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servicio de documentación IGLESIA DE LA SANTA CRUZ Publicación bimestral MARZO - ABRIL 2017 Año XLIV 511 512 La Palabra es un don. El otro es un don. Cuarema 2017

La Palabra es un don. El otro es un don. Cuarema 2017 uno de ellos no se le niega el debido honor»[11]. Como la Curia no es un aparato inmó - vil, la reforma es ante todo un signo

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IGLESIA DE LA SANTA CRUZPublicación bimestral

MARZO - ABRIL 2017 Año XLIV

511512

La Palabra es un don. El otro es un don.Cuarema 2017

ÍNDICE

2017-3-4-06 Felicitaciones a la Curia Romana ......................................... 1.Discurso del Santo Padre Francisco.

2017-3-4-08 Al cuerpo diplomático ......................................................... 1.5.Discurso del Santo Padre Francisco.

2017-3-4-09 A la Rota Romana ............................................................... 24.Discurso del Santo Padre Francisco.

2017-3-4-07 La Palabra es un don. El otro es un don ........................... 27.Mensaje de Cuarema del Santo Padre Francisco.

Publicación bimestral de la Iglesia de la Exaltación de la Santa Cruz

BOLETÍN INFORMATIVO-SERVICIO DE DOCUMENTACIÓNDirector: D. JOSÉ RIPOLL, Espoz y Mina, 1.8. 5.0003 ZARAGOZATfno.: 97.6 39307.8Depósito legal Z-7.5.8-1.97.3. Nº Registro 25.28-25.-4.3-1..CON LICENCIA ECLESIÁSTICAhttp://www.iglesia-santacruz.orgCorreo electrónico: [email protected]: Sistemas de impresión, S.L. Pol. Ind. “El Portazgo” naves 5.1.-5.2. Zaragoza

Queridos hermanos y hermanas:

Me gustaría comenzar nuestra reunión expresando mis mejores deseos para todos vosotros, Superiores, Oficiales, Representantes Pontificios y Colabo-radores de las Nunciaturas repartidos por todo el mundo, a todas las perso-nas que prestan servicio en la Curia Romana, y a todos vuestros seres queridos. Os deseo una santa y serena Navidad y un Feliz Año Nuevo 2017.

Contemplando el rostro del Niño Jesús, san Agustín exclamó: «Inmenso en la naturaleza divina, pequeño en la forma de siervo»[1]. También san Macario, monje del siglo IV y discípu-lo de san Antonio Abad, para descri-bir el misterio de la Encarnación recurrió al verbo griego smikruno, es decir, hacerse pequeño casi reduciéndose a la mínima expresión: «Escuchad con atención: el infinito, inaccesible e increado Dios, por su inmensa e inefa-ble bondad, tomó un cuerpo y diría

que se ha disminuido infinitamente en su gloria»[2].

La Navidad es la fiesta de la humildad amante de Dios, del Dios que invierte el orden de lo lógico y descontado, el orden de lo debido, de lo dialéctico y de lo matemático. En este cambio reside toda la riqueza de la lógica divi-na que altera los límites de nuestra lógica humana (cf. Is 55, 8-9). Romano Guardini escribió: «¡Qué reversión de todos los valores familiares para el hombre, no sólo humanos, sino tam-bién divinos! Realmente este Dios da la vuelta a todo lo que el hombre trata de construir por sí mismo»[3]. En Navidad, estamos llamados a decir «sí», con nuestra fe, no al Dominador del universo, ni siquiera a la más noble de las ideas, sino precisamente a este Dios que es el humilde-amante.

El beato Pablo VI, en la Navidad de 1971, afirmaba: «Dios podría haber venido revestido de gloria, de esplendor,

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Presentación

En este número de marzo-abril de 2017, publicamos cuatro intervencio-nes del Santo Padre Francisco.Con motivo del comienzo de año, los discursos destinados a la Curia Romana, al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede y a la Rota Romana. Y con motivo del actual tiempo litúrgico, el mensaje para la Cuarema 2017.

FELICITACIONES NAVIDEÑAS DE LA CURIA ROMANA

Discurso Del santo PaDre Francisco

22 de diciembre de 2016

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de luz, de fuerza, para asustarnos, para dejarnos con los ojos abiertos por el asombro. No, no. Vino como el más pequeño de los seres, el más frágil, el más débil. ¿Por qué así? Para que nadie tuviera vergüenza de acercarse a él, para que nadie tuviera temor, para que todos lo pudieran sentir cerca, acercarse a él, que no hubiera ya ninguna distancia entre él y nosotros. Dios ha hecho el esfuerzo de anonadarse, de sumergirse dentro de nosotros, para que cada uno, repito, cada uno, pueda hablarle de tú, tener confianza, acercarse a él, saberse recordado por él, amado por él… amado por él: mirad que esta es una palabra muy grande. Si entendéis esto, si recordáis esto que os estoy diciendo, habréis entendido todo el cristianismo»[4].

En realidad, Dios quiso nacer peque-ño[5], porque quiso ser amado[6]. De este modo la lógica de la Navidad transfor-ma la lógica mundana, la lógica del poder, la lógica del mandar, la lógica farisea y la lógica causalista o determi-nista.

Precisamente a la luz, suave y majes-tuosa, del rostro divino de Cristo niño, he elegido como tema de nuestro encuentro anual la reforma de la Curia Romana. Me ha parecido justo y opor-tuno compartir con vosotros el cua-dro de la reforma, poniendo de relieve los criterios que la guían, las medidas adoptadas, pero sobre todo la lógica de la razón de cada paso que se ha dado y de los que se darán.

Aquí me viene espontáneamente a la memoria el viejo adagio que describe

la dinámica de los Ejercicios Espiri-tuales en el método ignaciano, es decir: Deformata reformare, reformata con-formare, conformata confirmare e confirmata transformare.

No hay duda de que en la Curia el significado de la re-forma puede ser doble: en primer lugar hacerla con-for-me «a la Buena Nueva que debe ser proclamada a todos con valor y ale-gría, especialmente a los pobres, a los últimos y a los descartados»; con-forme a los signos de nuestro tiempo y de todo lo bueno que el hombre ha logrado, para responder mejor a las necesidades de los hombres y mujeres que están llamados a servir[7]; al mismo tiempo, se trata de que la Curia sea más con-forme con su fin, que es el de colaborar con el ministerio especí-fico del Sucesor de Pedro[8] («cum Ipso consociatam operam prosequuntur», dice el Motu Proprio Humanam progressionem), es decir, apoyar al Romano Pontífice en el ejercicio de su potestad única, ordinaria, plena, suprema, inmediata y universal[9].

En consecuencia, la reforma de la Curia Romana se orienta eclesiológi-camente: in bonum e in servitium, igual que el servicio del Obispo de Roma[10], según una significativa expresión del Papa san Gregorio Magno, recogida en el tercer capítulo de la Constitución Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I: «Mi honor es el de la Iglesia universal. Mi honor es la fuerza sólida de mis hermanos. Me siento muy honrado, cuando a cada

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uno de ellos no se le niega el debido honor»[11].

Como la Curia no es un aparato inmó-vil, la reforma es ante todo un signo de la vivacidad de la Iglesia en camino, en peregrinación, y de la Iglesia viva y por eso —porque está viva— semper reformanda[12], reformanda porque está viva. Es necesario repetir aquí con fuerza que la reforma no es un fin en sí misma, sino que es un proceso de crecimiento y sobre todo de conversión. La reforma no tiene una finalidad estética, como si se quisiera hacer que la Curia fuera más bonita; ni puede entenderse como una especie de lifting, de maquillaje o un cosmético para embellecer el viejo cuerpo de la Curia, y ni siquiera como una operación de cirugía plástica para quitarle las arru-gas[13]. Queridos hermanos, no son las arrugas lo que hay que temer en la Iglesia, sino las manchas.

En esta perspectiva, cabe señalar que la reforma sólo y únicamente será efi-caz si se realiza con hombres «renova-dos» y no simplemente con hombres «nuevos»[14]. No basta sólo cambiar el personal, sino que hay que llevar a los miembros de la Curia a renovarse espiritual, personal y profesionalmen-te. La reforma de la Curia no se lleva a cabo de ningún modo con el cambio de las personas —que sin duda sucede y sucederá— [15]sino con la conver-sión de las personas. En realidad, no es suficiente una «formación permanente», se necesita también y, sobre todo, «una conversión y una purificación permanente».

Sin un «cambio de mentalidad» el esfuerzo funcional sería inútil[16].

Esta es la razón por la que en nuestros dos encuentros precedentes por Navi-dad me detuve, en el 2014, tomando como modelo a los Padres del desier-to, sobre algunas «enfermedades» y en 2015, a partir de la palabra «misericor-dia», sobre un ejemplo de «catálogo de virtudes necesarias para quien presta ser-vicio en la Curia y para todos los que quieren hacer fecunda su consagra-ción o su servicio a la Iglesia». La razón de fondo es que el semper refor-manda en la Curia, al igual que pasa con la Iglesia entera, también se ha de transformar en una conversión perso-nal y estructural permanente[17].

Era necesario hablar de enfermedades y tratamientos, porque cada opera-ción, para lograr el éxito, debe ir pre-cedida de un diagnóstico profundo, de un análisis preciso y debe ir acompa-ñada y seguida de prescripciones pre-cisas.

En este camino es normal, incluso saludable, encontrar dificultades que, en el caso de la reforma, se podrían presentar según diferentes tipologías de resistencia: las resistencias abiertas, que a menudo provienen de la buena voluntad y del diálogo sincero; las resis-tencias ocultas, que surgen de los cora-zones amedrentados o petrificados que se alimentan de las palabras vacías del gatopardismo espiritual de quien de palabra está decidido al cambio, pero desea que todo permanezca como antes; también están las resistencias

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maliciosas, que germinan en mentes deformadas y se producen cuando el demonio inspira malas intenciones (a menudo disfrazadas de corderos). Este último tipo de resistencia se esconde detrás de las palabras justifi-cadoras y, en muchos casos, acusato-rias, refugiándose en las tradiciones, en las apariencias, en la formalidad, en lo conocido, o en su deseo de llevar todo al terreno personal, sin distinguir entre el acto, el actor y la acción[18].

La ausencia de reacción es un signo de muerte. Así que las resistencias buenas —e incluso las menos buenas— son necesarias y merecen ser escuchadas, atendidas y alentadas a que se expre-sen, porque es un signo que el cuerpo esté vivo.

Todo esto manifiesta que la reforma de la Curia es un proceso delicado que debe ser vivido con fidelidad a lo esencial, con un continuo discerni-miento, con valentía evangélica, con sabiduría eclesial, con escucha atenta, con acciones tenaces, con silencio positivo, con firmes decisiones, con mucha oración —con mucha ora-ción—, con profunda humildad, con clara visión de futuro, con pasos con-cretos hacia adelante e incluso —cuando sea necesario— retrocedien-do, con voluntad decidida, con vibran-te vitalidad, con responsable autori-dad, con total obediencia; pero, en primer lugar, abandonándose a la guía segura del Espíritu Santo, confiando en su necesaria asistencia. Por esto, oración, oración, oración.

