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LA MARIPOSA Walter Scott, que en su novela de El Capitán Aven- turero nos regaló con un solemne vizcaíno, tan claro y tan rotundo como los que suelen echar algunos de nuestros jóvenes -aunque no de los que pertenecen a la buena ~ociedad-, era un escocés francote y campe- chano, de aquellos que nos pintan las leyendas, pero tierno y delicado hasta decir no más. cuando le daba la gana: gran poeta, aunque no hacía muchos versos, y, sobre todo, grande observador y profundo conocedor del corazón humano. Deleitábase en contemplar el cua· dro que ofrece una bandada de rapazuelos cuando sa- len de la escuela, unos corriendo, otros saltando, aqué- llos dándose de mojicones, éstos tirando piedras, cuál mordiendo un pedazo de pan que saca del bolsillo, y cuál limpiándose los.... (pudieran nombrarse. con per- dón del lector, que esto no es tan grave como lo de la interjección aquélla) con la grasienta manga de la chaqueta. Ocasión es esta, por cierto, favorable para ob¡;ervar en un primer momento de libertad, los instin- tos y el carácter individual de cada uno de aquellos polluelos todavía implumes, como el polftico filósofo juzga de lo que pueden ser los pueblos por el uso que hagan de su libertad recién adquirida: unos, inquietos y belicosos, no tendrán nunca paz ni consigo mismos, y se destruirán como el escorpión después de haber en- gendrado un enjambre de escorpioncillos; otros, paci- ficas e industriosos, buscarán su fortuna en el trabajo y la virtud, aprovechándose de las lecciones prácticas de la experiencia y de la historia; aquéllos, indolentes y perezosos, noveleros y amigos de teorias brillahtes pero estériles y tal vez ruinosas, disputarán sobre los sistemas y las doctrinas de los introductores y modis- tas pollticos, sobre si las instituciones deben tener el talle largo de la absoluta libertad, o la manga estrecha

LA MARIPOSA - core.ac.uk · Walter Scott, que en su novela de El Capitán Aven- ... y se destruirán como el escorpión después de haber en-gendrado un enjambre de escorpioncillos;

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LA MARIPOSA

Walter Scott, que en su novela de El Capitán Aven-turero nos regaló con un solemne vizcaíno, tan claro ytan rotundo como los que suelen echar algunos denuestros jóvenes -aunque no de los que pertenecen ala buena ~ociedad-, era un escocés francote y campe-chano, de aquellos que nos pintan las leyendas, perotierno y delicado hasta decir no más. cuando le dabala gana: gran poeta, aunque no hacía muchos versos,y, sobre todo, grande observador y profundo conocedordel corazón humano. Deleitábase en contemplar el cua·dro que ofrece una bandada de rapazuelos cuando sa-len de la escuela, unos corriendo, otros saltando, aqué-llos dándose de mojicones, éstos tirando piedras, cuálmordiendo un pedazo de pan que saca del bolsillo, ycuál limpiándose los.... (pudieran nombrarse. con per-dón del lector, que esto no es tan grave como lo dela interjección aquélla) con la grasienta manga de lachaqueta. Ocasión es esta, por cierto, favorable paraob¡;ervar en un primer momento de libertad, los instin-tos y el carácter individual de cada uno de aquellospolluelos todavía implumes, como el polftico filósofojuzga de lo que pueden ser los pueblos por el uso quehagan de su libertad recién adquirida: unos, inquietosy belicosos, no tendrán nunca paz ni consigo mismos,y se destruirán como el escorpión después de haber en-gendrado un enjambre de escorpioncillos; otros, paci-ficas e industriosos, buscarán su fortuna en el trabajoy la virtud, aprovechándose de las lecciones prácticasde la experiencia y de la historia; aquéllos, indolentesy perezosos, noveleros y amigos de teorias brillahtespero estériles y tal vez ruinosas, disputarán sobre lossistemas y las doctrinas de los introductores y modis-tas pollticos, sobre si las instituciones deben tener eltalle largo de la absoluta libertad, o la manga estrecha

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de la restricción; y mientras discuten, como los conejosde la fábula, se hallan con que el día menos pensadovuelven a ser esclavos del primer p~rro galgo queHega.

