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LA MAQUINA Y EL HOMBRE 1. BOSQUEJO PREVIO máquina y el hombre son los factores principales de la guerra y de la paz. Integran un binomio que os- cila entre estos dos ambientes —corrosivo y tumultuo- so el uno, y sosegado e inofensivo el otro—, como un péndulo que alterna entre las zonas que biseca su afi- lada superficie. Y lo interesante, en nuestro caso, es que semejante balanceo comenzó cuando los hombres em- pezaron a vivir y a disputar. El fenómeno es sencillo. Pero no es fácil poner en claro la violencia con la cual se han producido los vai- venes sucesivos, ni la parte de influencia que los hom- bres y las máquinas han ejercido sobre dichos movi- mientos. Sin duda, la estadística permite hallar los re- sultados concernientes a las diferentes guerras, y la his- toria ofrece la duración de esos períodos; mas no tene- mos datos suficientes para fijar la relación entre ambos elementos, ni aun siquiera para hallar la parte relativa a aquellos hombres y a aquellas máquinas, o sea la pro- pia intervención de los factores del binomio en la perió- dica formación o evolución de su conjunto. Se trata, pues, de despejar un campo inextricable. Al intentarlo, la ilación de prenociones lleva en se- guida al examen de los medios disponibles, y surge, bo- II

La máquina y el hombre

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LA MAQUINA Y EL HOMBRE

1. BOSQUEJO PREVIO

máquina y el hombre son los factores principalesde la guerra y de la paz. Integran un binomio que os-cila entre estos dos ambientes —corrosivo y tumultuo-so el uno, y sosegado e inofensivo el otro—, como unpéndulo que alterna entre las zonas que biseca su afi-lada superficie. Y lo interesante, en nuestro caso, es quesemejante balanceo comenzó cuando los hombres em-pezaron a vivir y a disputar.

El fenómeno es sencillo. Pero no es fácil poner enclaro la violencia con la cual se han producido los vai-venes sucesivos, ni la parte de influencia que los hom-bres y las máquinas han ejercido sobre dichos movi-mientos. Sin duda, la estadística permite hallar los re-sultados concernientes a las diferentes guerras, y la his-toria ofrece la duración de esos períodos; mas no tene-mos datos suficientes para fijar la relación entre amboselementos, ni aun siquiera para hallar la parte relativaa aquellos hombres y a aquellas máquinas, o sea la pro-pia intervención de los factores del binomio en la perió-dica formación o evolución de su conjunto.

Se trata, pues, de despejar un campo inextricable.Al intentarlo, la ilación de prenociones lleva en se-

guida al examen de los medios disponibles, y surge, bo-

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yante, la idea de cantidad. Pero, al comparar aquellosmedios con los resultados obtenidos —y más que conlos resultados, con los efe<5tos—, se viene pronto a de-ducir que no las cantidades, sino las calidades, son losfadores fundamentales del valor o fuerza de la parejacombatiente ya citada.

Es fácil demostrarlo.Beligerantes y máquinas de guerra se multiplican

velozmente.Antes de Crifto, unas cuantas catapultas o escorpio-

nes solían bailar para rendir las plazas fuertes, y, cuan-do no bailaban, las obras se expugnaban con arietes ybuzones que herían el muro defensivo, y con almoja-neques y garrotes de lanzamiento parabólico, o con abo-jos y terrazos que facilitaban el asalto. Mas luego, elnacimiento de la pólvora dio origen a la aparición delas primeras armas de fuego, y éstas produjeron la fina-ción de aquellos medios. La artillería reemplazó a la tor-mentaria. Las bombardas y los truenos, los falconetesy los sacres, las cerbatanas y las grandes culebrinas to-maron carta de naturaleza en los ejércitos antiguos;pero, a su vez, cedieron pronto su misión a los morte-ros, obuses y cañones, que, en nuestros días, se meca-nizan y electrifican potentemente.

Y, en tal estado de cosas, las cantidades crecen porcociente. El tren de sitio —o de batir— se hace inelu-dible en toda clase de campañas. Las «grandes unida-des» pierden su carácter si no disponen de una «masa»muy potente, y las «piezas» tardan poco en ser mon-tadas sobre carros de combate y sobre aviones.

En la G. M. 2 (1), la producción rebasa todo lo

(1) Abreviatura de «Segunda guerra mundial».

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previsto. Stahn, en un discurso pronunciado el 9 defebrero de 1946, habla —con referencia a dicha gue-rra— de la construcción anual de 120.000 cañones,40.000 aviones y 30.000 vehículos blindados. De otraparte, muchas publicaciones aseguran que los EstadosUnidos han lanzado, para esa misma lucha, más de86.000 carros, 300.000 aviones y 500.000 armas po-tentes. En 1944 las oleadas británicas que fueron en-cauzadas hacia Berlín y Hamburgo se componían decerca de un millar de bombarderos. Es más: la cargade uno solo, que no pasaba en esa fecha de 2.500 kilos,se triplicó en un año; los grandes Fortalezas que par-tieron de Tarawa, de Saipán y de Okinawa, llevaban7.000 kilogramos de bombas y explosivos.

En cuanto se refiere a combatientes, lo mismo ocurre.El reclutamiento de la «Grande Armée» de Napo-

león I dejó el campo y las ciudades esquilmadas, y, sinembargo, ese «Gran Ejército» se componía tan sólo deunos 500.000 soldados. Y, en parangón a esa miseria,se habla ahora de que América del Norte se halla encondiciones de movilizar unos quince millones de hom-bres, y de que Rusia podrá llegar a veinte.

Es lógico; la población se reproduce muy de prisa.En la primera mitad del siglo xrx Francia pasó de

25 millones de almas a'35; Italia, de 15 a 25, y GranBretaña, de 16 a 32. Y, en su segunda parte, Lon-dres, Newcastle, Ginebra, Copenhague, Estocolmo, Pa-rís. Roma, Yokohama, Río de Janeiro, Sidney, El Cairoy Madrid, duplicaron su respectivo censo; Oslo, Riga,Viena, Berlín, Atenas, Nueva York y Ciudad del Cabo,lo cuadruplicaron; Chicago, San Francisco y BuenosAires, lo decuplicaron, y Los Angeles y Portland, locentuplicaron.