ALGUNOS CRITERIOS-GUÍA DE LA REFORMA:

Son principalmente doce: individuali-dad; pastoralidad; misionariedad; racionalidad; funcionalidad; moderni-dad; sobriedad; subsidiariedad; sino-dalidad; catolicidad; profesionalidad; gradualidad.

1.- Individualidad (Conversión per-sonal)

Vuelvo a reiterar la importancia de la conversión individual, sin la cual sería inútil cualquier cambio en las estruc-turas. El alma de la reforma son los hombres a los que va dirigida y la hacen posible. En efecto, la conver-sión personal sostiene y fortalece a la comunitaria.

Hay un fuerte vínculo de intercambio entre la actitud personal y la comuni-taria. Una sola persona es capaz de hacer tanto bien a todo el cuerpo, pero también podría dañarlo y enfer-marlo. Y un cuerpo sano es el que sabe recuperar, acoger, fortalecer, sanar y santificar a sus propios miem-bros.

2- Pastoralidad (Conversión pasto-ral)

Recordando la imagen del pastor (cf. Ez 34,16; Jn 10,1-21) y siendo la Curia una comunidad de servicio, «nos hace bien también a nosotros, llamados a ser Pastores en la Iglesia, dejar que el ros-tro de Dios Buen Pastor nos ilumine, nos purifique, nos transforme y nos

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restituya plenamente renovados a nuestra misión. Que también en nues-tros ambientes de trabajo podamos sentir, cultivar y practicar un fuerte sentido pastoral, sobre todo hacia las personas con las que nos encontra-mos todos los días. Que nadie se sien-ta ignorado o maltratado, sino que cada uno pueda experimentar, sobre todo aquí, el cuidado atento del Buen Pastor»[19]. Detrás de los papeles hay personas.

El compromiso de todo el personal de la Curia ha de estar animado por una pastoralidad y una espiritualidad de servicio y de comunión, ya que este es el antídoto contra el veneno de la vana ambición y de la rivalidad engañosa. En este sentido el Beato Paolo VI advirtió. «Que la Curia Romana no sea, por tanto, una burocracia, como injustificadamente algunos la juzgan; pretenciosa y apática, sólo canonista y ritualista, una palestra de escondidas ambiciones y de sordos antagonismos como otros la acusan, sino una verda-dera comunidad de fe y de caridad, de oración y de acción; de hermanos y de hijos del Papa, que lo hacen todo, cada cual respetando la competencia ajena y con sentido de colaboración, para ayudarle en su servicio a los hermanos e hijos de la Iglesia universal y de toda la tierra»[20].

3. Misionariedad [21](Cristocren-trismo)

Es la finalidad principal de todos los servicios eclesiásticos, es decir, llevar la buena nueva a todos los confines de

la tierra[22], como nos recuerda el magisterio conciliar, porque «hay estructuras eclesiales que pueden lle-gar a condicionar un dinamismo evan-gelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espí-ritu evangélico, sin “fidelidad de la Iglesia a la propia vocación”, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo»[23].

4.. Racionalidad

Basado en el principio de que todos los Dicasterios son jurídicamente iguales entre sí, se veía la necesidad de una racionalización de los organismos de la Curia Romana[24], para poner de relieve que cada Dicasterio tiene sus propias competencias. Dichas compe-tencias deben ser respetadas y, tam-bién, distribuidas de forma racional, eficaz y eficiente. Ningún Dicasterio se puede atribuir la competencia de otro Dicasterio, según lo establecido por el derecho, y por otro lado todos los Dicasterios hacen referencia direc-ta al Papa.

5.. Funcionalidad

La eventual fusión de dos o más Dicasterios competentes en materias análogas o estrechamente relacionadas en un único Dicasterio sirve, por un lado, para dar al mismo Dicasterio mayor relevancia (incluso externa); por otro lado, la contigüidad e interac-ción de entidades individuales dentro de un único Dicasterio ayuda a tener

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una mayor funcionalidad (por ejem-plo, los dos nuevos Dicasterios de reciente institución)[25].

La funcionalidad requiere también la revisión continua de las funciones y de la relevancia de las competencias y de la responsabilidad del personal y, por lo tanto, la realización de traslados, incorporaciones, interrupciones e incluso promociones.

6. Modernidad —(Actualización)

Es la capacidad de saber leer y escu-char los «signos de los tiempos». En este sentido: «proveemos con pronti-tud a que los Dicasterios de la Curia Romana se acomoden a las situaciones de nuestro tiempo y se adapten a las necesidades de la Iglesia universal»[26]. Esto fue solicitado por el Concilio Vaticano II: «Los Dicasterios de la Curia Romana sean reorganizados según las necesidades de los tiempos y con una mejor adaptación a las regio-nes y a los ritos, sobre todo en cuanto al número, nombre, competencia, modo de proceder y coordinación de trabajos»[27].

7.. Sobriedad

En esta perspectiva es necesaria una simplificación y agilización de la Curia: la unión o fusión de Dicasterios según las materias de competencia y la sim-plificación interna de algunos Dicaste-rios; la eventual supresión de Departa-mentos que ya no responden más a las necesidades contingentes. La inclu-sión en los Dicasterios o reducción de

comisiones, academias, comités, etc., todo con vistas a la indispensable sobriedad necesaria para un testimo-nio más correcto y auténtico.

8. Subsidiaridad

Reorganización de competencias específicas de los distintos Dicaste-rios, trasladándolas, si es necesario, de un Dicasterio a otro, para lograr auto-nomía, coordinación y subsidiariedad en las competencias y más interrela-ción en el servicio.

En este sentido, también es necesario respetar los principios de subsidiarie-dad y racionalidad en la relación con la Secretaría de Estado y dentro de la misma —entre sus diferentes compe-tencias— para que en el ejercicio de sus funciones sea la ayuda más directa e inmediata del Papa[28]; además, para una mejor coordinación de los distin-tos sectores de los Dicasterios y de los Departamentos de la Curia. La Secre-taría de Estado llevará a cabo esta importante función, precisamente mediante la unidad, la interdependen-cia y la coordinación de sus secciones y diferentes sectores.

9. Sinodalidad

El trabajo de la Curia tiene que ser sinodal: reuniones periódicas de los Jefes de Dicasterio, presididas por el Romano Pontífice[29]; audiencias de trabajo con regularidad de los Jefes de Dicasterio; reuniones interdicasteria-les habituales. La reducción del núme-ro de Dicasterios permitirá encuen-

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tros más frecuentes y sistemáticos de cada uno de los Prefectos con el Papa, y eficaces reuniones de los Jefes de los Dicasterios, que no pueden ser tales cuando se trata de un grupo tan gran-de.

La sinodalidad[30] también debe vivir-se dentro de cada Dicasterio, dando especial importancia al Congreso y, al menos, mayor frecuencia a la Sesión ordinaria. Dentro de cada Dicasterio se debe evitar la fragmentación que puede ser causada por varios factores, como la proliferación de sectores especializados, que pueden tender a ser autoreferenciales. La coordinación entre ellos debería ser tarea del Secre-tario, o del Subsecretario.

1.0.Catolicidad

Entre los colaboradores, además de sacerdotes y personas consagradas, la Curia debe reflejar la catolicidad de la Iglesia a través de la contratación de personal proveniente de todo el mundo, de diáconos permanentes y fieles laicos y laicas, cuya selección debe hacerse cuidadosamente sobre la base de una vida espiritual y moral ejemplar, y de su competencia profe-sional. Es oportuno proporcionar el acceso a un mayor número de fieles laicos, sobre todo en aquellos Dicaste-rios en los que pueden ser más com-petentes que los clérigos o los consa-grados. De gran importancia es tam-bién la valorización del papel de la mujer y de los laicos en la vida de la Iglesia, y su integración en puestos de responsabilidad en los dicasterios, con

particular atención al multiculturalismo.

1.1..Profesionalidad

Es esencial que cada Dicasterio adop-te una política de formación perma-nente del personal, para evitar el anquilosamiento y la caída en la rutina del funcionalismo.

Por otra parte, es esencial archivar definitivamente la práctica del promoveatur ut amoveatur. Esto es un cáncer.

1.2.Gradualidad (discernimiento)

La gradualidad es el resultado del indispensable discernimiento que implica un proceso histórico, plazo de tiempo y de etapas, verificación, correcciones, pruebas, aprobaciones ad experimentum. En estos casos, por lo tanto, no se trata de indecisión sino de flexibilidad necesaria para lograr una verdadera reforma.

ALGUNOS PASOS REALIZA-DOS[31]

Señalo de manera breve y limitada algunos pasos realizados en la concre-tización de los criterios-guía, las reco-mendaciones realizadas por los Carde-nales durante las Reuniones plenarias antes del Cónclave, por la C.O.S.E.A., por el Consejo de Cardenales, así como por los Jefes de Dicasterio y por otras personas expertas:

El 1.3 de abril de 201.3 se anunció el Consejo de Cardenales (Consilium Car-

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dinalium Summo Pontifici) —el conocido como C8 y, a partir del 1 de julio de 2014, como C9— para asesorar prin-cipalmente al Papa en el gobierno de la Iglesia universal y en otros asuntos relacionados[32], y también con la misión específica de proponer la revi-sión de la Constitución Apostólica Pastor Bonus[33]

Con Quirógrafo del 24. de junio de 201.3 fue erigida la Pontificia Comisión Referente sobre el Instituto para las Obras de Religión, con el objetivo de conocer con mayor profundidad la posición jurídica del I.O.R. y permitir una mejor «armonización» con «la misión universal de la Sede Apostóli-ca». Todo para «permitir que los prin-cipios del Evangelio impregnen tam-bién las actividades económicas y financieras» y alcanzar una transparen-cia completa y reconocida en su activi-dad.

Con Motu Proprio del 1.1. de julio de 201.3, se ha procedido a delinear la jurisdicción de los órganos judiciales del Estado de la Ciudad del Vaticano en materia penal.

Con Quirógrafo del 1.8 de julio de 201.3, fue constituida la C.O.S.E.A. (Pontificia Comisión Referente de Estudio y Guía para los Asuntos Económicos y Administrativos)[34], con el encargo de estudiar, analizar y recoger información, en coopera-ción con el Consejo de Cardenales, para el estudio de los problemas organizativos y económicos de la Santa Sede.

Con Motu Proprio del 8 de agosto de 201.3, fue constituido el Comité de Seguridad Financiera de la Santa Sede, para la prevención y la obstaculización del lavado de dinero, del financiamien-to del terrorismo y de la proliferación de armas de destrucción masiva. Todo para llevar al I.O.R. y a todo el sistema económico vaticano a la adopción regular y al total cumplimiento, con empeño y diligencia, de todas las leyes estándar internacionales sobre la transparencia financiera[35].

Con Motu Proprio del 1.5. de noviem-bre de 201.3, fue consolidada la Auto-ridad de Información Financiera (A.I.F.)[36], instituida por Benedicto XVI, con Motu Proprio del 30 de diciembre de 2010, para la prevención y la defensa de las actividades ilegales en campo financiero y monetario[37].

