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La Mejor Parte Del Amor - Bolivia Editora

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Una mujer intenta descubrir el secreto más grande. El que lo tiene es asesinado. Lo que pareciera ser un policial discontinuado es en realidad otra cosa. Son una especia de trataditos sobre las relaciones humanas. Hay un poeta, esta Dios, una periodista, un ferretero enamorado, un tipo que baldea la vereda, un cupido retirado… todos tienen en común el tratar decir lo mismo. Una especia de Banquete a lo Platón, pero sin tanto morfi.

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Keki

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Diseño de tapa y diagramación: BOLIVIA editora Contacto: [email protected]

BOLIVIA editora ••• Queda hecho el depósito que establece la ley. Prohibida su reproducción total o parcial.

Todos los derechos reservados.

Keki. La mejor parte del amor — 2a ed. – Banfield: BOLIVIA editora, 2011, 92p.; 20x13 cm. ISBN 978—987—26707—2—6 1. Literatura . 2. Narrativa. 3. Prosa. I. Título. CDD 860

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El Regalo

1. Amarás a Dios sobre todas las cosas. 2. No tomarás el Nombre de Dios en vano 3. Santificarás las fiestas. 4. Honrarás a tu padre y a tu madre. 5. No matarás. 6. No cometerás actos impuros. 7. No robarás. 8. No darás falso testimonio ni mentirás. 9. No consentirás pensamientos ni deseos

impuros. 10. No codiciarás los bienes ajenos.

10 (bis) Sinopsis: Entonces hoy, no vivirás.

Y DIOS bajó. Se arremangó. Cansado de que no entiendan su palabra. No quiso aceptar el viático que le correspondía de acuerdo a su destino que decía el estatuto del cielo. “NO”, dijo, “lo haré a chancleta”. Y comenzó a caminar. “¿Por dónde empezar?”, se indagó. “Sí”, se dijo, por el culo del mundo: Argentina. Bajó en el partido de “La Matanza” y empezó a andar caminos. Observando por dónde debería profesar. Todo el alrededor era gris, mucho

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cemento, el suelo transpirado por la humedad, barriales, basura en el suelo, un edén pero al revés. —Hijo, ¿qué haces? —le dijo Jesús a un muchacho que relojeaba un auto para ver si tenía pasacassette. —¿Y vos quién sos? ¡Qué te metes viejo sucio! —respondió con mucho vigor el NN. —Hijo, ¿por qué tanto odio, tanta rabia? —¿Hijo?, ¡las pelotas! Mi viejo no era un forro y un vagabundo como vos… —No robarás decía… Justo al pronunciar estas palabras el Individuo NN lo sentó de un puño en la jeta. Rompió el vidrio. Tomó el estéreo, salió caminando y al pasar lo escupió en la cara a DIOS. DIOS se levantó, tenía la túnica toda sucia, pero un hombre cuya fe es embrión de las demás, no se da por vencido tan fácilmente. Siguió por la misma cuadra. Intentó ayudar a una viejita a cruzar la calle. Pero al acercarse con una sonrisa, la vieja lo golpeó con su bastón y con la cartera, al ladrido de “salga de acá hippie inmundo, vaya a trabajar en vez de robarle a las abuelas”, y lo anestesió con una palazo ahí… sí, donde las pequeñas creaciones germinan su origen. ¿Por qué tanto odio?, se preguntaba DIOS. Él había hecho una doctrina de amor, de renuncias, de mejillas masoquistas. No entendía el porqué de la bronca gratarola, sin explique. Fue hasta un Jardincito, donde justo salían los niños. Se quedó mirando. Pensó “en los niños está el futuro. Con ellos riendo, haciéndolos felices,

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todo los días el mundo será mejor, son unos santos”, y luego se sentó en un banquito, enfrente del Jardín a mirar a los niños. En eso sale “el seguridá” ofreciéndole que se retire y provocando el siguiente diálogo: —Señor, no puede estar aquí. —Al fin uno que me reconoce. —Perdón, ¿no me escuchó? —Sí, sí, lo que digo es qué lindos que son los chicos, ¿no? Traen paz, nos hacen reír. —Sr., ¿a usted le agradan los chicos? —Sí, mucho. —Pedófilo de mierda, raje de acá… tome esto. “El seguridá” le revoleó un macanazo pero falló. DIOS ensayó un pique hasta la esquina y se agarró de un árbol hasta que su corazón dejó de tanto latir. Pensó en cambiar el modo de abordaje a estas personas. Pensó en usar sus poderes, “pero no”, se dijo, como algo que él había creado no le tomaba atención. Empezaría con las frases matadoras de su repertorio, se dijo. Al llegar a la esquina, vio unos jóvenes de aproximadamente 18 y 24 años, tirados en la esquina tomando vino en caja y fumando cigarros de procedencia dudosa. Los escuchó hablar sobre los logros que obtenían los vecinos en cuanto a lo material, anexándole siempre las mismas palabras: “Qué hijo de puta”. “Ese sí que debe afanar de lo lindo”.

—Hola chicos —dijo DIOS. —¿Saben qué? ¡No codiciarás los bienes ajenos!

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—¿Y vos?, ¿de dónde saliste? Aparte, ¿qué te importa a vos, viejo, lo que hablamos? —gritó uno. —Sí, ¿quién sos? —agregó uno con una gorra dada vuelta. —No muchachos…YO soy DIOS ¿No me tienen? El creador, el que hizo todo esto en seis días, y al último descansé. —Ah, mirá vos, ¿tenés hora? —Sí —se subió la túnica y tenía un “Rolex” de oro que le había regalado un Papa que ya no recordaba. —A ver, ¿me lo prestás? —dijo el del sombrerito dado vuelta. —Sí —dijo DIOS predicando con el acto del dar. —Gracias; está bueno, che. —Sí, ¿viste?… ¿Listo? ¿Ya viste la hora? ¿Me lo devolvés? —¿Te devuelvo qué pá? —El reloj. —¿Qué reloj? —dijo el pibe cumbiero. DIOS se dio media vuelta y se fue ante la risa del grupo de jóvenes que seguía haciendo uso del día de descanso, pensó DIOS, oh casualidad que era viceversa, descansaban seis y afanaban el otro, digo, trabajaban el otro. Ya se empezaba a poner triste, miraba su paraíso: sus creaciones, que no se aferraban a nada, menos a lo que su dogma profesaba. Uno a uno los 10 mandamientos se iban profanando, de a cuadras. Pasó por una canchita de papi fútbol y allí un niño gordito erró un gol y gritó “Hay, DIOS”, y DIOS se dijo para sí: “No tomarás el Nombre de Dios en

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vano”. Siguió caminando y observó que una de las mamás que fue a buscar a su nene al jardín, aceptaba los halagos de un carnicero que hacía puerta y con un “Vení, vení” la pasó para adentro. Vio a un chico cerrar la puerta de su hogar y gritar a sus padres: “Váyanse a la reputísima madre que los parió, quiero hacer mi vida, qué mierda se

meten”. DIOS se dijo: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Silbando se fue. Fue hasta la parada donde pasaba el bondi que lo llevaría al cielo. Al cielo invertebrado, al cielo todo, a su cielo licitado, pues este de aquí era su obra viviente, su intento, su bosquejo —ahora sí— del paraíso.

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Algunos quinieleros dicen que todo es cuestión de timba; se entiende, pues su profesión no demanda aferrarse a nada más concreto que a los sueños. Dicen que las posibilidades de que un hombre dé con su media naranja, alma gemela, cachito de cielo u otras descripciones requetecursis, son contadas con una mano. Arrojan la posibilidad de uno contra cien. Será por eso que Cupido tiene una pizzería en Remedios de Escalada llamada “Las Musas”, y desde ahí provoca ciertas resistencias. Una periodista mujer, llamada Melina, dio con la locación de su nueva profesión y decidió hacerle una entrevista.

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Transcribimos: —¿Por qué la renuncia, Sr. Cupido? —Son tiempos difíciles para el amor, mi estimada… —Así parece… pero, dígame: ¿El nombre de la

pizzería tiene alguna explicación? ¿Es una

negación al futuro, una nostalgia por el pasado?

—Mire… mi hija. Es saber que siempre somos lo que traemos y desde allí construimos. El nombre de la Pizzería, "Las Musas”, me hace acordar a mis años felices, en donde salía a ayudar a los pobres tipos, como decía una canción de por ahí; me sentía bien con esto, dirigir las ganas a que las personas se dediquen a la única función que vale la pena en la vida. —¿Es por eso que ahora todas las parejas se

parecen? —Sí, mi hija. Eso que decía Aristóteles o el verdulero de la esquina de mi casa: “los opuestos se atraen”, eso, era gracias a ciertos flechazos. Hoy el mundo pide cordura e igualdad, es por eso que se juntan los morochos con morochas, los petisos con petisas, las rengas con los rengos y los musculitos con la que están buenísimas. —¿Quién sale beneficiado con estas leyes del mercado en el amor?

—¿Cómo quién, mi hija? Los mismos de siempre: los que tienen guita; y los que pierden son los que en el sorteo de jetas llegaron tarde, lo que les tocó, tocó. Y conmigo en la calle, estos tipos que no tienen un cobre comían caviar, “feminísticamente” hablando. —¿Y quién podrá ayudar a estos pobres tipos?

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—Ni el Chapulín Colorado, ni Batman siguen trabajando. A mí me pone mal esto, que no haya nadie patrullando la ciudad en defensa del amor, pero creo que esto ayuda a la autonomía de las personas y a que desempolven su propia voluntad. Cada uno tiene que buscar su amor en esta vida. Pensar qué se quiere con el otro, no sea cosa que las burocracias del tiempo lo agarren a uno al lado de un nabo, de una persona que no corrompe ni las ganas de ir a tomar un helado, que nada opine, que nada despierte en uno más que compasión. Es pensar en el amor, para luego sentirlo. —Pero el concepto mismo del amor, ¿posee algún

significado obediente a la razón?

—No me entiende señorita, claro que no lo tiene y ahí es donde usted acierta... No sé si será cierto eso de las almas gemelas o este ensayo de la ceguera que todos provocamos cada mañana impide tal empresa, pero está bueno creer en estas cosas, en este mundo de sin creencias. Aparte, una cualidad de los sueños, que nadie parece saber, no es la de obrar de noche, sino hacerlo cada mañana. Cada mañana debe ser de búsqueda, dar con el paradero de ese amor —hizo una pausa Cupido, se refregó los ojos y agregó: —Hay cierto desvelo que me provoca este tema. Por eso es que hago la mención de la razón, pero es como dicen los filósofos de Lanús: "Uno no piensa en algo que sabe", así como Hemingway decía que las mariposas no se preguntaban por qué volaban, pero ellas los hacían; al amor no hay que interrogarlo, hay que amarlo. En su ausencia o en su aburrimiento, uno empieza a transformarlo en ideas, el amor debe estar del

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lado de la movilidad, de la búsqueda y no en la idea de "obtención". Nadie puede ser dueño de una mujer, de un hombre. No es como cuando uno se compra una tostadora, no, ella o él deben leer nuestras ganas de seducirla constantemente, todos los santos días. —¿Pero suena a una intranquilidad constante eso

que dice?

—Mire, mi hija, si usted cree que encontrar al hombre su vida, es que acate todas las órdenes que usted le impone, tiene todas las de perder, y si no, eso que lo une a un hombre, diríamos: el sexo, o los hijos... eso es costumbre. Depende cómo relacione usted estas uniones, y les dé la sazón de amor. —Pero esta idea de búsqueda perpetua, nos dice

que uno solamente debería ocuparse nada más

que de enamorar a la persona que desea.

—¿Qué vas a hacer si no? Se trata de amor…. coménteme un solo acto que se parezca a estar enamorada. Uno solo le pido, si lo estuvo recuerde... y si usted fue abandonada, recordará cómo en ausencia del amado, el mundo se tiñó de grises, la cambió a la tristeza, y qué te importaba a vos la vida y lo demás. Cuántas materias aprobaste, los descuentos en los shampoo del supermercado, la receta de las viejas cogotudas para el bizcochuelo, nada de esto, tenía importancia. —Sí, ¿pero si una arriesga todo por el amor y le

pagan mal? —Oscar Wilde decía: "Uno se enamora una sola vez en la vida, y luego trata de repetir la

experiencia". Ojalá, don Oscar se equivoque, pero

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siguiendo en el camino de la búsqueda dará con el mismo amor, pero originado por otro par de ojos. Si está mal, trabaje en los trámites del luto para luego seguir, volver a la movilidad... y si te pagan mal, ¿sabe una cosa?, póngase más linda aún, aunque dudo que pueda superar tanta belleza, así el pelotudo que la abandono se dará cuenta de que perdió una joyita". Ella se rio, él la invitó a comer la especialidad de la casa, la pizza: “Te encontré” (el gerente de marketing de la pizzería era un poeta de la escuela Benedettiana). Uno, después de un golpe, tiene un deber. Así como todo discurso tiene un interés. Melina salió a la intemperie, despojada. Comenzaba a licitar un olvida para ÉL. Algo que aunque las ofertas parezcan interesantes solo funciona a tiempo.

