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LA MUSICA EN «LA REGENTA» Ana Cristina Tolivar Alas S i bien el propio seudónimo de «Clarín» evoca resonancias musicales, no resulta sin embargo fácil determinar en el pla- no biográfico el origen de la inclina- ción de Leopoldo Alas al arte de Euterpe y, más en concreto, a la ópera. Refiere Juan Antonio Cabezas que, en 1859, al poco de regresar a Astu- rias don Jenaro Alas con su milia, se organiza- ron en Oviedo fiestas patrióticas en las que se cantó Trovatore. Basándose en las «Memorias Asturianas» de Protasio González Solís, Luis Arrones (1) recuerda que en junio de 1863 se re- presentaron en el teatro del Fontán Rigoletto, Lu- crecia y Don Sebastián y, en octubre de 1864, Nabucco, El barbero de Sevilla y Linda de Cha- mounix. Es probable que el pequeño Leopoldo asistiese a alguna de estas funciones o al menos llegara a sus oídos el eco de tales acontecimientos para la vida social ovetense. En 1875, año de la Restauración, entra Leo- poldo Alas con sus «solos» y «preludios» de «Cla- rín» a rmar parte de la «orquesta» de «El Sol- feo», una publicación cuyo rótulo debe ser to- mado «en el sentido de solfa», según expresión de Cabezas (2). Años después conoce el escritor a Onoe García-Argüelles que «en los estudios de piano había sido aventajada discípula de Víctor Sanz». Onoe era capaz de «ejecutar piezas difíci- les con gran perfección técnica y con cierta perso- nidad interpretativa. Era muy ecuente hacela cantar en las reuniones miliares de amigos, a lo que ella accedía sin jactancia y sin hacerse rogar mucho». Una vez casada con Clarín «éste solía rogarle con ecuencia que cantase una romanza que al mismo tiempo interpretaba al piano. Esto suponía para Clarín un placer espiritual que, según él, no cambiaría por ningún otro» (3). En cha indeterminada el músico asturiano Fa- cundo de la Viña dedica una composición pianís- tica que imprime en Valladolid y titula Palique «al eminente crítico don Leopoldo Alas (Clarín)». Esta pieza de salón parece haberse compuesto por los años noventa a juzgar por su estilo entre ro- mántico y nacionalista. El último dato que pone a Clarín en relación con la música, era del campo de la creación literaria, es su asistencia el 27 de febrero de 1901 a una velada en memoria de Campoamor celebrada en el teatro ovetense que lleva su nombre. Señala Ma- rino Gómez Santos (4) que el acto contó con un intermedio musical. Don Fernando Martínez Tor- ner leyó unas cuartillas y Leopoldo Alas, herido 70 ya por una enrmedad incurable y visiblemente emocionado, habló de la muerte. * * * Aunque Clarín nunca pasó de ser un buen afi- cionado a la música y para nada consta que tu- viera conocimientos técnicos en la materia, la in- cidencia del elemento musical a lo lgo de su obra parece lo suficientemente acusada como para ser objeto de reflexión y t vez de un estudio serio y fundamentado. No vamos a detenernos en Su único hijo, una novela en la que la presencia «de una compañía italiana de ópera de tercera categoría», en palabras de Carolyn Richmond (5), interrumpe la monótona existencia provinciana de su protagonista, excitando en él «la imaginación romántica». Menéndez Pelayo percibió en la obra una «tristeza decadentista» (6) que, a nuestro jui- cio, va intrínsecamente unida al concepto que Cla- rín tuvo siempre del género operístico. Si recor- damos los cuentos Amor' e furbo, ambientado en el mundo galante, ívolo, alegre pero lejano de la ópera rococó, o La Reina Margarita, trasunto en cierto modo del Fausto de Gounod, comprobare- mos este extremo, aunque creemos que es en La Regenta precisamente donde puede apreciarse de modo más contrastado la irresistible atracción de Clarín por el teatro lírico al que paradójicamente asocia con todo lo decadente. Si Las dos cajas es un cuento de tema eminen- temente musical, también aparecen alusiones mu- sices en Doña Berta, en Cambio de luz, donde se menciona a Beethoven, Mozart y Hándel; en Don Patricio o el primo gordo en Melilla, donde se alude a la zarzuela Marina de Arrieta, en Un viejo verde, narración sobre la que planea la som- bra de Beethoven; en El Quin, donde se habla de «la wagneriana exclamación estridente de la ciga- rra»; en Snob cuya protagonista es apodada «La Africana», etc. Posiblemente ahondando en la obra de Clarín encontrásemos más referencias de interés, pero vamos a centrarnos ahora en el tema que nos ocupa: la música popular, la música religiosa, la ópera y la zarzuela en La Regenta. Recordemos únicamente que en su artículo «La novela nove- lesca» Clarín dice echar de menos en las novelas contemporáneas ese sentido de la poesía «al pen- sar en el cual se piensa un poco en lo lírico y hasta en lo musical, en cuanto cosa del espíritu» (7). * * * La sensibilidad musical de Leopoldo Alas en su principal novela se pone de relieve en algunos rasgos de estilo ajenos a la simple cita. Así, por ejemplo, la definición de la torre de la Catedral como «delicado himno» en el capítulo primero, o el modo de plasmar la sensación experimentada por don· Fermín de Pas, sediento de venganza, ante su cuchillo de monte, en el último capítulo ( «La hoja relucía, el filo señalado por rayos lumi- nosos, parecía tener una expresión de armonía con la pasión del clérigo. El Magistral le encon-