Con Motu Proprio del 24. de febrero de 201.4. (Fidelis Dispensator et Prudens), fueron erigidas la Secretaría para la Economía y el Consejo para la Eco-nomía[38], en sustitución del Consejo de los 15 Cardenales, con la misión de armonizar las políticas de control rela-cionadas con la gestión económica de la Santa Sede y de la Ciudad del Vati-cano[39],

Con el mismo Motu Proprio (Fidelis Dispensator et Prudens), del 24. de febre-ro de 201.4., fue erigida la Oficina del Revisor General (U.R.G.), como nuevo ente de la Santa Sede encargado de cumplir con la revisión (audit) de los Dicasterios de la Curia Romana, de las instituciones relacionadas con la Santa Sede —o que hacen referencia a

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ella— y de las administraciones de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano.

Con Quirógrafo del 22 de marzo de 201.4. fue instituida la Comisión Ponti-ficia para la Protección de los Meno-res para «promover la protección de la dignidad de los menores y los adultos vulnerables, a través de formas y modalidades, conformes a la naturale-za de la Iglesia, que se consideren más oportunas».

Con Motu Proprio del 8 de julio de 201.4., fue trasferida la Sección Ordina-ria de la Administración del Patrimo-nio de la Sede Apostólica a la Secreta-ría para la Economía.

El 22 de febrero de 201.5. fueron aprobados los Estatutos de los nuevos Organismos Económicos.

Con Motu Proprio del 27. de junio de 201.5., fue erigida la Secretaría para la Comunicación con el encargo de «responder al contexto actual de la comunicación, caracterizado por la presencia y el desarrollo de los medios digitales y por los factores de conver-gencia e interactividad», y también de la restructuración total, a través de la reorganización y consolidación, «todas las realidades, que, de diversas formas hasta hoy se han ocupado de la comu-nicación», con el fin de «responder cada vez mejor a las exigencias de la misión de la Iglesia».

El 6 de septiembre de 201.6 se pro-mulgó el Estatuto de la Secretaría para la Comunicación, que entró en vigor el pasado mes de octubre[40].

Con dos Motu Proprio del 1.5. de agosto de 201.5., se proveyó a la refor-ma del proceso canónico para las causas de nulidad del matrimonio: Mitis et misericors Iesus, en el Código de los Cánones de las Iglesias Orientales; Mitis Iudex Dominus Iesus, en el Código de Derecho Canónico[41].

Con Motu Proprio del 4. de junio de 201.6 (Como una madre amorosa), se ha querido prevenir la negligencia de los Obispos en el ejercicio de su oficio, especialmente en lo relacionado con los casos de abusos sexuales cometi-dos contra menores y adultos vulnera-bles.

Con Motu Proprio del 4. de julio de 201.6 (Los bienes temporales), siguiendo como principio de máxima importan-cia que los organismos de vigilancia estén separados de los que son vigila-dos, fueron delineados de forma mejor los campos respectivos de com-petencia de la Secretaria para la Eco-nomía y de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica.

Con Motu Proprio del 1.5. de agosto de 201.6 (Sedula Mater), se constituyó el Dicasterio para los laicos, la familia y la vida, recordando sobre todo la fina-lidad pastoral general del ministerio petrino: «nos esforzamos por dispo-ner con prontitud todas las cosas para que las riquezas de Cristo Jesús se difundan apropiada y abundantemen-te entre los fieles».

Con Motu Proprio del 1.7. de agosto de 201.6 (Humanam progressionem), se constituyó el Dicasterio para el Servi-

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cio del Desarrollo Humano Integral, de modo que el desarrollo se imple-mente «a través del cuidado de los bienes inconmensurables de la justicia, la paz y la salvaguardia de la creación». En este Dicasterio confluirán, desde el 1 de enero de 2017, cuatro Consejos Pontificios: Justicia y Paz, Cor Unum, Pastoral para los migrantes y Agentes Sanitarios. Me ocuparé directamente «ad tempus» de la sección para la pastoral de los emigrantes y refugiados del nuevo Dicasterio[42].

El 1.8 de octubre de 201.6 fue aproba-do el Estatuto de la Pontificia Acade-mia para la Vida.

Este nuestro encuentro comenzó hablando del significado de la Navi-dad como cambio de nuestros crite-rios humanos para evidenciar que el corazón y el centro de la reforma es Cristo (Cristocentrismo).

Deseo concluir sencillamente con una palabra y una oración. La palabra es la de reiterar que la Navidad es la fiesta de la humildad amorosa de Dios. Para la oración he elegido la convocación navideña del padre Matta El Meskin (monje contemporáneo), que dirigién-dose al Señor Jesús, nacido en Belén, así se expresa: «si para nosotros la expe-riencia de la infancia es algo difícil, para ti no lo es, Hijo de Dios. Si tropezamos en el camino que lleva a la comunión contigo según tu pequeñez, tú eres capaz de quitar todos los obstáculos que nos impiden de hacer esto. Sabemos que no tendrás paz hasta que no nos encuentres según tu semejanza y peque-ñez. Permítenos hoy, Hijo de Dios, acercar-

nos a tu corazón. Haz que no nos creamos grandes por nuestras experiencias. Concéde-nos, en cambio, que seamos pequeños como tú, para que podamos estar cerca de ti y recibir de ti humildad y mansedumbre en abundancia. No nos prives de tu revelación, la epifanía de tu infancia en nuestros corazo-nes, para que con ella podamos curar todo tipo de orgullo y de arrogancia. Tenemos mucha necesidad […] de que reveles en noso-tros tu sencillez, llevándonos a nosotros, también a la Iglesia y al mundo entero, a ti. El mundo está cansado y exhausto porque compite para ver quién es el más grande. Hay una competencia despiadada entre gobiernos, entre iglesias, entre pueblos, al interno de las familias, entre una parroquia y otra: ¿Quién es el más grande entre nosotros? El mundo está plagado de heridas dolorosas porque su grave enfermedad es: ¿quién es el más gran-de? Pero hoy hemos encontrado en ti, nuestro único medicamento, Hijo de Dios. Nosotros y el mundo entero no encontraremos salvación ni paz, si no volvemos a encontrarnos de nuevo en el pesebre de Belén. Amen»[43].

Gracias. Os deseo una santa Navidad y un feliz Año Nuevo 2017.

[1] Sermo 187,1: PL 38,1001: «Magnus dies angelo-rum, parvus in die hominum […] magnus in forma Dei, brevis in forma servi».

[2] Hom. IV,9: PG 34, 480.

[3] Cf. Il Signore, Milán 1977, 404.

[4] Homilía (25 diciembre 1971).

[5] Cf. Pedro Crisólogo, Sermo 118: PL 52, 617

[6] Santa Teresa del Niño Jesús —la enamorada de la pequeñez de Jesús— en su última carta, del 25 de agosto de 1897, dirigida a un sacerdote, que le había sido designado como «hermano espiri-tual», escribía: «No puedo temer a un Dios que

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por mí se ha hecho pequeño. Yo lo amo. De hecho, él es todo amor y misericordia» (Carta 266: Opere complete, Roma 1997, 606).

[7] Cf. Carta Apostólica en forma de «Motu Proprio» con la que se instituye el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral (17 agosto 2016).

[8] La Curia Romana tiene la función de ayudar al Papa en su gobierno cotidiano de la Iglesia, es decir en sus tareas propias, que son: a) conservar a todos los fieles «en el vínculo de una sola fe y de la caridad», y también «en la unidad de la fe y de la comunión»; b) «para que el episcopado sea uno e indivisible» (Conc. Vat. I, Const. dogm. Pastor aeternus, Prólogo). «Este santo Sínodo, siguiendo las huellas del Concilio Vaticano I, enseña y declara que Jesucristo, Pastor eterno, edificó la santa Iglesia y que envió a sus Apósto-les, lo mismo que él fue enviado por el Padre (cf. Jn 20,21), y quiso que los sucesores de aquéllos, los Obispos, fuesen los pastores en su Iglesia hasta la consumación de los siglos. Pero para que el mismo Episcopado fuese uno solo e indiviso, puso al frente de los demás Apóstoles al bien-aventurado Pedro e instituyó en la persona del mismo el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 18).

[9] El Concilio Vaticano II, sobre la Curia Roma-na, explica que «en el ejercicio supremo, pleno e inmediato de su poder sobre toda la Iglesia, el Romano Pontífice se sirve de los Dicasterios de la Curia Romana, que, en consecuencia, realizan su labor en su nombre y bajo su autoridad, para bien de las Iglesias y servicio de los sagrados pastores (Decreto Christus Dominus, 9). Así, nos recuerda, ante todo, que la Curia es un organismo que ayuda al Papa y precisa, al mismo tiempo, que el servicio de los organismos de la Curia Romana está siempre realizado nomine et auctoritate del mismo Romano Pontífice. Es por esto que la actividad de la Curia se ejerce in bonum Ecclesiarum et in servitium Sacrorum Pastorum, es decir, orientada ya sea al bien de las Iglesias particulares, o bien para ayudar a sus Obispos. Las Iglesias particula-res son «formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a base de las cuales se constituye la Iglesia católica, una y única» (Const. dogm. Lumen gentium, 23).

[10] Pablo VI, Discurso a la Curia Romana (21 sep-tiembre 1963): «Por lo demás, una tal consonan-cia entre el Papa y su Curia es una norma cons-

tante. No sólo en las grandes horas de la historia este acuerdo demuestra su existencia y su fuerza, sino que siempre está vigente; en cada día, en cada acto del ministerio pontificio, como convie-ne al órgano de inmediata adhesión y absoluta obediencia, del que el Romano Pontífice se sirve para desarrollar su misión universal. Esta relación esencial de la Curia romana con el ejercicio de la actividad apostólica del Papa es la justificación, más aún, la gloria de la Curia misma, resultando de la relación misma, su necesidad, su utilidad, su dignidad y su autoridad; pues la Curia romana es el instrumento que el Papa precisa y del que el Papa se sirve para cumplir su propio mandato divino. Un instrumento dignísimo, al cual, no es de extrañar si por parte de todos, empezando por Nos mismo, tanto se le pide y tanto se le exige. Su función requiere capacidad y virtud sumas, por-que precisamente es altísima su misión. Función delicadísima, cual es la de ser custodio y eco de las verdades divinas, y hacerse lenguaje y diálogo con las almas humanas; función amplísima que tiene por frontera el mundo entero; función noble, cual es la de escuchar e interpretar la voz del Papa y al mismo tiempo de velar porque no le falte ninguna información que pueda serle útil y objetiva, así como tampoco ningún filial y ponderado conse-jo».

[11] Ep ad Eulog. Alexandrin., epist. 30: PL 77, 933. La Curia Romana «recibe del Pastor de la Iglesia universal su existencia y competencia. Efectiva-mente, existe y actúa en la medida en que se refiere al ministerio petrino y se funda en él» (Juan Pablo II, Const. Ap. Pastor Bonus, Introd. 7; cf. art. 1).

