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La guerra de los Cárdenas y los Valdeblánquez (1970-1989) Estudio de un conflicto mestizo en La Guajira Nicolás Cárdenas Angel 620340 Simón Uribe Martínez 620401 Monografía para optar al título de Politólogo Dirigida por Marta Herrera Angel Carrera de Ciencia Política Universidad Nacional de Colombia 2004

La Guerra de Los Cardenas Guajira

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La guerra de los Cárdenas y los Valdeblánquez (1970-1989) Estudio de un conflicto mestizo en La Guajira

Nicolás Cárdenas Angel 620340

Simón Uribe Martínez 620401

Monografía para optar al título de Politólogo

Dirigida por Marta Herrera Angel

Carrera de Ciencia Política Universidad Nacional de Colombia

2004

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AGRADECIMIENTOS

El presente trabajo es el resultado de una investigación que se llevó a cabo en Bogotá y en diferentes lugares de la costa Atlántica durante un período de un año (julio de 2003 – julio de 2004). A lo largo de todo este tiempo contamos con la ayuda de una gran cantidad de personas, cuyos aportes y apoyo permanente fueron fundamentales para la investigación. En Bogotá contamos con la ayuda invaluable del Taller Interdisciplinario de Formación en Investigación Social, Umbra. A Mónica Hernández, Juan Camilo Niño, Jorge Luis Lázaro, Luis Berneth Peña, Bladimir Rodríguez, Sonia Torres y Marcela Riveros, agradecemos sus incontables aportes, correcciones y sobre todo sus múltiples y rigurosas lecturas del texto. De manera especial agradecemos a Marta Herrera Ángel por aceptar dirigir la monografía, por su terco e incansable empeño en darle rigor a la investigación y por su dedicación generosa y constante. Agradecemos también a Laura Restrepo, Hernando Corral y Enrique Egurrola, cuyos relatos nos adentraron en la historia de los Cárdenas y Valdeblánquez. Nuestro recorrido por la costa se prolongó por cerca de tres meses (octubre-diciembre de 2003) y fueron muchas las personas que nos recibieron y ofrecieron su ayuda a nuestro paso por Riohacha, Villanueva, Palomino, Dibulla, Santa Marta y Barranquilla. A todos ellos muchas gracias por su hospitalidad, sus relatos y alegría inagotables. A Laureano David, Hugo Carrillo, Jarol Ferreira, Pablo Cuadrado, Azael de Jesús Ramírez y a los profesores Euclides Moscote, Justo Pérez Van-Leenden, Eider Fajardo y Armando Lacera Rúa, agradecemos haber compartido con nosotros sus recuerdos, conocimientos y experiencias. A los dibulleros por dejarnos convivir con ellos y conocer un poco de su historia. A Sixta Arévalo, Arilis y Robert Pereira, Juan Carlos, Elsy Hernández y Juan Díaz, por acogernos y brindarnos su amistad. A Camilo Arbeláez por ofrecernos su casa y recomendarnos en Dibulla, sin su ayuda nuestra estadía allí no hubiera sido igual. Agradecemos también a Carlos Cárdenas, Gonzalo Uribe, Felipe Camacho, Giangina Orsini y Maria Elisa Balen por su lectura del texto, sus correcciones y aportes al trabajo. Finalmente a nuestras familias, amigos y amigas por su solidaridad y apoyo.

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TABLA DE CONTENIDO PRESENTACIÓN de Marta Herrera Ángel INTRODUCCIÓN I. PRIMERAS PESQUISAS LOS DIBULLEROS Y SU HISTORIA CAPÍTULO 1. LOS CARDENAS Y VALDEBLANQUEZ EN LA HISTORIA DE DIBULLA 1. Los orígenes tempranos del dibullero (siglos XVI-XIX) 2. El “actual Dibulla” (siglos XIX-XX) 2.1 Los Cárdenas y Valdeblánquez: pioneros en la colonización dibullera de la Sierra Nevada 2.2 El contrabando 2.3 Dibulla y la colonización cachaca de la Troncal 2.4 La bonanza y el auge de la violencia II. HABLANDO SOBRE EL ORIGEN DE LA GUERRA CAPÍTULO 2. EL CONFLICTO DE LOS CARDENAS Y VALDEBLANQUEZ ORIGENES Y CAUSAS 1. El parentesco en los Cárdenas y Valdeblánquez: familias extensas bilaterales 1.1 Los matrimonios mixtos y la poliginia multiterritorial del hombre dibullero 1.2. El apellido y la autoridad en la familia dibullera 1.3 De la unión de hecho a la unión legal 1.4 El compadrazgo y los límites difusos del parentesco 2. Los orígenes del conflicto 2.1 La maldición kogui 2.2 Un lío de faldas, un conflicto de honor 3. El concepto de honor y su importancia en el conflicto 3.1 El honor y los sexos: el hombre como guardián de la sexualidad femenina 3.2 La familia, ejército de protección. Las afrentas de honor y la culpa colectiva 3.3 La justicia por la propia mano. El conflicto entre honor y legalidad 4. El principio de reciprocidad wayúu y su influencia en la cultura mestiza 4.1 La importancia del parentesco en los conflictos wayúu 4.2 Blanco lo hizo, blanco lo paga. La reciprocidad ente wayúu y alijunas 4.3 El conflicto mestizo III. LA GUERRA CAPÍTULO 3. EL DESARROLLO DEL CONFLICTO 1. La venganza de sangre entre los Cárdenas y Valdeblánquez “Eso fue la guerra más cruel que hemos vivido en La Guajira”

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2. El culupuyú o marimbero guajiro 2.1 La naturaleza violenta del guajiro: “A un guajiro no se le pita” 2.2 “Una vendetta guajira a la siciliana” 3. El parentesco y el conflicto: “el conflicto prácticamente se les traslada a unos primos”

3.1 Los Cárdenas y los Gómez Ducad 3.2 Los Valdeblánquez y Enrique Coronado 4. Las ciudades escenarios del conflicto “Unos en Barranquilla y otros en Santa Marta, y ahí siguió la guerra” 4.1 Expulsión de Santa Marta: “fue a raíz del temor de toda la gente” 4.2 “La vendetta guajira se trasladó a Barranquilla” 5. Los mediadores y los pactos de paz: “más que todo atizar, a encender el mallal” 5.1 El Estado en el conflicto: “Utilizaron hasta la autoridades” 5.2 La muerte de Pacho Cárdenas: “En una reunión en una gallera rompieron un pacto” 6. El recrudecimiento del conflicto: “Eso fue muerto de uno y otro lado” 6.1 Las “zetas” y “la guerra entre hombres” 6.2 “Esa regla se rompió después de la muerte de Briceida” 6.3 1980: hasta en prisión mueren los Cárdenas 7. La cacería a Toño Cárdenas: ¿el final de la guerra? 7.1 “Esa guerra se acabó por sustracción de materia” 7.2 “Las guerras no son buenas ni ganándolas” CONCLUSIONES EPÍLOGO BIBLIOGRAFÍA ANEXOS 1. Lista de entrevistados 2. Árboles genealógicos 3. Cronología del conflicto MAPAS 1. Área de estudio 2. La Ramada y la Provincia de los Guanebucán

3. Contactos humanos en Dibulla durante el período colonial 4. Colonización dibullera de la Sierra Nevada de Santa Marta ÁRBOLES GENEALÓGICOS 1. Descendencia de Francisco Eduardo Cárdenas 2. Matrimonio Valdeblánquez Levette 3. Los Cárdenas Ducad 4. Los Gómez Ducad 5. Los Cárdenas Coronado 6. Los Valdeblánquez Mena 7. Los Valdeblánquez Levette y Enrique Coronado

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MAPA 1 ÁREA DE ESTUDIO

Fuente: Instituto Geográfico Agustín Codazzi, Atlas de Colombia, IGAC, 1977, pp.40-41.

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PRESENTACIÓN

Para los colombianos de mi generación la historia que Simón Uribe y Nicolás Cárdenas analizan forma parte de la memoria colectiva. El enfrentamiento entre las familias Cárdenas y Valdeblánquez trascendió los límites locales y durante mucho tiempo ocupó a la prensa de difusión nacional. El conflicto y la coyuntura en que se insertó fueron noticia, pero lo que la noticia no logró fue develar la estructura sobre la cual la confrontación se tejió y dinamizó, la lógica que le dio sentido y que, en su propia efervescencia, transformó a la estructura. Como los autores bien lo señalan en su texto, era necesario “considerar el conflicto como el resultado de la confluencia de causas estructurales y coyunturales.”, pero además, tener en cuenta que “estructura y coyuntura no son esferas aisladas sino que se encuentran en constante juego, modificándose y adaptándose mutuamente y de forma permanente.”. Sobre esa base, el problema alrededor del cual se estructura el análisis de este libro es el de la tensión entre los factores estructurantes del conflicto y la dinámica que se generó y que introdujo sensibles transformaciones en la estructura. Como los autores lo precisan, el conflicto entre las familias Cárdenas y Valdeblánquez no fue el único enfrentamiento entre familias guajiras que se dio en la época, pero su manejo como noticia, como acontecimiento, puso de relieve elementos estructurales de la sociedad en la que se desarrolló. Lo fundamental de esos elementos estructurantes no radicó, sin embargo, en los hechos que con mayor insistencia se difundieron, los actos violentos y la llamada bonanza marimbera, sino precisamente en aspectos más silenciosos, menos espectaculares que el conflicto en sí y, en últimas, mucho más cotidianos para el país. Se trata de la dinámica social de familias, de comunidades mestizas, es decir, de gentes cuya organización social se ha estructurado con base en sistemas de significación procedentes de dos o más culturas. Lo que Nicolás y Simón muestran con gran acierto es el proceso de configuración de una sociedad en la que participaron los indígenas Kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta, Wayúu de la península de la Guajira, los blancos o Alijunas y los afrodescendientes, cada uno con sus diversas prácticas culturales. Esa sociedad en la que todos tienen un poco de todos, pero cada uno –y unos más que otros– se coloca y se asume como distinto: el Alijuna, el Kogui, el Wayúu, el afrodescendiente. Y lo que este libro termina por mostrarnos es una sociedad mestiza Guajira, en la que el que se asimila como blanco, aunque sea dominante, ha sido el más permeado por la base cultural nativa y también por la africana. En realidad no es “blanco”, es mestizo y es mestizo Wayúu o Kogui. Es un mestizo distinto al mestizo Muisca de Tunja y al mestizo Muisca de Bogotá. Las raíces a las que se articuló el invasor son tan variadas como somos los mestizos de hoy en día. Mestizos Quimbayas, Sindaguas, Malebúes, Pijaos, Panches... Se trata de raíces negadas, escondidas, silenciadas, pero siempre presentes. Entre los muchos aportes del texto, la calidad del análisis que adelantan y sus cualidades narrativas, es de resaltarse precisamente su preocupación por profundizar tanto en las dificultades conceptuales que implica el concepto de mestizaje, entendido en un sentido

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amplio como lo precisan los autores, como en las características y la dinámica de las sociedades mestizas. Se trata de un tema que ha sido muy poco trabajado por los investigadores, lo que resulta altamente significativo, si se considera la importancia demográfica y cultural de estas sociedades en un país como Colombia, en el que la mayoría de los pobladores somos mestizos. El caso del mestizo Wayúu presenta en todo caso una peculiaridad que lleva a visibilizar esas raíces. A diferencia de lo que sucedió con muchos otros grupos indígenas, el Wayúu impuso clara y abiertamente varias de sus prácticas culturales a los “blancos” que buscaban ejercer su control sobre ellos. La práctica del pago como compensación de una ofensa, por ejemplo, con todas las bases ideológicas y la ritualidad de la cual se acompaña se ha hecho valer como ley durante siglos, más allá y contraponiéndose a la legalidad colonial y luego a la republicana. Más eficiente que estas últimas, la práctica del pago muestra su origen cultural, lo evidencia, lo pone de relieve. Aquí le es difícil al mestizo mimetizarse con el blanco, con el ganador, y es en parte esa insubordinación a lo “blanco” lo que desata la persecución de los medios, de la prensa “nacional”, siempre atenta a fortalecer el “blanqueamiento”, los valores y las miradas de la metrópoli de turno. Pero, de otra parte, y este es otro de los grandes méritos del análisis que ofrece la obra, la incorporación de los sistemas de significación de origen no es integral y si la venganza de sangre se impuso para limpiar el honor agraviado, no parece haber sucedido lo mismo con los mecanismos de conciliación. La venganza se prologó por cerca de dos décadas, hasta que las dos familias quedaron parcialmente exterminadas, llevando así el conflicto a sus últimas consecuencias. No se aprecia, como sucede en las comunidades Wayúu, la intervención de un intermediario especializado que diera vía al establecimiento de mecanismos de solución para poner fin al conflicto. En una coyuntura en el que la abundancia de dinero dinamizó la confrontación, un valor como el honor, que usualmente operaba como un eficiente mecanismo de control social, derivó en el encadenamiento de muertes que vengaban ese honor vulnerado. En términos de los medios, el énfasis y la condena se colocó en el conflicto, en los actos violentos, en la agresión, en la “barbarie”. Se dejó de lado precisamente aquello que constituye el nudo central del problema y del conflicto mismo. Una estructura social mestiza, Guajira, cuya riqueza va mucho más allá de los mecanismos para manejar el conflicto. Es esa riqueza cultural la que emerge del análisis que nos presentan los autores, dos prometedores jóvenes, cuya pasión e interés por el tema los llevó a compenetrarse con el trabajo a pesar o tal vez debido a sus diferentes personalidades. Fue un equipo que trabajó sorprendentemente bien y digo sorprendentemente precisamente por sus diferencias, pero también por sus semejanzas, tal vez más peligrosas para un trabajo en equipo. Ambos capaces, talentosos, apasionados, con ideas propias y dispuestos a la crítica y a la polémica, pero y tal vez fue eso lo que los llevó al éxito de su misión, al diálogo. Ese diálogo fue muy fructífero no sólo para ellos, sino para el colectivo que los acompañó en su proceso de elaboración del texto. Los integrantes del Taller Interdisciplinario de Formación en Investigación Social, Umbra, tuvimos la fortuna de seguir paso a paso su proceso y de enriquecernos y aprender de sus hallazgos. La lectura de sus textos, la discusión de sus planteamientos, su riqueza argumentativa, su manejo del tema y, por qué no decirlo, su empecinamiento, hacían de las sesiones dedicadas a su investigación horas

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extremadamente ágiles en términos del aprendizaje. De otra parte, su receptividad a las críticas, comentarios y sugerencias de los integrantes del Taller agilizó e hizo más fructíferos sus esfuerzos. Ellos, a su vez, respondieron en forma recíproca y solidaria al interés con que sus compañeros acogieron su trabajo y fueron serios y rigurosos en su acercamiento a los otros trabajos que se discutían en el Taller. Todos los integrantes del Taller nos sentimos muy orgullosos de los éxitos de Simón y Nicolás: de la defensa de la tesis, la ratificación de su calificación de laureada y recientemente la selección de su trabajo como el mejor trabajo de grado en el área de Ciencias Sociales y Económicas en el décimo Concurso Nacional Otto de Greiff de 2006, así como de las puertas que se les abren para continuar sus aportes a la investigación. Sólo me resta decir que ha sido para mí un placer muy grande haberlos conocido y tenido la oportunidad de trabajar con ellos. De ellos y de los demás integrantes del Taller es mucho lo que he aprendido, pero incluso más importante que ese aprendizaje, que valoro infinitamente, es la vitalidad, la riqueza afectiva, el interés y la generosidad de todos ellos, el aporte más grande para darle sentido a la cotidianidad y a los retos que ésta impone. Marta Herrera Ángel Profesora Asociada Departamento de Historia Universidad de los Andes

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INTRODUCCIÓN

Durante el año 2002 realizamos un viaje por las estribaciones de la cara norte de la Sierra Nevada de Santa Marta, entre los municipios de Río Ancho y Palomino, ubicados sobre la Troncal del Caribe, carretera que comunica a Santa Marta con Riohacha. Preguntando a algunas personas, la mayoría colonos venidos del interior del país, sobre la historia reciente del lugar, nos llamó la atención que muchos de los relatos giraban alrededor de la bonanza marimbera, una época comprendida entre mediados de los setenta y comienzos de los ochenta del siglo XX, durante la cual la Sierra Nevada se convirtió en el principal centro productor de marihuana del país. Algunos con quienes hablamos habían llegado a la región detrás del negocio de la marihuana, atraídos por la prosperidad que prometía la bonanza y la ilusión de hacerse a una vida mejor. Los relatos evocaban unos años de abundancia y derroche, pero también de conflictos violentos que dejaban muertos a diario: invasiones de los colonos a las grandes haciendas del litoral y desplazamientos forzosos de indígenas de la Sierra para apropiarse de sus tierras y sembrar allí la marihuana, enfrentamientos entre marimberos guajiros y cachacos por el control del tráfico y delincuencia común, entre otros1. Los problemas tendían a agudizarse por la poca legitimidad de instituciones del Estado en la zona como el ejército y la policía, que son muy recordados por sus abusos permanentes y la corrupción generalizada.

Entre las historias de la época de la bonanza, que se fueron multiplicando durante nuestra permanencia allí, nos interesó particularmente una. En parte porque era la primera vez que oíamos hablar de ella, pero sobre todo por que se trataba de un fenómeno de violencia cuya explicación parecía encontrarse mucho más allá de la bonanza marimbera. Se trataba de un conflicto entre dos familias oriundas de Dibulla, un pueblo de La Guajira ubicado sobre el mar Caribe, a unos 50 kilómetros al sur occidente de Riohacha. Casi todos con quienes hablamos en ese entonces tenían algo que decir sobre la guerra de los Cárdenas y Valdeblánquez, como es conocido el conflicto en toda la región. Las versiones eran muy parecidas y se referían siempre a la historia de dos familias guajiras, que por muchos años fueron protagonistas de enfrentamientos sangrientos, dejando en estos cientos de muertos. Aunque algunos sostenían que todavía sobrevivían algunos de uno u otro lado, el consenso general era que ambas familias habían desaparecido por completo. También se decía que tanto los Cárdenas como los Valdeblánquez habían sido grandes marimberos, llegando a adquirir gigantescas sumas de dinero durante la bonanza, las cuales utilizaban para costear la guerra. Sin embargo, al preguntar por las causas del conflicto, la respuesta era siempre la misma y giraba en torno al hecho que eran guajiros que se mataban por “leyes guajiras” propias de los indígenas wayúu. Fue imposible durante ese viaje ahondar más en el tema, pues las versiones venían de boca de colonos campesinos del interior, cuya percepción sobre los guajiros era la de unos seres de naturaleza violenta que habitaban un territorio donde prevalecían costumbres indígenas, las cuales explicaban por sí solas un conflicto como el de los Cárdenas y Valdeblánquez.

1 Cachaco es el término con el que el habitante de la Costa Atlántica colombiana suele denominar a todo aquel que proviene o es oriundo del interior del país. Marimbero fue el término acuñado durante la bonanza marimbera para designar a quienes se vincularon a la producción y/o comercialización de la marihuana.

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La cosa quedó así por cerca de un año, luego del cual decidimos plantear el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez como un posible tema de monografía de grado, debido a un interés por estudiar a fondo un fenómeno de violencia concreto sucedido en una coyuntura histórica específica, como lo fue la bonanza marimbera. Sin embargo, nos encontramos en ese momento con varios obstáculos que nos revelaron la dificultad y complejidad de la investigación. En primer lugar, estaba el problema de la viabilidad, si se quiere “física”, de la misma. Con las versiones que teníamos quedaba poco o nada claro. Nos preocupaba el hecho de que se afirmara que no había sobrevivido nadie, lo que generaba una inquietud sobre si podríamos acceder a fuentes de primera mano sobre el conflicto. Por otro lado, si encontrábamos “sobrevivientes”, se trataba de una historia espinosa episodios y era de esperarse una aversión natural a tocar el tema por parte de estos y aquellos que hubiesen tenido algo que ver con el conflicto. Estaba además la barrera infranqueable que implica ser cachacos indagando entre costeños, lo cual, por cierto, pudimos comprobar a cabalidad durante el trabajo de campo. Por último, aunque habíamos estado anteriormente en la costa y teníamos algunos vínculos de amistad con personas que nos podían ayudar en el transcurso de nuestro trabajo, no conocíamos a nadie en Dibulla y éramos conscientes de que la situación inestable de orden público podía significar en algún momento un obstáculo mayor para la investigación2. Por suerte no tuvimos ningún problema al respecto y en cuanto a nuestra estadía en Dibulla, una afortunada casualidad hizo que el trabajo allí fuera altamente productivo. Conocimos en Santa Marta a un médico bogotano que años atrás había vivido en este pueblo, quien nos recomendó con algunos dibulleros y además nos prestó su casa que todavía conservaba allí. El haber llegado a Dibulla de su parte fue recibido por los dibulleros como una relación de parentesco con el médico –del que terminamos siendo sobrinos-, que como veremos más adelante, fue fundamental en nuestro trabajo. En segundo lugar, no teníamos idea de cuál podría ser el punto de partida para abordar el problema. La única pista eran las versiones recogidas en el primer viaje, que atribuían el origen y desenlace del conflicto a “leyes guajiras” propias de los wayúu. Lecturas posteriores que traían escuetas referencias a los Cárdenas y Valdeblánquez y a otros conflictos similares sucedidos durante la época de la bonanza, dejaban en claro que no eran indígenas wayúu sino “familias guajiras” donde permanecían vigentes costumbres indígenas, algunas de las cuales explicaban el desencadenamiento de guerras familiares.3 El que se denominaran “familias guajiras”, nos llevó a suponer inicialmente que la respuesta se encontraba en que ambas familias eran mestizas descendientes de wayúu, arrojándonos a la búsqueda de estudios sobre mestizaje en La Guajira. No obstante, luego de una revisión exhaustiva de fuentes bibliográficas, no encontramos trabajos

2 Dibulla, al igual que muchas de las poblaciones ubicadas entre Santa Marta y Riohacha, fue escenario durante los años 2001 y 2002 de fuertes enfrentamientos entre las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y grupos de autodefensas locales por el control de la cara norte de la Sierra Nevada. Aunque a nuestro pasó por allí el conflicto paramilitar había cesado casi por completo, la amenaza constante de nuevos conflictos y los permanentes homicidios de campesinos e indígenas, dejaban entrever una situación de violencia latente en toda la región 3 Al respecto véase: Alfredo Molano, Fernando Rozo, Juana Escobar, Omayra Mendiola, “Aproximación a una historia oral de la colonización de la Sierra Nevada de Santa Marta. Descripción testimonial” (inédito), Bogotá, Fundación Pro-Sierra Nevada de Santa Marta, 1988, pp.7 y 9; Alfredo Molano, Diagnóstico del orden social en la región del Caribe, Bogotá, Corpes, 1990, p.18; Alfredo Molano, “Contribución a una historia oral de la colonización de la Sierra Nevada de Santa Marta” (inédito), Fundación Pro-Sierra Nevada de Santa Marta, Bogotá, 1988, pp.7 y 25; Darío Betancourt y Martha García, Contrabandistas, marimberos y mafiosos, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1994, p.65; Guillermo Rodríguez Navarro, Margarita Serje de la Ossa, Edgar Rey Sinning, Mapa cultural del caribe colombiano, CORPES, Santa Marta, 1993, p.125; José Daza Sierra, “Marihuana, Sociedad y Estado en La Guajira”, Bogotá, Tesis de grado de sociología, Universidad Nacional de Colombia, 1988, pp.76-77.

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dedicados exclusivamente al estudio del mestizaje. La literatura dedicada a los wayúu es por el contrario muy abundante. Autores como Eduardo Barrera, Hernán Darío Correa, Socorro Vásquez, José Polo y Otto Vergara, han elaborado trabajos antropológicos e históricos, donde se analizan a profundidad aspectos propios de la sociedad wayúu tales como su organización social, política y económica, la estructura familiar, sus costumbres, mitología, etc.4 Algunos de estos autores desarrollan el tema de los conflictos, aun cuando de este problema se han ocupado con mayor énfasis otros como Weildler Guerra y Benson Saler, quienes han centrado su atención en las formas y la estructura del sistema normativo wayúu.5 La lectura de estas fuentes y otras similares, pese a no estar directamente relacionadas con el tema en cuestión, nos fueron muy útiles en una fase avanzada de la investigación. En definitiva, hallamos que muchas fuentes desarrollaban extensamente distintos aspectos de la vida wayúu y en cambio, era muy poco lo existente alrededor del mestizo guajiro y menos lo relacionado con los conflictos entre mestizos. Además de las menciones esporádicas y sucintas en la prensa escrita, uno de los pocos aportes lo encontramos en la literatura.6 En cuanto a las versiones encontradas en la prensa, el conflicto de Cárdenas y Valdeblánquez era señalado generalmente como una “vendetta guajira”, donde se mezclaban argumentos que iban desde afirmar que se trataba de una guerra de clanes donde permanecía vigente la Ley del Talión (ojo por ojo, diente por diente), hasta sugerir que todo se explicaba por leyes propias de las mafias, reduciendo el conflicto a una serie de rivalidades comerciales.7 De la información que nos dejaban las primeras averiguaciones poco o nada habíamos sacado en claro. Había una tendencia general a asimilar el conflicto con la relación que ambas familias tenían con La Guajira, sobre cuyos habitantes se construyó por mucho tiempo un estereotipo

4 Algunos de estos trabajos son: Eduardo Barrera, Mestizaje, comercio y resistencia. La Guajira durante la segunda mitad del siglo XVIII, Bogotá, ICANH, 2002; José Polo Acuña, “Contrabando y pacificación indígena en una frontera del Caribe colombiano: La Guajira (1750-1800)”, Cartagena, Revista Aguaita Número 4, Revista del Observatorio del Caribe Colombiano, julio de 2002; Alberto Tarazona, “Raza y Violencia. Un estudio sobre La Guajira Siglo XVIII”, Bogotá, Tesis de Grado de Antropología, Universidad Nacional de Colombia, 1975; Hernán Darío Correa y Socorro Vásquez, “Los wayúu. Entre juya (“el que llueve”), Mma (“la tierra”) y el desarrollo urbano regional”, Geografía humana de Colombia, Nordeste indígena, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1993, pp.215-292; Otto Vergara González, “Los Wayúu. Hombres del desierto”, Ardila Gerardo (ed.), La Guajira de la memoria al porvenir, Bogotá, FEN-Universidad Nacional de Colombia, 1990, pp.139-161. 5 Véase: Weildler Guerra, La disputa y la palabra, La Ley en la sociedad wayuu, Bogotá, Ministerio de Cultura, 2002; Weildler Guerra, “Los conflictos interfamiliares wayúu”, Bogotá, Revista de antropología y arqueología Vol. 9 (1-2), Universidad de los Andes, 1996, pp.81-92; Benson Saler, Principios de compensación y el valor de las personas en la sociedad guajira, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 1986; Federico Guzmán, “Venganzas de sangre entre los wayú frente al derecho penal colombiano”, Bogotá, Revista de antropología y arqueología vol.9 (1-2), Op.cit., pp.93-106; Michel Perrin y José F. Uliyuu Machado, “La “Ley Guajira”, Justicia y venganza entre los guajiros”, Revista Cenipec, Mérida, no. 9, 1985, pp. 83-118. 6 Principalmente la novela de Laura Restrepo Leopardo al sol, cuyo argumento se basa en los Cárdenas y Valdeblánquez. Laura Restrepo, Leopardo al sol, Bogotá, Editorial Planeta, 1993; véase también: Juan Gossain, La Mala Hierba, Bogotá, Editorial Oveja Negra, 1981; José Soto, Jepira, Bogotá, Arango Editores, 1989; Osvaldo Mejía Marulanda, “La Venganza nunca muere”, en: Víctor Bravo Mendoza (comp.), Cuentos Genéricos de autores guajiros, Editorial Lealon, Medellín, 1989, pp. 63-72. Fuente importante de información fueron revistas de la época como Alternativa y Semana, junto con los diarios El Tiempo, El Espectador, el Diario del Caribe, El Heraldo y El Informador, entre otros. 7 Algunas referencias que ilustran lo mencionado son: “Mafia en la costa. Un fantasma con nombres y apellidos”, Revista Alternativa No.205, marzo 26-abril 2, 1979; “Alarma en Santa Marta”, El Espectador, julio 11, 1977, p. 2 A; “En Santa Marta Vendettas a la Siciliana”, El Heraldo, Septiembre 10, 1974, pp. 1-4.

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como un individuo de naturaleza violenta.8 Con la bonanza marimbera, se reforzó este estereotipo y guajiro se volvió sinónimo de mafia, contrabando, armas, vendetta, venganza, etc., lo que contribuía a oscurecer la historia de los Cárdenas y Valdeblánquez. Primero estaba el problema de saber qué significaba guajiro. Roberto Pineda Giraldo, un antropólogo que estuvo trabajando allí hacia mediados del siglo XX, señalaba que si anteriormente la palabra guajiro se refería exclusivamente a los indígenas wayúu, ya no se podía afirmar lo mismo, pues ésta se aplicaba ahora al habitante del departamento de La Guajira, ya fuese indio, mestizo, blanco o mulato. Según el autor, resulta imposible establecer una separación entre los wayúu y el resto de los habitantes del departamento para efectos de su estudio, pues según él, su destino se encuentra indisolublemente unido.9 Esto ayudaba a identificar a estas familias como guajiras, despejando el problema de asociar este término con los indígenas wayúu. Quedaba por resolver el significado de mestizo, cuyas referencias en trabajos académicos continúan siendo aisladas y marginales, siendo por lo general percibido desde una perspectiva antropológica etnocéntrica que señala los efectos –generalmente negativos- de este mestizaje sobre la identidad cultural wayúu, pero sin intentar analizar el problema a fondo, y sobre todo, sin adentrarse en el estudio de los orígenes y desarrollos del mestizo guajiro como tal.10 Durante nuestro paso por Dibulla y otros lugares de La Guajira, nos encontramos con que el problema del mestizaje era algo más complejo de lo que habíamos pensado. Por un lado, el término mestizo es entendido allí exclusivamente como el hijo de wayúu con alijuna, como es considerado al interior de esta etnia todo aquel que no es wayúu11. En este sentido, la gran mayoría de los dibulleros no se consideran mestizos sino simplemente dibulleros. Pero entonces, ¿cuál era el origen del dibullero? Hallamos que detrás del discurso local era posible fijar una línea divisoria en la memoria colectiva relativa a la historia del lugar. Hasta mediados del siglo XIX, la narración se encontraba llena de sucesos inciertos de carácter inmemorial: se mencionaba la existencia de indios guanebucán antes de la llegada de los españoles a comienzos del siglo XVI, pero estos aparecían como unos habitantes de naturaleza incógnita que se habrían extinguido tan pronto aparecieron los colonos peninsulares; luego, durante la “época de los españoles”, que comprendía el período colonial, se evocaba simultáneamente la presencia de indígenas aruacos12 de la Sierra, wayúu, cimarrones y españoles, sin que fuera posible establecer un patrón cronológico en el poblamiento del lugar. Posteriormente, hacia la mitad del siglo XIX, los dibulleros coincidían en señalar que a partir de allí era posible hablar de las primeras familias dibulleras, las cuales se habrían encargado de construir el Dibulla actual. Sus apellidos serían transmitidos de generación en generación y con ellos la memoria, articulando el discurso con acontecimientos definidos en el tiempo y el espacio. Revisando los archivos parroquiales de Dibulla, encontramos efectivamente que fue a partir de la mitad del XIX cuando se estableció una parroquia y comenzaron a ser registrados los bautizos, matrimonios y defunciones. Este hallazgo

8 Weildler Guerra, “Los conflictos interfamiliares wayúu”, Op.cit., p.82. 9 Roberto Pineda Giraldo, “¿Dos guajiras?”, Gerardo Ardila et.al., La Guajira de la memoria al porvenir, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1990, p.27,273. 10 Al respecto véase los trabajos de: Gloria Triana, “El Mestizaje”, Guhl Ernesto, Bürgl Hans, et. al., Indios y blancos en la guajira, Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1963, pp. 115-120; Hernán Darío Correa, “Los wayúu: pastoreando el siglo XXI”, Francois Correa (ed.), Encrucijadas de Colombia Amerindia, Bogotá, ICAN-Colcultura, 1993, pp.203-228; Alberto Rivera, “La metáfora de la carne sobre los wayúu en la península de La Guajira”, Bogotá, Revista colombiana de antropología, volumen XXVIII, 1990-1991, pp. 87-136. 11 Para los wayúu, la palabra wayúu significa gente en idioma wayúunaiki, mientras que alijuna refiere a toda persona no wayúu. Eduardo Barrera Monroy, Mestizaje, comercio y resistencia, Op.cit., p.28. 12 Los dibulleros designan generalmente con el término “aruacos” a sus vecinos los kogui, al igual que todos los indígenas de la Sierra, sin aplicar distinción alguna entre los diferentes grupos étnicos que ocupan el macizo.

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fue de gran ayuda y nos permitió, entre otras cosas, identificar en algunos de los primeros registros presencia de apellidos indígenas wayúu y kogui emparentados con dibulleros. En resumen, nos dimos cuenta que los dibulleros poseían un origen mucho más complejo de lo que creíamos. En un sentido estricto, no podíamos asignarles la categoría de mestizos, si atendíamos a que en La Guajira el mestizo es entendido estrictamente como la mezcla indio wayúu-alijuna. Por otro lado, la categoría mestizo resultaba problemática si tenemos en cuenta que la clasificación tradicional heredada del período colonial califica al mestizo como la mezcla blanco-indio.13 La población dibullera no era el resultado exclusivo de ésta mezcla, sino el producto de un mestizaje cultural y biológico prolongado entre distintos grupos humanos (africanos, wayúu, kogui, europeos). Sin embargo, en un sentido más amplio, la palabra mestizo puede ser entendida en un contexto genérico que hace alusión a las combinaciones múltiples de grupos humanos, abandonando la sinonimia que históricamente guarda la palabra con los descendientes de blanco e indígena.14 Para los fines de la investigación, la utilidad de poder considerar a los dibulleros como mestizos (en el sentido genérico del término), residía más en un sentido cultural que racial o biológico, ya que esto nos permitía comprender la identidad de una población como resultado de la convergencia de elementos de culturas diferentes. Aquí fue de mucha utilidad el podernos apoyar en el trabajo etnográfico The people of Aritama,15 de Gerardo y Alicia Reichel Dolmatoff. Esta investigación explora a fondo la conformación de una cultura mestiza en Atánquez, una población ubicada sobre la vertiente oriental de la Sierra Nevada, mostrando cómo el atanquero es un mestizo resultado de los intercambios sociales, económicos y culturales sostenidos por varios siglos entre indígenas kankuámo e inmigrantes “criollos” descendientes de españoles. Una de las conclusiones a la que llegan los autores es que la mezcla de diferentes culturas se evidencia en la personalidad del mestizo, donde en algunos órdenes de la vida prevalecen elementos propios de la cultura criolla y en otros de la cultura indígena. Algo similar sucedía en Dibulla y donde lo vimos con mayor claridad fue al acercarnos a la historia de los Cárdenas y Valdeblánquez. Estas familias habían sido parte de la colonización dibullera de fines del siglo XIX de San Antonio, un poblado kogui de la Sierra Nevada. Allí vivieron juntos por más de medio siglo y llegaron establecer relaciones de compadrazgo con los indígenas kogui, muchos de los cuales huyeron a otros lugares escapando a los abusos de los dibulleros. Posteriormente ambas familias se vincularon al contrabando y durante la bonanza marimbera se convirtieron en grandes marimberos. Al indagar sobre las causas y orígenes del conflicto, encontramos que las versiones orales esgrimían argumentos que iban desde atribuir el conflicto a una maldición kogui, hasta explicarlo como resultado de una disputa de honor ligada a una mujer, pasando por relacionarlo con los conflictos entre indígenas wayúu. Quedaba descartada la posibilidad de que el conflicto se tratara de un enfrentamiento de origen comercial ligado a la marihuana, porque todas las versiones afirmaban que su origen era anterior a la bonanza marimbera; en lo que sí coincidían todas, era en que fue gracias a los recursos económicos provenientes de la bonanza, que el conflicto cobró unas dimensiones inusitadas, volviéndose famoso no sólo en la costa sino en todo el país. Nos enfrentábamos entonces a un conflicto inmerso en un fenómeno coyuntural como la bonanza marimbera, pero cuya explicación

13 Virginia Gutiérrez de Pineda, La familia en Colombia. Transfondo histórico, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1963, p.180. 14 Elisabeth Cunin, “La competencia mestiza. Chicago bajo el trópico o las virtudes heurísticas del mestizaje”, Revista Colombiana de Antropología, volumen 38, Bogotá, 2002, pp.11-44, p.16. 15 Gerardo and Alicia Reichel Dolmatoff, The people of Aritama. The cultural personality of a colombian mestizo village, Chicago, The University of Chicago Press, 1961.

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sólo podía hallarse en la articulación de una serie de elementos estructurales, propios de la familia dibullera. Lo anterior nos llevó a definir el conflicto de los Cárdenas y los Valdeblánquez como un conflicto mestizo, queriendo decir con esto que no es posible atribuirle una única respuesta y afirmar, por ejemplo, que se trató de un conflicto que siguió patrones culturales de origen wayúu, kogui, africano o español. Pensar el conflicto como mestizo nos obligaba precisamente a buscar aquellos elementos estructurales subyacentes al mismo, e identificar al interior de éstos influencias culturales presentes en la cultura dibullera, ya fuesen wayúu, kogui, africanas o hispánicas. Pero volvamos sobre la historia. Con la información recogida durante el trabajo de campo, tanto en fuentes orales como en la revisión de periódicos locales, nos íbamos enterando mejor del conflicto. Sus inicios se remontaban al 16 de agosto de 1970, cuando fue asesinado en Dibulla Hilario Valdeblánquez Mena por José Antonio Cárdenas Ducad. Este acontecimiento dio paso a una serie de venganzas de sangre que se prolongaron por cerca de 20 años, hasta la muerte de Hugo Nelson Cárdenas, el 11 de abril de 1989, quedando ambas familias parcialmente exterminadas. Con la bonanza, los escenarios del conflicto se trasladaron a las ciudades de Riohacha, Santa Marta y Barranquilla, donde se establecieron ambas familias. ¿Qué había dado origen al asesinato de Hilario? Aunque las versiones giraban en torno a una mujer o un lío de faldas, no concordaban unas con otras, y no pudimos establecer la verdadera causa, pues los pocos familiares directamente involucrados en el conflicto con los que establecimos contacto, nos manifestaron que no querían rememorar esa historia. Lo que nos llamó la atención fue la referencia a que todo se debía a un problema de honor, cuya resolución sólo encontraba salida por medio de la venganza. Muerto Hilario, los Valdeblánquez optaron por vengar su muerte asesinando a un Cárdenas, a lo que estos respondieron de igual manera y así sucesivamente, degenerando en una cadena indefinida de venganzas. El honor y la venganza de sangre se convertían entonces en elementos estructurales muy relacionados que articulaban el conflicto, sobre los cuales debía girar en adelante la investigación. Igualmente, los Cárdenas y Valdeblánquez pasaban a ser dos familias arquetípicas dibulleras y en alguna medida guajiras, pues su conflicto, pese a ser el más “famoso”, no fue el único durante esa época y encontramos casos parecidos en otros lugares de La Guajira. Por otro lado, dado que se trataba de un conflicto entre familias y no individuos, éstas pasaron a ser el centro de la investigación. Fue a partir del estudio de las estructuras familiares en Dibulla, que pudimos relacionar el honor y la venganza con el parentesco. El hecho que los dibulleros y en general los guajiros afirmaran que la familia actuaba como “un ejército de protección”, nos reveló el carácter colectivo que asume el honor y la venganza en los conflictos: cualquier ofensa o afrenta contra el honor de un individuo significa una afrenta dirigida contra su familia; en consecuencia, la responsabilidad de restituir el honor no recae solamente en el individuo sino en sus parientes. Esto fue precisamente lo que sucedió entre los Cárdenas y Valdeblánquez, y que nos llevó a suponer inicialmente que se trataba de un conflicto similar a los existentes entre clanes wayúu. No obstante, en el caso de los wayúu, el parentesco se fija por vía matrilineal y la responsabilidad de cobrar una ofensa es asumida únicamente por los parientes uterinos, es decir, los del lado materno como hermanos y tíos, dejando de un lado la familia del padre.16 En el caso de los Cárdenas y Valdeblánquez, pudimos determinar que los involucrados en el conflicto eran por lado

16 Weildler Guerra, La disputa y la palabra, Op.cit., p. 76-77.

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y lado parientes consanguíneos de filiación paterna y materna, aunque en gran mayoría de la segunda, dejando entrever una influencia en el sistema de filiación de parentesco tanto wayúu (matrilineal) como hispánico (bilineal), lo que de paso nos revelaba la naturaleza mestiza del conflicto. Quedaba por resolver el problema de por qué el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez había desencadenado en una serie indefinida de venganzas de sangre. Si ambas familias fueran wayúu, lo lógico sería que el mecanismo impuesto por el código de reciprocidad al interior de este grupo indígena, el cual establece que todas las ofensas y daños causados a alguien requieren de una compensación material por parte del agresor y su familia a la familia del agredido,17 hubiera llevado a contemplar el pago de la ofensa a la familia agraviada (en este caso los Valdeblánquez) con el fin de restituir su honor lesionado, al haberse derramado sangre de uno de sus miembros. Pero a diferencia de los wayúu, no hallamos aquí ningún mecanismo de compensación diferente a la venganza, al optar los Valdeblánquez por lavar la sangre de Hilario mediante la sangre de un Cárdenas. Tampoco hubo, como hay en los wayúu, un intermediario especializado o palabrero que asumiera el papel de mediador entre ambas familias. Este aspecto, muy relevante en el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez, fue el que terminó sugiriéndonos la validez y pertinencia de la investigación para una disciplina como la ciencia política. ¿Por qué se convirtió la venganza de sangre en la única salida al conflicto? ¿Por qué no hubo un tercero capaz de asumir el papel de mediador entre las dos familias? Un guajiro nos contestaba que

“.....ahora las vainas las arreglan más, sí, porque ya entonces llega la fiscalía y la vaina, los entregan. En esa época, cuando los Cárdenas y los Valdeblánquez, en esa época no había ley, no había nada, no había policía, no había un carajo, eran los mismos pueblos que arreglaban”.18

Esta afirmación nos revelaba tres elementos muy importantes para el análisis del conflicto. Por un lado, el apartado “en esa época no había ley, no había nada, no había policía, no había un carajo, eran los mismos pueblos que arreglaban”, nos señalaba la necesidad de considerar el conflicto como el resultado de la confluencia de causas estructurales y coyunturales. Un factor estructural como el honor ayudaba a explicar por qué dos familias se vieron envueltas en un conflicto. Autores como Pitt-Rivers señalan que acudir a la justicia ordinaria en conflictos de honor significa mostrarse vulnerable e incapaz de resolver los problemas por cuenta propia, lo cual es una conducta que pone entredicho el honor del agraviado.19 Pero por otro lado, en el caso de los Cárdenas y Valdeblánquez, la opción de tomarse la justicia por la propia mano se veía facilitada por el contexto coyuntural de la bonanza marimbera. Como veremos en el capítulo 3, el Estado, a través de instituciones como la policía y el ejército, actuó la mayoría de las veces como espectador, e incluso como parte, al verse vinculados algunos de sus miembros con las familias en más de una ocasión. Esta suma de factores dejaba camino libre a la venganza de sangre como el curso natural -o si se quiere predecible- del conflicto. Por otro lado, la afirmación “eran los mismos pueblos que arreglaban”, nos sugería la importancia del honor en el plano de las relaciones sociales entre los dibulleros. No era el honor la causa que explicaba por sí sola el origen del conflicto entre ambas familias, sino la transgresión a un código de honor muy arraigado en la estructura social de Dibulla. En efecto, durante la investigación encontramos que el honor juega un papel político preponderante en la organización social de

17 Eduardo Barrera, Mestizaje, comercio y resistencia, Op.cit., p.45. 18 Entrevista a Carlos Fernández, Palomino, noviembre 20, 2003. 19 Julian Pitt Rivers, “Honor y Categoría Social”, Op.cit., p.30.

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comunidades como la dibullera, al involucrar relaciones de poder entre los individuos y las familias. El honor es un factor condicionante en el comportamiento de los dibulleros, ya que al establecer cuál es una conducta honrosa o deshonrosa, define las formas de ser y de actuar de los individuos que son socialmente aceptadas. Igualmente implica una vigilancia permanente entre las personas, pues el honor de alguien requiere ser reconocido por el resto de la comunidad, y es ante los ojos de la comunidad que el honor de un individuo o familia puede quedar entredicho.20 En el Dibulla de la bonanza marimbera, cuando el honor de alguien era cuestionado por una u otra razón, este cuestionamiento adquiría un carácter público, pues se dice que en esa época “todo el mundo se veía la cara a diario”.21 Por ejemplo, en el caso de los Cárdenas y Valdeblánquez, el honor de los últimos se veía lesionado ante el resto de las familias dibulleras, al haber asesinado los Cárdenas a uno de sus miembros; para restituir el honor de su familia, los Valdeblánquez debían vengar su muerte. El problema es que al no existir mediadores o terceros efectivos y reconocidos como legítimos por toda la comunidad, al no “haber ley”, el mecanismo de la venganza de sangre se convierte en una amenaza latente en los conflictos entre familias. Es por esto que autores como Rene Girard señalan que en las sociedades donde no existe un sistema penal capaz de imponerse como un tercero neutral en los conflictos, “los males que la violencia puede desencadenar son tan grandes, y tan aleatorios los remedios, que el acento recae sobre la prevención”.22 En Dibulla, el código de honor juega un papel dicotómico, al servir, por un lado, como principio preventivo de los conflictos al condicionar el comportamiento social de los individuos (definiendo cual es una conducta honorable y cual no lo es), y por el otro, cuando hay una transgresión de dicho código, incentivando el conflicto al obligar al agraviado a desafiar a quien le ha ofendido como único medio de restituir su propio honor. En resumen, esto nos llevaba a concluir que el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez había sido un conflicto mestizo ocurrido por fuera de los parámetros impuestos por la justicia ordinaria, al no acudir las partes a las instituciones del sistema judicial del Estado y optar por la justicia privada a través de la venganza. Al tratarse de una disputa de honor, el medio de la venganza se constituiría en un instrumento tradicional y legítimo de hacer justicia ante los ojos de la comunidad, si bien era considerado ilegal ante los ojos del Estado. Si además considerábamos que el conflicto se había desarrollado en un contexto coyuntural como la bonanza marimbera, donde por un lado hubo un acceso ilimitado a recursos económicos para financiar la guerra por cerca de 20 años, y por otro, unas instituciones estatales con poca legitimidad, el resultado predecible era que el peso de la tradición a la hora de resolver un conflicto se impusiera sobre los instrumentos legales del Estado diseñados para imponer justicia. Sin embargo, ésta conclusión, pese a basarse en una descripción detallada y rigurosa del conflicto, dejaba la impresión de que el conflicto no podía explicarse simplemente como resultado de una serie de factores mecánicos que funcionaban como una especie de ecuación, donde factores estructurales (honor, parentesco) + factores coyunturales (bonanza marimbera) = venganza de sangre. Nos enfrentábamos al problema de cómo interpretar esa diferencia entre el antes “cuando los Cárdenas y los Valdeblánquez” y el ahora. Esto nos revelaba una tendencia de cambio en las dinámicas de los conflictos en un lugar como Dibulla: mientras hace relativamente poco el hacer

20 Ibid., p.27. 21 Autores como Simon Roberts señalan que las disputas tienden a permanecer latentes en comunidades donde los disputantes viven cerca, ya que permanecen todo el tiempo “viéndose las caras” (face to face), mientras que en sociedades más numerosas los implicados casi nunca se ven la cara luego de resueltos los conflictos. Simon Roberts, Order and dispute. An introduction to legal anthropology, Penguin books, 1979, p. 51. 22 René Girard, La violencia y lo sagrado, Barcelona, Editorial Anagrama, 1983, p.26.

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justicia por cuenta propia era el curso predecible y esperable de los conflictos, con el paso del tiempo tendía a ser más común acudir a un tercero representado por la autoridad judicial; no obstante, a nuestro paso por allí encontramos que aspectos como el honor seguían jugando un papel relevante en las relaciones sociales. Entonces, ¿cómo abordar un conflicto como el de los Cárdenas y Valdeblánquez, donde elementos como el honor y el parentesco no operan en la vida real como estructuras rígidas -aunque poseen una rigidez aparente para el observador- sino que se adaptan permanentemente a situaciones cambiantes? Fue precisamente la dinámica cambiante del conflicto lo que nos dio la respuesta. Caímos en cuenta que inicialmente nos había costado mucho trabajo comprender y describir dicha dinámica, en buena medida porque creíamos que las conductas derivadas del honor se constituían en una serie de reglas mecánicas y estructurantes del orden social, que operaban como normas rígidas sin importar las circunstancias en las cuales se producían y reproducían. Mirado de esta forma, pensábamos que para explicar el origen y desenlace del conflicto entre los Cárdenas y Valdeblánquez bastaba, por un lado, con analizar detalladamente el funcionamiento del código de honor en Dibulla, y por otro, con tener presente la ausencia de un tercero mediador entre las partes, derivada del contexto histórico de la bonanza. Sin embargo, a medida que avanzábamos en la investigación caímos en cuenta que el conflicto no seguía unos parámetros totalmente definidos y predecibles, sino que al encontrarse inmerso en una coyuntura histórica particular –la bonanza marimbera- muchas de las “reglas” del conflicto no se cumplían al pie de la letra; en otras palabras, el conflicto, más que ser el resultado de la confluencia de factores estructurales y coyunturales, era la articulación de los mismos, lo que nos llevó a considerar que estructura y coyuntura no son esferas aisladas sino que se encuentran en constante juego, modificándose y adaptándose mutuamente y de forma permanente. Por ejemplo, la frase muy común entre los dibulleros de que “el honor es sólo entre hombres” se cumplía solo de manera parcial en el caso de los Cárdenas y Valdeblánquez: los niños y las mujeres, que en un comienzo estuvieron marginados del conflicto, se vieron poco a poco involucrados hasta convertirse en blancos potenciales para ambas familias. En cuanto a las estructuras de parentesco, las cuales establecen en un conflicto quiénes deben participar y quienes quedan excluidos del mismo, nos encontramos que frente al caso de los Cárdenas y Valdeblánquez, si bien éstas estructuras fueron el principal elemento articulador de las familias en disputa, se generaron otro tipo de alianzas ligadas al negocio de la marihuana, viéndose involucrados en el conflicto individuos no ligados por parentesco consanguíneo a las familias como escoltas, sicarios, socios comerciales y miembros del ejército y la policía. Algo similar ocurría con la venganza, pues aunque nos comentaban que en los conflictos es muy común la existencia de zetas o fechas específicas escogidas para vengar a alguien, las cuales coinciden generalmente con los aniversarios de muerte de una víctima, no fue ésta la regla seguida por los Cárdenas y Valdeblánquez, de los que nos comentaban con frecuencia que “se mataban donde fuera y cuando fuera sin importar el lugar, el día ni la hora”. No obstante, como veremos en el capítulo 3, hallamos algunas de estas zetas a lo largo del conflicto, como por ejemplo el asesinato de Sabas y Moisés Valdeblánquez Levette el 16 de agosto de 1974 en la ciudad de Santa Marta, exactamente 4 años después del asesinato de su primo Hilario Valdeblánquez.

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Aquí fue de gran ayuda podernos valer de los trabajos de Pierre Bourdieu,23 ya que este autor muestra cómo las sociedades se estructuran a partir de prácticas, las cuales, lejos de ser una mera ejecución de reglas, son el producto de la relación dialéctica entre una situación específica socialmente estructurada (coyuntura) y un sistema de disposiciones duraderas (habitus) que funciona como una matriz de percepciones, apreciaciones y acciones, haciendo posible el cumplimiento de tareas infinitamente diferenciadas al interior de una sociedad.24 Uno de los elementos más relevantes de la teoría de Bourdieu, surgido de su crítica a los análisis estructuralistas, es precisamente su concepción del funcionamiento de la sociedad a partir de prácticas, cuyo fundamento según el autor no deriva de reglas inconscientes y automáticas, sino de estrategias concebidas como un sistema de principios generadores y organizadores flexibles y adaptables a condiciones cambiantes.25 Es por esto que al referirse el sociólogo francés al honor, que analiza a profundidad a partir de sus trabajos etnográficos realizados en Cabilia (Argelia), sostiene que éste no se constituye en una serie de leyes mecánicas o una axiomática abstracta que estructura la dialéctica del desafío y la réplica en los conflictos sociales, sino que conforma una disposición inculcada (sentido del honor) desde la infancia, constantemente reforzada y exigida por el grupo, y mediada por estrategias inscritas a su vez en contextos o coyunturas específicas.26 De lo anterior sacábamos en claro que elementos tales como el honor y el parentesco no operan como normas rígidas en una sociedad como la dibullera, sino que forman un sistema de disposiciones estructuradas en forma de prácticas, las cuales se ajustan constantemente a coyunturas donde intervienen los intereses de los actores sociales mediante el uso de estrategias, dirigidas a su vez a la acumulación de diferentes tipos de capital.27 En este sentido, el estudio de un conflicto como el de los Cárdenas y Valdeblánquez, que en términos de Bourdieu podría ser considerado como una práctica, se constituía en un fenómeno ideal para visualizar la dialéctica del cambio en una sociedad particular, donde los elementos estructurales se mantienen a lo largo del tiempo, pero se moldean y adaptan a condiciones cambiantes expresadas en forma de coyunturas. Teniendo en cuenta lo planteado hasta el momento, creemos que el estudio del conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez, al analizar a fondo un fenómeno de violencia concreto sucedido en un contexto histórico y geográfico definido, se constituye en un aporte a la ciencia política y específicamente a los estudios sobre la violencia en Colombia. Esperamos además que esta

23 Para esta investigación nos valimos especialmente de las siguientes obras del sociólogo francés: Pierre Bourdieu, Outline of a Theory of Practice, New York, Cambridge University Press, 1977 (1972); El Sentido Práctico, Madrid, Taurus, 1991 (1980); La Dominación Masculina, Barcelona, Anagrama, 2000; “El sentimiento del honor en la sociedad de Cabilia”, J.G. Peristiany, El concepto de honor en la sociedad mediterránea, Barcelona, Editorial Labor, 1968, pp. 175-239; “The Forms of Capital”, John G. Richardson (ed.), Handbook of Theory and Research for the Sociology of Education, New York, Greenwood, 1986, pp. 241-255. 24 Pierre Bourdieu, Outline of a Theory of Practice, Op.cit., p.72. Para Bourdieu, el habitus depende de unas estructuras objetivas (economía, lenguaje, etc.), pues éstas definen las condiciones en que dicho habitus es producido, mientras que la coyuntura determina las condiciones en que éste opera. Ibid., pp.79-87. 25 Francisco Vázquez García, Pierre Bourdieu. La sociología como crítica de la razón, España, Editorial Montesinos, 2002, p.76. 26 Pierre Bourdieu, El Sentido Práctico, Op.cit., pp.175-176. 27 Para Bourdieu el capital “es trabajo acumulado, bien en forma de material, bien en forma interiorizada o incorporada” y se puede dividir en capital económico, social, cultural y simbólico. Como veremos en el capítulo 2, el honor y el parentesco constituyen formas de capital, lo que ayuda a comprender el por qué no obedecen a reglas mecánicas y se encuentran mediados por intereses. Francisco Vázquez García, Pierre Bourdieu. La sociología como crítica de la razón, Op.cit., p. 97.

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investigación contribuya al estudio del mestizaje en La Guajira y sirva como un incentivo a futuras investigaciones en este campo, tan poco explorado en ésta región del país. Somos conscientes de que la complejidad del tema y las nociones limitadas de los autores en campos como la etnografía, la antropología y la geografía, dejarán vacíos que esperamos poder resolver en trabajos posteriores.

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Para terminar, esbozaremos brevemente la estructura y metodología de la investigación, que se llevó a cabo entre julio del 2003 y mayo del 2004. El trabajo estuvo dividido en tres fases. La primera transcurrió entre los meses de julio y octubre, durante los cuales nos dedicamos a recoger información en bibliotecas y centros de investigación con el fin de elaborar el proyecto de investigación. Durante esta fase nos concentramos principalmente en la revisión de tesis de grado, artículos especializados e investigaciones que giraran alrededor de la bonanza marimbera, al igual que trabajos antropológicos y etnografías relativos al mestizaje en La Guajira, los indígenas wayúu y la población dibullera. La recolección y lectura de la bibliografía disponible nos permitió hacernos a una idea general del contexto histórico y geográfico en el que tuvo lugar el conflicto, e igualmente nos remitió a problemáticas de carácter teórico que posteriormente servirían como material de apoyo en el análisis del conflicto. También iniciamos una revisión exhaustiva de prensa en diarios nacionales como El Tiempo, El Espectador y El Espacio, y regionales y locales como El Diario del Caribe, El Heraldo y El Nacional de Barranquilla y El Informador de Santa Marta. Esto nos permitió ubicar algunas referencias al conflicto, aunque la mayoría no pasaban de ser menciones marginales de asesinatos que se asociaban generalmente con el tráfico de marihuana y el contrabando. En general, nuestras nociones sobre el conflicto no pasaban entonces de ser una serie de datos aislados y a veces contradictorios provenientes de la prensa escrita y textos de carácter literario y periodístico, los cuales terminaban por aumentar la confusión frente al tema. Con un proyecto de investigación ya casi concluido, iniciamos la segunda fase de la investigación, que consistió en un trabajo de campo realizado entre finales de octubre y mediados de diciembre de 2003. Durante este tiempo recorrimos varios lugares de la Costa Atlántica en busca de información. La historia del conflicto determinó nuestro desplazamiento a sitios diferentes, que habían sido en otro momento los escenarios del mismo. Fue así como el trabajo de campo se transformó en una especie de investigación itinerante, que nos llevó desde Barranquilla hasta Riohacha, pasando por Santa Marta y pueblos de la Troncal como Palomino, Mingueo y Dibulla. También recorrimos otros lugares de La Guajira como Villanueva y El Molino, en busca de información sobre conflictos similares al de los Cárdenas y Valdeblánquez. Desde un comienzo tropezamos con la dificultad de llegar a la historia a partir del testimonio oral. Resultaba muy difícil explicar el objetivo del trabajo, ya que para muchos era inconcebible que la historia de los Cárdenas y Valdeblánquez fuera motivo de una investigación académica. Por otro lado, era comprensible que en algunos casos la gente no quisiera hablar de un tema como éste ante unos cachacos desconocidos. Sin embargo, con el tiempo logramos ganarnos la confianza de algunas personas, lo que nos permitió acercarnos a su conocimiento y apreciaciones sobre el conflicto. En Dibulla, donde permanecimos por cerca de 20 días, las cosas fueron más fáciles gracias a que, como anotábamos más arriba, desde un principio nos asociaron como parientes del médico. Allí llevamos a cabo varias entrevistas con personas muy cercanas a los Cárdenas y Valdeblánquez, algunas ligadas a ellos por vínculos de parentesco consanguíneo,

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cuyos testimonios fueron muy valiosos no sólo frente al conflicto, sino para enterarnos de muchos aspectos sobre la historia de Dibulla y los dibulleros. En cuanto a los miembros de las familias que estuvieron directamente involucrados en el conflicto, hallamos a unos pocos, pero nos manifestaron que preferían no tocar el tema. Otra de las fuentes de información importantes fue el archivo parroquial de Dibulla. Gracias a los libros de bautismos, matrimonios y defunciones, en los cuales encontramos registros de los dibulleros a partir de la mitad del siglo XIX, fue posible reconstruir los árboles genealógicos de ambas familias, los cuales nos proporcionaron elementos de análisis muy importantes (ver anexo 2). También se adelantó la revisión de prensa en Barranquilla y Santa Marta, en los archivos de El Heraldo y El Informador, que se vio facilitada porque ya contábamos con más información sobre el desenlace del conflicto, gracias a algunas referencias en los testimonios orales y a fechas de defunciones de miembros de las familias recolectadas en los cementerios de Riohacha, Dibulla y Santa Marta. A partir de la compilación y sistematización de todos los datos recogidos en prensa, fue posible llevar a cabo un seguimiento cronológico del conflicto a partir de 1970, cuando se produjo el asesinato de Hilario Valdeblánquez, hasta 1989, cuando murió Hugo Nelson Cárdenas (ver anexo 3). Finalizado el trabajo de campo, regresamos a Bogotá, donde iniciamos la última fase de la investigación, que abarcó los meses de enero a julio de 2004. Lo primero fue ordenar y clasificar la totalidad de la información disponible, trabajo que se prolongó por cerca de un mes, debido a labores especialmente dispendiosas como la trascripción de entrevistas. Con base en estas entrevistas, elaboramos una crónica extensa en la que incorporamos en forma de diálogos las diferentes versiones sobre la historia. La metodología que usamos fue la siguiente: escogimos tres escenarios distintos –Bogotá, Dibulla y Santa Marta- en los cuales habíamos realizado entrevistas. En cada uno de los escenarios –excepto Bogotá, donde sólo trabajamos con una entrevista- pusimos a conversar a diferentes personajes, los cuales no necesariamente se conocían o vivían en el mismo lugar. En el caso de Dibulla, por ejemplo, reunimos las entrevistas realizadas allí, así como otras que tuvieron lugar en partes diferentes de La Guajira; luego escogimos la casa del médico y recreamos allí un espacio imaginario donde se encontraban todos estos personajes y entablaban una larga conversación, en la cual nosotros interveníamos como los cachacos sobrinos del médico. En la medida que las entrevistas habían seguido una estructura similar en la mayoría de los casos, el trabajo consistió en seleccionar en los testimonios transcritos los temas que nos interesaba tratar –historia de Dibulla, bonanza marimbera, conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez-, y exponerlos en forma de diálogo. La ventaja de seguir este método era la posibilidad de presentar un documento tan valioso como el testimonio oral, logrando a la vez confrontar diferentes puntos de vista sobre un mismo tema. En Santa Marta proseguimos de la misma forma, aunque escogiendo en este caso el Parque San Miguel, aledaño a la casa donde por varios años vivieron los Cárdenas y también escenario importante del conflicto. Por razones de seguridad, no presentamos los nombres completos de los entrevistados, optando a veces por usar sus apodos y en algunos casos cambiando sus nombres; al final incluimos una lista de todas las entrevistas con sus respectivas fechas (ver anexo 1). En cuanto a las profesiones que les adjudicamos, la mayoría son reales con algunas pocas excepciones. Los testimonios son totalmente verídicos y en ningún caso tergiversamos la información facilitada por los entrevistados. Finalmente, la crónica quedó divida en tres partes y elaboramos para cada una un capítulo de análisis, apoyándonos en otro tipo de fuentes primarias y secundarias recogidas en Bogotá y

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durante el trabajo de campo. La estructura del trabajo consiste entonces de seis capítulos, tres de crónica (numerados como I, II y III) y tres de análisis e interpretación (siguiendo la numeración 1, 2 y 3), intercalados unos con otros y siguiendo la secuencia crónica-análisis-crónica y así sucesivamente hasta el final. Los capítulos de análisis se estructuraron de la siguiente manera: El primer capítulo presenta un contexto histórico y geográfico de Dibulla y tiene como objetivo principal identificar y describir algunos de los aspectos más significativos en la historia de poblamiento del lugar y su relación con el carácter mestizo de la cultura dibullera, e igualmente introducir al lector en la historia de de las familias Cárdenas y Valdeblánquez. Este capítulo se encuentra dividido en dos partes. En la primera mostramos cómo durante el período de la Conquista y la Colonia el proceso poblamiento del lugar estuvo dibujado por la movilidad y los contactos prolongados entre diferentes grupos humanos (cimarrones, europeos e indígenas guanebucán, wayuú y kogui), de los cuales fue surgiendo el dibullero. Uno de los aspectos más importantes que señalamos aquí es cómo el carácter dinámico e inestable de este proceso estuvo estrechamente relacionado con la ubicación geográfica de Dibulla, al constituir un lugar de frontera entre el Mar Caribe, la península de La Guajira y la Sierra Nevada de Santa Marta. En la segunda parte, que abarca desde la fundación del municipio a mediados del siglo XIX hasta el presente, nos centramos en la colonización dibullera de San Antonio en la Sierra Nevada y en los antecedentes y el auge de la bonanza marimbera. La descripción de estos procesos hace referencia constante a la historia de ambas familias desde su establecimiento en el poblado de San Antonio en la Sierra Nevada a finales del siglo XIX y comienzos del XX, hasta su vinculación con el tráfico de marihuana y el inicio del conflicto, a comienzos de la década de los setenta del siglo pasado. En el segundo capítulo se analizan los orígenes y las causas del conflicto, tomando como punto de partida la familia dibullera, con especial énfasis en las estructuras de parentesco, buscando por un lado identificar las influencias culturales presentes en éstas estructuras (especialmente la hispánica y la wayúu por ser las más visibles), y por otro, relacionar lo expuesto con el caso de los Cárdenas y Valdeblánquez, para lo cual nos valimos principalmente de los árboles genealógicos de ambas familias reconstruidos a partir de los archivos parroquiales de Dibulla. Finalmente describimos las hipótesis existentes frente al origen del conflicto y analizamos a profundidad el problema del honor, ya que este permite ligar muchos de los elementos esbozados a lo largo de los dos primeros capítulos. Por último, el tercer capítulo se ocupa del desenlace del conflicto desde la muerte de Hilario Valdeblánquez en 1970 hasta el asesinato de Hugo Nelson Cárdenas en 1989, y busca mostrar cómo un altercado de honor entre ambas familias terminó generando una cadena de venganzas de sangre por cerca de 20 años, dejando una cantidad indefinida de víctimas. Mostramos de qué forma el conflicto contribuyó a reforzar un estereotipo violento del habitante de La Guajira no sólo en la Costa Atlántica sino en el resto del país. También analizamos de qué manera las relaciones de parentesco al interior de las familias jugaron un papel esencial en el desarrollo del conflicto, la importancia que tuvo para el mismo la coyuntura histórica de la bonanza marimbera, el papel del Estado, los mediadores y los escenarios en los que tuvo lugar.

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I. PRIMERAS PESQUISAS1

Era muy poco lo que conocíamos acerca de la historia de los Cárdenas y los Valdeblánquez. Es más, casi nada sabíamos, tan solo rumores aislados referidos todos a la ferocidad del enfrentamiento entre dos familias guajiras sucedido por allá en los años setenta, cuando en la costa Atlántica estaba en auge la producción y comercialización de la marimba, la marihuana sembrada en la Sierra Nevada de Santa Marta. La escasa información que teníamos provenía de unos pocos libros que tocaban el tema. Un amigo guajiro nos introdujo con cierto sigilo La Noche de las Luciérnagas,2 advirtiéndonos que ahí reposaba casi que lo único escrito sobre la bonanza, descrita con espectacularidad y rimbombancia. Coincidencialmente por aquellos días una amiga guajira nos prestó Leopardo al Sol,3 novela escrita por la colombiana Laura Restrepo. La novela, según nos contó luego la escritora, había nacido de sus épocas de periodista cuando realizó una crónica que fue publicada en la revista Semana.4 Allí contaba la historia de las dos familias con algunos apartes hasta ahora desconocidos por nosotros. Por ejemplo, que eran de Dibulla en la Guajira, que al parecer todo había empezado por un Cárdenas y un Valdeblánquez, quienes peleando por una mujer habían desatado el primer muerto del lado de los Valdeblánquez, y que de ahí para adelante fue muerto de un lado y muerto del otro, trasladando la guerra de su natal Dibulla a las ciudades vecinas de Santa Marta, Riohacha y Barranquilla. La otrora periodista utilizó la información recopilada en su investigación para la elaboración de esa crónica y de un guión para llevar la historia a la televisión. Muy pronto llegó la advertencia de los Valdeblánquez: si se realizaba la telenovela, la sede de la televisora RTI sería volada con una bomba. Eso quedó así por un tiempo, hasta que el guión para televisión se convirtió en una novela, la cual se servía de la historia de ambas familias para nutrir la ficción encarnada en la historia de los Barragán y los Monsalve. Contrario a lo que sucedió con la telenovela, los Valdeblánquez autorizaron su publicación: “Que escriba todo lo que quiera, que nosotros por acá no leemos”.

Poco a poco empezábamos a tener más información. Sin embargo, sabíamos lo difícil que sería poder hablar sobre esa historia con personas que la hubieran vivido de cerca. Era un tema más que espinoso. El panorama se empezó a despejar cuando a través de un amigo en común, conocimos a Kike, un músico samario con mucho que contar sobre la historia que nos ocupaba. Su infancia había transcurrido en Santa Marta y Villanueva, en el sur de La Guajira. De sus vivencias en Santa Marta quedaron recuerdos varios, que involucraban la historia de los Cárdenas y los Valdeblánquez. En una tarde bogotana, gris por cierto, pronto nos vimos sentados en la sala de su apartamento en el barrio La Macarena, rodeados de una batería, tambores y paredes recubiertas con empaques de huevo para aislar el sonido y evitar quejas de los vecinos. Kike nos contaba que igual se quejaban, hasta llegan con la policía, nos decía. Sin necesidad de preguntas ni explicaciones iniciales, Kike inició su historia con un estilo descomplicado y espontáneo, que pronto nos hizo sentir más cachacos que nunca.

1 Elaborado con base en entrevista realizada a Enrique Egurrola y Javier Rocha en septiembre 26 de 2003 en Bogotá. 2 José Cervantes Angulo, La noche de las luciérnagas, Plaza & Janés, Bogotá, 1980. En su carátula se advierte: “todo lo que usted quería saber sobre el tráfico de la marihuana colombiana desde el primer embarque hasta el nacimiento de una nueva clase socioeconómica: la marimbera”. 3 Laura Restrepo, Leopardo al sol, Editorial Planeta, Bogotá, 1993. 4 Laura Restrepo y Fernando Alvarez, “La maldición de una estirpe”, Revista Semana no. 94, febrero 21-27, 1984, pp. 27-32.

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“Yo vivía en el edificio Katime, calle 14 número 6-29, en el centro en Santa Marta. En ese edificio no había nadie marica, hasta que se mudó una familia. El pelao era culo ’e picao, andaba con unos Nike de pega pega. Oye y tú qué, ¿cómo es que te llamas? Yo soy Hugo Nelson Cárdenas Cárdenas, ¿Cárdenas? Sí viejo Kike, Cárdenas de los que tuvieron el problema, ¿Los de la bomba?, ¿los Cárdenas? Sí, sí, pero toda esa vaina ya pasó marica, Ah, no, todo bien, que tal, firme. Se va Hugo y me dice un amigo, no marica este man bacano y todo, pero este man todavía tiene la vaina esa con los Valdeblánquez. Hombe qué es eso, eso manes ya nada, esa guerra ya se acabó, eso ya no existe ninguno de esos. Mami cómo te parece que Hugo es de los Cárdenas, Ay! no me digas eso, a mi me da miedo que tú andes con ese pelao, que no sé que cosa, porque no joda, esa vaina es peligrosa y que tal. No pero esa vaina ya se acabó, decía yo, por amistad, si me entiendes. Pero igual nosotros nos hicimos amigos y Hugo era como mi mejor amigo. O sea, con otros amigos salíamos todos los días a joder la vida, culo ’e amistad, él se quedaba en mi casa, yo me quedaba en la casa de él, era súper buena gente, íbamos a la playa, jugábamos Atari y mi mamá ya lo quería. La mamá de Hugo se llamaba Libertad Cárdenas, ya yo la conocía. Tenía dos hermanas, una que se llamaba Indira y otra que se llamaba Ivonne. La mamá era comerciante, cada ratico viajaba a Maicao y toda esa cosa. Entonces Libertad Cárdenas dejaba a mi mamá encargada de los hijos de ella, si entiendes, para cualquier vaina, si me explico, entonces a veces tocaba que almorzaran en mi casa o mi mamá iba allá y alguna vaina, preparábamos comida o alguna cosa y la vaina...” Kike interrumpió su narración al tiempo que encendía un cigarrillo y tomó una bocanada de humo como si éste hiciera más vívidos sus recuerdos. Pronto aprovechamos su silencio y formulamos una pregunta, antes que fuera él quien escogiera el rumbo de la conversación: “¿Cómo fue eso de la bomba?” “La bomba del Parque San Miguel, que le decían Parque de los Cárdenas, pero realmente se llama Parque del cementerio San Miguel. La casa de los Cárdenas quedaba en el costado derecho del cementerio, ahí en el Parque San Miguel. Entonces cuando eso, Hugo tenía como 5 años y lo metieron abajo de una cama, pero él estaba en la casa de al lado y esa vaina explotó. Y después que explotó cayeron como 25 manes más de los Valdeblánquez, porque eran los Cárdenas y los Valdeblánquez que se agarraron a plomo marica, entonces los que quedaron vivos de la bomba los terminaron de matar, si me entiendes. De ahí se perdieron, fue la época que Hugo se fue para Maicao, para La Guajira, Uribia y toda esa vaina”.

