitad del siglo XIX, llegando a trabajar en ella hasta veinte mil personas sólo en la ciudad, sin mencionar localidades verdaderamente especializadas en ella, como Alaquás,

Aldaia y otras. Uno de los impulsores de esta actividad industrial fue José Colomina, llegando a ser, por eso mismo, ennoblecido por Amadeo I con el título de marqués. Todo fue bien hasta 1869, año en que se abrió el Canal de Suez, facilitándose de tal manera el tráfico con el Lejano Oriente que, al cabo de pocos años, Europa sufrió la terrible competencia que, en ciertos sectores, representaban las materias primas y productos manufacturados de aquellos países. Terribles vientos, propiciados por los abanicos de China y Japón, verdaderas potencias del ramo, crearon tal crisis en la industria valenciana que, en 1880 se vieron obligados a cerrar cientos de talleres, dejando a otras tantas familias – todos los miembros de la familia solían participar en el proceso de fabricación – en una desesperada situación. Eso mismo le sucedió a Escalante, viéndoselas moradas para llevar a buen puerto a su numerosa prole, esposa y suegros. Ante tal situación, sus amigos, algunos de ellos muy influyentes, se aprestaron a ayudarle, consiguiéndole el

empleo de Secretario de la Junta Provincial de Beneficencia, puesto que debía ocupar en 1881, dándose un peligroso vacío en 1880. No está documentado, pero no es descabellado pensar que dos de sus más leales amigos, los citados Doménech y Llorente le echaran un capote, proponiéndole hacer ese año las crónicas de las tres corridas de la Feria de Julio para su diario “Las Provincias”.

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¿Estaba cualificado el famoso autor teatral para hablar de toros con conocimiento de causa? Creemos que sí. Eduardo Escalante era un hombre curioso,

perfecto conocedor de la vida social, y por tanto, de las corridas de toros, el espectáculo rey de la época. El joven Escalante había pasado una breve temporada en el Madrid isabelino, frecuentando esas tertulias donde se hablaba de lo divino y de lo humano, pero en las que, sobre todo, se hablaba de teatro y toros. Allí conoció a grandes e inteligentes aficionados, percibiéndose tal cosa cuando se lee su deliciosa obra “Un torero de estopa”, estrenada en 1872 y, en la que, por boca de “Diego” habla alguien que sabe lo que es el toreo bueno. En ella aparecen los ases del momento “Lagartijo” y “Frascuelo”, así como

los maestros Cayetano Sanz, Antonio Carmona “El Gordo”, Francisco Arjona Herrera “Cuchares”, Francisco Arjona Reyes “El Curro” y el infortunado Antonio Sánchez “Tato”, también salen la ganadería de Veragua y los toros de Colmenar. Hay alusiones al buen toreo en los diálogos. Así, leemos “en pararlo está la grasia”, es decir, toreo quieto, de brazos, propio de la primitiva escuela rondeña; “el sití curt”, el citar sobre corto es signo de valor; “el sití casi encunat”, cite efectuado con toda su pureza, o sea, en rectitud, por hallarse el diestro frente a la “cuna” de la res; “lo maté resibiendo”, la suerte de recibir, como se ha visto en otro lugar, era la suprema, poco prodigada ya cuando se escribió esta obra, de ahí su ponderación. Las crónicas de las tres corridas feriales de 1880 están firmadas precisamente por “Un torero de estopa”, conteniendo todas ellas elementos excesivamente literarios, hallándose frases como “[el público] en el teatro, como en la plaza, no suele soportar muy largas escenas”. Hay alusiones a Rabelais, se menciona explícitamente “El médico a palos” de Molière (Eduardo conocía bastante bien la lengua

francesa), así como una frase de “La fiesta de Venus” del valenciano Querol. Las tres crónicas finalizan con un cuentecillo. En el Madrid de la Restauración el teatro y los toros son como vasos comunicantes. No es extraño ver cómo famosos hombres de letras y críticos musicales o teatrales son también brillantes cronistas taurinos, sobre todo a partir de la aparición de “Lagartijo” – ahí tenemos los casos de Manuel Fernández y González, Mariano Pardo de