[12] La historia confirma que la Curia Roma ha estado en permanente «reforma», al menos en los últimos cien años. «La que fue anunciada el 13 de abril de 2013 con la comunicación de la Secretaría de Estado llega como cuarta desde la primera efectuada por san Pío X con la Constitución Sapienti Consilio de 1908. Esta reforma se efectua-ba ciertamente con urgencia en la perspectiva de la nueva disposición canónica, ya en preparación; todavía más, era necesaria por haber puesto tér-mino al poder temporal. Siguió la realizada por el beato Pablo VI con la Regiminis Ecclesiae Universae (1967), después de la celebración del Concilio Vaticano II. El mismo Papa había previsto un examen ulterior del texto a la luz de una primera experiencia. En 1988 llegó la Constitución Pastor Bonus de san Juan Pablo II, que en línea general

1.2

seguía el esquema montiniano, pero incluyó una clasificación diferente de los varios organismos y de sus competencias en sintonía con el CIC 1983. Dentro de estos pasos fundamentales, se regis-tran otras modificaciones importantes. Benedicto XV, por ejemplo, creó e incluyó entre las Congre-gaciones romanas la de los Seminarios (hasta ese momento sección dentro de la Congregación Consistorial) y las Universidades de los Estudios (1915) y otra para las Iglesias Orientales (1917: anteriormente fue constituida como sección de la S. Congregatio de Propaganda Fide). Juan Pablo II hizo cambios en la organización de la Curia pos-teriores a la Pastor Bonus y, después de él, Benedic-to XVI realizó también cambios significativos; por ejemplo, la creación del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización (2010), el cambio de competencia sobre los Semi-narios, de la Congregación para Educación Cató-lica a la del Clero, y de la competencia sobre la Catequesis, de esta última al Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización (2013). A todo esto se añadirán otras intervencio-nes de simplificación, realizadas en el trascurso de los años y algunas vigentes hasta el día de hoy, con la unificación de varios Dicasterios bajo una única presidencia» (Marcello Semeraro, La riforma di Papa Francesco, Il Regno, Anno LXI, n. 1240, 15 julio 2016, pp. 433 – 441).

[13] En este sentido Pablo VI, el 21 de septiem-bre de 1963, dirigiéndose a la Curia Romana, dijo:«Es explicable que tal ordenamiento esté lastrado por su misma edad venerable, que se resienta de la disparidad de sus órganos y de su acción con respecto a las necesidades y costum-bres de los tiempos nuevos, que sienta al mismo tiempo la exigencia de simplificarse y descentrali-zarse, de extenderse y disponerse para las nuevas funciones».

[14] Pablo VI, el 22 de febrero de 1975, con oca-sión del Jubileo de la Curia Romana, afirmó: «Somos la Curia Romana, […] esta nuestra con-ciencia, que deseamos claramente no sólo en su definición canónica, sino también en su conteni-do moral y espiritual, impone a cada uno de nosotros un acto de penitencia en conformidad a la disciplina propia del Jubileo, acto que podemos llamar de autocrítica para verificar, en el secreto de nuestros corazones, si nuestro comportamien-to corresponde al oficio que nos ha sido confia-do. Nos estimula a esta confrontación interior sobre todo la coherencia de nuestra vida eclesial,

y después el análisis, que tanto la Iglesia como la sociedad hace de nosotros, en ocasiones no obje-tivo, y mucho más severo cuanto más sea nuestra posición de representación, de la que debería irradiar una ejemplaridad ideal […]. Dos senti-mientos espirituales por lo tanto darán sentido y valor a nuestra celebración jubilar: un sentimiento de sincera humildad, que quiere decir verdad sobre nosotros mismos, declarándonos ante todo necesitados de la misericordia de Dios» (Insegna-menti di Paolo VI, XIII [1975], pp. 172-176).

[15] En esta lógica, la sucesión de generaciones hace parte de la vida; ¡ay de nosotros si pensamos o vivimos olvidando esta verdad! Entonces, el cambio de personas es normal, necesario y desea-ble.

[16] Benedicto XVI, inspirándose en una visión de santa Hildegarda de Bingen, durante su Dis-curso a la Curia del 20 de diciembre de 2010, recordó que el mismo rostro de la Iglesia desgra-ciadamente puede estar «cubierto de polvo» y «su vestido roto», y por esto he recordado a su vez que la curación «es también fruto de tener con-ciencia de la enfermedad, y de la decisión perso-nal y comunitaria de curarse, soportando pacien-temente y con perseverancia la cura» (Discurso a la Curia Romana, 22 diciembre 2014).

[17] Se trata de entender la reforma como una transformación, es decir, un cambio hacia adelante, un mejorar: mutar/cambiar in melius.

[18] Cf. Homilía en Domus Sanctae Marthae (1 diciembre 2016).

[19] Cf. Homilía con ocasión del Jubileo de la Curia Romana (22 febrero 2016); cf. Discurso de inauguración de los trabajos del Consistorio (12 febrero 2015).

[20] Pablo VI, Discurso a la Curia Romana (21 sep-tiembre 1963).

[21]«La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, […] la comunidad de los cristianos no está nunca cerrada en sí misma. En ella, la vida íntima —la vida de oración, la escucha de la Palabra y de las enseñanzas de los Apóstoles, la caridad fraterna vivida, el pan compartido— no

1.3

tiene pleno sentido más que cuando se convierte en testimonio, provoca la admiración y la conversión, se hace predicación y anuncio de la Buena Nueva. Es así como la Iglesia recibe la misión de evangelizar y como la actividad de cada miembro constituye algo importante para el conjunto» (Id., Exhort. ap. Evangelii Nuntiandi, 14-15). «“No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos” y que hace falta pasar “de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera”» (Exhort. Ap. Evangelii gaudium, 15).

[22] No se puede perder la tensión por el anuncio destinado a los que están lejos de Cristo, porque esta es la primera tarea de la Iglesia (cf. Juan Pablo II, Carta Enc. Redemptoris misio, 34).

[23] Exhort. Ap. Evangelii gaudium, n. 26. «Sueño una opción misionera [= misión paradigmática] capaz de transformarlo todo, para que las cos-tumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial [= misión programática] se convierta en un cauce adecuado para la evan-gelización del mundo actual más que para la autopreservación» (ibíd. 27). En este sentido, «lo que hace caer las estructuras caducas, lo que lleva a cambiar los corazones de los cristianos, es pre-cisamente la misionariedad», puesto que «la misión programática, como su nombre lo indica, consiste en la realización de actos de índole misionera. La misión paradigmática, en cambio, implica poner en clave misionera la actividad habitual de las Iglesias particulares» (Discurso al Comité de coordinación del CELAM, Río de Janeiro, 28 julio 2013).

[24] Cf. Pablo VI, Const. Ap. Regimini Ecclesiae Universae art. 1 §2; Pastor Bonus art. 2 §2.

[25] «De Roma parte hoy la invitación a la puesta al día (“aggiornamento” […], es decir, al perfec-cionamiento de todo, lo interno y lo externo, de la Iglesia. […] La Roma papal hoy es muy distinta, y, gracias a Dios, mucho más digna, más prudente y más santa; mucho más consciente de su voca-ción evangélica, mucho más comprometida: con su misión cristiana, y, por tanto, mucho más deseosa y susceptible de perenne renovación» (Pablo VI, Discurso a la Curia Romana, 21 septiem-bre 1963)

[26] Motu Proprio Sedula Mater (15 agosto 2016).

[27] Decreto Christus Dominus, 9.

[28] Entre las funciones del Secretario de Estado, como primer colaborador del Sumo Pontífice en el ejercicio de su suprema misión y ejecutor de las decisiones que el Papa realiza con la ayuda de los órganos de consulta, debe ser preeminente la periódica y frecuente reunión con los Jefes de Dicasterio. En todo caso, es de primera necesidad la coordinación y la colaboración de los Dicaste-rios entre sí y con los otros Departamentos.

[29] Cf. Juan Pablo II, Const. Ap. Pastor Bonus, 22.

[30] Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escu-cha (cf. Discurso por la conmemoración del 50 aniversa-rio de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 octu-bre 2015; Exhort Ap. Evangelii gaudium, 171). Las etapas de recepción de contribuciones para la reforma de la Curia han sido: 1. Recogida de opiniones, en el verano de 2013, de los Jefes de Dicasterio y de otros, de los Cardenales del Con-sejo, de cada Obispo y de las Conferencias Epis-copales del ámbito de procedencia; 2. Reunión de los Jefes de Dicasterio el 10 de septiembre de 2013 y el 24 de noviembre de 2014; 3. Consistorio del 12 al 13 febrero de 2015; 4. Carta del Consejo de los Cardenales a los Jefes de Dicasterio, del 17 de septiembre de 2014, para eventuales “descen-tralizaciones”; 5. Intervenciones de cada Jefe de Dicasterio en las reuniones del Consejo de Carde-nales para pedir propuestas y opiniones con vistas a la reforma del mismo Dicasterio (cf. Marcello Semeraro, La riforma di Papa Francesco, Il Regno, pp. 433 – 441).

[31] Para profundizar en los pasos realizados, las razones y las finalidades del proceso de reforma se recomienda dirigirse de modo particular a las tres Cartas Apostólicas en forma de Motu Proprio con las que se ha intervenido hasta el día de hoy para la creación, la variación y la supresión de algunos Dicasterios de la Curia Romana.

[32] El ritmo de trabajo ha tenido ocupados a los miembros del Consejo hasta el día de hoy por un total de 93 reuniones, durante mañana y tarde.

[33] Las sesiones de trabajo del Consejo han sido hasta hoy más de dieciséis (de media, una cada dos meses), distribuidas en el tiempo de este modo: I.—Sesión: 1-3 octubre 2013—; II.—Sesión: 3-5 diciembre 2013—; III; Sesión: 17-19 febrero 2014—; IV.—Sesión: 28-30 abril 2014—; V.—Sesión: 1-4 julio 2014—; VI.—Sesión: 15-17 septiembre 2014—; VII.—Sesión: 9-11 diciem-bre 2014—; VIII.—Sesión: 9-11 febrero 2015—; IX.—Sesión 13-15 marzo 2015—; X.—Sesión

1.4.

8-10 junio 2015—; XI.—Sesión 14-16 septiem-bre 2015—; XII.—Sesión 10-12 diciembre 2015—; XIII.—Sesión 8-9 febrero 2016—; XIV.—Sesión 11-13 abril 2016—; XV.— —6-8 junio 2016—; XVI.——12-14 septiembre 2016—; XVII.——12-14 diciembre 2016.—

[34] Erigida el 18 de julio de 2013 y suprimida el 22 de mayo de 2014, con la función de ofrecer ayuda técnica de orientación especializada y ela-borar soluciones estratégicas de mejora, aptas para evitar derroche de recursos económicos, para favorecer la trasparencia en los procesos de adquisición de bienes y servicios, para perfeccio-nar la administración del patrimonio mobiliario e inmobiliario, para actuar cada vez más con mayor prudencia en ámbito financiero, para asegurar una correcta aplicación de los principios conta-bles y para garantizar asistencia sanitaria y seguri-dad social a todos los que tienen derecho: «a una simplificación y racionalización de los organis-mos existentes y a una programación más atenta de las actividades económicas de todas las admi-nistraciones vaticanas» (Quirógrafo del 18 julio 2013).

[35] Por ejemplo las recomendaciones elaboradas por el Grupo de la Acción Financiera Internacio-nal (G.A.F.I.). Hoy la actividad del I.O.R. es total-mente conforme a la normativa vigente en mate-ria de lavado de dinero y lucha contra la financia-ción del terrorismo en el Estado de la Ciudad del Vaticano.