Foto 1. Diario del Caribe, febrero 4, 1981 Foto 2. El Bogotano, febrero 4, 1981

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Intrigados con un evento del que no teníamos conocimiento y aprovechando la concentración de Kike, quien fuma de su cigarrillo, formulamos la pregunta de rigor: “¿Cuál era el problema que tenía la familia de Hugo?” A la par con la bocanada que salía de su boca, empezaron a desfilar las palabras: “Todo comenzó porque el papá de Hugo se comió a una mujer de los Valdeblánquez. El problema fue porque las mujeres enloquecen al mundo entero, hasta la revolución francesa fue por una vieja... Ahí empezó toda la vaina. Realmente los Cárdenas eran indios, los Valdeblánquez también. Eran esas familias numerosísimas, todo el que tuviera nexos de cariño, de afecto, se lo bajaban. Hicieron buen billete con la bonanza, la bonanza marimbera. Hugo me contaba que él alcanzó a vivir esa época, los casones que tenían esos manes, los carros, toda la vaina. Al papá de Hugo, Toño Cárdenas, que le decían chichi mouse -a Hugo también le pusieron chichi mouse- lo mataron, fue horrible, lo cogieron por allá y lo cogieron a tiros y toda la vaina. Mejor dicho como el man era el duro y Hugo era el hijo directo, el man había dejado hijos por todas partes. Es que eso era un mes mataban a uno, un mes mataban a otro, se daban plomo entre ellos y con sicario”. Pronto nos dimos cuenta que Kike nos podía hablar sobre la parte de la historia que se desarrolló en Santa Marta. “Pero y entonces viejo Kike, ¿cómo se vivía en Santa Marta en esa época?” “Yo respiré la atmósfera esa de que la venganza está ahí latente, y ta y un muerto, ¿y de quién era?, no de los Valdeblánquez, y después de un mes o a los dos meses, ta otro muerto, ¿y qué?, de los Cárdenas. Entonces se respiraba esa atmósfera de la guerra entre esas dos familias y quien estuviera en el medio se lo llevaban. Ese temor era así en Santa Marta. Era una amenaza vivir al lado de algunos Cárdenas o de los Valdeblánquez, como en la época de Pablo Escobar vivir al lado de un policía o al lado de una estación de policía, tú sabías que ahí iba a pasar algo”.

Foto 3. Hugo Nelson Cárdenas. Diario del Caribe, Abril 12, 1989 Foto 4. El Heraldo, Abril 12, 1989 Por los ojos de Kike flameaban los recuerdos de aquella época y de su amigo de infancia, Hugo Nelson Cárdenas Cárdenas. “¿Y Hugo?”, preguntamos casi al unísono.

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“Hugo nunca, el man nació con toda esa energía de todo lo que había vivido, todo lo que había pasado. Claro, no era un picao, es que el man era entre comillas la verguita, si me entiendes, la verguita. Ya Hugo no tenía rencor, Hugo andaba en otro paseo, sabroso, o sea, él nunca pensaba en vengar la muerte del papá o cosas así. No, nada, el man estaba fresco con esa vaina, otra nota. O sea el man era para que estuviera vivo, porque ya él no tenía por qué estar en esa vaina. El odio fue muy hijueputa. Yo una vez tenía como una gripa, una vaina y a mi me habían incapacitado como dos días. Al tercer día debía ir al colegio, pero como mi mamá era enfermera, ya yo tenía excusa para no ir al colegio. Entonces, no, no voy a ir a la primera hora, voy a ir a la segunda hora, dije yo, culo ‘e flojera. Nosotros de costumbre teníamos que Hugo me timbraba tran chacata y nos íbamos, si me entiendes, nos íbamos por la avenida del Ferrocarril caminando. En la avenida del Ferrocarril cogíamos el bus, un directo avenida Libertador. Nos bajábamos en el Seminario como de costumbre. Pero como ya yo tenía dos días de no ir al colegio, ya Hugo sabía que para qué me timbraba y no me timbró. Y mi mamá me dijo que no fuera al colegio, y yo, no hombe qué! Quédate si tú estás mal todavía y que tal. No, no yo si voy a ir, porque ya estaba bien, pero voy en la segunda hora. Entonces ra me bañé. Cuando yo me estoy bañando marica, suenan unos tiros así, pa pa, dos tiros. Mi mamá los oyó porque después me dijo que los había oído, si me entiendes, pero realmente es que la puerta del apartamento la estaban prácticamente partiendo y era una vecina, como con una manta guajira, una manta para dormir. Venía llorando, loca, vuelta mierda, gritando, Celia!, Celia! como que mataron a Hugo. Qué viaje marica, yo vi la vaina y yo dije, ¿qué pasó?, ¿cómo así?, ¿cómo es la vaina?, y llega un amigo que estudiaba de tarde en el Liceo Caribe, ese no se levantaba temprano, ¡hey!, ven, ven marica, vamos. Mi mamá decía, ¡no salgan! Nosotros, ¡vamos!, ¡vamos! Mi mamá, ¡no sale nadie de aquí!, ¡no sale! La otra señora también, ¡no sale nadie de aquí!, ¡aquí los encerramos! ¡Mamá!, ¡señora Celia!, ¡mataron a Hugo no joda!, como no voy a salir, que no sé que cosa. Salimos los cuatro a ver que era lo que había pasado. A Hugo le habían metido dos tiros en la cabeza, uno entre la nariz en la boca y otra aquí, como en la sien. Cuando eso Hugo tenía catorce años, si me explico, cuando la bomba él tenía como cinco años, pero cuando él andaba conmigo tenía como trece, catorce años y Hugo tenía la misma edad que la mía. Yo no lo vi, llegó la ambulancia, se lo llevó y yo no lo podía creer, se lo llevaron para la clínica y mi mamá, cómo era enfermera, buscó de cuánto medico pueda haber bueno y se fueron para allá, para atender a Hugo. Y mi mamá me dijo, él se salva, él se salva porque él esta vivo, no está muerto. Ese fue como el alivio de todo el mundo. Entonces nos fuimos para la casa de Hugo, la mamá estaba viajando, las hermanas estaban llorando y la abuelita de Hugo también estaba llorando. Yo ese día le metí que culo ’e puño a la pared, llorando contra un escaparate de la casa de él, porque yo sentía que el man se iba a morir. Cuando llega mi mamá otra vez al edificio como tres horas después, porque el man duró como dos horas y media vivo, llegó con una falda rosada, la tenía llena de sangre y salió llorando, dando la noticia que se había muerto Hugo. Cogió y me abrazó, y me dio fuerza y me dijo, mira las llaves, me las dio Hugo cuando se estaba muriendo. Cuando Hugo se estaba muriendo, cogió las manos, se las abrió a mi mamá y le dio las llaves del apartamento y le dijo, dile a mi mamá y a todos que yo estoy bien, que yo sé que me estoy muriendo, pero estoy bien. Mi mamá llegó con las llaves agarradas y me contó esa vaina y le contó a todo el mundo”. Kike apagó el cigarrillo, refrescó su garganta con un vaso de agua y continuó hilando su relato: “En ese momento Libertad Cárdenas que era la mamá de Hugo venía fletada desde Maicao. Fletada es que, si tú no le pones la chancleta a esa hijueputa camioneta yo te zampo un tiro, si entiendes, porque te voy a pagar son 500.000 pesos, ¡no joda!. Después de que llega mi mamá,

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llega como a los 20 minutos Libertad Cárdenas. Se bajó de una cuatro puertas, de esas así de Maicao, blindada y todo, porque ella tenía apoyo de ciertas personas que conocieron al papá de Hugo. O sea con decirte que no se demoró ni dos horas en llegar desde Maicao hasta Santa Marta, por Riohacha se vino, a través de la Sierra Nevada. Marica la vieja gritaba así y todavía me queda el recuerdo, se tiró de rodillas en la puerta del edificio y gritó, ¡Dios Mío tantas esperanzas!, ¡tantas ilusiones!, ¡tantas ilusiones!, repetía como veinte veces, ¡tantas ilusiones! gritaba y gritaba, ¡chichi mouse!, ¡chichi mouse!, ¡chichi mouse! Se murió Hugo, si me entiendes, culo ’e viaje. Eso fue no joda, todos los colegios banda de guerra, todo el mundo que nos conocía. Mejor dicho ese día fue noticia, hasta en el noticiero salió y toda la vaina, porque si fue noticia en Santa Marta, tiene que ser noticia en todo Colombia, si me explico. Ya era el tumulto de gente abajo en mi edificio o sea era la prensa si entiendes, todo el mundo quería saber. Además eran los Cárdenas y Hugo era el último de los Cárdenas, el último, que lo estaban dejando crecer para que le doliera más a la mujer. Eso fue en abril de 1989”. El silencio pronto nos devolvió a aquella fría tarde capitalina. El golpeteo de la lluvia en la ventana nos sacó de la trágica escena de un niño de 13 años, quien esperando el bus del colegio recibe dos disparos que acaban con su vida. Ahora éramos nosotros quienes fumamos para calmar un poco la impresión producida por el relato. “¿Cómo así que lo estaban dejando crecer?”, preguntamos. Con gran dominio de la palabra, Kike retomó su narración: “Porque resulta que los manes no querían matar a Hugo tan chiquitico si me entiendes, sino que lo querían dejar crecer para que le doliera más a la mujer, si entiendes. Fue culo ’e vaina hijueputa haberlo dejado crecer para que le doliera más a la vieja. Eso fue el problema, que lo dejaron coger confianza, dejaron pasar tiempo. El nunca hablaba de eso, él estaba tan seguro como que nunca le iba a pasar nada, pero la venganza entre más deja pasar el tiempo más hijueputa es todavía, tú no la esperas. La venganza fue tan hijueputa que se prestó para hacer eso. Una vendetta en la cual hasta brujería mi hermano, después vas a saber por qué. De pronto la brujería esa es otra vaina ya más hijueputa, como que tú clavarle una mala intención a alguien, seguro, eso ya es brujería. Pero lo cierto fue que Indira se murió como dos años después de cáncer, una pelada de diecisiete años, incluso le encontraron la muñequita con alfileres y huevonadas, pero pues imagínate eso. Ivonne en cambio está viva, se envejeció, pareciera que tuviera cuarenta años. Libertad en este momento está en Riohacha, sola, tiene un puestecito de ropa. La mamá de Hugo se sintió culpable de que lo hubieran matado, el otro año como que lo iban a mandar para México. La historia de la vendetta esa familiar termina con la muerte de Hugo, ya después de eso ya no hubo nada. Si la única que queda es Libertad Cárdenas, para qué la van a matar si no hay nadie que sufra. Libertad Cárdenas no me podía ver, esa mujer me veía y se ponía a llorar, porque lo primero que le llegaba a la mente era que así estaría Hugo, estaría igualito a mi. Vaina hijueputa no joda, tú no lo crees, pero esa es la historia de Hugo Nelson Cárdenas Cárdenas”. Muy pronto el relato tomó otro rumbo. Las aventuras de cuatro adolescentes en Santa Marta unidos por la amistad, el Atari, la playa y el sexo. Luego de la muerte de Hugo, Kike y su primo Pablo fueron enviados a Villanueva para que cambiaran de aire y olvidaran un poco lo sucedido. Para nosotros también era hora de partir. Empezaron a llegar los músicos de la banda de Kike, que con seguridad interrumpirían el silencio y la paz de los vecinos. Paradójicamente habíamos conocido de entrada el aparente final de la historia: finalizando la década de los ochenta, había sido muerto un niño de apellido Cárdenas. Puede que fuera el último Cárdenas que faltaba por

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morir producto del enfrentamiento con los Valdeblánquez, pero con toda seguridad no era el primero.

LOS DIBULLEROS Y SU HISTORIA

Foto 5. Cayuco en playas de Dibulla

Luego de algunas semanas de permanencia en la costa, durante las cuáles seguimos rutas distintas en la búsqueda de pistas sobre los Cárdenas y Valdeblánquez, nos encontramos una mañana a comienzos de noviembre en las afueras de Dibulla. Sabíamos desde un comienzo que los orígenes de estas dos familias guajiras se situaban en este pueblo a orillas del mar Caribe, pero decidimos tomar caminos diferentes para llegar allí, con el fin recorrer algunos escenarios y recoger testimonios que nos situaran mejor en su historia. Uno había tomado la ruta del Valle, que atraviesa en dirección nor-oriental el valle que se forma entre la Serranía de Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta. Después de estar por algún tiempo en Villanueva y El Molino, municipios ubicados al sur del departamento de La Guajira, donde recogió algunas versiones sobre la guerra de los Cárdenas y Valdeblánquez, así como de otras familias guajiras durante la época de la bonanza marimbera, pasó algunos días por Riohacha, donde realizó otras entrevistas. El otro se dirigió directamente a Santa Marta, ciudad que fue el principal escenario del conflicto, pues allí se estableció una de las dos familias a comienzos de los años setenta del siglo pasado y tuvieron lugar muchos de los enfrentamientos. En éste lugar hizo algunas entrevistas a personas que vivieron la época de la bonanza marimbera y que también recordaban algunos episodios del conflicto. Igualmente, inició una revisión del único periódico samario que circulaba en esa época, El Informador, revisión que tomó varios meses por el estado precario de su archivo: los ejemplares del diario estaban incompletos y muchos se encontraban descompuestos por la humedad, cosa que por lo demás carecía de importancia alguna para los funcionarios del periódico, para quienes la palabra “archivo” sonaba tan extraña como absurda. El horario de atención se reducía a unas pocas horas los sábados, que dependían del tiempo libre del “encargado” del archivo, personaje que alternaba este oficio con el de portero, mensajero y recepcionista; por último, el “encargado”, que siempre mostró una repulsión evidente por la bodega destinada al archivo, se cercenó un pedazo de dedo con una sierra de carpintería, hallando en éste infeliz suceso la excusa perfecta para no pisar el archivo por un buen tiempo. Esa mañana la cita era en Casa Aluminio, un punto sobre la Troncal del Caribe a unos 50 kilómetros al sur occidente de Riohacha, desde donde sale el camino a Dibulla. Lo primero que siguió al reencuentro fue un rápido intercambio de impresiones de viaje, al tiempo que recorríamos en una camioneta Ranger de placas venezolanas que varias veces al día transita los 10 kilómetros que separan a Dibulla de la Troncal. Nos preocupó un poco la dificultad que habíamos tenido ambos al acercarnos a personas que estuvieron muy cerca de la guerra o de alguna de las familias, pues en Bogotá nos habían hablado de la facilidad y abundancia de las

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versiones orales sobre la misma. Caímos en cuenta que no sólo estaba el inconveniente de ser cachacos en la costa, cachacos inexpertos en el arte de conversar e indagar, sino que además nos enfrentábamos a una historia no tan reciente como para ser noticia comentada en las esquinas, pero tampoco tan lejana como para volverse “historia”. Tampoco sabíamos qué nos podía esperar en Dibulla, pues ninguno de los dos había estado antes allí y salvo algunas referencias históricas encontradas en lecturas previas al viaje, era muy poco lo que conocíamos sobre el lugar. Nuestro único contacto era Camilo, un médico bogotano que treinta años atrás había llegado a hacer el rural de medicina y terminó por quedarse a vivir en el pueblo. No lo conocíamos pero una amiga suya nos habló de él y nos dio las señas para llegar: debíamos ir hasta la calle de la marina y preguntar por Sal si puedes, el nombre de su casa.

Foto 6. Casa de Camilo, almendro y playa Foto 7. Burro de Juan Diaz Llegamos a Dibulla a medio día y a primera vista nos pareció un lugar desolador. En las calles a medio pavimentar no se veía sino uno que otro perro sediento buscando una sombra para echarse, y todo el mundo parecía refugiado en algún escondite huyéndole al calor. Al comienzo sólo vimos algunas miradas curiosas asomarse por entre los umbrales de las casas, y el único lugar donde divisamos alguna actividad fue una enramada al fondo de la calle donde nos había dejado la Ranger. Era el restaurante de Fátima, una matrona dibullera que atendía el sitio y ofrecía la mejor sopa de guineo del pueblo. Le preguntamos por Camilo y nos dio las señas, “Ah, el médico, tienen que bajar una cuadra y voltear a la derecha, allá por la casa de Sixta. Camilo, Camilo es buen amigo mío, lo que me dio rabia fue cuando no lo nombraron alcalde de aquí. El hubiera sido el alcalde en esa época, cuando Samper fue presidente, Camilo. Mucha gente quería nombrarlo, la cosa es que Dibulla es un municipio que no tiene pies ni cabeza...Camilo ha pegado aquí, él tiene muy buenas amistades, lo queremos mucho, ese es dibullero....Ahora debe estar ahí, pero mejor se pasan más tarde que debe estar echando la siesta, a esta hora todo el pueblo está de siesta”.

Esta versión sobre Camilo era compartida por todas las personas con quienes hablamos en Dibulla y fue gracias a él que pudimos acercarnos a la historia de los Cárdenas y Valdeblánquez, pues después de un tiempo la gente nos asoció como sus sobrinos y esa relación de parentesco nos abrió las puertas del pueblo. Camilo no vivía tiempo completo en Dibulla desde hacía varios años y ahora sólo pasaba allí temporadas de algunos meses, durante los cuales los dibulleros iban a buscarlo a su casa para hacerle consultas. Atendía desde su hamaca que guindaba en un almendro viejo sembrado sobre la playa, y así lo encontramos por primera vez, recostado

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mientras mambeaba5 y conversaba con su compadre Juan Díaz, un veterano colono venido de El Molino, que casi todos los días salía al amanecer montado en su burro para una finca en la Sierra que tenía en compañía con una dibullera, la cual hacía también las veces de amante. Camilo nos recibió en su casa y su consultorio resultó siendo durante nuestra permanencia el mejor lugar para enterarnos de Dibulla y su historia. Allí, debajo del almendro, a medida que llegaba la gente a contarle al médico sus dolencias y le pagaba con chirrinche,6 guineo y pescado, pudimos presenciar y participar de largas conversaciones que poco a poco nos fueron llevando a los Cárdenas y Valdeblánquez. A pesar de haber hecho algunas entrevistas en otros lugares del pueblo, decidimos integrarlas al espacio del consultorio con el fin de poner a dialogar simultáneamente a muchos personajes, entre los cuales nosotros nos convertimos a larga en uno sólo: los cachacos. La narración que construimos a continuación es entonces una suma de diálogos que se llevaron a cabo en tiempos y lugares distintos, pero que bien pudieron confluir en un mismo espacio y en el curso de un día, un día cualquiera de noviembre del año 2003 en el consultorio del médico. Nos decidimos a dejar que los dibulleros y otros habitantes de Dibulla contaran la historia, su historia, pues ellos fueron y son sus protagonistas. Nosotros asumimos nuestro papel de cachacos, a veces interrogando, otras moderando y otras simplemente observando y comentando el curso del diálogo y sus personajes.

*** Una mañana conversando con Camilo y algunas personas que le hacían visita con frecuencia, nos pusimos a preguntar sobre el origen de Dibulla. Aparte de nosotros tres, tomaron parte en la conversación otras tres personas: el profesor Euclides, dibullero de nacimiento, compositor de música vallenata y gran conocedor de la historia local; Sixta, una mujer dibullera cercana a los 80 que contaba con una memoria extraordinaria y Elsy, estudiante universitaria de Dibulla, quien tiempo atrás había ido recopilando varios testimonios orales sobre la historia local para su tesis de grado. Camilo, al tiempo que mambeaba y dirigía su mirada hacia las montañas de la Sierra que se alzan unos pocos kilómetros al sur de Dibulla, tomó la palabra: “No se sabe cuándo se funda Dibulla, ni se sabe qué quiere decir Dibulla, aquí en Dibulla dicen dizque por la bulla, que por la bulla le pusieron Dibulla. Pero yo me he puesto a pensar, Dibulla es un sitio muy importante para los koguis, la boca del río Cañas, el pantano, toda la playa que va de ahí hasta La Punta de los Remedios es muy importante porque ahí se sacan las conchas para la cal, solamente ahí, y de toda la Sierra vienen a recoger conchas ahí. Y en Kogui mar se dice niui, entonces de pronto tiene algo que ver, pero de eso no se sabe nada”. “Y aquí no había wayúu?”, le preguntamos al tiempo que vimos entrar a Sixta y sentarse en su silla azul que cargaba para todas partes. “El límite de los wayúu era La Punta. Pero la influencia de la cultura wayúu es impresionante. La matrilinealidad todavía la ve uno en Dibulla, y la concepción de que la familia es al mismo tiempo un ejército de protección, eso es puro wayúu, puro puro wayúu. La vaina de tener varias mujeres, hay una influencia muy grande en toda la cultura. Una de las cosas en que es más claro, es toda la cuestión de la guerra, de la guerra entre guajiros. Uno viene a Dibulla y después va a Taroa en la alta Guajira y es el mismo tipo de vaina”.

5 Palabra con que se conoce el acto de masticar la hoja de coca. 6 Aguardiente o ron de destilación casera.

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“Aquí en Dibulla sí había wayúus, lo que pasa es que a ellos los hicieron ir los negros -interrumpió Elsy-. Es que los wayúus fueron los fundadores. Incluso hay una parte donde ellos tenían un ceremonial, donde hacían estatuillas. Después llegó el señor Pedro Badillo desde Santa Marta en 1525. El vino como con 300 hombres a pie y a caballo y en Palomino se ahogó Juan Álvarez Palomino, se ahogó ahí. Entonces ahí se quedó un pocotón de gente, pero siguieron y descubrieron esta tierra y a mucha gente le gustó. Les gustó el sitio y se quedaron. A partir de ahí ese fue el primer hito de la historia en sí, pero sin vestigios, porque vivían en chocitas y eso. El primer nombre era Yaharo, que significa ciudad bañada en oro. Luego Salamanca de la Ramada. Luego le pusieron Barranco Colorado también. Es decir, ha tenido muchos nombres y el último es Dibuya, que según me han contado fue un buque, un barco, un cayuco o algo así que atracó aquí cerca. Entonces le decían Dibu y el señor se llamaba Dibu, el jefe de la banda o el capitán, y cuando lo llamaban él respondía ya, ya, por eso Dibuya. Entonces por eso dicen que se llama Dibuya. Pero entonces los dibulleros le cambiaron la ye por doble ele, porque incluso en el Agustín Codazzi eso reza Dibuya, con ye”. “Pero aquí en Dibulla los que estaban eran los guanebucanes –contestó el médico- y llegaron los negros que había en un palenque ahí en la Sierra. Entonces empezó la mezcla, y después llegaron europeos. Ahora, uno no sabe hasta que punto también hay wayúu, también es muy probable, sin embargo, el tipo de gente es diferente en La Punta que en Dibulla. Yo creo que el mestizaje con los wayúu es mucho más grande en La Punta. Pero bueno, igual eso es jodidísimo de determinar. Pero culturalmente si es impresionante la influencia”. “Ve médico –levantó la mano Sixta desde el fondo de su silla-, si la raza mía es de wayúu, tengo tres o cuatro bisnietos que son hijos de wayúu y los papás tienen su casta. Mis antepasados no son wayúu, yo no tengo casta wayúu, pero los nietos que tengo sí. Aquí en Dibulla había wayúus en otras épocas, en otros siglos. Habían wayúus porque en Ma-Ziruma,7 ¿ustedes lo conocen? –dijo dirigiéndose a nosotros-, ahí había un cementerio y había cabezas y huesos de indios, y oro, sacaron oro, y vea que sí, porque todavía hay oro creo yo.

El profesor Euclides, que hasta el momento había permanecido silencioso en su hamaca y tenía la mirada perdida en el mar, se dirigió de pronto hacia todos nosotros y comenzó a contarnos un poco sobre sus conocimientos de la historia de Dibulla: “La historia por lo general no es precisa, además que el hombre es quien la construye, que la hace, y dentro de eso puede existir el error –sentenció al tiempo que levantaba el pulgar de su mano derecha-. Es difícil precisar en qué tiempo estuvieron los wayúus en Dibulla porque para esas épocas los documentos son escasos. Yo hice un trabajo de esto a partir del año de 1848, cuando la iglesia de Dibulla estaba en Camarones. Camarones era el centro de los sacerdotes que venían de Riohacha hacia la Sierra Nevada. Entonces, en el año de 1848 y un poquito más, en el año de 1873, aparecen los primeros bautizos en los libros de la Parroquia. Por ejemplo, se registra mi abuelo, Angelino Antonio, él nació en el año 1863 y lo bautizaron en 1872. A partir de allí ya comienza a llegar la gente, lo que no se precisa, porque no es preciso, es de dónde viene la gente. Hay unas referencias que yo tengo que proceden del Molino y aparecen en Camarones en 1877. Tenemos los apellidos Bolaños, tenemos Mendoza, que viene de Fonseca;

7 Ma-Ziruma es hoy en día un centro recreacional de la Caja de compensación Comfamiliar de la Guajira, ubicado en las afueras de Dibulla.

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tenemos apellido Conrado, que ese Conrado viene de Fundación o Ciénaga, entra a Camarones y se mezcla entonces con los Suárez; y tengo un señor allí, Rodolfo Antonio Conrado Suárez, que nació como un 10 de enero de 1888, ya en Dibulla, con padres de Camarones, y ahí se va armando el pueblo, y así fue mucha gente que uno podría decir que fueron los constructores de este Dibulla, ellos tuvieron sus hijos y siguieron construyendo el Dibulla que hoy tenemos. Y luego de 1900 para acá se pueden señalar más, están esos Coronado, están Bermúdez, están Suárez, están los Vanegas, Del Prado, que hoy son los mayores; los Campo, los Arévalo, como el caso de Sixta, ella nació en 1920 o me equivoco Sixta?” “Allí ve, allí donde está esa pared, en 1920, un 17 de noviembre –asintió Sixta con una sonrisa radiante-. Pero vea, yo tuve un nacimiento de varón, nací bocabajo, y de pie. Cuando yo nací, la comadrona le dijo a mi papá, don Francisco, un varón, se va a llamar don Francisco, cuando me voltiaron, hembra, vea, se va a llamar Sixta. Y entonces, ve que yo me crié sanita, caminé a los siete meses, y todavía estoy caminando, no me duelen las piernas, yo me río a veces sola y le doy gracias a Dios, que me ha conservado los miembros, porque por ahí hay un poco de gente que no sirve. Y he pasado tropiezos en la vida, he pasado por todas....Pero volviendo a Dibulla, que yo recuerde, las primeras familias de aquí fueron los Redondo y los Campo. Aquí el que no es Campo es Redondo o Redondo Campo, Campo Redondo o Redondo Campo. También recuerdo algunos que vinieron de fuera. Vino Gilberto Peralta, liberal; vino Emiro Gómez Mejía de Camarones, liberal, vino Andrés Joaquín Mejía, también de Camarones”. “¿Y los cachacos sobrinos del médico como se llaman? –dijo Sixta después de una pausa y dirigiendo su mirada hacia nosotros-. Ah, Nicolás y Simón. Nicolás, yo conservo mucho ese nombre aquí, porque Nicolás del Castillo fue uno que vino en el tiempo de los españoles, vino en un barco y entró en una balsa por el río, y subió río arriba hasta el puente, ¿ustedes vieron el puente? Uno que es de pura piedra, hasta allí llegó del Castillo e hizo la sequia esa, que no se ha vuelto a dañar, sólo se ensucia y van los dibulleros y la limpian. Entonces hizo una chimenea allí, en esa chimenea hacía ladrillos y baldosas. También tenía un ingenio, tenía un estanco, tenía su motor para su estanco y trapiche, y hacía ron y hacía panela, de todo. El tipo venía de Santo Domingo, era de Santo Domingo, lo perseguían los españoles, entonces no tuvo más remedio el tipo, se ahorcó. Le quitó la culebra a la máquina de hacer los ladrillos y se guindó. Entonces los trabajadores lo recogieron y se lo llevaron. Vinieron unos riohacheros y se llevaron todos los hierros que había ahí, casi desbaratan la chimenea, hombre, cuando esa chimenea debiera ser un caso histórico, una reliquia. Las paredes de mi casa son de ladrillo de allá”. Cuando Sixta estaba finalizando su historia, oímos de repente una algarabía proveniente de la calle y al asomarnos vimos a un indígena kogui con una botella de chirrinche en una mano, al tiempo que con la otra vaciaba un costal sobre el andén. Mientras caían al piso varias docenas de plátanos y unas cuantas yucas y malangas,8 algunas mujeres salieron de las casas vecinas llevando atados de pescado seco y se abalanzaron sobre el kogui. Pronto se armó un tumulto a su alrededor del que sólo podíamos oír gritos que iban y venían en medio del trueque: Te cambio plátano por pescado de este, No me trajiste la yuca, no la veo por ningún lado, Yo te saco los piojos y tú me das malanga, Que aquí no vengas más borracho, porque borracho no sabes tú lo que vas a vender, ya sabes, cuando vengas borracho, te voy a amarrar aquí, Oiga siempre que yo viniendo y trayendo algo de arriba y me quieren marranear, No joda, no hables

8 Tubérculo comestible de planta que se cultiva en terrenos bajos y húmedos.

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tanta mierda, saca los guineos, ponlos en filita para ver, pero calma, calma que tú estás borracho, ¿Oiga el mar por qué está rabiando? Porque tú estás borracho, Ya me va a engañar, ya lo vi, échame más malanga, me jodiste, Si ves, me jodió, Y bien jodida, para que te dejaste joder, Yo te doy un pescado y tú qué me das, dame guineo y malanga, Yo te cambio el pescado por plátano, Oye, me estás robando, Pero ven, dame otra malanga, dame la malanga de los pescados esos que te di, pónmela ahí, pero malanga, guineo no, malanga, me quieres joder, Ya te la di, me esta engañando, usted me está jodiendo también, ya, ya no le echo más, ¿Y los guineos que me vas a echar? me engañaste, este aruaco si es bien jodido, me jodió... Finalizado el regateo, el kogui empacó el pescado y vino tambaleando hasta el patio de la casa de Camilo. Luego de tomar un par de sorbos generosos de chirrinche, dejó el costal a un lado y se echó a dormir encima de una gualdrapa de la mula de Juan Díaz. Camilo nos había contando en días anteriores que estas escenas eran comunes en el pueblo, y que por lo general los kogui -llamados aruacos por los dibulleros-, venían a descansar un rato o a pasar la noche en su casa. Ellos le tenían confianza porque había trabajado en varias ocasiones en la Sierra y conocía a muchos de los que a diario bajaban a cambiar sus productos por pescado, chirrinche y otros artículos que sólo conseguían en los pueblos costeros.

Foto 8. Indígena kogui en Dibulla Foto 9. Vista de la Sierra Nevada desde la boca del río Jerez El momento nos pareció propicio para desviar un poco la discusión hacia la relación histórica de Dibulla con la Sierra. En lecturas anteriores al viaje encontramos algunas referencias a las colonizaciones de dibulleros a fines del siglo XIX en San Antonio, un poblado kogui ubicado en la cuenca del río Garavito, a unas 8 horas a pie desde Mingueo. Nos habían comentado también que algunos de los Cárdenas y Valdeblánquez habían nacido y crecido allí, lo que pudimos constatar revisando los libros de bautismos y defunciones de la parroquia de Dibulla. Una de las cosas que nos llamó la atención en dichos libros, era precisamente que algunos de los primeros registros de bautismo, datados de finales del siglo XIX, tenían como lugar de origen San Antonio y los poblados vecinos de San Miguel y San Francisco. Al comentar nuestro interés por conocer un poco más ese proceso de colonización, Camilo tomó la palabra de nuevo: “Lo que pasa es que los dibulleros son muy flojos para subir cerro, para subir montaña. Entonces durante mucho tiempo la Sierra estuvo aislada, completamente aislada. Por ahí hasta mediados o finales del siglo XIX los dibulleros empezaron la colonización de la Sierra y se metieron por toda

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la cuenca del Río Ancho. Y cuando conocí, eso fue en 1973, Pueblo Viejo9 era un pueblo de dibulleros, un pueblo grande, tenía calles y había por lo menos doscientas, doscientas cincuenta familias dibulleras. Le tumbaron toda la tierra a los indios, porque en ese tiempo los dibulleros eran bravísimos. Entonces hicieron una inspección de policía manejada por dibulleros que administraba la justicia de los kogui. Fue a través de esa inspección que sacaban los papeles de las tierras y así se fueron apoderando. Establecieron un régimen del terror la cosa más berraca allá, impresionante, esos muchachos eran muy bandidos y tumbaban a los indígenas de una manera absolutamente descarada”. “Cálmate no joda, el maltrato a los indios no era de todos los dibulleros –protestó Goyo, un vecino que acababa de unirse a la conversación-. Mi papá se bajó de la Sierra porque no le gustaba el maltrato a los indios, porque con el tiempo llegó gente que los maltrataba. Mi papá fue corregidor yo creo que más de 10 veces, y siempre ellos lo querían. Mi papá a veces no quería y ellos lo pedían, iban a Riohacha y lo pedían. Yo nací en Dibulla, pero nosotros no teníamos Dibulla como centro sino de tránsito. Nosotros vivíamos era arriba, las tierras estaban en la Sierra, allá arriba, donde viven los aruacos. Veníamos aquí era en temporada, en tiempo de fiestas, y cuando pasaban las fiestas nos devolvíamos. Es que mi papá vivía era allá. Mi papá sabía todo el idioma aruaco. Nosotros éramos siete varones y una hembra, éramos ocho. El hermano mayor mío, lo mató una culebra, una mapaná, mi hermano mayor. Ese sabía todo el idioma aruaco, el mayor, nosotros no lo aprendimos, muy poco. Porque cuando él era chiquito, había una guaca 10 y ella le hablaba puro aruaco, y así aprendió. Pero los menores ya veníamos acá y estudiábamos y en vacaciones era que nos íbamos para allá, por eso fue que no aprendimos aruaco”. “Me acuerdo que el viaje en invierno duraba dos días –añadió-, pero en verano se alcanzaba a llegar en un día, salía uno de aquí a las seis de la mañana y llegaba allá a las seis de la tarde. Ahora no, ahora se hace en un momentico, pero antes uno salía a pie de aquí mismo, no había carretera, puro camino por aquí, a la orilla del mar. Se metía uno allá a la finca de La Esperanza, la finca que está allá adelante, y se metía uno para adentro, por donde queda Mingueo hoy en día, porque para esa época Mingueo no existía. Mingueo no tiene muchos años de fundado, cuando yo era jovencito todavía no existía Mingueo. Póngale unos cuarenta y pico de años, eso es lo que puede tener. Yo traía carga de plátano de río Cañas a Mingueo cuando había invierno. Después empezaron a hacer la carretera, entonces poníamos las cargas acá, porque los carros para allá no entraban, y a veces se la vendíamos a los cayucos que iban para Santa Marta. Entonces empezaron a arreglar la carretera, eso fue hecho cuando el mando de Rojas Pinilla. Cuando ya empezaron a abrir la trocha para abrir la carretera, todos los que estaban en la orilla del mar, en el río Cañas, se vinieron para la carretera. Toda la gente fue haciendo el ranchito, se fueron viniendo para la carretera. Hasta que se formó el Mingueo”. Goyo vivía a unas cuantas casas de Sal si puedes y lo veíamos con frecuencia caminar por la playa hacia la boca del río Jerez, que desemboca al mar en el extremo occidental del pueblo. Días atrás nos habíamos enterado que era familiar de los Cárdenas, y que por causa de la guerra tuvo que huir y refugiarse por varios años en la Alta Guajira y en Venezuela. Desde el primer encuentro que tuvimos con él nos contó que vivía enfermo de nervios, y su mirada triste y

9 Como veremos en el capítulo 1, San Antonio fue incendiado hacia fines del siglo XIX y en su lugar se levanto la población de Pueblo Viejo. 10 Con el nombre de guaca se conocen comúnmente los entierros funerarios o tumbas indígenas.

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envejecida nos reveló por primera vez las dimensiones reales del conflicto, un conflicto que hasta entonces sólo conocíamos en rumores y titulares de prensa. Goyo solía visitar a Camilo, quien hacía años le había salvado la vida y ahora le trataba su enfermedad. Esa mañana, luego de contarnos sobre Mingueo, se despidió y continuó su camino hacia el río Jerez, momento que aprovechamos para referirnos a la historia de Goyo y de su familia. Sin embargo, notamos en la cara de Sixta una incomodidad evidente frente al tema. En un momento manifestó que no valía la pena sacar a la luz historias que habían traído tanta tragedia al pueblo y que lo mejor era olvidarlas. Luego de un silencio que se prolongó por varios minutos, dijo que tenía que irse por unos guineos para el almuerzo, levantó su silla y se despidió anunciando que de pronto regresaba en la tarde. Ya se acercaba el medio día y sólo quedábamos Camilo, Euclides y nosotros dos. Elsy se había ido hace un rato y el sol de las doce puso fin a la conversación. Propusimos entonces un baño en el Jerez y a la iniciativa se sumó Euclides. Por el camino le estuvimos preguntando por qué la aparición de los Cárdenas y Valdeblánquez en la conversación había molestado a Sixta. Nuestra experiencia hasta el momento era que en especial a las personas mayores no les agradaba recordar épocas recientes como la bonanza marimbera, ni mucho menos acontecimientos como la guerra de los Cárdenas y Valdeblánquez, y al hablar de la historia de Dibulla preferían siempre rescatar sucesos ocurridos en tiempos anteriores. El problema estaba, según Euclides, en que la llegada de la bonanza marimbera había perturbado de tal forma la estructura social de Dibulla, que se podía afirmar la existencia de un Dibulla anterior a la bonanza y uno posterior, radicalmente opuestos. La gente mayor, entre los cuales él se incluía, veía con malos ojos el Dibulla producto de la bonanza, e igualmente atribuía a dicha bonanza el desenlace –si bien no el origen- de la guerra de los Cárdenas y Valdeblánquez. Su versión era la siguiente: “Llegó la época de la marihuana y había una propuesta como esta: Yo te doy tanto dinero, de pronto representado en dólares, tú siembras la tierra y me vendes el producto a mí. Y entonces sembraban 10, 20, 30 hectáreas de marihuana y luego le vendían la producción al gringo, al que administraba los dólares o cualquier persona aquí del interior del país, o también de la costa. Le prestaba los dólares o le daba ese dinero en esa condición. De esa forma llegó mucho dinero y muchas tierras fueron cultivadas de marihuana, y se dio una producción magna, muy grande. Y todo pues estaba muy bien organizado, había la producción, había los medios de comunicación, de transporte, los cayucos que ustedes conocen, los barcos, los yates y las avionetas. Qué pasó entonces: había una inversión de mucho dinero, había una producción de mucho dinero, porque según entiendo, la inversión podría ser de 100 millones de pesos, pero le daba 1000 millones de pesos. La educación académica aquí llegó tarde, cuando debió llegar muy temprano, digamos en el año 1900. La gente que cultivaba esas tierras, por lo general no tenía ningún nivel académico para administración de los bienes, por ejemplo, para no sé, conocer algunos aspectos de la ley, reconocer que ese era un dinero que no egresaba de buena fuente, entender que ese era un cultivo que destruía físicamente a la persona, el consumo de drogas, el consumo de marihuana, eso no es apropiado para el cuerpo humano. Entonces, ¿qué pasó? Primero, la adquisición de mucho dinero en cabezas mal puestas. Eso produjo qué cosas: la arbitrariedad y la falta de civilidad, y comenzaron entonces la peleas, se compraban muchas armas, se compraba mucho ron, se compraba mucho carro. Un hombre tenía hasta 20 mujeres y podía tener hasta 20 hijos, digamos en una década, porque eso más o menos demoró unos 10 años. La gente comenzó entonces con la pelea, y los problemas que ya existían por cualquier irregularidad, cualquier circunstancia, se revivieron en ese entonces. Y comenzaron entonces los dos bandos, que son dos familias o más familias, y allí comenzó entonces la guerra, la muerte, la ruina, la soledad, la ruina económica y

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la ruina social. ¿Por qué la ruina económica? Porque ellos tenían que gastar mucho dinero en la pelea, la pelea representaba hombres, proyectiles, armas, comida, ron, carros. Entonces viene esa ruina económica y seguido la ruina social”. A pesar de que Euclides tampoco se mostraba muy dispuesto a hablar de los Cárdenas y Valdeblánquez, a medida que recorríamos el camino hacia el río, sus palabras nos fueron situando en el Dibulla de la época de la bonanza. La conversación de la mañana nos había arrojado algunas referencias al origen de Dibulla, que nos dejaba la impresión de una historia de poblamiento con rasgos muy complejos, explicados en parte por encontrarnos en un lugar ubicado en una frontera entre el mar Caribe, la Sierra Nevada y la península de La Guajira. Nos interesaba sobre todo el poder ahondar en los elementos relevantes en la conformación de la identidad local, que pudieran ayudarnos a explicar los orígenes y el desenlace del conflicto que nos encontrábamos investigando. En la conversación con Kike en Bogotá nos había llamado la atención la referencia a que los Cárdenas y Valdeblánquez eran “indios”, queriendo decir que eran indígenas wayúu, como una posible manera de explicar el desencadenamiento y desenlace de la guerra. Sabíamos que ambas familias no pertenecían a esta etnia, pero nuestra suposición inicial era que eran mestizos descendientes de wayúu y que esta relación de mestizaje explicaba por sí sola algunos elementos de la dinámica de la guerra. Sin embargo, luego de indagar un poco sobre el origen de las familias en Dibulla, no encontramos relaciones de parentesco cercanas con indígenas wayúu. De la conversación de la mañana, nos quedaba la impresión de que si por un lado los dibulleros ubicaban el origen del lugar y de sus primeros habitantes en tiempos remotos cercanos a la llegada de los españoles, por el otro hablaban de un origen más reciente, donde los wayúu no parecían estar tan presentes y el discurso local se encontraba ligado de forma más estrecha a la Sierra Nevada, los indios kogui y los poblados vecinos como Camarones, La Punta de los Remedios y Mingueo. Nuestros pensamientos giraban alrededor de estas cuestiones cuando encontramos a Chichi, un dibullero ahijado de Camilo con el cual nos habíamos hecho buenos amigos, en parte por que no era mucho mayor a nosotros, pero sobre todo por compartir la afición por el fútbol. Chichi era árbitro y con frecuencia pitaba partidos en Mingueo y Riohacha, ocupación que combinaba con oficios varios como la pesca, la albañilería y los contratos ocasionales en la alcaldía. Como esa tarde andaba desocupado nos acompañó al río y lo invitamos a la casa de Camilo. Cuando llegamos ya eran cerca de las tres y encontramos a Camilo reunido con don Hugo, un riohachero de unos 60 años que venía con cierta frecuencia a su casa; Cayo, un villanuevero y colono fundador de Palomino que estaba allí para hacerse ver una hernia del médico; y por último Cote, periodista y locutor de radio de Mingueo, quien venía acompañando a Cayo. Aprovechamos la locuacidad de Cote unida al chirrinche que ya por esas horas circulaba de boca en boca, para reanudar la conversación de la mañana preguntándole sobre el origen de Mingueo. “Mingueo se desarrolló porque Mingueo le abrió los brazos a comunidades venidas de otras regiones, precisamente sedientas de riqueza, de adquirir un medio de vida diferente al que tenían allá en sus tierras, por eso Mingueo tiene una cultura bastante amplia en ese sentido –comentó al tiempo que se acomodaba la cámara fotográfica que nunca se quitaba de encima-. Entonces eso es lo que ha hecho más difícil la unificación de criterios en Mingueo. Aquí en Dibulla se puede dar porque si se quiere todos son familia, lo mismo que en La Punta de los Remedios y Las Flores. En Mingueo no, porque en Mingueo se dieron cita diferentes culturas, ahí tenemos rolos,

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tenemos vallunos, tenemos antioqueños, tenemos caldenses, tolimenses, guajiros, pastusos, cesarenses. Ahí hay de todo”. “Lo mismo pasa con Palomino –anotó Cayo-. Palomino es nuevo, lo que tendrá es 37 años. Como Mingueo, Palomino es de forasteros, casi todo, pero allá llegaron primero los dibulleros, hicieron un pueblito, muy poquitos, se pueden contar, como 10 ó 15 dibulleros. Entonces después hicieron la Troncal y fue cuando empezó a entrar gente forastera, gente que vino a trabajar en la carretera y se quedó. Vinieron santandereanos, antioqueños, gente de todas partes. Mingueo también era cuatro casas de dibulleros en la playa. Lo que pasa es que Dibulla ha sido la más famosa aquí, la más vieja, porque aquí fue que llegaron los españoles, por eso la chimenea antigua que está en la entrada del pueblo, esa es de la época de los españoles”.

Foto. 10. Casa dibullera Foto 11. Casa dibullera “Es que lo que pasó con Mingueo, Río Ancho, Palomino y otros pueblos de la Troncal fue que fueron formados más que todo por personas del interior –afirmó Cote-. Y la razón es la influencia de la Sierra, porque está más cerca de ahí, entonces se les facilitaba las cosas. Se trataba de gente que estaba acostumbrada a esos terrenos bastante quebrados, que venía de terrenos parecidos. En cambio los que viven por este sector añoran su tierra plana, y entonces se dedicaron desde un comienzo al cultivo de arroz, al plátano, al sorgo, al fríjol y a esas cuestiones que se explotan en tierras planas. Además Dibulla y La Punta de los Remedios le cerraron la puerta a los cachacos, lo mismo Campana, Las Flores y Puente Bomba11. Lo que le abrió las puertas a los cachacos fue desde Mingueo hacia abajo, ahí es donde predomina más que todo el personal oriundo del interior del país”. “Es que el dibullero es egoísta –replicó Cayo-. Dibulla es regionalista, nada más hay gente de la región, que yo me acuerde de cuando viví aquí, eso fue por allá en el 70, máximo había un cachaco, no había más. Conocí uno que todavía está vivo. Conmigo, a pesar de ser villanuevero, siempre había un roce, porque el de aquí del norte es muy flojo, y el del sur le tocaba trabajar, le tocaba con la ganadería, con el algodón, con el café. Los de por aquí no, los de por aquí no más era tierra plana con plátano y pescado y contrabando, contrabando de Dibulla a Santa Marta. Me acuerdo de los carros dibulleros, que llaman mixtos, de escalera y carrocería, siempre iban llenos de contrabando. Es que a Dibulla llegaba mucho contrabando. Dibulla es contrabandista de tradición. Ahí embarcaban tabaco, embarcaban café, embarcaban de todo, lo mismo que allá en

11 El municipio de Dibulla, creado en 1996, tiene cabecera municipal en Dibulla y cuenta con los siguientes corregimientos: Mingueo, Palomino, La Punta de los Remedios, Las Flores, Puente Bomba, Campana y San Antonio.

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Riohacha. Entonces primero empezó el tabaco y el dividivi, y después vino la extracción de perlas marinas con los japoneses, los alemanes y los ingleses. Luego llegó la langosta, es que todo eso fue contrabando, y después entró el café, y después entró el contrabando a Maicao, y la marihuana terminó de redondear todas esas vainas”. Las intervenciones de Cayo y Cote desbordaron una conversación que hasta el momento había girado alrededor de Dibulla. El hecho de que fueran personas venidas de afuera nos ofrecía apreciaciones distintas acerca de Dibulla y sus habitantes, pero también incorporaban elementos que requerían situarnos ahora en un contexto regional, sobre todo si queríamos acercarnos al conflicto entre Cárdenas y Valdeblánquez, un fenómeno que sin duda no era comprensible sino por la conjunción de elementos tanto locales como regionales. Insistimos entonces sobre el punto del regionalismo y la aversión de los dibulleros a los cachacos, manifestando que durante nuestra permanencia allí no habíamos sentido rechazo en la gente. “Yo pienso que a ustedes les ha ido muy bien en Dibulla, la parte social de Dibulla –dijo Euclides dirigiéndose a nosotros y ofreciéndonos la botella de chirrinche-. Fueron acogidos. Pero hagan algo, pellizquen a alguien, nada más pellízquenlo, para que vean cómo se prende la llama, porque nosotros somos así. Ustedes van mañana y le hacen así a una persona, él no se lo tolera, cuando debieran entrar en el arreglo”. “Es que ese es un radicalismo que siempre ha existido en esta zona –recalcó Cote-. Aquí es que las cosas son como yo digo porque yo soy de acá y tú no eres de aquí, y por lo tanto lo mío es mío y lo tuyo tú verás como te defiendes, que ha sido siempre el rechazo hacia las personas foráneas. Porque aquí el que no es nativo tiene una consideración diferente y el que es de aquí se aprecia más. Aquí somos de pronto enemigos por instinto pero amigos por la sed de algo, por lograr algo somos amigos, pero cuando ya lo logramos ya nos despatriamos. Sí, esa es nuestra idiosincrasia, aquí una familia entera se puede estar matando, pero llega un forastero a entrometerse, nos unimos, jodemos al forastero y empezamos la pelea de nosotros nuevamente”. “Pero eso de que aquí somos enemigos por instinto no es tan cierto –alegó Euclides-. Para entender ese comportamiento violento yo creo que nosotros tenemos que tener en cuenta que La Guajira fue una región del país que fue colonizada, que hubo una llegada de negros y españoles, de indígenas, ya indígenas radicados aquí y de negros. Eso desde su fondo trae violencia, porque los españoles venían en contra de los indígenas, porque la esencia de ellos realmente era adquirir espacios por aquí por esta región y adquirir cierta posibilidad económica a través del oro. Con el oro llegaron ellos pero también llegaron los negros, entonces ese tipo de mezcla, y de pronto, con el tiempo, el disgusto y la contradicción entre ellos, debió dejar algo hereditario de violencia, además que Colombia ha sido un país de violencia. Ahora, la región nuestra, esta región de La Guajira, por lo general, además de tener ese tipo de influencia no ha tenido la posibilidad de tener, digamos, un pleno empleo, donde las personas son más pasivas porque tienen una responsabilidad que cumplir, también unos medios económicos con los cuales puedan sustentar la situación económica de su familia. Aquí ha existido mucho el contrabando, y la única forma de cobrar algo si no lo quieren pagar, es a través de la violencia, la agresión, la muerte, el plomo”. “Existe entonces ese tipo de relación negativa que está permitida por el contrabando –continuó el profesor al tiempo que tomaba un trago-. Aquí en La Guajira se ha contrabandeado ganado, se ha llevado el café, de ahí del sur de La Guajira, hacia Maicao, a las islas. Se ha mantenido un

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contrabando, digamos que no es un contrabando que sea de naturaleza tan delicada económicamente para el país como es el cigarrillo que entra por acá por Maicao y otros productos que han entrado siempre por Venezuela, sino por ejemplo qué cosas: papel higiénico, buena producción de papel higiénico de allá venía aquí; sardinas, huevos, pollos, todo eso. Eso lo digo para emparejar el punto donde digo que La Guajira ha vivido de contrabando. Pero hablemos también de la época de la marihuana. Fíjense, todo este recuento que he hecho tiene que ver algo con la entrada de la marihuana. La marihuana, ¿por qué entra? Muy sencillo, ya hemos dicho, La Guajira ha vivido de contrabando. La Guajira en un momento determinado, y de pronto diríamos nosotros en el año por ahí de 1970, tuvo algunos contactos con el exterior, hubo la posibilidad del exterior en cuanto a ese tipo de contactos irregulares, de contrabando y de producción de marihuana”.

Foto 12. El Heraldo, mayo 7, 1979 Foto 13. Alternativa, noviembre 20-27, 1978 “Hombre, pero esa época de la bonanza por acá fue un terremoto, eso por aquí no se había visto –exclamó desde el fondo de su silla don Hugo-. En realidad por aquí había habido cosas que se asemejaban a eso pero no igual, por lo menos me decían a mí, porque eso no lo vi yo, que cuando hubo la pesca de perlas vinieron 5.000 venezolanos a pescar perlas aquí, hubo también entusiasmo de dinero y mucha bulla. Luego pasó eso y vino, creo que fue en el año 38, no, como del 37 al 39, vino la compra de dividivi. Eso vinieron unos alemanes cuando se iban a preparar para la segunda guerra mundial a comprar dividivi, para hacer la pólvora y no sé que cosas otras. Luego pasó eso, entonces cuando Rojas Pinilla en el 53 vino el movimiento del café, llevaban café para Which, para Curazao, para esos puntos llevaban café, y eso se volvió un torbellino aquí, que todo el mundo embarcaba café en Puerto López, Puerto Inglés, Puerto Estrella, y eso venía de los santanderes, 200, 500 carros, y eso eran colas. Luego pasó eso y vino otro movimiento, se llevaban el azúcar de Colombia también para allá, para Norteamérica. Después de eso fue que vino la marihuana, eso fue plata y muerto y plata y muerto, hasta que se estrelló, se acabó. Yo en Riohacha en el Banco de la República veía colas, sin exagerarle, de más de 500 hombres cambiando dólares, y a los estudiantes pobres los metían en las colas pagándoles el día. Entonces al final llegó el Estado, se dio cuenta de que eso era grave y se acabó eso. Y ahora quedó la desolación, quedó la ruina, quedaron las malas costumbres, porque el hombre es un animal de costumbre. Sí, porque aquí antes por lo menos el campesino vivía del campo produciendo el

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maíz, la yuca, el plátano, criaba sus vacas, criaba sus chivos, y cuando eso vendieron las tierrecitas y todo el mundo buscó la ciudad. Aquí estamos pasando hambre”. “Eso es totalmente cierto –sentenció Cayo-. Aquí en Dibulla todo el mundo vivió de la marihuana, todo el mundo, nadie compraba nada, nadie sembraba yuca, el plátano se agotó, nadie tenía que ver con plátano, y esta era una tierra de puro plátano en esa época, todo eso se acabó. Todo el mundo se dedicó a la marihuana, un quintal de marihuana podía valer 120.000 pesos como valer 30.000 mil. Entonces un tipo que nunca había conseguido un peso, nada más que detrás del burro con el platanito, cogía de pronto 120.000 pesos y un carro valía 30.000 pesos. Compraba el carro y se emborrachaba, yo si tengo plata, y era plata. El que tenía 5 quintales cogía 600.000, se volvía loco bebiendo y comprando carros y armas, y déle tiros al aire y a todas partes. Se montaba borracho con la familia y empezaba por ahí a fregar, vamos a tal parte, y estrellaba el carro y se mataba con todo y familia. Y aquí hubo más muerto de carro que de otra cosa”. “Si esa época yo la viví en carne propia –dijo Chichi con su expresión alegre de siempre-. Cuando yo era pelao mi papá tenía un poco de cayuquitos, dos cayuquitos, y eso llegaban los barcos, se ponían ahí los yates, los barcos, no, que hay que cargar marihuana....Yo jodía con eso y tenía asegurada la pinta de ropa. Yo me aseguraba mis mil barras hijueputa, con mil barras llegaba aquí a la casa y venga, me lo quitaban. Mil pesos en esa época, uyy, qué no compraba uno, y entonces se vivió esa época, una época bacana. Pero también fue una época de terror, hubo mucha violencia, mucha muerte. A raíz de eso fue que los Cárdenas y Valdeblánquez comenzaron a echarse plomo, por la vieja esa. Pero sí, mucho muerto, mucha violencia, aquí eso era que encontraron tres muertos por allá, no que encontraron dos por allá, no que encontraron no sé que en la Sierra, no que en el camino ese hay tantos muertos. Entonces se fue creando un ambiente jueputa, aquí en Dibulla y en toda La Guajira, y crió esa fama La Guajira de bellacos. Cuando uno iba Santa Marta, cuando iba uno a Barranquilla o a Cartagena, no dejaban entrar guajiro. O sea, por unos pagamos todos...”. Whicha continuó por largo rato evocando recuerdos de los años de la bonanza, los cuales narraba con una mezcla de nostalgia y a la vez un asombro de sobreviviente. Su relato estaba lleno de episodios en los que aparecían yates gringos cargados de maletas con dólares y armas de los calibres más desconocidos, avionetas piloteadas por exsoldados de Vietnam, enfrentamientos con el ejército y la policía que terminaban siempre en el soborno, Rangers a toda velocidad tripulados por marimberos que celebraban el “corone” de un negocio con varias cajas de whisky, peleas a muerte entre guajiros y cachacos por el control del negocio, asesinatos aquí y allá, etc. La conversación había cobrado un tono festivo, facilitado por el chirrinche y una brisa fresca que llegaba casi siempre al caer la tarde. Hasta el profesor Euclides, que había recriminado en varias ocasiones a Whicha por celebrar la época de la bonanza como si fuera un carnaval, mostraba buen ánimo y hasta se decidió a cantarnos una de sus composiciones. Aprovechamos entonces para referir nuestro interés en la historia de los Cárdenas y Valdeblánquez, a lo que siguió una larga disquisición donde los concurrentes de Sal si puedes nos despejaron muchas dudas, que a su vez nos sembraron nuevos y múltiples interrogantes sobre el conflicto.

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Foto 14. La bonanza marimbera Foto 15. Titular de la bonanza marimbera

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CAPÍTULO 1 LOS CARDENAS Y VALDEBLANQUEZ EN LA HISTORIA DE DIBULLA

No hay entre los dibulleros un consenso acerca de su origen ni el origen de Dibulla. Al indagar sobre los procesos de poblamiento del lugar, encontramos que sus habitantes evocan acontecimientos sucedidos en tiempos inmemoriales anteriores a la llegada de los españoles. Aparecen allí referencias dispersas a los indios guanebucán y wayúu o “guajiros”, considerados como los primeros habitantes de la zona. Luego se rememoran las épocas de la llegada de los españoles en los albores del siglo XVI, cuya presencia allí está confirmada según los dibulleros por la existencia de vestigios materiales como la chimenea de piedra, que aún permanece incólume en las afueras del pueblo. Esta se ha convertido en un ícono arquitectónico del cual se sirve el discurso local para reivindicar la antigüedad del lugar, pese a que se desconoce con exactitud la fecha de su construcción. Sucede lo mismo con el poblamiento de la zona durante el período colonial, pues se suele evocar simultáneamente la presencia de negros, españoles, wayúu e indígenas aruaco de la Sierra Nevada de Santa Marta, pero se trata de menciones vagas relativas a un tiempo indefinido y un territorio de límites difusos. Es desde mediados del siglo XIX, cuando se funda el municipio de Dibulla y se establece allí una parroquia, que los dibulleros son capaces de reconstruir con mayor precisión su historia. A partir de esa época comienzan a registrarse los bautizos, matrimonios y defunciones, siendo el referente genealógico transmitido por los apellidos el eje articulador que permite al dibullero afirmar que es en esa época donde se funda el “actual Dibulla” y de donde provienen las primeras familias dibulleras. Las personas mayores aseguran que desde ese momento sus antepasados se encontraban habitando el pueblo, habiendo llegado algunos en esa época de otros lugares de La Guajira y otros de origen incierto o desconocido por sus descendientes. Esto nos ayuda a explicar el por qué los dibulleros dan a entender la existencia de dos Dibullas, uno anterior a la fecha en que se funda el municipio y otro posterior. El primero, como vimos, carece de referentes temporales y espaciales precisos que permitan delimitar los procesos históricos de poblamiento, al constituirse por acontecimientos y menciones dispersas cuyo fin es el de sostener que Dibulla ha sido habitado desde mucho tiempo atrás, buscando así legitimar la antigüedad de su pueblo frente a los habitantes de otros lugares de la región. El segundo se encuentra ligado al asentamiento permanente de familias allí a partir de mediados del siglo XIX, cuyos apellidos se vienen trasmitiendo de generación en generación y son llevados en la actualidad por muchos dibulleros, lo cual pudimos constatar al revisar los libros de bautismo del archivo parroquial de Dibulla. Se puede afirmar que el discurso local, con sus ambivalencias y rupturas, es el reflejo de un proceso de poblamiento muy complejo. Coincidimos con la antropóloga Anne-Marie Losonczy, cuando sugiere que esta complejidad tiene que ver con el hecho de que Dibulla fue siempre una intersección de varias fronteras, al limitar al norte con el mar Caribe, al sur y occidente con la Sierra Nevada de Santa Marta y al oriente con la península de La Guajira, lo cual “dibuja la imagen de un poblamiento disperso y móvil, constituido por llegadas individuales sucesivas de

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una población compuesta de cimarrones, mestizos e indígenas guajiros, sobre el trasfondo de visitas periódicas de indígenas de la Sierra”.12 Para Losonczy, estas dinámicas de poblamiento, inscritas en la movilidad permanente de diferentes grupos hasta bien entrado el siglo XIX, hacen que el discurso local rememore ese tiempo como “una evocación difusa de gentes sin nombre y territorios sin límites, lejos de cualquier referente genealógico, patronímico o comunitario”.13 Según la autora, esta situación persiste hasta mediados del XIX y explica la construcción tardía de “la dimensión local del ser dibullero”,14 pues sólo a partir de ahí, con la creación del municipio y el establecimiento de una parroquia, se inicia una nucleación territorial y religiosa de los dibulleros, marcando el inicio de una época donde los sucesos narrables poseen nombre propio y continuidad en la memoria colectiva. No obstante, Losonczy no explora a profundidad las dinámicas de poblamiento y su análisis carece de una investigación histórica rigurosa del lugar, la cual enriquecería significativamente su análisis.15 Aunque tampoco es el objetivo de este trabajo reconstruir la historia del poblamiento de Dibulla, tarea que por lo demás está por hacerse,16 consideramos que es necesario esbozar brevemente algunos elementos de dicho poblamiento con el fin de situar a los Cárdenas y Valdeblánquez en un contexto geográfico e histórico definido, lo que a su vez, como se verá más adelante, es muy importante para comprender los orígenes y dinámicas del conflicto. En este sentido, este capítulo comienza por exponer someramente algunos elementos relativos a los orígenes tempranos del dibullero, donde se sugiere que éste se fue configurando a partir de múltiples contactos humanos (indígenas, negros, españoles), facilitados a su vez por ocurrir en un espacio de frontera. No aparecen aquí los Cárdenas y Valdeblánquez, ya que como el resto de las familias dibulleras, su historia anterior a la época de la fundación del municipio es difusa y carece de referentes concretos. Sin embargo, la segunda parte del capítulo, aunque se centra en la historia del “actual dibulla”, destacando procesos como la colonización dibullera de la Sierra Nevada, el contrabando, la apertura de la Troncal y la bonanza marimbera, lo hace de la mano de la historia de los Cárdenas y Valdeblánquez y su vinculación con dichos procesos.

12 Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas: figuras de movilidad transfronteriza en la zona dibullera del Caribe colombiano”, Claudia Mosquera, Mauricio Pardo, y Odile Hoffmann (eds.), Afrodescendientes en las Américas. Trayectorias sociales e identitarias, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2002, pp. 215-245, p.223. Autores como Clara Inés García señalan que los territorios de frontera son propicios a la hibridación y a los mestizajes y por lo tanto para el estudio de “mundos en contacto y la interacción entre diferentes”, pues la frontera es “un límite que marca la diferencia, pero también implica el punto de contacto y de interacción”. García, Clara Inés, “Enfoques y problemas de la investigación sobre territorios de frontera en Colombia”, Clara Inés García (comp.), Fronteras. Territorios y metáforas, Medellín, Hombre Nuevo Editores, 2003, pp.47-70, pp.50, 56. 13 Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit, 223. 14 Ibid., p.224. 15 Es posible que esto se deba a que se trata de un artículo donde se exponen los resultados de una investigación más extensa, sin embargo, no pudimos encontrar otros trabajos de la autora sobre el lugar, aunque es posible que dada la fecha de publicación del artículo (2002), no hayan sido publicados hasta la fecha. 16 Aunque encontramos dos tesis de grado relativas a la historia de Dibulla, ninguna desarrolla a profundidad su historia de poblamiento y se centran para el efecto principalmente en la memoria oral de los dibulleros, con algunas pocas referencias a fuentes de archivo y bibliografía secundaria. Véase Patricia Mejía, “Dibulla: una comunidad frente al cambio”, Tesis de Antropología, Bogotá, Universidad de los Andes, 1972; Elsy Ceballos Hernández, “Reconstrucción histórica de Dibulla a través de la memoria oral”, Tesis de grado, Dibulla, Facultad de Educación, Corporación universitaria del Caribe (CECAR), 2000.

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1. Los orígenes tempranos del dibullero (siglos XVI-XIX) Según Reichel Dolmatoff, las primeras referencias al territorio comprendido por el actual Dibulla y las poblaciones vecinas datan de inicios del siglo XVI, cuando se comenzaron a designar como “Provincias” ciertas regiones geográficas y a veces aplicando el término a territorios tribales mal definidos, sin que la provincia tuviera un sentido administrativo (ver mapa 2). A una de estas provincias, que abarcó el triángulo de tierras litorales planas formado por el mar Caribe, la Sierra Nevada y el río Ranchería y que pertenecía a la antigua Gobernación de Santa Marta,17 se le llamó La Ramada, la cual estaba ocupada por los indios guanebucán.18

MAPA 2

LA RAMADA Y LA PROVINCIA DE LOS GUANEBUCÁN

17 La Gobernación de Santa Marta se creó en 1524 por capitulación de Rodrigo de Bastidas con la Corona española y abarcaba el territorio comprendido desde el Cabo de la Vela hasta la desembocadura del río Magdalena, con su correspondiente “tierra adentro”. Juan Friede, “La conquista del territorio y el poblamiento”, Manual de Historia de Colombia, 3 Vols., Vol. 1, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1982, pp.116-222, p.131. 18 Gerardo Reichel Dolmatoff, Datos histórico-culturales sobre las tribus de la antigua gobernación de Santa Marta, Bogotá, Imprenta del Banco de la República, 1951, p.56.

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Fuentes: Instituto Geográfico Agustín Codazzi, Atlas de Colombia, Op.cit., pp.40-41; Gerardo Reichel Dolmatoff, Datos histórico-culturales, Op.cit., p. XVIII.

Reichel sostiene que los datos para este grupo indígena son escasos en la literatura de la época, siendo el cronista Juan de Castellanos una de las pocas fuentes. Este cronista describe el territorio de los guanebucán como una “tierra de grandísima cultura”,19 lo que hace suponer a Reichel que además de ser pescadores y navegantes, sus habitantes fueron también horticultores.20 Entre las poblaciones nombradas por Castellanos se encuentra una denominada Debuya,21 lo que permitiría suponer que de allí proviene el nombre de Dibulla, aunque no tenemos certeza de esto.

Por otro lado, en dicha provincia se fundó en el año de 1561 la ciudad de Nueva Salamanca de La Ramada, según se puede constatar en un documento de 1578 del Archivo General de Indias, que contiene la Descripción histórica y geográfica de la ciudad de Nueva Salamanca de Ramada.22 El documento contiene interrogatorios a vecinos de dicha ciudad ordenados por el entonces gobernador de Santa Marta, Lope de Orozco, los cuales están llenos de datos sobre el lugar. Es muy factible que la Nueva Salamanca se fundara en el mismo lugar o muy cerca del actual pueblo de Dibulla, pues éste se ubica sobre la margen oriental del río Jerez, conocido anteriormente como río Dibulla, y todavía se denomina así a un caño tributario del Jerez. Además, con el nombre de Salamanca se conoce todavía un arroyo que desagua en el río Tapias, unos kilómetros más al norte de Dibulla. No obstante, en el citado documento se afirma que “este pueblo está fundado como mil pasos de la mar en un cerro pequeño montuoso”,23 lo que sugeriría que su localización original estaría un poco más al sur del actual centro de Dibulla, donde se ubica hoy en día uno de los barrios periféricos y el puesto militar. En un apartado se dice también que “esta tierra es de pocos naturales y que ha tenido en tiempos pasados mucha cantidad y se han acabado por las guerras que han tenido unos con otros”,24 mención que resulta cuestionable, ya que más adelante otro vecino refiere que los indios restantes cuentan de una epidemia de viruela que los acabó años atrás.25 Además, Restrepo Tirado cuenta que el 7 de septiembre de 1576 desembarcó en el lugar Lope de Orozco, viniendo en dos bergantines con más de 400 almas con la intención de poblar el lugar. Sin embargo, de los veinte vecinos que componían la Nueva Salamanca, sólo quedaban siete y estos se quejaron al gobernador de que el mariscal Miguel de Castellanos se había llevado para sus fincas a más de 600 indios.26 No sabemos si estos indios referidos en el texto de Restrepo Tirado eran guanebucán o si ya para este momento estos habían desaparecido, quedando sólo los kogui en la zona. El hecho es que, como indica Reichel Dolmatoff, después de 1600 desaparecen las referencias a este grupo, siendo

19 Juan de Castellanos, Elegías de varones ilustres de indias, Gerardo Rivas (ed.), Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Bogotá, 1997, p. 507. 20 Gerardo Reichel Dolmatoff, Datos histórico-culturales, Op.cit., p.98. 21 Juan de Castellanos, Elegías, Op.cit., p.507. 22 “Relación de Nueva Salamanca de la Ramada de 1578”, transcripción y estudio preliminar de Carl Henrik Langebaeck, Revista de Antropología y Arqueología, vol. 6, no. 2, Bogotá, Universidad de los Andes, 1990, pp.106-124. 23 Ibid., p.122. 24 Ibid., p.113. 25 Ibid., p.121. 26 Ernesto Restrepo Tirado, Historia de la Provincia de Santa Marta, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1975, p.175.

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la hipótesis más convincente sobre su desaparición la expuesta por este mismo autor, quien sostiene que lo más probable es que los guanebucán, cuya filiación lingüística parece ser Arawak,27 era un grupo indígena del litoral con un desarrollo cultural diferente al de sus vecinos los kogui, que como consecuencia de la conquista española se vio obligado a huir hacia la Sierra Nevada, donde terminó siendo absorbido por los últimos.28 De cualquier forma, finalizando el siglo XVI la caída demográfica de los indígenas era evidente en toda la región, no sólo por su exterminación violenta en las campañas de conquista, sino por la implantación del sistema de encomiendas,29 cuyo establecimiento se inició en la gobernación de Santa Marta hacia de 1530 bajo la administración de García de Lerma.30 Para el caso de la provincia de La Ramada, los datos de población indígena tributaria muestran un descenso de 400 indígenas en 1574 a 122 en 1625, repartidos estos últimos en 6 encomiendas.31 De ahí en adelante las referencias a La Ramada son escasas, aunque se menciona la existencia de encomiendas allí a lo largo de los siglos XVII y XVIII, cuyos indios tributarios se denominaron arhuacos, pero como se verá más adelante, lo más probable es que en realidad se tratara de indígenas kogui.32 Un elemento curioso es que en los documentos citados no se haga mención a los cimarrones33 en la provincia de La Ramada, cuando Restrepo Tirado refiere que el 26 de febrero de 1531 se incendió la ciudad de Santa Marta, siendo la causa aparente “unos negros e indios que se habían huido a tierras de La Ramada y que habían jurado matar a los cristianos”.34 Aquiles Escalante trae la misma referencia aunque para el año 1529 y señala que en 1528 ya se había establecido un asiento35 con los alemanes Enrique Alfinger y Jerónimo Sayller para introducir a las Indias 4.000 esclavos, parte de los cuales estaban destinados a la provincia de Santa Marta.36 Sin embargo, no

27 Esta hipótesis es apoyada por José R. Oliver, quien menciona que la toponimia guanebucán descrita por Juan de Castellanos parece poseer raíces proto-Arawak, lo que sustentaría su relación con los indios wayúu y cocina de la península de La Guajira. Sin embargo, sostiene el autor que estos topónimos podrían pertenecer a los indígenas wayúu y cocina, dada su cercanía geográfica con los guanebucán, pues no hay otras evidencias que indiquen la filiación lingüística de este grupo. José R. Oliver, “Reflexiones sobre el posible origen del Wayú (Guajiro)”, Gerardo Ardila (ed.), La Guajira de la memoria al porvenir, Op.cit., pp.81-122, p.88. 28 Gerardo Reichel Dolmatoff, “Contactos y cambios culturales en la Sierra Nevada de Santa Marta”, Revista colombiana de antropología, vol.1, no.1, Bogotá, junio, 1953, pp. 15-123, p.35. 29 La encomienda fue, en términos generales, un mecanismo de dominación española derivado de las leyes de Burgos del 27 de diciembre de 1512, según las cuales los indígenas quedaban libres de la esclavitud, pero debían someterse al control de un encomendero. Este recibía un tributo (generalmente en especie) de los indios, a cambio de encargarse de las labores de adoctrinamiento (pago de curas, construcción de la iglesia, etc.) y la defensa de la encomienda. Orlando Fals Borda, Historia de la cuestión agraria en Colombia, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1994 (1982), p.36. 30 Como anota Reichel, la encomienda significó la imposición de fuertes cargas laborales sobre los indígenas y fomentó la aparición de epidemias de sarampión, viruela y otras enfermedades. Gerardo Reichel Dolmatoff, Datos histórico-culturales, Op.cit., p.46. 31 Maria del Carmen Borrego Pla, “La conformación de una sociedad mestiza en la época de los Austrias, 1540-1700”, Adolfo Meisel Roca (comp.), Historia económica y social del Caribe colombiano, Barranquilla, Ediciones Uninorte, 1994, pp. 59-108, p.66. Véase también Ernesto Restrepo Tirado, Historia de la Provincia de Santa Marta, Op.cit., p. 242. 32 Carlos Alberto Uribe, “La etnografía de la Sierra Nevada de Santa Marta y las tierras bajas adyacentes”, Geografía humana de Colombia. Nordeste indígena, Op.cit., pp.7-214, p.35. 33 La palabra cimarrón se utilizó para designar a los esclavos de origen africano que se escapaban de sus amos. 34 Ernesto Restrepo Tirado, Historia de la Provincia de Santa Marta, Op.cit., p.67. 35 El autor debe referirse aquí a un contrato bajo el sistema de licencias, pues los asientos o contratos monopolistas para el suministro de mano de obra esclava sólo se comenzaron a implementar a partir de 1595. Jorge Palacios Preciado, Cartagena de Indias, gran factoría de mano de obra esclava, Tunja, Ediciones Pato Marino, 1975, p.12. 36 Aquiles Escalante, El negro en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional, 1964, p.117.

