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LA MISA - Portal de la Biblioteca del Congreso Nacional de ... Beltrá Villegan M.s,SS .CC . Las observacione debe dirigirssn al Secretariade de CPLlo , Casilla 723Santiago. . —

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L A M I S A Asamblea del pueblo de Dios

Título de la edición original italiana: "LA SANTA MESSA — ASSEMBLEA DEL POPOLO DI DIO"

Tradueción de Beltrán Villegas M., SS. CC.

Nihil obstat: Ignacio Ortúzar R.

Censor ecco.

Se puede imprimir por la Soc. de San Pablo Sac. Domingo Spoletini

Puede imprimirse y publicarse Pío Alberto Fariña, Vic. Gen.

Santiago, 9 de agosto de 1957

ES PROPIEDAD DE "EDICIONES PAULINAS" Derechos reservados para la lengua española Inscripción N.9 19525. — Santiago de Chile

1957

Imprimiéronse de esta obra cien ejemplares en papel especial, como ho-menaje de "Ediciones Paulinas" al sa-cerdote D. Santiago Alberione, funda-dor y Superior General de la Sociedad de San Pablo, en sus bodas de plata sacerdotales: 1907 -1957.

C O L E C C I O N P A S T O R A L L I T U R G I C A

1. DIEZ SALMOS Y EL MAGNIFICAT, texto del Centro de Pastoral Litúrgica, música del P. J. Gelineau.

2. LA MISA, ASAMBLEA DEL PUEBLO DE DIOS, por el Card. Giacomo Lercaro.

3. ORDINARIO DE LA MISA, traducción y notas de los PP. Benedectinos de Las Condes - Santiago.

OTROS TITULOS EN PREPARACION

Card. GIACOMO LERCARO

L A M I S A ASAMBLEA DEL PUEBLO DE DIOS

EDICIONES PAULINAS

PRESENTACION

En julio de 1956 se reunía un grupo de sacerdotes en Santiago para cambiar ideas acerca de la situación en que se encuentra la "pastoral" en nuestro país, es decir, todo ese conjunto de medios que emplea la Iglesia para hacer entrar a los hombres en la obra de la Salvación realizada por Dios.

Ahora bien, de todos estos medios, ciertamente los más importantes son los que emplea oficialmente la Iglesia como tales y que constituyen la Liturgia. Esta, que no es otra cosa sino la perpetuación de la Acción Sal-vadora de Dios, tiene como dos líneas de fuerza, dos orientaciones: 1.9 la Alabanza de Dios primariamente, y 2."? el "asegurar a los hombres la efusión de los bene-ficios divinos y aplicarles las gracias de la Pasión Re-dentora de Cristo". Lo primero se logra en forma es-pecial mediante el Oficio Divino que rezan los sacerdotes y religiosos; lo segundo, mediante los Sacramentos y bendiciones. Pero todo esto tiene un centro de donde sacan su fuerza, y que es propiamente la misma Acción Salvadora de Cristo hecha presente en medio de nos-otros: el Sacrificio de la Misa. Por medio de la Misa damos a Dios la alabanza que le corresponde —"Por Cristo, con Cristo y en Cristo te damos a Ti, oh Dios Padre Todopoderoso, todo honor y gloria, en unidad del Espíritu Santo"—, y nos aplicamos los frutos de la "bienaventurada Pasión" de Cristo. En este sentido se ha dicho muy bien que la Liturgia "es la vida de la Iglesia frente a Dios, de la Iglesia, comunidad de todos los que

pertenecen a Cristo por el bautismo y que, domingo a domingo, se reúnen para celebrar, bajo la dirección del ministerio sacerdotal, el memorial del Señor" (J. Jug-mann).

La Liturgia nos pone en contacto con la obra de la Salvación, y al mismo tiempo nos va gradualmente "en-señando", como un maestro a su discípulo, sea a través de "lecciones" orales (lecturas, homilías), sea a través de sus mismas ceremonias o actos, basados en el simbolis-mo del signo. Ella quiere conducir a sus fieles hacia un cristianismo consciente.

Por diversas circunstancias históricas, este segundo aspecto de la Liturgia se había ido perdiendo en los úl-timos siglos. Pero en estos últimos años se ha iniciado un vigoroso movimiento de renovación cristiana, que ha brotado tanto de los pastores como del pueblo fiel, y que ha tenido por características más importantes una vuelta a las fuentes de la fe de la Iglesia: la Sagrada Escritura, (la Tradición) y la Liturgia. Se puede decir que todo movimiento importante hoy en día en la Igle-sia tiene estas dos características: ser bíblico y litúrgico.

La pastoral tiene por finalidad propia, como decía-mos más arriba, llevar la salvación de Dios a los hom-bres y acercar a éstos a Dios; lo que realiza a través de una serie de medios que pongan a los hombres en con-tacto vivo con la divinidad: la Santa Misa, la adminis-tración de Sacramentos, los sacramentales, lectura de la Sagrada Escritura, predicación, catequesis, funciones sagradas, etc. La Pastoral "litúrgica" emplea los medios propios de la Liturgia; durante siglos, la celebración de la Liturgia constituyó la principal forma de la pastoral. Pero sucede que con el correr de los siglos, ha perdido, no ciertamente su carácter fundamental de "misterio de la salvación" (es decir, el "hacer presente" la obra re-dentora de Cristo y permitir que la Comunidad "entre en participación del hecho redentor conmemorado y ad-

quiera así su propia salvación" (1), pero sí, en cambio, su eficacia "pastoral": los fieles asisten sin comprender gran cosa de lo que sucede, privándose de este modo de una participación más activa y por tanto de un fruto más eficaz. Por esto el Papa San Pío X señalaba que "la fuente primera e indispensable para alcanzar el ver-dadero espíritu cristiano... es la participación activa en los sacrosantos Misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia" (2). Y esta participación no podrá efectuarse si no hay una comprensión mínima de los misterios realizados. (De aquí la importancia de las "para-liturgias" (3), que ayudan a comprender mejor los elementos de la liturgia).

El CENTRO DE PASTORAL LITURGICA de Chile, fundado en esa reunión a que aludíamos al comienzo, espera ser verdaderamente, contando con" la colabora-ción de un número cada vez mayor de sacerdotes y laicos, un instrumento de progreso y difusión en la re-novación pastoral entre nosotros.

Sus primeros. esfuerzos se han dirigido a la Misa, centro del Culto cristiano. Y así presentamos ahora este folleto, con una serie de "lecciones" del Cardenal Ler-caro a su pueblo de Bolonia, que se caracterizan por una gran sencillez de exposición al propio tiempo que pro-fundidad, y que aclaran las líneas fundamentales de la celebración de la Misa.

(1) Dom Odo Casel, O. S. B., El Misterio del Culto Cris-tiano.

(2) Tra le sollecitudlni, 22-XI-1903. (3) Se llama "para-liturgias" a aquellas funciones sagra-

das no contempladas en los libros litúrgicos de la Iglesia, que se realizan con un cierto número de fieles y aprovechando ciertos elementos litúrgicos: lecturas, cantos, salmodia, ho-milía, procesiones, etc. Así, por ejemplo, la celebración del Mes del Sagrado Corazón o de María (especialmente si tiene lugar una lectura pública y solemne de la Sagrada Escritura), las Vigilias de preparación a alguna solemnidad: Primera Co-munión, Confirmación, alguna festividad...

El texto original ha quedado rigurosamente intacto. Cuando nos pareció necesario aclarar ciertos conceptos, lo hemos hecho siempre en nota.

Completamos este folleto con dos apéndices sobre la Misa "comunitaria", que creemos serán de real utili-dad para aplicar en la práctica el deseo de hacer parti-cipar a los fieles en forma activa en la Misa. Las normas allí contenidas —fundamentalmente aplicadas hoy día en todas las diócesis de Francia y en muchas otras de diversos países—, fueron analizadas y discutidas en se-sión del CPL, y cuentan con la aprobación de la Autori-dad Eclesiástica, no tienen ningún valor preceptivo. Pe-dimos a los señores párrocos y sacerdotes que las leye-ren, nos hagan llegar sus observaciones —ojalá funda-mentadas—, tanto de aceptación como de posibles cambios, pues este trabajo servirá de base a un DIREC-TORIO PARA LA MISA que publicará a comienzos del próximo año el Episcopado Nacional, según acuerdo to-mado en las últimas Conferencias Episcopales.

Centro de Pastoral Litúrgica.

NOTA: Las notas a la obra del Cardenal Lercaro y lo» •dos Apéndices se deben al R. P. Beltrán Villegas M., SS. CC.

Las observaciones deben dirigirse al Secretariado del CPL, Casilla 723. Santiago.

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Con ocasión de la IV Semana Nacional de Li-turgia Pastoral celebrada en Bolonia (Italia), en septiembre de 1955, la Secretaría del IV Congreso Nacional de Liturgia Pastoral publicó estas leccio-nes sobre la Santa Misa, tal como las recogió de viva voz del Emmo. Cardenal Giacomo Lercaro, Ar-zobispo de Bolonia, durante un Congreso Eucarís-tico celebrado hacía poco en la zona.

Son páginas vivas, densas, persuasivas: precio-so instrumento de apostolado litúrgico para los sa-cerdotes, maravillosa fuente de meditación para los laicos.

Todos los aspectos de la Santa Misa —asamblea del Pueblo de Dios, escuela de los discípulos de Jesús, ecclesia de los santificados para el culto, reu-nión de la familia de Dios, etapa de la Iglesia iti-nerante—, están iluminados por una luz alta y se-rena, que descubre la trascendental belleza del Mis-terio Eucarístico.

LA REUNION

DE LA COMUNIDAD CRISTIANA

Antiguos documentos sobre la Misa

1.— ¿Qué es la Misa? Observémosla en los pri-meros documentos que la presentan tal como se realizaba: nos aparece en ellos como la reunión, o como se decía entonces usando una palabra grie-ga que fue durante mucho tiempo el nombre de la Misa, la Synaxis de la comunidad.