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Melina, sumergida en el tema del amor, había empezado ahora por su clasificación: Amor al pedo Amor de pedo Amor de a ratos Amor de a tratos Primer amor Primer amor que fue el tercero Amor presentado por una amiga Amor de cuarta

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Amor alquilado Amor hipotecado Amor a punto caramelo Amor te has ido... Algo único, como el amor, podía desencadenar en tantas variedades. Todas las personas no son iguales y, por ende, aman de diferentes maneras. Se encuadran, se encasillan sin querer y dependiendo gradualmente de circunstancias. “Todas las personas”, escribió melina, “Aman a su manera, de diferentes maneras: aman

copiadamente, de memoria, oralmente, por

escrito, por teléfono, por carta (ahora no tanto,

me confesó mi cartero)”. Todos, por sus medios, intentan decir lo mismo: “te amo”. “Pero aun recién en este fin, empieza la encrucijada. ¿Será que los finales son nuevos

comienzos? Será". Melina buscaba en algo de teoría entender semejante incógnita, fue a la biblioteca de su abuelo, tomó el diccionario ilustrado “Karten” y empezó: Te: Sustituye al nombre y lo determina; pronombre posesivo: mío /tuyo/ suyo. Amo: Dueño o poseedor de algo, persona de gran predominio sobre otras. Entonces vio esto que le decía el diccionario, y

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pensó que esto del amor estaba íntimamente ligado a la posesión, al tener, y habría que decir “Te amor” o “yo te amar”, y esto le sonaba medio a lenguaje indio, pero técnicamente era lo indicado. Encontró otro término, sería: “yo te filantropeo”, pero no. Le seguía sonando a idioma Tarzán y seguía sin convencerse. Pensó que entender sería cambiar, y sacaría cierta música, simbología a algo ya tatuado en las diferentes sociedades. No cambiar nada entonces. “¿Qué significaba decir «Te amo»? ¿Era

posesión? ¿Era ser reflejo? ¿Era «lo demás no

importa demasiado»? ¿Qué era el amor?”. Seguía en sus mismas dudas.

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Dos que se dicen querer, entre “amorchus”, “cosita”, “guli-guli”, saben o intencionan una dirección, un mismo destino, horizontes, metas. Ella y Él eran una parejita de novios envidiable, todo juntos hacían, eran el dulce de leche andando. Si Él quería ser un líder revolucionario, y Ella quería casarse con un príncipe europeo, ambos se olvidan de estos sueños de juventud, para ir hacia uno en común, el de una casa propia, bah, un departamento de un ambiente, porque por más que soñar no cuesta nada: “boludos no somos, Che!”; y, aparte, la nula ayuda del suegro de Él que es un tacaño, no nos deja soñar demasiado, ya que como

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todo sueño necesita de acreedores. Pero volvamos al tema. Con la bolsa de monedas salen del banco, compran un diario, y si ayuda Dios y no los afanan en la esquina, entran a un bar, en busca de materializar ese sueño. Nota aclaratoria o duda boluda: ¿Los sueños son para materializarlos?, porque si uno lo hace, después: ¿cómo sigue la vida? Me dirán: “Hay que ir por nuevos sueños”. Pero ayer nomás la jerarquización de sueños escogió a este como mejor y los demás fueron separados de sus pares, de la lista de pendientes, de prioridades. No sé, para pensar. Ahí al abrir el periódico, en la sección “inmuebles”... al mirar los precios Él le dice: “¿Y si, mejor... nos separamos?”. Ella lo mira, vuelve a mirar los precios, como queriendo buscar algo, lo vuelve a mirar, y vuelve a mirar los precios de esas ratoneras que no se parecen en nada a esos sueños que parecían tener. Ella lo sigue mirando. Posibles finales: a) Ella lo sigue mirando hasta el día de hoy. b) Ella le dice: “No importa, donde vayamos, contigo siempre será mi hogar, mi dulce hogar", y Él le dice: “Ay, amor, qué feliz me hacés, solo el amor nos puede salvar de las balas y de la

inseguridad de las torres de Monte Chingolo y

Fuerte Apache”.

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c) Él dice: “Muy lindo todo, fue un gusto”, le da la mano. Ni un beso. Sale. Ve pasar a Otra Ella, le dice: “Sos un sueño”. La Otra Ella ríe. Él la invita a tomar un café. Entran, y justo sale Ella (la de verdad). Él la mira y le dice: “No hay que perder el tiempo, ya que solo somos hoy”. La C garpa, en este mundo de falsas opciones. Ambos se separaron. Él se dejó la barba, y emprendió un viaje en moto, recordando sueños de juventud. Ella terminó el curso de holandés que había empezado primaveras atrás, y se fue a Europa y se casó con el príncipe de turno de Holanda. Él se llamaba Ernesto. A Ella la habían bautizado Máxima.

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Tratado número 3

¿Por qué no volver? Porque no vale la pena empeñar años de estreno a hipotéticos olvidos. Pues nadie olvida. Aunque deberíamos. No se puede volver a ningún lugar, porque donde vamos no es al pasado, justamente. Porque ya no hay bicicletas. Porque ese beso que esperabas, no es más; pues solo tenés miedo a perderlo.

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Elogios del retraso*

El imperio de la edad supone cercas, jaulas, fronteras. No se puede ser feliz a los cincuenta y tres años, no se puede uno enamorar como un cretino a los veinte (ya que debe joder, disfrutar, experimentar, viajar, ahorrar, estudiar, etc.). No puede uno estudiar a los treinta y últimos, la voz del alrededor, que son los más, los hijos del medio lo llaman: el tiempo perdido. El libro de “El buen paso en el sistema

capitalista” refuerza esta idea de “ser” a determinada edad. El ser despertado de un letargo a una edad cuyo bostezo no estaba ni siquiera en los planes, es mal visto por las bases y creencias de la burguesía que atiende en el poder. El pregonero de estos medios justifica que ya es tarde, que ni lo intentes si no vas a ser el mejor, y les dice a los que tienen estos hipos de algo hacer: “Para eso quedate remendando medias, y

aprendiendo el arte de rascarte a dos manos, y

entretenete con los chiches tecnológicos que yo te

vendo, solo así serás, con lo que papá te vende; y

sí, lo podés sacar en 12 cuotas sin intereses, don´t

worry, baby”.

Bla-bla-bla. Chiches que al tiempo a uno lo aburren como a un pelotudo. Uno siempre está a tiempo. Nuestro camino es otro. Ser un lector es ya entender, tener un buen

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lugar en esta tierra, es haber comprendido que el libro, los libros, son el mejor invento realizado (con la imprenta y todo eso), es llevar un “Delorian” (el de Volver al futuro) de bolsillo, por eso quien guarda ganas aún en la alacena de buenas intenciones, sople el polvo y vaya, si quiere aprender a tocar el piano, empezar Kung Fu a los cuarenta, estudiar filosofía por su cuenta, vaya y no pierda tiempo, ponele. Es como el tango que siempre lo espera a uno. Podrá ser el peor pianista de todo Villa Luro, pero entienda amigo que lo suyo es otra cosa, usted intenta descifrar lo que su almita de veinte guitas intenta expresar, con ese nuevo lenguaje a adquirir. Que cuesta, ya lo sabemos; pero ahí está en donde nos diferenciamos de esos hijos de puta. Creer en la amistad que caga la vida, sí, esa en que el receptor del mensaje sea sacudido con un cross a la mandíbula. Que la propuesta demande una elevación cultural, que proponga el sacar la quietud del cuerpo, de la rutina, huir a eso que contestan muchos: “Todo tranqui, por suerte”. No papi, eso está mal. Tiene que estar todo en movimiento, enquilombado, la armonía debe ser excusa del llegar, que solo llega cuando estás haciendo un solo a lo Slash de los Gun`s and Roses en el arpa. Que se detonen los estados de ánimo, que se proponga, que se planeen aventuras; digamos: erigir los planes para afanar un banco, que se derroquen matrimonios, hacer la revolución, etc. No es cuestión de andar en “chiquitaje”, no flaco, nada de eso.

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Es por eso que hay que festejar, alentar a los que retoman ganas de hace añares, a los que estudian de viejos, a los que forman bandas de rock a los cuarenta, a quienes juegan los campeonatos de fóbal de veteranos los domingos a la mañana con un frío de novela, e ir acomodando con un punch en las mandíbulas a los chacales que hablan de los demás, solo por hablar. Que se realicen cuestiones no por mero intercambio en el mercado, sino por tener ganas solo de hacer algo. Obtusos sobran, mis queridos, defendamos las ganas de ser, aunque más no sea de este “ser” de a ratos. *Esto lo escribió Juan, cuando le dieron una columna de opinión en el diario, y al otro día se la sacaron.

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Hipos de ayer

—¡Te amo! —¿Cuánto? (Especie de diálogo) —Te odio —sabiendo a tanto amor. (Silencio) Y la indiferencia es el llamado. Como quien abandona a un alguien queriéndolo. —Adiós (y me odiaré por esto). Pensar, sentir: el eterno enfrentamiento.

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La triste mirada que no hará el regreso pues ya se ha ido, hace tanto, dos minutos y ya no hay distancia tan mayor. Porque justificar un sentimiento es como saber el truco de magia que en anteayeres nos robaba el sueño. —¡Igual te amo! (y liberó el alma). —Ya no me sirve (olvidando). Despojar un cuerpo, los recuerdos. El mundo aprendido o lo que queda de él. —Pero, ¿qué hice mal? (culparse). —¡Solo sucede! (ya no estando ahí). El volumen de las palabras, que asignan los recuerdos ya perdidos, pero reanimados a cada instante. —¡Te amo! (¿oís?). —? (?). Cuándo. Cómo. Quién. ¿Qué hemos hecho para merecer semejante don (el Amar)? No más que el poder de otra vida, “el pretexto de adueñarse del otro”. —¿Y qué decir? (Como si sirviera decir algo).

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Cuando el destino y sus pequeñas magias. —Te amo. —Te amo. (Quiero retruco) Olvidarse de mañanas y hace ratos. No dar con la verdad, que son solo hoy los enamorados. —¡Te amo! —No, se ha equivocado (qué hice para merecer esta situación). Uno muere en el acto y los días traerán el reavive. El otro quisiera haberse equivocado, o jamás estado allí. —Te amo (nada decís). En vano las palabras tratan de explicar. Después de muertos el tiempo los cruza. —¡Te amo! —Basta… no, ahora estoy bien. —¡Te amo! —¿Tus cosas? —¡Te amo! —¿Siempre igual vos? —¡Te amo! —¿No cambiaste nada? —¡Te amo! —¡Conocí a alguien!

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—¡Te amo! Ciega, ensordece, síntomas del amor. Insistiendo en las mismas palabras, como si aplicaran una especie de conjuro ante el sentir actual de la persona amada. —¡Te amo! —¡Adiós!, y hasta siempre. —¡Te amo! La espera de más. Anhelar milagro. Nadie nos devuelve tal cual éramos. Nadie vuelve igual. —(“Te amo” y en realidad digo) ¿Cómo estás? — Muy bien, mejor que nunca, tranquila (y en realidad quiero un beso). —¡Me alegra que estés bien! (Te amo). —Gracias… ¿Y vos? —Yo, ¿qué decir? (Te amo, te busqué y no te encontré. Te odié. Sé que no sos vos de quien me enamoré. Tenía miedo de ir a lugares inhóspitos por miedo a encontrarte. Sé también que aunque quisiéramos es tarde, ¿será tarde?, sí, ¿sí?, otros ríos nos mojaron, ¿será?...). —¿Qué decís? —Bien, conociendo gente y… (echándote de menos). Decidir. Callar, ante ya no encontrar la manera,

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aunque ya nada te importe, aunque de nada sirve, aunque un te amo sin utilidad sea un adorno en los recuerdos… —¡Adiós! —¡¡¡Sí, sí, te llamo!!! Y nunca más se volvieron a ver.

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Afortunada ella, darse un pleno y salirse del exilio, y no por fortuna ganada, sino por compañía obtenida. Meli y sus nostalgias en las horas donde los recuerdos provocan monopolios en la pensadora, justo en ese horario los vio. Ella dormía entre sus piernas en un banco de la plaza de Escalada, él la miraba como descifrando un viejo pergamino, como encantado ante un hechizo de magias menores, tocando su pelo; ella respondía a esos mimos con un movimiento “ensueñado” del cuello. Melina se acercó, quería saber el origen de tal adoración, como si fuera una diosa griega extraviada. Sergio atinó a reírse y hablando muy bajito justificó: “¿Sabés cuándo caí del todo? ¿Cuándo comenzamos con todo esto? Llevamos poco, casi 3

meses; un día la invité a casa y ella se levantó a

prepararme el desayuno. Allí estuvo casi 30

minutos peleando con la tapa de la mermelada,

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que por acá, que hacía más fuerza, que la quería

abrir con un repasador, con una cucharita y casi

se corta con el cuchillo.

Me refregué los ojos y la vi; me devolvió una risa

toda despeinada, con mi camisa de colectivero

puesta y justo allí, sí, ahí, empezó el conjuro”. Meli Escribía en su cuaderno, en cuya tapa tenía escrito “Cuadernito que andas salvándome de mí”: “¿Qué es lo que enamora? ¿Dónde se empieza el embobe? ¿Con qué acto se da origen a

un dejarse llevar? Y ahí estaba la clave, el

admirar al otro por ciertas cuestiones que se

ignoren pero van apareciendo. Podría ser por un

simple talento, como abrir mermeladas, por ser un

encanto, un caballero, por sus chistes, por su

andar, por ser, o el solo estar, y no por cuestiones

que el tiempo y la gravedad (esos fieles

triunfadores) terminaban ganando todas las

batallas”. “No se puede elegir el objeto a amar, solo sucede.

Que el otro sea el objeto a adorar, el objeto a

enamorar constantemente. El amor debe costar,

no una cosa obtenida y ya, pasemos a otra cosa.” “¿Dónde estás?”, escribió Melina, tachándolo luego.

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Tratado número 5

Algo provoca el adiós. Y uno dice: “Me bastabas

cielo... la primavera aún enfriada por los vientos

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del invierno aquel”. Tampoco para tanto. Qué no daría el “yo”, mi “yo” para que vuelvas. Tic-tac, tic-tac. ¡! Se clavó el reloj en la hora que me dejaste. Lo malo del adiós además de roto el reloj, es que uno no se puede despedir uno a uno, ni a tiempo de los recuerdos y decirle que tengan cuidado del olvido. ¿En qué lata, de qué caja de zapatos dormirán los objetitos del amor?

