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LA FLOR DEL DESIERTO LA FLOR DEL DESIERTO Editorial: Manos Unidas Rosabel F. Robles

La flor del desierto

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LA FLOR DEL DESIERTOLA FLOR DEL DESIERTO

Editorial: Manos Unidas

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F. R

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Una hermosa flor fue plantada en medio del desierto. Pequeña y frágil parecía tener todo en contra suya.

El viento del desierto amenazaba con arrancar uno a uno sus delicados pétalos, mientras que el sol de cada mañana arremetía con sus potentes rayos, tratando de secar su frágil raíz.

El frío por la noche pretendía también, carcomer la delicadez de sus formas.

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Una y otra vez la pequeña flor se aferraba a la tierra que la vio nacer, resistiéndose a dejar de vivir en donde había sido destinada.

Sin embargo, habían momentos en que pensaba: ¿Por qué tengo que estar aquí?, ¿por qué no fui plantada en otro sitio más cómodo que este?

Miraba a su alrededor, y sólo veía montanas de arena de nunca acabar, arbolillos secos y quebrados por el sol y animales huyendo del hambre y de la sed.

Los días pasaron y también los meses, y el panorama no cambiaba, aún se sentía sola y sedienta, aún se imaginaba junto a otras flores bordeando algún arroyuelo, bajo la sombra de algún frondoso árbol.

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Las fuerzas se le iban poco a poco, y su apariencia ya no era la de antes, ahora parecía cansada, algo marchita, y sabía que por dentro se secaban sus raíces y sus sueños.

“¿De qué valió haber sido tan hermosa?

¿De qué sirvió haber llegado a este lugar, dónde mi belleza no sirve de nada?

¿De qué valió haber soportado tanto tiempo?, debí haberme dejado morir sin haber malgastado mis fuerzas en vano”, se repetía una y otra vez…

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Pero un día, cuando pensó que era el último de sus días, el día en que su fe moriría irremediablemente, el día en que dejaría ya de luchar para dejarse llevar por la desolación, alcanzó a levantar su mirada al cielo, como despidiéndose de él, y vio cómo una pequeña nubecilla, tan pequeñita como ella, se estampaba en el cielo muy cerca del sol.

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Al poco tiempo vio que aquella nubecilla tomaba una mayor forma e iba creciendo amenazante contra el ardiente sol, cuyo reinado parecía invulnerable. 

Poco a poco aquella nube fue creciendo, mientras que un manto sombrío iba cubriendo la faz del desierto, y se iba acercando hacia ella.

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El calor sofocante fue cediendo, hasta que en el momento menos pensado, sintió en sus pétalos la humedad de muchas gotas de lluvia que caían caprichosamente sobre ella.

Un aire de paz y alegría sacudió su ser, mientras que toda ella se iba nutriendo del líquido elemento. Sus fuerzas regresaron y la tierra que enceguecía sus ojos fue arrastrada por el agua. 

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Una vez que dejó de llover volvió a mirar el mundo con optimismo; y poco tiempo después vio junto a ella las nacientes florecillas, más pequeñas que ella, que le sonreían a la vida, que jugueteaban despreocupadamente y que llegaron con la lluvia para hacerle compañía.

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Entonces, supo que no estaba sola, supo que Dios siempre estuvo con ella y que todo lo vivido serviría para ayudar a aquellas florecillas, a atravesar las mismas situaciones por las que ella ya había pasado.