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Director: Coco Romero. Producido por el CCRR Rojas. Corrientes 2038 Ciudad de Buenos Aires Argentina. Año XVII Nº 43 Octubre de 2012 Número Aniversario Publicación de distribución gratuita que reune material de divulgación y consulta sobre el Carnaval Editorial La primavera anda dando vueltas Cruces y caminos del carnaval Por Coco Romero ¡ B uena Primavera estimados lectores! Este número está cruzado por dos ideas centrales: una, seguir ofreciendo material sobre la murga porteña y el carnaval y sus cruces a través de dos porteños, Carlos Paltrinieri, cantor de tangos y murga, nacido en la década del treinta y convertido en un referente de nuestro carnaval, y Alberto Ramón García, conocido en el ambiente del rock como “Pajarito Zaguri”, quien nació en la década del cuarenta, murguero de pibe y que en su juventud se convirtió en uno de los músicos de la primera camada del rock argentino. En el primer caso ofreceremos un relato en primera persona y en el segundo una breve reseña. Y la otra es seguir recuperando la memoria por los caminos de la Argentina, rescatando la palabra de protagonistas, artistas, y divulgando a estudiosos e investigadores. CARLOS PALTRINIERI El cantor de murgas en primera persona H ace unos años tuvimos con Carlos Paltrinieri conversaciones e intercambio de ideas. Mi acercamiento e interés por conocerlo fue porque es un testigo privilegiado de una época clave de la historia de la murga y uno de los exponentes más destacados de la generación nacida en el 30 que sigue brindando a la murga lo mejor de sí. Poseedor de una voz notable y el rol tan preciado: el canto de la murga. PÁJARO Y LA MURGA DEL ROCK AND ROLL P ajarito Zaguri, autor, compositor, guitarrista y cantante, considerado como uno de los fundadores del rock argentino, nació en 1941. Su nombre es Alberto Ramón García. Integró Los Beatniks, con quienes grabó en 1966 el tema “Rebelde”, considerado como una de las primeras grabaciones de un tema de rock nacional. Otras bandas que formaron parte de su vida musical fueron: Los Náufragos, La Barra de Chocolate, continúa pág. 14 continúa pág. 8 Pajarito Zaguri, de niño y adulto. Dibujo tinta de Gabriel Alberti.

“La murga” xilografía de Agustín Orts Mayor (1927-1985). · más populares de la Edad Media, que se representaba como farsa en Carnaval; Orson (Ursus-Oso) es el nombre del “Hombre

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Director:Coco Romero.

Producido porel CCRR Rojas.Corrientes 2038Ciudad de Buenos AiresArgentina.

Año XVII Nº 43 Octubre de 2012Número Aniversario

Publicación de distribución gratuita que reune material de divulgación y consulta sobre el Carnaval

EditorialLa primavera

anda dando vueltasCruces y caminos del carnaval

Por Coco Romero

¡Buena Primavera estimados lectores!Este número está

cruzado por dos ideas centrales: una, seguir ofreciendo material sobre la murga porteña y el carnaval y sus cruces a través de dos porteños, Carlos Paltrinieri, cantor de tangos y murga, nacido en la década del treinta y convertido en un referente de nuestro carnaval, y Alberto Ramón García, conocido en el ambiente del rock como

“Pajarito Zaguri”, quien nació en la década del cuarenta, murguero de pibe y que en su juventud se convirtió en uno de los músicos de la primera camada del rock argentino. En el primer caso ofreceremos un relato en primera persona y en el segundo una breve reseña.Y la otra es seguir recuperando la memoria por los caminos de la Argentina, rescatando la palabra de protagonistas, artistas, y divulgando a estudiosos e investigadores.

CARLOS PALTRINIERI

El cantor de murgas en primera persona

Hace unos años tuvimos con Carlos Paltrinieri conversaciones e intercambio de ideas. Mi acercamiento e interés por conocerlo fue porque es

un testigo privilegiado de una época clave de la historia de la murga y uno de los exponentes más destacados de la generación nacida en el 30 que sigue brindando a la murga lo mejor de sí. Poseedor de una voz notable y el rol tan preciado: el canto de la murga.

PÁJARO Y LA MURGA DEL

ROCK AND ROLL

P ajarito Zaguri, autor, compositor, guitarrista y cantante, considerado como uno de los

fundadores del rock argentino, nació en 1941. Su nombre es Alberto Ramón García. Integró Los Beatniks, con quienes grabó en 1966 el tema “Rebelde”, considerado como una de las primeras grabaciones de un tema de rock nacional. Otras bandas que formaron parte de su vida musical fueron: Los Náufragos, La Barra de Chocolate,

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Pajarito Zaguri, de niño y adulto. Dibujo tinta de Gabriel Alberti.

Orson Un cuento Stella Maris Folguerá de Sottile

Viajé en el mes de mayo, a través del programa Rojas fuera del Rojas, a trabajar a la capital de la provincia de Corrientes, ciudad señalada como Capital Nacional del Carnaval de la Argentina. Fernanda Toccalino, directora de la Delegación de la UNNE (Universidad Nacional del Nordeste) me conectó con Stella Maris Folguerá de Sottile, correntina de nacimiento, quien nos recibió amablemente en su casa.

Tuve el placer de conocer allí a quien apodan cariñosamente “La señora del carnaval”, con la experiencia de toda una vida dedicada al mundo de la fiesta local a través de la comparsa Ara Berá, donde ocupó todas las funciones imaginables, formó parte de la comparsa desde su juventud y fue responsable de todos los cargos artísticos y ejecutivos en esta prestigiosa agrupación.Integrante durante 1960/70 y Presidenta por varios períodos desde 1995 hasta 2000 y miembro de la Comisión Directiva y encargada de prensa hasta 2005.Coordinadora General de Áreas Artísticas en los años 1980, 1981 y 1984 y en el período 1995/ 2005.Durante 2007 y 2008 realizó el ciclo “Historias de Carnaval” para MAS TV, en co-producción con Susana Seoane Llano, recopilación de historias y registros fotográficos y fílmicos de los carnavales de Corrientes.Ha sido columnista en temas de carnaval del diario Época y de Radio 2, y actualmente participa como “cuenta-cuentos” en el programa “No está todo dicho”, de esa emisora.Le pedí material de su autoría para publicar y nos envió este cuento que aquí publicamos.

Orson“Orson y Valentín” – canción de gesta del Siglo XIV y uno de los cuentos del ciclo de Carlomagno más populares de la Edad Media, que se representaba como farsa en Carnaval; Orson (Ursus-Oso) es el nombre del “Hombre Bestia” “Hombre oso”, escondido en el bosque, siempre capturado por un valiente caballero y uno de los posibles orígenes del “Oso del corso”

Valentín nunca se ha caracterizado por su puntualidad. Sin embargo, llegó antes que yo, lo que era señal de que estaba realmente interesado en el tema que traía. Después de saludarme apurado, pasó directamente al grano: “¿Vamos al Corso el viernes?”. “¿Te parece?”, pregunté con muy pocas ganas de que la respuesta fuera afirmativa. “ Y...sí, contestó rápido Valentín, yo quiero ir”. Su afirmación sobraba. Bastaban el énfasis y la ansiedad evidente. Estaba decidido. “Bueno”, condescendí, “Vamos. Pero ni se te ocurra proponerme que volvamos a ponernos los trajes de los

El viaje a Corrientes que realicé a través del Programa El Rojas fuera del Rojas, me permitió entrevistar a Stella Maris Folguerá de Sottile, quien desde la década del sesenta es una activa protagonista del carnaval de la provincia. Ella me ofreció

una reseña imperdible (es una de las personas que más sabe del carnaval correntino) y para este número nos ofrece el cuento Orson. Otro viaje fue a Chascomús, provincia de Buenos Aires (Chascomús es una palabra mapuche que significa “agua muy salada”),.

Allí buscando material pude conseguir textos de Alicia Nydia Lahourcade, una historiadora muy reconocida de la región, de quien reproducimos fragmentos de sus investigaciones.El ilustrador invitado es el artista múltiple César

Domínguez. Por último, una perlita de una lectora amiga de la publicación, Yolanda Beguier. Espero que lo disfruten, y… ¡nos vemos en el carnaval 2013!

