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 La irrupción económica y social de la modernidad: la revolución industrial inglesa Cuando se trata la revolución industrial, inmediatamente se la relaciona con Inglaterra y esto naturalmente lleva a señalar las condiciones que hicieron posible que el fenó me no se di er a a me diados del Si gl o XVI II y en este pa ís. In gl ater ra habí a experimentado una serie de transformaciones en los factores de la producción que crean un contexto, un marco propicio para que brotara la revolución. Los hechos que sacudieron la historia de Inglaterra son de diversa índole y pueden enunciarse: 1) Revolución Política en el siglo XVII. En 1688 a través de una revolución sangrienta la clase media inglesa alcanzaba un gran logro que también implicó la ejecución de un monarca y la adopción de un sistema parlamentario. El parlamento quedó integrado por los lores que son elegidos directamente por el monarca y los comunes. Este Estado se manifestará agresivo y apoyando al proceso de transformación. Otros de los cambios que se dan en el siglo XVIII competen al sector agrario. En la conformación de la estructura agraria subsistían las commons lands, las tierras de la comunidad que los cercamientos derrotarán. Los cercamientos no eran nuevos en el siglo XVIII, pues su comienzo puede datarse en el siglo XVI, pero entre 1740 -1 820 se ag ilizan. Lo s ce rc amie nt os de esta épo ca son lo s ce rc amie nt os  parlam entario s pue s tenía n su or igen e n leye s. Por c erca miento s e entie nde un conju nto de operaciones por las cuales un determinado espacio de una comunidad hasta entonces subdividido en numerosas parcelas de terreno que pertenecían con distintos títulos a cul tiva dor es o arr end ata rios , per o que jurídic ame nte era n pro pied ad de uno o más  propie tarios de tierra, se unían en una sola entida d y era rodeada por setos para ser  poste riorme nte cult ivada . La ley q ue lo pe rmitía te nía su or igen e n una pe tición q ue uno o más propietarios hacían al parlamento. Para que fuese aceptable tenía que ser firmada por un número de propietarios no inferior al los cuatro quintos de la superficie de tierra que se  prete ndía cerc ar. La ley era votada en el parla mento en el que la gran propie dad terrateniente gozaba de un poder prácticamente absoluto. Las tierras comunales fueron desapareciendo y con ellas la posibilidad de supervivencia de los copyholders y de los lea seholders for life, tipo s soc iale s rep res ent ati vos de la Ing lat erra post erior a la revolución. Tam bié n el cerca mie nto de las cot tag ers u squ aters y les con virt en asalariados. Este proceso de concentración conoció también un alza de los precios que incentivó que se arrendaran las tierras. 1

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La irrupción económica y social de la modernidad:

la revolución industrial inglesa

Cuando se trata la revolución industrial, inmediatamente se la relaciona con

Inglaterra y esto naturalmente lleva a señalar las condiciones que hicieron posible que el

fenómeno se diera a mediados del Siglo XVIII y en este país. Inglaterra había

experimentado una serie de transformaciones en los factores de la producción que crean

un contexto, un marco propicio para que brotara la revolución. Los hechos que sacudieron

la historia de Inglaterra son de diversa índole y pueden enunciarse: 1) Revolución Política

en el siglo XVII. En 1688 a través de una revolución sangrienta la clase media inglesa

alcanzaba un gran logro que también implicó la ejecución de un monarca y la adopción de

un sistema parlamentario. El parlamento quedó integrado por los lores que son elegidos

directamente por el monarca y los comunes. Este Estado se manifestará agresivo y

apoyando al proceso de transformación. Otros de los cambios que se dan en el siglo

XVIII competen al sector agrario.

En la conformación de la estructura agraria subsistían las commons lands, las

tierras de la comunidad que los cercamientos derrotarán. Los cercamientos no eran

nuevos en el siglo XVIII, pues su comienzo puede datarse en el siglo XVI, pero entre

1740-1820 se agilizan. Los cercamientos de esta época son los cercamientos

 parlamentarios pues tenían su origen en leyes. Por cercamiento se entiende un conjunto de

operaciones por las cuales un determinado espacio de una comunidad hasta entonces

subdividido en numerosas parcelas de terreno que pertenecían con distintos títulos a

cultivadores o arrendatarios, pero que jurídicamente eran propiedad de uno o más

 propietarios de tierra, se unían en una sola entidad y era rodeada por setos para ser 

 posteriormente cultivada. La ley que lo permitía tenía su origen en una petición que uno o

más propietarios hacían al parlamento. Para que fuese aceptable tenía que ser firmada por 

un número de propietarios no inferior al los cuatro quintos de la superficie de tierra que se

 pretendía cercar. La ley era votada en el parlamento en el que la gran propiedad

terrateniente gozaba de un poder prácticamente absoluto. Las tierras comunales fueron

desapareciendo y con ellas la posibilidad de supervivencia de los copyholders y de los

leaseholders for life, tipos sociales representativos de la Inglaterra posterior a la

revolución. También el cercamiento de las cottagers u squaters y les convirtió en

asalariados. Este proceso de concentración conoció también un alza de los precios queincentivó que se arrendaran las tierras.

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Para historiadores como Hobsbawm, la pregunta que hay que hacerse para

explicar la revolución industrial es ¿cuál es el factor que determina un aumento

imprevisto de las posibilidades de ganar en el cuadro del siglo XVIII? ¿Qué índole de

aumento imprevisto puede estimular no ya una expansión en general sino una revolución

industrial en particular?

El adelanto británico no se debía a una superioridad científica y técnica. Mientras

el gobierno revolucionario francés estimulaba las investigaciones científicas, el

reaccionario británico las consideraba peligrosas. Los franceses realizaban inventos más

originales como el telar jacquard (1804) superior a los construidos en Inglaterra y hacían

mejores barcos. Los alemanes disponían de instituciones para la enseñanza técnica que no

existía en Inglaterra y los franceses crearon la escuela politécnica. Por fortuna pocos

refinamientos intelectuales eran necesarios para hacer la revolución. Sus inventos técnicos

fueron modestos: la lanzadera volante, la máquina para hilar, el telar mecánico. Hasta la

máquina más científica, la giratoria de vapor de James Watt, no requirió mayor 

conocimiento físico que los utilizados en la mayor parte del siglo. Inglaterra poseía los

elementos o instrumentos que caracterizan a la revolución antes de que se inicie en 1780 y

sólo en esta fecha se produjo “el vuelco ascendente, imprevisto y franco, de todas las

curvas de indicadores económicos cuyas estadísticas se poseen, y el hecho de que tras este

salto, el desarrollo continúa con un ritmo nuevo y sin precedentes. ¿Cuál fue la chispa que

encendió la llama? Los orígenes de la revolución industrial británica no pueden ser 

estudiados en términos de historia británica. Hay que reconsiderar la importancia del

mercantilismo británico; es decir, la política sistemática de expansión económica belicista

y colonialismo y la no menos sistemática protección de los industriales, comerciantes y

armadores británicos.

Como sostiene el autor, la revolución está vinculada a la industria del algodón. Se

efectuaba un comercio triangular entre Gran Bretaña, las Indias Occidentales y la India.

La industria del algodón fue precedida por una expansión del mercado mundial

insólitamente rápida. Al cabo 20 años, el monopolio británico del comercio

latinoamericano y la desindustrialización de la India a causa de su conquista produjeron

un aumento de las ventas de los tejidos de algodón, en estos mercados pasando de la

mitad al doble de lo exportado en Europa.

La importancia fundamental que le atribuye a la demanda externa, Hobsbawm, es

cuestionada por Giorgio Mori para quien el papel decisivo lo cumplió el mercado interno.Saul Berrick, Ralph Davis (The industrial revolution and the british overseas trade, 1979)

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y el de Crouzet (Towards an export economy: British exports during the Industrial

Revolution en Explorations in Economic History, enero de 1980) muestran que el

comercio exterior no desempeñó un papel importante en el surgimiento de la revolución

industrial ni siquiera como elemento de apoyo en la primera etapa de su desarrollo. Según

sostienen, “la opinión de que el aumento de las exportaciones de tejidos de algodón a

África y las Indias Occidentales tuvo importancia en el desarrollo de la industria

algodonera pasa por alto que este aumento fue transitorio”.

En términos generales según exponen los autores, el comercio exterior fortaleció

la base de la economía durante el siglo XVIII pero no incidió directamente en su

crecimiento hasta poco antes de 1800. Sólo después de 1850 la economía británica se

convirtió en realmente exportadora. Pero aparte de este efecto de escasa intensidad sobre

la economía, las exportaciones no fomentaron el desarrollo de nuevas tecnologías hasta

que la revolución industrial estaba ya iniciada a finales de siglo.

Si el comercio exterior no fue decisivo naturalmente hay que tornar la mirada

hacia el comercio interior. Así lo hizo Albert Jones quien expuso sobre los cambios

agrícolas. Según expuso, el aumento de la productividad, asociada a una serie de mejoras,

se debería a la utilización de técnicas cada vez más avanzadas más que a los enclosures o

los cercamientos legales.

Entre las líneas de trabajos que cuestionaran la presentación de la revolución

industrial como un fenómeno acumulativo, progresivo y unitario, se encuentra el trabajo

de E.A.Wrigley, “Cambio, continuidad y azar: carácter de la Revolución Industrial

inglesa” que ponen en duda esta visión. Rescata la visión contemporánea del fenómeno de

Adan Smith, que presentó el proceso de crecimiento económico como un fenómeno

acumulativo, progresivo y unitario, que abarcaba tanto una serie de transformaciones en

las estructuras políticas, legales y sociales y en las actitudes, como el cambio económico.

Pero, por razones que el mismo Smith y sus sucesores argumentan sólidamente, se

esperaba que el ímpetu del crecimiento se agotase después de un lapso, frenado por 

cambios endógenos al mismo proceso de crecimiento, y diese lugar, andando el tiempo, al

advenimiento del estado estacionario. Además, los economistas clásicos tenían la duda

unánime de que se pudiese mantener indefinidamente el nivel de salarios reales que

 predominaba en aquel momento.

La consideración que hacía que los economistas clásicos procediesen con tanta

cautela al opinar sobre el futuro crecimiento era su forma de pensar con respecto a latierra. La extensión de la superficie de la tierra era indiscutiblemente limitada, como lo

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era cualquier subcategoría de la misma, por ejemplo la tierra cultivable. Dado un

determinado nivel tecnológico, lo que se podía obtener de la tierra para el consumo

humano, aunque no estaba sujeto a un límite máximo bruto y simple, sólo se podía

aumentar invirtiendo una cantidad creciente de trabajo y capital para conseguir cada

unidad de incremento del producto. La ley económica de los rendimientos marginales

decrecientes era ineludible. El futuro, por lo tanto, tenía forzosamente que aparecer 

sombrío, puesto que parecía adecuado suponer que la productividad de la tierra

condicionaba las perspectivas, no sólo con respecto al abastecimiento de alimentos en

 particular, sino también por lo que al crecimiento económico general se refiere.

En la lógica general desplegada por los economistas clásicos no había fisuras. Sus

escritos siguen teniendo autoridad para el análisis del crecimiento dentro de los confines

de una economía tradicional, una economía limitada por la productividad de la tierra, a la

cual Wrigley denomina economía orgánica. Sin embargo, no advirtieron que estaba

emergiendo una nueva base económica, cuyo carácter contrastaba agudamente con el de

cualquier economía orgánica.

Algunas de las características más notables del nuevo régimen quedarán claras por 

deducción, a partir de la descripción de la naturaleza de la economía orgánica. Se libró del

 problema de una oferta fija de tierra y de sus productos orgánicos, utilizando materias

 primas minerales. De este modo, las industrias características del nuevo régimen

 producían hierro, alfarería, ladrillos, vidrio y productos químicos inorgánicos o productos

secundarios elaborados a partir de aquellos materiales y, sobre todo, una inmensa

 profusión de máquinas, herramientas y productos de consumo hechos de hierro y acero.