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Municipios de amor y de la fe

Roland Barthes en su Fragmentos de un discurso amoroso, nos daba la idea del amor como un bien. Ese tener algo físico de algo espiritual o al menos eso yo entendí. ¿Me siguen? Entonces, ¿qué se hace con este bien? Se lo institucionaliza. ¿Por qué?, dirán tan intrigados. Por miedo a perderlo. Entonces, deja de ser y surge a otro estado: el trato, el matrimonio… que no es más que el amor institucionalizado. Ahora bien, con la fe surge algo parecido. Se cree poseer algo, por medio de una manera de pensar legada, ahijada, abuela, heredada que trata de encuadrar ese “algo”, que algunos bautizan fe. Esto lo hacen para seguir clasificando otras cosas, para así poder hablar con el almacenero de la esquina de algo: amores, feces (fe), luchas, bienes, etc. Uno se saca pesos de encima cerrando las ideas. Así las instituciones van obteniendo sus honores o

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deshonores. Van perdurando por sobre las vidas de los que las han creado. Pero la cosa es que de algo íntimamente propio, se lo hace para “tutti” (variación de “todo” en falso italiano). La pregunta es: ¿De algo que se cree tan buen producto, necesita gerente de marketing y vendedores ambulantes de la fe? ¿Las obras, como decía Unamuno, no se bastan por sí solas? El mismo francés de arriba nos planteaba el problema del autor, no delimitaremos aquí este problema, pero tan bellas obras, pongamos: el Universo, las papas, el mar, necesitan de un autor. He ahí por qué las iglesias demandan el diezmo, para ganar algo de dinerillo, porque el muy olvidadizo de DIOS se ha olvidado de firmar sus obras. Una cuestión de Copyright, vio.

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La tristeza no es voluntad de todo requeridor, se necesitan ciertas cualidades para hacer uso sin peros. Una de ella es: ser feo. Aquí, con esta especie de embudo se deja en carrera a varios hambrientos propietarios. No hay derecho a ser bello y estar triste; ser feo tampoco es para cualquiera, es ver pasar a la mujer de tu vida y conformarse con el “mirá para otro lado flaco”; sí, ser un asco, es una virtud que te hace usador del término “hombre triste” sin ningún pero, úselo capo.

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Otras cualidades sería ser pobre, ser abandonado por el primer amor, haberlo a uno echado de su trabajo o la desaparición física de un familiar, pero la cuestión es otra. No se debe estar triste, no hay derecho para estarlo siempre, tristongo por todo, aunque ya escribiendo esto me estoy dando cuenta de que usted, lector, tiene razón. Por qué no estarlo, ¿no? Si el mundo no se le acomoda a uno, si ese “no” de la mujer amada o del hombre, ya va con uno y por más llamadas nocturnales, darás con su indiferencia (si tenés suerte, porque lo peor sería que llames y te atienda un tipo llamado Gustavo a la voz de: “¿Sí… quién

habla… qué buscas macho?”; y vos con voz de hombrecito digas “Nada, Perón… digo, perdón.

Equivocado”). Ahora que escribo esto, me doy cuenta de que un hombre triste es mejor que un hombre feliz. Estos tipos que van a la fiesta de fin de año del trabajo y fuman en silencio a un costado, que miran a las parejas bailar, reír, que se burlan de sus propios autos, que programan sus vacaciones. El tipo se retira de la fiesta, pare el colectivo, y vuelva a casa un poco más triste que en el comienzo de la fiesta. Se acuesta pensando en lo que no tiene y no tendrá, se divierte con sus pensamientos metafísicos, sobre la existencia o el origen de la tristeza (cosas que los bailarines ignoran). No tener nada, recordar las contadas dichas con una mano, dibujar con crayón una sonrisa en la cara, y que la cara te interrogue y diga: “Uy, mirá quién vino, tanto tiempo”, no animarse a ver fotos en donde las alegrías estaban congeladas. No saber del futuro, pues el futuro no es lugar para un

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hombre triste. Querer ser un volvedor constante, pero saber que, si hay un lugar a donde no se puede ir, ése es al pasado.

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Tratado número 8 ½

Acomodar un corazón a un latir acostumbrado. Decirle cuándo puede acceder a ciertos socorros, no sea cosa que sea mal visto y repose en el lugar común del celo. Refugiado en leyes que no le pertenecen, que son legadas de un adoctrinamiento que le es impuesto. Seguir un camino de aceptaciones que el tiempo ayuda a socializar. Él es, porque va a morir un día, y ese latir va a disminuir y no siempre con la alta edad. Nada puede olvidar al primer amor. Nada. El primer amor educa. Lo que sí hay es un engañe, una sociedad que pide el olvido para poder seguir, sin rencores, sin decir de más. Pero las almitas inquietas, las que están en germen permanente, las que dudan de todos los caminos a seguir, se resguardan en el buen recuerdo, aquellos que perduran pese al adiós.

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Nomeolvides

Tan difícil no debe ser, pero es.

Como cuando empezamos el amor, luego de dar con el primer escalón, se empieza con la

semiótica, todo lo tocado empieza su segundo bautismo.

Una luna, un árbol, ciertas músicas, en ausencia de la persona amada son los orígenes de la soledad. Pero esto que parece un error, que es ofrecer los

gustos es el alimento del amor.

Después del adiós, no aceptado, aceptado, quedan todos los gustos tatuados con su nombre, cada roce con ellos hace doler y abre una cicatriz que parecía

sanada o en principio de hacerlo.

Uno queda en silencio, sin entretenimientos es por eso que es indispensable cambiar para vivir, cambiar el estado de quietud a cierta movilidad. No es casual que el abandonado empiece a consumir cuestiones que antes en el amor no lo

demandaban: tomar merca, ir a prostíbulos, hacer cola para rifarse a las cuñadas incogibles, y más variedades de la arqueología en los boliches de solas y solos.

El que queda se pierde.

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En vano trataron los hombres de realizar acaso la hazaña de amor más grande. Cualquiera, a fuerza de trabajar veinte horas diarias, le puede comprar un auto a la mujer deseada o meterse en un Plan Hipotecario para el sueño del nido de amor. Pero de lo que hablo, es de otra cosa. Ni Romeo a su Julieta, ni Quijote a su Dulcinea, ni tu padre a tu madre, ninguno de ellos pudo cumplir con semejante empresa, pese que pareja a pareja, año a año, década a década se renueva la promesa; esta nunca se cumplió. “Bajame la luna y después hablamos” (Ejemplo de la Susana al Cacho). Sí, bajar la luna a la persona amada. De que lo han intentado, tenemos algunos registros criollos: Néstor de Berazategui intentó, en el mes de julio, con una cañita de pescar, agarrarla en infinitos intentos de tiraje (“Hacía un frío”, nos contó), pero solo obtuvo un dolor de hombro inolvidable y un resfriado notable. Gustavo de Avellaneda mediante el dato de treparse a un ombú de la calle Pichincha, cuya altura oscila a un montón (obviando números exactos), se arrojó con las manos extendidas en tres fallidos saltos, que dieron como resultados la

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fractura de su pierna izquierda y la descolocación de su hombro izquierdo (del lado del corazón). Alejandro de Remedios de Escalda, con una escopeta Winchester de la época del “ñaupa”, trató en vano bajarla a corchazos, hasta que salió don Tito (su padre) y la paliza que le propinó sonó más que los ocho cartuchos que utilizó para tan cruel intento de hazaña. ¿Qué lleva a pedir lo imposible? A mirar a los ojos al elegido para tal proeza y confesarle a su futuro inexperto e inmediato un lleve al abandono, con un dulce pero real: “No vas a poder”. Pero hay ciertos hombres que han dejado colgado el traje de razonamientos en viejos placares y no se resignan, e insisten sabiendo a poder, a tratar, a eso que una vez dijo el Che: “Seamos realistas, exijamos lo imposible”. Su nombre es lo que menos nos importa. Sabemos que intentó traerla con falsa meditación, con iguales desenlaces. Nos enteramos de sus planos presentados a un arquitecto de la calle H. Irigoyen para la construcción de su propia Torre de Babel, pero falló, no por ineficacia de la obra, sino por la nulidad de presupuesto; ya que el pago de la cuenta debería ser heredada por los hijos de los hijos de los hijos, amén. Si un día lo ven siempre a la misma hora, en el mismo lugar tirando piedras, no piensen que delira, solo es un intento más a enamorarla.

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TE AMO S.A.

La cosa es que me fundí mal, y yo al local lo tenía, era de mi cuñado. Un día, yo estaba barriendo el local y mi mujer me cebaba unos mates. Notamos lo obvio, que teníamos los muebles, y entendí que por más que no teníamos un cobre, estábamos juntos. Intuíamos que la economía de los vecinos no se había ido al caño como la de nosotros, sino que aguantaban, u otros, a la inversa, cambiaban coches y remodelaban los frentes de las casas, pero perdían en el amor. Había divorcios, y divorcios inmediatos, se casaban y al año: adiós perro. Entonces allí nos miramos mientras tomábamos mate mirando a un vecino que ponía todos sus bolsos en su autito y se iba acompañado por los ladridos de su mujer, nos miró con cara de Gigoló devaluado y ¡¡¡Eureka!!! Volvimos a entrar al local y con un par de retoques, nació esta empresa. Tanto mi mujer como yo habíamos dimitido de la docencia. Ella era profesora de Artes Plásticas y yo había abandonado un profesorado de Lengua. Entre las pocas ganas de los alumnos de cambiar el mundo decidimos adherirnos a sus modos de pensar y largamos la docencia. Esa mañana estaba todo limpio el local y empezamos a sacar los afiches, yo me senté en la computadora y tracé el diagrama de la nueva empresa con un Excel. Mientras, mi mujer aprovechaba los reversos de los afiches (donde

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había postales de Miami, de las cataratas, de Cuba) y empezó a dibujar. Ah, lo mismo hizo con el cartel bicicletero, que lo fileteó y puso el nombre de nuestro nuevo emprendimiento. La cosa consistía en lo siguiente: venía una parejita corrida por acaso el mejor enemigo que existe, que no es el gobierno, ni el tiempo, ni el imperialismo, sino el miedo. Uno de los casos que tomábamos eran parejitas nuevas, de estreno, que venían corridas por los celos y por los folletos que tirábamos por el barrio con el dicho de: “No se separe, el abandono no es la solución”, y venían a presentarnos su caso. “El pocholo me pelea a cada rato, me cela, me

está encima… y yo lo quiero muchísimo, pero así

no podemos seguir”.

“El miedo a perder un resultado, aumenta las

marcas personales”, diría un Director técnico de football. Y es a contramano del mundo que hay que ir cuando todo está mal. No reaccionar como reaccionaría cualquiera, ante ese tipo de circunstancias. La mayor seguridad al objeto a vigilar, no asegura una beneficencia a favor del dueño de la póliza. Así como los psicoanalistas ayudan a las personas en su vivir, así como los talleres de escritura ayudan a inexpertos poetas y escritores a ser menos resentidos, alguien que les está detrás, alguien que les fomente la voluntad parecería que los hace mejores. Volver a eso de maestro-discípulo, orador-escucha, eso que solo hoy monopolizan los psicólogos, está bueno. Nosotros

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le sacamos mucha clientela a esos mini dioses con el folletaje. Destronamos su imperio. No hay nada que una buena publicidad no pueda vender: “Muchacho y muchacha, usted que tiene

problemas de amor, y busca soluciones o recibe

quehaceres de su Psicólogo que ya va por su

tercer marido o cambia de parejas como de

medias, consúltenos y juntos encontraremos la

solución”.

Intermediábamos, teníamos frases hechas, como “Los celos muestran la inferioridad de las almas”, o una robada de Laiseca: “¿Sabe por qué no conviene abandonar o ser abandonado?, porque

la eternidad es demasiado larga para transitarla

en soledad”, y más. Algunas sonaban a revista Para Ti, pero a las niñas con tendencia obtusa agradaban. También agarrábamos parejas preocupadas por ese modo “estanque”, ese aburrirse, ese bostezar en las caricias, vistes. Cuando venían con esas caritas preocupadas, esas ganas aún inocentes, “Nos”, o sea yo y la Gladis, ya teníamos el paquete para ofertarles, que fue una idea mía, tomando los mismos proyectos que teníamos en la agencia de viaje. El paquete “Amor de Evolución”, que decía:

“Huir de la tv, abandonarla, ya que uno sabe más

la vida de los artistas, que de la morsa que

duerme al lado. Al menos en la primera etapa

donde al amor se le da una forma”. El tono jovial dependía de si los receptores eran jóvenes o jovatos; el nivel de las narraciones se hacía más elitista de acuerdo del auto del que bajaba el

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cliente, eso que tiene la sociedad que piensa que un auto define a la persona, así como los gustos. Pero bueno, ni te leo lo que dice a los que veíamos bajar del colectivo. Pero este sigue algo así: “Así como el camino es mejor que la posada”, ah, como te darás cuenta, robábamos mucho de los libros, era como sacarle algún rédito al tiempo que nosotros habíamos invertido en estudio, vistes. Te sigo leyendo: “Uno debe estar en movimiento constante, estar en pareja es ser culo inquieto, no

dormirse, es seguir una serie de pasos sin peros,

para que tus padres se enorgullezcan y tengas

hijos abogados”: A) Luego de la etapa más libertaria donde ya muestran cada uno sus hilachas, uno puede intuir cómo será en la brevedad de los años, ya que uno es ahora y será ese ahora en ese mañana. Donde uno después de un tiempo deja de ficcionar para dejarse ver como uno es. Los cambios (si los espera), mi querida compradora del paquete, se hacen a fuerza espiritual y llevan tiempo, cosa que el amor ignora, pues lo tiene contado; así que vaya aceptando ya, los pedos de Jorge. B) Esta etapa está marcada por besos en zaguanes, de esconderse de padres o cuñados insoportables, de ir al cine, de romper el chanchito y llevarla a comer. Si usted es mujer debe aguantarse ser lujuriada constantemente. C) La evolución metódica: primero los regalos están obligados a superarse cada cumpleaños. Nunca declinar. Luego una jugada arriesgada es

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regalarle un perrito. Este obsequio es un doble acierto, ya que si uno se pelea, quien queda con el pichichu tiene la virtud de no poder olvidar; y el obsequiador, por consecuencia, tiene la elegancia de ser inolvidable. Podríamos decir que después está la atención puesta en buscar un nidito (o sea, pretender una casa y terminar en una ratonera con paredes de durlock, o construirse algo en lo de tus viejos). Luego la demanda de un pibe. Sí, tener un hijo. Acá si usted todavía no se encuentra casado, puede gambetear un par de años más, ahorrando para la fiesta y haciendo que escucha a su mujer en los preparativos. D) Si ya se encuentra casado y echando panza, creo que tienen dos opciones: el divorcio o darle a su mujer amada, el ya nombrado purrete, la evolución, el heredero. Ya que su suegra aún más hincha pelotas que su mujer, se lo pedirá constantemente, para entretenerse con algo entre telenovela y telenovela. Usted, mirando para atrás, nota los logros que consiguió siendo ya par, y ve que no tiene otra alternativa que descorchar y poner música para que se diferencie “esa noche” de las noches aburridas del sábado, después de la pizza y los vasos de más de cerveza. E) La agencia no se hace cargo, ni hará devolución del importe abonado, si esto que usted y la sociedad llaman “buena vida” no lo gratifica.