Dandys del año pasado. Además de ser feos, tienen un olor espantoso. Y por si eso fuera poco, me aburre como una ostra hacer de payaso por el Corso con una escupidera llena de dulce de leche en la mano”. Le tiré de una todos los argumentos, de modo de no dejarle hendija por la que pudiera colar los suyos, interminables cuando algo se le mete en la cabeza y quiere convencerme. Es tan insistente, que termina siempre ganándome por cansancio.Para mi sorpresa, él no quería disfrazarse de Dandy, sino de oso. Era su sueño. “Sonamos”, pensé, “éste hace rato que anda perdido en las brumas de la Edad Media. Quedó colgado con el Rey Arturo”. Pero lo del oso era insólito. Hice un último, débil, intento: “¿Pero vos tenés idea de lo que puede ser meterse en un disfraz de oso en Corrientes... Adentro de eso debe hacer 53º lo menos”. “Pero si antes había osos en el Corso, es señal de que eso no mata”. La lógica de Valentín generalmente me exaspera. Es plana, pero irrebatible.Y así fue como se puso en campaña para hacer nuestros disfraces de osos. La madre de Valentín es profesora de arte en el Contte, así que podía ayudarnos con las técnicas y los materiales para la cabeza. También podía tirarnos ideas sobre cómo imitar las garras y la piel del oso. Y mi tía Sara sería la encargada de cosernos “el osito”, nunca mejor llamada esa prenda entera, con piernas y mangas largas, cerrada hasta el cuello, desesperante de sólo imaginarla. En dos días, Valentín tenía todo el plan armado y las tareas asignadas. Las cabezas y las garras nos las haría un alumno de su mamá que necesitaba hacer méritos con ella y mi tía Sara no tenía problemas –nunca los tiene si se trata de joda y de mí, en ese orden- en coser los “ositos”. Como ella sabe de telas sugirió piel sintética. Yo me negué rotundamente y le dije que ni muerto, ni loco, ni mamado. Transamos en tela de toalla. Valentín y mi tía Sara coincidían en que era una lástima, que con piel sintética hubiera quedado espectacular. Pero bueno, si no había más remedio, lo haríamos con tela de toalla teñida de marrón oscuro. Eso sí, compraríamos una bien gruesa para que imitara lo mejor posible la piel del oso. Accedí y mi tía Sara y el delirante de Valentín ya no vivieron más que para los trajes de oso. Todo lo que les importaba en este mundo era lograr unos osos de tela de toalla que parecieran de verdad.

“La murga” xilografía de Agustín Orts Mayor (1927-1985).

Sin darme mucha cuenta me encontré el viernes a la noche en la entrada del Corso, metido en el disfraz de oso cosido por mi tía Sara. La cabezota de cartapesta no era demasiado incómoda. Al menos podía respirar, y no era pesada. Los guantes y las polainas terminadas en garras, estaban muy bien logrados. La verdad, el alumno de la mamá de Valentín era un capo. De todos modos, no estaba en mi carácter concederle a Valentín ningún crédito, así que seguía manifestando mi disgusto de todas las maneras posibles. Con pésimo humor ingresé al desfile al lado de Valentín cuando Hugo Sánchez, el comisario vitalicio, nos marcó la entrada. Yo caminaba lentamente y Valentín me bailoteaba alrededor. Iba de una a otra tribuna, tiraba manotazos, lo empapaban con la nieve de mierda y volvía a bailotearme alrededor. El traje le colgaba cada vez más, pero él era auténticamente “El Oso Feliz” y yo sólo era “El Oso”. De tanto en tanto se me perdía de vista. El ángulo visual era nulo desde adentro de la cabezota. Sólo se veía para adelante. Así que no era tan difícil parecer un oso: para ver a los costados había que girar todo el cuerpo; el fundillo del mameluco cosido por mi tía Sara me llegaba casi a las rodillas –los osos tienen las patas cortas fue la explicación- y me maneaba el paso; las falsas garras me obligaban a arrastrar los pies y a mantener separados y rígidos los dedos de las manos; mi humor estaba para gruñir, o lo que fuera que hacen los osos.Más o menos en la cuarta cuadra dejé de ver a Valentín y parecía que era para siempre. Seguí solo, arrastrado por la gente y mirando para adelante, que era lo único que podía hacer hasta que me encontré detrás de la carroza de Marisa Remer, que iba vestida de Princesa de Bretaña. La comparsa representaba una fantasía medieval, épica o mitológica, no sé bien - “Justo Valentín se pierde esto por andar por ahí haciendo de Osito Contento”, pensé- y ella, como todos los años, era una de las figuras principales. El carro era imponente. Le habían hecho un bosque con luces azules por todos lados, lo que lo hacía muy misterioso, y ella en el centro, adelante, bañada de luz blanca, era como una aparición. Ya no vi más nada. Me mandé para adelante, me pegué al costado del carro, giré todo el cuerpo para enfocarla a ella, solamente a ella, y así seguí mi camino, sin ver y sin importarme hacía dónde iba. Las tribunas se me borraron, dejé de sentir la cabezota, el piso se me ablandó en la planta de los pies. En algún momento todo el Corso desapareció y sólo quedamos el bosque azul, Marisa Princesa de Bretaña –que me miraba asustada- y yo. Me di cuenta de que caminaba sobre arena, pero no me importó en absoluto. Estaba muy consciente de que todo a mí alrededor había cambiado, pero tampoco me importaba. De pronto, desde el fondo del bosque azul apareció un caballo blanco montado por un caballero de luciente armadura. Cuando estuvo frente a mí, que con dificultad traté de levantar la cabeza para verlo, se destapó la cara que el yelmo cubría y resultó que era Valentín; un Valentín transformado, muy puesto en papel, espada en mano, la barbilla adelantada en gesto fiero, las riendas cortas, conteniendo a su caballo. Marisa sonrió. Con ademanes decididos y ampulosos enfundó la espada que blandía cuando salió del bosque y sacó de algún lugar de su montura un collar, un bozal y una larga cadena. Me los puso con destreza y comenzó a tirar de la cadena, llevándome con él. Me alejó del bosque, de Marisa Princesa de Bretaña y me arrastró de nuevo al Corso. Mi nariz y mis orejas se llenaron de olores conocidos y sonidos nuevos: a fritanga, a guisados compuestos, a orines, a sudor, a humo, a agua estancada, a incienso, a cera quemada, a grasa, a pólvora, a humedad, a basura acumulada, a restos de comida, a mierda de gallina, a vino agrio.... La música sonaba a flautas y violines desafinados, a voces ásperas, el ritmo era de parches secos y sin retumbe, de latas y de sonajas. Hugo Sánchez había desaparecido y supuse que por eso las comparsas desfilaban a mano y contramano. A una la encabezaba una vieja sentada en un carrito, llevando como estandarte una larga pala con dos pescados. El tocado de la vieja era una colmena llena de abejas. La enfrentaba otra comparsa más alegre y bochinchera, encabezada por un tipo bastante gordo,

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montado en un tonel, con cacerolas por estribos, una torta en la cabeza y un mazo en la mano, con el que repartía golpes a izquierda y derecha, entre groserías y risotadas, como los payasos de circo. Todo esto lo podía ver bien porque Valentín tiraba y tiraba y sólo me era posible mantener la cabeza dirigida hacia adelante. El lugar era como una plaza, rodeada de casas muy viejas. Todo estaba bañado por una luz dorada, como la de la siesta. Había allí una taberna, una iglesia, un pozo de balde. El caballo de Valentín iba abriéndose paso entre perros, gallinas y cerdos que andaban libres por la calle. De tanto en tanto, me daba cuenta de que caminaba sobre charcos. Los había por todas partes. Pero igual, Valentín seguía arrastrándome. Atropellé a una mascarita a la que le colgaban salchichas en bandolera y tenía un embudo en la cabeza, que empujaba al gordo montado en el barril; toda la comparsa llevaba máscaras y hacía sonar instrumentos musicales más o menos improvisados que me chirriaban en los oídos; frente a la taberna, pasamos en medio de un grupo bastante haraposo que hacía teatro bajo una carpa de trapos miserables. Tropecé con ellos cuando trataban de reordenarse y quedé entreverado con cinco mendigos cubiertos con capas muy sucias en las que habían prendido colas de zorro y limosneaban a los paseantes; una mujer cocinaba en plena plaza y otra vendía pescado; otras, totalmente desinteresadas de lo que pasaba en el Corso, limpiaban los vidrios de sus casas y barrían frente a sus puertas, levantando nubes de arena. De la Iglesia salía un montón de gente y cada uno llevaba su silla. Otros, disfrazados y con máscaras, iban y venían por la plaza. Había chicos jugando y comiendo, corriendo y gritando, chapoteando en aquellos barros inciertos en los que se me hundían los pies. Todo era muy extraño. Pero lo más extraño es que a Valentín nada parecía inquietarlo ni a mí tampoco. El tiraba de la cadena y yo lo seguía. Hasta que llegamos a la casa del fondo. Allí, sin desmontar de su caballo blanco, se inclinó y me quitó el bozal, el collar y la cadena y con una seña, me indicó que tenía que entrar a la galería, donde estaban un hombre y una mujer vestidos como reyes, con coronas de papel, caras redondas y chatas pintarrajeadas con una expresión ingenua, bobalicona. Me ubiqué bajo la galería y me volví a mirar la plaza. Algo había cambiado. Ahora todo parecía enmarcado por una ventana que iba alejándose de nosotros, dejándonos allí... De pronto, a la ventana se asomó un hombre. Lo veía muy bien. Pliegues profundos le marcaban los rasgos fuertes. Los ojos eran azules, brillantes, y la mirada parecía abarcar toda la plaza y cada uno de los que allí estábamos, con todos los detalles. Se le veía el cuello de un blusón de tela gruesa, grisáceo, muy manchado de pintura en el pecho y en lo poco más que se veía de su ropa. En la mano derecha tenía un pincel de cabo largo. Por detrás de él, apareció el carro de Marisa. Lentamente se metió por la ventana, avanzó a través de la plaza, apartando los perros, las gallinas y los cerdos, como antes había hecho el caballo de Valentín. Un aroma a jazmines tapó por un momento todos los otros olores acres y quemantes que me envolvían. Pasó delante de la taberna con su teatrito mugriento, entre los mendigos, los chicos y las mujeres afanadas en la limpieza, delante de mí y por un momento, me pareció que el hombre de mirada clara iba a tocarlo con su pincel, pero no lo hizo.Marisa se perdió por el costado de la casa que las mujeres limpiaban. Yo la miré pasar, blanca e iluminada.La seguí con los ojos hasta que ya no pude girar más la cabeza. En ese momento, el hombre del otro lado de la ventana escribió algo con su pincel en la arena de plaza. Puso “Brueghel, 1559”. Y ya todos nos quedamos ahí, quietos para siempre.

