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La maldici+¦n

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la maldición

carabajo

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la maldición

Todo ser que vivió libre ve en la esclava realidad que eligió cuando no lo parecía una maldición. Es que hasta se ve privado en ella del mundo de las pasiones. El deseo se ve cubierto por la imposibilidad de hasta desear y convierte su vida una serie de proyectos en torno de uno único. El mundo ya no tiene misterios salvo tratar a diario con su imposibilidad de esa maldición. Esa verdad que lo somete a defenderla pero a no sucumbir en ella al deseo de vivir, para lo que encuentra pretextos de a ratos y sentirse como si nunca hubiera ingresado a la maldición a través de su elección. El que siente que todo es maldición ve en cada cosa una obra del descontrol que no supo prever ni anticipar y que no puede resolver. La vida era esto, se dice, y conforma en el trabajo su afán por llegar adonde lo que consiguió al menos sea terminado. La maldición es la imposibilidad de encontrar significados que den alegría al deber. Es que el descontrol es la manera de no poder pensar en nada que lo saque de ello. El descontrol es la sumisión a no poder ordenar y en cambio ver todo como un caos o desorden que lo obliga a hacerse cargo. Todo lo que le vincule con seres que no quedaron atrapados en ello le puede sacar y en eso elije la libertad en la lectura de la otra realidad que le da posibilidades de romper lo maldito. Los mundos ajenos pasan a ser su curiosidad. Se interesa por lo que lo saca de lo que otros tan maldecidos como él se jactan de querer y conocer o buscar. Las extrañezas son aquello que le hace pensar que se puede vivir dentro y fuera de su vida cotidiana al mismo tiempo. Logró pertenecer al sistema para ganarse un sustento pero lo evita en cuanto puede porque el mismo sistema es a la vez su desilusión. La necesidad lo hizo esclavo y se sale de la esclavitud buscando lo innecesario. La maldición se agranda y se achica. Es dinámica y se convierte en una obsesión el estar en ella y fuera. Su presa siempre intentará devorarlo. La maldición es lo que se convierte en la suposición de que fue engañado. De que protege algo que lo consume. De que ayudar a quien lo necesitaba era una fantasía de la que se confió. Entonces los odios y las venganzas, los deseos de destruir, de ganar, de ver en suma en las pasiones a su mayor aliada. La maldición es un mal necesario. Es el nudo que se debía hacer para desatarlo en el menor tiempo posible. Pero hay una resistencia a dejar de ser dominado por la maldición. Como si se necesitara de un hecho como este para reivindicar la lucha de una vida. Es que se ha conseguido la soledad, bien preciado que significa vivir del recuerdo de lo que se tuvo. De lo que se fue. Entonces la maldición cuida esa conquista del pasado como si así se hiciese inalterable. Busca dentro de la pérdida el tener la memoria. El tener lo que se recuerda. Si acaso no tener la maldición hiciese a el sujeto víctima de perderlo todo en manos de lo que se ha conjurado, al punto de arrebatárselo, salvo que acepte cuidarlo y lo retenga, en la futura lucha en que ser maldito y dichoso es un estado en desequilibrio. Los que llegan a la dulce maldición han estado antes de ella al borde de un estado como nunca habían imaginado de sucumbir en manos de la traición o un hecho en que la historia dorada se convirtiese en un acecho constante por la razón que se la adoró. Es la propia debilidad que hizo el boicot de hacer temblar al autor de tanto, en un atribuirle a algo o a alguien el derrumbamiento de una figura ya acabada de lo que se podía ser. Es el no encontrar adversario y ser en el imaginario el adversario de uno mismo vestido de otro. Es asumir el desvanecer de una época de obtenciones orientadas con excelencia, en el odio por uno mismo por ser eso y haberlo conseguido. O quizá porque sucede que lo que se perseguía con tanto afán y era eso se imagina intocable en el ponderable de hechos. Los que fueron accionando la época del declive pasan a ser demoníacos y extremadamente crueles al punto de estar a la altura de ser el objeto de la lucha por destronarlos de ese sitio imaginario, lleve lo que lleve de tiempo en el sentir la venganza, la mas importante de las pasiones, que

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desencadena otras que llevan a ver la libertad de la futura esclavitud de la maldición. Es que la esclavitud era necesaria para ser una antesala de todas las pasiones en el desprenderse de ella y no únicamente de la terrible vocación de venganza, que se hace demostración de fortaleza e indiferencia, hasta que aparece el reto de libertad que lleva a la maldición. La pregunta es en qué se había fundamentado la venganza y la resistencia a vivir en ese recuerdo tan atroz de algo perpetrado por seres para ello en lo vívido de la caída sin control. Es que justamente se desfalleció en algo para perder ese control. El mismo que se pierde en la esclavitud de la maldición. Pacto de salir de a poco entre los que en ella se unen. Haber visto como fortalecido en nuestro mejor momento al que se hizo del arma que le dimos para matarnos nos deja sin un destino mejor. Acaso el mayor alivio sea devolver la verdad en el recuerdo que fue imaginado de el propósito de hacernos caer a pedido nuestro que le atribuimos y no lo hubo o un porqué. O será que la maldición en esto sí desaparece, al dar este paso y confesarnos luego que podemos ser libres de nuevo. Si hasta habíamos deducido nuestra esclavitud cuando todavía era libertad. Y la venganza prometida y perpetrada dentro nuestro en la búsqueda de esta explicación. La libertad nos llega así y se afirma luego de pasada la maldición. Todo esto lo tuvimos como cierto. Como tal. También era cierto que al vernos allá arriba le dieron ganas a otros de tener el arma que le dimos para matarnos un poco lo más que se pueda. Como que la senda triunfal les hacía tanta sombra.