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El área de las ciudades va creciendo, y los surcosde la tierra se reducen. El fenómeno es antiguo; pero,en otros tiempos, se remediaba con los desplazamientosen grandes masas, llevados a cabo en consecuencia deconquisas o de simples descubrimientos. El ansia defortuna originaba nuevos cauces que los hombres adop-taban sin la menor vacilación. Las operaciones realiza-da por Alejandro Magno dieron lugar a una rápida co-rriente humana hacia las grandes vegas del territorioasiático, y esa corriente duró unos cuantos años. Pero,así como los vientos están sometidos a variaciones cuyoorigen es difícil de encontrar, así las avalanchas de hom-bres y mujeres han obedecido siempre a una dinámicasujeta a leyes sutilísimas y a un sistema de ecuacionescomplicado, y a un estudio enrevesado; dificilísimo.Hubo, en efecto, una razón concreta o una causa ma-temática para que el flujo sobre América del Norte es-tuviese constituido por una inmensa proporción de in-gleses y holandeses, y la hubo de igual modo para queen las huestes españolas que cruzaron el Atlántico abun-daran los gallegos y extremeños; pero es difícil —si noimposible— definir esa razón o fijar exactamente aque-lla causa. La mayor o menor rugosidad de una partícu-la de arena puede originar la variación de cauce de unafutura duna. La topografía desértica está relacionadacon una serie de principios cuya importancia escapa alos mayores sabios. Pero, a pesar de todo, aquellos flu-jos, esas grandes avalanchas y las corrientes de otrostiempos, han sido facilitadas por la existencia de unespacio libre o lugar dispuesto para acoger el fluido quedesbordaba de una alberca establecida a más altura, ycomo además el cauce estaba señalado, todo ocurría fá-cilmente, y no era preciso proyectar, ni tan siquiera des-

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pejar, para encontrar la fuerza originaría del fabulosodesplazamiento.

Cuando Colón trazó la ruta de las Antillas, en Es-paña había unos seis millones de habitantes. Esto ocu-rría a fin.del siglo xv, y ese tiempo se perdía en unaera en que el problema era distinto. Faltaban labradorespara la tierra, y semejante situación daba lugar a unapreocupación intensa. La abundancia era una funciónde mano de obra, y, en consecuencia de ello, se legisla-ba entonces, como en tiempos ya lejanos, admitiendoque la esterilidad integraba una vergüenza pública.

Y, sin duda, el éxito obtenido fue rotundo: el mun-do actual ha hallado su propio límite. América ha dadoun estridente cerrojazo, y Gran Bretaña —de resultas—ha encontrado una barrera en el Pacífico. Lbs demástropiezan con su propia linde.

Al empezar el siglo xvui había 630 millones dehombres en el planeta, que en los primeros años del si-guiente se convirtieron en 1.500, y que en nuestros díassobrepasan, francamente, los 2.000. Ya no cabemos. Ellebensraum no existe, y, sin embargo, los gobernantesobedecen a Herodoto, que recomendaba la concesión, depremios a las familias numerosas, y a Platón, que ase-guraba que los hombres se debían reproducir para elEstado, y a Esparta, que prohibía los seres engendradospobremente, y a los romanos, que eximían de las car-gas estatales a los padres muy prolíficos, y a Luis XIII,que pagaba todo gasto a partir del hijo séptimo de cadamatrimonio, y, en fin, a los monarcas de Inglaterra, quehasta hace poco regalaban treinta libras a las parejas con-trayentes de corta edad; y esos mismos gobernantes seoponen seriamente a la propuesta maltusiana, destina-da a establecer una debida proporción entre los hom-

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bres y los bienes de la Tierra. Y, en estas condiciones,sólo quedan los desiertos, y la gente no ha aprendidoa establecerse en varias capas superpuestas; y, al tiempoque eso ocurre, la población aumenta diariamente en50.000 seres humanos, y los sabios se preocupan de nu-trirlos sin esperar que llueva a tiempo o que s.e siem-bren los eriales.

Empero, atrás se queda el pueblo que no estalla afuerza de hombres y mujeres.

Máquinas e individuos aumentan, pues, en canti-dades alarmantes.

Y, sin embargo, la proporción de bajas ocurridas enlas últimas contiendas no es superior a las de antaño.En las campañas entre César y Pompeyo perecieron200.000 soldados —tantos como en la lucha habida en1870-71 entre prusianos y franceses—, y ese resultadoprodujo la suficiente consternación para que el empera-dor Augusto decidiera reclutar esclavos para engrosar sushuestes ciudadanas. La «Guerra de treinta años» costóunos doce millones de hombres y mujeres —o sea igualque el primer conflicto en que intervino medio mundo(1914-18)—, y a tal extremo llegó el hambre y la mi-seria que las madres se comían a los hijos y los cuerposenemigos se vendían como carne. En Numancia murie-ron 230.000 personas —el número mismo que una solabomba atómica mató en Hiroshima—, y, sin embargo,el referido sitio constituye una epopeya que será siem-pre recordada por los hombres. Sin duda, las circuns-tancias en que se verifican las operaciones anteriores sonmuy diversas; pero, a pesar de todo, las comparacionesestablecidas son tolerables, porque aquellas circunstan-cias son fortuitas y dependen solamente del período enque brotaron.

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De cuanto queda expuesto se deduce simplemente•que la influencia cuantitativa del individuo y de la má-quina en la guerra no es suficiente para producir la evo-lución habida en nueftro tiempo.

Estudiemos, pues, la calidad, y para ello bosqueje-.mos, ante todo, la máquina moderna, y analicemos lue-go las reacciones psicológicas del especialista que ha deusarla.

2. LA MAQUINA DE GUERRA

La máquina tiene por objeto facilitar la labor delhombre. Está desainada a multiplicar una cierta canti-dad de fuerza o de energía, transformándola en trabajobélico o industrial, o sea en destrucción o en construc-ción. (Y, por supuesto, aquella fuerza puede ser motora•o humana, y la energía puede ser hidráulica o eléctrica,mecánica o explosiva.)

La labor de máquina es transmitida casi siempre porintermedio de un movimiento circular o helicoidal. Noobstante, hay excepciones; algunas máquinas —y en-tre ellas las de guerra— trabajan en función de un mo-vimiento rectilíneo.

En general, la máquina sólo sirve para mover o trans-portar, o para producir la energía destinada a originarla rotación indispensable a dicho efecto. La fuerza o laenergía que utiliza es elemental, sencilla; pero el cons-tructor se las ingenia para establecer las servidumbresnecesarias y conectar sus diferentes piezas en la formamás conveniente para fresar o tornear, mover una hé-lice o un sistema de rodaje, poner una escobilla en con-tacto con una superficie inacabable o reproducir un dra-

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raa que se eíti verificando o que el hombre ha perge-ñado para la historia.