San Pablo (Act. XX) con sus discípulos desde Filipos llega a Tróade, y allí se detiene 7 días. En el primer día de la semana, o sea el Domingo, reúne a todos los hermanos, los fieles, en una vas-ta sala iluminada con muchas lámparas en el ter-cer piso de una casa; y allí les habla y "parte el pan", es decir, celebra la Misa. En efecto, la ex-presión "partir el pan" es en los primeros docu-mentos cristianos sinónimo de "Eucaristía", y "ha-blar y partir el pan" indica precisamente los dos tiempos de la Misa.

Hacia el año 150, San Justino mártir, en una Apología dirigida al Senado Romano, revela a los paganos cómo son los ritos de los cristianos. En el día del sol (el Domingo, indicado con el nombre

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en uso entre los paganos) todos los cristianos de la ciudad y del campo se reúnen en un mismo lu-gar. Se leen los Profetas y los Evangelios, que ex-plica el que preside; se reza, se trae al que pre-side pan, vino y agua, sobre los que él hace una gran oración de acción de gracias que contiene las palabras consagratorias de Jesús; luego se ha-ce la distribución a los fieles de estos alimentos, que son el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo, y los Diáconos lo llevan a los ausentes. Es la Misa, la reunión de la Comunidad Cristiana.

2.—Los fieles, seguidores de Jesucristo, cons-tituyen una gran sociedad que tiene por Jefe in-visible al mismo Señor Nuestro Jesucristo, que la ha fundado, le ha dado una organización y ha instituido una jerarquía, una autoridad visible. Esta sociedad es la Iglesia Católica de la cual he-mos felizmente entrado a formar parte el día del bautismo.

La Santa Misa es, pues, la reunión de esta so-ciedad, la Iglesia Católica, que siendo tan grande como el mundo (sobrepasa aún los confines de la tierra, porque también los santos del Paraíso y las almas que sufren en el purgatorio forman parte de ella) no puede reunirse todo de una vez sino que se reúne por grupos. Se reúnen los fieles per-tenecientes a la Iglesia en un determinado pueblo, y, en una ciudad donde los fieles son aún dema-siados, se reunirán por fracciones menores que lla-maremos Parroquias. Cada Misa es, por tanto, so-

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bre todo la del Domingo, la reunión de la comuni-dad de los fieles pertenecientes a la Iglesia Cató-lica en una determinada localidad, o de un grupo de los mismos fieles, espiritualmente unidos a toda la Iglesia.

¿Y qué se hace en esta reunión? Lo que toda sociedad hace en sus asambleas. Una sociedad ne-cesariamente debe tener reuniones, de otra mane-ra se extingue: reuniéndose la sociedad se expresa a sí misma y persigue los fines que motivaron su fundación. De modo que, si se trata de una socie-dad de beneficencia, como por ejemplo la Confe-rencia de San Vicente de Paul, en la reunión se tratará de las necesidades que se quiere socorrer, de los modos de enviar las ayudas, etc. En cambio, si se trata de una sociedad cultural, por ejemplo una sociedad filosófica, entonces el orden del día cambiará y se leerán relaciones sobre argumentos filosóficos, y se harán comunicaciones sobre con-gresos, sesiones, artículos o libros de esta materia.

Ahora bien, la Misa es la reunión de la Iglesia Católica, que, por lo tanto, persigue en ella los fines para los que fue instituida por Nuestro Se-ñor Jesucristo, aquellos que El mismo tuvo cuando vivió en la tierra, porque la Iglesia es la continua-ción de la obra de Nuestro Señor; o mejor, es El mismo que continúa la obra iniciada en los años de su vida mortal y la continúa en su Cuerpo Mis* tico, que es la Iglesia, cuerpo del que nosotros so-mos miembros.

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La Escuela de los discípulos de Jesús

3.— Jesús en su vida terrena fue ante todo Maestro. Así fue llamado y El mismo declaró ser el único Maestro, porque como bien dijo San Pedro, sólo El tiene palabras de vida eterna. El, en efecto, vino a "iluminar a todo hombre que viene a este mundo", manifestándoles al Padre y las verdades divinas que los conducen a encontrar a Dios en la vida eterna.

Esta labor de magisterio, que El ejerció perso-nalmente en su vida terrena, al subir al cielo, la confió a la Iglesia en la persona de los Apóstoles: "Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas". "Quien os escucha, a Mí me escucha".

Ya que la Misa es la reunión de la Iglesia, será ante todo una escuela, donde la Iglesia cum-ple su función de magisterio. La Misa es una "cla-se". ¿Cuáles son los instrumentos con que se im-parte la enseñanza? Dos: el libro de texto y las palabras del maestro. Ahora bien, la Iglesia tiene un libro de texto que es leído en la Santa Misa: es la Biblia. La Biblia es un libro divino porque su autor principal es Dios; El se sirvió de hombres para escribir este libro: Moisés, David, Salomón, Isaías, Jeremías, Mateo, Marcos, Pablo, J u a n . . . ; pero estos hombres escribieron bajo la inspiración del Espíritu Santo y lo que escribieron es formal-mente Palabra de Dios. La Biblia constituye el li-bro, de texto que la Iglesia nos lee en la Misa.

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Pero en la escuela no hay solamente un libro, también está la voz del maestro, que completa, ilustra y acerca a la inteligencia de los alumnos la enseñanza del libro. Así también en la Santa Misa tenemos la voz del Obispo o del sacerdote por él delegado, maestros autorizados por Jesús, quien les ha dado orden de predicar su palabra y ha con-ferido autoridad a su voz. A los Apóstoles suce-dieron los Obispos, que son en la Iglesia los maes-tros, y todos, unidos al Papa como los Apóstoles a Pedro, forman la Iglesia docente. Ellos (maestros titulares) encargan de esta labor a los párrocos y sacerdotes (maestros delegados o suplentes) que por este mandato llegan también a ser maestros competentes y autorizados.

En la Misa hay una Homilía, o, como se la llama corrientemente, la explicación del Evange-lio, es decir el comentario a las lecturas que se han hecho, que completa la enseñanza de la Bi-blia con la de la Palabra de Dios constituida en la Tradición de la Iglesia.

La Homilía explica esta divina palabra y la pone en contacto con los momentos de la vida. La Misa es por lo tanto una escuela, la escuela de los discípulos de Jesús.

La "Ecclesia" de los consagrados para el culto de Dios

4.— En la tierra Jesús no fue solamente Maes-tro: también fue, y antes que nada, Sacerdote;

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porque todo el universo en su inmensidad: desde el cielo, con la multitud interminable de estrellas, de soles, de "sistemas que lo pueblan, hasta nues-tra pequeña tierra, con la variedad de plantas, de animales y con toda la humanidad, hasta los mis-mos ángeles, todo el universo tiene un fin único y no puede tener sino este único fin: la glorifica-ción de Dios.

Esta glorificación de Dios está objetivamente en todas las cosas: de la misma manera que un cuadro es la alabanza del pintor, si es bello; y un libro, si es bello, es la alabanza de su autor, así todas las cosas, en su grandeza, orden y belleza, son la alabanza del poder, de la sabiduría, de la bondad de Dios. Una alabanza objetiva tiene, sin embargo, necesidad de un ojo que la vea, de una inteligencia que la comprenda, de una voluntad libre y amorosa que conscientemente la eleve a Dios; así como el cuadro tiene necesidad de un ojo competente y el libro requiere un lector inteli-gente, para que efectivamente dé gloria a su autor.

5.— El hombre fue creado para que, en este mundo, inteligente y libremente interpretase el cántico de alabanza que está esparcido en todo el universo y lo elevase a Dios; pero el pecado hizo al hombre enemigo de Dios y lo transformó así en un instrumento inapto, deteriorado, que no puede dar a Dios una alabanza agradable, tanto más que ya antes, por su ser de criatura infinitamente pe-queña frente a la majestad divina, no podía darle la alabanza merecida (condigna).

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Pero el Hijo de Dios se encarna, se hace uno de nosotros, entra en nuestra familia humana y con su cuerpo físico se introduce en este universo visible, asumiendo, o como dice San Pablo, reca-pitulando en sí toda la humanidad y todas las cosas.

Desde el primer instante de la Encarnación hasta el último suspiro de la Cruz, Cristo, Hom-bre-Dios, rindió a la majestad y divinidad de Dios una alabanza verdaderamente digna, una adora-ción perfecta, una acción de gracias adecuada a sus beneficios, una expiación proporcionada por las culpas de los hombres y una súplica irresisti-ble. Es la labor sacerdotal de Cristo, que El desa-rrolla en toda su vida terrestre y que culmina en el ofrecimiento del sacrificio de su vida en la Cruz. En efecto, el acto supremo, típico, del culto divino es el sacrificio, es decir, el ofrecimiento a Dios de algo que se sustrae a nuestro uso para reconocer su infinita majestad, su supremo dominio y nues-tra total sujeción. El sacrificio de la Cruz es un sacrificio digno de la majestad de Dios porque la Víctima que se ofrece es una víctima de valor in-finito.

6.— Habiendo ascendido Jesús al cielo, ¿cesa-rá de levantarse desde la tierra hasta la majestad de Dios una alabanza digna, una acción de gracias agradable, una reparación proporcionada a la gra-vedad de nuestras culpas, una plegaria que soli-cite la gracia divina? No; continuará, porque Je-

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sús sigue viviendo en la Iglesia y, por los labios y por el corazón de sus fieles, por el ministerio de sus sacerdotes, continúa dando en su Iglesia el culto debido a Dios.

Ya es claro, pues, que la Iglesia cuando se reúne, lo hace sobre todo para dar este culto a la majestad de Dios. En efecto, la Misa es la "Eccle-sia", es decir la reunión de los elegidos para dar a Dios un culto legítimo y digno. ¿Quiénes son estos elegidos? ¡Nosotros!: todos los fieles que han sido santificados en el bautismo., esto es, escogidos para ser instrumentos de la alabanza de Dios, y consa-grados para esta labor que culmina en la ofrenda del sacrificio; y ya que el sacrificio exige un sa-cerdocio, en el bautismo estos fieles han recibido una iniciación al sacerdocio de Cristo.