Yo no sé si el autor de Ivanhoe y de Lucía de Lam-mermoor contemplaría también alguna vez el espec-táculo que ofrece el bullicioso juego de la mariposa,o sea la gallina ciega. Es posible que él mismo, cuan-do todavía no bullía en su imaginación la hermosa Re-beca, ni Ricardo Corilzón de León o lady Rowena lehablan hecho taj ar muchas veces la pluma, anduviesevendado y tonteando en busca de sus locos compañe-ros, que le gritarían en inglés: «Tocino, tocino/-mari-posa en qué estás? Dá tres vueltas y nos encontrarás •.De seguro el inimitable pintor de Diana de Vernón nose acordó, o no quiso describir estos juegos infantiles;y si él lo hubiera hecho, bien me guardada yo de men-cionarlos hoy en este brevísimo recuerdo de mi juven-tud, que se liga íntimamente con una aventura, aúnmás, con la suerte de un amigo muy querido.

Era una tarde de septiembre, dorada y serena, llenade frescos aromas y de inciertas armonlas; y era un va·lIecito estrecho, rodeado de espesos setos y humildescolinas, por en medio de las cuales se abria húmedopaso una de las innumerables fuentecillas que porlos campos del Norte corren sin cesar en giros tortuo·sos, fertilizando aquella tierra virgen todavía y engala-nada con sus chiles y arrayanes silvestres. Once perosanas, entre muchachos y muchachas, nos solazába-mos en aquel palenque cerrado por la naturaleza, re-Cinto misterioso donde las ninfas de Calipso no se ha-brían desdeñado de retozar, y dábamos la espalda alsol, que, como sofocado por su mismo calor y desean-do bañarse en el mar, se habla desnudado de su vesti-do esplendente, y sólo presentaba el aspecto de unaascua inmensa, o de una fatídica mancha en el horizon·te. No hay estoicismo que se reshta a admirar y a te-mer secretamente la vista de ese sol de verano, mar-chito y casi muerto en la apariencia. ¿Será esa la es-ce:la de aquel último día sin sol, de Zorrilla? y ¡quétremenda bola es el tal sol visto así, cara a cara, y cu-bierto con su manto de púrpura!

Decía que éramos once muchachos, porque el ma-yor de los que allí estábamos no pasaba de veinte años

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y por consiguiente no habla entre nosotros ni un solociudadano capaz de pensar en elecciones, siendo, ade·rilás, todos solteros. Y como no es necesario ciertoquorum para la gallina ciega, que puede jugarse tanbien entre dos como entre ciento, habíamos resuelto,casi por unanimidad, que fuese esta la diversión de latarde, haciendo constar su voto negativo una de lasniñas que se habla lastimado un pie y no podla correr:ella estaba, como era natural, por el juego pacifico ytranquilo de ande la llave, en que se forma un circulovicioso de manos que dan y reciben un pequeño obje-to cualquiera.

Hecha la elección del que habla de vendarse y prac-ticadas todas las operaciones del caso, con sus res-pectivas preguntas, se le hicieron dar las tres vueltasde ordenanza a la mariposa, a fin de desorientarla, yun estruendo de palmadas y gritos vino a distraer desu apacible plática a las mamág, que con sus sombre·ros y pañolones formaban vistoso grupo, sentadas alpie de un coposo salvia. ¡Qué ruido, qué estrépito, quérisas! Coge aquí, corre aHI, tropezones, encuentros,caldas .... y al fin de todo, alguna muchacha presa en-tre las garras del ciego milano que no la suelta!.. .. ¿Esesta la imagen fiel del mundo y de la caprichosa for-tuna, vendada lo mismo para el bien que para el méll?Si la mariposa es una muchacha y el preso es un man-cebo, los papeles se truecan, pero la escena es la mis-m,a, el emblema idéntico: siempre mariposas que atra-pan a otras mariposas.