En cuestión de máquinas, lo menos complicado es-la carretilla. El hombre la apalanca, y su solo andar lesirve para mover un peso que podría llevar sobre su es-palda. La carretilla —la rueda, mejor dicho— es el in-vento más colosal que ha habido. La revolución que ori-ginó —y revolución viene de rueda— es superior a latraída por la moderna máquina de cálculo, capaz, consus millares de ejes y ruedecillas, sus centenares de ro-dajes y engranajes y sus decenas de coronas y tambo-res, de realizar en dos segundos una sene de operacio-nes que, de otro modo, implicarían bailantes horas yun desgasee cerebral innecesario. Para el niño, esas dosmáquinas son juguetes que maneja sin percibir la ma-ravilla ; mas para el hombre hecho y derecho son lafuerza que le ayuda a mantenerse en la corriente y a.no enfangarse en la rebalsa donde el líquido se daña.

Para su máquina moderna, ese hombre quiere más-y más. En cuanto puede, la automatiza, la mecaniza.Mediante lo primero consigue realizar un hecho en con-secuencia de otro anterior, tan importante o interesan-te como aquél. En cambio, con lo segundo, obtiene elhecho a base de otro destinado solamente a originarlo..El simple contacto que produce una explosión o da lu-gar a que una nave se deslice suavemente hacia la mares una acción mecánica, mientras que el disparo habido•en consecuencia de uno previo es automático. En ma-teria bélica, la mecanización suele servir para lograr unapotencia o una velocidad que el hombre o su jumentono pueden ofrecer; el automatismo, en cambio, se uti-liza para hacer en poco tiempo lo que en mucho resul-taría completamente inútil. Aquella forma de intensi-

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ficación de la potencia ha permitido a los aviones re-correr el mundo a toda marcha, ai tiempo que la otra,ha hecho posible perseguir a aquellas naves con el fue-go de unas piezas no potentes.

Mecanización y automatismo se han conseguido a,fuerza de trabajo. No en vano Hombres y Voltios enla Guerra (2) ha sido publicado para exaltar los hechosde armas industriales de 160.000 obreros, empleados eingenieros de la «General Electric» de Norteaménca. Yen tantos otros sitios ha habido una labor muy pare-cida, y esa labor ha constituido el fundamento de la mo-derna máquina de guerra, en que la precisión aumenta,sin cesar.

En efecto: la perfección del arma clásica se ha lo-grado mediante precisión y exáélitud en el instrumentodestinado a localizar el objeto, rapidez de cálculo (para,las correcciones) y de transmisión de datos (para apun-tar las piezas), facilidad de puntería (para evitar esfuer-zos intempestivos) y grandes velocidades iniciales (paraabreviar las duraciones de trayectoria). Y estos resulta-dos se han conseguido por intermedio de verdaderas má-quinas adicionales en que la fuerza iniciadora es elec-trónica o eléctrica.

En el año 1887, Rodolfo Hertz hizo saber al mun-do que, en ciertas condiciones, la chispa eléctrica pro-duce una onda que se propaga muy de prisa. A los diezaños. Marconi logró captar esa onda a 1.500 metros dedistancia, y, poco después, hizo otro tanto a 5.000 kiló-metros. Pues bien, el «radar» está basado en el reflejode esa onda, y en su recaptación sobre el lugar en que

(2) John Anderson Miller, Men and Volts in War (Nueva York,.1947).

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fue emitida. Una válvula genera un sistema sinusoidalde tales ondas, y otras válvulas distintas lo dirigen, lorecortan, lo intensifican y lo modulan con igual facili-dad que una mujer retuerce, estira, enlaza y anuda unhilo interminable en forma tal que lo transforma en unaprenda de vestir. El tiempo que un sistema reducido—o dardo electrónico— necesita para alcanzar el blan-co, chocar en él y regresar al punto de partida, sirve debase para calcular a qué distancia se halla ese blanco,y en cuanto se refiere a sus coordenadas el solo hechode haber logrado el encontronazo es suficiente para ha-llarlas. Y, de ese modo, se ha llegado a establecer orien-taciones con una precisión de diez segundos, y a me-dir distancias superiores a 26.000 metros con un errorde veinticinco.

Los datos así logrados pasan a una caja —o alza di-rectora— que los transforma en otros destinados a lo-grar que una granada pueila en movimiento algo mástarde tropiece oportunamente con la nave o el aparatoaéreo que se quiera hundir o derribar. Es una cuestiónde cálculo en que intervienen la marcha de ese avióno de esa nave, la relativa situación del radiotelémetroy de la pieza, el tiempo transcurrido desde la primeraobservación haíta la explosión del proyectil, y los agen-tes atmosféricos. Ese cálculo se realiza bruscamente, ylos datos transformados van a parar a una agujas inme-diatas a los tubos que indican siempre la orientación einclinación que se ha de dar a cada uno.

Entre 1930 y 1945 el progreso sigue, se intensifica..La máquina de guerra continúa su marcha hacia unalcance extraordinario, una potencia inusitada, una granmasa de fuego, una ligereza inconcebible, una preci-sión fantástica, una irrebasable velocidad de tiro y una

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movilidad absoluta. Y, a base de esta aceleración impon-derable, ¿a dónde llegaremos? Nadie lo sabe. Pero esprobable que Euller no se hallaba descarnado cuandodecía que «si el armamento continúa evolucionando in-tegrará, por sí, el noventa por ciento de lo preciso parallegar a la victoria, y (que) lo otro —táctica, estrategia,bravura, disciplina, organización y todos los factores es-pirituales y morales que las fuerzas militares necesitan—tendrá poco valor en parangón a ese armamento» (3).

Y, sin embargo, el cañón actual eitá anticuado. Essemejante al arco, a la ballesta, al arcabuz o al basilisco.Su mecanismo eitá basado —ya lo he dicho— en unafuerza rectilínea que proporciona al proyectil una velo-cidad muy superior a la que el hombre puede dar alguijo cuando la fiera va a acosarle y esa fuerza se con-sigue a base de una explosión muy parecida a la que va aservir para lograr la destrucción del objetivo. Todo elbes, pues, rudimentario. Es necesario utilizar algo me-jor, y a este fin los artilleros ya comienzan a transfor-mar sus armas: a convertir sus proyectiles en verda-deras máquinas de paz y guerra.

El V2 famoso —que es torpedo automotor y diri-gido— lleva nada menos, en su interior, que un apa-rato propulsor, un sistema corrector de trayectorias, unacámara con explosivo y una espoleta de percusión. A suvez, el sistema propulsor abarca los siguientes elemen-tos : dos depósitos pequeños con peróxido de hidrógeno1

y permanganato calcico, una turbina, un par de bom-bas, dos enormes tanques abastecidos de alcohol etílicay oxígeno comprimido, un sistema de encendido, unacámara de explosión y una tobera de salida más o me-

(3) Fuller, On Future Warfare (Londres, 1939).