LA MUSICA EN «LA REGENTA» · que maravilla, mamá, ver a Frascueeelo la pantorrilla, mamá ... » y poco después había iniciado «una copla impía y brutal alusiva a una sagrada

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LA MUSICA EN

«LA REGENTA»

Ana Cristina Tolivar Alas

Si bien el propio seudónimo de «Clarín» evoca resonancias musicales, no resulta sin embargo fácil determinar en el pla­no biográfico el origen de la inclina-

ción de Leopoldo Alas al arte de Euterpe y, más en concreto, a la ópera. Refiere Juan Antonio Cabezas que, en 1859, al poco de regresar a Astu­rias don Jenaro Alas con su familia, se organiza­ron en Oviedo fiestas patrióticas en las que se cantó Il Trovatore. Basándose en las «Memorias Asturianas» de Protasio González Solís, Luis Arrones (1) recuerda que en junio de 1863 se re­presentaron en el teatro del Fontán Rigoletto, Lu­crecia y Don Sebastián y, en octubre de 1864, Nabucco, El barbero de Sevilla y Linda de Cha­mounix. Es probable que el pequeño Leopoldo asistiese a alguna de estas funciones o al menos llegara a sus oídos el eco de tales acontecimientos para la vida social ovetense.

En 1875, año de la Restauración, entra Leo­poldo Alas con sus «solos» y «preludios» de «Cla­rín» a formar parte de la «orquesta» de «El Sol­feo», una publicación cuyo rótulo debe ser to­mado «en el sentido de solfa», según expresión de Cabezas (2). Años después conoce el escritor a Onofre García-Argüelles que «en los estudios de piano había sido aventajada discípula de Víctor Sanz». Onofre era capaz de «ejecutar piezas difíci­les con gran perfección técnica y con cierta perso­nalidad interpretativa. Era muy frecuente hacer,la cantar en las reuniones familiares de amigos, a lo que ella accedía sin jactancia y sin hacerse rogar mucho». Una vez casada con Clarín «éste solía rogarle con frecuencia que cantase una romanza que al mismo tiempo interpretaba al piano. Esto suponía para Clarín un placer espiritual que, según él, no cambiaría por ningún otro» (3).

En fecha indeterminada el músico asturiano Fa­cundo de la Viña dedica una composición pianís­tica que imprime en Valladolid y titula Palique «al eminente crítico don Leopoldo Alas (Clarín)». Esta pieza de salón parece haberse compuesto por los años noventa a juzgar por su estilo entre ro­mántico y nacionalista.

El último dato que pone a Clarín en relación con la música, fuera del campo de la creación literaria, es su asistencia el 27 de febrero de 1901 a una velada en memoria de Campoamor celebrada en el teatro ovetense que lleva su nombre. Señala Ma­rino Gómez Santos (4) que el acto contó con un intermedio musical. Don Fernando Martínez Tor­ner leyó unas cuartillas y Leopoldo Alas, herido

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ya por una enfermedad incurable y visiblemente emocionado, habló de la muerte.

* * *

Aunque Clarín nunca pasó de ser un buen afi-cionado a la música y para nada consta que tu­viera conocimientos técnicos en la materia, la in­cidencia del elemento musical a lo largo de su obra parece lo suficientemente acusada como para ser objeto de reflexión y tal vez de un estudio serio y fundamentado. No vamos a detenernos en Su único hijo, una novela en la que la presencia «de una compañía italiana de ópera de tercera categoría», en palabras de Carolyn Richmond (5), interrumpe la monótona existencia provinciana de su protagonista, excitando en él «la imaginación romántica». Menéndez Pelayo percibió en la obra una «tristeza decadentista» (6) que, a nuestro jui­cio, va intrínsecamente unida al concepto que Cla­rín tuvo siempre del género operístico. Si recor­damos los cuentos Amor' e furbo, ambientado en el mundo galante, frívolo, alegre pero lejano de la ópera rococó, o La Reina Margarita, trasunto en cierto modo del Fausto de Gounod, comprobare­mos este extremo, aunque creemos que es en La Regenta precisamente donde puede apreciarse de modo más contrastado la irresistible atracción de Clarín por el teatro lírico al que paradójicamente asocia con todo lo decadente.

Si Las dos cajas es un cuento de tema eminen­temente musical, también aparecen alusiones mu­sicales en Doña Berta, en Cambio de luz, donde se menciona a Beethoven, Mozart y Hándel; en Don Patricio o el primo gordo en Melilla, donde se alude a la zarzuela Marina de Arrieta, en Un viejo verde, narración sobre la que planea la som­bra de Beethoven; en El Quin, donde se habla de «la wagneriana exclamación estridente de la ciga­rra»; en Snob cuya protagonista es apodada «La Africana», etc.

Posiblemente ahondando en la obra de Clarín encontrásemos más referencias de interés, pero vamos a centrarnos ahora en el tema que nos ocupa: la música popular, la música religiosa, la ópera y la zarzuela en La Regenta. Recordemos únicamente que en su artículo «La novela nove­lesca» Clarín dice echar de menos en las novelas contemporáneas ese sentido de la poesía «al pen­sar en el cual se piensa un poco en lo lírico y hasta en lo musical, en cuanto cosa del espíritu» (7).

* * *

La sensibilidad musical de Leopoldo Alas en su principal novela se pone de relieve en algunos rasgos de estilo ajenos a la simple cita. Así, por ejemplo, la definición de la torre de la Catedral como «delicado himno» en el capítulo primero, o el modo de plasmar la sensación experimentada por don· Fermín de Pas, sediento de venganza, ante su cuchillo de monte, en el último capítulo ( «La hoja relucía, el filo señalado por rayos lumi­nosos, parecía tener una expresión de armonía con la pasión del clérigo. El Magistral le encon-

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-traba una música al filo insinuante.»), reflejan cla­ramente ese tipo de sensibilidad.