Stella Maris Folguerá de Sottile es contadora pública, escritora, escultora, productora periodística de medios gráficos y audiovisuales y ocupo cargos políticos y culturales

En un reciente viaje a la ciudad de Chascomús visité la Capilla de los Negros. Buscando información sobre los carnavales llegué al Instituto bibliográfico que funciona en la Casa de Casco. Allí generosamente me ofrecieron material de Alicia Nydia Lahourcade, notoria historiadora de la región.Transcribimos fragmentos de dos libros de su autoría: “Chascomús entre dos siglos (1873-1917)” y “La comunidad negra de Chascomús y su reliquia”. Editados, el primero en 1980 y el segundo en 1987.

Las diversiones(…) Por aquello de “todo tiempo pasado fue mejor”, es otro lugar común decir “¡Carnavales eran los de antes!...” y en los labios nostálgicos de los menos jóvenes las mentadas fiestas adquieren proporciones de bacanal. La verdad es que hubo carnavales memorables, apoteosis de la diversión y el “esprit”, carnavales chatos y aburridos como el que más.Los carnavales de 1888 hicieron épocas: los organizó una comisión presidida por Ramón Alegre, que hizo tomar honor a su apellido; se contrató para el ornato del tramo que recorría el Corso (Buenos Aires y Mitre, de Maipú a Lavalle) a un “Monsieur Picard”, de la Capital Federal, pero lo más sugestivo es el pedido que la Comisión hace al pueblo, que colabore:“ya sea embanderado o iluminando sus casas, y principalmente regando los frentes, hasta la mitad de la calle en la calle en las que recorra el corso”.La banda del maestro Eugenio Pegue tocaría (incansablemente) de tres a siete y de 8,30 a 12 de la noche, en la Plaza Independencia el domingo, en la Plaza del Progreso el lunes, y en la Plaza Libertad el martes, para que los vecinos de tres sectores de la ciudad gozaran de la música. Por supuesto, que lo de “gozar de la música”, era relativo, porque se jugaba con pomos (único medio permitido por la restrictiva ordenanza municipal), de modo tan violento, que todo el mundo terminaba pato, incluido los músicos.

La sociedad carnavalera “Los Negros Alegres”, se organizó en febrero de 1888 bajo la presidencia patriarcal de don Luciano Alsina, y su Comparsa, viva encarnación de la danza, repiqueteó en las calles. De esto hace tan sólo noventa años: un carnaval levantando polvo por las calles de tierra, tambores de morenos, serpentinas de carruaje a carruaje: parecería mucho más lejano que el real tiempo transcurrido.También una comisión de jóvenes organizó dos bailes en el Cabildo, el domingo y el martes; la presidía Ramón Alday, que con:“Espejos, cortinados, plantas y mil objetos aportados por los esforzados bailarines, demostró que no tiene en eso de arreglar salones”.Tampoco faltaban los locales engalanados expresamente, como la conocida cancha de pelota “El Pobre Diablo”, sita en la calle Buenos Aires, que cubierta con un mar de banderas, gallardetes y flores, anunciaba “Grandes bailes de máscaras y de particular”, los días sábado, domingo, lunes y martes del carnaval 1889. Los hombres pagaban un peso de entrada… las señoras ¡oh! Lejanos tiempos! gratis.Los disfrazados fueron muchos, o como decía “El Argentino”, ha habido bastante gente de buen humor. En ese año 1889 fueron exactamente 318, según registros de la Policía, que era encargada de proveer los permisos correspondientes.Cada febrero, Chascomús despertaba del letargo estival para preparar sus Carnavales: reuniones de “Los Negros Alegres”, ensayos de la Banda, avisos de Juan Francisco Plorutti, anunciando (1898) que acababa de recibir: 25.000 serpentinas, 350 docenas de pomos. 100 gruesas de globitos grandes, fantasías en caretas y disfraces, y un nuevo producto que causó sensación: la “brillantina”. Polvo de mica teñido de brillantes colores…Sin embargo ese año hubo sólo dos días de corso, porque la lluvia les jugó una mala pasada. Una carroza dejó extasiados a los carnavalearos: tenía forma de barco de guerra, construido con todas las de la ley; los caballeros hacían de oficiales, mientras las señoras arrojaban luces de bengala… en realidad era algo así como la versión frívola de la situación que estaba viviendo el país armándose para afrontar el riesgoso problema limítrofe con Chile. Los restantes carruajes, no tenían mayor adorno que las señoras y señoritas, algunas vestidas de fantasía, que los ocupaban… y pocas máscaras sueltas: uno que otro Juan Moreira… (Ahora podríamos decir: “uno que otro Zorro”).Cuando a fin de siglo se puso de moda el balneario, los bailes más lucidos eran los que se celebraban allí, a la vera de la laguna, y cuando apareció en escena el Teatro Chascomús, se llegó a nivelar el escenario con las plateas (1901) para formar una pista de baile; sin embargo en ese año, los carnavales fueron pobres, chatos y desabridos, ni siquiera el baile de la Municipalidad; con entradas gratis para damas y disfrazados, estuvo divertido1. El desfile eterno, inconmensurable, de vehículos entre apretadas filas de peatones, transcurre mudo, silencioso…

1 Como siempre los había organizado una comisión popular, presidida por Arturo Mathile, y como secretario, el muy reciente escribano Andrés Wallace. El corso recorrió Buenos Aires de Lastra a Mazzini, tramo adornado bajo la dirección del martillero Rufrancos.

Chascomús entre dos siglos (1873-1917).Fragmentos del capítulo Las diversiones, publicado en 1980.

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(…) En 1903 hubo uno que otro toque de ingenio: como salieron “Los Chinos Alegres”, una orquesta de veinte instrumentos de cuerda, las morenas no tuvieron más remedio que ser “Las Negras Joviales”; esta vez se lucieron dos carruajes: una góndola en forma ave, y el titulado “La Parisienne”, donde paseaban, cómodamente sentados a sus mesas, los mismos habitués de la conocida confitería: buena idea para disfrutar del corso sin molestarse. Algunas veces, los carnavales languidecían, otras, había exceso de oferta: en 1904, como no hubo acuerdo sobre el lugar en que debía efectuarse, se dio por primera vez el caso de “corsos vecinales”, en dos tramos de la calle Buenos Aires y alrededor de la Plaza Independencia.En 1906 ya se habla de la extinción del Carnaval como de una acontecimiento a corto plazo; para hacer reverdecer sus laureles, la respectiva comisión decide adquirir en la casa Escasany, cuatro magníficos medallones, dos de oro y dos de plata, para los otros tantos premios: ni aun así pudo despertar a lo adormilados: hubo pocos carruajes bien presentados, y en cuanto a las máscaras, sólo mamarrachos; el primer premio, medalla de oro, correspondió al coche del señor Juan Artiagoytía, y el segundo, medalla de plata, al de los niños del señor Christian Olsen.Otra medalla correspondió a “Las Negras Alegres del Sud”, el infaltable grupo de morenas que acompañaban a su cimbreante bastonera, Ethelvina González, y el cuarto, a la pareja de los señores Arrambide- Chayé, que formaban un farsesco y fatigado “matrimonio en viaje a Mar del Plata”.Pese a las más siniestras predicciones, en 1909 el Carnaval sigue vivo; la Comisión de Corso, presidida por Enrique Newton, Secretario, Nicolás Zulonga; piensa en ofrecer grandes premios para estimular la imaginación de los vecinos. El corso recorrió Buenos Aires, de Mazzini a Crámer; hubo pocas máscaras, pero muchos vehículos que se dedicaron a jugar con serpentinas, hasta que el domingo se agotaron. Normalmente, se vendían a cuatro pesos el millar. (Sí, el millar, a ese ritmo se jugaba!) pero en la noche del último domingo, se pagaban diez pesos en la casa Isusi… comprensible caso de inflación.