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rnos historiada. Establecida la comunicación entre el pe-róxido de hidrógeno y el permanganato calcico, la reac-ción produce vapor de agua extracalentado; éste muevela turbina, que oportunamente actúa sobre las bombas,y estas bombas abren paso a ciertas cantidades de oxí-geno y de alcohol etílico hacia la cámara en que el sis-tema de encendido asegura las explosiones que, en fin,producen la puesta en marcha del artefacto.

Por supuesto, el sistema corrector de los primerosV2 era algo deficiente. Dos giróstatos señalaban los.imprevistos cambios de orientación del gigantesco pro-yectil, y así determinaban el movimiento de una pa-reja de servomotores, y el conjunto recobrara su primi-tiva trayectoria. Pero... la complejidad del sistema ultra-jnecánico, la enorme robustez y escaso peso indispensa-bles, la pequenez de los diversos elementos y la extre-mada sensibilidad de cuantos aparatos formaban partedel cohete, eran factores que frenaban, y, de resultas,la precisión lograda fue la necesaria e indispensablepara colocar los proyectiles en el área de la gran ciudadde Londres, desde un lugar que no se hallaba a másdistancia que la existente entre Lisboa y la capital deEspaña.

No obstante, a partir de Potsdam (1945) el progre-so ha sido colosal. Hoy el V2 es cosa vieja. Ya se em-pieza a dirigir el nuevo ingenio desde tierra mediantemandos electrónicos, y se quiere acelerar la marcha delcohete con auxilio de un verdadero chorro de energíanuclear, y se aspira, finalmente, a abastecerlo con unaformidable carga atómica. En una palabra: del V2 pre-téndese pasar al V3, al V4 y al V5.

Más aún: existe la esperanza de conseguir que elproyectil se ponga en marcha sin demora prefijada, a

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rfin de caminar en pos de su objetivo como un simplecazador, si bien a base de una aceleración que le permi-ta amoldarse poco a poco a la trayectoria de él y derri-barlo. Se trata, pues, de lograr que e! artefacto salga

•en busca de su presa y la persiga victoriosamente en' función de una automática y progresiva intensificación*de los reflejos electrónicos de esa citada presa y de unsistema que enderece los timones de la nave hacia sublanco.

En resumen: la guerra empieza a ser un lujo que-sólo está al alcance de las naciones poderosas. Y creo•que basta sobre máquinas modernas.

3. EL SOLDADO ANTE LA MÁQUINA

Entre artilleros suele decirse que el cañón no se equi-voca. ..; se equivoca solamente el hombre que no ledio la dirección debida o no supo calcular bien la dis-tancia o la deriva. (En efecto: al cañón le ocurre úni-camente que pierde precisión cuando envejece o se halla•enfermo: cuando se desgasta o se cobrea.) Pero esto,a pesar de constituir un aforismo conocido, es costum-bre repetirlo muchas veces para evitar que los sirvien-tes de las piezas y aun los directores de los fuegos se

• dejen arrastrar hacia una crítica indebida e injusta, na-* cida del perezoso instinto del individuo a quien se otor--ga una misión algo difícil

En este caso la misión consiste en manejar un.arma; mas como quiera que se trata de una máquinaque es como las demás, es natural que los soldados quela sirvan reaccionen como todos los mortales. El hechono depende de la clase de trabajo; depende únicamente

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de la psicología del trabajador. Y, si bien hay pensado-res que aseguran que, en principio, el ser humano se-hace esclavo de su máquina (4), entiendo yo que es más-frecuente lo contrario, y, a fin de hacerlo ver, acaso sea.interesante comentar un caso típico: el del hombre ysu reloj.

Es raro el hombre —o la mujer— que guarde a sureloj unas consideraciones proporcionales al rendimiento'que, primero el fabricante y luego el dueño, le suelenexigir. Los relojes, en efecto, se alimentan frugalmen-te : un poco de energía que almacena su muelle real yun miligramo de aceite cada seis o siete años, y, sin em-bargo, el hombre se impacienta al descubrir que su re-loj deja de andar, cuando no pensó en la cuerda o seolvidó de renovar su pequeñísima ración de lubricante..Nunca se percata de que el mármol contribuye a en-durecer las últimas partículas de grasa Es más: si al-guna vez lo suelta o se le escurre de la mano y el relojdesciende —recio— desde una altura superior a mu-chas veces el tamaño de su esfera, aún quiere su exi-gente dueño que no se rompa ni se pare. Lo recoge, pre-suroso, y, con un gesto indiferente, lo lleva cerca de suoído en la esperanza de una rápida respuesta a su tá-cita pregunta; y si la máquina conteita, inalterada:«tic-tac», lo echa a su bolsillo o lo hebilla alrededorde su muñeca, sin acordarse más de su admirable resis-tencia, ni agradecerle cosa alguna al fabricante.

Por supuesto, esa manera de reaccionar es poco jus-ta. No puedo asegurar que esté englobada en lo queToynbee califica de «comportamiento inexpresivo de las-

(4) Arnold I. Toynbee, A Study of History. (Abreviación de-los volúmenes I a VI, por D. C. Somervell. Nueva York y Lon-dres, 1947.)

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almas»; y si eito ocurre, no llego a percatarme del va-lor moral de semejante ausencia de expresión. Tan sólo-entiendo que a medida que el individuo logra dominar.—o despreciar— su gran labor, el bienestar aumenta ydisminuye muy de prisa la facultad de producir.

Junto a la máquina —sea un motor eléctrico o un'torpedo aéreo— el hombre se empereza fácilmente. Tien-de a comportarse como junto a su reloj. Y para evitarlo—y la victoria no se logra de otro modo— es necesario r

de una parte, seleccionar a los que saben y, de otra, per-feccionar a los que reúnen las condiciones psicológicasque el operario ha de tener y que el sirviente del artefac-to bélico requiere.

En resumen, la especialización es necesaria para etprogreso y para la guerra. Mas lo difícil es conseguirla educación indispensable a cada especialista.