Dejando a un lado aspectos anecdóticos como elhecho de que el Arcipreste don Cayetano Ripami­lán hubiese sido en sus años de seminarista «grantañedor de flauta y bailarín sin pareja» ( capítulo2), podemos clasificar las alusiones musicales deLa Regenta en cuatro grandes bloques. El primerode ellos englobaría bajo el denominador común de«música popular» , los temas folklóricos, las can­ciones tradicionales, las composiciones de salóny, en general, todo lo que no pueda ser conside­rado música religiosa o música clásica.

La primera cita de este bloque corresponde alcapítulo 3: Ana Ozores imagina para consolarseque «tenía una mamá que le daba todo lo quequería, que la apretaba contra su pecho y que ladormía cantando cerca de su oído:

Sábado, sábado, morena, cayó el pajarillo en trena con grillos y con cadenaaa ...

Y esto otro:

Estaba la pájara pinta a la sombra de un verde limón ...

Estos cantares los oía en una plaza grande a las mujeres del pueblo que arrullaban a sus hijue-los ... »

En el capítulo 5 se habla de los frustrados amo­res románticos �e doña Anuncia, tía de la Re-

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genta. Estos amores aparecen asociados a «una especie de canto llano» que la propia Anuncia interpretaba acompañándose a la guitarra:

«Esa luna que brilla en el cielo melancólicamente me inspira: es el último son de mi lira que por última vez resonó.»

Clarín precisa: «Se trataba de un condenado a muerte.»

El siguiente capítulo nos presenta a Joaquinito Orgaz murmurando de Ana Ozores. Con intención picaresca el pollo vetustense «encarnado de pla­cer, y un poco por el anís del mono que había bebido, creyó del caso coronar el edificio de su gloria cantando algo nuevo. Se puso en pie, estiró una pierna, giró sobre un tacón y cantó, o se cantó, como él decía:

Abreme la puerta, puerta del postigo ... »

La canción licenciosa, blasfema en este caso, reaparece en boca de Joaquín Orgaz, para escán­dalo del buen don Pompeyo Guimarán, en el capí­tulo 20. Joaquín había gritado: «si en la otra vida no hay cante o es cante adulterado, renuncio al más allá» , y, tras iniciar «un baile flamenco con perfección clásica» , había cantado «con voz ronca y melancolía de chulo:

Es una cooosa que maravilla, mamá, ver a Frascueeelo la pantorrilla, mamá ... »

y poco después había iniciado «una copla impía y brutal alusiva a una sagrada imagen» .

El capítulo 23 resulta especialmente interesante en lo que a las melodías populares se refiere. La Regenta asiste a la misa de gallo en la Catedral. El júbilo navideño hace decir al órgano «a su ma­nera:

Adiós, María Dolores, marcho mañana en un barco de flores para La Habana.

Y de repente cambiaba el aire y gritaba:

La casa del señor cura nunca la vi como ahora ...

Y sin pizca de formalidad, se interrumpía para cantar:

Arriba, Manolillo, abajo, Manolé, de la quinta pasada yo te liberté; de la que viene ahora no sé si podré ... , arriba, Manolillo, Manolillo, Manolé».

Vemos, pues, que se suceden una habanera y dos temas del folklore astur, el último de ellos reco­gido y armonizado por Felipe Pedrell (8), y todo «porque hacía mil ochocientos setenta y tantos

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años que había nacido en el portal de Belén el Niño Jesús ... ¿Qué le importaba al órgano? Y sin embargo parecía que se volvía loco de alegría ... , que perdía la cabeza y echaba por aquellos tubos cónicos, por aquellas trompetas y cañones, cho­rros de notas que parecían lucecillas para alum­brar las almas. ( ... ) El órgano, con motivo de la alegría cristiana de aquella hora sublime, recor­daba todos los aires populares clásicos en la tierra vetustense y los que el capricho del pueblo había puesto en moda aquellos últimos años ( ... ) en la música del órgano había recuerdos del verano, de las romerías alegres del campo, de los cánticos de los marineros a la orilla del mar» . La música y la vigilia que «exaltaba los nervios de la Regenta», transportaban a ésta a un mundo de inefables sen­saciones, de «olor místico» . Tras la lectur� de la epístola por el presuntuoso Arcediano, el órgano «soltó el trapo, abrió todos sus agujeros y volvió a regar la catedral con chorritos de canciones ale­gres; el fuelle parecía soplar en una fragua de la que salían chispas de música retozona; ahora to­caba como las gaitas del país, imitando el modo tosco e incorrecto con que el gaitero jurado del Ayuntamiento interpretaba el brindis de la Tra­viata y el Miserere de El Trovador. Por último( ... ) el organista la emprendió con la mandilona:

Ahora sí que estarás contentón, mandilón, mandilón, mandilón.

Los carlistas y liberales que llenaban el crucero celebraron la gracia, hubo cuchicheos, risas com­primidas, y en esto vio la Regenta un signo de paz universal» .

Por último, vemos cómo en el capítulo 24 la música desempeña un importante papel en el tor­bellíno embriagador del baile que propicia la fu­tura seducción de Ana Ozores: «oyendo a lo lejos la madera constipada de los violines y los chirri­dos del bronce que a ella se le antojaba música voluptuosa, pudo comprobar que la arrastraban fuera del salón.» (9).