La expansión de este tipo de industrias podía continuar a cualquier escala sin causar una

 presión significativa sobre el suelo, mientras que las industrias más importantes de una

economía orgánica, la textil, la de pieles o la construcción, por ejemplo, sólo podían

crecer si se producían más lana, pieles o madera; lo cual, a su vez, suponía la dedicación

 progresivamente superior de acres de tierra a esos fines, e imponía una competencia más

y más feroz por un factor de producción cuya oferta no se podía aumentar. Cubrir todas

las necesidades humanas elementales, de alimento, vestido, alojamiento y combustible,

significaba de manera inevitable una presión creciente sobre el mismo recurso escaso.

Fue la utilización de una fuente mineral, el carbón, la que empezó a proporcionar 

de forma progresiva la energía calorífica que la industria necesitaba y, posteriormente, el

desarrollo de un mecanismo eficaz para transformar la energía calorífica en mecánica diolugar a la máquina de vapor y ofreció también solución al problema de conseguir una

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fuente casi ilimitada de esa energía, las perspectivas de crecimiento, tanto en producto

agregado como en producto per cápita, se transformaron por completo en relación a las

que se habían tenido hasta ese momento.

A mediados del siglo XVI, la situación periférica de Inglaterra en el margen de la

Europa continental era simbólicamente apropiada, tanto desde el punto de vista

demográfico, como económico. La isla tenía una población relativamente escasa. Su

 población era sólo una quinta parte de la Francia, o alrededor de una cuarta parte de la

Alemania o Italia.

La característica distintiva de la Revolución industrial, que ha transformado las

vidas de los habitantes de las sociedades industriales, ha sido un aumento amplio y

sostenido de los ingresos reales per cápita. Sin un cambio de este tipo, el grueso del total

de ingresos se hubiese seguido, por lo tanto, empleada en la tierra. Sólo como

consecuencia de la creciente producción per cápita y el hecho parejo del aumento de los

ingresos reales, se dieron cambios fundamentales en la estructura de la demanda

concebible y en concordancia con estos cambios, variaciones del mismo estilo en la

estructura de la ocupación; urbanización progresiva y la multitud de mudanzas asociadas

que comprende la Revolución Industrial. Habrá que aclarar que una duplicación de la

 producción acompañada de una duplicación en el número de habitantes representa un

crecimiento sustancial en el producto agregado, pero ninguna mejora en la productividad.

Sólo cuando el crecimiento del producto sobrepasa el aumento de la población de forma

sustancial y constante pueden haber fundamentos para suponer que está en marcha una

Revolución industrial.

Es importante subrayar hasta qué punto la actividad económica en Inglaterra se

había alejado ya lentamente del modelo predominante en la Europa occidental

continental, durante los siglos XVII y XVIII, dada la persistente fuerza de la presunción

de que la ruptura con un pasado preindustrial había empezado en algún momento en las

décadas centrales o últimas del siglo XVIII. En efecto, una de las víctimas de cualquier 

nueva apreciación documentada de la Revolución Industrial como un fenómeno histórico

debería ser la visión de que fue una serie unitaria y progresiva de hechos que tuvieron

lugar en una escala de tiempo restringida. Es mejor considerar que la transformación que

dio lugar a la Revolución Industrial se extendió a lo largo de un período de más de dos

siglos, y estaba constituida por dos tipos principales de componentes del crecimiento

económico de una naturaleza tan netamente distinta y con una cronología tan diferente,que nos podremos preguntar si la utilización de un sólo término-paraguas para

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describirlos es útil para la comprensión de los mismos; quizá la trayectoria del cambio se

comprendería con mayor facilidad y precisión si se distinguiera entre ellos de forma más

clara y se considerase la Revolución industrial como un producto común de ambos.

El primero de los dos tipos de crecimiento económico está asociado a lo que

Wrigley llama la economía orgánica avanzada; el segundo a la economía basada en la

energía de origen mineral.

El alcance del progreso económico en Inglaterra entre 1550 y 1800, tanto en

términos absolutos como en comparación con otros países de Europa Occidental, no es

difícil de demostrar. Lo reflejan, por ejemplo, los notables cambios en la estructura de la

ocupación de la fuerza del trabajo. En las más antigua de las dos fechas, el grueso de la

 población vivía en el campo y se ganaba la vida trabajando la tierra. En la más reciente,

aunque la mayoría de la población vivía todavía en áreas rurales, sólo el 40% de la fuerza

de trabajo masculina adulta trabajaba en la agricultura; era el porcentaje más bajo de

todos los países europeos. En otras partes de Europa, cualquier descenso de la proporción

de la mano de obra empleada en la agricultura era mucho más modesto: en 1800, entre un

60 y un 80 por 100 de la fuerza de trabajo masculina adulta trabajaba todavía la tierra.

En la época isabelina, Inglaterra estaba menos urbanizada que la media de países

europeos occidentales. Por el contrario, la Inglaterra georgiana era el país europeo más

urbanizado, con la excepción de los Países Bajos. Además, la expansión urbana se

realizaba a un ritmo tan formidable, que el 70% de todo el crecimiento urbano europeo

tuvo sólo en Inglaterra, durante en el siglo XVIII.

El crecimiento de la población no se aproximó, en ningún otro de los países de

Europa occidental, al ritmo logrado en Inglaterra. Entre 1550 y 1820, las poblaciones de

Francia, España, Alemania, Italia y los Países Bajos parecen haber aumentado entre un 50

y un 80 por cien; la cifra correspondiente a Inglaterra en el mismo periodo fue 280 por 

100.

La característica más importante de la historia económica de Inglaterra en los

siglos XVII y XVIII fue el avance de la productividad por persona logrado en la

agricultura, que sirve en cierto sentido para explicar la notable prosperidad general de

Inglaterra en comparación con otros países europeos. Esa “revolución agrícola” que

 permitió que sobrepasara por primera vez el límite del problema del hambre. Este notable

 progreso se logró gracias a la eliminación del barbecho y su sustitución por el sistema de

rotación de cultivos, introduciendo plantas que tenían efectos regenerativos y un mayor abono de las tierras a partir del empleo del estiércol animal. En segundo lugar, se

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introducen nuevos tipos de cultivos (maíz, patata, cebada, centeno, etc) y se mejoran las

herramientas de uso tradicional y se introducen nuevas a través de la perfección del arado

empleado en áreas donde se utilizaba la azada. La guadaña vino a sustituir a la hoz, se

extiende el uso de la sembradora y la herradura. En tercer lugar, aumenta el empleo del

caballo para el trabajo de la tierra y se emplea más sistemáticamente los fertilizantes

químicos.

La combinación de una fuerza de trabajo agrícola claramente estática y un

crecimiento demográfico rápido supone, como es natural, un aumento especialmente

veloz del empleo no agrícola.

Inglaterra, estaba haciendo rápidos progresos económicos en relación a sus

vecinos y rivales, en los siglos XVII y XVIII. Sea tomando en consideración el

crecimiento agregado, el cambio estructural, el avance técnico o el ingreso por persona, se

aprecia un importante progreso relativo que en algunos casos es impresionante. Es

 probable que también esté justificado afirmar que la brecha se ensanchó de forma

constante hasta los primeros años del siglo XIX. Un siglo más tarde, la Revolución

industrial fue un fenómeno fundamentalmente del siglo XIX y se la describe como la

razón de la hegemonía económica británica durante un periodo, hacia 1900 estaba claro

 para los contemporáneos y se puede demostrar en muchas series cuantitativas, que sus

nuevos rivales, Alemania y Estados Unidos, la habían alcanzado o estaban a punto de

hacerlo. Cualquiera de las ventajas que todavía poseía Gran Bretaña, en términos de todas

las categorías que se mencionaron antes, crecimiento agregado, cambio estructural,

 progreso técnico e ingreso per cápita, era leve o decreciente. Por eso cabe preguntarse, ¿es

 posible que el mismo hecho en el que supuestamente se cifró el éxito económico de

Inglaterra señalase también el rápido acercamiento del momento en que se iba a extinguir 

su dominio?.

La explicación puede encontrarse en que hasta a principio del siglo XIX se puede

considerar como uno en el que las fuentes del crecimiento eran, principalmente, las de una

economía orgánica avanzada. El grueso del empleo industrial lo componían los siguientes

oficios: hilanderos y tejedores, bataneros y tintoreros; curtidores y tintoreros de pieles;

sastres y zapateros; aserradores, toneleros, carpinteros y ebanistas. Y las materias primas

de la industria manufacturera eran: lana, lino, seda, algodón, cueros, pieles curtidas, pelo,

 pellejos, paja, madera. La industria de la construcción tenía una limitación menos

exclusiva a las materias primas orgánicas que la mayor parte de las demás industrias, peroseguía teniendo una gran dependencia de la madera. La madera era también la primera

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fuente de energía calorífica necesaria para innumerables actividades industriales y

domésticas.

Había algunos trabajadores, como los mineros o los picapedreros, cuya

subsistencia no estaba tan ligada a la producción del suelo. Pero incluso la escala de la

 producción de aquellos que moldeaban los metales según las diversas necesidades

humanas -por ejemplo los herreros- dependía de la productividad del suelo. Es necesaria

una materia vegetal en este caso, carbón vegetal, como fuente de calor para fundir y

trabajar el metal.

En los escritos de los economistas clásicos hay un reconocimiento de la

importancia de la productividad de la tierra para todo el abanico de actividades

 productivas de la sociedad; y la fuerza que, de este modo, ejercía la aplicación del

 principio de los rendimientos marginales decrecientes era muy poderosa. Dado que la

 población y la producción aumentaban, lo que se exigía a la tierra a buen seguro se

incrementaría. Y esto supone, o bien cultivar nuevas tierras más pobres, o bien intentar 

sacar una producción mayor a las tierras que estaba ya en cultivo, o alguna combinación

de ambas cosas. A menos que hubiese avances destacados en las técnicas de producción,

serían necesarias inversiones cada vez mayores de capital y de trabajo para conseguir un

incremento unitario de la producción. Esto a su vez conducía, pasando por los

rendimientos decrecientes del capital y en consecuencia la reducción del incentivo a la

inversión, al “estado estacionario” subsiguiente. Ese fue el concepto clave desde Adan

Smith hasta John Stuart. Aunque los escritos de los economistas clásicos dilucidan en

gran medida el proceso de crecimiento de Inglaterra a principios de la época moderna, no

indican, sin embargo, cómo se podía reemplazar definitivamente un sistema orgánico

avanzado.

Para escapar de las limitaciones del principio de los rendimientos decrecientes, es

necesario encontrar sustituto para las materias primas de origen animal y vegetal

utilizados en los procesos de producción. Los economistas clásicos habían tratado en toda

su extensión las mejoras en la productividad que podía conseguir la industria mediante la

especialización de funciones, en relación a una demanda en expansión y un mayor acceso

a los mercados. También habían señalado la importancia del perfeccionamiento de la

maquinaria y de los avances en las técnicas de producción en el mismo contexto. Pero

dedicaron mucha menos atención al valor particular de la escala de uso de energía por 

trabajador y del desarrollo de nuevas fuentes de energía. La magnitud de producción queun trabajador puede llevar a cabo está fuertemente condicionada por la cantidad de

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energía de la que dispone. La historia de la adopción del carbón como materia prima

clave, en más y más industrias, ilustra otro aspecto de la complejidad del fenómeno que se

ha dado en llamar Revolución Industrial. Esos dos modelos de crecimiento económico de

naturaleza distinta fueron sucesivos en el tiempo. Pero se habían prefigurado elementos

del nuevo sistema desde hacía mucho tiempo, y en especial por lo que se refiere al uso del

carbón.

La característica principal de la economía basada en la energía de origen mineral

fue su capacidad de liberar a la producción de la dependencia de la productividad de la

tierra. Se redujo la dependencia respecto de las materias primas orgánicas en algunas

ramas de la industria.