Veamos los vehículos premiados: Primer premio: Medalla de oro macizo con brillantes. Coche del señor Ángel Casalins.Segundo premio: Necesaire de uñas: seis piezas en marfil y oro: coche del señor José Constantino.Tercer premio: Reloj de pared “art nouveau”, sulky del señor Bordeu.Los carnavales de 1910 se iniciaron con el ya tradicional baile del sábado en el Club Social. El sábado siguiente hubo tertulia de disfraz en el Cabildo, y el domingo, otra en la confitería “Jockey Club”. En cuanto al Corso, hubo mucha gente y carruaje, pero pocas orquestas y comparsas: ni siquiera se presentaron “Los Negros Alegres” y su ausencia fue como telón que cae sobre una época. Sin embargo, la calle Buenos Aires resplandecía con sus ochocientas lámparas, y hasta un carro especial la había regado para aplacar la polvareda; a media noche se mecía en un concierto de cintas de colores que iban de coche en coche, de balcón a balcón: era el reinado trémulo de la serpentina “nerviosa y fina”, como la llama esa canción de arrabal que quiere ganar el empedrado y se llama tango; con esa total certeza que envuelve a las intuiciones, se podría afirmar que estos años, en algún bailongo carnavalero, el tango se aposentó en Chascomús.Primer premio: un reloj de oro mate con treinta diamantes para señora, con cadena de oro 18 quilates, al carruaje muy adornado del señor Francisco Calderón de la Barca.Segundo premio: una estatua de bronce con pedestal de mármol y dos candelabros, al carruaje, también profusamente adornado, del señor Artiagoytía.Tercer premio: un tintero de bronce dorado al aeroplano tripulado por los señores Juan Beamurguía y Félix Biacchi.Los años previos a la Gran Guerra del ’14, con su corte de temores y tensión, pesaron sobre los frívolos carnavales, un poco fuera de lugar en un mundo que coqueteaba con la muerte. Los carnavales de 1913 a 1916 son tristes: ni comparsas, ni “Negros Alegres” ni serpentinas agotadas en todos los comercios. (…)

(…) Intencionalmente, hemos dejado para el final la evocación del candombe, su música y sus danzarines. Hasta 1860 era “Reina” de su pueblo moreno Rosa Gorostizú, criada del Cura de la Merced, Don Ramón Gorostizú, quien le dio su apellido. Vivía en Sarmiento y Rioja; allí se reunían morenos los sábados por la noche y florecía el candombe. Los músicos pulsaban los instrumentos y los bailarines gastaban los ladrillos hasta amanecer del domingo. Por eso dicen los versos candomberos y jugosos que recuerda Don Enrique Piñeiro, de ochenta y ocho años, nieto de Lucano Alsina: ¡Ay! Tía María, / ¡Ay! ¡Por favor! / Ya viene llegando / Llegando / Saliendo / Saliendo el sol.Cuando la fiesta era especial venía músicos de Buenos Aires para reforzar el conjunto. El tambor el clima y el fondo.No por nada las manzanas que van desde los fondos de la Parroquia de la Merced hasta la laguna se ganaron el nombre de “Barrio del Tambor”.En los días de carnaval, el candombe se adueñaba de la calle y Rosa, la reina morena, encabezando la comparsa con una increíble túnica de cuero adornada con cascabeles.

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La comunidad negra de Chascomús y su reliquia

Fragmento del capítulo: Los morenos en Chascomús, publicado en 1987.

Muerta Rosa Gorostizú, la comunidad negra tiene un nuevo patriarca: es Luciano Soler, criado de la familia Alsina, y por lo tanto para todos Luciano “Alsina”, quizá la figura morena que más recuerda la memoria popular. Creó la comparsa “Los Negros Alegres”, que animó los Carnavales durante mucho tiempo. Semanas antes, la comunidad se ponía en movimiento: visitaban las casas de sus amos o de las familias más caracterizadas, en busca de dinero, ropas y adornos.Doña Pancha Girado de Casco, Feliciana Cardoso, Celestina Grigera de Casalins, eran algunas de las damas cuyos nombres recuerdan los morenos con más gratitud. La nieta, señora Carmen Villanueva de Marina, recuerda todavía como las morenas, alegres y agradecidas, visitaban su casa, la misma que ahora ocupa en la calle Casalins, mientras su abuela. Doña Celestina, les servía chocolate.Entonaban coplas, especialmente compuestas para la ocasión. Según Don Enrique Piñeyro, decían más o menos así:

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Nacido en el barrio de Las Cañitas, desde pequeño salió en la murga,

en su derrotero pasó entre otras, por Los Amantes a las Pebetas, Los Bohemios de Matanza, Los Dandys del Bajo Belgrano, Los Bohemios de Liniers, Los Audaces del Bajo Belgrano.

Formó parte del grupo de la vieja guardia murguera integrada entre otros por su hermano Rogelio, Guigue, Nariz, el Tano Nino, Pedrito Molina, quienes acompañaron el renacer de la murga en el período democrático apoyando con su presencia y transmitiendo la voz de la experiencia.

Estuvo en la década del 70 a un paso de convertirse en cantor de tangos en la orquesta de Tanturi, con una gira al Japón. Quiso el destino que su voz siga siempre cerca de la murga porteña, acompañado por el instrumento que escuchó desde su infancia: el bombo con platillo.

De los encuentros me brindó un texto donde daba cuenta de su camino en primera persona. Transcribo fragmentos de la apasionada vida murguera de Carlos Paltrinieri, quien además de cantar sigue escribiendo canciones y poemas para que no muera el carnaval.

Nací en el barrio Las Cañitas, en el mes de noviembre del año de 1934.

Desde chico en mi casa mis padres hacían reuniones en donde se cultivaba el canto y la guitarra. Mi viejo era concertista de dicho instrumento. Había estudiado música y tocaba piezas

CARLOS PALTRINIERI

El cantor de murgas en primera persona

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Carlos Parltrinieri cantando

clásicas y se reunía con sus amigos de juventud. Allí nos hacían cantar a los tres hermanos. Allí nos iniciamos vocalmente.

El barrio tuvo cantores que se hicieron famosos: el Tano Marino, que se consagró con la orquesta de Troilo, Alberto Podestá, que si bien había nacido en la provincia de San Juan vino de muy joven al barrio y se hizo cantor.

A los siete años formamos con otros chicos del barrio una murga. Allí pusimos nuestro ingenio para armar el bombo con un tacho de lavar ropa. Compramos los cueros e hicimos los tientos y una vez armado, prendíamos una fogata para templarlo.

En la murguita, salíamos con mis dos hermanos, Alberto y Rogelio y Rafael Charafia, su hermano Juan, Toti, Oscar, y el bombista era el gordo Barricala, que para que cantaras más, te pegaba suavemente con la maza en la cabeza; concurríamos a cantar

en el Guindado de Libertador y Concepción Arenal, frente a la entrada de la popular del Hipódromo de Palermo, en donde los habitúes, sentados en mesas puestas en la vereda, nos pedían que cantáramos versos picantes que habíamos aprendido escuchando las murgas que habían venido a cantar a nuestro barrio.

Recuerdo que un día de carnaval fuimos invitados por el jockey Irineo Leguizamo, a cantar a su casa. Nos recibió su señora esposa, quien nos hizo pasar a un patio. Hicimos la rueda y comenzamos a cantar; Leguizamo y su señora se desternillaron de la risa. Una vez finalizada nuestra humilde actuación nos invitaron a la mesa a comer y beber.

(…) Con esa murguita tirábamos la manga por el barrio y cantábamos todas las noches de carnaval en el boliche de Armando, que estaba en Arce y Chenaut al finalizar, repartíamos lo hecho en forma igualitaria en la placita Chenaut.

Qué hermosa esa primera experiencia vivida en nuestra niñez con amigos que nos fue formando y enamorando de la murga.

Nuestro barrio querido Las Cañitas, burrero y de murgas, en cada boliche era un carnaval y quedó inmortalizado en esos versos de “Los Locos por las Pebetas” que decían más o menos así:

Somos de un barrio de ranas/ carreristas y fulleros/ cara lisa, reos chorros/ curdelas y quinieleros/ En la crema no lo dude/ Que esta hermosa ciudad/ Somos del barrio Cañitas/ No precisa decir más.

(…) a los 14 años con un grupo de compañeros amigos, formamos la murga que el barrio necesitaba. Porque habían dejado de salir Los

Locos por las Pebetas, costó trabajo, primero qué nombre le poníamos, muchos querían ponerle Los Hijos de los Locos por las Pebetas. Pero consultados los responsables nos dijeron que no, entonces después de barajar muchos nombres, se votó Los Amantes a las Pebetas e hicimos en la imprenta amiga los programas con propaganda, para ir a los comercios del barrio a recaudar dinero para la compra de los bombos e instrumentos.