Figueroa “Dr. Thebussem”, Antonio Peña y Goñi “Don Jerónimo” y Luis Carmena y Millán - , pues el maestro cordobés fue el primero que proporcionó visos artísticos a la ruda carnicería taurina. Valencia no iba a ser menos, habiendo sido precisamente un conocido autor teatral el primero que firmó las revistas de toros con su nombre y apellido: Rafael María Liern. No constituía pues ninguna novedad en Valencia el que un celebrado hombre de teatro hiciera crónicas taurinas, aunque en el caso que nos ocupa, se oculte bajo un delator seudónimo. Nadie, por otra parte, con más derecho a usarlo que Eduardo Escalante. Abona también la hipótesis escalantina el hecho de que “Un torero de estopa” no vuelva a hacer crítica taurina después de 1880, casualmente (?) cuando don Eduardo goza ya de una mejor y totalmente estable situación económica. TOROS y MUSICA Toros y música van indisolublemente unidos desde los primeros

balbuceos del toreo a pie, siempre y cuando se entienda por música el resultado del uso de instrumentos sonoros. Tales instrumentos solían ser en un principio clarines y timbales, recurriéndose, en el caso de Valencia a los propios de la Casa de la Ciudad o Ayuntamiento. Por medio del toque de estos instrumentos se transmitían las órdenes de la autoridad que preside el festejo, limitándose pues la música a unos pocos y austeros avisos. Sin embargo, en adelante, cuando hablemos de música no nos estaremos

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refiriendo a esos mensajes sonoros, sino a la ejecución de ciertas piezas de mayor o menor extensión y calidad artística, tocadas con la sola intención de divertir al público.

A partir de la segunda mitad del siglo XVIII se introdujo en Valencia una costumbre que duraría hasta bien entrado el siglo siguiente, y era la de llevar una orquesta a la plaza durante las noches previas a la celebración de las funciones taurinas (recordemos que, por esas fechas, se solían hacer dos funciones de toros al día, una matinal y otra vespertina). La plaza se iluminaba con hachones de viento y otros artilugios lumínicos, pues la gente solía ir a la plaza a cenar y a divertirse hasta la hora

del encierro de los toros al romper el alba. Hasta la introducción de la orquesta, el personal recibía a la torada a cohetazo limpio, golpeando a la vez los tablones y vigas de los tendidos con gruesos garrotes. La cosa gustó y, no sólo había música las noches anteriores a las funciones matinales, sino que en las vespertinas, la orquesta, instalada en el palco municipal, tocaba durante el arrastre de toros y caballos. Así, como vimos anteriormente, en la citada relación de ingresos y gastos de la corrida celebrada los días 19,20 y 26 de agosto de 1776 en la plaza de Santo Domingo, se le abona al músico Pascual Asensi “Veintisiete libras por la música de Orquesta del Domingo y lunes por la noche en el Tablado de la Ciudad, y la asistencia de las tardes a la corrida en el mismo palco”. Tal música siempre era, con contadas excepciones, adicional a la de clarines y timbales. ¿Cómo era esa “Orquesta”? En los documentos consultados no se menciona su composición, pero, por analogía, podemos suponer que sería muy similar a

la contratada por la Casa de Comedias de Valencia en 1792, situada entonces en la popular Botiga de la Balda. Tal orquesta debía disponer, según las estipulaciones del contrato de “quatro Violines, dos Obuesos, dos Trompas, Violonchelo y Contrabaxo”70, es decir, de diez instrumentos. Como se ha apuntado ya en varias ocasiones, las antiguas novilladas estaban muy alejadas del formalismo y rigidez de la corrida de toros, permitiéndose en