Además, no baila preparar a unas docenas de indi-viduos para el manejo de unas armas ultramodernas ouevan a funcionar en situaciones semicaóticas. A medida-que los conflictos se prolonguen, la cantidad de «obrero-combatiente-especialistas» que harán falta irá creciendotvertiginosamente, y crecerán también las dificultades?inherentes a su formación prebélica. Llegará un mo-mento en que será imposible recurrir a cursos especia-les o abreviados. Por el contrario, el soldado futuro habrá:de soportar una preparación mucho más larga que la delencargado de fabricar su máquina, y, sin embargo, anteesa máquina se sentirá empequeñecido. No ha de olvi-darse que el empleo del arma instalada a bordo de un*avión o de una nave, o que haya de ser lanzada desde'una plataforma semi-oculta, será función de un gran*dominio del sirviente sobre sí mismo, y aún conviene*recordar que la más pequeña vacilación originada

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«1 ambiente insoportable en que la acción se desenvuel-va, podrá menguar —o incluso retrasar— el esfuerzo ne-cesario para desaferrar o soltar a tiempo la potente carga.

Todo eso lo sabe —o lo sabrá oportunamente— el• «soldado-perito» de la G. M. 3; y, a consecuencia de•ello, ¿dudará de la eficacia de su máquina?; y, con esa'duda, ¿perderá la confianza que él haya, en otro tiem-po, depositado en su persona? ; y, a base de ambas cir-cunstancias, ¿bajará el valor o el rendimiento del bino-mio combatiente? No es fácil contestar. Mas, por siacaso, todos quieren evitar que tales menguas se pro-

. duzcan, y, a tal objeto, procuran constreñir la gran la-bor del combatiente a poca cosa: a una sola, si es po-

-sible.De otra parte, hoy se pretende conocer la capacidad

•>de cada especialista en relación al arma que maneja. Elrendimiento de la máquina de guerra depende, casi siem-pre, de la habilidad del referido especialista en el em-pleo de los instrumentos compleméntanos. El soldado•que aprende a disparar suele utilizar un blanco, queayuda luego a conocer la buena o mala puntería, los^defectos o cualidades del fusil o, en fin, los vicios o vir-tudes del propio tirador; pero cuando el tiro se efectúa«contra una zona de la cual desaparece el blanco o a la•que ni siquiera acude (según ocurre cuando se empleaun avión ficticio o reflejado), aún hace falta una segun-da máquina para averiguar si el hombre hizo buen uso<ie su arma original. El «verógrafo», en efecto, pone enclaro la habilidad del observador sin recurrir a otro ar-tificio.

Ese aparato dice la verdad. Su mecanismo enreve-sado reporta inmediatamente los errores cometidos por•el sirviente del telémetro o radiotelémetro, y el juez su-

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premo del trabajo realizado anota los diversos resultadosobtenidos por los sirvientes que se examinan.

Es más: no basta saber que un individuo no seequivoca al trabajar con su aparato; aún hace falta ase-gurarse de que la máquina y el arma están de acuerdo,o sea que las diversas explosiones se producen con arre-glo a lo que el hombre ha deducido de su máquina, ypara eso se emplea el «estereomato».

Pero, a partir de aquí, el asunto se complica. Laexactitud de cada instrumento se calcula a base de otromás intrincado, y los rendimientos sucesivos son inver-samente proporcionales a las dificultades originadas. Masde ese modo se llega pronto aun límite que no convie-ne rebasar, y ese límite —con ser mecánico— dependede la fe del individuo en su experiencia.

Y es que la máquina empleada ha sido proyectaday fabricada por el hombre, y el hombre, en cambio, hasido creado por el Ser Omnipotente.

•4. EL DESPLIEGUE DE LAS ARMAS

El resultado concreto de la intensa compenetraciónentre la máquina y el hombre es que la potencia des-tructiva de la fuerza se ha elevado enormemente. Elsoldado se cubre y el fuego aumenta. Este fuego lo

• descubre demoliendo su cubierta y otras muchísimas cu-biertas que no hacía falta demoler. «Las máquinas sinhombres se deílruyen sin -pavor» (5). Trabajan a con-ciencia; mas no matan con arreglo a un buen criterio.Arrasan todo, por si acaso. Dan lugar a un imponente

(5) J. F. C. Fuller, Armament and History (Londres, 1946).

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huracán de hierro y fuego, que destroza lo que puede::el mundo y la moral humana. Y, sin embargo, es pre-ciso resignarse. Tiene razón Lagor cuando asegura que-(.(.el ejército moderno es una gran monñruosidad \ masque es imposible no respetarlo (6), porque lo que aúnqueda de orden social reposa en él únicamente (7).

El fuego, pues, es muy potente. Pero, a pesar deser potente y denso, el despliegue necesario para obte-nerlo es muy sutil. Lo más probable, en otra guerra, esque a retaguardia —extraordinariamente a retaguardia—se instalen grandes bases ofensivas que habrá que pro-tejer intensamente.

A veces dichas bases serán sencillas estaciones décohetes: de V3 futuras o de V4. En otros casos se tra-tará de instalaciones importantes: pistas para avionesdirigidos, montajes para torpedos aéreos, aparatos paralanzar bombas volantes, etc.; o acaso de sencillos cam-pos destinados al servicio de los aeroplanos preparadospara llevar la destrucción al otro lado de los mayoresmares. Es más: no disponiéndose aún de un númerosuficiente de aeroplanos de gran autonomía, es proba-ble que los portaaviones sigan siendo una base de in-terés para el ataque dirigido contra los centros militaresdel contrario. Y que muchos se hallan muy conformescon la idea lo demuestra el hecho de que entre el Airey la Aviación de mar el presupuesto americano para elaño actual absorbe cerca de 5.000 millones, o sea másde la mitad del presupuesto de la defensa nacional.

Tales medios —claro está— restarán poder a la van—

(6) «Considerarlo con respeto», dice el autor.(7) Jean-Louis Lagor, Réflexions sur l'Armée Moderne (Escrit?

de París, abril 1948).

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guardia. Los frentes no serán tan densos. Se presiente,al menos, semejante solución. Según Miclcsche (8), cien.divisiones alineadas entre los Alpes y el Océano Atlán--tico, en defensa del último baluarte europeo, ofreceránbastante menos resistencia que las doscientas veinticincodivisiones hitlerianas que estuvieron desplegadas en1943 en la estepa rusa; y, sin embargo, desde el Bál-tico hasta el Cáucaso hay dos mil kilómetros, y desdeMarsella hasta la desembocadura del Loira tan sólo unosmil. El solo hecho de que los elementos nacionales ha-yan de ser distribuidos con cierta equidad, es suficien-te para demostrar que el hecho será cierto. Y si estoocurre, será preciso compensar, en cierto modo, la escasadensidad de los futuros frentes, y a es; efecto lo únicoposible será acudir al fuego o a los transportes: fuegode bombardeo efectuado con la aviación independiente—puesta unos días o unas horas al servicio de los ejér-citos aeroterrestres—, como en Sicilia, en Normandíao en Alemania (1944), o transporte de unidades por víaaérea —mediante regimientos especiales—, como en lacontraofensiva de los Ardennes (1944) y en la prepara-ción efectuada para cruzar el Rin (1945) (9).