Los bombos y los platillos fueron comprados en la casa de música Radaelli. La tela para el estandarte en el barrio del Once y luego fue armado por una mamá que era modista.

Los trajes (levitas, pantalones) los hicieron cada uno por su lado, comprando la tela y los adornos en la tienda La Valenciana de la avenida Cabildo.

Borello el futuro payaso de la murga, era chapista, y le pidió permiso al dueño del taller donde trabajaba para soldar globos y los dados y armar instrumentos con latas, como serpientes, dragones, cocodrilos, el trombón, abanicos, etc.

Los colores elegidos fueron el celeste y negro, los pantalones negros con cinco

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cintas celestes; Los directores tenían levita celeste, puños negros y cuello negro, con el pantalón negro con las cinco tiras celestes, galeras muy bien adornadas, zapatillas, moño, guantes blancos y bastón.

Los murguistas a la inversa de los directores y todos llevaban instrumentos.

Las fantasías llevaban pantalón negro con una sola cinta celeste, camisa blanca, moño, zapatillas blancas, y una capa celeste con adornos.

(… ) La capa que se había hecho Gallina, el Presidente de la murga, era alucinante. Salimos de cantores con Rogelio, Tatín quien hoy es el cantor Roberto Ayala, y el Tano Castiglia que cantaba las críticas.

Los cantos, principalmente las críticas, las escribieron el padre de Gallina y el hermano de Rosedal que era quien le había escrito muchos temas a los Locos por las Pebetas.

Los Amantes tuvieron su nacimiento en el año 1954.

Se ensayaba en la Rinconada de Chenaut, las canciones de entradas y retiradas, muchas las escribimos Rogelio y yo y recuerdo que una de las primeras críticas de política que escribí y canté en el año

1956 le daba a los milicos y en algunos tramos que hoy vienen a mi memoria decían así:

Ahora le voy a contar/ Si se quieren enterar/ esto de la Revolución/ Esto de la Revolución, que esta causando furor/ porque ahora de moda está/ Libertadores quieren ser/ a quién quieren engrupir/ si el único Libertador que la América pisó fue el General San Martín.

Los bombistas merecen mi reconocimiento: el Loco Varela, Moscato, Ratón Pérez, Dorrey Chico y Mario Otero.

Tanto yo como los demás cantores de la murga cantábamos confiados, teníamos una orquesta detrás nuestro que nos hacían lucir en cada actuación. Los directores bailarines, que se destacaban por elegancia, movimientos y contorsiones, eran Juan Carlos Dorrey, Mario Boltestein, Miguel Romano, Juan Carlos Gallina, los hermanos Mario y Tano Castiglia, Agustín Félix Gutiérrez, Rogelio Paltrinieri,

el Gallego Lázaro. En el año 1957, ganamos el gran Premio de Honor en el Corso de Flores, que era exclusivo de desfile y baile. Las mascotas que teníamos la rompían bailando.

(…) Recuerdo que el circuito que hacíamos eran los corsos de la Boca, Brandsen, Lamadrid, Vuelta de Rocha y Almirante Brown. También actuábamos en el corso de la calle Danel.

También cantábamos en el club Islandia y en el California, en donde concurrían gran cantidad de murgas. En esos años salíamos en camión y era divertido

(…) El horario de salida era temprano. Antes se cantaba en las esquinas para tirar la manga, los cantores nunca necesitamos micrófono para que nos escucharan en nuestra murga. Cantaban todos los coros, nos escuchaban de una cuadra.

Los años que salí en Los Amantes fueron los más hermosos y felices de mi vida de murguero. Primero porque lo hacía en mi barrio, con mis amigos y mi hermano y porque hablábamos el mismo idioma. El coro era afinado y sonoro, y con el tiempo descubrí el por qué: en dicho tiempo sólo se escuchaba radio en la casa de uno, y dichas radios no estaban contaminadas con música foránea. La murga se disuelve, y yo soy citado para hacer el servicio militar en Campo de Mayo.

El primer carnaval siendo soldado me invita Pirulo, un director bailarín magistral a salir en una nueva murga que estaba sacando el Negro Vaca en la Matanza.

El primer franco coincidió con el ensayo y concurrí. Me hicieron cantar y decidí que si salía franco en los carnavales, salía en la murga Los Bohemios de Matanza, la mejor murga. Porque desde el estandarte al último murguista eran lo más perfecto, desfilando, bailando y cantando.

El director general era Pirulo. El presidente y motor impulsor de esa murga perfecta era el Negro Vaca, que estuvo en todos los detalles. Lorenzo Ramos dirigía los bombos, que sonaban como una sinfonía. Pirulo bailaba entre los bombos, haciendo gala de una elegancia pocas veces vista en un director. El Gordo Mocho,

con sus 180 kilos, moviendo toda esa tremenda humanidad, dejaba al público boquiabierto. El Negro Berenjena, o como él quería que lo llamaran, “Peter”, un bailarín exquisito. Los hijos del Negro Vaca, Gabriel, Daniel y todas las mascotas, maravillando a todos.

Los cantores en los Bohemios fueron Rogelio, el Chino y yo. Todas las canciones las escribió Guigue (Jorge Mancini) en forma exclusiva para Los Bohemios.

En Chicago recuerdo que canté como estreno la canción que Guigue le hizo al barrio de Mataderos y que años después grabó con Los Quitapenas.

Una de las cosas que más me impactó de esta murga fueron los abanicos. Medían 2,50 metros de alto y los revoleaban e incluso se lo pasaban por debajo de las piernas.

Uno de los lugares donde actuábamos era la cancha de Chicago. La murga ingresaba bailando, dando vuelta a la cancha y luego subía y actuaba en el escenario que estaba armado mirando las tribunas altas. Se hacían concurso

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Los hermanos Paltrinieri

de murgas, y en los años 1959 y 1960, Los Bohemios fueron sacados de concurso y le dieron el Gran Premio de Honor.

La misma distinción tuvimos en el corso de Liniers, por la gran calidad.

Lástima para quienes nos tocó la dicha salir en tan grande murgón, solo duró dos años y nunca más salió.

En 1961, vino Lorenzo Ramos para invitarme a salir en la murga Los Mimados de la Paternal. Allí me encontré con muchos que habíamos salido en Los Bohemios de la Matanza. Salí hasta el año 1967 y ganamos muchísimos premios.

Salió de cantor Rogelio, y El Chino, en 1962.

En 1970 volvimos con Rogelio a las Cañitas. Marcos, un amigo nuestro, quería sacar de nuevo Los Amantes a las Pebetas.

Se incorporan Pepino, de La Paternal (un bombista colosal). Pirulo como director general. Del Bajo Belgrano Juan Niveiro y su hija Ana, Lito Martínez y un grupo que enriquecieron la murga.

Esta nueva etapa fue distinta, nos encontró maduros, casados con hijos y todos con experiencias vividas en otras murgas, donde siempre se aprenden cosas nuevas.

Actuamos en El Islandia, California, Cine El Nilo, el corso de Villa del Parque, La Costanera y el remate final siempre lo hacíamos en el corso del Club Rosedal, en donde nuestros vecinos y amigos nos esperaban con gran cariño.

Los Amantes a las Pebetas fue un período breve, pero como dice el refrán, si es breve, dos veces bueno; así dejaron Los Amantes de salir.

Estando en los carnavales

de 1972 en el corso de San Isidro junto con mi señora y mis dos hijos, en la Av. Centenario, a metros del palco, escucho unos bombos que se estaban preparando para ingresar al corso y le digo a mi señora: “Esa murga es del Bajo Belgrano”, recuerdo que me miró y me contestó: “Cómo podés saber que es del Bajo Belgrano si no fue anunciada y están a más de una cuadra nuestra”. Le contesté que conocía ese sonido y que me atrevía a decir que a uno de los bombos lo tocaba Samuel.

Hace su ingreso la murga y al ver su estandarte, río. Decía “Los Dandys del Bajo Belgrano”, pero es mayor la sorpresa de mi señora cuando ve que uno de los bombistas era Samuel. Junto a este tocaba Pepino de la Paternal, quien trataba que abrirse paso para llegar hasta donde estábamos con mi señora. A los gritos me pedía que me pusiera una levita y cantara con ellos.

Así me sacaron del público y subí al escenario, canté una entrada y la retirada el tango “Buenos Aires” del Bajo Belgrano.

Este tango impactó tanto en la gente del corso que

aplaudieron a rabiar y fue tan así que al bajar del escenario me estaba esperando el Presidente del Corso (después me entero que era un martillero famoso de San Isidro). Me felicitó y me pidió que fuera todas las noches que restaban, que eran como cinco, con la murga, y cantara porque les había encantado.

Del corso nos fuimos con mi señora y mis hijos en el micro de Los Dandys a un club del Bajo Belgrano donde terminaban su actuación.

Allí el Presidente de Los Dandys, que resultó conocido mío porque era municipal como yo, me agradeció y me suplicó que ayudara a su murga; y no tuvo que rogarme mucho. Así lo hice y salí con Los Dandys hasta que finalizó el carnaval.