Haciendo prevalecer también la disponibilidad de recursos energéticos que se

disponía en Gran Bretaña, Sidmond Pollard entiende que el proceso de industrialización

fue de carácter singular y no repetitivo que se expandió a toda Europa. El modelo

 británico que se impuso deliberadamente por imitación tuvo un carácter esencialmente

tecnológico y consistió en una mejora en el modo de producir los bienes. Un proceso de

largo aliento que el autor define significativamente como una “conquista pacífica” sobre

el que hace hincapié en la oferta más que en la demanda que condicionaron esa

industrialización que marcó una fase única de ascensión del capitalismo mundial

(comenzando con una primer fase de la revolución industrial en 1760-1800 y una

segunda de 1790-1830). Este énfasis lleva a remarcar su crítica a los enfoques como el de

Hobsbawm que destaca las rupturas y los movimientos cíclicos del capitalismo. Su

 propuesta está más cercana a los enfoques de W.W. Rostow y el de Alexander 

Gerschenkron.

Una variable decisiva del estudio de Pollard es que considera al proceso no en su

marco de referencia nacional, tal como los autores aquí mencionados explicaron, sino en

su expresión regional en donde aparece como irrelevante el papel de los gobiernos y en el

 peor de los casos habrían tomado parte en sentido negativo. Tal como sostiene, “un

conocimiento más íntimo revela que la industrialización en Gran Bretaña no fue de

ningún modo un proceso único, ininterrumpido y unitario y todavía menos de amplitud

nacional. El argumento es que la interacción del tiempo, la industria y la región

 proporciona una pista importante para la comprensión de los acontecimientos históricos

reales en Gran Bretaña y del modo en que la industrialización se difundió por el resto de

Europa”.

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Así entre los recursos que habrían determinado la localización industrial, los más

evidentes eran los minerales. El carbón barato abundante, el cobre, el estaño, el hierro y,

en menor medida, el plomo, la sal y la arcilla refractaria. Junto con los minerales, el agua

era la que localizaba la industria. Por su parte, y a diferencia de trabajos clásicos como los

de Boserup, sostiene que habría existido una correlación negativa entre áreas con ventaja

comparativa agrícola y áreas de industrialización: “el empleo industrial se estableció en

gran medida en distritos que nunca tuvieron mucho potencial agrícola”.

Aparte de las ventajas naturales que aconsejaban una localización más que otra,

 pudo haber tenido influencia las actividades políticas de una gran ciudad (como Londres,

Dublín, Edimburgo) que generaban demanda de bienes de lujo, por parte de la corte y el

gobierno, y una demanda masiva por parte de soldados, los criados y los que los

mantenían. Astilleros y artesanales eran potencialmente centros de concentración

industrial significativa.

Una vez creadas las concentraciones industriales, surgieron “economías externas”

 para ampliar las ventajas y acelerar la diferencia espacial. Entre las más poderosas estaba

la creación de una infraestructura, tal como los canales y carreteras, que beneficiaría a las

industrias de nueva implantación, incluyendo las que podían proporcionar bienes de

capital, mercados y un conocimiento de los mercados. Entre las textiles, con mucho las

más importantes de las industrias manufactureras, las ventajas de localización de

habilidades, fueron particularmente notables. Finalmente explica que la mayoría de las

industrias del siglo XVIII eran todavía de la variedad doméstica, esto era así

 particularmente en el caso de la industria textil. Los procesos de acabado tendían a ser 

realizados en grandes talleres en las ciudades pero el tejido, ocupación masculina, estaba

extendido en el campo y la hilatura realizada por mujeres y niños. Con el aumento de la

demanda el trabajo se convirtió a tiempo completo y los antiguos agricultores tomaron el

telar o el torno de hilar a tiempo parcial lo que restó trabajo para la producción agrícola

(definido por los investigadores como la proto-industrialización). La menor oferta de

alimentos de la región industrial y la mayor demanda de una población en aumento,

desencadenó una transformación del uso de la tierra en la región y una demanda

decreciente de importaciones de alimentos y forrajes procedentes de fuera de la región.

De este modo, “la región industrial tenía que proyectar sus tentáculos hacia fuera. Donde

el suelo de la zona era pobre, su población tendía a marchar, quedando menos poblada

que antes. Las regiones industriales colonizaron sus alrededores agrícolas de la misma

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manera que se dijo de gran Bretaña que había colonizado a otros países y de todo el oeste

que ha colonizado al Tercer Mundo en nuestros propios días”.

Más allá de estas presentaciones, por nuestra parte podemos convenir en definir a

las últimas décadas del siglo XVIII en Inglaterra, como el período posterior que se da la

revolución industrial y entendemos por tal a los cambios estructurales de fondo y bruscos

que implican una ruptura con la etapa anterior, si convenimos en definir a la Revolución

en los términos que lo hace David Landes, es decir, como un conjunto de cambios

técnicos que se refuerzan mutuamente y que:

1) eliminaron antiguas limitaciones de productividad,

2) aumentaron básicamente las ganancias del capital en un número creciente de ramas del

sector manufacturero,

3) modificaron la asignación de recursos, incluyendo la mano de obra y,

4) alteraron radicalmente la naturaleza y condiciones de la existencia material, la

organización social, la actividad política, el equilibrio internacional de la riqueza y del

 poder, la creciente diferenciación entre países avanzados y atrasados, la cultura y la

civilización.

Si aceptamos esta definición que hace hincapié en la globalidad del fenómeno en

cuanto que afecta la economía, la política, la cultura y la sociedad es fácil imaginar que

muchos fueron los sectores involucrados y que este proceso no se logró sin conflictos y

 protestas.

Tal como lo consideramos, la revolución industrial provocó como efecto una

transferencia de gente que recibían ingresos no monetarios a monetarios, el aumento de

la renta, de la población y la sustitución de artículos producidos en forma antigua por los

 producidos en la industria. Un proceso que se vinculó de manera compleja y cambiante

con el mercado externo que no dejaba de expandirse para brindar la posibilidad de obtener 

materias primas y de vender la producción en serie. Una revolución que tiene su

manifestación más clara en la aparición de la fábrica, ubicada en la ciudad, abarrotada de

trabajadores que reciben del capitalista un salario a cambio de trabajo. Sin embargo, esa

fue sólo una de las formas de producción. Las plantas centralizadas convivieron con el

taller artesanal urbano donde la pericia manual seguía siendo esencial, con las

cooperativas en las ciudades o comunidades pequeñas, y la industria domiciliaria

localizada en el campo, tal como podrán verlo en el tratamiento de Maxime Berg. La

 producción textil de un pequeño taller coexistió con los productos elaborados por unafamilia campesina a pedido de un mercader asentado en la ciudad y con una producción

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centralizada desde el principio como la minería, el procesado de metales, o la fabricación

de alfileres. Una explicación que tiende a matizar los modelos explicativos de la

acumulación primitiva y de la proto-industrialización (o putting out sistem) que tienen

una visión teleológica de la revolución industrial en tanto el factory sistem habría sido la

instancia superadora de otras formas de trabajo. La organización industrial fue

determinada por el aprovechamiento y costes de la mano de obra, por el peso de la

costumbre, la disciplina patriarcal y las presiones de la comunidad.

La naturaleza polimorfa de la organización industrial fue a la par con la pluralidad

de actores que le dieron cuerpo. Los empresarios provenían de la clase media, sus padres

habían sido pequeños agricultores, comerciantes o manufactureros moderadamente ricos:

tenían una relativa posición en la sociedad local que les ayudó a obtener crédito cuando lo

necesitaban. Algunos emergieron de las clases bajas aunque raramente de los sectores

más pobres de la sociedad. Estos proporcionaron la mano de obra. Hombres, pero en gran

medida mujeres y niños. La mano de obra femenina barata representaba una fuente de

 beneficios lucrativos que no podía ser ignorada por los manufactureros dispuestos a

lanzar nuevas industrias basadas en las prácticas de intensificación. Durante mucho

tiempo se siguió recurriendo a esta mano de obra femenina en combinación con técnicas

manuales o intermedias como alternativa a la mecanización. Las mujeres fueron centrales

en la medida que enseñaban y supervisaban a los miembros más jóvenes de la unidad

familiar de producción; transmitían las habilidades a las nuevas generaciones de la fuerza

de trabajo industrial y se ocupaban de sus hijos.

A veces las mujeres imponían con sus actos una alternativa a la mecanización en

la medida que ésta se veía como una amenaza a los oficios femeninos de base familiar.

Con una remuneración menor que el trabajo masculino, el bajo status de la labor de las

mujeres a pesar del reconocimiento de su necesidad e importancia para los ingresos en

metálico del grupo doméstico se explica en virtud de su subordinación social en el seno

de la familia. Lo más importante era que esta combinación de actividades también

suponía un aprendizaje muy irregular de las mujeres y era precisamente a través del

 proceso de aprendizaje y las costumbres y convenciones a él asociadas como se

controlaba el acceso al oficio y como se definía su calificación. Por más importante y

necesario que fuera el trabajo femenino en las industrias domésticas, el control de éstas

revertía a manos de los hombres. Esta división sexual del trabajo relegaba a las mujeres al

uso de técnicas de trabajo más intensivo y de menor eficacia. Y aunque las mujeres erantradicionalmente hilanderas, solamente se les permitía seguir desempeñando esa tarea con

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rueca, rueca de rueda y jenny y tras la introducción de la hiladora mule, pues el trabajo en

esa máquina no puso en peligro el trabajo de los hombres.

Sistema fabril y sistema doméstico, tecnologías energéticas y tareas manuales,

artesanos y trabajo femenino y familiar, diseñaron un paisaje industrial que si halló en la

industria del algodón su primera manifestación paradigmática, pronto deslizó hacia otras

actividades y productos que trazaron el camino para el ferrocarril: hierro, acero y

 perfeccionamiento en los medios de transporte que incidieron sobre las primeras

 producciones industriales y anunciaban la industria pesada que devendrá conquistadora en

la segunda mitad del siglo XIX.

Un proceso que generó inmediatos debates historiográficos, teñidos de contenido

ideológico, y que se vincularon con los “resultados humanos” que desencadenó.

Pesimistas y optimistas han librado intensas batallas a través de una profusa literatura que

ha quedado registrada en artículos de divulgación científica y en la producción de una

vasta bibliografía. Datos cuantificables, como índices de precios al por mayor y salarios,

han llevado a los optimistas a exponer tajantemente el mejoramiento en las condiciones

de vida de las clases trabajadoras, sobre todo la de aquellos artesanos cualificados. Datos

que aparecieron como determinantes para los pesimistas que prontamente retiraron la

discusión en esos términos reconociendo la contundencia de los datos cuantificables. Si

no se podía hablar de un empeoramiento en cuanto las condiciones salariales era propicio

analizar los datos no ponderables. Hablaron, entonces, de la calidad de vida y del campo

de las percepciones. De las condiciones higiénicas, de los cambios en las relaciones

 personales, del impacto en la familia, en la cultura del trabajo, la diversión y el ocio, en

las pautas de consumo que modificaron la cultura de hombres, mujeres y niños. Los

dantescos cuadros de niños y mujeres trabajando las fábricas marcaron esas

 presentaciones. Un debate teñido por la contemporaneidad de los análisis, de modo que en

épocas de expansión y consolidación del capitalismo parecieron dar la razón a todos los

que continuaron por el rumbo marcado por investigadores como Ashton.

En ese sentido, el texto de John Rule resulta significativo porque recupera el

debate pero centrando su análisis en un cuestionamiento a ambas posturas por soslayar 

una aspecto tan concreto como es la utilización sesgada de las estadísticas y los índices de

 precios al por mayor que poco explican la vida cotidiana del consumidor.

El avance industrial: crecimiento y desigualdades.

Debates historiográficos en torno a la Revolución Industrial

 

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Las preguntas que surgen con esta cuestión serían: por qué ocurre que en cualquier 

generación dada, siempre parece haber alguna interpretación particular sobre la

Revolución Industrial más difundida que otra? ¿Cómo se explica el mecanismo que opera

entre cambio generacional y evolución interpretativa?

Si atendemos al famoso postulado de Croce que dice “toda historia es historia

contemporánea en el sentido que cada generación reescribe en cierta medida el pasado de

acuerdo a las preocupaciones del presente”, cabría preguntarse cuáles son las implicancias

de los trabajos que se insertan en este enunciado cuando los queremos analizar desde el

 punto de vista científico? ¿Cuál es la forma que adopta la descripción que adhiere a este

 postulado?