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Teníamos además “Amor devolución” (haciendo y dando uso a los truquillos de la gramática). Este consistía —esto se le ocurrió a mi mujer, es una genia— en salir con un cuadernito gloria, sí, esos anaranjaditos, y una lapicera bic azul, e ir casa por casa, escuela por escuela tomando datos de las personas solteras con ímpetu o hambre de encontrar su media naranja o pomelo, dependiendo del peso del demandante. Yo la reté por esta idea que veía sin ánimo de frutos. Pero me había equivocado, como tantas veces. Y usted no se imagina cuántos cuadernos llenó. Esto significó que yo los pasé a la computadora, en un cuadrito de Excel, un trabajo de loco, pero el esfuerzo valió, está a la vista. En las falencias del otro hay un negocio, esa fue la idea principal. La gente ama como puede, según sus horarios, según su billetera, quieran o no. Por más que bohemios barbudos, con pelo largo, de cuarenta y cuatro pirulos que aún andan en bicicleta digan lo contrario, quiero ¡¡¡ya!!! conocer a sus novias. Son circunstancias que inciden, ya lo decía Orteguita y Gasset “Soy yo y mis circunstancias”. Nosotros con la Gladis ofrecíamos ese servicio, vistes. La gente venía con sus pedidos y sus horarios y nosotros teníamos en la cartilla el ofrecimiento ideal. Ojo que llevó mucho tiempo desarrollar la empresa, fueron años de trabajo los que nos convirtieron en los que hoy somos. Aprendimos que un buen eslogan puesto en los afiches, sí, como esos que ves allá, espantaba algunos. Una vez vino un poeta de Remedios de Escalada, Juan creo que se llamaba, ¿no gorda?…

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sí, así se llama, leí un librito que le dejó a mi secretaria, se la quería levantar, pero bueno… bah, a mí la poesía mucho no me copa, bueno, la cosa es que él leyó una frase que mi mujer le había adjuntado a un dibujo de corazones: "El verdadero amor, el sólido y durable, nace del trato; lo demás

es invención de los poetas, de los músicos y demás

gente holgazana." (Benito Pérez Galdós), antes de ver los servicios se levantó y se retiró puteando. Nunca supimos qué quería ese poeta. Nosotros con la Gladis, lo vimos. El negocio está en donde nadie recae, en las falencias, como te digo. En lo que nadie se preocupa y puede ser tan útil, y tan rentable. A la gente le gusta que otro haga su trabajo, son tiempos difíciles para el amor, siempre fue así. Primero estaban los curas que eran la conciencia, después los periódicos, después vinieron los psicólogos y ahora nosotros. Porque eso hace el capitalismo después de todo, convertir al amor en un negocio, todo en un negocio, ¿no, Melina?

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Tratado número 12

A la escondida se juega con un mínimo de dos personas. Las personas que no quieren ser encontradas deben abstenerse de jugar. La cosa es resistir lo más posible y omitir todo acto que aclare el oculte. “El que busca encuentra”, dice el dicho, no siempre es así. Pero cuando sí: “Amor, piedra libre”. Este me salió muy cursi.

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Una luz de mañana, que un joven poeta ve y

despierta el olvido de la vida de alrededor,

el perrito, que espera la mano de caricia y las

ganas de un paseo,

el abuelo que guardó las dudas que fue

acumulando en la vida y a las que nadie escucha,

la llamarada de un alma, que no atina a verse

bien,

las inconstancias de los revolucionarios de ferias,

los besos bienvenidos sin ganas,

las carreras siendo esperas a futuros brillosos,

las nadas de lo mismo,

el miedo al rechazo,

la lujuria comentando todo como trozo comestible,

la fama que compras y nadie vende,

el miedo de vivir hoy seducido por el de vivir en el

mañana.

Basta

y las injurias se me escapan, y debo callar,

Mi metafísica es al revés, es la dicha de no saber,

ni dóndes, ni cómos, ni cuándos

es el reacomodo diario, que nadie quiere, pues

todo se formula con hambre de perduración,

total pareciere que hay seguros de vida, y

próximamente seguros de amor,

que es una especie de divorcio, ¡pero con más

margen asegurado al sufrido!

¡¡¡Ay Cupido!!! Seguís escupido.

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BELLA

Bella fue el primer intento para contrarrestar los modos de vida que eran aceptados sin titubear, sin poner una mirada crítica en nada. Era un edición de una hoja que pegaba en las escuelas, en las universidades, en los baños públicos (así, cuando uno hacía su necesidad, se entretenía leyendo ciertos ejercicios de la escritura) y en los puestos de diarios donde dejaba los ejemplares para ser retirados gratuitamente. Juan se había gastado todos los ahorros en este pequeño proyecto. Venía de ser echado del diario y quiso hacer algo por la vida de las personas, que se preguntasen cosas que nadie se haya preguntado, cosas indispensables, a su criterio. Además quería dejar quehaceres o aventuras a tener, ya que la vida era rutinaria y no había lugar para épicas menores. Hablar de cosas que otros repetían en la tele, de temas que no les interesaban o no entendían, pero que hacían que las personas no se preocuparan de sus problemas y sí de los peinados de modelas mamertas o del último auto que se compró cierto mal actor pintón. Fueron seis números los que salieron. Sus ganas fueron decayendo por ausencia de visualización de ecos. Y su revistita quedó en el olvido. Aquí los seis Números.

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—Bella 1—

¿Qué es esto? Es la primera revista simbólica, cuyo valor es solo su atención, o su desatención. Darán algún quehacer contra el aburrimiento abundante y declárase enemiga número uno de la T.V. Aventura: Se debe escribir una carta a un vecino, en carácter de “Anónimo”, desde declaraciones de amor hasta un: “Viejo de mierda no tire su basura en mi canasto”, o un “Vecino nunca se lo dije,

pero lo quiero”. La razón de esta aventura, si es que debe tenerla, es alegrarle la vida al destinatario, como hacen todas las cartas dirigidas con buena intención. Aunque sea mentirles, decirles que los aman, aunque esto no sea sí, al menos le darán uso a esa esperanza hoy cansada y otras casi sin estrenar. “Disculpe, pero la vengo amando en silencio, es

que no quería molestarla, pero ya no pude más,

gracias por iluminar el barrio, donde la atención

se la lleva la inseguridad”.

Muchas veces damos que algunos piden la verdad, y les convendría seguir viviendo en la mentira. Es una encrucijada difícil, que no todos están dispuestos a pagar el precio. Así que jugarse la vida en una carta, como en un destino, no es una empresa menor. Preguntas: ¿Por qué todos los remiseros no son remiseros? Siempre están de paso, aunque los años

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los hagan verlos en las mismas agencias, siempre son grandes empresarios, y siempre un garca les arrebató una millonada de dinero, pero que ahora están juntando y chau. ¿Qué es lo malo?, ¿juntar dinero para mantener una familia?, ¿para vivir? ¿Quién dice qué trabajo es honesto, honrado o qué “ochocuartos”? ¿Está mal aceptar un trabajo? ¿Qué, uno solo es de lo que trabaja? Triste vida si es así. Ej.: .“Soy verdulero, ah y me llamo Juan”. .“Arreglo lavarropas, pero me dicen Tito”. .“Vendo perfumes, pero mi marido me llama Cosita”. .“¡Arquitecto Pereyra!, no, Pereyra a secas”. .“Doctor Ramón, dígame, por favor”. No importa qué pienses, qué te gusta, qué hacés en tus ratos libres; solo importa lo que producís, lo que ganás, las vacaciones a tener y ser contadas ante las miradas solo envidiosas.

—Bella 2—

Preguntas: ¿Cómo se divide el amor de una madre si tiene tres hijos? ¿Cuál es el techo del amor de madre?, ¿lo tienen?, ¿o su techo es el cielo mismo, el universo? ¿Cómo aman las madres? ¿Cuántas decepciones puede tener? ¿Cómo saben adivinar cuándo se les miente? ¿Cuándo y por qué dicen “Basta”? ¿Quién les da el título? ¿Se reciben con la parición y ya?

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Si madre hay una sola, ¿de quién es? ¿Acaso la mía es una impostora?… Ahh, yo ya me lo temía… la mía es más parecida al Duche Mussolini, que a una tierna Madre Teresa de Calcuta. Aventura: Ir caminando con uno de sus trogloditas amigos, hablar de lo que fuere, mujeres, aumentos dudosos, desempleo de ambos, choreos, música, o el aumento del pan (esas charlas que decodifican el Universo). Ignorarlo, obviamente, y arrebatarle la conversación, con un dedo índice. Mientras se va caminando por la calle, hacer un ring-raje, sin que su amigo se dé cuenta, así cuando sale el receptor del timbre explotado lo agarra sorprendido a su Homo Sapiens amigo entre el desorbite y el desengaño, lo rete y si encima es una abuela de esas jodidas, le dé escobazos hasta que su amigo diga: "Basta vieja de mierda... encima está mojada la escoba, ¿qué

estabas, baldeando, vieja chota?". Mientras usted ya está en la esquina, agarrándose de un árbol por el cansancio, se entiende, y entre risa y risa, espera a su amigo llegar (mojado por la escoba empapada) y lo recibe con los brazos como un cactus en el desierto.

—Bella 3—

¿Qué hacer? ó ¡¡¡Pará de boludear flaco!!! Preguntas: ¿Cuándo fue que el celular se llevó todo el prestigio? ¿Cuándo fue que nos llenamos

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la boca diciendo “qué querés si no hay fábricas”? ¿Cuándo fue que este mismo celular dejó sin empleo a los Relojes, Despertadores, Agendas, Polaroids, Walkmanes, Discos? ¿Cuándo fue que me lo compré para hablar y no tuve nada que decir? ¿Cuándo me di cuenta de que sirve para todas estas funciones (que antes tenían otros electrodomésticos) menos para hablar? Otra vez sin señal, la reputi… madre…que lo re mil pa…. Aventura: Para esta aventura, deberá levantarse a las seis de la mañana, ¿para qué? (dirá), no sé, para molestar nomás. Se deberá salir a la calle a buscar “un abuelo”, como si uno recogiera un fruto del bosque, y preguntarle así: “¿Don… me ayuda a hacer un barrilete?”, y el abuelo responderá: “vos sabés qué es un barrilete?”, y usted, sí, usted, mi joven neandertal, le ofrecerá al abuelo el desafío de la ignorancia y juntos pasarán la tarde más divertida de esa tarde; ya que decir de la vida sería pecar de triste de antemano. La cosa sigue así, el jubilado lo llevará a su casa con olor a todo, menos a perfume. Le pedirá permiso a su señora para sacar el florero de la mesa y así utilizarla para el armado del Proyecto “Barrilete-Jubilete”. Allí le enseñará los secretos del remontamiento, su armado y los litros de cola que utilizará para pegar el papel, que solo por obra de la magia o del viento Pampero podrá levantar vuelo, pues espejea el peso de un citröen 3cv este hermoso barrilete.

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—Bella 4—

¡¡¡Hacé algo pichón!!! Pregunta: ¿A veces no parece que los amigos casuales (esos que dan el colectivo, el tren o la verdulería) parecieran mejores que aquellos a los que los años y las costumbres los catalogaron como “mejores”? Cuando uno precisa un dinerillo se saben de memoria el truco ese del mago Emmanuel: “El desaparece tutti”. Esos “peros” entregados por sus amigos para evadir la aventura ya no convencen ni al loro: “mi Jermu no me deja / no puedo tengo un bautismo

de la sobrina del tío, del abuelo, del vecino, del

primo de no sé qué re mierda más, de mi mujer /

disculpá no puedo, tengo que…”. ¿Hasta cuándo aceptaremos estos “peros” de los amiguetes? Hay algo en esas alegrías que daban los amigos del barrio, los del jardincito o los de escuela primaria, donde uno aún no estaba podrido del todo… Sí, esos eran tratos importantes a tener con los amigos: “Me olvidé la plastilina”, “¿Nadie tiene

un mapa número 5 con división política?”, “¿No

trajiste comida? ¡Tomá un cacho de mi

SANDBUCHE papá! (Traído en una viandita color amarillo patito)”. Sí, uno era feliz y bondadoso sin menor esfuerzo. Esos eran buenos tiempos. Aventura: Cuántas veces quisimos “cagar”. Sí, leyó bien: “cagar” al tío “malaonda” que en navidad no aflojaba ni un billete, ni una moneda, ni un austral de esos que descansan en las trompas de los elefantes que se dice traen fortuna.