Con Los Dandys tuve una satisfacción mayor. Ganamos el Premio mayor del corso de San Isidro, que era una copa de 1,80 m de altura con manijas doradas, que la habían traído en un carrito con ruedas. Nunca vi nada igual en toda mi vida de murguero. Este trofeo debía ser ganado tres años consecutivos o cinco años alternados. Pero el corso, por causas que uno desconoce, no se hizo más, y a la murga le quedó la foto de ese trofeo.

(…) Debo hacer mención muy especial a las reuniones durante más de 30 años, que hicimos los murgueros y amigos, convocados la mayoría de las veces por Nariz. Vaya el merecido recuerdo al boliche de Urbano y Carlitos, de República de la India casi esquina Cabello.

Allí pasaron Guigue, Mimo, el Tano Nino, Rogelio, Pedrito Molina y una barra bullanguera que además de las guitarreadas y cantadas con mi hermano, terminaban siempre con canciones de murgas.

Todos los años el Día del Amigo, en el boliche, o en el club Salvavidas que está a la vuelta (cuyo presidente es un viejo murguero y mejor amigo El Nene Magri), convocamos al Chueco Díaz, a Lito Sosa, a Longo, al Gallego Espiño y muchos integrantes de su murga Los Atrevidos por Costumbre y junto al grupo de amigos cantábamos hasta el Arroz con leche, hasta que aparecía el sol. Algunos de esos amigos partieron. Se fueron de gira a enseñar la

murga en el cielo porque la Tierra les quedaba chica.

Recuerdo que con Rogelio, Nino, Pedrito Molina y Guigue, concurríamos muchas veces a ver los ensayos de muchas murgas, o nos invitaban a la actuación que estas hacían en teatros, clubes o plazas. En una de esas movidas fuimos a Villa Ortúzar, donde un grupo de jóvenes están sacando una murga nueva, Los Endiablados. Nos recibieron con un cariño y una admiración extraordinaria, y comprendí que realmente nos veían como los referentes del carnaval.

También nos invitó Pantera a una actuación fuera del carnaval al barrio de Saavedra. Dentro de un local adornado con banderas tenían el equipo de sonido y después de las actuaciones de Los Reyes del Movimiento y murgas invitadas, Pantera anunció nuestra presencia: Nariz, Guigue, Pedrito Molina, Rogelio y yo, y nos invitó a que cantemos. Cantó Nariz, la rompió. El local se venía abajo. Guigue hizo un recitado y con Rogelio hicimos el tango Cuartito azul, que escribió Guigue.

Otra vez como tantas veces, me vino a buscar Lorenzo Ramos a mi casa. Debo decir que fui uno de los cantores que más salió con este eximio bombista y creo sin temor a equivocarme que él fue

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el mejor para acompañarme los tangos, las pausas cómo marcaba… Parecía Troilo con su bandoneón. En los valses, el sonido del platillo era algo para recordar.

Decía que Lorenzo me vino a buscar para sacar Los Bohemios de Liniers. Me embarqué en esta nueva misión y salí en dicha murga los años 1974 y 1975.

Lorenzo logró sacar un murgón extraordinario haciendo honor a toda la capacidad y experiencia que tenía este amigo. Recuerdo que para salir en los carnavales viajaba de Lugano a Chacarita porque me cambiaba en la casa de Lorenzo.

Allí dentro de su casa nos atendía su señora La Ñata, una mujer extraordinaria. Era la ayuda para todos, de la cual guardo un cariño entrañable.

Esta murga Los Bohemios de Liniers, solo duró dos años. Me vuelven a buscar de Los Mimados de la Paternal y salgo con ellos entre 1987 y 1985, allí acompañado por Lorenzo Ramos y muchos de los que habían salido en Los Bohemios de Liniers.

Salía el Chino de cantor de

críticas y si bien no era cantor de voz llamativa, tenía la cualidad de una memoria prodigiosa, ya que Guigue muchos cantos se los entregaba la misma noche del carnaval. Se comía la letra y a la noche la cantaba sin equivocarse. En esta nueva etapa además de mi hermano Rogelio, tuve grata oportunidad de cantar con un muy buen cantor del barrio de Saavedra. Me refiero a Fito Bompart un cantor atenorado muy afinado y particular. Mi recuerdo para Fito, de cantor a cantor. Así es, este recorrido de mi vida murguera llegó la invitación de la murga “Los Quitapenas”. Con Tato, Mariana, Luciana y todos los demás componentes compartí jornadas y momentos inolvidables en donde el trato que nos dispensaron fue tal que nos hizo sentir como en las nubes.

El ensayo previo a la grabación del CD, la grabación en la grabadora, en donde a Rogelio y a mí nos tocó grabar tres temas preciosos y que son aún hoy referentes de todas las murgas.

Las actuaciones luego en el teatro El Quijote y más tarde en el Podestá de La Plata, para la presentación al público, en donde todos los viejos murgueros pudieron demostrar toda su experiencia y capacidad murguera.

Así la historia llega al 2000, en donde por pedido de mi hermano Rogelio, concurro al club Palermo, donde ensayaban Los Chiflados de Almagro, un murgón con una rica historia y reconocida en el transcurso de los años. Los ayudo en los ensayos y me enganchan para salir con la murga. Esos carnavales hicimos encuentros de murgas en Villa Ortúzar, en Saavedra, también teatros como El Quijote compartiendo escenarios con Los Cometas de Boedo en el Teatro de Luz y Fuerza. Por gestión de Lito Sosa hicimos una actuación compartida con Los Mocosos de Liniers que en esos momentos sacaban Ana Biondo y su esposo Víctor. En ambos teatros, a lleno completo, hicimos las murgas unas actuaciones inolvidables.

(…) En la murga Los Chiflados salí hasta el año 2003 entre los meses de marzo y agosto. En ese año 2004 ayudé a Rogelio en los ensayos en una sala de la murga Enloquecidos por

Las Cañitas todos los meses sirvieron para comprobar que el pre carnaval, al verlos actuar, no fue tiempo perdido.

Por expreso pedido de mi nieta Brenda me tuve que buscar una murga donde ella pudiera salir. Mi señora llamó a Nora, la señora de Tachuela, que estaban ensayando con una murga que estaba sacando Ariel, el sobrino del Oso. Ensayaban en el club Laureles Argentinos los días viernes desde las 21hs en adelante; fue grato encontrarnos con muchos de los que salieron conmigo y mi nieta en Los Chiflados de Almagro, a mi modesto entender lo mejor de esa murga, hoy estaba en Los Inquietos de Monte Castro. Me refiero a que encontramos lo mejor porque estaban los grupos familiares, todos en Los Inquietos.

Recuerdo que me senté al lado del Oso, quien se encontraba escribiendo una

crítica, y me dijo: “Loco tenés que ayudarme, escribí para esta murga”. Quede con Ariel y El Oso que les daría una mano y que escribiría temas para los Inquietos. Así lo hice. Me puse a escribir con miras al pre carnaval que Los Inquietos tenían para el mes de noviembre de ese año 2004.

En el pre carnaval salimos cuartos entre treinta y siete murgas y nos dijeron muchos del jurado, entre ellos Mingo Romano, que de haber dicho recitados de entrada y salida, Los Inquietos salían primeros.

Pero a veces pasa, porque toda la fuerza y el esfuerzo puesto en la actuación hicieron que los papeles de esos recitados se cayeran del atril de bajo del escenario.

Pero igual estábamos felices, porque la crítica de política, hasta el jurado, que estaba presidido por el Chango Farías Gómez, la aplaudió de pie.

Actué en el carnaval 2005, preparé un cantor de críticas porque aunque la murga Los Inquietos tenía al Oso como cantor de críticas, entendí que era necesario contar con otro solista. Jorge salió un cantor de crítica decidor que se escuchaba claro, e hice afirmar a quien ya venía demostrando una fuerza singular para cantar entradas y retiradas, el Maestro Gustavo, que de él estoy hablando, me dejó muchas veces asombrado.

Los recitados, además, de Nicky, que es locutor oficial de la murga pero que a veces por razones laborales no puede actuar. Decía que tuve que hacer recitados, y así salió, el mismo Jorge y Gustavo el Maestro, recitaron en los corsos letras que yo les había escrito.

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De entradas y retiradas y a Gustavo el maestro, tuvo que hacer animador remplazando. El carnaval del año 2005 encontró a la murga fortalecida y convencida de que se podía, poniendo empeño y esfuerzo, estar entre las primeras murgas de ese carnaval, e hicimos todos los corsos que nos fueron asignados dentro del circuito, cumpliendo con la rutina y con el público.

(… ) Pasado el carnaval, a la semana estuvo el resultado, Los Inquietos de Monte Castro primera de todo el puntaje del carnaval 2005.

Siguió un año de trabajo, tratando de mejorar aquello que a nuestro modesto entender la murga debía mejorar.

