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Poema paranoico-crítico de Salvador Dalí
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La metamorfosis de narciso
Poema Paranoico*
Primer pescador de Port-Lligat: - ¿Qué hace ese muchacho mirándose todo el día en su espejo?
Segundo pescador:- ¿Quieres que te lo diga? (bajando la voz): tiene una cebolla en la cabeza.
En catalán “cebolla en la cabeza” corresponde exactamente a la noción psicoanalítica de “complejo”.
¡Cuando se tiene una cebolla en la cabeza, puede florecer de un momento a otro, Narciso![1]
Bajo el desgarrón de la nube negra que se aleja
la balanza invisible de la primavera
oscila
en el cielo nuevo de abril.
En la montaña más alta,
el dios de la nieve,
con su cabeza deslumbrante inclinada sobre el espacio
vertiginoso de los reflejos
se funde de deseo
en las cataratas verticales del deshielo
aniquilándose ruidosamente entre los gritos
excremenciales de los minerales
o
entre los silencios de los musgos
hacia el espejo lejano del lago
en el cual,
una vez desaparecidos los velos del invierno,
acaba de descubrir
el relámpago fulgurante
de su imagen exacta.
Parece que con la pérdida de su divinidad, la alta llanura
entera
se vacía,
desciende y se derrumba
entre la soledad y el incurable silencio de los óxidos de
hierro
mientras su peso muerto
levanta entero,
hormigueante y apoteósico,
el llano de la llanura
donde brotan ya hacia el cielo
los surtidores artesianos de la hierba
y que ascienden,
erguidas,
tiernas
y duras,
las innumerables lanzas florales
de los ensordecedores ejércitos de la germinación de los
narcisos.
El grupo heterosexual, en las famosas posturas de la expectación preliminar, pesa ya conscientemente el cataclismo libidinoso, inminente, eclosión carnívora de sus latentes atavismos morfológicos.
En el grupo heterosexual,
en esta dulce fecha[2] del año
(pero no amada ni dulce con exceso)
está
el hindú
áspero, aceitado, azucarado,
como un dátil de agosto,
el catalán de espalda seria,
y bien plantada
en una cuesta-pendiente,
una Pentecostilla de carne en el cerebro,
el germano rubio y carnicero,
las brumas morenas
de las matemáticas
en los hoyuelos
de sus rodillas nubosas,
está la inglesa,
la rusa,
la sueca,
la americana
y la alta andaluza tenebrosa;
de glándulas robustas y olivácea de angustia.
Lejos del grupo heterosexual, las sombras de la tarde avanzada se alargan en el paisaje y el frío invade la desnudez del adolescente que se ha entretenido al borde del agua.
Cuando la anatomía clara y divina de Narciso
se inclina
sobre el oscuro espejo del lago,
cuando su torso blanco doblado hacia delante
se inmoviliza, helado,
en la curva plateada e hipnótica de su deseo,
cuando pasa el tiempo
en el reloj de flores de la arena de su propia carne,
Narciso se aniquila en el vértigo cósmico
en lo más profundo del cual
canta
la sirena fría y dionisíaca de su propia imagen.
El cuerpo de Narciso se vacía y se pierde
en el abismo de su reflejo,
como el reloj de arena al que no se le dará la vuelta.
Narciso, pierdes tu cuerpo,
arrebatado y confundido por el reflejo milenario de tu
desaparición,
tu cuerpo herido de muerte
desciende hacia el precipicio de los topacios, a los restos
amarillos del amor,
tu cuerpo blanco, engullido,
sigue la pendiente del torrente ferozmente mineral
de las negras pedrerías de perfumes acres,
tu cuerpo…
hasta las embocaduras mates de la noche
en cuyo borde
centellea ya
toda la platería roja
de las albas de venas rotas en los “desembarcaderos de la
sangre”.[3]
Narciso,
¿comprendes?
La simetría, hipnosis divina de la geometría del
espíritu, colma ya tu cabeza con ese sueño
incurable, vegetal, atávico y lento
que reseca el cerero
en la sustancia apergaminada
del núcleo de tu cercana metamorfosis.
La simiente de tu cabeza acaba de caer al agua.
El hombre regresa al vegetal
y los dioses
por el pesado sueño de la fatiga
por la hipnosis transparente de sus pasiones.
Narciso, estás tan inmóvil
que parece que duermas.
Si se tratara de Hércules, rugoso y moreno,
dirían: duerme como un tronco
en la postura
de un roble hercúleo.
Pero tú, Narciso,
formado por tímidas eclosiones perfumadas de
adolescencia transparente,
duermes como una flor acuática.
Se acerca el gran misterio,
va a producirse la gran metamorfosis.
Narciso, en su inmovilidad, absorto en su reflejo
con la lentitud digestiva de las plantas carnívoras,
se hace invisible.
Solo queda de él
el óvalo alucinante de blancura de su cabeza,
su cabeza de nuevo más tierna,
su cabeza crisálida de segundas intenciones biológicas
su cabeza sostenida en la punta de los dedos del agua,
en la punta de los dedos,
de la mano insensata,
de la mano terrible,
de la mano coprofágica,
de la mano mortal
de su propio reflejo.
Cuando esa cabeza se raje,
cuando esa cabeza se agriete,
cuando esa cabeza estalle,
será la flor
el nuevo Narciso,
Gala -
mi narciso.
Texto escrito por Salvador Dali............
* Éditions Surréalistes, París, 1936.
[1] Cebes al cap, expresión catalana que en su sentido figurado significa manía excesiva, idea fija.
[2] Fecha considerada como materia.
[3] Federico García Lorca