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No tiran ni un cobre para los cohetes navideños estos tíos indeseables, pero eso sí, el tipo tiene la Cupé fuego a todo trapo, dados de peluche en el espejo retrovisor, tapizado de piel de yaguareté, palanca de cambio de titanio o titanic, ¡qué sé yo! En síntesis, un gusto estético de mierda, una especie de canto a la “Cultura Pop”. Aquí nacerá nuestro enemigo y la tercera guerra mundial será declarada aburrida de tanta guerra fría. A estos tíos, que por lo general se llaman Carlos, Raules, o Luisitos, habrá que hacerlos “cagar” en donde más les duele, en su aborrecible Cupé horrible. Con el mismo cuchillo luego de cortar los turrones durísimos de las navidades pasadas, se deberá pinchar y tajear los cuatro neumáticos de la formidable “Cupe todo x 2 mangos” y hacerle en la chapa una terrible Z (del Zorro), y preparar la mejor cara de “yo no he hecho nada”, sonreír y darle a entender con la mirada que por dos mangos de morondanga para cohetes se hubiera ahorrado 400 pesos en llantas y otro poco en el chapista. Ser un tío macanudo solo cuesta tiempo y dos pesos de vez en cuando, ¡¡¡no sea rata cochina y sáquele una sonrisa a su sobrino, inmundo!!! —Bella 5—

Quehaceres para tu tiempo de libertad, ¡¡¡cara de CASTOR!!! Pregunta: ¿Por qué nadie hace lo que eligió? El que levanta quiniela es cura en la iglesia evangélica de Lomas de Zamora, los padres no

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cumplen rol de padres sino de comerciantes inescrupulosos, los hijos cumplen el papel de futuros inesperados y otros hacen el papel…. ¿qué papel? Las personas no se ponen la remera a defender, sus colores e ideas (aunque desatadas siguen siendo sus ideas, ¡sí, suyas!). Se olvidan de lo que son: El farmacéutico vende CD truchos, el poeta juega de nueve en un campeonato regional, el músico saca fotos a los trastes de mujeres lindísimas, la soltera vende tiempos compartidos y otras más diferentes hierbas. Cuando no haya catálogos a quienes pertenecer y defender, pues sus obras se defiendan solas; cuando seamos lo que somos; cuando no todo tenga que tener un nombre y una explicación; cuando ser buen padre sea jugar con los hijos y no jugar a ser accionista y darles dinero para que ellos compren sus juegos, sus sueños… ¡Los sueños no se compran hechos, mis amigos!, se hacen a mano, como la limpieza de tu bicicleta con un trapito; cuando, como dijo mi abuela: “Lo que necesitás, solo necesita un poco de tu tiempo, nada más”…

Aventura: Renunciar, tal vez uno de los actos más complejos de nuestras vidas. Se deberá renunciar a algo, a algo indispensable o a aquello que hacemos sin que se nos dé la gana, como mirar ciertos programas de T.V. (léase Pop kids conducido por Pipo Cipolatti); como renunciar a su kiosquero favorito que nunca le da el vuelto en monedas, sino en caramelos, pero lo hace con tanta buena onda y con esa risita de cómo te la puse amigo cliente; como abandonar el asiento del colectivo a

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una hermosa mina (que ni la hora nos dará) después de caminar toda la tarde con la camisa hecha sopa y las zapatillas pidiendo por favor una manguereadita; renunciar a ese sándwich de salchichón primavera porque sabés, sí, sabés mi querida gordita, que va directo a las caderas y ese jean de marca comprado en oferta se lo vas a tener que pasar a la maldita de tu hermana (¡que tiene un lomo, la muy malparida!); renunciar a ese trabajo que te aliena, te desalienta y en el que nunca en tu vida pensaste que ibas a terminar vendiendo purificadores a viejas caretas que se la pasan chupando whisky en cantidades industriales y jugando a las cartas con las compañeras de la peluquería; renunciar a algo para que puedan ser abiertas otras puertas, como decía el Maestro Leopoldo Marechal: “Todo infierno es un haz de lo posible”. Renuncie amigo, amiga y farmacéutico de la calle las Heras, y no teman, que si vienen malos tiempos o miedos que no tenían con anterioridad, estos serán las germinaciones para mañanas más floreados.

—Bella 6—

La intención estuvo y no, la zozobra terminada en nada, en algo. Quise una chispa que pedía ser el sol. Todo intento en épocas erróneas, son solo eso, intentos. Mal andamos, eso se ve. Todo sucede, y uno solo se aliena en sí mismo.

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Ahorrar, callar, estudiar, presenciar el futuro como ha de venir, el hoy no es más que una promesa a futuro, y nada más hacemos. Siembra el futuro, el recurso más perfecto a las mentes hambrientas de respuestas, pero siembra mal, siempre el futuro y esa fiel espera. Solo un manojo de suerte te es brindada en la vida, el azar y sus vericuetos, solo piden tu atención, que entrenes la percepción, pues no muchas veces uno puede construir un puente con alguien, son tan pocos… Si se esperan ecos, aquí fallamos, ¿pero quién sabe qué esperar? Quien sepa, que arroje la primera suerte, haber si uno la abraza con nostalgia y la muestra como quien encuentra un trébol de tres hojas. Por eso, hasta nuevo aviso, esto estará “Cerrado por Melancolías”, como decía el gran Isidoro Blaisten. Last-Recomendaciones, o consejos del buen almacenero: Preguntas: ¿Por qué no nos trataremos todos más tiernamente? ¿Por qué Hermano no significará hermano? ¿Por qué un te amo, sabe a te odio? ¿Por qué la vida es más compleja de lo que parece? ¿Por qué el silencio? ¿Por qué decir? ¿Por qué te extraño? ¿Por qué te amo, y me tratás para el culo? ¿Por qué tantos “por qué” nunca respondidos? Aventura: La vida toda.

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Meli, enfadada ya por tanta idealización al dope, escribió una nota para el diario donde trabajaba Juan: “Mientras que siguen hablando de consistencias y formas; mientras nadie arroje una palabra que te toque el ojete, te des vueltas, y digas, «che, perá, estoy vivo man»... o lo que mierda digas, pero digan. Los poetas callaron, están esperando la resolución de no sé qué concurso, ya se endeudaron hasta la médula con la promesa del dinero a obtener en ese afamado festival de las letras. «Romper estéticas, fronteras, idiomas, crear, ver

lo que nadie ve», bla-bla-bla, ¡¡¡poetas maricas!!!, basta de elogiarse, si es en la calle en donde deben estar, no hablando de mares y montañitas, olas y crustáceos y de los vuelos que ya marean, después de San Juan de la Cruz, ¡¡¡vuelan más mis ovarios que ustedes, marmotas!!! «Ser la voz, de quienes no tienen voz», andá a lavarte el orto. ¿Saben dónde tienen que estar?, los ayudo: Las calles y sus paredes, los buzones de los vecinos, las novias abandonadas, las abuelas viudas, el viejo hincha de boca que añora su primer perro, los niños que no tienen juguetes, los locos que manejan el lenguaje de Dios, los sordomudos aquellos ángeles, los adolescentes que guardan sus mejores años en cajas de zapatillas, la fiesta de compromiso sin ganas de comprometerse, la boba que no quiere enamorarse por miedo a reavivar el

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sufrimiento, el muchacho que espera el milagro más grande: ver a la misma persona con los mismos ojazos del ayer. «Has materia la palabra», pufff cuántas pavadas hay que escuchar. ¿Sigue ahí poeta? Eso es bueno, te deseo la mudez entonces”.

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Delivery de Musas

Están quienes escriben mucho y muy malo. Están los que escriben poco y muy bueno. Están los que escriben para ganar dinero y están los que escriben mucho y muy bueno, esos son, los peores. También estaba Juan, que escribía cuando se dejaba escribir en papelitos, cuando estaba mal, ya que jamás tocaba biromes si estaba de racha en el amor, no sea cosa de andar perdiendo el tiempo. La cosa es que andaba nulo, gastaba resmas enteras y servilletas en rollo de a montones, pero nada. El servicio otorgado por la pizzería de Cupido “Las Musas”, era el siguiente: Para el ojo acostumbrado, este delivery no era más que una oscilación en tanto y cuánto de queso, masa y variedades de embutidos. Pero para los ojazos poéticos era otra cosa. La necesidad de olvidar una carita que ha sido ya dada vuelta de tantos modos que: “tus ojos son dos diamantes, tus labios rojo pasión… y Viva

Perón”.

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Ya esos versos principiantes eran, por qué negarlo, horribles ante tanto avance de buena literatura. Así que ante la necesidad de olvidar esa jeta monstruosa llena de diamantes y de roja pasión, estaba el delivery… Marcando el 4288-(love), se podía hacer el pedido de una musa. Ring-ring, y el escucha de esta música daba como efecto un Ábrete Sésamo, y ahí empezaba la cosa. Uno se mueve por las carencias. Y esto era lo que sucedía al abrir la puerta. Estaba a la espera —según el pedido del demandante— una musa maratonista al trote, esperando al requeridor del servicio el intento del agarre. Y así al cerrar la puerta la musa picaba por todo el barrio, evadiendo obstáculos como ramas, imperfecciones del terreno (dícese: cerámicas en forma de rompecabezas, adoquines cansados, asfaltos donde prueban misiles, veredas donde se caen las jubiladas). Entre esta geografía barrial le hacían amagues las musas al pobre Juan, y a todo escritorzuelo que pidiera el servicio. Estos se masticaban todas las gambetas, pues sus intereses están puestos a contra marcha del averigüe, del final, del encuentre, lo de ellos es mejorar cada vez más la pregunta, así dilatar aún más las respuestas. Además, sus oficios de escribas no son aptos para la buena circulación de sangre, más propensas, diríamos, a la fiaca. Así las veían partir ante sus ojos hacia paraderos que ignoraban. ¿A dónde van? Tal vez, a donde van las promesas de amor; tal vez jueguen a las cartas en su bunker con las hadas y las sirenitas a la espera del inicio de sus jornadas laborales. La

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verdad no lo sabemos, pero lo que sí afirmamos es que toda musa, solo por el hecho de serlo, debe tener el deber (valga la redundancia) de decir adiós. Luego, si este adiós fusiona en olvido, en recuerdo o realiza un catálogo de melancolías, no nos compete, depende, como todo, de las personas y sus equipajes. Sabemos además que, como Juan, varios poetas y escritores llegan cansados de este pedido, pero se animan a enfrentar el sentir con el pensar, tensión que logra a veces ciertas resistencias al olvido y, tal vez, algún verso memorable (no es el caso):

“Me quedé sin flores. ¿Huir?, ¿a dónde? No lo sabías, e igual lo

hiciste…

Me cortaste el jardín después del riego, te chupó un pito hacerlo. Recordé al amigo del héroe,

ese que escucha las hazañas del “campeón” que luego toma el tren,

y el amigo mira desde el andén y lo saluda y vuelve a su vidita habitual,

esos tipos que salen al costado en las fotos, como esos tipos ya sería”.

Así, estos escribas se disciplinan en la humillación, en la pérdida, en el no poseer y así se construyen en su propia ruina y aprenden el arte de dar voz a la desesperanza.

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21 Melina seguía interrogándose sobre el amor. Iba con su grabador Sony a cassette. "—¿Qué me unió al Augusto?" Lo mira: él está baldeando el patio. Transpira. Se seca el sudor de la frente con el antebrazo, tiene la gorra dada vuelta —como el pibe Bazooka—. Fuerza la vista, dirige los ojos hacía ella. Le devuelve una risa y le dice: “Podrías ayudar vaga hija de puta”. “Aún hoy, me pregunto qué me unió al Augusto,

pero sé que lo mismo que ignoro, es lo mismo que

me está uniendo ahora”. “¿Tanta ayuda precisás? ¡Ayyyy, él!, si no lo ayuda una mujer, es un «nabonga». Llamá a tu

mamita, forro”. Reían ambos, entendía que esos diálogos los unía. No había formalistas rusos, erudiciones de Herbert Marcuse, escuela de Frankfurt que los desvelaba con teorías y conceptos sobre industria cultural, literatura; es más, creían que Frankfurt era una salchicha alemana. Ignoraban “El escritor y sus fantasmas” de Ernesto Sábato, la angustia existencialista y “El sentimiento trágico de la vida” de Don Miguel de Unamuno. Pero ellos eran felices. ¿Qué los unía? La ignorancia, eso los unía. Cuando uno sabe qué es lo que enamora del otro, se tiene todas las de perder, por ejemplo:

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a) “Los músculos que tiene el Bartolo… ¿se los

viste? Es un bombonazo, Mi bombonazo”.

b) “La erudición del Gustavo, ah!!! No sabés todo

lo que sabe de revolución rusa, cubana, y sobre la

reproducción de gorriones… ¿que yo…? No... él

me cuenta, pero no le entiendo una mierda”.

c) “Cuando le vi el culo, dije: esta mina será para

mí”.

d/e/f/g), más ejercicio de la chabacanería. Cuestiones que hacen al pensar, sobre qué es lo que te une al ser amado: las fachas, riquezas, su baile, lo caballero, lo que arregla o lo que rompe, etc. Nunca es el misterio, nunca es nada a adivinar, cuando debería serlo. El truco de magia, que revela su obrar, pierde todo encanto al ser explicado, misma hipótesis sirve para entender los mecanismos de la atracción. “—Para mí, Saussure y sus muchachos se pueden

ir bien a la mierda, pues lo que siento por El

Augusto no te lo puedo explicar con palabras”.