Por último llegó el carnaval 2006, triste en lo personal porque se habían ido amigos y murgueros muy allegados, primero El Bebe Lamas, con quien compartí el escenario; después el Loco Lorenzo Ramos, con quien salí y me sentí acompañado por ese bombo magistral que en sus dos manos se convertía en algo mágico, y por último ese entrañable amigo, maestro y ejemplo de vida que fue y seguirá siendo en la memoria de quienes vivimos noches de cantos y amistad, Eduardo Pérez, para todos “Mimo” o “Nariz”. Todos inolvidables. Digo llegó el carnaval 2006 y la murga Los Inquietos salió sólo seis noches, por razones económicas que condicionan a muchas murgas sus salidas, porque se les hace imposible afrontar los gastos de los micros y las bebidas y comidas de todos, más los imprevistos que siempre surgen cuando sale la murga en el carnaval

con parches que se rompen, mazas que se desarman, etc., máxime cuando una murga sale a pulmón, sin contar con otros recursos. Participamos de seis salidas, donde concurrimos a dieciocho corsos, en donde pude comprobar el cariño especial que tiene la gente con esta murga, que mantiene la tradición de esos viejos murgueros que en los antiguos centros murgas, a fuerza de bombo, platillos y pitos, imponían ese ritmo que tan famosas las hizo. En todo este relato de mi vida de murguero merece que haga un análisis especial de mi parte sobre los corsos que hoy hay en el circuito capitalino. Creo que 50 años de murga me dan derecho a opinar sobre el tema.

Yo que viví la época de oro, en donde los carnavales eran realmente la fiesta del pueblo, donde grandes clubes se disputaban las recaudaciones día a día y en cada barrio existía la competencia de corsos y murgas, los corsos con un sistema de sonido con bocinas esparcidas en la cuadra, donde todo el mundo escuchaba perfectamente, no como ahora que con la tecnología existente no escuchás nada de las actuaciones de las murgas porque es tan malo el sonido que sale todo distorsionado.

Hoy después de más de cincuenta años veo que los corsos están pésimamente iluminados, donde se tornan inseguros; porque la gente juega con nieve y el piso con tanta espuma de jabón se convierte en una pista de patinaje, donde el caminar se hace difícil.

Considero que tanto el gobierno de la ciudad como la Legislatura porteña deben brindar al pueblo de la ciudad un carnaval digno, porque el pueblo con sus impuestos lo paga y porque además ésta es la única fiesta popular que tiene una vez por año el habitante de Buenos Aires.

Las murgas, únicas sostenedoras del carnaval porteño se ven hoy impedidas de crecer en todo su arte, por no contar con un presupuesto acorde con la cantidad de murgas vigentes.

Teniendo en cuenta los altos costos que hoy tiene cada murga, las autoridades deben ponerse a tono con la demanda; dando al pueblo lo que es del pueblo.

De mi participación autoral, como colaboración a otras murgas amigas, sin estar saliendo en ellas, fue con la murga Los Audaces del Bajo Belgrano, que ensayaba en un estudio de Monroe y Avenida Cabildo.

Fuimos invitados con Rogelio por intermedio de un primo hermano nuestro, Gustavo Paltrinieri que estaba como cantor de la murga.

Concurrimos como dije y el recibimiento de esos muchachos fue sumamente cordial. El director toca muy bien el bombo, y canta mejor,

existe un motivo para que esto ocurra. Es hijo del cantor que toca el bombo en Los cuatro de Córdoba. Nos hicieron cantar a los dos y quedaron enloquecidos con los dos.

Al salir del ensayo, nuestro primo nos pidió que le escribiéramos unas canciones y expresamente que le hiciera un homenaje para el Loco Housseman que estaba saliendo en la murga. Rogelio les hizo dos temas y yo también hice dos. Uno un vals, “Caserón de tejas”, como una ofrenda al barrio de mi niñez, de mi querida vieja y de mis tíos, y el otro fue el homenaje al Loco Housseman, que cantó nuestro primo, que al escucharlo lloró como un niño de emoción y le pidió que me lo agradeciera muchísimo.

Debo agradecer que mis humildes letras se hayan escuchado en tangos y corsos que estas murgas amigas visitan.

Esto como autor, me obliga a seguir escribiendo para que no muera el carnaval. (…)

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(...) La cría Rockal entre otras.En el año 1976 salió a la venta el disco de Pajarito Zaguri: Pájaro y la murga del Rock and roll. En la tapa del long play está la foto de Pajarito cuando era un niño con su levita de murguero. Formaba parte de Los Sacacueros de Palermo. En un encuentro fugaz con Pajarito en la casa de Jorge Pistocchi en la Boca durante 2004, le consulté sobre su participación en la murga y me comentó que por entonces era director y letrista; años más tarde, ya muchacho, engrosó las filas del rock and roll y escribió canciones de ese género. Recuerdo un tema grabado por Billy Bond y la Pesada del Rock and Roll titulado: “Dueño de tu piel”: Puede ser muy linda tu sonrisa/ puedes que por ti se hagan matar/ pero si te guardas tu conciencia/ dueño de tu piel/ nunca serás. Esta letra no presenta diferencia a las de las críticas de murga. En el número cinco de la revista Pan Caliente de octubre 1981, salió publicado un artículo por la vuelta a los escenarios de Pajarito Zaguri. Transcribimos el copete de la nota y un fragmento referido a su participación en la murga Los Sacacueros de Palermo y los cruces con el rock.

El rock y el blues fue lo que más prendió en el ambiente callejero de los barrios porteños, esos que todavía guardan en su memoria las murgas y su desenfado.Los pibes copados con la música negra terminaron encerrados en garages y galpones cantando con voces cargadas de matices de vendedores ambulantes.Salido de esa cuna, Pajarito Zaguri fue uno de los primeros en hacer conocer esa música. “La Barra de Chocolate” fue su conjunto más estable, pero ni en las buenas ni en las malas se desprendió de la calle y de su gente. Hacía algunos años que no tocaba a nivel “oficial”, pero ahora intrépidamente se manda de frente march al Obras, con el grupo Memphis y un montón de músicos más.

Varela Varelita, Osvaldo Publiese, Troilo, escuchando su música. En cuanto a la barrita, éramos los pesaditos de Palermo, pero yo me divertía mucho. Cuando fui más grande (16 años), yo ya andaba con la guitarra al hombro, con Hormiga y con Miguel Saravia por las playas de Vicente López, y empezaron a nacer las patotas, tipo manopla y cadena con las camperas de cuero (“los chicos malos”), y nosotros meta tocar con las guitarras, y cuando a mí me invitaban a participar de algunas de esas patotas decía: “no, ni cuando tenía diez lo hacía yo eso”. Claro, como fue la época Sal Mineo, James Dean y Elvis Presley…

¿De alguna manera asociabas a los punk actuales?Y, sí, es la misma historieta, lo único distinto es que ahora es el ‘81 y en aquella época era el 60, “yo soy un rebelde y qué te pasa”…

En un reportaje a Los Violadores, ellos decían en general que se sentían traicionados por los músicos por los cuales ellos habían creído, que les habían dicho “la guita no interesa para nada” y ahora están totalmente prendidos a los mangos.

Bueno vos pregúntales si Pajarito los traicionó.

No, no, por lo menos a nivel económico seguro que no (risas).

Ahora después de Obras pienso pasar a “Polémica en el bar” como sexto integrante (risas). (...)

PÁJARO Y LA MURGA DEL

ROCK AND ROLL

LA VUELTA DEPÁJARO

(…) . El otro día en la plaza vi el disco (La Murga del Rock and Roll) y estaba a quince palos, es un disco que no se consigue más porque es una producción limitada, es una producción independiente. Incluso la compañía no existe más.¿Aparecés vos disfrazado de murguero?Sí. Cuando salía en la murga Los Sacacueros de Palermo, y hay uno solo de Willie Pedemonte, porque esta dividido en dos, con músicos de la Cofradía de La Plata y con músicos del oeste.Los solos de guitarra son mortales, lo de la Plata estuvo más o menos ensayadito, pero lo de la murga, lo de la gente del oeste, estuvo ensayado en el parque Avellaneda con dos guitarras españolas. Recién nos vimos con dos guitarras eléctricas y equipos solamente en el estudio de grabación, y teníamos quince horas para grabar tres temas.Contamos hasta cuatro, y salieron los tres así, de frente march, porque teníamos un queso impresionante y Rudy se mandó un solo ahí, en el Blues Este (intentando los blues) que es mortal, realmente.

Hace un tiempo me contabas algunas cosas del barrio de aquella época, de la barra de Los Sacacueros de Palermo.

Eso era cuando yo tenía diez años. Cuando yo empecé a salir con la murga tenía cinco tíos que en ese entonces eran solteros, y yo me colaba con ellos en la milonga que ellos hacían y me mataba viendo a Oscar Alemán, a

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Pajarito Zaguri, murguero.