Hablale tocado la suerte a Adolfo, el amigo de miniñez, el predilecto entre todos los mariposas pasadosy presentes. Bello era el muchacho: largos rizos negrosle bajaban por la frtnte, grandes ojos azules, lángui-dos y rasgados, la dentadura parecia de un niño detres añas, color terso y limpio, buenas y atléticas for-mas y veinte años no cumplidos. Ya se deja adIvinarque las niñas que querían atolondrarlo con sus gritos,aunque inocentes y t!midas como unas corderillas, hu-bienIO deseado, sin género alguno de malicia, ser atra-padas por Adolfo: lo que no impedla, sin embargo, quehuyesen más veloces que una gacela cuando se lesacercaba y se escapasen de SIJS manos cOmO\.Inabo-la de jabón, .

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No creo que hubiese alguna afición seria entre aque-llas palomas campesinas, pero una casualidad impre-vista, aunque muy natural, vino a hacer de este inocen-te recreo la causa de una pasión extrañlsima por sunaturaleza anónima y vaga, y a decidir de la suerte demi amigo. En la suave pendiente cubierta de grama,que formaba el lecho de la fuentecilla de que he habla·do, se encontraban varias de las niñas que toreaban aAdolfo. Este se abalanzó hacia el grupo de donde par-tlan las provocaciones, y el impulso que dio a su cueropo en el declive lo hizo dar con él sobre tres o cuatrode las muchachas. Una de ellas se vio próxima a su-mergir los pies en el agua, y, prefiriendo ser cogida,permaneció queda, procurando abrir los brazos paradesviar a Adolfo; llegó éste dando tumbos y hubo deabrazarla involuntariamente, y .••• sus labios vinieron aencontrarse con los de su víctima .•• El primer movi-miento de Adolfo, luégo que ésta prontamente se dts-hizo de sus brazos por un esfuerzo desesperado, fuellevarse las manos a la frente y permanecer un momen-to quieto y como herido oor un rayo; ocurrióle luégoquitarse la venda para saber quién era aquel ángel cu-yos labios, más tersos y más suaves que los pétalosde una rosa, hablan tocado los suyos, inoculándole undulce veneno que corría ya por su sangre. Pero inútilempeño: la incó~nita asesina se habia mezclado yacon sus compañeras, y no era posible adivinar quiénfuese. El pretendía que la cogida debía presentarse pa-ra ser vendada, según las leyes del juego; pero la tur-ba femenil, que estaba en mayoría, decidió negativa-mente, puesto que Adolfo no había tenido la suficientefirmeza para retenerla, y, castigado de este modo, tuvoque continuar haciendo el papel de la Fe, si bien cavi·loso, meditabundo y desmayado con el recuerdo dellance que acababa de pasar.

Inútil es decir que al cabo de un rato, la noche, quevenía más de prisa de lo que hubiéramos querido, elfrío que ya se hacía sentir y las campanas de la ve·cina aldea que, tocando a oración, daban también laseñal de retirada, hicieron que los pastores de aquellabulliciosa manada la llamaran al redil: quiero decirque a las voces repetidas de las graves mamás hubi-mos de suspender el alboroto y tomar el camino de la

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casa en medio de la algazara y alegria en que rebo-sábamos.

Vanos fueron los esfuerzos de Adolfo para descubrira la que tánto bien y tánto mal le habia hecho en unsolo instante. ¡Cómo descubrirlol No era posible pre-guntarlo a las niñas, ni éstas habian podido sospecharel íntimo secreto del lance, que pasó como un relám-pago, y además de esto, no era de esperarse una trai-dora delación de parte de alguna de ellas. Hubo puesde permanecer éate sepultado en el más hondo mis-terio.