* * *

La música religiosa constituye el segundo blo-que a tratar.

Vemos cómo la oración cantada Santo Fuertese entona repetidas veces a lo largo de la obra. La primera vez es don Saturnino Bermúdez quien la canta en el capítulo inicial, para combatir las ten­tacio�es. En el capítulo 12 son las niñas de las Escuelas Dominicales y los chiquillos del Cate­cismo los que «cantaban por las calles en vez de coplas profanas el

y lo de

Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal.

Venid y vamos todos confiares a María,

Inventaron un cantar contra el Círculo. Decía así: 72

Los niños pobres no quieren ir a la Libre Hermandad; los niños pobres prefieren la Cristiana Caridad.»

En el capítulo 21 se dice que don Fermín «Cuando oía, desde su despacho, el «Santo Dios, Santo Fuerte» , que cantaba, como si fueran malagueñas, Teresina, que hacía la limpieza allá fuera, tenta­ciones sentía de cantar él también. No cantaba, pero se levantaba, salía al pasillo.»

La música litúrgica aparece en una escena del capítulo 16 similar a la evocada plásticamente por José Uría en su cuadro «Coro de la Catedral» . Al Magistral «le zumbaban los oídos, y ya no oía las voces graves del sochantre y de los salmistas, ni el runrún del hebdomadario, que allá abajo gruñía recitando de mala gana los latines de Prima». Don Fermín, absorto en sus pensamientos, creía haber salvado a la Regenta que ahora, sin saberlo, le salvaba a él « Y cantaban los del coro bajo: "Deus, in adjutorium meum intende"» .

El capítulo 18 alude a la «excelente capilla» de la Catedral vetustense. El Magistral aconseja a la Regenta que acuda a oírla, que vaya al templo «no a rezar» sino a escuchar sus interpretaciones y las del órgano «oliendo el incienso del altar mayor, sintiendo el calor de los cirios, viendo cuanto allí brilla y se mueve, contemplando las altas bóve­das, los pilares esbeltos, las pinturas suaves y misteriosamente poéticas de los cristales de colo­res ... » , es decir, halagando sus sentidos del único modo que don Fermín puede autorizar sin �iesgo para su ascendiente sobre Ana Ozores. Sabido es que el archivo de la Catedral de Oviedo cue�ta con magníficas obras de sus maestros de capilla (10) ya que, como precisa Guillermo García-Al­calde «El Cabildo de San Salvador era el único enEspaña que no exigía la condición del sacerdociopara concurrir a oposiciones, razón por la �1;1al vinieron grandes talentos que, por no ser eclesms­ticos, carecían de lugar en otras basílicas» (11). Durante el siglo XVIII conoció la catedral ove­tense momentos de máximo esplendor con maes­tros de capilla como Furió, Villaverde o Lázaro. ¿Seguía la capilla catedralicia interpretando las obras de estos grandes autores en tiempos de LaRegenta? En cualquier caso Clarín prefiere silen­ciar el repertorio.

En el capítulo 21 encontramos al Magistral con el coro de la Santa Obra del Catecismo de las Niñas:

-«¿ Qué pájaro me habrá dicho a mí que doñaRufinita no quiere ser buena, y enreda en la iglesia y descompone el coro cuando canta?»

«Cuando comenzaban las lecciones y los ensa­yos de coro, las niñas se levantaban, se repartían en secciones por el tablado, formaban círculos, los deshacían, como bailarinas de ópera.»

«El Magistral, como pez en el agua, entre aque­llas rosas que eran suyas y no del Ayuntamiento ( ... ) encontraba placer en manosear ca�ellos de ángeles menores. Llegó la hora de los discursos,

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137

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Armonización de «Arriba Manolillo» por Felipe Pedrell en su Cancionero (Sección «El canto popular en la vida pública»).

después de los cánticos, en que la voz de algunas revelaba, mejor que su cuerpo, los misterios fisio­lógicos por que estaban pasando.»

Pero la obra musical religiosa que tendrá un papel más decisivo en el desarrollo, y casi diría­mos en el desenlace, de la novela es el Stabat Mater de Rossini, obra «espectacular» , en expre­sión de Michel Hofmann (12), del mismo modo que también será espectacular la reacción que su música va a producir en Ana Ozores: la decisión de desfilar como penitente el día de Viernes Santo. El efecto de esta composición rossiniana en la exacerbada imaginación de la Regenta queda patente en estos fragmentos de los capítulos 25 y 26:

«Calló el P. Martínez y comenzó el órgano a decir de otro modo, y mucho mejor, lo mismo que había dicho el orador de lujo. El órgano parecía sentir más de corazón las penas de María ... Ana pensó en María, en Rossini, en la primera vez que había oído, a los dieciocho años, en aquella misma Iglesia, el Stabat Mater ... Y después que el ór­gano dijo lo que tenía que decir, los fieles canta­ron como coro-monstruo bien ensayado el estribi­llo monótono, solemne, de varias canciones que caían de arriba como lluvia de flores frescas. Can­taban los niños, cantaban los ancianos, cantaban las mujeres. Y Ana, sin saber por qué, empezó a llorar. A su lado un niño pobre, rubio, pálido y delgado, de seis años, sentado en el suelo junto a la falda de su madre cubierta de harapos, cantaba sin pestañear, fijos los ojos en la Dolorosa del

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altar portátil; cantaba, y de · repente, por no se sabe qué asociación de ideas, calló, volvió el ros­tro a su madre, y dijo:

-¡Madre, dame pan! Cantaba un anciano junto a un confesionario,

con voz temblorosa, grave y dulce ( ... ) Cantaba todo el pueblo y el órgano, como un padre, acom­pañaba el coro y le guiaba por las regiones ideales, de inefable tristeza consoladora, de la música.»