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encontramos más referencias al establecimiento de cimarrones en la zona de Dibulla para la época, pese a lo cual debió darse no sólo por sus muchas menciones en la tradición oral, sino por los rasgos predominantemente africanos de su población. Desde comienzos del siglo XVII, la drástica disminución de la población indígena como consecuencia de las primeras incursiones de españoles en tierra firme obligó a la Corona a aumentar las importaciones de esclavos negros. Borrego Pla señala que sólo en la gobernación de Santa Marta, entre 1609 y 1640, ingresaron legalmente un total de 800 negros, suma que debió haber sido mayor por el contrabando de esclavos en la región.37 Muchos de estos esclavos, utilizados principalmente en las pesquerías de perlas y en los trabajos agrícolas, huyeron y conformaron palenques, que consistían en asentamientos de difícil acceso en los cuales se construían obstáculos para su defensa como cercas con púas envenenadas, fosos y trampas en los caminos. Estos palenques se convirtieron con el tiempo en lugares de hibridación cultural de africanos e indígenas, y para el caso de la Gobernación de Santa Marta muchos se ubicaron en los alrededores de Riohacha.38 Es posible entonces que en el territorio del actual Dibulla se hubiesen establecido uno o más palenques, aunque esto es difícil de precisar. Sin embargo, es de resaltar la referencia que trae Borrego Pla acerca de 300 cimarrones establecidos entre Riohacha y Santa Marta, los cuales solicitaron hacia mediados del siglo XVII al gobernador de Santa Marta que se les concediera su libertad, la cual fue concedida por las autoridades en 1679 en consideración a que estos palenques ayudarían a proteger la Gobernación. Aparte de los guanebucán y la población de origen africano, la presencia de wayúus o “indios guajiros”, como se denominó por mucho tiempo este grupo indígena Arawak que se encontraba habitando la península de La Guajira desde tiempos de la llegada de los españoles, también es recurrente en la tradición oral de los dibulleros.39 Muchos de ellos están emparentados con estos indígenas y su influencia cultural en la zona, como en buena parte del departamento de La Guajira, es indiscutible, al punto que elementos propios de los wayúu como la denominada “ley guajira” operan todavía fuera de su territorio y entre los mismos alijunas. La cercanía de Dibulla con el territorio wayúu y el carácter nómada de estos, debió mantener en contacto desde tiempos prehispánicos a los pobladores de ambos lugares. Como indica Barrera Monroy, los wayúu se movían a lo largo de la península según las estaciones climáticas, aún después de la llegada de los españoles. Los arduos veranos los obligaban a desplazarse hacia el sur en busca de agua para ellos y sus ganados.40 Barrera trae la referencia del posible comercio entre los wayúu y los arhuaco, pues se dice que los primeros utilizaban el poporo y la coca para mascar, pero debían adquirir la hoja en la Sierra Nevada, pues esta planta no se cosechaba en La Guajira.41

37 Maria del Carmen Borrego Pla, “La conformación de una sociedad mestiza”, Op.cit., p.67. 38 Ibid., p.103. 39 Los wayúu fueron y son el grupo indígena más numeroso en la península de La Guajira. Su territorio comprendía inicialmente las vegas del río Calancala (Ranchería) y se extendía al norte de la península hasta inmediaciones de la Serranía de la Macuira. Con la llegada de los españoles y la fundación de la ciudad de Río de la Hacha en 1545 en la ribera occidental del Ranchería, este río se convirtió en una especie de frontera geográfica entre ambos grupos, cuya relación hostil es bien conocida, al punto que se dice que los wayúu solo llegaban hasta la orilla derecha del río y desde allí llamaban al comandante de la ciudad para conversar con él. Eduardo Barrera Monroy, Mestizaje, comercio y resistencia, Op.cit., p.71. 40 Ibid., p.38. 41 El autor también refiere un caso para el siglo XVIII de un arhuaco viviendo entre un grupo wayúu de Camarones, cuya función era la de arrear los ganados de los vecinos de la jurisdicción del Valle hasta las cabeceras del río Dibulla. Ibid., p.122.

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MAPA 3 CONTACTOS HUMANOS EN DIBULLA DURANTE EL PERÍODO COLONIAL

Fuentes: Instituto Geográfico Agustín Codazzi, Atlas de Colombia, Op.cit., pp.40-41; “Relación de Nueva Salamanca de la Ramada de 1578”, Op.cit., p.121; Ernesto Restrepo Tirado, Historia de la Provincia de Santa Marta, Op.cit, pp. 67,175; Maria del Carmen Borrego Pla, “La conformación de una sociedad mestiza”, Op.cit., p.67; Eduardo Barrera Monroy, Mestizaje, comercio y resistencia, Op.cit., p.38. Carecemos de más información sobre estos contactos durante el periodo Colonial, pero para el siglo XIX contamos con algunas fuentes. René de la Pedraja menciona la expulsión por parte de los riohacheros de wayúus ubicados en cercanías a Camarones y Dibulla, a causa de una situación prolongada de conflicto entre ambos grupos.42 El viajero y geógrafo francés Elisée Reclús, quien visitó la Sierra Nevada y parte de La Guajira hacia mediados del siglo XIX, cuenta que en ocasiones el fuerte verano obligaba a los wayúu a desplazarse hacia el sur en busca de agua. Menciona que la Punta del Diablo, que por las referencias que trae el autor parece ser la misma Punta de los Remedios, poblado localizado a unos pocos kilómetros al norte de Dibulla “se ve

42 René de la Pedraja, “La Guajira en el siglo XIX: Indígenas, contrabando y carbón”, Revista Desarrollo y Sociedad, no.6, Bogotá, 1981, pp.329-359, p.346.

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invadido por muchas centenas de indios que la sed y el hambre expulsan de sus desiertos”,43 por lo que es muy probable la presencia estacional de estos indígenas en esta zona para dicha época. Esto lo reafirma el etnógrafo alemán Konrad Theodor Preuss, quien visitó la zona entre 1914 y 1915 y menciona desplazamientos de wayúus a la zona de Riohacha y hasta Dibulla, a causa de una fuerte sequía que ha tenido lugar en la península durante dichos años.44 Dado que la zona de Dibulla era visitada esporádicamente por indígenas de la Sierra Nevada, los cuales bajaban a la costa a recolectar conchas para extraer de allí la cal usada para mezclar con las hojas de coca, sostuvieron contactos con los wayúu, aunque las referencias que encontramos refieren que sus relaciones no eran buenas y existía cierta hostilidad entre ambos grupos.45

2. El “actual” Dibulla (siglos XIX-XX)

Hasta ahora hemos presentado un panorama general del poblamiento de Dibulla durante los siglos XVI a XVIII y parte del XIX, el cual estuvo caracterizado por múltiples contactos culturales en la zona, que involucraron la presencia de españoles, africanos, criollos e indígenas guanebucán, kogui y wayúu. Como se puede ver, estos contactos están registrados de forma dispersa y es muy posible que los procesos de poblamiento también presentaran esta característica. Es difícil afirmar que Dibulla tenga un origen preciso y una historia de poblamiento ininterrumpida. Seguramente el lugar del pueblo no fue siempre el mismo y su poblamiento estuvo durante mucho tiempo determinado por migraciones esporádicas de indígenas, españoles y africanos cimarrones, de cuyo mestizaje cultural y biológico se fue conformando el dibullero. Sin embargo, estos orígenes inciertos están muy anclados en la memoria de los habitantes del lugar, quienes los evocan permanentemente para reivindicar su antigüedad con relación a las poblaciones vecinas ubicadas entre Dibulla y Riohacha. Pero como se anotó anteriormente, el discurso local adquiere cierta continuidad en la narración histórica de lugar y sus habitantes sólo desde mediados del siglo XIX, cuando se funda el municipio y se establece allí una parroquia.46 A partir de este momento los dibulleros refieren la existencia del “actual Dibulla”, cuya fundación y crecimiento se atribuye a algunas familias establecidas allí desde épocas anteriores o venidas de otros lugares de La

43 Elisée Reclús, Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, Barcelona, Editorial Alertes, 1990 (1869), p.134. 44 Konrad Theodor Preuss, Visita a los indígenas Kágaba de la Sierra Nevada de Santa Marta. Observación, recopilación de textos y estudios lingüísticos Konrad Theodor Preuss, Bogotá, Colcultura, ICANH, 1993, p.27. 45 Reclús por ejemplo afirma que a pesar de que ambos grupos se asocian a una misma “raza”, se “aborrecen entre sí, y si los aruacos descienden rara vez al llano, esto proviene sobre todo del terror que le inspiran los demás Pieles rojas [los wayúu]”. Elisée Reclús, Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, Op.cit., p.117. Por su parte el conde De Brettes, quien también pasó por Dibulla a fines del siglo XIX, ratifica lo dicho por Reclús, aunque señala que a pesar del carácter altivo y belicoso del indio guajiro y el pacifismo y la sumisión del arhuaco, se temen mutuamente y se tratan con cierta afabilidad, “comunicándose en un español miserable acompañado por una mímica, a menudo, muy divertida”. Joseph de Brettes, “Donde los indígenas del norte de Colombia (seis años de exploraciones)”, Revista de Antropología, vol.III, no.1, Bogotá, Universidad de los Andes, 1987, pp.91-120, p.99. 46 Desde el siglo XVIII las referencias a La Ramada son escasas, aunque ésta sigue apareciendo en los mapas de la época dentro de la gobernación de Santa Marta (Véase: Bartolomé Neirci, “Carta dei paesi sopra il mare meridionale da Panama a Guayaquil. Florencia (1777)”, Atlas de mapas antiguos de Colombia. Siglos XVI a XIX, Bogotá, Litografía Arco, 1986, p.103). En este sitio encontramos a Dibulla desde mediados del siglo XIX, cuando en 1846 se erige como municipio de la provincia de Santa Marta. Según autores como René de la Pedraja, la fundación de Dibulla, junto con la de otros lugares como Camarones, El Paso y El Soldado, obedeció a una estrategia del gobierno republicano para gobernar a los indios guajiros, poblando estos lugares con colonos, soldados y misioneros, lo que terminó en algunos casos con la expulsión de dichos indígenas y en otros con el fracaso de la iniciativa militar. René de la Pedraja, “La Guajira en el siglo XIX: Indígenas, contrabando y carbón”, Op.cit., 344.

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Guajira. Igualmente, el referente genealógico transmitido por medio de los apellidos se vuelve el medio usado por muchos dibulleros para reivindicar su antigüedad en el pueblo y reclamar para sus antepasados el título de fundadores de Dibulla. Tener esto en cuenta es fundamental a la hora de adentrarnos en la historia de los Cárdenas y Valdeblánquez, pues al indagar sobre los orígenes y las causas del conflicto entre estas dos familias arquetípicas dibulleras, nos encontramos con elementos que van desde rasgos de las estructuras familiares wayúu y el código de reciprocidad al interior de este grupo indígena, hasta la influencia de la cultura kogui en el sistema de creencias de los dibulleros, pasando por la importancia del honor y su vigencia en la cultura mestiza de La Guajira. Sin embargo, como sucede con el resto de los dibulleros, las primeras referencias explícitas a los Cárdenas y Valdeblánquez las encontramos en los libros de bautismo del archivo parroquial de Dibulla. Estos libros consisten en una serie de tomos organizados en orden cronológico, donde se registran los bautismos de los dibulleros desde 1869 hasta el presente. Cada bautismo ocupa un registro distinto y consta de los siguientes datos: nombre y apellidos del bautizado, nombre y apellidos de los abuelos maternos y paternos, nombre y apellidos de los padres y padrinos de bautismo, nombre del párroco, fecha y lugar de nacimiento y fecha y lugar de bautismo. Una revisión exhaustiva de estos libros y de aquellos donde se consignan los matrimonios y las defunciones, nos permitió reconstruir el árbol genealógico de ambas familias (ver Anexo 2); sin embargo, es necesario señalar que esta reconstrucción es parcial, al menos por tres razones. En primer lugar, no contamos con datos anteriores a los registrados en el archivo parroquial y aunque las versiones orales se refieren a ambas familias como dibulleras de origen, es posible que ambas hubiesen llegado a Dibulla provenientes de otros lugares de La Guajira como La Punta de los Remedios, Camarones, El Molino, Riohacha, etc., como es el caso de muchos de los dibulleros. En segundo lugar, no todos los bautismos, matrimonios y defunciones se encuentran registrados en la parroquia de Dibulla, pues algunos ocurrieron en lugares distintos, como es el caso de Riohacha, Santa Marta y Barranquilla, a donde se trasladaron ambas familias después de iniciado el conflicto. Por último, es de esperar la existencia de muchos hijos ilegítimos no registrados en los archivos parroquiales -si bien encontramos algunos-, dada la tendencia a la poliginia en la familia dibullera. A pesar de estos inconvenientes, los datos reunidos fueron suficientes para reconstruir una buena parte de las genealogías familiares de los Cárdenas y Valdeblánquez por cuatro generaciones, e igualmente nos permitieron encontrar vínculos de parentesco entre ambas familias y de éstas con otras distintas que estuvieron involucradas en el conflicto. De aquí en adelante trataremos de presentar un panorama histórico del “actual” Dibulla, haciendo referencia en lo posible a las familias en cuestión, cuya historia es en muchos sentidos la historia de una familia arquetípica dibullera. 2.1 Los Cárdenas y Valdeblánquez: pioneros en la colonización dibullera de la Sierra Nevada Tanto los Cárdenas como los Valdeblánquez son señalados en la tradición oral como algunas de las familias dibulleras pioneras en la colonización de San Antonio, en la Sierra Nevada de Santa Marta. San Antonio, posteriormente llamado Pueblo Viejo,47 es un poblado kogui cercano a los

47 Durante la guerra civil de 1886, San Antonio fue incendiado y temporalmente abandonado, siendo reconstruido posteriormente en la otra orilla del río. En su antiguo lugar se levantó la población de Pueblo Viejo, nombre que permanece hasta hoy día. Gerardo Reichel Dolmatoff, “Contactos y cambios culturales”, Op.cit., p.75. Es necesario señalar que cuando hacemos referencia a San Antonio, estamos hablando del lugar original donde se inició la

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1000 msnm que hacia mediados del siglo XIX y hasta la década de 1970, fue el principal centro de colonización de los dibulleros en la Sierra Nevada. En este lugar fue fundada una parroquia llamada San Antonio de La Ramada de Cototama por misioneros capuchinos en las primeras décadas del siglo XVIII. Años después comenzaron a migrar familias dibulleras y se establecieron allí y en otros poblados vecinos como San Miguel y San Francisco, lugares donde hacia 1880 había capillas católicas.48 Esto lo pudimos verificar en los libros de bautismos de la parroquia de Dibulla, donde algunos de los primeros bautizos registrados, datados de la década de 1870, se refieren a personas nacidas en la Sierra. Aparecen allí por ejemplo apellidos de familias dibulleras como Coronado, Cordero, Valdeblánquez, Ducad49, cuyos lugares de nacimiento se nombran como San Antonio y San Miguel de la Nevada. Los Valdeblánquez fueron sin duda algunos de los primeros en iniciar la colonización dibullera de la Sierra, que data de comienzos de la década de 1870. En esos años se establecieron las primeras familias en San Antonio, como lo constata el presbítero Rafael Celedón, quien visitó este lugar hacia 1875 y menciona que para esa época tenía “una población como de 150 indígenas y algunas docenas de civilizados, mal acomodados en algunas 30 ó 40 casitas, varias de ellas de forma circular”.50 Para estos años ya encontramos algunos registros de bautismo de miembros de esta familia nacidos allí. Surge, por ejemplo, Eudoxio Valdeblánquez Cordero, nacido en junio 17 de 1877 en San Antonio de la Nevada; hijo de Antonio María Valdeblánquez y Remedios Cordero,51 Eudoxio vendrá a ser el abuelo paterno de Hilario Valdeblánquez Mena, el primer muerto en el conflicto, cerca de cien años después. Igualmente encontramos a sus hermanos Francisco de Jesús, nacido en abril 17 de 1893 en San Francisco de la Nevada52 (un poblado vecino de San Antonio), Justa Regina, en septiembre 7 de 1880 en San Antonio de la Nevada53 y María Engracia, en agosto 1 de 1886 en San Antonio de la Nevada.54 En cuanto a los Cárdenas, al parecer no llegaron tan temprano a San Antonio como los Valdeblánquez, pues en los libros de bautismo no encontramos a ningún miembro de esta familia nacido en la Sierra Nevada durante el siglo XIX. El dato más antiguo que tenemos es el matrimonio de Francisco Eduardo Cárdenas con María Engracia Valdeblánquez –hermana de Eudoxio-, ocurrido en Dibulla en mayo 21 de 1903,55 lo cual establece un vínculo de parentesco entre ambas familias. Sin embargo, como se verá más adelante, los actores iniciales del conflicto no estuvieron ligados por parentesco consanguíneo entre sí, aunque sí tuvieron primos en común, lo que ayuda a aclarar las versiones orales que afirman que Cárdenas y Valdeblánquez eran familia. Por otro lado, encontramos registros de los Ducad, quienes posteriormente se emparentaron con los Cárdenas y estuvieron directamente involucrados en el conflicto. Hallamos

colonización dibullera (que desde fines del siglo XIX se denominó Pueblo Viejo), y no del actual San Antonio, que data del siglo XX y está ubicado a unos dos kilómetros al sur de Pueblo Viejo. 48 Gerardo Reichel Dolmatoff, “Contactos y cambios culturales”, Op.cit., p.64. 49 Miembros descendientes de la familia Ducad participaron activamente en el conflicto. Probablemente de origen francés, el apellido registra formas diversas de ortografía incluso en los distintos registros de los archivos parroquiales, donde figura como ‘Ducad’, ‘Ducat’, ‘Ducatt’ o ‘Ducadt’. Para el presente trabajo se ha optado por usar la forma ‘Ducad’. 50 Rafael Celedón, Gramática de la lengua Kóggaba. Con vocabularios y catecismos, Maisonneuve Freres & Ch. Lecrerc Editeurs, Paris, 1886, p. V. 51 Archivo Parroquial de Dibulla, Bautismos, Tomo 1, fl.120, registro no.359. 52 Archivo Parroquial de Dibulla, Bautismos, Tomo 1, fl.255, registro no.762. 53 Archivo Parroquial de Dibulla, Bautismos, Tomo 1, fl.150, registro no. 447. 54 Archivo Parroquial de Dibulla, Bautismos, Tomo 1, fl.210, registro no.635. 55 Archivo Parroquial de Dibulla, Matrimonios, Tomo único, fl.78, registro no. 266.

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por ejemplo a Tomas Antonio Ducad Castillo, nacido en octubre 19 de 1884 en San Antonio de la Nevada,56 quien tuvo como hijas a Digna Petrolina y Elda Josefina Ducad Cotes, que luego darían origen a las familias Cárdenas Ducad y Gómez Ducad, dos de las más afectadas por el conflicto. La relación de la familia Ducad Cotes con la Sierra queda retratada en la imagen de su casa: “En esta casa hubo olor a plantas medicinales serranas, a enjalmas sudadas por bueyes y mulas, panela de agua y de coco, cebollín y otros productos, traídos por la familia Ducad Cotes desde la Sierra Nevada de Santa Marta”.57

MAPA 4 COLONIZACIÓN DIBULLERA DE LA SIERRA NEVADA DE SANTA MARTA

Nota: El lugar de Pueblo Viejo corresponde al antiguo San Antonio. Optamos por referenciar el primero, ya que como se aclara en el texto, el segundo se incendió apenas iniciada la colonización dibullera y en su lugar se erigió Pueblo Viejo. Fuentes: Instituto Geográfico Agustín Codazzi, Atlas de Colombia, Op.cit., pp.40-41; Elisée Reclús, Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, Op.cit., pp. 134 ss; Konrad Theodor Preuss, Visita a los indígenas Kágaba, Op.cit., pp.28-33.

La llegada de dibulleros a San Antonio estuvo caracterizada desde un principio por relaciones de explotación económica hacia los kogui, muchos de los cuales se vieron obligados a emigrar hacia sitios lejanos en las vertientes occidental y sur-oriental de la Sierra. La invasión dibullera de sus tierras y la presencia de misioneros en la zona debió causar un efecto traumático, pues el territorio kogui, a diferencia del de sus vecinos kankuámo, ika y sanká, estuvo durante la época colonial mucho menos expuesto al contacto con los peninsulares. Después de las invasiones españolas del

56 Archivo Parroquial de Dibulla, Bautismos, Tomo 1, fl. 100, registro no. 215. 57 Euclides Moscote Arregocés, “Dibulla: Laboriosos del Pasado” (inédito), Riohacha, 2002, p. 80.

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siglo XVI, que diezmaron su población, los caminos enlosados que llevaban a su territorio desaparecieron cubiertos por la selva manteniéndolo aislado por cerca de dos siglos.58 Este relativo aislamiento habría de romperse definitivamente con la llegada de los dibulleros, tal como lo atestigua Reclús, quien estuvo en San Antonio con la intención de fundar una colonia agrícola en la zona, y a su paso por allí dejó el testimonio de los abusos de que eran víctimas los kogui, pues menciona que los “blancos y negros son el azote de los aruacos”,59 ya que suelen endeudarlos por medio de ron y otras mercancías, viéndose los indios en la obligación de “pagar por el aguardiente ocho o diez veces más de su valor”.60 A comienzos del siglo XX muchos dibulleros vivían en San Antonio (en ese entonces ya denominado Pueblo Viejo) y habían desplazado a muchos kogui del lugar, como lo constata Preuss en su paso por allí hacia 1915, dejando testimonio de la explotación económica de los indios, el cual vale la pena transcribir por su descripción detallada de la situación:

“La población de Pueblo Viejo está también integrada por negros como en Dibulla, muchos de los cuales viven alternadamente en ambos sitios. Comercian con los productos de los indígenas, en primer lugar con panela y con las papas, que sólo se dan en las partes altas de la Sierra; también con algo de ganado que llega hasta Dibulla; son muy hábiles para vender a los indígenas artículos de consumo a precios increíblemente amplios; como pago por estos, ellos deben entregarles sus productos durante largo tiempo. Si los indígenas no cumplen con las entregas en la fecha prevista se les impone una multa en dinero, que es pagada por un colombiano, de nuevo, a cambio de una desproporcionada cantidad de productos autóctonos. Si esto tampoco resulta, se le quita al indígena una res que tiene probablemente un valor diez veces más alto que el de la deuda. De igual manera, el representante del gobierno, el inspector, quien tiene la atribución de reunir a los indígenas para realizar trabajos en los caminos, puentes y refugios e imponer multas, puede obtener reses a precios muy bajos. A los indígenas se les impide totalmente el comercio con Dibulla y sólo muy pocos llegan hasta allí, para servir a los habitantes del pueblo como conductores de bueyes”.61

El viajero inglés A.F.R Wollaston, quien pasó por Pueblo Viejo diez años más tarde, en 1925, refiere la relación de los dibulleros y los kogui en los mismos términos que Preuss, afirmando que

“[Pueblo Viejo] era hasta hace pocos años un poblado indígena, cuando sus habitantes fueron expulsados por los (llamados) civilizados, personas de origen mestizo provenientes de la costa, quienes se ganan la vida ociosamente gracias al trueque con los indígenas de los valles más altos”.62

Al parecer la familia Valdeblánquez ocupaba un lugar prominente entre los colonos dibulleros, tal como lo sugiere la siguiente mención de Preuss:

58 Gerardo Reichel Dolmatoff, “Contactos y cambios culturales”, Op.cit., p.69. 59 Los aruacos a los que se refiere Reclús son realmente indígenas Koguis, grupo indígena asentado en las vertientes norte y occidentales de la Sierra Nevada, entre los 1.000 y 2.000 msnm, muy diferente de los arhuacos o ikas, los cuales habitan la vertiente sur y suroccidental del mismo macizo. Esta confusión viene desde el siglo XVII, cuando se denominó como arhuacos a todos los indios de la Sierra, confusión que por lo demás se mantiene en muchos lugares, como sucede en Dibulla. Carlos Alberto Uribe, “La etnografía de la Sierra Nevada de Santa Marta”, Op.cit, p.16. 60 Elisée Reclús, Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, Op.cit., p.184. 61 Konrad Theodor Preuss, Visita a los indígenas Kágaba de la Sierra Nevada de Santa Marta, Op.cit., p.32. 62 “[Pueblo Viejo] was an Indian settlement until a few years ago, when the inhabitants were driven out by the (so-called) civilisados, a people of mixed origin from the coast, who earn a lazy living by barter with the simple Indians from the higher valleys”. A.F.R. Wollaston, “The Sierra Nevada of Santa Marta, Colombia”, The Geographical Journal, vol.LXVI, no.2, Londres, agosto 1925, pp.97-111, p.101.

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“Tuve que pasar un día en Pueblo Viejo, por el necesario cambio de bueyes. Me había ganado, para futuros abastecimientos, a Eudoxio Valdeblánquez, el cuñado de Ragonessi, un propietario de reses muy competente y confiable, quien sobrepasaba en mucho a sus paisanos y quien como todos sus parientes, no andaba en buenas relaciones con su cuñado italiano”.63

Más adelante comenta Preuss que Eudoxio Valdeblánquez, quien tenía el negocio de transportar mercancía en bueyes de Dibulla a San Antonio, “gozaba de especial confianza entre los indígenas”.64 Otro dato de interés es la referencia a Antonio Ragonessi, un inmigrante italiano, “joven hermoso, de anchos hombros, atento y parlanchín”, quien se casó con Antonia Valdeblánquez -hermana de Eudoxio- y es todavía muy recordado entre los dibulleros. Los Valdeblánquez siguieron habitando San Antonio y manteniendo sus relaciones comerciales con los kogui, hasta la época en que se inició la bonanza marimbera y su conflicto con los Cárdenas los obligó a desplazarse a otros lugares de la Costa como Riohacha, Santa Marta y Barranquilla. Esto lo pudimos constatar en las conversaciones sostenidas en la casa de Camilo y especialmente en un escrito inédito del profesor dibullero Euclides Moscote, donde afirma que hacia mediados del siglo XX, Antonio Malachía Valdeblánquez, hijo de Eudoxio y casado con Corina Mena, continuaba bajando productos de San Antonio para vender en el pueblo. Posteriormente, en 1962, estableció un aserradero en la Sierra, lo que hizo más fácil el abastecimiento de madera en Dibulla, pues anteriormente había que traerla desde Santa Marta o Riohacha.65 Los Cárdenas, al igual que los Valdeblánquez, se dedicaron a la agricultura y el comercio con los kogui. Algunos de los hijos y nietos de Francisco Eduardo y María Engracia, al igual que los Ducad, crecieron en San Antonio, aprendieron el idioma de los kogui y permanecieron allí hasta la época en que inició el conflicto entre ambas familias. El matrimonio se dedicaba a la venta de leche y María Engracia era reconocida por su catolicismo fervoroso y por su práctica recurrente de rezar el rosario66. También fue una familia que se destacó entre las demás, pues como contaba Gregorio Cárdenas (Goyo) en casa de Camilo, su padre, José Francisco Cárdenas –hijo de Francisco Eduardo-, ocupó el cargo de corregidor en varias ocasiones, cuyas atribuciones políticas lo autorizaban a apropiarse del trabajo de los indígenas para realizar diversas labores (puentes, arreglo de caminos, etc.) y obtener beneficios económicos adicionales en el intercambio comercial con los mismos.67 Un elemento importante que vale la pena señalar son las relaciones de parentesco entre dibulleros e indígenas kogui. En los libros de bautismo referidos encontramos apellidos kogui como Zarabatá, Nolavita y Gualé, emparentados con dibulleros, 68 y lo mismo encontramos en el texto de Preuss, quien menciona algunos dibulleros portando estos y otros apellidos como Lavatá y Vacuna. Sin embargo, esto no parece ser algo muy frecuente y la tendencia general de los kogui es a no mezclarse, replegándose en lo posible en las partes altas de la Sierra, más inaccesibles para los habitantes de las tierras bajas. De cualquier forma, muchos permanecieron en lugares cercanos

63 Konrad Theodor Preuss, Visita a los indígenas Kágaba de la Sierra Nevada de Santa Marta, Op.cit., p.33. 64 Ibid., p.45. 65 Euclides Moscote Arregocés, “Dibulla: Laboriosos del Pasado” Op.cit., p.32. 66 Euclides Moscote Arregocés, “Dibulla: Laboriosos del Pasado” Op.cit., p.150; Euclides Moscote A., “Fósforo Envuelto”, Litoempresos Aarón, Riohacha, 1995, p. 16. 67 Konrad Theodor Preuss, Visita a los indígenas Kágaba de la Sierra Nevada de Santa Marta, Op.cit., p.32. 68 Archivo Parroquial de Dibulla, Bautismos, Tomo 1, 1869-1906. En cuanto a las relaciones de parentesco entre indios kogui y dibulleros, nos limitamos solamente a señalarlas, pues esto se desarrolla en extensión en el siguiente capítulo.

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a San Antonio, sujetos a las eternas deudas con los dibulleros y sometidos por la influencia del ron de destilación doméstica o chirrinche, el cual sigue siendo un vicio para muchos indígenas. Por otro lado, se puede afirmar que la presencia de los dibulleros allí continuó durante buena parte del siglo XX, pues en 1975 se dice que Pueblo Viejo estaba habitado por 15 familias procedentes de Dibulla, Riohacha y San Pedro de la Sierra, y sólo en ese año la población aumento en un 50%. El sistema de endeudamiento seguía vigente y mientras los colonos proveían a los indios de artículos tales como tela, linternas, agujas, pescado seco y especialmente chirrinche, estos entregaban a cambio productos agrícolas como cerdos, aves de corral, café y panela, pagando en promedio un precio cinco veces superior al costo de los artículos adquiridos.69 No sabemos con exactitud hasta qué momento estuvieron establecidos los Cárdenas y Valdeblánquez en la Sierra Nevada, pero debieron permanecer allí al menos hasta principios de la década de 1970, pues por esa época los dibulleros recuerdan que ambas familias continuaban bajando café, papa, panela y otros productos para comerciar en el pueblo. Para ese tiempo muchos ya vivían en Dibulla y tenían fincas en Mingueo, permaneciendo algunas temporadas allí y otras en la Sierra.70 2.2 El contrabando Al tiempo que muchas de las primeras familias dibulleras se encontraban colonizando San Antonio, a Dibulla llegaron otras familias venidas de diferentes lugares de La Guajira y la costa Atlántica. Los mayores evocan con frecuencia la llegada de gentes de sitios como Camarones, La Punta, Fonseca, El Molino, Fundación y Ciénaga, considerándolos también como fundadores de Dibulla. Debido al agitado panorama político nacional de mediados del siglo XIX y a las sucesivas guerras civiles libradas en esos años, muchos llegaron huyendo y todavía se recuerdan por su filiación política. Se dice que a comienzos del siglo XX, durante la guerra de los Mil Días, mucha gente se enfiló en el batallón liberal de Rafael Uribe Uribe y participó activamente en la lucha. También se recuerda la llegada de extranjeros de apellidos como Ragonessi, de origen italiano, o Martinier, francés. Algunos se emparentaron con dibulleros, como es el caso de Antonio Ragonessi, quien como mencionábamos más arriba, se casó con una mujer Valdeblánquez y tuvo un hijo con ésta en 1919.71 Desconocemos la época de llegada de estos extranjeros a Dibulla, aunque es muy posible que se sitúe a mediados del siglo XIX, pues el padre Celedón a su paso por allí en 1875 menciona la existencia de una colonia de franceses en cercanías de Dibulla, sobre las estribaciones de la Sierra, que ya para esa época había fracasado a raíz de enfermedades contraídas por el clima.72

69 Inés Sanmiguel, “Relación económica indígena-colono campesino de la Sierra Nevada de Santa Marta”, Primer congreso nacional de historiadores y antropólogos, Santa Marta, noviembre 1975, pp.112-115, p.113. Con la creación del resguardo kogui-arzario en 1980, se inició la recuperación de la zona de San Antonio mediante la compra de tierras de los colonos para los indígenas y se puede decir que en la actualidad no hay dibulleros en el lugar, aunque los vestigios de sus casas y otras construcciones todavía se encuentran presentes (observación personal en viaje realizado a San Antonio, julio, 2002). Sin embargo, los kogui continúan bajando sus productos a Dibulla y otros lugares cercanos como Mingueo y Palomino, donde persisten estas relaciones desiguales de intercambio. 70 Alfredo Molano et al., “Aproximación a una historia oral”, Op.cit., p.160. 71 Archivo Parroquial de Dibulla, Bautismos, Tomo no.1, fl.314, registro no.1123; Konrad Theodor Preuss, Visita a los indígenas Kágaba de la Sierra Nevada de Santa Marta, Op.cit., p.33. 72 Rafael Celedón, Gramática de la lengua Kóggaba, Op.cit., p.IV.

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Por otro lado, Dibulla había pasado a ser municipio del departamento del Magdalena, creado por la constitución de 1886, que abolió el régimen federal. Posteriormente, en 1915, pasó a ser inspección de este departamento hasta 1954, cuando Rojas Pinilla desintegró el mismo y creó la intendencia de La Guajira, que finalmente se erigió como departamento en 1965.73 Pese a que Dibulla se fue consolidando territorial y administrativamente, las recurrentes referencias en la tradición oral a la permanente movilidad de su población, refuerzan la idea expuesta más arriba de que esta constante histórica es resultado de su situación de frontera entre la Guajira, el mar Caribe y la Sierra Nevada. Esto también explica su relación tradicional con las prácticas de contrabando, de antiguo arraigo en la Costa Atlántica y particularmente en La Guajira. Se pueden esbozar muchas causas que han hecho del contrabando el eje articulador de la economía en esta región, pero basta con señalar la cercanía geográfica al Caribe y a Venezuela y una situación persistente de aislamiento. La Guajira fue uno de los territorios que permaneció durante toda la colonia por fuera del control de la Corona, al punto que hasta bien entrado el siglo XVIII se emitieron capitulaciones74 para la conquista y “pacificación” de sus indígenas.75 Esto no mejoró después del proceso independentista y los conflictos permanentes con los indios guajiros a lo largo del XIX, llevaron a las autoridades provinciales a solicitar al gobierno nacional que asumiera parte de La Guajira, lo que desembocó en la creación del “Territorio Guajiro” en 1846, quedando buena parte de la península constituida en territorio nacional bajo la autoridad del gobierno central. El gobierno republicano también fracasó en sus intentos de “civilizar” a los indios guajiros y poner fin al contrabando, y desde 1880 los ministros de gobierno insistieron en sus memorias anuales en la necesidad de devolver este territorio al Estado del Magdalena.76 Otra de las causas del contrabando en La Guajira ha sido la dicotomía permanente entre legalidad y legitimidad. Esta práctica nunca fue considerada ilegal por los indígenas wayúu, quienes desde la llegada de los españoles comerciaron con holandeses, ingleses y franceses todo tipo de productos, pues no se sentían sometidos al poder de la Corona y consideraban sus territorios como autónomos, utilizando a veces el contrabando como medio de adquisición de armas para resguardar sus tierras de las invasiones de los peninsulares. Estos últimos, pese a que también se vieron involucrados muchas veces en negocios de contrabando, inclusive con los mismos indígenas, lo consideraron siempre como algo ilegal.77 Hoy en día, el contrabando sigue siendo una de las principales actividades económicas de los guajiros, y aunque estos son conscientes de su carácter ilegal, lo consideran legítimo achacándole al gobierno nacional la poca preocupación

73 Patricia Mejía, “Dibulla: una comunidad frente al cambio”, Op.cit., p.15. Véase también Guillermo Rodríguez Navarro et. al., Mapa cultural del caribe colombiano, Op.cit., p.151. 74 Las capitulaciones fueron contratos entre personas particulares y la Corona, establecidos por la Real cédula del 19 de abril de 1495. Estos otorgaban licencias para la conquista, exploración o simplemente el reconocimiento de determinado territorio americano, concediéndole al capitulante prerrogativas y licencias para alistar personal en su expedición. La Corona por su parte se reservaba un porcentaje del botín logrado por los capitulantes, comúnmente denominado el “quinto real”. Juan Friede, “La conquista del territorio y el poblamiento”, Op.cit., p.124. 75 Marta Herrera Angel, Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político en las Llanuras del Caribe y en los Andes Centrales Neogranadinos. Siglo XVIII, Bogotá, ICANH, Academia Colombiana de Historia, 2002, p.121. 76 René de la Pedraja, “La Guajira en el siglo XIX: Indígenas, contrabando y carbón”, Op.cit., pp.342, 345, 353. 77 Eduardo Barrera Monroy, Mestizaje, comercio y resistencia, Op.cit., pp.138-171. Sobre la situación histórica de contrabando en La Guajira véase también: Lance Grahn, The Political Economy of Smuggling, Westview Press, Boulder, 1997. José Polo Acuña, “Contrabando y pacificación indígena en una frontera del Caribe colombiano”; Darío Betancourt, Martha García, Contrabandistas, marimberos y mafiosos; Roberto Pineda Giraldo, “Informe preliminar sobre aspectos sociales y económicos de La Guajira”, Revista del Instituto etnológico nacional, vol. 2, no.5, Bogotá, 1949, pp.529-572.

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por la situación económica de la península78. Es el caso de Dibulla, donde muchos viven del contrabando de gasolina y otros productos entre Maicao, Riohacha y Santa Marta, que transportan en los camiones conocidos comúnmente con el nombre de mixtos, por transportar simultáneamente pasajeros y mercancía. Antiguamente Dibulla era famoso por el tráfico de contrabando en bongos o piraguas, cuando no existía carretera y estas embarcaciones se usaban para transportar mercancías hacia Santa Marta y Riohacha. Preuss comenta que:

“Según todas las referencias hay un camino muy peligroso que conduce desde Santa Marta, no lejos de las deshabitada costa, por empinadas cuestas y después por la playa plana hasta Dibulla, a través de la desembocadura de numerosos ríos. Pero el correo y todas las cosas que se envían a Dibulla llegan primero en pequeñas goletas a Riohacha, donde hay un trafico permanente establecido con la mencionada población por medio de grandes piraguas construidas con la madera del corpulento caracolí”.79

Como muchos dibulleros, los Cárdenas y Valdeblánquez se habían vinculado también al contrabando de todo tipo de productos con las ciudades de Riohacha y Santa Marta, primero por mar en botes pequeños denominados cayucos, y posteriormente a mediados del siglo XX, con la apertura de la carretera Troncal que comunicó a estas dos ciudades, en mixtos. En efecto, algunas versiones orales señalan que ambas familias utilizaron el contrabando para financiar el conflicto en sus primeros años, antes de vincularse al negocio de la marihuana, y como veremos en el siguiente capítulo, encontramos versiones en la prensa que vinculan el origen del mismo a un altercado entre ambas familias por un negocio de contrabando. La relación de los Cárdenas y Valdeblánquez con el contrabando se vio sin duda facilitada por su relación con la Sierra Nevada, cuyos productos agrícolas eran comercializados en ciudades como Riohacha y Maicao, donde adquirían todo tipo de mercancías de contrabando que luego vendían en Dibulla y Santa Marta. 2.3 Dibulla y la colonización cachaca de la Troncal Durante las primeras décadas del siglo XX los dibulleros sostuvieron vínculos estrechos con la Sierra Nevada y La Guajira. Algunos tenían sus fincas en cercanías a Dibulla y en Pueblo Viejo, y bajaban periódicamente a comerciar plátano, yuca, malanga y otros productos sembrados por ellos y los indios kogui. Como estancia de paso entre Dibulla y Pueblo Viejo se fue conformando el lugar llamado la Sabana de Volador, en territorios donde actualmente se ubica el pueblo de Mingueo. Otros se dedicaron a la pesca, y los que habían logrado hacerse a un bote o cayuco, alternaban este oficio con el comercio por mar hacia Riohacha y eventualmente Santa Marta. Los mayores refieren esos años con nostalgia y los recuerdan como tiempos de prosperidad, al tiempo que rememoran fechas importantes en la historia del pueblo: la construcción de una iglesia nueva hacia 1910 y la restauración de una antigua “de los tiempos de los españoles” por el año de 1936; la primera casa con techo de zinc, edificada hacia la década de los treinta, propiedad de Sixta Arévalo Redondo; la plaga de langosta que por los años veinte acabó con todos los cultivos de los dibulleros, hasta que estos decidieron pedirle ayuda a la Virgen del Pilar, la cual les concedió el milagro ahogando las langostas en el mar un día después de haberla sacado a una procesión, convirtiéndose desde ese entonces en la patrona del pueblo.

78 Sobre la construcción de un ethos sociocultural guajiro en torno al contrabando y a la poligamia, véase: Giangina Orsini, “Poligamia y contrabando: nociones de legalidad y legitimidad en la frontera Guajira”, tesis de maestría en Antropología Social, Universidad de los Andes, Observatorio del Caribe Colombiano, Bogotá, 2005. 79 Konrad Theodor Preuss, Visita a los indígenas Kágaba de la Sierra Nevada de Santa Marta, Op.cit., pp.24-25.

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También es recurrente la mención a los años de Rojas Pinilla, cuyo gobierno es recordado por los dibulleros como aquel que trajo más progreso al pueblo. Fue en esa época donde se dio mayor impulso a la educación y se abrieron las primeras trochas hacia Riohacha que sacaron a Dibulla de su aislamiento. En efecto, una de la iniciativas de Rojas Pinilla fue la de integrar geográficamente La Guajira al resto del país. Durante su gobierno se terminó la carretera de Riohacha a Valledupar que pasa por San Juan del Cesar, y se inició la construcción del tramo Riohacha-Santa Marta como parte del proyecto de la Troncal del Caribe.80 Esto estuvo muy relacionado con el proceso colonizador que se estaba dando en la región y especialmente al interior de la Sierra Nevada, el cual es necesario referir por su estrecha relación con la zona de Dibulla, pues ésta se convirtió en una frontera entre guajiros y colonos venidos del interior del país. La colonización de la Sierra estuvo significativamente marcada por dos factores relacionados entre sí. En primer lugar, a partir de mediados de la década de los cuarentas se iniciaron oleadas masivas de colonización de campesinos del interior a raíz del fenómeno conocido como la Violencia.81 Muchos campesinos santandereanos, boyacenses, antioqueños y de otros departamentos del interior y de las costas, se fueron asentando en las partes bajas y medias de los ríos de la Sierra, entre los 500 y 1500 msnm, aproximadamente.82 Se calcula que sólo entre 1952 y 1966, la población de colonos en la Sierra Nevada pasó de 4.000-6.000 habitantes a 27.000 familias, las cuales se concentraron principalmente en las vertientes norte y occidental del macizo. En segundo lugar, entre 1969 y 1970 se culminó la construcción de la Troncal del Caribe, quedando comunicadas en menos de 4 horas las ciudades de Santa Marta y Riohacha, cuando anteriormente se debía bordear toda la Sierra Nevada recorriendo parte de La Guajira, Cesar y Magdalena, en un viaje que tomaba hasta tres días.83 Esto no sólo amplió la frontera de colonización del interior o “cachaca”84 sino que cumplió un papel integrador -a nivel geográfico, social y económico- de pueblos de guajiros como Dibulla con las ciudades de Santa Marta y Barranquilla y otras poblaciones de origen reciente ubicadas sobre la Troncal. Los dibulleros se consideran los fundadores de algunos de estos lugares, como es el caso de Mingueo y Palomino. El primero, ubicado a unos pocos kilómetros al occidente de Dibulla, fue durante mucho tiempo una colonia de familias dibulleras y punteras que se instalaron allí, a orillas del río Cañas,85 hacia mediados del siglo pasado, pues este era el lugar de donde partía el camino a San Antonio. Algunos de los Cárdenas y Valdeblánquez figuran entre los primeros colonizadores del lugar, como es el caso de Poncho y Alcibíades Cárdenas y Serafín Valdeblánquez,86 cuyas familias eran precisamente aquellas que desde tiempo atrás se habían establecido en la Sierra y usaban la Sabana de Volador – hoy Mingueo – como sitio de paso y de embarque para sus productos. En cuanto a Palomino, ubicado unos kilómetros al occidente de Mingueo, fue un lugar que se constituyó como la última frontera para los guajiros de la zona durante muchos años. A pesar de ser un sitio habitado en su mayoría por cachacos, sus primeros pobladores fueron dibulleros, situación que se mantuvo así hasta los años de 1969 y 1970, cuando se pudo superar el

80 Alfredo Molano, Diagnóstico del orden social en la región del Caribe, Op.cit., p.21. 81 María Teresa Amaya, “La colonización, elemento determinante en el deterioro de la Sierra Nevada de Santa Marta”, Tesis de antropología, Bogotá, Universidad de los Andes, 1975, pp. 58-59. 82 Alfredo Molano et. al., “Aproximación a una historia oral”, Op.cit., p.19. 83 Ibid., p.7. 84 María Teresa Amaya, “La colonización, elemento determinante”, Op.cit., p.68. 85 A finales de la década de los 50 del siglo pasado el caserío de Río Cañas desapareció a causa de una inundación y sus habitantes se desplazaron unos kilómetros al sur, fundando la actual población de Mingueo. 86 Alfredo Molano, et.al., “Aproximación a una historia oral”, Op.cit., p.160.

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paso de los muchachitos87 y quedó concluida la carretera entre Santa Marta y Riohacha, abriendo el paso a la colonización del interior que venía avanzando en esa dirección.88 Estos referentes históricos son de especial importancia para los dibulleros, pues legitiman la antigüedad de su pueblo y refuerzan la idea del lugar como un centro de influencia política y cultural sobre la zona, al asociar los orígenes de poblados vecinos como prolongaciones territoriales del municipio, mantenidos por redes de parentesco y compadrazgo que aún permanecen vigentes. Un ejemplo de esto es la erección de Dibulla como municipio en noviembre de 1995, título que estaba siendo disputado por Mingueo, cuya importancia a nivel económico puede considerarse mayor a la de Dibulla. Los dibulleros se unieron en una manifestación que llegó hasta la Asamblea de Riohacha y por medio de un referendo lograron que se les otorgara la condición de municipio -la cual mantienen en la actualidad-, quedando Mingueo como uno de sus corregimientos.89 Sin embargo, los conflictos entre dibulleros y cachacos asentados en los pueblos vecinos, son un hecho frecuente que se remonta al proceso colonizador ya mencionado. Muestra de esto es la referencia traída por los dibulleros de “que aquí una familia entera se puede estar matando, pero llega un forastero a entrometerse, nos unimos, jodemos al forastero y empezamos otra vez la pelea de nosotros nuevamente”. Esta afirmación proyecta una imagen exterior de Dibulla como una comunidad, en el sentido de afirmarse en el rechazo a los valores e intereses venidos de afuera que puedan perturbar las estructuras sociales, económicas, culturales y políticas del lugar.90 Creemos que de alguna manera el uso de este concepto para el contexto de Dibulla es útil para entender no sólo la actitud histórica de rechazo de los dibulleros hacia la gente venida de otras partes, sino un conflicto como el de los Cárdenas y Valdeblánquez, cuyo origen y desarrollo, como veremos más adelante, revela unas dinámicas muy complejas que sólo pueden explicarse a partir de los rasgos propios de la cultura dibullera. 2.4 La bonanza marimbera y el auge de la violencia Los dibulleros tienen apreciaciones muy disímiles sobre la bonanza marimbera. Para los mayores, esta época significó la pérdida de valores tradicionales como el respeto y la dignidad representada en trabajos poco remunerados pero considerados como honrados. Estos evocan la bonanza como la llegada masiva de dólares y su adquisición por parte de personas humildes y con una educación precaria, que como se dice popularmente en la Costa “pasaron de la mula a la ranger sin conocer la bicicleta”. El consenso general es que la mayoría gastó todo en armas, whisky y camionetas importadas que estrellaban en las borracheras, y que jamás se les ocurrió invertir el dinero de una manera productiva, quedando al finalizar la bonanza solamente la ruina económica y social. Pero para los más jóvenes, a pesar de que reconocen haber malgastado la plata, recuerdan la bonanza

87 El paso de los muchachitos es un obstáculo natural al occidente de Palomino, donde las estribaciones de la Sierra alcanzan su mayor cercanía al mar, convirtiendo el lugar en una zona de pendientes muy empinadas y acantilados que se levantan hasta alturas cercanas a los 100 msnm, situación que impidió durante mucho tiempo el tránsito terrestre por ahí e hizo muy difícil la construcción de la carretera. 88 Alfredo Molano, et.al., “Aproximación a una historia oral”, Op.cit., p.7. 89 Dibulla fue constituido como municipio de departamento de La Guajira por medio de la Ordenanza 030 de marzo 31 de 1996, quedando como corregimientos del mismo Mingueo, Palomino, La Punta de los Remedios, Las Flores, Puente Bomba, Campana y San Antonio. Elsy Caballos Hernández, “Reconstrucción histórica de Dibulla”, Op.cit., p.23; véase también: “Dibulla pasa a ser nuevo municipio de La Guajira”, El Heraldo, Barranquilla, noviembre 17, 1995, p. 7C. 90 Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., p.218.

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con algo de nostalgia como “una época bacana” de abundancia y de trabajo fácil. Refieren episodios cinematográficos de pistoleros, yates de gringos cargados de armas, pistas clandestinas y avionetas incendiadas y llenas de marihuana. De cualquier forma, la bonanza marimbera es un acontecimiento que por su magnitud es muy recordado por todos en el pueblo y nadie desconoce que durante buena parte de la década de los setenta, la economía de la zona giró alrededor de la marihuana, lo cual se puede explicar por dos factores. En primer lugar, el antecedente contrabandista de Dibulla hizo más fácil que su población se dedicara a este nuevo negocio. La permanente movilidad de los dibulleros por las redes comerciales tanto marítimas como terrestres favoreció su vinculación con la bonanza. Estos conocían muchas de las rutas y los contactos para la comercialización del producto en el Caribe, como también los puertos marítimos de embarque y los lugares propicios para establecer pistas clandestinas de aterrizaje. Se estima que durante la bonanza existieron alrededor de doce puertos, los cuales sirvieron de embarcadero para los cerca de 100 barcos destinados al transporte permanente de marihuana entre Colombia y Estados Unidos. Igualmente, la superficie plana de las tierras del litoral hizo posible el establecimiento de pistas de aterrizaje clandestinas, la mayor parte de las cuales –calculadas en 70- estuvieron ubicadas entre Dibulla y Riohacha.91 Es por esto que el dibullero, más que dedicarse a la producción de la marihuana, se especializó principalmente en su comercialización, llegando a monopolizar una parte importante de la misma. De Dibulla se dice que:

“La vieja piratería en el mar y ahora en la carretera, la bonanza de las perlas, el antiguo y el moderno contrabando de armas y actualmente electrodomésticos, rancho, cigarillos y licores era una actividad de tradición ancestral que permitió al dibullero un paso apenas natural: la bareta. Era la hora de la marimba: los guajiros, las trochas, el mar, los cayucos y las ranger último modelo, robados en Venezuela. Todo empezó a funcionar en torno al nuevo producto. Pero la marihuana ocupó el sitio de la comida, los colonos dejaron de sembrar pues todo podía comprarse con el dinero que por la marimba llegaba por arrobas”.92

En segundo lugar, en la zona de Dibulla, como en el resto de la Troncal entre Santa Marta y Riohacha, tuvo una incidencia especial la bonanza marimbera, pues buena parte de sus tierras eran consideradas aptas para el cultivo de marihuana,93 no sólo por las características climáticas ideales que ofrece la Sierra Nevada en este sector y su posición geoestratégica para la comercialización,94 sino por la gran cantidad de colonos campesinos dispuestos a sembrar el producto. El auge de la bonanza, cuyo inicio podemos ubicar hacia mediados de la década del setenta,95 coincidió con la apertura de la Troncal, atrayendo a muchos campesinos del interior e incentivando a los existentes a dedicarse a la siembra de marihuana, mucho más rentable que el café, al cual se dedicaba la mayoría. Un estudio de la época revela que mientras el precio de un

91 Hernando Ruiz Hernández, “Implicaciones sociales y económicas de la producción de marihuana”, ANIF, Marihuana. Legalización o represión, Bogotá, Biblioteca ANIF de economía, 1979, pp. 111-228, p.170. 92 Alfredo Molano, et.al., “Aproximación a una historia oral”, Op.cit., p.163. 93 Hernando Ruiz Hernández, “Implicaciones sociales y económicas”, Op.cit., p.124. 94 Ibid., p.139. 95 No hay una fecha determinada que marque el inicio de la bonanza marimbera. Sin embargo, se sabe que hacia 1974 se inició su producción masiva y para 1978 se sembraba marihuana prácticamente en toda la Sierra, fecha en que pasó a ser un fenómeno reconocido en todo el país bajo la denominación de “la bonanza marimbera”. Alfredo Molano, et.al, “Aproximación a una historia oral”, Op.cit., p.17.

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kilo de café estaba cercano a $12.50 pesos, la libra de marihuana podía oscilar entre $100 y 300, de acuerdo con la calidad.96 Lugares situados al borde de la carretera Troncal como Guachaca, Buritaca, Don Diego, Palomino, Río Ancho y Mingueo, experimentaron un crecimiento acelerado y se convirtieron en centros de comercialización de marihuana.97 Pero a raíz de esto también se originaron situaciones de violencia en toda la región, que se vieron facilitadas por la poca legitimidad del Estado en la zona y los frecuentes casos de corrupción de la policía y el ejército.98 Fueron comunes los conflictos entre terratenientes de la región y colonos sin tierra que invadieron sus latifundios; los desplazamientos violentos de los indios kogui, arhuacos y arzarios, que debieron refugiarse en las partes altas de la Sierra huyendo de la presión colonizadora;99 y los enfrentamientos entre capos cachacos y “guajiros” por el control del negocio, que dejaban diariamente varios muertos.100 Estos últimos nos regresan a lo planteado sobre la actitud reacia del dibullero hacia las personas venidas de afuera. Lo que sucedió en este caso fue que la presión colonizadora, la cual alcanzó a llegar hasta Mingueo, no sólo fue considerada una amenaza económica por los dibulleros, los cuales controlaban el tráfico de la marimba en la zona, sino también una amenaza a la estructura social, política y cultural de sus zonas de influencia, como lo eran Mingueo y Palomino. Estos dos lugares fueron “famosos” por los enfrentamientos violentos entre guajiros y cachacos. Se cuenta por ejemplo que en esos años “las cien cantinas y cerca de 1.000 prostitutas que llegó a tener Mingueo, pueblo de 3.000 habitantes, fueron el escenario de intensas balaceras”.101 Otro elemento importante, es que dichos conflictos contribuyeron a reforzar un estereotipo del “guajiro” como individuo de naturaleza violenta, estereotipo que por lo demás ha estado presente desde los tiempos de la colonia.102 Con la bonanza marimbera, guajiro se volvió sinónimo de mafia, contrabando, armas, vendetta, venganza, etc., como un personaje venido de un “lejano oeste” decidido a imponer sus “leyes” al resto de los costeños. De ahí la afirmación de Chichi en la casa de Camilo de “que aquí en Dibulla y en toda La Guajira, se crió esa fama de bellacos. Cuando uno iba a Santa Marta, cuando iba uno a Barranquilla o a Cartagena, no dejaban entrar guajiros”. Este estereotipo también se vio fortalecido a raíz del conflicto de los Cárdenas y los Valdeblánquez, un fenómeno de violencia distinto a los mencionados hasta el momento. Este no fue el único conflicto entre familias guajiras ocurrido por los tiempos de la bonanza, pues en otros

96 William Partridge, “Cannabis and cultural groups in a colombian municipio”, Vera Rubin (ed.), Cannabis and culture, Paris, Mouton Publishers, 1975, pp.147-172, p.155. 97 Darío Betancourt y Martha García, Contrabandistas, marimberos y mafiosos, Op.cit., p.57. 98 Son numerosos los casos referidos de corrupción en la Policía Nacional, el Ejército, el DAS, el F-2., la banca y la política. Por ejemplo véase: “La pobredumbre viene de arriba”, Revista Alternativa, Bogotá, no. 138, Octubre 31-Noviembre 7, 1977, pp. 16-19; Luis Guillermo Vélez, Gloria Cecilia Tamayo y Jorge Pérez, “La Cocaína y la Marihuana en Colombia, 1972-1978”, Revista Temas Administrativos, Medellín, Universidad EAFIT, julio-septiembre, 1980, pp. 79-107; “Mafia en la costa. Un fantasma con nombres y apellidos”, Revista Alternativa, Bogotá, no.205, marzo 26-abril 2, 1979, pp.12-13. 99 James Krogzemis, A historical geography of the Santa Marta area, Colombia, University of California, Berkeley, 1967, p.116. Véase también Consuelo Abello y Francisco Avella, “Asentamientos humanos de la Sierra Nevada, prueba de una metodología”, Primer congreso nacional de antropólogos e historiadores, Santa Marta, 1975, p.73. 100 “Inseguridad en la Costa. La guerra de la marimba”, Revista Alternativa, Bogotá, no. 210, abril 23-mayo 3, 1979, pp.2-4. 101 Alfredo Molano, et.al, “Aproximación a una historia oral”, Op.cit., p.26. 102 Ver: Weildler Guerra, “Los conflictos interfamiliares wayúu”.

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lugares de La Guajira se dieron casos similares.103 Lo que sin duda se constituye en un rasgo particular, fue que durante esa época este conflicto cobró una gran magnitud, volviéndose “famoso” no sólo en la Costa Atlántica, sino en todo el país a través de la prensa escrita y los medios de comunicación. Entre los factores que ayudan a explicar esto, se encuentra el hecho de que el poder económico adquirido por ambas familias debido a su vinculación con el tráfico de marihuana –representado a su vez en armas, mujeres, aliados, automóviles, etc.-, se tradujo en que viejas disputas cobraran una fuerza insospechada. Al respecto se dice que la bonanza marimbera no constituyó un fin económico en sí mismo, sino un medio usado por ambas familias para sostener una cadena interminable de venganzas.104 No se pretende aquí analizar los orígenes y las causas de este conflicto, pues éstos se tratan con detenimiento en el próximo capítulo, sino señalar que si bien para los dibulleros la bonanza no es la causa que explica el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez, sí es un acontecimiento que causó una dislocación profunda al interior de su sociedad en todos los niveles: sus actividades económicas tradicionales como la agricultura y la pesca se abandonaron para dedicarse por completo al negocio de la marihuana; las grandes sumas de dinero que dejaba esta actividad no se invirtieron productivamente, sino que por el contrario se gastaron en armas, carros, whisky y otros artículos de contrabando que contribuyeron a generar un ambiente de violencia al interior del pueblo; la afluencia masiva de colonos del interior del país a lugares que se encontraban bajo su influencia, causó múltiples conflictos cuya principal manifestación era la rivalidad comercial, pero que en el fondo albergaban un contenido cultural más amplio, donde se produjo un choque de valores radicalmente diferentes.105 También fue gracias a la bonanza que se revivió una disputa iniciada tiempo atrás entre dos familias dibulleras como fueron los Cárdenas y Valdeblánquez, cobrando una magnitud insospechada y extendiéndose fuera de los límites territoriales de Dibulla, hasta llegar a ciudades como Riohacha, Barranquilla y Santa Marta.

103 Alfredo Molano, et.al, “Aproximación a una historia oral”, Op.cit., pp.140-146. 104 Comunicación personal de Laura Restrepo, Bogotá, septiembre 8, 2003. 105 Manifestaciones culturales como la música fueron un ejemplo claro de este choque de valores, llegando a traducirse a veces en enfrentamientos violentos, como fue el caso de una población de la Troncal donde hubo una docena de muertos a causa de una disputa entre dos grupos, el uno partidario de una ranchera y el otro de un vallenato. Alfredo Molano, “Contribución a una historia oral”, Op.cit., p.25.

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II. HABLANDO SOBRE EL ORIGEN DE LA GUERRA 1

Foto 16. Cementerio de Dibulla

Aprovechando la mención de Chichi de que los Cárdenas y Valdeblánquez se habían comenzado a echar plomo a raíz de la bonanza, manifestamos nuestro interés por conocer un poco más acerca de los orígenes del conflicto. Esta vez fue Camilo quien tomó la palabra, recordando la visita de Goyo Cárdenas unas horas atrás. “Yo quiero mucho a Goyito -comentó dirigiéndose a los presentes y con cierto tono de gravedad en su voz-, pero los muchachos de esas familias eran muy bandidos, yo les voy a contar una historia que me echaron hace tiempo:

Resulta que los Cárdenas y los Valdeblánquez, la generación de la guerra, todos nacieron y se criaron allá, en Pueblo Viejo. Bajaban a Dibulla a vender el café, eso fue por allá en 1950, 60. Ellos se levantaron allá porque los papás tenían fincas, pero fueron muchachos muy bandidos. Uno de los disparates grandes que hicieron, eso fue como en el 65, fue que estaban los indígenas en San Miguel en una fiesta y ellos se fueron para allá a vender el chirri. A ellos los alojaban en una casa y uno de estos muchachos, yo lo conocí, lo mataron, uno de esos muchachos llegó y se dio cuenta donde estaban las vainas de los mamos. Entonces se metió y agarró una máscara de oro, eso es lo que cuenta la gente. Los tipos agarraron la máscara de oro y salieron corriendo de San Miguel, venían bebiendo, haciendo tiros, felices con lo que se habían robado. Y cuando iban llegando a El Barco, un filo que hay entre Pueblo Viejo y San Miguel, se metieron en una casa de un indígena y la mujer estaba sola y la violaron, y estaban en ese cuento cuando apareció el marido, y entonces lo mataron, le dieron un garrotazo y lo mataron y salieron corriendo. Se bajaron y estuvieron en Dibulla un tiempo y se subieron para La Guajira, para la alta Guajira. Se fueron ambos juntos, Cárdenas y Valdeblánquez, eran primos hermanos, y además criados juntos.

1 En esta parte de la crónica nos basamos en entrevistas y conversaciones sostenidas en diferentes lugares de la Guajira (Villanueva, Riohacha, Palomino y principalmente Dibulla) durante los meses de octubre y noviembre de 2003.

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“Pero si es que ellos eran familia –dijo una voz proveniente del fondo del patio que se unía a la conversación-. Es más, ellos estaban cruzados, una Valdeblánquez tenía un hijo de Ulises Cárdenas. Y el otro estaba casado, el esposo de Mella era un Cárdenas, que también tuvieron un pelao, ese pelao vive todavía”. “No joda Victorongo, tú deberías estar era trabajando –alegó Chichi-, si la pasan sabroso en ese Concejo. Vea cachacos, les presento a este honorable concejal del municipio de Dibulla, hace rato que me viene prometiendo trabajo en la construcción del acueducto, pero no joda, es que en Dibulla hasta para echar pico hay que tener palanca”. “No te preocupes viejo Chichi que eso va andando y cualquiera de estos días te estamos avisando –contestó Victorongo en tono de excusa y mientras arrimaba una silla-. Más bien deja de chupar tanto chirri y pasa la botella que tu mujer te anda buscando y donde te vea en esas te va a joder. Oye médico, esa historia que tú cuentas sí que no me la sabía, y eso que yo fui criado en la Sierra con los Cárdenas y Valdeblánquez, lo que pasa es que para la época que comenzó todo yo estaba todavía pelado”.

Pues sí que eso pasó, y después que ellos se fueron para la Alta Guajira se formó el mierdero aquí en la Sierra –dijo Camilo retomando el hilo de su relato-. Hicieron una reunión de mamas y había un mama, no recuerdo cómo se llamaba él, que tenía una vaina que llamaban los kogui lebiyi, que es como una cuenta de cuarzo. Entonces dicen que el tipo se puso a adivinar y dijo: la máscara está en Dibulla. Entonces delegaron a un mama para que fuera a buscar la máscara a Dibulla. El tipo bajó a Dibulla y llegó a la casa donde estaba la máscara, eso fue por ahí a mediados de los 60. Y empezaron a mamarle gallo, a decirle indio huevón, y a joderlo y coma mierda y váyase y si no se va lo jodemos. Dicen que el mama salió y dijo que la devolvieran porque sino eso iba a causar un problema el berraco. Y salió el hombre caminando por la playa y en el cerrito donde está el cementerio, dicen que el tipo sacó una vaina y se la pasó por la cabeza, hizo las vainas que hacen ellos....”

“Claro, es que en ese sitio quedaba el cementerio de los indios, en la parte de atrás del cementerio que está hoy –interrumpió Chichi-, cuando se moría un indio lo enterraban allá atrás. Cuando un indio se moría lo quebraban, lo metían en una mochila y le echaban chicha, panela y bollo para comer allá”.

“…y entonces la gente empezó a mamarle gallo –continuó Camilo-, que indio huevón y entonces él dijo: Si no devuelven esa máscara va a haber una cantidad de problemas berracos, y uno de los problemas es que se va a quemar el pueblo, y la gente que haya cogido la máscara va a tener muchos problemas, va a terminar en guerra. Y el indio se fue. Estos muchachos estaban en la alta Guajira escondidos. Resulta que en ese tiempo no había carretera ni un carajo y se llegaba a pie a Santa Marta o por cayuco. Entonces cogieron la máscara y se vinieron para Santa Marta, la vendieron allá y se devolvieron. Resulta que en el regreso, pasando lo que llaman la Punta del Cabo, se vino una marejada la berraca que tiró el cayuco contra las piedras y se ahogaron como seis, y el capitán del cayuco, yo lo conocí, se golpeó contra una piedra y quedó paralítico.

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En Dibulla, la máscara la habían tenido en una de las casas de la playa, de la calle la Marina. Estaba una mujer fritando pescado y echó la presa y estaba el aceite muy caliente, y pegó la llamarada y se prendió eso. Como todo era de bareta y palma se prendió la casa y se prendió la mitad del pueblo, se incendió. Bueno, pasó la vaina, pero la otra vaina curiosísima que pasó fue que la gente que compró la máscara en Santa Marta la negoció en Barranquilla, y la casa del pinta que negoció la máscara se le quemó, y en Barranquilla se quemó la casa también, y de la máscara no se supo nunca que pasó con ella”.

“Yo no sé médico que tan cierto pueda resultar eso –replicó Euclides con escepticismo-. Esa historia es verdadera pero según me han contado sucedió antes, no sé si será la misma. Lo que a mí me contaron es que en la Sierra Nevada de Santa Marta, en San Antonio, se perdieron unas pertenencias indígenas, de oro precisamente. Se decía, se comentaba, que ese oro lo tenían en Dibulla. Entonces el mama mandó a decir que ya él había visto en el lebrillo, lebrillo creo que se llama, es algo como una bola de cristal, que las pertenencias estaban en Dibulla, que si al paso de la luna nueva o algo así, una fase de la luna, eso no estaba allá en la Sierra, entonces él cometería, él mandaría. Y según la tradición oral y un documento que yo leí en Maracaibo cuando menos pensé, dice que en efecto aquí en Dibulla llegaban los incendios cuando menos se esperaba. Eso yo lo tengo escrito, porque yo lo retomé de ese libro y lo tengo por ahí. Y se producían ese tipo de incendios, la gente no se explicaba, luego vino el conocimiento, la gente entendió que pasó, y los propietarios, los que tomaron esas pertenencias, las devolvieron, y santo remedio, no ocurrió más nada, eso fue con los kogui”. “Todo eso que comentan puede ser verdad, pero la guerra de los Cárdenas y los Valdeblánquez comenzó fue por una mujer –afirmó Hugo-. Uno tomó la mujer de la familia del otro y no se casó, y ahí empezaron ellos a matarse, eso fue el origen de la guerra, por una mujer, porque en esa época plata no había por acá, la bonanza ni siquiera había comenzado.” “Sí, por una mujer” -exclamó Chichi luego desocupar de un sorbo lo que quedaba de la botella, y sus palabras fueron seguidas por un silencio que por un momento pareció revivir la guerra en las miradas presentes. “Pero Chichi, tú dijiste que fue por la bonanza que comenzaron a echarse plomo” - preguntamos un poco confundidos y tratando de reanudar la conversación. “Lo que dije fue que con la bonanza fue que comenzó la guerra en serio -contestó Chichi -, por que ahí fue cuando ambas familias hicieron plata para financiar la guerra. Eso fue lo que pasó con la bonanza, que había familias que venían con problemas, enfrentándose con otras familias, pero nunca vieron la oportunidad de resolver su situación de venganza por la imposibilidad de comprar armas, de tener armas. Muchos se metieron a eso simplemente para armarse y arreglar sus chicos, sus problemas con otras personas, con otras familias. Eso fue parte del problema. Que en vez de comprar fincas, en vez de comprar algunos activos que los conllevara a un futuro, a un chorro residual, compraban armas simplemente para pelear, para defenderse de sus enemigos, de los enemigos que estaban quietos probablemente. Pero lo de los Cárdenas y Valdeblánquez venía de atrás. Eso fue por una vieja, y la vieja todavía esta viva...” “Viva y coleando –sentenció Victorongo-. Lo que pasó ahí fue que ellos bajaron a un cabo de año, el año de muerto de Lucas Brito, que era el papá de Rebeca Brito y por ella empezó el pleito, porque ella vacilaba con los dos. Pero mientras el uno sabía que ella vacilaba con el otro y lo

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aguantaba, el otro cuando se dio cuenta no lo soportó, sin ser mujer de él, porque entre otras cosas ella estaba casada con otro tipo. Eso fue lo que pasó”.

Foto 17. José Antonio Toño Cárdenas. Revista Semana No. 94, febrero 21-27, 1984. Foto 18. Hilario Valdeblánquez . El Bogotano, febrero 4, 1981 “El uno como que encontró al otro con la vieja y empezaron a discutir –replicó Chichi-, y entonces el man, no joda, te voy a matar, cuando fue que aquel no alcanzó a sacar y este de los Cárdenas de una vez lo aseguró, lo jodió. Toño Cárdenas mató a Hilario Valdeblánquez”. “Pues la versión que yo tengo es diferente. Las investigaciones que yo he hecho sobre los Cárdenas y Valdeblánquez –dijo Cote- es que el problema que se dio, entre las familias, fue por que una mujer de los Valdeblánquez recibió un perjuicio de un Cárdenas. El perjuicio a su moral, su dignidad, perdió la virginidad. Eso también fue lo que pasó con otras familias, como los Pinto y los Gómez, alias Gavilanes, que terminaron en guerra a raíz de un problema de tipo sentimental”. “Tírame un trago de chirri Cote –gritó Cayo desde una mecedora que había acomodado debajo del almendro-. Pues eso fue lo que pasó. Que una Valdeblánquez se fue con un Cárdenas, y ella vive, vive en Mingueo. Ella se comprometió con Toño Cárdenas, entonces en Dibulla el hermano mayor de ella le dijo a Toño que si no se casaba con la hermana se casaba con él, antes era así. Eso era una burla, si uno no se casaba era una burla. Entonces Toño le dijo vamos a tasarnos de una, y Toño salió para afuera, y fue cuando este arrancó y pam, pam, pam, lo puyó con un 32 y lo mató, y ahí empezó la guerra. Él arrancó para la Sierra, le avisó a su familia, se bajaron, y de ahí empezaron a pelear. Yo lo digo porque yo fui amigo de ellos, y eso fue hace como 29 años, cuando yo estuve en Dibulla”. “Eso pasó como cinco, seis, ocho años, no sé cuanto tiempo exactamente después del robo ese a los koguis –dijo Camilo-. Lo que me han contado es que esas familias bajaron a negociar el café a Dibulla, todos juntos. Y resulta que fue por uno de los hijos de Pacho Cárdenas, el mayor de los Cárdenas, por donde empezó el problema. El venía a negociar el café y se estaba comiendo a una mujer de uno de los Valdeblánquez. Entonces llegaron con el café y tal, empezaron a beber y el Valdeblánquez, después de unos traguitos, se alborotó y lo amenazó diciendo que lo iba a matar, y alcanzó a sacar el arma y todo, pero este hombre sacó y pam pam pam, lo mató y salió corriendo a esconderse a la alta Guajira. El Cárdenas mató al Valdeblánquez. Y ahí empezó la guerra, ahí empezó la pelea. Eso tuvo que haber sido un poco antes de que yo llegara a Dibulla, que fue en el 72. En el 72 la guerra había empezado hace unos dos años, estaba todavía fresquita y todo el mundo andaba muy preparado, todo el mundo en guerra mejor dicho”.

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“Pero ellos no se bajaron de la Sierra de una –alegó Victorongo, quien había entablado una acalorada discusión con Cote y Cayo por las diferentes versiones frente a la mujer-. Es que yo viví eso en carne propia. Cuando se recrudeció la guerra fue que ellos se bajaron todos de Pueblo Viejo, pero alcanzaron a convivir unos meses enemistados allá arriba, sólo se quedaron los viejos, Alcibíades y la mujer, Rafael Ducad, Pedro Luís que después lo mataron en el camino de la Sierra….” Victorongo se extendió por un rato trayendo recuerdos de los primeros tiempos de la guerra, cuando aún los Cárdenas y Valdeblánquez no habían bajado de la Sierra. Su versión de la historia se reforzaba por el hecho de haber vivido por varios años en Pueblo Viejo y su cercanía a ambas familias. Tenía muy buena memoria y fue de él de quien oímos por primera vez el nombre de la mujer que habría dado origen a la disputa entre Hilario Valdeblánquez y José Antonio Cárdenas. Sin embargo, su versión no era la única y la traída por Cote y Cayo, que oiríamos posteriormente en otros lugares, terminarían por dejar irresuelta esta parte de la historia. Euclides, por su parte, parecía conocer la historia mejor que ninguno de los presentes, pero se mostraba incómodo con el tema. Casi siempre evitó mencionar nombres propios al referirse a las familias y por eso no paraba de dirigir miradas censurantes a Victorongo, quien seguía explayándose en detalles sobre la guerra. Camilo pareció percibir esto y tomó la palabra tratando de continuar con la historia. “Pero la guerra sí comenzó antes de la bonanza, de eso estoy seguro –afirmó-. Ellos eran malos malos, ellos tenían bandas, hacían banditas para asaltar en la carretera y como estaban en guerra, eso también es muy wayúu, cuando hay guerra ellos se unen y se van juntos todos los hombres y se dedican al pillaje para poder financiar la guerra. Entonces se dedicaron a eso, después de las cinco de la tarde las carreteras por acá eran solas. Todavía la marimba no había entrado, estaba apenas empezando a entrar. Seis meses después ya se vino la bonanza en forma y todos se metieron, tanto los Cárdenas como los Valdeblánquez, todo Dibulla y todo el mundo se metió a la marimba. Ellos empezaron con el cuento que cambiaban marimba por armas, entonces los barcos llegaban full de armas, y ellos mismos se cagaron la bonanza porque llegaban los gringos en sus veleros con pacas de dólares, y empezaron los dibulleros a decirles listo negociamos, les daban la marimba y el tipo les daba los dólares, y apenas se montaba en el barco llegaban en una lancha y rannn pam pam pam, mataban a todos y cogían otra vez la marimba. Y después empezaron a que ni siquiera esperaban a negociar la marimba sino que veían que venía el gringo y pa pa pa pa…”.