Desde 1880 a 1920, desde que el trabajo de Toynbee inició la discusión moderna

sobre el tema en su texto Lecturas de la Revolución Industrial, los intereses

contemporáneos por la investigación social y la pobreza influyeron en la interpretación

más acertada de la revolución que hace hincapié en sus lamentables consecuencias

humanas.

Frente a un neoclásico como Marshall que era razonablemente optimista sobre la

economía del período, para los políticos, empresarios y terrratenientes las perspectivas

 parecían menos brillantes. Paralelamente la clase obrera se emancipaba cada vez más, la

afiliación a los sindicatos aumentaba y estallaron disturbios industriales en los años 1880

y principios de 1910. Esta situación generó un sentimiento temeroso y de culpabilidad y

un reconocimiento de que la pobreza y la miseria no eran el producto de las deficiencias

individuales, sino que eran algo endémico a un sistema que creaba tanta pobreza en medio

de tanta abundancia. Parecía para la mayoría que la Revolución no había funcionado y era

necesario descubrir en qué había fallado. Fue Toynbee quien quizá más claramente

expuso la relación entre problemas contemporáneos y revolución industrial al proclamar 

que los problemas de la sociedad presente no eran exclusivamente coyunturales. En su

condición de arrepentido escribió frases como estas:

“Nosotros -los de clase media quiero decir, y no solamente los muy ricos- os hemos abandonado; en vezde justicia os hemos ofrecido caridad, y en vez de compasión os hemos ofrecido consejos duros e irreales,

 pero creo que estamos cambiando...Os hemos agraviado, hemos pecado gravemente contra vosotros...; pero si nos perdonáis...os serviremos, dedicaremos nuestras vidas a vuestro servicio”. 

Además de Toynbee, dentro de esta perspectiva, hay que mencionar a dos parejas como

son los Hammond y los Webbs. Los primeros, escribieron alegatos anti-señoriales (The

village labourer y The town labourer) se pronunciaban tajantemente en favor del anti-

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capital y el anti-laissez-faire. Sus libros retratan terratenientes rapaces y capitalistas sin

escrúpulos proporcionando un apoyo histórico a que se debía controlar la libre empresa,

de que el estado debería ser más intervencionista y que los sindicatos deberían ser 

 protegidos y reforzados.

Dentro de esta misma línea se inserta el trabajo de los Webbs que también

 persiguieron una intención prescriptiva y también son prólogos históricos a problemas

contemporáneos. Los males de un capitalismo sin regulación y sin restricción hicieron la

situación verdaderamente terrible. Al mismo tiempo brindan una interpretación de la

revolución industrial como un fenómeno rápido, terrible y de laissez-faire.

Aunque existían diversas opiniones hasta dónde tenía que llegar el

intervencionismo del estado, todos estaban de acuerdo en que se debía intervenir.

Frente a esta interpretación mayoritaria aparecen disidencias como las de Clapham

quien pone en dudas las tres facetas de la revolución. Mostró una imagen mucho más

 paulatina y localizada; hizo hincapié en la diversidad de la vida económica nacional y

dijo que hasta 1851 pocos eran los cambios ocurridos. Su libro era un estudio a cámara

lenta que repetía hasta el cansancio que ninguna industria británica había alcanzado una

revolución tecnológica completa antes de 1830.

Desde 1920-1950, también aparecen unas líneas de trabajos caracterizados por el

 pesimismo sobre la economía y el futuro del capitalismo; pero en este caso el pesimismo

era mundial y no sólo nacional: el patrón oro que había funcionado con eficacia fracasó

después de la Primer Guerra Mundial. El boom inmediato de la posguerra terminó con la

depresión de 1921-22, a continuación siguió una curva ascendente débil e irregular que

llegó el crack y un restablecimiento en 1932 pero el carácter cíclico y fluctuante del

crecimiento económico se consideraban como típicos.

La mayoría de los trabajos se centraron en las fluctuaciones cíclicas; son trabajos

cuantitativos más precisos que los del período anterior. Se describen los ciclos pero

resultaba difícil explicar por qué ocurrían. Keynes exponía sobre el ciclo corto y lo

explicaba en términos de demanda efectiva y las fluctuaciones cíclicas en la revolución

industrial y la inclinación a comparar la guerra de 1793-1815 con la de 1914-18 fueron

claras.

Beveridge estudió la incidencia que ejercían las fluctuaciones cíclicas sobre el

desempleo. Rostow terminó su tesis doctoral sobre las fluctuaciones de la economía

 británica en el siglo XIX. Consideraba que las fuerzas más poderosas que las provocaban

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en la producción y el desempleo era la cantidad de las inversiones y el carácter de las

inversiones.

Thomas Ashton dijo que sólo la revolución industrial daba esperanzas de elevar el

nivel de vida de la mayoría de la gente. Esto lo escribió a mediados de los ‘50 cuando

decir esto era poco común para la época, pero estas palabras se convertirían en un texto

casi sagrado para las generaciones futuras.

Entre 1950-1973, dos décadas de crecimiento económico sostenido como

resultado del aumento de la inversión, de la productividad y del progreso tecnológico,

 junto con la inflación limitada y el pleno empleo, crearon un nivel de vida cada vez más

alto para la mayoría de los países de Europa Occidental. Se dio un optimismo sin

 precedentes, aparecen autores como Landes, Postan, Galbraith (hablaban de la sociedad

opulenta). Se proclamaba que los economistas tendrían que abandonar su predilección

 profesional por la desgracia y el fracaso y acostumbrarse a reconocer la prosperidad y el

éxito. Para los economistas y funcionarios del estado, estos cambios tuvieron tres

consecuencias importantes:

a) la baja del interés por los ciclos económicos;

 b) la búsqueda del crecimiento económico interior y

c) el alza de la economía de desarrollo.

Aparece así, el modelo del crecimiento. La inversión sería el motor para ese

crecimiento y comienzan a elaborarse teorías que perseguían un desarrollo económico

similar para el Tercer Mundo mediante la asistencia técnica, el comercio y sobre todo la

inyección de capital. Se abandonó la idea de la revolución como algo terrible por no estar 

controlada, ni también como algo cíclico. La revolución pasó a ser el primer ejemplo de

un crecimiento económico sostenido. Dejó de parecer algo negativo para pasar algo de

signo positivo, algo bueno que se debería fomentar a través de la ayuda estatal. Así se

encuentran los casos de Rostow, Pyllis Deane, Hartwell.

El propio Hobsbawm, más allá de una presentación pesimista desde el punto de

vista social de los resultados humanos de la industrialización compartió su presentación

como el producto de una revolución industrial que tuvo lugar en Inglaterra y que había

consistido en la difusión del uso del hierro, el carbón y la energía del vapor,

fundamentalmente en la industria textil algodonera. Ese proceso se desarrolló en el nuevo

escenario de la fábrica y los cambios que provocó habrían llevado a una “fuerte

aceleración” o un “despegue” en el crecimiento económico que tuvo lugar en las dos

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últimas décadas del siglo XVIII, modificando de un modo sustancial la estructura social y

económica inglesa.

Según esa explicación clásica, la agricultura también desempeñó un importante

 papel en el desarrollo industrial, en tanto se habría abastecido de alimentos a la creciente

 población urbana. Al considerarse la “vía inglesa” como la única alternativa para el

desarrollo industrial, se suponía que aquellos países que quisieran acceder a los beneficios

de la industrialización debían intentar recrear las condiciones en que se había producido el

“despegue” británico tal como lo enunciaba Rostow en su célebre libro The satges of 

economic growth: a non-comunist manifiesto.

Entre 1973-1980, la prosperidad terminó de forma abrupta con la crisis energética

de 1973 y con la aparición de una nueva amenaza: la estanflación contra la cual la

economía keynesiana parecía no ofrecer ningún antídoto. En el mismo momento que se

cuestionaba la inestabilidad del crecimiento también se puso en duda su conveniencia.

Aparece una interpretación ecológica que dice que el crecimiento no siempre podría darse

 porque se agotarían los recursos de la tierra. Schumacher decía que por primera vez se

había dado la necesidad de investigar el precio de un crecimiento material ilimitado y que

se buscara las alternativas a su continuación. Las condiciones de los países

subdesarrollados sirvieron de base al pesimismo.

Bellini habla de la desindustrialización de Gran Bretaña a partir de los ‘70, de una

 prosperidad que declina y de una base industrial que se hunde; lo que se sugiere un futuro

dominado por un nuevo feudalismo que asociará a las viejas familias terratenientes con

los nuevos amos de los medios de comunicación, servicios e información. Esta

interpretación sugiere que la Revolución Industrial fue un episodio efímero.

A mediados de los 80, tal como lo expone Santiago Rex Bliss, se impone una

visión gradualista del proceso de industrialización que ha privilegiado la continuidad

sobre la ruptura. La diversidad de enfoques y la renovación historiográfica han propuesto

nuevos aspectos a considerar como el ritmo de crecimiento y el tipo de variables macro o

micro económicas que se utilicen para estudiarlo, la viabilidad de otros modelos como las

 pequeñas empresas -tal el caso del modelo francés- para favorecer el desarrollo industrial,

la industria rural en los orígenes de la revolución industrial y, en ese sentido, el aporte de

la teoría proto-industrial y los debates en torno a los alcances reales de la teoría en

relación al proceso de industrialización; la variedad de formas de organización del trabajo

que precedieron y acompañaron al factory sistem, tal como señala Maxime Berg; elcuestionamiento de un enfoque que parta de una perspectiva nacional para abordar la

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cuestión desde una perspectiva regional y sectorial muy específica; la formulación de una

interpretación que relativiza la conformación de una burguesía industrial inglesa como el

sector más rico y próspero de la Inglaterra victoriana y el análisis de los patrimonios de

los sectores vinculados al comercio y las finanzas que mantuvieron su prestigio social lo

que demostraría que la revolución industrial no sólo fue más lenta y menos innovadora

tecnológicamente sino que los industriales nunca gozaron de mayor prestigio social; y

finalmente el tipo de análisis sobre la estructura ocupacional de aquella época han

demostrado como más tenue el impacto de esa revolución en las formas de trabajo.

Ese vistazo historiográfico nos debe llevar a pensar que se dice más del presente

del historiador que de la época de la cual escriben. Por eso no habría que tomar la

formulación de Croce de manera reduccionista pues además de desconocer la lógica

interna al tema implicaría considerar que en los escritos sobre la revolución industrial son

un ejemplo de las ideas como superestructura. No hay que descuidar la autonomía

evolutiva del tema. Pero las limitaciones de la formulación de Croce no desdibuja que se

mantenga lo esencial del tópico.

A pesar de la diversidad de interpretaciones cada generación de historiadores

comparte el presupuesto básico subyacente, los supuestos básicos son compartidos para

enfocar el tema. Hay una matriz disciplinaria consensual y donde los acuerdos o

discrepancias se dan dentro de un conjunto de expectativas inducidos por los paradigmas.

En el caso de la revolución la reformulación y el reemplazo del paradigma no se da tanto

 por la evolución interna y la erosión que el mismo paradigma va sufriendo sino

fundamentalmente en base a los intereses y preocupaciones contemporáneas en relación

con la economía.

Resumiendo: la visión dominante en una generación dada nunca es más que una

visión parcial de este proceso complejo que llamamos revolución industrial. En este

sentido en tanto atrae la atención sobre algún aspecto importante del tema nunca será del

todo “equivocada” pero también nunca será del todo “correcta”. Si la historia pretende

interpretar el pasado de algún modo, necesita tener un punto de vista; pero puede ser que

se acerque más a la objetividad si reconoce el punto de vista como tal, si no lo considera

como un absoluto.

Si pudiéramos concluir sobre algunas ideas básicas sobre la Revolución Industrial

se puede decir que existen algunos puntos o ideas globales que son mayoritariamenteaceptadas:

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1) no es una cuestión de naciones sino de regiones;

2) es un fenómeno internacional. Empezamos con Gran Bretaña porque es

cronológicamente la primera pero entrado el siglo XIX, diferentes países europeos se

industrializan por la necesidad y el deseo de imitarla, pero también por la presión de las

fuerzas internas;

3) algunos y la cátedra afirma que la revolución no es ni un deux ex machina, una súbita

creación de hombres ingeniosos e inventores; ni tampoco un sencillo y natural

acontecimiento, una consecuencia de inevitables fases sucesivas;

4) cambia el modo de funcionamiento de la economía británica;

5) industrialización no es lo mismo que revolución industrial.