«En aquel momento cesaron los cánticos del pueblo devoto ( ... ) En el coro daban señales de vida violines y flautas con quejidos y suspiros ahogados; se oía el ruido de las hojas del papel de música. Gruñó un violín. Cayeron dos golpes so­bre una hojalata ... Silencio otra vez ... Comenzó el Stabat Mater.

La música sublime de Rossini exaltó más y más la fantasía de Ana; una resolución de los nervios irritados brotó de aquel cerebro con fuerza de manía; como una alucinación de la voluntad. Vio, como si allí mismo estuviese, la imagen de su resolución: «sí ... ella, ella, Ana, a los pies del Magistral, como María a los pies de la Cruz. El Magistral estaba crucificado también por la ca­lumnia, por la envidia y el desprecio ... »

« Y tranquila, segura de sí misma, volvió su pensamiento a la Madre Dolorosa, y se arrojó a las olas de la música triste con un arranque de suicida ... »

« Se le había ocurrido aquella tremenda traza de mortificación propia de la novena de los Dolores, oyendo el Stabat Mater de Rossini, figurándose con calenturienta fantasía la escena del Calvario, viendo a María a los pies de su Hijo, dum pende­bat filium, como decía la letra» (13).

* * *

Las alusiones operísticas, que vienen a formar el tercero de los bloques en que hemos estructu­rado este artículo, no pueden desligarse de la pre­sencia de Italia, de lo italiano en la obra de Clarín. Recordemos simplemente a este respecto Su único hijo o Superchería. En La Regenta se nos dice que la protagonista era hija de una modista ita­liana. Don Carlos de Ozores la había conocido en un viaje trascendental para él ya que «El román­tico Ozores era clásico después de su viaje por Italia» (capítulo 4). En el transcurso de la novela se encuentran pinceladas de italianismo; así, en el capítulo 12 se lee: «-Non capisco- respondió el ex alcalde, que sabía italiano de ópera» , en el capí­tulo 20 Juanito Reseco proclama su ateísmo di­ciendo «-Pues yo soy otro [ateo], anch'io ... sano pittore », y en el capítulo 27 Quintanar llama a la Regenta «mía sposa cara» .

La casi totalidad de títulos operísticos mencio­nados en La Regenta son italianos o italianizantes cuando menos. Se sabe por las crónicas de la época en que Clarín escribió esta obra, que en fiestas de sociedad vestían caballeros y damas ovetenses disfraces inspirados en los personajes de las óperas de moda, óperas italianas por lo general. Viene al caso recordar esta observación

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de Guillermo García-Alcalde: «Desde cierta óp­tica, lo que frecuentemente se considera regresivo en la cultura ovetense -el italianismo excluyente de la ópera- tiene una raíz histórica y estética de signo revolucionario. Si don Enrique de Villa­verde, en sus frecuentes visitas al gran benedic­tino del Claustro de San Vicente [Feijoo] se hu­biera dejado seducir por su nostalgia de la reforma gregoriana, es posible que nuestra música siguiera otros rumbos; pero la práctica nacional, la Corte llena de músicos italianos, el primer Conservato­rio Real dirigido por un tenor italiano -Piermarini­y demás circunstancias igualmente decisivas, acaso no permitieron otra forma de «modernidad»

musical que la por ellos impuesta» (14). En el capítulo I de La Regenta vemos cómo don

Saturnino Bermúdez, además del Santo Fuerte, entona el «Spirto gentil» de La Favorita y la «Casta Diva» de Norma como antídoto contra el «vicio» que osa olfatear. En el capítulo 3 Ana Ozores se rebela contra su estúpida existencia, pero trata de sojuzgar esa rebelión: «En . aquel · instante deseaba oír música; no podía haber voz más oportuna. Y sin saber cómo, sin querer, se le apareció el 'Teatro Real de Madrid y vio a don Alvaro Mesía, el presidente del Casino, ni más ni menos, envuelto en una capa de embozos grana, cantando bajo los balcones de Rosina:

Ecco ridente il ciel ... »

Clarín explica que «Quiso pensar en aquello, en Lindoro, en el Barbero, para suavizar la aspereza de espíritu que la mortificaba» .

Vuelve a aludirse al Teatro Real en el capítulo 8, al precisarse que el marqués de V egallana tenía «la manía de las pesas y medidas» : «" Covent Garden tiene tantos metros de ancho por tantos de largo y tantos de altura''» ; y hallaba el cubo en un decir Jesús. El Real tiene tantos metros cúbicos menos que la Gran Opera.» Pedro, su criado, can­taba «La donna e mobile».

En el capítulo 14 vemos al Magistral angustiado ante la idea de que pueda ser la Regenta una dama cuya silueta percibe en el balcón de la casa de los marqueses. La dama parece asediada por un caba­llero:

«La cabeza de la sílueta de señora desapareció un momento; hubo un silencio solemne y en me­dio de él sonó claro, casi estridente, el chasquido de un beso bilateral. Después un chillido como el de Rosina en el primer acto del Barbero.

