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La industria cultural
Las industrias culturales surgieron creyéndose necesarias, la realidad es que son
totalmente dispensables. De esta manera, los filmes, la radio y otras industrias
llevan consigo toda una ideología y han transmitido falsamente el intento de pasar
por arte cuando en verdad son negocios y monopolios que sustentan la ideología
en el poder y, a través de ello, nutren de productos innecesarios los mecanismos
de producción.
El consumidor legitima a las industrias culturales encargadas del establecimiento
de pautas y estereotipos comerciales; la industria piensa por ti, analiza lo que es
adecuado e inadecuado para sus públicos, digiere la información reduciéndole su
valor estético: transforma alta cultura en cultura de masas. “Para el consumidor no
hay nada por clasificar que no haya sido ya anticipado en el esquematismo de la
producción”1.
Todo permanece categorizado, clasificado. La industria cultural, incluso, tiene su
propio lenguaje, sus propias normas: establece modelos categóricos. La
naturaleza de la industria cultural recae en su concepción como “un sistema de no-
cultura, al que se le podría reconocer una cierta utilidad-estilística, si se concede
que tiene sentido hablar de una barbarie especializada”2. Los modelos categóricos
de la industria cultural muestran, perceptible en la época actual, un mundo que
hay que alcanzar, alejado del ser y más cercano al poseer.
Ofrece motivadores aspiracionales: imágenes y comportamientos que alojan en
peldaños inalcanzables para las clases bajas, pero accesibles para quienes
desean pertenecer a dichos estratos. Para ser participes de dichos hábitos de
consumo, propios de las clases media-alta, el poder adquisitivo funge un papel
determinante, pues para hacerse de status dentro de los grupos sociales será
indispensable su trabajo, eje motor del sistema que alimenta la producción de
cultura de masas.
El arte ligado intrínsecamente con el estilo, con la estética y estilística, da lugar a
la llegada de las industrias culturales y sus modelos estéticos sin estilo alguno.
Son monopolios culturales, con una estructura mercantil que impone la alineación
a un pensamiento ejerce un poder sobre los modos de vida: “la tiranía deja libre al
cuerpo y embiste directamente contra el alma. El amo no dice más; debes pensar
1 Morin Edgar, La industria cultural en El espíritu del tiempo, p. 3.
2 IBID, p. 5.
como yo o morir. Dice: eres libre de no pensar como yo, tu vida, tus bienes, todo te
será dejado, pero a partir de entonces eres un intruso entre nosotros”3.
La industria cultural es un espectáculo para la diversión de los consumidores
embebecidos y capturados por su omnipotencia. Producto de ello es la concepción
de violencia, el causar placer y diversión, la industria modula las formas de pensar
y actuar, marca las pautas de lo bueno y lo malo, el sistema de valores.
La sexualidad es marcada por la industria cultural como negativa, la muestra
como algo prohibido, pervertido e insano. En cuanto a la risa, la ha deformado
pues, en un principio, era símbolo de felicidad y alegría; ahora, la risa es sinónimo
de burla. La aceptación del rol del consumista con sesgos acorde a nuestra
segmentación por género, generación, como un producto novedoso de la industria
cultural.
Cuanto más sólidas se tornan las posiciones de la industria cultural, tanto más
brutalmente puede obrar con las necesidades del consumidor, producirlas,
guiarlas, disciplinarlas, suprimir incluso la diversión.
El individuo es sustituible porque el esquema estratégico es notablemente sólido y
difícil de destrozar; quien se le oponga será excluido, relegado y juzgado por la
sociedad, como un inadaptado de nuestra época. La industria cultural es cíclica,
manifiesta su poderío, fortaleza y aparente eternidad.
Este sistema de control, ejercido por la industria cultural, es legítimo sólo si las
relaciones entre clases e individuos son confiables. La nueva generación,
enajenada y sometida ante el control ejercido por las industrias culturales, ve
esfumada su individualidad, el hombre es generalizado, pues impone estereotipos
con una facilidad notoria, los cambia, transforma, con el fin de mejorar e imponer
su control sobre los individuos.
La industria cultural ha fomentado en el consumidor la idea de que lo consumido
es necesario e indispensable, si no sigues estas reglas serás excluido por no estar
a la vanguardia. El arte se ha convertido en una mercancía, no por su valor como
obra misma, en plenitud, sino como valor intercambiable; la mercancía capaz de
ser adquirida y vendida. Los nuevos contenidos carecen de valor. Las industrias
culturales, a través de los medios de comunicación, expanden su ideología y su
poderío.
Morin Edgar, La industria cultural en El espíritu del tiempo, 1962, pp. 30-106.
3 IBID, p. 8.