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Venimos niñaLlenas de candorA saludarlaDe corazón.De las violetas un ramoQueremos dedicarle hoy,Regadas con lágrimas de rocíoY gotas de amor.

Luego de ensayar con ahínco, llegaba el ansiado sábado de carnaval, y “Los negros Alegres” eran realmente la alegría del corso. En sus buenos tiempos, la comparsa contaba más de cuarenta personas, entre grandes y chicos. Adelante marchaba la bandera Argentina. Todos los años la pedían en préstamo a la Municipalidad. Don Pedro Echeverría fue el último intendente que cumplió con el rito. Inmediatamente después, marchaba el estandarte de la agrupación; era de seda, con una pareja de candombe pintada. Llevaba varias latas con anillos dentro, de modo que al mover el estandarte se marcaba el compás. Luego, los músicos: Luciano Alsina y Pancho Vera pulsaban la guitarra; había también acordeones y el infaltable tamboril. Detrás se movían negras y negros en un delirio de ritmos y colores; allí se lucían Eduviges Lucero y las cinco hijas de Luciano Alsina y Felipa Sícara: Etelvina, María, Pastora, Victorina y Macedonia; Isabel Lucema, criada del Cónsul italiano Don David Copello (quien fuera director de “El Argentino”), con su porte arrogante y su mota colorada, ataviadas con vestidos de muselina rosa, amarilla o celeste, faldas de tres volados y anchas mangas. Eran la viva encarnación de la danza.El Carnaval de 1888 fue especialmente lucido. Desde principios de febrero se anuncian los preparativos de los morenos, y ya no quedan carruajes para alquilar. Hubo muchos disfraces y comparsas. Desfilaron “Los Habitantes de los bosques”, rigurosamente vestidos de monos, y también “Las Egipcias”, unas damas traviesas que amparadas en su disfraz, se dedicaban a bromear con los caballeros “sacando a relucir sus simpatías”, como dice “El Argentino” con expresión bien “fin de siglo”.Sin embargo “Los Negros Alegres”, como siempre, se llevaron las palmas. Dice textualmente “El Argentino” del 15/ 11/ 1888 refiriéndose a estas comparsas:“debemos mencionar primeramente por su antigüedad la de “Los Negros Alegres” que desde muchísimo tiempo atrás viene apareciendo todos los años con inimitable puntualidad. Es su presidente (y fundador) el vecino Don Luciano Alsina, persona que, a pesar de sus modestos recursos no omite sacrificio porque su comparsa aparezca cada vez más numerosa y bien arreglada. El estandarte de la Sociedad era conducido por el vecino Don Antonio Silva, quien también ha cooperado mucho, en diversas formas, para que aquella obtuviese el buen éxito que ha alcanzado”.Hubo muchos carruajes: los de las familias Casalins, Olmos, Milani, casco, que por cierto no pudieron competir, en cuanto a originalidad, con el joven Deytieux, que cubrió su vehículo con papeles blancos y celestes, lo cual no sería tan excepcional, pero además pintó el caballo de celeste para que hiciera juego, y esto si que sale de los común. En suma, y como dirían nuestros abuelos” carnavales eran los de antes...”.Luciano Alsina murió el lunes 3 / 11/ 1890, cuando ya apuntaba un nuevo carnaval. La comparsa “Los Negros

Alegres” que fundara y presidiera por tanto tiempo, decidió suspender sus ensayos hasta el jueves desea semana, pero igualmente se presentó en los corsos, y aunque diezmada, fue la única comparsa. Es que muchos factores se conjuraron para que el Carnaval de ese año fuese poco animado. Además del patriarca negro, Luciano Alsina, murió a los veintisiete años Arcenio Bordeu, sumiendo en el rigurosísimo luto de aquel entonces a muchas caracterizadas familias; por último, 1890 fue el año de la gran crisis, que ya flotaba en el aire y alejaba la alegría de las fiestas (…).(…) Pero volvamos a nuestro morenos. El cetro de Don Luciano lo heredo Etelvina Soler de González, su hija mayor, que trató de no interrumpir la carnavalera tradición de su gente. La comparsa siguió apareciendo en las primeras décadas de nuestro siglo, y en ella se lucían, quinceañeras, las hijas de Etelvina: Macedonia y Eloísa, la cual cuidadora de la capilla, que fuera notable bailarina; “un mimbre”, al decir de quienes tuvieron el privilegio de verla.El carnaval fue el último reducto de los morenos. Las comparsas, diezmadas y deslucidas, desfilaron algunos años más, hasta que desaparecieron vencidas por el tiempo. Los morenos han pasado a la categoría de reliquias… son tan pocos, y parecen tan de otra época…Las hermanas González, la familia Piñeyro, “Enrique el de las ranas”, María Margarita y Gabino Bustos, todos longevos y de tan buena memoria. María Margarita Bustos, de noventa años, recuerda, por ejemplo, una graciosa anécdota de su niñez: pastora Soler de Piñeyro, hija de Luciano Alsina estaba desolada. Había perdido a su negrito Juan. Después de tres días de ausencia ya lo creía muerto; sus quejas y lloros tenían conmovido al pueblo, cuando, milagrosamente, un airoso camello se detuvo a la puerta de su casa, y de él bajó, como en un cuento de hadas, el sonriente y travieso negrito Juan. ¡Qué había pasado! Habían llegado a la feria vieja (calle Belgrano al fondo) tres camellos haciendo la propaganda de los cigarrillos Monterrey. El negrito quedó fascinado, y no se separó del grupo, hasta que, pasado un tiempo más que prudencial, los camelleros propagandistas decidieron restituirlo a su hogar.Sería imposible cerrar esta evocación sin recordar al negro Cecilio, que fuera criado del médico y poeta Fernández Moreno. Tal vez porque halagaba su agudo sentido estético, salía a hacer visitas con Parsifal, su galgo blanco y Cecilio, su criado negro.Claro, oscuro y poesía… increíble trío por las calles polvorientas del pueblo.Cecilio trabajó en la farmacia de Plou y Greco, Libres del Sur y Arenales. Iba y venía, siempre apurado, pequeño y ágil, enfundado en un largo guardapolvo color ocre, dueño de esa edad indefinida que parece ser un privilegio de su raza.Estas imágenes son el resultado de numerosos testimonios orales de blancos y de negros que buscaron en el fondo de sus memorias, rescatando hechos y personajes para que, amarrados a las páginas de un libro, se salvarán del olvido. No es la magna historia de épicas hazañas y hechos memorables; es la historia menuda, la historia que nutre la vida de los pueblos, y que los pueblos deben cultivar para formarse conciencia de su personalidad y valorar sus tradiciones.

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La comunidad negra de Chascomús y su reliquia

Mascarita,

de Yolanda Beguier

Sacáte el antifaz / te quiero conocer…(Siga el corso: Aieta - F. García Jiménez)

Era el hijo de doña Lina, la que vendía caramelos –paragüitas, colas de chancho- de fabricación propia, a la salida de la escuela. Todos le decían el Jorobadito, por la giba que le arruinaba la espalda desde el nacimiento. Lo veíamos con frecuencia, pues era cliente del almacén de ramos generales donde trabajaba mi padre.

Una vez, cuando llegó el Carnaval, el Jorobadito, con los ahorros que su mamá había logrado a lo largo del año, se fabricó un disfraz. Eligió ser el Zorro: pantalón y alpargatas negras, pañuelo en la cabeza bajo el sombrero, antifaz, una espada y, lo mejor de todo, la capa, negra también, de tafeta, sobre la camisita blanca. La joroba destacaba aún más la enorme letra Z de paño lenci de color claro.

Mientras marchaba rumbo al corso, pasó frente a nuestra casa: allí estábamos reunidos en la vereda, viendo el desfile de los disfrazados. Con la voz deformada de las mascaritas, el Zorro preguntó:

-Don Belier, ¿a que no me conoce?

-No. ¿Quién sos?- replicó mi padre, desviando sus ojos de la joroba.

El muchachito lanzó una carcajada, lleno de regocijo.

-Tomá, para el pomo.- Y mi viejo le alargó un billete, de los nuevos, de un peso.

Uni ver si dad de Bue nos Ai res

RectorDr. Ruben Hallu

Secretaría de Extensión Universitaria y Bienestar EstudiantilLic. Oscar García

Centro Cultural Rector Ricardo RojasLic. Cecilia C. Vázquez

Director de El CorsitoCoco Romero

ColaboradoresStella Maris Folguerá de SottileAlicia Nydia LahourcadeYolanda Veguier

CorrecciónMatías Puzio

IlustradoresCésar DominguezGabriel Alberti

Diseño y compaginaciónOficina de Diseño CCRR Rojas

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Ilustrador invitadoCésar Domínguez es escenógrafo, dibujante,

dramaturgo, y a veces escribe poesía. La murga le entró por el oído y las patas, por la alegría y la crítica, por el agua y el color, por la defensa de la cultura popular y nacional, a pesar de haber sido educado como francés y mirar siempre al norte, no pudieron convencerlo.