El Magistral respiró. "No era ella, era Obdu­lia''. »

La ópera francesa, pero italianizada, aparece por primera vez en el capítulo 15: Es un violín tocado por «manos expertas» el que con sus notas «dulces, lánguidas, perezosas» dice «a su modo:

Al pallido chiaror che vien degli astri d' or dami ancor contemplar il tuo viso ... »

Se trataba de motivos del acto tercero del Fausto de Gounod, motivos que hacían llorar «para aden-

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tro» a don Fermín, recordando sus treinta y cinco años de «vida estéril».

El violín sigue sonando y es don Santos Bari­naga quien, poco después, reconoce fragmentos de La Traviata y el «Miserere» del Trovador en las melodías que desde el balcón rasgan el silencio de la calle. Sobre la base argumental de estas dos óperas verdianas hemos de tener en cuenta que, con evidente ironía, se dice en el capítulo 7 que La dama de las camelias constituía, junto con la Historia de la prostitución de Dufour, toda la cul­tura literaria de Paco el marquesito. En cuanto al drama de García Gutiérrez sabemos que estaba en la mente de Ana Ozores que, como el propio Cla­rín, había vivido en Zaragoza, y se preguntaba: «¿qué había dejado [ ... ] a orillas del Ebro, el río del Trovador ( ... )?» en el décimo capítulo.

La proverbial y particularísima afición vetus­tense a la ópera queda fielmente reflejada y resu­mida en el capítulo 16:

«La ópera, la ópera era el delirio de aquellos escribanos y concejales; pagaban un dineral por oír un cuarteto, que a ellos se les antojaba contratado· en el cielo, que sonaba como sillas y mesas arrastra­das por el suelo con motivo de un desestero.

-¡ Se acuerdan ustedes de la Pallavicini! ¡ Qué voz de arcángel! -decía Foja, socarrón, escéptico, en todo, pero creyente fanático en la música de los cuartetos de ópera de lance.

-¡Oh! Como el barítono Battistini yo no he oído nada -respondía el escribano, que estimaba la voz de barítono por lo varonil, más que la de tenor y la de bajo.

-Pues más varonil, es la de bajo -decía Foja.-No lo crea usted. ¿Y usted qué dice, Ronzal?-Yo ... distingo ... si el bajo es cantante ... Pero a

mí no me vengan ustedes con música. ¿ Saben ustedes lo que yo digo? Que la música es el ruido que menos me incomoda ... ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! Además, para tenor ahí tenemos a Castelar. .. ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!

El escribano reía también el chíste, y los concejales sonreían, no por la gracia, sino por la intención.»

En el capítulo 19 leemos que, al regresar de un paseo, don Víctor, emparejado con Mesía mien­tras su esposa daba el brazo a Frígilis, «tal vez se permitía cantar a su modo el Spirto gentil o la Casta diva». Vemos, pues, que Clarín vuelve a emparejar estas dos arias de Donizetti y Bellini igual que lo había hecho en el capítulo 1. Lo mismo sucede con La Traviata y el «Misererú del Trovador, aludidos ya conjuntamente en el capítulo 15 y que vuelven a aparecer unidos en el pasaje de la misa de gallo del capítulo 23. En el 26 se compara al Magistral, triunfante en la proce­sión, con un barítono que, en un carro de cartón, entraba en el escenario del Real cantando Poliuto.

Meyerbeer es recordado -en versión italiani­zada, como anteriormente lo fuera Gounod- en el capítulo 27:

«Don Víctor, satisfecho, sujetó mejor el brazo de su mujer que colgaba del suyo, y le tomó la mano como un tenor de ópera. Y cantó:

Page 6: LA MUSICA EN «LA REGENTA» · que maravilla, mamá, ver a Frascueeelo la pantorrilla, mamá ... » y poco después había iniciado «una copla impía y brutal alusiva a una sagrada

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Fragmento del Stabat Mater de Rossini.

Lasciami, lasciami, oh lasciami partir ...

Calló y se detuvo. Un rayo de luna le alumbraba las narices. Miró a su esposa, que también volvió el rostro hacia su marido.

-¿Te gustan los Hugonotes? ¿Te acuerdas? Quémal los cantaba aquel tenor de Valladolid ... Pero oye ... , mira qué idea ... , hermosa idea ... Figúrate aquí, en medio del Vivero, ahí, junto al estanque, figúrate a Gayarre o Massini cantando ... en esta noche tranquila, en 'este silencio ... , y nosotros aquí, debajo de esta bóveda, oyendo, oyendo ... Las óperas deberían cantarse así... ¿ Qué nos falta a nosotros ahora? Música, nada más que música ...

( ... ) esto con acompañamiento de un buen cuar­teto ... y ¡el paraíso!( ... ) Estoy por la canción, por la poesía que se acompaña en efecto de la lira o de la forminge ... ¿ Tú sabes lo que era la forminge, phorminx?

Ana sonrió y le explicó el instrumento griego a su buen esposo.»

En el capítulo 27 la Regenta relee su diario y recuerda los terribles días que siguieron al de la procesión: «El mal subió de los pies a la cabeza. Tuve fiebre, guardé cama ... y sentí aquel terror. .. , aquel terror pánico a la locura. De esto no quiero hablar ni conmigo misma. Lo dejo por hoy; voy al piano a recordar la Casta Diva ... con un dedo; »

En el siguiente capítulo nos encontramos en el Vivero donde «se bailaba, se tocaba el piano». Paco Vegallana «con regular voz de barítono, cantó pedazos de Favorita y de Sonámbula, y Joaquín salió por malagueñas». Don Víctor «oyó cantar el Spirto gentil y subió. Le daba ahora por la música. Cantar óperas, a su modo, y oír cantar