Porque Jesús, único y eterno sacerdote, comu-nica su sacerdocio y hace instrumentos suyos a aquellos que en la ordenación sacerdotal o en la consagración episcopal han sido investidos de sus oficios sacerdotales; pero también da una partici-pación de su sacerdocio a todos los bautizados, por la cual todos ellos quedan habilitados para tomar parte en el sacrificio digno y ofrecerlo a Dios.

En la Misa hay por tanto la oración, la ala-banza de Dios, y hay sobre todo el sacrificio. ¿Y qué ofreceremos a Dios para que sea un sacrificio digno de El? Evidentemente el hombre no tiene nada proporcionado a la majestad de Dios y Dios nos pide que ofrezcamos por nuestra parte alguna cosa de entre las muchas que El mismo nos ha

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dado, "de tuis donis ac datis"; un poco de pan, un poco de vino, un poco de agua. En estas cosas tan significativas, simbolizamos también nuestra voluntad que se somete a la suya, -nuestro corazón que se ofrece a El; éste es el Ofertorio. Ofrecidas estas pequeñas cosas, que constituyen nuestra par-ticipación en el sacrificio, Dios, en su infinita bon-dad, las sublima, las transubstancia, cambiándolas en el Cuerpo y en la Sangre de su divino Hijo. Je-sús, hecho así presente en el altar, bajo las apa-riencias de aquel pan y vino, renueva a la majes-tad de Dios la ofrenda de su vida, que presenta-mos al Padre junto con la ofrenda de nuestra vida.

Esta es la Misa: "Ecclesia" de los santificados, de los consagrados para el culto legítimo de Dios.

La reunión de la "Familia de Dios"

7.— ¿Se agotan así los aspectos de la Iglesia? No: la Iglesia es también la familia de Dios, "cune-ta familia tua". ¡Cuántas veces la Liturgia llama con este nombre al conjunto de fieles! En realidad el Hijo de Dios, que vino a la tierra y se hizo hom-bre, no sólo es Maestro y Sacerdote, sino que es nuestro Redentor y Santificador. Nos sustrajo al pecado y nos ha revestido con su gracia, que es una participación de su Vida, y que nos convierte en hijos adoptivos de Dios. Hijos de Dios, somos hermanos de Jesús, que siendo el Unigénito del Pa-dre, llegó así a ser el Primogénito de esta familia de hermanos.

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La Misa es la reunión de la familia de Dios en torno a su Padre; el Domingo (que quiere de-cir el día del Señor, y por tanto su fiesta), en la casa que es suya y nuestra —nuestra Iglesia—, nos reunimos los hijos de Dios: reunión de familia.

¿En qué consiste una reunión de familia? ¿Cómo se la imagina el sentir constante y univer-sal de los hombres? Una reunión de familia no puede pensarse sino en torno a una mesa servida; si no se está juntos en la mesa no parece que se haya pasado juntos ese día. Si vuestros hijos cuan-do vienen a veros para Navidad, para Pascua, no se sientan a la mesa con vosotros, decís que no han pasado la Navidad, la Pascua, con vosotros. Es ne-cesario sentarse alrededor de una misma mesa para que la familia se encuentre reunida: en esa mesa el padre de familia parte el pan y lo distribuye entre los hijos. El pan es su fatiga, su sudor y por tanto, por una extensión del término si se quie-re, un poco de su sangre, con lo que él nutre y fortifica a sus hijos y al mismo tiempo los conso-lida en la unidad.

¿Se verificará en la Misa este típico aspecto de la reunión de familia? ¡Por cierto! Hay una mesa: la mesa de la comunión, a la que los hijos son invitados todas las veces que acuden a esta reunión (Conc. Trid. Sess. XXII, cap. 6); y sobre ella Dios Padre, invocado precisamente con este nombre, parte el pan, que es, no metafórica, sino verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, ofrecido como alimento a

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nuestras almas bajo las apariencias del pan. Y este alimento de toda la familia, este pan partido ("Pan partido" se llamó en los primeros tiempos la Eucaristía) dividido entre todos los hijos de Dios, los reúne no sólo con el Señor sino también entre ellos. Mucho mejor que con el pan de la casa se realiza con éste la palabra de San Pablo: "somos urt. cuerpo todos los que comemos de un mismo pan". La Misa es esta reunión de la familia de Dios en torno a una mesa para comer su pan, alimentarse para la vida eterna, consolidando así entre todos los hijos el vínculo de la fraternidad.

La etapa de la Iglesia itinerante

8.— Queda aún un aspecto de la Iglesia que se refleja en la Misa. La Iglesia es una sociedad que vive en la tierra, en el mundo; pero cuyos des-tinos están más allá del mundo; una parte de la Iglesia vive ya fuera de los confines de esta tierra. La Iglesia vive en la tierra, pero para conducir a los hombres al cielo; es, por consiguiente, como una caravana encaminada hacia la eternidad. Los an-tiguos documentos cristianos, hablando de la co-munidad de fieles de cada ciudad, usan esta ex-presión: "La Iglesia de Dios que peregrina en Es-mirna", por ejemplo, o "en Efeso", como para in-dicar una caravana que hace un alto. "No tenemos aquí una morada estable", escribe San Pablo, "sino que estamos en marcha hacia una patria futura",

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La Iglesia trae al mundo y nutre en los hombres esta esperanza y expectación de lo eterno.

¿Se refleja en la Misa de algún modo este aspecto tan hermoso de la Iglesia? ¡Sí! En cuanto es una reunión, la Misa tiene y exige un movi-miento; hay en la Misa, como veremos, una pro-cesión inicial, que podrá estar reducida a las pro-porciones mínimas, pero que permanece; hay so-bre-todo una procesión al Ofertorio y a la Comu-nión, que tal vez no aparecerá al ojo distraído, pero que existe. Así se expresa este aspecto de la Igle-sia que pasa por la tierra en marcha hacia el cielo: el movimiento de la procesión en la Misa es la ex-presión sensible de este sentido "escatológico" de la Iglesia (1).

(1) "Eschaton", en griego, significa "último", "definitivo". "Escatológico", pues, es lo referente a la fase última y defi-nitiva del Designio de Dios. (N. del T.).

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LA LINEA LITURGICA DE LA SANTA MISA

La introducción de la Asamblea Santa

1.— Hemos visto bajo qué aspectos la Misa es la reunión del pueblo cristiano. Veamos ahora có-mo en la línea litúrgica se encarna este concepto en sus diversos aspectos.

La reunión tiene un preámbulo. Ante todo, la llegada del sacerdote, que preside la reunión, con sus ministros, más o menos numerosos, según la Misa sea pontifical, solemne, simplemente can-tada, o leída. La entrada se desarrolla, en la me-dida de lo posible, mediante un cortejo que atra-viesa la nave, acompañado de un canto que en la tradición se llama precisamente "Introito". El In-troito en el Misal está representado por una antí-fona, un versículo de un Salmo, seguido de la acos-tumbrada conclusión de todo salmo que es el "Glo-ria Patri", y nuevamente la antífona: es la estruc-tura de un canto antifonal, en el que la "schola" o el solista canta los versos de un salmo, mientras la masa de los fieles repite a cada verso, como es-tribillo, la antífona enunciada al principio por la schola.

Mientras se realiza este canto, el celebrante con sus ministros llega al altar, lo saluda con una reverencia o con una genuflexión y se detiene des-

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pués al pie, para una oración que tiene carácter personal o privado, y que en la antigüedad era dejada a su iniciativa, como sucede aún hoy en aquel tipo de liturgia arcaica que es la "Acción Litúrgica" del Viernes Santo.

La Schola y el pueblo continúan su canto; el celebrante sube por fin al altar y lo besa y, si la Misa es Solemne o Pontifical, lo inciensa: son los honores rendidos al altar, centro de la asamblea, sobre el cual se realizará después el acto más so-lemne de la asamblea misma: el sacrificio.

Actualmente, hecho esto, el celebrante lee el Introito, aunque haya sido cantado por la Schola. Con esto se termina la fase introductoria de la reunión.

El primer contacto: "Dominus vobiscum"

2.—Siguen cantos y oraciones. Primeramente tenemos una oración que se originó en la liturgia griega y de allí pasó a la latina; tenía este desa-rrollo: se indicaban sucesivamente varias inten-ciones de oración: la Iglesia, el Papa, el Obispo, la paz, los pecadores, los que sufren, etc., y a cada invocación del diácono el pueblo respondía "Ky-rie, eleison" (Señor, apiádate). Ya en la época de San Gregorio Magno en las Misas menos solemnes había quedado sólo la invocación del pueblo "Ky-rie, eleison", que hoy se dice alternadamente entre la Schola y el pueblo, si la Misa es cantada, y en-

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tre el celebrante y el pueblo, si la Misa es leída. Una invocación, por lo tanto, a la misericordia de Dios, a la que sigue en las fiestas una doxología (1) trinitaria, el "Gloria in excelsis Deo", reservado antiguamente a circunstancias determinadas y a los solos Obispos, e introducido después en el Misal para todas las Misas que tienen carácter festivo. Es hermoso este canto de alabanza a Dios uno y trino, al comienzo de la reunión, ya que señala y realiza el fin supremo: la glorificación de Dios.

En este momento el celebrante, presidente de la asamblea, toma contacto con los presentes y les dirige un saludo: "Dominus vobiscum" (Con vos-otros el Señor), un saludo bíblico, común en el Antiguo Testamento, y que actualmente ha pasado a la Liturgia como saludo oficial. Los Obispos usan en este momento, cuando se ha dicho el Gloria, el saludo que el Evangelio pone en la boca de Jesús después de la resurrección en el primer encuentro con los Apóstoles: "Pax vobis": "Con vosotros la paz".