 

Crecimientos y desigualdades en el continente europeo

De acuerdo con la interpretación común o tradicional, la industrialización de

Europa y del mundo, empezó con una “revolución industrial”, imitada luego por otras

naciones. Esta interpretación fue una versión largamente respetada. En realidad, puede ser 

trazada desde Karl Marx, por los manuales de historia económica europea, esta

interpretación ha sido consagrada en la prestigiosa Cambridge economic history of 

Europe y en la obra de David Landes. Aunque expresada en forma novedosa, Stages of 

economic growth, de Walt Whitman Rostow, representa de hecho un fortalecimiento de

esta interpretación. Y recientemente fue reafirmada clara y concisamente por Sidney

Pollard, quien escribió: “El proceso iniciado en Inglaterra y la industrialización de Europa

tuvo lugar según el modelo británico; fue, en efecto, en lo que concierne al continente,

 pura y deliberadamente un proceso imitativo”.

La interpretación tradicional es venerable, pero no está a salvo de la crítica según

Rondo Cameron. En principio, discutieron el concepto de “revolución industrial” sería

engañosa. En segundo lugar, discute la noción de que Inglaterra sirvió como “modelo” a

otros países.

La cuestión de si la industrialización del continente siguió el “modelo británico”

ha recibido refutaciones de dos historiadores. En un perspicaz estudio del crecimiento

económico sueco, Lennart Jörberg escribió: “Ni Suecia, ni en el continente europeo

encontramos un patrón derivado del de Inglaterra”. De igual manera, en un estimulante

artículo, el propio Pollard aseguró que “la industrialización europea no debe verse comola repetición de un modelo, sino como un solo y complejo proceso”.

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En esa interpretación tradicional de la imitación del modelo inglés de

industrialización, comenta que sólo aquellas regiones y naciones que tuvieron recursos

similares a Gran Bretaña, principalmente carbón en abundancia. Hubo, en efecto, varios

 patrones identificables, cada uno con variaciones individuales según el país o la región,

que dependían, entre otros factores, de la existencia o no de los recursos: del capital

humano (según niveles de educación o instituciones educativas formales); del grado de

orientación del mercado y los obstáculos para la comercialización, sobre todo en el sector 

agrario; el ritmo y tipo de desarrollo agrícola; comportamiento demográfico, y políticas

gubernamentales.

El caso de Bélgica es el ejemplo más cercano de una zona seguidora del modelo

inglés. Una mina de carbón cercana a Lieja obtuvo la primera bomba Newcomen en el

continente, en 1720, sólo ocho años después de que fuera introducida en Inglaterra. El

crecimiento industrial en el siglo XVIII fue gradual pero firme, encabezado por la

industria del carbón y las ramas metalúrgicas asociadas del valle de Sambre-Meuse. Una

industria de la lana, muy refinada, que utilizaba maquinaria hidráulica, se desarrolló en la

 parte este del país alrededor de Vervier y la industria rural del lino creció vigorosamente

en Flandes que llegó a tener una notable importancia para el establecimiento de la

industria del hilado de algodón que utilizaba tecnología inglesa y para la expansión de las

industrias de lana y metalúrgica, especialmente la del carbón. Una industria de maquinaria

echó raíces en la cercanía de Lieja. Durante el régimen alemán (1815-1830), tanto los

empresarios extranjeros como los nacionales, tomaron la iniciativa de introducir el

 proceso de “amasado” y la fundición del mineral de hierro por medio del coque, así como

la de establecer industrias de plomo, zinc y vidrio. Consecuentemente en las décadas de

1830 y 1840 más firmes en esas industrias, así como otras en la industria del carbón,

adoptaron la sociedad anónima como forma de organización; esto ocurrió con la

colaboración de la Societé Générale de Belgique y el Banque de Belgique (ambos

 propiedad de sociedades anónimas privadas), la cual fue acompañada por una sensible ola

de expansión.

Las industrias metalúrgicas de Bélgica, las del zinc, el plomo, el hierro, fueron en

relación con el tamaño del país, más grandes que las inglesas y adquirieron un mayor 

sesgo hacia la industria pesada con el correr del tiempo. Las industrias textiles fueron, sin

embargo, algo más pequeñas. La industrialización en Bélgica realmente siguió, hasta

cierto grado, el “modelo británico” y la convirtió en el primer país industrial delcontinente. Las razones son obvias: su cercanía con Inglaterra, su proximidad al mercado

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francés y alemán, su pequeño tamaño junto a las facilidades de transporte (ríos, canales,

ferrocarriles) facilitaron el proceso. Contaba con abundantes depósitos de carbón y de

fácil acceso.

La industrialización francesa estuvo influenciada por dos circunstancias. En

 primer lugar, la expansión de la industria inglesa. En segundo lugar, los efectos de la

Revolución habrían afectado el desarrollo económico francés. Era un país apropiado para

el desarrollo del capitalismo industrial. Considerando estas razones se suponía que

existían poderosas razones para esperar que Francia se convirtiera en un país industrial.

La transición, sería de carácter más lento y, algunas de esas razones, se encontraban según

Kemp en el contexto prerrevolucionario.

Muchos trabajos han insistido en explicar el supuesto “atraso” o “retardo” en su

economía. Sin embargo, nuevas investigaciones empíricas y nuevos enfoques teóricos,

han mostrado que los primeros debates están basados en una premisa falsa. Aunque el

 patrón de industrialización difirió de hecho del de Inglaterra y del de otros países

tempranamente industrializados, el resultado no fue menos eficiente y, en términos de

 bienestar social, pudo haber sido más humano. Es más, cuando uno ve los posteriores

 patrones de crecimiento industrial exitoso, pareciera que el patrón francés es más

ejemplar que el inglés.

En gran medida, dos factores se unieron para suscitar esta injustificada reputación

de “retraso” de la situación francesa: la caída dramática de la fertilidad demográfica, que

redujo el crecimiento de la tasa de población a menos de la mitad de la de otras naciones y

la escasez y el alto costo del carbón, lo cual provocó una baja producción de la industria

 pesada (hierro y acero principalmente) en comparación de Inglaterra y Alemania. Además

de estos factores combinados se sumaron otras características del patrón francés de

industrialización, tales como la baja tasa de urbanización, la escala y la estructura de las

empresas y las fuentes de energía industrial. Por ello se apoyó mucho más en la fuerza

hidráulica que sus vecinos ricos en el carbón.

La agricultura estaba casi enteramente en manos del campesinado, que utilizaba las

antiguas herramientas y métodos tradicionales, del mismo modo que seguía pagando la

mayor parte de aquello que excedía las meras necesidades de subsistencia, a la nobleza, a

la Iglesia y al Estado. Por su parte, los señores que recibían una gran parte del excedente,

no estaban interesados en invertir en mejoras. El orden feudal actuaba a modo de barrera

ante las fuerzas que empujaban hacia el desarrollo.

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Mientras siguiera prevaleciendo esta estructura sobre una proporción considerable

del país, era improbable un cambio cualitativo de la economía. La industria tendía a

desplegarse a pequeña escala siguiendo los métodos manuales empleados por artesanos y

 pequeños maestros. Una gran parte del estímulo hacia una organización en gran escala y

hacia nuevos métodos de producción, llegó del estado. Se ofrecieron a empresarios e

inventores diversas formas de ayuda financiera y otras ayudas, como parte de una política

tradicional de intervención activa y de regulación de la industria, a la que Colbert dio una

mayor coherencia durante el reinado de Luis XIV. Esas empresas constituían una

respuesta no a un esfuerzo espontáneo de unos empresarios que producían para una

demanda del mercado o que se arriesgaban a una producción confiando encontrar 

mercado para ella, sino a una decisión burocrática, sino a una base económica firme. Una

gran parte de la producción industrial estaba en función de la satisfacción de los gustos

más exigentes de los consumidores acomodados se ponía énfasis en la calidad y no en el

 bajo coste unitario. Sin embargo, una gran parte de la producción industrial continuó

 basándose en la transformación de materiales locales y productos agrícolas por parte de

los tradicionales artesanos aldeanos y de pequeñas ciudades, destinados sobre todo al

mercado local. Incluso la industria del hierro se hallaba enfocada en un buen tanto por 

ciento hacia la producción de herramientas y útiles para uso de campesinos y artesanos.

La inversión a gran escala en una planta fabril moderna destinada a la producción masiva

seguía siendo una cosa excepcional y las grandes concentraciones industriales eran

escasas. La industrial textil continuó utilizando en un considerable porcentaje la mano de

obra campesina por medio del putting-out system.

Hacia la década de 1830, había surgido ya un sector industrial de creciente

influencia dentro de una economía predominantemente agraria todavía. Su fuerza

 principal radicaba en los tejidos en unas pocas áreas. La confluencia de un cierto número

de factores empezó a promover una transformación allá por las décadas de 1830 y 1840.

El continuo y firme crecimiento del nivel de ingresos y de la demanda favorecía la

expansión de las industrias textiles. Se solicitaban inversiones para el transporte, el

comercio, materias primas y productos acabados, así como en la producción de

maquinaria y combustible. Se estimuló la búsqueda de minerales y carbón. Por fin se

 pudo disponer del ferrocarril, empezaron a necesitarse granes sumas de capital y se

disparó la demanda de productos propios de la industria pesada.

Estos acontecimientos prepararon el camino para un capitalismo de nuevo cuño,en el que resultaban indispensables la inversión bancaria, el capital asociado y una

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organización comercial a gran escala. A un ritmo todavía lento. La banca se encontraba

todavía dominada por un reducido número de firmas poderosas la haute banque,

concentrada en París. Parece que durante el reinado de Luis Felipe gozaron de gran

influencia política y social, pero jugaron un escaso papel creativo en el desarrollo del

capitalismo industrial de esta etapa. Sin embargo, la llegada del ferrocarril ofreció

oportunidades de las que se sentían deseosas de aprovecharse y las primeras líneas férreas

difícilmente se hubieran podido tender sin su participación.

Sería una exageración alegar que el desarrollo del ferrocarril produjo una

revolución en la industria antes de 1848. Su paso era demasiado reposado y sus efectos

espaciales demasiados limitados. Sin embargo, se había conseguido un punto de partida.

 Ni en los años 1840 ni más tarde encontramos evidencia cuantitativa de un take-off en el

sentido de Rostow. Lo que sí parece estaba sucediendo, era el mantenimiento de un firme

ritmo de crecimiento. Francia no se encontraba estancada económicamente; es más su

riqueza crecía y adoptaba nuevas formas además de las ya tradicionales de la propiedad y

el dinero líquido. Los principales beneficiarios de este crecimiento de la riqueza nacional

fueron las prósperas familias burguesas que habían consolidado su posición durante la

revolución.

Después de la irrupción que supuso la crisis agraria, financiera e industrial y

 política de los años 1846 al 1851, las tendencias que habían empezado a dominar el

horizonte en las décadas de 1830 y 1840, comenzaron a reafirmarse. Se aplicó la

influencia del estado al soporte de un programa de construcción de ferrocarriles y de

obras públicas. El hábito inversor se extendió y, con la creciente prosperidad, hubo cada

vez más fondos disponibles. París se convirtió en el primer centro financiero continental.

Los ferrocarriles eran, en realidad, una forma privilegiada de capitalismo al estar 

construido a expensas del estado y teniendo a éste como avalador de la inversión. A pesar 

del creciente ritmos de construcción, muchas partes de Francia estaban todavía alejadas

de los nuevos medios de comunicación; para ellos seguía prevaleciendo el aislamiento

rural y la tendencia de los mercados a adquirir una fisonomía regional o local, pero no

nacional.