“Como les dije esta mañana –reapareció la voz Euclides - en esa guerra ellos tenían que gastar mucho dinero, esa guerra implicaba hombres, carros, proyectiles, armamento, comida y ron ¿Había dinero? No había dinero, primero ellos eran unos trabajadores de la Sierra Nevada, allá se dedicaban a cultivar los productos cotidianos. Yo les voy a leer algo que escribí sobre la Sierra, dijo al tiempo que abría un documento anillado que extrajo de su maletín. Compartiendo vecindad al lado derecho de la casa precitada, vivió Antonio Malachía Valdeblánquez Padilla, Antonio Malachía y Corina Mena Redondo. Ellos traían hico,2 panela, chirrinche o mamarongo, en lomo de mula de la Sierra Nevada de Santa Marta. Años posteriores, en 1962, la familia Valdeblánquez Mena instaló un aserradero donde ofrecía todo tipo de madera y de medidas, negocio que llegó a Dibulla en momento oportuno dado que el carpintero debía adquirir la madera por encargo a Riohacha o Santa Marta. Al igual que Antonio, Francisco Valdeblánquez Cordero, “Kiko” Valdeblánquez, Esperanza Pereira del Prado, “mona la de

2 Cabuya utilizada para colgar las hamacas.

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Kiko”, veterano de la familia trabajadora de la Sierra Nevada de Santa Marta, también utilizaban las bestias para transportarse a zonas frías habitadas por indígenas koguis, con quienes intercambiaban productos tales como sal por panela, tela por ron y otros. Entonces los Valdeblánquez, al igual que los Cárdenas, eran campesinos de la Sierra. Luego hubo el disgusto entre las dos familias que ya mencionaron -dijo dirigiendo un mirada recriminatoria a Victorongo-, que entre otras cosas es cierto que son familia entre sí. Hubo el disgusto y hubo el despatriamiento de algunos miembros. Posteriormente hubo la posibilidad de adquirir cierto dinero, y todavía estaba la rencilla, entonces fue cuando comenzó la pelea. Y todavía hoy día hay gente de esos, de los dos bandos, que se cuidan, pensando que al llegar a tal parte puede ocurrir esto, no, yo no voy a la fiesta porque esto, yo no voy al velorio porque puede ocurrir esto, yo no viajo para tal parte porque puede ocurrir aquello”. Pero por qué un disgusto acabó por desencadenar una guerra? –preguntamos intentando volver sobre el episodio de la disputa de Hilario y José Antonio por una mujer. “¿Por qué pasan esas vainas? – exclamó Cote-. Muy simple, por que uno por acá lo ve como una burla, que tú te enamoras de mi sobrina, de mi hermana, y que tú después te consigas otra, le hagas el perjuicio, y listo, ya comiste y picaste y te fuiste y te casaste con la otra, y yo me quedé tranquilo. Entonces alrededor de eso comienza mucha gente a decir tú eres pendejo eh, ay qué y dónde está tu valentía. Yo pierdo autoridad porque yo no puedo hablar, porque cualquier cosa que yo vaya a hablar, lo primero que me dicen, ah sí, ahora sí vas a hablar, y cuando fulano a tu hermana la perjudicó, ahí si te quedaste tranquilo” “Es que el perjuicio era cosa hijueputa primo –comentó Chichi-. Una vez sucedió con una sobrina mía, se metió con un man. Nos enteramos que la pelada no había sido violada, porque la verdad ella quiso, pero él sí hizo uso de la sobrina. La pelada, la sobrina pues, manifestó a la familia lo que había sucedido. Por consiguiente pedía el apoyo para que esa persona, ese hombre, se casara con ella. Recuerdo que emprendimos la lucha contra ese señor y le hicimos la sugerencia que se casara con la sobrina, porque él la había “perjudicado”, un término que ya pasó de moda. Entonces ese señor perjudicó a la sobrina y ella lloraba y lloraba, sobre todo porque estaba embarazada. Recuerdo que con un hermano, buscamos al tipo un día y le dijimos, y pues en vista que se le había dicho y no proponía absolutamente nada, optamos por la violencia. Lo conminamos a que se casara, yo recuerdo que mi hermano lanzó una expresión muy fuerte con relación a eso, le dijo que si no se casaba con la sobrina se iba a casar con él. Entonces el pelado cogió miedo y en seguida puso fecha de matrimonio y se casaron. Hoy en día esas cosas no se dan, al menos tengo mucho tiempo de no tener conocimiento de eso, que se haya dado eso, porque acá sucedieron cosas que no conllevaban a nada, a ningún futuro a esas dos personas, a la pareja”. “Entonces esa situación la hace uno, no por machismo, sino por valor –siguió Cote-, por pudor de varón de defender a su hermana. Pero como dice Chichi eso se ha venido revaluando, aunque la verdad es que todavía uno refleja en la práctica todas esas acciones. Aquí uno sigue defendiendo a la mujer de la familia, técnicamente todavía la sigue defendiendo”.

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Foto 19. Lugar en donde fue asesinado Hilario Valdeblánquez

Los argumentos de Cote y Chichi, al tiempo que reforzaban su versión de que todo había comenzado porque un Cárdenas se había metido con una Valdeblánquez, nos introdujo por primera vez en los elementos de fondo que explicaban un conflicto como el de los Cárdenas y Valdeblánquez. Aprovechando que la discusión había discurrido entre el chirrinche, y que hasta el momento el tema de la guerra no había suscitado mayor tensión entre los concurrentes, nos aventuramos a preguntar las causas de la guerra. Referimos que en nuestra investigación nos habíamos encontrado con otros casos similares en lugares como Riohacha y Villanueva, y que las respuestas giraban en torno a elementos como el honor, la ley wayúu y el espíritu de venganza tradicional en La Guajira. “Yo podría decir que es la capacidad intelectual, el análisis, el engrane social, que de pronto la gente nuestra no lo tenía –comenzó diciendo Euclides-. El espíritu de la venganza, de la pelea y de la venganza. En otras partes del mundo, existe ese tipo de pelea, de agresión, de muerte, y no es el mismo hombre el que toma la decisión de la venganza, lo hace la ley, no es una venganza, se aplica la ley. Otras personas creen más en lo sobrenatural, en la justicia divina, yo pienso que sí, porque si una persona en aquel entonces hubiera analizado las consecuencias de acabarse una familia, tal vez eso se hubiera arreglado, o en uno de los tantos arreglos que se hizo, ahí se hubiera tronchado el desarrollo de esa pelea, que lo que trajo fue ruina. Se acabaron dos familias, en términos generales, porque si yo siembro 100 árboles y se me secan 93, yo perdí. Pero yo siembro 100 árboles y se secan 3, yo gané. Si en una familia de 10 miembros, 12 miembros, se mueren 7, se perdió, eso fue lo que pasó ahí, se perdieron, se acabaron. Pienso que la respuesta podía estar por ahí”. “La respuesta para mí es que aquí las familias viven muy cerca –sentenció don Hugo-. Dibulla era chiquito, ahora es que está un poquito grandecito, pero antes podían ser 50 casas, jurado. Entonces las familias vivían cerca: que el primo mío es el nieto del primo, hermano del hermano. Para el interior no es así, claro, en las ciudades, pero supongo que en los pueblos las familias deben de verse, pero aquí es así. Así que todo el mundo se veía la cara a diario, que vamos para allá para la finca, que vamos para acá, se veían la cara. Entonces ese es el problema de las familias aquí, que son muy cerca, ahí, pegadas. Si usted ve una persona todos los días en su casa, y tiene un hermano en Nueva York, pues tiene más confianza con este, porque usted lo ve todos los días, y habla con él, charla con él, come con él, discute con él, esa es la vaina. Y yo viví en Bogotá, yo presté mi servicio en la guardia presidencial y yo me di cuenta cómo es el negocio allá, que allá el hermano estaba viviendo en aquella época en Puente Aranda y el otro estaba allá en Monserrate, ¿y cuándo se veían?”.

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Foto 20. Calle dibullera “Y no sólo está el hecho que las familias vivan cerca sino que son muy numerosas -intervino de nuevo Euclides-. Es que aquí nosotros hemos heredado una tradición y pienso a mi entender esto. Yo pienso que aquí nosotros sentimos que tenemos como cierto reconocimiento, como personas. Mire, no es lo mismo para mí vivir en Riohacha que vivir en Valledupar. Yo tengo una casa en Maracaibo, mis hijas estudian allá, yo viajo para allá, pero yo siento que yo tengo como más respeto, es decir, se me profesa más respeto, aquí en Riohacha, en Dibulla, en cualquier pueblo de aquí de la Troncal, que en Maicao, en Villanueva o incluso en Maracaibo donde yo estudié, yo estudié allá en la universidad del Zulia. Y resulta que a partir de allí uno comienza a valorar, es como un espíritu que tiene uno, yo no sé de donde viene, ese espíritu de la venganza. Sí a mi me hacen algo de pronto en otra parte donde no me conocen, no voy a reaccionar igual a donde me conocen porque aquí tengo mis protectores, y esa es una de las cosas que conlleva a uno a esas irregularidades. Las familias aquí en Riohacha, en La Guajira, como les decía, son numerosas, eso de numeroso tiene mucha influencia, mucho positivismo, pero también puede ser negativismo. Por ejemplo, nosotros somos una familia de 20 hermanos, yo tengo 19 hermanos, se ha muerto alguno pero el resto vivieron. Resulta que si a mí me pasa algo, mis hermanos vienen a protegerme, y si la otra familia tiene su familia, también viene a proteger a mi contendor. Y ahí comienza entonces la discrepancia, la pelea, hasta que ya se llega los extremos más inhumanos que es matarse, de una forma poco humana, porque es que el matarse no es del humano, porque el ser más importante es el hombre y por lo tanto el hombre no puede acabar al hombre”. “¿Y se podría decir que ese espíritu de la venganza tiene que ver con el honor?”, le preguntamos al profesor aprovechando su entusiasmo con el tema. “Es correcto –dictaminó mientras levantaba su mano-. Es que aquí el honor es como la dignidad, como el respeto. Lo que yo les decía, yo aquí siento que tengo más valor social y humano que en otra parte. Si a mí en Maracaibo me hacen un daño, quién me va a proteger a mí, nadie, y quien va a llegar a decirme oye, que fue lo que te pasó ayer que por ahí un señor te dijo esto y esto, nos vamos allá a arreglar con ese tipo, lo levantamos a calibre no joda. Y yo me siento apoyado porque tengo quien me proteja. Pero si yo hago una reflexión, digo no, lo que pasó fue que el señor me agredió de palabra y esto, pero eso ya no, eso no va a continuar, nosotros conversamos y arreglamos, entonces quien viene con ese ánimo se cae, se decae y ya no pasó nada. Cosas como esas suceden en nuestra zona, no sólo en Dibulla, yo creo que es cuestión de La Guajira. El samario es diferente, el samario es más sensible, más humano, el barranquillero también, el cartagenero. Pero si vamos a hablar, ya no hablamos de Dibulla sino de casi toda La Guajira, y hasta los lados de Maicao se presentan esos casos. La gente del sur es un poco más gente, en ese aspecto, también se dan las irregularidades pero ellos son un poco más educados”.

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“No joda compadre. Es que aquí, mejor dicho, los guajiros somos rencorosos, o sea tú me haces una vaina a mi y puta, yo hasta que no te haga una vaina a ti, hasta que no te joda, hasta que no me la desquite no me quedo tranquilo –exclamó Chichi-. Pueden pasar seis, siete, ocho años. Aquí hay una vaina por decir, estamos nosotros aquí reunidos, yo soy su amigo, entonces va a venir otro man aquí a pegarles o a intimidarlos, olvídate del tango, si ustedes están conmigo, yo me meto, eso es lo que es aquí, aquí somos eso”. “Yo me pongo a pensar en los Cárdenas y Valdeblánquez –dijo Euclides dirigiéndose a nosotros-. Ahí honor se puede interpretar de la siguiente manera. Para uno de guajiro la hermana hembra es un valor y uno la hace respetar a toda costa. Aquí todavía uno sigue defendiendo la hermana hembra y sobre todo el honor de la hermana hembra. No el hecho de la virginidad pero sí la burla. Por ejemplo yo no acepto en estos momentos que ningún marido o esposo de una hermana mía le pegue delante de mí, para mí se come los guineos maduros conmigo. Comerse los guineos maduros es, se pelea conmigo. Si ella es golpeada delante de mí, nos golpeamos los dos también ¿Por qué? Por honor, por que para nosotros, para el guajiro, a pesar de que somos machistas, tampoco somos partidarios que la mujer es para maltratarla. Es una compañera y así debe mirarse. Este es el honor de nosotros. El honor más grande para nosotros lo tiene la mujer, la hembra. Por eso nosotros lo valoramos mucho”. “Pero es que el honor no es sólo por faldas –declaró don Hugo, quien era el único que no había tomado de la botella y ahora regresaba de la cocina con café-. Ustedes por ejemplo, hacen un negocio conmigo, me dicen le voy a comprar esta casa, y ustedes empeñan su palabra y me pisan el negocio, con dos, tres millones, cuatro, cinco, lo que sea y se llega el plazo y usted no me cumple, yo les digo no señores, el negocio no es así, esperen y verán, porque ustedes fallaron. Sí, porque en la justicia también es así, el que falla pierde y así sucesivamente. Ustedes por lo menos, vamos a hacer una partición de un terreno, seamos campesinos ambos, y digo, por aquí es la línea divisoria de nosotros, entonces ustedes mañana van a decirme que no, que es por allá, No, por allá no, aquí está la línea divisoria, aquí va el alambre. Bueno, eso es palabra de honor, porque nosotros no hemos escrito ningún documento sino como dice el dicho: palabra de gallero. Sí, que ustedes me dicen, le vamos al gallo pinto, Cuánto le van, Vamos 500.000 mil pesos, pongamos ahora porque antes se hablaba de cinco pesos, diez pesos. Entonces ganó el pinto, yo tengo que pagarle a ustedes, es el honor”.

Foto 21. Entrenamiento de gallos, gallera El Ciclón, Dibulla. “Es que antes uno podía perder todo menos el honor –dictaminó Euclides-. Y don Hugo tiene razón, el honor no solamente es desde este aspecto sexual o de relaciones de pareja. Es en todo. Pero yo siento que eso está cambiando, eso también está cambiando. El honor cómo debía mostrarse antes: respeto a la palabra. Yo empeño mi palabra y primero muerto, respeto la palabra. Pero es que resulta que nos volvimos, nos estamos volviendo cada vez más una sociedad escrita y

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visual. Entonces nosotros vamos viendo cada vez más eventos, nosotros somos es una serie de eventos y eventos que son tan rápidos que vamos perdiendo hasta nuestra propia memoria. Pero antes, la palabra era el centro del honor. Entonces un hombre o una mujer que no tuviera palabra era peor vista o peor visto por ejemplo que un ladrón, o que alguien que tuviera una enfermedad catastrófica, de las llamadas catastróficas. Es decir una persona a la que hay que aislar. Si ese hombre no tiene palabra, ese es capaz de todo, se decía antes. Eso está cambiando y hay una cantidad de dichos y cosas que lo soportan. En el orden nacional papaya dada, papaya partida, un buen colombiano es el que no da papaya pero aprovecha todas las que le den. Entonces ahí la palabra se diluye y la palabra pasa a un plano muy distinto, de inferioridad, pierde valor. Pero antes no era así. Por ejemplo en el comercio, muchísimos tratos, incluyendo en la bonanza marimbera, muchísimos tratos se arreglaban únicamente y exclusivamente con la palabra. No había que escribir nada, simplemente fulano de tal, es que lo dijo fulano de tal y póngale la firma, que eso se cumple, ese tipo no falla. Claro que la bonanza en ese sentido fue la que terminó arrasando con la importancia de la palabra. Puso la facilidad, puso el escenario para que apareciera la mentira, la tramoya y todas esas cosas. La bonanza fue una dinámica social muy fuerte, los días, para verlo así más crudamente, los días de la bonanza eran días mucho más rápidos, en el sentido que había muchas más cosas por hacer. Entonces los que estaban metidos en el negocio se desplazaban con muchísima facilidad, tenían los vehículos, tenían el dinero, viajaban...La sociedad adquirió una dinámica muy intensa, muy rápida, muy fuerte y eso también creo yo, que tenía su correlato en el intelecto, en la mente colectiva, en el sentido de todo es fácil que se olvide: andamos tan rápido que nadie se va a acordar de eso, nadie se va a dar cuenta de lo que pasa. Entonces todo aquello que estaba en el código del honor podía ser violado, violentado, arrasado, porque eso se olvida. Y el otro elemento que podíamos ver como transversal es el dinero. Entonces, si yo falté yo puedo pagar eso. Cualquier falta yo la puedo cubrir con dinero”. “Pero una cosa que es clara es que el honor del guajiro es el honor del macho -exclamó Chichi con orgullo en su voz-. El guajiro es muy posesivo y muy machista. No tiene honor pelear contra una mujer, la guerra es entre hombres. Las guerras entre familias eran el curso normal y correcto para resolver los problemas. Ahí no se metía la autoridad, la policía y el ejército sabían quienes eran los del pleito pero nunca se metían. El guajiro suele tener muchas mujeres. El tener más mujeres lo hace más hombre. Eso es lo normal. Incluso una amiga me dijo el otro día que a ella no le importaba que el man con quien está estuviera con otras hembras, siempre y cuando ella tuviera su lugar”. “Pero a nosotros nos contaron que en la guerra de los Cárdenas y Valdeblánquez se metieron mujeres”, señalamos interrumpiendo la efusiva declaración de Chichi. “Sí, había una cosa rarísima. En esa época las mujeres no se metían a la guerra y en esta guerra todas las mujeres se metieron, todas andaban armadas –contestó Camilo mientras sacaba unas hojas de coca de su mochila y comenzaba a mambear de nuevo-. Como yo les decía esta mañana, aquí las guerras tienen mucho de wayúu, por eso de la influencia cultural wayúu en Dibulla. Pero la diferencia es que los dibulleros y en general la gente de aquí abajo no son propensos a negociar y terminan muchas veces en guerras, en cambio arriba sí, por eso arriba no hay casi guerras, por los palabreros, es una cosa tan grave la guerra que la aguantan de todas maneras”. “Claro, es que con el indígena es más fácil la guerra –comentó Cayo desde su mecedora-. Porque como dice el doctor Camilo, ahí llega el palabrero y arregla por plata, como el wayúu vende a las hijas como vender una panela, entonces allá es con plata o con chivos que se arreglan las vainas. Cuando ya hay sangre, bueno, ahí no entra nadie, es difícil llegar a un arreglo. Claro que ahora las

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vainas las arreglan más, sí, porque ya entonces llega la fiscalía y la vaina, los entregan. En esa época, cuando los Cárdenas y los Valdeblánquez, en esa época no había ley, no había nada, no había policía, no había un carajo, eran los mismos pueblos que arreglaban”. “Yo creo que sí había ley Cayito, lo que no había era Estado –replicó Euclides-. Aquí más que una tierra sin ley, es una tierra sin Estado. El Estado ha sido el verdadero ausente de acá, y las familias en últimas arreglan como pueden sus conflictos: al final de un derramamiento de sangre largo, o al comienzo, o en el medio. Mejor dicho, lo que no está presente es la ley del Estado, aunque haya una ley civil digamos entre comillas, que se cumple dentro de todo el desorden que eso supone. Pero hay toda una lógica y unas estructuras mentales, unas creencias alrededor de cómo arreglar los problemas por cuenta propia. Entonces hay que estar dentro y eso por tradición oral se mantiene y se recrea, se refuerza. En ese sentido es que se ha formado el estereotipo del guajiro violento y tantos otros que se han dado”. “Es que parece que aquí en La Guajira hay como un síndrome –añadió Chichi-. Cuando existe la autoridad, a la gente como que no le gusta. De pronto somos capaces, como herencia de nuestros wayúu, capaces de arreglar por nosotros mismos nuestros problemas, como una tradición, pero ahí si ya nos saldríamos del reglamento, de las normas, de las leyes. Pero de pronto seríamos muy felices aquí sin policía y sin nada de esas vainas, porque seríamos capaces nosotros mismos de resolver los problemas”. “¿Y cómo opera eso que llaman la ley wayúu y la mediación del palabrero?” preguntamos y fue don Hugo quien tomó la palabra. “Sí, así funciona la ley en los indios. Les voy a explicar. El indio guajiro por lo menos va usted, usted es indio y va a hacer un cobro. Usted le dice a su familia, vea, me pasa esto, esto. La familia, y los que son mayores, los viejos, dicen vamos a proceder primero así, sí, porque el indio, a pesar de no saber de letra y no ser letrado tiene disciplina. Sí, porque ellos primero van y cobran, con buena palabra, usted por lo menos se lleva una de allá, de la familia tal, en tiempo de antes, eso se ha ido borrando un poco. Hombre, usted se llevó una mujer de la familia Epieyú, entonces donde la familia de parte de madre, sin hacer agresión primero, mandan un palabrero, de otra casta, allá donde tiene usted su tribu, donde la familia de usted, parte madre, de su tío por lo menos, el hermano de su mamá, mandan un palabrero: hombre, yo vengo acá, es que el sobrino tuyo.....y ellos quieren el pago, y como eso es una ley, ellos cobran, entonces sí hombre, vamos a reunir la familia acá para recoger, para recoger, en esa época por lo menos, pagaba era con ganado, vamos a recoger, cuánto es que piden allá por esta muchacha por esta Joven; Hombre pedimos 50 cabezas de ganado, tantos collares de tumas, tantas mulas, de acuerdo a la categoría de ella le van a cobrar a usted, porque esos bienes de ella ya van a representar cobro, porque los bienes de ella se los van a entregar a usted, para que usted los maneje. Ese es el proceder de ellos, de los indios, que ellos primero cobran, primero dialogan, primero hablan, no van a proceder como uno acá, que uno acá, en ese sentido no tiene disciplina, no, que tú me diste un puño, ¡te voy a matar!”.

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Foto 22. Cementerio de Dibulla “Yo no he hecho ningún trabajo al respecto pero puedo, de acuerdo con la experiencia y con las vivencias aquí, intuir que sí hay una influencia desde la cultura indígena, en este caso la wayúu, a la cultura criolla o nacional, en el sentido de lo de la culpa colectiva –dijo Euclides-. Las guerras entre familias se resuelven a partir de una necesidad de restablecimiento del orden y ese restablecimiento del orden se demanda, se presiona, se exige en la medida en que se resarza la culpa. A nosotros, no solamente a mí, a algunos amigos, compañeros de trabajo y de reflexiones acá, nos parece que hay una especie de perversión o especie de..., bueno en términos bondadosos de transformación de esa expresión cultural de los wayúu, que es la de la indemnización, que entre los wayúu es muy clara, es muy fuerte y que asegura la solución de un conflicto para siempre. O por lo menos si las familias vuelven a entrar en conflicto no es por ese punto después que se indemnice. Donde vemos el problema de la perversión o de la transformación es que entre nosotros, en la cultura criolla, el elemento de la indemnización ya no es tan preciso, tan marcado, tan serio. Fácilmente cualquier miembro de la familia que se erige como interlocutor hace una transacción y esa transacción puede que no tenga ninguna validez, porque como individuo toma la decisión de no llevar a feliz término al interior del núcleo familiar los términos en los cuales se estableció el restablecimiento en un conflicto. Entonces se ve allí, nosotros percibimos una influencia, este aparente ojo por ojo, diente por diente, aparece en primer lugar como el punto más importante. Tú me la hiciste, tú me la pagas, como persona, como individuo. Pero resulta que ese individuo, esa persona, huye y se desaparece por un tiempo, ¿qué pasa con los otros miembros de la familia? Que ésta venganza cae sobre cualquier miembro de la familia. En algún momento de la historia, eso no pasó con los Cárdenas y Valdeblánquez, recaía sólo en varones mayores, en varones adultos, en varones con toda la capacidad productiva del caso, no recaía en ancianos, no recaía en niños, no recaía en mujeres y mucho menos en mujeres madres de familia. Entonces para nosotros reitero, sí hay una influencia desde la cultura wayúu en este punto, con sus perversiones que también pueden estar del lado -se me ocurre- de una expresión cultural que llega a una organización social que es distinta”. “Pero con el tiempo todo ha cambiado –intervino don Hugo-. Ya no es el mismo esquema, no es digamos la misma práctica, ni vas a encontrar hace cincuenta años, la información que hoy tenemos. La de antes era una sociedad más cerrada, había unos parámetros como más estrictos. Hace 30 años todavía había otra mentalidad, otro esquema social. Tienen que mirar esos factores. Había muchas influencias, no del interior del país, influencias de otras partes, indígenas y otras gentes venidas de afuera. No teníamos ni carretera de Riohacha a los pueblos ni de Riohacha a Santa Marta. Tocaba irse por el sur de la Guajira hasta llegar a Valledupar, en Valledupar llegar para irse a Fundación y coger el tren para llegar a Santa Marta. O irse por cayuco desde Dibulla. Estamos hablando que aparentemente todo esto son 50 años antes, pero es ilógico pensar que en el

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siglo XX, que fue el pasado, hace nada, hace tres años, sucedió aquello. Entonces la formación, la cultura era muy distinta por la penetración de la información que tenemos ahora”.

Foto 23. Paisaje dibullero “Bueno, como dicen por ahí, el tiempo en la radio es oro” dijo repentinamente Cote y anunció que tenía que llegar a la emisora de Mingueo antes de las siete. Ya comenzaba a anochecer y las dos botellas de chirrinche que habían amenizado la charla, yacían vacías en el suelo. A la iniciativa de Cote se sumaron Cayo, Victorongo y don Hugo y salieron juntos a coger un carrito desvencijado y de placas venezolanas, que sirve como taxi hacia la Troncal. Chichi partió tambaleando unos minutos después ante los gritos de mujer que llegaron de su casa, acusándolo de vagabundo y buena vida y reclamando el pescado y los guineos de la comida. Euclides se despidió moementos después, luego de leernos algunos apartes de sus trabajos inéditos sobre Dibulla y mostrarnos parte de su archivo fotográfico de casas dibulleras que venía recopilando desde muchos años atrás. Pronto oscureció y poco a poco las calles fueron enmudeciendo, mientras esporádicos gritos de te voy a joder y me jodiste, iban y venían de un lado para otro. Transcurrió un tiempo indefinido en silencio hasta que la voz de Camilo reapareció desde el fondo de su hamaca.

“Un día, eso fue por ahí 72 o 73, yo vivía en una casa que daba contra la salineta que queda al fondo de la playa –empezó a contarnos, mientras señalaba con su mano el lugar-. Y al final de la salineta era donde ordeñaban los Cárdenas las vacas, ellos pasaban todos los días a ordeñar. Ese día yo me levanté, di tú a las cinco y media, estaba saliendo el sol apenas. Entonces yo salí con el pelao, el pelao mío tenía un año, apenas caminaba y como él siempre se iba para donde los pelaos de los vecinos se fue para allá. Cuando el niño salió de la casa yo oí tiros, pa pa pa pa, y comienzo a ver que venía adelante una persona corriendo y por la playa venían dos corriendo hacia el lado, y detrás de él venían por ahí cinco o seis disparándole, tan tan tan tan, y él de pronto se volteaba, disparaba y seguía. Entonces cuando él me vio a mí, a unos trescientos metros, empezó a gritarme ¡médico, médico, me matan me matan me matan!, entonces yo le dije venga, venga para acá. Era Goyito, Goyo Cárdenas. Entonces empezaron a pegar tiros contra la casa, tan tan tan, de los que venían por detrás, pero yo vi uno que estaba apuntándole directo, ahí parado, y tan, empezó a dispararle, tran, y de pronto me grita Goyo médico me dieron…y después, me van a matar! Entonces yo salí a cogerlo, avancé unos 15 metros de la casa y Goyo se vino, se vino. Yo lo agarré, lo metí en la casa y él me entregó el revolver, el revolver vacío, y me dijo médico, si se van a entrar me tiene que defender, y este hombre entra a la casa y sangre por todos

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lados. Entonces yo agarré y lo metí al baño, un bañito todo de cemento, encerrado en el fondo de la casa, yo lo metí allá. Yo cazaba mucho, a mí me enseñaron a cazar acá y tenía una escopeta, entonces saqué la escopeta, los tiros. Pero la gente a Dios gracias no se metió, sino que se pararon por ahí a unos veinte metros de la casa. Y los tipos agarraron a plomo la casa la cosa más berraca, yo después encontraba plomo entre las ollas, volvieron mierda esa casa, el carro me lo volvieron mierda, pan pan pan. Pero entonces los dibulleros, los Cárdenas, se dieron cuenta del tiroteo y salieron detrás con una escopeta. Uno de ellos, Pipe, les hizo un tiro con la escopeta y entonces los tipos se aguantaron y salieron corriendo, ellos tenían carro por allá y se fueron. Cuando yo oí el tiro, se silenció el tiroteo, yo estaba con Goyito en el baño, tapado de sangre, tenía un tiro en una mano. Entonces ahí mismo llegó todo el pueblo, sacamos a Goyo, había que moverlo para Riohacha o Santa Marta porque tenía un tiro feo en la mano, pero no lo podíamos mover porque nos estaban esperando a la salida para joderlo. Entonces yo lo empecé a tratar ahí y toda la vaina. Después empezó toda la vaina, empezó la fiesta, empezó a llegar todo el pueblo a mirar la casa, y empezaron a decir uy médico, ahora si se jodió, porque esta gente, cuando uno hace eso, se vuelve enemigo de ellos, se jodió. Entonces yo le dije a la mujer mía, se van ya para Bogotá, los mandé para Bogotá y me quedé yo allá solo, eso fue por ahí un mes de una angustia ni la más hijueputa. Berraco, todos los días durmiendo acurrucado en el baño con la escopetita. Me prestaron un revolver y por las noches cuando me llamaban a consulta yo salía con el revolver en el maletín de las vainas médicas, no joda, una zozobra la cosa más berraca, y le van dar y ya dijeron que le van a dar, y van a rematar a Goyo y lo van a matar a usted. Yo era compadre de una de las hijas de Serafín Valdeblánquez, una comadre morena, una mujer bellísima. Entonces escribí una carta a mi comadre morena, que vivía ahí antesitos de Palomino, y en la carta decía que mire comadre, el problema que tengo yo, sus hermanos me quieren matar, yo pues, usted me conoce y si hubiera sido uno de sus hermanos hubiera hecho exactamente lo mismo, yo necesito que usted interceda por mí. Como a las dos semanas me llegó una carta de la comadre morena: Compadrito, claro que yo sé todo el problema, pero pues yo hablé con Serafín y me dijo que tenía que ir a hablar personalmente con él a La Punta. Ya para ese momento los Valdeblánquez se habían ido para La Punta, ellos tenían familia allá. Entonces empecé a preguntar en Dibulla a ver quién me acompañaba, a los amigos, y todo el mundo me decía noooo médico, eso es un peligro, nooo médico. Solamente un amigo que ya lo mataron dijo que me acompañaba, que tenía medio entrada con Serafín. Me dio un revolver, el se encaletó otro revolver y vamos, salimos en el renolito todo lleno de huecos, ta ta ta…y llegamos a La Punta, y en el corazón de La Punta en una casa grandota sobre el barranco, ahí en la placita, estaban todos. Entonces me bajo yo del carro y entro a la casa, había cuarenta hombres por lo menos, todo el mundo bebiendo y eso en el piso eran armas de todos los calibres, y en el fondo estaba Serafín, y cuando yo entré con Alberto, silencio total. Entonces me dice, opa médico, lo estaba esperando, ven, denle whisky al médico, y empezamos a conversar con el viejo Serafín, y yo a decirle que si

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hubiera sido su hijo hubiera hecho la misma vaina, y él que vamos a seguir hablando, vamos a amanecer, y seguimos hablando toda la noche. Yo me zampé quien sabe cuántas botellas de whisky y no me dio pero ni el más mínimo temple. Estuvimos toda la noche bebiendo y conversando. Como a las cinco de la mañana Serafín llamó a los hijos y les dijo, vea este es el médico Camilo que evitó que matáramos a Goyo, pero él no tiene que ver en esta guerra, de manera que me lo respetan, nadie se va a meter con él…y había uno de los muchachos que se puso todo retrechero y lo paró de una. Después de ese momento yo podía salir a las tres de la mañana, a cualquier hora y a cualquier lado, y ellos me cuidaban, no se metían conmigo”.

La historia de Camilo nos regresó por un momento al Dibulla de la bonanza y de la guerra de los Cárdenas y Valdeblánquez. Preguntamos entonces a Camilo cuál era el rumbo que había tomado la guerra luego de sus primeros comienzos en Dibulla. La respuesta ya la conocíamos, ambas familias habían abandonado Dibulla trasladándose unos a la Alta Guajira y otros a La Punta. Luego de un corto pasó por allí finalmente habían ido a parar a Santa Marta y Barranquilla. Era allí a donde nuestro viaje debía continuar.

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CAPITULO 2 EL CONFLICTO DE LOS CARDENAS Y VALDEBLANQUEZ

ORIGENES Y CAUSAS

Como anotábamos al comienzo, consideramos que el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez sólo encuentra una explicación válida a partir del estudio del ser dibullero. En el primer capítulo llevamos a cabo una exploración de sus orígenes a partir de un acercamiento a la historia de poblamiento de Dibulla. Esta estuvo caracterizada por el contacto prolongado entre diferentes grupos humanos, los cuales se vieron a su vez facilitados por constituirse Dibulla en un territorio de frontera: los españoles establecieron allí encomiendas en el siglo XVI y por ese tiempo hubo también palenques de cimarrones huidos de las pesquerías de perlas y de las haciendas cercanas a Santa Marta; los wayúu venían esporádicamente desde la Alta Guajira con sus ganados en tiempos de verano y los kogui bajaban de la Sierra con alguna frecuencia a recoger conchas en las playas del litoral. Hacia mediados del siglo XIX llegaron también familias provenientes de otros lugares de La Guajira y de la costa atlántica y se establecieron allí, dando paso a la fundación del municipio. Años más tarde, los dibulleros colonizaron la zona de San Antonio en la Sierra Nevada y muchos se establecieron allí, manteniendo relaciones de parentesco y padrinazgo con los kogui. Estas relaciones también se dieron con los wayúu y todavía hoy encontramos familias dibulleras emparentadas con estos indígenas. Una de las conclusiones que pudimos extraer de la memoria oral de los dibulleros, así como de la revisión de fuentes bibliográficas que encontramos sobre el lugar, es que el dibullero es un individuo cuya historia ha estado ligada a un territorio circunscrito en la movilidad. No es muy difícil percibir esto al pasar por Dibulla. Allí se encuentra uno con un pueblo pequeño de guajiros situado a orillas del mar Caribe, con la Sierra Nevada detrás y no muy lejos al oriente la península de La Guajira. Es algo frecuente ver a los kogui bajar a comerciar sus productos y a las mujeres wayúu visitando sus parientes en el pueblo. Hoy en día los dibulleros suben muy poco a la Sierra pero algunos mantienen sus parcelas o “fincas” en las partes bajas. Otros se dedican a la pesca y algunos al contrabando, viajando con frecuencia en sus mixtos a Maicao, Riohacha y Santa Marta, donde muchos tienen parientes establecidos allí. La historia de los Cárdenas y Valdeblánquez es a su vez un reflejo de la historia de Dibulla. Al igual que sucede con el resto de familias dibulleras, sus primeras referencias las encontramos a mediados del siglo XIX, cuando se establece en Dibulla una parroquia y comienzan a registrarse los nacimientos, matrimonios y defunciones. Sin embargo, su genealogía familiar ha de remontarse mucho tiempo atrás, siendo el resultado de los múltiples mestizajes que tuvieron lugar no sólo en Dibulla sino en el resto de La Guajira. En la historia del “actual” Dibulla, encontramos a los Cárdenas y Valdeblánquez como algunos de los pioneros en la colonización de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde se establecieron por muchos años dedicados a la agricultura y el intercambio con los kogui. A pesar de vivir en la Sierra, mantenían vínculos permanentes con Dibulla, a la que bajaban esporádicamente a comercializar productos de la Sierra, y algunos se establecieron allí y en Mingueo dedicándose a la pesca y el contrabando. Años más tarde, hacia mediados de los setenta del siglo pasado, con el auge de la bonanza marimbera, ambas familias se dedicaron al comercio de marihuana y se dice que llegaron a

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controlar buena parte del tráfico en la zona de Dibulla, hasta inmediaciones de Palomino.1 Al lado de otros guajiros, los Cárdenas y Valdeblánquez ocuparon un lugar importante durante la bonanza, llegando a ser conocidos bajo el nombre de marimberos en Riohacha, Santa Marta, Barranquilla y otras ciudades de la Costa. Pero lo que los hizo famosos más allá de ser marimberos destacados en la región, fue el enfrentamiento en el que se vieron envueltos, dejando muchos muertos de lado y lado a lo largo de casi 20 años. Por ahora resulta necesario referir la estructura de las familias en cuestión, para luego entrar a detallar las causas que dieron origen al conflicto. 1. El parentesco en los Cárdenas y Valdeblánquez: familias extensas bilineales

Resulta de suma importancia para el estudio del conflicto entre los Cárdenas y los Valdeblánquez abordar a grandes rasgos las principales características que asume el parentesco en ambas familias. El parentesco es entendido por los antropólogos como “las relaciones entre ‘parientes’, es decir, personas emparentadas por consanguinidad real, putativa o ficticia”.2 Las dos funciones básicas del parentesco, la filiación y la alianza, marcan la distinción entre el parentesco consanguíneo y el parentesco de afinidad.3 De un lado se incluyen los parientes consanguíneos, el hogar donde se nace - padres, hermanos, tíos, abuelos - y por otro, los parientes afines, el hogar del matrimonio - esposos, suegros, cuñados, familia política -. Existen también otras relaciones que permiten extender la alianza del parentesco a terceros, tal como sucede con la figura del compadre. Junto a la consideración del parentesco como las relaciones entre parientes consanguíneos, afines y ficticios, éste también constituye un conjunto de derechos y obligaciones compartido por sus miembros.4 En ese sentido el parentesco se ejerce como capital social, entendido como “la totalidad de los recursos actuales y potenciales asociados con la posesión de una red perdurable de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento y reconocimiento común o en otras palabras, de la calidad de ser miembro de un grupo”.5 El parentesco, capital social que se configura a partir de las obligaciones sociales, forma parte de los recursos con los que dispone cada individuo y que se hacen aún más vitales en casos de conflicto.6 Con relación al conflicto de los Cárdenas y Valeblánquez, junto al parentesco oficial donde prevalecen los lazos de

1 Carlos Alberto Uribe, “La etnografía de la Sierra Nevada de Santa Marta y las tierras bajas adyacentes”, Op.cit., p.70. 2 Robin Fox, Sistemas de parentesco y matrimonio, Madrid, Alianza Editorial, 1985 (1967), p. 31. La filiación putativa hace referencia, por ejemplo, a los hijos adoptados o de crianza. Sobre el parentesco de crianza, véase Virginia Gutiérrez de Pineda, Familia y Cultura en Colombia, Medellín, Universidad de Antioquia, 1994 (1975), p. 317 3 Ira Buchler, Estudios de Parentesco, Barcelona, Editorial Anagrama, 1982 (1980), p. 11. 4 Robin Fox, Sistemas de parentesco y matrimonio, Op. cit., p. 21. 5 Pierre Bourdieu, “The Forms of Capital”, Op.cit., p. 248. “Social capital is the aggregate of the actual or potential resources which are linked to possession of a durable network of more or less institutionalized relationships of mutual acquaintance and recognition -- or in other words, to membership in a group”. 6 Bourdieu sostiene que el “capital social [se encuentra] conformado por obligaciones sociales (“conecciones”), es convertible, bajo ciertas condiciones, en capital económico y puede ser institucionalizado en títulos de nobleza.” (“social capital, made up of social obligations (“connections”), which is convertible, in certain conditions, into economic capital and may be institutionalized in the forms of a title of nobility”. Pierre Bourdieu, “The Forms of Capital”, Op.cit., p. 243.

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consanguinidad,7 se articularon y movilizaron otras formas de alianza - socios comerciales, miembros del ejército y la policía, entre otros - bajo la coyuntura de la bonanza marimbera. Si bien el acceso a los archivos parroquiales de Dibulla nos permitió reconstruir los árboles genealógicos y la estructura de ambas familias (ver anexo 2), esta información no permite referir los distintos usos prácticos de las relaciones de parentesco, es decir su movilización como capital social. Los archivos parroquiales institucionalizan nacimientos, muertes y matrimonios, conformando un parentesco oficial, que no siempre coincide con la forma práctica en que se moviliza el parentesco. Muestra de ello son los casos de hijos, que por haber sido concebidos por fuera del matrimonio católico, no siempre eran bautizados. Al reconstruir los árboles genealógicos de las familias, resulta posible revisar las fechas de nacimientos, matrimonios y muertes, así como la red de los miembros unidos formalmente por vínculos de parentesco. Sin embargo, resulta difícil detallar elementos específicos y prácticos de la cotidianidad familiar que, como la residencia o la crianza, denotan un manejo particular del parentesco. En ese sentido los vacíos que pudieran contener los archivos parroquiales, fueron complementados con los testimonios orales, así como con observaciones recogidas en la investigación y algunos otros trabajos al respecto. En este apartado, la atención se centra en las principales características del parentesco presente en los Cárdenas y los Valdeblánquez, caracterizadas como dos familias dibulleras. Por ello consideramos conveniente señalar las principales características del conjunto de la familia extensa para ambos casos, para más adelante en el tercer capítulo, abordar la forma en que se movilizó el parentesco con relación al conflicto.

1.1 Los matrimonios mixtos y la poliginia multiterritorial del hombre dibullero

El parentesco consanguíneo se comparte por el vinculo de la sangre, consolidando grupos de filiación cuyos miembros se consideran descendientes de un antepasado en común.8 Estos grupos de filiación varían de una cultura a otra y suelen estar fundados sobre el sexo de los genitores, la padre y la madre. De ahí la distinción entre filiación matrilineal (por vía materna), patrilineal (vía paterna) o bilineal (ambas ramas genitoras).9 Por ejemplo, la filiación matrilineal en los wayúu determina una mayor importancia de los parientes uterinos del individuo (apüshii) que de los parientes por vía paterna (o’upayuu).10 Ello es producto de la noción al interior de este grupo indígena del papel de la mujer en la procreación como la transmisora de la carne (e’irruku) y de la sangre de la menstruación (ashaa) que alimentan al niño durante la gestación; el aporte masculino es la sangre activa a través del semen (awasain).11 Este hecho determina que la filiación uterina sea la base de la organización wayúu, fundada en clanes asociados a un animal totémico, divididos a su vez en matrilinajes que ocupan un territorio específico.12

7 Pierre Bourdieu, Outline of a theory of practice, Op.cit., pp. 33-38. El autor realiza una distinción entre el parentesco oficial (oficial kinship), como la representación formal de las relaciones genealógicas y el parentesco práctico (practical kinship) que denota la estructura de las relaciones genealógicas movilizadas estratégicamente por parte de los agentes implicados, según propósitos específicos en situaciones particulares. 8 Robin Fox, Sistemas de parentesco y matrimonio, Op. cit., p. 38. 9 Ibid, pp. 40-47. 10 Weildler Guerra, La disputa y la palabra, Op.cit., p. 76. En este libro se encuentra un juicioso estudio sobre la organización social wayúu. Véase el capítulo “Organización socio-política wayuu”, pp. 63-81. 11 Weildler Guerra, La disputa y la palabra, Op.cit., p. 76. 12 “Los miembros de un clan, por ejemplo, comparten el mismo apellido, pero la mayor parte de las veces estas personas no son parientes entre sí y están asociados a territorios diferentes”, principalmente determinados por la ubicación del cementerio del matrilinaje. “Hoy día, los clanes no conforman territorios propios, y han perdido su

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Como hemos visto, el hombre dibullero se caracterizó por la movilidad y el tránsito entre los poblados y ciudades vecinas, debido principalmente a sus actividades de contrabando, pesca e intercambio de productos con la Sierra. Esto le permitió entablar uniones en lugares diversos13 e incluso con grupos culturales distintos. En la parroquia de Dibulla se tienen registros de matrimonios entre dibulleros y europeos; ejemplo de ello son los matrimonios de los franceses Roger Raul Martiniere con Cilia Antonia Coronado el 18 de junio de 1941 y Eduardo Camilo Marchandet con Carmen Segunda Almazo el 14 de enero de 1940.14 Entre los Valdeblánquez se recuerda el matrimonio entre el italiano Antonio Ragonessi y Antonia Valdeblánquez Cordero. (ver árbol genealógico 1) Al revisar los archivos parroquiales también se comprueba la existencia de uniones con los indios wayúu y kogui.15 A pesar de que éstos empiezan a escasear hacia 1930, ello no significa que dejaran de presentarse. Goyo Cárdenas nos contaba que su padre José Francisco (1905-1999), sabía la lengua ‘aruaca’ y que producto de su relación con una indígena, tuvo a su hermano José María, quien “baja seguido acá a la casa, sabe el idioma, pero vive en la Sierra”. Dado que los Cárdenas y los Valdeblánquez desarrollaron actividades en la Sierra, se podría suponer que se presentaron con cierta regularidad uniones entre varones de las familias y mujeres kogui. Sin embargo, es probable que no tuvieran un carácter ‘oficial’ consagrado bajo el sacramento del matrimonio y de ahí que en muchas ocasiones no se tenga registro de ellas. Igual sucede con las uniones con wayúu, en donde a pesar de comprobarse la existencia de matrimonios entre dibulleros y wayúu, no se encontró ninguno presente en los antepasados de los Cárdenas y Valdeblánquez. Sin embargo, ello tampoco descarta la existencia de uniones de hecho de miembros de las familias con indígenas wayúu. Los archivos parroquiales no sólo permiten verificar la existencia de matrimonios mixtos de dibulleros con europeos, wayúu o kogui. Un vistazo a los árboles genealógicos de ambas familias permite comprobar la frecuente presencia de formas de poliginia, en donde el hombre dibullero entabla relaciones simultáneas con más de una mujer. En el trabajo de campo se nos contaba que “de los Cárdenas dicen que fueron hombres que tenían muchas mujeres, eran tipos que tenían siete y ocho mujeres y con todas tenían dos, tres hijos”. Este fenómeno, en donde un mismo hombre mantiene relaciones simultáneas con más de una mujer, engloba al conjunto de la cultura guajira, ya que del guajiro se afirma que “suele tener muchas mujeres” y que “el tener más mujeres lo hace más hombre”. Son varios los ejemplos sobre relaciones políginicas presentes en los árboles genealógicos de las familias. Tomemos el caso de Francisco Eduardo Cárdenas, abuelo de Goyo, casado con María

importancia sociológica y política. Sin embargo, esto no implica que en otro tiempo sí existieran tales divisiones”. Otto Vergara González, “Los Wayú. Hombres del desierto”, Op.cit., p.141. 13 En un trabajo de campo que se ocupa de la estructura del parentesco en Taganga, pueblo de pescadores cercano a Santa Marta, se señala la frecuente presencia de hombres dibulleros: “En Taganga la gente distingue entre guajiro y dibuyeros. Ellos dicen que aquí llega gente de todas partes de La Guajira, pero lo que más llega es dibuyero (...) Según parece, antiguamente, cuando llegaban dibuyeros los padres no dejaban que sus hijas tuvieran trato con ellos, hoy esto ha cambiado y hay bastante muchachas de Taganga casadas con dibulleros que se han ido de Taganga”. Consuelo Mariño, “Estructura de parentesco en Taganga”, (manuscrito trabajo de campo), Bogotá, Departamento de Antropología, Universidad Nacional de Colombia, 1974, p. 16. 14 Archivo Parroquial de Dibulla, Matrimonios, Tomo 1, junio 16 de 1970 a marzo 11 de 1967. 15 Esto también en señalado por Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., p. 234.

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Engracia Valdeblánquez el 21 de mayo de 1903.16 Considerando tan solo los datos consignados en la parroquia de Dibulla, se observa que tuvo seis hijos con cuatro mujeres distintas.

Árbol genealógico 1

Descendencia de Francisco Eduardo Cárdenas

El tipo de poliginia más frecuente en la familia dibullera, es aquella que los antropólogos llaman dispersa, donde las co-esposas viven en distintas unidades habitacionales.17 Al mantener relaciones con mujeres residenciadas en lugares distintos, el hombre dibullero conformó nuevas parentelas extendiendo el parentesco mediante alianzas matrimoniales a poblados vecinos como La Punta de los Remedios, Mingueo y Palomino. En el caso particular de los Cárdenas y Valdeblánquez, estas relaciones se ampliaron al abandonar Dibulla y radicarse en ciudades como Santa Marta y Barranquilla. De ahí que Losonczy afirme que “las parentelas dibulleras asientan su multipolaridad sobre la poligamia multiterritorial de los hombres”, donde el dibullero mantiene “relaciones simultáneas, conocidas y reconocidas por todos con varias mujeres asentadas en lugares variados, tanto rurales como urbanos, con las cuales totaliza decenas de hijos”.18 En un sentido amplio ambas familias conforman un grupo de filiación del tipo de familia denominada extensa bilineal, que comprende más de dos generaciones y que considera los parientes colaterales por las dos líneas de descendencia.19 El hombre dibullero crea una descendencia numerosa, constituyéndose en el antepasado en común que articula las distintas parentelas dentro del conjunto de la familia extensa. Estas parentelas se construyen alrededor de la residencia y de la crianza del grupo doméstico, por lo general en torno a la madre. Mientras que el hombre dibullero divide su tiempo recorriendo y visitando sus mujeres e hijos, éstos suelen crecer en torno a los parientes por vía materna. La descripción del profesor dibullero Euclides Moscote sirve para ilustrar la marcada división entre los sexos, quienes asumen roles sociales y productivos distintos:

“Seguido de Francisco Redondo Redondo, desarrollaron su vida marital Carlos Camilo Cárdenas Coronado “Camilito Cárdenas” y Mercedes Moscote Delprado “Mercedita” y mientras ella atendía a sus hijos, el marido cuidaba el ganado de su padre Francisco Cárdenas

16 Archivo Parroquial de Dibulla, Matrimonios, Tomo 1, junio 16 de 1970 a marzo 11 de 1967. 17 Virginia Gutiérrez de Pineda, La Familia en Colombia Trasfondo Histórico, Op.cit., p. 150. 18 Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., p. 235. 19 Ligia Echeverri de Ferrufino, La familia de hecho en Colombia, Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1984, p. 136.

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Valdeblánquez “Pacho Cárdenas” y de otras fincas de la localidad y sacrificaba la misma especie con el apoyo, como matarife, de Emilio Quintero “Millo el de Emilia”.20

A pesar de que la filiación en la familia dibullera no sigue un patrón estricto en la medida en que se consideran los parientes por ambas ramas genitoras (bilineal), la rama materna donde crece y se socializa el individuo parece adquirir mayor importancia. En ese sentido,

“el grupo familiar local, construido alrededor de la madre y de los abuelos maternos, forma siempre parte de una red paterna de parentela multilocal en la que los hijos pueden circular durante algunos periodos. Así la socialización de éstos hasta la adolescencia se hace por los ramos maternos al incluirlos en la red local de ayuda cotidiana a familiares, préstamos de bienes, trabajo intercambiado.”21

La importancia de la rama materna dentro del parentesco guarda cierta semejanza con la filiación matrilineal en los wayúu. Sin embargo la rigurosidad matrilineal en el parentesco, aun presente en este grupo indígena, no se presenta de forma estricta en la familia dibullera. En un nivel general resulta posible caracterizar a los Cárdenas y los Valdeblánquez como dos familias extensas y bilineales conformadas por distintas parentelas, que residenciadas alrededor del núcleo materno, se articulan entre sí en torno a un hombre en común.

1.2 El Apellido y la autoridad en la familia dibullera En la familia dibullera la transmisión del apellido bien puede ser por vía materna o paterna, tal como pudimos observar en los registros bautismales de las familias en la parroquia de Dibulla.22 Según Losonczy, la transmisión del apellido materno entre los dibulleros “hace eco de la costumbre guajira”. Al lado de la influencia guajira, es posible afirmar que la transmisión del apellido materno también obedece a consideraciones de legitimidad en el nacimiento. Bajo las doctrinas de la religión católica, que concibe el matrimonio como un sacramento indisoluble, los hijos se consideraban legítimos cuando eran concebidos bajo la unión sacramental e ilegítimos cuando no lo eran, pasando a ser señalados como hijos naturales.23 En la familia dibullera los hijos que componían la descendencia de una casa se distinguían entre “ “hijos de la casa” (descendientes de ambos padres), “hijos de la calle” (del mismo padre con otras”), [e] “hijos criados” (sobrinos del lado materno)”.24 En algunas ocasiones, a los hijos ilegítimos no se les bautizaba con el apellido del padre sino con el de la madre. Este parece ser el caso de Justa Valdeblánquez, nacida en 1880, quien tiene cinco hijos con tres hombres diferentes. Todos sus hijos, incluyendo dos de quienes no figura el nombre del padre en el registro bautismal, reciben su apellido y no el del padre. Uno de ellos, Serafín Pin

20 Euclides Moscote Arregocés, “Dibulla Laboriosos del Pasado”, Op.cit., p. 16. 21 Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., p.236. 22 Esto lo pudimos observar durante el trabajo de campo y también es recogido por la antropóloga Anne-Marie Losonczy, durante su trabajo allí hacia 1993. Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., p.235. 23 Los hijos naturales se refieren a los hijos habidos por fuera del matrimonio, cuyos padres podían contraer matrimonio. Otra categoría alude a los hijos espurios, dentro de los que se consideran los adulterinos (madre casada), bastardos (concubinato), nefarios (entre padre e hija), incestuosos (entre hermanos), sacrílegos (habidos por religiosos) y manceres (habidos con prostitutas). Virginia Gutiérrez de Pineda, La Familia en Colombia Trasfondo Histórico, Op.cit., pp. 160-161. 24 Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., p.236.

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Valdeblánquez, transmitirá el apellido de su madre a sus hijos los Valdeblánquez Levette (véase árbol genealógico 4). También resulta conveniente considerar la transmisión del apellido en casos de conflicto. Según versiones orales, por seguridad y para evitar ser relacionado con los Cárdenas o con los Valdeblánquez, miembros de las familias optaban por ponerle al hijo el apellido de la madre. Incluso en algunos casos, miembros de las familias se cambiaron sus apellidos. Tal es el caso de Ricardo Antonio Valdeblánquez Levette, quien según registro bautismal cambió su nombre a Ricardo A. Arévalo Gualé en 1989. Junto al apellido, también es posible identificar nombres de pila que se transmiten y repiten de generación en generación. De esto dan cuenta nombres como José Antonio, Francisco y Alcibíades entre los Cárdenas o como Serafín y Antonio entre los Valdeblánquez.

El parentesco determina la posición social del individuo y designa la persona sobre quien reposa la autoridad del grupo. Dentro de los wayúu, al ser la filiación matrilineal, se destaca la figura del tío materno (a’laüla), quien remplaza el lugar que en otras culturas, como en la hispánica, se asigna al padre. Las parentelas dibulleras se congregan alrededor de la figura de un hombre, por lo general el padre, figura que articula a hijos y esposas. Aun así, dada la forma en que el conflicto se transmitió entre primos hermanos, se hace evidente la posible influencia ejercida por la figura del tío sobre la parentela. El rol de la autoridad parece haber recaído en José Francisco Pacho Cárdenas (1905) José Antonio Malachía Valeblánquez (1910), Serafín Pin Valdeblánquez (1918) y Alcibíades Cárdenas (1921), quienes son recordados como los lideres naturales de las familiar, dado que eran los hombres de mayor edad en cada una de las familias. Asimismo eran los responsables de la economía del hogar, principalmente obtenida de los cultivos y los negocios realizados desde la Sierra Nevada. Sin embargo, la edad empezó a dejar de ser el criterio único de la autoridad familiar. La capacidad económica pronto recayó en la generación siguiente, en cuyo seno se desató el conflicto, hecho que coincidió con la bonanza marimbera.25 El liderazgo familiar pronto dejó de estar en cabeza de los más viejos y pasó a estarlo en aquellos que se distinguieron por su poder económico y militar. Con el paso del tiempo, fueron José Antonio Toño Cárdenas Ducad (1944), Enrique Coronado (1938) y Francisco Kiko Valdeblánquez (1950), quienes asumieron el liderazgo de las familias y protagonizaron el conflicto.

1.3 De la unión de hecho a la unión legal

Es un hecho recurrente en ambas familias que el matrimonio católico sea posterior al nacimiento de los hijos. Ejemplo de ello son los Valdeblánquez Pereira, los Valdeblánquez Padilla, los Cárdenas Coronado y los Valdeblánquez Levette, cuyos hijos “son legitimados” por el matrimonio de sus padres, tal como aparece consignado en los registros bautismales (véase anexo 2). Por ejemplo, en el registro bautismal de Carmen María Valdeblánquez Levette, nacida el 15 de julio de 1949 e hija de Serafín y Dolores, aparece una anotación posterior que señala “Legitimada por matrimonio de sus padres, Dibulla, octubre 19, 1953”.26 En primera instancia las

25 Claudia Cáceres, “Tácticas y Estrategias en el Conflicto Social de La Guajira”, Bogotá, Tesis de Antropología, Universidad de los Andes, 1997, p. 50. 26 Archivo Parroquial de Dibulla, Bautismos, Tomo 4, fl. 361, registro no. 1086.

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uniones de los dibulleros parecían ser de hecho, bajo la modalidad de la unión libre, para luego constituirse en uniones legales e institucionalizarse ante la sociedad, mediante el matrimonio católico. Ello muestra que entre su nacimiento y el matrimonio católico de sus padres transcurrieron cerca de cuatro años. El esquema que se presenta a continuación reproduce la estructura de la familia Valdeblánquez Levette, donde se comprueba que 6 de los 16 hijos, fueron anteriores al matrimonio de los padres.

Árbol genealógico 2

Matrimonio Valdeblánquez Levette

Resulta de igual forma significativo que por lo general aquellas uniones constituidas bajo el matrimonio católico, registran el mayor número de hijos. Tal es el caso de los dieciséis Valdeblánquez Levette, así como de diez Cárdenas Ducad, nueve Valdeblánquez Mena y nueve Gómez Ducad, quienes forman parte de la generación que participa activamente del conflicto. Entre el hijo mayor y el menor de una misma generación se presentan diferencias de edad de hasta 23 años (véase anexo 2). El número amplio de hijos, con diferencias de edad de hasta veinte años, colaboró con la duración del conflicto, dado que los menores crecían con la responsabilidad de vengar a sus parientes. Sin embargo, podrían pasar varios años hasta que éstos alcanzaran la edad suficiente para participar en el conflicto, aumentando la zozobra . . Los distintos tipos de unión (matrimonio católico, matrimonio civil, unión de hecho) generan un tipo de poliginia desigual, caracterizada por una jerarquización entre las esposas del hombre.27 Esta jerarquización puede obedecer a distintos criterios.28 En primer lugar vale la pena considerar la mayor importancia que detenta la esposa ‘oficial’ frente a las otras concubinas. Ante ello Losonczy afirma que “el padre dibullero debe asistencia económica completa a su “primera casa” y aportes ocasionales a las otras”, 29 hecho que corrobora la idea de cierta jerarquía entre las esposas y los hijos del hombre dibullero. Al jerarquizar a sus cónyuges, el hombre dibullero reconoce a una esposa principal, “la propia”, y a las demás como sus concubinas o “queridas”, como son llamadas en el lenguaje cotidiano. En segunda instancia la residencia constituye un criterio importante que determina la jerarquización entre las compañeras del hombre. El matrimonio católico no siempre determina una mayor importancia de la esposa, ya que si el hombre “saca a vivir” a otra mujer, le confiere status ante los demás y la convierte en “la propia”. La clase social de la mujer también actúa

27 Virginia Gutiérrez de Pineda, La Familia en Colombia Trasfondo Histórico, Op.cit., p. 138. 28 Este análisis se nutre de los aportes concedidos por Giangina Orsini, “Poligamia y contrabando: nociones de legalidad y legitimidad en la frontera Guajira”, tesis de maestría en Antropología Social, Universidad de los Andes, Observatorio del Caribe Colombiano, Bogotá, 2005. 29 Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., p.236.

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como criterio que determina su mayor o menor importancia frente a las otras co-esposas. En ese sentido, la forma como se relacionan los sexos y se ejerce la autoridad en la relación, determina la posición de la mujer frente al hombre con relación a sus otras cónyuges. Los dibulleros y en general los guajiros, se caracterizan por el frecuente empleo de sobrenombres para referirse a las personas. En las familias se pueden referir algunos ejemplos como Pacho (Francisco), Horte (Hortensio), Goyo (Gregorio) o Toño (José Antonio) Cárdenas, al lado de Pin (Serafín), Kiko (Francisco) o Malachía (Antonio) Valdeblánquez. Los sobrenombres también sirven para describir la relación entre esposos, ya que para referirse a alguien se hace alusión a su cónyuge. Esto sucede con Rosa Coronado, apodada Rosa la de Pacho o con Emilio Quintero, Millo el de Emilia.30 Estas dos expresiones pueden denotar la forma como se ejerce la autoridad en el hogar. En el primer caso parece ser el hombre quien tiene las riendas de la relación (Rosa la de Pacho), mientras en el segundo se podría entender que es la mujer quien tiene una posición dominante sobre el hombre (Millo el de Emilia).

1.4 El compadrazgo y los límites difusos del parentesco

El compadrazgo se constituye en el parentesco ficticio que se establece a través de la alianza consagrada en el rito sacramental del bautismo o del matrimonio. El padrino se convierte de inmediato en compadre, término que también reviste gran uso en la cultura guajira. Allí el compadre es de frecuente alusión en canciones vallenatas, lo que lo relaciona con la fiesta y la “parranda”. Existe otro tipo de compadre denominado compadre de agua, el cual se presenta como un padrino que bautiza personalmente al niño bendiciéndolo con agua, cuando no hay sacerdote disponible y éste se encuentra enfermo, de manera que los padres solicitan los servicios del compadre para que en caso de morir su hijo “vaya bautizado”.31 Losonczy refiere cómo el compadrazgo constituye una “estrategia que crea espacios estabilizados de alianza e intercambio preferencial de bienes y servicios”.32 Este hecho adquiere mayor importancia en casos de conflicto, donde compadres y ahijados suelen respaldar a sus parientes. Sin embargo, no siempre los compadres se alinean entre sí. Por ejemplo el padrino de bautizo de Enrique Coronado, uno de los líderes de los Valdeblánquez, fue Francisco Eduardo Cárdenas, abuelo de los Cárdenas implicados en el conflicto.33 En Dibulla la palabra primo suele ser empleada frecuentemente como saludo entre las personas. Este fenómeno abarca al conjunto de la Guajira y al indagar por esto, se nos decía que “acá en la Guajira todos somos primos o compadres”.34 Cabe suponer que se considera familia, primo, a todo aquel con quien se comparte algún tipo de parentesco real o ficticio. En su trabajo sobre el parentesco, Joan Bestard afirma que “‘aquí todos somos parientes’ es una expresión muchas veces repetida por las personas de estas comunidades [campesinas], que indican con ello una extensión imprecisa del parentesco a partir de un origen común”.35 Es decir que el parentesco se hace difuso y extensible a un amplio conjunto de personas allegadas, donde las parentelas se subdividen a partir de la distinción que realiza el individuo entre unos ‘parientes cercanos’ y unos

30 Euclides Moscote Arregocés, “Dibulla Laboriosos del Pasado”, Op.cit., pp. 39, 150. 31 Comunicación personal Laureano David, Riohacha, noviembre 24, 2003. 32 Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., p.236. 33 Archivo Parroquial de Dibulla, Bautismos, Tomo 3, fl. 266, registro no. 803. 34 Comunicación personal Laureano David, administrador de empresas, Riohacha, noviembre 24, 2003. 35 Joan Bestard, Parentesco y Modernidad, Barcelona, Paidós, 1998, pp. 117-118.

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‘parientes lejanos’. Anteriormente se anotaba que en términos generales ambas familias pueden ser caracterizadas como familias extensas y bilineales. Sin embargo, no todos aquellos que compartían el mismo apellido o tenían un vínculo común con un antepasado, tomaron parte en el conflicto. Sólo algunas parentelas, ante una mayor ‘cercanía’ con los protagonistas iniciales, José Antonio Cárdenas e Hilario Valdeblánquez, fueron las que participaron activamente en el conflicto. Vale la pena señalar que el parentesco determina entre otras cosas la herencia y la sucesión, lo que hace referencia a la transferencia de bienes y títulos, señalando aquellos miembros que constituyen principalmente el grupo de filiación.36 Los grupos de filiación – como la familia, el clan o el linaje- están constituidos por la referencia a uno o más antepasados y por lo general se encuentran asociados a una misma residencia. Antes que estar referido a un antepasado o un apellido en común, el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez se transmitió a partir del reconocimiento de cada individuo sobre aquellos a quienes consideraba y reconocía como parientes cercanos. Ello pone en entredicho la consideración de los miembros que tomaron parte activa en el conflicto como familias extensas bilaterales. Se hace evidente que para caracterizar a los miembros que de una y otra familia actuaron en el conflicto, resulta más conveniente su caracterización como parentelas, ya que “la parentela toma como centro de referencia al individuo que reconoce a sus parientes por la sangre y por la alianza hasta el agotamiento de los lazos genealógicos que su memoria o la de su grupo parental puede retener”.37 En ese sentido, cuando se habla de ‘los Cárdenas’ o de ‘los Valdeblánquez’ se está haciendo referencia a las parentelas que de una y otra familia tomaron parte en el conflicto y no al conjunto de la familia extensa. La descripción detallada de las formas en que el conflicto se heredó entre estas parentelas se desarrolla en detalle en el tercer capítulo. Cabe señalar que tanto la familia wayúu como el tipo de familia que aquí nos ocupa, han tenido transformaciones significativas en los últimos años. Frente a las familias y parentelas numerosas, con un parentesco difuso, tipo Cárdenas y Valdeblánquez, se afirma que actualmente se asiste a una transición hacia un tipo de familia nuclear y conyugal, con una notable disminución de las formas poligínicas.38 Hemos realizado un bosquejo breve y general de la estructura que tenían ambas familias. Un estudio integral de la estructura de las familias dibulleras y guajiras es una labor que está por hacerse. Lo que aquí nos interesa es tener presente la estructura de las familias con relación al conflicto desatado entre ellas, lo cual es fundamental para comprender sus orígenes y causas, que analizamos a continuación.

2. Los orígenes del conflicto

2.1 La maldición kogui

En Dibulla es común ver a los indígenas kogui llegar de la Sierra con sus costales de yuca, plátano y malanga. Antes de llegar al pueblo paran por lo general en Mingueo, pues de este lugar parte la trocha hacia la mayoría de sus poblados. Muchos negocian allí parte de su carga y al llegar a Dibulla ya traen una botella de chirrinche por mitad en una de sus mochilas. Esta

36 Robin Fox, Sistemas de parentesco y matrimonio, Op. cit., p. 16. 37 Martine Segalen, Antropología histórica de la Familia, Madrid, Taurus Ediciones, 1997, p. 62. 38 Julio Cesar Montoya, Ovidio Tamayo y Azucena Vélez, Ayer y hoy de la familia en Colombia, Medellín, centro de Investigaciones Sociales, 1985, pp. 131-134.

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situación es aprovechada por los dibulleros, quienes acuden con algunos atados de pescado seco, más chirrinche y otras mercancías, y en cuestión de minutos las intercambian con el indio por lo que queda en su costal. Luego de permanecer deambulando un par de días por el pueblo, el kogui recoge algunas conchas de mar usadas para elaborar la cal que mezcla con las hojas de coca -el jayo- y emprende su camino de regreso. Este intercambio, casi siempre desigual, se repite incesantemente. Los indígenas son vistos por la mayoría de los dibulleros como seres inferiores y la actitud de desprecio y abuso hacia ellos es algo inmemorial. En los tiempos en que los Cárdenas y Valdeblánquez se encontraban establecidos en la Sierra Nevada, es muy posible que la relación con los kogui fuera similar a la que se puede ver hoy día, con la diferencia que para esa época sus tierras se encontraban ocupadas por dibulleros, quienes casi nunca les permitían bajar a la costa, obligándolos a intercambiar su productos allí mismo.39 No obstante, es interesante observar que entre los dibulleros, pese a su actitud de menosprecio hacia los kogui, existe cierto respeto o temor hacia los mismos, como si estos estuviesen dotados de poderes sobrenaturales capaces de inflingir daño a partir del uso de la magia y la invocación de maldiciones. Durante el trabajo de campo pudimos constatar esto y también la costumbre, común entre los dibulleros, de consultar a los indígenas para que estos los curen de algunas enfermedades a través de adivinación, rezos y el uso de plantas tradicionales como medicinas. La actitud de desprecio y temor hacia los kogui, también se remonta a épocas pasadas. Por ejemplo, lo encontramos presente en su relación con los indígenas wayúu, la cual es referida por el presbítero Rafael Celedón, quien visitó la población de San Antonio hacia 1875 y se refiere a los wayúu o goajiros y kogui –que llama kóggabas- en los siguientes términos:

“Rara vez se verá al Goajiro sin sus armas en al mano, símbolo de su carácter belicoso; y más rara, si cabe, las manos del Arhuaco sin que estén manejando, con un dedo y donaire para vistos, el palillo del poporo, que simboliza su índole pacífica. En cambio es proverbial lo hospitalario del Goajiro, y no menos proverbial lo inhospitalario del Arhuaco. Cobarde este y valeroso aquél, cuando llegan a encontrarse se estremecen ambos, no de amor sino de miedo: tiembla el Kógabba a la vista de aquel carcax repleto de emponoñadas rayas; y el Goajiro al ver aquella mochila de donde puede salir un sapo ú otra sabandija para alojarse en sus entrañas: De aquí la desabrida y tímida afabilidad con que se tratan”.40

Lo interesante de esta relación es que muestra que a pesar del carácter pacífico e indefenso del kogui, éste logra causar temor al “belicoso” indio goajiro a través de una superstición como la del sapo oculto en su mochila. Entre dibulleros y koguis ha existido siempre una relación parecida. Aquellos invadieron su territorio y ocuparon desde un comienzo una posición económica y política dominante sobre los indígenas, pero éstos lograron a su vez ejercer cierto temor en los primeros a partir de una influencia de algunas de sus creencias sobre los mismos. Esto nos acerca a lo planteado por Gerardo y Alicia Reichel Dolmatoff en su libro The people of Aritama.41 Esta investigación, desarrollada en la población de Atánquez, sobre la vertiente oriental de la Sierra Nevada, centra su análisis en los intercambios culturales, sociales y económicos -y su variación en el tiempo- entre indígenas e inmigrantes criollos de las tierras bajas. A grandes rasgos, la conclusión de los autores muestra cómo una población sujeta a contactos prolongados entre dos culturas diferentes, una indígena y otra de orientación criolla o con raíces étnicas provenientes de

39 Esta referencia con respecto a que no los dejaban descender a la Costa es traída por Konrad Theodor Preuss, Visita a los indígenas Kágaba de la Sierra Nevada de Santa Marta, Op.cit., p.32. 40 Rafael Celedón, Gramática de la lengua Kóggaba, p.XIII. 41 Gerardo y Alicia Reichel Dolmatoff, The people of Aritama.

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los primeros colonos españoles, se fue convirtiendo con el tiempo en una comunidad mestiza, cuyos rasgos atestiguan una mezcla de elementos de ambas culturas:

“[En Aritama]....encontramos que, en el presente, la cultura Criolla es dominante en las instituciones políticas, económicas y de educación formal, y que esta ejerce una fuerte influencia en la estructura familiar y de parentesco. En estas instituciones podemos decir que todos –o casi todos- los individuos han adoptado, exitosamente o no, valores de las tierras bajas.....Sin embargo, en varios órdenes institucionales diferentes, los valores tradicionales locales prevalecen: religión, magia, ciencia, estética y recreación”.42

No podemos decir que en San Antonio haya ocurrido lo mismo que en Atánquez, donde la mezcla de “criollos” e indígenas kankuámos dio origen a la cultura mestiza descrita por los Reichel Dolmatoff. Como vimos en el primer capítulo, pese a que algunos de los dibulleros que colonizaron San Antonio se emparentaron con mujeres kogui, los indígenas jamás fueron absorbidos en su totalidad por los dibulleros, prefiriendo huir a otros lugares y manteniendo una tendencia a la endogamia. Lo importante a señalar aquí, es que los dibulleros, a pesar de encontrarse culturalmente diferenciados de los kogui en muchos aspectos, debido a los contactos culturales prolongados con éstos -los cuales se vieron reforzados por prácticas de parentesco y padrinazgo-43 incorporaron en su sistema de creencias algunos elementos, especialmente aquellos relacionados con prácticas mágicas.44 Estas prácticas continúan vigentes y operan como un mecanismo de defensa para los indígenas. En este sentido, sí se puede afirmar que en Dibulla sucedió algo similar al caso de Atánquez, donde según Reichel:

“...el sistema de creencias y prácticas religiosas, tanto colectivas como individuales, atestiguaba una mezcla de elementos indígenas, españoles coloniales y formas urbanas recientes, aceptadas y profesadas por ambas castas, habiendo adoptado los “españoles” [criollos] muchas prácticas mágicas de tipo indígena, mientras que los indios aceptaron generalmente, por razones de prestigio, muchas actitudes religiosas que ellos consideraban como más ‘civilizadas’”.45

Creemos que esto ayuda a explicar uno de los orígenes del conflicto entre Cárdenas y Valdeblánquez, atribuido al robo de objetos rituales sagrados pertenecientes a los kogui. La hipótesis de esta versión sostiene que el robo de una máscara de oro por parte de miembros de ambas familias, generó una situación de tensión entre los indígenas y los dibulleros, quienes al

42 “....we find that, at present, Creole culture is dominant in the political, economic, and formal educational institutions and that it exercises a strong influence on family structure and kinship. In these institutions we can say that all –or almost all- individuals involved have adopted, successfully or not, lowland values.....However, in a number of other institutional orders, the traditional local values prevail: religion, magic, science, aesthetics, and recreation”. Gerardo y Alicia Reichel Dolmatoff, The people of Aritama, Op.cit., p.456 (traducción de los autores). 43 Como lo señala Losonczy, entre dibulleros y koguis se presentan casos de compadrazgo, que según la autora poseen un carácter asimétrico, pues siempre son los últimos quienes solicitan un padrino dibullero, mientras que estos no hacen lo mismo con los indígenas. Sucede diferente con los wayúu, donde las relaciones de compadrazgo son recíprocas e igualitarias, garantizando a los indígenas un trato hospitalario en Dibulla, a cambio de hospedaje y ayuda en el tráfico de contrabando para los dibulleros en sitios como Maicao y Maracaibo, donde habitan muchos wayúu. Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., p.235. 44 Las prácticas mágicas, como señala Reichel Dolmatoff, hacen parte de lo que él denomina Dimensiones de lo Sobrenatural en una cultura, las cuales se constituyen por el sistema de creencias hacia lo sagrado o religioso y la relación del hombre con estos elementos. Véase Gerardo y Alicia Reichel Dolmatoff, The people of Aritama, Op.cit., pp.337-412. 45 Gerardo Reichel Dolmatoff, “Casta, clase y aculturación en una población de Colombia”, Estudios Antropológicos, México, D.F., 1956, pp.435-446, p.443.