aquellas licencias impensables en éstas. Así, la primera vez que una formación musical actúa durante el transcurso de la lidia y no sólo en los tiempos muertos, la hemos visto anunciada en el “Diario de Valencia” del 21 de octubre de 1790, donde leemos: “NOVILLOS. Habrá diversión fuera de la puerta de Ruzafa, los Novillos son de la Bacada (sic) de Don Vicente Zaragoza, de Torreblanca, los Toreros vanderillearán (sic) sobre una mesa; habrá una Orquesta en lugar de los Clarines. A las quatro de la tarde.” Nos permitimos pues aventurar que la muy posterior costumbre de tocar música durante el transcurso de la lidia fue un préstamo de ese toreo de “género chico” que era la novillada. LAS BANDAS DE MÚSICA La Guerra de la Independencia supone un gran revulsivo en todos los órdenes de la vida española, repercutiendo muy especialmente en la naturaleza y estructura del ejército español, afectando, consecuentemente, a la música militar. La

música militar española es, desde entonces, sustancialmente influida por las nuevas corrientes aportadas por los ejércitos extranjeros – francés y británico, principalmente – que, durante seis largos años combatieron en nuestro suelo. Surgen pues unas músicas militares que poco tienen ya con los pífanos y cajas. Sus componentes oscilan entre veinte y treinta, siendo los instrumentos el píccolo, flauta, corno, serpentón, clarinete, figle, trompa, chinescos, caja, bombo y platillos.

70 A. Zabala El teatro en la Valencia de fines del siglo XVIII. Valencia 1982, p. 166.

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Una vez acabada la contienda, muchos de aquellos músicos, una vez

licenciados, siguen ejerciendo la profesión, acudiendo a cuantas celebraciones pueden para ganarse la vida amenizando las fiestas con las tocatas de moda. Queda así definitivamente desterrada de los toros la dieciochesca orquesta. Eso es lo que vemos en las relaciones de ingresos y gastos de las corridas de toros del año 1815 y siguientes, siendo interesante reproducir la petición que José Catalá, Músico Mayor del Regimiento Guadalajara, con sede en Valencia, hace ante la autoridad competente para poder tocar su banda en una corrida de toros que iba a darse en octubre: “Jose Catala natural y

vecino de esta Ciudad, de exercicio Musico y en la actualidad de la misma a VS con el debido respeto hace presente: Que muchos años tiene reunido un cuerpo de Musica Militar en la que ha acudido a quantas fiestas de Solemnidad se han celebrado en esta dicha Ciudad, y particularmente a las de las corridas de Toros que se han verificado, y estando para practicarse otra corrida en virtud de Real Orden la que corre por cuenta de VS. Suplica rendidamente que atendiendo a quanto lleva expuesto, y teniendo en consideración el ser una Musica de muchos individuos, y todos de ías o n, tenga VS a bien emplearle para la ías o corrida, prometiendo desempeñar la función a satisfacción de VS y del respetable publico. Cuya gracia no duda merecer de la bondad de VS. Valencia a 22 de Agosto de 1815”.71 Viéndose en la documentación consultada que se le paga “Al Musico Mayor de Guadalaxara por tocar su banda en las dos noches de iluminación.- Al respecto

cada ías o de 15 reales vellón: 810 r.v.”72 En 1816 volvemos a ver a Catalá y sus músicos reflejados en el estado de cuentas de una corrida de toros, aunque esta vez la suma a repartir fue tan sólo de 528 reales vellón73, lo cual indica que, o fue menor el número de músicos contratados o, por alguna razón desconocida, redujeron la tarifa. MUSICA DEL PAIS

Algo habitual, sobre todo en las novilladas era la “música del país”, es decir, la hecha con el “tabal” y la “donçaina”. Así, vemos que en la relación de ingresos y gastos de la novillada celebrada el 10 de julio de 1836, hay una partida de 20 reales vellón destinada al dulzainero. No debe extrañarnos la presencia de elemento tan popular como la dulzaina en un festejo tan popular como la función de novillos, pues la música popular y sus instrumentos coexistían sin complejos en situaciones que, años después, serían mas difíciles de ver. Así, cuando el pianista mas célebre de aquel tiempo, Franz Liszt, visita Valencia los ías 28,29 y 31 de marzo de 1845, dando tres conciertos en el Teatro Principal, en uno de ellos asombró al público improvisando magistralmente sobre “la tocata usual del tabalet y la donçaina “, pieza que, con toda probabilidad, sería la de la “dansa dels nanos” de la procesión del Corpus. La “donçaina” pues ocupó su lugar en la tauromaquia local ochocentista, aportando esa nota tan genuinamente valenciana en aquella fiesta tan democrática y