Entretanto, gracias a un proceso lento, la industria pasaba a ejercer una función

cada vez más importante dentro de la economía. Aunque las más antiguas modalidades de

 producción artesana y descentralizada conservaban una considerable vitalidad en muchos

sectores, en otros la fábrica se había establecido plenamente.

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Esta situación se vio alterada materialmente como resultado del Tratado

Comercial Anglo-Francés de 1860 y de otros tratados que le siguieron. Según dichos

tratados, los confirmantes con Francia tenían acceso al mercado francés para la

colocación de sus productos con unos porcentajes arancelarios que no sobrepasaban el

25% lo cual significaba una gran reducción de los aranceles vigentes hasta entonces. Este

Coup d’etat industrial repugnaba a la mayoría de los empresarios franceses. A modo de

compensación se les concedieron préstamos del estado para facilitar la modernización de

las empresas. En ese contexto, las empresas fuertes salieron favorecidas, mientras que las

menos competitivas se hundieron definitivamente.

Parece que las que mayor estímulo encontraron fueron aquellas industrias

tradicionales que gozaban ya de alguna fuerza exportadora, basada en la mejor calidad de

los tejidos y de los productos de la tierra. Las industrias metalúrgicas y mecánicas

 pudieron conservar su mercado interior, pero no se alzaron como exportadoras de

consideración después de 1860. Para esa época se dieron transformaciones en la

estructura del capitalismo francés como el desarrollo de un sistema de bancos.

Durante el último cuarto del siglo XIX y a lo largo de los años que llevaron a la

Primera Guerra Mundial, Francia empezó a adquirir el perfil de un país industrial

moderno. Un gran desarrollo de las instituciones bancarias y financieras que participaron

en la inversión industrial y de préstamos al exterior, a lo que se sumó, la industria del

hierro y del acero así se desarrollaron las zonas mineras de la Lorena y los campos

carboníferos del norte. Se llevaron a cabo grandes esfuerzos en el campo de la ingeniería

y en las nuevas industrias. El firme cambio hacia un patrón de vida urbano estimuló una

 producción más uniforme de artículos de uso corriente y aportó los cambios usuales en el

sistema distributivo. Las transformaciones espectaculares en USA y Alemania parecían

dejar en la penumbra el desarrollo francés.

Ese retardo ha sido atribuido a la falta de iniciativa del empresariado francés. Sin

embrago, uno de los puntos débiles principales de la industria francesa del siglo XIX fue

el hecho de carecer de grandes mercados en expansión para sus exportaciones de artículos

masivos producidos a bajo precio, porque no podía competir con las arraigadas empresas

inglesas. Fueron la falta de un mercado exportador expansivo y la naturaleza del propio

mercado interior quienes estimularon los rasgos de este estereotipo.

Una característica básica de la economía fue la grande y persistente influencia del

sector agrario y la supervivencia del campesinado. La industria francesa retuvo su puestoen el sector de los artículos de lujo y calidad. En el mercado internacional la industria

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francesa aparecía, por tanto, inferior a la de Inglaterra y Alemania. En la división

internacional de la producción, las importaciones francesas de productos primarios debían

 pagarse con los beneficios de los productos manufacturados vendidos a los países más

avanzados. A pesar del gran porcentaje de la población dedicado a la agricultura y a pesar 

de las excelentes condiciones físicas, sus productos, con la excepción del vino y los

alimentos de lujo, encontraron poca aceptación en los mercados de los países industriales

de Europa occidental.

Los defectos que desde una visión retrospectiva aparecen como factores

importantes a la hora de explicar las vicisitudes políticas y económicas sufridas por 

Francia en las últimas décadas no se mostraban necesariamente como tales a los ojos de

los contemporáneos. En los años que antecedieron a 1914, los síntomas inmediatos eran

de expansión y prosperidad. En conjunto, Francia conservaba su posición continental

detrás de Alemania. La creciente prosperidad de la economía hizo posible que se hicieran

concesiones y que las peticiones de la clase obrera encontraran cauce de expresión a

través de los canales parlamentarios. En cualquier caso los asalariados siguieron siendo

una minoría dentro del total de la población y un número relativamente pequeño de ellos

 pertenecía a los sindicatos.

Por otra parte, en el mundo rural la aceptación de un patrón familiar reducido fue

la respuesta a la propiedad individual que invadió a la sociedad francesa después de la

Revolución. La restricción “malthusiana” de la familia tenía como resultado un patrón de

crecimiento demográfico que representaba una adaptación racional a los rasgos

específicos de desarrollo social y económico existentes en el país y ayudaba a reforzarlos.

La paradoja de la economía francesa en el período comprendido entre 1789 y 1914

estriba principalmente en que no se revalorizaron todas las potencialidades de desarrollo.

Las instituciones del capitalismo actuaron en este contexto particular, históricamente

condicionado, de tal forma que impidieron una rápida y completa transformación

industrial. Esto concedió ventajas a las formas pequeñas (incluso preindustriales) de

capitalismo asociadas a la comercialización de productos agrarios y pequeñas

manufacturas. Además, gracias a su influencia en el estado, talentos burgueses que podían

haber ingresado en el mundo de los negocios, lo hicieron en el de la política y la

administración. Al aceptar estas limitaciones, muchos industriales mostraron recursos e

iniciativas, desarrollando un mercado exterior para productos de acabado y calidad

superiores. Dentro de la estructura del mercado interior, su enorme sector rural permanecía siendo un obstáculo congénito para una industrialización más rápida.

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Siguiendo las palabras de Gerschenkron, lo que se habría producido en el

continente “no habría sido una serie de meras repeticiones de la ‘primera’

industrialización, sino un (...) sistema de graduales desviaciones de esa industrialización”,

no necesariamente relacionado con el “grado de atraso” de las economías, como él había

considerado. A primera vista, Alemania parece haber seguido el modelo inglés, pero esta

 percepción es distorsionada por los complejos del Rhin-Ruhr y de la Silesia en los índices

de la industrialización alemana. Las áreas con abundante carbón se convirtieron en

centros de la industria pesada y su coincidencia con el advenimiento del ferrocarril dio

 por resultado el reforzamiento mutuo de ambos sectores. Cuando las diferencias

regionales de Alemania son tomadas en cuenta, el panorama es muy diferente: más

variado, menos uniforme. Aunque es generalmente conocido que el este agrícola se atrasó

frente al oeste en la industrialización, no es suficientemente reconocido que varias partes

del centro y del sur de Alemania no participaron significativamente en el proceso de

industrialización del siglo XIX, o lo hicieron de acuerdo a patrones diferentes. En

Bavaria, por ejemplo, la mayoría de la población, hasta el final del siglo XIX, aún estaba

empleada en el sector primario. Más todavía, hacia la década de 1840, 60% de la

 población adulta de Baviera era analfabeta, en agudo contraste con altos porcentajes de

alfabetización en Prusia y algunos otros estados. Otros estados del centro y sur de

Alemania como Sajonia y Württemberg, aunque se industrializaron más rápidamente que

Baviera, lo hicieron utilizando principalmente agua como fuente de energía. Por ejemplo,

Sajonia, el estado alemán más industrializado en 1840, con una importante industria del

algodón, tenía no más de 50 máquinas a vapor, en contraste con la provincia prusiana del

Rhin, que utilizaba 200 máquinas. La persistente industria artesanal, que empleaba apenas

maquinaria, aún existía dispersa en varias partes de Alemania.

Continuando con su presentación, cuestionada por tomar como marco de

referencia el territorio nacional, Tom Kemp comenta que, en el curso de una sola

generación, Alemania pasó de ser una colección de estados económicamente atrasados a

constituir un imperio unificado de rápido avance gracias a una industria en acelerada

expansión y fundada sobre una adelantada base tecnológica. Esta transformación, al estar 

acompañada por un recurso deliberado a la fuerza militar como instrumento de política

nacional y por un nacionalismo exacerbado, representó un acontecimiento de importancia

histórica capital. El capitalismo alemán tuvo, por lo tanto, unos rasgos específicos: alta

concentración de poder económico en las industrias avanzadas, así como la combinaciónde una estructura institucional tradicional y arcaica con las formas más desarrolladas de

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capitalismo. La fragmentada Alemania del siglo XVIII, se encontraba más cerca de Rusia

de los zares que del mundo occidental. Dentro de los estados gobernados

autocráticamente, con reyes, príncipes y duques, las relaciones sociales seguían siendo de

carácter feudal o semi-feudal. Esto era más evidente en las tierras de los Hohenzollern del

este de Alemania, donde las propiedades de la casta militar terrateniente -los Junkers-

eran cultivados mediante las prestaciones laborales obligatorias de los siervos

campesinos. En el oeste y en un buen porcentaje también en el centro, a pesar de que las

obligaciones de los campesinos habían sido conmutadas por pago en dinero o en especies,

los poderes legales y sociales de los señores seguían siendo enormes. Los terratenientes

 prusianos tuvieron la suerte de encontrar mercado, al mismo tiempo que disponían de una

mano de obra dócil. Formaron una casta exclusiva que dominaba al estado y al ejército,

con lo que sentaban la base social para la monarquía de los Hohenzollern. Para ambos, la

iniciativa económica debía estar en función de las necesidades políticas.

Es cierto que el estado fue el iniciador de algunas empresas industriales y sus

oficiales actuaron a modo de empresarios, a falta de iniciativa privada. Bajo la guía de

Federico, la burocracia siguió de cerca los esfuerzos financieros privados. Se estaba

estableciendo una tradición de intervencionismo estatal en la economía. No se perseguía

una política de industrialización sino que consistía en englobar fuertes impuestos, altos

aranceles proteccionistas y conservación de la servidumbre.

Sería la ocupación francesa la que trajo influencias revolucionarias y el código

napoleónico a la zona oeste de Alemania. Los regímenes que supervivieron a la tormenta,

se vieron en situación de inferioridad con respecto a sus predecesores a la hora de

 proseguir la antigua línea política y preservar la herencia medieval. La misma Prusia, tras

la derrota de Jena (1806), sufrió un proceso renovador que trajo una reforma agraria

controlada y realizada “desde arriba”, así como los inicios de una política económica más

liberal.

Aunque ello no entrara en sus propósitos, la emancipación de los siervos

contribuyó a desbrozar el terreno para la industrialización. Se estableció la base para el

desarrollo de una mano de obra libre y para la integración de la granja campesina y de la

 propiedad terrateniente en una economía de mercado. El desafío de la Francia

napoleónica sugirió la posibilidad de una reforma agraria como cuestión de la máxima

urgencia, para conseguir unas energías individuales y una devoción patriótica imposibles

de obtener de unos siervos maltratados e imposibles de obtener de unos siervos

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maltratados e intimidados, así como para contrarrestar la posibilidad de una revolución

realizada desde abajo al estilo de la que había tenido lugar en Francia.

La reforma Stein-Hardenberg de las relaciones agrarias prusianas empezó en 1807

con la abolición de la servidumbre personal, cuya efectividad quedaba fijada para 1810 y

que posibilitó la partición de las propiedades nobiliarias. Por medio de los edictos de

1811, 1816 y 1821, se determinaba que los colonos pudieran retener parte de sus

tenencias a cambio de ceder otra parte al señor. Pero para otros, que se encontraban en un

nivel de mayor pobreza, esta “emancipación” fue desastrosa. Se encontraban ahora con

una cantidad de tierra totalmente para mantenerse a sí mismos y a su familia, y que no les

 permitía siquiera negociar eficazmente con su patrón. Si permanecían en el campo, tenían

que trabajar a cambio de salarios bajos y expuestos a todas las inclemencias de un

mercado de mano de obra inseguro y fluctuante. Paro los señores, en cambio, la reforma

constituyó una operación indolora y provechosa.

Sin duda, todos estos cambios, establecieron los fundamentos para una agricultura

más eficiente en el este, al reforzar las grandes propiedades y al favorecer al campesino

aventajado, capaz de dedicarse a la explotación con destino al mercado. La expansión de

la demanda de productos agrícolas hizo posible que este sistema agrario reorganizado

saliera adelante. Con la crisis de 1840 agudizó la situación de los campesinos en el este,

lo cual agudizó la desesperación y el resentimiento que encontró su eclosión en la

revolución de 1848. Se rebelaron no contra el feudalismo que había desaparecido casi por 

completo, sino contra las obligaciones legales y contractuales que lo habían sustituido.