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negarse a devolver la máscara recibieron una maldición de un mama kogui, que terminó desencadenando una serie de tragedias en el pueblo y la desgracia sobre los que hurtaron la máscara. La poca precisión sobre el tiempo en que sucedieron los hechos y las identidades ambiguas de los autores del robo –carecen de nombre propio-, dotan esta historia de un carácter mítico. No queremos decir con esto que se trate de una historia falsa que nunca sucedió, sino que pudo suceder en otro tiempo y en circunstancias distintas, e incluso los autores del robo no tuvieron que ser necesariamente los Cárdenas y Valdeblánquez. Un ejemplo es la versión del profesor Euclides, quien ubica el suceso en una época anterior y aunque también refiere los incendios en Dibulla, afirma que los objetos sagrados fueron devueltos, trayendo de nuevo tranquilidad al pueblo. Es muy posible que este tipo de robos fueran algo frecuente entre los dibulleros establecidos en la Sierra Nevada, ya que Preuss, quien también pretendía adquirir máscaras para sus colecciones durante su estadía allí hacia 1915, refiere que era algo muy difícil entre los kogui, pues éstas habrían desaparecido durante incendios y por robos.46 Es muy posible también que miembros de los Cárdenas y Valdeblánquez hubieran participado en algunas ocasiones de estos robos, dado que ambas familias permanecieron entre los kogui por mucho tiempo. El hecho es que la usurpación de objetos sagrados y los muchos abusos de que fueron víctimas los kogui por parte de los dibulleros, debieron crear una situación en que los primeros optaron por proferir amenazas de futuras desgracias y maldiciones hacia los segundos, como un mecanismo de defensa para evitar la prolongación indefinida de dichas situaciones.47 Dado el temor que los dibulleros guardan a este tipo de maldiciones, es lógico que muchos desastres y desgracias, entre ellos el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez, encontraran una explicación allí. La versión del robo de la máscara, en su connotación de suceso ambiguo de tiempos y actores indefinidos, no es contradictoria con otras versiones del origen del conflicto, sino que sirve como una respuesta al tratar de explicar la desgracia desencadenada en dos familias, al punto de llevarlas a su desaparición parcial.

2.2 Un lío de faldas, un conflicto de honor

La explicación más aceptada y reivindicada por los dibulleros es la versión del origen del conflicto por causa de una mujer. Tampoco aquí encontramos unanimidad en el discurso local. Las versiones van desde un Cárdenas que se amancebó con una Valdeblánquez, lo que hizo que los hermanos de ésta amenazaran al Cárdenas de muerte si no accedía a casarse con ella; hasta aquellas que dicen que un Cárdenas y un Valdeblánquez se encontraban sosteniendo relaciones con la misma mujer - de nombre Rebeca Brito - siendo los celos el origen del conflicto. Lo que es un hecho incuestionable, por una u otra de las causas mencionadas, es que las fricciones entre ambas familias estallaron con el asesinato de Hilario Valdeblánquez Mena, el 16 de agosto de 1970 en Dibulla, por parte de José Antonio Toño Cárdenas,48 dando inicio al conflicto entre ambas familias. Al buscar una explicación de por qué un problema iniciado a raíz en torno a una mujer llevó a la exterminación parcial de dos familias, la discusión con los dibulleros comenzó a girar alrededor de elementos como el honor, la venganza, la familia y la ley wayúu. Dichos elementos no explicaban exclusivamente el conflicto de estas dos familias dibulleras, sino que se

46 Konrad Theodor Preuss, Visita a los indígenas Kágaba de la Sierra Nevada de Santa Marta, Op.cit., p.52. 47 Es interesante por su similitud con Dibulla lo señalado por Reichel para el caso de Atánquez, donde el autor sugiere que es posible que la magia como medio de agresión fuera adoptada por los indígenas de la Sierra, como un mecanismo de defensa para contrarrestar las amenazas externas, pues estas prácticas no hacían parte de su cultura tradicional. Gerardo and Alicia Reichel Dolmatoff, The people of Aritama, Op.cit., p.397. 48 Archivo Parroquial de Dibulla, Defunciones, Tomo único, fl. 400, registro no. 101.

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hacían extensibles a conflictos similares en otros lugares de La Guajira, apareciendo ahora la identidad del guajiro en el centro de la discusión. Es decir, que los Cárdenas y los Valdeblánquez aparecían ahora como una familia arquetípica dibullera, y en muchos aspectos guajira, cuyo análisis resulta esencial para comprender un fenómeno como el estudiado.

Aceptar un altercado de honor ligado a una mujer como el eje que permite explicar el conflicto entre los Cárdenas y Valdeblánquez, no implica desconocer una tercera explicación sobre el origen del mismo. Junto al honor, distintas versiones encuentran explicación al conflicto en el hecho que ambas familias se dedicaran al contrabando y a la marimba. La prensa escrita afirmaba que las dos familias “se juraron venganza a muerte, a raíz del mal reparto de las ganancias de un contrabando”.49 Bajo esta perspectiva el conflicto aparecía producto de diferencias y rivalidades relacionadas con la actividad económica de las familias. De manera tajante un miembro de los Cárdenas corrige esta versión. Se trata de Alcibíades Cárdenas quien en carta dirigida al comandante de policía de Santa Marta y publicada por un diario local en 1981, manifiesta de forma explicita los motivos que desencadenaron el conflicto: “Debo hacerle claridad en el sentido que la guerra a muerte que nos han declarado los señores citados [los Valdeblánquez] no tiene origen de tipo comercial. Se trata de enemistad de carácter familiar (honor),50 exclusivamente”.51 Esta declaración es en extremo importante, pues proviene de una de las familias involucradas en el conflicto, la cual asegura que éste se debe a problemas ligados al honor más que a rivalidades comerciales. En 1979 los comentarios de otro miembro de los Cárdenas, Euclides Gómez a un periodista, explican la relación entre el conflicto y la bonanza: “si nos metimos en la bonanza marimbera, fue para costear la guerra. No teníamos otra salida porque la sangre de los nuestros la teníamos que vengar a cualquier precio”.52 La bonanza marimbera no constituyó un fin económico perseguido por las familias y por el cual competían: fue un medio utilizado por ambas familias para sostener una cadena interminable de venganzas, en cuyo centro, tal y como corroboran las palabras de Alcibíades Cárdenas, se encuentra el honor.

Como hipótesis sobre el conflicto entre los Cárdenas y los Valdeblánquez y tratando de conjugar la información reunida en el trabajo de campo con aquella proveniente de diferentes fuentes bibliográficas, plantemos lo siguiente: el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez fue el resultado de un altercado de honor, ligado a una mujer y entre dos familias dibulleras, que desembocó en un homicidio y éste a su vez en una cadena indefinida de venganzas de sangre, la cual terminó en la exterminación parcial de ambas familias. Del anterior planteamiento hipotético, se desprenden el honor y la venganza de sangre como conceptos fundamentales para el análisis que acá nos ocupa. Ambos conceptos se encuentran muy relacionados, pero dado que es el honor el elemento que explica el origen del conflicto y la venganza de sangre algo propio a la dinámica del mismo, hemos optado por ocuparnos aquí del primero, dejando el análisis de la venganza para el tercer capítulo, donde se aborda a profundidad el desarrollo del conflicto.

49 “Vendetta entre familias guajiras en Santa Marta”, El Heraldo, Barranquilla, agosto 17, 1974, pp. 1-2, p. 2. 50 El paréntesis “(honor)” es de Alcibíades Cárdenas. 51 “Los Cárdenas habían pedido protección”, El Informador, Santa Marta, febrero 4 de 1981, p. 1-2, p. 2. 52 Laura Restrepo y Fernando Alvarez, “La maldición de una estirpe”, Op.cit., p. 31.

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Antes de entrar a explorar el concepto del honor y para comprender su importancia en el caso de los Cárdenas y Valdeblánquez, es necesario entenderlo con relación al contexto familiar que encarnan los Cárdenas y los Valdeblánquez: familias extensas y bilaterales constituidas por parentelas, articuladas entre sí por un hombre en común. En ese sentido, el estudio de Virginia Gutiérrez y Patricia Vila sobre el honor en la estructura patriarcal para el caso de Santander constituye un buen punto de inicio.53 Allí se define el patriarcalismo como “una estructura social que relaciona los géneros en forma desigual y bajo principios diferentes de apreciación y praxis”.54 Se sostiene que el código de honor en Santander se nutre de una doble influencia. De un lado aquella que proviene de los aguerridos y desaparecidos indios guanes quienes optan por el suicidio antes que verse sometidos al dominio español y por otro, aquella proveniente de España y Europa.55 Con relación a las familias dibulleras, es posible suponer que el código de honor también se alimenta de una doble influencia: de un lado aquella derivada de los wayúu y otra de origen peninsular en estrecha alianza con la religión católica. No es nuestro propósito contribuir con los trabajos que suelen “invisibilizar” la influencia cultural de origen africano.56 Como se vio en el primer capítulo, en el territorio comprendido antiguamente por Dibulla se establecieron palenques en donde el mestizaje con la población blanca pudo haber sido limitado, al tiempo que facilitaba cierto desarrollo autónomo de formas culturales afroamericanas.57 Señal de esto es el rasgo distintivo de los dibulleros en el color de su piel, cuyo testimonio son las descripciones que los denominan “mulatos negros”, como se registra en las anotaciones de Preuss.58 En su estudio sobre la población descendiente de esclavos en la zona de Dibulla, Losonczy señala que la fragmentación y la permeabilidad cultural se constituyen en algunas de sus principales características. Los dibulleros se distinguen por la movilidad y el desplazamiento, hecho que los convirtió en "mediadores de prácticas y discursos locales”,59 cuyo resultado es una cultura mestiza que integró de manera desigual elementos propios de las culturas con quienes mantuvo y mantiene contacto. Producto de sus encuentros con la familia en 1914, Preuss señala cómo entre los Valdeblánquez “había una debilidad que toda la familia compartía: querer aparecer más blancos de lo que eran, aceptando por lo tanto sólo las fotos en las que se veían pálidos”.60 Esto resulta indicativo de la forma en la que se impuso el criterio hispánico de blanqueamiento socioracial, donde aparecer “más blanco”, se consideraba garantía de ascenso social y de mejores oportunidades. Por otro lado, Losonzcy afirma que

“El colectivo dibullero no participa ni se interesa en los nuevos estatus legislativos que otorgan diversos derechos territoriales y recursos colectivos a los grupos reconocidos como “negros”. El proceso de construcción territorial identitaria y de política cultural comunitaria etnicista con

53 Al respecto véase: Virginia Gutiérrez de Pineda y Patricia Vila, Honor, familia y sociedad en la estructura patriarcal. El caso de Santander, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1992 (1988); Virginia Gutiérrez de Pineda, “El código de honor y la estructura patriarcal”, Myriam Jimeno Gloria Ocampo, Miguel Angel Roldán (comp.), Memorias del Simposio Identidad Étnica, Identidad Regional, Identidad Nacional, Villa de Leyva, ICFES-COLCIENCIAS-ICANH, 1989, pp. 369-378. 54 Virginia Gutiérrez de Pineda, “El código de honor y la estructura patriarcal”, Op.cit., p. 369. 55 Virginia Gutiérrez de Pineda y Patricia Vila, Honor, familia y sociedad , Op.cit., p. 40. 56 Nina S. de Friedman, “África y los negros en la construcción de América”, Carlos Alberto Uribe (ed.), La construcción de las Américas, Memorias del VI Congreso de antropología en Colombia, Bogotá, Universidad de los Andes, 1992, pp. 131-140, p. 135. 57 Peter Wade, Gente negra nación mestiza, Bogotá, Siglo del Hombre Editores, Uniandes, 1997 (1993), p. 124. 58 Konrad Theodor Preuss, Visita a los indígenas Kágaba de la Sierra Nevada de Santa Marta, Op.cit., p. 33. 59 Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., p.215. 60 Konrad Theodor Preuss, Visita a los indígenas Kágaba de la Sierra Nevada de Santa Marta, Op.cit., p. 33. p. 33.

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visos de visibilización supralocal no ha tocado en absoluto este conjunto, que no parece representar el espacio nacional como interlocutor”.61

Esto no quiere decir que el elemento africano no se encuentre presente en la cultura mestiza dibullera. Por ejemplo, es muy común entre las familias dibulleras el profesar devoción a un santo mediante la adquisición de una estatuilla del mismo (San Antonio, San José, Virgen del Carmen, etc.) y la construcción de un altar en la casa para poderle rezar y pedir favores. La creencia general es que existe una relación recíproca con el santo, donde la devoción hacia el mismo es proporcional a los favores y milagros que éste otorga a las súplicas de sus devotos. En la iglesia del pueblo se encuentran algunas estatuas de dichos santos, las cuales permanecen esporádicamente en las casas de las mujeres mayores para prestarles cuidado y “darles aire” y son sacadas a la calle en procesiones durante las fiestas religiosas. Sin embargo, entre los santos de la iglesia figura un Cristo negro (un Cristo pintado de negro), que como menciona Losonczy es el único que no es recibido por las mujeres en sus hogares porque es “demasiado fuerte para una casa”.62 Esto último, como es señalado por la misma autora, refleja un universo religioso en que aspectos culturales de origen africano han sido reinterpretados a partir del idioma católico transmitido por la Iglesia. No obstante, no fue posible identificar elementos propios de la cultura negra en el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez (lo cual no significa que no estuvieran presentes), y en general las versiones orales tienden darle mayor importancia a la influencia wayúu, siendo muy recurrente la afirmación de que el conflicto tuvo mucho que ver con “leyes guajiras” propias de este grupo indígena. Dado que como mencionamos más arriba, el honor se nutre tanto de la influencia hispánica como la wayúu en la familia dibullera, e igualmente se encuentra presente en el conflicto, consideramos que es necesario desarrollar este punto a profundidad. Hemos optado por abordar inicialmente el honor desde el punto de vista de la influencia hispánica, para luego explicar la influencia wayúu a partir del concepto de reciprocidad contenido en la denominada ley wayúu y su influencia sobre la cultura mestiza.

3. El concepto del honor y su importancia en el conflicto

El honor es un término de origen europeo de amplia discusión en textos bíblicos, en la Grecia clásica, en la Edad Media feudal y caballeresca, y en el renacimiento.63 Acorde con su larga historia, el honor ha tomado distintas nociones. De Roma y la Edad Media, viene el legado del honor entendido en relación al patrimonio representado en la posesión territorial (honor como riqueza).64 Muy cerca de esta noción se encuentra la idea del honor que lo vincula con el status que hereda y ocupa un hombre en la sociedad (honor como prestigio). El honor también se asocia con los actos heroicos realizados por el hombre como muestra de su valor.65 Otra noción proviene de España, que sirviéndose del credo cristiano, relaciona el honor con la pureza de sangre y la legitimidad en el nacimiento.66

61 Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., pp.240-241. 62 Ibid., p.230. 63 Alfonso del Toro, De las similitudes y diferencias, Honor y Drama de los siglos XVI y XVII en Italia y España, Madrid, Iberoamericana, 1998, p. 57. 64 Virginia Gutiérrez de Pineda, “El código de honor y la estructura patriarcal”, Op.cit., pp. 369-378, p. 371. 65 Ibid, p. 371. 66 Ibid, p. 371.

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Es precisamente el Mediterráneo uno de los lugares donde el honor registra mayor relevancia siendo objeto de frecuente reflexión y estudio por parte de los científicos sociales, quienes han incursionado en un terreno que se creía exclusivo de los moralistas.67 Un artículo sobre el honor en el teatro español, lo define como una reverencia o una consideración que el hombre gana por sus propios actos y por la estimación y la fama que le otorgan los demás.68 Así, el honor como valor, posee una doble dimensión. De una parte es el valor que un hombre posee ante sus ojos y por otra el valor que posee ante la sociedad. En la medida que depende del reconocimiento de otros, puede perderse producto de los actos ajenos. En ese sentido es significativo para el código de honor el conjunto de palabras y acciones que pretenden, conceden o niegan el honor.69 De ahí que una ofensa al honor cobra relevancia cuando se hace pública. Al respecto sostiene Julian Pitt-Rivers:

“El honor sólo queda irrevocablemente comprometido por actitudes expresadas en presencia de testigos, representantes de la opinión pública. El problema del conocimiento público como ingrediente esencial de una afrenta ha sido considerado como el verdaderamente importante por distintos autores, e incluso se ha dudado si el honor puede quedar comprometido por palabras proferidas en ausencia de testigos”.70

El honor cobra mayor importancia en sociedades pequeñas, donde sus miembros sostienen diariamente relaciones cara-a-cara y se conocen entre sí. Cuando entre las partes existe una disputa, ésta puede permanecer latente dada la preeminencia que allí tienen este tipo de relaciones, mientras que en sociedades más numerosas los implicados casi nunca se ven la cara luego de resueltos los conflictos.71 Ello tiene relevancia para el caso Santander72 y consideramos que también lo tiene para el conflicto entre los Cárdenas y Valdeblánquez, siendo Dibulla un pueblo que según sus habitantes, hacia la época de la bonanza constaba solamente de unas pocas casas, y como nos contaban en la casa de Camilo, “todo el mundo se veía la cara a diario”. Como veremos en el tercer capítulo, a las dos familias pronto se les hizo imposible la convivencia en Dibulla, trasladando sus enfrentamientos a ciudades y poblados vecinos. Otro aspecto interesante del honor traído por varios autores, es que sólo tiende a operar entre iguales. Como afirma Pitt-Rivers, “un hombre ha de responder por su honor sólo ante sus iguales sociales; es decir, ante aquellos con quienes puede competir conceptualmente”.73 Esto se debe según el autor a que el honor no sólo se estructura de acuerdo a las jerarquías existentes en una sociedad, sino que llega a poseer diferentes significados y grados de adhesión en las distintas clases sociales.74 En su estudio sobre las relaciones entre honor y gracia en Sicilia,

67 Dentro de los trabajos que se dedican al estudio del honor en el mediterráneo vale la pena destacar: Jean G. Peristiany (comp.), El concepto del honor en la sociedad mediterránea, Barcelona, Editorial Labor, 1968; Julian Pitt-Rivers y Jean G. Peristiany (comp.), Honor y gracia, Madrid, Alianza Editorial, 1993; Julian Pitt-Rivers, Antropología del honor o política de los sexos, Barcelona, Editorial Crítica, 1979 (1977). 68 Ramón Menéndez Pidal, “Del honor en el teatro español”, España y su Historia, Tomo 2, Madrid, Ediciones Minotauro, 1957. pp. 357-371, p. 358 69 Julian Pitts-Rivers , “Honor y categoría social”; Jean G. Peristiany, El concepto de honor en la sociedad mediterránea, Op.cit., pp. 21-75, p. 27. 70 Ibid, p. 27. 71 Simon Roberts, Order and dispute, Op.cit., p. 51. 72 Virginia Gutiérrez de Pineda y Patricia Vila, Honor, familia y sociedad , Op.cit., pp. 51-52. “Donde el Código del Honor constituye elementos estructurales básicos es en sociedades donde subsisten y dominan las relaciones cara a cara entre sus miembros”. 73 Julian Pitt Rivers, “Honor y Categoría Social”, Op.cit., pp. 31-32. 74 Julian Pitt Rivers, “Honor y Gracia”, Op.cit., p.20.

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Maria Pia di Bella menciona como allí la igualdad entre individuos o grupos familiares era una condición necesaria para aceptar desafíos de honor, los cuales tenían lugar entre personas del mismo rango o status.75 Lo mismo encontramos para el caso de Santander, donde “una clase no se “codea” con otra si no la considera su par social. No se rebaja a alternar socialmente con el inferior”.76 Por su parte, Bourdieu señala que la igualdad en las disputas de honor deviene del principio de que el honor es un juego de desafío y respuesta, donde el sólo hecho de desafiar a alguien implica conferirle honor, ya que “aquel que desafía a un hombre incapaz de enfrentar el desafío, es decir, incapaz de continuar el intercambio, se deshonra a sí mismo”, 77 igualmente, “únicamente un desafío (u ofensa) venido de alguien igual en honor merece ser contestado; en otras palabras, para que haya un desafío, el hombre desafiado debe considerar meritorio al hombre que lo desafía”.78 En Dibulla, Losonczy señala cómo las relaciones de violencia entre familias operan como una forma de delimitación identitaria, ya que dicha violencia no suele desplegarse contra los kogui ni los wayúu y los conflictos tienden a presentarse entre dibulleros.79 Esto ayuda a explicar el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez, familias en muchos aspectos similares, nacidas y criadas en el mismo lugar y dedicados a las mismas actividades económicas como el trabajo en la Sierra, el contrabando y la marihuana. El que se consideraran como iguales los hacía más propensos a verse envueltos en disputas de honor, como efectivamente sucedió, dando paso al conflicto entre ambas familias. Sin embargo, la igualdad en términos de honor no debe interpretarse como una norma mecánica y de carácter inflexible. Como señala Bourdieu, la lógica del honor presupone un ideal de igualdad entre los actores, pero la conciencia popular no necesariamente tiene en cuenta dicha igualdad, y hay casos en que el ofensor puede ser superior (en términos de fuerza física, prestigio o importancia) a la persona ofendida.80 Esto se debe a que las conductas de honor no operan en una lógica abstracta sino que se encuentran inmersas en un campo de relaciones sociales (que implican relaciones de poder), donde interactúan actores con intereses definidos por circunstancias cambiantes. En este sentido, el honor, más que una serie de conductas reguladas por una norma es un capital simbólico81 que se traduce en redes de aliados y relaciones, a través de deudas de honor, compromisos, derechos y deberes acumulados a lo largo de generaciones sucesivas, que pueden ser movilizados en situaciones extraordinarias. El honor entendido como capital simbólico es un crédito susceptible a transformarse en capital económico y viceversa: por ejemplo, como anota el sociólogo francés en su estudio sobre Cabilia, la buena reputación de una persona constituye la mejor garantía económica (a la hora de requerir préstamos, realizar transacciones, etc.); de igual forma, las grandes familias organizan frecuentemente exhibiciones de capital simbólico (que implican un costo económico) como

75 Maria Pia Di Bella, “El nombre, la sangre y los milagros: derecho al renombre en la Sicilia tradicional”, Pitt-Rivers Julian, Peristiany J.G., Honor y gracia, Op.cit. pp.201-220, p. 218. 76 Virginia Gutiérrez de Pineda y Patricia Vila, Honor, familia y sociedad , Op.cit., p. 57. 77 “He who challenges a man incapable of taking up the challenge, that is, incapable of pursuing de exchange, dishonours himself” Pierre Bourdieu, Outline of a theory of practice, Op.cit., p.11. 78 “Only a challenge (or offence) coming from an equal in honour deserves to be taking up; in other words, for there to be a challenge, the man who receives it must consider the man who makes it worthy of making it” Ibid., p.12. 79 Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., p.238. 80 Pierre Bourdieu, Outline of a theory of practice, Op.cit, p.13. 81 Bourdieu define el capital simbólico como el “capital negado [denié], reconocido como legítimo, es decir, no reconocido [méconnu] como capital”. Pierre Bourdieu, El Sentido Práctico, Op.cit., p.198.

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séquitos de parientes y aliados que se reúnen ante la llegada o despedida de un pariente, los animales ofrendados en las bodas y las salvas disparadas en honor de los novios, ya que éstas demostraciones se traducen en acumulación de capital simbólico (honor, prestigio, credibilidad, etc.).82 En cuanto a los desafíos de honor, sucede que no siempre hay una respuesta automática y mecánica por parte de los contendientes, sino que por lo general hay una dilación temporal entre el desafío y la respuesta, que implica un margen de incertidumbre y maniobra por parte de los actores que se materializan en estrategias. En palabras de Bourdieu,

“El que no ha vengado un homicidio, no ha rescatado su tierra adquirida por una familia rival, no ha casado a sus hijas a tiempo, ve día a día mermado su capital por el tiempo que pasa; a menos que sea capaz de transformar el retraso en una retardación estratégica: diferir la restitución del don puede ser una manera de mantener la incertidumbre sobre las propias intenciones, ya que no se puede fijar el punto en el que la curva retrocede y la no respuesta deja de ser negligencia para convertirse en rechazo despreciativo...”.83

En el caso de los Cárdenas y Valdeblánquez, vemos cómo el conflicto es la expresión de una práctica donde elementos como el honor y el parentesco no operan como estructuras mecánicas sino como un sistema de disposiciones o conductas susceptibles a modificarse en razón a coyunturas específicas (en este caso la bonanza marimbera). Como veremos en el capítulo 3, la afirmación muy común en La Guajira de que “la guerra es entre hombres” o “el honor del guajiro es el honor del macho”, sólo se cumplió en el inicio del conflicto, ya que luego se vieron involucrados mujeres y niños de ambas familias. Esto también explica por qué el parentesco consanguíneo no fue el único elemento articulador de las familias en conflicto sino que a éstas se allegaron otro tipo de aliados (capital social) ligados al negocio de la marihuana. En este sentido, es comprensible, como vimos más arriba, que el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez fuera calificado a veces como el resultado de rivalidades comerciales relacionadas con el contrabando y la marihuana. Es comprensible porque la relación dialéctica de elementos estructurales y coyunturales, reflejada en aliados comerciales, estrategias para eliminar al adversario e intereses económicos en juego, entre otros, disfrazaba las causas subyacentes del conflicto, donde, como señalaba Alcibíades Cárdenas, se encontraba el honor.

3.1 El honor y los sexos: el hombre como guardián de la sexualidad femenina

Según Jon Elster, el honor suele ser considerado atributo exclusivo de los hombres libres, del cual quedan marginados las mujeres, los esclavos y los sirvientes.84 Bourdieu sostiene que el honor establece unas relaciones de intercambio restringidas a los hombres, ya que:

“La división sexual está inscrita, por un lado, en la división de las actividades productivas a las que asociamos la idea de trabajo, y en un sentido más amplio, en la división del trabajo de mantenimiento del capital social y del capital simbólico que atribuye a los hombres el monopolio de todas las actividades oficiales, públicas, de representación, y en especial de todos los intercambios de honor, intercambios de palabras (en los encuentros cotidianos y sobre todo en la asamblea), intercambios de regalos, intercambios de mujeres, intercambios de desafíos y de muertes (cuyo límite es la guerra)”.85

82 Ibid., pp.200, 201. 83 Ibid., p.179. 84 Jon Elster, “Norms on revenge”, Ethics, Vol. 100, No. 4, Chicago, julio 1990, pp. 862-885, p 867. 85 Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Op.cit., 2000, p.64.

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En el caso de la estructura patriarcal, el código del honor se estructura en función del género.86 El hombre tiene un papel dominante de representación, mientras que la mujer está subordinada y su papel sólo debe buscar guardar el honor del hombre mediante su conducta. Para dar mayor ilustración al respecto, el ejemplo dado por Pitt-Rivers nos resulta útil:

“un hombre que exhiba timidez o rubor se convertirá seguramente en objeto de ridículo, mientras que una mujer aficionada a la violencia física o que intente usurpar la prerrogativa varonil de la autoridad, o aun mucho más, la libertad sexual del hombre pierde el derecho a la ‘vergüenza’. Honor y vergüenza, pues, cuando no son equivalentes están exclusivamente vinculados a un sexo u otro, y son opuestos”.87

Para la mujer el equivalente del honor es la vergüenza (shame),88 asociada a su pureza y comportamiento sexual, cuya ausencia es señal de deshonra. El hombre a su vez debe encargarse de la protección de la pureza sexual de la mujer, de ahí la gravedad del adulterio. Maria Pia di Bella considera que el honor en las sociedades mediterráneas deviene de dos elementos fundamentales: la sangre, simbolizada en la castidad de la mujer y la pureza de su genealogía, debiendo siempre llegar virgen al matrimonio y el nombre, que representa el valor de los hombres en su capacidad para defender el honor de su grupo.89 Aquí es clara la influencia hispánica de la religión católica, la cual se intentó implantar en los territorios pertenecientes a España durante el período colonial. Como lo señala Patricia Seed en su estudio sobre los conflictos ligados al matrimonio en México colonial, el honor, en el caso de la mujer, era visto como una virtud ligada a la conducta sexual. Antes del matrimonio, una conducta honorable implicaba la castidad y después, la fidelidad.90 Según la autora, a pesar de que el honor sexual en la mujer era uno de los valores más promovidos por la Iglesia, la Corona y las familias, cerca de la mitad de los conflictos prenupciales durante el siglo XVI y XVII en México tenían que ver con la posible pérdida de la virginidad en las mujeres antes del matrimonio. Dado que la pérdida de honor podía llevar a la vergüenza pública y la humillación, considerados en la época algo peor que la muerte, las mismas autoridades eclesiásticas ayudaban a encubrir el deshonor de la mujer, casando en secreto a mujeres que habían perdido la virginidad y que en algunos casos se encontraban embarazadas.91 El honor como virtud era tan importante, que una familia debía en algunas ocasiones acceder a que un miembro contrajera matrimonio con alguien de menor status social o económico, por el hecho de haber mantenido relaciones que pusieran en duda su honor y por lo tanto el de la familia, pues era peor que el honor de alguien se cuestionara en cuanto a su conducta que a su status o clase.92 El honor en función a los géneros para el hombre, sería principalmente el valor que representa la sexualidad femenina. La virginidad en la mujer en ese sentido sería “el concepto que condensa el honor femenino”, cuya salvaguarda es una tarea ejercida por la familia y especialmente por el padre y los hermanos.93 Entre los wayúu, “la virginidad de la mujer guajira es altamente valorizada. El precio de la novia depende de esto en gran proporción. Si una mujer es desflorada

86 Virginia Gutiérrez de Pineda y Patricia Vila, Honor, familia y sociedad, Op.cit., p. 44. 87 Julian Pitts-Rivers , “Honor y categoría social”, Op.cit., p. 42. 88 Jon Elster, “Norms on revenge”, Op.cit., p. 867. 89 Maria Pia Di Bella, “El nombre, la sangre y los milagros”, Op.cit., p. 203. 90 Patricia Seed, To love, honor and obey in colonial Mexico. Conflicts over marriage choice, 1574-1821, Standford, Standford University Press, 1988. 91 Ibid., pp.63-64. 92 Ibid., p.70. 93 Virginia Gutiérrez de Pineda y Patricia Vila, Honor, familia y sociedad, Op.cit., pp. 71-72.

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antes del matrimonio, la familia del culpable es obligada a pagar una indemnización”.94 La sexualidad femenina también representa un gran valor en la cultura guajira, reforzado por los dictámenes religiosos, que señalan que la mujer debe llegar virgen al matrimonio y que prohíbe el adulterio en uno de sus mandamientos. De ahí que sean frecuentes las historias referidas en el trabajo de campo sobre casos de hombres obligados a casarse por la fuerza, instados bajo la amenaza de “te casas con mi hermana o te casas conmigo”, en la medida en que se ha “perjudicado” a la mujer, quien se casa “señora” y no “señorita”. Se nos comentaba en Dibulla que en casos como estos, el hombre disponía de tres alternativas: se casaba con la muchacha, iba a la cárcel o se moría.95 Junto a la vinculación del honor de la mujer con su conducta sexual, encontramos durante el trabajo de campo que el honor en el hombre tiene mucho que ver con el empeño y el cumplimiento de su palabra.96 Esto se nos explicaba con la expresión “palabra de honor, palabra de gallero”. En las riñas de gallo las apuestas se hacen de palabra y los participantes la consideran garantía suficiente para su cumplimiento. Sobre la época de la bonanza son frecuentes las referencias a que los negocios se hacían de palabra, aún a pesar de que implicaban el movimiento de gruesas sumas de dinero. La importancia de la palabra también era de singular importancia en la sociedad hispánica durante el período colonial, donde los arreglos y compromisos verbales entre las personas eran algo bastante común, hecho que se vio fortalecido por el analfabetismo generalizado de la época.97 La fuerza de la palabra también se hace presente dentro de los wayúu. En un fallido acuerdo entre dos grupos wayúu, “se deja constancia que los familiares de la parte agraviante no firmaron alegando que los compromisos entre wayúu se hacen de manera oral”.98 Fallar a la palabra se constituye en una grave ofensa al honor que puede desencadenar en una cadena continua de muertos. Sin embargo, la importancia de la palabra de honor ha cedido con el transcurrir de los años, lo que parece ser señal de una sociedad que empieza a ser regulada cada vez más por la escritura.99 La palabra ya no es garantía de cumplimiento, ante lo que se hace necesario que un acuerdo entre dos partes vaya por escrito y con la firma de cada contratante. De igual forma parecen ya no ser tan frecuentes los casos de hombres obligados a casarse o de mujeres devueltas por el esposo dado su estado no virginal, lo que marca una transición y flexibilización entre la concepción que se tenía del honor –frente a la mujer y la palabra– en familias guajiras de hoy en día.

94 Michel Perrin y José F. Uliyuu Machado, “La “Ley Guajira”, Justicia y venganza entre los guajiros”, Op.cit., p. 91. 95 Comunicación personal Hernán Cotes, periodista, Dibulla, noviembre 18, 2003. 96 Esto es válido para el caso santandereano, así como para La Guajira según versiones orales recogidas en el trabajo de campo. Sobre Santander, véase: Virginia Gutiérrez de Pineda y Patricia Vila, Honor, familia y sociedad, Op.cit., p. 65. 97 Patricia Seed, To love, honor and obey in colonial Mexico, Op.cit., p.65. 98 Constancia Oficina de Legales y Tierras de la Secretaría de Asuntos Indígenas del departamento de La Guajira, Riohacha, mayo 9, 2002. 99 Comunicación personal, Francisco Justo Pérez Van-Leenden, etnolingüista, docente Universidad de La Guajira, noviembre 20, 2003.

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3.2 La familia, ejército de protección. Las ofensas de honor y la culpa colectiva Lo anterior nos sirve para comprender la importancia del honor como mecanismo de regulación social. Como vimos, dado que el honor se construye tanto individual como socialmente, éste condiciona en muchos sentidos el comportamiento de una persona frente al grupo, estableciendo unos límites en la conducta –aunque estos límites no son del todo rígidos y se adaptan a condiciones cambiantes-, cuya transgresión puede llevar a poner en duda el honor de dicha persona e incluso el de su familia. En el caso de los Cárdenas y Valdeblánquez, como vimos anteriormente, una de las versiones sostiene que todo comenzó porque José Antonio Toño Cárdenas se amancebó con una Valdeblánquez, lo que llevó a los hermanos de ésta a amenazarlo de muerte si no accedía a casarse con ella, pues era inaceptable que sostuviera relaciones con ella por fuera del matrimonio. Esto plantea el origen de una disputa de honor entre ambas familias, pero no sabemos si fue la razón que llevó al asesinato de Hilario Valdeblánquez. En todo caso, la muerte de Hilario sí deja en claro una ofensa de honor hacia esta familia, pues como anota Maria Pia di Bella, “Hay una afrenta al nombre del grupo cuando se comete un ultraje, ya sea de palabra o acto, contra uno de sus miembros”.100 Como afirma Pitt-Rivers, una afrenta física es una afrenta de honor que requiere satisfacción por parte del agraviado o los agraviados, pues sólo así su honor será restituido. Esta satisfacción puede darse mediante las excusas del ofensor, lo que implica un acto verbal de autohumillación por parte del agresor, o puede requerir venganza,101 como sucedió con los Cárdenas y Valdeblánquez. Otro camino para poner fin a los agravios, propio de estructuras aristocráticas, es el duelo como la defensa y el reto al honor mancillado.102 También encontramos la vía de la compensación material, que es el proceder dentro de los wayúu, como veremos más adelante. Distintos autores describen el acto de “lavar”, “limpiar” o “vengar” las ofensas cometidas contra el honor en estructuras sociales fundadas en familias y linajes.103 Los grupos sociales poseen un honor colectivo donde la conducta deshonrosa de uno repercute sobre el honor de todos.104 En ese sentido, una ofensa a un miembro se considera como un daño a todo el grupo, quienes están obligados a vengar el perjuicio que ha mancillado el honor y el nombre familiar.

“Un hombre es siempre, pues, el guardián y arbitro de su propio honor, puesto que éste está estrechamente unido a su ser físico, su voluntad y su juicio, para que ningún otro asuma en su lugar las responsabilidades (...) Cuando una persona reacciona a un desaire hecho al honor de otro, sólo puede ser porque el suyo propio esté implicado. Así, según la antigua ley francesa, un miembro de la familia o linaje de un hombre ofendido puede “recoger el guante”, o también uno que le estuviese obligado feudalmente, pero nadie más.” 105

100 Maria Pia di Bella, “El nombre, la sangre y los milagros”, Op.cit., p.206. 101 Julian Pitts-Rivers , “Honor y categoría social”, Op.cit., p.26. 102 Para un estudio sobre el duelo en Europa, véase: V.G. Kiernan, El duelo en la historia de Europa, Honor y privilegio de la aristocracia, Madrid, Alianza Editorial, 1992 (1988). 103 Julio Caro Baroja , “Honor y vergüenza”, J.G. Peristiany, El concepto de honor en la sociedad mediterránea, Op.cit., pp.77-126, p. 85; Trevor Dean, “Marriage and mutilación: Vendetta in late medieval Italy”, Past and present, No. 157, Oxford University Press, noviembre, 1997, pp. 3-36, p. 3. 104 Julian Pitt Rivers, “Honor y Categoría Social”, Op.cit., pp. 35-36. “El honor pertenece a grupos sociales de cualquier tamaño, desde el núcleo familiar, cuya cabeza es responsable del honor de todos sus miembros, hasta la nación, el honor de cuyos miembros está ligado por su fidelidad al soberano”. 105 Ibid., p. 28.

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En su estudio sobre el honor en Cabilia Pierre Bourdieu señala que allí el honor “exige, en efecto, que, como los dedos de la mano, cada miembro de la familia, sucesivamente, por orden de rango de parentesco, se encargue, si es preciso, de cumplir la venganza”.106 El parentesco actúa como un “frente solidario” cuando alguno de sus miembros ha sido victima de alguna ofensa. Ello determina que tanto la ofensa como la culpa se compartan a través del vínculo de la sangre. Para el caso de Santander, Virginia Gutiérrez asegura que el individuo,

“comparte la deshonra que sufre un individuo en su grupo de parentesco, como a cualquier otro de sus miembros. Complementariamente cobija, a cada adulto la honra que se le confiere a un miembro de su sistema de parentesco, como parte del mismo. El principio de sangre se hace evidente en la defensa, la deshonra y la honra”.107

Dentro de sus múltiples funciones, la familia patriarcal brinda protección y seguridad a sus miembros. Es por eso que en Dibulla y otros lugares de La Guajira, se dice que la familia es un “ejército de protección”: la ofensa cometida contra un miembro es considerada como un desaire contra toda la familia. En el caso de los Cárdenas y Valdeblánquez, al ser el parentesco bilateral, no parece haber un patrón estricto que determine los directamente implicados en el conflicto. Lo que sí resulta claro es que el conflicto se transmitió por el parentesco de sangre, haciendo que primos y hermanos de los protagonistas iniciales “recogieran el guante” y reaccionaran a la deshonra recibida. Una descripción detallada de los actores del conflicto y del parentesco que los moviliza hacia el mismo, será tema a tratar en el tercer capítulo.

3.3. La justicia por la propia mano. El conflicto entre honor y legalidad

Uno de los aspectos del honor, es que recurrir a un tercero para resolver un agravio, implica renunciar a la pretensión de resolver los problemas por sí mismo, o como se dice comúnmente, “hacer justicia por la propia mano”. Como afirma Pitt-Rivers, “acudir a la ley es confesar públicamente que se ha errado, y la demostración de la vulnerabilidad de la posición propia pone el honor en entredicho, un entredicho que apenas redime la satisfacción de la compensación legal por obra de la autoridad secular”.108 Para algunos autores, esto encuentra explicación en una tendencia de los individuos a hacer uso privado de la violencia. Según esta tesis, en la mayoría de los grupos sociales, la reputación de una persona depende en parte de su capacidad de ejercer sobre los demás una amenaza creíble de violencia, con el fin de persuadirlos de que los costos de una ofensa o agravio por parte de estos, serían mayores al beneficio recibido. Esta situación prevalece en lugares donde el Estado no detenta el monopolio legítimo de la fuerza, siendo incapaz asumir el papel de un tercero capaz de ser juez neutral en una diputa. Los individuos optan entonces por llevar a cabo las acciones punitivas hacia sus agresores por su propia cuenta, o lo hacen sus aliados o sus familiares, llevando el último de los casos a situaciones donde predomina la venganza de sangre.109 Por su parte, Vila y Gutiérrez de Pineda sugieren que la cultura tiende a evolucionar en forma más lenta que las estructuras institucionales, generando ambivalencias y conflictos entre las tradiciones culturales de un grupo y las instituciones vigentes en un momento determinado.110

106 Pierre Bourdieu, “El sentimiento del honor en la sociedad de Cabilia”, Op.cit., p. 189. 107 Virginia Gutiérrez de Pineda y Patricia Vila, Honor, familia y sociedad, Op.cit., p. 61. 108 Julian Pitt Rivers, “Honor y Categoría Social”, Op.cit., p.30. 109 Daly Martín y Margo Wilson, Homicide, New York, Aldine de Gruyter, 1988, p. 128. 110 Virginia Gutiérrez de Pineda y Patricia Vila, Honor, familia y sociedad, Op.cit., p. 45.

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Para el caso de Santander, las autoras afirman que “primero se apela a la vindicta individual o del grupo ante la ofensa y luego se va al Estado y si el ofendido se hace justicia por sí, ya no apela a la solución normativa institucional, porque se satisface con la cultural y no totalmente a la inversa”.111 En el caso de los Cárdenas y Valdeblánquez, es claro que ambas familias optaron por “hacer justicia por su propia mano”, generando una cadena sucesiva de venganzas de sangre por cerca de 20 años. Las autoridades políticas, judiciales y militares, como se verá en el tercer capítulo, rara vez intervenían y en muchos casos lo hacían como simple espectador e incluso como parte de una u otra familia. Un reportaje realizado por una revista en la época de la bonanza marimbera, cuando ya el conflicto había cobrado dimensiones considerables, contaba que

“A pesar que desde hace más de dos años las familias Cárdenas y Valdeblánquez se encuentran trenzadas en una prolongada vendetta, ni autoridades civiles ni militares han osado siquiera detenerlos a pesar de que todo el mundo saben donde viven. Poseen varios arsenales en el Barrio Cundi, en 20 de julio, por el Parque del Cementerio, en Machupichu y otras partes. Mantienen cada una de las familias ejércitos privados que periódicamente libran batallas en plena calle...”.112

Lo mismo encontramos en los diálogos sostenidos con distintas personas durante el trabajo de campo, donde la respuesta más elocuente fue la de Cayo en la casa de Camilo: “en esa época no había ley, no había nada, no había policía, no había un carajo, eran los mismos pueblos que arreglaban los problemas”. Esta afirmación se sustenta, como vimos en el primer capítulo, con la poca legitimidad del Estado en la zona durante la época de la bonanza, debido a los frecuentes casos de corrupción de la policía y el ejército. Es decir, que el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez se nutrió en este sentido en una doble dirección. Por un lado, al tratarse de un conflicto de honor, los miembros de ambas familias se rehusaron a acudir a las autoridades y optaron por asumir por la propia mano la justicia, siendo el único medio capaz de restituir el honor perdido a las partes. Por el otro lado, esto se vio facilitado por la ausencia o debilidad de las instituciones policivas y judiciales del Estado, incapaces de ejercer el papel de arbitraje en el conflicto. El problema de la justicia con relación al Estado es tan amplio como complejo y aquí hemos tratado solamente de enfocarlo con relación a los conflictos de honor. Volveremos sobre éste en el tercer capítulo al referirnos a la venganza de sangre en los Cárdenas y Valdeblánquez, pues es allí donde se evidencia con mayor claridad el papel de los terceros en el conflicto de ambas familias. Hasta ahora hemos intentado recoger algunos aportes teóricos en torno al honor que resultan de utilidad para el caso particular que aquí nos ocupa. En ese sentido la consideración del honor como valor, con una dimensión interna y externa resultan útiles, en tanto que actúan como mecanismos de regulación de la conducta individual y colectiva de las personas, especialmente en sociedades pequeñas donde prevalecen las relaciones cara-a-cara. También resulta importante la relación del honor con la sangre y el nombre, ya que ponen de presente la distinción del honor de acuerdo al género y la naturaleza colectiva en los conflictos o afrentas de honor. Igualmente, sus diferentes acepciones y grados de adhesión de acuerdo a las jerarquías sociales, que hacen que se constituya en un código que opera principalmente entre iguales. Pero sobre todo, su consideración como capital simbólico, pues demuestra que este no se rige por

111 Ibid., p.62. 112 “Oligarquía y mafia: una llave indisoluble”, Revista Alternativa No.49, septiembre 1-8, 1975, pp.8-9.

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normas estructurales de carácter mecánico, sino que implica la existencia de un sistema de disposiciones estructuradas en forma de prácticas, que se adaptan constantemente a coyunturas en las que intervienen actores que poseen intereses dirigidos a la acumulación de capital simbólico. Por último, trataremos de describir el papel de la reciprocidad en los wayúu, que en muchos aspectos se encuentra vinculado al problema del honor, y finalmente analizaremos su influencia sobre la cultura mestiza y los conflictos entre familias guajiras.

4. El principio de reciprocidad wayúu y su influencia en la cultura mestiza

Muchos autores coinciden en afirmar que los indígenas wayúu no sucumbieron al dominio español, gracias a un carácter aguerrido e independiente que les permitió conservar sus costumbres y preservarlas en muchos aspectos hasta la actualidad.113 Según el historiador Eduardo Barrera, esto fue posible gracias a un principio denominado reciprocidad, el cual constituye el sistema neurálgico de dicha sociedad indígena, al atravesar todas sus actividades económicas, morales y de derecho.114 Conforme a este principio, todos los dolores, ofensas y males causados a alguien deben implicar el pago de una compensación a la víctima, en lo posible equivalente a la magnitud del daño. Cuando los ofensores no cumplen con la obligación de restituir el daño causado, se pueden generar conflictos, definidos por Weildler Guerra como “oposiciones causadas por la estructura misma de la organización social, las cuales generan tensiones en el corazón mismo del sistema”.115

Estos conflictos, según este antropólogo, hallan su explicación en factores como el control de áreas territoriales y recursos naturales, el hurto de ganado y procesos locales de jerarquización social. Dichos factores pueden llegar a generar tensiones entre grupos familiares distintos, los cuales establecen diferentes grados de responsabilidad y reciprocidad entre los parientes uterinos del ofendido. Cuando las partes –ofensor y ofendido- no llegan a un acuerdo, pueden desencadenarse enfrentamientos armados o una situación de guerra, que “según el concepto guajiro, es la situación agresiva cuya tensión no puede ser eliminada por el sistema normal de pagos y entonces sólo la destrucción completa de uno de los contendientes conduce a la eliminación del conflicto”.116 Los wayúu tienen establecido un sistema de compensaciones materiales como medio de pago de las ofensas e intermediarios especializados o palabreros (pütchipu‘u) con el fin de evitar la guerra, y antes de decidirse por esta opción, proceden a un minucioso cálculo de costos y beneficios, con lo cual se desvirtúa la tendencia a calificar sus conflictos como actos irracionales donde impera la “Ley del Talión”, ojo por ojo, diente por diente.117 Según Saler, los wayúu pueden optar por a) abstenerse de culpar o actuar contra alguien, b) adelantar una venganza violenta o c) exigir compensación económica. En este sentido, como afirma Barrera, también se desvirtúa la imagen colonial que trascendió a la

113 Al respecto véase los trabajos de: Eduardo Barrera Monroy, Mestizaje, comercio y resistencia; Milciades Chaves, “La Guajira: una región y una cultura de Colombia”, Revista colombiana de antropología, vol.1, no.1, Bogotá, junio 1953, pp.123-195; Gloria Triana, “El Mestizaje”; Hernán Darío Correa, “Los wayúu: pastoreando el siglo XXI”; Alberto Rivera, “La metáfora de la carne sobre los wayúu en la península de La Guajira”; Roberto Pineda Giraldo, “¿Dos Guajiras?”. 114 Eduardo Barrera Monroy, Mestizaje, comercio y resistencia, Op.cit., p.45. 115 Weildler Guerra, “Los conflictos interfamiliares wayúu”, Op.cit., p.82. 116 Milciades Chaves, “La Guajira: una región y una cultura de Colombia”, Op.cit., p.168. 117 Benson Saler, Principios de compensación, Op.cit., p.5.

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república, “según la cual los wayúu poseen una sociedad de “no civilizados”, “vengativos” y “violentos”. La ley wayúu es “efectiva”, tanto más, cuando produce bajos niveles de impunidad”.118 De un tiempo para acá, oficinas gubernamentales de La Guajira han venido cumpliendo las veces de un tercero en los conflictos wayúu, empleando en algunas ocasiones genuinos palabreros.119 Su intervención, sin embargo, no es siempre garantía de la consecución efectiva de un arreglo. En un caso, referido al conflicto entre dos castas wayúu, Ipuana e Ipuana-Epiayú, a raíz de la muerte del niño Daniel Ipuana, no se logró acuerdo alguno. Una comunicación de la Secretaría de Asuntos indígenas sostiene que “a pesar de la intermediación presentada en dos ocasiones ante este despacho no se llegó a ningún acuerdo satisfactorio entre las partes. Ya que no contamos con los mecanismos coercitivos para seguir adelante con esta diligencia recomendamos a la Justicia Ordinaria tomar las previsiones legales al respecto”.120 Al preguntar por el desenlace de ese caso en particular, la respuesta fue tajante: “Están en guerra”. Ello evidencia la forma en que la venganza de sangre entre los wayúu suele surgir como la última instancia de una negociación fallida.

4.1 La importancia del parentesco en los conflictos wayúu

En los wayúu, al igual que en sociedades donde prevalece la solidaridad del parentesco, una ofensa cometida a uno de sus miembros se considera dirigida contra todo el grupo familiar, el cual se moviliza como un “frente solidario” que brinda respaldo al individuo.121 Es allí donde más fuerza adquiere el parentesco, que señala a aquellos quienes están obligados a respaldar al ofendido. Cuando sucede una muerte (daño a la carne) entre los wayúu, son los parientes uterinos de la victima quienes están obligados a actuar, al ser la carne el vínculo que los une.122 Al mismo tiempo, el parentesco determina quienes son los posibles blancos de un ataque como represalia a la ofensa cometida:

“Al escoger la víctima potencial de sus ataques, los wayúu reflejan la lógica que gobierna sus contiendas. Su conexión con las formas de parentesco y por ende con su organización social vigente. El tío materno de un homicida y los hermanos biológicos y clasificados de éste son los blancos deseados de la represalia”.123

Entre los wayúu, una sociedad marcadamente jerarquizada, “el individuo es visto, principalmente, como un miembro de un grupo de parientes con una posición social

118 Eduardo Barrera Monroy, Mestizaje, comercio y resistencia., Op.cit., p.49. 119 En visita del 5 de noviembre del 2003 a la Oficina de Asuntos Indígenas con sede en Riohacha, se revisaron casos de conciliación referidos a quejas presentadas a la oficina. Estas se referían principalmente a ofensas verbales y físicas, problemas conyugales, accidentes de tránsito, homicidio, problemas de tierras, deudas y hurto de ganado. Ver: Weildler Guerra, La disputa y la palabra, Op.cit., pp. 197-202. 120 Constancia Oficina de Legales y Tierras de la Secretaría de Asuntos Indígenas del departamento de La Guajira, Riohacha, mayo 9, 2002. 121 Virginia Gutiérrez de Pineda, La Familia en Colombia Trasfondo Histórico, Op.cit., pp. 40, 53-55. 122 Weildler Guerra, La disputa y la palabra, Op.cit., p. 76-77. “Las obligaciones con los parientes uterinos del padre (o‘upayuu) pueden comprender el derecho a solicitar compensación económica por las lágrimas derramadas a causa de la muerte de su hijo, a recibir el precio de la novia y percibir compensación económica sobre un tipo de lesiones específicas como las heridas, puesto que en ellas se produce derramamiento de sangre. La sangre, es dentro del conjunto de creencias wayúu el aporte masculino en la procreación...”, p. 76. 123 Ibid., p. 77.

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determinada”.124 El valor del individuo se fija con relación a la importancia y a la posición que lo distingue dentro del clan, hecho que determina la gravedad de la ofensa y el monto exigido como compensación acorde con su valor. La poliginia en relación al honor también juega un importante papel como factor de propiedad y prestigio, que puede convertirse en fuente de competencia y rivalidad.125

4.2 Blanco lo hizo, blanco lo paga. La reciprocidad entre wayúu y alijunas

Los wayúu lograron imponer el código de reciprocidad a sus vecinos no wayúu –a los cuales denominaron alijunas-,126 entre ellos a los colonos peninsulares, dando origen al tradicional dicho de “blanco lo hizo, blanco lo paga”.127 Estos últimos, quienes denominaron “indios guajiros” a los wayúu, no lograron conquistar y colonizar su territorio y tuvieron que vivir replegados en Riohacha y otros poblados al sur del río Ranchería, convirtiéndose éste en una línea divisora entre ambos grupos.128 Sus relaciones dependieron en gran medida del principio de reciprocidad, el cual terminaron adoptando los españoles en los conflictos con los indígenas, al verse amenazados en muchas ocasiones estos, teniendo que llegar a hacer uso de palabreros para buscar solución al conflicto.129 Esta situación se prolongó durante el régimen republicano y ha logrado permanecer vigente en las relaciones wayúu-alijuna. El antropólogo Alberto Rivera, quien realizó un trabajo de campo en La Guajira durante 1973, observaba que muchas instituciones wayúu operaban en las comunidades mestizas como Maicao, donde se encontraba generalizada la práctica del cobro derivada del principio de reciprocidad.130 Por su lado, Hernán Darío Correa y Socorro Vásquez, refieren la acuñación del guajirización durante la época republicana, como una forma de aculturación de los funcionarios nacionales por los wayúu, cuyo sistema de reciprocidad se sigue aplicando en sus relaciones interétnicas con agentes de la sociedad nacional.131 Podemos decir que la vigencia de las instituciones wayúu en La Guajira se debe también a las relaciones de mestizaje. Según estudiosos del tema, el mestizaje entre wayúu y alijunas ha seguido un patrón caracterizado por matrimonios entre mujer india y hombre alijuna, residiendo la pareja en el lugar de residencia de la mujer,132 denominado apüshi.133 Gracias a esto, los hijos aprenden la lengua materna y heredan costumbres propias wayúu. Como señala Gloria Triana,

124 Ibid., p. 175. 125 Daly Martín y Margo Wilson, Homicide, Op.cit., pp. 132-133. 126 El término Alijuna permanece vigente en la actualidad y como anota Michel Perrin, “designa a los blancos en general y, más específicamente, a los representantes venezolanos o colombianos de la sociedad occidental, mestizajes variados de blancos, negros e indios, a los que se llama “criollos”, “civilizados” o “mestizos”, según la posición del que habla”. Michel Perrin, “Creaciones míticas y representación del mundo: el hombre blanco en la simbología Guajiro”, Antropológica, no. 72, 1989, Caracas, pp.41-60. p.43. 127 Milciades Chaves, “La Guajira: una región y una cultura de Colombia”, Op.cit., p.188. 128 Eduardo Barrera Monroy, Mestizaje, comercio y resistencia, Op.cit., p.74. 129 Ibid., p.49. 130 Alberto Rivera, “La metáfora de la carne sobre los wayúu en la península de La Guajira”, Op.cit., p.110. 131 Hernán Darío Correa y Socorro Vásquez, “Los wayuu. Entre juya (“el que llueve”), Mma (“la tierra”) y el desarrollo urbano regional”, Op.cit., p.244. 132 Roberto Pineda Giraldo, “Informe preliminar sobre aspectos sociales y económicos de La Guajira”, Op.cit., p.534; Eduardo Barrera Monroy, Mestizaje, comercio y resistencia, Op.cit., p.44. 133 El apüshi hace alusión a un asentamiento wayúu más que a una unidad política, social y económica independiente, donde residen miembros vinculados entre sí por lazos de consanguinidad o afinidad. Otto Vergara González, “Los Wayú. Hombres del desierto”, Gerardo Ardila (ed.), La Guajira, Op.cit., pp.139-161, p.151.

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“cuando este mestizo habita en la ranchería de su madre, vive, piensa y siente como indígena, aunque lleve pantalones y camisa, y hable español con los extraños”.134 Este mestizo es definido por Milciades Chaves en los siguiente términos:

“Hombre inteligente; de aristas psicológicas difíciles de captar; domina dos idiomas; es valiente y temerario; intrigante; siempre con dos cartas en la mano para jugar la que mejor le convenga; se atiene al derecho colombiano o a la costumbre guajira, según las circunstancias; conservador o liberal en política según la filiación de su padre; colombiano hasta el tuétano, ya que pesa en él la solidaridad de grupo; vengativo como el guajiro y orgulloso de su estirpe...Es el mestizo el que ha llevado la nacionalidad colombiana a la Península y por lo mismo reclama mejor atención a la que tiene sobrado derecho”.135

Esta apreciación es un buen retrato de lo que podríamos llamar hoy en día guajiro, que como anota Pineda Giraldo, “a mediados de siglo era equivalente de indígena, de wayúu; guajiro, hoy, tiene una connotación distinta: el habitante del departamento de La Guajira, sea indio, mestizo, blanco o mulato”.136

4.3. El conflicto mestizo

Lo anterior resulta fundamental para comprender el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez, pues diversas referencias al mismo, así como a otros sucedidos entre otras familias guajiras, atribuyen su desenlace a “costumbres guajiras” propias de los indígenas wayúu.137 Algunos llegan incluso a afirmar que se deben a “leyes guajiras”, señalando que estas han “mantenido una cantidad de familias en guerra hasta el punto de que el nieto venga el asesinato del abuelo, ya sea con el autor o con cualquier pariente suyo, y así sucesivamente sin encontrar un final”.138 Esta afirmación resulta contradictoria, pues como hemos tratado de mostrar, la ley guajira o wayúu, basada en el principio de reciprocidad, busca precisamente reducir los riesgos que puedan generar conflictos mayores, por medio del sistema de pagos y los intermediarios especializados o palabreros. Es cuando fallan estos mecanismos que altercados menores pueden desatarse en conflictos de la larga duración. Como anota Pineda Giraldo:

“El palabrero no siempre logra su fin, por la codicia exagerada de los unos y la mala voluntad de los otros. Llega así un momento en que el componedor no puede más y al quedarse el problema sin solución pacífica, se fija la guerra como única fórmula aceptable entre los dos bandos enemistados, guerra defensiva para los del clan ofensor, y ofensiva para los otros. Guerra a muerte, sin límites de tiempo y de espacio, sin misericordia para nadie...”139

En ese sentido el trabajo de Claudia Cáceres sobre el conflicto social en La Guajira, distingue entre la guerra tradicional y la guerra mestiza.140 La primera, propia de los wayúu, se desarrolla

134 Gloria Triana, “El Mestizaje”, Op.cit., p.118. 135 Milciades Chaves, “La Guajira: una región y una cultura de Colombia”, Op.cit., p.191. 136 Roberto Pineda Giraldo, “¿Dos guajiras?”, Op.cit., p.271. 137 Véase por ejemplo: Guillermo Rodríguez Navarro, et.al., Mapa cultural del caribe colombiano, Op.cit., p.125; Milciades Chaves, “La Guajira: una región y una cultura de Colombia”, Op.cit., p.163; José Daza Sierra, “Marihuana, Sociedad y Estado en La Guajira”, Tesis de grado de sociología, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1988, p.113; Alfredo Molano, Contribución a una historia oral de la colonización de la Sierra Nevada de Santa Marta, Op.cit., p.7. 138 Darío Betancourt y Martha García, Contrabandistas, marimberos y mafiosos, Op.cit., p.65. 139 Roberto Pineda Giraldo, “El indio guajiro. Bosquejo etnográfico”, Op.cit., p.77. 140 Claudia Cáceres, “Tácticas y Estrategias en el Conflicto Social de La Guajira”, Op.cit., p. 49.

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después de haber por instancia de negociación que busca la compensación y la conciliación. La guerra mestiza, por el contrario, no evoca mecanismo de conciliación y posterior a la ofensa busca la venganza. En ese sentido se habla de una transculturación inversa, denominada “contraculturación”, que se refiere a “la asimilación de patrones culturales indígenas por parte de la población civilizada, blanca o urbana”.141 Se ve cómo el problema de los conflictos entre familias guajiras no wayúu, es precisamente que no existen este tipo de mecanismos, que en los wayúu conforman un complejo denominado bajo el nombre de ley guajira o wayúu. En ese sentido el conflicto entre los Cárdenas y Valdeblánquez, al igual que otros entre familias de mestizos guajiros, sería una transformación del proceder wayúu, al no contemplar los mecanismos pacíficos para llegar a una solución capaz de evitar el desencadenamiento de un conflicto violento.

“La operatividad automática de la ley indígena (“el que la hace la paga”) fue aprehendida por la población “civilizada” con consecuencias desastrosas, debido a que, mientras en la misma ley indígena encontramos una mediatización de negociaciones que pueden terminar en feliz arreglo por pago (en dinero, animales, prenda, etc.), este tipo de negociaciones no se dan, por regla general, en el mundo “civilizado”, puesto que allí sí entran en juego factores como el honor y la dignidad, que para el indígena tiene una valoración diferente. Nos encontramos, entonces, con que la “ley guajira” resultó siendo mucho más automática, directa e irracional en manos de los “civilizados”, lo cual derivó en la institucionalización de la ya legendaria y temible venganza guajira”.142

Ni los Cárdenas ni los Valdeblánquez tienen ancestros wayúu que puedan ser ubicados en sus árboles genealógicos. Pero como anotábamos en el primer capítulo, los wayúu están muy presentes en la historia de poblamiento de Dibulla. Este lugar fue por mucho tiempo sitio de paso para ellos, quienes se desplazaban hasta allí desde su territorio en tiempos de verano buscando agua y comida para sus ganados. Al lado de los wayúu, cimarrones, indígenas de la Sierra Nevada y colonos españoles, estuvieron presentes en el proceso de poblamiento del territorio comprendido en la actualidad por Dibulla. De los contactos culturales y biológicos que sostuvieron estos grupos humanos por varios siglos, fue surgiendo poco a poco el dibullero, cuya identidad local sólo encuentra una explicación en la suma de diversos elementos, algunos de los cuales pudimos identificar en la investigación.

Al rastrear los orígenes y las causas del conflicto entre los Cárdenas y Valdeblánquez, encontramos que las distintas versiones que sobre éste nos proporcionaron los dibulleros, describían un fenómeno que no hallaba una única respuesta, sino que, por el contrario, era la articulación de muchas respuestas o explicaciones en distintos órdenes a una misma historia. El trabajo consistió entonces en ordenar las piezas de un intrincado y espinoso rompecabezas. Esto nos llevó a concluir que así como en el dibullero se funden rasgos de orígenes culturales distintos, el conflicto es también un fenómeno que revela a profundidad algunos de estos rasgos. Sólo de esta manera podemos explicar por ejemplo el hecho de que se vinculen dos orígenes distintos al conflicto, uno ligado al robo de objetos sagrados de los kogui por parte de miembros de ambas familias y un lío de faldas, relatado de formas variadas y poco precisas, que dio paso a un conflicto de honor entre ambas familias. Por otro lado, la referencia al honor nos llevó a examinar este concepto, analizando su importancia en las sociedades mediterráneas y la vigencia

141 Ángel Acosta Medina, “El hombre guajiro: descubrimiento y ‘nacionalización’ ”, La Guajira 35 años. Premio Departamental de Ensayos, Bogotá, Fondo Mixto para la promoción de la Cultura, Imprenta Nacional: 2000, pp. 57-76, p. 73. 142 Ibid., p. 74.

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del mismo en las estructuras sociales de lugares como La Guajira, donde todavía opera como un código regulador de las relaciones entre individuos y familias. Con el honor, tratamos de describir algunos aspectos del código de reciprocidad wayúu y su influencia en La Guajira, donde la “ley guajira” todavía juega un importante papel, no sólo en las relaciones wayúu-alijuna, sino entre los mismos guajiros, como es el caso de los Cárdenas y Valdeblánquez.

Sin embargo, lo que articula tanto el honor como la reciprocidad y su relación con los conflictos, es el parentesco. El parentesco representa la estructura social que regula la manera en que los individuos se organizan, al tiempo que constituye un capital social conformado a partir de las obligaciones que implican ser miembro de un grupo. Resultaba obligatorio presentar un breve acercamiento a la estructura que asume el parentesco en la familia dibullera de ese entonces. Este tipo de familia se caracterizaba por su extensión y por la frecuente presencia de formas de poliginia, donde el hombre mantenía uniones en lugares diversos e incluso con grupos culturales distintos (indígenas kogui, wayúu y europeos). Este hecho le permitía al dibullero extender el parentesco a poblados y ciudades vecinas, asegurándose una descendencia numerosa producto de los hijos que tenía con mujeres distintas. En esa medida el hombre era la figura que congregaba a su alrededor el conjunto de la familia extensa y en quien reposaba la autoridad familiar. Este hecho cambiará con la bonanza y con el conflicto, ya que la edad dejará de ser el criterio único de la autoridad familiar, en donde empiezan a tener mayor importancia la capacidad económica y militar, como elementos que hacen que en torno suyo se congregue la familia. Se refirieron algunas particularidades de la familia dibullera tales como la manera en que el apellido se transmite principalmente por vía paterna acorde con la forma hispánica, pero también por vía materna siguiendo el esquema wayúu. De igual forma se pudo comprobar cómo el matrimonio católico es posterior a la unión de hecho y al nacimiento de los hijos. Asimismo la importancia del compadrazgo que permite extender el parentesco a terceros mediante el bautismo. La afirmación “aquí en la Guajira todos somos primos, compadres”, muestra cómo en sociedades pequeñas el parentesco es difuso y extensible a un amplio conjunto de personas allegadas. Las relaciones de parentesco consanguíneo, afín y de compadrazgo se constituyen en el capital social con el que cuenta el individuo, hecho que cobra una importancia significativa en casos de conflicto. Esto refleja la referencia que pudimos constatar durante el trabajo de campo frente a la actuación de la familia como un ejército de protección. El honor en su dimensión colectiva involucró a distintas y determinadas parentelas, no a todos aquellos que portaban uno u otro apellido, ni tampoco a aquellos que compartían un mismo vinculo con un antepasado común. Como se verá en el tercer capítulo, estas parentelas se movilizaron y respaldaron a los protagonistas iniciales debido a una mayor ‘cercanía’ con éstos, integrándose al conflicto a través de distintas líneas de parentesco. Es el momento de pasar a revisar el desarrollo del conflicto, de la ‘guerra’, tal y como la rememoran las narraciones orales.

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III. LA GUERRA 1

Los días en Dibulla fueron más que agradables. Nuestro paso por allí nos ha representado una buena cantidad de información recopilada y gratos recuerdos. El refrescante baño matutino de agua salada y dulce en el mar Caribe y en el río Jerez. Las deliciosas arepas de queso al desayuno, la bandeja de pescado frito donde Fátima y los grasientos pastelitos en la esquina caliente por la noche. Ya es hora sin embargo, que este par de cachacos sigan su camino. Tan pronto llegamos a Casa Aluminio2, tomamos un bus que cubre la ruta Riohacha - Santa Marta. Avanzamos por la Troncal al compás de videos vallenatos proyectados en el televisor del bus y pronto Mingueo y Palomino quedaron atrás, al tiempo que incursionamos en el departamento del Magdalena. Deambulamos por las calles samarias, sumidos en la búsqueda de personas claves, todo el mundo oyó o vio algo, tiene algo que contar. Sin embargo las voces son dispersas, retazos aislados que construyen una historia llena de parches y recuerdos imprecisos.

Foto 24. Parque San Miguel, Santa Marta Foto 25. Esquina de la Candela (calle 20 con Cra. 8ª) Santa Marta Ya habíamos tenido una cita cancelada. Un sujeto afín a los Valdeblánquez se disculpa por el teléfono, confesando que para él resulta difícil hablar al respecto. No hallamos otro lugar más adecuado para entablar una nueva conversación que el Parque San Miguel en el centro de Santa Marta, donde esperamos a un profesor samario que amablemente ha aceptado entrevistarse con nosotros. Diagonal al cementerio vemos de reojo la casa de los Cárdenas. Nos acompaña Memo, el taxista que nos llevó a nuestra cita y a quien hemos invitado a una cerveza. El calor nos obliga a apresurar cada sorbo, una vez que la cerveza se caliente, tomársela es una labor digna de elogios. Preguntamos a Memo qué recuerda de esa historia que en ocasiones se desarrolló donde nos encontramos e hizo de este parque escenario de bombas, balas, muertos y heridos. En aquella época este sitio era llamado la esquina de la candela, nombre que iba a llevar la telenovela de RTI que nunca se realizó. Cerveza en mano, escuchamos lo que nos dice Memo: “Lo que sé es que ellos inician para solventar la guerra con el contrabando, con un mixto. Un mixto es uno de esos camiones que tú vas a ver mañana temprano, que salen de los pueblos de la troncal con plátano y pasajeros hasta Santa Marta, hasta el mercado de Santa Marta. Ellos lo utilizaban para llevar cigarrillo y whisky, de allí era que ellos se costeaban todo, las armas y las vainas. Después es que entra la bonanza. Pero primero, el fuerte era el contrabando, ya. La marihuana entra en los setenta y pico. Después cuando empieza, cuando crea el liderazgo

1 Esta parte se elaboró a partir de diferentes entrevistas realizadas en Santa Marta, Barranquilla, Riohacha, Villanueva y la Sierra Nevada de Santa Marta (alto Guachaca) entre octubre y diciembre de 2003. 2 Casa Aluminio es el paradero sobre la Troncal del Caribe que sirve como punto de entrada y salida de Dibulla.

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Enrique Coronado, entonces empiezan a meter marihuana en el mismo mixto, ya, inclusive la metían ahí por la casa; los patios, eso llevaban los bultos y de frente parqueaban, metían, porque había mucho lote desocupado, una casa aquí, la otra aquí, la otra aquí. Entonces metían el camión por la parte de atrás del patio y por ahí tiraban los bultos, cha cha cha, ya, y eso era a la luz pública, los grupos manejaban las autoridades”. Mientras Memo hablaba, llega a la hora fijada el profesor, quien se incorpora en silencio a la conversación. Después de los saludos de rigor, le ofrecemos una cerveza, la cual acepta gustoso y da paso a una prosa elocuente que con gran interés en el tema, complementa lo dicho por Memo: “Claro compadre. Creo que eso es por allá en el setenta, cuando están inaugurando la Troncal, es cuando se viene para acá toda esa masa guajira, es cuando se entroniza la violencia, porque nosotros ese tipo de violencia no la conocíamos. Antes del boom de la marihuana no conocíamos eso. Los guajiros comienzan a eliminar al comerciante gringo, entonces después el gringo tiene miedo de venir y aquí obligan a que hagan contrato directo, nosotros sembramos, te la mandamos y tú nos pagas a nosotros, ya tú no tienes nada que ver, y aceptan esa cuestión. Claro, y por eso los gringos no quisieron venir más aquí y buscar la plata, porque es que el gringo venía para exhibir su mercancía, lo mataban, se le quedaban con la mercancía y con la plata. Así fue como hizo el marimbero criollo para quedarse y los más poderosos fueron los guajiros”. “¡No jodaaaa! profe, que el Guajiro fue temido, los guajiros eran tan temidos en los años setentas, no más te comento”, exclama Memo, sin siquiera parpadear.

Los Guajiros en la bonanza marimbera Foto 26. Foto 27. Foto 28. Foto 29. Foto 30. Foto 31.

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“Y tú recordarás, estaban Lucky Cotes, estaban los Padilla, los Roy, todos guajiros- insiste el profesor-. Aquí comienza a ser un gran señor de la marihuana Maracas, de apellido Aarón, Rafael Aarón. Empieza a ser importante Luis Quesada, alias Lucho Barranquilla, lo conocí desde niño porque vivió frente a mi casa; siendo barranquillero era turrero, el turrero era la persona que se metía a un barco, compraba allá dólares, compraba cigarrillos y salía a venderlos en la calle, eso fue Lucho. Entonces, qué sucede, que la primera plata que entra, los culupuyús que llamaban, empiezan a permear la sociedad samaria. Entonces empiezan los Dávila, los mismos Vives, familias samarias. Todo eso permeó, el que menos tú te imaginas. Aquí había tipos estudiando agronomía y tú los veías, eran los pequeños eslabones de la economía de la marihuana. Pero el problema fue que a nosotros nos tocó el marimbero de baja calidad empresarial, nos tocó. Esos se dedicaron a tener todas las mujeres posibles, a comprar casa, darle los muebles, tener taxi y matar gente”. “¿Culupu...yú?”, balbuceamos la palabra sin poder digerirla del todo. “Yo a los culupuyú les tenía miedo, -confiesa Memo, a lo que continúa explicando-, culupuyú significa aquel que se la quiere tirar de don Juan, aquel que se quiere hacer célebre a costa de llevarse hasta los derechos de los demás, a través de las armas. A raíz de eso es que hay un grupo que le llaman el combo de los cacha fuera, que usaban las armas atrás y a esos les decían los culupuyú, porque la parte larga del revolver iba a dar allá, al ano, que uno llama culo. Se lo metían en el rabo”. “Entonces vamos a aterrizar ahora sí en la parte de la marihuana, -interviene el profesor-. Si bien hubo pelea entre grupos dedicados a la cuestión de la marihuana, no siempre fue por el negocio de la marihuana, fue por cualquier otra cosa, peleas de borracheras, peleas de no se qué. La cuestión de los Cárdenas tampoco fue por marihuana, fue una pelea familiar. Eso fue una guerra que no tuvo nada que ver con la marimba. El negocio era el que les daba el billete”. “Lo que pasa es que lo que diferenciaba mucho a los traquetos como el Mono Abello -expone Memo -, era que el Mono Abello era samario y el samario es más abierto, no eran tan celosos con las mujeres, si me explico, así se diferenciaba la vaina. Los guajiros son muy celosos porque allá es matriarcado, el hombre depende de la mujer, la pone como número uno y pide respeto”. Pedimos otra ronda de cervezas. Dos nuevos miembros se unen a nuestra conversación. Un embolador y su cliente de turno, escuchan lo que hablamos desde la banca de enfrente. El hombre, cuyos zapatos blancos están recibiendo brillo y betún, se presenta: es de apellido Cotes y natural de Dibulla. La cara, las facciones y el acento del embolador lo delatan, es cachaco. Memo parece haber olvidado que le espera un día de trabajo en el taxi y amañado con la cerveza prosigue: “De los Cárdenas dicen que fueron hombres que tenían muchas mujeres, muchas mujeres, el poder del dinero y toda esa cuestión. Eran tipos que tenían siete y ocho mujeres y con todas tenían dos, tres hijos, y entonces de pronto por seguridad para sus hijos, siempre tienen el apellido de la mamá”. “También porque antes a un hijo natural se le ponía el apellido de su mamá -reflexiona el profesor-. Ahora no porque hay igualdad de condiciones”.