nacional. LA BANDA DE LA PLAZA DE VALENCIA

71 ADPV, Expedientes generales sobre la Plaza de Toros de Valencia, IX-1/C-6. 72

“Relación de producto, gastos y líquido beneficio de las corridas de Toros ejecutadas en los dias 24, 25 y 26 de Octubre de 1815”. ADPV, IX-1/C-6. 73 ADPV, Expedientes generales sobre la Plaza de Toros de Valencia, IX-1/C-7.

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Como se ha podido comprobar, la banda y su música eran ya una parte indispensable de la corrida de toros o novillos, pero, ¿qué banda amenizaba los festejos

en la plaza de toros de Valencia? No hemos encontrado datos que permitan determinar al detalle la composición del conjunto musical, pero sí disponemos de la suficiente información como para asegurar que, desde principios del siglo XIX (como hemos visto en el caso de los músicos de José Catalá), las bandas actuantes eran de tipo militar. Así, en la novillada del 15 de noviembre de 1835 “la música militar tocará en los intermedios”.

En los carteles de las novilladas celebradas cada domingo de octubre y noviembre de 1845 se lee: “Para mayor lucimiento de la función, en los intermedios una banda de música tocará varias piezas escogidas”. En la corrida de toros del 28 de julio de 1862 “Una música militar amenizará los claros de la función” y en la novillada del 25 de noviembre de 1877 “Como preámbulo habrá sinfonía de la banda de música”. A partir de 1880 se menciona en algunos carteles la identidad de la banda que actúa en la plaza, que no es otra que la del “Batallón de Veteranos”. Esta formación musical, también conocida como “la banda de la tos”74 , estaba compuesta por antiguos miembros de la Milicia Nacional. Durante la década de los ochenta siempre aparece esta agrupación. Ya en los noventa (03/8/1890) se la menciona como “banda de música del Regimiento de Veteranos”, siendo ésta la última vez que vemos anunciada a esta agrupación, pues la siguiente ocasión en que hemos visto en los carteles algo sobre la música de la función (16/5/1897) se lee: “Una brillante banda de música amenizará el espectáculo”. Unos meses antes, “El Taurino” (29/01/1897) anunciaba una novillada sin picadores, benéfica, dirigida por Julio Aparici, para el domingo 31 de enero, leyéndose: “La función será

amenizada por la laureada banda de música de Pueblo Nuevo del Mar [se refiere al Patronato Musical] que tan acertadamente dirige D. José Borrero”75 . TOREO CÓMICO VALENCIANO Dentro de la variedad existente en el hecho taurino valenciano hay que destacar un tipo de festejo de carácter jocoso, dedicado a todos los públicos, en el que

un inofensivo becerro es cómplice de las travesuras de diversos personajes que imitan a estrellas de cine y otros tipos famosos. A ese juego se la ha llegado a llamar “toreo cómico”, aunque, a decir verdad no hay toreo que sea cómico si es verdadero toreo, sino toreo “no dramático” dada la edad y condiciones del protagonista animal. Tal género fue creado por un valenciano, Rafael Dutrús Zamora “Llapisera”, nacido en Cheste el 6 de abril de 1892 y fallecido en Valencia el 15 de febrero de 1960. Novillero con aspiraciones en un principio, en 1916 se presenta en Barcelona junto a otros personajes como “El Botones” y “Charlot”, contándose sus éxitos por actuaciones. Unió su nombre al de esa otra gloriosa institución taurino-musical que era la Banda “El Empastre” de Catarrotja, fundada en 1915, así como a otras agrupaciones de similares características, como los también valencianos “Los Calderones”.