JICerremos ya este cuadro, cuya descripción de aquí

para adelante es innecesaria. Demos por terminado elpaseo, y vuelto cada uno a su casa y a sus quehace-res, conservando más o menos vivos los recuerdos deaquel dia de campo. La espina, sin embargo, perma-necía siempre en el corazón de Adolfo, y mientras másesfuerzos hacía por sacarla, más la enconaba. Visitabaéste diariamente con intima franqueza las casas de lasfamilias que habían formado parte de la excursión,como que eran casi todas parientas suyas, aunque nomuy cercanas; pero nada pudo descubrir en muchotiempo, ni por las miradas, ni por las palabras, no obs·tante que espiaba hasta los menores movimientc s, has-ta los más insignificantes gestos.

Estas horas dichosas, semejantes a las que acompañaban en la antigua mitología el carro de la Aurora,vuelan, vuelan sin cesar, derramando flores sobre latierra, cantando y danzando. Más tarde, cuando pasadala estación de las ilusiones y la cosecha de las risas,siente el hombre aproximarse el hielo de la edad ma-dura; cuando huye de él la poesía, y cuando la natu-raleza, en vez de inspiraciones, le presta sólo recuer-dos; cuando ve mucho en El pasado, nada en el pre-sente, todo en el porvenir, pero en otro orden de cosas;en fin, cuando el joven ya decaído, tal vez achacoso, talvez lleno de canas prematuras, no juega ya a la mari-posa ni halla en sí fuerzas para trepar por los riscos ysaltar por los torrentes; todos esos campos, esos sitiosrisueños en que estuvo en otro tiempo le parecen tris-tes. solitarios, demudados como él: es la vista de un

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cementerio, lleno de memorias, de suspiroS, quizÁ délágrimas, en donde sólo reina la melancolía.

Tal me ha sucedido a mi, cuando, después de algu-nos años y de muchas penas y desventuras, entrado yaen la edad de la reflexión y de la seriedad, he vuelto aver aquellos sotos, aquellas fuentes: todo diverso,todo cambiado! Al bosquecillo frondoso ha sucedIdouna huerta prosaica que trajo y plantó alll la civiliza-ción; la fuente se canalizó para un molino, despoján-dola arbitrariamente, y sin olrla, de sus joyas y galasmás queridas, de los arbustos que le daban sombra, delas piedrecillas y guijarros de su lecho, de la verdegrama que alfombraba sus orillas, de sus flores, de sumusgo y helecho, en que formaba misteriosos y ocul-tos retretes. A la rúsllca cerca de toscas piedras hareemplazado una pared implacable de tierra pisada,cubierta de teja. La cascada espumosa se deshizo por-que la roca por donde se precipitaba, removida de sulecho secular, barrenada y sometida al impulso des-tructor de la pólvora, saltó en mil pedazos!.... Los ár-boles sucumbieron al golpe del hacha para dar pábuloa las llamas .... En fin, la decoración de aquel paisajenemoroso ha cambiado totalmente, cual si la mano letllde un encantador hubiese tocado todos esos objetos.

Diez años después de la escena que he descrito volvi como a recoger mh pasos por aquellos lugares.¡Qué diferentes los hallél ¡Se me oprimla el corazónlen vez de la alegre algazara que habla atronado mis01dos, en lugar de aquellas caras risueñas y de aque-llas risas juvenih.'s, sólo vi en el dichoso vallecito unachoza miserable, oculta entre arbolocos, sin más ador-no que las flores amarillas de un alcaparra, ni más per-fumes que los que, a la calda de la tarde, se exhalabande un borrachero triste y desmedrado. Una niña comode siete años, que llevaba de la mano a un chiquillocomo de tres, cubiertos de harapos uno y otro, se acerocó a mi y me extendió tímidamente la mano. La mucha·cha lloraba porque su madre se habia ido al montedesde muy temprano, y no les habla dejado alimento.

-No llores, muchacha, la dije yo conmovido. ¿Noves cómo el chiquillo no llora? -y metí la mano en elbolsillo.