Las concesiones conseguidas por los campesinos en 1848 fueron otorgadas, por tanto, por 

los gobiernos, bajo la presión de una rebelión campesina muy alejada en sus objetivos de

la rebelión urbana. Los liberales perdieron la oportunidad de aliarse con los campesinos

 para expropiar a la nobleza. A pesar de las presiones provenientes de abajo, las

transformaciones agrarias tuvieron lugar como un proceso controlado desde arriba; así

 pues, los beneficios obtenidos por el campesino fueron considerados regalos de los

regímenes conservadores y no se asociaron a la revolución o al liberalismo político. Los

campesinos, de mentalidad tradicional y acostumbrados a la disciplina de los latifundios y

a un nivel de vida muy frugal, tuvieron que emigrar a las ciudades como mano de obra

aceptable y disciplinable con relativa facilidad, para el trabajo en las minas y en las

fábricas.

Alemania estaba dividida políticamente, con sus propios sistemas legales,monetarios, de pesos y medida, y con sus propias fronteras aduaneras. El nuevo

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industrialismo se basaba principalmente en unas pocas materias primas: carbón, hierro y

algodón. Alemania abundaba en los dos primeros productos, pero sus reservas se

encontraban colocadas en unas pocas zonas de la periferia. El algodón y otras materias

 primas importadas se obtenían con mayor facilidad en el oeste, especialmente en el Rin.

Sin embargo, predominaba la industria artesana, dominada por los gremios. La

 producción estaba destinada al intercambio con la campiña adyacente, o a la satisfacción

de las necesidades de la corte local, de la nobleza o de la clase media patricia. La falta de

medios de transporte perpetuó el aislamiento de estas pequeñas ciudades adormecidas. De

todos modos, se advertía claramente que mientras los elementos comerciales del oeste se

acercaban al liberalismo, afirmaban los derechos del individuo a desenvolver sus

negocios a través del mercado y tendían a emular las prácticas económicas de los países

vecinos, la tradición e influencia de la administración prusiana se mostraban favorables a

la regulación e intervencionismo económico para preservar el orden establecido.

De modo que Alemania sufrió una carencia crónica de capital inversor y de

suministro de mano de obra para la industria. Evidentemente, los niveles de vida eran

 bajos y la población se encontraba en aumento. Por otro lado, el mercado de mano de obra

se veía limitado por el inmovilismo de la población campesina. Por tanto, la razón

 principal del desfase alemán puede atribuirse a la falta de capital y de oportunidades e

incentivos de inversión en un contexto social que se encontraba aún entremezclado con

residuos feudales. ¿Cómo se llegó, pues, a la eliminación de las barreras que se oponían al

desarrollo?

Una primera iniciativa provino de la burocracia prusiana con la regulación

arancelaria de 1818 que adoptó un patrón tarifario uniforme, suavemente proteccionista,

 para todos los territorios prusianos. Una medida que se continuó en 1834, cuando se puso

en vigor el Zollverein, la unión aduanera de una zona libre de comercio alemana. Esta

medida amplió los límites legales del mercado e hizo posible la libre circulación de

mercancías. Esa unión impuso la necesidad de mejorar los transportes internos. La

 posibilidad de utilizar el ferrocarril tuvo una importancia decisiva en esta etapa, con

financiación, materiales y técnicos extranjeros.

Durante la década de 1840, la construcción ferroviaria avanzó rápidamente con la

financiación exterior y protección estatal. El ferrocarril fue condición previa para la

apertura del mercado interior, así como las ramas minera y metalúrgica.

La estructura política aunque cambió en muchos aspectos, retuvo su antiguocarácter autocrático y conservadurista. La razón fundamental estriba en el fracaso de la

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clase media liberal en 1848 a la hora de establecer un estado constitucional unificado. Las

antiguas fuerzas tradicionales pudieron restablecerse con ayuda del poder militar Después

de algo más de una década, durante la que la influencia de Austria en la Confederación no

fue nunca discutida, Prusia reclamó con Bismarck la hegemonía política en Alemania y la

impuso a expensas de Austria sobre el campo de batalla. Luego, con la derrota del

Segundo Imperio de Napoleón III, el nuevo Imperio Alemán se convirtió en el estado más

 poderoso del continente europeo. Este nuevo estado, a pesar de su aceptación del sufragio

universal y de un parlamento nacional, siguió siendo una autocracia regida por la dinastía

de los Hohenzollern, que continuaba apoyándose en la nobleza terrateniente tradicional

del este de Alemania.

El desarrollo de la economía había hecho aparecer una clase media más numerosa.

Su nacionalismo desbordaba a su liberalismo, muchos de sus miembros cooperaron con

los conservadores dinásticos y aceptaron los rasgos antiliberales y militaristas que la

hegemonía de Prusia había preservado en Alemania.

Como dijimos gran parte del capital provino del extranjero. Sólo los bancos

 podían poner sus manos sobre las grandes sumas de capital líquido necesarias para

construir ferrocarriles, abrir minas de carbón y montar plantas de industrias pesadas.

Mientras en Inglaterra la sociedad por acciones era poco utilizada como medio de

inversión industrial, en Alemania era muchas veces el único medio que permitía obtener 

capital suficiente. En esta última fue la industria pesada la que tomó la delantera, de modo

que desde el inicio existió un nexo íntimo entre industria e instituciones financieras. La

influencia extranjera en la industria alemana se derrumbó tan pronto como empezó a

avanzar la industrialización y las fuentes nativas pudieron proporcionar el capital,

dirección y técnicas empresariales adecuadas. De las filas de la clase media surgieron

rápidamente hombres capaces de asimilar todo lo que los extranjeros podían enseñar.

Durante la década de los setenta, el liberalismo convino a los intereses de Bismarck. Se

apeló a un proteccionismo moderado, los privilegios de corporaciones y gremios fueron

 barridos, se dio una mayor uniformidad de la ley civil y comercial. El camino se

encontraba expedito para una actuación plena y libre de las fuerzas de mercado dentro de

una estructura política autocrática y controlada por la burocracia.

El nuevo Reich establecido en 1871, contenía por un lado, un poderoso sector 

industrial -con sus fundamentos básicos en el hierro y el carbón- y por otro, una

influyente aristocracia agraria. La industria pesada se interesó por una política exterior  progresiva y por la expansión colonial. A estos siguió la creación de una flota naval

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 poderosa. De modo que la historia económica alemana quedará asociada a una política de

 poder.

Esta incorporación tardía favoreció la educación, el conocimiento científico y la

organización dando sus frutos en el desarrollo de nuevas ramas de la producción, entre las

que sobresalieron la industria química y la electricidad.

Sin embargo, esa rapidez del crecimiento dejó casi intactos algunos sectores de la

sociedad preindustrial, entre ellos la supervivencia del campesinado que tendieron a

limitar la amplitud de la industrialización. La conservación de ese sector agrario más

amplio de lo que hubiera sido sin ayudas “artificiales” elevó los costes de los alimentos y

materias primas producidos en el interior y tan sólo fue posible sobre la base de una

 protección arancelaria general. Es de suponer que con ello se puso el freno al desarrollo

industrial y se mantuvo el nivel medio de ingresos per cápita por debajo del que podría

haber alcanzado.

Hasta cierto punto existía oposición al industrialismo entre la antigua clase

dirigente agraria, el campesinado y los artesanos, del mismo modo que existía una

tendencia que los llevaba a coincidir en la defensa de las políticas restrictivas y

conservadoras. De estos estratos preindustriales provino una hostilidad parecida hacia

muchas de las manifestaciones del capitalismo industrial; una búsqueda de posición en

una sociedad cada vez más dominada por los vínculos monetarios, un mayor énfasis en

las relaciones de comunidad que de mercado y una desconfianza general en las ciudades

-especialmente en el banquero y en el judío-. Tales sentimientos encontraron un eco muy

importante entre la clase media, entre los círculos profesionales provincianos, en el

ejército y las universidades. Todos ellos convergieron en la formación de una amplia

infraestructura de sentimiento nacionalista y vagamente anticapitalista, que proporcionó

una plataforma ideológica para las aspiraciones alemanas al poder mundial. Siguió

mostrándose hostil y antagónica hacia la república de Weimar y constituyó la materia

 prima del Nacional-Socialismo.

La Gran Depresión de los años setenta, causante del colapso industrial a la vez que

de una caída de los precios agrícolas, llevó al intervencionismo estatal con la

consolidación de la alianza agro-industrial de 1879. La industria y la burguesía industrial,

que podían haberse transformado en un serio rival del sector agrario, necesitaban ahora

del apoyo gubernamental para defender su propio mercado interior frente a la

intensificación de la competencia inglesa. Tuvieron que aceptar una política de

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 proteccionismo agrario defendida por los Junkers. A Bismarck el arancel le confirió

independencia financiera para evitar la crisis constitucional.

El estado alemán fue, al mismo tiempo, un pionero en la promoción de la

seguridad social obligatoria para la población obrera. El único fin que con ella se

 perseguía y que sólo se consiguió de forma especial, fue el de apartar a la clase

trabajadora de la Social-Democracia. Efectivamente consiguió limar su filo

revolucionario y convertirlo, en la práctica, en una oposición reformista cada vez más

leal.

En definitiva, uno de los rasgos de la industria alemana fue la necesidad de

adquirir y asimilar rápidamente los procedimientos técnicos y el reconocimiento de la

importancia de la educación científica y técnica. Se puso un gran énfasis en el

adiestramiento específico para la industria y se utilizó cada vez más tecnológica. El

laboratorio se convirtió en parte del paisaje industrial.

El cierre de los canales políticos para quienes tenían ambición después de 1848,

dejando como única salida a la clase media la vía de los negocios. Tanto en Francia como

en Inglaterra, la clase media empresaria encontró salidas para sus jóvenes ambiciosos en

la política, el servicio del estado, el servicio colonial y otros sectores de la vida pública

cerrados básicamente a dicha clase en Alemania.

En cuanto a Suecia fue la menos dependiente del mercado internacional. En 1870

exportó alrededor del 18% del ingreso nacional. Al inicio de su rápida industrialización,

las exportaciones suecas se componían casi exclusivamente de productos primarios, sobre

todo de madera, avena y algo de mineral de hierro y hierro en bruto. Como la

industrialización seguía adelante, los productos intermedios y terminados empezaron a

cobrar importancia: especialmente papel, pulpa de papel, maquinaria eléctrica y baleros.

A principios de 1870 las exportaciones noruegas de madera, pescado y servicios

de embarque llegaron al 90% de las totales; al iniciarse el siglo XX esas exportaciones

alcanzaban más del 30% del ingreso nacional, con los servicios de navegación al frente

con el 40% de las ganancias externas. Dinamarca, especializada aún en mayor grado en la

exportación de lácteos procesados y productos animales, importaba granos bastos para

consumo animal. Los Países Bajos se especializaron en procesar materias primas

importadas -harina de trigo, tabaco, chocolate y azúcar- para reexportarlas al continente.

Alemania también dependía en mucho de los servicios relacionados con el intercambio

exterior. Suiza sin recursos naturales de consideración logró incluso mucho más queotros gracias al ingenio de sus empresarios y a la habilidad de su fuerza de trabajo. Sus

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exportaciones consistieron principalmente en una intrincada y especializada maquinaria y

en productos metálicos, textiles finos (bordados de algodón y seda), relojes, productos

químicos y farmacéuticos y alimentos y bebidas procesados. Era el segundo productor 

mundial en industrias de química orgánica a principios del siglo XX, producía la quinta

 parte que Alemania, pero su producción era equivalente a la del resto del mundo

combinada y se exportaba en un 90%.

Como dice Cameron, la sobresaliente producción industrial de estos países no

 puede ser entendida ni explicada sin tomar en cuenta el muy grande y correspondiente

respaldo del capital humano.

En otros casos, como Italia pueden advertirse las visibles diferencias regionales

entre el norte y el sur. En la Rusia imperial, el gran ducado de Finlandia estaba más

cercano a sus vecinos nórdicos que a sus provincias eslavas o asiáticas. La región de

Moscú alardeó de una importante industria textil y alrededor de la última década del siglo

XIX un centro importante de industria pesada se desarrolló en Ucrania.