De su calenturiento magín surgieron “suertes” incorporadas con el tiempo al toreo serio, como la chicuelina y la manoletina, impropiamente atribuidas a Manuel Jiménez Chicuelo y a Manuel Rodríguez Manolete.

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Las astas del toro, 17/02/1880. 75

Por aquellos años no disponía Valencia de banda oficial alguna, pues la Banda Municipal fue creada, por iniciativa del concejal D. Vicente Avalos, en 1903.

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BLASCO IBÁÑEZ Y LOS TOROS

Más de uno ha manifestado que Blasco abominaba de la fiesta de los toros, hasta que era decididamente antitaurino. Nadie mejor que él mismo para dejar bien clara su opinión. La expresa a través de un artículo publicado en “El Pueblo”, fechado el 6 de junio de 1900 y titulado “Brutalidad universal”: “No me entusiasman las corridas de

toros. Sólo de tarde en tarde, acompañando a algún extranjero como forzado cicerone suelo ir a la plaza. Y no me gusta esta fiesta por lo aburrida y monótona que resulta…Pero si para mí resulta aburrido el espectáculo, no por esto dejo de reírme de todos los que lo anatemizan en nombre de la civilización, diciendo que es escuela de brutalidad y causa principal de la decadencia de nuestro pueblo. ¿Y las carreras de caballos de los franceses? ¿Y los boxeadores de Inglaterra y Estados Unidos? ¿Y las riñas de gallos de Bélgica? ¿Y la borrachera monstruosa y horrible convertida en institución en todos los países del Norte?... El país que esté libre de diversiones brutales, vergüenza de la especie humana, que avance y diga cuanto quiera contra las corridas de toros, que aunque para mí y para muchos son monótonas, siempre resultan más entretenidas y mas artísticas que ver correr jamelgos, deshacerse la cara a puñetazos dos gordos imbéciles o rasgarse a espolonazos unos gallos asquerosos de trasero pelado…Si alguna distinción debe hacerse dentro de la universal brutalidad que ésta sea a favor de las corridas de toros,

por ser el espectáculo menos peligroso para el público, ya que nadie se arruina con ellas, ni hay suicidios como en las carreras de caballos, donde los jacos se llevan entre las patas las fortunas de las familias y tal vez el honor”. Aunque sus contundentes palabras no necesitan aclaración, no estará de más recordar que: 1) va a la plaza de tarde en tarde y en calidad de cicerone, o sea que algo conocerá del espectáculo cuando se siente capacitado para informar a otros sobre

sus particularidades. 2) Las corridas de toros no le entusiasman, es decir, no se considera un aficionado, pero tampoco las condena, calificándolas más bien de artísticas. 3) Le resultan aburridas y monótonas. Nada más. 4) No cree, como algunos intelectuales del momento – la debacle del 98 está aún muy próxima – que los toros sean la causa o una de las causas de la decadencia de España y 5) No ignora los derechos de los animales, como se puede comprobar si se lee el artículo en su totalidad. Blasco trató, como era de esperar de un literato y político famoso, a ciertos toreros a lo largo de su vida. Así, durante su destierro en Madrid en 1897, y hablando de las tertulias mantenidas en el estudio de su gran amigo y paisano Mariano Benlliure dice: “¡Qué deliciosas sobremesas! Aquí, Arimón, el ingenioso crítico, nos ha entretenido horas enteras con su gracia fina y cortés, relatándonos anécdotas de su larga vida periodística; otras veces ha sido Mazzantini, contándonos las negras y azarosas aventuras de sus primeros tiempos de torero…”76 . Buen amigo suyo fue Antonio Fuentes, el elegante espada sevillano. Fuentes compartió cartel, junto con Eduardo Borrego

“Zocato”, con Manuel García “Espartero” la infausta tarde de su mortal cogida en el ruedo de Madrid. No es de extrañar que congeniaran Blasco Ibáñez y Antonio Fuentes, pues el sevillano se hizo un lugar en la historia de la Tauromaquia por su elegancia en el ruedo y por el arte con que ejecutaba las suertes, particularmente las del segundo tercio, siendo el valenciano un ferviente adorador del arte, allá dónde éste se hallara.