Saludada la asamblea, el celebrante da comien-zo a la reunión con una invitación: "¡Oremus!", "¡Recemos!" Si es tiempo de penitencia, sigue la or-den del diácono: "Flectamus genua", "Pongámonos de rodillas", y después de breve pausa en silenciosa oración, la orden: "¡Levate!", "¡Levantaos!". La oración silenciosa de los fieles es "recogida" luego

(1) "Doxa", en griego, significa "gloria". Una "doxología" es, pues, una fórmula litúrgica destinada a dar gloria a Dios. La doxología más común es el "Gloria Patri". (N. del T.).

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por el sacerdote en una fórmula que toma, tal vez por esto mismo, el nombre de "colecta" (1). Todo el pueblo concluye, sella la fórmula del sacerdote con su adhesión respondiendo "Amén". "Amén" —escribía San Justino en 150— es una palabra hebrea que significa "Así sea" (2).

La Misa didáctica: Epístola - Evangelio - Homilía

3.— Empieza "ahora el primer aspecto que he-mos señalado en la Santa Misa: la escuela de los discípulos de Jesús. Todos se sientan y el subdiá-cono en la Misa solemne, un lector en la Misa can-tada, y en todos los casos el Celebrante, lee la pri-mera lectura de la Sagrada Escritura. Esta lectura es sacada normalmente de las cartas de los Após-toles y por eso se llama Epístola; pero puede leerse cualquier trozo del Antiguo Testamento o del Nue-vo Testamento, excepto los Salmos para el Antiguo y los Evangelios para el Nuevo Testamento.

En la antigüedad (y aun ahora algunas veces) las lecturas eran normalmente tres: una sacada del Antiguo Testamento (Profeta), otra del Epistolario Apostólico, y la tercera del Evangelio.

(1) Del latín "colligere", recoger, reunir. Es la oración con la que el celebrante "recoge" los rezos del pueblo para presentarlos a Dios. (N. del T.).

(2) No siempre. A veces (con bastante' frecuencia) se tra-duciría mejor por "así es". Véase 1.» Cor. XIV, 16; Cor. I, 20; Ap. III, 14. (N. del T.).

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Actualmente lo normal es que se lean dos, se-paradas por un canto, o mejor dicho, por dos can-tos, que con su diferente tonalidad muestran cla-ramente que una de las lecturas se ha omitido. El primer canto intercalado se llama Gradual, tal vez porque el maestro del coro lo ejecutaba como so-lista desde las gradas del ambón (1), donde el sub-diácono o lector había leído la primera lectura. Por tanto es un canto del solista o a lo más de la "Schola"; en realidad no es un canto de toda la asamblea y no tiene carácter popular en su com-posición musical, porque su finalidad es dar un poco de reposo que quite la monotonía de escuchar las lecturas, e iniciar una meditación sobre la pa-labra de Dios que se ha leído. El segundo canto se llama "Alleluya", porque répite como estribillo esta alegre palabra "Alabad a Dios", con el sentido de aclamación que tiene hoy, por ejemplo, nues-tro "¡Viva!". Cuando el Alleluya no está permitido, la Schola interpreta el Tracto, un salmo que se canta seguido, sin interrupción de antífonas, siem-pre con el mismo fin de separar las lecturas y dar lugar a una meditación.

Actualmente la segunda lectura está tomada del Evangelio. En la Misa solemne, el Evangelio es traído solemnemente entre cirios y es incensado, y su lectura está reservada al diácono, quien, des-pués de saludar al pueblo, anuncia el Evangelio y luego lo lee. Al Evangelio sigue inmediatamente la

(1) "Ambones": pequeños púlpitos destinados a las lec-turas bíblicas de la Misa. (N. del T.).

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"Homilía", es decir, la palabra viva del maestro, obispo o sacerdote, que completa, explica, y acerca a la vida de los fieles la palabra de Dios que se ha leído. "Homilía", esto es, "conversación". Su tono tranquilo, discursivo, está ya dicho con el nombre tradicional. El argumento está también indicado desde los tiempos antiguos: comentario de la lec-tura, y "parénesis", es decir, exhortación —como dice San Justino— a imitar las cosas bellas que se han leído.

La escuela tiene así todos sus elementos y se concluye con el "Credo", recitado o cantado por toda la asamblea, en la fórmula que se completó en Nicea y Constantinopla, los grandes Concilios que sellaron la enseñanza apostólica sobre la Trinidad y la Encarnación. El acto de fe en la di-vina palabra, presentada por el libro y por la voz del maestro, pone fin a la escuela de los discípulos del Señor.

Ofrecimiento del hombre y ofrecimiento de Dios

4.— Llega ahora el momento de la "Ecclesia", de que actúe como tal la asamblea de los elegidos, santificados y consagrados en el Bautismo para ser instrumentos idóneos del culto legítimo de Dios y del ofrecimiento de un sacrificio digno de su infi-nita majestad.

El presidente saluda a la asamblea; este sa-

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ludo es una segunda toma de contacto con la reu-nión misma, y está justificado en su origen por el hecho que los catecúmenos, o también los peni-tentes suspendidos de sus derechos de fieles, eran despedidos después de la homilía.

Saludada así la asamblea de los fieles, son lle-vados al altar los dones: es el Ofertorio. La comu-nidad, absolutamente incapaz de encontrar en el mundo alguna cosa digna de Dios, le ofrece lo que puede. Un poco de pan, un poco de vino.. . otras ofrendas, representan el pequeño, modesto e ina-decuado aporte del hombre, para que se realice luego la ofrenda digna de Dios; y al mismo tiem-po significan el ofrecimiento que el hombre hace de sí mismo. Es la contribución material al sacri-ficio y es el rito que significa la ofrenda de nos-otros mismos.

Pan, vino, agua y otras cosas son llevadas al altar; el desarrollo de la procesión que los lleva será más o menos amplio, y podrá incluso reducir-se al modestísimo movimiento del monaguillo que toma las vinajeras de la credencia y las lleva al altar. En todo caso, hay un movimiento que ca-racteriza el Ofertorio, y que, desde la época de San Agustín, y tal vez por obra suya, va acompa-ñada por un canto; la "Antífona para el oferto-rio", que el sacerdote lee actualmente, es un resto de aquel canto antifonal. El sacerdote presenta a Dios la ofrenda del pan y del vino con oraciones que tienen carácter privado, mientras la asamblea canta; luego se lava las manos, después de haber

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recibido las ofrendas, con rito que es funcional y al mismo tiempo simbólico, para indicar aquella mayor pureza interior que es necesaria para entrar en lo íntimo del misterio.

La gran oración sacerdotal: LA ANAFORA

5.— El hombre ha ofrecido lo que puede; cosas pequeñas, minúsculas, tomadas de los mismos do-nes de Dios: "de tuis donis ac datis". Ahora Dios, en su bondad, sublima y transubstancia la ofrenda del hombre; otórgale que pueda ofrecer una vícti-ma, no sólo santa e inocente, sino de infinito valor, digna de la grandeza divina y proporcionada a su infinita majestad. Esta víctima es Jesucristo mis-mo, que bajo las apariencias de pan y vino, se hace verdadera, real y substancialmente presente en el altar en toda su realidad humana y divina, para renovar, en estado de víctima, la ofrenda que de sí mismo hizo en la Cruz.

Esta maravillosa conversión, y el ofrecimiento de la víctima infinitamente grande, ocurren en el curso de una oración que se llama "Anáfora" (1), precedida de una oración que el celebrante dirige a los ministros que tiene a su alrededor: "Orate, fratres", y de una oración que dice en voz baja, la "Secreta".

Se inicia luego la Anáfora con un diálogo pro-el) "Anaferein", en griego, significa "llevar hacia arriba".

"Anáfora", pues, es la acción de "levantar una ofrenda" (N. del T.).

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tocolar que se encuentra en todas las liturgias, y que tiene su raíz en los más antiguos documentos cristianos: "¡Elevad los corazones!" "¡Demos gra-cias al Señor Dios nuestro!" Este es el tema ini-cial de esta oración, el agradecer. Jesús mismo lo ordenó así cuando habiendo dado gracias dijo a sus discípulos que debían hacer lo mismo cada vez que partieran el pan. El Epinicio o Trisagio (el Sanc-tus) que concluye el Prefacio, puede a veces pare-cer una interrupción en el desarrollo de la Aná-fora; pero en realidad no lo es, ni siquiera cuando es cantado por el pueblo y la Schola, porque ha de notarse que no todo lo que hace o dice el cele-brante, lo hace o dice también la asamblea. Hay momentos en que la liturgia le permite al cele-brante expresarse personalmente, como hemos vis-to en las oraciones al pie del altar y en el ofertorio, que hace privadamente mientras el pueblo canta. Y aquí él, en su papel de consagrante, sigue en su acción, en silenciosa oración, mientras el pueblo lo acompaña con el canto del Trisagio.

En efecto, inmediatamente despijés del prefa-cio, el celebrante comienza aquella parte de la Anáfora llamada "Canon" (1), en la cual sucede la consagración, es decir, la transubstanciación del pan y del vino y el ofrecimiento del sacrificio de Cristo a la eterna majestad de Dios. Es ésta, pues, una oración eminentemente sacerdotal, que desde hace siglos se dice en voz baja, porque la majestad

(1) "Canon", en griego, significa "Regla". Litúrgicamente se llama Canon a la parte invariable de la Anáfora. (N. del T.).

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del silencio refleja mejor su santidad augusta. El Canon se divide en varios momentos: la

presentación del pan y del vino en nombre de toda la Iglesia; la invocación de la Virgen, de los Após-toles, de los Mártires y de todos los Santos; la "epíclesis" (1) preconsagratoria; Ja consagración, que se realiza mediante las mismas palabras de Jesús en la Ultima Cena, repetidas por el sacer-dote en nombre de Cristo. A la consagración del pan, como a la del vino, sigue inmediatamente la elevación, para mostrar a los fieles y presentar para su adoración las especies consagradas; a con-tinuación viene el recuerdo, o "anámnesis", orde-nado por Jesús, de su muerte y resurrección, y el ofrecimiento de la divina víctima, que es Cristo, en unión con su Cuerpo Místico que junto con El se ofrece; luego, otra invocación a los Santos, y se cierra la Anáfora con una breve pero solemne doxología trinitaria: "Por El (Cristo), con El y en El, se te da a Ti, Dios Padre, en unión del Espíritu Santo, todo honor y gloria". El sacerdote alza en-tonces la voz (ecfónesis) para concluir la gran ora-ción, a la que, ya desde tiempos de San Justino, todo el pueblo responde: Amén.