Dice Goebbels, en sus «Diarios», que «el bombar-deo de los puertos y de las ciudades induñriales no com-pensan, y que «.el Führer ella de acuerdo en que la gue-rra aérea contra Inglaterra se debe conducir a base deprincipios psicológicos, más que militares». Pero eso lodice en marzo de 1943. No trata esa cuestión más

(8) Micksche y Combaux, War between Continents (Londres,1947).

(9) En las últimas horas de la noche del 23 al 24 de marzoiueron descargados desde el aire: 14.365 hombres, 695 vehículos,;113 piezas de artillería y 765 fardos de provisiones.

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adelante. Al menos no la trata en las siete mil cuartillasque cayeron en poder de Lochner y fueron base de susGoebbels Diaries (10). Mas no sabemos si en las otras,más numerosas y correspondientes a períodos más inte-resantes, se desdijo de esa frase tan poco afortunada einnecesaria. Al menos, si no lo hizo por escrito, es pro-bable que se diera cuenta Ae que el objetivo más con-veniente es función del número de aviones disponiblespara las operaciones a realizar. Una sola bomba —véaseun disparo de arma corta— puede bastar para evitar laguerra o para ganarla. Es más que probable que lamuerte de Adolfo Hitler en 1935 hubiera sido suficien-te para evitar la G. M. 2; al menos, la hubiera retra-sado considerablemente. Es igualmente cierto que la po-tencia aérea que las Naciones Unidas tenían en su manoen 1944 tendía, sobre todo, a interrumpir las comuni-caciones del frente de Normandía con la retaguardia.Las fuerzas eitratégicas de Gran Bretaña y de los Es-tados Unidos reunían la movilidad y el radio de acciónindispensables para impedir la concentración de nuevosmedios sobre el frente de batalla. De haber sido máspotentes acaso hubieran preferido hundir únicamentelas grandes fábricas de armas, de aviones, de municio-nes, de locomotoras..., y guardar lo necesario para lue-go destrozar las citaciones, los convoyes, los campos deaviación, los grandes puentes y los caminos. De habersido menos numerosas, ni aquella acción contra las fá-bricas, ni esta segunda contra las comunicaciones y losmedios de transporte, habrían proporcionado el resulta-do apetecido: la defensa hubiera sido más enérgica, el

(10) Traducidos al inglés por Louis P. Lochner (Londres, 1948)y oportunamente reseñados en esta REVISTA DE ESTUDIOS POLÍTICOS-(volúmenes XXI-XXII) por el autor.

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desembarco hubiera fracasado tierra adentro y Goebbelshubiera vuelto a tener razón, después de un año, ante-poniendo los objetivos psicológicos a los puramente mi-litares.

Y acaso ocurra que la G. M. 3 se desenvuelva sobreesa base.

Mas para eso habrá una contra: el dilema salvajis-mo-necesidades bélicas.

El asunto está trillado. La política de bombardeo de-las ciudades alemanas era popular en Inglaterra y enlos Eftados Unidos. El argumento de acabar la guerra,pronto convencía a todo el mundo. Sin embargo, sobre:el frente todo se -pensaba de otro modo. Los tripulantesde los grandes bombarderos tenían bastante repugnancia,por la misión que realizaban; y era lógico: sentían a.sus pies todo el espanto de una implacable lucha enque las bombas no podrán retroceder. Pero la retaguar-dia exigía una «ofensiva a todo trance», compatible consu cómoda postura: es cosa bien sabida que la defensa,más segura está en el contraataque realizado desde otro>lado hacia un tercero.

Hoy, la propaganda expone la situación en que harrquedado muchas ciudades que se hallaron sobre el cam-po de batalla. Pero ya es tarde para cambiar de rumbo.

El rastro queda, y... quedará.Recuerdo siempre que, en cierto recorrido realiza-

do por la zona europea que fue dos veces frente, alpasar por cada ruina yo indagaba y el cicerone respon-día: «elle pueblo, en la primera guerra...; ese otro, en-la segunda..., y aquel de ahí, no me acuerdo si fue hun-dido en la segunda o en la primera. Y lo mismo pasarámás adelante, cuando la G. M. 3 haya cerrado el ci-clo reglamentario de los conflictos bélicos.

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~r5. EL RENDIMIENTO DE LOS HOMBRES

¡Tanto fuego!Y, sin embargo, los hombres son los mismos. La

retaguardia absorbe a muchos; pero el incremento esformidable. El país entero toma parte en la contienda:la guerra de hoy es, en efecto, una batalla intermi-nable.

Cuando Churchill se obstinaba en no cruzar el Ca-nal demasiado pronto a-para no enrojecer las olas, ni• rellenar de cadáveres las inmediaciones de los grandesmalecones» (11), y prefería impulsar las operaciones me-diterráneas, invadiendo Italia, conquistando Yugoslaviay apoderándose de Creta, de Grecia y de las islas del"Dodecaneso, es evidente que quería salvar la juventudde su nación y evitar que pereciera como la de Franciaen el 14, el 15, el 16 y el 17. Pero Eisenhower veíalas cosas de otro modo. Quería un inmediato golpe de-

-cisivo, a todo precio. Le importaba el resultado, y nolos medios ni las bajas.

Luego la reunión de El Cairo condujo al justo me-dio de llevar la fuerza a Lombardía, al Véneto, de abor-dar a fondo el Po para descongestionar a Francia y atraerlas nuevas divisiones alemanas hacia el Sur. Es más:la Conferencia terminó aceptando el simple manteni-miento de la línea conseguida y una presión constantesobre la misma.

Y, en nuestros días, la duda persevera.Es un problema de hombres: de capital-infantería.Condorcet, en sus Esquisses d'un tablean historique

(11) W. Churchill, The Gatbering Storm (Londres, 1948).

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Jes progres de l'esfrit humain, relaciona el apogeo deesa infantería con la intensificación de los principios de-mocráticos. Aquélla es, en efecto, el arma en que lamasa prepondera, y en que un soldado es semejante alos demás. Es el arma en que las unidades sufren trans-formaciones equivalentes a las que sufre el individuo. Yocurre que eila circunstancia es la base o condición sinequa non para vencer.