Sin embargo, esas “islas de modernidad” permanecieron rodeadas por mares de

atraso. Una de las razones que lo explican, en parte, son los niveles abismales de bajo

capital humano. Otra característica negativa fue la ausencia de cualquier tipo de reforma

agraria, con consecuentes bajos niveles de productividad agrícola.

No se puede desconocer en ese proceso de industrialización el papel de las

inversiones internacionales y el de las instituciones financieras. Bélgica antes de 1850 y

Alemania en las décadas 1840-1860 recibieron importantes aportaciones de capital

externo en la minería estratégica y en la industria metalúrgica. El capital externo financió

una gran parte de los ferrocarriles de Bélgica, España, Portugal, Italia, Suiza, Austria-

Hungría, los Balcanes y Rusia.

De modo que como diría Cameron –cuestionando presentaciones como las de

Pollard-, no hubo un modelo de industrialización en el siglo XIX -el inglés- sino varios.

Carbón y capital humano fueron los dos ingredientes básicos, pero en combinación con

otros elementos se produjo una variedad de patrones de industrialización. Para mencionar 

un importante ejemplo fuera de la experiencia europea, la industrialización en Estados

Unidos anterior a 1870, dependió más del capital humano y de la abundancia de recursos

que del carbón (incluyendo la fuerza hidráulica); después de esa fecha, el carbón se sumó

a ellos dando por resultado el espectacular paso de Estados Unidos a la vanguardia de los

 países industriales. La descripción acostumbrada de un modelo imitativo del caso inglés,ha distorsionado el registro histórico.

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Otro caso paradigmático, señalado por su aparente atraso con el resto de la Europa

Occidental es el de España. A finales del siglo XIX era un país agrario, lo que llevó a

diversos historiadores como Pierre Vilar a sostener el fracaso de la vía industrial en la

 península. Sin embargo, esa imagen no debe engañarnos, el sector clave de la economía

española no había permanecido estático a lo largo del siglo XIX. La reforma agraria

liberal había traído consigo una profunda transformación de la sociedad rural entre la

Guerra de Independencia y la Restauración.

Desde el punto de vista de la estructura de la propiedad, estos procesos fueron

contradictorios: aumentaron el número de propietarios en la mayoría de las regiones, pero

en general favorecieron una mayor concentración de una propiedad ya muy

desigualmente repartida a principios del siglo XIX. De todos modos, los grandes

 propietarios tradicionales -la Iglesia, los concejos y comunidades vecinales y la nobleza-

vieron menguar sus dominios. El reverso de la moneda fue el surgimiento de un nuevo

grupo de grandes propietarios, procedentes en unos casos del campesinado más rico y en

otros de la burguesía urbana. Paralelamente se formó una clase de propietarios muy

 pobres o campesinos con pequeñas propiedades. La reforma liberal, por lo tanto, modificó

 parcialmente la estructura de la sociedad rural, renovando los grupos propietarios y

fortaleciendo en general su posición respecto a los cultivadores y los trabajadores a jornal,

y estableció nuevas reglas para el juego económico.

En ese sentido, uno de los aspectos más relevantes de la política de los sucesivos

gobiernos liberales fue su acción en pro de un mercado nacional único. Y junto con la

ampliación del mercado vino una mayor y distinta inserción en el mismo de las

economías campesinas: no sólo la práctica totalidad de las tierras pasaron a ser 

susceptibles de compraventa, sino que los impuestos en metálicos, alentaron una mayor 

comercialización de los productos agrarios y el crecido papel del dinero en las relaciones

económicas del campo otorgó una nueva importancia al recurso al crédito y

 probablemente hizo mayor la necesidad de vender la fuerza de trabajo.

Durante las décadas centrales del siglo, el avance de la vid y del olivar -pero

también de cereal panificable- y la extensión de la huerta en la periferia mediterránea y el

afianzamiento de la vocación ganadera del norte, atestiguaron este proceso, al igual que lo

hizo la especialización cerealista de las comarcas interiores, arropada por la exclusión de

los trigos forasteros del territorio nacional. Se consolidó así una división interna de la

agricultura española, que tenía sus orígenes en el siglo XVIII, entre unas regiones litoralesmediterráneas más volcadas al mercado exterior, una España húmeda que combinaba

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cultivos de autoconsumo con la especialización ganadera y una mayoritaria agricultura

cerealista interior que daba salida a sus excedentes de grano para cubrir los déficit del

litoral y suministrar pan a la malla urbana presidida por la Villa y la Corte y a las colonias

antillanas.

El efecto global de estas trayectorias fue una producción agraria mayor, impulsada

 por la presión demográfica, que a su vez permitió un crecimiento sin precedentes de la

 población a lo largo del XIX, pero un aumento escaso de producto por persona y además

muy desigualmente repartido, con lo que se obstaculizaba, cuando no se hacía imposible,

el ahorro y la inversión campesina en renovación técnica. Desde mediados de los años

setenta se precipitaron las caídas de precios agrarios en los mercados internacionales, un

fenómeno que persistiría hasta mediados de los noventa y que sería el principal elemento

definidor de la llamada Gran Depresión.

Antes estas crisis plurales, las respuestas de propietarios y cultivadores rurales

fueron de tres tipos: el recurso a la acción colectiva, la recomposición de los cultivos, y la

adopción de innovaciones técnicas, con frecuencia asociados a los nuevos plantíos. Esto

llevó a una reacción proteccionista cuyo eje era el tratado hispano-francés y cuyo objetivo

fue la exportación del vino. Esas medidas proteccionistas de 1890 y 1891 rebajaron el

nivel de integración internacional de la agricultura española, y por ende disminuyeron los

estímulos a la renovación que la competencia traía consigo. Pero ese efecto fue

 parcialmente compensado por los elementos de dinamismo creados por la reserva del

mercado interior de transformados agrarios, que fomentó la renovación de la

agroindustria (conservas, aceites, vinos, embutidos, corchos) y sentó las bases de una

creciente competitividad internacional de los productos agrarios de mayor valor añadido a

lo largo del primer tercio del siglo XX.

Junto a estos productos, se fomentó la explotación del otro gran recurso natural

español, los depósitos minerales. La ley de Bases de 1868 y la legislación de 1869

supusieron la desamortización de la minería, al acabar con las minas de explotación

reservadas al Estado, facilitar las concesiones y convertirlas en perpetuas mediando el

 pago del canon e independientemente de su uso. La normativa de 1868 abrió la puerta a

un rápido crecimiento del sector en el último tercio de siglo, bajo el impacto de la

creciente demanda europea. No sólo la salida principal del mineral fue el exterior, sino

que casi el 50% de los recursos fueron explotados por el capital extranjero que extrajo del

 país buena parte del valor añadido en los trabajos mineros: la desigual distribución de los

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 beneficios de la minería impidió que ésta jugara un papel decisivo en la acumulación de

capital.

Por otra parte, en la década de 1870, la única industria fabril consolidada en

España era el textil catalán, un sector en el que coexistían en cualquier caso talleres

artesanales y empresas medias mecanizadas, mientras que el resto de los establecimientos

de transformación del país eran, con escasas excepciones, de pequeñas dimensiones y

nivel tecnológico muy bajo. En cuanto a la industria alimenticia, fue la de mayor 

importancia cuantitativa y extensión geográfica de España, las décadas de 1880 y 1890

fueron de gran dinamismo. Desde 1890 la contracción de las ventas exteriores de vino dio

alas a una transformación minoritaria pero significativa de la vitivinicultura: no sólo

aumentó sustancialmente el número de bodegas orientadas a la elaboración de vinos de

calidad en La Rioja, sino que en el Penedés nació una industria de cava, y en Jerez se

amplió sustancialmente la gama de productos comercializados con la creación de marcas

 propias por parte de las bodegas, la expansión del brandy. A las transformaciones de las

tres actividades agroindustriales por excelencia (producción de harina, aceite y vino), se

sumó el desarrollo de otras industrias agrarias: la azucarera y la alcoholera, la de

conservas vegetales y de pescado, la quesera cántabra, la mantequillera asturiana, la

cervecera, la chocolatera.

El textil algodonero catalán mantuvo su carácter central entre las industrias de

 bienes de consumo, y en los noventa experimentó un crecimiento claro de la mano sobre

todo de la demanda antillana. Tanto en la industria lanera como en la de curtido y del

calzado, se debe hablar de una reestructuración desigual. La evolución de los ramos del

 papel o del vidrio también estuvo marcada por la transformación técnica y la

concentración empresarial, mientras que la industria tabaquera pasó en 1887 de ser un

monopolio gestionado directamente por la Administración a la fórmula del arrendamiento

 por la Cía. Arrendataria de tabacos, privatización que estuvo acompañada de elevadas

inversiones con vistas a fomentar el consumo y rebajar los costes de producción. En el

terreno de las industrias básicas, el cambio fundamental de las dos décadas finiseculares

fue la articulación de la siderurgia vizcaína, que hizo posible la creación de

establecimientos de maquinaria y un importante paso de los astilleros. En cuanto a los

diferentes establecimientos de la industria química experimentaron una débil expansión a

lo largo de todo el siglo XIX de la mano del desarrollo de la industria textil y otros ramos

menores como el crámico, jabonero y perfumero, los avances mencionados no tuvieronefectos. De modo que si se visualizaron ciertas luces en el proceso industrializador, las

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sombras se vinculan a la industria química y a la energía, los dos grandes campos de

renovación industrial en el fin de siglo.

El diagnóstico de la posición económica de España a la altura de 1898 no puede

tener en forma exclusiva la evolución del aparato productivo y la red de transportes. Las

instituciones monetarias y financieras, las redes comerciales, los servicios profesionales,

educativos y sanitarios, la organización empresarial y el conjunto de los recursos públicos

en cualquiera de las áreas anteriores y en otros campos, resultan sin dudas datos muy

relevantes para evaluar el grado de desarrollo alcanzado por el país desde el fin del

Antiguo Régimen. Si el abrumador predominio del Banco de España, el bajo nivel de

activos financieros en relación a la renta nacional, o el control del grueso del crédito por 

 parte de prestamistas particulares, comerciantes-banqueros y pequeñas casas de banca,

reflejaban un avance lento de las instituciones financieras del capitalismo, otros tantos

datos análogos ponían de manifiesto el bajo nivel de escolarización, la insuficiencia

manifiesta de los servicios sanitarios, el escaso despliegue de las nuevas formas de

intermediación comercial, el raquitismo de los servicios profesionales o la escasa

funcionalidad del presupuesto público como dinamizador del crecimiento económico, por 

más que indudablemente en la mayoría de estos terrenos el avance respecto al punto de

 partida a principios del XIX hubiera sido espectacular.

Lo que permite en los debates de la historiografía económica actual se hable a la

vez de “fracaso” (de la revolución industrial en España y, por tanto, de su modernización

económica en el siglo XIX) y de “mito del fracaso”, es el punto de referencia. Volviendo

la vista hacia atrás, hacia el comienzo del siglo XIX, no cabe duda de que el progreso

material en 1898 era manifiesto. La comparación con otros países mediterráneos como

Italia o Portugal, por no hablar del Imperio Otomano, Grecia o los emergentes estados

 balcánicos, situaba asimismo a España en una posición airosa.

Pero la referencia de la elite y de la opinión pública, máxime en un fin de siglo

marcado por el auge del imperialismo y del darwinismo social, eran las demás naciones

occidentales, con respecto a las cuales las distancias habían aumentado en el curso de cien

años. Una percepción que encontraba, sin embargo, inmediatos apoyos en el empleo de

cualquier indicador económico. Quizá la inmensa mayoría de los españoles no hablaban

en 1898 de atraso, pero en un país con una de las esperanzas de vida más bajas de Europa

y situada en 35 años -sólo Rusia y los países balcánicos la tenían inferior- los más no

debían tener ninguna sensación de vivir mejor que sus padres ni de haber dejado atrás lalucha cotidiana por la supervivencia.

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