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“Allá en Dibulla dicen que uno se echa el apellido que quiera: el del papá o el de la mamá adelante -confiesa el señor Cotes-, son como los rezagos de la estructura matrilineal. Mucha gente se echa el apellido de la mamá y como sucede que los hombres tienen varias mujeres, como entre los wayúu, entonces muchos pelaos se echan el apellido de la mamá”. “¿Pero los Valdeblánquez y los Cárdenas eran indios?”, -inquirimos inocentemente como si fuéramos una sola voz-. Memo se dispone a contestar, cuando es el señor Cotes quien lo interrumpe y responde tajantemente: “No”. “Pero de descendencia sí -argumenta Memo a la par que limpia el sudor de su frente-, tú miras todos sus ancestros y si tú miras quién fue la mamá de ellos y de qué familia venían, verás que toda esas raíces vienen de las raíces esas indígenas, wayúu. De pronto la idiosincrasia de la forma como fueron criados, verdad, esa sed de venganza, porque allá en La Guajira hay una ley que viene desde los indios, que la sangre de ellos se paga es con sangre…” “Pero ellos no eran indios. Ellos eran este, personas como yo -nos explica el Señor Cotes-, ellos no sabían ni el idioma. Somos guajiros pero no sabemos el idioma. No eran hijos de indios ni nada, nada de eso. Ya los indios parten de Maramaña para arriba”. “Hasta donde yo tenía entendido los Cárdenas son indios -declara el profesor-, tienen hijos indios, los Barros, los Barniza, los Pimienta, ellos vienen de esos clanes wayúu, Epinayú. Es que allá en La Guajira se iba la parte tribal, lo que pasa es que los indios arreglan mejor los problemas, tienen un palabrero que intercede entre las partes. El proceso de transculturación wayúu ha sido marcado, muy fuerte y como allá también hay enormes procesos de mestizaje que todavía marcan más el asunto, es muy difícil que una familia allá no tenga una familia de origen wayúu”. “No profe, estas familias no –replica el señor Cotes pausadamente-. Yo soy Cotes por ejemplo, que hay unos Cotes que están unidos con los indios, pero nosotros en sí no, aunque yo tengo descendencia india. Tengo una mujer que es india y es de los Cotes, esos hijos de ella llevan los mismos apellidos míos. Nosotros por ejemplo no somos familia con los Cárdenas. Nos vimos envueltos en ese problema por el lado de los Cotes, un apellido que ya ellos no llevan, los Cárdenas”. “Sí, puede que estas familias no tuvieran ancestros indios –reconoce el profesor-, pero no podemos negar esa influencia cultural de lo wayúu. Entonces cuando nos encontramos con la familia Cárdenas y la familia Valdeblánquez, que no son familias nucleares sino familias extensas, había todavía más primos metidos y eso pasó a ser una guerra tribal, que afectó a muchos miembros de esas dos familias” “Es verdad –concede el señor Cotes-. Eso se trasladó de un núcleo a otro, sí, de un núcleo familiar a otro. De dónde empieza el problema, de dónde empieza la raíz del problema, de eso se apersonan otros familiares y la imagen de la situación, digamos dramática, se traslada a ellos; y son los que le dan más trascendencia porque fueron afectados también, el problema se les traslada prácticamente a unos primos de donde nace la situación”.

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“Cuando hay muerto compadre, ahí es cuando se viene el problema...”, exclama Memo y acto seguido bebe un trago de cerveza. “Así es –asiente de nuevo el señor Cotes-. Es que los afectados del muerto no entienden el porqué tuvo que habérsele sacrificado. De pronto ellos sí lo miraron por una cosa que se pudo arreglar, pero que no se arregló, hubo un muerto. Eso ya cuando hay un muerto en nuestra cultura no es fácil arreglar ese problema, aquí ya no hay plata, aquí ya no hay acuerdo, ya hay que matar a otro. Y si hubo un muerto hay que vengarlo, el problema de la venganza que de pronto lo heredamos de las raíces indígenas, como dice el profesor. Después del primer muerto hubo muertos de este lado, otro muerto de allá. Estos de aquí, los parientes míos, se fueron para la Alta Guajira, pero venían. Venían, iban a Santa Marta, venían, se iban para allá. En ese terreno hubo otro muerto de ese lado, el segundo de la pelea”. “¿Quién fue el segundo muerto?”, preguntamos de la manera más casual, intentando disimular nuestra curiosidad. “Fue el señor Emiro Cárdenas –sentencia el señor Cotes con una mueca de fastidio en su rostro-. El primero fue del lado de los Valdeblánquez, Hilario. Y ahí siguió”. Es evidente que no le resulta para nada grato hablar al respecto. Hablar sobre Cárdenas y Valdeblánquez pronto se traduce en una larga secuencia de muertos desatada con la sangre derramada de Hilario Valdeblánquez, el primer muerto en contienda. Dibulla pronto se queda pequeña para las dos familias. El silencio que ha invadido la conversación nos hace mirar hacia la casa de los Cárdenas. Sus tejas de barro, su reja negra y su silencio la muestran como un vestigio mudo de la historia. “Los Cárdenas decidieron venirse para Santa Marta y cogieron aquella casa –comenta el señor Cotes rompiendo con su letargo y señalando con su mirada-. Ahí establecieron el cuartel general y empezaron a hacer unos disparates, porque andaban súper paranoicos. Cualquier persona que ellos no conocieran que pasara dos veces por la calle lo mataban. Los Valdeblánquez se vinieron de La Punta y se aliaron con la brigada de Barranquilla....” Casa de los Cárdenas, ayer y hoy

Foto 32. Foto 33.

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“Yo conozco algo de esa historia -cuenta Memo con los cachetes colorados producto de la cerveza y el calor-. Los Valdeblánquez llegan a Santa Marta a un barrio que se llama Veinte de julio. Ellos vivieron casi todos por la misma zona”. “Esa gente se adueñaron de Barranquilla y de Santa Marta, a Cartagena no los dejaron entrar –evoca jocosamente Chucho, el embolador-. Y eso era échese plomo, tanto allá como acá, y el gentío acá armado, esa gente. En la entrada de Cartagena había un retén, y cuando iban entrando los carros señor la cédula, Valdeblánquez, se va pa tras, Cárdenas...recuerdo...” “Era bastante invivible Santa Marta –dictamina Memo-. Santa Marta por ser una ciudad en ese entonces más bien pequeña y dos familias tan grandes, porque eran familias grandes. Tú veías en una casa de ellos viviendo tres primos, cuatro sobrinos, dos tíos, entonces ya esos otros iban trayendo el primo, el hermano, eso iba creciendo. Yo recuerdo que en la casa les arrendamos una pieza. Una pieza, y ahí vivieron dos hermanos y fueron asesinados. Hubo una emboscada en toda la avenida del Libertador, ellos venían para acá para Riohacha y ellos iban en un Toyota, de esos viejos, esos camperos. Y yendo por la avenida del Libertador como con 22, 22 o 23, allí se les atraviesa un carro y masacran a todos los seis que iban dentro del carro. Ahí muere un chofer, que no era nada de ellos, un cachaco, que era la conexión al negocio que se iba a hacer y cuatro familiares, entre esos dos hermanos, que quedan abrazados en la parte de atrás del carro. Uno de ellos se llamaba Sabita, era un tipo muy bueno, tuvo mucha fama, como un berraco”.

Foto 34. El Informador, noviembre 13, 1974 “Era que esos Valdeblánquez eran dibulleros y esos manes no joda era que se daban cajeta, eso era todos los días que los Valdeblánquez mataban a los Cárdenas y los Cárdenas mataban a los Valdeblánquez”, alega el embolador “Ya ves –comienza a disertar el profesor-, aquí ya inició la alimentación de la bonanza marimbera y ya muchos de los Cárdenas estaban aquí, frente al parque del Hugo Jota, al lado del cementerio que era la zona de ellos y ya también habían comenzado a marimbear”. Con las palabras del profesor dirigimos nuestra mirada hacia el Hugo J. Bermúdez, el colegio que queda al otro extremo del parque. Los samarios lo llaman sencillamente el Hugo Jota. En una cancha construida hace unos años, niños y niñas juegan micro fútbol, parece ser la hora del recreo. “Sí, ellos empezaron ese negocio, se hicieron poderosos y gastaron el poder en destruirse el uno al otro –asegura el señor Cotes, cuyos zapatos blancos, brillan a más no poder-. Después de

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tanto muerto del uno y del otro lado y tal, particulares en cantidad, más particulares que familia...”

Foto 35. El Informador, Agosto 17, 1974 Foto 36. El Heraldo, Septiembre 10, 1974 En lo que habíamos indagado no había un número establecido de los muertos en la guerra. En lo que todos los testimonios coincidían era que la cuenta era de cien para arriba. Incluso Camilo nos había comentado que fácilmente había dejado más de trescientos muertos. Un conflicto de dimensiones desproporcionadas, en donde cayeron propios y extraños. “Cayeron inocentes porque muchas familias –explica el profesor-, muchas personas, que es muy dado en este medio, se dedicaron a desinformar, a mal informar, a crear conflicto. Lo que uno dice aquí a encender el mallal, a echarle leña al fuego, a encender el mallal. A decirse cosas por simple suposición, ni siquiera ciertas, a fin de ver siempre la disputa, la situación entre las dos familias y aún se sigue dando en nuestro medio, se sigue dando”. “Muy dado eso –advierte el señor Cotes-. Parece que es un paradigma que afecta a gente, porque hay mucha gente aquí dada a buscar información para llevársela al otro, para que de ahí el conflicto se acrecienta. Mira fulano dijo, mira perenceno dijo, oye ellos dicen que los van a acabar...” “Es cierto -asiente el profesor-. Yo a veces percibo porque nosotros somos mamadores de gallo como cultura, que a veces no era que la gente influyera de una manera directa para que realmente se mataran, sino que aquí, por ejemplo, tú y yo estamos gozando la misma pelaíta y éste se entera, y me dice, el cachaco dijo no se qué, comienza a bromear y a mí me molesta. Y así se crece eso y se generó eso. Aquí se bromea así”. “Aja, que eres un cornudo, un no se qué...”, dice el señor Cotes. “Aquí se bromea así -señala el profesor, a lo que toma un trago de cerveza-. Yo creo que con todo se bromea así. Culturalmente no hemos sabido racionalizar nuestras afectividades y sobre

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todo nuestras emociones. Están bromeando y tú sabes que es cultural, nos estamos bromeando y cuando menos nos estamos matando. Porque no se sabe en que momento se encendió la chispa de la cólera, eso es típico. Yo creo que en algo tuvo que ver un asunto parecido a eso. Que la gente insistió, insistió, vinieron, te reclamaron, te dijeron y hasta ahí, ahí comenzó el asunto. Se fueron las cosas a mayores y el germen puede ser eso, pero cuya causa puede ser por otras cosas, pero esas cosas solo la sabrían los protagonistas. Hay personas que bromean y todo, pero que sienten lo que nosotros llamamos aquí la rasquiñita y aquí eso es típico”. “A uno le tocaba esconderse – rememora el embolador, quien gustoso disfruta el sabor de la cerveza en su paladar-. A mí precisamente me tocó esconderme por ser Cárdenas. Esos Valdeblánquez buscaban esa gente mejor dicho, donde veían un Cárdenas allá le caían, pero esos eran guajiros y yo soy cachaco. Sino que un día me cogió un man de esos, un Valdeblánquez de esos, yo estaba tomando por allá me dijo usted puede ser cachaco pero los Cárdenas vienen de origen cachaco porque el abuelo de los Cárdenas era cachaco y crecieron en el interior del país...” Entre los dos cachacos investigadores también hay un Cárdenas. Por fortuna ya el tiempo ha pasado desde ese entonces y portar uno u otro apellido ha dejado de ser una sentencia de muerte. En nuestro paso por Riohacha habíamos consultado el archivo de la gobernación, donde figuraba una carpeta que reunía los distintos pactos de paz celebrados entre familias guajiras indias y no indias. Los pactos hacían énfasis en la necesidad de no hacer caso a los rumores callejeros ni al chisme, detonantes instantáneos del conflicto. A pesar del calor, el fresco de la sombra nos permite mantener nuestra mente activa y dirigir con preguntas el destino de la conversación: “¿Pero entonces no había gente que mediara entre las dos familias?” “Más que todo atizaban –responde el señor Cotes-. Atizaban para ver qué ganaban entre el uno y el otro...No para calmar los ánimos, sino para alborotarlos...” Al hablar de mediadores pronto recordamos la entrevista que habíamos sostenido el día anterior con la ex alcaldesa de Santa Marta, Anita Sánchez de Dávila, quien había sido noticia en el país por haber expulsado a ambas familias de la ciudad. De aquella charla un tanto evasiva en su apartamento ubicado en el centro de Santa Marta, se nos quedaron grabadas las siguientes palabras:

“Es que yo con esa gente nunca tuve nada que ver, ni la conocí ni nada. En esa época todo el mundo tenía un temor, porque eran personas que se cogían a tiros en la mitad de la calle, pero en realidad ellos no eran parte de Santa Marta sino de las afueras, sobre todo hacia La Guajira. El problema era que se habían creado dos bandos y se mataron entre ellos, se mataron en la mitad de la calle, entonces herían a la gente, mataban a uno, mataban a otro. Entonces me dijeron tú tienes que hablar con ellos, porque si uno no habla entonces qué, no puede hacer nada, mandar a los policías a que se la pasen detrás de ellos, lo que hay que hacer es conversar con ellos y sacarlos de Santa Marta. Y así fue. Y se fueron, ellos me avisaron, nos vamos tal día, tal fecha. Los hice sentar, uno aquí y otro ahí, y el secretario de gobierno en frente, sin policía ni ejército, nada. Yo les fui diciendo y ellos contestaban sí señora, sí señora, sí lo hacemos, sí lo hacemos. Yo no estaba muerta de miedo porque sabía que no iba

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a dejar salir una palabra insultante, fue lo que me propuse, ninguna palabra de insulto ni de grosería ni de nada, sino muy cordialmente les pedí que se fueran y que yo les daba toda la protección para que se fuera cada uno a su sitio. Y cuando ellos se levantaron y se fueron le dí gracias a Dios. El compromiso fue mandarles el ejército para que los escoltara hasta fuera de la ciudad, hasta el sitio donde se fueran. Y yo cumplí. Se fueron todos, con toda la familia. Gracias a Dios que ya pasó, como si fuera una película. De todas maneras, Santa Marta perdió el temor de que todos los días mataran gente. Unos cogieron para Fundación, tenían familia allá, y los otros a La Guajira. Se fueron, yo no volví a oír nada de ellos. Eso era un disparate, porque Santa Marta era una ciudad tan tranquila que jamás oía uno un disparo y resulta que de pronto se acaban de tirar, mataron a no sé cuantos. Eso era una locura, entonces cómo se controla eso. Ayer me decía alguien, pues fuiste guapa, pero si uno no es guapo es que está fregado. Eso fue en el 74 me parece...”

Foto 37. Revista Cromos, Septiembre 18-24, 1974 Foto 38. Diario del Caribe, Septiembre 9, 1974 Rápidamente fuimos despachados por la alcaldesa, quien no recordaba con mucho agrado aquel episodio de su gestión en relación con las dos familias guajiras. Ni los nombres de las dos familias parecía querer recordar. De regreso en el Parque San Miguel sube el calor y reina un poco de silencio. Parece haber terminado el descanso de los estudiantes del Hugo Jota. Referimos lo que nos contó la alcaldesa el día anterior y preguntamos por ello. “Yo pienso que fue a raíz de eso del temor de toda la gente que veían como caían -responde Memo quien con cada cerveza empezaba a ganar una desbordada elocuencia-. Creo que una vez cayeron tres muchachos de un mismo almacén, porque ellos iban por toda la quinta, por un almacén, el 007. Estaban comprando dentro del almacén y estos pasaron y soltaron la ráfaga y desafortunadamente los que cayeron fueron todos empleados del almacén, porque creo que ese día ni siquiera cayó uno de ellos. Por la presión de la misma gente es que llega una alcaldesa, no tengo muy bien la seguridad si ella era alcaldesa o gobernadora, Sarita Valencia de Abdala. Entonces con un acuerdo con el ejército les dan cierto tiempo para desocupar la ciudad y es cuando una familia se va para Barranquilla y la otra para Riohacha, pero que igual al poquito tiempo ya estaban otra vez en Santa Marta…” “Algo así es lo que sucede, pero permíteme darte mayor claridad y exactitud -interviene el profesor para iluminarnos con su explicación-. En los sesenta y pico, en el setenta, estaba de alcaldesa, una mujer que ha luchado mucho por la cultura acá, que es doña Anita Sánchez de Dávila. Ella buscó un decreto que había por allá de 1920 o 1910 y lo cogió y aplicó la ley, y los sacó a los dos. Hasta que llegaron y se sentaron e hicieron un pacto, pero qué va…Después cómo

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resultó, se metió Maracas, que vivía en Gaira, se metió dizque a mediar y le puso cita a los dos, y a uno registró y le quitó los revólveres y al otro no, y estando ahí, el uno llegó y mató al otro, en la casa de Maracas. Eso le costó la muerte, porque después lo cazaron y lo mataron en la misma casa. Para que no te extrañes, Maracas, Rafael Aarón, por orden alfabético llegó a ser presidente en el Concejo de Santa Marta, y lo velaron en el mismo concejo. El único periódico que dijo, velado narcotraficante en el Concejo de Santa Marta, fue El Tiempo, el único que tuvo los cojones para decir eso; en El Informador salió asesinado impunemente el comerciante Rafael Aarón”.

Foto 39. Diario del Caribe, noviembre 21, 1974 “¿Entonces sí hicieron pactos de paz?”, preguntamos antes que la rica prosa del profesor nos conduciera a otros temas. “Antes de que las cosas tuvieran el matiz que tomaron, hubieron muchos acuerdos –responde el señor Cotes, al tiempo que rasca su barbilla-. Se hicieron, se firmaron fianzas, vuelvo y te lo repito. Pero había intereses creados de gente que estaba alrededor, que les interesaba mantener el conflicto. Si había guerra, eran guardaespaldas, gatilleros, gente de baja ralea, perdían su trabajo si se acababa la guerra. Después de la muerte de Emiro eso se calma un poco, se buscó la forma de hacer la paz. La hicieron, pero la rompieron de aquel lado, a ellos de pronto una fianza no les servía y en una reunión en una gallera crearon de pronto algún hostigamiento allá y dañaron un pacto. Y varias veces sucedió, hubieron pactos, acuerdos...”

Foto 40. El Bogotano, Octubre 4, 1979 Foto 41. El Bogotano, Mayo 27, 1980 En nuestro fugaz paso por Villanueva, en el sur de La Guajira, aquel evento en la gallera nos lo había contado Ezequiela, una reconocida gallera que en los años setenta se hizo famosa por su gallo La Mecedora. Con nostalgia nos mostró un recorte en el que ella aparecía como figura del día en El Espectador junto con su gallo La Mecedora, que recientemente había sido muerto en Sincelejo. La nota presentaba a La Voladora, criado exclusivamente para vengar la muerte de su padre. “Y así fue”, nos contó Ezequiela con un brillo de orgullo en sus ojos. Aquella tarde de lluvia, truenos y relámpagos en Villanueva, al pie de la Serranía del Perijá, sus palabras describieron aquel episodio ambientado entre gallos y apuestas:

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“Yo fui amiga de las dos familias. Muy amiga, muy, pero muy amiga. Tengo tres ahijado en este, tres ahijado en este. El marido mío tenía cuatro ahijado en este, cuatro ahijado en este. Yo jugaba gallos en todas partes. Ellos vivieron en Riohacha y después en Barranquilla. Unos en Barranquilla y otros en Santa Marta, y ahí siguió la guerra. La vida mía era coger un avión e ir al entierro de uno, al entierro de otro. Una vez hubo concentración gallera en Riohacha. Yo llevé cinco gallos, ellos llevaron cinco gallos. Los Valdeblánquez a mí me apoyaban lo que era la lista, se apostaba caro, ya. Eran los tiempos de la marihuana. A ellos les decían los culupuyú y yo fui a pesar de todo. Yo tenía un gallero que era el Piña y yo le decía, echa los gallos a los mejores gallos que haya porque a mí no me interesa con un pedazo ‘e gallo, pero que sea gente bien, no me vayas a enredar con los marimberos. Yo todavía no decía los marimberos, ni nada. Me dijo No, que allá está un tipo de Dibulla, que dice que él le echa su gallo con cuatro libras de billetes, pesados por el peso. Yo fui allá, ahí estaba Pacho y yo vi a Tomasito, muy teso, Yo no puedo echarte el gallo a ti con cuatro libras de billetes, porque yo no soy marihuanera, Yo tampoco soy marihuanero, Tú eres marihuanero porque vendes marihuana, No, será marimbero, Bueno, entonces me perdonas, yo no sabía, pues...” El era un primo de ellos. Entonces Tomasito vio a Pacho. Tomás Valdeblánquez y Pacho. Pacho era Francisco Cárdenas, muerto por Tomás en la gallera de Riohacha, estando yo ahí. Tenía un pantalón cremita, una camisa cremita y una corbata roja, ojos verdes, bien bonito. Entonces llegó y pam pam pam, en plena gallera, en medio de todo el mundo. ¡Yo puyé el burro!, estaba bajada donde los Valdeblánquez, donde Idael, hermano de Kiko. Y de ahí me fui y fui a templar a la gobernación, allá dormí. Entonces estando en la gobernación sentí el boom. Ellos les metieron una bomba a la casa y la volaron, mataron al papá, la mamá y a un hermano. Eso hace bastante, hace como veinte años. Quizá hace como veintitrés. Eso fue como en el 78. Yo tenía unos gallos en Sincelejo, el gallo que se llamaba La Mecedora y ahí me vino la fama con la prensa y con todo. Esa gente no entendía de acuerdos. Sí hicieron un acuerdo con el presidente y se siguieron matando como si nada. Yo les decía, ustedes son unos animales, no me decían nada. Ante ellos yo soy una autoridad, me respetan mucho. Yo les decía: Ustedes son unos diablos, unos animales, parece que no fueran gente, no les duele el cuero, no les duele nada, no les duelen los hijos, como van a matar a un muchacho que no tiene ná que ver saliendo de la universidad ya graduado en ingeniería. Ambas familias eran marimberas y por eso hubo tanto muerto, por tanta plata. Si no hubiera habido tanta plata, no hay tanto muerto, de a dónde...”

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Foto 42. Diario del Caribe, Febrero 4, 1977 Foto 43. Diario del Caribe, Marzo 3, 1977 Luego de recordar la narración de Ezequiela y la muerte de Pacho Cárdenas en la gallera de Riohacha, pedimos otra ronda de cervezas. El señor Cotes pide un tinto a un vendedor ambulante que pasa por el parque y sostiene mientras agrega el azúcar: “Sí. Hubo conciliación. Hubo conciliación pero fue rota por el lado de allá, del lado de los Valdeblánquez. Después siguió y tal. Después ellos, inclusive, hicieron más dinero, entonces utilizaron hasta las autoridades. Los policías, el ejército, el terrorismo, abiertamente. Es la corrupción de este país que no la aguanta nadie. Cooperaban con los dos, con todo el que les diera dinero, ahí estaban ellos”. “Como sicarios -anota el profesor, mientras limpia los lentes con su camisa-. Ellos sirvieron como sicarios. El ejército, la policía y el DAS sirvió en esos conflictos como sicarios, ellos los contrataban. En algunas ocasiones llegaron a ser grandes amigos con capitanes, coroneles y tenientes, eran amigos muy personales y eran de la casa. Después terminaban comprados por el otro y además de ser amigos, se convertían en asesinos. Es que los Valdeblánquez tenían otro primo, que es tan inteligente, ese era el que manejaba la marimba en Barranquilla, era tan inteligente que puso su casa frente a la Brigada y todos lo sábados entraban los coroneles a bailar y todo, y era el gran marimbero, pero él estaba aliado con los Valdeblánquez”. “Enrique Coronado –afirma Memo-. El jefe de los Valdeblánquez se llamaba Enrique Coronado, todavía vive creo. Enrique creo que es casado si no estoy mal con una Valdeblánquez, sí, una de las mayores, no tengo muy claro eso, no recuerdo muy bien. Pero en ese grupo habían dos apellidos, los Valdeblánquez y los Coronado, ya, porque tenían un vínculo familiar. Lo mismo sucedió con los Cárdenas. Los Cárdenas eran Gómez Ducad y Cárdenas Ducad.”

Foto 44. El Nacional, Mayo 25, 1977 Foto 45. El Bogotano, Marzo 4, 1981 El embolador, con cliente nuevo a bordo comenta: “Los Cárdenas, ¡no joda!, esos manes si hicieron historia”. Luego de un breve silencio, donde con seguridad desfilaron imágenes y recuerdos en la memoria de los concurrentes, Memo comenta:

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“Dicen que esta gente de los Cárdenas tenían mucho más poder acá en Santa Marta, manejaban más billete por medio de los Gómez, los Ducad. Uno se llamó Leonel y el otro se llamó Euclides. Todos dos los mataron, murió primero Leonel y después murió Euclides, inclusive eran hasta compositores de música vallenata. Esos manes manejaban mucho billete, no sé si era por herencia o ya porque estaban metidos en el negocio, pero eran los dueños. Estos Gómez Ducad eran claros, ojos verdes, y los Cárdenas eran negros, de contextura guajira, gruesos, altos”. “Los Gómez Ducad, son de ascendencia francesa, las mujeres bellísimas y los manes bien parados, parecían unos artistas porque eran franceses, todos se acabaron”, advierte el profesor al tiempo que revisa su reloj de bolsillo, en la tarde debe dictar una de sus clases. “¿Ustedes no conocen discos de esa época? – pregunta Memo dirigiéndose a nosotros-. Es que ellos eran compositores. Por ejemplo tú coges un longplay del Binomio de Oro y encuentras, en un longplay, dos y tres temas de Euclides Gómez. Allá en Dibulla hacen el Festival del Plátano a nombre del man. Pero ese man sí componía, ese man sí compuso canciones. Hay una canción del Binomio que yo me acuerdo, como eres la mujer que a mi me inspira, vengo a cantarte esa canción, la compuso el man. Y a pesar que estos manes vivían en Barranquilla, el Binomio de Oro, siempre el man les daba canciones a ellos. Y coges música de Oñate y encuentras música hecha por Lácides Redondo, que era de los Valdeblánquez, y de Kiko, Kiko Valdeblánquez”. “Kiko Valdeblánquez, ese man tiene una historia –comenta el embolador, poniéndonos al tanto de sus conocimiento musicales-. Dicen que el man fue el que paró a Joe, a Joe Arroyo. O sea, Joe Arroyo estaba consumido en la droga, perdido, y ese man lo cogió, lo mandó a una clínica de vaina de esas. El man estaba perdido porque no ve que en todos los discos eso dice, Kiko Valdeblánquez el guajiro de oro. Joge Oñate también le sacó un disco a este man, le sacó a la esposa, después le sacó a él, a los hijos...”

Foto 46. Serafín Valdeblánquez Foto 47. Enrique Coronado Foto 48. Francisco Kilo Valdeblánquez “Hay un tema que es la insignia de la Virgen del Carmen y hace honor también a esa familia, donde los Zuleta dicen, yo fui invitado a la casa de Enrique Coronado a ver la virgen y es el disco que suena para el día de la Virgen del Carmen en toda la costa –refiere Memo emocionado con el rumbo musical que ha tomado la conversación-. Y ese tipo hacía parrandas el día de la Virgen, llevaba los mejores conjuntos vallenatos y la gente podía ir a cantarle a la virgen ahí, ya”.

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El nuevo cliente del embolador, para fortuna nuestra, resulta ser un periodista radicado en Barranquilla, quien pronto se une a la conversación: “Claro, la casa de los Valdeblánquez era un búnker que llamaban entonces. El tapaba la cuadra en la época de la virgen del Carmen, era devoto de la virgen del Carmen, que los hermanos Zuleta tienen el disco del que tú hablas, ese famoso disco que suena todos los dieciséis de julio. Los hermanos Zuleta eran muy llaves de los dos combos, esos sí no peliaban, le cantaban a los Cárdenas y le cantaban a los Valdeblánquez. Enrique Coronado cerraba toda esa vía ahí y hacía festejo, regalaba la imagen, porque él siguió más que todo a Julio Nasser3 en manera de la gente que metía más marihuana por acá. Ellos la traían desde La Guajira y se concentraron allá en Barranquilla, y la sacaban por el puerto de Las Flores y ya cuando estaba en alta mar se la entregaban a otras embarcaciones para los Estados Unidos. Ahí es cuando ellos programan muchos asesinatos. ¿Ya les contaron sobre la muerte del Toto Cárdenas?”

Foto 49. Euclides Gómez Ducad Foto 50. Jorge Toto Gómez Ducad Foto 51. Ivan Gómez Ducad “Más recuerdo la parte de Euclides, que fue por la parte de atrás del Liceo Celedón, en el barrio el Cundí –le responde Memo al tiempo que le pasa una cerveza-. Euclides va al Cundí, donde tenía una novia, un amante. Entonces se baja de un intercontinental, un automóvil de esos venezolanos larguísimos, y le tiran una granada, al tipo lo destrozó. Y en ese momento él andaba solo, solo, él cayó solo. Y después cayeron Toto y Toño, que eran dos hermanos, eran Cárdenas, esos sí eran Cárdenas, Cárdenas Ducad, y llegaron a tener una fama como malos, en manos de ellos cayó mucha gente inocente porque eran atravesados”.

3 Reconocido narcotraficante de la Costa Atlántica ya fallecido, entre cuyas propiedades se encontraba el Hotel del Prado de Barranquilla, avaluado en más de 16 mil millones de pesos. Fiscalía General de la Nación, “Fiscalía solicita extinguir dominio a fortuna de familia Nasser Arana”, Bogotá, Oficina de Divulgación y Prensa, Boletín No. 437, diciembre 12, 2003.

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“Yo recuerdo del Toto que ocurría algo en el 76 por ahí, que ellos salían por la noche a apostar quién mataba más –interviene el profesor tras haber permanecido largo rato en silencio-. Entonces la ciudad a partir de las seis de la tarde nadie salía, se acabaron los cines y se acabaron los teatros. El que encontraban le disparaban y se reían. Entonces se inventaron el famoso hombre blanco, que era el mismo Toto Cárdenas, vestía de blanco y apostaba a ver quién pegaba más”.

Foto 52. Entrada cementerio San Miguel, Santa Marta Foto 53. Mausoleo Familia Gómez Ducadt Al llegar a Santa Marta, habíamos estado en el cementerio y después de caminar casi una hora dimos de frente con el impresionante mausoleo de la familia Gómez Ducatd, ya que cerrado con llave y de un gris marmóreo, parecía una jaula hecha para quienes no tienen descanso después de muertos y siguen amenazados eternamente. Aprovechando la presencia del periodista, le preguntamos sobre el desarrollo de la historia en Barranquilla. Con gran cantidad de información mezclada en la cabeza, donde se confunden nombres y rostros, el periodista inicia su relato: “Como se sabe los Valdeblánquez cogieron para Barranquilla. Ahí capitalizaron lo que fue Enrique, Serafín y Kiko, y ahí desaparecieron, parece que no más quedó Enrique, Enrique Coronado. Directamente en Barranquilla, te voy a decir, hubo tiroteos pero esporádicos. Allá sí mataron, mataron a un Cárdenas, lo que pasa es que los nombres no te los puedo relacionar ahora. Pero sí, allá también hubo guerra, que yo sepa hubo como unos tres enfrentamientos. Por cierto, de uno de ellos sí me acuerdo, fue en el año 85, el 13 de julio, que estos manes ya estaban concentrados, los Valdeblánquez. Hubo un tiroteo en el norte por el barrio Paraíso, ahí se dieron plomo ellos, entonces parece que ahí iba un Cárdenas, pero salieron libres, no más hubo disparos. Allá llamaban la Alta Guajira, no joda, iba de la 42a, 42b, con la calle ochenta subiendo, ahí era donde vivían los mafiosos, si se dan un paseíto por ahí, ven zipotes caserones abandonados. Ahí no se podía meter cualquier man, al que veían sospechoso lo mataban. Pero los enfrentamientos más feroces entre esas dos familias se concentraban era acá, en Santa Marta”. “Lo que pasó fue lo siguiente –explica el profesor -. De pronto el conflicto familiar llegó a un momento en que aquellos, los Valdeblánquez, lograron un mayor auge económico con relación a la droga. Pudiera decirse que ellos llegaron en un momento a ser los capos número uno de la droga en Barranquilla. Además de eso, no sé si eran mucho más estrategas militares pero, ¿dónde hicieron su casa? La hicieron al frente de la Segunda Brigada de los militares en Barranquilla, al

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lado quedaba la universidad Simón Bolívar, todavía queda. Algunos siguen viviendo allí. Generaron mucho dinero, eran mucho más protegidos también desde el punto de vista militar, estaban mejor protegidos. Estos, los Cárdenas, estaban trabajando aquí pero de pronto no fueron demasiado estratégicos. Vivían en una zona mucho más residencial, el cementerio, el parque, el colegio Hugo Jota. Yo vivía acá en Santa Marta y obviamente conocía a algunos de ellos y los saludaba. Pero como ellos mismos de pronto decían, como amigos buena gente y como enemigos unos berracos”. Pronto empiezan a aparecer los recuerdos relacionados con tiroteos, balaceras y bombas. Es Memo quien empieza con el recuento: “Hay una historia que acá, en todo el parque del colegio Hugo Jota, en toda la esquina, un tipo montó un kiosco de gaseosa, de juguito y de papitas. Y el tipo los estaba acabando, de noche salía y pam pam pam, mataba uno, dos y después se encaletaba ahí. Se dieron cuenta y lo quebraron, el man era un contratado de los Valdeblánquez. Yo no sé si primero matan a Toño o a Toto, sí sé que la muerte de uno de los dos fue una vaina espectacular, fue una vaina de película. Los manes pasan en una volqueta, un volteo viejísimo, en el vagón del volteo con unas palas agarradas. Los manes van sin camisa, con la camiseta como paleros, detrás en el volteo con las palas, y en el momento que van pasando sueltan las palas, se agachan y trrrrrrrrr, sueltan la ráfaga y ahí caen un poco y entre ellos cae uno de ellos, el jefe. Pero fue una vaina de película, que se armaron toda esa película para pasar inapercibidos porque ellos ni siquiera se escamosearon de un volteo todo viejo. Y la muerte del otro, dicen, no me consta, que fue desde una patrulla. El man lo llevan a una patrulla, tuc y le dan”. “Yo recuerdo un suceso que fue exactamente en el año 81 -toma la palabra el profesor, ansioso por intervenir-. Una vez en una renoleta iban unos sicarios a poner una bomba pero les explotó en el cementerio. Explotó esa vaina, que fue donde yo supe por primera vez como queda una persona que muere por una explosión. Queda como sancochada, pedazo de cosa y todo eso. La renoleta no llegó donde los Cárdenas, pero iba para ellos y explotó ahí, eso fue terrible. Unas personas que estaban en el parque fueron heridos. La casualidad es que los únicos muertos fueron los que iban en la renoleta. El bus donde yo iba, que por ahí pasaba el bus, eso brincó, pan y cayó. Salí a correr al Hugo J. Vimos pedazos de carne encima de las lápidas del cementerio, terrible toda esa vaina, y el choque que eso causaba a nivel de Santa Marta. Qué sucedió, que de pronto la guerra se degeneró...” Ese episodio es el de la bomba que Kike ya nos había referido, eso sí, no con la explicitez que ostentan las palabras del profesor. “Pero al principio, ¿ellos sí respetaban niños, ancianos y mujeres, o no?”, indagamos. “Sí. Al principio se respetaba mucho la vida de las mujeres y de los niños -nos explica Memo-. Y esa regla se rompió después de la muerte de Briceida. Y fue declarado públicamente porque en una declaración Kiko Valdeblánquez lo dijo, de ahora en adelante no voy a respetar mujeres ni niños. Y la muestra está que en Santa Marta mataron varios pelados montándose y bajándose de los buses de los colegios, familia de ellos. Ahí en la calle catorce asesinaron un pelaito como de catorce años”.

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Foto 54. Serafín Segundo Valdeblánquez Foto 55. Briceida Parra de Valdeblánquez “Esa vaina llegó a un extremo de pérdida de la que ni siquiera un animal hace eso, que lo último fue un pelaito, un niñito que había de 8 años, estaba cogiendo el bus y lo mataron –recuerda el profesor con un marcado gesto de indignación-. Se incivilizó aquí. Eso la ciudad se paró, hubo vaina cívica acá y la gente salió a protestar. Eso fue en el 89 por allá, el pelao estudiaba en el Seminario, el Padre Bedoya hizo la marcha cívica, eso conmocionó todo. Un niño de 8 años no joda, el último que quedaba”. Recordamos la historia de Hugo Nelson Cárdenas relatada por Kike aquella tarde lluviosa en Bogotá. Ahora hace calor. Memo toma un trago de cerveza e interviene: “El último no, porque todavía hay muchos pelaos...” “Eso vino fue porque los Cárdenas le mataron a la mamá y el papá, le metieron una bomba en Dibulla. Ahí comenzaron, después los Cárdenas se vinieron pacá y esos manes también se vinieron pacá”, señala el embolador con el cepillo embadurnado de betún negro. “Eso se respetó en algunos momentos –señala el señor Cotes, quien se encontraba concentrado en la dura tarea de tomarse un café con tremendo calor que hace-. Desafortunadamente en algún momento el niño pasó por ahí, pero nadie dijo voy a matar un niño. Un hombre, un niño de catorce o quince años te puede matar, de pronto tú, aunque no lo quieras, lo sacrificas.” Algo sorprendidos con sus palabras, le escrutamos: “¿A partir de los cuántos años se considera a un niño hombre?” “Mira yo quiero que esto no lo tomes sin acotación, pero yo tomo un niño hombre cuando tenga la capacidad de matarme -responde el señor Cotes con algo de inquietud-. Se metieron mujeres también en el conflicto. Yo me acuerdo una sobrina también se metió, pero ella también era de armas tomar y salió por eso. De los otros bandos no. Pero ella era de armas tomar y llevaba y arrastraba. Ese es el motivo de esa guerra. A raíz de la intervención de las mujeres se deja de respetar eso. Sobre todo la intervención de esa sobrina mía que era muy violenta”.

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Algo nos había comentado Chichi sobre un personaje que apodaban la muda, esa mujer era brava con el balín, nos aseguró. Pensando que el señor Cotes hablaba del mismo personaje, le preguntamos, “¿ella era la que llamaban la muda?” “No. Ella es hija de una prima que se metió con un hermano mío y el hermano mío la crió. Es familia de todas maneras porque es hija de una prima. Ella usaba y llevaba y transportaba armas, toda esa vaina. Pero otras mujeres no se vieron, que yo sepa”. “La muda sí daba plomo –recuerda el embolador casi gritando-, esa hijueputa sí daba plomo, bonita esa muda, yo la conocí, como que se fue para Miami, de pronto hasta se casaría allá, usté sabe que los mudos también ahora se están casando…Listo patrón…” El embolador le indica a su cliente que ya ha terminado la faena de brillo y betún en el zapato derecho.

Foto 56. Carlos Castillo Monterrosa Foto 57. El Tiempo, Julio 6, 1979 “Ustedes recordarán, un colega mío fue sacrificado en eso –comienza a decir el periodista, mientras se remanga la bota del pantalón-. Son cuestiones que vamos a obviar un poco porque no conviene ahora sacar a relucirlas, ya eso está muy trajinado y a raíz de eso muchos comunicadores perdieron la vida porque eran amigos de un bando o eran amigos del otro bando, como le pasó a Carlos Castillo Monterrosa. Hoy en día tendría cincuenta años, si no le hubieran truncado de pronto la carrera a través de la plumonía. Sí, porque él era amigo de un bando y el otro bando pensó que era un enemigo potencial, se imaginaron y dijeron este vamos a quitarlo del medio porque...” Empieza a llegar el medio día, la hora del almuerzo, y pronto el calor y el hambre nos sacarán espantados. “¿Sí se puede decir que ese conflicto se acabó?”, preguntamos con la intención de empezar a cerrar la charla. “Sí claro, eso ya –responde el señor Cotes sin dejar ver duda alguna en su rostro-. Yo puedo decir que sí. No hay un interés en continuarla. Ya se reconoció el error, desafortunadamente no

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va a levantar a los muertos, pero los que hoy viven y fueron participes de eso no se enorgullecen de aquello, pero aja, desafortunadamente les toca vivir su novela y seguir. Pero no tienen interés en continuar, ni que los miren como hombres de guerra. Simplemente mantienen su respeto, lógico”. “Hay supresión de materia de ambos bandos, por supresión de materia -ratifica el profesor-. Primero, los que quedan de ambos bandos no quieren volverse a meter en eso...” “No quieren ni hablar de eso”, interrumpe el señor Cotes. “Ni hablar de eso -continúa el profesor-. Segundo, no hay inversión económica para eso, no hay recursos. Porque la bonanza, el derroche de dinero que ellos tenían, ya ahora no lo tienen. Mira que me dicen que esa casa ya no es la misma, la misma estructura de la casa. Esa era una casa, en estos momentos se hace con mil, dos mil millones de pesos. Gente dice que la virgen de oro que tenían ahí, ya hasta la vendieron, y pusieron fue otra de mármol, de yeso”. Era claro que la gran mayoría de las personas con quienes habíamos hablado consideraban a los Valdeblánquez como los ganadores de la guerra. De los Cárdenas decían que solo quedaban las mujeres. “¿Muchos dicen que los Valdeblánquez ganaron la guerra, ustedes que opinan?” “Los Valdeblánquez acabaron con los Cárdenas –afirma el embolador sin tapujos.- Ahí lo que quedaron fueron puras viejas, puras viudas y huérfanos... “Para mi que ahí no hubo ganadores, porque hoy no es un honor para los que están vivos, no es un honor haber peleado en eso –responde el señor Cotes-. Fue un sacrificio que yo personalmente veo que no hubo la necesidad de que llegaran las cosas hasta allá. Pero ganadores hoy por hoy, nadie dice yo soy un ganador, ni los mismos ganadores. O sea, yo creo que ganadores no hubo y que los que ayer fueron sacrificados, simplemente se fueron primero, pero no fueron perdedores tampoco. Las guerras no son buenas ni ganándolas...” “Recuerda que lo último que sucede, el último impacto que sucedió con relación a los Cárdenas, como les contaba, es que mataron niños que iban para el colegio –recalca el profesor-. Vea hasta donde llegó. Ahora, ¿qué fue lo que sucedió? Que de pronto en ese sentido pudiera decirte que si a eso llegamos, aquellos pudieron haber ganado la guerra, porque se metieron en una cuestión sistematizada, muchacho que iba creciendo, muchacho que iban matando. Mientras que estos perdieron el poder económico, perdieron a sus hombres en la guerra y llegó un momento en que los Cárdenas eran sobretodo un montón de mujeres, un pocotón de mujeres. Después como que se le fue echando tierra, olvido al asunto y ya ahí ellos no se movilizaban. ¿Qué sucedió con aquellos? Que es otro asunto, aquellos comenzaron a tener guerras, ya no familiar, sino guerra a partir de la droga y obviamente eso les trajo consecuencias nefastas, pero ya no en relación con los Cárdenas sino con su proceso de droga. Ellos pagaron cárcel por narcotráfico...”

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Foto 58. Mujeres Cárdenas “Es correcto, después de buscar el no quedar con enemigos quedaron con más enemigos”, corrobora el señor Cotes. “Hay otra versión que es que hay una familia que es una banda -interviene Memo-, que tengo entendido que todavía existe, se llamaba la contraguerrilla. Esa familia trabaja para los Valdeblánquez asesinando a esta gente. Trabajó o creo que todavía trabaja, los Maestres. Esos Maestres son una familia que eran una cantidad de primos, tíos, sobrinos y vivían del secuestro y el boleteo, y esos manes empezaron a trabajar con esta gente y les vendían las personas. Son vallenatos, son del Cesar”. “Claro -señala el periodista mientras refresca su frente con la botella de cerveza helada-. A Kiko Valdeblánquez fue el que secuestraron y mataron, que lo encontraron enterrado en una finca de Piojó. Piojó es un municipio que queda en la parte sur occidental del departamento del Atlántico. Lo que pasa es que los Valdeblánquez quedaron en la ruina cuando decayó la marihuana, entonces se dedicaron más que todo a la piratería y al secuestro. Entonces a Kiko Valdeblánquez, quien estaba ahí y dicen que era el que organizaba a veces, lo secuestraron otros mafiosos de aquí. Al man lo mataron y lo enterraron, ese tipo estuvo enterrado casi tres meses, eso fue en el 90, sí, más o menos en el 90”.

Foto 59. El Heraldo, Diciembre 4, 1994 Foto 60. El Heraldo, Marzo 2, 1995 Dicho esto el periodista verifica el nuevo estado de sus zapatos, arregla la bota del pantalón, se toma lo que le queda de la cerveza de un trago y se despide. En este país siempre hay noticias por cubrir, más si se es periodista de un diario de crónica roja. El profesor, quien de nuevo echa un vistazo a su reloj da por terminada su lección:

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“Como decía el señor, muchos de esos marimberos quedaron en la ruina una vez que se fue acabando el boom de la marimba, porque de la coca no podían. La coca ya tenía toda una infraestructura administrativa y de poder que venía de la vaina de Medellín, estaba la parte de Gacha, la parte central, estaba la parte del cartel del norte, con los Rodríguez Orejuela y todo eso, los Urdinola y estaba el grupo de Medellín con Pablo Escobar. Entonces esos sí hicieron toda una estructura administrativa y la gente que estaba por fuera y quería comenzar, esos sí venían y los mataban acá, eso sí pasó. Entonces qué pasó, una vez que termina el boom de la marihuana, se acaba la plata, ellos empiezan a ser atracadores, se vuelven piratas. Ya eso dio paso a la guerrilla, a las autodefensas, a los paramilitares, a la violencia que hoy nos toca vivir...Me disculpan pero tengo clase en la universidad, hablamos, para cualquier cosa que se les ofrezca...”

Foto 61. El Bogotano, Febrero 6, 1984 Foto 62. Diario del Caribe, Abril 13, 1989 Ya sólo nos acompaña Memo. Chucho, el embolador, y el señor Cotes han desaparecido como por arte de magia. Es medio día, hora del almuerzo y de una siesta obligada. Las calles están vacías, es la hora en que la ciudad se paraliza, en la que el tiempo se detiene. Le decimos a Memo que nos lleve a un almorzadero sabroso y barato. Ya en el taxi, al pasar por la enigmáticamente calma que rodea la casa de los Cárdenas, Memo parece recordar con nostalgia la violencia de ayer: “Antes sí se sabía quienes eran los que se enfrentaban y se sabía de pronto quienes iban a morir y se sabía quienes iban a matar a ese que se iba a morir. De pronto tú vislumbrabas que uno de los dos bandos estaba mejor armado que el otro y había hasta cierta competencia. Pero eso ya pasó de moda, ya viene un tipo en una bicicleta y te saluda y cuando te saluda por segunda vez ya es con una nueve milímetros y te levanta a tiros y te mata. Y nadie lo conoció, nadie supo. Y sobretodo nadie investigó, que eso es lo peor de todo, ya eso quedó así. Pero antes no, antes habían enfrentamientos de hombres...” Estrechamos nuestras manos, agradeciendo su deferencia hacia nosotros. Pronto nos enfrentamos a un suculento pescado. Luego de eso será la siesta. Las conversaciones sobre Cárdenas y Valdeblánquez son así, voces dispersas que en un momento dado se reúnen y recuerdan de manera parcial la bonanza, las familias y su guerra.

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CAPÍTULO 3 EL DESARROLLO DEL CONFLICTO

1. La venganza de sangre entre los Cárdenas y Valdeblánquez “Eso fue la guerra más cruel que hemos vivido en La Guajira”

Las versiones orales recuerdan y reconstruyen de manera parcial, fragmentada y dispersa el conflicto, donde las fechas, los nombres y los lugares se tornan imprecisos. Dado que fue un fenómeno de violencia, cruel y desgarrador, fue un tema cuya conversación exigió la penosa evocación de muertos, sangre y dolor, de una guerra de ingrata recordación, aún más para las personas que la vivieron de cerca. Muchos con quienes hablamos, tenían mayor ‘cercanía’ (parentesco, crianza, residencia) con una u otra familia, por lo que en su relato aparecen expresiones como ‘los de este lado’ o ‘los de aquel lado’, frente a ‘aquellos’ o ‘estos’, denotando la posición de quién habla frente a las partes en conflicto. Las versiones orales recuerdan con gestos de desaprobación la radicalidad a la que ambas familias llevaron el conflicto, en opera cierta sanción social hacia el tinte desmesurado que tomó el conflicto. Quien fuera amiga de ambas familias, la gallera Ezequiela Sánchez, nos contaba en Villanueva: “yo les decía, ustedes son unos animales, no me decían nada. Ustedes son unos diablos, unos animales, parece que no fueran gente, no les duele el cuero, no les duele nada, no les duelen los hijos...”1 Junto a las versiones orales que a partir de la experiencia personal recuerdan e incluso desaprueban el conflicto, la prensa nacional y regional se constituye casi que en la única fuente que permite reconstruir su desarrollo y dinámicas particulares.2 Allí fue relatado como una de las muchas guerras, venganzas o vendettas entre familias guajiras que se hicieron famosas y frecuentes en la época de la bonanza marimbera. Fue un tema propio para las secciones judiciales de los periódicos, que incluso capturó la atención de las revistas sensacionalistas.3 Lo que sucedió con este conflicto en particular fue que dada su espectacularidad y ferocidad, quedó consignado en medios escritos y en la historia oral como el de mayor resonancia y recordación. La cadena de venganzas de sangre se prolongó por cerca de veinte años, desde el 17 de agosto de 1970 cuando fue ultimado “por tiros de revolver” Hilario Valdeblánquez, hasta el 11 de abril de 1989 cuando cayó asesinado en Santa Marta, el niño Hugo Nelson Cárdenas.4 Al final se incluye una cronología abreviada del conflicto, que resulta de utilidad para confrontar los hechos presentados en este capítulo (ver anexo 3).

1 Comunicación personal Ezequiela Sánchez, Villanueva, La Guajira, octubre 29, 2003. Ezequiela Sánchez es recordada por sus participación destacada en las peleas de gallos en los años setenta. 2 Se realizó una revisión de los diarios regionales El Heraldo, el Diario del Caribe y El Nacional de Barranquilla y El Informador de Santa Marta. A su vez se consultaron los diarios nacionales El Tiempo, El Espectador, El Espacio y El Bogotano editados en Bogotá. Para ello se utilizaron los servicios de la Hemeroteca Nacional Manuel Socorro Rodríguez de la Biblioteca Nacional de Colombia en Bogotá y los archivos de El Informador en Santa Marta. 3 Castillo, Fernando, “Vuelve la guerra a la Costa: A pesar de las promesas de paz siguen matándose”, Revista VEA, Bogotá, No. 450, Año 9, junio 3, 1980, pp. 6-8; Castillo, Fernando, “En Santa Marta: Agoniza el “clan” de los cárdenas diezmado por sus enemigos y la actividad de las tropas”, Revista VEA, Bogotá, No. 462, Año 9, agosto 26, 1980, 1980, pp. 6-8. 4 Sobre Hilario: Archivo Parroquial de Dibulla, Libro de Defunciones, no. 1, fl. 400, registro no. 101. Sobre Hugo: “Un niño de escasos 12 años baleado en la cabeza cuando iba al colegio. Asesinado otro de los Cárdenas”, Diario del Caribe, Barranquilla, abril 12, 1989, pp. 1-6A.

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René Girard en su análisis sobre la violencia y su relación con lo sagrado presenta la venganza de sangre como un “proceso infinito e interminable”, que amenaza la existencia de sociedades en las cuales no existe un tercero.5 Es decir, que el problema no es la ausencia de ley, sino de una autoridad soberana, neutral y especializada en esta materia. Una autoridad que tenga la ultima palabra en los conflictos, limitando –aunque no eliminando- la venganza por medio de sanciones que se aceptan por ambas partes en disputa, pues la decisión final reposa en las manos de un tercero ajeno al conflicto. Al respecto, el autor sostiene lo siguiente:

“¿Por qué la venganza de la sangre constituye una amenaza insoportable en todas partes por donde aparece? Ante la sangre derramada, la única venganza satisfactoria consiste en derramar a su vez la sangre del criminal. No existe una clara diferencia entre el acto castigado por la venganza y la propia venganza. La venganza se presenta como represalia, y toda represalia provoca nuevas represalias”.6

Tras la muerte de Hilario Valdeblánquez en 1970, se desató por cerca de 20 años una prolongada venganza de sangre, en donde cada hecho de sangre correspondió a uno anterior. Se nos explicaba en la Guajira que “cuando hay muerto compadre, ahí es cuando se viene el problema”,7 ya que todo derramamiento de sangre exige como compensación un nuevo derramamiento de sangre, por lo que allí impera la ley del ojo por ojo y diente por diente. Con ello se acumularon odios, sufrimientos y culpas que hicieron cada vez menos plausible un posible arreglo entre las partes.

La exigencia de que “la sangre, se paga con sangre”, está íntimamente relacionada con la ley del Talión, la ley del ojo por ojo, diente por diente. De esta ley se tienen registros desde los primeros códigos de la humanidad, como el Código de Hammurabi en la antigua Mesopotamia, la Ley de las XII tablas en Roma, la Ley Mosaica entre los judíos y el Corán entre los musulmanes.8 Allí se establece el principio de proporcionalidad material frente al daño infringido, bajo la premisa de que aquel que ha hecho daño a otro “tendrá que sufrir en carne propia el mismo daño que haya causado”.9 Sin embargo el Talión es sólo aplicable entre iguales, ya que por ejemplo “Si un señor ha reventado el ojo de (otro) señor, se le reventará su ojo”, mientras que “si ha reventado el ojo de un subalterno o ha roto el hueso de un subalterno, pesará una mina de plata”.10 Entre quienes no son iguales, se establece la compensación económica como medio para resarcir el daño. Quien procuró alejarse de la noción del Talión fue Jesús, quien rectifica lo dicho por la ley del Antiguo Testamento y recomienda un nuevo proceder: “Ustedes han oído que antes se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’ Pero yo les digo: No resistan al que te haga algún mal; al contrario si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra”.11 Fue un hecho que sus predicaciones no fueron tomadas muy en cuenta ni por los Cárdenas, ni por los Valdeblánquez, quienes lejos de “poner la otra mejilla”, vengaron sangre con sangre e hicieron justicia por su propia mano.

5 René Girard, La violencia y lo sagrado, Op.cit., p.22. 6 Ibid., p. 22. 7 Comunicación personal Laureano David, administrador de empresas, Riohacha, noviembre 24, 2003. 8 Véase al respecto: Federico Lara Peinado, Código de Hammurabi, Estudio preliminar, traducción y comentarios, Madrid, Editorial Tecnos, 1986; Ley de las Doce Tablas, Madrid, Editorial Tecnos, 1993; La Biblia, México, Sociedades Bíblicas Unidas, 1991; El Corán, Barcelona, Planeta, 2003. 9 Levítico 24, 17-21. Otros versículos bíblicos que hablan sobre la ley del ojo por ojo, diente por diente, son: Deuteronomio 19, 16-21 y Éxodo 21, 22-27. 10 Código de Hammurabi, numerales 196-197. 11 Mateo, 5, 38-39; Véase también, Lucas 6, 27-31.

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Junto a la proporcionalidad del daño infringido, el Talión determina que éste solo es válido entre iguales. En ese sentido resulta útil el concepto de rivalidad mimética propuesto por Girard, según el cual dos personas pueden volverse enemigas por el hecho de ser similares. Las partes tienden a desear un mismo objeto aunque al final sólo uno puede alcanzarlo, creando para el caso de la venganza una violencia circular y perpetua. La rivalidad mimética impone que “todo es siempre igual entre gemelos; hay conflicto porque hay competencia y rivalidad. El conflicto es causado no por la diferencia sino por su ausencia”.12 Una crónica periodística de 1984 sobre los Cárdenas y Valdeblánquez dejaba ver hasta qué punto ambas familias se asemejaban: criados juntos y de la misma filiación política, conservadores.

“Los niños de una casa eran tratados como hijos en la otra, todos se criaron juntos y algunos se casaron entre sí. Las dos familias eran conservadoras, así que ni siquiera había diferencias políticas que los distanciaran. La relación era tan estrecha, que el día en que José Antonio Cárdenas mató a su primo y amigo Hilario Valdeblánquez, el victimario llevaba puesta la ropa que la víctima le había prestado unas horas antes”.13

Una de las versiones acerca del origen del conflicto, es que Hilario y José Antonio se encontraban compitiendo en torno a una misma mujer, Rebeca Brito, siendo ésta la causa que produjo el enfrentamiento entre ambos individuos y posteriormente entre ambas familias. Esto plantearía cierta rivalidad mimética, al desear los dos hombres a la misma mujer, aunque sólo uno pudiera quedarse con ella. En el caso de la venganza, su carácter circular también encuentra explicación en el hecho que la aniquilación del adversario se vuelve el objetivo prioritario de ambos contendientes, condenando a ambas familias a su exterminación. El conflicto no puede ser considerado como una venganza de sangre en donde imperó la ley del Talión de forma mecánica. Por el contrario, el conflicto estaba en estrecha relación con una realidad social específica como Dibulla y se encontraba articulado al parentesco y al honor, capital social y simbólico respectivamente, que no operan como una estructura rígida, sino que forman un sistema de esquemas estructurados en forma de prácticas (como lo es el conflicto). Estas prácticas se adaptan constantemente a coyunturas donde intervienen los intereses de los actores sociales mediante el uso de estrategias encaminadas a la acumulación de distintos tipos de capital. Su estudio permite referir los cambios que la bonanza marimbera –una coyuntura socioeconómica–, suscitó sobre el conflicto – una práctica específica –, articulada en torno a capitales y a una realidad social concreta. En ese sentido, al tiempo que se reconstruye la cadena de sangre, interesa observar la manera en que las nuevas estrategias desplegadas por los actores en conflicto, producto de los cambios introducidos por la coyuntura de la bonanza, produjeron transformaciones en el desarrollo mismo de la violencia circular, marcando el tránsito entre formas diferentes de ejercer violencia.

Por su duración – aproximadamente veinte años – y por el número indeterminado de muertos que trajo consigo, el conflicto entre Cárdenas y Valdeblánquez se convirtió en una larga, desgarradora y “famosa” venganza de sangre. El conflicto rápidamente se convirtió en tema de discusión

12 “Everything is always equal between twins; there is conflict because there is competition and rivalry. The conflict is caused not by difference but by its absence....”. René Girard, The Scapegoat, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1986, p.92. 13 Laura Restrepo y Fernando Álvarez, “La maldición de una estirpe”, Op.cit., p. 32.

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regional y nacional que muy pronto encontró explicación en el hecho que ambas familias eran “guajiras” y “mafiosas” que participaban de la bonanza marimbera.

2. El culupuyú o marimbero guajiro

2.1 La naturaleza violenta del guajiro: “A un guajiro no se le pita”

“Como buen guajiro yo, mi falta la pagaré...” Ay hombe, Jorge Celedón

Uno de los aspectos que llama la atención de la bonanza marimbera y de los conflictos entre familias guajiras fue que contribuyeron a reforzar un estereotipo del “guajiro” – indio o no indio - como individuo de naturaleza violenta. Esta imagen del guajiro ha existido desde los tiempos de la colonia, cuando los wayúu eran asociados con el contrabando como su principal actividad económica y con la venganza como el ejercicio de justicia privada que desencadenaba “sangrientos enfrentamientos entre familias enteras”.14 Algunos testimonios de épocas anteriores a la bonanza, cuando el término “guajiro” se utilizaba exclusivamente para referirse a los indios wayúu, ayudan a ilustrar esa situación. A fines del siglo XIX, el Prefecto de la Provincia de Padilla decía de los guajiros que:

“Son por naturaleza vengativos y de mala índole, como también inclinados al robo, a la matanza y a la inmoralidad, por lo cual se hace difícil gobernarlos, a menos que sea con leyes especiales y fuertes, de manera que se les infunda miedo y terror, único móvil de su docilización....”.15

De igual forma el viajero francés Henri Candelier, quien se aventuró a finales del siglo XIX por La Guajira señalaba:

“El guajiro tiene tres defectos capitales: es borrachín, vindicativo, interesado. Esos tres defectos constituyen la característica de su raza (...) ¿Cómo quiere que el indio no sea vengativo e interesado cuando la venganza y el interés son la base de sus leyes y se le enseña al niño, tan pronto alcanza la edad de la razón a vengar a su padre, indicándole el nombre del asesino?”16

Años más tarde, un visitante que recorrió toda la península, escribía que al guajiro “dos cosas le son sagradas: la sangre y la muerte. Quien derrama su sangre, la paga; quien profana la única paz posible en la vida, morir, paga también”.17 Los múltiples casos de conflictos entre familias guajiras, que cobraron mayor sonoridad con la bonanza marimbera, corroboraron la caracterización de los guajiros como personajes violentos y vindicativos.18

14 Véase: Weildler Guerra, “Los conflictos interfamiliares wayúu”, Op.cit., p. 81. 15 Informe del prefecto de la Provincia de Padilla sobre los usos y costumbres de los indígenas guajiros y arhuacos, Santa Marta, Imprenta de Juan B. Cevallos, 1889, p.4. 16 Henri Candelier, Riohacha y los indios guajiros (1893), Editorial Presencia, Bogotá, ECOE Ediciones, 1994. pp. 154-156. 17 José Ramón Lanao Loaiza, Las pampas escandalosas, Manizales, Casa editorial y talleres gráficos Arturo Zapata,

1936, p.34. 18 En el trabajo de campo resultaron frecuentes las referencias que las narraciones orales refieren sobre conflictos entre distintas familias guajiras no indias. Algunos ejemplos de ello se encuentran en la prensa, como sucede con el conflicto de los Pinto y los Gavilanes (Gómez) en Riohacha, los Pinto y los Orozco en Barrancas y los Ibarra y los López en El

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La aparición y participación de los guajiros -en este caso dibulleros- en la bonanza marimbera, facilitada gracias a sus vínculos con el contrabando, ayudó a reforzar la imagen violenta del guajiro. Fueron clasificados como una categoría específica de “marimbero”, que gracias a sus vínculos con prácticas de contrabando conocía a “la perfección las rutas y caletas del Caribe y las Antillas”.19 El marimbero guajiro era descrito en los siguientes términos:

“Es su mayoría se iniciaron en el negocio de la marihuana en las fases de producción y comercio o como peones o guardianes de caletas. Se caracterizaron por su agresividad, explotando el ser guajiro como una característica que infunde respeto. Este tipo de marimbero hizo alarde de agresividad, arrogancia y machismo, lo que le llevó a protagonizar acciones espectaculares, extravagancias y derroches”.20

El marimbero guajiro llegó incluso a ser clasificado bajo una serie de características específicas, como puede verse en una tesis de grado de la Universidad del Magdalena sobre la época de la bonanza:

“En Santa Marta, se capta rápidamente la presencia de un guajiro: 1.Individuos que acostumbran a la venganza 2.Fantoche, beben en cantinas, van en carro, disparan al aire preferiblemente desde los mismos. 3.No tienen jefes visibles, pero cumplen consignas precisas en la mayoría de sus actuaciones. 4.Viven del contrabando, tráfico de estupefacientes y robos de vehículos. 5.Respetan la palabra y castigan con la muerte a quienes incumplen sus compromisos”.21

Las narraciones orales hablaban sobre los culupuyú, los ‘marimberos rurales’, a quienes “les gustaba andar armados y lucir cadenas y otras alhajas de oro”.22 Este fue un personaje que vivió cambios acelerados, alimentados por los recursos producto del negocio de la marihuana. Esos cambios fueron sintetizados en la popular expresión “pasaron del burro a la Ranger, sin pasar por la bicicleta”, para referir la manera en que su enriquecimiento y movilidad social se dio en un abrir y cerrar de ojos, por lo que pasaron a ser llamados una “clase emergente” de “nuevos ricos”. Fueron personajes caracterizados por su machismo y derroche. Buscaban proyectar una imagen de riqueza y respetabilidad representada en carros, armas, ropa costosa y cadenas atiborradas con piedras preciosas e imágenes religiosas. Gustaban de los juegos de azar, ya que “marimbero que se respetara mantenía su propia cuerda de gallos”23, e incluso se cuenta que las apuestas se hacían por el peso de los billetes, no por su valor. Sus recursos contribuyeron con el aumento de la

Molino. Véase: “Toque de queda y ley seca en el Molino”, El Informador, Santa Marta, Noviembre 28, 1976, p. 1; “Hoy juzgarán a Carlos Pinto P.”, El Informador, Santa Marta, Marzo 28, 1973, p. 3. 19 Darío Betancourt, “Los cinco focos de la mafia colombiana (1968-1988), elementos para una historia”, Folios de Literatura e Idiomas, No. 2, Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, enero-junio, 1991, pp. 13-30, p. 19. 20 Darío Betancourt y Martha García, Contrabandistas, marimberos y mafiosos, Op.cit., p.62. Los autores distinguen los capos, personajes quienes dominan las rutas y distribución de marihuana con los contactos norteamericanos, de los marimberos, los cultivadores que vendían o trabajaban en asociación con el capo (p. 67). 21 Betty Solórzano y Frida Dangond, “Implicaciones socioeconómicas de la cannabiscultura en los departamentos del Magdalena y de La Guajira”, Santa Marta, Tesis de Grado, Universidad del Magdalena, Facultad de economía agrícola, 1978, pp.49-50. 22 Vladimir Daza Villar, La Guajira: el tortuoso camino a la legalidad, Bogotá, Dirección Nacional de Estupefacientes, Naciones Unidas, Oficina contra la droga y el delito, Bogotá, 2003, pp. 16-37, p. 30. 23 Abel Medina Sierra, “El Cachafuera, Radiografía de un estilo de vida”, Jepiriana Revista de Educación y Cultura, Riohacha, Año 2, Número 2, 1999, pp. 8-12, p. 11.

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construcción en ciudades como Riohacha, Santa Marta o Barranquilla, donde sus casas se asemejaban a un ‘búnker’, dado el diseño arquitectónico que reflejaba su ostentación, vanidad y las fuertes medidas de seguridad.24 Su devoción religiosa quedó reflejada en gestos como las ofrendas y el dinero que aportaban para la adquisición de finas lámparas para la Catedral de Nuestra Señora de los Remedios en Riohacha.25 Cuando un embarque llegaba a su destino final, se celebraba la fiesta del ‘corone’. Se cerraban cuadras enteras y se disfrutaba al son del whisky y el vallenato, cuyas canciones hablaban de marimberos poderosos, como se escucha en “El gavilán mayor” de Diomedes Díaz o “Lucky” de los Hermanos Zuleta, con relación al marimbero Lucky Cotes.26 Frente al ocaso del marimbero, se señala que “ya es recuerdo la experiencia de elaborar organigramas de los carteles de la droga con sólo escuchar el último larga duración de Jorge Oñate, Diomedes Díaz o los Hermanos Zuleta”.27 Así como el corone y el culupuyú, la bonanza trajo consigo un conjunto de nuevas expresiones. Ejemplo curioso es la manera en que los billetes de más alta denominación, los de $500 y $200 pesos, eran llamados dada su apariencia: pargo rojo y cafetero.28 Incluso algunas expresiones como caleta, usada para referir el lugar donde se guardaba la marihuana, se han incorporado al vocabulario nacional.29 Producto de las andanzas de los guajiros en la época de la bonanza, fueron comunes las referencias a éstos como individuos violentos y peligrosos, quienes representaban una amenaza para los habitantes del resto de la costa y el país.30 La gobernadora Lola de la Cruz Pastrana se quejaba en 1977 de la mala imagen que de La Guajira habían construido los medios como una ‘tierra sin ley’.31 Un estereotipo fue erigido alrededor de toda una región, donde ‘guajiro’ se relacionaba de inmediato con muerte, armas, marihuana, contrabando y venganza. Los enfrentamientos entre los Cárdenas y los Valdeblánquez fueron reseñados por la prensa como “tiroteos guajiros”, descritos como “espectaculares”, con escenas propias de “una cinta cinematográfica al estilo mejicano” o del “legendario y lejano oeste norteamericano”.32 Un reportaje periodístico sobre las mafias en la costa, afirmaba que “los barranquilleros saben que es poco aconsejable para la salud pitarle al vehículo del frente delante de un semáforo. El primero que tuvo esta osadía fue obligado a decir 50 veces en voz alta no debo pitarle a un guajiro,

24 Yoleida Mercado, Seili Quintero y Yenis Sierra, “Riohacha en tiempos de marimba” (manuscrito), Tesis de grado Programa de Etnoeducación y Proyecto Social, Riohacha, Universidad de La Guajira, 2003, pp. 44-45. 25 Yoleida Mercado et.al., “Riohacha en tiempos de marimba”, Op.cit., p. 44. 26 José Daza Sierra, “Marihuana, Sociedad y Estado en La Guajira”, Op.cit., pp. 71-73.

27 Abel Medina Sierra, “El Cachafuera, Radiografía de un estilo de vida”, Op.cit., p. 11. 28 Yoleida Mercado, et.al., “Riohacha en tiempos de marimba”, Op.cit., pp. 53-56. En esta tesis de grado, se presenta un vocabulario correspondiente a las palabras empleadas en los años de la bonanza marimbera, pp. 54-56. 29 Comunicación personal Justo Pérez Van Leenden, etnolingüísta, docente Universidad de La Guajira, Riohacha, noviembre 20, 2003. 30 Estos son algunos titulares que ilustran de forma elocuente esta caracterización: “Guajiros abalean pasajeros de bus porque el conductor no quería dar la vía”, El Nacional, Barranquilla, junio 15, 1977, p. 1; “Guajiros matan serenatero porque les cobró el toque”, El Heraldo, Barranquilla, junio 17, 1977, p. 10; “Asesinado un menor por arrojar agua a guajiro”, El Nacional, Barranquilla, febrero 9, 1978, p. 8. 31 “La gobernadora culpa a periodistas”, El Espectador, Bogotá, marzo 27, 1977, p. 13A. 32 “Los Valdeblánquez y los Cárdenas se enfrentaron”, El Heraldo, Barranquilla, agosto 17, 1974, pp. 1-2; “Muertos cuatro guajiros en vendetta”, Diario del Caribe, Barranquilla, agosto 17, 1974, p. 2.

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mientras sentía en la punta de su nariz la fría punta de un revolver”.33 El gobernador de La Guajira en 1978, Rafael Iguarán Mendoza advertía en el mismo sentido: “Ya no podemos ir a Cartagena, porque si saben que somos guajiros nos detienen: inclusive pusieron un letrero a la entrada de la ciudad que dice “se prohíbe la entrada de guajiros”, y eso sucede porque cualquier persona que aparece muerta en Barranquilla nos la achacan a nosotros”.34 Los guajiros que empezaron a contar con los recursos de la bonanza marimbera eran señal de amenaza y peligro. Era tal el temor que rodeaba a los guajiros que se decía que algunos jugaban tiro al blanco con los transeúntes.35 Como “campeón” de este macabro juego era nombrado Agustín Tin Sánchez Cotes, “controvertido hombre” quien según versiones trabajaba como pistolero de los Valdeblánquez y cuyo final no pudo ser otro que caer acribillado por múltiples balas.36 Frente al aura violenta e irracional que adquirió el guajiro, el profesor guajiro Justo Pérez Van Leenden nos explicaba:

“Cuando estaba la bonanza marimbera nosotros sentíamos que estábamos siendo estigmatizados por todo el país, como si estuviéramos haciendo alguna cosa, como si fuéramos unos fenómenos, unos anormales en el sentido de seres maléficos, malvados, etc. Frente a lo que años después pasó con Pablo Escobar y con todo lo que sabemos que ha seguido pasando, el estigma es de otro corte. El estigma no es a una zona, no son los de Medellín los responsables. En Medellín eran Escobar y los de su combito. En torno a esto del estereotipo eso se siente, pero también se siente una cosa en relación con el guajiro y es si usted le pregunta a un guajiro de dónde es, el guajiro le dice yo soy de La Guajira. Si usted le pregunta a cualquier persona de cualquier otro lugar de la costa, le dice inicialmente yo soy costeño. Entonces tiene que venir la otra pregunta, ¿de qué parte de la costa? De pronto hay una identidad más regional de Palomino para allá y una identidad más local de Palomino para acá. El guajiro tiende de una a decir, soy de La Guajira”. 37

Resulta interesante observar la manera en que la bonanza marimbera y los conflictos entre familias contribuyeron a reforzar la imagen del guajiro como un personaje venido de una ‘tierra sin ley’, violento y peligroso. El sangriento y sonoro conflicto entre los Cárdenas y los Valdeblánquez también favoreció a la consolidación de este estereotipo violento, cuya amenaza se hizo latente a medida que el conflicto se fue propagando por ciudades vecinas. Esto generó cierta hostilidad hacia los guajiros, particularmente por parte de los samarios, cuya prensa se quejaba de los “actos de salvajismo cavernario” que esta “tropa de forajidos” protagonizaba, por lo que “nadie se siente seguro ni en su propia casa”.38 Paradójicamente, este estereotipo negativo pudo haber contribuido a fortalecer una identidad regional compartida por los habitantes del departamento de La Guajira, quienes con orgullo se reconocen ante todo como guajiros.