[36] La A.I.F. es «una Institución conectada con la Santa Sede» que «desarrolla, con plena autonomía e independencia, las siguientes funciones: a) vigi-lancia y regularización, con fines prudenciales, de los entes que realizan profesionalmente una acti-vidad de naturaleza financiera; b) vigilancia y regularización para la prevención y la lucha contra el lavado de dinero y la financiación del terroris-mo; c) información financiera» (Estatuto de la A.I.F., tít. 1, art. 1-2).

[37] La A.I.F. ha sido instituida también para renovar el compromiso de la Santa Sede en la adopción de principios y en empleo de los instru-mentos jurídicos desarrollados por la Comunidad internacional, adecuando además la ordenación institucional con vistas a la prevención y a la lucha contra el lavado de dinero, la financiación del terrorismo y la proliferación de armas de destruc-ción masiva.

[38] El Consejo para la Economía tiene «la tarea

de supervisar la gestión económica y vigilar las estructuras y actividades administrativas y finan-cieras de los Dicasterios de la Curia Romana, de las Instituciones relacionadas con la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano» (Motu Proprio Fidelis Dispensator et Prudens, 1).

[39] El Departamento del Revisor General actúa en plena autonomía e independencia de acuerdo con la legislación vigente y con el propio Estatu-to, informando directamente al Sumo Pontífice. Somete al Consejo para la Economía un progra-ma anual de revisión y una relación anual de las propias actividades. La finalidad del programa de revisión es el de individuar las áreas más impor-tantes de gestión y organizativas potencialmente de riesgo. El departamento de Revisor General es la institución que desarrolla la revisión contable de los Dicasterios de la Curia Romana, de las Instituciones relacionadas con la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano. La actividad del U.R.G. tiene el objetivo de dar orientaciones pro-fesionales e independientes, sobre la oportunidad de procesos contables y administrativos (sistema de control interno) y su efectiva aplicación (com-pliance audit), así mismo la fiabilidad de los presu-puestos de cada Dicasterio y la consolidación (financial audit) y la regularidad de la utilización de los recursos financieros y materiales (value for money audit).

[40] «El contexto actual de la comunicación, caracterizado por la presencia y la evolución de los medios digitales y por factores de convergen-cia e interactividad. Esta nueva situación requiere una reorganización que, teniendo en cuenta la historia de lo que se ha realizado en el marco de la comunicación de la Sede Apostólica, proceda hacia una integración y gestión unitaria» (Estatuto de la Secretaría para la Comunicación, Preámbulo).

[41] Con el Motu Proprio del 31 de mayo de 2016 (De concordia inter Codices), fueron cambiadas algu-nas normas del Código de Derecho Canónico.

[42] «Dicho Dicasterio será especialmente com-petente en las cuestiones que se refieren a las migraciones, los necesitados, los enfermos y los excluidos, los marginados y las víctimas de los conflictos armados y de las catástrofes naturales, los encarcelados, los desempleados y las víctimas de cualquier forma de esclavitud y de tortura».

[43] L’umanità di Dio,Qiqajon, Magnano 2015, 183-184.

1.5.

Excelencias, estimados Embajadores, Señoras y Señores:

Les doy la bienvenida y les agradezco su presencia tan numerosa y fiel a esta cita tradicional, que nos permite mani-festar recíprocamente el deseo de que el año apenas iniciado sea para todos un tiempo de alegría, de prosperidad y de paz. Me dirijo con un sentimiento de especial reconocimiento al Decano del Cuerpo Diplomático, el Excelentí-simo Señor Armindo Fernandes do Espírito Santo Vieira, Embajador de Angola, por las deferentes palabras que me ha dirigido en nombre de todo el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, que ha aumentado recientemente con el establecimiento de las relaciones diplomáticas con la República Islámica de Mauritania, hace apenas un mes. Deseo igualmen-te agradecer a los numerosos Embaja-dores residentes en la Urbe, cuyo número ha aumentado a lo largo del último año, así como a los Embajado-res no residentes, que con su presencia en el día de hoy pretenden subrayar los vínculos de amistad que unen a sus pueblos con la Santa Sede. Igualmen-te, quiero dirigir de modo especial un mensaje de pésame al Embajador de Malasia, recordando a su predecesor, Dato’ Mohd Zulkephli Bin Mohd Noor, fallecido el pasado mes de febrero.

Durante el año transcurrido, las relacio-nes entre sus Países y la Santa Sede han tenido ocasión de profundizarse aún más gracias a las cordiales visitas de numerosos Jefes de Estado y de

Gobierno, a veces en concomitancia con los diversos encuentros que han marcado el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, recientemente concluido. Han sido también varios los Acuerdos bilaterales firmados o ratificados, unos de carácter general, dirigidos a recono-cer el estatuto jurídico de la Iglesia con la República Democrática del Congo, la República Centroafricana, Benín y con Timor Oriental; otros de carácter más específico, como el Avenant firmado con Francia, o la Convención en mate-ria fiscal con la República Italiana, que ha entrado recientemente en vigor, a los que hay que añadir el Memorandum de Acuerdo entre la Secretaría de Esta-do y el Gobierno de los Emiratos Ára-bes Unidos. Además, en línea con el compromiso de la Santa Sede de cum-plir con las obligaciones asumidas en los acuerdos subscritos, se ha dado también la plena actuación al Compre-hensive Agreement con el Estado de Pales-tina, que entró en vigor hace un año.

Estimados Embajadores.

Hace un siglo, el mundo se encontraba en medio del primer conflicto mundial. Una inútil matanza[1], en la que las nue-vas técnicas de combate sembraban muerte y causaban enormes sufrimien-tos a una población civil inerme. En 1917, el rostro del conflicto cambió profundamente, adquiriendo una fiso-nomía cada vez más mundial mientras surgían en el horizonte aquellos regí-menes totalitarios que durante mucho tiempo fueron causa de lacerantes divi-

AL CUERPO DIPLOMATICODiscurso Del santo PaDre Francisco con ocasión De las Felicitaciones

Del cuerPo DiPlomático acreDitaDo ante la santa seDe

Sala Regia, lunes 9 de enero de 2017

1.6

siones. Cien años después, muchas zonas del mundo pueden decir que se han beneficiado de prolongados perío-dos de paz, que han favorecido unas oportunidades de desarrollo económi-co y formas de bienestar sin preceden-tes. Si hoy para muchos la paz les parece de alguna manera un bien que se da por descontado, casi un derecho adquirido al que no se le presta dema-siada atención, para demasiadas perso-nas esa paz es todavía una simple ilu-sión lejana. Millones de personas viven hoy en medio de conflictos insensatos. Incluso en aquellos lugares que en otro tiempo se consideraban seguros se advierte un sentimiento general de miedo. Con frecuencia nos sentimos abrumados por las imágenes de muer-te, por el dolor de los inocentes que imploran ayuda y consuelo, por el luto del que llora un ser querido a causa del odio y de la violencia, por el drama de los refugiados que escapan de la guerra o de los emigrantes que perecen trági-camente.

Por eso quisiera dedicar el encuentro de hoy al tema de la seguridad y de la paz, porque en el clima general de preocupación por el presente y de incertidumbre y angustia por el futuro, en el que nos encontramos inmersos, considero importante dirigir una pala-bra de esperanza, que nos señale tam-bién un posible camino para recorrer.

Hace tan sólo unos días hemos celebra-do la 50 Jornada Mundial de la Paz, instituida por mi predecesor el beato Pablo VI, «como presagio y como pro-mesa, al principio del calendario que mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura»»[2]. Para los cristianos, la paz es un don del Señor, aclamada y cantada por los

ángeles en el momento del nacimiento de Cristo: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14). Es un bien positi-vo, «el fruto del orden asignado a la sociedad humana»[3] por Dios y «no es la mera ausencia de la guerra»[4]. No se «reduce sólo al establecimiento de un equilibrio de las fuerzas adversarias»[5], sino que más bien exige el compromiso de personas de buena voluntad «sedien-tos de una justicia más perfecta»[6].

En esa línea, manifiesto la viva convic-ción de que toda expresión religiosa está llamada a promover la paz. Lo he podido experimentar de manera signifi-cativa en la Jornada Mundial de Ora-ción por la Paz, que se celebró en Asís el pasado mes de septiembre, durante la cual los representantes de las diversas religiones se han encontrado para «dar voz a los que sufren, a los que no tie-nen voz y no son escuchados»[7],así como en mi visita al Templo Mayor de Roma o a la Mezquita de Bakú.

Sabemos que se ha cometido violencia por razones religiosas, comenzando precisamente por Europa, donde las divisiones históricas entre cristianos han durado mucho tiempo. En mi reciente viaje a Suecia, quise recordar que tenemos una urgente necesidad de sanar las heridas del pasado y de cami-nar juntos hacia metas comunes. En la base de ese camino ha de estar el diálo-go auténtico entre las diversas confe-siones religiosas. Es un dialogo posible y necesario, como he tratado de atesti-guar en el encuentro que he tenido en Cuba con el Patriarca Cirilo de Moscú, así como en los viajes apostólicos a Armenia, Georgia y Azerbaiyán, donde he percibido la aspiración de aquellos pueblos a solucionar los conflictos que desde hace años perjudican la concor-dia y la paz.

1.7.

Al mismo tiempo, no debemos olvidar las muchas iniciativas, inspiradas en la religión, que contribuyen, incluso a menudo con el sacrificio de los márti-res, a la construcción del bien común por medio de la educación y la asisten-cia, sobre todo en las regiones más desfavorecidas y en las zonas de con-flicto. Tales obras contribuyen a la paz y dan testimonio concreto de que, cuando se coloca en el centro de la propia actividad la dignidad de la per-sona humana, es posible vivir y trabajar juntos, a pesar de pertenecer a pueblos, culturas y tradiciones diferentes.

Desgraciadamente, somos conscientes de que todavía hoy, la experiencia reli-giosa, en lugar de abrirnos a los demás, puede ser utilizada a veces como pre-texto para cerrazones, marginaciones y violencias. Me refiero en particular al terrorismo de matriz fundamentalista, que en el año pasado ha segado la vida de numerosas víctimas en todo el mundo: en Afganistán, Bangladesh, Bélgica, Burkina Faso, Egipto, Francia, Alemania, Jordania, Irak, Nigeria, Pakistán, Estados Unidos de América, Túnez y Turquía. Son gestos viles, que usan a los niños para asesinar, como en Nigeria; toman como objetivo a quien reza, como en la Catedral copta de El Cairo, a quien viaja o trabaja, como en Bruselas, a quien pasea por las calles de la ciudad, como en Niza o en Berlín, o sencillamente celebra la llegada del año nuevo, como en Estambul.

Se trata de una locura homicida que usa el nombre de Dios para sembrar muer-te, intentando afirmar una voluntad de dominio y de poder. Hago por tanto un llamamiento a todas las autoridades religiosas para que unidos reafirmen con fuerza que nunca se puede matar en nombre de Dios. El terrorismo fun-damentalista es fruto de una grave

miseria espiritual, vinculada también a menudo a una considerable pobreza social. Sólo podrá ser plenamente ven-cido con la acción común de los líderes religiosos y políticos. A los primeros les corresponde la tarea de transmitir aquellos valores religiosos que no admi-ten una contraposición entre el temor de Dios y el amor por el prójimo. A los segundos les corresponde garantizar en el espacio público el derecho a la liber-tad religiosa, reconociendo la aporta-ción positiva y constructiva que ésta comporta para la edificación de la sociedad civil, en donde la pertenencia social, sancionada por el principio de ciudadanía, y la dimensión espiritual de la vida no pueden ser concebidas como contrarias. A quien gobierna le corres-ponde, además, la responsabilidad de evitar que se den las condiciones favo-rables para la propagación de los fun-damentalismos. Eso requiere adecua-das políticas sociales que combatan la pobreza, y que requieren de una sincera valorización de la familia, como lugar privilegiado de la maduración humana, y de abundantes esfuerzos en el ámbito educativo y cultural.