Al trazar tan brevemente la línea del Canon hemos omitido el recuerdo de los vivos y el de los difuntos, el uno antes y el otro después de la con-sagración. Los hemos omitido, aunque en el Canon

(1) "Epíclesis" significa "invocación". En la lengua litúr-gica tiene un sentido técnico: invocación para pedir la tran-substanciación de los dones ofrecidos. (N. del T.).

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figuren, respectivamente, después de la presenta-ción de los dones y después de su ofrecimiento, porque representan la introducción en el Canon de la lectura de los nombres de los vivos y difuntos a quienes se deseaba beneficiar especialmente con el ofrecimiento del sacrificio. Esta lectura se hacía durante el Ofertorio, por tratarse precisamente, y casi siempre, de aquellos que ofrecían, "qui tibi offerunt", o por los que se ofrecía, "pro quibus tibi offerimus", el sacrificio mismo. Actualmente es-tos recuerdos han pasado al Canon.

Se completa así la "Ecclesia" de los santifica-dos. Después de llevar o enviar al Altar sus peque-ñas ofrendas, y después de asistir, acompañando con el corazón la acción sacerdotal, a su sublima-ción por Dios en la consagración, pudieron ellos, con el sacerdote, ofrecer a la majestad de Dios el sacrificio de sí mismos en unión con el de Jesu-cristo, por estar investidos de una verdadera, si bien sólo inicial, participación en el sacerdocio de Cristo, que les permite ser "oferentes" junto con el, sacerdote, con la Iglesia entera y con el mismo Cristo.

"Cuneta familia tua": La Comunión

6.— Y ahora veamos cómo se realiza la reu-nión de la familia de Dios, "cuncta familia tua" como ya la ha llamado el Canon. Se inicia con la invocación al Padre: es el Pater (el Padre Nues-tro), plegaria sacerdotal en el rito latino, que el

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sacerdote dice a nombre de toda la asamblea;- ésta la sella con la última petición: "líbranos del mal", comentada por el sacerdote con un breve "embo-lismo" (1). Oración de hijos: saludo, expresión de votos, petición.

Al Pater sigue la fracción del pan, un rito que el mismo Jesús hizo y ordenó, y que en la época cristiana más antigua tuvo un profundo realce por su significado; ahora está reducido a la sola frac-ción de la hostia. La fracción de la hostia va acom-pañada del voto: "La paz del Señor sea siempre con vosotros", y de la invocación: "Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, danos la paz". En la Misa Pontifical y en la Solemne se ha con-servado algo que fue en la antigüedad de uso co-mún, el abrazo de paz, que ahora está reservado a los ministros y al clero, mientras que en otro tiem-po los fieles también se lo daban mutuamente.

La fracción del Pan y el abrazo de paz son, con la invocación al Padre, apropiados para despertar en las almas los sentimientos y disposiciones que preparen eficazmente a la participación en el sa-crificio, en la mesa de los hijos de Dios, que es la Comunión. La invocación del Padre ha hecho sen-tir la dignidad de los hijos, ha dicho al que está en pecado que no podrá acercarse a la mesa mien-tras sea enemigo, y ha animado a comulgar, ya que es propio de los hijos comer el pan del padre.

(1) "Embolismo" significa "desarrollo". Es el nombre téc-nico del "Libera nos", la oración que viene después del Pater, y que amplía la última petición. (N. del T.).

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La fracción y el abrazo han, sin embargo, afirmado claramente que no se puede estar en comunión con Cristo si no se está en comunión con los hermanos; no se puede tener comunión con la Cabeza si no se tiene comunión con los miembros. Jesús dijo: "Si al presentar las ofrendas al altar te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda ante el altar y vé primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve a presentar tu ofrenda" (Mt. V, 23-24).

Este sentido de la fraternidad, este lazo de so-lidaridad sobrenatural que la Comunión debe con-firmar, es una disposición que el rito preparatorio cultiva en los espíritus. Sigue la comunión, que el sacerdote hace preceder de dos oraciones de carác-ter privado y los fieles de la confesión pública de las culpas (Confíteor), sobre las que el sacerdote invoca después la misericordia de Dios. La proce-sión entraña un movimiento de los fieles que van a la mesa, y este movimiento era ya, desde los tiempos más antiguos del cristianismo, acompaña-do de un canto.

Concluida la comunión, el sacerdote arregla el altar y luego invita, después de una fórmula de saludo, a la oración de agradecimiento; por últi-mo saluda y despide a la asamblea: "Dominus vo-biscum", "Ite, missa est" (1).

(1) Esta última fórmula debería traducirse, no como se hace a menudo: "Idos, la Asamblea queda disuelta", sino: "Idos, la Asamblea queda en estado de misión". Terminado el culto cristiano, empieza la Misión cristiana, el Apostolado y el Testimonio. (N. del T.).

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La Misa termina aquí. En seguida la bendi-ción que los obispos daban al salir de la asamblea, fue impartida en este momento por los obispos, y luego por los sacerdotes; además, aquel trozo del Evangelio que tanta devoción despertó en el Medio Evo, el comienzo del Evangelio de San Juan, re-citado entonces mientras se iba del altar a la sa-cristía, fue luego también recitado en el altar, como se hace hasta hoy (menos en ciertos casos, en que el obispo lo reza al retirarse).

El sentido escatológico de la Misa

7.— ¿Hay, finalmente, en la Misa aquel sen-tido de movimiento que significa el peregrinar de la Iglesia hacia la eternidad, la espera de la pleni-tud del reino de Dios, en una palabra, el sentido escatológico de la Iglesia? Sí. Hemos visto una procesión inicial acompañada de canto, otra en el ofertorio, otra en la comunión, también con can-tos, y una procesión final. Estas procesiones pue-den estar muy simplificadas en sus proporciones, pero existen; ahora,, si se desarrollan adecuada-mente, y si van acompañadas efectivamente por el eanto de la asamblea, tanto mejor. El movimiento y el canto indican que la Iglesia es una sociedad en marcha, una caravana en viaje, que hace un alto por un momento: su ruta no está en la tierra, sino en el cielo, no en lo que pasa, sino en la eter-nidad. El movimiento va acompañado de canto por-

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que es una peregrinación lo que la Iglesia realiza en la tierra, pero una peregrinación alegre; es un viaje, pero un viaje iluminado de esperanza, un viaje que se hace cantando porque se espera y ya se presiente el gozo de la meta, el gozo de allá arriba.

Así se encarnan en la línea de la Misa los con-ceptos que habíamos enunciado. La línea litúrgica de la Misa ha revivido, de una manera simple, pero grandiosa y sublime, aquel misterioso diseño que había aparecido tan hermoso al examinar la Misa a través de los documentos que por los siglos la han dado a conocer.

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LA PARTICIPACION ACTIVA DEL PUEBLO EN LA SANTA MISA

Cantar es rezar tres veces

La Santa Misa no se escucha. Se va a oír una conferencia, se va a oír un concierto, pero no basta oír la Santa Misa.

Tampoco se asiste a la Santa Misa. Se asiste a un espectáculo, a una película, pero no basta asistir a la Santa Misa. "Escuchar y asistir" dicen en realidad presencia pasiva, y no participación personal y activa.

La Santa Misa es la "asamblea del pueblo de Dios", "la escuela de los discípulos de Jesús", "la reunión de los consagrados para el culto de Dios", "la reunión de la familia de Dios", "un alto de la caravana encaminada hacia el cielo". Todas estas cosas, para usar una feliz expresión introducida por San Pío X, requieren una "participación ac-tiva".

Veamos su esencia, sus tiempos, sus formas. En todas las cosas que nosotros hacemos hay

un trabajo del espíritu y un gesto exterior que acompaña y expresa aquél trabajo interior. Así también aportamos a la Misa la expresión plena de nuestra humanidad, alma y cuerpo: si nuestra participación fuese solamente interior, no habría

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una comunidad que se reúne; si fuera solamente exterior, se reduciría a una serie mecánica de ges-tos sin espíritu, y no sería digna ni del hombre ni de Dios.

Los fieles deben, por lo tanto, acercarse a la Misa, que es la asamblea del pueblo del Señor, com-penetrados de su dignidad de católicos, es decir, de miembros de un Pueblo santo, rescatado con la Sangre de Cristo y elevado hasta ser "familia de Dios": sentirán la alegría de acercarse al Padre en su casa, y al mismo tiempo de unirse los herma-nos bajo la mirada del Padre común; reavivarán la aspiración de glorificar al Señor con todo su ser, de suerte que la voz, la palabra, la posición del cuerpo, el mismo traje de fiesta, expresen la glo-rificación de Dios.

Es obvio que los fieles estarán deseosos de to-mar parte en la asamblea desde el comienzo, y du-rante su desarrollo unirán su voz a la de sus her-manos en la recitación y el canto.

En nuestras regiones los hombres parecen sen-tirse dispensados de cantar, fenómeno que es es-pecialmente evidente en las llamadas misas tar-días. Sin embargo, un antiguo proverbio litúrgico dice: "Cantar es rezar tres veces". Y San Agustín afirmaba lisa y llanamente: "Cantare amantis est", "el canto es signo de amor". Por eso escribe Pío XI: "No respondan los fieles con un ligero e imperceptible murmullo.. ." Y Pío XII insiste: "Sean sus voces como el fragor de las olas del mar". La fusión de las voces es, en efecto, índice

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y coeficiente de la fusión de los espíritu: cantando juntos se produce la unidad. La unidad de la asam-blea se expresa también con la posición común: todos de pie, todos de rodillas, todos sentados. ¡To-mar una posición común significa vencer el indi-vidualismo e injertarse en la familia de los hijos de Dios! Si nos encontráramos en la mesa en fa-milia y uno permaneciese en pie, todos nos apre-suraríamos a ofrecerle una silla, a rogarle que se sentara: mientras permanece en esa posición pa-

. rece un extraño, que quiere mantenerse fuera de la alegría común.