-Mi amo, ya no lloro más, me dijo, creyendo sinduda, pobrecillalque si lloraba no le darla yo nada.

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Saqué unas monedas, y las puse en la mano de aquelastroso angelito. Y alejándome fui a internarme poraquellas breñas y quebradas agrestes que tánto mecautivaban en un tiempo, y que ahora me servlan demortificante torcedor. La natnraJeza es un libro cuyasprim-ras páginas están llenas de historias risueñas y depoesla, pero las últimas! .••.

III

Promediaba ya el año de 49, y hacia buen rato (cin-co años por lo menns) que no vela yo a Adolfo, dequien me hablan separado viajes y otras aventuras pro-pias de la edad juvenil. Después de uno de éstos, y alcabo de algunos días de estar él en Bogotá, notéle cierta inclinación amorosa hacia una de aquellas mismas jó-venes con quienes habíamos pasado juntos tan alegresratos en paseos y tertulias, y cuya amistad hablamoscultivado con esmero, sin má; intermitencias en nuestrotrato que aquellas a que nos obligaban nuestros pro-pios negocios. Comíamos juntos los dos un dla, y aldescorchar una botella de excelente jerez amantillado,que tenia cogida entre mis dos piernas, le pregunté in-voluntariamente si tomaríamos una copa a la salud deE1vira. Sonrió se Adolfo, y animado tal vez por la pue·ril esperanza de probar el delicioso vino, y por el pla-cer inherente a estas escenas gas~ronómicas, que pro-ducen la expansión del alma y la benevolencia, aun enlos más inmóviles germanos, me contestó:

-Sil tomaremos, que sin invocar el nombre del ángelde la guarda no debe comenzarse cosa alguna.

La explosión del tapón que salió en aquel instantefue la salva con que el jerez y yo saludábamos aquellapaladina confesión.

-Bien! le dije, si es preciso invocar alguna musa, ausanza de los poetas, para emprender la tarea nadapoética de engullimos estos dos patos de Funza y estamedia docena de tórtolas de Soacha, que has cazado túmismo. yo invoco desde ahora la musa que a ti te ins-pira. Ya ves lo que es el mundo: los poetas como túcantan en sus versos los arrullos de las palomas y losvergeles de Pomona, yen la mesa se comen esas mis-mas palomas y las lechugas y manzanas de los ver-geles.

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-¡Nada tiene de extrañol y no hacemos más que imitara los políticos carnlvoro-humanitarios. La amo, no pue-do negártelo! ¿Qué podría yo negarte a ti? Desde miregreso a Bogotá he hallado a Elvira más bella, másamabl~ que nunca! Se ha desarrollado enteramente, yhoy ostenta las gracias de la edad en toda su plenituCl.

-Sentiría mucho, repliqué, tomando un aire filosó-fico y grave, que fuesen esas prendas solamente lasque te hubiesen cautivado.

-¡Sin duda que nol Pero me quitas la palabra en lomejor del tiempo: aún no habia concluido. ¿Hay unamuchacha de mejor (ndole, de más suave carácter, másamorosa, más púdica, más virtuosa?

-Oh! es hechicera. Haz la calaverada de casarte conella, añadl inclinando por segunda vez el cuello de laempolvada botella sobre la copa de Adolfo.

-No está lejos!.. .. Y bien mirado, ¿qué cesa mejorpuede hacer Url ho ubre que :casarse, cOrlodendo a fon-do a la que ha de elegir por compafiera; habiéndolaestudiado, no de soplillo, como conferencia de cachifo,sino muy despacio y con reflexiva atención?

-Sobre todo cuando va acercándose ya la edad deponer el pie en terreno firme, o de echar el ancla, C0110dirla un marino, y pensar en formar para s( mismo ypara la sociedad una familia robusta, ilustrada y vir-tuosa, el solteronaje es cosa detestable.