En este sentido, acojo con interés la iniciativa del Consejo de Europa sobre la dimensión religiosa del diálogo inter-cultural, que el año pasado se ha cen-trado en el papel de la educación en la prevención de la radicalización, que conduce al terrorismo y al extremismo violento. Se trata de una oportunidad para profundizar en el papel que tiene el fenómeno religioso y la educación en la pacificación real del tejido social, necesaria para la convivencia en una sociedad multicultural.

A este respecto, deseo expresar la con-vicción de que la autoridad política no sólo debe garantizar la seguridad de sus propios ciudadanos —concepto que

1.8

puede ser fácilmente reducido al de un simple «vivir tranquilo»—, sino que también está llamada a ser verdadera promotora y constructora de paz. La paz es una «virtud activa», que requiere el compromiso y la cooperación de cada persona y de todo el cuerpo social en su conjunto. Como advertía el Concilio Vaticano II, «la paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer»[8], salvaguardando el bien de las personas y respetando su dignidad. Construirla requiere en primer lugar renunciar a la violencia en la reivindica-ción de los propios derechos[9]. Preci-samente a este principio he dedicado el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2017, titulado: «La no violencia: un estilo de política para la paz», para recordar sobre todo cómo la no violencia es un estilo político basado en la primacía del derecho y de la dignidad de toda persona.

Construir la paz requiere también que «se desarraiguen las causas de discordia entre los hombres, que son las que ali-mentan las guerras»[10], empezando por las injusticias. Existe, de hecho, una íntima relación entre la justicia y la paz[11]. «Pero, —observaba san Juan Pablo II— puesto que la justicia huma-na es siempre frágil e imperfecta, expuesta a las limitaciones y a los egoís-mos personales y de grupo, debe ejer-cerse y en cierto modo completarse con el perdón, que cura las heridas y restable-ce en profundidad las relaciones humanas truncadas (...). El perdón en modo algu-no se contrapone a la justicia, [sino] tiende más bien a esa plenitud de la justicia que conduce a la tranquilidad del orden y que (...) pretende una pro-funda recuperación de las heridas abiertas. Para esta recuperación, son esenciales ambos, la justicia y el per-dón»[12]. Estas palabras, hoy más

actuales que nunca, se han encontrado con la disponibilidad de algunos Jefes de Estado o de Gobierno para acoger mi invitación a tener un gesto de cle-mencia a favor de los encarcelados. A ellos, como también a quienes trabajan para crear condiciones de vida digna para los detenidos y favorecer su rein-serción en la sociedad, deseo expresar-les mi especial reconocimiento y grati-tud.

Estoy convencido de que para muchos el Jubileo extraordinario de la Miseri-cordia ha sido una ocasión particular-mente propicia para descubrir también la «incidencia importante y positiva de la misericordia como valor social»[13]. Cada uno puede contribuir a dar vida a «una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los herma-nos»[14]. Sólo así se podrán construir sociedades abiertas y hospitalarias para los extranjeros y, al mismo tiempo, seguras y pacíficas internamente. Esto es aún más necesario hoy en día en que siguen aumentando, en diferentes par-tes del mundo, los grandes flujos migratorios. Pienso sobre todo en los numerosos refugiados y desplazados en algunas zonas de África, en el Sudeste asiático y en aquellos que huyen de las zonas de conflicto en Oriente Medio.

El año pasado, la comunidad interna-cional se vio interpelada por dos impor-tantes eventos convocados por las Naciones Unidas: la primera Cumbre Humanitaria Mundial y la Cumbre sobre los grandes Desplazamientos de Refugiados y Migrantes. Es necesario un compromiso común en favor de los inmigrantes, los refugiados y los des-plazados, que haga posible el darles una

1.9

acogida digna. Esto implica saber con-jugar el derecho de «cada hombre (…) a emigrar a otros países y fijar allí su domicilio»[15]  y, al mismo tiempo, garantizar la posibilidad de una integración de los inmigrantes en los tejidos sociales en los que se insertan, sin que éstos sientan amenazada su seguridad, su identidad cultural y sus propios equilibrios políticos y sociales. Por otra parte, los mismos inmigrantes no deben olvidar que tienen el deber de respetar las leyes, la cultura y las tradiciones de los países que los acogen.Un enfoque prudente de parte de las autoridades públicas no comporta la aplicación de políticas de clausura hacia los inmigrantes, sino que implica eva-luar, con sabiduría y altura de miras, hasta qué punto su país es capaz, sin provocar daños al bien común de sus ciudadanos, de proporcionar a los inmigrantes una vida digna, especial-mente a quienes tienen verdadera nece-sidad de protección. No se puede de ningún modo reducir la actual crisis dramática a un simple recuento numé-rico. Los inmigrantes son personas con nombres, historias y familias, y no podrá haber nunca verdadera paz mien-tras quede un solo ser humano al que se le vulnere la propia identidad perso-nal y se le reduzca a una mera cifra estadística o a objeto de interés econó-mico.

El problema de la inmigración es un tema que no puede dejar indiferentes a algunos países mientras que otros sobrellevan, a menudo con un esfuerzo considerable y graves dificultades, el compromiso humanitario de hacer frente a una emergencia que no parece tener fin. Todos deberían sentirse cons-tructores y corresponsables del bien común internacional, incluso a través de gestos concretos de humanidad, que

son requisitos fundamentales para la paz y el desarrollo que naciones enteras y millones de personas siguen aún esperando. Por eso, estoy agradecido a todos los países que acogen generosa-mente a los necesitados, comenzando por algunas naciones europeas, espe-cialmente Italia, Alemania, Grecia y Suecia.

Me quedará grabado para siempre el viaje que hice a la isla de Lesbos, junto a mis hermanos el Patriarca Bartolomé y el Arzobispo Jerónimo, donde vi y toqué con la mano la dramática situa-ción de los campos de refugiados, así como la humanidad y el espíritu de servicio de muchas personas compro-metidas en su asistencia. Tampoco se debe olvidar la hospitalidad ofrecida por otros países europeos y de Oriente Medio, como Líbano, Jordania y Tur-quía, así como el compromiso de dife-rentes países de África y Asia. También en mi viaje a México, donde pude expe-rimentar la alegría del pueblo mexica-no, me sentí cerca de los miles de inmigrantes centroamericanos que sufren terribles injusticias y peligros en su intento de alcanzar un futuro mejor, y que son víctimas de extorsión y obje-to de ese despreciable comercio —horrible forma de esclavitud moder-na— que es la trata de personas.

Enemiga de la paz es una «visión reductiva» del hombre, que abre el camino a la propagación de la iniqui-dad, las desigualdades sociales y la corrupción. Justo con relación a este último fenómeno, la Santa Sede ha asu-mido nuevos compromisos, depositan-do formalmente, el 19 de septiembre, el instrumento de adhesión a la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 31 de octubre de 2003.

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En la encíclica Populorum Progressio, que este año celebra su cincuenta aniversa-rio, el beato Pablo VI recordó cómo estas desigualdades provocan discor-dias. «El camino de la paz pasa por el desarrollo»[16] que las autoridades públicas tienen la obligación de estimu-lar y fomentar, creando las condiciones para una distribución más equitativa de los recursos e incentivando oportuni-dades de trabajo, sobre todo para los más jóvenes. En el mundo hay todavía muchas personas, especialmente niños, que aún sufren por causa de una pobre-za endémica y viven en situaciones de inseguridad alimentaria —más bien, de hambre— mientras que los recursos naturales son objeto de la ávida explo-tación de unos pocos, desperdiciándose cada día enormes cantidades de alimen-tos.

Los niños y los jóvenes son el futuro, se trabaja y se construye para ellos. No podemos descuidarlos y olvidarlos egoístamente. Por esta razón, como he advertido recientemente en una carta enviada a todos los obispos, considero prioritaria la defensa de los niños, cuya inocencia ha sido frecuentemente rota bajo el peso de la explotación, del tra-bajo clandestino y esclavo, de la prosti-tución o de los abusos de los adultos, de los pandilleros y de los mercaderes de muerte[17]. Durante mi viaje a Polo-nia, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, me encontré con miles de jóvenes llenos de entusiasmo y ganas de vivir. He visto, en cambio, el dolor y el sufrimiento de muchos otros. Pienso en los chicos y chicas que sufren las consecuencias del terrible conflicto en Siria, privados de la alegría de la infancia y de la juventud: desde la posi-bilidad de jugar libremente a la oportu-nidad de ir a la escuela. A ellos, y a todo el querido pueblo sirio, dirijo constan-temente mi pensamiento, a la vez que

hago un llamamiento a la comunidad internacional para que trabaje con dili-gencia para poner en marcha una seria negociación, que ponga definitivamen-te fin a un conflicto que está provocan-do un verdadero desastre humanitario. Cada una de las partes implicadas ha de tener como prioridad el respeto del derecho humanitario internacional, asegurando la protección de la pobla-ción civil y la necesaria ayuda humani-taria. El deseo común es que la tregua que se ha firmado recientemente sea para todo el pueblo sirio un signo de la esperanza que tanto necesita.

Esto requiere también que se hagan esfuerzos para erradicar el despreciable tráfico de armas y la continua carrera para producir y distribuir armas cada vez más sofisticadas. Causan un gran desconcierto las pruebas llevadas a cabo en la Península coreana, que des-estabilizan a la región y plantean a la comunidad internacional unos inquie-tantes interrogantes acerca del riesgo de una nueva carrera de armamentos nucleares. Siguen siendo actuales las palabras de san Juan XXIII en la Pacem in terris cuando afirmaba que «la recta razón y el sentido de la dignidad huma-na exigen urgentemente que cese ya la carrera de armamentos; que, de un lado y de otro, las naciones que los poseen los reduzcan simultáneamente; que se prohíban las armas atómicas»[18]. En tal sentido, y también en vista de la próxima Conferencia de Desarme, la Santa Sede trabaja por promover una ética de la paz y de la seguridad que supere a la del miedo y de la «cerrazón» que condiciona el debate sobre las armas nucleares.

También por lo que respecta a las armas convencionales, hay que señalar que la facilidad con la que a menudo se puede acceder al mercado de las armas,

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incluso las de pequeño calibre, además de agravar la situación en las diversas zonas de conflicto, produce una sensa-ción muy extendida y generalizada de inseguridad y temor, que es más peli-grosa en los momentos de incertidum-bre social y de profunda transforma-ción como el que vivimos.