Pero la obra antes citada es anterior a nuestro siglo.En 1914-18 las batallas se acababan por el simple

agotamiento de la vanguardia. Cuando no había másdivisiones para la hoguera, ésta se apagaba. Conuba sóloel fuego procedente de las armas. Mandaba el com-bustible, como manda en los hogares o en las hermo-sas chimeneas de campana. El carburante no preocupa-ba, como en la montaña no preocupa la amenaza de unareducción de oxígeno. Pero en 1939-45 las batallas ter-minaron de otro modo: el fuego disminuía o las divi-siones se paraban cuando los depósitos no estaban su-ficientemente abastecidos, y este hecho comenzaba aproducirse cuando la corriente destinada a alimentarlosse reducía. La lucha concluía cuando el carburante nobastaba para mantener en auge la inflamación del com-bustible.

Y si bien el combustible es «explosivo», el carbu-rante es ((hombre»: al revés de lo previsto.

Empero, ese carburante - capital desaparece a vecessin hoguera. Puede, al menos, ocurrir que este he-cho sea.

No ha de olvidarse que algunos imperios han na-cido de una masa en que la desintegración era absoluta.La fuerza vital —llamémosla optimismo, confianza- en

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sí, desprecio de la vida, etc.— fue suficiente, en esos;casos, para lograr el resultado apetecido.

Dióse el asalto: un asalto violentísimo. Pero el asal-to a una masa descompuesta puede ser un reactivo: unestimulante.

En Armament and Hislory, Fuller (12) defendía la-idea de que la guerra es el factor más importante en la-civilización moderna. (No dice «para» por supuesto;pero dice concretamente «tbe prime mover in a techno-logical civilisatiom).) Asegura que esa guerra es el úni-co elemento compensador de la superproducción cuan-do se trata de una economía dañada por la ínfraconsu-mición, y añade que una potente organización es in-dispensable para lograr que toda paz sea permanente.En eitas condiciones admite la necesidad del «estado1

de guerra», que él considera diferente de la estructura-ción denominada «nación armada» o «nación en armas»;pero eso lo hace sin exigir la lucha: propugna sola-mente una amenaza que determine la necesidad deadoptar un plan para e'ncauzar la sociedad. «El círculoes vicioso: la máquina -produce el paro, el paro inten-sifica la amenaza, y la guerra, finalmente, soluciona lacueñión.y> Por lo tanto —él deduce— el conflicto es-necesario; y, sin embargo, no quiere ir tan allá: quie-re sólo las ventajas de la guerra y conseguir, a base deellas, que cada hombre forme parte del conjunto y queel conjunto sea dirigido por una sola voluntad.

Eso, por supuesto, es peligroso. Se parece a comu-nismo, al falso comunismo, y no al rojismo resultan-te de una siega de patriotas, más peligroso aún por con-ducir, lógicamente, a la antipatria.

(12) Londres, 1947.

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Pero, en pocos años, el problema ha sufrido una im-ponente variación. Se trata ahora de lo contrario: pocaproducción y gran consumo. Y, en estas condiciones,el camino zigzaguea.

En guerra, sin embargo, habrá una simple podar

como en tiempos de Numancia y de los árabes.La simiente quedará.

6. CONSECUENCIAS PARA LA ÉPOCA

PRESENTE

En la G. M. 3 habrá de todo. Una interminablegama de materiales —desde el antiguo fusil de repeti-ción hasta el moderno recipiente automotor y telediri-gido— inundarán la retaguardia y los grandes camposde batalla. Un mare magnun. Máquinas de guerra a fa-negadas.

Habrá, incluso, bomba atómica. (Y permítase el em-pleo de esa expresión ilógica.)

No hay razón para no usar el arma referida. Esto se-ría tan absurdo como el hecho de bombardear las po-blaciones con un solo avión, en vez de hacerlo con qui-nientos. Hay que tener en cuenta que la cantidad esfunción de calidad, al menos desde un cierto punto devista. Y también se debe recordar que el progreso téc-nico no altera los principios: tan sólo sirve para extre-mar la situación; darle un aire eílratégico que no lecorresponde. Mas luego, al transcurrir el tiempo sufi-ciente para que el progreso antes citado deje de serlo,esa situación decae y todo queda como estaba: en tác-tica sencilla, monda y llana.

«La bomba atómica es un medio que los países fo-

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drán dejar de lado por miedo a represalias» (13). No obs-tante, es muy probable que todo se verifique como enlo referente a los agresivos tóxicos. En tanto que el ene-migo lleve su máscara en bandolera —y en 1939-45ningún soldado dejó de hacerlo— los gases seguiránen sus depósitos, y esto sólo porque ante esa máscarano rinden tanto como el acero y la trilita. Sin embargo,en relación al artefacto que ahora empieza, hay una di-ferencia un poco seria: no hay máscara que sirva con-tra las acciones rompedera, calorífica y radioactiva queemanan de la desintegración del átomo.

Según James Burnham (14), la no utilización dela energía nuclear equivaldría a renunciar a la propiacivilización que la ha descubierto. De otra parte, élmismo hace presente —y con razón— que no bastaesa renuncia para suavizar la guerra, porque el presun-to contrincante de las naciones que se avengan a cons-tituir la Gran Federación Democrática se zafará de todoacuerdo y, andando el tiempo, conseguirá una prima-cía que aún no tiene, y entonces su objetivo principalserá esa tan cacareada Civilización Occidental, cuyosprincipales centros industriales, incluyendo los destina-dos a las actuales investigaciones científicas, serán losblancos más amenazados. De eso Burnham saca la con-secuencia de que alo que hay que hacer no puede ha-cerse: lo que hay que hacer equivaldría al suicidio dela civilización occidental». Y aún asegura que ésta hacomenzado a suicidarse.

No obstante, el mundo sigue civilizándose, y lasfuerzas militares son las primeras en captar y en apfo-

(13) Liddell Hart, World Review (diciembre 1945).(14) The Struggle for the World (Nueva York, 1947).

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vecharse del progreso. La mayor velocidad del arma-mentó eilá plasmada en la motorización de las grandesunidades; \a precisión más grande es consecuencia dela invención del radiolocalizador o aparato «radar»; elalcance superior se ha conseguido a base de la reacciónmolecular, y la potencia extraordinaria se ha logrado uti-lizando la energía atómica. Pero el aprovechamiento ab-soluto de la evolución que ha originado el carro de com-bate, el radar, el motor de reacción y 1? energía atómi-ca está limitado por las posibilidades económicas indis-pensables para llegar a una completa mecanización delarmamento. En efecto, ningún país se encuentra endisposición de abastecer a la totalidad de sus sistemasartilleros con instrumentos «radar» o de aplicar la reac-ción a todos sus proyectiles, o, en fin. de reemplazar ín-tegramente el explosivo molecular por el agresivo ató-mico. La técnica no permite todavía una transforma-ción tan absoluta; y, de otra parte, las industrias máspotentes no pueden aún saciar esa ambición. Y, de re-sultas, es preciso contentarse con una simple intensifi-cación o aumento en la motorización de los ejércitos, enla precisión de los diversos instrumentos, en el alcancede las armas y en la potencia de los proyectiles.