-Esa es la misión del hombre sobre la tierra. Perotú eres el diablo predicador. ¿Por qué no haces tú lomismo?

-¡Tóma que lo halél Te prometo por esta terceralibación que vamos a hacer juntos, que, si tú me das elejemplo, no pasará un año sin que yo haya hech omielección. ¡A la salud de nuestras queridasl

-A la salud de nuestras esposas! .••.Iba a llevar la copa a los labios, cuando improvisamente

me detuvo un recuerdo que me contrariaba en extremo.-Hola! dije a Adolfo, ¿y aquella misteriosa descono-

cida de marras que hizo contigo lo que tú estás hacien-do COnesa copa?

-¡Oh,! eso, fue un sueño, locuras de la juventud! Mu-cho tiempo amé con delirio aquella visión; pero ¡quéquedas que hiciera! ¿Amar una ilusión, suspirar comoun tonto por un fanhsma? Lo que no entra por los ojosen materia d~ mujeres, no puede dejar impresiones du-

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raderas y profundas. Era sin duda un ángel; pp.ro siaquel ángel se marchó para no volver a ponérseme de-lante, ¿habria de esperar a buscarlo en la otra vida? ...

-Tienes razón; y, si puedes hallar etro ángel enElvira, y otra boca de rosas como aquélla, no hay másque «abrir la boca y cerrar los ojos», como dicen losmuchachos, y como lo ha<;ias tú el dia que jugabas a lamariposa. lA la boca de Elvira!l. .•

-Sin embargo, replicó, mascando un trago de aqueloro liquido y fragante, te confieso que no puedo des-echar enteramente de mi memoria aquel ensueño de feli·cidad, aquella impresión deliciosa que cayó en mi almacomo una gota de esas esencias orientales cuyo olorimpregna lo que toca y nunca desaparece. Yo no podréolvidar aquel dia mientras viva.

-Nadal Es preciso tomar las cosas como vienen yhacer a todo cara de pascua. ¡Conque, buen ánimo ypecho al aguar Tú serás feliz: yo te respondo de ello,y vaya otra copa! .

Habiendo hecho la buena obra de dar libertad aaquel vino, por tántos años encarcelado, despachadaslas papas, tortas y aIcachofas, reducidas a tristes es-queletos las aves, y rendido al filo de la espada el iner-me puding, la mesa se levantó, o más bien, nos levan-tamos nosotros, sacando el limpiadientes y encendien-do un ambalema de regalía en el tubo de la lámparaque nos alumbraba, mientras venia el café.

IVSeis meses después del odiade que voy hablando,

en que tan solemne compromiso habiamos contra ido-Adolfo hacia los preparativos para su próximo matrirmonio con Elvira. Yo me habia encargado de obtene~las respectivas partidas de bautismo, de hablar con elcura y dar los pasos necesarios para las dispensas,como también de la compra de algunas frioleras parael menaje de la casa. La vlspera del dla solemne entróAdolfo en mi cuarto, lIen') de alborozo, y con (ljos ra-diantes y el rostro encendido me tendió los brazos di-ciendo:

Amigo de mi alma, soy feliz, completamente feliz!-Pues ¿qué hay? -pregunté azorado, quitándome

lOS anteojos.

úmH¡~~,Dli!J t.~•..;QI¡H JE CCWi¡iiJIABIBLIOTECA CENTRAL

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-He hallado lo que tánto buscaba -esa piedra filo-sofal que huía de mí, esa visión que se me escapaba.Dicen que el hombre no puede hallar la felicidad eneste mundo: yo, yo la he hallado en figura de mujer.

-Ya lo creo!.... Pues si mañana te casas.•..-Sí, pero no sabes.... era ella, era ellal·-Pero ¿quién es ella?-Pues ella .... la de la mariposal ....-Acabáramos! exclamé prorrumpiendo en una car-

cajada; -conque era ella!. ... Venga, pues, otro abrazo,con mil parabienes. Conque ese ángel que tánto tiem·po buscaste en vano ....

