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La Historia Completa de Genie

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La historia completa de Genie

Sus primeros años: el encierro

Para entender la historia de Genie (apodo con el que la pequeña Susan Wiley fue presentada al mundo), es necesario conocer parte de la historia de su familia. Sus padres fueron Irene y Clark Wiley. Prácticamente desde el principio del matrimonio Clark comenzó a maltratar a Irene, hasta el punto de que casi consiguió matarla. Irene padecía una ceguera progresiva como consecuencia de sus cataratas y del desprendimiento de retina que padecía. Clark, 20 años mayor que su esposa, sufría un cuadro depresivo grave, que se desencadenó cuando su madre murió en un accidente de tráfico. Se cree que tenía un odio innato hacia los niños. Tras cinco años de matrimonio, Irene se quedó embarazada y Clark intentó estrangularla otra vez. Éste no pudo soportar el nacimiento de su hijo, por lo que le encerró en el garaje para no oírle llorar. En estas condiciones, y enfermo de neumonía, el pequeño murió a los dos meses y medio. Un año después llegó su segundo hijo, que sólo vivió dos días. Murió al tragar sus propias mucosidades. Tres años después, otro hijo, que sufrió eritroblastosis fetal al nacer. No obstante, manifestó buena salud con el paso de los días, hasta que comenzó a presentar problemas para aprender a andar, hablar o incluso ir al baño. La abuela paterna se lo llevó a su casa para criarlo un tiempo, tras el cual el pequeño, John, regresó con sus padres.

Tres años después, en abril de 1957, nació Genie, también sufriendo eritroblastosis fetal, y con la necesidad de una transfusión un día después de nacer. A los tres meses, su pediatra informó a sus padres de que sufría una dislocación congénita de la cadera y de que necesitaría una prótesis para sostener ambas piernas. Es en este momento cuando su padre se negó a que recibiera cualquier tipo de tratamiento, e incluso le prohibió a la madre cuidar de la pequeña. A los once meses tan sólo pesaba 17 libras. A los catorce meses, con fuertes fiebres, le fue diagnosticada una neumonía. Comenzó a hablar un poco tarde, a los 20 meses aprox. y, posteriormente, un médico familiar sugirió que la niña presentaba problemas de aprendizaje y que posiblemente tuviera un retraso mental. Su padre llevó la situación al extremo, tomando la decisión de encerrar de por vida a la pequeña en una habitación, ataviada únicamente con un pañal, atada de día a una silla con orinal y en un cuna cerrada con rejilla metálica de noche. Desde la “habitación”, completamente vacía y carente de cualquier elemento decorativo, no podía ver la calle. Los únicos estímulos táctiles que tuvo se los provocaban sus cadenas, y sus ojos sólo podían ver la habitación. Lo único que podía ver era aquella oscura habitación, con las ventanas tapiadas. Pero en una de ellas había un hueco, que constituyó el único elemento que le proporcionaría a Genie alguna información del mundo exterior. Así vivió hasta los 13 años y siete meses. El padre no consentía que ni la madre ni el hermano de la pequeña entraran en la habitación o se pusieran en contacto de alguna manera con la niña.. Genie intentaba llamar la atención haciendo ruidos, pero su padre los acallaba dando fuertes golpes a las paredes de la habitación e, incluso, imitando a un perro para asustarla, para, posteriormente, golpearla.

La madre intentaba pasar un rato con Genie cada día, pero su progresiva pérdida de visión que sufría la incapacitó para poder atender a su hija. Fue entonces cuando se hermano quiso adquirir esa función, pero el padre se opuso, e incluso le obligó a aterrarla al igual que lo hacía él. Genie sólo oía el sonido de un piano que solía tocar un vecino, los golpes y ruidos de su padre, y algunas palabras que procedían de su familia. A los 13 años, conocía unas 20 palabras, cortas, y generalmente, para transmitir negación.

Fuera de la habitación, en aquella casa no vivían de manera muy diferente. El padre les mantenía retenidos en casa, aunque a ellos se les permitía salir de vez en cuando. Cuando les prohibía salir al exterior, el padre se sentaba con una pistola cargada a observarlos.