33 “Mafia en la costa. Un fantasma con nombres y apellidos”, Bogotá, Revista Alternativa No.205, marzo 26-abril 2, 1979, pp. 12-13; Véase también: “Alarma en Santa Marta”, El Espectador, Bogotá, julio 11, 1977, p. 2 A. 34 “La Guajira Militarizada. La bonanza en peligro”, Bogotá, Revista Alternativa, No. 189, Noviembre 20-27, 1978, pp. 2-5, p. 4. 35 Betancourt y García, Contrabandistas, marimberos y mafiosos, Op.cit., p. 62. 36 “47 balazos acabaron con “Tin” Sánchez”, El Nacional, Barranquilla, octubre 2, 1978, p. 4;

37 Comunicación personal, Justo Pérez Van Leenden, etnolingüísta, docente Universidad de La Guajira, Riohacha, noviembre 20, 2003. 38 Enrique Brugés Avendaño, “Como en el Oeste”, El Informador, Santa Marta, octubre 18, 1973, p. 2.

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2.2 “Una vendetta guajira a la siciliana”

Los Cárdenas y Valdeblánquez nos fueron referidos principalmente como guajiros e incluso como “indios” en la historia oral. En la prensa su caracterización como “clanes”, contribuyó a relacionarlos con los clanes wayúu - también compuestos por un gran número de miembros - y con los conflictos librados entre éstos. Además de considerar a las familias como “clanes guajiros”, éstas empezaron a ser tratadas de “mafiosas” dados sus vínculos con las actividades ilícitas del contrabando, la piratería terrestre y la marihuana. La prensa contribuyó con la consideración de ambas familias como mafiosas a partir de alusiones permanentes a La Guajira como “la Sicilia colombiana”, refiriendo el conflicto como una “vendetta guajira a la siciliana”.39 La Revista Alternativa hablaba de las dos familias como “lo que en Santa Marta se ha denominado la “mafia proleta”. Se ocupan del cultivo y/o la compra a los cultivadores de la Sierra Nevada de la marihuana llamada “Santa Marta Gold” y de la traída y distribución de Maicao y Venezuela del contrabando...”.40 Estudios sobre la mafia suelen hacer especial énfasis en que este fenómeno no puede ser reducido a una simple dimensión criminal y que en sentido estricto corresponde a la isla de Sicilia y a su posterior adaptación en Norteamérica, producto de las masivas migraciones de italianos hacia los Estados Unidos.

“Las otras mafias que han proliferado por las diferentes regiones, a menudo muy distantes entre sí (las cercanas constituidas por la ‘ndrangheta calabresa y por la camorra napolitana, y un poco más lejos, la clásica marsellesa y, ahora, la turca, la colombiana, la japonesa y la rusa), son fenómenos de fundamental y casi exclusiva naturaleza criminal, de las que se pueden destacar –sólo en relación con ciertos aspectos comunes de la organización y del ejercicio de actividades criminales -las afinidades con la mafia siciliana”. 41

En Colombia el uso del término mafia ha sido frecuente para hacer alusión a los esmeralderos, así como a los marimberos y los traficantes de cocaína.42 Hay quienes consideran que no es posible asimilar la mafia con el narcotráfico, en tanto que la mafia obedece a una lógica de poder (política) y el narcotráfico a una lógica de mercado (económica).43 Darío Betancourt sostiene que en Colombia sólo se configuró una mafia en torno a la cocaína, ya que tanto la producción en Colombia y su distribución en los Estados Unidos estaba bajo el control de colombianos.44 Caso distinto sucedió con la marihuana, en donde eran los norteamericanos quienes controlaban su comercialización en los Estados Unidos:

“Ahora bien, aun cuando en La Guajira, había las condiciones favorables para el desarrollo de una mafia en torno a la marihuana, tanto el control de la distribución en manos de los americanos como el carácter efímero del negocio (menos de 10 años), solamente posibilitó el surgimiento de los marimberos y los capos, los cuales, aunque asumieron actitudes y

39 “En Santa Marta Vendettas a la Siciliana”, El Heraldo, Barranquilla, Septiembre 10, 1974, pp. 1-4. 40 “Oligarquía y mafia: una llave indisoluble”, Bogotá, Revista Alternativa, No.49, septiembre 1-8, 1975. 41 Guiseppe Carlo Marino, Historia de la Mafia un poder en las sombras, Barcelona, Vergara Grupo Zeta, 2002 (1998), pp. 24-27, p. 25. 42 Fabio Castillo, Los jinetes de la cocaína, Bogotá, Editorial Documentos Periodísticos, 1987. Sobre la relación de los Cárdenas con el contrabando de café, véase pp. 23-24. 43 Ciro Krauthausen, “Poder y mercado: El narcotráfico colombiano y la mafia italiana”, Nueva Sociedad, Caracas, marzo-abril, 1994, pp. 112-125, p. 115. 44 Darío Betancourt, “Los Cinco Focos de la Mafia Colombiana”, Op.cit., pp. 14-15.

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actuaciones que los asimilarían a ciertos comportamientos de la mafia, mostraron gran incapacidad para construir un poder paralelo al Estado. Además de gastar la mayor parte de sus capitales y esfuerzos en el derroche y la ostentación sin lograr constituir un núcleo de una “familia”, una “organización” alrededor del negocio de la marihuana, el posterior traslado de sus cultivos a USA, y el decaimiento de la bonanza cortaron de forma abrupta el negocio, iniciándose así (salvo contados capitales que se trasladaron a la cocaína) la desbandada de marimberos y capos.” 45

La mafia como fenómeno de delincuencia, cohesionada por lazos familiares que se remontan por varias generaciones, representa principalmente una actitud frente al Estado y a su ordenamiento jurídico. Actitud que implica que sus asuntos se resuelven sin invocar al Estado, en donde la única obligación se limita a seguir su código de honor, la omertá (hombría), que obliga a una ley del silencio, al prohibir dar información a las autoridades públicas.

“El mafioso no acudía al Estado o a la Ley en sus diferencias privadas con los demás, sino que se hacía respetar y aseguraba su propia seguridad, rodeándose de una fama de duro y valeroso, a la vez que resolvía las aludidas diferencias en la lucha. No se sentía obligado con nadie ni reconocía más imperativos que los propios del código del honor o de la omertá (hombría), cuyo artículo fundamental prohibía que se diese información a las autoridades públicas”.46

De igual forma la mafia persigue el control social, económico y político sobre las actividades licitas e ilícitas dentro de su territorio, en donde el control se traduce en protección y extorsión, adquiriendo un carácter paraestatal.47 Esta tiende a formarse en sociedades con un orden público permisivo y débil, en donde los poderes locales se fortalecen y se congregan en torno a un padrino, quien ejerce cierta protección paternalista a los miembros de la hermandad o familia. Dentro de la mafia existía un credo de cinco puntos en cuyo tercer numeral se señalaba que “un mafioso debe considerar una ofensa hecha por un forastero a un hermano como hecha contra él personalmente, y toda la hermandad debe estar dispuesta a vengarla a toda costa”.48 A pesar de que no todos los miembros de la hermandad se conocían entre sí, una ofensa a uno de ellos era considerada como una ofensa a toda la colectividad que debía ser vengada, hecho que se asemeja a la ofensa de honor que se comparte por el parentesco. Al rechazar y suprimir la mediación del Estado y sus leyes, los mafiosos, hombres de honor, aceptaban la venganza como forma adecuada para resolver los conflictos. En ese sentido, “por este código, un siciliano “honorable”, mantenía un silencio inquebrantable concerniente a todas las actividades ilegales. Para corregir el abuso, podía acudir a la enemistad y la venganza. Pero nunca aceptaría hacer uso de una agencia gubernamental”.49 Ello también guarda semejanzas con los conflictos de honor, ya que como se vio en el segundo capítulo, recurrir a un tercero se traduce en renunciar a limpiar el honor propio.

45 Darío Betancourt Echeverri, “Los Cinco Focos de la Mafia Colombiana”, pp. 14-15. 46 Eric J. Hobsbawn, Rebeldes Primitivos, Barcelona, Ediciones Arial, 1968 (1959), p. 51.

47 Ciro Krauthausen, “Poder y mercado: El narcotráfico colombiano y la mafia italiana”, Op.cit., p. 115. 48 Joseph Reag, Biografía de la mafia, Barcelona, Editorial Petronio, 1968, p. 33. 49 Robert T. Anderson, “From Mafia to Cosa Nostra”, The American Journal of Sociology, Vol. 71, No. 3, Chicago, noviembre, 1955, pp. 302-310, p. 302. “By this code, an “honorable” Sicilian, maintained unbreakeable silence concerning all ilegal activities. To correct abuse, he might resort to feud and vendetta. But never would avail himself of a governmental agency”.

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Los marimberos no pueden ser catalogados como mafiosos en sentido estricto. Si bien compitieron con el Estado en distintos campos (militar, jurídico, económico), no persiguieron la construcción de un poder paralelo al Estado (político).50 Su corriente caracterización como mafias, se debió principalmente a que los recursos obtenidos de la producción y comercialización de marihuana, les permitieron generar comportamientos similares a la mafia tradicional. Uno de ellos por ejemplo, es que los marimberos, así como la mafia clásica, consolidaron su organización socio-económica en torno a las relaciones de parentesco y compadrazgo.51 De igual forma y a pesar de declaraciones de las familias, donde solicitan la intervención de las autoridades en el conflicto, éstas se guiaron por la ley del silencio. Daza Sierra afirma del marimbero guajiro que “aparte de la llamada ley del silencio, el código de conducta de su organización mafiosa se regía por la observancia estricta del honor, es decir, el empeño de la palabra dada, cuya transgresión equivalía a la muerte”.52 Según este autor, su comportamiento violento no era “patológico” sino “normal” dentro de la cultura guajira, pues estos marimberos, a pesar de ser “guajiros civilizados”, conservaban algunos vínculos sociales con su “comunidad de origen”.53 Esta afirmación hace evidente que no resulta posible explicar el conflicto entre los Cárdenas y Valdeblánquez como un comportamiento exclusivo de estructuras similares a las mafias, ya que puede resultar equivocado asignarle valoraciones que no le son propias. De igual forma puede conducir a que se ignoren otros elementos, como bien podría ser la influencia cultural wayúu. Al mismo tiempo, desconoce la especificidad de la práctica, articulada en torno a capitales dinámicos como el honor y el parentesco, y suscitada en una coyuntura socioeconómica particular como la bonanza marimbera. Producto de su participación en esta coyuntura ambas familias fueron caracterizadas como guajiras, marimberas y mafiosas, lo que contribuyó a reforzar el estereotipo del guajiro como individuo de naturaleza violenta. Al igual que la mafia tradicional, los marimberos instauraron su organización socioeconómica en torno a las relaciones de parentesco. Este hecho hizo que el conflicto se articulara inicialmente a partir de mecanismos propios del parentesco, señalando a aquellos quienes estaban obligados a movilizarse hacia el conflicto, tal y como veremos a continuación.

3. El parentesco y el conflicto:

“el problema prácticamente se les traslada a unos primos”

Bien fueran guajiros, contrabandistas, marimberos o mafiosos, la forma más usual para referirse a los protagonistas del conflicto era a través de sus apellidos: Cárdenas y Valdeblánquez. Hemos visto que el conflicto se desató como una venganza de sangre, hecho que pone de relieve la importancia del vínculo de la sangre, en donde el parentesco señaló aquellos quienes se constituían en actores y blancos del conflicto. Cuando se referían en el segundo capítulo las principales características del parentesco presente en ambas familias, se afirmaba que no todos quienes portaban uno u otro apellido tomaron parte en el conflicto. Tampoco lo hicieron todos aquellos que compartían un vínculo con un antepasado en común. En ese sentido el conflicto sólo

50 Caso contrario sucedió, por ejemplo, con la mafia articulada en torno a la cocaína, que como en el caso de Pablo Escobar buscó una amplia figuración en el campo político. 51 “Al igual que la mafia clásica, la mafia colombiana se fue consolidando sobre, el núcleo familiar (padres, hermanos, primos, tíos, sobrinos, ahijados, etc.), hasta penetrar otros niveles sociales”. Darío Betancourt, “Los Cinco Focos de la Mafia Colombiana”, Op.cit., p. 15. 52 José Daza Sierra, “Marihuana, Sociedad y Estado”, Op.cit., p.65. 53 Ibid., pp.108-1k09.

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se transmitió entre algunas parentelas cuya ‘cercanía’, con el victimario José Antonio Cárdenas Ducad o con la víctima Hilario Valdeblánquez Mena, significó su respaldo y activa participación en el conflicto. Esta ‘cercanía’ se basó en el mutuo reconocimiento como parientes, que pudo obedecer a criterios tales como la proximidad en los vínculos de parentesco, así como a otros factores como la residencia o la crianza. Fue así como el conflicto se transmitió de forma poco uniforme entre parentelas allegadas a los protagonistas iniciales. Para cada caso consideramos las principales y más significativas parentelas que tomaron parten en el conflicto, cuya revisión resulta fundamental para verificar las distintas formas en que el conflicto fue heredado.

3.1 Los Cárdenas y los Gómez Ducad

José Antonio Toño Cárdenas Ducad (1944-1981) fue el responsable de la primera muerte que desencadenó el conflicto. Ello involucró directamente a sus hermanos, los hijos de Alcibíades Cárdenas Meriño (1921) y Digna Petronila Ducad Cotes. Casi todos los varones Cárdenas Ducad, dentro de los que se encontraban Emiro, el segundo muerto en la contienda, Roberto Enrique, Francisco Eduardo, Ulises Rafael, Albenis y Alcibíades, murieron en el desarrollo del conflicto. En primera instancia los hermanos del ofensor resultaron ser los blancos de la confrontación.

Árbol genealógico 3 Los Cárdenas Ducad

Junto a los Cárdenas Ducad lucharon sus primos hermanos, los Gómez Ducad, hijos de Maximino Gómez Ávila y Elda Ducad Cotes (1922), hermana de Digna. En este caso, la transmisión del conflicto se dio entre primos hermanos, hijos de dos hermanas (los dos círculos negros), siguiendo estrictamente la vía matrilineal.

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Árbol genealógico 4 Los Gómez Ducad

Leonel (1949-1978) y Euclides Gómez Ducad (1952-1979) son recordados como célebres compositores vallenatos. “Juro que te amo”, “Amor profundo” y “Mis sueños de amor” fueron algunos de los temas compuestos por Euclides y grabados por el Binomio de Oro, famoso conjunto vallenato radicado en Barranquilla.54 Al referir la noticia sobre su muerte, la prensa señalaba que Euclides Gómez hacía vida marital con tres jóvenes” y que la muerte lo había sorprendido visitando una de ellas55. Vale recordar las anotaciones que se realizaron en el capitulo 2 sobre el tipo de familia presente, en donde el hombre es quien entabla múltiples relaciones con más de una mujer. Jorge Toto Gómez Ducad (1954-1980) es recordado en la historia oral por sus fechorías, ya que era “conocido en todo Santa Marta por sus frecuentes atropellos a mujeres y sus sangrientas grescas callejeras”.56 De él cuentan las versiones orales que “vestía de blanco” y que “salía por la noche a apostar quién mataba más”. El menor de los Gómez Ducad, Iván (1961-1984), “a quien una extraña mezcla de razas lo hacía sorprendentemente buen mozo” participó en la fase final del conflicto como cabeza de la familia. Con su muerte en 1984 fue señalado como “el último varón del clan Cárdenas”.57 La revista Semana refiere que en total murieron 18 hijos de las hermanas Ducad Cotes: Digna, Elda y Aminta. Los Cárdenas Coronado, como Goyo (1939), también se vieron involucrados en el conflicto. Ellos son primos hermanos de los Cárdenas Ducad, ya que su padre José Francisco Cárdenas Valdeblánquez (1905) era hijo de Francisco Eduardo, padre a su vez de Alcibíades Cárdenas (1921). Ello hizo que el conflicto también se transmitiera por vía patrilineal entre primos, hijos de dos hermanos de padre. Este padre, Francisco Eduardo Cárdenas, es el antepasado en común que une formalmente ambas parentelas. De él se recuerda su actividad en la Pueblo Viejo, en donde aprendió la lengua kogui y tuvo descendencia indígena, encarnada en su hijo José María Cárdenas.

54 Las canciones de Euclides Gómez Ducat se encuentran en los siguientes discos del Binomio de Oro: Enamorado como siempre (1978), Los elegidos (1978) y Súper Vallenatos (1979). 55 “Cae otro miembro del clan de los Cárdenas. Una Granada y varias ráfagas de metralleta acabaron con la vida de Euclides Gómez Ducat”, El Informador, Santa Marta, Octubre 20, 1979, pp. 1-6. 56 Laura Restrepo y Fernando Álvarez, “La maldición de una estirpe”, Op.cit., p. 29. 57 “En Santa Marta, Asesinado el último del clan de los Cárdenas”, El Tiempo, Bogotá, febrero 4, 1984, p. 2A.

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Árbol genealógico 5

Los Cárdenas Coronado

La madre de José Francisco Cárdenas era María Engracia Valdeblánquez (1886), hermana de Eudoxio (1887) y Justa (1880), abuelos de los Valdeblánquez involucrados en el conflicto. Ello hizo que los Cárdenas Coronado tuvieran parentesco consanguíneo tanto con los Cárdenas como con los Valdeblánquez involucrados en el conflicto. Sin embargo, debido a una mayor ‘cercanía’, participaron en el conflicto del lado de los Cárdenas. De ahí la afirmación que los protagonistas iniciales, Toño Cárdenas Ducad e Hilario Valdeblánquez Mena, eran primos. En realidad entre ambos no existía un parentesco consanguíneo directo, aunque compartían primos y familia, producto del parentesco de afinidad establecido mediante el matrimonio celebrado el 21 de mayo de 1903 en Dibulla entre Francisco Eduardo Cárdenas y María Engracia Valdeblánquez. El hecho que existieran relaciones de parentesco entre miembros de ambas familias, evidencia su carácter mimético, ya que incluso tenían parientes en común.

3.2 Los Valdeblánquez y Enrique Coronado

Hilario (1942-1970), primer muerto en contienda, hizo de sus hermanos los Valdeblánquez Mena actores principales del conflicto. Ellos son nietos de Eudoxio Valdeblánquez (1887) e hijos de José Antonio Malachía Valdeblánquez (1910-1977) y Corina Mena (1908-1977), natural de La Punta de los Remedios. Algunos familiares Mena, como los Moscote Mena, primos hermanos por vía materna, también tomaron parte en el conflicto. Los padres de los Valdeblánquez Mena murieron en el desarrollo del conflicto (1977) y como sucedió en el caso de los Cárdenas Ducad, el parentesco entre hermanos fue el principal vínculo que exigió participar del conflicto.

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Árbol genealógico 6

Los Valdeblánquez Mena

Quienes asumieron un papel decisivo y protagónico en el conflicto fueron los hijos de Dolores Lola Levette y Serafín Pin Valdeblánquez, hijo de Justa Valdeblánquez (1880) y primo de José Antonio Valdeblánquez. Vale la pena recordar el testimonio de Serafín Valdeblánquez (1918) a la prensa, en donde a pesar de imprecisiones en nombres y fechas, se muestra la cercanía de su familia con los Cárdenas:

“Yo recuerdo que tanto los Cárdenas como nosotros, éramos dos familias muy allegadas. Todos crecimos unidos allá en el municipio de San Antonio, por las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta y prácticamente compartimos nuestras penas y alegrías, hasta que en un mal día del año 1966 [1970], los Cárdenas dieron muerte a Alirio [Hilario] Valdeblánquez y desde ese momento se desató la cadena de venganzas que han costado muchas vidas...”.58

58 “El pacto de paz de las familias Guajiras. “No queremos más muertes” Hablan los Valdeblánquez: deseamos vivir y morir tranquilos”, El Bogotano, Bogotá, octubre 8, 1979, p. 7.

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Árbol genealógico 7 Los Valdeblánquez Levette y Enrique Coronado

De sus hijos, los Valdeblánquez Levette, son recordados Francisco Kiko (1950), Enrique Eduardo (1952) y Serafín Segundo (1953), quienes con el transcurso del tiempo fueron reseñados como algunos de los más importantes y reconocidos narcotraficantes de la Costa Atlántica.59 Quien también fue un famoso narcotraficante era Enrique Coronado Aragón (1938), hijo de María de los Remedios Aragón (1912), hermana de madre de Serafín Valdeblánquez. Enrique Coronado se convirtió progresivamente en el estratega principal de los Valdeblánquez, cuando la familia se radica en Barranquilla y fija su residencia junto a la Segunda Brigada del Ejército. De él se decía que “según la costumbre guajira, tiene dos mujeres oficiales y un número indeterminado de hijos” y era referido como “el que ganó la guerra”.60 Debido al parentesco con Enrique Coronado, los Aragón también participaron en el conflicto, como sucedió con Alcides Aragón quien en 1984 era referido por la revista Semana como el mayor del clan. Kiko Valdeblánquez y Enrique Coronado son referidos en la historia oral como los líderes principales de los Valdeblánquez, caracterizados por ser “manes tesos”, jugadores de gallos y por su devoción a la virgen del Carmen. De esa época queda el registro de las fiestas en Barranquilla y de la fe a la virgen del Carmen, en cuyo día, el 16 de julio, aún se escucha como tradición la canción de Los Hermanos Zuleta:

“Enrique Coronado nos ha mandado una carta, desde Barrranquilla pa los hermanos Zuleta, el 16 de julio yo voy a hacer una fiesta, pa que vean la virgen en la sala de mi casa, porque esa virgen divina para mi familia sí representa, el cariño mas puro pa mi mujer y pa toda mi raza”.61

Al revisar la transmisión del conflicto entre las principales parentelas, se observa que ésta no se guió de manera estricta por vínculos de parentesco tal como funciona la matrilinealidad en los wayúu. Sin embargo, existen ciertas regularidades que varían entre ambas familias. Primero se encuentra que la ofensa y la culpa recayeron directamente sobre los hermanos de los protagonistas

59 Fabio Castillo presenta un anexo en su libro que incluye una lista de narcotraficantes según el Grupo de Inteligencia Antinarcóticos de Santa Marta. En los numerales 243, 244 y 245 figuran respectivamente: Valdeblánquez Lebette Enrique (Alias El Primo), Valdeblánquez Lebette Francisco (Alias Divino Negro) y Valdeblánquez Levette Serafín. En el numeral 69 aparece en mayúsculas Enrique Coronado. Fabio Castillo, Los jinetes de la cocaína, Op.cit, pp. 259-263. 60 Laura Restrepo y Fernando Álvarez, “La maldición de una estirpe”, Op.cit, p. 31. 61 Los Hermanos Zuleta, “La Virgen del Carmen”, en Tierra de Cantores, Sony Music.

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iniciales, los Cárdenas Ducad y los Valdeblánquez Mena. De igual forma, el conflicto se transmitió entre primos hermanos, bien a través de la vía materna – como ocurrió con los Gómez Ducad – o paterna – como sucedió con los Cárdenas Coronado –. El conflicto también se extendió a los hijos de primos colaterales, como aconteció con los Valdeblánquez Levette y Enrique Coronado, quienes respaldaron de manera decisiva a los Valdeblánquez Mena. Fue así como inicialmente el conflicto se articuló en torno a criterios propios del parentesco como la alianza y la filiación, hecho que muy pronto se empezaría a transformar.

4. Las ciudades escenarios del conflicto

“Unos en Barranquilla y otros en Santa Marta, y ahí siguió la guerra”

El 16 de agosto de 1970 marcó el inicio de una larga y sucesiva cadena de venganzas de sangre entre ambas familias, cuando se produjo la muerte de Hilario Valdeblánquez Mena cometida por Toño Cárdenas en Dibulla. Emiro Cárdenas Ducad, hermano de Toño, se convirtió en la segunda víctima de la violencia circular que recién empezaba a formarse. Son alrededor de tres años en los cuales no se encontró registro alguno del conflicto en la prensa. Es de suponer que en este periodo ambas familias se trasladaron de Dibulla a la Alta Guajira y a pueblos y ciudades vecinas como La Punta de los Remedios, Riohacha y Santa Marta. A ello en definitiva contribuyeron los recursos adquiridos mediante el contrabando y la producción y comercialización de marihuana, que les permitió a las familias fijar residencia inicialmente en Santa Marta. Con ello el conflicto traspasó los límites rurales de Dibulla y se extendió por toda la región, incorporando principalmente las ciudades de Riohacha, Santa Marta y Barranquilla como nuevos escenarios del conflicto. Hacia 1973 las familias aparecieron protagonizando abaleos y tiroteos “cinematográficos” y “espectaculares” en las calles de Santa Marta. Para ese entonces los Cárdenas ya vivían en la casa ubicada en la calle 20 con carrera 8ª, a pocos metros del parque del Cementerio San Miguel, sitio frecuente de las encuentros. egún versiones orales, debido a la residencia que establecieron los Cárdenas en el sector, éste también era llamado Parque de los Cárdenas. Heridos de uno y otro bando, junto a inocentes muertos, fueron los resultados de los primeros enfrentamientos que empezaban a ser referidos en la prensa.62 Incluso cuando moría alguna persona de apellido Cárdenas o Valdeblánquez pero que nada tenía que ver con el conflicto, se relacionaba con las dos familias guajiras.63 Fue con la muerte de Roberto Cárdenas Ducad en mayo de 1974 que el conflicto retomó un impulso decisivo. Hermano de Toño, Roberto se había casado en 1966 con Carmen María Valdeblánquez Levette, cuatro años antes que las familias se enemistaran a muerte.64 Según versiones se dice que murió traicionado por sus cuñados al asistir a una reunión para lograr un

62 “Herido a bala un Guajiro”, El Informador, Santa Marta, Abril 7, 1973, p. 3; “Siguen Huyendo Heridores de Ulises Cárdenas Ducat”, El Informador, Santa Marta, Septiembre 9, 1973, p. 7; "En Balacera dan Muerte a la Sra. Marina Ramos. Causa alarma en la Ciudad los continuos hechos de sangre donde han perecido varias personas inocentes ”, El Informador, Santa Marta, Octubre 16, 1973, pp. 1-6; “Tres heridos dejó el abaleo de ayer. La policía evitó una tragedia mayor. Varias armas fueron decomisadas – Más de 300 tiros se dispararon en 45 minutos”, El Informador, Santa Marta, marzo 15, 1974, pp. 7-8. 63 “Muerto a tiros Julio C. Cárdenas.”, El Informador, Santa Marta, junio 11, 1974, p. 7. “A pesar de las versiones, la muerte del joven de 23 años, no tiene nada que ver con la familia Cárdenas Ducat, oriundos de La Guajira”, p. 7. 64 Archivo Parroquial de Dibulla, Bautismos, Tomo 4, fl.361, registro no.1086.

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acuerdo que pusiera fin al conflicto.65 La respuesta a la muerte de Roberto no se hizo esperar. El 16 de agosto de 1974, en una balacera en Santa Marta murieron asesinadas cuatro personas, dentro de los que se encontraban un oficial retirado, un informante del ejército y dos hermanos, Moisés y Sabas Valdeblánquez Levette, éste último “uno de los principales jefes de la familia Valdeblánquez”.66 Desde ese momento y tal como fue frecuente en las alusiones de la prensa, se afirmaba que este nuevo enfrentamiento había dado por terminado el conflicto, “ya que estas dos familias, señaladas de mafiosas, se han destruido casi totalmente, pues los Valdeblánquez ya habían, de antemano, dado muerte a miembros de la familia Cárdenas.”67 Contrario a lo que se pensó, el conflicto estaba lejos de llegar a su final. A los pocos días fue asesinado José Ducad Cotes, tío de los Cárdenas y se registraron nuevos tiroteos y abaleos, que empezaban a hacer critica la situación de orden público en la ciudad. Se comentaba que “esta mañana se produjo un hecho singular que alarmó el sector donde residen los Cárdenas, cuando se presentaron varios miembros de los Valdeblánquez a impedir el entierro de José Ducad Torres. Testigos presenciales aseguraron que varios elementos fuertemente armados trataron de impedir que fuera sacado el cadáver ya dispuesto para ser sepultado”.68 La prensa samaria describía una situación que “parece que se viviera en el Oeste levantisco de los Estados Unidos” y criticaba la inoperancia de las autoridades ante “esos brotes de salvajismo cavernario”.69 Se lamentaba que una “tropa de forajidos que por motivos que sólo a ellos interesa, sin responsabilidad ninguna esgriman armas y disparan a troche y moche sin importar las consecuencias que pueden traer a los transeúntes ni a los habitantes de casas situadas en inmediaciones de la balacera, es algo que solo ocurre en zonas salvajes”. Resulta elocuente, como se anotó anteriormente, la manera en que el conflicto contribuyó a fortalecer una imagen del guajiro como ser violento, que encarnado en los Cárdenas y los Valdeblánquez constituía una amenaza creciente para los samarios.

4.1. Expulsión de Santa Marta: “fue a raíz del temor de toda la gente”

En septiembre de 1974 la opinión pública y la prensa escrita empezaron a exigir la actuación de las autoridades frente a los desmanes protagonizados por las dos familias guajiras, quienes en agosto habían protagonizado “tiroteos casi a diario”. Un editorial del diario samario El Informador denunciaba:

“Nuevamente las calles samarias fueron teñidas con la sangre de los mafiosos. No sabemos hasta cuando las autoridades permitan estos desafueros, porque si se tratara de gente de

65 “Última Hora. Ultimado anoche Roberto Cárdenas. 10 disparos le hicieron desde un carro”, El Informador, Santa Marta, mayo 8, 1974, p. 1-7; “Anita le puso el cascabel al gato de la guerra guajira”, Revista Cromos, No. 2957, septiembre 18-24, Bogotá, 1974, pp. 60-64, p 63. 66 “Muertos cuatro guajiros en vendetta”, Diario del Caribe, Barranquilla, agosto 17, 1974, p. 2. 67 “4 muertos en balacera, dos familias se exterminan por odios”, El Nacional, Barranquilla, agosto 16, 1974 , pp. 1-4. 68 “Otro muerto por la vendetta entre guajiros en Santa Marta”, Diario del Caribe, Barranquilla, agosto 24, 1974, p. 2;

“Balacera en Santa Marta”, Diario del Caribe, Barranquilla, Septiembre 5, 1974, p. 6. 69 Enrique Brugés Avendaño, “Como en el oeste” (editorial) El Informador, Santa Marta, octubre 18, 1973, p. 2.

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Santa Marta, hasta podríamos tolerar un poco los insucesos porque pertenecen a esta tierra; pero es el caso que quienes tienen en ascuas a la ciudad y sus habitantes son personas que han venido a refugiarse entre nosotros, porque de dónde son, no tienen cabida”.70

La alcaldesa de la ciudad, Ana Sánchez de Dávila, tomó cartas en el asunto. Reunió a las dos familias y mediante la resolución 114 del 5 de septiembre de 1974, ordenó el extrañamiento de los miembros de las familias Cárdenas y Valdeblánquez a más de 100 kilómetros de los límites municipales.71 La disposición se basaba en un “viejo código del siglo XIX”, que “autorizaba a los alcaldes para expulsar de sus territorios a las personas o familias que causaran “escándalo público” o “temor a la población”.72 Los Cárdenas abandonaron escoltados la ciudad con rumbo a Fundación, Magdalena, donde tenían familiares, mientras que los Valdeblánquez se resistieron a abandonar la ciudad y en allanamiento a su residencia se encontró numeroso armamento.73 Sólo pasó un mes para mostrar que el destierro de ambas familias no era más que una ilusión, pese a que la en ese entonces alcaldesa, nos afirmó: “yo no volví a oír nada de ellos”.74 A los pocos días se registró un nuevo “tiroteo guajiro en Santa Marta”, en el que murió Orlando Isaac Valdeblánquez Levette y Jesús Fernández, éste último ajeno al conflicto.75 Fueron detenidos trece personas, en su mayoría miembros de los Cárdenas acusados de porte ilegal de armas y José Valdeblánquez Mena, a quien se le encontró un rifle con mira telescópica. Se aseguraba que “el tiroteo del sábado se esperaba de un momento a otro, ya que ambas familias (según decires callejeros) se habían citado a echarse plomo en cualquier sitio de la ciudad”.76 Santa Marta amaneció empapelada, se exigía la expulsión de las familias guajiras que habían creado una psicosis y un terror permanente en la ciudad.77

4.2 “La vendetta guajira se trasladó a Barranquilla”

Con la expulsión formal de Santa Marta, los Valdeblánquez progresivamente abandonaron la ciudad, radicándose unos en Riohacha y otros en Barranquilla. Hicieron de Barranquilla su centro de operaciones, estableciendo residencia en cercanías a las instalaciones de la Segunda Brigada del Ejército.78 Se señala que los Valdeblánquez y los Cárdenas, “partieron los unos hacia Barranquilla y los otros hacia Santa Marta. Establecieron entre ellas un tratado de límites territoriales: quien traspasara un punto intermedio fijado en Ciénaga, sería hombre muerto”.79 Muy pronto los titulares de prensa daban cuenta de la manera en que el conflicto se había

70 “En Santa Marta rechazan a forasteros mafiosos” (editorial), El Informador, reproducida en El Heraldo, Barranquilla, agosto 20, 1974, p. 16. 71 “Alcaldesa de Santa Marta expulsó familias guajira”, Diario del Caribe, Barranquilla, septiembre 9, 1974, p. 9.

72 “Anita le puso el cascabel al gato de la guerra guajira”, Op.cit, p. 64.

73 “Familia guajira se niega abandonar a Santa Marta”, Diario del Caribe, septiembre 26, 1974, p. 3. “Cárdenas se van de S. Marta”, El Nacional, Barranquilla, Septiembre 28, 1974, pp. 1-4. 74 Comunicación personal Ana Sánchez de Dávila, Santa Marta, octubre 31, 2003. 75 “Tiroteo guajiro en Santa Marta 2 muertos, 4 heridos, 13 presos”, El Heraldo, Barranquilla, noviembre 11, 1974, pp.

1-4. 76 “Zozobra por los enfrentamiento entre Cárdenas y Valdeblánquez. Más de dos horas duro el tiroteo”, El Informador,

noviembre 13, 1974, pp. 1-7. 77 “Santa Marta exige expulsión de guajiros”, El Heraldo, Barranquilla, noviembre 15, 1974, p. 5 78 José Cervantes, La noche de las luciérnagas, Op.cit., p. 72 79 Laura Restrepo y Fernando Álvarez, “La maldición de una estirpe”, Op.cit, p. 32.

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trasladado a la capital del departamento del Atlántico.80 Tiroteos sucedidos desde finales de 1974 y a lo largo de 1975 tuvieron como escenario permanente las ciudades de Barranquilla y Santa Marta, aumentando la alarma y el temor hacia los guajiros que se habían tomado las dos ciudades.81 En este momento ya resultaban evidentes los efectos generados por los recursos de la marimba, los cuales cambiaron progresivamente la dinámica del conflicto. De un lado brindaron la posibilidad a ambas familias de establecerse en las ciudades, lo que fijó territorios específicos y propios para cada una de las partes en conflicto. De igual forma la prensa empezó a referir incautaciones de numerosas armas y municiones, hecho que sólo era posible entender a partir del alto caudal de dinero que financiaba el conflicto. En febrero de 1975 se registró un tiroteo entre el F-2 y una “banda de guajiros”, mientras se realizaba un allanamiento a las residencias Boston en Barranquilla. Allí se encontraron “cinco revólveres marca Mane, cinco granadas tipo piña, dos placas con idéntica numeración, además de numerosos proyectiles”. Fueron detenidos los miembros de la “banda de guajiros”, quienes aparecían además vinculados con la muerte de un estudiante.82 Lo que las autoridades y la prensa ignoraban inicialmente era que aquella “banda de guajiros” eran los Valdeblánquez. Pocos días después se daba la noticia que los 18 detenidos “resultaron ser miembros de la familia Valdeblánquez, aquellos que en las principales calles de Santa Marta se batieron a tiros con sus rivales los Cárdenas”, añadiendo que “la noticia ha causado revuelo en Barranquilla, ya que en ningún momento se pensó que estos sujetos peligrosos en el momento de ser sorprendidos y preguntados por sus nombres, ninguno respondió a ese apellido”.83 En las informaciones iniciales el apellido Valdeblánquez no figuraba, revelando la intención de los detenidos de evitar ser relacionados como miembros del “clan” Valdeblánquez. Ello era señal que portar uno u otro apellido empezaba a tener una connotación negativa. Ante cualquier suceso de carácter violento que se presentaba en Barranquilla, la prensa se preguntaba “¿Vendetta entre guajiros?”, así no existiera certeza de que el hecho hubiera sido protagonizado por Cárdenas y Valdeblánquez.84 Se comentaba en la prensa que los “guajiros amenazan de muerte a un juez”, para referirse a “los comerciantes de apellido Valdeblánquez y la familia Cárdenas quienes han venido sosteniendo durante varios años viejas rencillas que estallaron en frecuentes tiroteos (...), llevando la peor parte los Valdeblánquez”.85 Hasta allí los Cárdenas aparecen como los supuestos “ganadores” del conflicto.

80 “La vendetta guajira se trasladó a Barranquilla”, Diario del Caribe, Barranquilla, noviembre 21, 1974, p. 2. “Tiroteo en las Calles, guajiros habrían trasladado vendetta aquí”, El Nacional, Barranquilla, noviembre 21, 1974, p. 1-4. 81 “Tiroteo en B´quilla y anoche aquí. Alarma y peligro de muchas personas en ambas ciudades”, El Informador, Santa Marta, noviembre 21 de 1974, p. 1-6; “Más plomo en Santa Marta. Nueva balacera entre las dos familias guajiras”, Diario del Caribe, Barranquilla, febrero 3, 1975, p. 2. 82 “Feroz balacera entre Guajiros y Agentes del F-2”, El Nacional, Barranquilla, febrero 6, 1975, pp. 1-4; “El Crimen del Estudiante. Por ofender a los guajiros mataron a Jainer Fandiño. Intensa búsqueda de los asesinos”, El Nacional, Barranquilla, febrero 6, 1975, pp. 1-6. 83 “Los Valdeblánquez detenidos en el allanamiento de ‘Boston’ ”, Diario del Caribe, Barranquilla, febrero 21, 1975, p. 2. 84 “Vendeta entre guajiros? Violento abaleo frente al cementerio Universal”, El Nacional, Barranquilla, julio 26, 1975, p. 8. 85 “Guajiros amenazan de muerte a un juez”, El Nacional, Barranquilla, marzo 13, 1975, pp. 1-4.

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A lo largo de 1975 se registraron tiroteos y enfrentamientos de manera esporádica. En agosto murió un vendedor del almacén 007 en Santa Marta, donde se encontraban de compras los Cárdenas.86 En septiembre se describía que como resultado de una llamada anónima, la policía había logrado impedir un tiroteo entre las dos familias “quienes se encontraron en la esquina de la calle 60 con la carrera 46 de Barranquilla y se disponían batirse a bala”.87 Luego del registro de un nuevo tiroteo en octubre de 1975,88 el conflicto pareció calmarse, como si un pacto de paz hubiera silenciado los revólveres por todo el año de 1976.

5. Los mediadores y los pactos de paz: “más que todo a atizar, a encender el mallal”

Retomando las ideas de Girard sobre la venganza de sangre, se señalaba como ésta suele generarse ante la ausencia de un tercero que tenga la última palabra en la enemistad desatada entre dos iguales, y que mediante un pacto o un acuerdo, logre dar por terminado el proceso de violencia circular. En el caso de los conflictos entre familias no indias, la gobernación del departamento de La Guajira fijó como política de paz hacia el año de 1992 servir como intermediario para la firma de pactos de paz.89 Dicha política no cobijó a los Cárdenas y Valdeblánquez pero sirve a manera de ejemplo de cómo los rumores y chismes callejeros cumplen las veces de un mediador que alimenta y enciende los conflictos. En la celebración de dichos pactos, junto a los representantes de las familias, actúan como mediadores el gobernador, sacerdotes y veedores elegidos por ambas familias. Los pactos de paz dejan consignados el compromiso a cesar las agresiones verbales y físicas, a permitir el libre tránsito y se establece una fianza representada en dinero en caso de una violación al acuerdo. Las familias Pinto y Gómez, conocidos popularmente como los Gavilanes, fueron protagonistas de otro cruento y sonado conflicto entre familias ocurrido en Riohacha. En reunión de enero 29 de 1992, buscaban la firma de un pacto de no agresión. Daniel Gómez, representante de los Gavilanes, sostiene:

“Yo me acogí a este pacto de paz pensando en los niños y en toda la familia. Quiero de todo corazón que este sea un acuerdo serio que perdure para siempre. Que los cuentos y los rumores callejeros no lo rompan, si escuchan algún chisme debemos aclararlo con los testigos comprometidos en el pacto”.90

En el caso de los Cárdenas y Valdeblánquez sucedió lo mismo, ya que la participación de un tercero en el conflicto era asociado con su intención por acrecentarlo y atizarlo. Inicialmente el conflicto tenía un carácter directo, en tanto eran los miembros de las distintas parentelas los que se atacaban mutuamente. Los recursos de la bonanza posibilitaron que ambas familias contrataran

86 “Un muerto en nueva vendeta de guajiros en santa Marta”, Diario del Caribe, Barranquilla, agosto 23, 1975, p. 3. “Un muerto y tres heridos en abaleo de los Cárdenas y los Valdeblánquez”, El Nacional, Barranquilla, agosto 22, 1975, pp. 1-4. 87 “Cárdenas y Valdeblánquez iban a batirse ayer aquí”, Diario del Caribe, Barranquilla, agosto 23, 1975, p. 3. 88 “Nuevo tiroteo entre guajiros”, Diario del Caribe, Barranquilla, octubre 16, 1975, pp. 1-6. 89 En visita del 6 de noviembre del 2003 a la gobernación de La Guajira en Riohacha se revisó la carpeta de los pactos se paz celebrados con la intermediación de la gobernación. El primer pacto data del 29 de enero de 1992 en Riohacha entre las familias Gómez y Pinto. El acuerdo más reciente es del 18 de enero del 2003, celebrado en Fonseca entre 12 familias en disputa por más de 30 años. 90 Pacto de no agresión entre los señores Danilo Gómez Catrillón y el señor Miguel Pinto Muñiz, Centro Pastoral Livio Reginaldo, Riohacha, Enero 29, 1992.

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sicarios (como el Tin Sánchez), mercenarios, informantes e incluso miembros de la policía, el ejército y la guerrilla91. Con ello el conflicto se convirtió en fuente importante de empleo, lo que hizo que también existieran intereses en mantenerlo. De igual forma sufrió una transformación sustancial, ya que el conflicto dejó de estar articulado exclusivamente a partir de relaciones de parentesco, lo que hizo que creciera de forma desmedida y que resulte difícil determinar el número de muertos que trajo consigo.

Fue así como debido a que las familias en disputa eran numerosas y extensas, apoyadas por un ejército de trabajadores, pistoleros y guardaespaldas, no hay unanimidad sobre la cantidad de muertes desatadas con el conflicto. De igual forma solían ser más los inocentes muertos en los enfrentamientos que los miembros de una u otra familia. Alfredo Molano y et al. hablan de 500 muertos,92 mientras José Cervantes Angulo refiere la cifra de 125 muertos en 5 años según datos de la policía y añade que “Cárdenas y Valdeblánquez no combaten solos, a ellos se unieron otras familias por vínculos de negocio o parentesco”.93 En 1984 se indica que 11 muertos pertenecen a los Valdeblánquez y 30 a los Cárdenas, mientras versiones orales hablan de 87 muertos de los Valdeblánquez y 77 de los Cárdenas, “porque era una familia más corta”.94 Ni los mismos afectados en el conflicto, como Serafín Valdeblánquez parecen tener certeza sobre el número de muertos:

“Al preguntarle sobre la cantidad de muertos, el anciano expresó no tener conocimiento exacto. Sin embargo, por las averiguaciones hechas y por los numerosos detalles se ha podido establecer que durante 14 años de guerra entre los dos grupos familiares, más de cien personas, tanto de un lado como del otro, incluyendo amigos y trabajadores han caído bajo las balas”.95

La primera referencia encontrada sobre un intento por concluir el conflicto entre ambas familias es el relato de la muerte de Roberto Enrique Cárdenas Ducad, quien murió al atender un llamado de los Valdeblánquez para sellar la paz.96 Sin embargo, fueron pocos los mediadores que la historia oral refiere entre los Cárdenas y los Valdeblánquez. Algunas escuetas versiones apuntan a señalar al abogado y ex parlamentario por el M19, Ricardo Villa, quien habría prestado sus servicios como intermediario entre ambas familias97. Villa resultó asesinado el 23 de diciembre de 1992, al parecer por su actividad como abogado en la defensa de unos terrenos en Pozos Colorados. Maracas, Rafael Arón Manjarres, es también reseñado como uno de los mediadores entre ambas familias. Este marimbero riohachero construyó el alcantarillado del barrio samario de Gaira y logró salir elegido concejal de Santa Marta. Es recordado también por la aplicación del talión, pues ante el secuestro de su hija respondió con el secuestro de la hija del secuestrador. Se dice que

91 Al parecer los Valdeblánquez utilizaron como sicario a un desertor de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Comunicación personal Hernando Corral, periodista, Bogotá, octubre 15, 2003. 92 Alfredo Molano, Fernando Rozo, Juana Escobar y Omayra Mendiola, “Aproximación a una historia oral”, Op.cit., p.160. 93 José Cervantes Angulo, La noche de las luciérnagas, Op.cit., p. 71. 94 Laura Restrepo y Fernando Álvarez, “La maldición de una estirpe”, Op.cit., p. 32; Comunicación personal Ezequiela Sánchez, Villanueva, La Guajira, octubre 29, 2003. 95 “El pacto de paz de las familias Guajiras. “No queremos más muertes” Hablan los Valdeblánquez: deseamos vivir y morir tranquilos”, El Bogotano, Bogotá, octubre 8, 1979, p. 7. 96 “Anita le puso el cascabel al gato de la guerra guajira”, Op.cit, p. 64. 97 Comunicación personal Laura Restrepo, septiembre 8, 2003; “Asesinado ex – senador” El Heraldo, diciembre 24, 1992.

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Maracas “había sido condenado por sus propios colegas”, en donde a pesar de que se conocían sus asesinos, se impuso “la Ley del Silencio, muy en boga entre mafiosos”.98 Alternativa señala que Maracas murió acribillado en los primeros días de marzo de 1979, como resultado de las disputas entre los Cárdenas y Valdeblánquez.99

5.1 El Estado en el conflicto: “Utilizaron hasta las autoridades”

Lejos de cumplir el papel de un tercero en el conflicto, el Estado representado en las autoridades políticas, judiciales y militares actuó como espectador e incluso como parte en el conflicto. La única intervención directa se refiere al destierro simbólico de las dos familias de Santa Marta por parte de la alcaldesa en septiembre de 1974. En cada ocasión que la prensa reseñaba un enfrentamiento entre las dos familias, incluía un apartado final en donde las autoridades declaraban que tomarían “medidas especiales” y que se encontraban adelantando una “exhaustiva investigación”. Aun cuando se sabía quienes eran los agresores y los agredidos, no se encontraron registros sobre detenciones de miembros de una u otra familia producto de los enfrentamientos. Aquellos quienes eran detenidos, lo eran bajo cargos por porte ilegal de armas y más adelante, en el caso de los Valdeblánquez, fueron encarcelados bajo cargos por narcotráfico.100 Como mencionamos, el dinero producto de la bonanza le permitió a las dos familias hacerse a los servicios de las autoridades policiales y militares. Se decía que “José Antonio Cárdenas ha sido visto repetidos veces vestido de civil con varios policías, haciendo requisas en el retén a la salida a Barranquilla”.101 El poderío logrado por los Valdeblánquez y Enrique Coronado en Barranquilla era relacionado en las narraciones orales con el establecimiento de su residencia en cercanías a la Segunda Brigada del Ejército. Mientras los Cárdenas fijaron su residencia al lado de un cementerio en Santa Marta, los Valdeblánquez vivían junto a los militares en Barranquilla, casa que los taxistas llamaban “la tercera brigada”.102 Algunas versiones sostienen que la estrecha colaboración entre los Valdeblánquez y la Brigada, era producto en cierta medida de la relación sostenida entre el general y una mujer de los Valdeblánquez.103 Este hecho acrecentó el número de aliados, en este caso militares, que participaron del conflicto del lado de los Valdeblánquez. Un articulo de prensa de 1977 criticaba los vínculos entre los “guajiros” y la Segunda Brigada:

“En toda la costa y de manera especial en Barranquilla se comenta que es la misma Segunda Brigada, con sede en esta ciudad y que tiene a su cargo el control militar de los departamentos costeños, incluyendo La Guajira, la que concede salvoconductos especiales para el porte de armas a toda clase elementos oriundos de ese departamento y muchos de los cuales no tiene antecedentes muy claros o sirven como ‘guarda espaldas’ de otros elementos de quienes se sabe en la propia Brigada, por que necesitan sus famosos ‘guardaespaldas’”.104

98 José Cervantes Angulo, La Noche de las Luciérnagas, Op.cit, p. 68. 99 “Un fantasma con nombre y apellidos”, Revista Alternativa, No. 205, Bogotá, Marzo 26-Abril 2, 1979, pp. 12-13. 100 “Tiroteo guajiro en Santa Marta 2 muertos, 4 heridos, 13 presos”, El Heraldo, Barranquilla, noviembre 11, 1974, pp. 1-4; “La operación limpieza contra el narcotráfico. Allanada la hacienda del “clan” Valdeblánquez”, El Espectador, Bogotá, mayo 8, 1984, p. 11-A. 101Castillo, Fernando, “Vuelve la guerra a la Costa: A pesar de las promesas de paz siguen matándose”, Op. cit., p. 8. 102 Laura Restrepo y Fernando Álvarez, “La maldición de una estirpe”, Op.cit, p. 29. 103 Comunicación personal Hernando Corral, periodista, Bogotá, octubre 15, 2003. 104 “Brigada da armas a los guajiros. Les dan salvoconducto para el porte especial de armas”, El Nacional, Barranquilla, mayo 25, 1977, pp. 1-6, p. 1.

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Además de proveer armas a las familias, las autoridades se vieron implicadas en escándalos de corrupción y complicidad. El caso más dramático lo constituyeron las dos ocasiones en que miembros de los Cárdenas murieron asesinados mientras se encontraban en la cárcel de Santa Marta cumpliendo condena por porte ilegal de armas.105 Las autoridades incluso se prestaron para cometer asesinatos, como sucedió con José Antonio Cárdenas, quien recibió tiros disparados desde una patrulla policial en 1981. También con su hermano Alcibíades Cárdenas Ducad quien fue asesinado en Boyacá en 1983 y como responsable fue detenido un cabo del ejército adscrito a la Segunda Brigada con sede en Barranquilla. De igual forma aconteció, Iván Gómez Ducad, cuyo asesino fue un cabo del F-2 de la policía.106

“La muerte del último de los miembros del clan, Iván Gómez, tuvo similitud con la muerte de Antonio Toño Cárdenas Ducad, acaecida en marzo del 81 y en la cual estuvo involucrado el teniente Rivera, de la Policía Nacional, y quien en ese entonces era comandante de la Estación de Policía de El Rodadero”.107

Antes que mediar entre las partes, las autoridades del Estado tomaron parte activa en el conflicto, actuando bajo las órdenes y el dinero de ambas familias. Lejos de contribuir a solucionar y dar por terminado el conflicto mediante el diálogo o la aplicación de la ley, las autoridades fueron espectadores partícipes de la confrontación. En ese sentido, se hace evidente que en el conflicto entre los Cárdenas y los Valdeblánquez, la autoridad soberana no reposaba en un tercero – un mediador o el Estado - sino en las familias y sus aliados, quienes se movilizaron en un círculo continuo donde hacer justicia por la propia mano se consideró el mecanismo adecuado y tradicional para defender y restablecer el honor familiar.

5.2 La muerte de Pacho Cárdenas: “En una reunión en una gallera rompieron un pacto”

Fueron diversas las declaraciones en donde una y otra familia manifestaba su deseo por alcanzar la paz y terminar con el derramamiento de sangre.108 En tales declaraciones se proponía al Comandante de la Segunda Brigada y los obispos de Santa Marta y Barranquilla como garantes. A pesar de ello, es necesario señalar que nunca se logró un acuerdo definitivo y que los celebrados fueron violados. Unos y otros se culparon mutuamente de ello. Iván Gómez Ducad declaraba en

105 “Los hechos de la cárcel: Investigan posibles fallas de los guardianes”, El Informador, Santa Marta, junio 24, 1980, pp. 1-6; “Dice director encargado. No hay inmoralidad en la cárcel de Santa Marta”, El Informador, Santa Marta septiembre 17, 1980, p. 1. 106 “Muerto en Santa Marta José A. Cárdenas Ducatt, Diario del Caribe, Barranquilla, marzo 5, 1981, pp. 1-3. “En Boyacá, Asesinado otro de los Cárdenas”, Diario del Caribe, Barranquilla, enero 7, 1983, p. 1. “Sindican a un agente del F-2”, El Heraldo, Barranquilla, febrero 7, 1984, p. 9A. 107 “Un suboficial participó en el crimen del último del clan de los Cárdenas”, febrero 7, 1984, p. 2A. 108

“El pacto de paz de las familias Guajiras. “No queremos más muertes; Hablan los Valdeblánquez: deseamos vivir y morir tranquilos”, El Bogotano, Bogotá, octubre 8, 1979, p. 7. “Párroco de la Catedral mediador en “vendetta” ”, El Heraldo, Barranquilla, mayo 26, 1980, pp. 1-5.

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1979 que los Valdeblánquez “son los primeros en romper los pactos de no agresión que hemos hecho, y prueba de ello fue que dieron muerte a Francisco Cárdenas en Riohacha”.109 Luego de un silencio noticioso sobre las familias y sus enfrentamientos durante todo 1976, se dio un hecho que constituye según la historia oral y los registros periodísticos, una violación a un acuerdo por parte de los Valdeblánquez. El 2 de febrero de 1977, día de la virgen de los Remedios, patrona de los riohacheros, fue asesinado en la gallera Monche Castro en Riohacha, Francisco Eduardo Cárdenas Ducad.110 La respuesta de los Cárdenas se presentó exactamente un mes después, el 2 de marzo, cuando fue lanzado un petardo contra la residencia del matrimonio Valdeblánquez Mena en Riohacha, los padres ya “ancianos” de Hilario.111 Producto del estallido murió Corina Mena de 67 años y Antonio Malachía Valdeblánquez de 78, recibió heridas por las cuales murió poco tiempo después. Después de la aparente tregua de 1976, las muertes de Francisco Pacho Cárdenas y Corina Mena, primera mujer muerta en el conflicto, desnudaron la radicalización del conflicto, que muy pronto se empezó a tornar en un conflicto indiscriminado.

6. El recrudecimiento del conflicto: “Eso fue muerto de uno y otro lado”

Los ataques solían realizarse en situaciones donde se garantizaba la reunión de un buen número de los miembros de la otra familia, como bien podía ser los actos fúnebres. Ello fue lo que sucedió en junio de 1978, cuando “un grupo de desconocidos” aprovechó la concurrencia de miembros de los Gómez Ducad al sepelio de la señora dibullera Teotiste del Prado y disparó desde una camioneta contra el cortejo fúnebre. Luego de resultar herido, murió Leonel Gómez Ducad de 29 años, el mayor entre sus hermanos varones.112 En octubre de 1978 resultó asesinado en un bus de Rápido Ochoa que se dirigía a Barranquilla, Elainer Moscote Mena “de 26 años de edad y natural de La Guajira” quien “es familia de los Valdeblánquez”, ante lo que la prensa advierte que “se recrudece la rivalidad”.113 Con el asesinato del periodista Carlos Castillo Monterrosa, allegado a los Cárdenas, el conflicto empezó a ser noticia reseñada en los principales medios nacionales. Este “conocido periodista deportivo y farandulero” era además representante del conjunto vallenato Binomio de Oro.114 Castillo Monterrosa fue asesinado por sicarios frente a su casa en Barranquilla el 30 de junio de 1979. Los miembros de los Cárdenas en carta enviada al diario El Tiempo acusaron del crimen a los Valdeblánquez y explicaban las razones del mismo:

“En la carta se asegura que Castillo había viajado a Santa Marta la semana anterior con el fin de asistir a los actos conmemorativos de la muerte de Leonel Gómez Ducad, jefe del

109 “Dicen los Cárdenas: no queremos más sangre, anhelamos la paz”, El Informador, Santa Marta, Octubre 30, 1979, pp. 1-6, p. 6. 110 “Ultimado en pelea de gallos en Riohacha”, Diario del Caribe, Barranquilla, febrero 4, 1977, p. 2. 111 “Dan muerte a padres de los Valdeblánquez”, Diario del Caribe, Barranquilla, Marzo 3, 1977, p. 1. 112 “Violencia en Santa Marta”, Diario del Caribe, Barranquilla, junio 28, 1978, pp. 1-2. “Cuatro muertos por granadas en un entierro. Cárdenas y Valdeblánquez reinician guerra”, El Heraldo, Junio 28, 1978, pp. 1-5A; “A cinco subió el número de muertos en Santa Marta”, Diario del Caribe, junio 29, 1978, p. 2. 113 “Asesinado a bala en bus de Ochoa. La victima era familia de los Valdeblánquez. Se recrudece rivalidad”, El Nacional, Barranquilla octubre 17, 1978, pp. 1-4. 114 “La mafia también censura”, Revista Alternativa, Bogotá, No. 22, julio 5-12, 1979, p. 26.

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clan de los Cárdenas y quien murió durante el funeral de la señora Teotiste del Prado. Los Cárdenas aseguran que la asistencia de Castillo a este acto, le vino a causar la muerte”.115

La muerte del periodista generó indignación en medios nacionales y regionales, quienes en señal de protesta adelantaron una marcha del silencio con un paro de emisoras y periódicos. A las acusaciones formuladas por los Cárdenas, los Valdeblánquez respondieron que no eran “ni amigos ni enemigos del periodista Castillo”. A su vez aprovechaban para culpar a los Cárdenas “quienes han matado en lo que va corrido del año a tres taxistas, dos conductores de buses, y piden que se investiguen las muertes del edil Rafael Aarón, alias “Maracas” y un alto ejecutivo de la cadena Ardila Lulle, porque ‘en Santa Marta se dice que fueron ellos’”.116 En publicación del diario El Bogotano se afirmaba que los Cárdenas y Valdeblánquez habían acordado firmar la paz.

“La guerra entre estas dos familias fue aprovechada por las mafias organizadas de la Costa Atlántica, para actuar y acribillar a sus enemigos a plena luz del día y para después hacer que la culpa recayera sobre los Valdeblánquez o los Cárdenas. Se dijo que esto fue uno de los principales motivos que los obligó a pactar la paz definitivamente.”117

Sin embargo allí solo aparecía la versión de los Valdeblánquez. A los pocos días los diarios hablaban sobre “otro miembro del clan de los Cárdenas” que caía bajo las balas.118 Se trataba de Euclides Gómez Ducad de 27 años, asesinado en el momento de abordar un lujoso vehículo Lincoln en el parque El Cundí de Santa Marta. Quien fuera recordado por sus canciones vallenatas y hacía “vida marital con tres jóvenes”, recibió veinte impactos de bala, a lo que fue rematado con una granada. Los Cárdenas negaron las informaciones aparecidas en El Bogotano frente a la firma de un pacto de paz, al tiempo que lamentaban lo sucedido con Euclides, “todo se debió a un descuido de él mismo”, comentaban. Diez días después aparecieron declaraciones de los Cárdenas en El Informador donde expresaban: “no queremos más sangre, anhelamos la paz” y acogían la propuesta de Enrique Coronado, “cabeza visible del clan de los Valdeblánquez”, quien promovía la firma de un nuevo pacto de paz.119 Sin embargo, se formulaban nuevas acusaciones contra los Cárdenas. Enrique Coronado los acusó de la muerte de cinco hombres ultimados en un bus de Rápido Ochoa que viajaba entre Riohacha y Barranquilla.120 Estos hombres, oriundos del interior del país, al parecer eran trabajadores de Enrique Coronado y su muerte evidencia la forma en que el parentesco había dejado de ser el mecanismo selectivo para elegir las víctimas.

6.1 Las “zetas” y “la guerra entre hombres”

Aun cuando no existía un código que reglamentara el conflicto y se afirmara que ambas familias “se daban donde se encontraban”, se pueden ubicar ciertos patrones que marcaron algunas tendencias. El tiempo y los aniversarios de muertes marcan cierta regularidad en el desarrollo del

115 “Barranquilla sin prensa y radio por paro”, El Tiempo, Bogotá, julio 4, 1979, pp. 1-11A 116 “Por muerte de periodista. Éxito en marcha del silencio”, El Tiempo, Bogotá, julio 5, 1979, p. 8A. 117 “Firman la paz”, El Bogotano, Bogotá, octubre 4, 1979, p. 7. 118 “Cae otro miembro del clan de los Cárdenas. Una Granada y varias ráfagas de metralleta acabaron con la vida de Euclides Gómez Ducat”, El Informador, Santa Marta, Octubre 20, 1979, pp. 1-6. 119 “Dicen los Cárdenas: no queremos más sangre, anhelamos la paz”, El Informador, Santa Marta, Octubre 30, 1979, pp. 1-6. 120 “Matanza en bus de Rápido Ochoa”, El Heraldo, Barranquilla, octubre 27, 1979, pp. 1-5.

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conflicto. Los ataques y las muertes suelen repetirse en los mismos días y meses de años distintos, lo que podría permitir hablar que el conflicto se desarrollaba de acuerdo a fechas y periodos de tiempo específicos, lo que algunos llaman “zetas”. Como ejemplo de lo anterior, véase el siguiente cuadro:

Fecha Decesos y atentados Lugar Agosto 16, 1970 Hilario Valdeblánquez Mena Dibulla Agosto 16, 1974 Sabas y Moisés Valdeblánquez Levette Santa Marta Agosto 16, 1983 Atentado fallido contra Iván Gómez Ducad Santa Marta Febrero 2, 1975 Atentado fallido contra Ulises Cárdenas D. Santa Marta Febrero 2, 1977 Francisco Cárdenas Ducad Riohacha Febrero 3, 1981 Atentado fallido con carro bomba contra la

residencia de los Cárdenas Santa Marta

Febrero 4, 1984 Iván Gómez Ducad Santa Marta Marzo 2, 1977 Corina Mena Riohacha Marzo, 2, 1981 José Antonio Toño Cárdenas Santa Marta Junio 28, 1978 Leonel Gómez Ducad Santa Marta Junio 30, 1979 Carlos Castillo Monterrosa Barranquilla

El 16 de agosto de 1974, exactamente 4 años después de la muerte de Hilario, fueron asesinados Moisés y Sabas Valdeblánquez. La respuesta a la muerte de Pacho Cárdenas ocurrida el 2 de febrero, se registró un mes después con la muerte de Corina Mena el 2 de marzo de 1977. En fallido atentado con una bomba a Toño Cárdenas, se advertía que sus autores “tenían previsto el hecho para el día lunes dos de febrero fecha en la cual se cumplía el tercer aniversario de la muerte de Francisco “Pachito” Cárdenas Ducad, ocurrida en la gallera de Riohacha”.121 Cuando Toño fue asesinado un mes después, el 2 de marzo, la prensa afirma que “esta fecha conmemoraba el 4º. Aniversario de la muerte de Corina Mena de Valdeblánquez que fue volada en la residencia de ésta en Riohacha (...) Ambos bandos siempre han buscado la fechas en que ha caído muerto uno de sus miembros para vengarse. Eso ocurría con mucha frecuencia con el Clan Cárdenas de acuerdo a la estadística que lleva la policía”.122 Carlos Castillo Monterrosa fue asesinado después de asistir a la misa que conmemoraba un año de la muerte de Leonel Gómez Ducad, lo que popularmente se llama como el “cabo de año”. Este hecho dejó de presentarse con el paso de los años, ya que la radicalización a la que llegó el conflicto, hizo que las muertes sucedieran independientemente de fechas o aniversarios de muertes anteriores. En el segundo capítulo se vio la manera en que hombres y mujeres ocupan lugares y roles distintos dentro de la estructura familiar. Lo mismo sucede con relación al conflicto, donde la diferencia de géneros determina roles específicos. Distintas referencias en la historia oral comentan que “no tiene honor pelear contra una mujer, la guerra es entre hombres”, lo que manifiesta cierta regla que excluye a ancianos, mujeres y niños del conflicto. En cuestiones de honor, la mujer alimenta y exige la venganza. La descripción de Pia di Bella, sobre el comportamiento de las mujeres cuando se presentaba una afrenta al honor en Sicilia, guarda elocuentes semejanzas con los Cárdenas y Valdeblánquez:

121 “Fracasó atentado a los Cárdenas. Los autores murieron al estallar antes de tiempo una bomba”, El Informador, Santa Marta, febrero 4, 1981, pp. 1-2. 122 “Asesinado el único miembro del clan Cárdenas”, El Informador, Santa Marta, marzo 6, 1981, p. 5.

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“La vergüenza que ello acarrea es sentida intensamente por las mujeres, que alientan a sus hombres con palabras, canciones o actos a recuperar el honor de la familia. Tras las interminables vendettas sicilianas o sardas se halla invariablemente al menos una mujer que se asegura de que los hombres se venguen de un asesinato. Cuando el ataúd de la víctima es expuesto al público, la mujer canta, como una attitadora, denunciando la muerte de su hermano, padre o marido, proclamando que pronto será vengado”.123

En el entierro de uno de los últimos Cárdenas muerto producto del conflicto, se señala que en su sepelio se escuchaban gritos de mujeres Cárdenas: “¡Era tan joven, porqué me lo mataron!, Habrá castigo para los asesinos de nuestros hijos!”.124 Anne-Marie Losonczy señala incluso que “la intercesión fracasa muchas veces debido a la intervención de las mujeres mayores que exteriorizan el conflicto, llamando a gritos a la venganza en la calle”.125 Los hombres figuraron como los actores que toman parte en el conflicto, mientras las mujeres alimentaron el odio con sus exigencias de vengar la muerte violenta de hijos, padres, tíos y esposos. Las mujeres fueron quienes deben sobrellevar la carga y el sufrimiento de los muertos, como se lo explicaba Elimelec Gómez Ducad a la prensa en 1984: “Esto es el infierno, le juro, pero uno se endurece. A mí ya no me arrancan una lágrima”126. Cuando se observan las parentelas que tomaron parte en el conflicto, se confirma que los muertos correspondieron principalmente a los hombres adultos de cada una de las partes. Sin embargo, fue tal el radicalismo entre los Cárdenas y Valdeblánquez que no hay que olvidar las palabras de Camilo el médico, quien señalaba que “había una cosa rarísima, en esa época las mujeres no se metían a la guerra y en esta guerra todas las mujeres se metieron, todas andaban armadas”. Ello es recordado en las narraciones orales encarnado en personajes como ‘La Muda’, “quien sí daba plomo”. Este hecho hizo que las mujeres se convirtieran en blancos posibles de los ataques, lo cual marcó la transformación y radicalización del conflicto.

En marzo de 1979 se registraba que por primera vez había sido victima de un atentado el joven de 18 años Iván Gómez Ducad. Al respecto se comentaba que “el joven Iván Gómez Ducad proyectaba viajar en los próximos días a Europa con el fin de seguir estudios de derecho. Este nunca había sido objeto de atentado por parte sus enemigos personales”.127 Ello podría significar que un niño se considera hombre y entra a participar en el conflicto una vez cumple los 18 años. No obstante, no hay que olvidar aquella voz dentro de las narraciones orales que comentaba sin tapujos que un niño se considera hombre “cuando tenga la capacidad de matarme”. Dejar crecer a los niños era por tanto permitir que enemigos potenciales crecieran y vengaran su sangre. Con la bonanza y los cambios introducidos por esta coyuntura en la estrategia emprendida por los actores en conflicto, la edad, así como el sexo o tiempos específicos, dejaron de ser criterios que de cierta forma regulaban el conflicto. Este empezó a tener un carácter indiscriminado y se degradó a niveles tales que la última muerte de la que se tiene registro es la de Hugo Nelson Cárdenas de tan solo 12 años.

123 Maria Pia Di Bella , “El nombre, la sangre y los milagros”, Op.cit., p. 206. 124 Laura Restrepo y Fernando Álvarez, “La maldición de una estirpe”, Op.cit., p.28. 125 Anne-Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., p. 237. 126 Laura Restrepo y Fernando Álvarez, “La maldición de una estirpe”, Op.cit., p.28. 127 “Otro atentado contra los Cárdenas. Herido joven de 18 años cuando se encontraba en un Bronco”, El Informador, Santa Marta, marzo 13, 1979, p. 3.

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6.2 “Esa regla se rompió después de la muerte de Briceida”

La muerte de Corina Mena (1977) significó una violación al principio de mantener al margen a mujeres y ancianos. Con este hecho se empezó a marcar la radicalización del conflicto. Sin embargo fue en mayo de 1980, con la muerte de Briceida Parra de Valdeblánquez esposa de Serafín Valdeblánquez Levette, donde ya no pareció haber regla que fijara criterio alguno. La joven de 23 años fue asesinada en un taxi que la llevaba de Barranquilla a Santa Marta, donde se proponía visitar a su padre enfermo. Junto con ella muere el taxista Miguel Villa.

“De acuerdo con la versión de Enrique Coronado, los Cárdenas se han dedicado a patrullar el sector de la Troncal del Caribe entre Ciénaga y Mamatoco con el objeto de “cazar” Valdeblánquez. En los últimos 60 días, han muerto un total de siete miembros del Clan de los Valdeblánquez o personas vinculadas a ellos. En la cruenta guerra de exterminio que sostienen Cárdenas y Valdeblánquez, ni las mujeres se escapan. Estas también son victimas del odio y la venganza”.128

Las acusaciones ya eran directas y con nombre propio. En rueda de prensa con los medios, “inicialmente tomó la palabra Enrique Eduardo Valdeblánquez para decir: “Los Cárdenas mataron a Briceida desde la camioneta gris plomo de Mariano Vidal. Nosotros estamos acusando públicamente a Carlos Rivas, José Antonio Cárdenas y Jorge ‘El Toto’ Gómez Ducad de haber matado a la esposa de Serafín”.129 Aparecía allí el nombre de Mariano Vidal, quien era referido como “el segundo jefe del “clan” de los Cárdenas”. Esto es indicativo de la manera en que el parentesco había dejado de ser la estructura social que articulaba el conflicto, ya que incluso el liderazgo también recaía en los socios comerciales de las familias. A las acusaciones formuladas por los Valdeblánquez, los Cárdenas respondieron negando la autoría del asesinato, al tiempo que manifestaban sus deseos de suscribir un pacto de paz. Es Iván Gómez Ducad quien señala,

“Nosotros queremos la paz y no queremos que nuestros hijos crezcan con la idea del gallo, sino como personas estructuradas. Sindicarnos de tal crimen es una vil calumnia y por eso hoy elevamos denuncia penal. Hay terceras personas interesadas en que esta guerra no cese y dan muerte a miembros de la familia Valdeblánquez para que ellos a la vez nos responsabilicen de esos crímenes”.130

Enrique Coronado, en comunicación con RCN, acogió la propuesta de un nuevo pacto de paz.131 A pesar de su declaración, Enrique Coronado aclaraba que iba a entablar “denuncia por el delito de homicidio en la persona de Briceida Parra de Valdeblánquez contra la familia Cárdenas”.

128 “Párroco de la Catedral mediador en “vendetta” ”, El Heraldo, Barranquilla, mayo 26, 1980, pp. 1-5. 129 Fernando Castillo, “Vuelve la guerra a la Costa”, Op.cit, p. 7. 130

“Los Cárdenas niegan autoría de asesinato. También queremos la paz, dijeron ayer a EL HERALDO”, El Heraldo, Barranquilla, mayo 27, 1980, pp. 1-5. 131

“Los Valdeblánquez proponen nuevo pacto de no agresión a los Cárdenas”, El Informador, Santa Marta, mayo 28, 1980, pp. 1-6.