La ideología, que se sirve de los proble-mas sociales para fomentar el desprecio y el odio y ve al otro como un enemigo que hay que destruir, es enemiga de la paz. Desafortunadamente, nuevas for-mas de ideología aparecen constante-mente en el horizonte de la humanidad. Haciéndose pasar por portadoras de beneficios para el pueblo, dejan en cambio detrás de sí pobreza, divisiones, tensiones sociales, sufrimiento y con frecuencia incluso la muerte. La paz, sin embargo, se conquista con la solida-ridad. De ella brota la voluntad de diá-logo y de colaboración, del que la diplomacia es un instrumento funda-mental. La misericordia y la solidaridad es lo que mueve a la Santa Sede y a la Iglesia Católica en su compromiso decidido por solucionar los conflictos o seguir los procesos de paz, de recon-ciliación y la búsqueda de soluciones negociadas a los mismos. Llena de esperanza ver que algunos de los inten-tos realizados se deben a la buena voluntad de tantas personas diferentes que se empeñan de modo activo y efi-caz en favor de la paz. Pienso en los esfuerzos realizados en los últimos dos años para un nuevo acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos. También pienso en el esfuerzo llevado a cabo con tenacidad, a pesar de las dificulta-des, para terminar con años de conflic-to en Colombia.

Este planteamiento busca fomentar la confianza mutua, mantener caminos de diálogo y hacer hincapié en la necesi-

dad de gestos valientes, que son muy urgentes también en la vecina Venezue-la, donde las consecuencias de la crisis política, social y económica, están pesando desde hace tiempo sobre la población civil; o en otras partes del mundo, empezando por Oriente Medio, no sólo para poner fin al conflicto sirio, sino también para promover una socie-dad plenamente reconciliada en Irak y en Yemen. La Santa Sede renueva tam-bién su urgente llamamiento para que se reanude el diálogo entre israelíes y palestinos, para que se alcance una solución estable y duradera que garan-tice la convivencia pacífica de dos Esta-dos dentro de fronteras reconocidas internacionalmente. Ningún conflicto ha de convertirse en un hábito del que parece que nadie se puede librar. Israe-líes y palestinos necesitan la paz. Todo el Oriente Medio necesita con urgencia la paz.

También espero que se cumplan plena-mente los acuerdos destinados a resta-blecer la paz en Libia, donde es más urgente que nunca sanar las divisiones de los últimos años. Del mismo modo, animo todos los esfuerzos que en ámbito local e internacional estén des-tinados a restaurar la convivencia civil en Sudán y en Sudán del Sur, en la República Centroafricana, atormenta-dos por continuos enfrentamientos armados, masacres y devastaciones, así como en otras naciones del Continente marcadas por tensiones e inestabilidad política y social. En particular, espero que el reciente acuerdo firmado en la República Democrática del Congo contribuya a hacer que los que tienen responsabilidades políticas se esfuercen diligentemente para promover la recon-ciliación y el diálogo entre todos los miembros de la sociedad civil. Mi pen-samiento se dirige también a Myanmar, de modo que se promueva una convi-

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vencia pacífica y, con la ayuda de la comunidad internacional, no se deje de atender a aquellos que están en grave y urgente necesidad.

También en Europa, donde no faltan las tensiones, la disponibilidad al diálo-go es la única manera de garantizar la seguridad y el desarrollo del Continen-te. Por tanto, celebro las iniciativas destinadas a promover el proceso de reunificación de Chipre, que hoy preci-samente ve una reanudación de las negociaciones, mientras espero que en Ucrania se sigan buscando con deter-minación soluciones viables para la plena aplicación de los compromisos asumidos por las partes y, sobre todo, para que se le dé una pronta respuesta a una situación humanitaria que sigue siendo grave.

Toda Europa está atravesando un momento decisivo de su historia, en el que está llamada a redescubrir su pro-pia identidad. Para ello es necesario volver a descubrir sus raíces con el fin de plasmar su propio futuro. Frente a las fuerzas disgregadoras, es más urgen-te que nunca actualizar la «idea de Europa» para dar a luz un nuevo huma-nismo basado en la capacidad de inte-grar, de dialogar y de generar[19]. que han hecho grande al así llamado Viejo Continente. El proceso de unificación europea, que comenzó después de la Segunda Guerra Mundial, ha sido y sigue siendo una oportunidad única para la estabilidad, la paz y la solidari-dad entre los pueblos. Aquí sólo puedo reiterar el interés y la preocupación de la Santa Sede por Europa y su futuro, consciente de que los valores que han animado y fundado este proyecto, del que este año se cumple el sexagésimo aniversario, son comunes a todo el Continente y se extienden más allá de la misma Unión Europea.

Excelencias, señoras y señores.

Construir la paz significa también tra-bajar activamente para el cuidado de la Creación. El Acuerdo de París sobre el clima, que ha entrado recientemente en vigor, es un signo importante de nues-tro compromiso común por dejar a los que vengan después de nosotros un mundo hermoso y habitable. Espero que los esfuerzos realizados en los últi-mos tiempos para abordar el cambio climático cuenten con una cooperación más amplia por parte de todos, ya que la Tierra es nuestra casa común, y es necesario tener en cuenta que las deci-siones de cada uno repercuten sobre la vida de todos.

Sin embargo, es evidente también que hay fenómenos que sobrepasan la capa-cidad de la acción humana. Me refiero a los numerosos terremotos que han golpeado a algunas regiones del mundo. Pienso sobre todo en los que se produ-jeron en Ecuador, Italia e Indonesia, que han provocado numerosas muertes y donde todavía muchas personas viven en condiciones muy precarias. Pude visitar personalmente algunas zonas afectadas por el terremoto en el centro de Italia, donde he comprobado las heridas que el terremoto ha causado en una tierra rica en arte y cultura, he podido compartir el dolor de tanta gente, junto con su valor y determina-ción para reconstruir todo lo que se ha destruido. Espero que la solidaridad que ha unido al querido pueblo italiano en las horas siguientes al terremoto, siga animando a toda la Nación, espe-cialmente en estos delicados momentos de su historia. La Santa Sede e Italia están particularmente ligadas por obvias razones históricas, culturales y geográficas. Ese vínculo se ha aprecia-do con claridad en el año jubilar y agra-dezco a todas las Autoridades italianas

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por su ayuda en la organización de este evento, también para garantizar la segu-ridad de los peregrinos que llegaron de todo el mundo.

Estimados Embajadores.

La paz es un don, un desafío y un compromiso. Un don porque brota del corazón de Dios; un desafío, por-que es un bien que no se da nunca por descontado y debe ser conquistado continuamente; un compromiso, ya que requiere el trabajo apasionado de toda persona de buena voluntad para buscarla y construirla. No existe, por tanto, la verdadera paz si no se parte de una visión del hombre que sepa promover su desarrollo integral, teniendo en cuenta su dignidad tras-cendente, ya que «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz»[20], como recordaba el beato Pablo VI. Por tanto, este es mi deseo para el próxi-mo año: que crezcan en nuestros paí-ses y sus pueblos las oportunidades para trabajar juntos y construir una paz verdadera. Por su parte, la Santa Sede, y en particular la Secretaría de Estado, estarán siempre dispuestas a cooperar con todos los que trabajan para poner fin a los conflictos abiertos y para dar apoyo y esperanza a las poblaciones que sufren.

En la liturgia pronunciamos el saludo «la paz esté con vosotros». Con esta expresión, prenda de abundantes ben-diciones divinas, les renuevo a ustedes, distinguidos miembros del cuerpo diplomático, a sus familias, a los países que representan, mis mejores deseos para el Año Nuevo.

Gracias.

NOTAS

[1] Benedicto XV, Carta a los jefes de los pueblos beligerantes, 1 agosto 1917: AAS IX (1917), 423.[2] Pablo VI, Mensaje para la celebración de la I Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 1968.[3] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes (GS), 7 diciembre 1965, 78.[4] Ibíd.[5] Ibíd.[6] Ibíd.[7] Discurso en la Jornada Mundial de Oración por la Paz, Asís, 20 septiembre 2016.[8] GS, 78.[9] Cf. Ibíd.[10] Ibíd., 83.[11] Cf. Sal  85, 11 e Is 32, 17.[12] Juan Pablo II, Mensaje para la XXXV Jornada Mundial de la Paz: No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón,1 enero 2002.[13] Carta apostólica Misericordia et misera, 20 noviembre 2016, 18.[14] Ibíd., 20.[15] Juan XXIII, Carta encíclica Pacem in terris, 11 abril 1963, 25.[16]  Pablo VI, Carta Encíclica Populorum Progressio, 26 marzo 1967, 83.[17] Cf. Carta a los Obispos en la fiesta de los Santos Inocentes, 28 diciembre 2016.[18] N. 112.[19] Cf. Discurso en la entrega del Premio Carlo Magno, 6 mayo 2016.[20] Pablo VI, Populorum Progressio, 87.

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Queridos jueces, oficiales, abogados y colaboradores del Tri-bunal Apostólico de la Rota Romana:Dirijo a cada uno de vosotros mi cordial saludo, empezando por el Colegio de los prelados auditores con el decano, Mons. Pío Vito Pinto, a quien agradezco sus palabras, y el pro-decano, quien reciente-mente fue nombrado para este puesto. Os deseo a todos que trabajéis con serenidad y con férvido amor a la Iglesia en este Año judicial que hoy inauguramos.Hoy me gustaría volver al tema de la rela-ción entre la fe y el matrimonio, en parti-cular, sobre las perspectivas de fe inheren-tes en el contexto humano y cultural en que se forma la intención matrimonial. San Juan Pablo II explicó muy bien, a la luz de la enseñanza de la Sagrada Escritu-ra, «el vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de fe y el de la razón [...]. La peculiaridad que distingue el texto bíblico consiste en la convicción de que hay una profunda e inseparable unidad entre el conocimiento de la razón y el de la fe» (Enc. Fides et ratio, 16). Por lo tanto, cuanto más se aleja de la perspectiva de la fe, tanto más, «el hombre se expone al riesgo del fracaso y acaba por encontrarse en la situación del “necio”. Para la Biblia, en esta necedad hay una amenaza para la vida. En efecto, el necio se engaña pen-sando que conoce muchas cosas, pero en realidad no es capaz de fijar la mirada sobre las esenciales. Esto le impide poner orden en su mente (cf. Pr 1, 7) y asumir una actitud adecuada para consigo mismo y para con el ambiente que le rodea. Cuan-do llega a afirmar: «Dios no existe» (cf. Salmo 14 [13], 1), muestra con claridad definitiva lo deficiente de su conocimien-

to y lo lejos que está de la verdad plena sobre las cosas, sobre su origen y su desti-no» (ibid., 17).

Por su parte, el Papa Benedicto XVI, en el último discurso que os dirigió recordaba que «sólo abriéndose a la verdad de Dios [...] se puede entender, y realizar en lo concreto de la vida, también en la conyu-gal y familiar, la verdad del hombre como hijo suyo, regenerado por el bautismo [...]. El rechazo de la propuesta divina, de hecho conduce a un desequilibrio profun-do en todas las relaciones humanas [...], incluyendo la matrimonial» (26 de enero de 2013, 2). Es más que nunca necesario profundizar en la relación entre amor y verdad. «El amor tiene necesidad de ver-dad. Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme para dar consistencia a un camino en común. Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la prueba del tiempo. El amor verdadero, en cam-bio, unifica todos los elementos de la persona y se convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena. Sin verdad, el amor no puede ofrecer un vínculo sóli-do, no consigue llevar al «yo» más allá de su aislamiento, ni librarlo de la fugacidad del instante para edificar la vida y dar fruto» (Enc. Lumen fidei, 27 ).