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En cuanto a la dieta de Genie, tan sólo tomaba comida de bebé, cereales y huevos cocidos. A menudo se atragantaba y escupía la comida, algo que el padre aprovechaba para restregarle la comida masticada por toda la cara.

Cuando tenía doce años, todo parecía indicar que a Genie no le quedaba mucho tiempo de vida. En ese momento, la madre, huyendo de la casa familiar con sus hijos, buscaría la ayuda de sus padres.

Tres semanas después, Irene acudió a los servicios sociales y relató todo lo vivido en aquellos duros años. Ese mismo día, el 4 de noviembre de 1970, los servicios sociales se hicieron cargo de la pequeña, mientras que la policía detenía a sus padres. Poco después, se consideraría probado que la madre sólo era una víctima más de Clark Wiley, quien, ese mismo día, se suicidó. El único mensaje que dejó decía que “el mundo nunca lo entendería”.

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Tratamiento e investigación

Genie fue trasladada al Children's Hospital de Los Angeles. Los médicos encargados de su tratamiento pronto observaron las múltiples anomalías que su conducta presentaba: caminaba de una forma “poco humana”, estornudaba, escupía y rasgaba. También presentaba comportamientos sociales muy poco aceptables. Se sonaba la nariz en cualquier cosa, orinaba en cualquier parte y situación. Cuando salía de paseo y algo le llamaba la atención, se acercaba al objeto o la persona y se agarraba sin soltarse hasta conseguir lo que deseaba, especialmente los objetos de plástico. Se acercaba a las personas en las que se fijaba, y les daba la mano o les agarraba del brazo para acompañarles en su paseo. Casi no emitía sonidos y se dedicaba a buscar objetos con los que intentaba masturbarse en cualquier lugar y delante de cualquier persona. Genie se masturbaba excesivamente, a pesar de las reprimendas. Quizá su padre o su hermano abusaron sexualmente de ella, ya que prefería estar acompañada de un hombre, intentando establecer relaciones sexuales. Una de las primeras cosas que le enseñaron los médicos del hospital fue a vestirse por sí misma y a responder algunas preguntas. Viendo que la pequeña avanzaba en su aprendizaje, comenzaron a tener mayor confianza en que la niña podría tener un nivel de desarrollo aceptable. Pero no todos los especialistas eran tan optimistas. Muchos se mostraban escépticos ante la idea de que una niña de 13 años pudiera adquirir un desarrollo normal y un nivel cognitivo adecuado.

Genie tenía miedo a los perros. Se asustaba cuando tenía alguno cerca y huía de él subiéndose a las mesas, sillas, corriendo..., intentando poner alguna barrera entre ella y el perro. Sus movimientos se volvían más rápidos y era más ágil cuando sentía al perro, teniendo en cuenta que sus movimientos en circunstancias no estresantes eran torpes y lentos.

El aspecto que más interés despertaba era si un adecuado ambiente educacional podría compensar tantos años de maltrato y, más concretamente, si Genie sería capaz de adquirir el lenguaje. En aquel momento, había un amplio debate sobre si el desarrollo del lenguaje era innato o adquirido, así como sobre la importancia del ambiente en el proceso de adquisición. Entre otros, Chomsky establecían una crítica contra las teorías del lenguaje, postulando que es innato en el ser humano, que no necesariamente es producto de la civilización, sino que la capacidad de comunicarnos a través del lenguaje está en nosotros desde nuestro nacimiento. Lenneberg, por su parte, decía que hay cierto periodo crítico en el que el cerebro está diseñado para aprender el lenguaje, pero si pasado este tiempo no se estimulaba al niño para que desarrollara éste, sería imposible que se le intentara enseñar en el futuro.

Poco a poco, Genie fue confiando en los demás. A diario era visitada por un psicólogo, que al principio se limitaba a observarla mientras ella escudriñaba su nuevo entorno, principalmente a través de su boca, al igual que lo hacen los niños pequeños. También desarrollo ciertos apegos con aquellas personas a las que más se había acostumbrado a ver. e incluso narró una anécdota de un carnicero que solía ir al hospital a ver a Genie. Cuenta que entre ellos se estableció un lazo muy especial, que parecían entenderse, y que, al llevarle un trozo de carne, ella lo escudriñaba. Parecía gustarle su aspecto y, particularmente, parecía tener predilección por el tacto en los labios. Como Genie había aprendido a expresarse de manera más completa, desarrolló un mejor concepto de ella misma y, como consecuencia, pudo expresar y controlar sus sentimientos.