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6.3 1980: hasta en prisión mueren los Cárdenas

Los mutuos deseos por firmar un tercer pacto de paz entre las dos familias pronto se vieron frustrados. La muerte de Briceida significó una guerra abierta e indiscriminada que trajo consigo nuevas muertes que fueron noticia a lo largo de todo el año de 1980. La madrugada del 21 de junio de 1980,

“en un cinematográfico asalto a la cárcel judicial de Santa Marta, (primero que se presenta en la historia de esta ciudad) un grupo de elementos que en principio se hizo pasar como guardianes de la dirección general de prisiones y posteriormente como miembros del M-19 asesinaron a sangre fría dos miembros del clan de los Cárdenas”. 132

Se trataba de Jairo Gómez Gómez de 26 años y Orlando Cotes González de 25 años, quienes “se encontraban pagando condena de dos años por porte ilegal de armas”. Albenis Cárdenas Ducad, también en prisión, milagrosamente se salvó de morir.133 En carta firmada por Toño Cárdenas e Iván Gómez Ducad, los Cárdenas culparon a Enrique Coronado, Francisco Kiko y Serafín Valdeblánquez, por la muerte de sus familiares en la cárcel.134 Las autoridades adelantaron investigaciones con los guardianes y procedieron a militarizar el penal.135 A los pocos días de estos hechos fue “asesinado otro miembro de la familia Cárdenas”.136 Desde una Ranger blanca tres sujetos dispararon más de cuarenta veces y dieron muerte al temido Jorge Toto Gómez Ducad y a una mujer que lo acompañaba. Debido a los recientes hechos de sangre, las autoridades municipales de Santa Marta aplazaron el Reinado Internacional del Mar, que se proponía celebrar el aniversario 455 de la fundación de la ciudad.137 Al día siguiente aparecía la noticia que luego de haber asistido al sepelio de Toto Gómez Ducad, son “acribillados a balas” por “sujetos desconocidos” dos antioqueños.138 El conflicto adquirió un carácter indiscriminado, en donde todo aquel que tuviera un vinculo o hubiera sido visto con la otra familia, se convertía de inmediato en un enemigo que debía ser aniquilado. Nuevamente en un “episodio espectacular” murieron en septiembre de 1980 dos miembros de los Cárdenas en la cárcel de Santa Marta.139 Albenis Cárdenas Ducad, quien se había salvado del primer ataque a la cárcel y Enrique Cárdenas Coronado, fueron asesinados por otros dos presos. Luego de cometer el crimen, los sicarios fueron linchados por los reclusos del penal. Aprovechando el permiso para asistir al sepelio de sus familiares, se escapó de la cárcel William

132 En asalto a la cárcel: Asesinan a 2 miembros del clan de los Cárdenas. Un tercero se salvo milagrosamente dice la dirección del penal”, El Informador, Santa Marta, junio 24, 1980, p. 3. 133 “En Santa Marta. Asaltan cárcel y matan a dos Cárdenas”, El Heraldo, Barranquilla, junio 23, 1980, pp. 1-16. 134

“El asalto a la cárcel: Se iba a cometer el martes 17. los vehículos que fueron abandonados ese día iban a ser utilizados para poder huir. La familia Cárdenas dio a conocer comunicado ayer”, El Informador, Santa Marta, junio 25, 1980, p. 3. 135 “Militarizan Cárcel de Santa Marta asaltada por 20 encapuchados”, Diario del Caribe, Barranquilla, junio 23, 1980, p. 1. 136

“Asesinado otro miembro de la familia Cárdenas”, El Heraldo, Barranquilla, julio 8, 1980, pp. 1-5. 137 “Asesinadas 2 personas en Santa Marta ayer. Suspenden Reinado Internacional del Mar”, Diario del Caribe, Barranquilla, julio 8, 1980, p. 1. 138 “Doble crimen ayer en el velorio de Gómez Ducat”, Diario del Caribe, Barranquilla, julio 9, 1980, p. 1-5B. 139

“Masacre en cárcel samaria. 4 asesinados, 2 eran del clan Cárdenas”, Diario del Caribe, Barranquilla, septiembre 11, 1980, pp. 1-5B.

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el Cachaco Salcedo, cuñado de Albenis Cárdenas, de quien se dice que se fugó “por temor a morir masacrado”. Esta nueva masacre trajo consigo la renuncia del director de la cárcel y la decisión de entregar la vigilancia de algunas cárceles a la Policía Nacional.140 El director de la cárcel Dámaso Torres Rosado y los guardias se formularon acusaciones mutuas. Mientras los guardianes denunciaban la existencia de empleados, visitantes y reclusos privilegiados,141 el director culpaba a los guardianes, al tiempo que lamentaba su suerte: “Para mi desgracia, fui nombrado Director de la Cárcel de aquí, donde de nada valieron mis antecedentes ni mi conducta, pues al fin y al cabo he resultado ser el chivo expiatorio de la guerra entre dos familias guajiras”.142 En noviembre de 1980, desconocidos que simulaban ser trabajadores, atacaron desde una volqueta con ráfagas de metralleta la residencia de los Cárdenas Ducad. En el acto murió Pedro Tafur y luego de resultar herido, falleció Ulises Cárdenas Ducad.143 Con él ya eran cinco los Cárdenas Ducad que habían fallecido.

7. La cacería a Toño Cárdenas: ¿el final de la guerra?

Las distintas muertes de miembros de los Cárdenas a lo largo de 1980 conducen a que en medios periodísticos se afirme que estos estaban seriamente diezmados ya que “el único sobreviviente es precisamente el jefe de esta familia y se llama José Antonio Cárdenas Ducad”.144 Surgía la sensación que mientras Toño Cárdenas, el primer victimario, no muriera, el conflicto estaba lejos de terminar. La cacería a Toño Cárdenas se evidenció con un evento que causó conmoción en Santa Marta y que es recordado con asombro por la historia oral. El 3 de febrero de 1981, explotó una bomba en el parque San Miguel, muy cerca de la casa de los Cárdenas. El atentado fracasó ya que el carro estalló antes de tiempo provocando múltiples heridos, en donde los únicos muertos fueron los dos sicarios, quienes habían traicionado a los Cárdenas, ya que meses atrás habían establecido amistad con ellos:

“Estos individuos llegaron a la residencia de los Cárdenas Ducad afirmando que eran familiares de Pedro Tafur Maestre, un ciudadano que murió en la tarde del 20 de noviembre del año pasado en otro atentado criminal que se cometió contra los Cárdenas y en donde murió Ulises Rafael Cárdenas Ducad. Alcibíades Cárdenas, reveló que Juan Daza y Edgar Enrique Romero se ofrecieron gratuitamente para eliminar a su enemigos en Barranquilla –Los Valdeblánquez–. Los dos sujetos mostraron confianza en la residencia de los Cárdenas y fue así como estuvieron departiendo varios días en la residencia de estos”.145

140 “Policía Nacional asume vigilancia en cárceles de 3 departamentos. Entre ellas las de Barranquilla, Santa Marta y Riohacha”, El Heraldo, Barranquilla, septiembre 14, 1980, pp. 1-13A; “Destituido director de la Cárcel”, Diario del Caribe, Barranquilla, septiembre 12, 1980, p. 5B. 141 “Existen empleados visitantes y reclusos privilegiados”, El Informador, Santa Marta, septiembre 23, 1980, p. 3. 142 “La mayor parte de guardianes adolecía de calidades morales y responsabilidad”, El Informador, Santa Marta, octubre 1, 1980, p. 3. 143 “Muere un Cárdenas Ducatt”, El Heraldo, Barranquilla, noviembre 22, 1980, pp. 1-5A. 144 “Masacre en cárcel de Santa Marta, Asesinados dos Cárdenas y linchados los autores”, El Heraldo, Barranquilla, septiembre 11, 1980, pp. 1A – 5A. 145 “Fracasó atentado a los Cárdenas. Los autores murieron al estallar antes de tiempo una bomba”, El Informador, Santa Marta, febrero 4, 1981, pp. 1-2.

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En carta de Alcibíades Cárdenas -padre de Toño- al comandante de la policía, se solicitaba protección y se denunciaba a Enrique Coronado y Francisco Kiko Valdeblánquez como responsables de lo sucedido. A pesar de la “exhaustiva investigación” que anunciaron las autoridades,146 se presentó un nuevo hecho de sangre en Dibulla, donde fueron muertos dos amigos de los Cárdenas. “Ernesto Padilla Sierra y Sol Ángel Villar fueron abaleados al parecer por ser amigos de José Antonio Cárdenas y de todos los integrantes del Clan Cárdenas, ya que todo parece indicar que los sujetos que dispararon contra ellos los seguían desde hacia algún tiempo”.147 El 19 de febrero de 1981, Toño Cárdenas lograba repeler un nuevo ataque de sicarios, los cuales habían alquilado previamente un kiosco de gaseosas Postobón ubicado en el Parque del Cementerio San Miguel para cometer el atentado.148 Finalmente, el 2 marzo de 1981, luego de tres atentados en lo que iba corrido del año, fue acribillado a tiros Toño Cárdenas desde una patrulla de la policía. Con su muerte se rompió la creencia que afirmaba que estaba rezado para evitar las balas, ya que “todos los ataques siempre resultaban fallidos, por lo cual se decía que estaba “asegurado” especialmente para escapar de las balas”.149 Se decía que “para matarlo se necesitaron once años y dos mil balas” y se aseguraba que “los Cárdenas han llevado la peor parte, pues están prácticamente diezmados”.150 Uno de los pocos varones que quedaba vivos y ahora “jefe del clan”, Iván Gómez Ducad, afirmaba que “este crimen como otros similares han quedado impunes por la ineficacia policial y ahora quedará más impune porque por lo menos dos de los implicados pertenecen a esa institución”.151 Aprovechando la visita del presidente de la república Julio César Turbay, las mujeres del clan Cárdenas se tomaron el sector del puente de la Platina con pancartas. Allí solicitaban protección, al tiempo que formulaban sus denuncias:

“Señor Presidente, La Policía no está para matar, está para cuidar. En otra se leía lo siguiente: Señor Presidente, exigimos investigador especial por la Muerte de Toño Cárdenas (...) Hay que anotar que en el desfile de ayer no participó ningún hombre ya que la mayoría de estos han sido asesinados en esta ciudad”.152

7.1 “Esa guerra se acabó por sustracción de materia”

“La venganza es un plato que sabe mejor si está frío” Palabras de Vito Corleone a su hijo Michael El Padrino, Mario Puzo

Con la muerte de Toño Cárdenas el conflicto pareció frenarse en un letargo que podría confundir con su final. El 30 diciembre de 1983, en la laguna de Tota en Boyacá, cayó abatido Alcibíades Cárdenas Ducad de 16 años. Su muerte señalaba de un lado, que los más jóvenes ya empezaban a

146 “Por atentado a los Cárdenas: Exhaustiva investigación y operación desarme anuncian autoridades civiles y militares”, Diario del Caribe, Barranquilla, febrero 5, 1981, p. 5B. 147 “Venganza implacable: Matan a 2 amigos de los Cárdenas”, Diario del Caribe, Barranquilla, febrero 6, 1981, pp. 1-2. 148 “Otro atentado a los Cárdenas: Asesinos a sueldos alquilan kiosko para eliminar a Toño”, El Informador, Santa Marta, febrero 20 de 1981, p. 3. 149 “Acribillado el jefe del clan de los Cárdenas”, El Tiempo, Bogotá, marzo 3, 1981, pp. 1-6A. 150 “Para matarlo se necesitaron once años y dos mil balas”, El Heraldo, Barranquilla, marzo 5, 1981, p. 12A; “Acribillado el jefe del clan de los Cárdenas”, El Tiempo, Bogotá, marzo 3, 1981, pp. 1-6A. 151 “El ‘clan’ Cárdenas culpa a teniente de la policía”, El Tiempo, Bogotá, marzo 4, 1981, p. 2A. 152 “Mujeres de los Cárdenas pidieron investigador”, El Informador, Santa Marta, marzo 10, 1981, p. 3.

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ser blancos en el conflicto. Asimismo indicaba que las hostilidades ya no sólo se limitaban a los escenarios en los cuales se había venido desarrollando el conflicto – Dibulla, Santa Marta, Barranquilla, Riohacha -, sino que éste se empezaba a desplazar a aquellos lugares donde unos y otros, buscasen refugio. Con el propósito de esconder su identidad, Alcibíades Cárdenas “se hacía llamar Carlos Alberto González”. Sin embargo hasta allí llegaron personas contratadas en la Costa Atlántica como sicarios, entre quienes se detuvo a un cabo adscrito a la Segunda Brigada del Ejército en Barranquilla, como se recordará vecina a la residencia Valdeblánquez. Las autoridades aprovecharon que los sucesos habían acontecido en plenas fiestas de año nuevo, para tender una “cerrada cortina de mutismo sobre los hechos y la identidad de las víctimas. E inicialmente hicieron aparecer los hechos como simple accidente de tránsito”. Sin embargo, en los primero días de enero se conoció que se trataba “de una de las últimas personas que integraban el clan de los Cárdenas de Santa Marta”153. Ante la muerte de la mayoría de los hombres Cárdenas pertenecientes a la generación de la guerra, Ivan Gómez Ducad pasó a ser la cabeza visible de la familia, quien “vivía rodeado de los cuidados y la obediencia de su madres, sus tías y sus hermanas”154. Luego de haber sufrido diversos atentados, fue “asesinado el último del clan de los Cárdenas” - como llamaba la prensa a Iván - el 5 de febrero de 1984. Se afirmaba que “con la muerte de Iván Gómez, de 21 años de edad, se extingue el último reducto del clan que durante más de una década libró una encarnizada y sangrienta lucha a muerte con los Valdeblánquez, radicados ahora en Barranquilla”.155 Del crimen de Iván, como con la muerte de Toño, fue sindicado un miembro de la policía de Santa Marta., el cabo Gregorio Meneses. Es poco lo que se conoce a partir de la muerte de Iván Gómez Ducad en 1984. Los años han pasado y los Cárdenas que mueren han dejado de ser noticia frecuente en los diarios. Luego de cinco años de una tregua aparente, en abril de 1989 desde una motocicleta dos sicarios “matan niño que esperaba bus”, quien resultó ser “hijo del legendario Antonio Cárdenas Ducad, jefe del extinto clan Cárdenas”.156

“La muerte del niño Hugo Nelson Cárdenas de 13 años de edad había sido planeada por parte de los sicarios que en otras épocas se enfrentaron con el padre y los tíos de la víctima, y la investigación se encuentra encaminada a identificar a los autores materiales e intelectuales del crimen, dijo la policía del Magdalena que para este caso ha desplegado a los más especializados agentes de su grupo de homicidios de la Sijín”.157

La investigación dio con los sicarios que participaron en el crimen. Francisco Kiko Valdeblánquez pedía que se esclareciera la muerte del niño:

“Los problemas con los Cárdenas – dijo – son asunto del pasado. Por el contrario, nos duele la muerte de una criatura inocente. Su muerte no tiene sentido. Queremos que se identifique y se sancione a los culpables. Somos gente de bien y rechazamos categóricamente un crimen de esa naturaleza. Creemos, dijo finalmente Francisco

153 “En Boyacá, Asesinado otro de los Cárdenas”, Diario del Caribe, Barranquilla, enero 7, 1983, p. 1 154 Laura Restrepo y Fernando Álvarez, “La maldición de una estirpe”, Op.cit., p.28. 155 “En Santa Marta, Asesinado el último del clan de los Cárdenas”, El Tiempo, Bogotá, febrero 4, 1984, p. 2A. 156 “En Santa Marta, Matan niño que esperaba bus”, El Heraldo, Barranquilla, abril 12, 1989, p. 1. 157 “El asesinato del menor en Santa Marta, Policía identificó a los dos sicarios”, El Heraldo, Barranquilla, abril 13, 1989, p. 6C.

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Valdeblánquez, que existen personas interesadas en hacernos daño y en atribuirnos la responsabilidad de hechos que censuramos y descalificamos públicamente.”158

La muerte de Hugo Nelson Cárdenas pareció marcar el final de una triste cadena de venganzas de sangre. Se trataba de un niño de doce años quien según las palabras de un amigo de infancia “ya no tenía rencor, Hugo andaba en otro paseo, sabroso, o sea, él nunca pensaba en vengar la muerte del papá o cosas así (...) pero Hugo era el último de los Cárdenas, el último, que lo estaban dejando crecer para que le doliera más a la mujer...”

7.2 “Las guerras no son buenas ni ganándolas”

En 1975, cuando recién empezaba el conflicto, se afirmaba que “los Valdeblánquez están llevando la peor parte”. Sin embargo y con el paso de los años, los Valdeblánquez son considerados en la historia oral como los ganadores del conflicto, mientras que de los Cárdenas sólo quedaron “un pocotón de mujeres”. El “triunfo” de los Valdeblánquez se puede explicar en la medida en que su estrategia en cabeza de Enrique Coronado, tuvo mayor éxito. De una parte aumentaron su capital económico, asociado a una participación más efectiva en la bonanza y a su posterior intervención en el tráfico de cocaína, así como en el secuestro y la piratería terrestre. Por otra parte la alianza que establecieron con la Segunda Brigada del Ejército en Barranquilla, les permitió aumentar su capacidad militar e imponerse sobre sus rivales. Los Valdeblánquez ya no sólo aparecían en la prensa vinculados con relación al conflicto. La marihuana había dado paso a productos más ventajosos como la cocaína. En 1984, producto de la persecución de la que eran blanco los narcotraficantes en el país a raíz del asesinato del ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla, se allanaron residencias y propiedades de Serafín Valdeblánquez, Enrique Coronado y Francisco Kiko Valdeblánquez.159 En Cartagena se decomisó un yate de Enrique Coronado y en 1985 se registró la “detención de integrantes del Clan de los Valdeblánquez Coronado en allanamiento realizado en Barranquilla”.160 En 1992, Serafín y Kiko rindieron indagatoria por el secuestro del ganadero Jesús Amín Malkun.161 Serafín fue condenado a 26 años de prisión, pero terminó siendo absuelto en agosto de 1996.162 En diciembre de 1994, al salir de la Clínica del Caribe, donde visitaba a “su amigo Enrique Coronado” (quien se “encuentra procesado por el decomiso de varias toneladas de marihuana halladas en una finca de Puerto Velero”) fue plagiado el “comerciante y ganadero guajiro” Francisco Kiko Valdeblánquez.163 Kiko y su guardaespaldas fueron obligados por hombres fuertemente armados a abandonar el vehículo donde se transportaban. Una hora después los dos vehículos fueron encontrados incinerados en la vía al mar. En carta del día siguiente, Enrique

158 “Pide Valdeblánquez. Investigar al sicario detenido”, Diario del Caribe, Barranquilla, abril 21, 1989, p. 1. 159 “Embargo de bienes de narcotraficantes. Allanadas 12 residencias y 2 fincas en el Atlántico”, Diario del Caribe, Barranquilla, mayo 8, 1984, pp. 1-4A. 160 “La guerra al narcotráfico. Decomisados yates y éter en Cartagena”, El Espectador, Bogotá, mayo 11, 1984, p. 1. 161 “El secuestro de Malkun. Fiscalía ordenó libertad de “Kiko” Valdeblánquez”, El Heraldo, Barranquilla, octubre 17, 1992, p. 12A. 162 “Absuelto Serafín Valdeblánquez por secuestro de Malkun Malkun”, El Heraldo, Barranquilla, Agosto 27, 1996, p. 13A. 163 “Cuando salía de la Clínica del Caribe. Secuestrado Francisco “Kiko” Valdeblánquez”, El Heraldo, Barranquilla, diciembre 7, 1994, pp. 1-15A.

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Coronado aclaraba que no eran sólo amigos, destacando que los “vínculos entre los señores Enrique Coronado y Francisco Valdeblánquez son de carácter familiar, pues entre ellos existe consanguinidad en segundo grado. Lo que implica algo más que amistad como lo destaca esa casa periodística”.164 El cuerpo de Kiko Valdeblánquez fue hallado tres meses después en estado de descomposición, enterrado junto a su guardaespaldas en cercanías a Barranquilla.165 Su muerte fue producto, al parecer, de su participación en actividades de piratería y secuestro terrestre, en el caso particular del ganadero Malkun. Sus enemigos ya no eran los Cárdenas. Queda la sentencia de una de las muchas voces recogidas en el trabajo de campo, “después de buscar no quedar con enemigos quedaron con más”. La violencia no ha desaparecido de la región, sus protagonistas son quienes han cambiado. Narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares aún hoy se disputan el control territorial y el negocio de la cocaína. Los “espectaculares” y “cinematográficos” episodios protagonizados por los Cárdenas y Valdeblánquez pronto quedaron en el recuerdo. Para reconstruir su historia, recurrimos a las narraciones orales que nos relataron datos, nombres y fechas de manera sobrepuesta y confusa. Estas narraciones, que exhiben una posición personal e incluso gestos de desaprobación frente al exagerado y desmedido proceder de ambas familias, se complementaron con los registros encontrados en la prensa, que permitieron reconstruir parcialmente el desarrollo del conflicto. Lo que resulta esencial poner de presente fue la forma en que el conflicto se acrecentó y se tornó irreversible, producto de una continúa y permanente cadena de actos de sangre. Como se puede constatar, cada muerte se constituyó en un acto que debía ser y era vengado. Esta venganza de sangre obedecía a un contexto particular encarnado en Dibulla, donde primaban capitales como el honor y el parentesco. Estas condiciones se enfrentaron a la coyuntura de la bonanza marimbera, cuyos efectos generaron cambios visibles en la estrategia que inicialmente mediaba la práctica del conflicto. En primer lugar cabe señalar que los recursos de la bonanza les permitieron a ambas familias abandonar el entorno rural de Dibulla y residenciarse en Riohacha, Barranquilla y Santa Marta, lo que estableció territorios específicos de las partes en conflicto. Inicialmente el conflicto se transmitió de forma poco uniforme entre las parentelas más ‘cercanas’ a los protagonistas iniciales. El patrimonio que ambas familias acumularon, también les permitió financiar la guerra, lo que se tradujo en la adquisición de moderno armamento, incluso con poder de destrucción a gran escala como granadas y explosivos. El dinero de la marimba posibilitó que se sumaran una amplia red de socios, trabajadores, militares, policías y empleados que alimentaron el conflicto de forma decisiva, donde la participación en éste ya no estaba motivada exclusivamente por criterios propios del parentesco. Las autoridades del Estado, antes que mediar entre las partes, tomaron parte y contribuyeron con el desarrollo del conflicto. La ausencia de un tercero -encarnado en un mediador o en el Estado-, determinó que la autoridad soberana reposara en las familias y en sus aliados, quienes se

164 “Sin rastro de plagiarios de “Kiko” Valdeblánquez”, El Heraldo, Barranquilla, diciembre 8, 1994, p. 12A. 165 “En cercanías a Puerto Velero. Hallan el cadáver de Kiko Valdeblánquez”, El Heraldo, Barranquilla, marzo 2, 1995, pp. 1-11A.

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movilizaron en un círculo de violencia continuo, que se mantuvo por cerca de veinte años y que trajo consigo un número indeterminado de muertos. En la medida en que el conflicto se convirtió en fuente de empleo, también existían intereses en mantenerlo, por lo que los rumores y los chismes callejeros lo alimentaron y avivaron. La muerte de Francisco Cárdenas Ducad en 1977 significó la violación a un pacto de paz celebrado entre ambas familias. Una nueva ofensa de honor, encarnada en el incumplimiento de la palabra comprometida, que radicalizó y transformó el conflicto en un confrontación indiscriminada. En un comienzo eran los hombres adultos los actores exclusivos del conflicto. En su desarrollo se verifica la manera en que ancianos, mujeres y niños fueron involucrados en el conflicto. También es posible señalar que inicialmente los homicidios se registraban en fechas comunes en el tiempo, que permitían considerar que la práctica estaba mediada por tiempos específicos (zetas). Sin embargo, esto también cambió significativamente, ya que con la radicalización del conflicto no valieron criterios de edad, género o tiempo que pudieran llegar a regular la práctica. En la fase final del conflicto, se hizo evidente la desigualdad entre ambas familias, en donde los Cárdenas llevaron la peor parte, ya que sus miembros empezaron a caer abatidos unos tras otros. Ni siquiera la muerte de Toño Cárdenas en 1981, el primer matador, fue garantía del final del conflicto. Hasta 1984 aparecen registros de muertes violentas de sus hermanos y primos, hasta que cinco años después, cuando todo parecía haber acabado, muere asesinado por dos sicarios su hijo Hugo Nelson. Ello corrobora la manera en que la venganza se presenta como un proceso “infinito e interminable”, cuya terminación es siempre incierta. La estrategia emprendida por los Valdeblánquez resultó ser más ‘efectiva’, en tanto les permitió acumular más capital económico y una mayor capacidad militar. Resulta posible afirmar que el conflicto se acabó principalmente por la muerte de casi todos los hombres Cárdenas o como dicen las versiones orales, por “sustracción de materia”. De igual forma el ocaso de la bonanza marimbera, cortó el flujo de recursos que permitía financiar de manera desmedida el conflicto. No es posible afirmar, sin embargo, que ambas familias se hubieran exterminado por completo. Muchos parientes cercanos y lejanos sobrevivieron el conflicto y por lo general opera en ellos una sombra De los Cárdenas que participaron del conflicto, murieron la mayoría de los varones implicados en el conflicto. Algunos Valdeblánquez cumplieron condenas por narcotráfico y finalmente otros, envueltos en oscuros casos de secuestro, murieron ajusticiados por nuevos y distintos enemigos. Ante esto, no parece haber expresión más adecuada que aquella que sentencia que señala que “las guerras no son buenas ni ganándolas”.

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CONCLUSIONES

Aquellos días durante los cuales se originó y se desarrolló el conflicto entre los Cárdenas y los Valdeblánquez son cosa del pasado. Tal y como recuerdan las narraciones orales y se registra en la prensa, estas familias dibulleras protagonizaron uno de los conflictos más famosos y sangrientos sucedidos en la época de la bonanza marimbera. Ante la masacre sucedida en la Guajira en abril de 2004, un columnista evocaba el conflicto para afirmar que la violencia actual contiene una dinámica muy distinta a la de ese entonces.1 Con el declive de la bonanza y de las familias, actividades como el tráfico de cocaína, el secuestro, la extorsión, junto a actores como las guerrillas, el ejército y los grupos de autodefensa, dieron paso a nuevas y distintas formas de violencia asociadas al control territorial de la Sierra Nevada y de la península Guajira. Si consideramos que las distintas violencias funcionan de manera conjunta, pero con dinámicas propias, desglosar sus particularidades constituye un aporte vital para el entendimiento en conjunto de la violencia actual. En ese sentido, el estudio del conflicto entre los Cárdenas y los Valdeblánquez se perfila como una contribución a la comprensión de la violencia que actualmente azota a la región, ya que aún hoy, constituye un referente de una forma de violencia específica, que obedeció a condiciones y circunstancias particulares. A pesar de que este trabajo contribuye con el entendimiento de este tipo de violencia, encarnado en los conflictos familiares, posee particularidades que restringen su alcance, por lo que un estudio integral que explore los principales casos sucedidos en la Guajira es una labor que aún está por hacerse y que bien valdría la pena realizar. La investigación del conflicto se nutrió principalmente de las versiones orales recogidas en el trabajo de campo, así como de las fuentes secundarias que resultaban pertinentes para la comprensión del fenómeno en cuestión. Para abordar su estudio fue vital la naturaleza interdisciplinaria de la ciencia política, bajo cuya perspectiva resulta fundamental y necesario el uso de herramientas y conceptos de otras disciplinas, que permitan profundizar y complementar las maneras de abordar un objeto de estudio. Ante estas circunstancias, el ensamble del texto final se constituyó en un reto para los autores, bajo la firme intención por conciliar los rigores técnicos que exige la investigación académica, con la cualidad narrativa que demanda relatar una historia. Nuestro propósito fue entonces articular en un texto de fácil lectura, las versiones orales y escritas encaminadas a la comprensión del objeto de estudio. Por esta razón optamos por intercalarlas a lo largo de los seis capítulos que conforman el trabajo. De una parte presentamos las fuentes orales reunidas como una crónica que recrea el diálogo entre las voces escuchadas en el trabajo de campo, lo que posibilitó confrontar distintas versiones sobre un mismo fenómeno. Por otra parte aparecen las fuentes secundarias cuyos contenidos permitieron contrastar y complementar la información en torno al conflicto. El diseño de la estructura del trabajo no resulta fortuito, ya que aspirábamos a crear una estructura narrativa que nos permitiera conjugar y complementar lo oral con lo escrito, con la esperanza de contribuir con los diversos usos que desde las ciencias sociales se pueden hacer de ambos tipos de fuentes. El uso de herramientas etnográficas e historiográficas,

1 Alfredo Molano, “La Masacre no fue guerra”, El Espectador, Bogotá, semana del 6 a 12 de junio, 2004, p. 16A. El autor comenta el asesinato de 13 personas, la desaparición de 30 y el desplazamiento de 300 familias wayúu, ocurrido el 18 de abril del 2004 en el puerto de Bahía Portete.

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validan las posibilidades de la ciencia política como una ciencia social que no sólo se debe limitar a la producción de conocimiento, sino a la aplicación de dicho conocimiento en pos de la transformación de realidades.

I. El parentesco y su importancia en Dibulla La aspiración por entender el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez nos obligó a estudiar algunos aspectos de la cultura dibullera.2 Se trataba de detallar la especificidad de Dibulla, así como de las relaciones sociales allí presentes, con el propósito de caracterizar los principales rasgos de los actores del conflicto y su entorno social. Pudimos constatar la manera en que Dibulla se había formado como lugar de paso que representaba la confluencia de múltiples fronteras y culturas. En medio de ese complejo proceso de intercambios culturales se gestó el dibullero, distinguido por el cruce de diversos grupos humanos, así como por la movilidad y el desplazamiento permanente entre la Sierra Nevada de Santa Marta, el mar Caribe y la península de la Guajira. En este entorno el parentesco constituía la estructura social más relevante, ya que la familia extensa regía la vida social y económica. Al mismo tiempo se consideraba y valoraba a los individuos como parte de un grupo social más amplio. Era comprensible entender por qué el conflicto se había desatado entre dos familias, dos grupos sociales compuestos por un conjunto de individuos congregados entre sí, a partir de criterios propios del parentesco como la sangre y la filiación.3 Al examinar los árboles genealógicos de ambas familias, éstos despliegan a simple vista un rasgo ineludible: se trataba de familias extensas y numerosas. Son comunes allí los casos de hombres que tenían hijos con más de una mujer, que junto a las versiones orales, atestiguan la naturaleza políginica del hombre dibullero. Debido a que éste mantiene relaciones simultáneas con distintas mujeres, las familias dibulleras se caracterizan generalmente por congregarse en torno a un hombre, el cual se encuentra ligado a mujeres que habitan residencias e incluso pueblos distintos (multipolar). Mientras que el hombre dibullero divide su tiempo recorriendo y visitando sus mujeres e hijos, éstos suelen crecer en torno al núcleo materno. Esta descendencia numerosa y multipolar, se configura como un importante apoyo para el hombre dibullero, quien en casos de tensiones y conflictos con otras familias, recibe el respaldo de hermanos, hijos, primos, ahijados y compadres. El parentesco se torna difuso y extensible a un amplio conjunto de personas allegadas, corroborado con la afirmación que “acá en la Guajira todos somos primos”. En ese contexto la familia se subdivide a partir de la distinción que realiza el individuo entre unos ‘parientes cercanos’ y unos ‘parientes lejanos’. Ello hizo que sólo algunas parentelas, ante una mayor ‘cercanía’ con los protagonistas iniciales, José Antonio Cárdenas e Hilario Valdeblánquez, fueron las que participaron activamente en el conflicto.

2 Para este propósito resultaron fundamentales las versiones orales y los trabajos de: Anne Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”; Euclides Moscote Arregocés, “Dibulla Laboriosos del Pasado” y Elsy Caballos Hernández, “Reconstrucción histórica de Dibulla a través de la memoria oral”. 3 Sobre el parentesco, véanse entre otros: Robin Fox, Sistemas de parentesco y matrimonio; Ira Buchler, Estudios de Parentesco; Joan Bestard, Parentesco y Modernidad; Martine Segalen, Antropología histórica de la Familia.

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De esta forma, el parentesco además de ser un elemento que condiciona la estructura social, también se constituye en un capital social.4 Ello implica que no opera como una estructura rígida, sino que forma un sistema de disposiciones estructuradas en forma de prácticas, las cuales se ajustan constantemente a coyunturas donde intervienen los intereses de los actores sociales mediante el uso de estrategias.5 Bourdieu considera que las prácticas, antes que ser una ejecución mecánica de reglas, son el producto de una situación específica socialmente estructurada (coyuntura) y de un sistema de disposiciones duraderas (habitus), que hace que los fundamentos de la acción sean estrategias con principios prácticos flexibles y adaptables a condiciones que, como la bonanza marimbera, evidencian el cambio.6 En ese sentido el estudio del conflicto como una práctica permitió verificar las transformaciones que presentaba una estructura aparentemente rígida como el parentesco, producto de su adaptación a una coyuntura específica.

II. Un conflicto mestizo: La maldición kogui, la “ley guajira” y el honor Algunas versiones relatan que el conflicto fue consecuencia del robo de objetos sagrados de los kogui, cometido por miembros de las familias Cárdenas y Valdeblánquez. El castigo impuesto por los kogui se tradujo en una maldición que condenó a ambas familias a enfrascarse en un conflicto que les trajo sangre y muerte. Bajo esa perspectiva, el conflicto desbordaba la voluntad de sus protagonistas, ya que representaba una sanción por parte de un grupo cultural, los kogui, sobre otro que encarnaban ambas familias, los dibulleros. Esto en la medida en que desde tiempos remotos, los dibulleros se relacionaron de manera desigual con los kogui pese a entablar con ellos relaciones de compadrazgo, parentesco e intercambio comercial. De un lado los dibulleros invadieron su territorio y ocuparon una posición económica y política dominante sobre los indígenas. Los kogui a su vez, lograron ejercer cierto temor en los dibulleros mediante la utilización de la magia como escarmiento contra sus atropellos. Bajo esta óptica el conflicto representa un castigo ejemplar de los kogui a los dibulleros como respuesta al largo historial de atropellos, abusos y fechorías a los cuales estuvieron sometidos. Fue así como “para los dibulleros, la obligación reciente de dejar las tierras serranas se deriva de las acciones de los Cárdenas y los Valdeblánquez”,7 por lo que se podría suponer que la sanción kogui tuvo éxito y que el conflicto formó parte de un proceso correctivo que buscaba restablecer el

4 En ese sentido se sigue la contribución teórica de Pierre Bourdieu sobre las formas del capital (que se presentan principalmente en la forma de capital social, económico, cultural y simbólico), en donde el capital social se entiende como “la posesión de una red de relaciones sociales, asociados con la posesión de una red perdurable de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento y reconocimiento común o en otras palabras, de la calidad de ser miembro de un grupo”. Pierre Bourdieu, “The Forms of Capital”, Op.cit., p. 248. 5 Victor W. Turner propone la noción de comunitas, “de naturaleza espontánea, concreta e inmediata en oposición a la naturaleza regida por la norma, institucionalizada y abstracta de la estructura”. En ese sentido este aspecto existencial y potencial de la vida humana se caracteriza por una fase liminal que representa el punto intermedio de una transición entre dos posiciones, “por lo que los estudios sobre la estructura social como tal son irrelevantes [y] equivocados en su premisa básica, ya que no existe tal cosa como una ‘acción estática’”; (“...and for this reason studies of social structure as such are irrelevant. They are erroneous in basic premise because there is no such thing as “static action”.) Victor W. Turner, “Liminalidad y Comunitas”, El proceso Ritual Estructura y Antiestructura, Madrid, Taurus, 1996, pp. 101-136, p. 133. La segunda cita fue extraída de Dramas Fields and Metaphors, Symbolic action in Human Society, Nueva York, Cornell University Press, 1994 (1974), pp. 23-59, p. 24. 6 Pierre Bourdieu, Outline of a Theory of Practice, Op.cit., p.72. Bourdieu sostiene que el habitus depende de unas estructuras objetivas (economía, lenguaje, etc.), que definen las condiciones en que dicho habitus es producido, mientras que la coyuntura determina las condiciones en que éste opera. Ibid., pp.79-87. 7 Anne Marie Losonczy, “De cimarrones a colonos y contrabandistas”, Op.cit., p. 228.

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equilibrio entre ambos grupos culturales. La versión del robo de la máscara, en su connotación de suceso ambiguo de tiempos y actores indefinidos, no es contradictoria con otras versiones del origen del conflicto, ya que sirve como respuesta al tratar de explicar la desgracia desencadenada entre dos familias dibulleras. Las versiones que gozan de mayor aceptación en torno a las causas del conflicto giran alrededor de una mujer. Indagando la razones de por qué resulta frecuente que familias enteras de dibulleros y guajiros se maten por diferencias en torno a una mujer, se nos explicaba que por honor y por el arraigo que tiene la “ley guajira” entre guajiros indios y no indios. Fue por esto que consideramos necesario abordar y analizar algunos elementos de relevancia para el estudio del conflicto como la “ley guajira” por un lado y el honor, por otro. Es por esto que optamos por definir el conflicto de los Cárdenas y los Valdeblánquez como un conflicto mestizo, queriendo decir con esto que no es posible atribuirle una única respuesta y afirmar, por ejemplo, que se trató de un conflicto que siguió estrictamente patrones culturales de origen wayúu, kogui, africano o español; por el contrario, su estudio revela elementos estructurales subyacentes y permite identificar al interior de éstos influencias culturales presentes en la cultura dibullera, ya fuesen wayúu, kogui, africanas o hispánicas. Es necesario señalar que el concepto mestizo es tan amplio como complejo y como tal, excede los propósitos del presente trabajo. Sin embargo, esta investigación, aunque no pretende constituirse en un estudio sobre el mestizaje en La Guajira, sí busca servir como incentivo a futuras investigaciones en este campo, de reducida exploración en Colombia. El conflicto entre los Cárdenas y los Valdeblánquez, así como otros sucedidos entre familias guajiras no indígenas, guarda abiertas similitudes con los conflictos interfamiliares wayúu regulados por la llamada “ley guajira”, ya que en ambos casos se trata de conflictos articulados principalmente por el parentesco. Sin embargo, en los conflictos wayúu regidos por el código de reciprocidad y basados en la filiación matrilineal, el enfrentamiento violento se constituye en la última fase de una negociación fallida, cuyo mediador es el palabrero.8 Mientras tanto, conflictos como el de los Cárdenas y los Valdeblánquez suelen caracterizarse en que no acuden a una instancia de conciliación previa al enfrentamiento violento. Se suele afirmar que este tipo de conflictos constituyen una transformación del proceder wayúu.9 Esta consideración, si bien aporta importantes elementos comparativos entre uno y otro tipo de conflictos, corre el riesgo en que al realizar generalizaciones, desconoce la complejidad y particularidad del fenómeno e ignora otras posibles explicaciones. Lo que vale la pena señalar es que a pesar de que ni los Cárdenas ni los Valdeblánquez tenían ancestros wayúu que puedan ser ubicados en sus árboles genealógicos, éstos estuvieron muy presentes en la historia de poblamiento de Dibulla. Esto permite asegurar que ciertos elementos propios de la cultura wayúu, como el contrabando, las alianzas familiares y el alto valor social de la mujer como transmisora del parentesco, fueron asimilados por el dibullero y en general por los habitantes de la Guajira.

8 Véase: Weildler Guerra, La disputa y la palabra y “Los conflictos interfamiliares wayúu”; Benson Saler, Principios de compensación; Federico Guzmán, “Venganzas de sangre entre los wayú frente al derecho penal colombiano”; Michel Perrin y José F. Uliyuu Machado, “La “Ley Guajira”, Justicia y venganza entre los guajiros”. 9 Este desarrollo se encuentra presente en Ángel Acosta Medina, “El hombre guajiro” y Claudia Cáceres, “Tácticas y Estrategias en el Conflicto Social de La Guajira”.

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Para aproximarnos al concepto del honor resultaron de gran utilidad distintos trabajos que lo desarrollan desde la antropología.10 En ese proceso fue vital aprehender la noción del honor como capital simbólico, cuyo valor reside en la representación que éste tiene ante el individuo y los demás.11 En esa medida, una ofensa de honor constituye un perjuicio al capital simbólico del ofendido, quien está obligado a actuar para restablecerlo. De ahí la tendencia a ejercer la justicia privada en los conflictos de honor, pues recurrir a terceros es renunciar a limpiar el honor propio. Restaba entender qué consideraban los dibulleros como una ofensa al honor. De un lado, el honor se encontraba en estrecha relación con la mujer, su sexualidad y virginidad. Ello señala la evidente diferencia en los roles sociales según el género, donde el hombre aparecía como el guardián y el responsable de la sexualidad femenina, cuya transgresión equivalía a la pérdida de su honor y el de su familia, expresada en la humillación y la vergüenza pública. Por otra parte el honor se relacionaba con la palabra empeñada, cuyo incumplimiento se constituía en una delicada ofensa. Finalmente se consideraba que el derramamiento de sangre y la muerte constituían la más grave ofensa al honor. Las ofensas al honor, referidas a la mujer, a la palabra o al derramamiento de sangre, constituían eventos en los cuales el orden social era infringido y se veía comprometido el capital simbólico de los afectados. El honor se articuló a partir de las relaciones de parentesco, hecho que evidencia su naturaleza colectiva, ya que si se ponía en entredicho el honor de un individuo, esto implicaba hacerlo en contra de todo el grupo al cual éste pertenecía. En este caso se trataba de dos familias, en donde el parentesco fue inicialmente la norma que estableció y señaló a aquellos quienes participaron en el conflicto. La revisión de los caminos por los cuales se transmitió el conflicto a través del parentesco, no permitió establecer una única tendencia. La transmisión se dio entre hermanos, así como entre primos hermanos por vía materna o paterna y entre primos en segundo grado de los protagonistas iniciales. Los involucrados en el conflicto fueron parientes por ambas líneas de descendencia, permitiendo distinguir cierta influencia en el sistema de filiación tanto wayúu (matrilineal) como hispánico (bilineal), lo que revela la naturaleza mestiza del conflicto. Este hecho determinó que sólo fueron algunas parentelas, dentro del conjunto de la familia extensa, las que al respaldar a las partes implicadas, tomaron parte activa en el conflicto. A estas parentelas guiadas por el parentesco consanguíneo, se sumó el respaldo de un extenso número de compadres y ahijados, quienes se consideraban y se reconocían parientes a partir del sacramento del bautismo. El honor es un capital simbólico que se transmite, comparte y defiende. En el caso de los Cárdenas y los Valdeblánquez la institución que se movilizó en torno a la defensa del honor fue la familia. Sin embargo, defender el honor familiar implicó implementar estrategias encaminadas a afectar el capital simbólico de la contraparte12. Una de las estrategias empleadas por ambas

10 Al respecto véase: Jean G. Peristiany (comp.), El concepto del honor en la sociedad mediterránea; Julian Pitt-Rivers y Jean G. Peristiany (comp.), Honor y gracia; Julian Pitt-Rivers, Antropología del honor o política de los sexos. 11 El capital simbólico sólo existe en la medida en que es percibido por los demás como valor, ya que no tiene un valor real, sino una existencia efectiva que se basa en el reconocimiento que le otorgan los demás. Bourdieu lo define como el “capital negado [denié], reconocido como legítimo, es decir, no reconocido [méconnu] como capital”. Pierre Bourdieu, El Sentido Práctico, Op.cit., p.198. 12 Las estrategias, según Bourdieu, constituyen un sistema de principios generadores y organizadores flexibles y adaptables a condiciones cambiantes. Francisco Vázquez García, Pierre Bourdieu, Op.cit., p.76.

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familias, a partir de los recursos obtenidos de la bonanza marimbera, fue la conformación de una red de aliados tales como trabajadores, conductores, socios, sicarios, policías y soldados, cuyo fin fue intervenir a favor de uno u otro bando en el conflicto. Esta red de aliados aumentó el número de actores y víctimas implicados en el conflicto. Si se consideran los aliados que se vincularon al conflicto de honor, a partir de intereses económicos (empleados) y comerciales (socios), pareciera que el parentesco cedió en la última fase del conflicto como el principal elemento que lo articulaba. Los registros señalan las muertes de conductores, sicarios e incluso periodistas que habían sido allegados a las familias. Incluso socios comerciales, como Mariano Vidal, fue señalado como uno de los jefes del “clan” Cárdenas en 198013. Pese a todo ello, el conflicto terminó cuando el agotamiento del parentesco imposibilitó su transmisión. Luego de las muertes de Alcibíades Cárdenas (1967-1983), Iván Gómez (1961-1984) y Hugo Nelson Cárdenas (1975-1989), ya no hubo recursos ni personal capaz de movilizarse en torno a la defensa del honor familiar. El conflicto de honor concluyó junto con los varones jóvenes de los Cárdenas que formaban parte de la última generación que podría participar en la contienda. No hubo terceros, ajenos al vinculo del parentesco, que lo asumieran. Esto pone de presente la importancia que tuvo el parentesco en el conflicto, denotando que en su fondo reposaba el honor familiar, pese incluso al despliegue de estrategias que condujeron a que en su defensa se vincularan terceros ajenos a las familias.

III. La venganza de sangre Las diferencias en torno a una mujer estallaron el 16 de agosto de 1970 con la muerte de Hilario Valdeblánquez Mena perpetrada por José Antonio Cárdenas Ducad. Esta muerte desató por cerca de veinte años (1970-1989) una venganza de sangre entre ambas familias. Algunos autores presentan la venganza de sangre como un evento que amenaza la existencia de sociedades en las cuales no existe un tercero.14 No se trata de la ausencia de ley, sino de una autoridad soberana capaz de imponer la última palabra, lo que genera una cadena de venganzas de sangre. Para el caso de los Cárdenas y los Valdeblánquez, se hace evidente que la autoridad soberana no reposaba en un tercero sino en las familias y sus miembros, quienes se movilizaron en un círculo continuo donde hacer justicia por la propia mano se consideró el mecanismo adecuado y tradicional para defender y restablecer el honor familiar. El código de honor en Dibulla cumplía una doble función. Por un lado servía para prevenir los conflictos (al distinguir entre conductas honrosas y deshonrosas), al tiempo que en casos de conflicto su transgresión obligaba al ofendido a hacer frente a quien le había afectado, como único medio para restablecer el honor propio. Este tipo de fenómenos suelen presentarse con mayor vigor en sociedades donde el Estado tiene poca legitimidad y presencia, dejando abierta la posibilidad para que los individuos y las familias asuman la justicia de manera privada, o como se dice popularmente que se tomen la justicia por la propia mano.

13 Fernando Castillo, “Vuelve la guerra a la Costa”, Op.cit, p. 7. 14 René Girard, La violencia y lo sagrado, Op.cit., 1983, p. 22.

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Con ello podemos señalar que el conflicto de los Cárdenas y los Valdeblánquez fue un conflicto de honor sucedido por fuera de las regulaciones de la justicia ordinaria, ya que las partes no acudieron al sistema judicial del Estado y por el contrario optaron por ejercer de forma privada la justicia a través de la venganza. A pesar de su carácter ilegal ante los ojos del Estado, la venganza se constituía en el elemento tradicional y legítimo de hacer justicia, que se impuso a la hora de resolver este conflicto en particular. La consideración de que el honor sólo está en juego entre iguales resultó vital para entender el conflicto, ya que eran familias en muchos aspectos similares, incluso con parientes en común, cuyos capitales se encontraban inicialmente en equilibrio. Las partes en conflicto se enfrascaron en una rivalidad mimética,15 según la cual dos personas pueden volverse enemigas por el hecho de ser similares. Sus fuerzas en equilibrio y tensión sólo encontraron salida en la violencia circular de la venganza de sangre, ya que todo derramamiento de sangre exigía como compensación un nuevo derramamiento de sangre, donde imperaba la ley del ojo por ojo y diente por diente. Con ello se acumularon odios, sufrimientos y culpas que hicieron cada vez menos plausible que se llegara a un acuerdo, ya que el único fin probable parecía ser la eliminación de una de las dos partes. Sin embargo, hemos venido insistiendo en la especificidad y particularidad del conflicto entre los Cárdenas y los Valdeblánquez, que hace que elementos como el parentesco y el honor no se constituyan en una serie de normas mecánicas e inflexibles. Esta característica obedece básicamente a que si bien el conflicto se suscitó con anterioridad a la bonanza marimbera, se desarrolló bajo esta coyuntura socioeconómica.16 En ese sentido, el estudio del conflicto permitía referir los cambios que la bonanza marimbera –una coyuntura socioeconómica–, había generado sobre el conflicto – una práctica específica –, la cual se encontraba articulada a una realidad social particular – Dibulla –, en donde ciertos capitales dinámicos –como el parentesco y el honor– primaban y regulaban la vida de los individuos. Las nuevas estrategias desplegadas por los actores en conflicto, producto de los cambios introducidos por la coyuntura de la bonanza, produjeron transformaciones en la dinámica de la violencia circular que hasta ese momento se había desatado. Al tiempo que el conflicto ponía de relieve la importancia de aspectos subyacentes y fundamentales de la vida social como el honor, la mujer o el parentesco, permitía ubicar transformaciones evidentes producto de las relaciones que sus actores entablaron en aquellos días de bonanza.17 En otras palabras, el estudio del conflicto permitía evidenciar el cambio, ya que allí era donde más claramente se podía observar la dialéctica entre las formas estructurales y una

15 Tomamos el término de René Girard, The Scapegoat, Op.cit., p.92. 16 Sobre la bonanza marimbera y sus múltiples implicaciones, véase: Alfredo Molano, et.al, “Aproximación a una historia oral”; Alfredo Molano, Diagnóstico del orden social en la región del Caribe; Alfredo Molano, “Contribución a una historia oral de la colonización de la Sierra Nevada de Santa Marta”; Darío Betancourt y Martha García, Contrabandistas, marimberos y mafiosos; Guillermo Rodríguez Navarro, et.al., Mapa cultural del caribe colombiano. 17 Victor Turner utiliza el concepto de “drama social” como un proceso que consta de cuatro fases (la brecha, la crisis, la acción redirigida y la reintegración) para explicar y analizar los episodios que manifiestan situaciones de conflicto. Sostiene el autor que los conflictos hacen relevantes aspectos fundamentales de la vida social que normalmente se encuentran cubiertos por las costumbres y los hábitos del diario vivir. En ese sentido, “los dramas sociales y las empresas sociales –así como otros tipos de unidades procesuales– representan secuencias de eventos sociales, que vistos retrospectivamente por un observador, pueden demostrar que tienen una estructura” y “tal estructura “temporal”, […] se organiza principalmente a través de relaciones en el tiempo más que en el espacio...” (“Social dramas and social entreprises –as well as other kinds of procesual units– represent sequences of social events, which, seen retrospectively by an observer, can be shown to have structure [and] such “temporal” structure, […] is organized primarily through relations in time rather than in space…”). Victor Turner, “Social dramas and ritual metaphors”, Op.cit., p. 35.

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coyuntura específica. El conflicto articula factores estructurales y coyunturales que evidencian que la estructura y la coyuntura no son esferas aisladas, sino que por el contrario se encuentran en permanente intercambio, transformándose y adaptándose mutuamente y de forma continua. La bonanza significó principalmente un aumento en el capital económico de ambas familias, producto de las descomunales ganancias que éstas obtuvieron del cultivo y de la comercialización de la marihuana. El aumento de capital económico tuvo repercusiones evidentes para la estrategia emprendida por los actores, lo que generó cambios en la dinámica misma del conflicto. Eso posibilitó que ambas familias financiarán la guerra a través del aprovisionamiento constante de armamento y munición; asimismo, los nuevos recursos les permitieron a ambas familias trasladarse de Dibulla a las ciudades vecinas. Este hecho marcó el tránsito del escenario rural en dónde se había originado el conflicto, a un entorno urbano caracterizado por una territorialidad diferenciada de las partes: mientras los Cárdenas se afincaron en Santa Marta, los Valdeblánquez hicieron lo propio en Barranquilla y “establecieron entre ellas un tratado de límites territoriales: quien traspasara un punto intermedio fijado en Ciénaga, sería hombre muerto”.18 Como se anotó, la venganza de sangre involucró inicialmente a los parientes, compadres y amigos más cercanos a las partes en conflicto. Constituía un conflicto de honor que se articulaba a partir de mecanismos propios del parentesco y que por ende tenía un carácter directo entre los miembros que componían las parentelas en conflicto. Posteriormente, la bonanza les permitió contratar sicarios, mercenarios, informantes e incluso miembros de la policía y el ejército. Con ello el conflicto sufrió una transformación sustancial, ya que no sólo fallecieron parientes y compadres, sino trabajadores, socios comerciales e inocentes ajenos a la disputa. Esto hizo que creciera de forma desmedida y que resulte difícil determinar el número de muertos que trajo consigo. En la medida en que el conflicto se convirtió en fuente de empleo, también existían intereses en mantenerlo, por lo que los rumores y los chismes callejeros alimentaban y atizaban el conflicto. La muerte de Francisco Cárdenas Ducad en 1977 significó la violación a un pacto de paz celebrado entre ambas familias, hecho que lo radicalizó y lo transformó en un conflicto indiscriminado. Con ello cada acto de violencia se convirtió en un despliegue del capital simbólico de las partes, en una demostración de los niveles de violencia hacia los cuales se degradaría la confrontación. Fue posible ubicar eventos como la muerte de Euclides Gómez Ducad en octubre de 1979, quien recibió veinte tiros de metralla y fue rematado con una granada de fragmentación; la muerte de Jorge Toto Gómez Ducad en julio de 1980 quien recibió treinta impactos de pistola o la bomba con explosivos que pretendía volar la casa de los Cárdenas en febrero de 1980. Estos sucesos manifiestan la forma en que la violencia se tornó atroz e indiscriminada; ya no parecía ser suficiente dar muerte a los enemigos, sino hacer de ese acto un despliegue del capital simbólico y militar de las partes en conflicto. Si bien en un comienzo eran los hombres adultos los actores exclusivos del conflicto, con su desarrollo, ancianos, mujeres y niños entraron a engrosar las listas de víctimas y muertos. Señal de esto fueron las muertes de dos ancianos Valdeblánquez en 1977, el asesinato de Briceida Parra de Valdeblánquez en 1980 y el último homicidio del que se tiene registro cometido contra el niño Hugo Cárdenas en 1989. También es posible señalar que inicialmente los homicidios se registraban en fechas que coincidían y que permitían sostener que la práctica estaba mediada por

18 Laura Restrepo y Fernando Álvarez, “La maldición de una estirpe”, Op.cit, p. 32.

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tiempos específicos (zetas). Sin embargo, esto también cambió significativamente, ya que con la radicalización del conflicto no parecía haber una tendencia que regulara sus tiempos. Ya para inicios de los años ochenta resultó evidente el desequilibrio entre los capitales que detentaban las dos familias. Luego de la muerte de Briceida, los Valdeblánquez se volcaron decididamente contra sus enemigos los Cárdenas, quienes empezaron a resultar seriamente diezmados. Aun cuando para algunas personas no resulta posible hablar de ganadores en una guerra, muchas versiones suelen afirmar que los Valdeblánquez fueron quienes vencieron, mientras que de los Cárdenas se dice que tan solo quedó una tropa de huérfanos y viudas. El triunfo relativo de los Valdeblánquez se puede explicar en la medida en que su estrategia en cabeza de Enrique Coronado, tuvo mayores dividendos. Por un lado aumentaron de forma significativa su capital económico, asociado a una participación más efectiva en la bonanza y a su posterior intervención en el tráfico de cocaína, el secuestro y la piratería terrestre. Por otra parte la alianza que establecieron con la Segunda Brigada del Ejército en Barranquilla, les permitió aumentar su capacidad militar e imponerse sobre sus rivales. Para ello incluso movilizaron personal contratado hacia otras regiones del país, como sucedió con la muerte de Alcibíades Cárdenas Ducad (1983), acaecida en inmediaciones de la laguna de Tota en el departamento de Boyacá y en donde fue sindicado como responsable un militar vinculado a la Segunda Brigada. El conflicto no sólo experimentó cambios en su accionar, sino que tuvo efectos en la forma como posteriormente se manejaron los conflictos en Dibulla y en la Guajira. Mientras hace relativamente poco el hacer justicia por cuenta propia era el curso predecible y esperable de los conflictos, se nos contaba que con el paso del tiempo es cada vez más común acudir a un tercero representado por la autoridad estatal.19 Sin embargo no podemos decir que hoy en día los dibulleros consideren que el honor y la amenaza de la venganza hayan perdido vigencia en las relaciones sociales. Tampoco que la ley, como son referidos por los dibulleros los organismos del Estado como el ejército y la policía, gocen de plena legitimidad en un lugar como Dibulla, donde son vistos más con desconfianza que cualquier otra cosa. Sin embargo, la opinión general es que la guerra de los Cárdenas y Valdeblánquez fue una locura que acabó con dos familias, al punto que hoy nadie habla de perdedores o ganadores. Por otro lado, los tiempos cambian y con ellos los conflictos y sus actores, con lo que el conflicto entre los Cárdenas y los Valdeblánquez quedó en el pasado y poco a poco empieza a convertirse en “historia”. Lo paradójico es que muchos extrañan una época en que la violencia tenía caras, en que “se sabía quienes eran los que se enfrentaban y se sabía quienes iban a morir y quienes iban a matar a ese que se iba a morir”.

19 La gobernación del departamento de La Guajira fijó como política de paz hacia el año de 1992 servir como intermediario en conflictos entre familias no indígenas, en busca de la firma de pactos de paz. Estos pactos de paz se encuentran disponibles para consulta en la secretaría de Gobierno de la Gobernación de La Guajira con sede en Riohacha. El primer pacto data del 29 de enero de 1992 en Riohacha entre las familias Gómez y Pinto. El acuerdo más reciente es del 18 de enero del 2003, celebrado en Fonseca entre 12 familias en disputa por más de 30 años.

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EPÍLOGO Algún tiempo después de concluida esta investigación regresamos a Dibulla y permanecimos allí por un par de meses, en esta ocasión con el fin de llevar a cabo un proyecto de carácter histórico con un grupo de estudiantes del bachillerato de Mingueo.1 Aunque la naturaleza del trabajo exigía una presencia casi permanente en este lugar, preferimos establecernos en Dibulla, donde habíamos establecido vínculos de amistad con algunas personas durante nuestra primera estadía. Sin embargo, todos los días salíamos temprano hacia Mingueo en uno de los carros que a diario recorren los cerca de 15 kilómetros que separan estas dos poblaciones. Un día, haciendo nuestra ruta habitual hacia Mingueo, vimos a dos personas asesinadas que horas antes habían sido arrojadas al lado de la carretera. Más que la escena de un par de cuerpos insepultos y con varios impactos de bala en el cuerpo, nos impactó la reacción de las personas en Mingueo. Aparentemente nadie conocía a las víctimas y todos con quienes comentamos el episodio parecían asumirlo como un hecho cotidiano cuyo motivo se resumía en un “ajuste de cuentas” sobre el cual no valía la pena indagar mucho. Al lado del incidente se comentaban otros cuantos que habían tenido lugar días atrás en el pueblo y sus alrededores, pero que por la manera indiferente en que se narraban daban la impresión de haber sucedido en un espacio y tiempo muy lejano. Sin embargo, detrás de esta aparente indiferencia era posible percibir en las miradas de la gente la presencia abrumadora del miedo. Era como si esa violencia implacable que durante años ha dominado buena parte de la región se manifestara de cuando en cuando para recordar a todos que seguía más vigente que nunca. Esa tarde, de regreso a Dibulla, vimos que el lugar de los hechos se encontraba vacío y sólo quedaban allí diseminadas unas cuantas láminas de cartón que habían sido usadas para cubrir los cuerpos de las víctimas. Aunque ninguno de los que iba en el carro pudo evitar volver la mirada sobre el lugar, nadie comentó absolutamente nada y tras un breve silencio todos retomaron lo que habían interrumpido por un instante: una conversación, la entonación del vallenato que sonaba en el radio o simplemente la siesta de rigor. Fue entonces cuando nos vino a la memoria aquella frase concluyente sobre los Cárdenas y Valdeblánquez, cuando alguien decía al referirse a la violencia de ayer que “antes sí se sabía quienes eran los que se enfrentaban y se sabía de pronto quienes iban a morir y se sabía quienes iban a matar a ese que se iba a morir”. Anotábamos en el trabajo que el conflicto de los Cárdenas y Valdeblánquez marcó de alguna manera la transición entre dos violencias muy diferentes. La primera fue el objeto de esta investigación y estuvo caracterizada por seguir unos patrones culturales muy locales, ligados a elementos como el parentesco y el honor. No podemos decir que esta violencia haya tenido un principio y un fin, pues esto sería como afirmar que las estructuras sociales sobre las cuales se sustenta también son susceptibles a desaparecer en cualquier momento. Lo que es innegable es que esta violencia tuvo un auge inusitado durante el período de la bonanza marimbera y su manifestación más clara fue quizá la guerra de los Cárdenas y Valdeblánquez, al punto que en la costa la gente se refiere a ésta comúnmente como una “época”, dando a entender que fue una violencia que dominó la historia de la región durante

1 Fundación Pro-Sierra Nevada de Santa Marta, INERAM, “Mingueo, Guajira”, Santa Marta, 2005. (Cartilla y video).

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varios años. Sin embargo, al lado de este conflicto se fue gestando otra violencia de orígenes igualmente complejos que es precisamente aquella que hoy en día predomina no sólo en la Costa sino en todo el país. La bonanza marimbera no sólo hizo posible que un conflicto entre dos familias dibulleras se extendiera de una pequeña población al escenario regional y nacional. En general se trató de una coyuntura socioeconómica que tuvo profundas repercusiones sobre cada aspecto de la vida de la región. En zonas como Dibulla y los pueblos de la Troncal la gente abandonó sus actividades económicas tradicionales y se vinculó a un negocio que prometía ingresos abundantes en el corto plazo. El hecho de que se tratara de una actividad ilegal, facilitada no sólo por una presencia muy precaria del Estado sino por la frecuente vinculación del ejército y la policía a la misma, favoreció el surgimiento de poderes locales que se disputaban el control del negocio. Surgieron los famosos “combos” de sicarios y guardaespaldas articulados alrededor de pequeños capos que se enfrentaban a diario y dejaban semanalmente decenas de muertos. Uno de estos grupos llegó a controlar una parte de la Sierra Nevada entre los ríos Guachaca y Buritaca, apoderándose no sólo del tráfico de marihuana en la zona sino de vastas extensiones de tierra, muchas de las cuales habían sido abandonadas por colonos e indígenas a raíz de la violencia. Posteriormente, con la crisis de la bonanza, este grupo de marimberos se vinculó al negocio de la coca, que ya para entonces comenzaba a sembrarse en la zona y con el tiempo llegó a controlar toda la zona de colonización campesina de la Sierra Nevada entre Santa Marta y Mingueo. Este grupo se convirtió en el principal antecedente de paramilitarismo en la región y mantuvo su dominio hasta el año 2002, cuando tras una larga serie de enfrentamientos con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) quedó subordinado a su control, entonces bajo el mando de Carlos Castaño.2 Al lado de los paramilitares y aprovechando la profunda crisis económica en que quedó sumido el campesinado tras el fin de la bonanza marinera, hizo su aparición la guerrilla, la cual continúa en la actualidad teniendo una amplia zona de influencia en la Sierra Nevada, especialmente en las vertientes nororiental, suroriental y occidental.3 Surgió entonces un conflicto cuyas raíces y orígenes se manifiestan especialmente en una lucha por el control

2 Recientemente se produjo la desmovilización de los paramilitares en la Sierra Nevada, los cuales hacían parte del denominado Bloque Norte de las AUC. Sin embargo, sus jefes Hernán Giraldo y Jorge Cuarenta, optaron por permanecer en la zona junto con muchos de los desmovilizados. Actualmente es incierto el futuro de este proceso y muchas personas en la zona temen un resurgimiento de nuevos grupos paramilitares. Es el caso de Mingueo, donde algunas personas señalan que algunos desmovilizados se han vuelto a armar y nuevamente han formado bandas. Comunicación personal, Mingueo, julio 30, 2006. Sobre los grupos paramilitares en la Sierra Nevada de Santa Marta, véase: Observatorio del programa presidencial de Derechos Humanos y DIH, Vicepresidencia de la República “Dinámica reciente de la confrontación armada en la Sierra Nevada de Santa Marta”, Imprenta Nacional, Bogotá, 2005; Alfredo Rangel (comp.), El poder paramilitar, Planeta, Fundación Seguridad y Democracia, Bogotá, 2005. 3 No es nuestro propósito extendernos aquí sobre este proceso, el cual da para una o varias investigaciones y sólo nos limitamos a describirlo brevemente. Para mayor información véase: Alfredo Molano, et.al., “Aproximación a una historia oral de la colonización de la Sierra Nevada de Santa Marta. Descripción testimonial” (inédito), Bogotá, Fundación Pro-Sierra Nevada de Santa Marta, 1988; Alfredo Molano, Diagnóstico del orden social en la región del Caribe, Bogotá, Corpes, 1990; Carlos Alberto Uribe, “La etnografía de la Sierra Nevada de Santa Marta y las tierras bajas adyacentes”, Geografía humana de Colombia. Nordeste indígena, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1993.

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político, económico y militar del territorio. Este conflicto fue el que precisamente dio paso a esa “otra violencia” que continúa vigente en toda la región. La guerra de los Cárdenas y Valdeblánquez asistió en su última etapa al auge de esta violencia y el desenlace mismo del conflicto evidenció transformaciones en su interior que reflejaron esta transición. La inclusión de mujeres y niños y la incorporación de terceros sin ningún tipo de parentesco con las familias y actuando únicamente como asesinos a sueldo, dejaron en claro que al menos en su forma el conflicto comenzaba a evidenciar una lógica más cercana a una violencia indiscriminada, donde el fin es la eliminación del adversario sin importar los medios, que a esa “guerra entre hombres” que seguía unos principios muy definidos basados en el honor y el parentesco. Sin embargo, y pese a las transformaciones que pudo haber sufrido el conflicto a lo largo del tiempo, jamás dejó de ser una disputa cuyo centro era el honor. Por eso nadie dudó que el asesinato Hugo Nelson Cárdenas el 11 de abril de 1989, un niño de doce años y que nada tenía que ver con una guerra que además todo el mundo creía terminada, formaba parte de una venganza que había tenido su origen 29 años atrás cuando su padre, José Antonio, asesinara a Hilario Valdeblánquez. Días después del incidente que comentábamos al comienzo, nos encontrábamos en Mingueo con un grupo de estudiantes realizando el registro en video en el parque del pueblo. Llevábamos ahí un rato cuando nos abordaron dos personas vestidas de civil, una de las cuales se presentó como el inspector de policía. Nos preguntaron de manera directa y un tanto agresiva qué hacíamos ahí y para qué estábamos filmando. Luego de explicarles que se trataba de un trabajo de recuperación histórica del lugar con estudiantes de colegio que contaba con el respaldo de la institución, nos hicieron saber que lo primero que debíamos haber hecho era presentarnos en la estación de policía y explicar cuáles eran nuestros propósitos, ya que al pueblo entraba mucha gente “extraña” y no se sabía “quien era quien”. Luego de este episodio recordamos lo que había sido nuestra llegada a Dibulla casi dos años atrás: habíamos llegado por recomendación de Camilo –el médico- a la casa de una ahijada suya llamada Mama, quien nos acogió de inmediato. Desde ese día nos convertimos en “la gente de Camilo” y muchos nos adjudicaron un parentesco con él que jamás tuvimos, pero que se convirtió en una condición esencial para dejar de ser “extraños” en el pueblo. Este parentesco ficticio nos otorgaba una protección al interior de Dibulla, de la cual carecíamos en Mingueo, pues a pesar de contar con un respaldo institucional, para muchos en el pueblo no pasábamos de ser unos “extraños” cachacos que a diario iban de un lado para otro cargando cámaras de video y haciendo entrevistas. Paradójicamente, la vigencia en Dibulla de elementos como el parentesco, la familia, los códigos de honor y su profunda influencia sobre cada aspecto de la vida política, social y económica del lugar, ayudan a explicar no sólo un conflicto como el de los Cárdenas y Valdeblánquez sino en cierta medida el porqué Dibulla ha logrado mantenerse relativamente al margen de esa “otra violencia” que se extiende hasta unos pocos kilómetros de distancia. En efecto, los grupos paramilitares que desde años atrás habían logrado controlar todos los pueblos de la Troncal desde Santa Marta hasta Mingueo, no han podido ampliar su zona de influencia a Dibulla, aunque en repetidas ocasiones han intentado establecerse allí.4 Estas incursiones comenzaron hacia el año 2001, cuando un

4 Nos referimos aquí a la cabecera municipal, pues como anotábamos en el trabajo Dibulla pasó a ser municipio en 1996, quedando conformada por los corregimientos de Palomino, Mingueo, Las Flores, Puente

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grupo de personas de La Punta de los Remedios -comandado al parecer por un dibullero – asaltó una lancha cargada con droga, la cual pertenecía a los paramilitares.5 La respuesta de estos no se hizo esperar y pocos días después de este incidente comenzaron a entrar esporádicamente a Dibulla y La Punta en busca de los presuntos responsables. Esto desembocó en una masacre cometida por los paramilitares en La Punta en septiembre del año 2002, que dejó a cuatro personas muertas y a otras cinco desaparecidas.6 Aunque esta masacre fue entendida como un “ajuste de cuentas” por el atraco de la lancha, era evidente que detrás de todo existía un claro interés por parte de los paramilitares de controlar a Dibulla y la población vecina de La Punta. En efecto, las incursiones continuaron y para los dibulleros se volvió un hecho cotidiano el ver deambular a grupos de varias personas vestidas de civil que permanecían en el pueblo desde las primeras horas del día hasta el anochecer. Posteriormente llegaron a alquilar un par de casas en el pueblo o a ocupar una que otra que se encontraba abandonada, estableciendo así una presencia más efectiva en el lugar. Al parecer hubo inicialmente cierta aceptación por una parte de la población, pues algunos dibulleros comenzaron a acudir a los paramilitares con el fin de denunciar delitos menores como robos a sus casas. Llegaron a ser comunes las acusaciones públicas entre los mismos dibulleros por cualquier motivo, que terminaban en amenazas mutuas de “sapear” o delatar al otro con los “paracos”. Algunas de estas acusaciones tuvieron efecto y terminaron en el asesinato de un par de dibulleros que desde tiempo atrás tenían fama de ladrones. Estos hechos y el que los paramilitares comenzaran a cobrar “impuestos” sobre los negocios de la gente, comenzó a generar una reacción de rechazo en la población. De cierta forma la comunidad sintió que le estaba siendo arrebatado el derecho a decidir sobre asuntos tan trascendentales como la justicia, pues a pesar que desde hace varios años hay presencia permanente de la fuerza pública en Dibulla, la gente no siempre acude a ella y en muchos casos subsiste el principio de “tomarse la justicia por la propia mano” para resolver los conflictos. La gente comenzó entonces a denunciar permanentemente ante organismos como el Gaula y la Sijin la presencia de estos grupos y aparentemente las denuncias surtieron algún efecto, pues luego de un tiempo los paramilitares se retiraron del pueblo y desde mediados del año 2005 su presencia allí ha disminuido. Es muy difícil afirmar que la retirada de los paramilitares de Dibulla es definitiva, como es igualmente difícil pronosticar el futuro del proceso de desmovilización que actualmente se adelanta en la región. Sin embargo, es de esperar que mientras persista un orden social articulado alrededor de principios como el honor y el parentesco, así sean estos mismos principios los que expliquen el origen de un conflicto tan doloroso como el de los Cárdenas y Valdeblánquez, las posibilidades de lugares como Dibulla y La Punta de mantenerse al

Bomba, San Antonio, Campana y La Punta de los Remedios. De estas poblaciones sólo La Punta y Dibulla han logrado mantenerse relativamente al margen de la influencia paramilitar en la zona, lo que sin duda está relacionado con el carácter cerrado de estas dos comunidades, el cual se ha reflejado en el rechazo de sus pobladores hacia personas venidas de otras partes y especialmente hacia los “cachacos”, cuya colonización se extiende en casi todos los pueblos de la Troncal. 5 Comunicación personal, Dibulla, julio 29 de 2006. El relato que sigue sobre la incursión de paramilitares en Dibulla es basado en esta comunicación. No citamos el nombre el entrevistado por razones de seguridad. 6 “Masacre en La Punta, Guajira. Grupo armado mató a 4 y se llevó a 5”, El Informador, Santa Marta, septiembre 19, 2002, p. 8.

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margen del conflicto actual son considerables. No sólo frente a las que tienen poblaciones como Mingueo, sino a buena parte del país, cuya historia de principio a fin ha estado irremediablemente ligada a la violencia.

Dibulla y Bogotá, agosto, 2006.

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ANEXO 1 ENTREVISTAS REALIZADAS

Bogotá Laura Restrepo, escritora. Septiembre 8, 2003. Enrique Egurrola, músico. Septiembre 26, 2003. Hernando Corral, periodista. Octubre 15, 2003. Villanueva Oswaldo Díaz, algodonero. Octubre 26, 2003 Azael de Jesús Ramírez, odontólogo. Octubre 27, 2003. Ezequiela Sánchez, criadora de gallos. Octubre 29, 2003. Juana Bautista Baleta, profesora de colegio. Octubre 29, 2003. Pablo Cesar Cuadrado, estudiante universitario. Octubre 30, 2003. Distracción Hermilde Peñalver Epiñayú, profesora de colegio. Octubre 26, 2003. Riohacha Hugo Carrillo, empleado público. Noviembre 19, 2003. Euclides Moscote, profesor universitario. Noviembre 20, 2003. Justo Pérez-Van Leenden, profesor universitario. Noviembre 20, 2003. Plinio Gómez Cotes, comerciante. Noviembre 24, 2003. Eider Fajardo, profesor universitario. Noviembre 24, 2003. Laureano David Plata, administrador de empresas. Noviembre 24, 2003. Dibulla Sixta Arévalo de Redondo, ex corregidora. Noviembre 3, 2003. Elsy Hernández, profesora de colegio. Noviembre 3, 2003. Juan Díaz, agricultor. Noviembre 5, 2003. Arilis de Jesús Pereira, enfermera. Noviembre 6, 2003. Carmelo Márquez, sacerdote. Noviembre 7, 2003. Robert Pereira, arbitro de fútbol. Noviembre 13. Gregorio Cárdenas, comerciante. Noviembre 15, 2003 Socorro Redondo, empleado público. Noviembre 16, 2003. Hernan Cotes, periodista. Noviembre 18, 2003. Palomino Carlos Fernández, líder comunitario. Noviembre 20, 2003. Santa Marta Camilo Arbeláez, médico. Octubre 25, 2003. Orlando, celador. Octubre 28, 2003. Ana Sánchez de Dávila, ex alcaldesa de Santa Marta. Octubre 31, 2003. Armando Lacera Rúa, profesor universitario. Noviembre 1, 2003. Guillermo, conductor. Noviembre 2, 2003. Sierra Nevada (alto río Guachaca) Jesús Cárdenas, arriero. Diciembre 15, 2003. Alfonso, agricultor. Diciembre 15, 2003. Barranquilla Manuel Pérez, periodista. Diciembre 8, 2003.