Ese progreso origina un consumo enorme. Por sísólo, el automatismo aporta una gran velocidad de fue-go, y esta velocidad exige una producción fabril quesobrepasa las posibilidades de las naciones más poten-tes. Y, de resultas, la prolongación de la batalla, y labatalla misma, están supeditadas a las reservas indus-triales y económicas del interior.

Dichas reservas son limitadas. Lo son incluso en lospaíses cuya potencia nos parece inagotable. Estos, enefecto, se ven a veces obligados a establecer sus planes

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industriales en perfecta consonancia con el desarrollomás probable de la guerra, y para ello tienen que fijaruna orientación específica en lo referente a fabricaciónde los diversos elementos y artefactos bélicos. Ha de te-nerse en cuenta que un arma tarda mucho en fabricar-se, en perfeccionarse, y aun conviene recordar que enperíodo de experiencias la producción se paraliza. Ade-más, es fácil criticar: echar en cara los defectos del ar-mamento y de las organizaciones militares, como si fue-ran el resultado de la torpeza de los hombres que hanluchado en pro de constituir las grandes unidades des-tinadas a la guerra. Es corriente no pensar en las difi-cultades que ha tenido el ser anónimo que estudia, queproyecta, que tornea, que monta o experimenta, u ol-vidarse de aquellas otras del que ordena y manda, ad-ministra y paga y no puede consentir que la retaguar-dia olvide que, a más de carros y cañones, aviones y mo-tores, hay que hacer locomotoras, preparar aceros, lim-piar los minerales, traer petróleo, fabricar el material sin-tético, construir diversas máquinas, pensar en sucedá-neos, trasladar a talleres, prever el abastecimiento de loshombres y crear y mantener lo necesario para seguir vi-viendo y seguir luchando. Es fácil, en dos palabras, de-^ar atrás la economía.

A pesar de todo, la obra sigue. Tiene por objeto de-fender la patria, enaltecerla, y, sin embargo, puede traerdificultades.

Las grandes potencias quieren, a veces, adelantar lalucha para evitar que el enemigo se establezca a igualaltura; y, en este caso, las pequeñas o las que tienencierta sensación de inferioridad económica se estrellancontra un muro impenetrable que es la meta a que laslleva su nerviosismo.

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Ahora bien: si no se va a tener una potencia bélicabastante grande para sostener la guerra en forma de-bida, y se sabe de antemano que habrá de terminarseen guerra nacional, ¿conviene «blufear» o no convie-ne?; ¿conviene abusar de medios ultramodernos, o espreferible reforzar todo lo viejo?; ¿conviene levantaruna poderosa industria militar, que el enemigo abatiráprobablemente, o es más oportuno organizar pequeñoscentros móviles, en condiciones de poderse desplazar rá-pidamente ?

Todos quieren —o queremos— autarquía; todospiensan —o pensamos— en zonas de terreno en quehaya minerales no existentes bajo el propio suelo; to-dos buscan —o buscamos— mohbdeno, cromo, níquel...Por otra parte, la motorización exige carburante, y elque no dispone de él o no ha logrado la fabricación deun reemplazante bastante bueno se ve en la precisiónde acumular lo necesario a base de cordiales relacioneso de saberse desprender a tiempo de los frutos natura-les de la tierra o de inclinarse ante las exigencias de losfuertes.

El aliado potente impondrá tal o cual sistema orgá-nico, y sólo luego dotará de lo preciso para entrar en lacontienda. Habrá estudiado debidamente los productosque el débil puede acumular y habrá analizado sus con-diciones de carácter y su capacidad de iniciativa en re-lación a los diferentes medios que tenga la intenciónde darle. Tendrá cuidado de conllevarse en buena for-ma, pero esto cuando la guerra no esté cerca. En elmomento de la amenaza el débil cederá o el fuerte seimpondrá violentamente. El asunto es complicado. En1914-18 los ingleses acabaron entregándose a los man-

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dos del ejército francés, pero el honor de Gran Bretaña,quedó salvado en la mar, donde los mandos subordina-dos del Almirantazgo dirigieron las operaciones desarro-lladas en la Mancha, en el mar del Norte, en la costaatlántica y en el Mediterráneo. En 1939-45 los equi-librios realizados entre los Gobiernos de Washingtony Londres para compensar la misión encomendada aEisenhower o no herir la susceptibilidad de Montgo-mery fueron tan grandes que se incurrió en peligros deorden diferente, que de haber originado un conflicto-personal hubieran sido irremediables.

Ante eso no es fácil señalar cuál es la soluciónmejor.

Hay que tener la preparación indispensable paramanejar los instrumentos y materiales que el aliado po-sible proporcione a última hora; y para eso es necesariodisponer de especialistas. No es posible aceptar el radar,ni tener calculadores, ni aparatos especiales, ni los mu-chos artefactos necesarios para combatir al lado o enfren-te de un ejército proviáto de todo lo mejor, sin tenerun personal initruído en su manejo, entrenamiento yconservación, ni sin que los propios Parques y Maes-tranzas eitén en condiciones de reparar las averías queno haya sido fácil evitar. De otro modo, surgirán nopocos daños y se producirá una corriente hacia los es-tablecimientos antes citados o hacia las propias fábricas,que, a su vez, dará lugar a un gasT;o insostenible y areducir intensamente el rendimiento de la industria.

Los proyectos de armamento deben tender a que elejército se halle preparado para toda operación de guerra:que no requiera una potencia de fuego extraordinaria -Mas, de otra parte, es necesario —según lo expuesto- - -

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preocuparse de que ese ejército se encuentre en condi-

ciones de encajar a prisa un armamento más potente a

muy moderno.

Y todo ello sin temores infundados.El aeroplano sin piloto, el cohete dirigido y la bom-

ba volante (con explosivo molecular o carga atómica)son elementos de carácter independiente. El fuego queproduzcan se habrá de utilizar en beneficio del conjunto.N o obstante, su inexistencia en tiempo de paz no debeconstituir una preocupación para los mandos de nacio-nes cuya industria no ha alcanzado el perfeccionamientonecesario para abordar su resolución.

Y en cuanto se refiere al otro extremo —«exceso dealgunos medios»— no viene mal tener en cuenta queel récord de la paz eBá batido por los suecos y los sui- •

y que a todo el mundo ofrecen armas incomparables..

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