No podemos ignorar el hecho de que una mentalidad generalizada tiende a oscure-cer el acceso a las verdades eternas. Una mentalidad que afecta, a menudo en forma amplia y generalizada, las actitudes y el comportamiento de los cristianos (cfr. Exhort. ap Evangelii gaudium, 64), cuya fe se debilita y pierde la propia originalidad

A LA ROTA ROMANADiscurso Del santo PaDre Francisco con ocasión De la inauguración Del

año juDicial De la rota romana

Sala Clementina, sábado 21 de enero de 2017

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de criterio interpretativo y operativo para la existencia personal, familiar y social. Este contexto, carente de valores religio-sos y de fe, no puede por menos que condicionar también el consentimiento matrimonial. Las experiencias de fe de aquellos que buscan el matrimonio cristia-no son muy diferentes. Algunos partici-pan activamente en la vida parroquial; otros se acercan por primera vez; algunos también tienen una vida de intensa ora-ción; otros están, sin embargo, impulsa-dos por un sentimiento religioso más genérico; a veces son personas alejadas de la fe o que carecen de ella.Ante esta situación, tenemos que encon-trar remedios válidos. Un primer remedio lo indico en la formación de los jóvenes, a través de un adecuado proceso de prepara-ción encaminado a redescubrir el matri-monio y la familia según el plan de Dios. Se trata de ayudar a los futuros cónyuges a entender y disfrutar de la gracia, la belleza y la alegría del amor verdadero, salvado y redimido por Jesús. La comunidad cristia-na a la que los novios se dirigen está llama-da a anunciar el Evangelio cordialmente a estas personas, para que su experiencia de amor pueda convertirse en un sacramento, un signo eficaz de la salvación. En esta circunstancia, la misión redentora de Jesús alcanza al hombre y a la mujer en lo con-creto de su vida de amor. Este momento se convierte para toda la comunidad en una ocasión extraordinaria de misión. Hoy más que nunca esta preparación se presen-ta como una ocasión verdadera y propia de evangelización para los adultos y, a menu-do, de los llamados lejanos. De hecho, son muchos los jóvenes para los que el acercar-se de la boda representa una ocasión para encontrar de nuevo la fe, relegada durante mucho tiempo al margen de sus vidas; por otra parte se encuentran en un momento particular, a menudo caracterizado por una disposición a analizar y cambiar su orienta-ción existencial. Puede ser así un momen-to favorable para renovar su encuentro

con la persona de Jesucristo, con el mensa-je del Evangelio y la doctrina de la Iglesia.

Por lo tanto, es necesario que los operado-res y los organismos encargados de la pastoral familiar estén motivados por la fuerte preocupación de hacer cada vez más eficaces los itinerarios de preparación para el sacramento del matrimonio, para el crecimiento no solamente humano, sino sobre todo de la fe de los novios. El pro-pósito fundamental de los encuentros es ayudar a los novios a realizar una inser-ción progresiva en el misterio de Cristo, en la Iglesia y con la Iglesia. Esto lleva aparejada una maduración progresiva en la fe, a través de la proclamación de la Palabra de Dios, de la adhesión y el gene-roso seguimiento de Cristo. El fin de esta preparación es ayudar a los novios a cono-cer y vivir la realidad del matrimonio que quieren celebrar, para que lo hagan no sólo válida y lícitamente, sino también fructuosamente, y para que estén dispues-tos a hacer de esta celebración una etapa de su camino de fe. Para lograrlo, necesi-tamos personas con competencias especí-ficas y adecuadamente preparadas para ese servicio, en una sinergia oportuna entre sacerdotes y parejas de cónyuges.

Con este espíritu, quisiera reiterar la nece-sidad de un “nuevo catecumenado”, en preparación al matrimonio. Acogiendo los deseos de los Padres del último Sínodo Ordinario, es urgente aplicar concreta-mente todo lo ya propuesto en la Familiaris consortio (n. 66), es decir, que así como para el bautismo de los adultos el catecumena-do es parte del proceso sacramental, tam-bién la preparación para el matrimonio debe convertirse en una parte integral de todo el procedimiento de matrimonio sacramental, como un antídoto para evitar la proliferación de celebraciones matrimo-niales nulas o inconsistentes.

Un segundo remedio es ayudar a los recién casados a proseguir el camino en la fe y en la Iglesia también después de la celebración

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de la boda. Es necesario identificar, con valor y creatividad, un proyecto de forma-ción para las parejas jóvenes, con iniciativas destinadas a aumentar la toma de concien-cia sobre el sacramento recibido. Se trata de animarles a considerar los diversos aspec-tos de su vida diaria como pareja, que es un signo e instrumento de Dios, encarnado en la historia humana. Pongo dos ejemplos. En primer lugar, el amor con que vive la nueva familia tiene su raíz y fuente última en el misterio de la Trinidad, de la que lleva siempre este sello a pesar de las dificultades y las pobrezas con que se deba enfrentar en su vida diaria. Otro ejemplo: la historia de amor de la pareja cristiana es parte de la historia sagrada, ya que está habitada por Dios y porque Dios nunca falta al compro-miso asumido con los cónyuges el día de su boda; Él de hecho es «un Dios fiel y no puede negarse a sí mismo» (2 Timoteo 2, 13).La comunidad cristiana está llamada a acoger, acompañar y ayudar a las parejas jóvenes, ofreciendo oportunidades apro-piadas y herramientas —empezando por la participación en la misa dominical— para fomentar la vida espiritual, tanto en la vida familiar, como parte de la planifica-ción pastoral en la parroquia o en las agregaciones. A menudo, los recién casa-dos se ven abandonados a sí mismos, tal vez por el simple hecho de que se dejan ver menos en la parroquia; como sucede sobre todo cuando nacen los niños. Pero es precisamente en estos primeros momentos de la vida familiar cuando hay que garantizar más cercanía y un fuerte apoyo espiritual, incluso en la tarea de la educación de los hijos, frente a los cuales son los primeros testigos y portadores del don de la fe. En el camino de crecimiento humano y espiritual de la joven pareja es deseable que existan grupos de referencia donde llevar a cabo un camino de forma-ción permanente: a través de la escucha de la Palabra, el debate sobre cuestiones que afectan a la vida de las familias, la oración, el compartir fraterno.

Estos dos remedios que he mencionado están encaminados a fomentar un contex-to apropiado de fe en el que celebrar y vivir el matrimonio. Un aspecto tan cru-cial para la solidez y la verdad del sacra-mento nupcial llama a los párrocos a ser cada vez más conscientes de la delicada tarea que se les ha encomendado en la guía del recorrido sacramental de los novios, para hacer inteligible y real en ellos la sinergia entre foedus y fides. Se trata de pasar de una visión puramente jurídica y formal de la preparación de los futuros cónyuges a una fundación sacramental ab initio, es decir, de camino a la plenitud de su foedus-consenso elevado por Cristo a sacramento. Esto requerirá la generosa contribución de cristianos adultos, hom-bres y mujeres, que apoyen al sacerdote en la pastoral familiar para la construcción de la «obra maestra de la sociedad, la familia, el hombre y la mujer que se aman» (Cate-quesis, 29 abril 2015) según «el luminoso plan de Dios (Palabras al Consistorio Extraor-dinario, 20 febrero 2014).El Espíritu Santo, que guía siempre y en todo al pueblo santo de Dios, ayude y sostenga a todos aquellos, sacerdotes y laicos, que se comprometen y se compro-meterán en este campo, para que no pier-dan nunca el impulso y el valor de trabajar por la belleza de las familias cristianas, a pesar de las ruinosas amenazas de la cul-tura dominante de lo efímero y lo provi-sional.Queridos hermanos, como ya he dicho varias veces, hace falta mucho valor para casarse en el momento en el que vivimos. Y cuantos tienen la fuerza y la alegría de dar este paso importante deben sentir a su lado el amor y la cercanía concreta de la Iglesia. Con esta esperanza, renuevo mis mejores deseos de buen trabajo para el nuevo año, que el Señor nos da. Os asegu-ro mi oración y cuento con la vuestra mientras os imparto de corazón la bendi-ción apostólica.

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Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cris-tiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espe-ra pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016).

La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisie-ra centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19-31). Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verda-dera felicidad y la vida eterna, exhor-tándonos a una sincera conversión.

1.. El otro es un don

La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situa-ción desesperada y no tiene fuerza ni

para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérse-las (cf. vv. 20-21). El cuadro es som-brío, y el hombre degradado y humi-llado.

La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de prome-sas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia personal. Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8 enero 2016).

Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas con-siste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconoci-do. La Cuaresma es un tiempo propi-cio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de noso-tros los encontramos en nuestro cami-

LA PALABRA ES UN DON. EL OTRO ES UN DONmensaje Del santo PaDre Francisco Para la cuaresma 2017

Sala Clementina, sábado 21 de enero de 2017

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no. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos reve-la acerca del hombre rico.

2. El pecado nos ciega

La parábola es despiadada al mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico (cf. v. 19). Este per-sonaje, al contrario que el pobre Láza-ro, no tiene un nombre, se le califica sólo como «rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que viste, de un lujo exagerado. La púrpura, en efecto, era muy valiosa, más que la plata y el oro, y por eso estaba reservada a las divinidades (cf. Jr 10,9) y a los reyes (cf. Jc 8,26). La tela era de un lino especial que contribuía a dar al aspec-to un carácter casi sagrado. Por tanto, la riqueza de este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los días: «Banqueteaba espléndidamente cada día» (v. 19). En él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia (cf. Homilía, 20 septiembre 2013).

El apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, plei-tos y recelos. El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instru-mento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a

nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz.

La parábola nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la apa-riencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir. Pero la apa-riencia esconde un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efí-mera de la existencia (cf. ibíd., 62).

El peldaño más bajo de esta decaden-cia moral es la soberbia. El hombre rico se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvi-dando que es simplemente un mortal. Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las perso-nas que están a su alrededor no mere-cen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llaga-do y postrado en su humillación.

Cuando miramos a este personaje, se entiende por qué el Evangelio conde-na con tanta claridad el amor al dine-ro: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedi-cará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).

3. La Palabra es un don

El Evangelio del rico y el pobre Láza-ro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que el rico ha vivido de manera muy dramá-tica. El sacerdote, mientras impone la

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ceniza en la cabeza, dice las siguientes palabras: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él» (1 Tm 6,7).

También nuestra mirada se dirige al más allá, donde el rico mantiene un diálogo con Abraham, al que llama «padre» (Lc 16,24.27), demostrando que pertenece al pueblo de Dios. Este aspecto hace que su vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada de su relación con Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo él mismo su único dios.

El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua. Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubie-ra tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bie-nes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece una cierta equi-dad y los males de la vida se equilibran con los bienes.

La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abra-ham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le respon-de: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y, frente a la

objeción del rico, añade: «Si no escu-chan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).

De esta manera se descubre el verda-dero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despre-ciar al prójimo. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hom-bres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el cora-zón al don del hermano.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor ―que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador― nos muestra el camino a seguir. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados. Animo a todos los fieles a que manifiesten tam-bién esta renovación espiritual partici-pando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Igle-sia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana. Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua.