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Una ponencia de Fanuel Díaz
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La literatura infantil y la construcción del “Otro”. Fanuel Hanán Díaz
La literatura infantil y la construcción del “Otro” Ante todo quisiera agradecer a los organizadores de este congreso la oportunidad para
desarrollar un tema cuyos horizontes resultan inquietantes y retadores. Se trata del tema
de la inclusión, alrededor del cual orbitan tópicos como la diversidad, las fronteras, el
extranjero, la diferencia, la migración, la pobreza, las minorías, el poder y la
intolerancia por señalar algunos de los más visibles. Su extremo expuesto, la exclusión,
nos permite visitar asuntos como el desprecio, la violencia, el apartheid y numerosas
formas modernas de discriminación.
El eje central de esta charla plantea revisar cómo la literatura infantil contemporánea
abriga temas vinculados con la inclusión, pero también de qué manera los aborda y
cómo esta literatura responde a una realidad globalizada, que apela a lectores desde su
experiencia y los ayuda a construir la noción del “Otro”.
Me gustaría hacer esta revisión desde una mirada periférica, partiendo del hecho de que
la literatura infantil por sí misma es un discurso marginal, considerada como arte menor
por algunos sectores académicos, a pesar de su innegable predominio en el circuito
editorial. ¿Y cómo hablar de un tema que aborda zonas tangenciales de la sociedad
contemporánea desde una literatura que ha crecido en los suburbios de la literatura
misma? Me pareció una interrogante interesante por la cual podía asomarme a explorar
este tema, por cierto muy cómodamente instalado en los fundamentos de lo
políticamente correcto.
Asociar literatura infantil con inclusión resulta casi un nexo obligado, por eso de que la
literatura infantil todavía conserva el sello de lo edificante y útil. ¿Es que acaso esta
debe servir para generar sociedades más inclusivas? ¿O debe más bien presentar
resquicios por los cuales el lector pueda adentrarse en esta problemática? Otra
interrogante que surgió sobre las diferentes aristas que debía revisar para esta charla.
La literatura infantil y la construcción del “Otro”. Fanuel Hanán Díaz
Si la literatura infantil puede realmente crear empatía entre los lectores y los personajes,
representa otro interesante asunto para hurgar, en la medida que la inclusión parte de la
capacidad que los seres humanos poseen para asumir la alteridad y la perspectiva del
que es diferente. ¿Cuáles son los recursos que utilizan los libros para niños para
presentar esa perspectiva y sortear, a la vez, el riesgo de empobrecerse en un discurso
politiquero, efectista o moral?
El desarrollo de este tema también me llevó a preguntarme acerca de la violencia como
respuesta a muchos eventos que implican la concepción del otro como un enemigo,
como una amenaza, pero sobretodo la violencia en diferentes manifestaciones para
ejercer la dominación y el sometimiento del más débil.
Por último, me interesó explorar las metáforas de la otredad. En términos de discurso
estético, visual o literario, cómo algunos libros plantean en una dimensión más poética
la visita a territorios de silencio, de cargas emocionales o de sombras.
El recorrido que propongo tiene como columna vertebral el eje inclusión-exclusión y
cómo se modulan algunos tratamientos temáticos en esta dicotomía. Para ello, me voy a
apoyar en libros que particularmente me gustan por su manera de acercase a estos
diversos rostros de la inclusión que, en definitiva, permiten que los lectores puedan
asumir perspectivas inusuales, fronteras más allá de las zonas de seguridad e historias
donde se abraza la diversidad como alternativa para edificar la noción del “Otro”, no
como el intruso sino como el portador de un conocimiento que nos hace más completos,
universales y humanos.
Los niños, una minoría
Quisiera comenzar por revisar el concepto de minorías. Durante el curso de la historia
grandes acontecimientos y escenas domésticas han tenido que ver con las minorías. La
La literatura infantil y la construcción del “Otro”. Fanuel Hanán Díaz
reivindicación de los movimientos feministas, el derecho al voto de las mujeres, la
esclavitud y su abolición, la derogación de leyes segregacionistas, el derecho de los
afrodescendientes a ingresar en las universidades, los movimientos gays y el derecho al
matrimonio del mismo sexo, son algunos de estos momentos estelares que han
avanzado hacia la consolidación de sociedades más tolerantes y equitativas. Distintos
eventos han socavado y cuestionado la dictadura del modelo colonialista y de
superioridad racial impuesto por países del llamado mundo “desarrollado” cuya
tradición de poder se ha sostenido en el arquetipo del hombre blanco, cristiano,
instruido rico y heterosexual. Desde esta conceptualización, mucha minorías
lingüísticas, étnicas y culturales han sido objeto de todo tipo de despojos y atropellos,
desde el confinamiento y la persecución hasta el genocidio.
En este marco tan amplio y general, una de los grupos que han tenido menor visibilidad
en la historia oficial son los niños, depositarios de casi toda la carga en esta cadena de
dominio y poder. Invisibles por excelencia y víctimas de un mundo adultocéntrico e
inexpugnable. Pensemos por un momento en este congreso, y en el hecho de que
estamos hablando de libros para niños que son escritos por adultos, ilustrados por
adultos, editados por adultos, comentados por adultos, promocionados por adultos,
vendidos por adultos y comprados por adultos, pero cuyos destinatarios finales son los
niños.
La infancia ha sido y sigue siendo un colectivo vasallo de la autoridad, que se mantiene
al amparo y control de los mayores, de su tutela, manipulación y maltrato. Esa
condición no ha sido tan diferente en el tiempo, como señala Robert Darnton en
referencia a la infancia durante el siglo XVIII en Francia:
La literatura infantil y la construcción del “Otro”. Fanuel Hanán Díaz
Nadie los consideraba criaturas inocentes ni la infancia se considerada una etapa distinta de la vida, claramente distinguible de la adolescencia, la juventud y la edad adulta por el estilo especial de vestir y la conducta. Los hijos trabajaban junto a sus padres casi tan pronto como podrían caminar, y se unían a la fuerza de trabajo adulta como peones, sirvientes y aprendices, tan porto como alcanzaban la pubertad. Los campesinos de los albores de la Francia moderna, habitaban un mundo de madrastras y huérfanos, de trabajo cruel e interminable, y de emociones brutales, crudas y reprimidas. Me gustaría mostrarles esta imagen. Se trata de un niño de once años llamado Jean
Leadbeater, quien fue azotado y condenado a 4 días de trabajos forzados junto con
criminales adultos reincidente. Su crimen fue robar un poco de céleri. Estamos hablando
de casi finales del siglo XIX en Londres. Para esa fecha, alrededor de 1887, la Sociedad
Londinense para la Prevención de la Crueldad Infantil hace un recuento de castigos
corporales inflingidos a los niños. Para muestra este resumen:
Azotar a un niño sordo y retardado porque resultaba muy difícil hacerlo entender; asuzar a una niña ciega con un atizador al rojo vivo frente a sus ojos y luego tocarla con el mismo sólo por diversión; luego de una golpiza encerrar a la víctima en un closet con ratas durante la noche; sumergir a un bebé moribundo cerca de una hora en una bañera de agua fría para precipitar su muerte; fracturar el brazo de una niña con el palo de una escoba y luego someterla a fregar el piso con su brazo fracturado amarrado al pecho y azotarla por tardarse en terminar la tarea; colgar a un niño desnudo atado por las manos en un gancho desde el techo y desde esta posición azotarlo con un látigo; golpear salvajemente con un cinturón, luego caer a puñetazos y patear en la ingle, en el abdomen y en la cara con botas de trabajo; azotar la cara de un niño de tres años y el cuello con un látigo de cochero; golpear la espalda de un niño de tres años con un látigo de conducir de hueso de ballena; estrangular a un niño, causando estrangulamiento parcial para parar sus gritos de dolor; golpear a un niño sobre cicatrices recientes y luego meter la punta de un atizador por la garganta para apagar los gritos. La situación económica de muchas familias, el trato despiadado hacia la infancia en la
intimidad del hogar y un estado de total indefensión marcó la relación que muchos
padres mantenían con sus propios hijos:
Los niños se mantenían famélicos por una de estas razones: los padres eran totalmente indiferentes ante lo que les pudiera pasar o de forma deliberada trataban de matarlos. Los niños eran encerrados en cuartos oscuros, húmedos y sin comida mientras los padres iban a trabajar o sencillamente se iban al bar.
La literatura infantil y la construcción del “Otro”. Fanuel Hanán Díaz
A pesar de que este cuadro nos parezca salvaje y aterrador, y a pesar del agua abundante
que ha corrido debajo de los puentes, la situación de la infancia hoy en día en muchas
partes el mundo no es tan diferente. Basta mirar las imágenes de los campos de
refugiados en África, de las hambrunas en Biafra, de los niños con fusiles en los
conflictos armados, de las altas cifras de niños abandonados que viven en las calles, del
abuso sexual entre menores que se ha extendido como una plaga, de los niños y niñas
que trabajan desde temprana edad, de aquellos que no tienen acceso a la educación…
Para comenzar a hablar de inclusión es necesario tomar conciencia de que ese sujeto
para el cual escribimos bellos libros sobre este tema, ese destinatario es en sí mismo un
excluido. La posición desde la cual se percibe este asunto como motivo literario resulta
así muy diferente. No se mira desde fuera sino desde dentro, lo que genera un a posición
muy clara de percibir la diferencia, de objetivizarla e integrarla a la estructura psíquica.
Reconocer la alteridad en la ficción implica, en muchos casos, reconocerse como parte
de esa alteridad, desdoblarse.
¿Para quién se escribe? Plantearse las características del lector infantil nos lleva a pensar sobre otro ángulo de la
recepción. Se trata de cuestionar para qué lector se escribe, para qué niño ideal se
escribe sobre el tema de la inclusión.
Laura Sauisag analiza en An idea of Audience el desarrollo de la literatura infantil
filipina en los últimos años. Allí habla acerca del lector ideal que se tiene en mente a la
hora de escribir libros para niños en este contexto: niños alfabetizados, de familias
pudientes capaces de pagar el costo de las ediciones y con dominio del inglés como
segunda lengua, lo que significa también niños con hogares estables y bien nutridos.
Pero realmente ese lector corresponde a un porcentaje mínimo de la población infantil
en ese país, porque la mayoría de los niños tiene dificultades para ingresar a la escuela,
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pertenecen a esa extensa franja de pobreza que les impide el acceso a libros de cualquier
tipo, no hablan inglés y muchos menos tienen las condiciones para entregarse a un libro
y disfrutarlo.
No resulta tan lejano este panorama de nuestras realidades, salvando la distancias.
Entonces, aunque parezca paradójico, existen diferentes círculos de exclusión en la
audiencia infantil. ¿Para qué niños escribe cada escritor o ilustra cada ilustrador o
publica cada editor? Una pregunta que pone en evidencia la paradoja de escribir sobre
excluidos, para minorías en un sector de excluidos…
¿Pueden entender los lectores libros tan densos como Humo que hablan del genocidio
en la Alemania Nazi o pueden percibir las perspectivas de los protagonistas de Pobby y
Dingam de Ben Rice y El curioso incidente del perro a medianoche de Mark Haddon,
libros excepcionales que me gustan mucho y que registran con crudeza la diferencia y la
crueldad como tratamos al otro, pero que asumen un foco narrativo que impone una
visión adulta e intelectualizada? ¿Para qué lector se escriben los libros que se destinan a
la infancia? ¿Para los niños? ¿Para ciertos niños? ¿Para los adultos?
¿Y el tema mismo de la exclusión, es un tema infantil realmente, está al alcance de los
lectores? ¿Son las formas de la exclusión que practican los niños muy diferentes a las
formas que se practican en las sociedades o responden más bien a procesos
exploratorios y lúdicos que ponen en práctica pulsiones de defensa, sobrevivencia y
adaptación? Realmente son interrogantes difíciles de responder, pero tienen mucho que
ver con la percepción que el niño tiene de la inclusión, desde su horizonte.
Para tratar de hacer frente a estas preguntas, me parece ineludible hacer referencia a El
señor de las moscas, un libro magistral escrito por William Golding donde examina la
capacidad innata del ser humano para organizarse en tribus, imponer un líder, someter a
los más débiles, ejercer violencia contra los opositores e instalar comportamientos
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irracionales y adhesiones en condiciones naturales… Una tesis que resulta demoledora,
en la medida que en un grupo de niños sobrevivientes de un accidente se impone la
intolerancia extrema como un mecanismo de organización social. ¿Es posible
domesticar entonces este aspecto salvaje de nuestra esencia?
Una cuestión de perspectivas
Para entrar directamente en materia me gustaría leerles un libro álbum para niños muy
pequeños, se trata de Siete ratones ciegos de Ed Young.
En esta historia que recrea una fábula china, siete ratones ven en sus incursiones el
mismo objeto extraño, pero cada uno lo describe de manera muy diferente. Al final las
distintas porciones de certezas reúnen un todo integrado que lleva a descubrir la
importancia de incorporar la visión del otro.
La inclusión como dinámica, pasa por reconocer la diferencia y aceptarla como parte de
la cotidianidad. Estas diferencias se resuelven cuando se tiene la capacidad de ver un
poco más allá de lo que defendemos como nuestra única e inamovible verdad.
Muchas veces estos procesos de integración resultan traumáticos y destructivos, como
se presenta en la historia de los dos monstruos de David Mackee. Entender la mirada
del opuesto es el tema central de esta historia, llena de humor y situaciones explosivas.
Dos monstruos que están separados por una enorme piedra asumen miradas del mundo
antagónicas, lo cual los lleva al conflicto por lo que terminan desmigajando la piedra
para atacarse mutuamente. Sólo al final, cada uno podrá entender que el obstáculo que
los separaba les impedía tener la visión del opuesto. En este caso, la montaña funciona
como una metáfora de las fronteras que los seres humanos erigimos para crear
conceptos como nación, raza o idioma… en la medida que estas murallas desaparezcan
es posible la integración de mundos diferentes.
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Migraciones y fronteras Conectar realidades y contextos, reconocer formas de pensar diferente, implica
detenerse a revisar la metáfora de las fronteras, las físicas y las mentales, y de qué
manera estas fronteras se presentan en los libros para niños, como imágenes de
separación o de tránsito. Junto a ello se vincula el tema de la migración, el
desplazamiento de grupos humanos hacia otros lugares donde muchas veces no son bien
recibidos y aceptados.
Algunos sociólogos determinan que el flujo migratorio representa uno de los signos más
característicos del entorno mundial actual, dinámica poblacional que refuerza formas
modernas de intolerancia pues la figura del migrante se observa con recelo: el extranjero
que se instala como amenaza, porque lo desconocemos y nos muestra un lado de nuestra
sombra.
En Migrar escrito por José Manuel Mateo se describe el viaje de los “mojados”, la ruta
que realizan miles de hombres, mujeres y niños desde Centro América a los Estados
Unidos en busca de sus familiares, de mejores condiciones de vida o de un sueño. Este
recorrido significa toda una aventura, más llena de peligros y amenazas que de
situaciones amables. La historia en este caso está contada desde la voz narrativa de un
niño, que logra llegar a su destino con la única carga de sus recuerdos que alivian el
sentimiento de encontrarse en un espacio ajeno al que no pertenece.
El libro está diseñado a la manera de los códices mayas, ilustrado por un artista indígena
que nunca ha visitado Estados Unidos. En realidad es un libro muy particular en su
edición porque se despliega como un acordeón, lo que permite tener una visión
particular del espacio, desde arriba y abarcadora, así se puede percibir el trazado
geográfico que coloca dos mundos contrapuestos en los extremos. Y en el medio las
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vicisitudes de ese recorrido inhóspito donde el protagonista se juega la vida para
atravesar miles de kilómetros. Leamos una parte del prólogo:
Miles de niños y niñas y niñas migran Estados Unidos cada año (se habla de 50 mil), ero no todos hacen el camino con sus familiares: la mitad de esos miles de niños y niñas viajan sin compañía alguna; sobreviven como pueden. Se lanzan a un viaje lleno de peligros porque tienen la esperanza de encontrar un trabajo, de vivir en paz o porque desean, precisamente, reunirse con su familia. Se van a causa de la pobreza, el maltrato o la violencia generalizada, pero en el camino a Estados Unidos están en riesgo de que los golpeen, les roben los insulten…de sufrir un accidente o de ser víctimas de individuos o bandas de criminales que los venden, abusan de ellos y de ellas o los matan. En la historia que guarda este papel amate un hermano y una hermana van con su mamá, alcanzan a cruzar la frontera pero no sabemos cuál será su destino.
¿Acaso el lector puede permanecer indiferente ante la magnitud de este éxodo, sus
calamidades y el sentimiento profundo del desarraigo? Ciertamente es un mapa de vida
que hace pensar sobre el sufrimiento del otro, esa historia invisible que cada inmigrante
guarda celosamente en su interior.
Las fronteras, como demarcación, presentan distintos contornos, a veces son nítidas y
profundas como zanjas, otras apenas visibles. En otro nivel, estas líneas representan
trazos imaginarios, divisiones que tácitamente aseguran el lugar de cada quien en un
contexto social. También marcan confines inmateriales, como la ideología y los
prejuicios.
En Triciclo, una niña asume distancia para contarnos un episodio de su vida. Desde lo
alto de un árbol mira su casa y su mundo, pero también desde allí puede ver la casa
donde vive Rosario, justo al lado. La verja que separa ambos muros es un jardín espeso,
que sirve como demarcación de clases sociales. De un lado el hogar cómodo y opulento
de la protagonista, del otro el espacio miserable donde vive la familia de Rosario. Un
evento inesperado, sin embargo, transforma esa percepción de espacios contiguos… el
día en que unas manos furtivas del otro lado del jardín se roban el triciclo de la
narradora. Sentimientos encontrados se desatan en la niña, mientras los adultos avivan
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el odio de clases. Aunque el final deja deslizar una callada complicidad, queda un sabor
incierto que aviva en el lector cuestionamientos acerca de lo ético y la capacidad de ver
la necesidades ajenas.
Los bordes representan zonas de tránsito que pueden tender puentes de comunicación o
cerrar definitivamente las posibilidades de entendimiento.
Personas muy diferentes
La inclusión como dinámica de integración social determina uno de los grades retos
para el sigo XXI. El concepto de “normalidad”, como representativo de un arquetipo
físico y sexual, ha comenzado a derrumbarse en la medida que cobran visibilidad otros
actores del mosaico colectivo.
Las personas con necesidades especiales, las diferentes orientaciones sexuales, los
matrimonios interraciales, los nuevos modelos de familia y los cambios en los roles de
género han impuesto definitivamente un nuevo orden colectivo. Por eso, presentar el
tema de la inclusión bajo distintas opciones en los libros para niños consolida la
participación activa de nuevas generaciones de ciudadanos más sensibles y abiertos para
aceptar la diferencia como parte de esa “normalidad”.
Muchos libros contemporáneos plantean un acercamiento a las minorías con
impedimentos físicos: niños invidentes, autistas, con movilidad reducida y con
síndrome de Down cobran relevancia como personajes de ficción.
Si hacemos un repaso por la literatura infantil más antigua, no es difícil ubicar a
personajes débiles, despreciados y enfermos como protagonistas de los relatos.
Caperucita, Pulgarcito, Riquete el del copete, Medio Pollito, el hermano más tonto, el
hijo menor, el jorobado, el príncipe convertido en sapo, el sastrecillo valiente, la
vendedora de cerillas, Oliver Twist… en fin, nutren una galería de personajes que
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destacan por su condición marginal, por su debilidad o sus pocas luces. Pero siempre
vencedores y capaces de sortear las pruebas más difíciles.
En el territorio de los libros para niños estos actores han consolidado desde tiempos
remotos las posibilidades de que los lectores puedan proyectarse en la ficción, en la
medida que se identifican como parte de una minoría, y también reconocer que muchas
debilidades y anomalías pueden albergar enormes fortalezas.
En Mi hermano Sammy, un niño en primera persona habla sobre su hermano que tiene
síndrome de Down. El abordaje no se centra en el proceso de aceptación de la
diferencia, sino en el reconocimiento de lo que puede cambiar a un ser humano
compartir la vida con alguien especial, como dice el protagonista: “Algunas veces
pienso que soy afortunado por tener un hermano especial porque eso me hace especial a
mí también”.
Jesús Betz cuenta la historia excepcional de un niño tronco, que nace sin brazos y sin
piernas. Su vida está llena de infortunios, pero al final logra encontrar su lugar en el
mundo. Una maravillosa voz le asegura a admiración y el amor de otras personas.
Violencia y exclusión A pesar de que muchos libros apuestan por sentimientos que cobijan los procesos de
reconocimiento y aceptación del otro, en su condición de extraño o extranjero, otros
libros estremecen por su capacidad para exponer la sombra. El miedo al desconocido, su
invisibilidad y expulsión forman parte de un fenómeno de intolerancia que sacude a
muchas sociedades contemporáneas, amenazadas en sus bases por fenómenos como el
terrorismo, el desempleo, la pérdida de identidad y la culpa.
La literatura infantil y la construcción del “Otro”. Fanuel Hanán Díaz
En Sapo y el forastero de Max Velthuijs la cotidiana y previsible vida de los animales
del bosque se ve interrumpida el día en que llega Rata, un trotamundos que decide
instalarse a vivir un tiempo a la orilla del río.
Su presencia resulta peligrosa para los amigos de Sapo, quien buscará la manera de
conciliar esta visión.
- No deberías andar con esa rata inmunda- dijo Cochinito. - ¿Por qué no?- Preguntó Sapo - Porque es distinto a nosotros dijo Pata. - ¿Distinto? – peguntó Sapo. Pero todos somos distintos.
Al final de la historia, Rata decide continuar su camino a pesar de que ya no es visto
más como un extranjero y se ha ganado el respeto de quienes al principio lo
menospreciaban.
La Isla de Armin Greder desarrolla el tema del forastero bajo una óptica menos
indulgente. Se utilizan claves visuales crudas y un texto directo y sintético. Un día llega
a las orillas de una playa un visitante inesperado, los habitantes de la isla siente recelos
pero lo reciben. Al principio lo encierran, lo alimentan con sobras de comida y lo
encargan de trabajos desagradables. Sin embargo, su presencia los perturba de tal
manera que deciden expulsarlo y erigir una alta muralla para evitar que otras personas
lleguen en busca de refugio. En su delirio por defenderse terminan aislándose como una
fortaleza lúgubre en medio del océano. El egoísmo, la explotación y la intransigencia
quedan como marcas de una sociedad enferma y oscura, a pesar de su bienestar y
abundancia.
Metáforas de la inclusión
Uno de los grandes principios articuladores de la literatura infantil, a mi juicio, tiene
que ver con la capacidad que muestra esta literatura para abordar temas difíciles
matizados por recursos como la elipsis, la metáfora, la insinuación, lo velado. Quizás,
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por eso resulta tan chocante cuando el discurso se vuelve explícito, cuando muestra de
manera exhaustiva o cuando abunda en detalles escabrosos.
Precisamente, esta manera de confrontar y describir la realidad expande el acercamiento
estético y la instalación de metáforas e imágenes que aseguran un desciframiento más
penetrante y poético.
En Nombre robados de Tássies, el protagonista se ubica en un contexto escolar donde es
víctima del bullying. Curiosamente en este escenario todos los personajes tienen una
cabeza de manzana, lo que establece un juego de sentido entre lo animado y lo
inanimado, además de otras connotaciones como la incapacidad del individuo para
razonar por encima del colectivo y la estandarización del pensamiento. Poco a poco nos
damos cuenta de la distintas formas de intimidación que padecen aquellos que son
diferentes, los insultos, los juegos pesados, la fuerza física, la burla pública...
En la medida que la historia va develando las vicisitudes del protagonista, una fortaleza
interna va creciendo dentro de él hasta el momento en que mira en el espejo que luce
diferente a los demás. Poco a poco esta toma de conciencia le permite descubrir su
verdadero rostro, que es también una manera de reafirmar su personalidad.
La transformación ocurre en esta historia a nivel metafórico, como un proceso de
maduración que lleva al fortalecimiento de la confianza en sí mismo, a pesar de todos
los eventos que socavan la inserción del personaje en el grupo.
Abundantes metáforas e imágenes literarias y visuales expresan contenidos que pueden
ser inasibles e indescifrables, como los cambios emocionales y nociones abstractas de
poder, separación, límites, alteridad, opresión y diferencia, vinculadas a la esfera de la
inclusión.
Asumir una perspectiva diferente implica un ejercicio de humildad y de interés por el
otro. No somos el centro del universo y convivimos en este plantea con otros seres
La literatura infantil y la construcción del “Otro”. Fanuel Hanán Díaz
vivos. Algunas personas tiene una apariencia muy diferente, piensan, creen y aman de
manera muy distinta. Algunas no usan sus pies para moverse, otras no escuchan los
sonidos del mundo o viven aisladas de lo que pasa a su alrededor. Algunas perosnas no
pueden ver con los ojos, pero tienen otros canales para sentir la vida, donde son más
intensos los sonidos, los pensamientos y las sensaciones en la piel. Arroparse con esa
investidura, asumir la invidencia como indumentaria de ficción es el acierto de la
sobresaliente propuesta estética que nos presenta El libro negro de los colores, miremos
este video.
Conclusión
En este breve repaso apenas he podido mostrar algunas pinceladas de cómo los libros
para niños hablan de la inclusión, desde miradas tangenciales, desde temas que son
próximos, desde sus personajes y sus lectores.
En gran medida, existe un estereotipo de la manera como la literatura infantil debe
presentar la inclusión, bajo el enfoque de lo políticamente correcto y su capacidad para
reflejar situaciones artificiales donde se acepta la diferencia y se integra lo extraño
como parte de un mandato, como un deber ciudadano.
Sin embargo, en la vida real la inclusión es un proceso complejo y lento de digerir. El
mundo ideal de ciertos libros no nos habla de cómo liberar un prejuicio, de cómo
deslastrase de la subestimación, de cómo interactuar con un autista o de qué manera
acepto con respeto un compañero homosexual.
En la vida real estos asentimientos no ocurren como sucede en algunos libros que evitan
mostrarnos lo difícil de incorporar aquello que desconocemos, que nos perturba o
desestabiliza nuestros esquemas culturales.
Lo que sí es seguro es que los libros para niños que manejan con altura estos temas,
pueden contribuir a la construcción de la noción del otro, porque nos permiten ponernos
La literatura infantil y la construcción del “Otro”. Fanuel Hanán Díaz
en su lugar, vivir sus frustraciones, imaginar sus dramas y hacernos solidarios con su
dolor. Además porque nos habilitan para traspasar fronteras imaginarias y reconocer en
cada ser humano una parte de nosotros, a fin de cuentas compartimos un mismo genoma
y una memoria colectiva. Como afirman los astrólogos “somos hijos de las estrellas”,
sin importar nuestro destino todos tenemos un origen común.
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