“—Para mí, aclararte lo que siento por Clarita

con palabras, es una de las tantas empresas al

pedo que intenté realizar. ¿Qué? ¿Estás grabando

esto?, ¡¡¡rajá de acá pendeja!! Yo no soy un

conejito de india de nadie, ¿estamo?”.

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Las meditaciones sobre el amor eran para Melina su modo de existir. Tal vez porque sí lo había sentido alguna vez, pero no estaba de acuerdo con esa concepción, con este entenderlo así en estos días. Para ella era algo más, algo diferente a lo entendido. Escribió: “¿Por qué el amor daba su cuenta de quererse,

con el abandono?, eso que decía Miguel de

Unamuno: «el amor es hijo del desengaño»”. ¿Por qué no la convencía, o le sonaba estúpido eso del riego de la plantita, aquello que hay que reinventarlo, aquello del cambio para existir?

“¿El amor no era un fin en común? ¿Un llegar?

¿Un «el mejor desenlace posible»?”.

Y ya se empezaba a ofuscar. “¿Qué mierda es el amor”, escribió en su cuadernito de anotaciones “amoriticias”. Y azorada por las duraciones de sus escuetos romances y sus amores de toda la vida consumados rapidísimos (en un recreo, digamos), escribía:

“¿Cuánto dura el amor? Lo mismo que tarda en

llegar el olvido.

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Dicen que antes de que fusione en costumbre (que

es su última metamorfosis), algo suena a tragedia,

a abandonarlo todo, abandonarlo para siempre.

(Ya que se sabe que las vueltas a ciertos lugares

no son ni serán lo mismo de antes, ni aunque los

«arrepientes» tomen la casa, el barrio; ni aunque

los «sí, cambiaré» apostrofen las sienes, pues

sabemos que la alquimia, no es cosa de una

promesa, sino de vidas dedicadas a erudiciones

que harían del oropel, oro seco).

¿Dónde están las respuestas a estas dudas? Tal

vez, si con fuerza del azar se acerca alguno que

traiga una luz apenitas, un pequeño puentecito,

algo que tenga apetito de eternidad… aunque me

llene una muela”.

Cerró el cuadernito. Se acercó a la ventana. Fue postal de nostalgia.

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Ruido a idioma de los grillos en los patios, esos donde aún se ven las estrellas. La cara del abuelo que espera a su mujer llegar del trabajo, y la recibe con un beso en la mejilla (porque eso es envejecer, es pasar el beso de la boca a los laterales del rostro con el correr de los años en el amor). El revisar los mail cada mañana para ver si nos salvan la vida, o del tedio, acaso es el mismo fin. El esperar, sujetando con la mano izquierda (la del lado del corazón) el celular, a que llegue un

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mensaje de texto que nos ilumine el día, o la vida. Quejarse de puro gusto, porque buscar una solución cuesta, es tiempo, estudiar, escuchar, leer, esforzarse, es sembrar llorando y cosechar cantando. El “acordarse de olvidar”, la tarea que tiene un desenlace, un fin, pero se ignora el principio de cómo hacerlo. Amistad, cuando niños era verbo: “amistar” (acción y efecto de ser y hacer amigos); y hoy es organizar pequeños banquetitos, charlas odiosas, o el “dale, nos vemos, arreglamos” y nunca se da esto. Ser el peluquero de tus malas ideas y mismos errores repetidos-repetidos-re-repetidos (para máster tan nabo no podés ser). Acordarse de alguien y que este “acordado” no sepa, y le llenes una tarde, una hora de mariposas. Ver la felicidad de los abuelos cuando atraen sus recuerdos, los ventilan y los vuelven a guardar por colores, formas y épocas. Que la chica que es seducida en vez de responder: “no, tengo novio” (que es igual a decir: “no, tengo ya licuadora”), diga: “no gracias, estoy enamorada”.

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Si viene un genio en este momento, juro por lo que más creo, que no tengo ni idea de qué le pido. Y vino nomás. Veo-veo que me sobran tres de los tres deseos. Encima este genio, que es muy

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macanudo, se llama Carlos y me deja llamarlo Carlitos. Para colmo me sacó las cláusulas. Me dijo: “Pebete, ya que estás grrre pegrrdido, más que gaucho en Shopping, pedí lo que

quieggrrras”. Noté que se le patinaba la ERRE y que era feo mi genio, y ni con ganas lo podía llamar “mi bello genio”, ya que era medio morocho y de las pampas, pero era buenísimo Carlitos. Me acordé de lo que me dijo mi viejo que me enseñó diciéndome: “Confía en la gente, no seas pelotudo, sino no podés vivir. Aparte un

confío sirve más que un desconfío”, ¡¡¡faaah!!!, no fue filósofo de vago nomás, ya que le gustaba mucho ver culos, el fútbol y la ginebra (en ese orden). Pero la cosa es que Carlitos me dijo: “Dale man, te saco todas la cláusulas, te puedo

cumpligr que un alguien se enamogre de otro

alguien, puedo daggr la muegrte a quien vos

quiegras, y grevivirg a un ser que extrañes o que

pgrecises”. Escupía mientras hablaba. Escupía mucho. Pero nada. Pensé en ella, en que me había dejado; pero la vi tan feliz una tarde, que hasta me parecía injusto robarle la felicidad a un alguien y encima si ese alguien se llamaba Margarita. Yo no le hacía bien. Ella lo sabía más que yo. Aparte el tiempo y sus pequeños cambios ya eran un abismo, ni ella era de quien yo me había enamorado, ni yo era el mismo que entretuvo su enamoro. “¿Ser rico?”, lo barajé un instante, y juro que años atrás sin tristezas adquiridas, hubiera estrenado uno de los tres, pero no. “Me va a hacer

un pelotudo”, pensé, un bueno para nada, un soberbio en lo inmediato. Aparte, después me

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querrán por interés, y mis hijos, si son míos, los mismos serán tan pelotudos como el padre que semilló a la madre. Así que decidí hacerles un bien a mis hipotéticos hijos. Muerte, matar a un fulano, puff tengo tantos, pero no. Porque siempre hay algún indicio, y no quiero terminar en la cárcel. Aparte, por más que sea macanudo el genio, no parece muy ducho en cuanto al arte del crimen perfecto. Míralo, justo ahora se está sacando un moco y se ríe porque lo adiviné. Revivir a un muerto, acá juro que fue en la que más me detuve, pero cuál sería el shock de mis seres queridos, el propio y para el revivido lo mismo, que tal o cual presidentes se fueron, que la casa nunca estuvo en orden, que construiríamos un cohete que se podría utilizar para ir a Japón en diez minutos, y ese mismo anuncio lo festejarían montones, olvidando que aún no tenía agua potable, pero viajar, eso sí que lo quiere todo el mundo. Además, qué sería de los lutos, los que fueron desde embrión a una comprensión, que lleva tiempo, que lleva llantos, que ese tiempo no vuelve, que ese tiempo vino para quedarse, que ese tiempo me hizo poeta, que hacerlo sería no ser. Que me gusta la oferta, pero ya no sería El genio me miraba. Me contó que nunca nadie había tardado tanto en pedir tres deseos, dijo que mi vecino el Beto gastó los tres en un minuto y medio, y tardó mucho ya que se atragantó con un chicle, “sino en 20 segundos me despachaba”, me dijo. Y el tiempo mutó en semanas, mesecitos, hasta le tiré un colchón al lado del mío. Mientras nos

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acostábamos, hablábamos toda la noche. Fue ahí, donde lo conocí y él me conoció. Me hacía un montón de preguntas sobre minas, sobre qué es perder un amor; nos confidenciamos muchas cosas, digamos. Me comentó cómo lo habían abandonado, una bella genio, y lo que le dijo para justificar el abandono fue: “Seguimos caminos diferentes, deseos diferentes”, pero además fue que le había salido un programa en televisión y la muy egocéntrica no lo saludó más. —Es un tugggra, me pagggrrtió el corazón y con

mi labugro no tuve mucho tiempo para pensarlo,

viste, pero cada vez que pienso me duele mucho.

—Sí, Carlitos, aunque uno haga que se distraiga,

lo que realmente le preocupa, lo sigue a uno fiel

como perrito de sulky.

—Cuánta grazón tenés, sos un genio Juan…

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Tratado número 17

¿Qué se necesita? Pizcas de ignorancia o admiración para que las que serán viejas chancletudas se entretengan en el amor. Pero hay una clave: la inocencia. Ese algo que suele juntar al amor con el primer amor, con los años inexpertos.

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En cuanto a uno se le aparece ese alguien, pero anda distraído con la reproducción de las hormigas en el canal de los animalitos, ya es tarde. Unamuno decía que había que multiplicar las horas, ganarle horas al sueño, hacer como decía el poeta Juan de Remedios de Escalada: —Todo tiempo está perdido. Aunque sí hay

tiempos por ganar. Pero por más que desarmemos

despertadores y relojes Casio, no sabremos el

obrar del tiempo.

Pero una cosa sí sé, es que el tiempo se ha de

acabar y vendrá la parca a tocar el timbre, sin

ánimos de jugar al ring raje, sino con el boleto en

la mano del exilio forzado. Así que lo que hay que

hacer, es lo que a uno lo haga feliz, no por mero

formalismo, sino para estar siempre ocupado,

para que cuando venga esa muerte hija de mil

puta le podamos tirar con algo.

Jamás un discurso de Juan tuvo tantos escuchas. Estaban el equipo de bochas, que contaba con tres ancianos del club talleres; el kiosquero don Raúl y su perro Jeremías; Julia, la docente jubilada que tenía una pequeña bibliotequita ofrecida al barrio y Brian José, el hijo del diariero que había sido bautizado así por elección de su madre que veía novelas colombianas, y el José de su padre por honor a su abuelo (esos nombres se vieron obligados a andar de la mano por la vida).

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Sintieron el golpe del poeta todos los allí reunidos por el azar. Esas palabras que llamaron sus atenciones con la ayuda de una botella de Coca-cola de plástico y una rama de un árbol. Luego de este golpe, de las palabras, de ambas cosas, muchos pensaron y fueron a sus listas personales de pendientes que iban desde regalarle un pelota pulpito a niños con peor suerte, hasta prepararle un sándwich a Richard, el vagabundo de la estación; desde cruzar viejitas, hasta aprender a tocar un instrumento, desde viajar a dedo, hasta escribir una novela que no corra suertes editoriales, sino suertes espirituales; desde pedir perdones, llevar flores, estudiar biología, hasta librar pajaritos de pajareras y más. Estas cosas fueron decididas en horas posteriores al discurso.

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Tratado número 20

Las cosas solo tienen validez en su pérdida. La ausencia de la cosa hace el nacimiento del deseo. El que tiene no desea. Pero solo el que tiene puede perder y darle un significado al azar, a la escondida o a las postales de viajes.

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¿Cómo se inicia la poesía en uno? Eso que dicen que el arte lo elige a uno para expresar. Que uno nunca puede salir de allí. Uno no escoge, es… no sigo… la palabra que seguiría, además de obvia se me asexúa. La primera vez que Juan entendió lo que era fue en la escuela, ya de más niñito oía las voces esas, fue en preescolar con la Señorita Amalia. Las señoritas hablaban y hablaban de poesía sin saber qué era, las emociones se las daban ya explicadas del magisterio. Ellas las leían y las repetían. Dónde estaba la emoción entre montañas y mares, eso del romanticismo, árboles, espumas, saetas y culebras lorquianas y más de más. Tal vez estaba ahí, pero Juan extrañaba a su primera novia, qué podía entender él de cántaros y pipises. A uno las sierras y la espuma del mar no lo convencen ante un adiós dicho algo así: “Listo, chau, no te quiero más”. Nos hacía escribir. Algo en ella quería que si de 45 alumnos salía uno poeta, ese año de cursada ganaba algo más que un estadística sobre la escuela primaria, era como una brújula, sin saber que lo era. —¿Qué quiero decir con esto seño? —como si lo supiera. Como me dijo el escribano (que leía mucho) de la calle Vieytes, mucho tiempo después: “La poesía llevaba más a la emoción que al entender. No era

de lo que hable el verso, sino su puente al llegar”.

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“Arrorró a mi corazón de entonces, y no lo merecíamos

e igual fuimos.

hemos sido y seremos…

tal vez exista un lugar donde nadie muere, en

donde nadie se separa

y tal vez en aquel sitio, el olvido sea mala

palabra”.

—Profe, pero por más que pirulo me rime con rulo, yo quiero hablar de mi niñez. —Pero si ya sos un niño, ¿de qué niñez me podés hablar? —De cuando éramos felices, tal vez. —¿Qué, ahora no sos feliz Juan? —No seño, aunque seamos niños y todos piensan que nos tienen en cajitas de cristal, eso no es así, somos como pequeñas esponjas, absorbemos… —Eso, ves, es una comparación, que no es lo mismo que metáfora. — ¿No le importa una mierda lo que yo digo, no? —“Una mierda” por la palabra “nada” eso es una sustitución, diríamos.

Y el poema quedó: “Y que solo estábamos, y solo seguiríamos,

mismos frágiles, frágiles toda la vida,

nos dolerán los besos, los ausentarse a clases, los

familiares,

los perdones,

y sobre todo los «al dón, al dón pirulero», ya que

nadie atiende su juego

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y aquella negación de aquel juego perinola: Todos

ponen (o deberían poner)

para sanarte mundo

o hacer por lo menos un mundo menos peor”.