La oración del Cristo total

Y henos aquí al comienzo de la Misa. Una procesión se dirige hacia el altar: delante los mo-naguillos con las manos juntas, luego los canto-res, los lectores y por fin el sacerdote. La asam-blea se mantiene de pie y responde con el estribillo (o antífona) a la Schola que entona el canto del Introito; y el canto prosigue mientras el sacerdote se detiene para rezar al pie del altar, y mientras, ya en el altar, lee el Introito.

Siguen otros cantos: el "Kyrie" y el "Gloria". En todas estas formas de alabanza a Dios parti-cipan los fieles, pensando que la oración litúrgica no es la oración de un pobre pecador que apenas se atreve a levantar la mirada hacia Dios, sino la oración de la Iglesia, la oración del "Cristo total",

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como dice Pío XII en "Mediator Dei" (1), es decir,, la oración de Cristo Cabeza junto con nosotros sus miembros. En toda acción litúrgica está Jesucris-to presente con su Iglesia. Cuando cantamos, Cris-to canta con nosotros; cuando invocamos, es Cristo quien invoca con nosotros; cuando decimos el Glo-ria, es Cristo quien con nosotros glorifica a la Tri-nidad Santísima: ¡oración irresistible; alabanza incomparablemente grande!

Sigue la Escuela de los discípulos de Jesús, en la que se escucha la palabra de Dios presentada autorizadamente por la Iglesia que es su única de-positaría y maestra infalible. La actitud del fiel que participa en la Misa es la de una atención re-verente y de una dócil y generosa disposición para seguir en la vida las indicaciones que vienen de la divina palabra. Así, por ejemplo, el Evangelio de la Dominica XII después de Pentecostés trae la pa-rábola del Buen Samaritano, y comienza con las palabras de Jesús: "Bienaventurados vuestros ojos, porque veis lo que muchos profetas desearon ver y no vieron, oír y no oyeron". Los fieles sentirán la bienaventuranza que significa el escuchar de los labios vivos de la Iglesia, la palabra auténtica y beatificante del Señor. Sigue la parábola que en-seña a tratar al prójimo con comprensión y lar-gueza y por encima de la división de razas, de len-guas y de costumbres, y a inclinarnos misericordio-

(1) "Mediator Dei" es el nombre con que se conoce la En-cíclica de S. S. Pío XII sobre la Liturgia, publicada en 1947. (N. del T.).

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sos sobre nuestros hermanos para curarles las he-ridas. Los fieles saldrán de esta escuela abiertos a la generosidad del amor fraterno.

El Credo cierra esta parte de la Misa; es nues-tra profesión de fe, entera, segura, leal, firme y valiente.

El pueblo santo de la Iglesia de Dios

La dignidad conferida en el Bautismo nos da derecho a participar en la asamblea de los santifi-cados para dar a Dios un culto perfecto. Debemos recordarlo: es el Bautismo el que nos hace inicial-mente partícipes del sacerdocio de Cristo, habili-tándonos para ofrecer a Dios en la asamblea de la Iglesia, la víctima santa, digna de su infinita gran-deza. De aquí nace la exigencia de una conducta ejemplar y superior, y de remediar con el dolor y con la confesión la discordancia que eventualmen-te crea el pecado en la asamblea, sobre la cual el Padre posa su mirada con tanta complacencia.

Con estos sentimientos los fieles presentan a Dios su ofrenda, una humilde ofrenda material que representa la participación interior en el sa-crificio. Es un privilegio que Dios nos concede, el aceptarnos algo, el tenernos casi como sus acree-dores: en la moneda, en el cirio, en las flores, en el pan y el vino que nosotros ofrecemos y que cons-tituyen inmediata o mediatamente la materia del sacrificio, está significado el ofrecimiento de nues-

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tra inteligencia que cree, de nuestra voluntad que quiere obrar conforme a la ley divina, del corazón que ama, de la vida entera que quiere ser un ob-sequio a la voluntad de Dios.

También al Ofertorio se desarrolla una proce-sión hacia el altar y todos cantamos. Cantamos para indicar que damos con alegría: "Dios ama al que da de buen grado" (2.9* Cor. IX, 7). Fue tal vez San Agustín quien introdujo el canto en este momento: en sus "Retractaciones" habla de un opúsculo, hoy perdido, escrito para defender el uso del canto en el Ofertorio.

Sigue la gran oración de la Anáfora, durante la cual el pan y el vino que hemos ofrecido se convierten en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y El renueva la oblación de su vida hecha sobre la Cruz. Aquí no hay más que hacer propios, humilde y fervorosamente, los sentimientos que la Anáfora misma sugiere: reconocida acción de gracias al Padre, profunda humildad ante la exaltación de la infinita grandeza divina, inmensa alegría de ser miembros de un pueblo santo que da a Dios un culto perfecto.

La gran oración continúa recordando a la Igle-sia, al Papa, al Obispo, a todos los fieles católicos, a aquellos especialmente por quienes se ofrece nuestro sacrificio. Este espíritu de universalidad nos sumerge en la Iglesia: no somos pequeños in-dividuos separados, sino partes vivas del Cuerpo Místico de Cristo; y nos unimos no sólo a la Igle-sia militante, sino también a la Iglesia del Paraíso;

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el sacerdote hace casi un llamado nominal: la Vir-gen María, Pedro, Pablo, Andrés, Santiago, Juan... los mártires y todos los santos. . .

Después de haber asistido en silencio y en ac-titud de adoración a la Consagración y a la Eleva-ción, como pueblo santo de Dios (plebs tua sancta), ofrecemos a la infinita majestad de Dios, en me-moria de la Pasión, Resurrección y Ascensión de Jesús, la Víctima pura, santa e inmaculada. Por este ofrecimiento la criatura consigue su objetivo: Dios es dignamente glorificado; el pecado es ex-piado; se da un agradecimiento adecuado a la ge-nerosidad divina. Son imploradas todas las gracias.

Después de recordar a los difuntos y a los pre-sentes, el sacerdote concluye" lá Anáfora con la glo-rificación de la Trinidad: "Por Cristo, con Cristo y en Cristo, se te da a Ti, Padre Omnipotente, en unión del Espíritu Santo, todo honor y gloria". A este himno de alabanza, que por medio de Cristo sube perfecto al cielo, los fieles se unen con el "Amén", ya recordado por San Justino.

Comunión con Cristo y con los hermanos

A continuación viene la reunión de la familia de Dios. Se realiza la fracción del Pan, rito impues-to por el mismo Cristo y tan destacado por la an-tigüedad cristiana, expresivo símbolo de la frater-nidad de les fieles. El único Pan repartido "entre todos quiere ligarnos a todos en la unidad: "So-

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mos todos un solo cuerpo, los que nos alimenta-mos de aquel único Pan dividido" (1.$ Cor. X, 17). Un solo cuerpo: hechos casi consanguíneos por esa única divina Sangre que circulará en todos nos-otros; hermanos bajo la mirada del único Padre que reparte entre nosotros su Pan. Y el fiel siente primero que nada que no puede acercarse a la mesa del Padre-, si el pecado grave lo ha vuelto enemigo de Dios; siente y piensa, además, que no puede existir una plena comunión con Cristo si no hay también comunión con los hermanos, com-partiendo con ellos corazón, mesa, casa y pan. "En efecto", dice la Didajé (1), "si compartimos el Pan divino, ¿cómo no dividiremos con el que tiene ham-bre el pan terreno?"

Justamente en la mesa de la Ultima Cena se dio el mandamiento supremo del amor fraterno, sellado con el ejemplo en el servicio humildísimo prestado por Jesús a los Apóstoles, al lavarles los pies. El canto expresará y fortalecerá este espí-ritu de fraternidad, y manifestará por añadidura la alegría que reina en la familia de Dios.

(1) "Didajé" (que quiere decir "enseñanza", "doctrina") es el nombre con que se designa habitualmente un escrito cristiano antiquísimo (del siglo I, o del siglo II a más tardar), de autor desconocido, y cuyo título completo es: "Enseñanza de los Doce Apóstoles". (N. del T.).

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"Deo gratias!"

Con un alegre "Deo gratias!" se concluye la Misa. Volvemos a nuestras casas, conscientes de haber participado en un alto de la caravana en-caminada hacia el cielo. Todo en la Misa nos ha recordado que nuestro destino no está aquí abajo: el pueblo de Dios es un pueblo en marcha hacia la casa del Padre, una marcha alegrada por los can-tos e iluminada por la esperanza.

Recibí hace algún tiempo una carta de un jo-ven, obrero, huérfano de padre y madre, un mu-chacho de ruda apariencia, pero de alma delicada. Escribía así: "En su casa aprendí a llorar y a re-zar. ¡Llorar y rezar son dos cosas que liberan el alma!" Un poeta estaría orgulloso de haber escrito una frase como ésta.

De la Misa, reunión de la familia de Dios en la casa de Dios, salimos también con el sentimien-to alegre y seguro de una liberación interior.

APENDICE I

PARA LA ACTUACION DEL PUEBLO EN LA MISA

I . - EN BUSCA DE PRINCIPIOS

1.—E! dramatismo litúrgico

Pertenece a la esencia del culto cristiano que el pue-blo fiel esté situado, no frente a la Liturgia, sino dentro de ella. En otras palabras, el pueblo fiel, en virtud de su vocación cristiana (concretamente: en virtud de su carácter bautismal, que lo hace ser "raza sagrada" y "sacerdocio real", como Cuerpo que es de Cristo Sacer-dote), no es espectador de la Liturgia, sino actor de ella.

Por otra parte, hay funciones de la Liturgia que, por derecho divino, requieren ministros especialmente consagrados e investidos de poderes intransferibles. En otros términos, la Liturgia requiere como actores califi-cados a ciertos ministros especiales.