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a los que afinaban más que él, era su delicia por aquella temporada» . La nueva obsesión de don Víctor por la ópera cristaliza en una pesadilla cruelmente premonitoria que éste sufre en el pe­núltimo capítulo de la novela:

«Había soñado mil disparates inconexos· él mismo vestido de canónigo con traje de coro,' ca­saba en la iglesia parroquial del Vivero a don Alvaro y a la Regenta. Y don Alvaro estaba en traje de clérigo también, pero con bigote y peri­lla... Después los tres juntos se habían puesto a cantar el Barbero, la escena del piano; él, don Víctor, se había adelantado a las baterías para decir ct:m voz cascada:

Quando la mia Rosina ...

el público de las butacas había graznado al oírle como un solo espectador. .. Todas las butacas es­taban llenas de cuervos que abrían el pico mucho y retorcían el pescuezo con ondulaciones de cule­bra ... » (15). * * *. Finalmente varr.ios a destacar las escasas pero importantes menc10nes a la zarzuela que aparecen en la obra.

En el capítulo 19 don Víctor, por el camino de Corfín a Vetusta, siente un «deseo vago de oír música» . Entonces recuerda «que se cantaba aquella noche El Relámpago o Los Magyares».Hemos de tener en cuenta que la segunda de las obras mencionadas, compuesta por J. Gaztambide en 1857, debió de ser título muy frecuente en el repertorio de la época.

Mucho más interesante resulta este fragmento del capítulo 27 en el que dialogan la Regenta y su esposo:

-'-«Toma, móndame esa manzana ... -«Móndame la manzana, móndame la man-

zana ... » ¿Dónde he oído yo eso? ¡Ay, ya!. .. -¿Qué tienes, hombre?Y se atragantó con la risa.-Es de una zarzuela ... De una zarzuela de un

académico ... Verás. Se trata de la marquesa de Pompadour: Un señor Beltrand anda en su busca· en un molino encuentra una aldeana ... y, como e� natural, se ponen a cenar juntos, y a comer man­zanas por más señas.

-Como tú y yo.-Justo. Pues bueno, la aldeana, como es natu-

ral, también coge un cuchillo. -Para matar a Beltrand ...-No, para mondar la manzana ...-Eso ya es inverosímil.-Lo mismo opinan Beltrand y la orquesta. La

orquesta se eriza de espanto con todos sus violi­nes en trémolo y pitando con todos sus clarinetes·y Beltrand canta, no menos asustado: '

(cantando y puesto en pie.) ¡Cielos!, monda la manzana; ¡ es la marquesa de Pompadour, de Pompadour! ...

Page 7: LA MUSICA EN «LA REGENTA» · que maravilla, mamá, ver a Frascueeelo la pantorrilla, mamá ... » y poco después había iniciado «una copla impía y brutal alusiva a una sagrada

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Ana soltó el trapo. Rió de todo corazón el dis­parate del académico y la gracia de su marido.»

¿ Contra qué académico se dirige esta sátira? Sabemos que los compositores de zarzuelas de moda en aquel momento eran Arrieta, Barbieri, Hernando, Gaztambide, Oudrid ... Los libretistas más conocidos García Gutiérrez, Ventura de la Vega, Ayala -estos dos últimos, académicos-, Olona, Ramos Carrión, Camprodón, Mariano Pina, Luis Mariano de Larra ... (16). No parece en cambio fácil identificar la zarzuela ridiculizada, que tal vez sea una simple invención de Clarín, aunque no es ésa nuestra opinión ( 17).

* * *

Podemos concluir que la música popular, pocas veces de raíz netamente asturiana, se utiliza para expresar desde lo más soez hasta las emociones más limpias, tiernas o incluso religiosas. La mú­sica religiosa propiamente dicha va desde la ram­plonería de algunos cantos infantiles pro clerica­les, hasta la grandeza de engañosa religiosidad del Stabat Mater de Rossini, ignorándose el tesoro barroco y clásico guardado en los archivos de la Catedral de Oviedo-Vetusta. La ópera tiene una gran incidencia en la novela, pero siempre en una línea belcantista decimonónica o romántica de ori­gen italiano o tamizado por el influjo italianizante. La ópera se asocia a la frustración personal de Ana y de Fermín, a la decadencia de Vetusta y, de modo especialmente patético, a la ruina moral de don Víctor que va cambiando el drama barroco por el teatro musical mientras camina hacia su destrucción. Por último, la zarzuela sirve de vehículo a la crítica mordaz.

El carácter lírico de la práctica totalidad de la música que inunda La Regenta, la ausencia de música pura, la restricción a la ópera italiana, o a un Gounod y un Meyerbeer italianizados, de toda alusión a la música que pudiéramos llamar clásica y extranjera -y ello dentro del estrecho margen cronológico que va de Rossini a Verdi- llega a producir en esta novela una sensación de ahogo cuya intencionalidad por parte del creador de Vetusta difícilmente puede ser negada.

NOTAS

(1) Luis Arranes Peón, Historia de la ópera en Oviedo.Tomo I. Oviedo. Asociación Asturiana de Amigos de la Opera,1981.

(2) Juan Antonio Cabezas, «Clarín», el provinciano univer­sal (Madrid, Espasa-Calpe, 1936), p. 78.

(3) Juan Antonio Cabezas, op. cit., pp. 112-113.(4) Marino Gómez Santos, Leopoldo Alas «Clarín». En­

sayo bio-bibliográfico (Oviedo, I.D.E.A., 1952), p. 55. (5) Edición de Su único hijo (Madrid, Selecciones Austral,

1979), p. XXIX.(6) Ref. de C. Richmond en la citada edición de Su único

hijo, p. XXXIV.(7) Clarín, Ensayos y revistas (Madrid, 1892), p. 155.(8) Felipe Pedrell, Cancionero musical popular español,

Barcelona, Boileau 1958 (3.ª edición).