La seño luego del episodio oral en donde superábamos el bermejo de todos nuestros rostros, respondía con indiferencia o no: “Muchachos

tenemos ante nuestros ojos a un pichón de poeta”. No volví a escribir ni una sola frase hasta llegar a los veinte años. Tal vez porque la poesía es mejor ejercida cuando se la ignora como tal. Cuando no se sabe de sus rulemanes del expresar. Es la salvación de algo, que no se sabe… pero se lo padece.

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“Laura

Te amaré por siempre,

Juan

12/ 3/ 05”

Juan miró el graffiti varios años después. Se encontraba ya gastado por los años. Y él se dijo: “Heráclito tenía razón, ya no soy ese Juan que amaba a Laura”. Miró por última vez, y se fue goteando por la misma vereda por donde vino.

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Melina seguía interrogando, investigando, estudiaba cosas relacionadas al verbo mayor, leía libros de amor, escuchaba cancionetas melancos, y se dio una sobredosis de boleros de María Marta Serra Lima y vivió para contarlo. Se embarró en teorías sobre el amor en “Metafísica del amor” de Arthur Schopenhauer, que decía que: “Cada cual ama precisamente lo que le falta”, y explicaba que “el más grande de todos los sacrificios era el de renunciar a la

persona amada”. Lacan, una mañana de otoño, le dijo: “El amor es dar lo que no se tiene a uno que no tiene nada”, o así entendió. En “El cuerpo del amor”, de Norman O. Brown, Melina halló que “el verbo debe hacerse carne, y anhelar el dejar de ver el mundo con los ojos

muertos de los antepasados, ya que estamos

sojuzgados por una autoridad que nos es exterior,

estamos sometidos a la autoridad de los libros”; y que “se hace necesario renovar la civilización mediante el descubrimiento de nuevos misterios,

mediante el poder nada democrático pero

soberano de la imaginación, mediante ese poder

que hace que los poetas hagan nuevas todas las

cosas… encontrar nuevamente los misterios,

regresar a lo oculto a lo esotérico”. Y decía que si bien poseemos una angustia de separación, grabada en nosotros desde la interdependencia del hijo y de la madre, esta angustia del adiós, esta pérdida del objeto, la pérdida del mundo, es “el requisito previo para toda creación”.

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Pero eran miradas, como todas, caminos a seguir, abandonar todo, seguir caminos inventados para sobrevivir a una desdicha que había iniciado todo. Ser y no estar feliz o no ser y estar feliz. “El amor estaba ahí, corrompía vidas, como yo corrompía la dieta los miércoles, corrompía

futuros, quehaceres, y eso era lo grato”, escribía Melina, y agrego: "Los satisfechos, los felices, no aman; se duermen en la costumbre" (Miguel de Unamuno). Seguía dando con Historias: El ferretero y la panadera, por ausencia de historia mejor, pues no había espacio físico para dragones en la Plaza de Escalada, entre las hamacas y la calesita. El ferretero apodado “Buloncito”, había conocido a Dora, después del despacho de una docena de medialunas, y dos tortitas negras. Ella lo miró, le dio el vuelto y: flechazo. Nada volvió a ser como antes en la ferretería. Su jefe, Luis, lo vivía gastando: “Dale, ¿estás dormido?, porque boludo no creo, ya venías de

antes”. Buloncito, miraba todo con nostalgia, miraba los tornillos con sus tuerquitas y lloraba toda la tarde, estaba como dicen en algunos barrios: un auténtico “boludo enamorado”.

El jefe Luis, que no comprendía esta especie de cortocircuito, pues se había casado de joven pero por un casamiento arreglado con una señora que parecía a lo lejos dos amigas caminando y charlando, jamás sintió esto que a Buloncito lo hacía el peor empleado de la ferretería.

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Sus compañeros lo gastaban mientras él acomodaba las cajas de lamparitas en forma de corazón. Le decían que se la “manyaba”, y “¡¡¡Ay!!!, qué sensible es el nene”; él ni caso les hacía. Buloncito la pensaba, y cuando iba a comprar y la veía despachando, silenciaba su amor, veía que antes de improvisar un pedido de facturas para demandárselo, estaba una parejita de abuelitos. “Creo que nadie es digno de envidia, como tantos otros dicen. Aunque hay actos que para mí sí, pero

no para contrariarlos, sino para imitarlos, da

envidia ver el amor que llega a viejo. Esos

abuelos que caminan agarrados de la mano, o del

brazo, para no caerse puede ser, que van a paso

lento, hablando de lo que fuese, riendo,

enojándose.

Y veo en las juventudes, el amor que no llega, el

amor semilla, que son crueles, que se engañan

hasta con el hijo del plomero que está en el

noveno C, se camina y no se charla, se «lujurea» y

nada más.

Y estos abuelos se dicen tanto, sin decirse nada,

tan solo agarrándose de la mano al caminar,

después de una vida juntos, después del amor

joven, llegando a esto que te digo «El amor que

llega a viejo», espero que entiendas Melina lo que

te trato de decir”. Melina apretó de su grabador el botón de Stop.

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Carta a quien eras

Miró una foto en su billetera, como miraba todo lo que había perdido. Recordó su voz “no te hagas el nostálgico, mirá para adelante”, y cómo huyó, tan fielmente… a su huida. Juan se fue a un bar a escribir una carta. "La belleza hecha «nena» y no mujer, porque «ojalas» nunca pierdas las sonrisas esas que están en mis…, ahora sí, mis fotos (las regaladas cuando nos amamos), los pelos sin necesidad de «peineta», e igual revitalizan una belleza que estaba por venir, una especie de prólogo a la mujer hermosísima que un día contaría lo que eres. De aquí mi cariño la quiere tanto, y envidia no tener esa sonrisa todos los días para que el sol salga dos veces en mis días. Mi amor es dirigido a vos, ese amor con objeto, gracias a ti. No podés ser toda así: una especie de truco de magia mal hecho, un «te odio» con sabor a «te amo», una sonrisa difícil de olvidar, un reloj que atrasa, y el tiempo pasa volando como un recuerdo de una muequita bebé, eso eres y más (que las palabras son ineficaces para describir), ¿Qué siento por ti? Que pese a todo…". Hizo un bollito y pensó: "Nunca lo entendería", ya hablaban distintas lenguas.

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Tratado número 28

Hay una libertad, una democracia que no se ampara en las leyes comunes a todo el mundo, pues se las crea desde adentro, en el vamos. Son un número de códigos, de reacciones que solo dos pueden entender. Dos enamorados. Que a la vista de un tercero, se dirá: “mirá estos dos boludos”. Estas creaciones los libra del alfabeto común.

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Salvé nuestro amor de los emparches, del tedio y la rutina,

quise salvarlo para que sea impoluto siempre H2O

que quede en el buen recuerdo y que nada lo dañe.

Me costó la vida, una vida salvarlo de mí, de vos,

salvarlo de terceros y de las fotos que intentan la eternidad.

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Quisiera ser...

La maestra se acercó y me preguntó: “¿Qué querés ser cuando seas grande?”.

“Aún hoy, que tengo cincuenta y tres pirulos, no

supe y no sé qué contestar”. Cuando uno era niño, las profesiones por las que uno quería optar al crecer tenían sabor a héroe: bombero, policía, Batman, etc. Uno quería ser o hacer algo por el otro, salvar vidas, cambiar el mundo, que recién a esa edad tenía una forma. Al crecer y al ver que estos tipos ganaban limosnas, o la nada misma a cambio de sus justicieras hazañas, preferí convertirme en un contador. Después me di cuenta de que la vida de contador era aburrida como ella sola, pero comía y vacacionaba, y en este mundo de burgueses, garpaba. Pero ese convencimiento se me fue aplacando, no había doncella a salvar y los obstáculos de la vida, eran instalarle el cable a mi cuñado, o cortar el pasto los domingos. Las urgencias rondaban en ir a comprar un rayador de queso, o salir de apurado los domingos a comprar el pan para las pastas. Qué triste dirás, sí, muy triste. No había nervios que me aplaquen, todo era cuestión de causa y efecto, nada se hace sin planes, sin seguridades y planificaciones de posibles errores. Te cuento, el otro día quise bajar el metegol del altillo para que jugaran el Oscarcito con sus amiguitos, y ya saltó la otra con: “No, que junta

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mugre, no rompas, vení ayudame a doblar

toallas”. Osqui me miró con esa cara que él pone. Me hizo sentir una bosta. O la cagaba a palos, o la desobedecía, opté por seguir doblando toallas. Nadie puede con la Gorda Marta: si quiere, ella sola te conquista el Asia. Ayer, junté valor, te cuento, pase por el local donde alquilan disfraces, me quedó bárbaro, mañana le prometí a Oscarcito que iba a volver a jugar con su metegol, él se rio. “Mañana verá esa turra”. Se puso el traje, yo no creo que tenga que ver con algo de la clandestinidad de los héroes, sino con una fuerza que proveen los símbolos, las cosas materiales. Iba ajustado el traje de Batman, pero iba. Salió decidido a su causa noble, ver sonreír a Oscarcito.

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Trabajos para Juan

Juan para no dar uso a la metáfora “me comen los piojos”, empezó a incursionar en el hábito de buscar trabajo. A veces, lo peor es que encontraba. Un amigo de su niñez, que sin saber por qué se convirtió en teniente, un día tenía que salir con la teniente Pereyra (una morena que rajaba la tierra), le pidió que lo cubriera por una noche, que de todos modos en la jefatura estaban todos al tanto, que solo era para hacer trabajitos administrativos. No le daría el arma aunque insistiese y que el uniforme se lo tenía que poner sí o sí, ya que un hombre con ropas gastadas no podía llamarse o

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simular un policía. Hubo trato fundado en la amistad de la niñez, aquello que es para siempre, sin saber por qué. La noche era fría y nada pasaba, se escuchaba la radio con su tiru-tiru y Natalia-Natalia. Estaba Juan tomando mate con la oficial Emilse o Emilsen, cuando viene un joven puchereando con su padre, al chico le habían “sustraído” su auto. A trabajar se ha dicho. El niño lloraba, no era tan niño tendría unos 21 años, pero se entiende, por los nervios y el susto, snifeaba de lo lindo, y la Emilsen le decía: “Estas cosas pasan, no seas maricón”. Lo hizo pasar a la oficina donde le tomarían la denuncia. Juan se puso tras la Olivetti, y el dictado comenzó. Juan nunca fue bueno en la gramática, lo de él era otra cosa, era la poesía, no entender este mundo con las señales de tránsito que lo poblaban, lo de él era ir a contramano. Quería que la poesía tome los hogares, las calles, las vidas, las verdulerías, las bicicletas, las escribanías, los auditórium, las panaderías, los valles… —Juan, Juan, escribí, ¿dónde estás nene?, dale

que te dicto —interrumpió la Teniente el pensamiento del poeta. —Dale Juan,¿te dicto?

—Dale amor —con guiño incluido—, digo, dele Teniente Emilse. “…a los 30 días del mes de junio del dos mil

siete, siendo las 22:25 horas, comparece antes

los actuantes una persona que manifiesta deseos

de formular una denuncia… anotá, dale, Juan”.

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La máquina empezó a manifestarse pero con una particularidad: escribía más rápido de lo que iba el dictado.

“…en circunstancias que se disponía a ascender

a su rodado”.

Juan tipeó: “en momentos donde el azar cuenta su suerte, y no da con ese

verse en el espejo, el individuo,

hoy sin patria, se jugaba algo más

que su clásico «mustang»

descapotable al ascender a una

tierra en donde los bienes

materiales cuentan”.

Emilsen:

“…interceptado por dos sujetos del sexo

masculino de unos 23 a 25 años, ambos delgados, pelo corto, tez trigueña, los cuales mediante

intimidación con arma de fuego, uno de ellos con

revolver oscuro y el otro con una pistola nueve

milímetros, le obligan a entregarle su campera y $

30 pesos”.

Juan:

“…interrumpidos por dos almas,

que sin rumbo deambulaban por la

existencia, cuyos sexos resaltaban

en la madurez de su rostros, en

apenas las primaveras de sus

vidas.

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Pares que a dietas apócrifas

resaltaban una corporeidad de

dudosa paciencia a las harinas,

ambas de piel trigueña. Mismas

almas iniciales del relato en

cuyas extensiones de sus manos

brotaban metales de una

preciosidad que no merecía ser

valorada, y la almita más

chiquitina (“¿Cómo carajo sabía la pistola

que tenía el chorro con el jabón que expresa?”, pensó Juan) le demandó por medio de acciones verbales su abrigo,

ausente de podérselo comprar en el

mercado, y le pidió por favor con

los ojazos del mangazo si no le

bancaba 30 pesulis para el finde y

el auto para salir con unas

chicuelas, que tal vez y con la

esperanza de su misma vereda…

podrían sanarles las vidas y así

buscarse trabajos más honrados.

Este accedió encantado pues sabía

que la salvación viene en forma de

mujer”.

—¿Anotó todo oficial Juan? —anexando un guiñado de ojo, entendiéndose que eran compañeros habituales. —Sí jefa, digo, oficial Emilsen…

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DE CUANDO LOS CUANDONES

Cuando sea el tiempo de correr riesgos, Cuando la imaginación sea el juego hasta el cansancio, Cuando el espejo se robe hasta los sentimientos, Cuando las bicicletas vuelvan a ser los sueños de los purretes, Cuando el amor esté a punto caramelo, Cuando las tácticas de Don Juan sean solo hacia una mujer, Cuando las desmesuras sean cosas de grandes, Cuando los viejos recuerden el reír, Cuando viajar sea como una vuelta en calesita (con sortija y todo), Cuando el vuelo de una paloma nos embobe como un truco de magia, Cuando el día de los enamorados sea todos los días, Cuando nos emocione un tango silbado en la boca de un anciano, Cuando la ración del paraíso en esta tierra sea estar contigo, Cuando esperes un principio y obtengas un limón, Cuando las dichas sean la foto blanco y negro perdida en el cajón, Cuando estos cuerpos aprendan a molestar menos, Cuando el alma se vea como las peladas, Cuando ayudar a un alguien sea como cocinarles a los hijos todos los días, Cuando un amigo se enamore y se dé al olvido y

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sea tan comprensible, Cuando los reproches de pareja sean “pará de amarme tanto Jorge”, Cuando se omitan las preguntas, y las respuestas vengan solas, Cuando tomar un helado con abuelo sea la tarde más feliz de nuestras vidas, Cuando un viaje en tren sea dar la vuelta al mundo, Cuando un te quiero sepa a te odio y un te odio a te quiero, Cuando se vuelva siempre, pero nunca igual, Cuando las palabras empiecen a sobrar y la boca escuche a los oídos, Cuando los zapatos aprendan a dar sus primeros pasos, Cuando las estrellas nos chisten desde arribita, Cuando la luna sea de madera y un michifús la vea como siempre, Cuando la ternura se junte con la vergüenza y sean semillas de mañanas, Cuando las auroras sean los programas más vistos, Cuando decir “amigo” emocione como escuchar a tu hijo decir su primera palabra, Cuando no sepa de ti, y por lo que has dejado estés aquí, Cuando hasta un par de medias traigan el recuerdo de su usuario bonachón, Cuando me sirva tu esperanza como espada ante mi guerra, Cuando el amor se lleve hasta en las trampas, Cuando el cabaret sea como un pelotero para ellas, Cuando el niño tenga cincuenta y cuatro y siga siendo niño,

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Cuando me calle y entiendas mi silencio, Cuando el amor dure toda la vida, Cuando el tiempo no condicione ni al reloj, Cuando nos alegre el día mirar al cielo desde la ventana, Cuando la canción vieja emocione como la primera vez escuchada, Cuando se pida perdón con la mirada, Cuando mirar la lluvia sea el mejor poema del universo, Cuando la flor más bella del jardín sea mamá, Cuando extrañarte sea lo único que haga, Cuando la espera de un algo sea mejor que la ausencia de toda espera, Cuando te mire y no necesite nada, Cuando todo tenga que ver con todo y lo entiendas, Cuando en la escondida me encuentres vos, Cuando perderse sea la manera de encontrarse, Cuando el arte emocione hasta las piedras, Cuando las tardes contigo duren siempre, Cuando te vea después del tiempo y todavía te ame, Cuando te mienta y sepas que te miento, Cuando la duda no nos deje dormir, Cuando soñar contigo sea vivir a tu lado, Cuando la aventura más grande sea ir a una plaza, Cuando en el arenero aún haya tesoros, Cuando el patito feo sea el más bello, Cuando las guerras sean a tortazos y los soldados sean payasos, Cuando el músico gratifique hasta soplando una botella, Cuando el periodista asista a su verdad,

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Cuando el kiosquero escriba versos, Cuando el poeta largue los papelitos y se vaya volando con ella, Cuando todo sea olvido y todo lo recuerde, Cuando los arquitectos hagan casitas bonitas, hogarcitos, Cuando no domine ella la relación, Cuando no domine él la relación, Cuando no haya dominados y sean ella y él a secas, dulcemente ellos, Cuando te aburras y lo largues todo, Cuando pierda millonadas en el casino, pero me retire rico por solo mirarte, Cuando los Quijotes sean muchos, Cuando las Dulcineas anden en chancletas y ceben mates, pero tan "princesivamente", Cuando no te animes a mirarme a los ojos, y te mueras por hacerlo, Cuando los días sean ofrecidos a una sola mujer, Cuando los sentimientos sientan como las primeras veces, Cuando “cerrado por reformas” digan nuestros corazones, Cuando sea mejor así, Y De cuando en cuando los cuandones puedan salvarte la vida.

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Gracias por olvidar

“¿Sabés cuándo me enamoré de vos? Cuando me

dijiste que no”.

(Alguien de por ahí) La dedicación y la perseverancia hacen que los galanes aún resistan a las billeteras. La distancia ajusta miradas al pasado y hace que la memoria intente edificar aún mejor el recuerdo. El cerrar las puertas y las ventanas para que el frío no moleste al recuerdo y eso de que el primer amor funca a promesas. Todo eso fue recordando. Había que tener pocas cosas por que pelear, pero eso sí, defenderlas a muerte. Una mujer, una nación, un cuadro de fútbol, un destino o lo que se te ocurra. Ya entrará la razón y sus preferencias, y dirá que tal o cual tienen prioridad por X valor. O la antigüedad determinará la defensa, pero eso es cosas de otarios, cada uno en su defensa y con sus fuerzas dirá lo que la ley de la jungla seguirá profesando. Llevar los recuerdos de paseo, de vacaciones, al trabajo, formados por imágenes, frases, citas, y cosas que con el tiempo se van borrando. Es que el universo tiende al olvido. El hombre realiza todo lo que tiene a su alcance para que esto no suceda. Los cassettes, las fotografías, las filmaciones, los libros no son más que intentos para inmortalizar

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rostros, ideas, sonidos. Objetos que ayudan a documentar el pasado. Era en esa edad cuando la lujuria va tomando una forma, cuando el deseo ya tantea el cuerpo que demanda y no se conforma ya con suplencias, sino solo con lo que quiere, con el materialismo. —Está muy iluminado el asunto —dice ella, mientras Juan se le abalanzaba, bajo el farol de la plaza. Inmediatamente se agachó, tomó una piedra y la estalló contra el vidrio de la farola. —Dios creó la noche y yo la creé para vos,

mamita.

Y se vio enamorado de ella, en esa primavera, haciendo lo que la cláusula de cursada prohibía, su código penal abolía todo amor. Ya que la seducción venía primero, para ellos el prestigio se lo llevaba sus labores y no la perduración en el amor. Con el tiempo Juan y la susodicha fueron formando sus alfabetos propios, porque eso era el amor, abandonar la lengua perteneciente al género y crear uno propio, con ayuda de hurtos a canciones, películas y citas de libritos. Juan se vio cayendo en esa introducción, pasando por el nudo e ignorando el desenlace. Pues cuando se habla del amor que se tiene, que se tenía, que nos teníamos, ya no se tiene nada. Jactarse de ser un hombre amado, provoca las cargadas de los muchachos. No así que el amado pase a ser amante, y fuera este quien hable de su amor dirigido a la amada.

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“No existe otra como ella, nada tenemos en

común, pero es ella. Ignora el troskismo, la fusión

electromagnética, no sabe qué es el Guernica y en

su vida leyó Rayuela… ni lo va a leer, ella quiere

salvar el mundo, ayudar a los pobres, pero mira

telenovelas todo el tiempo…”.

Ella se fue, excusándose que no tenía tiempo para ser. Y no está mal justificar un abandono de este modo, ¡¡la pucha!!... quién pudiera. Pero el receptor no lo entiende. Sin saber que esto que dijo es una gauchada a su corazón, ya que si le decía la verdad, que lo había cambiado por un abogado con departamento propio y un Mercedes Benz, el poeta hoy sería cura, o estaría vaya a saber dónde. Ese adiós no pudo hablar, quedó inmóvil, se lo trata de estudiar como un fósil, realizarle una autopsia de lo que fue y el porqué dejó de ser. Y nada se resuelve, mientras se mire el futuro con la nuca. Nadie nos salva del olvido de los demás. Tampoco hay derecho de ser una imagen en el otro que no deje avanzar, pues nadie es imprescindible y mal hace quien lo quiere lograr, pues en su ausencia, se lo deja a la intemperie al mal acostumbrante. Así que Juan dejó ese recuerdo ahí donde estaba, luego de una praxis necesaria sin resultados a su favor. Y así siguió. Como quien necesita del olvido. Como quien necesita empezar de nuevo en otro sitio. Como quien se hace el sota con los cumpleaños de sus cuñados. Por más que hagamos lo que hagamos, nadie ni nada es imprescindible. Esas promesas que hacían

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andar al amor fueron superadas por otras con mayores intereses pagos. Todo lo que se dijo, todo lo que se hizo, todo lentamente irá desapareciendo, para dar lugar al instante ese, donde se cree que se crea. Cuando se declare y salga por Crónica TV y todos lo crean pues lo verán con sus ojos, ya que los ojos se llevaron todo el prestigio que estaba diseminado por los cinco sentidos. Todos sabrán que Dios ha muerto. Y entenderán que creando sus propias vidas, tendrán su paraíso de antemano.

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Juan abrió el diario y leyó el siguiente título: “Murió el amor”, y de volanta: “Consigo se llevó acaso el secreto más grande”. Debajo de la noticia: “Dos malvivientes aún no identificados, a las 21 horas del día de ayer, robaron la pizzería del Sr. Cupido, ubicada en la localidad de Remedios de Escalada. Hasta ahora, según fuentes oficiales, no aparecieron faltantes en cuanto a lo económico. No se descarta que sea un ajuste de cuentas, solo faltaba el diario donde hacía sus anotaciones diarias que, según una vecina del lugar, no eran de cierres de caja, sino sobre El Amor. Los vecinos dieron aviso a la policía luego de escuchar los disparos. Los dos delincuentes se dieron a la fuga”. Fue hasta la pizzería “Las Musas”. Al llegar, todo estaba rodeado por fajas policiales, observó todo

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revuelto y un vigilante custodiando la escena del delito. Le pidió al policía con cara de pocos amigos explicaciones sobre el hecho. Él le ofreció susurros casi sin mover los labios, hacía una mímica forzada para esclarecerle los acontecimientos y el robo. Aclaró que el robo fue de un cuadernito donde llevaba sus escritos a pronto publicar (guiñó un ojo el «policeman»), porque veía que el cariño entre las personas estaba devaluado, según le habían comentado. Juan, mientras escuchaba, pensaba en edificar un santuario con velas y ángeles de cerámica blanca, los cuales tendría que pedir fiado en el todo x dos pesos de mitad de cuadra. Hasta que reconoció entre la gente a la dulce Melina que se tapaba el llanto sin mayores éxitos. Juan se acercó, evitando gesto de galanura, porque se entiende que tal postal contrarrestaría los sí femeninos. Ella le devolvió la mirada de un perrito al que nunca sacan a pasear, tanto que hasta la roca más roca se hubiera emocionado. —No entiendo… y encima se llevaron su diario.

—Sí, no hay rastros.

—Dicen que lo quería publicar cuanto antes,

porque ya no había tanto amor… y el tema del

amor, necesitaba un oxígeno según su editor, pero

para él era otra cosa lo que significaban esas

meditaciones.

—Era buen tipo este Cupido… che.

En eso se acercó el policía, chistándolos y obteniendo la atención de ambos, con su cuello decía que disimulen y vengan, que les tenía que

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contar algo relevante (bah, si es que podía decirles todo eso con una movida de cuello…). —A mí no me dejan participar nunca de las

investigaciones. Me tienen harto, dele que te dele

cuidar, ser sereno nomás, que se caguen ello, a

mí me coparía ser como Sherlock Holmes, pero

bueno. Escuchen: tengo un secreto de sumario que

mi oído tucumano apreció con total definición….

Perá que viene el comisario… buenas tardes

Comisario... andá a la puta que te parió… bueno,

en qué estaba, ¡ah! Al libro, del tirón entre

Cupido y los malhechores, le arrancaron la

última y definitiva hoja… ¿y saben quién la tiene?

—¿Quién?

—¿Cómo quién?

—Sí, ¿quién?…

—Yo, yo, yo. Así que vayan juntando platita que se

los doy.

—¿¡¡Nos las vendés!!?

—No… se las doy, saquemos la parte económica

del amor, ¿sí?

—…

—Ah, y cuando tengan la tarasca me llaman, pero

no me llamen de un público o un locutorio que me

come vivo el crédito… ¿capisce?

Melina y Juan se miraron, mirando los números en el papel, escritos con birome apresurada. Acordaron una cita y cada uno llevaría sus ahorros, y en el caso de melina, su cochinillo. Le pediría a su padre y a una compañera del medio, como ella dijo. Juan pensó de dónde sacar plata. Sería en el bar de la esquina “La Esperanza” a las 11:00 hs.

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Con el cochinillo abrazado, Melina se acercó hasta la puerta donde esperaba Juan. Entraron, tardaron minutos para ver si se sentaban en una mesa de la pared o en una cerca de la ventana como quería Melina, pero él se vio abandonando los hábitos de casanova y dimitió a la lucha por la locación. Mientras contaban la plata, el poeta arregló la cita para ese mismo día a las tres de la tarde en la plaza de Escalada. El mozo, con cara de “que se vayan rápido”, les retiró el diario que no habían tocado pero estaba al costado de sus escuetos dineros; al retirarlo, Melina leyó: “Sobre el caso Cupido, se encontraron las anotaciones del ángel del amor, pero le faltaban varias hojas. Hasta el momento no hay detenidos”. Melina y el pibe que escribía versos se miraron, como se venían mirando desde ayer. Eran las 15 horas y se asomó el policía que bajó de un Renault 4 color decrépito. Se sacó de la campera un folio en cuyo interior estaba la hoja arrancada del diario íntimo. Juan se apresuró a preguntar: “¿Es la última?”. La respuesta: “Yo no la leí”, se entiende pues el interés policíaco radica en otros radios. Pero agregó: “Primero la guitarra y después

comprueban”. El pichón de Gelman le entregó el dinero cayendo de su mano algunas monedas. Melina rio, y el policía con cara de “estos dos son unos ratas, quién me manda a mí a hacer negocio con polizones de un barco”, respondió: “Buenas tardes”, y se fue en su Reno 4. Fueron hasta el banco de cemento de la plaza y sacaron del folio la hoja que decía:

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“Tratado número 45. El amor es tal por ausencia”.

Este libro se terminó de imprimir el lunes 2 de junio del 2011