De estas dos verdades resulta la esencia concreta de la Liturgia, que es el dramatismo de su estructura; es decir, que su desarrollo sólo puede verificarse mediante una distribución de roles. El acto litúrgico normal en-traña el desempeño de funciones complementarias asig-nadas a diversos actores jerarquizados.

2.—Un principio falso

Es, pues, directamente contrario a la esencia de la Liturgia, el principio de "hacer que el pueblo participe en la Misa diciendo las mismas oraciones que el sacer-dote".

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Este principio se origina en el desconocimiento de las funciones precisas que la Liturgia les reconoce a los fieles. Y en último término se origina en la idea de que la Misa normal es la Misa rezada: y como en ella los fieles nada tienen que hacer, estando toda la acción acaparada por el sacerdote, cuando se quiere remediar la total inacción de aquéllos, no se encuentra otra so-lución sino hacerlos compartir indiscriminadamente, ya que no la misma acción, al menos las fórmulas que utiliza el celebrante.

Pero la verdad es que la Misa normal es la Solemne, de la cual la rezada no es más que una reducción (como se puede reducir una Sinfonía para ser ejecutada por un solo instrumento).

Y en la Misa Solemne aparece con total claridad la diversidad de roles y de actores que implica la normal celebración de la Misa.

A ella, pues, hay que recurrir para encontrar los principios que orienten en la realización de una autén-tica participación litúrgica del pueblo en las Misas pas-toralmente públicas.

Eso sí, habrá que tener presente un hecho: en la actualidad una Misa Solemne disimula en parte la ver-dad enunciada, por cuanto las rúbricas prescriben que el sacerdote diga en voz baja los roles de los demás actores: lo cual hace que la intervención de éstos pierda mucho de su alcance e importancia, ya que ellos parecen estar "do-blando" ál sacerdote. La~ verdad es precisamente la con-traria, como lo muestra la Historia.

3.—Análisis de los roles de la Misa Solemne en su forma original.

Desde el punto de vista en que nos hemos situado, cabe distinguir en la Misa cinco tipos de elementos.

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a) Funciones propiamente sacerdotales, que son las siguientes:

Oración colecta — Homilía — Oración secreta (su-per oblata) — ACTIO EUCHARISTICA — Pater (con Prefacio y su Embolismo) — Fracción del Pan — Pax Domini — Postcomunión — Bendición.

b) Funciones de los Ministros, que son las siguientes: "Servitium Altaris" — Lecturas (Epístola; Evange-

lio) — Moniciones (Ite, Missa est).

c) Funciones de los fieles (incluyendo a la "Schola", que es una "élite" cantante de la Asamblea):

Introito (Procesión de entrada, y sobre todo, canto procesional) — Kyrie — Gloria — Gradual, Alleluya, etc. — Credo — Ofrenda (Procesión con los dones y canto procesional) — Reconciliación (Abrazo de paz y canto del Agnus Dei) — Comunión (Procesión y canto pro-cesional).

d) Participación de los fieles en los actos sacerdo-tales:

Aclamaciones: Et cum spiritu tuo — Amen — Glo-ria tibi, Domine — Habemus ad Dominum; Dignum et justum est — Sed libera nos a malo — Deo gratias (al Ite, Missa est).

Canto: el Sanctus, parte integrante de la ACTIO EUCHARISTICA.

Actitudes corporales adecuadas. Sugestión de intenciones para los Mementos.

e) Oraciones personales del Sacerdote o de sus mi-nistros:

Judica me — Confesión general — Aufer a nobis; Oramus te, Domine —"Munda cor; Jube, Domine, bene-dicere — Per evangélica; Laus tibi, Xte. — Todas las

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oraciones del Ofertorio galicano (desde "Suscipe, sánete Pater" hasta el "Orate, fratres" con el Suscípiat) — Haec commixtio — Dne. Jesu Xte. qui dixisti; Fili Dei; Per-ceptio Corporis; Panem caelestem; Corpus Domini; Quid retribuam; Sanguis Dni.; Quod ore; Corpus tuum — Placeat — In principio.

NOTAS.— l.* Nuestro Ofertorio. El rol primario del sacerdote en la procesión de ofrenda original era recibir los dones y "preparar el Altar" disponiendo en él los dones de los fieles y los de los ministros, como también los pro-pios suyos. Estos gestos recibieron en las Galias el acom-pañamiento de palabras de devoción privada, que tardía-mente llegan a ser obligatorias para el celebrante en la Liturgia romana. Estos datos históricos permiten valo-rizar este conjunto, y percibir que la única oración pro-piamente sacerdotal de todo el Ofertorio es la "Oratio super oblata" (Secreta) de los Sacramentarios romanos.

Una forma casi desaparecida de participar los fie-les en ciertas oraciones sacerdotales, está constituida por las "preces fidélium" (en voz alta o en silencio). Ella es supuesta por la invitación "Oremus". Por desgracia, en la Liturgia actual no queda espacio realmente suficiente para esa oración de los fieles entre la invitación y la fórmula sacerdotal, cuyo oficio es recoger (colligere: col-lecta) la suplicación de la asamblea. Y el poco tiempo que podría quedar (correspondiente a la posición "junc-tis manibus" que adopta el celebrante entre el Oremus y la fórmula misma) suele ser "comido" por los oficiantes.

4.—Acción e inacción

Si se logra que los fieles realmente actúen desempe-ñando sus funciones, y que las ejerzan con el debido re-lieve y con plena conciencia de su rol en la celebración total, ganará también, a sus ojos, el desempeño por el

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sacerdote de las funciones que la Liturgia le reserva. La atmósfera de silenciosa atención que resulta de la "inac-ción" de los fieles durante tales momentos, contribuye a crear y a arraigar la conciencia de que el- sacerdote es el presidente de la Asamblea santa, y de que su acción en ella es preponderante, insustituible, intransferible y es-pecialmente sagrada. La comprensión vital de esto es más importante que la captación intelectual de todos los detalles de lo que el sacerdote pronuncia.

I I . - SUGERENCIAS PRACTICAS

1.—Procesión de entrada

D e p i e

Quizás no sea fácil hacer que el pueblo entre pro-cesionalmente a la iglesia. Pero —y esto ha sido siempre lo esencial— puede lograrse con suma facilidad que la entrada del celebrante revista carácter de procesión (de ser posible, "per aulam ecclesiae"), acompañada por el canto del pueblo que de pie lo recibe. Ahora, ¿qué can-tar? Idealmente, el Salmo que toque ese día como Salmo de Introito. En su defecto, otro Salmo, que destaque, ya la idea de entrada hacia' el Señor (v. gr., Salmos 94, 99, 121), ya una idea en consonancia con el tiempo litúrgi-co (v. gr., en Adviento, Salmo 24); en último caso, un canto popular adecuado (v. gr., un canto a la -Virgen, en una fiesta mañana). Si es imposible cantar, es re-comendable que el "Conductor de los Fieles" (CF) recite el Salmo de Introito del día, repitiendo periódicamente

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Ja Antífona. El canto o recitación del Salmo debe ter-minar de todos modos antes del

2.—K y r i e Dialogado entre el Celebrante y el pueblo.

3—G l o r i a Si no puede rezarse por el pueblo en latín con de-

cencia e inteligencia, que se haga en castellano. Que de todos modos el pueblo sólo comience en "Y en la tie-rra . . ." , después que el sacerdote haya dicho en alta voz "Gloria... Deo". Que el sacerdote modere su voz y su velocidad, en tal forma que no haya cacofonía, y que no termine él antes que la asamblea.

4.*—Oración colecta Entre el "Oremus" y la fórmula, el CF exponga bre-

vemente el tema de la petición del día (v. gr., en la As-censión: "Pidamos hoy que nuestro corazón esté con Cristo en el Cielo"). El Sacerdote prolongue lo más po-sible la pausa entre el Oremus y la fórmula. Si el CP se demora más de la cuenta, empiece el sacerdote en voz baja la oración, y eleve la voz cuando CF haya ter-minado. La doxología (Per Dominum) debe de todos mo-dos ser solemne y penetrante. Todo esto vale para la Postcomunión.

5—E p i s t o l a S e n t a d o s

De ser posible, leída por un Lector distinto del CF. Muy significativa resulta su lectura por uno de los ayu-dantes de Misa.

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6.—G r a d u a I , e t c .

Leído por el CF.

7 —E v a n g e I i o

D e p i e

Si no va a ser leído por el mismo sacerdote, que lo lea un Lector (cf. supra). En tal caso, el Lector espere que el sacerdote salude al pueblo y anuncie "Sequen-t ia . . . " , y que en seguida comience la lectura desde "En aquel tiempo" (es decir, no repita "continuación del San-to Evangelio según.. .) .

8—C r e d o

Cf. supra N.<? 3.

9—0 f e r t o r i o

S e n t a d o s (Si no hay procesión)

Si hay procesión, que sea más bien con ofrendas que con la hostia para comulgar, y siempre acompañada de un canto. Si no hay procesión, conviene subrayar siem-pre el sentido de oblación sagrada que tiene la "colecta", como materialización de nuestra entrega a Dios y a nues-tros hermanos en la Iglesia, y como contribución al sa-crificio del Señor. Procurar que la colecta no se exceda de los límites del Ofertorio. Haya o no haya procesión, conviene un canto. Si éste destaca la idea de la obla-ción (lo que será particularmente recomendable cuando no hay procesión), que acentúe la oblación nuestra (e. d., de todo nuestro ser) más que el ofrecimiento del sacri-

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flcio de Cristo, ya que éste es el tema del Canon de la Misa. En otros términos, que de las diversas oraciones personales con las que el sacerdote acompaña sus ges-tos de ofrenda, se explote sobre todo la "In spiritu hu-militatis.. ."

10— Actio Eucharistica

D e p i e

a) Que el "Praefatio", después del diálogo inicial que empieza en "Dominus vobiscum", vibrantemente respon-dido, se destaque clara y sonoramente, entre el silencio del pueblo.