Pero Genie era algo perezosa. Elegía los modos de actuación que le exigían menor esfuerzo. Delegaba en los demás sus actividades siempre que podía. Trataba de realizar el mínimo esfuerzo. Lo mismo ocurría con el lenguaje, ya que omitía frases o palabras que podía pronunciar, tan sólo expresaba lo que le resultase estrictamente necesario y con una o dos sílabas y señalando el objeto. Era mucho más habitual que intentara comunicarse con los demás mediante gestos y expresiones faciales.

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Debido al interés mediático y científico que Genie suscitó (médicos, psicólogos, teóricos, etc, acudían casi en masa al hospital para poder investigar a la pequeña), el gobierno de los Estados Unidos asignó recursos especiales para la investigación de su caso. La doctora Jeanne Butler obtuvo permiso para llevarse a Genie a casa, casi por accidente, y trató, o al menos eso afirmaba, de darle a Genie un medio ambiente tan doméstico como le fuera posible. Una de las cosas que más llamaba su atención era la afición de Genie por acumular objetos, generalmente aquellos con contenido líquido. La doctora comenzó diciendo que todos los estudios y pruebas que se le realizaban ponían en compromiso su desarrollo, por lo que acabó prohibiendo al resto del equipo que la había tratado que visitaran a la niña, alegando una enfermedad que supuestamente Genie padecía. Las actitudes de Butler se volvieron casi patológicas, en un afán quizá, como afirman quienes cuestionan su intervención, de obtener cierta fama con el caso, más que de proteger y cuidar a Genie. Ella se defiende argumentando que su interés por Genie era genuino. Como sea, su petición para adoptarla legalmente fue rechazada y la niña volvió al hospital.

Posteriormente se otorgó su custodia a un matrimonio David Rigler y su esposa Marilyn, psicólogo él y experta en desarrollo humano ella, así como con los hijos del matrimonio. Ambos dieron prioridad a enseñarle cosas prácticas más que a la observación de sus hábitos. Con estos especialistas Genie aprendió a expresar ciertos sentimientos que antes manifestaba con conductas autolesivas, aumentó considerablemente su vocabulario, y fue capaz, vagamente, de describir ciertos aspectos de su vida en el encierro. Aun así, no lograba vocalizar correctamente debido a la atrofia de su aparato fonador debido a la falta de uso durante tantos años, y tampoco llegó a ser capaz de emitir oraciones gramáticamente coherentes. Probablemente, fueron los 4 años en los que mejor atendida estuvo Genie, pero el matrimonio no pudo hacerse cargo de su cuidado cuando el Instituto Nacional de Salud Mental dejó de subvencionar el estudio y tratamiento de Genie al considerar que los resultados del proceso no parecían suficientemente satisfactorios.

El siguiente lugar de acogida de “la niña salvaje” fue al lado de su madre, quien, tras realizar varias entrevistas psicológicas y operarse de la vista, obtuvo su custodia. No obstante, Irene pronto se dio cuenta de que las carencias de su hija y los cuidados que necesitaba eran demasiado grandes como para poder hacerles frente ella misma, por lo que dejó a Genie a cargo de los servicios sociales, no sin antes criticar duramente al equipo que había trabajado con su hija por haber prestado más atención a su interés científico que al bienestar de la niña, abusando de pruebas que pusieron al límite a su hija e incluso perjudicaron su recuperación. En los años posteriores Genie vivió en seis hogares de acogida, cuya preocupación, más que el cuidado de Genie, eran las ayudas económicas que su custodia podría retribuirles, y en los que de nuevo fue maltratada e incluso sufrió abusos sexuales, lo que se manifestó en un retroceso en todos los avances que había realizado.

A partir de este momento poco más se sabe sobre la vida de Genie. En la actualidad suele decirse que reside en una residencia de adultos en Los Ángeles, pero por orden judicial está prohibido divulgar su paradero por razones éticas.