76 J.L. León Roca, op. cit., p. 182.

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Creo sinceramente que fue precisamente Fuentes quien más instruyó a Blasco en todo lo relativo al mundo de los toros cuando éste estaba preparando su

novela “Sangre y arena”. El escritor, como hombre ilustrado y progresista, está por la erradicación de todo espectáculo violento, pero de todas las sociedades, y más si se trata de las llamadas cultas y civilizadas; aunque, profundo conocedor de la naturaleza humana, dirá por boca del doctor Ruíz, republicano hasta las cachas: “Por eso yo, que soy revolucionario en todo, no me avergüenzo de decir que me gustan los toros… El hombre

necesita del picante de la maldad para alegrar la monotonía de su existencia. También es malo el alcohol y sabemos que nos hace daño, pero casi todos bebemos. Un poco de salvajismo de vez en cuando da nuevas energías para continuar la existencia. Todos gustamos de volver la vista atrás, de tarde en tarde y vivir un poco la vida de nuestros remotos abuelos. La brutalidad hace renacer en nuestro interior fuerzas misteriosas que no es conveniente dejar morir. ¿Qué las corridas de toros son bárbaras? Conforme; pero no son la única fiesta bárbara del mundo, la vuelta a los placeres violentos y salvajes es una enfermedad humana que todos los pueblos sufren por igual”.77 Este es el Blasco Ibáñez que, años más tarde, aceptará de buena gana, como parte del homenaje que le tributaron los valencianos a su vuelta de los Estados Unidos, honrar con su presencia la corrida de toros celebrada en su honor en la plaza de Valencia el 19 de mayo de 1921. ARTISTAS VALENCIANOS Y LOS TOROS

Entre el último cuarto del siglo XIX y el segundo del XX, hubo una pléyade de artistas valencianos que honraron con su obra la tauromaquia. Ahí está la obra pictórica de Bernardo Ferrandis (1835-1885); Joaquín Agrasot (1836-1919); José Brel (1841-1894); Ignacio Pinazo (1849-1916); Joaquín Sorolla (1863-1923); Roberto Domingo (1883-1956) y José Benlliure (1855-1937).

En lo relativo a la escultura, el gran Mariano Benlliure (1862-1947). La Litografía Ortega, fundada en 1871, es sinónimo de artes gráficas aplicadas a la tauromaquia, llenando el mundo con el mejor cartelismo taurino, reproduciendo originales de maestros como Carlos Ruano Llopis (1878-1950);el citado Roberto Domingo; Juan Reus (1912-2003) y José Cros Estrems (1919-2007). En el terreno poético destaca la obra de Rafael Duyos (1906-1983). La música taurina está representada por autores de la talla de Santiago Lope (1871-1906), riojano afincado en Valencia; José Serrano (1873-1941); Manuel Penella (1880-1939); Pascual Pérez Choví (1889-1953); Jaime Teixidor (1884-1957), catalán afincado en Carlet; Joaquín Rodrigo (1901-1999) y Rafael Talens (1933).

FOTOGRAFOS TAURINOS VALENCIANOS También hay nombres señeros en la fotografía taurina valenciana, como Luis Vidal Corella, Manuel Sanchís “Finezas” y el joven y admirado nonagenario Francisco Cano “Canito”.

77 V. Blasco Ibáñez Sangre y arena. Col. Varia. Plaza & Janés. 1977, p. 204.

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Como colofón hay que decir que el hecho taurino y tauromáquico valenciano nunca ha sido una actividad secundaria o marginal, más bien todo lo

contrario, estando, como se ha podido ver, inextricablemente unido a la sociedad valenciana, siendo además solidario con cuantas causas han requerido su colaboración. Creemos pues que es, con todo derecho, merecedor de la consideración y protección de esa sociedad de la que nació, de la que forma parte y a la que sirvió y sirve sin reservas.

© José Aledón

ABREVIATURAS ADPV: Archivo de la Diputación Provincial de Valencia.