Su sentido debe ser expuesto en instrucciones espe-ciales, y puede ser brevemente recordado —de vez en cuando— durante las Secretas.

b) Sobre el "Sanctus", cf. supra N.<? 3.

D e r o d i l l a s

c) Que durante el Canon haya religioso silencio. Es-te sólo podrá ser quebrado en las siguientes formas:

1. En los Mementos, por la lectura de las intenciones. 2. Si es necesario, por el breve enunciado de los di-

versos pasos del Canon, hecho oportuna y discretamente por-el CF. Esto podría ser, más o menos, como sigue:

a) Terminado el Sanctus, y ya establecido el clima de silencio: "Oración por las autoridades de la Iglesia".

b) Al "Communicantes": "Oración para que la Igle-sia triunfante participe en la celebración de nuestro sa-crificio".

c) Al "Hanc igitur": "El sacerdote va a repetir ahora los gestos y palabras de Jesús, cuando, en la noche en que fue traicionado, tomó pan'y vino, y se los dio a sus discípulos diciendo: tomad, esto es mi cuerpo, esta es

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mi sangre, de la Nueva Alianza, derramada por el per-dón de los pecados; haced esto en recuerdo mío".

d) Después de la elevación: "Unidos con el sacer-dote, ofrezcamos a Dios Padre el Cuerpo y la Sangre de Jesús, recordando su Pasión y Glorificación".

e) Al "Nobis quoque": "Oración por los ministros sa-grados".

D e p i e

f) Al "Per Ipsum": Preparar el Amén final, aludien-do a la glorificación de Dios por Cristo, con El y en El.

11.—C o m u n i ó n

a) El "Pater" puede ser rezado por todos a media voz, en tal forma que domine la oración del celebrante. Que éste modere su velocidad.

b) El "Agnus Dei" puede ser rezado en latín o en castellano, según las posibilidades.

D e r o d i l l a s

c) La preparación a la Comunión puede hacerse: 1) En silencio, cada uno por su cuenta; 2) rezando el CF las mismas oraciones con que el

sacerdote se prepara personalmente; 3) cantando un cántico apropiado. d) Que se dé al acceso a la Comunión el carácter de

procesión (para combatir el desorden y sobre todo el espíritu individualista, directamente contrario al carác-ter comunitario del "Sacramentum unitatis Corporis Mystici"). Que todos respondan "Amén" al Misereatur e Indulgentiam, y, sobre todo, que todos digan tres veces (en latín o en castellano) el "Domine, non sum dignus" (moderando el sacerdote la velocidad de su pronuncia-

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ción). Que, terminado el "Dne. non sum dignus", se em-piece a cantar, en lo posible un Salmo (v. gr., 22, 24, 26, 32, 33, 39, 45, 61, 83, 90, 94, 95, 96, 99, 102, 110, 112; 117, 137, 144, 145, 146, 147) o el Magníficat. En su defec-to, un canto popular al Santísimo. El CF puede, antes y después del Salmo, dar lectura a la Antífona de Co-munión.

D e p i e

e) Sobre la "Postcommunio", cf. supra N? 4.

12 . - " D ¡ m i s s ¡ o "

Nada de especial.

De rodillas a la Bendición

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APENDICE I I

DIRECTORIO PARA EL CELEBRANTE DE LA

MISA COMUNITARIA

1.— La Misa no es un ejercicio de piedad privada del Sacerdote.

2.— La Misa es un acto de la Iglesia, Esposa y Cuer-po de Cristo. Más aún: es su "actus proprius", la expre-sión máxima de su ser más esencial.

* * *

-3.— La legitimidad de las Misas privadas no debe hacer olvidar que la "Misa normal" es la Misa pública.

4.— La lástima es que hoy sean Misas "litúrgicamen-te privadas" las Misas "pastoralmente públicas".

5.— La meta del movimiento litúrgico es darles ca-rácter litúrgicamente público a éstas.

6.— En la Misa pública, el Celebrante, si bien siem-pre actor principal por ser el ministro visible de Cristo Sacerdote, no debe ser actor único: el pueblo cristiano tiene derecho de participar activamente en la celebra-ción litúrgica del sacrificio del Señor.

7.— El Celebrante debe tener el legítimo e irrenun-ciable celo de no verse atropellado en sus funciones pri-vativas e intransferibles —"preesse, offerre et praedica-re"—, pero debe tener también la preocupación de no im-pedir el ejercicio por el pueblo fiel de las funciones que la Liturgia le atribuye.

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8.— Del desempeño complementario y armonioso de las funciones sacerdotales y populares por los actores co-rrespondientes, surge la MISA COMUNITARIA, exterio-rización perfecta de la Iglesia unánime y jerárquica, con-gregada para celebrar el Misterio de su Unidad sobrena-tural en el Cuerpo de Cristo por la virtud de su Sangre.

* * *

9.— La celebración de una Misa comunitaria exige que el Sacerdote se someta a ciertas modalidades que no tienen razón de ser en las Misas estrictamente privadas: por tanto, que acepte sacrificar costumbres legítima-mente adquiridas, y hacerse violencia para no dejarse llevar por ellas.

10.— A continuación se indican los detalles, con cuya fiel "observancia el Celebrante puede contribuir al an-siado ideal de una Liturgia viva en la celebración de la Misa.

Oraciones al pie del Altar.— En voz baja.

Introito.— En voz media, con el cuidado de dar lugar a su lectura en castellano por el "Conductor de los Fieles".

Kyrie.— Con voz clara y distinta, sin precipitar las in-vocaciones.

Gloria.— Entonar "Gloria in excelsis" clara y distinta-mente; continuar en voz media mientras el pueblo recita el himno en latín o en castellano. Medir la velocidad para terminar juntos.

Oración Colecta.— 1) El "Dominus vobiscum" en voz cla-ra y que parezca saludo. Sin precipitación en los movimientos.

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2) Pronuncie primero el "Oremus" claramente; en seguida haga lentamente los gestos de saludo a la Cruz; después comience la oración cuando el Con-ductor de los Fieles haya terminado de señalar el tema de la súplica (si el CF demorase mucho, co-mience la oración en voz baja, levantándola cuando termine el CF). La conclusión debe decirse con so-lemnidad, y en tal forma que invite a contestar "Amén". 3) Si hay conmemoraciones, hágalas en voz media.

Epístola, Gradual, etc.— En voz media.

Evangelio.— En voz alta "Dominus vobiscum... Sequen-tia Sti. Evangelii...". En voz media el texto mismo.

Credo.— Como para el Gloria.

Ofertorio.— Como de costumbre.

Orate, fratres. Secreta.— Antes de empezar la Secreta espere que termine el "Suscipiat" del pueblo. Mida la velocidad de las Secretas para que el CF pueda terminar lo que debe decir en ese momento.

Prefacio.— Gran énfasis en el diálogo inicial (que co-mienza en el "Dominus vobiscum") y en los gestos que lo acompañan. Rece todo el Prefacio con voz clara y penetrante.

Sanctus.— El pueblo lo dice en latín (o en castellano); adáptese a la velocidad de su pronunciación.

Canon.— Nihil notandum, excepto en los Mementos. Pro-longúelos, por lo menos hasta que el CF haya ter-minado la enumeración de intenciones.

Fin del Canon.— Pronuncie enfáticamente el "Per om-nia saecula saeculorum"; debe percibirse claramente

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que es el fin de la gran "Oración eucarística". Que se note que al decir "Oremus. Praeceptis salutari-bus.. .", está comenzando una nueva sección de la Misa.

Pater Noster.— Entero, con voz clara y pronunciación distinta.

Ritos de la paz.— 1) El pequeño diálogo, en voz clara y distinta.

2) El "Agnus Dei" es rezado por el pueblo, en latín o castellano. Haga como para el Sanctus.

£1 resto basta la Comunión de los fieles. — Nihil no-tandum.

Comunión de los fieles,— "Misereatur", "Indulgentiam" y "Ecce Agnus Dei", en voz clara y distinta. El pue-blo reza tres veces el "tíomine, non sUm dignus.. ." en latín o castellano. Baje la voz y adapte la velo-cidad de su "Domine".

"Communio"— Nihil notandum.

Postcomunión.— Proceda en todo como para la "Oratio collecta".

Fin de la Misa.— Pronunciación clara de los pequeños diálogos ("Dom. vob.; Ite, missa est; Benedicat vos... Sp. Sanctus; Dom. vob.; Initium... sec. Joannem"). El texto mismo del último Evangelio en voz media.

I N D I C E

Presentación 7

LA REUNION DE LA COMUNIDAD CRISTIANA 13

Antiguos documentos sobre la Misa 15 La Escuela de los discípulos de Jesús 18 La "Ecclesia" de los consagrados para el culto de Dios 19 La reunión de la "Familia de Dios" 23 La etapa de la Iglesia itinerante 25

LA LINEA LITURGICA DE LA SANTA MISA 27

La introducción de la Asamblea Santa 29 El primer contacto: "Dominus vobiscum" 30 La Misa didáctica: Epístola, Evangelio, Homilía .. .. 32 Ofrecimiento del hombre y ofrecimiento de Dios . . . 34 La gran oración sacerdotal: la Anáfora 36 "Cuneta familia tua"; la Comunión 39 El sentido escatológico de la Misa 42

LA PARTICIPACION ACTIVA DEL PUEBLO EN LA SANTA MISA 45

Cantar es rezar tres veces 47 La oración del Cristo total 49 El pueblo santo de la Iglesia de Dios ... 51 Comunión con Cristo y con los hermanos 53 "Deo gratias!" 55

PENDICE I

PARA LA ACTUACION DEL PUEBLO EN LA MISA . . . 57

A) En busca de principios 59 1. El dramatismo litúrgico 59 2. Un principio falso 59 3. Análisis de los roles de la Misa Solemne en su

forma original 60 4. Acción e inacción 62

B) Sugerencias prácticas 63

APENDICE II

DIRECTORIO PARA EL CELEBRANTE DE LA MISA COMUNITARIA 60