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La liebre y la tortuga

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Este es el cuento de la tortuga y la liebre

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Érase una vez… una liebre que se jactaba

de correr más veloz que nadie, y que

tenía la fea costumbre de burlarse

siempre de una parsimoniosa tortuga,

hasta que un día ésta la desafió:

-¿Pero quién te crees tú que eres? Sí, de

acuerdo, quizá seas muy veloz, pero yo

puedo ganarte.

La liebre se rió de la osada tortuga:

-¿Ganarme tú en una carrera? ¡Soy tan

veloz que nadie puede ganarme! ¿Me

desafías acaso? ¿Qué apuestas?

La tortuga, molesta por tanta presunción,

aceptó el desafío. Fijaron el trayecto de la

carrera y, a primeras horas del día

siguiente, se reunieron en el lugar

acordado para la salida. La liebre

bostezaba de aburrimiento mientras la

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tortuga iniciaba el recorrido. En vista de

la lentitud del adversario, la liebre, cuyos

ojos se cerraban de puro sueño, creyó

oportuno tumbarse y dormir un poco.

-¡Sigue, sigue, no te detengas! ¿Sabes?

Mientras tú te adelantas voy a echar una

cabezadita y luego, en cuatro saltos, ya te

alcanzaré.

Tuvo una pesadilla y se despertó

sobresaltada. Buscó a la tortuga con la

mirada, pero, al verla, se tranquilizó, ni

siquiera había andado un tercio del

recorrido.

La liebre, recuperada del sobresalto,

creyó que disponía de todo el tiempo del

mundo para ganar la carrera. Tanto es

así, que se dirigió a un campo de

zanahorias que tenía cerca y se puso a

comer con apetito. Sea por el atracón

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que se dio, o por el calor que hacía a

pleno sol, el caso es que se sintió de

nuevo amodorrada. Miró de forma

despectiva a su rival que justo entonces

llegaba a la mitad del recorrido. Aún

tenía tiempo de echar otra cabezadita

antes de que la tortuga llegara a la meta.

Se durmió con una beatífica sonrisa,

pensando en la cara que pondría la

tortuga al verse rebasada. Al poco,

roncaba feliz.

El sol había iniciado su caída hacia el

horizonte, cuando la tortuga, después de

haber hecho el recorrido lenta y

fatigosamente, vio por fin la meta a un

metro escaso. La liebre se despertó

asustada al ver a la tortuga tan lejos. De

prisa se lanzó en su persecución.

Moviendo sus largas patas, adelante y

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atrás, impetuosamente, con la lengua

fuera, la liebre casi la alcanzó.

-¡Todavía un poquito más y la victoria

será mía!

Sin embargo, el último salto que dio no

fue suficiente.

Cuando la liebre lo inició, la tortuga había

traspasado ya la línea de meta. ¡Pobre

liebre! Cansada y humillada se derrumbó

al lado de su rival que la miraba

sonriendo en silencio. Finalmente, la

tortuga le dijo:

-Te das cuenta, ¡no por mucho correr se

llega más temprano!