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(9) En cierto pasaje de La Regenta se menciona un «bailede las bacantes» que parece corresponder al que en su sección «Ecos y rumores» comenta la Revista de Asturias en su nú­mero de 15-V-1879, refiriéndose a la actuación en Oviedo de una coni.pañía de baile que interpretó la danza «el sátiro y las bacantes».

(10) Vid. Emilio Casares Rodicio, Catálogo del archivo demúsica de la catedral de Oviedo, Barcelona, 1977.

(11) Guillermo García-Alcalde, «La tradición musical» (Ellibro de Oviedo, Oviedo, Ediciones Naranco, 1974), p. 343.

(12) Michel Hofmann, «La música en Italia», en La Mú­sica, obra dirigida por Norbert Dugourq. Tomo 11. Barcelona, Planeta, 1976.

(13) Ecos del Nalón de 15-IV-1878 señala que en un con­cierto sacro celebrado en una casa particular, se interpretó el Stabat Mater de Rossini, y la Revista de Asturias de 15-111-1880 comenta la interpretación de esta misma obra en el Liceo ovetense.

El Carbayón de 26-11-1881 habla del estreno del responso «Libera me, Domine» de Olleta, maestro de capilla de la Seo de Zaragoza, con motivo de un funeral celebrado en San Tirso el 19 de febrero. Esta misma obra vuelve a interpretarse en San Isidoro, según el mismo periódico de 15-XI-1881. La Misa solemne de Cherubini se canta en San Tirso según referencias de El Carbayón de 25 y 28-Vl-1881.

(14) Guillermo García-Alcalde, op. cit., p. 343.(15) La mayor parte de los conciertos celebrados en el

Oviedo de la Restauración, aun los meramente instrumentales como los ejecutados por las Bandas «Santa Cecilia» y «La Ovetense», incluían en sus programas fragmentos operísticos y de zarzuelas. La Revista de Asturias comenta la representa­ción de las siguientes óperas íntegras: Sonámbula, Favorita, Barbero, Luisa (15-XI-79), Dinorah y Martha (30-1-80). El Carbayón hace crítica de las siguientes: Lucía di Lammermoor

(19-IV-81), El Trovador (21-IV-81), Linda de Chamounix (26-IV-81), El barbero de Sevilla (28-IV-81), Rigoletto (3-V-81), LaTraviata y La comare (10-V-81), Martcha y el Barbero (14 y16-V-81), Favorita (21 y 28-V-81), Sonámbula (4-Vl-81),Fausto, 7-VI-81 y Elisir d' amare (21-VI-81).

(16) Vid. Antonio Peña y Goñi, España desde la ópera a lazarzuela. Madrid, Alianza Editorial, 1967.

(17) Frente a la dificultad que plantea la identificación de lazarzuela aludida en el capítulo 27, los dos títulos mencionados en el capítulo 19 (El Relámpago y Los Magyares) consta que se representaron en Oviedo en diciembre de 1877. La «Revista teatral» de Ecos del Nalón comenta la escenificación de las siguientes zarzuelas: El barberil/o de Lavapiés, Don Sise­nando, Los diamantes de la Corona, Robinsón y Las hijas de Eva (22-XI-77), El postillón de la Rioja y La cabra tira al monte (30-Xl-77), El hombre es débil, Jugar con fuego, Cata­lina, Las amazonas del Tormes (8-Xll-77), El Relámpago y otras (15-Xll-77), El Relámpago, Los Magyares, El valle de Andorra, Nadie muere hasta que Dios quiere, Tocar el violín, El Bazar de Novias (22-Xll-77), La gallina ciega (30-Xll-77), Campanone, Entre mi mujer y el negro (8-I-78). La Revista de Asturias hace referencia a compañías de zarzuela en sus núme­ros de 15 y 25-X-78, 25-XI-78 y 5-Xll-78 y publica críticas de Luz y sombra, Catalina, La hija de la providencia (15 y 25-Xll-78), Barba Azul, Catalina, Los Organos de Móstoles, El joven Telémaco, El molino de Subiza, La Marsellesa y El sargento Federico (1-I-79), El sargento Federico, Luz y som­bra. La soirée de Cachupín (15-I-79), El diablo en el poder, La Marsellesa, Por seguir a una mujer (25-I-79), Marina (5-11-79), El anillo de hierro, Sueños de oro, Campanone (15-Vll-79). El ejemplar de 15-X-80 comenta la actuación de una compañía de zarzuela en el Liceo ovetense. El Carbayón publica crítica de Jugar con fuego y Luz y sombra, obras que había hecho representar la Sociedad Liceo, en su número de 10-11-81, y precisa: «Desde mayo de 1873 se han interpretado( ... ) en total 34 zarzuelas». El mismo diario hace referencia a las siguientes zarzuelas: El pañuelo de yerba y Picio, Adán y CIA. (12-XI-81), Los dos preciosos (17-Xl-81), El diablo en el poder (22-XI y l-XIl-81), Robinson y Jugar con fuego (24-XI-81), La guerra sdnta (3-XII-81), Robinsón y Campanone (13-XII-81) Marina y El juramento (17-XII-81). El Carbayón de 22-XII-81 anuncia el próximo estreno de Las dos huérfanas, El estreno de una artista y Para una modista un sastre.