-Era ella misma: acaba de decfrmelo, me ha confia-dó su secreto tan largo tiempo guardado. Ese besoinvoluntario produjo en su alma cándida y pura el mis-mo efecto que en mí; pero no tenía ni aun la libertadde quejarse; ha guardado silencio hasta hoy, en queya es mía, para redoblar después mi dicha con unadulce sorpresa.

-Bravo! La aventura vale un Potosll Pero ...• supon-go que ya habrás reconocido que e~ la misma.

-¡Cálla, vagamundol Esas preguntas son indiscre-tas, aun entre amigos.

-Enhorabuena! No hago más preguntas! ¿No te ha-bía dado mi palabra de honor de que serías feliz?

Al despedirse, Adolfo notó sobre mi pupitre un papelen que le pareció ver unos versos, y quiso tomarlopara le~rlos.

-Anda, le dije, ya los verás después, que no estánconcluídos.

-Pero dime síquiera cómo se titulan.-Las Mariposas, le contesté.-En efecto, añadió mirando el papel: o tú estabas

pensando en mí, o todo son hoy coincidencias.-Sil Todo es providencial para ti. Te aseguro que

no pensaba en tal cosa: sólo era mi intento -y bienaudaz por cierto- traducir la bellisima Meditación deLamartine, titulada Le Papillon, que tú conoces mu-cho. ¡Qué diez versos, amigo: son diez diamantes! Laspalabras de que se componen son un enjambre de mari-posillas a cual más lindas y traviesas. ¿Te acuerdascómo comienzan?

APUNTES DE RANCHERIA

-Si no me engaño son éstos:

Naitre avec le printemps, mourir avec les roses,Sur l'aile du zéphyr nager dans un ciel pur;Balancé sur le sein des f1eurs a peine écloses,S'enivrer de parfums, de lumiere et d'azur.

-Exactamentel Mi atrevimiento ha querido trasla·darlos en humildes y débiles quintillas, que te daré sime prometes no enseñar,as a nadíe.

Al dla siguíent~, qu~ era el de la boda, presenté aAdolfo una cajilla de tafilete que contenía un prendedorde señora: era una mariposa de oro puro, esmaltada deverde y azul, y formaban los ojos dos chispas de bri-llantes. Item más, una caja hecha de vidrios y cartón, ydentro ulla espléndida mariposa roja, de las más her-mosas de Muzo, con acompañamiento de otros variosinsectos de Cara re, a cual más bellos y particulares.

--Este es mi regalo de boda para Elvira, le dije. Re-cordad ella y tú que todos estamos destinades a sermari .Josas de otra vida, rlespués de haber sído feasorugas en ésta; orugas que se llaman hombres, sí he-mos de creer lo que dicen que dijo un señor Dante: Noisiam vermi da formar l'angelica farfalla.

Hé aqullos versos que en un billetito muy cuco acom·pañaban este pobre pero sincero presente de mí amis-tad:

Nacer con la primaveraPara morir con las rosas,y en las alas misteriosasDel aura por la praderaViajar libres y gozosas;

Mecerse en el seno blandoDe las flores entreabierto,y de una en otra volando,En giro vago e incierto,Ir sus esencias libando;

y ebrias de luz y de aroma,En su inocente delirio,Ver un trono en cada pomay un palacio en cada lirio,Donde el cetro de oro asoma;

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y abriendo las tiernas alas,Que el placer agita y mueve,Sacudir el polvo leve,Despojo de hermosas galas,Que roba el céfiro aleve;

y acariciar un momentoUna flor y otra, y después,Raudas como el pensamiento,Elevarse al firmamento .Ese su destino es! .

Del deseo, siempre instable,Es imagen misteriosaLa voluble mariposa,En revolar incansable,En sus gustos caprichosa;

Hasta que al fin, desalado,Rasgando el mundano velo,Levanta rápido el vuelo,Buscando el bien suspiradoEn la claridad del cielo.